Dedícate a la Contemplación.....y recibirás los dones del Espíritu Santo


Inicio

 

Vida

Vocación

Biblioteca

  TRATADOS SOBRE EL EVANGELIO DE SAN JUAN

SAN AGUSTÍN 

Oraciones

Lectio Divina

Adoración

La Imagen del día

 

 

1. Acerca de las palabras: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios», etc., hasta estas otras: «Las tinieblas no le recibieron» (Jn. 1, 1-5)
2. Acerca de estas palabras: «Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan», etc., hasta estas otras: «Lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1, 6-14)
3. Acerca de estas palabras: «Juan da testimonio de Él», etcétera, hasta estas otras: «El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo nos lo ha dado a conocer» (Jn. 1, 15-17)
4. Acerca de las palabras: «Y éste es el testimonio de Juan cuando los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes», etc., hasta: «Él es el que bautiza en el Espíritu Santo» (Jn. 1, 19-33)
5. Acerca de lo mismo: «Y yo no lo conocía», etc. ¿Qué novedad vio Juan en el Señor por la paloma? (Jn. 1, 33)
6. Acerca del mismo pasaje del Evangelio: por qué quiso Dios mostrar el Espíritu Santo en figura de paloma (Jn. 1, 32-33)
7. Acerca del texto: «Y yo lo vi y di testimonio de que éste es el Hijo de Dios», etc., hasta estas palabras: «En verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Jn. 1, 34-51)
8. Acerca del texto: «Tres días después celebráronse unas bodas en Caná de Galilea», etc., hasta: «Mujer, ¿qué se nos da a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora» (Jn. 2, 1-4)
9. Sobre la misma lección del Evangelio: qué misterio encierra el milagro hecho en las bodas de Caná de Galilea (Jn. 2, 1-11)
10. Acerca del texto: «Después de esto baja a Cafarnaún», etcétera, hasta: «Pero Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn. 2, 12-21)
11. Acerca del texto: «Estando Él en Jerusalén en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Él», hasta: «Si uno no renace de nuevo, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 2, 23 - 3, 5)
12. Acerca del texto del Evangelio: «Lo que ha nacido de la carne es carne», hasta esto: «El que hace la verdad viene a la luz, para que se manifiesten las obras que han sido hechas en Dios» (Jn. 3, 6-21)
13. Desde estas palabras: «Después de esto vino Jesús a la tierra de Judea», etc., hasta aquellas otras: «Mas el amigo del esposo, que está de pie y escucha, se llena de gozo cuando oye la voz del esposo» (Jn. 3, 22-29)
14. Desde este lugar del Evangelio: «Mi gozo es completo», etcétera, hasta este otro: «El que no cree en el Hijo, no verá la vida, sino que permanece siempre sobre él la ira de Dios» (Jn. 3, 29-36)
15. Desde aquel pasaje del Evangelio: «Así que supo Jesús que los fariseos habían oído que Él hacía más discípulos», etc., hasta aquel otro: «Sabemos que éste es el Salvador del mundo» (Jn. 4, 1-42)
16. Desde aquellas palabras: «Dos días después se fue de allí para Galilea», hasta aquellas otras: «y creyó él y toda su familia» (Jn. 4, 45-53)
17. Desde aquellas palabras: «Celebrábase una fiesta de los judíos y sube Jesús a Jerusalén», hasta aquellas otras: «Los judíos le buscaban para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios (Jn. 5, 1-38)
18. Sobre este texto del Evangelio: «En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre. Lo que Él hace, lo hace el Hijo igualmente» (Jn. 5, 19)
19. Desde aquellas palabras: «No puede el Hijo hacer por sí solo cosa alguna que no haya visto hacer a su Padre», hasta aquéllas: «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn. 5, 19-30)
20. Otra vez acerca de aquellas palabras: «En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer por sí mismo cosa alguna, sino lo que ve hacer al Padre, ya que todo lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo» (Jn. 5, 19)
21. Desde esta escritura: «El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace», hasta esta otra: «Quienes no honran al Hijo, no honran al Padre, que le envió» (Jn. 5, 20-23)
22. Desde estas palabras: «En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree en aquel que me envió, tiene la vida eterna», hasta aquéllas: «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn. 5, 24-30)
23. Acerca de este texto del Evangelio: «Si yo doy testimonio de mí», etc., hasta aquél: «y no queréis venir a mí para poseer la vida» (Jn. 5, 19-40)
24. Desde este pasaje: «Después de esto se fue Jesús al otro lado del mar de Galilea, que es el lago de Tiberíades», hasta aquél: «Éste es, sin duda, el gran profeta que ha de venir al mundo» (Jn. 6, 1-14)
25. Desde este pasaje: «Y Jesús, conociendo que iban a venir para arrebatarle», hasta éste: «y yo le resucitaré en el último día» (Jn. 6, 15-44)
26. Desde este pasaje: «Murmuraban los judíos porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del ciclo», hasta este otro: «El que come este pan, vivirá eternamente» (Jn. 6, 41-59)
27. Desde este pasaje: «Esto lo dijo en una sinagoga de Cafarnaún», hasta este otro: «Porque éste, uno de los doce, le había de entregar» (Jn. 6, 60-72)
28. Desde este texto del Evangelio: «Después de esto andaba Jesús por Galilea», hasta este otro: «Sin embargo, nadie hablaba abiertamente de Él por temor de los judíos» (Jn. 7, 1-13)

29. Sobre estas palabras del Evangelio: «Mediada ya la fiesta, subió Jesús al templo», hasta aquellas otras: «El que le ha enviado, ése es veraz y no hay en él injusticia» (Jn. 7, 14-18)

30. Desde aquel texto: «¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?», hasta este otro: «No juzguéis según las apariencias, juzgad según la justicia» (Jn. 7, 19-24)
31. Desde aquel texto: «Decían, pues, algunos de Jerusalén: ¿Acaso no es este a quien buscaban para matarlo?», hasta éste: «Me buscaréis y no me hallaréis; y a donde estoy yo, no podéis venir vosotros» (Jn. 7, 25-36)
32. Desde estas palabras: «El último día de la fiesta estaba Jesús en pie y clamaba: Si alguien tiene sed, venga a mí y beba», hasta aquellas otras: «Aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (Jn. 7, 37-39)
33. Desde aquel texto del Evangelio: «Muchas de aquellas gentes, como oyesen estas palabras suyas», etc., hasta: «Ni yo te condenaré; vete y no peques más» (Jn. 8, 1-11)
34. Acerca de aquel texto: «Yo soy la luz del mundo; quien me sigue, no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn. 8, 12)
35. Desde estas palabras: «Dijéronle, pues, los fariseos: Tú das testimonio de ti mismo», etc., hasta estas otras: «Mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde vengo y adónde voy» (Jn. 8, 13-14)
36. Desde las palabras: "Vosotros juzgáis según la carne. Yo no juzgo a nadie", hasta éstas: "Yo soy quien da testimonio de mí, y también da testimonio de mí el Padre, que me envió"
37. Desde las palabras: "Decían, pues, ¿dónde está tu Padre?", hasta aquéllas: "Y nadie puso en El las manos, porque aún no era llegada su hora"
38. Desde las palabras: "Díjoles, pues, Jesús: Yo me voy, y vosotros me buscaréis", hasta aquéllas: "Díjoles Jesús: Yo soy el Principio, que os estoy hablando"
39. Desde las palabras: "Muchas cosas tengo que deciros y juzgar", hasta estas otras: "Y no entendieron que llamaba su Padre a Dios"
40. Desde las palabras: "Díjoles, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado en alto al Hijo del hombre", hasta aquéllas: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os salvará"
41. Más sobre las palabras: "Decía, pues, Jesús a los que habían creído", hasta las palabras: "Si, pues, el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres"
42. Desde las palabras: "Sé que sois hijos de Abrahán, pero tratáis de matarme", hasta éstas: "Por eso vosotros no escucháis, porque no sois de Dios"
43. Desde las palabras: "Respondieron, pues, los judíos y dijéronle", hasta éstas: "Cogieron piedras los judíos para tirarlas contra El, pero Jesús se escondió y salió del templo"
44. Desde las palabras: "Y al pasar vio a un ciego de nacimiento", hasta éstas: "Ahora decís: Vemos; por eso vuestro pecado permanece"
45. Desde estas palabras: "En verdad, en verdad os digo que quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otro lado, es un ladrón y salteador", hasta éstas: "Yo he venido para que tengan vida, y la tengan más abundante"
46. Desde las palabras: "Yo soy el buen pastor", hasta: "Mas el mercenario huye, porque es mercenario y no le importan las ovejas"
47. Desde: "Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas"..., hasta: "¿Acaso el demonio puede dar vista a los ciegos?"
48. Desde aquel punto: "Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la Dedicación", hasta: "Todo cuanto Juan dijo de éste, era verdadero, y muchos creyeron en El"
49. Desde: "Había un enfermo llamado Lázaro", hasta: "Se fue a una región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efrén, y allí vivía con sus discípulos"
50. Desde aquel pasaje: "Estaba próxima la Pascua de los judíos", hasta este otro: "Muchos por su causa se apartaban de ellos y creían en Jesús"
51. Desde aquello que está escrito: "Al día siguiente, una gran multitud de gentes que habían venido a la fiesta", etcétera, hasta esto: "Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará"
52. Desde las palabras: "Ahora mi alma está turbada, y ¿qué os diré?", hasta estas otras: "Estas cosas habló Jesús, y se marchó y se escondió de ellos"
53. Desde las palabras: "Habiendo hecho tantos milagros a su vista, no creían en El", hasta éstas: "Prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios"
54. Desde estas palabras de Jesús: "Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió", hasta estas otras: "Las cosas que yo hablo las digo como me las ha dicho mi Padre"
55. Desde aquel pasaje: "Antes del día festivo de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada su hora", hasta éste: "Y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido"
56. Desde aquello que está escrito: "Vino a Simón Pedro", etc., hasta: "Quien está lavado no tiene necesidad de lavar más que los pies, pues está todo limpio"
57. En qué sentido teme la Iglesia manchar sus pies mientras camina hacia Cristo
58. Desde aquello que dice el Señor: "Y vosotros estáis limpios, pero no todos", hasta éstas: "Ejemplo os he dado para que vosotros hagáis lo que yo he hecho con vosotros"
59. Desde estas palabras del Señor: "En verdad, en verdad os digo que no es mayor el siervo que su señor", hasta éstas: "Quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me envió"
60. Sobre las palabras: "Habiendo dicho Jesús estas cosas, se turbó en su alma"
61. Desde estas palabras del Señor: "En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará", hasta éstas: "Aquél es a quien yo alargare el pan mojado"

62. Desde este pasaje: "Y habiendo mojado el pan, se lo dio a Judas", hasta este otro: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre"

63. Desde estas palabras del Señor: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre", hasta éstas: "Y en seguida le glorificará"
64. Sobre estas palabras del Señor: "Hijitos, aún estoy con vosotros un poco de tiempo; vosotros me buscaréis, y, como dije a los judíos, a donde yo voy, no podéis venir vosotros; lo mismo os digo ahora a vosotros"
65. Sobre estas palabras del Señor: "Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, así os améis vosotros también. Por esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros"
66. Desde las siguientes palabras: "Dícele Simón Pedro: ¿Adonde vas, Señor?", hasta éstas: "En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo hasta que me niegues tres veces

67. Desde estas palabras del Señor: "No se turbe vuestro corazón", hasta éstas: "Volveré otra vez y os llevaré conmigo"

68. Sobre el mismo asunto
69. Desde aquello que dice el Señor: "Sabéis adonde voy y sabéis también el camino", hasta: "Nadie viene al Padre sino por mí"
70. Acerca de esto que dice el Señor: "Si me conocieseis a mí, sin duda conocierais también a mi Padre", hasta: "¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?"
71. Acerca de esto que dice el Señor: "Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo", hasta: "Si alguna cosa pidiereis al Padre en mi nombre, yo lo haré"
72. Sobre el mismo pasaje
73. Más sobre el mismo asunto
74. Acerca de las palabras: "Si me amáis, observad mis mandatos", hasta: "Permanecerá con vosotros y estará dentro de vosotros"
75. Acerca de las palabras de Jesús: "No os dejaré huérfanos", hasta éstas: "Y yo le amaré y me manifestaré a él".
76. Sobre las palabras siguientes: "Dícele Judas, no el Iscariotes", etc., hasta éstas: "La doctrina que habéis oído, no es mía, sino del Padre, que me envió"
77. Desde estas palabras que siguen: "Estas cosas os he dicho estando entre vosotros", hasta éstas: "Mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo"
78. Sobre las palabras del Señor: "No se turbe ni tema vuestro corazón"
79. Sobre estas palabras suyas: "Y os lo he dicho ahora antes de que suceda", hasta éstas: "Levantaos, vámonos de aquí".
80. Acerca de aquello que dijo: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el agricultor", hasta éstas: "Vosotros estáis ya limpios en virtud de la doctrina que os he predicado"
81. Sobre aquellas palabras: "Permaneced en mí y yo permaneceré en vosotros", hasta éstas: "Pediréis cuanto quisiereis, y Os será dado"
82. Sobre aquellas palabras del Señor: "Mi Padre es glorificado si vosotros lleváis mucho fruto", hasta estas otras: "Y permanezco en su amor"
83- Sobre estas palabras: "Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté con vosotros, y el vuestro será colmado. Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado"
84. Sobre aquellas palabras: "Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos"
85. Sobre estas palabras suyas: "Vosotros sois mis amigos si cumplís lo que os ordeno. Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora lo que hace su señor"
86. Sobre las palabras del Señor: "A vosotros os he llamado amigos", hasta estas otras: "Para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dé"
87. Desde aquellas palabras de Jesús: "Estas cosas os mando: que os améis mutuamente", hasta éstas: "Yo os he elegido del mundo; por eso el mundo os odia"
88. Desde estas palabras de Jesús: "Acordaos de mis palabras", hasta: "Todas estas cosas os harán por mi nombre, porque no han conocido a Aquel que me envió"
89. Desde estas palabras del Señor: "Si yo no hubiese venido y no les hubiese hablado", hasta éstas: "Quien me odia a mí, odia a mi Padre"
90. Sobre estas palabras: "Quien me odia a mí, odia a mi Padre"
91. Sobre estas palabras: "Si no hubiese hecho en ellos obras que ninguno otro ha hecho, no tuvieran pecado", etc…
92. Sobre estas palabras: "Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, y que es Espíritu de verdad", etc…
93. Sobre esto que dice el Señor: "Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis", hasta: "Y os he dicho estas cosas para que, cuando venga su hora, os acordéis de que yo os las he dicho"
94. Desde estas palabras de Jesús: "No os dije estas cosas desde el principio porque estaba yo con vosotros", hasta éstas: "Si yo me fuere, os lo enviaré"

95. Sobre estas palabras de la lectura anterior: "Cuando El venga, argüirá al mundo en orden al pecado, a la justicia y al juicio", etc.

96. Sobre estas palabras: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis entenderlas; mas, cuando venga el Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad"
97. Sobre el mismo tema
98 Sobre el mismo asunto
99. Sobre aquellas palabras: "No hablará de sí mismo, mas dirá lo que ha oído"
100. Sobre las últimas palabras de la lección anterior
101. Acerca de aquello que dice el Señor: "Un poco más de tiempo y ya no me veréis", hasta: "En aquel día no me pediréis nada"
102. Sobre estas palabras del Señor: "En verdad, en verdad os digo: si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará", hasta éstas: "Otra vez dejo al mundo y me voy al Padre"
103. Desde lo que sigue: "Dícenle sus discípulos: Ahora hablas abiertamente", hasta éstas: "Mas tened confianza, porque yo he vencido al mundo"
104. Sobre las palabras siguientes: "Estas cosas dijo Jesús, y, levantados los ojos al cielo, exclamó: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti"
105. Desde estas palabras del Señor: "Para que tu Hijo te glorifique", hasta éstas: "Con la claridad que tuve en ti antes que fuese el mundo"
106. Acerca de esto que dice el Señor: "Manifesté tu nombre a los hombres", hasta: "Y creyeron que tú me enviaste".
107. Desde estas palabras de Jesús: "Yo ruego por ellos", hasta éstas: "Para que tengan mi gozo cumplido dentro de sí mismos"
108. Desde estas palabras de Jesús: "Yo les he comunicado tu doctrina", hasta éstas: "Para que ellos sean santificados en la verdad"
109. Sobre estas palabras: "Mas no ruego por éstos solamente, sino también por aquellos que por su palabra han de creer en mí"
110. Desde las palabras siguientes: "Para que todos sean", etc., hasta éstas: "Y los has amado como me has amado a mí".
111. Desde estas palabras del Señor: "Padre, quiero que donde yo estoy estén conmigo también aquellos que me has dado", hasta éstas: "Para que el amor que me has tenido a mí esté también en ellos"
112. Acerca de lo que sigue: "Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos", etc., hasta éstas: "Prendieron a Jesús y lo ataron"
113. Desde la lectura de estas palabras: "Y lo condujeron primeramente a Anas", hasta éstas: "Otra vez lo negó Pedro y al punto cantó el gallo"
114. Desde aquel pasaje: "Le conducen de Caifás al pretorio", hasta éste: "Para que se cumpliese lo que Jesús dijo, manifestando con qué muerte había de morir"
115. Desde esta frase: "Por segunda vez entró Pilato en el pretorio", hasta ésta: "Era Barrabás un ladrón"
116. Acerca de esto que sigue: "Entonces tomó Pilato a Jesús y lo azotó", hasta esto: "Tomaron a Jesús y lo sacaron"
117. Desde las palabras siguientes: "Y llevando a cuestas su cruz, salió para el lugar llamado de la Calavera", hasta éstas: "Respondió Pilato: Lo escrito, escrito"
118. Sobre estas palabras: "Los soldados, después de haberle crucificado, tomaron sus vestidos", etc.
119. Desde estas palabras que siguen: "Y esto es lo que hicieron los soldados", hasta éstas: "E inclinada la cabeza, entregó el espíritu"
120. Desde esto que sigue: "Los judíos, como era la Parasceve", etc., hasta esto: "No conocían aún la Escritura, que convenía que El resucitase de entre los muertos" ...
121. Desde esto que sigue: "Los discípulos volvieron otra vez a reunirse con les suyos", hasta esto: "Bienaventurados quienes no vieron y creyeron"
122. Desde esto que sigue: "Otras muchas señales hizo Jesús", hasta esto: "Y con ser tantos, no se rompió la red".
123. Desde lo que dijo Jesús: "Venid y comed", hasta: "Es619
124. Desde este pasaje: "Y habiendo dicho esto, le dice: Sígueme", hasta el final del evangelio

 

 

TRATADO 1

Comentario a Jn 1,1-5, predicado en Hipona el domingo 9 de diciembre de 406

Introducción. ¿Quién podrá tratar estos misterios como ellos son?

1. Estoy pensando en las palabras del Apóstol que acabamos de escuchar, que el hombre animal no comprende lo que es del Espíritu de Dios; y al darme cuenta de que en el presente auditorio de Vuestra Caridad inevitablemente habrá muchos que están a este nivel, y que sólo gustan las cosas en sentido carnal, sin poderse levantar todavía hasta su sentido espiritual, me entran fuertes dudas de qué palabras usar, con la ayuda de Dios, y cómo explicaros lo que se ha leído del evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios.

El hombre animal no comprende esto. ¿Qué hacer entonces, hermanos? ¿Nos callaremos? ¿Y para qué leerlo si luego viene el silencio? ¿Para qué oírlo si nadie lo explica? Y también, ¿para qué explicarlo si no hay quien lo entienda? Pero tengo una convicción: que algunos de los que estáis aquí entenderéis la explicación; es más, lo entendéis antes de explicarlo. Por eso no voy a defraudar a los que son capaces de entender, aun a riesgo de perder el tiempo con los demás. En último extremo contamos con la ayuda amorosa de Dios. Quizá así quedemos todos satisfechos, entendiendo cada uno hasta donde lleguen sus posibilidades, y el orador exponiendo hasta donde él puede. Porque ¿quién podrá hablar de estos misterios como ellos son? Me atrevo a decir más, hermanos míos: quizá ni el mismo Juan habló de estas realidades como son en sí, sino como le fue posible. Él es un hombre que habla de Dios. Inspirado por Dios, es verdad, pero sólo un hombre. Por estar inspirado pudo decir algo. Sin la inspiración no habría podido decir nada. Pero al ser un hombre inspirado, expresó no toda la realidad, sino aquella que es capaz de decir el hombre.

Juan, un monte alto

2. Era este Juan, queridos hermanos, era uno de aquellos montes de los que está escrito: Los montes reciban paz para tu pueblo, y los collados justicia. Montes son las almas grandes; collados, las pequeñas. Y reciben la paz los montes, para que puedan recibir la justicia los collados. ¿Qué justicia es ésta? La fe: El justo vive de fe. No podrían conseguir la fe estas almas más pequeñas, si las otras mayores, llamadas aquí montañas no fuesen iluminadas por la misma Sabiduría para con esta luz poder transmitir a las pequeñas lo que éstas sean capaces de entender. No podrán los collados vivir de la fe si los montes no reciben la paz. Desde estos montes se dijo a la Iglesia: Paz con vosotros. Fueron estos mismos montes los que, en su mensaje de paz a la Iglesia, no se separaron de aquel que es la fuente de su paz. Así se convirtieron en mensajeros de paz verdaderos, no fingidos.

Los montes que son escollos

3. Hay otros montes que son causa de naufragios. No se puede dirigir hacia ellos la nave sin estrellarse. ¡Con qué facilidad los navegantes, en peligro de naufragio, se dirigen urgentemente hacia la tierra divisada! Pero sucede a veces que esta tierra es la cima de un monte que oculta escollos en su base, y cuando uno impulsa la nave hacia el monte, queda atrapada en los escollos. Su final no ha sido el puerto, sino el lamento. Como éstos ha habido algunos montes de apariencia importante a los ojos humanos. Y luego dieron origen a cismas y herejías, dividieron la Iglesia de Dios. Pero no son éstos los montes de quienes se dijo: Los montes reciban paz para tu pueblo. ¿Cómo podrán recibir la paz quienes han roto la unidad?

Ascender, como Juan, de nuestra bajeza

4. Los que han recibido la paz para anunciársela al pueblo contemplaron la Sabiduría misma en cuanto la capacidad humana puede llegar a tocar lo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió. Y si no ascendió a corazón de hombre, ¿cómo ha ascendido al de Juan? ¿O no era hombre Juan? ¿Quizá será mejor decir que no ascendió a la mente de Juan, sino que fue su mente la que ascendió hasta esta sabiduría? Porque lo que asciende hasta el hombre es inferior a él; en cambio, si es la mente humana quien se eleva hasta ella está por encima del hombre. Se puede, sin embargo, hermanos, hablar así. Porque, si se puede decir que subió hasta la mente de Juan, en tanto ascendió hasta ella, en cuanto Juan no era hombre. ¿Qué quiere decir: Juan no era hombre? Que de alguna manera comenzaba a ser ángel. Sí, porque todos los santos son ángeles. Lo son porque anuncian a Dios. Por eso, a los de un nivel puramente carnal y animal, incapaces de comprender las cosas de Dios, ¿qué les dice el Apóstol? Cuando decís: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo», ¿acaso no sois hombres?¿Qué quería hacer de esos a quienes reprendía ser hombres? ¿Queréis saber qué quería hacer de ellos? Escuchad este salmo: Yo dije: «Sois dioses e hijos del Altísimo todos». A esto nos llama Dios, para que no nos quedemos en ser hombres. Pero nunca mejoraremos nuestra condición de hombres si antes no reconocemos que lo somos. En otras palabras, si de nuestra bajeza no ascendemos hasta aquella altura. No suceda que, por creernos algo, sin ser nada, no solamente no recibamos lo que aún no somos, sino que perdamos incluso lo que somos.

5. Hermanos, Juan era uno de estos montes y dijo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Había recibido la paz este monte, contemplaba la divinidad de la Palabra. ¿Cómo era este monte? ¿Qué altura tenía? Sobrepasaba todas las cimas de la tierra, sobresalía por encima de todas las regiones del aire, por encima de las alturas siderales, sobresalía por encima de los coros y las legiones de ángeles. Si no hubiera sobrepasado todo lo creado, no habría podido llegar a aquel mediante el cual se hizo todo. No podéis conocer lo que ha sobrepasado, sin saber adónde ha llegado. ¿Preguntas por el cielo y la tierra? Han sido hechos. ¿Preguntas por lo que hay en cielo y tierra? Con mucha más razón ha sido hecho también. ¿Preguntas por las criaturas de orden espiritual, los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, virtudes, principados? También ellas han sido hechas. Un salmo, después de enumerar todas las cosas, concluye: Dijo él y fueron hechas; mandó él y fueron creadas. Si dijo y fueron hechas, mediante la Palabra fueron hechas; pero, si mediante la Palabra fueron hechas, no pudo Juan llegar con su mente hasta donde dice: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios», a menos que trascendiera todas las cosas que mediante la Palabra fueron hechas. Entonces, ¿qué clase de monte es éste, qué excelsa su santidad, cuán elevada su altura entre aquellos montes que recibieron la paz para el pueblo de Dios, para que los collados puedan recibir la justicia?

Levantemos la mirada a este monte

6. Ved, pues, hermanos, si Juan no es de aquellos montes de los que hace un momento hemos cantado: Levanté mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio. Por tanto, hermanos míos, si queréis llegar a entender, levantad vuestros ojos a este monte, erguíos hacia el evangelista, erguíos hacia su pensamiento. Pero, porque estos montes reciben la paz y, por otra parte, no puede estar en paz quien pone su esperanza en el hombre, no elevéis vuestros ojos al monte, creyendo que vuestra esperanza debe descansar en un hombre, y decid «Levanto mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio», añadiendo en seguida: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Levantemos, pues, los ojos a los montes de donde nos vendrá el auxilio; pero no es en ellos donde debe reposar nuestra esperanza, pues los montes reciben lo que han de servirnos. Es, pues, en la fuente de donde les viene a ellos, donde nosotros debemos poner nuestra esperanza.

Porque las Escrituras son servidas mediante hombres, cuando levantamos nuestros ojos a las Escrituras, levantamos nuestros ojos a los montes de donde nos vendrá el auxilio; pero, porque eran hombres esos mismos que escribieron las Escrituras, no brillaban con luz propia, sino que la verdadera Luz era ese mismo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Monte era también aquel Juan Bautista que, para que nadie, por poner la esperanza en el monte, se cayese de quien ilumina los montes, dijo: «Yo no soy el Mesías», y él mismo declaró también: De su plenitud todos hemos recibido. Debes decir: «Levanto mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio», sin atribuir a los montes la ayuda que te viene, sino diciendo a continuación: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

7. Os he hecho esta observación, hermanos, para que al erguir vuestro corazón hacia las Escrituras cuando el Evangelio dejaba oír: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios», y lo demás que se ha leído, entendáis que habéis levantado los ojos a los montes. En efecto, si los montes no lo hubieran dicho, seríais incapaces de llegar a la fuente de estos pensamientos. De los montes, pues, os ha venido la ayuda, para que al menos lo hayáis oído; pero todavía no podéis entender lo que habéis oído. Invocad el auxilio del Señor, que hizo el cielo y la tierra, porque los montes han podido hablar, sin poder ellos mismos iluminar, porque ellos mismos, oyendo, han sido iluminados. Aquel Juan, hermanos, que se recostaba sobre el pecho del Señor, es quien nos ha dicho estas cosas. De esa fuente bebió él lo que después nos ha propinado. Pero ha propinado palabras; en cambio, la comprensión debes tomarla de donde había bebido el mismo que te dio a beber, para que levantes los ojos a los montes de donde te vendrá el auxilio, para de ahí recibir una copa, digamos; esto es, para que recibieras la palabra propinada; y, sin embargo, porque tu auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra, llenases tu corazón de la misma fuente de que él llenó el suyo. Y puesto que dijiste: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra», que lo llene quien puede hacerlo. Esto os digo, hermanos: que cada uno levante su corazón, según le alcance su capacidad para comprender lo que digo. Pero quizá podáis decir que mi persona os está mucho más presente que la de Dios. De ninguna manera. Dios está mucho más presente: yo me presento ante vuestros ojos; él rige vuestras conciencias. A mí dirigís vuestros oídos; a él dirigid vuestro corazón y ambos recibirán la plenitud. Vuestros ojos y vuestros sentidos corporales los fijáis en mí, mejor dicho, no en mí, yo no soy uno de aquellos montes, sino en el evangelio, en la persona del evangelista: el corazón, en cambio, elevadlo al Señor. Él lo llenará. Que cada uno lo eleve, fijándose en qué eleva y adónde lo eleva. ¿Qué quiero decir con esto? Que se fije a ver qué corazón levanta, puesto que lo levanta hacia el Señor, no sea que, antes de haberlo levantado, caiga oprimido por el peso del placer carnal. ¿Quizá os veis todos cargados con el peso de la carne? Esforzaos en purificar por la continencia lo que vais a elevar al Señor. Dichosos los limpios de corazón, porque ésos verán a Dios.

La palabra humana

8. Pero ¿qué valor tiene el sonido de las palabras: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios? También yo he pronunciado palabras al hablar. ¿Era como éstas la Palabra que estaba con Dios? Las palabras que yo he dicho, ¿no han desaparecido después de haberlas pronunciado? ¿Luego la Palabra de Dios habrá desaparecido también, tras haberse oído? ¿Cómo se hizo todo mediante ella, y sin ella nada se hizo? ¿Cómo se rige mediante ella lo que mediante ella fue creado, si sonó y pasó? ¿Qué clase de palabra, pues, es esta que se pronuncia y no pasa? Atienda Vuestra Caridad; se trata de algo importante.

A diario, cuando hablamos, las palabras se nos quedan en nada. A fuerza de sonar palabras y desaparecer, su valor se degrada y no nos parecen sino meras palabras. Pero hay en el hombre una palabra que permanece dentro, porque el sonido sale de la boca. Y hay otra palabra que realmente se pronuncia con el espíritu, lo que entiendes por medio del sonido, no el sonido mismo. Cuando yo digo «Dios», pronuncio una palabra. Bien breve es lo que he pronunciado: cuatro letras y una sílaba. ¿Acaso Dios es en total una sílaba de cuatro letras? ¿O quizá cuanto menos vale este sonido, tanto más precioso es lo que por él entendemos? ¿Qué ocurre en mi interior cuando yo digo «Dios»? He pensado en un ser supremo, que trasciende toda criatura mudable, carnal y animal. Y si yo te preguntase: «¿Dios es mudable o inmutable?», inmediatamente responderías: «Lejos de mí creer o pensar en Dios como mudable: Dios es inmutable». Tu alma, aunque pequeña, quizá carnal todavía, no pudo menos de responderme que Dios en inmutable, puesto que toda criatura es mudable. ¿De dónde te pudo venir la chispa que te ha iluminado este misterio, para responderme sin titubear que Dios es inmutable? ¿Qué hay en tu interior, cuando piensas en una sustancia viva, eterna, omnipotente, infinita, presente toda ella en todas partes, y no contenida por límites algunos? Cuando esto piensas, es la Palabra de Dios lo que hay en tu interior. ¿Es esto aquel sonido que consta de una sílaba y cuatro letras? Todo lo que se pronuncia y desaparece son sonidos, sílabas. La palabra que suena es la que pasa; pero la significada por el sonido está en el pensamiento de quien la dijo, permanece en la inteligencia de quien la ha oído, aunque desaparezcan las palabras.

La Palabra de Dios

9. Dirige tu espíritu a aquella palabra. Si tú puedes tener una palabra en tu interior, como un pensamiento nacido en tu mente, es como si tu mente alumbrara el pensamiento y allí está como un hijo de tu mente, como hijo de tu corazón. Primero, en tus adentros engendras el pensamiento de construir una obra, de edificar algo extenso. Ya ha nacido la idea, y la obra todavía no se ha realizado. Tú ya estás viendo lo que vas a hacer, pero los demás no la pueden admirar más que cuando la hayas realizado, cuando hayas levantado su mole, y cuando hayas plasmado y terminado la obra. Los hombres se fijan en el edificio, digno de admiración, y alaban la idea del constructor. Se admiran de lo que ven, y aman lo que no ven. ¿Quién puede ver el pensamiento? Si a partir de una gran obra alabamos el pensamiento humano, ¿quieres ver cómo es el pensamiento de Dios, que es el Señor Jesucristo, la Palabra de Dios? Fíjate en estos dos órdenes de cuerpos, el cielo y la tierra: ¿quién explicará con palabras la hermosura del cielo? ¿Quién explicará con palabras la fecundidad de la tierra? ¿Quién elogiará dignamente la variedad de los cambios climáticos? ¿Quién elogiará dignamente la fuerza de las semillas? Veis cuántas cosas me callo. No quiero recordar muchas y quedarme corto en comparación con las que podéis pensar. Por esta obra de arte, pues, caed en la cuenta de cómo será la Palabra mediante la que ha sido hecha. Pero no es ella sola la que ha sido hecha. En efecto, se ve todo esto, porque llegan hasta nuestros sentidos corporales. Mediante esa Palabra han sido hechos también los ángeles; mediante esa Palabra han sido hechos también los arcángeles, las potestades, los tronos, las dominaciones, los principados. Mediante esa Palabra se hizo todo. Deducid de aquí cómo será esta Palabra.

10. Alguien podrá replicarme ahora: «¿Y quién piensa esta Palabra?». No te imagines algo vulgar cuando oyes el nombre «palabra», ni pienses en las palabras que oyes a diario: «Ése dijo tales palabras»; «pronunció tales palabras»; «me cuentas tales palabras». De tanto pronunciar palabras, terminan por devaluarse. Pero cuando oyes: «En el principio existía la Palabra», cuidado con estimarla algo vulgar, como estás acostumbrado a pensar cuando sueles oír palabras humanas. Atención a lo que debes pensar: La Palabra era Dios.

El error de Arrio

11. Preséntese ahora no sé qué infiel arriano y diga que la Palabra de Dios ha sido hecha. ¿Cómo puede ser que la Palabra de Dios haya sido hecha, cuando es Dios quien hace todo mediante la Palabra? Si también la Palabra de Dios ha sido hecha, ¿mediante qué otra palabra lo ha sido? Y si afirmas que es así por ser la palabra de la Palabra mediante la que ésa se hizo, a ésta la llamo yo el Hijo único de Dios. Pero, si no la llamas palabra de la Palabra, admite que no ha sido hecha aquella por medio de la cual se hizo todo. En efecto, no es posible que se haga mediante sí misma aquella mediante la que se hizo todo. Cree, pues, al evangelista. Podía, en efecto, decir: «En el principio Dios hizo la Palabra», como Moisés dijo: «En el principio Dios hizo el cielo y la tierra», y enumera todas las cosas así: Dijo Dios «Hágase», y se hizo. Si dijo, ¿quién dijo? Dios, sí. ¿Y qué se hizo? Alguna criatura. Entre Dios que dice y la criatura hecha, ¿qué hay, mediante lo cual se hizo, sino la Palabra? Porque Dijo Dios: Hágase, y se hizo. Esta Palabra es inmutable. Aunque mediante la Palabra sean hechas las cosas mudables, ella es inmutable.

Ser recreado por la Palabra

12. No creas, pues, que ha sido hecha aquella mediante la que se hizo todo, no vayas a quedarte sin la restauración que nos viene mediante la Palabra mediante la que todo es restaurado. Efectivamente, has sido hecho mediante la Palabra. Pero es necesario ser recreado mediante la Palabra. Pero si tu fe acerca de la Palabra es falsa, no podrás ser recreado mediante la Palabra. Y si has tenido la suerte de ser hecho mediante la Palabra, por ti quedas deshecho. Y si por ti te deshaces, que te rehaga el que te hizo. Si por ti viene el degradarte, que te recree el que te creó. ¿Y cómo te recreará mediante la Palabra, si en algún aspecto piensas mal de la Palabra? El evangelista dice: «En el principio existía la Palabra», mas tú dices: En el principio fue hecha la Palabra. Él dice: «Todo se ha hecho mediante ella», mas tú dices que incluso la Palabra misma ha sido hecha. Podía haber dicho el evangelista: «En el principio fue hecha la Palabra»; pero ¿qué dice? En el principio existía la Palabra. Si existía, no fue hecha; así todo se haría mediante ella, y sin ella, nada. Si, pues, en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios, si no puedes comprender de qué se trata, espera a que crezcas. Él es alimento. Toma leche para nutrirte hasta que seas capaz de recibir el alimento.

Todo ha sido hecho por la Palabra

13. Y atención a lo que sigue: Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo, no vayáis a pensar que la nada es algo. Muchos, por una deficiente interpretación del texto «sine ipso factum est nihil» (sin ella la nada se hizo), piensan que la nada es algo. El pecado ciertamente no fue hecho por ella, y el pecado es la nada, evidentemente, y a la nada vuelven los hombres cuando pecan. Tampoco los ídolos han sido hechos por la Palabra. Tienen, es verdad, una apariencia humana, pero es el hombre el que ha sido hecho por la Palabra, puesto que la forma humana del ídolo no ha sido hecho por la Palabra; y así leemos en la Escritura: Sabemos que un ídolo no es nada. Luego esto no ha sido hecho por la Palabra. En cambio, sí lo han sido todos aquellos seres que tiene una naturaleza y que existen en la creación, tanto los que están fijos en el cielo y brillan en las alturas como los que vuelan bajo el cielo o se mueven en la naturaleza entera; toda criatura sin excepción. Lo diré más claro, para que lo entendáis, hermanos: desde el ángel hasta el último gusano. Entre las criaturas ¿hay algo más excelso que el ángel? ¿O algo inferior a un gusanillo? Pues bien, por quien ha sido hecho el ángel, por él mismo ha sido hecho el gusanillo. Pero al ángel le corresponde el cielo, y al gusano la tierra. Quien los creó, así lo ha dispuesto. Si hubiera puesto al gusano en el cielo, lo censurarías; si hubiera dispuesto que los ángeles brotasen de las carnes descompuestas, también lo censurarías; y, sin embargo, algo así hace Dios y no es censurable: todos los hombres, nacidos de la carne, ¿qué son sino gusanos? Pues hasta de los gusanos hace ángeles. Si el mismo Señor dice «Yo soy un gusano y no un hombre», ¿quién dudará afirmar lo que está escrito en el libro de Job: Cuánto más el hombre, ese montón de podredumbre, y el hijo del hombre, ese gusano?Primero llama al hombre una podredumbre y, a continuación, un gusano al hijo del hombre. Claro, como el gusano nace de la podredumbre, por eso llama al hombre podredumbre y gusano al hijo del hombre.

Mira lo que quiso hacerse por ti aquel que en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. ¿Por qué quiso hacerse esto por ti? Para darte un alimento de lactante a ti que no podías aún masticar. Así que éste y no otro, hermanos, es el sentido de esta frase: Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. Todas las criaturas han sido hechas por ella: la mayor y las más pequeñas; por su medio se hicieron las superiores y las inferiores, las espirituales y las corporales. Toda forma, cohesión, armonía de las partes, toda naturaleza que pueda tener número, peso y medida tienen su existencia sólo por medio de aquella Palabra, su origen en aquella Palabra creadora, a la que se le dice: Todo lo has dispuesto con medida, número y peso.

También los insectos son obra de Dios

14. Nadie, pues, os engañe cuando sufráis quizá el fastidio de las moscas. Porque el diablo se ha burlado de algunos, haciendo que caigan en el lazo por las moscas. Los cazadores de aves suelen poner moscas en los cepos, para que caigan las aves hambrientas. De igual manera el diablo ha engañado a éstos con las moscas. En cierta ocasión, alguien estaba molesto por las moscas y Manes lo vio con ese fastidio; él le dijo que no podía aguantar las moscas, que las aborrecía profundamente. Inmediatamente le dice Manes: «¿Quién las ha creado?». El otro, que estaba asqueado y lleno de odio hacia ellas, no tuvo valor para decir: «Dios las ha creado». Y eso que era católico. Enseguida Manes añadió: «Si Dios no las ha hecho, ¿quién las hizo?». «Sin duda, dijo él, supongo que el diablo hizo las moscas». Continúa Manes: «Si el diablo es el autor de la mosca, como veo que confiesas porque discurres con acierto, ¿quién es el autor de la abeja, que es un poco mayor que la mosca?». Y no se atrevió a decir que Dios hizo la abeja y no la mosca, puesto que son tan parecidas. Y de la abeja pasó a la langosta, y de ésta al lagarto, y del lagarto al pájaro, y del pájaro a la oveja, y de la oveja al buey, y del buey al elefante, y por fin llegó hasta el hombre. Y lo convenció de que el hombre no fue creado por Dios. Y así fue como este pobre hombre, asqueado de las moscas, acabó siendo una mosca atrapada por el diablo. Belcebú, en efecto, significa, según parece, «príncipe de las moscas»; de ellas está escrito: Las moscas muertas corrompen el ungüento perfumado.

¿Por qué nos molestan los insectos?

15. ¿A qué viene esto, hermanos? ¿Por qué he dicho estas cosas? Cerrad los oídos de vuestro corazón a todas las astucias del enemigo. Caed en la cuenta de que Dios lo ha hecho todo y puso a cada cosa en el lugar que le corresponde. ¿Cuál será la causa de que padezcamos muchos males de una criatura hecha por Dios? Que le hemos ofendido. Pero ¿acaso los ángeles sufren estas molestias? También nosotros podríamos quizá estar en esta vida exentos de este temor. De tu castigo no culpes al juez; culpa a tu delito. Por nuestra soberbia puso Dios esta criatura tan pequeña y despreciable, para que nos atormentase. Así, cuando el hombre, en su soberbia, se yergue frente a Dios, y cuando, mortal como es, siembra el terror entre otros mortales y, siendo hombre, no quiere reconocer como prójimo a otro hombre; cuando, en fin, se yergue sobre sí mismo, queda sometido bajo las pulgas. ¿Por qué te hinchas, humana soberbia? Un hombre te insultó y te hinchas de rabia. Tendrás que enfrentarte con las pulgas para poder dormir; reconoce quién eres. Ya sabéis, hermanos: Dios ha creado estos seres molestos para rendir nuestra soberbia. A aquel pueblo del Faraón, Dios pudo haberlo rendido con osos, leones o serpientes; les mandó moscas y ranas, para que las cosas más viles domasen la soberbia.

En la Palabra todo es vida

16. Por tanto, hermanos, todo, absolutamente todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. Pero ¿de qué modo se hizo todo mediante ella? Lo que ha sido hecho, en ella es vida. Puede también leerse así: Lo que ha sido hecho en ella, es vida. Luego todo es vida si utilizásemos esta lectura. ¿Hay algo que no haya sido hecho en ella? Ella es la Sabiduría de Dios. Dice el salmo: Todo lo hiciste con sabiduría. Si, pues, Cristo es la Sabiduría de Dios y el salmo dice: «Todo lo hiciste con sabiduría», todo ha sido hecho en él, así como lo ha sido por él. Entonces, queridos hermanos, si en él todo, y lo hecho en él es vida, resulta que la tierra es vida, y un leño es vida. Es verdad que decimos que el leño es vida, pero entendiendo que se trata del leño de la cruz, de donde nos brotó la vida. Incluso una piedra sería vida, según esto.

Pero no es acertado este modo de interpretar. Podríamos dar pie a que la inmunda secta de los maniqueos nos dijera astutamente que tienen alma una piedra y una pared y un trocito de cuerda y la lana y el vestido. Suelen disparatar ellos así. Y cuando se les hace frente y se los rechaza, citan a su modo la Escritura, diciendo: «¿Por qué se dijo entonces Lo que se hizo en ella, es vida?» Si todo ha sido hecho en ella, luego todo es vida». Que no te engañen; tú lee así: «Lo que ha sido hecho», haciendo una pausa aquí, y luego sigue: en ella es vida. ¿Cuál es el sentido de esta frase? La tierra fue creada. Pero la tierra en sí no es vida, sino que en la Sabiduría misma hay una idea o forma de orden espiritual, mediante la cual fue hecha la tierra. Esta idea sí es vida.

17. Me explicaré lo mejor que pueda a Vuestra Caridad. Un carpintero fabrica un arca. Primeramente tiene el arca en su imaginación, puesto que, si no la tuviese en ella, ¿cómo la iba a expresar construyéndola? Pero el arca está allí no como ella es, visible externamente. En el talento del artesano es invisible, y la realización la hará visible. Y ahora ya la tenemos construida; ¿acaso dejó de estar en el talento del carpintero? Ya es una obra realizada y sigue estando en la mente del artesano. Puede muy bien llegar a corromperse, y de nuevo hacer otra según el modelo de la que hay en la mente del artesano. Fijaos bien en el arca como idea artística y en el arca ya construida. Ésta no es vida; en cambio, la idea artística sí lo es, porque vive en el alma del artífice, donde está todo esto antes de su expresión externa.

De la misma manera, hermanos queridos, la Sabiduría de Dios, por la cual se hizo todo, contiene todas las cosas como una concepción artística, antes de fabricarlas. De aquí que lo realizado según esta concepción artística no por eso va a ser vida, sino que todo lo realizado es vida en ella. La tierra que ves, es tierra en la mente del artífice, y lo mismo el cielo y el sol y la luna. Todos están en la concepción del artífice. En su ser externo son cuerpos, y en la idea artística son vida. Tratad de comprenderlo de algún modo. Hemos dicho algo muy importante. No ha salido de mí ni ha venido por mi medio, que yo no soy importante; pero viene quien lo es. No he dicho yo estas cosas; yo soy pequeño. Para poder decirlas miro a aquel que no es pequeño. Comprenda cada uno como pueda, en cuanto pueda. Y quien no pueda, nutra el corazón hasta que pueda. ¿Cómo lo nutrirá? Nútralo con leche para llegar al alimento. No se aparte de Cristo nacido mediante la carne, hasta llegar a Cristo nacido de un único Padre, Palabra Dios con Dios, mediante la que se hizo todo, porque es esa vida que en aquélla es la luz de los hombres.

La vida es la luz de los hombres

18. Sigue, en efecto, esto: Y la vida era la luz de los hombres. De esta vida reciben los hombres la iluminación. Los animales no reciben la iluminación, porque los animales no tienen mentes racionales que puedan ver la sabiduría. En cambio, el hombre ha sido hecho a imagen de Dios, tiene mente racional mediante la que pueda percibir la sabiduría. Esa vida, pues, mediante la que todo se hizo, esta misma vida es la luz; no la luz de cualesquiera seres vivos, sino la luz de los hombres. Por eso dice poco después: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esa luz iluminó a Juan Bautista, ésta también a Juan Evangelista mismo. De esa misma luz estaba lleno quien dijo: No soy yo el Mesías, sino quien viene detrás de mí, la correa de cuyo calzado no soy digno de desatar. Por esta luz estaba iluminado quien dijo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Aquella vida, pues, es la luz de los hombres.

Sólo los limpios de corazón ven la Luz

19. Pero corazones quizá necios no pueden captar esta luz, porque los oprime el peso de sus pecados, para que no puedan verla. Pero no piensen que la luz está ausente, precisamente porque ellos no pueden verla. Ellos, en efecto, son tinieblas por sus pecados. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Es lo que ocurre, hermanos, con un ciego puesto al sol. El sol está presente, pero él está ausente para el sol. Esto es lo que sucede con todo el que tiene un corazón necio, injusto, impío o ciego. Presente está la sabiduría, pero para uno que es ciego es como si estuviera ausente de sus ojos. No porque ella no le acompañe, sino porque él está distante de ella. ¿Y qué ha de hacer éste? Purificarse hasta poder ver a Dios. Como si alguien tuviese ceguera por tener sucios y enfermos sus ojos, porque le ha caído polvo o por irritación o por el humo, y el médico le dijese: «Debes asear tu ojo de todo lo que le molesta, hasta que puedas ver con claridad». El polvo, la irritación ocular y el humo son los pecados y las injusticias. Quita de tu corazón todo esto y verás la sabiduría, porque está presente. Dios es la Sabiduría misma; y está escrito: Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios.

 

TRATADO 2

Comentario a Jn 1,6-14, predicado en Hipona, probablemente el domingo 16 de diciembre de 406

Trataré de daros mi propio alimento

1. Es bueno, hermanos, que, en lo posible, examinemos atentamente el texto de las Divinas Escrituras, máxime del santo evangelio, sin omitir pasaje alguno. Yo, según mi capacidad, trataré de alimentarme de esa fuente, y luego os serviré a vosotros el mismo alimento. Recuerdo que el pasado domingo se trató el párrafo primero, esto es: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. Lo que ha sido hecho es vida en ella, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Hasta aquí, creo, llegó el comentario. Recordadlo quienes asististeis, y los que no, creedme a mí y a quienes quisieron asistir. Ahora no estaría bien repetir todo lo anterior, por aquellos que tienen interés en oír lo que sigue; les resultaría pesado, si volvemos sobre lo anterior, omitiendo el pasaje siguiente. Quienes, pues, estuvieron ausentes hagan el favor de no exigir la explicación anterior; que escuchen, junto con quienes asistieron, lo que ahora vamos a explicar.

La cruz de cristo nos conduce a la estabilidad

2. Sigue: Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan. Lo anteriormente dicho, hermanos carísimos, se ha dicho sobre la inefable divinidad de Cristo y casi inefablemente. ¿Quién, en efecto, comprenderá: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios»? Y, para que por el uso diario de nuestras palabras no se te deprecie el nombre de «palabra», dice: Y la Palabra era Dios. Esta Palabra es la misma sobre la que el pasado día hemos hablado mucho. Quiera Dios que, después de tanto hablar, algo haya llegado a vuestros corazones. En el principio existía la Palabra. Es ella misma, es de idéntica manera, como es siempre, así es, no puede cambiarse; esto significa «es». A su siervo Moisés dijo este nombre suyo: Yo soy el que soy, y: El que es me ha enviado.

¿Quién, pues, captará esto, cuando todo lo que veis es mortal, cuando estáis viendo las mutaciones cualitativas no sólo de los cuerpos en el nacer, crecer, envejecer y morir, sino incluso las mutaciones del alma; cuando las diversas inclinaciones de la voluntad la llevan de un sitio para otro y hasta la dividen; cuando veis cómo los hombres son capaces de alcanzar la sabiduría si se acercan a su luz y a su calor, y cómo también pueden perderla si se alejan de ella por un afecto desordenado? Cuando, pues, veis que todo esto es mudable, ¿qué es lo que es, sino lo que trasciende todo lo que existe, pero cuyo ser es como si no existiera? ¿Y quién entenderá esto? ¿O quién, a fuerza de concentrar de algún modo todo el poder de su inteligencia, será capaz de llegar a tocar lo que realmente es? Y después de haberlo tocado, dentro de su capacidad, ¿quién será capaz de alcanzarlo? Es como si alguien divisara desde lejos su patria, pero un mar se interpusiera entre los dos: ve a dónde ir, pero ignora el camino. Así nos ocurre a nosotros: anhelamos alcanzar nuestra condición estable, donde el ser realmente es, porque seguirá siendo siempre lo que es; pero está por medio el mar de este mundo, por donde caminamos, aunque ya vemos a dónde caminamos. Muchos ni siquiera saben a dónde van. Pero para enseñarnos el camino, vino el mismo a quien queríamos ir. ¿Y qué hizo? Nos puso el leño con el que poder atravesar el mar. Nadie es capaz de pasar el mar de este mundo si no lo lleva la cruz de Cristo. A veces abraza al árbol de la cruz incluso el de ojos enfermos. Y quien de lejos no ve a dónde va, no se aparte de ella, y ella misma lo llevará.

3. Me gustaría, pues, hermanos míos, que penetrase esto en vuestros corazones: si queréis vivir una vida cristiana y fervorosa, uníos a Cristo en aquello que se hizo por nosotros. Así llegaréis a lo que él es y a lo que él era. Se acercó a nosotros hasta el punto de hacerse hombre. Y se hizo precisamente para servir de vehículo a los débiles, y que puedan atravesar el mar de este mundo y llegar a la patria. Allí no habrá necesidad de nave alguna, porque no hay mar que atravesar. Y mejor es no llegar a descubrir con la inteligencia el Ser por excelencia, permaneciendo unidos a la cruz de Cristo, que descubrirlo y despreciar la cruz de Cristo. Lo mejor de todo, si es posible, está en ver a dónde hay que ir, y mantenerse firmes en el vehículo que nos lleva.

Aquí llegaron aquellas almas grandes, llamadas montes, iluminadas con grandes resplandores por la luz de la justicia. Aquí llegaron y vieron aquello que es el Ser. Juan decía al verlo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Divisaron este misterio y, para llegar a lo que de lejos veían, no se apartaron de la cruz de Cristo, no menospreciaron la humildad de Cristo. Los pequeños, incapaces de entender esta realidad, que no se aparten de la cruz, de la pasión y de la resurrección de Cristo; llegarán a encontrarse con la realidad que no ven, conducidos en la misma nave que lleva a los que la ven.

La soberbia, gran obstáculo para llegar a Dios

4. Hubo algunos filósofos de este mundo y mediante la criatura buscaron al Creador, porque puede ser hallado mediante la criatura. Con toda claridad dice el Apóstol: Pues desde la constitución del mundo, mediante lo que ha sido hecho se percibe entendido lo invisible de él, también su fortaleza sempiterna y su divinidad, de forma que son inexcusables. Y sigue: Porque, aunque habían conocido a Dios. No dijo «por no haberlo conocido», sino: Porque, aunque habían conocido a Dios, no le glorificaron ni dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus proyectos y su insensato corazón se oscureció. ¿Por qué se oscureció? Sigue y dice con toda claridad: Pues, aunque decían que ellos eran sabios, fueron hechos estultos. Vieron a dónde había que llegar. Pero, ingratos hacia quien les dio lo que vieron, quisieron atribuirse lo que vieron y, hechos soberbios, perdieron lo que veían y, consiguientemente, se volvieron a los ídolos e imágenes y a los cultos de los demonios; a adorar a la criatura y despreciar al Creador. Estrellados ya, hicieron éstos esto; pero para estrellarse se ensoberbecieron; ahora bien, por haberse ensoberbecido dijeron que ellos eran sabios. Éstos, pues, de quienes dice Pablo: «los cuales, aunque habían conocido a Dios», han visto lo que dice Juan: que todo se hizo mediante la Palabra de Dios. En efecto, en los libros de los filósofos se encuentra también esto y que Dios tiene un Hijo unigénito, mediante quien todo existe. Pudieron ver «Lo que es», pero lo vieron de lejos. No quisieron mantener la condición baja de Cristo, nave en que llegarían seguros a lo que pudieron ver a lo lejos, y despreciaron la cruz de Cristo.

¿Tienes que atravesar el mar, y desprecias el madero? ¡Oh sabiduría orgullosa! Te mofas de Cristo crucificado; es él a quien veías de lejos: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios. Pero ¿por qué fue crucificado? Porque te era necesario el madero de su humildad, pues te habías hinchado de soberbia, habías sido arrojado lejos de aquella patria, el camino está interrumpido por el oleaje de este mundo y no hay por dónde se pase a la patria, si no te lleva el madero. ¡Ingrato! Te burlas del que ha venido a ti, para que regreses. Él se ha hecho camino, y esto por el mar. Anduvo en el mar precisamente para mostrar que en el mar hay camino. Pero tú, que no puedes andar en el mar como él, déjate llevar por la nave, déjate llevar por el madero: cree en el Crucificado y podrás llegar. Por ti ha sido crucificado, para enseñar humildad y porque, si viniera como Dios, no sería reconocido, ya que, si viniera como Dios, no vendría para esos que no podían ver a Dios. Por cierto, ya que está presente por doquier y ningún lugar lo contiene, no viene o se aleja en cuanto Dios. Entonces ¿cómo vino? Porque se presentó como hombre.

Un hombre anuncia al que es más que hombre

5. Porque, pues, era hombre de forma que en él se ocultaba Dios, ante él fue enviado un hombre importante, mediante cuyo testimonio se descubriese que era más que hombre. Y ¿quién es éste? Hubo un hombre. Y ¿cómo éste podría decir la verdad acerca de Dios? Enviado por Dios. ¿Cómo se llamaba? Su nombre era Juan. ¿Por qué vino? Este vino para testimonio, a dar testimonio de la luz, para que todos creyeran mediante él. ¿De qué clase era éste, para dar testimonio de la luz? ¡Algo grande, este Juan; mérito ingente, gran gracia, gran celsitud! Admíralo, sí, admíralo, pero como a un monte. Ahora bien, el monte está en tinieblas, si no se viste de luz. Admira, pues, a Juan sólo de forma que oigas lo que sigue —No era él la luz—, no sea que, por suponer que el monte es la luz, en el monte naufragues en vez de hallar solaz. Pero ¿qué debes admirar? El monte como monte. En cambio, yérguete hacia ese que ilumina el monte que está erguido para esto: para recibir, el primero, los rayos y comunicarlos a tus ojos. El, pues, no era la luz.

La luz iluminada

6. Así pues, ¿por qué vino? Sino para dar testimonio de la luz. ¿Por qué esto? Para que todos creyeran mediante él. ¿De qué luz daría testimonio? Era la luz verdadera. ¿Por qué añade verdadera? Porque al hombre iluminado también se le llama luz; pero luz verdadera es la que ilumina. Verdaderamente, también a nuestros ojos se les llama luceros; y, sin embargo, si o de noche no se enciende una lámpara o de día no sale el sol, en vano están abiertos estos luceros. Juan, pues, era también luz así, pero no la luz verdadera, porque, no iluminado, era tinieblas, mas la iluminación lo hizo luz. Sin ella seguía siendo tinieblas, como todos los impíos. De ellos habló el Apóstol, una vez que habían abrazado la fe: Otrora fuisteis tinieblas. Y ahora que ya han creído, ¿qué? Pero ahora, dice, luz en el Señor. Si no añadiera «en el Señor», no entenderíamos. Luz, dice, en el Señor; tinieblas erais al no estar en el Señor. Pues otrora fuisteis tinieblas: ahí no ha añadido «en el Señor». Tinieblas, pues, en vosotros; luz en el Señor. Así, ocurría con Juan: El no era la luz, sino para dar testimonio de la luz.

Juan, reflejo de la luz verdadera

7. Pero ¿dónde está es luz? Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Si a todo hombre, también a Juan mismo. Él, pues, iluminaba a ese por quien quería darse a conocer. Entienda Vuestra Caridad, pues venía a mentes débiles, a corazones maltrechos, a inteligencias legañosas. A esta cosa había venido. Y ¿cómo podría el alma ver lo que es perfectamente? Como sucede tantas veces, conocemos la salida del sol en un cuerpo bañado por sus rayos, ya que a él no lo podemos mirar. También quienes tienen maltrechos los ojos son idóneos para ver un muro iluminado y hecho patente por el sol o un monte o un árbol; o son idóneos para ver algo por el estilo. En objetos iluminados se les puede mostrar la salida de aquel astro que no están aptos todavía para ver.

Esto sucede con todos aquellos hombres a quienes Cristo vino. Ellos no eran capaces de descubrirlo; pero irradió sobre Juan, y a través de su testimonio, que insiste en no ser él quien irradia e ilumina, sino quien recibe los rayos de esa luz, se conoce al que ilumina, se conoce al que brilla, se conoce al que todo lo llena. ¿Quién es? El que ilumina, dice, a todo hombre que viene a este mundo. Si el hombre no se hubiera alejado de ahí, no tendría que ser iluminado. Pero ha de ser iluminado aquí, precisamente porque se apartó de ahí donde el hombre podía estar siempre iluminado.

Necesitamos la lámpara para ver el día

8. ¿Y qué decir ahora? Si vino hasta aquí, ¿dónde estaba? Estaba en este mundo. Estaba aquí y hasta aquí vino. Aquí estaba por la divinidad, hasta aquí vino mediante la carne porque, aunque estaba aquí por la divinidad, no podían verle los insensatos, ciegos e inicuos. Estos inicuos son las tinieblas de las que está dicho: La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. He aquí que ahora está aquí, aquí estaba, siempre está aquí y nunca se va, de ningún sitio se va. Es preciso que tengas con qué ver lo que nunca se te va; es preciso que no te vayas de ese que de ninguna parte se va; es preciso que no lo abandones, y no serás abandonado.

No caigas y nunca llegará para ti la caída de este sol. Tu caída será su ocaso. En cambio, si tú te mantienes, él está contigo. Pero no te mantuviste. Recuerda entonces de dónde te caíste, de dónde te arrojó el que cayó primero que tú. Porque no te precipitó por la fuerza o violentamente, sino por tu propia voluntad. Si no hubieras consentido en el mal, te habrías mantenido en pie y no habrías perdido tu luz. Pero ahora que ya has caído y tienes llagas en el corazón, que es el que tiene ojos para ver esta luz, ha venido a ti de tal forma que puedas verle, y se presentó como un hombre que busca el testimonio de otro hombre. Al hombre pide Dios el testimonio y Dios tiene por testigo a un hombre; tiene Dios por testigo a un hombre, pero por el hombre: ¡tan débiles somos! Mediante la lámpara buscamos el día, porque a Juan mismo se le ha llamado lámpara, pues dice el Señor: Él era la lámpara que ardía y lucía, y vosotros quisisteis gozar un momento de su luz. Yo, en cambio, tengo un testimonio mayor que Juan.

9. Muestra él, pues, que por los hombres quiso ser mostrado mediante una lámpara a la fe de los creyentes, para que mediante esa lámpara quedasen confundidos sus enemigos. Por cierto, esos enemigos que le tentaban y de cían: Dinos con qué poder haces esto. Replica: Os interrogaré yo también una sola cuestión. Decidme: el bautismo de Juan ¿de dónde procede: del cielo o de los hombres? Y se turbaron y dijeron entre ellos: Si decimos «Del cielo», va a decirnos: ¿Por qué, pues, no le creísteis? (porque Juan había dado testimonio de Cristo y había dicho: Yo no soy el Mesías, sino él). Si, en cambio, decimos «De los hombres», tememos al pueblo, no sea que nos apedree, porque tenían a Juan por profeta. Temían ser apedreados, pero más temían confesar la verdad. Por eso, su respuesta fue mentir a la verdad: La maldad se engañó a sí misma. Y respondieron: No sabemos. El Señor, al haberse cerrado ellos la puerta para su mal, fingiendo desconocer lo que sabían, tampoco se la abrió, porque no aldabearon. Está dicho, en efecto: Aldabead y se os abrirá. Y no solamente ellos no aldabearon para que se les abriese, sino que, negando, contra sí tapiaron la puerta. Y el Señor les contestó: Pues yo tampoco os digo con qué poder hago esto. Mediante Juan quedaron cubiertos de confusión y en ellos se cumplió: Preparé una lámpara para mi Cristo, vestiré de confusión a sus enemigos.

¿Como está Dios en el mundo?

10. En el mundo estaba, y el mundo se hizo mediante él. No supongas que estaba en el mundo como en el mundo está la tierra, en el mundo está el cielo, en el mundo están el sol, la luna y las estrellas, en el mundo están los árboles, los animales, los hombres. No así estaba él en el mundo. Entonces ¿cómo estaba? Como artífice que gobierna lo que ha hecho. Por cierto, no ha obrado como obra un artesano. El cofre que está fabricando el artesano está fuera de él, puesto en otro lugar. Y aunque él esté a su lado, se sitúa fuera del cofre que fabrica. Dios, en cambio, crea el mundo dentro de él, presente en todas partes, sin separarse de ninguna, y no está a un lado, como quien está moldeando un objeto cuando lo fabrica. Con su presencia majestuosa realiza Dios lo que realiza, con su presencia gobierna lo realizado. Así era su presencia en el mundo: la de alguien por cuyo medio el mundo ha sido realizado. Mediante él, en efecto, se hizo el mundo, mas el mundo no le conoció.

Doble sentido de «mundo»

11. ¿Qué significa «El mundo se hizo mediante él»? Se llama mundo al cielo, la tierra, el mar y a todo lo que hay en ellos. También mundo tiene otro sentido, el de los amadores del mundo: El mundo fue hecho mediante él, mas el mundo no le conoció. Por cierto, ¿acaso los cielos no han conocido a su Creador, o los ángeles no han conocido a su Creador, o los astros no han conocido a su Creador, a quien confiesan los demonios? Todo ha dado testimonio por doquier. Pero ¿quiénes no le han reconocido? Quienes, porque aman al mundo, reciben el nombre de mundo. En efecto, el amor hace que habitemos con el corazón. Ahora bien, su amor los hizo merecedores de llamarse lo mismo que habitaban. Así es como decimos: «Ésta es una mala casa»; «aquélla es una buena casa». Ni acusamos a las paredes en la mala ni las elogiamos en la buena. Es por sus habitantes por lo que llamamos buena o mala una casa. Y así sucede también con el mundo: son los que por su amor pueblan el mundo. ¿Quiénes son? Quienes aman el mundo; en efecto, con el corazón habitan en el mundo. Ciertamente, quienes no aman el mundo están en el mundo corporalmente, pero con el corazón habitan el cielo, como dice el Apóstol: Nuestra residencia está en los cielos. El mundo, pues, se hizo mediante él, mas el mundo no le conoció.

Los suyos no lo recibieron

12. Vino a lo suyo propio: propio porque mediante él se hizo todo esto. Mas los suyos no lo recibieron. ¿Quiénes son? Los hombres que ha hecho; los judíos, a quienes originariamente hizo estar sobre todas las naciones, porque las otras naciones adoraban ídolos y servían a los demonios; en cambio, ese pueblo había nacido de la raza de Abrahán. Éstos eran eminentemente suyos, también por ser incluso parientes por la carne que se dignó tomar. Vino a lo suyo propio, mas los suyos no lo recibieron. ¿No lo recibieron en absoluto, ninguno lo recibió? ¿Ninguno, pues, fue hecho salvo? Nadie, en efecto, será hecho salvo, sino quien reciba a Cristo que viene.

El Hijo único quiso tener muchos hermanos

13. Pero ha añadido: En cambio, a cuantos lo recibieron. ¿Qué les ha otorgado? ¡Gran benevolencia! ¡Gran misericordia! Único nació y no quiso permanecer solo. Muchos hombres, al no haber tenido hijos, una vez que se les pasa la edad, los adoptan y por decisión hacen lo que por naturaleza no pudieron; esto hacen los hombres. En cambio, si alguien tiene un hijo único, en él concentra todas sus alegrías, porque él solo poseerá todo y no tendrá a alguien que con él divida la herencia, dejándolo más empobrecido. Pero no es así como Dios obra. A su Hijo único en persona, al que había engendrado y mediante el que había creado todo, lo ha enviado a este mundo, para que él no estuviese solo, sino que tuviera hermanos adoptados. En efecto, nosotros somos no nacidos de Dios como el Unigénito, sino adoptados mediante éste. Él, en efecto, Unigénito, ha venido a aniquilar los pecados, esos pecados que nos enredaban, de forma que a causa de su impedimento no nos adoptase. A los que él deseaba hacer hermanos suyos, él mismo los soltó e hizo coherederos. En efecto, el Apóstol dice así: Ahora bien, si hijo, también heredero, mediante Dios. Y también: Herederos, sí, de Dios; por otra parte, coherederos de Cristo. Porque su herencia no deviene estrecha, incluso si muchos la poseyesen, no ha temido tener coherederos. Ciertamente, poseedor él, ellos mismos son hechos heredad de él y él es hecho, a su vez, heredad de ellos. Oye cómo ellos son hechos herencia de él: El Señor me ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré en herencia tuya las naciones». Él ¿cómo es hecho heredad de ellos? Dice en un salmo: El Señor, lote de mi heredad y de mi copa. ¡Poseámosle nosotros y poséanos él! Poséanos como Señor; poseámosle como salvación, poseámosle como luz. ¿Qué, pues, ha dado a quienes lo recibieron? Les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios a esos que creen en su nombre. Así podrán abrazarse al madero y atravesar el mar.

El nacimiento de los nuevos hijos

14. Y ¿cómo nacen ésos? Éstos, porque son hechos hijos de Dios y hermanos de Cristo, nacen realmente porque, si no nacen, ¿cómo pueden ser hijos? Ahora bien, los hijos de hombres nacen de la carne y de la sangre, por voluntad de un varón y de la unión conyugal. Aquéllos, en cambio, ¿cómo le nacen? Los cuales no de las sangres, de la del varón y la de la mujer, digamos. Sanguines (sangres) no es latino. Pero, porque en griego está en plural, el que traducía prefirió poner así, hablar de modo menos latino, digamos, según los gramáticos, y empero explicar la verdad según el oído de los débiles. En efecto, si dijera «sangre», en singular, no explicaría lo que quería, pues que los hombres nacen de las sangres del varón y de la mujer. Hablemos así nosotros, no temamos las férulas de los gramáticos, con tal que empero lleguemos a la verdad sólida y por entero cierta. Reprende quien entiende, ingrato porque ha entendido. No de las sangres ni de voluntad de la carne ni de voluntad de varón. En vez de mujer ha puesto «carne» porque, cuando fue hecha de una costilla, Adán dijo: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne», y el Apóstol afirma: Quien ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie odió jamás su carne. En vez de esposa, pues, se pone «carne» como a veces «espíritu» en vez de marido. ¿Por qué? Porque éste rige, aquélla es regida; aquél debe mandar, ésta servir. Efectivamente, cuando la carne manda y el espíritu está sometido, la casa está trastocada. ¿Qué hay peor que una casa donde la mujer tiene el mando sobre el varón? En cambio, una casa está en orden cuando el varón manda, la mujer obedece. En orden, pues, está el hombre mismo cuando el espíritu manda, la carne sirve.

Nosotros nacemos de Dios y Dios nace de los hombres

15. Éstos, pues, nacieron no de voluntad de la carne ni de voluntad de varón, sino de Dios. Ahora bien, para que los hombres nacieran de Dios, primeramente nació de ellos Dios, pues Cristo es Dios y Cristo nació de los hombres. Ciertamente, nacido de Dios para que mediante él fuésemos hechos, y nacido de mujer para que mediante él fuésemos rehechos, en la tierra no buscó sino madre, porque ya tenía Padre en el cielo. No te asombres, pues, oh hombre, de que por gracia seas hecho hijo, porque de Dios naces según su Palabra. La Palabra misma quiso primero nacer de hombre, para que tú tuvieras la seguridad de nacer de Dios y te dijeras: «Por algo quiso Dios nacer de hombre, porque en algo me estimó para hacerme inmortal y nacer él mortalmente por mí». Por eso, tras haber dicho: «Nacen de Dios», como para que no nos asombrásemos y horrorizásemos de gracia tan inmensa, que nos pareciera increíble que de Dios hayan nacido hombres, como dándote seguridad añade: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. ¿Por qué, pues, te asombra que los hombres nazcan de Dios? Vuelve tu mirada a Dios mismo nacido de los hombres: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

La carne te había cegado y la carne te sana

16. En verdad, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, del nacimiento mismo hizo un colirio con que se limpiasen los ojos de nuestro corazón y pudiéramos ver su majestad mediante su humildad. Por eso se hizo carne la Palabra y habitó entre nosotros. Sanó nuestros ojos. ¿Y qué sigue? Y vimos su gloria. Nadie podría ver su gloria si no lo curase la humildad de la carne. ¿Por qué no podíamos ver? Atienda, pues, Vuestra Caridad y ved lo que digo. Al hombre le había caído al ojo una especie de polvo, le había caído tierra, había herido seriamente su ojo, no podía ver la luz. Ahora, a este ojo seriamente herido se aplica un ungüento. Tierra lo había herido seriamente y, para que sea sanado, se envía allí tierra, pues todos los colirios y medicamentos no son nada, sino de la tierra. Por el polvo te cegaste, por el polvo eres sanado; la carne, pues, te había cegado, la carne te sana. En efecto, carnal se había hecho el alma por consentir con los afectos carnales; por eso se había cegado el ojo del corazón. La Palabra se hizo carne: este médico te hizo un colirio. Y, porque vino de forma que con la carne extinguiera los vicios de la carne y con la muerte matase a la muerte, por eso ha sucedido en ti que, porque la Palabra se hizo carne, tú puedes decir: Y vimos su gloria. ¿Qué gloria? ¿La de hacerse Hijo del hombre? Ésta es su humildad, no su gloria. Pero ¿hasta dónde fue llevada la vista del hombre, curada mediante la carne? Vimos, dice, su gloria, gloria como de Hijo único nacido del Padre, lleno de gracia y verdad. De la gracia y la verdad trataremos más ampliamente, con el favor del Señor, en otro lugar del evangelio mismo. Ahora baste esto y dejaos edificar en Cristo, robusteceos en la fe, vigilad con obras buenas y no os apartéis del leño mediante el que podáis atravesar el mar.

 

 

TRATADO 3

Comentario a Jn 1,15-18, predicado en Hipona, en diciembre ¿el domingo 23?

Introducción al tema de la gracia

1. Porque la gracia y verdad de Dios, lleno de la cual apareció a los santos el unigénito Hijo, Señor y Salvador nuestro, Jesucristo, es cosa del Nuevo Testamento, asumí en nombre del Señor y prometí a Vuestra Caridad distinguirla del Antiguo Testamento. Asistid, pues, atentos, para que Dios me dé en la medida en que comprendo, y oigáis en la medida en que comprendéis. Por cierto, si, tras sumarse la lluvia de las exhortaciones cotidianas y vuestros planes buenos, que en el corazón hacen lo que los rastrillos en el campo —que la gleba se rompa, la semilla quede cubierta y pueda germinar—, las aves no se llevan ni las espinas sofocan ni el calor agosta la semilla que se esparce en vuestros corazones, faltará aún que deis fruto del que goce y se alegre el agricultor. Pero, si a cambio de la buena semilla y de la buena lluvia producimos no fruto, sino espinas, no se acusará a la semilla ni se incriminará a la lluvia, sino que a las espinas se les prepara el fuego debido.

El peso de la Ley antigua

2. Somos hombres cristianos, de lo cual no creo que haya que persuadir largo tiempo a Vuestra Caridad; y, si cristianos, pertenecientes a Cristo, según indica, sí, el nombre mismo. Llevamos en la frente su señal y de ella no nos ruborizamos si la llevamos también en el corazón. Esta señal es su humildad. Los magos lo conocieron mediante una estrella, y esta señal celeste y preclara venía del Señor. Quiso que en la frente de los fieles su señal fuese no una estrella, sino su cruz. Por ser humillado, fue glorificado. Levantó a los humildes de donde él descendió humillándose. Nosotros pertenecemos al Evangelio, pertenecemos al Nuevo Testamento. La Ley se dio mediante Moisés, pero la gracia y la verdad acontecieron mediante Jesucristo.

Preguntemos al Apóstol y nos dirá que no estamos bajo ley, sino bajo gracia. Envió, pues, Dios a su Hijo, hecho de mujer, hecho bajo ley, para redimir a los que estaban bajo ley, para que recibiéramos la adopción de hijos. He aquí que Cristo vino para redimir a los que estaban bajo ley, para que ya no estemos bajo ley, sino bajo gracia. ¿Quién, pues, dio la Ley? Dio la Ley el mismo que dio la gracia; pero envió la Ley mediante un siervo, con la gracia descendió él en persona. ¿Y por qué los hombres estaban bajo el peso de la Ley? Por no cumplirla. En efecto, quien cumple la Ley está no bajo la ley, sino con la Ley; a quien, en cambio, está bajo la Ley, la Ley no lo levanta, sino que lo oprime. Así pues, a todos los hombres constituidos bajo la Ley, los hace reos la Ley y la tienen sobre su cabeza para delatar los pecados, no para quitarlos. La Ley, pues, ordena; el dador de la Ley se compadece mediante lo que la Ley preceptúa. Empeñados los hombres en cumplir con sus fuerzas lo que la Ley ha preceptuado, por su temeraria e impulsiva presunción misma han caído y no están con la Ley, sino que se han hecho reos bajo la Ley. Y, porque no podían cumplir la Ley con sus fuerzas, hechos reos bajo la Ley, imploraron el auxilio del Libertador y el reato de la Ley produjo enfermedad a los soberbios. La enfermedad de los soberbios se trocó en confesión de los humildes. Ya confiesan los enfermos estar enfermos: venga el médico y sane a los enfermos.

Jesús, ejemplo de paciencia

3. ¿Quién es el médico? Nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién es nuestro Señor Jesucristo? El que vieron aun quienes lo crucificaron. El que fue arrestado, abofeteado, azotado, embadurnado de esputos, coronado de espinas, suspendido en una cruz, muerto, herido por la lanza, bajado de la cruz, colocado en un sepulcro, ése es nuestro Señor Jesucristo, simple y llanamente él en persona, y él mismo es el entero médico de nuestras heridas, el crucificado aquel a quien se insultó, colgado el cual, los perseguidores sacudían la cabeza y decían: Si es Hijo de Dios, baje de la cruz. Ese mismo es nuestro entero médico, simple y llanamente ése mismo. ¿Por qué, pues, no mostró a los que le insultaban que él en persona era el Hijo de Dios? Y, ya que consintió ser levantado a la cruz, ¿por qué, al menos cuando le gritaban: «Si es Hijo de Dios, baje de la cruz», no les demostró, bajando, que él era el verdadero Hijo de Dios, de quien habían tenido la osadía de burlarse? No quiso. ¿Por qué no quiso? ¿Acaso porque no pudo? Simple y llanamente pudo. En efecto, ¿qué es más, bajar de la cruz o levantarse del sepulcro? Pero soportó a los insultantes, porque la cruz fue aceptada no como prueba de poder, sino como ejemplo de paciencia. Curó tus llagas allí donde soportó largo tiempo las suyas; te sanó de la muerte eterna allí donde se dignó morir temporalmente. Y ¿murió o, más bien, la muerte murió en él? ¿Qué clase de muerte es la que mata la muerte?

La Palabra es luz y vida

4. Sin embargo, ese al que se veía y se le sujetaba y crucificaba, ¿era nuestro Señor Jesucristo entero? ¿Acaso ése mismo es, entero, esto? Sí, es él mismo; pero lo que vieron los judíos no es todo él, no es esto Cristo entero. ¿Y qué es? En el principio existía la Palabra. ¿En qué principio? La Palabra estaba con Dios. ¿Qué clase de Palabra? Y la Palabra era Dios. ¿Acaso esta Palabra ha sido quizá hecha por Dios? No, pues Ésta estaba en el principio con Dios. ¿Qué, pues? ¿Las otras cosas que ha hecho Dios no son similares a la Palabra? No, porque Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. ¿Cómo se hizo todo mediante ella? Porque lo que se hizo, era vida en ella y antes de ser hecho era vida. Lo que ha sido hecho no es vida; pero en el ingenio artístico, esto es, en la Sabiduría de Dios, era vida antes de ser hecho. Lo que ha sido hecho, pasa; lo que existe en la Sabiduría, no puede pasar. En ella, pues, era vida lo que se hizo. ¿Y qué clase de vida? Porque el alma también es la vida del cuerpo: nuestro cuerpo tiene su vida y, cuando la pierde, es la muerte del cuerpo. ¿Era, pues, de esta clase aquella vida? No, sino que la vida era la luz de los hombres. ¿Acaso la luz de los ganados? Porque esta luz es tanto de los hombres como de los ganados. Hay cierta luz de los hombres. Veamos en qué distan de los ganados los hombres, y entonces entenderemos qué es la luz de los hombres. No distas del ganado sino por la inteligencia: no te enorgullezcas de otras diferencias. ¿Presumes de fuerzas?; te vencen las bestias. ¿De velocidad presumes?; te vencen las moscas. ¿Presumes de belleza?; ¡cuánta belleza hay en las plumas del pavo real! ¿A qué se debe, pues, que seas mejor? A la imagen de Dios. ¿Dónde está la imagen de Dios? En la mente, en la inteligencia. Si, pues, eres mejor que el ganado, precisamente porque tienes mente con la que en tiendas lo que el ganado no puede entender, y, por otra parte, eres hombre por ser más perfecto que el ganado, la luz de los hombres es la luz de las mentes. La luz de las mentes está sobre las mentes y excede a todas las mentes. Esto era aquella vida mediante la que todo se hizo.

La luz brilla en las tinieblas

5. ¿Dónde estaba? ¿Estaba con el Padre y aquí no estaba? O, lo que es totalmente verdadero, ¿estaba con el Padre y aquí estaba? Si, pues, estaba aquí, ¿por qué se veía? Porque la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Oh hombres, no seáis tinieblas, no seáis infieles, injustos, inicuos, ladrones, avaros, amantes del mundo: éstas son las tinieblas. La luz no está ausente, pero vosotros estáis ausentes de la luz. Un ciego, al sol, tiene presente al sol, pero él mismo está ausente del sol. No seáis, pues, tinieblas. Efectivamente, la gracia de que voy a hablaros es quizá ésta: que no seamos ya tinieblas y el Apóstol nos diga: «Pues otrora fuisteis tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor. Porque, pues, la luz de los hombres, esto es, la luz de las mentes, no se veía, era necesario que de la luz diera testimonio un hombre no tenebroso, sino ya iluminado. Sin embargo, no por estar iluminado era por eso la luz misma, sino para dar testimonio de la luz. Porque él no era la luz. ¿Y cuál era la luz? Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. ¿Y dónde estaba ésa? Estaba en este mundo ¿Y cómo estaba en este mundo? ¿Acaso como esta luz del sol, de la luna, de las antorchas, así está también en el mundo esa luz? No, porque el mundo se hizo mediante él, y el mundo no lo conoció; esto es: La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. El mundo es, en efecto, las tinieblas, porque el mundo son los amantes del mundo. Por cierto, ¿acaso la criatura no ha reconocido a su Creador? El cielo ha dado testimonio mediante la estrella; ha dado testimonio el mar, transportó al Señor que caminaba; han dado testimonio los vientos, se calmaron a su mandato; ha dado testimonio la tierra, se estremeció, crucificado él. Si todos estos elementos han dado testimonio, ¿cómo el mundo no lo conoció, sino porque el mundo son los amantes del mundo, que con el corazón habitan el mundo? Y es malo el mundo, porque son malos los habitantes del mundo, como mala es una casa: no las paredes, sino quienes viven dentro.

Ser hijos de Dios

6. Vino a lo propio, esto es, a lo suyo, y los suyos no le recibieron. Pero queda una esperanza, sí, y es que a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios. Si son hechos hijos, nacen; si nacen, ¿cómo nacen? No de la carne, no de las sangres ni de voluntad de la carne ni de voluntad de varón, sino que nacieron de Dios. Alégrense de haber nacido de Dios; presuman de pertenecer a Dios; tomen la prueba de que han nacido de Dios: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Si la Palabra no se ruborizó de nacer de hombre, ¿ruborizarán los hombres de nacer de Dios? Ahora bien, porque hizo esto, curó; porque curó, vemos. En efecto, esta Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros, se hizo nuestra medicina para que, porque la tierra nos cegaba, fuésemos sanados gracias a la tierra y, sanados, viéramos ¿qué? Responde: Y vimos su gloria, gloria como de Hijo único nacido del Padre, lleno de gracia y de verdad.

El engendrado antes del lucero

7. Juan da testimonio de ése mismo y clama, diciendo: Éste es de quien dije: El que viene detrás de mí ha sido hecho antes de mí. Viene detrás de mí, pero me precedió. ¿Qué significa ha sido hecho delante de mí? Me precedió. No que haya sido hecho antes que yo fuese hecho, sino que ha sido antepuesto a mí. Esto significa «Ha sido hecho antes de mí». ¿Por qué ha sido hecho antes de ti, si ha venido después de ti? Porque estaba primero que yo. ¿Antes que tú, Juan? ¿Qué hay de extraordinario en él, para estar antes que tú? Bien, ya que tú das testimonio de él, oigamos sus palabras: Y antes de Abrahán existo yo. Pero también Abrahán surgió en medio del género humano: muchos delante de él, muchos detrás de él. Oye la voz del Padre al Hijo: Te engendré antes del lucero. Quien ha sido engendrado antes del lucero, ése ilumina a todos. Por cierto, a un quídam que cayó se le ha llamado Lucero (Lucifer), pues era ángel y se hizo diablo y de él dijo la Escritura: Cayó el lucero que salía de mañana. ¿Por qué lucero? Porque brillaba iluminado. Ahora bien, ¿por qué se hizo tenebroso? Porque no permaneció en la verdad. Aquél, pues, es antes del lucero, antes de todo iluminado, puesto que es necesario que, antes que todo iluminado, exista ese por quien son iluminados todos los que pueden ser iluminados.

Primera gracia: la fe

8. Por eso sigue esto: Y de su plenitud recibimos todos nosotros. ¿Qué recibisteis? Y gracia por gracia. Así, en efecto, son las palabras evangélicas, comparadas con los códices griegos. No afirma: «Y de su plenitud recibimos todos nosotros gracia por gracia», sino que afirma así: Y de su plenitud todos nosotros recibimos, y gracia por gracia. No entiendo qué ha querido dar a entender con la expresión «haber recibido de su plenitud y además gracia por gracia». Recibimos, en efecto, de su plenitud, primero gracia, y nuevamente recibimos gracia, gracia por gracia.

¿Qué gracia recibimos primero? La fe. Quienes andamos en la fe andamos en la gracia. Por cierto, ¿cómo merecimos esto?, ¿con qué méritos nuestros precedentes? Nadie se envanezca, regrese a su conciencia, busque las tinieblas de sus pensamientos, repase la historia de su vida; fíjese no en lo que él es, si ya es algo, sino en lo que ha sido para ser algo: hallará que él no había sido digno sino de castigo. Si, pues, fuiste digno de castigo y vino no aquel que castigaría los pecados, sino que perdonaría los pecados, se te ha dado una gracia, no se te ha pagado un salario. ¿Por qué se llama gracia? Porque se da gratis, pues no has comprado con méritos precedentes lo que has recibido. El pecador, pues, ha recibido esta primera gracia: que fueran perdonados sus pecados. ¿Qué ha merecido? Interrogue a la justicia; como respuesta encontrará «castigo»; interrogue a la misericordia; como respuesta hallará «gracia». Pero Dios había prometido también esto mediante los profetas. Por eso, cuando vino a dar lo que había prometido, dio no sólo la gracia, sino también la verdad. ¿Cómo se ha manifestado la Verdad? Porque se ha hecho lo que se prometió.

Una gracia por otra gracia

9. ¿Qué significa, pues, gracia por gracia? La fe nos hace acreedores de Dios y se llama gracia porque, quienes no éramos dignos de recibir el perdón de los pecados, recibimos, indignos, tan gran don. ¿Qué significa «gracia»? Dada gratis. ¿Qué significa «dada gratis»? Regalada, no pagada. Si se debía, es salario pagado, no gracia regalada. Ahora bien, si realmente se debía, fuiste bueno. Si, en cambio, como es verdad, fuiste malo, pero has creído en el que justifica al impío —¿qué significa «que justifica al impío»?,convertir en piadoso al impío—, piensa qué debía amenazarte mediante la Ley y qué has conseguido mediante la gracia. Ahora bien, tras conseguir esta gracia de la fe, eres un justo por la fe, pues el justo vive por la fe, y viviendo de la fe te harás acreedor de Dios; cuando viviendo de la fe te hayas hecho acreedor de Dios, recibirás como premio la inmortalidad y la vida eterna. También ésta es gracia, porque ¿en virtud de qué méritos recibes la vida eterna? Por gracia. Sin duda, si la fe es gracia y la vida eterna es como un salario de la fe, parece realmente que Dios otorga la vida eterna como debida —¿debida a quién?, al fiel, porque mediante la fe se ha hecho acreedor a ella—; pero, porque la fe es gracia, también la vida eterna es gracia por gracia.

Segunda gracia: la vida eterna

10. Oye al apóstol Pablo confesar la gracia y después exigir lo debido. ¿Cuál es en Pablo la confesión de la gracia? Yo que primeramente fui blasfemo y perseguidor e injurioso; pero he conseguido, dice, misericordia. Ha dicho que era indigno de conseguirla, pero que la ha conseguido no por sus méritos, sino por la misericordia de Dios. Óyele reclamar ya lo debido, él, que primeramente había recibido la gracia inmerecida: Pues yo, dice, soy inmolado ya, y el tiempo de mi partida es inminente. He combatido noblemente mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me está reservada la corona merecida. Ya reclama lo debido, ya exige lo debido. Efectivamente, ve tú las palabras siguientes: Con que el Señor, justo juez, me premiará aquel día. Para recibir antes la gracia, tenía necesidad de un Padre misericordioso; para recibir el premio de la gracia, necesita un justo juez. Quien no condenó al impío, ¿condenará al fiel? Pero si bien lo piensas, él ha dado primeramente la fe con que te has hecho acreedor a él, pues no se debe a ti el haberte tú hecho acreedor a que se te debiera algo. Porque, pues, otorga después el premio de la inmortalidad, corona sus dones, no tus méritos.

De su plenitud, pues, hermanos, todos hemos recibido: de la plenitud de su misericordia, de la abundancia de su bondad hemos recibido ¿qué? La remisión de los pecados, para quedar justificados por la fe. ¿Y qué más? Y gracia por gracia, es decir, por esta gracia en que vivimos de fe, recibiremos otra. ¿Qué empero, sino gracia? Porque, si digo que también esto se me debe, me asigno algo como si se me debiera. Pero no es así. Dios en nosotros corona los dones de su misericordia, pero si caminamos perseverantemente en esa gracia primera que hemos recibido.

Culpables bajo la antigua ley

11. Pues mediante Moisés fue dada la ley que los declaraba culpables. ¿Qué dice el Apóstol? La ley penetró subrepticiamente para que abundara el delito. Para esto servía a los soberbios: para que abundara el delito. En efecto, estaban muy pagados de sí mismos y confiaban mucho, digámoslo así, en sus fuerzas. Pero no podían cumplir la justicia si no ayudaba quien la había prescrito. Dios, queriendo domar su soberbia, promulgó la Ley, como diciendo: «Ahí la tenéis, cumplidla. No vayáis a pensar que no hay quien la mande». No falta quien mande, pero falta quien cumpla.

Justificados en Cristo

12. Si, pues, falta quien cumpla, ¿por qué no cumple? Porque ha nacido con el mugrón del pecado y la muerte. Nacido de Adán, ha arrastrado consigo lo que ahí se concibió. Cayó el primer hombre, y todos los que de él han nacido, de él han arrastrado la concupiscencia de la carne. Era preciso que naciese otro hombre que no ha arrastrado concupiscencia alguna. Hombre y hombre: hombre para la muerte, y hombre para la vida. Así dice el Apóstol: Porque ciertamente mediante un hombre la muerte, y mediante un hombre la resurrección de los muertos. ¿Mediante qué hombre la muerte, y mediante qué hombre la resurrección de los muertos? No te apresures; el texto sigue diciendo: Pues como en Adán todos mueren, así también todos serán vivificados en el Mesías. ¿Quiénes pertenecen a Adán? Todos los que han nacido de Adán. ¿Quiénes a Cristo? Todos los que han nacido mediante Cristo. ¿Por qué todos en pecado? Porque todos, sin excepción, descienden de Adán. Ahora bien, que nacieran de Adán fue necesario por condena; nacer mediante Cristo es voluntario y gratuito. No se fuerza a los hombres a nacer mediante Cristo; de Adán han nacido, no porque quisieron. Sin embargo, todos los que han nacido de Adán son pecadores con pecado; todos los que han nacido mediante Cristo, justificados y justos son, no en sí, sino en él. Efectivamente, si preguntas por el sentido de «en sí», son de Adán; si preguntas por el sentido de «en él», son de Cristo. ¿Por qué? Porque el Señor nuestro Jesucristo, cabeza, no vino con el mugrón del pecado, aunque vino con carne mortal.

La muerte liberadora de Cristo

13. La muerte era pena de los pecados. En el Señor era regalo de misericordia, no pena del pecado, pues el Señor no tenía nada por lo que muriera justamente. Dice él mismo: Mirad que llega el príncipe de este mundo y no encuentra nada en mí. «¿Por qué entonces mueres?». Pero para que todos sepan que cumplo la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí. No tenía él por qué morir, y murió; tú tienes por qué, ¿y te niegas a morir? Dígnate padecer con ánimo sereno por mérito tuyo lo que él se dignó padecer para liberarte de la muerte sempiterna. Hombre y hombre; pero aquél, solamente hombre; éste, Dios hombre. Aquél, hombre de pecado; éste, de justicia. Has muerto en Adán, resucita en Cristo, porque ambas cosas se te deben. Ya has creído en Cristo; pagarás empero lo que por Adán debes; mas las cadenas del pecado no te retendrán eternamente, porque la muerte temporal de tu Señor ha matado a tu muerte eterna. Ésta es la gracia, hermanos míos, ésta misma es también la verdad, porque ha sido prometida y mostrada.

La ley antigua y la medicina de Cristo

14. No existía ésa en el Antiguo Testamento, porque la Ley amenazaba, no ayudaba; mandaba, no sanaba; mostraba la enfermedad, no la quitaba; pero hacía preparativos para el médico que vendría con la gracia y la verdad, como un médico envía primeramente su criado a alguien a quien quiere curar, para encontrarlo atado. No estaba sano, no quería ser sanado y, para no ser sanado, se jactaba de estar sano. Fue enviada la Ley, lo ató; se reconoce reo, ya grita por la atadura. Viene el Señor, cura con medicamentos algo amargos y agrios. Dice, en efecto, al enfermo: «Soporta»; dice: «Aguanta»; dice: No ames el mundo, ten paciencia, cúrate el fuego de la continencia, aguanten tus heridas el bisturí de las persecuciones. Aunque atado, te asustabas. Él, libre y no atado, bebió lo que te daba; sufrió el primero para consolarte, como diciendo: «Sufro el primero por ti lo que temes padecer por ti». Ésta es la gracia. ¡Y gran gracia! ¿Quién la elogia dignamente?

La humildad de Cristo

15. De la humildad de Cristo hablo, hermanos míos, ¿Quién podrá hablar de la majestad y divinidad de Cristo? Me siento totalmente incapaz de hablar y explicar de algún modo la humildad de Cristo. Por eso, más que satisfacer a mis oyentes, lo encomiendo a vuestra meditación. Meditad en la humildad de Cristo. Pero ¿quién nos la explicará, preguntas, si tú te callas? Que sea él quien interiormente os hable. Sabe mejor expresarlo quien habita dentro que quien grita fuera. Que os descubra la gracia de su humildad quien ha comenzado a habitar en vuestros corazones. Pero, si fallo en explicar debidamente su humildad, ¿quién podrá hablar de su majestad? Si nos conturba «la Palabra hecha carne», ¿quién explicará: «En el principio existía la Palabra»? Mantened, pues, hermanos, esta solidez.

La Ley y la gracia

16. La Ley fue dada mediante Moisés, la gracia y la verdad acontecieron mediante Jesucristo. La Ley fue dada mediante un siervo, hace reos; la indulgencia fue dada mediante el Emperador, libró a los reos. La Ley fue dada mediante Moisés. Que el siervo no se atribuya más de lo realizado mediante él. Elegido para un servicio importante, como siervo leal en la casa, pero siervo al fin, puede obrar según la Ley, pero no puede librar del reato de la Ley. La Ley fue dada mediante Moisés, la gracia y la verdad acontecieron mediante Jesucristo.

Nadie ha visto a Dios

17. Y, quizá para que alguien no diga: «Y la gracia y la verdad ¿no acontecieron mediante Moisés, que vio a Dios?», inmediatamente ha añadido: Nadie ha visto nunca a Dios. Y ¿cómo se manifestó Dios a Moisés? Porque el Señor hizo una revelación a su siervo. ¿Qué Señor? Cristo en persona, que mediante un siervo envió por delante la Ley, para venir él mismo con la gracia y la verdad, pues nadie ha visto nunca a Dios. Y ¿cómo se mostró a aquel siervo, en la medida en que éste podía comprender? Afirma: pero un Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése mismo lo contó. ¿Qué significa «en el seno del Padre»? En lo íntimo del Padre. Dios, en efecto, no tiene seno, como nosotros tenemos en el vestido ni ha de pensarse que se sienta como nosotros ni quizá se ciñe para tener seno. Más bien, porque nuestro seno está dentro, a lo íntimo del Padre se le llama el seno del Padre. El que conoce al Padre en lo íntimo del Padre, ése mismo lo contó, porque nadie ha visto nunca a Dios. Él, pues, vino en persona y contó todo lo que ha visto.

¿Qué vio Moisés? Moisés vio una nube, vio un ángel, vio el fuego; todo eso es criatura; ejercía de figura de su Señor, no mostraba la presencia del Señor en persona. En efecto, explícitamente tienes en la Ley: Y Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como un amigo con su amigo. Continúas esa misma Escritura y hallas a Moisés, que dice: Si he encontrado gracia en tu presencia, muéstrateme claramente, para que te vea. Pero hay más; recibió respuesta: No puedes ver mi rostro. Hablaba, pues, con Moisés, hermanos míos, el ángel que ejercía de figura del Señor, y todo lo que allí se realizó mediante el ángel prometía esa gracia y verdad venideras. Lo saben quienes escrutan bien la Ley. Y cuando es oportuno que, en la medida en que el Señor revela, yo os diga algo sobre este punto, no lo ocultaré a Vuestra Caridad.

Las apariciones y la invisibilidad de Dios

18. Pues bien, sabed que todo lo que fue visto corporalmente, eso no era la sustancia de Dios. En efecto, con los ojos de carne vemos aquello; la sustancia de Dios ¿cómo se ve? Interroga al evangelio: Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios. Hubo hombres que, seducidos por la vaciedad de su corazón, decían: el Padre es invisible; el Hijo, en cambio, es visible. ¿Por qué visible? Si por la carne, porque tomó la carne, está claro. Por cierto, quienes vieron la carne de Cristo, unos creyeron, otros le crucificaron; y quienes creyeron, crucificado él, vacilaron y, si después de la resurrección no hubieran palpado su carne misma, la fe no habría sido hecha volver a ellos. Si, pues, por la carne es visible el Hijo, también nosotros lo concedemos y es la fe católica. Si, en cambio, como afirman ésos, era visible antes de la carne, esto es, antes de encarnarse, mucho desatinan y mucho yerran. En efecto, mediante la criatura acontecieron corporalmente aquellas apariciones, para que en ellas se mostrase una figura; de ninguna manera se dejaba ver ni se manifestaba la sustancia misma. Fíjese Vuestra Caridad en esta sencilla prueba: los ojos no pueden ver la Sabiduría de Dios. Hermanos, si Cristo es Sabiduría de Dios y fuerza de Dios, si Cristo es la Palabra de Dios, y si los ojos no ven la palabra del hombre, ¿puede ser vista así la Palabra de Dios?

Los preceptos de ambos Testamentos

19. Expeled, pues, de vuestros corazones los pensamientos carnales, para que estéis verdaderamente bajo gracia, para que pertenezcáis al Nuevo Testamento. Por eso se promete en el Nuevo Testamento la vida eterna. Leed el Antiguo Testamento y ved que a un pueblo todavía carnal se preceptuaba ciertamente lo que a nosotros. Efectivamente, también se nos preceptúa adorar al único Dios; también se nos preceptúa: «No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios», que es el segundo mandamiento; «Observa el día de descanso» se nos preceptúa más, porque se preceptúa observarlo espiritualmente, pues los judíos observan servilmente el día de descanso, para el desenfreno, para la embriaguez. ¡Cuánto mejor estarían sus mujeres hilando durante ese día, en lugar danzar por las terrazas! Lejos de nosotros, hermanos, afirmar que los judíos observan el descanso. Espiritualmente observa el cristiano el descanso, pues se abstiene de trabajo servil. ¿Qué significa, en efecto, «de trabajo servil»? De pecado. ¿Y cómo lo demostramos? Interroga al Señor: Todo el que hace el pecado es siervo del pecado. También a nosotros, pues, se preceptúa espiritualmente la observancia del descanso. Todos esos preceptos se nos preceptúan ya más y han de observarse: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás testimonio falso, honra padre y madre, no desearás cosa de tu prójimo, no desearás la mujer de tu prójimo. ¿Acaso no se preceptúa también a nosotros todo esto? Pero pregunta por la recompensa y hallarás que allí se dice: Para que los enemigos sean expelidos de tu faz, y recibáis la tierra que Dios prometió a vuestros padres. Porque podían comprender lo invisible, los sujetaba mediante lo visible. ¿Para qué los sujetaba? Para que no perecieran totalmente y cayesen en la idolatría. De hecho, hermanos míos, como se lee, esto hicieron olvidados de tantas maravillas que Dios hizo ante sus ojos. El mar se rasgó, se hizo un camino en medio del oleaje, las mismas aguas a través de las que pasaron cubrieron a sus enemigos que los seguían. Y, como Moisés, hombre de Dios, se hubiese apartado de su vista, pidieron un ídolo y dijeron: Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque ese hombre nos ha abandonado. Toda su esperanza estaba puesta en un hombre, no en Dios. Al fin el hombre murió. ¿Ha muerto acaso Dios, que los había sacado del país de Egipto? Y, como se hubieran hecho la imagen de un becerro, la adoraron y dijeron: Éstos son tus dioses, Israel, que te han librado del país de Egipto. ¡Qué pronto olvidaron 21 gracia tan manifiesta! ¿Con qué modos sería sujetado pueblo tal sino con promesas carnales?

Las promesas de ambos Testamentos

20. Allí, en el decálogo de la Ley se manda lo que también a nosotros; pero no se promete lo que a nosotros. A nosotros ¿qué se promete? La vida eterna. Ahora bien, la vida eterna es ésta: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo. El conocimiento de Dios se promete; eso es gracia por gracia. Hermanos, de momento creemos, no vemos; el premio por esta fe será ver lo que hemos creído. Conocían esto los profetas, pero estaba oculto antes que llegase. Efectivamente, en los salmos cierto amante dice entre sollozos: Una he pedido al Señor, ésa buscaré. Y preguntas qué pide. En efecto, quizá pide una tierra que mane carnalmente leche y miel, aunque ésta ha de buscarse y pedirse espiritualmente; o quizá la rendición de sus enemigos o la muerte de los enemigos o imperios y riquezas de este mundo. De hecho, arde de amor y mucho solloza, se abrasa y anhela. Veamos qué pide: Una he pedido al Señor, ésa buscaré. ¿Qué es esto que busca? Habitar, dice, en la casa del Señor por todos los días de mi vida. Y supón que habitas en la casa del Señor; ¿cuál será la fuente de tu gozo? Para contemplar, afirma, la delectación del Señor.

La recompensa prometida en el Nuevo Testamento

21. Hermanos míos, ¿por qué clamáis, por qué exultáis, por qué amáis, sino porque en vosotros hay una chispa de esta caridad? ¿Qué deseáis?, decidme. ¿Pueden verlo los ojos? ¿Puede tocarse? ¿Es alguna belleza que recrea los ojos? A los mártires se los ama ardientemente y, cuando los recordamos, ¿no nos encendemos en su amor? ¿Qué amamos en ellos, hermanos? ¿Los miembros desgarrados por las fieras? ¿Hay algo más horrible a los ojos carnales? En cambio, para los del corazón nada hay más hermoso. ¿Qué te parece un bellísimo joven ladrón? ¿Cómo es que se horrorizan tus ojos? ¿Acaso se horrorizan tus ojos carnales? Si les preguntas, no hay nada más armonioso, nada más ordenado; la proporción de los miembros y lo agradable del color atraen las miradas, y, empero, cuando oyes que es ladrón, lo rechazas interiormente. Ves, por otra parte, a un anciano encorvado, apoyado en un bastón, que se mueve con dificultad, por doquier surcado de arrugas. ¿Qué ves que deleite los ojos? Oyes que es justo; lo amas y abrazas.

Hermanos míos, premios tales se nos han prometido: amad algo de esa clase, suspirad por un reino de esa clase, desead una patria de esa clase, si queréis llegar a eso con que vino nuestro Señor, es decir, a la gracia y la verdad. Si, en cambio, deseas de Dios premios corporales, aún estás bajo ley, y por ello no cumplirás la Ley misma. En efecto, cuando ves que esto temporal abunda en esos que ofenden a Dios, vacilan tus pasos y te dices: «He aquí que yo adoro a Dios; corro todos los días a la iglesia; mis rodillas están trituradas de tanto rezar, pero asiduamente me enfermo. Los hombres cometen homicidios, cometen robos; exultan y tienen en abundancia, les va bien. ¿Es esto, pues, lo que pedías a Dios?

Ciertamente pertenecías a la gracia. Si Dios te ha dado la gracia precisamente porque te la dio gratis, ámalo gratis. No ames a Dios por el premio. Sea él mismo tu premio. Diga tu alma: Una he pedido al Señor, ésa buscaré: Habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida, para contemplar la delectación del Señor. No temas que el hastío te canse: aquella delectación de la belleza será tal, que te estará siempre presente y nunca te saciarás; mejor dicho, siempre te saciarás y nunca te saciarás. En efecto, si digo que no te saciarás, habrá hambre; si digo que te saciarás, temo el hastío; del lugar donde no habrá hastío ni hambre, no sé qué decir. Pero Dios tiene que mostrar a quienes no hallan cómo decirlo y creen que han de recibirlo.

 

 

TRATADO 4

Comentario a Jn 1,19-33, predicado en Hipona, en diciembre de 406 ¿domingo 30?

La humildad de Juan Bautista y de Cristo

1. Frecuentísimamente ha oído Vuestra Santidad, y lo sabéis muy bien, que Juan el Bautista, cuanto más preclaro era entre los nacidos de mujeres y cuanto más débil para conocer al Señor, tanto más mereció ser amigo del Novio, celoso del Novio, no de sí mismo, pues buscaba no su honor, sino el de su juez, a quien precedía como heraldo. Así pues, se concedió a los profetas precedentes predecir el futuro sobre Cristo; a ése, en cambio, señalarlo con el dedo. En efecto, como ignoraban a Cristo quienes, antes que viniera, no creyeron a los profetas, así, incluso presente, lo ignoraban. En efecto, primeramente vino humildemente y oculto, tanto más oculto cuanto más humilde. Por su parte, las gentes que por su soberbia despreciaron la condición baja de Dios, crucificaron a su Salvador y lo convirtieron en su condenador.

El silencio actual de Cristo

2. Pero quien primeramente vino oculto porque vino humilde, ¿acaso no va a venir después manifiesto, porque vendrá excelso? Acabáis de oír el salmo: Dios vendrá manifiesto, nuestro Dios, y no callará. Calló para ser juzgado, no callará cuando empiece a juzgar. No se diría: «Vendrá manifiesto», si primeramente no hubiese venido oculto; ni se diría: «No callará», sino porque primeramente calló. ¿Cómo calló? Interroga a Isaías: Fue llevado como oveja al matadero y, como estuvo sin voz un cordero ante quien lo esquilase, así no abrió su boca. Pues bien, vendrá manifiesto y no callará. «Manifiesto» ¿cómo? Fuego irá por delante de él y a su alrededor tempestad violenta. Esa tempestad tiene que retirar de la era toda la paja que ahora se trilla, y el fuego, quemar lo que la tempestad se haya llevado. Ahora, en cambio, se calla; calla en cuanto al juicio, pero no en cuanto al precepto. Por cierto, si Cristo calla, ¿qué significan estos evangelios?, ¿qué significan estas voces apostólicas?, ¿qué los cánticos de los salmos?, ¿qué los oráculos de los profetas? En efecto, en todo esto no calla Cristo. Pero de momento calla para no castigar; no calla de forma que no amoneste. Pues bien, vendrá preclaro a castigar, y aparecerá a todos, incluso a los que no creen en él. Pero de momento, porque, aun presente, estaba oculto, era preciso que fuese despreciado, ya que, si no fuese despreciado, no sería crucificado; si no fuese crucificado, no derramaría la sangre, precio con que nos ha redimido. Pues bien, para dar por nosotros el precio, fue crucificado; para ser crucificado fue despreciado; para ser despreciado apareció en condición baja.

Juan Bautista y su importancia

3. Sin embargo, porque cual en la noche apareció en cuerpo mortal, encendió para sí una antorcha para ser visto. Esa antorcha misma era Juan, de quien ya habéis oído muchas cosas. También la presente lectura del evangelio contiene palabras de Juan, quien primeramente, y esto es lo principal, confiesa que él no era el Mesías. Ahora bien, en Juan había tanta excelencia, que podía ser creído como el Mesías, y su humildad quedó demostrada precisamente porque dijo que él no lo era, cuando podía creerse que era. Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Tú, quién eres?». Ahora bien, no los enviarían si, porque osó bautizar, la excelencia de su autoridad no los impresionase. Y confesó y no negó. ¿Qué confesó? Y confesó: «Que no soy yo el Mesías».

Los judíos tropezaron en la humildad de Cristo

4. Y, pues sabían que Elías había de preceder al Mesías, le preguntaron: «Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». Entre los judíos nadie ignoraba el nombre de Mesías. A Cristo no lo tuvieron por tal, aunque absolutamente siguieron creyendo que vendría. Al seguir esperando en su venida, tropezaron con él ya presente, tropezaron como contra una piedra insignificante. En efecto, pequeña era aún esa piedra; desprendida ya, sí, de un monte sin intervención de manos, como dice el profeta Daniel que él vio desprenderse de un monte sin intervención de manos una piedra. Pero ¿qué sigue? Creció, afirma, esa piedra y se convirtió en un monte grande y llenó toda la haz de la tierra. Vea, pues, Vuestra Caridad lo que digo: ante los judíos, Cristo se había desprendido ya de un monte. El monte significaba el reino judío. Pero el reino de los judíos no había llenado toda la haz de la tierra. De allí se desgajó aquella piedra, porque de ahí ha nacido ahora el Señor. ¿Y por qué sin manos? Porque la Virgen parió a Cristo sin colaboración de varón. Esa piedra, pues, ante los ojos de los judíos estaba ya desprendida sin manos; pero era insignificante. Y con razón, porque esa piedra todavía no había crecido ni llenado el orbe de la tierra. Esto muestra en su reino, que es la Iglesia, con la que ha llenado toda la haz de la tierra.

Porque, pues, aún no había crecido, tropezaron con él como en una piedra y sucedió en ellos lo que está escrito: Quien caiga sobre esta piedra será destrozado, y esa piedra triturará a esos sobre quienes caiga. Cayeron primero sobre él, de condición baja; excelso vendrá sobre ellos; pero para triturarlos quien vendrá excelso, primero los destrozó en condición baja. Tropezaron con él y fueron destrozados; no triturados, sino destrozados. Vendrá excelso y los triturará. Pero los judíos tienen disculpa por haber tropezado en la piedra que aún no había crecido. ¿Cómo son quienes han tropezado con el monte mismo? Ya sabéis de quiénes hablo. Quienes niegan que la Iglesia esté difundida por el orbe entero tropiezan no con una piedra insignificante, sino con el monte mismo, que es en lo que se convirtió la piedra aquella al crecer. Ciegos, los judíos, no vieron la piedra insignificante; ¡qué gran ceguera es no ver un monte!

Cómo conciliar la afirmación de Jesús con la negación de Juan

5. Vieron, pues, y no conocieron al Humilde. Se les mostraba mediante una antorcha. En efecto, aquél, mayor que el cual nadie había surgido entre los nacidos de mujeres, dijo: Yo no soy el Mesías. Y se le dijo: ¿Acaso eres tú Elías? Respondió: No soy. Efectivamente, Cristo envió delante de sí a Elías, y dijo Juan: «No soy», y planteó un problema. En efecto, es de temer que los de pocos alcances supongan que Juan dijo lo contrario que Cristo. Efectivamente, en cierto pasaje, al decir el Señor Jesucristo en el evangelio algo sobre sí, le respondieron los discípulos: ¿Cómo, pues, dicen los escribas, esto es, los peritos en la Ley, que es preciso que primero venga Elías? Y el Señor afirma: Elías ya vino, y le hicieron lo que quisieron. Y si queréis saberlo, ése es Juan Bautista. El Señor Jesucristo dijo: Elías ya vino y ése es Juan Bautista; Juan, en cambio, interrogado, confesó por igual que no era Elías ni el Mesías. Y, como confesó, sí, la verdad de que él no era el Mesías, así confesó la verdad de que él tampoco era Elías. ¿Cómo, pues, acoplaremos los dichos del heraldo con los dichos del juez? ¡Ni hablar de que el heraldo mienta, pues habla lo que oye al juez. ¿Por qué, pues, aquél dice: «No soy Elías», y el Señor: «Ése mismo es Elías»? Porque el Señor Jesucristo quiso prefigurar en ése su venida futura y decir esto: que Juan tenía el espíritu de Elías, y que lo que Juan era respecto a la primera venida, esto será Elías respecto a la segunda venida. Como hay dos venidas del Juez, así hay dos heraldos. Sí, el Juez era él; los heraldos, en cambio, dos; los jueces no eran dos. Por cierto, era preciso que el Juez viniera primeramente a ser juzgado. Envió delante de sí al primer heraldo; lo llamó Elías, porque Elías será en la segunda venida lo que Juan en la primera.

Elías y Juan Bautista

6. De hecho, atienda Vuestra Caridad a qué cosa tan verdadera digo. Cuando Juan fue concebido, o mejor, cuando nació, el Espíritu Santo profetizó que respecto a ese hombre se cumpliría esto: Y será, afirma, precursor del Altísimo, con el espíritu y fuerza de Elías. No Elías, pues, sino con el espíritu y fuerza de Elías. ¿Qué significa «con el espíritu y fuerza de Elías? En vez de Elías, con el mismo Espíritu Santo. ¿Por qué en vez de Elías? Porque lo que será Elías en la segunda venida, esto fue Juan en la primera. Correctamente, pues, responde Juan ahora en sentido propio, porque el Señor decía figuradamente: «Ese Elías es Juan»; éste, en cambio, como he dicho, afirma en sentido propio: Yo no soy Elías. Si te fijas en la figura de la precursión, Juan mismo es Elías, ya que lo que aquél fue respecto a la primera venida, esto será éste respecto a la segunda. Si preguntas por la persona en sentido propio, Juan es Juan, Elías es Elías. El Señor, pues, respecto a la prefiguración dice correctamente: «Ése mismo es Elías»; Juan, a su vez, respecto al sentido propio dice correctamente: No soy Elías. Ni Juan dice falsedad ni el Señor dice falsedad; ni el heraldo dice falsedad ni el juez dice falsedad; pero si entiendes.

Ahora bien, ¿quién entenderá? Quien imite la humildad del heraldo y conozca la excelsitud del juez. En efecto, nada más humilde que el heraldo mismo. Hermanos míos, Juan no tuvo ningún mérito tan grande como el nacido de esta humildad, porque, aunque podía engañar a los hombres, ser considerado el Mesías y ser tenido por el Mesías —pues fue de tanta gracia y de tanta excelencia—, confesó empero abiertamente y dijo: «Yo no soy el Mesías». ¿Acaso eres tú Elías? Si dijera ya: «Soy Elías», consiguientemente juzgaría Cristo, al venir en la segunda venida; no sería juzgado ahora en la primera. Afirma: «No soy Elías», como diciendo: Elías está por venir. Pero, para que no experimentéis al Excelso antes del cual va a venir Elías, observad al Humilde antes del cual vino Juan. Efectivamente, el Señor concluyó así: Ése mismo, Juan Bautista, es quien va a venir. Su venida es prefiguradamente lo que propiamente será la venida de Elías. Elías será entonces con propiedad Elías; ahora es Juan por semejanza. De momento, Juan es con propiedad Juan, por semejanza Elías. Ambos heraldos se intercambiaron sus semejanzas y conservaron su personalidad. En cambio, el juez es uno solo, el Señor, sea éste o aquél el heraldo que le precede.

La voz del heraldo

7. Y le interrogaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». Y dijo: «No». Y le dijeron: ¿Eres tú el Profeta? Y respondió: «No». Le dijeron, pues: «Para que demos una respuesta a quienes nos han enviado, ¿quién eres tú? ¿Qué dices de ti mismo?» Contestó: Yo soy voz del que clama en el desierto. Isaías dijo esto. En Juan se cumplió esta profecía: Yo soy voz del que clama en el desierto. Del que clama ¿qué? Enderezad el camino del Señor; haced rectas las sendas de nuestro Dios. ¿No os parece propio de un heraldo decir: «¡Salid! Dejad libre el camino»? Con la diferencia de que un heraldo dice «Salid» y Juan dice «Venid». El heraldo aparta del juez; Juan llama hacia el juez. Mejor dicho, Juan invita a acercarse al Humilde para no experimentar al Excelso Juez. Yo soy voz del que clama en el desierto: «Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». No dijo: «Yo soy Juan; yo soy Elías; yo soy el Profeta». Pero ¿qué dijo? «Me llamo esto: Voz del que clama en el desierto: «Enderezad el camino para el Señor; yo soy esta misma profecía».

Más que profeta

8. Y quienes fueron enviados eran de entre los fariseos, esto es, de entre los príncipes de los judíos. E interrogaron y le dijeron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres el Mesías ni Elías ni el Profeta?» Parecía casi una osadía bautizar. Como si dijesen: «¿A quién representas? Preguntamos si tú eres el Mesías; tú dices que tú no eres. Preguntamos si quizá eres su precursor, porque sabemos que antes de la llegada del Mesías va a venir Elías; niegas serlo. Preguntamos si acaso eres uno de los heraldos que vendrán con mucha antelación, esto es, un profeta, y si has recibido esta potestad; dices que tú tampoco eres profeta». Y Juan no era un profeta; era mayor que un profeta. El Señor dio de él tal testimonio: Salisteis al desierto a ver qué: ¿que el viento agita una caña? Sobreentiendes seguramente que no lo agitaba el viento, porque Juan no era esto, cual uno a quien moviera el viento; en efecto, a quien el viento mueve, sobre él sopla el espíritu seductor por todas partes. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas delicadas? Por cierto, Juan se vestía con ropas bastas, esto es, una túnica hecha con pelo de camello. He aquí que quienes visten con ropas delicadas están en las casas de los reyes. No salisteis, pues, a ver un hombre vestido con ropas delicadas. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? También os digo: éste es mayor que un profeta, porque los profetas prenunciaron mucho antes a quien Juan mostraba presente.

El que se humilla será ensalzado

9. ¿Por qué, pues, bautizas tú, si no eres el Cristo ni Elías ni el Profeta? Juan les respondió y dijo: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros se puso uno a quien vosotros desconocéis. En efecto, no se veía al Humilde, y por eso se encendió una antorcha. Fijaos cómo cede el puesto quien podía pasar por otra cosa. Este mismo es quien viene detrás de mí: el que ha sido hecho antes de mí, esto es, como ya he dicho, ha sido antepuesto a mí. La correa de cuya sandalia no soy yo digno de desatar. ¡Cuánto se rebaja! Y se lo levanta mucho, precisamente porque el que se humilla será ensalzado. Por ende debe ver Vuestra Santidad que, si Juan se humilló hasta decir: «No soy digno de desatar la correa», cómo tienen que humillarse quienes dicen: «Nosotros bautizamos, lo que damos es nuestro, y lo que nuestro es, santo es». Dice él: «Yo no, sino él»; ellos dicen: «Nosotros». Juan no es digno de desatar la correa de su sandalia; pero, si dijese que él era digno, ¿cuán humilde sería? Aunque dijera que él era digno y se expresase así: «Viene detrás de mí el que ha sido hecho antes de mí, la correa de cuya sandalia soy digno de desatar», mucho se habría humillado. Cuando, en cambio, dice que ni siquiera de esto es digno él, verdaderamente estaba lleno del Espíritu Santo quien así, como siervo, ha reconocido al Señor y merecido ser hecho, de siervo, amigo.

Éste es el Cordero de Dios

10. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando. Al día siguiente vio Juan venir a Jesús hacia él y dijo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo. Nadie se arrogue y diga que él retira el pecado del mundo. Atended ya contra qué soberbios estiraba Juan el dedo. Aún no habían nacido los herejes y ya eran delatados. Desde el río clamaba entonces contra esos contra los que ahora clama desde el evangelio. Viene Jesús, y aquél ¿qué dice? He aquí el Cordero de Dios. Si un cordero es inocente, Juan es también cordero. ¿O acaso no es inocente también él? ¿Pero quién será inocente?¿Y hasta qué punto? Todos vienen del mugrón y del linaje sobre los que David cantaba con gemidos: Yo fui concebido en medio de iniquidad, y entre pecados me alimentó mi madre en el útero. Cordero, pues, es sólo aquel que no ha venido así, pues no fue concebido en medio de iniquidad, porque no fue concebido a partir de la condición mortal; tampoco entre pecados alimentó su madre en el útero a ese que concibió virgen y virgen parió, porque lo concibió por la fe y por la fe lo recibió. He aquí, pues, el Cordero de Dios. Ése no tiene de Adán el mugrón; de Adán tomó sólo la carne, no asumió el pecado. Quien de nuestra masa no asumió el pecado, ése es el que quita nuestro pecado. He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo.

¿Quién quita el pecado del mundo?

11. Sabéis que algunos hombres dicen a veces: «Nosotros, que somos santos, quitamos a los hombres los pecados, ya que, si no fuese santo el que bautiza, ¿cómo quita el pecado de otro, siendo él hombre lleno de pecado?». Contra estas disputas no digamos palabras nuestras, leamos a éste: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo. De los hombres no presuman los hombres; no transmigre el pájaro a los montes, confíe en el Señor y, si levanta los ojos a los montes de donde le vendrá el auxilio, entienda que su auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. ¡Qué grandeza la de Juan! Se le dice: «¿Eres tú el Mesías?». Dice: «No». «¿Eres tú Elías?». Dice: «No». «¿Eres tú el Profeta?». Dice: «No». ¿Por qué, pues, bautizas? He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo. Éste es de quien dije: Detrás de mí viene un varón que ha sido hecho antes de mí porque estaba primero que yo. Viene detrás de mí, porque ha nacido después; ha sido hecho antes de mí, porque ha sido preferido a mí; estaba primero que yo, porque En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios.

El bautismo de Juan

12. Yo no le conocía, dijo; pero, para que fuese manifestado a Israel, por eso he venido yo a bautizar con agua. Y Juan dio testimonio, diciendo que «he visto al Espíritu descender del cielo como una paloma y se quedó sobre él; y yo no le conocía; pero, quien me envió a bautizar con agua, él me dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender y quedarse sobre él, éste es quien bautiza con Espíritu Santo». Y yo he visto y he testificado que éste es el Hijo de Dios». Atienda un poco Vuestra Caridad. ¿Cuándo conoció Juan a Cristo? Fue enviado, en efecto, a bautizar con agua. Y surge la pregunta: ¿para qué? Para que fuese manifestado a Israel, dijo. ¿Para qué sirvió el bautismo de Juan? Hermanos míos, si sirvió de algo, subsistiría incluso en este momento, los hombres se bautizarían con el bautismo de Juan y así vendrían al bautismo de Cristo. Pero ¿qué dice? Para que fuese manifestado a Israel. Esto es, vino a bautizar con agua, para que Cristo fuese manifestado a Israel mismo, al pueblo de Israel. Recibió Juan el ministerio del bautismo con agua de penitencia, para preparar el camino al Señor, cuando el Señor no existía. Pero, cuando el Señor se dio a conocer, superfluamente se le preparaba el camino, porque él se hizo el Camino para quienes le conocieron; así pues, no duró mucho el bautismo de Juan. Pero ¿cómo se manifestó el Señor? En condición baja, para que, por eso, Juan recibiera el bautismo con que sería bautizado el Señor en persona.

¿Por qué quiso el Señor ser bautizado?

13. Y ¿necesitaba el Señor ser bautizado? También preguntado, respondo yo inmediatamente: ¿Necesitaba el Señor nacer? ¿Necesitaba el Señor ser crucificado? ¿Necesitaba el Señor morir? ¿Necesitaba el Señor ser sepultado? Si, pues, por nosotros recibió tamañas humillaciones, ¿no iba a recibir el bautismo? ¿Para qué sirvió que recibiese el bautismo del siervo? Para que tú no te desdeñes de recibir el bautismo del Señor. Atienda Vuestra Caridad. Iban a aparecer en la Iglesia algunos catecúmenos con gracia muy excelente. En efecto, a veces sucede que ves a un catecúmeno abstenerse de todo contacto carnal, decir adiós al mundo, renunciar a todo lo que poseía, distribuirlo a los pobres, y es un catecúmeno instruido quizá en la doctrina salvadora, incluso más que muchos fieles. Es de temer que éste, al pensar en los fieles casados o quizá ignorantes o que tienen y poseen sus cosas, que él ya ha distribuido a los pobres, respecto al santo bautismo mediante el que son perdonados los pecados, diga para sus adentros: «¿Qué más voy a recibir? He aquí que yo soy mejor que este y aquel fiel»; y, al suponer que él es mejor que aquél, que ya está bautizado, se desdeñe de venir al bautismo, diciendo: «Voy a recibir lo que tienen éste y aquél», y ponga ante sí a los que desprecia, y que para él no tenga valor recibir lo que han recibido quienes, porque él se considera ya mejor, son inferiores y, sin embargo, todos los pecados están sobre él y, si no viniere al bautismo salvador, donde se disuelven los pecados, con toda su excelencia no puede entrar al reino de los cielos.

Pero el Señor, para invitar a su bautismo a esa excelencia, para que se le perdonasen los pecados, vino en persona al bautismo de su siervo y, aunque no tenía nada que se le perdonase ni que se lavase en él, de un siervo recibió el bautismo. Parece como si hablase a un hijo que se ensoberbece, se encumbra y que quizá se desdeña de recibir con ignorantes aquello de donde pueda venirle la salvación, y que le dijera: «¿Cuánto te creces? ¿Cuánto te encumbras? ¿Cuánta es tu excelencia? ¿Cuánta tu gracia? ¿Puede ser mayor que la mía? Si yo vine al siervo, ¿te desdeñas tú de venir al Señor? Si yo recibí el bautismo del siervo, ¿te desdeñas tú de que te bautice el Señor?»

Misión del bautismo de Juan

14. Y, para que sepáis, hermanos míos, que el Señor venía a Juan mismo no por necesidad de algún vínculo de pecado, al venir el Señor a ser bautizado, Juan, como dicen otros evangelistas, pregunta: ¿Tú vienes a mí? Yo debo ser bautizado por ti. ¿Y qué le respondió él? Deja ahora; cúmplase toda justicia. ¿Qué significa «cúmplase toda justicia»? He venido a morir por los hombres; no tengo que ser bautizado por los hombres? ¿Qué significa «cúmplase toda justicia»? Cúmplase toda clase de abajamiento. ¿Qué, pues? ¿De un siervo bueno no iba a recibir el bautismo quien de siervos malvados recibió la pasión? Atended, pues. Si Juan bautizó precisamente para que en su bautismo mostrase el Señor el abajamiento, ¿ningún otro iba a ser bautizado con el bautismo de Juan, una vez bautizado el Señor? Ahora bien, muchos fueron bautizados con el bautismo de Juan. Fue bautizado el Señor con el bautismo de Juan, y cesó el bautismo de Juan. En seguida fue enviado Juan a la cárcel; desde entonces, de nadie se sabe que haya sido bautizado con ese bautismo.

Si, pues, Juan vino a bautizar precisamente para que se nos mostrase el abajamiento del Señor y así, porque él recibió de un siervo el bautismo, nosotros no nos desdeñáramos de recibirlo del Señor, ¿debía Juan bautizar al Señor solo? Pero, si Juan bautizase sólo al Señor, no faltarían quienes juzgasen que el bautismo de Juan era más santo que el de Cristo, como si Cristo y nadie más hubiese merecido ser bautizado con el bautismo de Juan y, en cambio, con el bautismo de Cristo, el género humano. Atienda Vuestra Caridad. Con el bautismo de Cristo estamos bautizados no sólo nosotros, sino el mundo entero, y se seguirá bautizando hasta el final. ¿Quién de nosotros puede compararse en algo con Cristo, la correa de cuya sandalia Juan dijo ser indigno de desatar? Si, pues, este Cristo de tamaña excelencia, Hombre-Dios, fuese el único bautizado con el bautismo de Juan, ¿qué iban a decir los hombres? «¿Qué bautismo tuvo Juan? ¡Gran bautismo tuvo, sacramento inefable! Ve que solo Cristo mereció ser bautizado con el bautismo de Juan». Y así parecería mayor el bautismo del siervo que el bautismo del Señor. También otros fueron bautizados con el bautismo de Juan, para que el bautismo de Juan no pareciera mejor que el de Cristo; ahora bien, el Señor fue también bautizado, para que, tras recibir el Señor el bautismo del siervo, los otros siervos no se desdeñasen de recibir el bautismo del Señor. Para esto, pues, había sido enviado Juan.

¿Conocía Juan al Señor?

15. ¿Pero Juan conocía a Cristo, o no? Si no lo conocía, ¿por qué, cuando Cristo llegó al río, dijo: «Yo debo ser bautizado por ti», esto es: «Sé quién eres»?. Si, pues, ya lo conocía, lo conoció ciertamente cuando vio a la paloma bajar. Es manifiesto que la paloma no descendió sobre el Señor, sino después de subir él del agua del bautismo. Bautizado, el Señor ascendió del agua; los cielos se abrieron y vio la paloma sobre él. Si, pues, tras el bautismo descendió la paloma y, antes que fuese bautizado el Señor, le dijo Juan:«¿Tú vienes a mí? Yo debo ser bautizado por ti», antes conocía a ese a quien dijo: ¿Tú vienes a mí? Yo debo ser bautizado por ti». ¿Cómo, pues, dijo: Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, ése me dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender como una paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo?» No es pequeña cuestión, hermanos míos. Si habéis visto la cuestión, no habéis visto poco; resta que el Señor dé la solución de ella. Sin embargo, digo esto: si habéis visto la cuestión, no es poco.

He aquí a Juan, puesto ante vuestros ojos, Juan Bautista de pie junto al río. He aquí que el Señor viene, todavía por bautizar, aún no bautizado. Oye la voz de Juan: ¿Tú vienes a mí? Yo debo ser bautizado por ti. He aquí que ya conoce al Señor, por quien quiere ser bautizado. Bautizado, el Señor ascendió del agua; se abren los cielos, desciende el Espíritu, en este momento le conoce Juan. Si en este momento le conoce, ¿por qué dijo antes: Yo debo ser bautizado por ti? Si, en cambio, porque ya lo conocía, no le conoce en este momento, ¿qué significa lo que dijo: No le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, ése me dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender y permanecer sobre él, como paloma, ése es quien bautiza con Espíritu Santo?

Planteamiento del problema y promesa de solución

16. Hermanos, no dudo que, porque ya he dicho muchas cosas, os abruma que se solucione hoy esta cuestión. Sabed empero que esta cuestión es tal, que ella sola puede suprimir el partido de Donato. Como suelo hacer otras veces, he dicho esto a Vuestra Caridad para estimular vuestra atención; al mismo tiempo, para que oréis por mí y por vosotros, para que el Señor me dé decir cosas dignas, y vosotros merezcáis comprender cosas dignas. Dignaos, entre tanto, diferirla. Pero, entre tanto, hasta que se solucione, os digo brevemente esto: interrogad pacíficamente, sin riña, sin discusión, sin altercados, sin enemistades; consultad con vosotros, interrogad a otros y decid: «Nuestro obispo nos ha propuesto hoy esta cuestión, que resolverá, si Dios se lo concediere, en otra ocasión». Pero, se resuelva o no se resuelva, pensad que he propuesto algo que me preocupa. En efecto, estoy muy preocupado.

Dice Juan: «Yo debo ser bautizado por ti», como si conociera a Cristo, ya que, si no conocía a ese por quien quería ser bautizado, temerariamente decía: Yo debo ser bautizado por ti. Le conocía, pues. Si le conocía, ¿qué significa lo que dice: No le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, ése me dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender y permanecer sobre él, como paloma, ése es quien bautiza con Espíritu Santo? ¿Qué vamos a decir? ¿Que no sabemos cuándo vino la paloma? Por si acaso están ahí escondidos, léanse los otros evangelistas que lo han dicho con todas las letras, y hallamos clarísimamente que la paloma descendió cuando el Señor subió del agua. En efecto, sobre él bautizado se abrieron los cielos y vio al Espíritu descender. Si le conoció ya bautizado, ¿cómo, al venir al bautismo, dice: Yo debo ser bautizado por ti? Entre tanto, rumiad con vosotros esta cuestión, consultadla con vosotros, tratadla con vosotros. El Señor Dios nuestro tenga a bien, antes de que me oigáis la solución, revelarla primero a alguno de vosotros. Sin embargo, hermanos, sabed esto: que, mediante la solución de esta cuestión, el partido de Donato, si tienen vergüenza, absolutamente no tendrán voz, absolutamente se cerrarán sus bocas respecto a la gracia del bautismo, en la que extienden tinieblas ante los ignorantes y tienden redes a las aves voladoras.

 

 

TRATADO 5

Comentario a Jn 1,33, predicado en Hipona, en enero de 407, ¿domingo 6?

Aparente contradicción en las palabras de Juan

1. Como el Señor ha querido, hemos llegado al día de mi promesa; también otorgará que pueda llegar al cumplimiento de esa promesa. En efecto, lo que digo, si es útil para mí y para vosotros, de él viene; en cambio, lo que del hombre viene, son mentiras, como dijo nuestro Señor Jesucristo en persona: Quien dice la mentira, de lo suyo habla. Nadie tiene de suyo sino mentira y pecado. Si, en cambio, el hombre tiene algo de verdad y justicia, viene de esa fuente de la que en este desierto debemos tener sed para que, como rociados por ella cual por ciertas gotas y consolados mientras tanto en esta peregrinación para no desfallecer en el camino, podamos llegar a su descanso y saciedad. Si, pues, de lo suyo habla quien dice la mentira, quien dice la verdad habla de lo de Dios.

Veraz es Juan, la Verdad es Cristo; veraz Juan, pero todo veraz es veraz gracias a la Verdad; si, pues, Juan es veraz y el hombre no puede ser veraz sino gracias a la Verdad, ¿gracias a quién era veraz sino gracias a quien dijo: Yo soy la verdad? No podría, pues, la Verdad hablar contra el veraz, ni el veraz contra la Verdad. La Verdad envió al veraz; y veraz era precisamente porque había sido enviado por la Verdad. Si la Verdad había enviado a Juan, Cristo lo había enviado. Pero el Padre hace lo que Cristo hace con el Padre, y Cristo hace lo que el Padre hace con Cristo. Ni el Padre hace algo aparte sin el Hijo, ni aparte hace algo el Hijo sin el Padre. Inseparable es la caridad, inseparable la unidad, inseparable la majestad, inseparable la potestad, según estas palabras que él ha propuesto: Yo y el Padre somos una única cosa. ¿Quién, pues, envió a Juan? Si decimos «el Padre», decimos la verdad; si decimos «el Hijo», decimos la verdad; más claro empero es que digamos «el Padre y el Hijo». Ahora bien, porque el Hijo ha dicho: «Yo y el Padre somos una única cosa», el único Dios envió a quien enviaron el Padre y el Hijo.

¿Cómo, pues, no conocía a ese por quien fue enviado?, pues dijo: Yo no le conocía; pero quien me envió a bautizar con agua, ése me dijo. Interrogo a Juan: «Quien te envió a bautizar con agua, ¿qué te dijo?». Sobre quien veas al Espíritu descender como una paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo. ¿Esto, oh Juan, te dijo quien te envió? Es evidente que dijo esto. ¿Quién, pues, te envió? Quizá el Padre. Verdadero Dios es el Padre, y Dios Verdad el Hijo. Si te envió el Padre sin el Hijo, Dios te envió sin la Verdad. Ahora bien, si eres veraz precisamente porque dices la verdad y en virtud de la Verdad hablas, no te envió el Padre sin el Hijo, sino que a una te envió el Padre y el Hijo. Si, pues, te envió el Hijo con el Padre, ¿cómo no conocías a ese por quien fuiste enviado? Al que habías visto en la Verdad, ése te envió para que fuese reconocido en la carne y dijo: Sobre quien veas al Espíritu descender como una paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo.

Cuánto conocía Juan al Señor

2. ¿Oyó esto Juan para conocer al que no conocía, o para conocer más plenamente de lo que ya le conocía? Pues si no le conociese totalmente, no le diría al venir al río a ser bautizado: Yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Luego le conocía. Por otra parte, ¿cuándo descendió la paloma? Bautizado ya el Señor y al ascender del agua. Pero, si el que lo envió dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender como una paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo», y no le conocía, sino que le conoció al descender la paloma, y, por otra parte, Juan había conocido al Señor entonces, cuando el Señor venía al agua, se nos manifiesta que Juan conocía al Señor en un aspecto, aún no le conocía en otro. Ahora bien, si no entendemos esto, era mendaz. Quien dice: «Tú vienes a mí para ser bautizado, y yo debo ser bautizado por ti», ¿cómo era veraz al reconocerle? ¿Es veraz cuando dice esto? E inversamente, ¿cómo es veraz cuando dice: Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, ése me dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo»? Mediante la paloma se dio el Señor a conocer no a quien no le conocía, sino quien respecto a él conocía algo y no conocía algo. Nos toca, pues, averiguar qué no conocía aún Juan respecto a él y mediante la paloma aprendió.

La misión de Juan el Bautista

3. ¿Por qué fue enviado Juan a bautizar? Recuerdo haberlo dicho ya a Vuestra Caridad, según mis posibilidades. En efecto, si el bautismo de Juan era necesario para nuestra salvación, también ha debido ser administrado ahora, ya que ni dejan de ser salvados ahora los hombres ni dejan de ser salvados ahora en gran número ni la salvación era entonces una y ahora otra. Si Cristo ha cambiado, ha cambiado también la salvación; si la salvación está en Cristo y Cristo mismo es idéntico, tenemos idéntica salvación. Pero ¿por qué fue enviado Juan a bautizar? Porque era necesario que Cristo fuese bautizado. ¿Por qué era necesario que Cristo fuese bautizado? ¿Por qué era necesario que Cristo naciera? ¿Por qué era necesario que Cristo fuera crucificado? Porque, si había venido a mostrar el camino de la humildad y a hacerse él personalmente el camino mismo de la humildad, en todo había él de cumplir la humildad. Se dignó con este gesto dar autoridad a su bautismo, para que los siervos conociesen con cuánta rapidez debían correr al bautismo del Señor, siendo así que él no se desdeñó de recibir el bautismo del siervo. Ése, en efecto, había sido dado a Juan, para que fuese denominado bautismo suyo.

Bautismo propio de Juan

4. Atienda, distinga y conozca esto Vuestra Caridad. El bautismo que Juan recibió fue denominado bautismo de Juan. Él solo recibió tal don. Ningún justo antes de él, ninguno después de él hubo para recibir el bautismo que llevara su nombre. Ciertamente se le encomendó, pues por sí nada podía, ya que, si alguien habla por sí, de suyo dice la mentira. ¿De dónde lo recibió sino del Señor Jesucristo? Recibió poder bautizar de aquel a quien luego bautizó. No os extrañéis, pues Cristo hizo esto con Juan, como en su madre hizo cierta cosa. En efecto, de Cristo está dicho: Todo se hizo mediante él; si todo mediante él, también mediante él fue hecha María, de la que luego nació Cristo. Atienda Vuestra Caridad: como creó a María y fue creado mediante María, así dio el bautismo a Juan y fue bautizado por Juan.

Bautismo del Señor y bautismo del siervo

5. Para esto, pues, recibió de Juan el bautismo: para que, al recibir de un inferior lo que era inferior, exhortase a los inferiores a recibir lo que era superior. Pero ¿por qué no fue bautizado por Juan él solo, si Juan, mediante el cual Cristo sería bautizado, había sido enviado a preparar el camino al Señor, esto es, a Cristo mismo? También lo he dicho ya, pero lo recuerdo, porque es necesario para la presente cuestión. Si con el bautismo de Juan hubiera sido bautizado nuestro Señor Jesucristo solo —retened lo que digo; no tenga el mundo tanta fuerza, que de vuestros corazones borre lo que ahí ha escrito el Espíritu de Dios; no tengan las espinas de las preocupaciones tanta fuerza que sofoquen la semilla que se siembra en vosotros; en efecto, ¿por qué me veo obligado a repetir las mismas cosas, sino porque no me fío de la memoria de vuestro corazón?—; si, pues, con el bautismo de Juan hubiera sido bautizado el Señor solo, no faltarían quienes lo tratasen de forma que supusieran que el bautismo de Juan era más excelente de lo que es el bautismo de Cristo. Dirían, en efecto: «Ese bautismo es más excelente, hasta el punto de que mereció ser bautizado con él Cristo solo». Para darnos, pues, el Señor ejemplo de humildad con el fin de que recibiéramos la salvación bautismal, Cristo recibió lo que no le era necesario, pero era necesario por nosotros. Y asimismo se permitió también a otros ser bautizados por Juan, para que lo que Cristo recibió de Juan no fuese antepuesto al bautismo de Cristo. Pero a quienes Juan bautizó no les bastó, pues fueron bautizados con el bautismo de Cristo, porque el bautismo de Cristo no era el bautismo de Juan. Quienes reciben el bautismo de Cristo no buscan el bautismo de Juan; quienes recibieron el bautismo de Juan buscaron el bautismo de Cristo. Bastó, pues, a Cristo el bautismo de Juan. ¿Cómo no le bastaría, siendo así que ni siquiera ése le era necesario? En efecto, ningún bautismo le era necesario; pero para exhortarnos a su bautismo recibió el bautismo del siervo. Y, para que el bautismo del siervo no fuese antepuesto al bautismo del Señor, otros fueron bautizados con el bautismo del consiervo. Pero era necesario que fuesen bautizados con el bautismo del Señor quienes fueron bautizados con el bautismo del consiervo; en cambio, no necesitan el bautismo del consiervo quienes son bautizados con el bautismo del Señor.

6. Porque, pues, Juan había recibido un bautismo al que propiamente denominarían de Juan, y el Señor Jesucristo, por su parte, no quiso dar su bautismo a nadie, no para que nadie fuese bautizado con el bautismo del Señor, sino para que bautizase siempre el Señor en persona, esto se hizo para que el Señor bautizase mediante ministros, esto es, para que a quienes iban a bautizar los ministros del Señor, los bautizase el Señor, no ellos. En efecto, una cosa es bautizar por ministerio, otra bautizar por potestad, pues el bautismo es tal cual es aquel en virtud de cuya potestad se da, no cual es ese mediante cuyo ministerio se da. El bautismo de Juan era como era Juan: bautismo justo por venir de un justo, pero hombre, el cual empero había recibido del Señor esta gracia, ¡y gracia tan grande!: ser digno de preceder al juez, mostrarlo con el dedo y cumplir la palabra de aquella profecía: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor. En cambio, el bautismo del Señor es cual el Señor; el bautismo del Señor, pues, es divino porque el Señor es Dios.

Cristo no cedió la autoridad sobre su bautismo a nadie

7. Ahora bien, el Señor Jesucristo pudo, si quería, dar a algún siervo suyo la potestad de dar su bautismo como en vez suya, transferir de su persona la potestad de bautizar, establecerla en algún siervo suyo y dar al bautismo trasladado al siervo tanta eficacia cuanta tendría el bautismo dado por el Señor. No lo quiso, precisamente para que la esperanza de los bautizados estuviera en ese por quien se reconocerían bautizados. No quiso, pues, que el siervo pusiera en el siervo la esperanza. Y, por eso, el Apóstol, como viera que los hombres querían poner en él mismo la esperanza, clamaba: ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros, o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Bautizó, pues, Pablo como ministro, no como la potestad misma; el Señor, en cambio, bautizó como potestad.

Fijaos. Pudo dar esta potestad a los siervos y no quiso, porque, si daba a los siervos esta potestad, esto es, que fuese de ellos lo que era del Señor, habría tantos bautismos cuantos fuesen los siervos, de forma que, como se habló del bautismo de Juan, así se hablase del bautismo de Pedro, así del bautismo de Santiago, del bautismo de Tomás, de Mateo, de Bartolomé, pues aquel bautismo fue denominado de Juan. Pero quizá alguien se opone y dice: «Pruébanos que aquel bautismo fue denominado de Juan». Lo probaré, pues la Verdad en persona lo dice cuando preguntó a los judíos: El bautismo de Juan, ¿de dónde viene, del cielo o de hombres? Para que, pues, no se hablase de tantos bautismos cuantos serían los siervos que bautizasen con la potestad recibida del Señor, se guardó el Señor la potestad de bautizar, a los siervos dio el ministerio. El siervo dice que él bautiza; correctamente habla, como el Apóstol dice: «Por mi parte, he bautizado a la casa de Estefanía», pero como ministro. Por eso, si es malo y le toca en suerte tener el ministerio, y si los hombres no le conocen, pero Dios le conoce, Dios, que se ha guardado la potestad, permite que sean bautizados mediante él.

Cumplamos toda justicia

8. Ahora bien, Juan no sabía esto del Señor. Sabía que era el Señor; sabía y confesó que debía ser bautizado por él; sabía que aquél era la Verdad y que por la Verdad había sido enviado él como veraz. Pero ¿qué no sabía de aquél? Que había de retener para sí la potestad de su bautismo, y que no iba a transmitirla ni transferirla a algún siervo; que, en cambio, ora bautizase ministerialmente un siervo bueno, ora bautizase ministerialmente un siervo malo, quien fuese bautizado supiese que no le bautizaba sino quien se guardó la potestad de bautizar. Y, para que sepáis, hermanos, que Juan no sabía esto de aquél y lo aprendió mediante la paloma —pues conocía al Señor, pero aún no sabía que iba a retener para sí la potestad de bautizar y no iba a darla a ningún siervo—, según esto dijo: Y yo no le conocía. Y, para que sepáis que allí aprendió esto, atended a lo que sigue: Pero el que me envió a bautizar con agua, ése me dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es». ¿Qué es ése? El Señor.

Pero ya conocía al Señor. Suponed, pues, que Juan hubiera dicho hasta aquí: Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, ése me dijo. Preguntamos qué dijo. Sigue: Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él. No digo lo siguiente; entre tanto atended: Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es. Pero ¿qué es ése?«Quien me envió, ¿qué quiso enseñarme mediante la paloma? ¿Que ése era el Señor? Ya conocía a quien me había enviado; ya conocía a ese a quien dije: ¿Tú vienes a mí a ser bautizado? Yo debo ser bautizado por ti. Conocía, pues, al Señor hasta tal punto, que yo quería ser bautizado por él, no bautizarlo yo a él. Y me dijo entonces: «Deja de momento; cúmplase toda justicia. He venido a padecer, ¿no vengo a ser bautizado? Cúmplase toda justicia, me dijo mi Dios; cúmplase toda justicia, enseñaré la plena humildad. Conozco a quienes en mi pueblo futuro se ensoberbecerán; sé que habrá algunos hombres con alguna gracia tan excelente que, cuando vean que son bautizados algunos ignorantes, ellos, por creerse mejores o en continencia o en limosnas o en doctrina, quizá se desdeñen de recibir lo que recibieron los inferiores. Es preciso que los sane para que, porque yo he venido al bautismo del siervo, no se desdeñen de venir al bautismo del Señor».

Lo que Juan ignoraba del bautismo del Señor

9. Juan, pues, ya sabía esto y conocía al Señor. ¿Qué le enseñó, pues, la paloma? Mediante la paloma, esto es, mediante el Espíritu Santo que así venía, ¿qué quiso enseñar quien había enviado a ese a quien dijo: Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es? ¿Quién es ése? El Señor. «Lo sé». Pero ¿sabías también que este Señor que tiene potestad de bautizar no va a dar a ningún siervo esta potestad, sino que va a reservársela, para que todo el que mediante el ministerio de un siervo es bautizado atribuya el bautismo no al siervo, sino al Señor? ¿Acaso sabías ya esto? «No lo sabía. Más aún, ¿qué me dijo? Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo». No dice «Ése es el Señor»; no dice «Ése es el Mesías; no dice «Ése es Dios»; no dice «Ése es Jesús»; no dice «Ése, posterior a ti, anterior a ti, es quien nació de la Virgen María». No dice esto, pues Juan ya lo sabía. Pero ¿qué no sabía? Que el Señor en persona —o presente en la tierra o ausente con el cuerpo en el cielo y presente por majestad— iba a tener y a reservarse la potestad tan grande del bautismo; que iba a reservarse la potestad del bautismo, para que Pablo no dijese: «Mi bautismo»; para que Pedro no dijese: «Mi bautismo». Por tanto, ved, atended a las palabras de los apóstoles. Ningún apóstol dijo: «Mi bautismo». Aunque el Evangelio de todos era único, sin embargo, hallas que uno dijo: «Mi Evangelio»; no hallas que alguno dijera: «Mi bautismo».

Como Juan aprendamos de la paloma

10. Esto, pues, aprendió Juan, hermanos míos. Lo que Juan aprendió mediante la paloma, aprendámoslo también nosotros, pues la paloma no enseñó a Juan, mas no enseñó a la Iglesia, Iglesia a la que se dijo: Única es mi paloma. La paloma enseñe a la paloma; sepa la paloma lo que Juan aprendió mediante la paloma. El Espíritu Santo descendió en forma de paloma. Ahora bien, esto que Juan aprendía en la paloma, ¿por qué lo aprendió en ella? Porque necesitaba aprenderlo, mas quizá era preciso que no lo aprendiese sino mediante la paloma. ¿Qué diré de la paloma, hermanos míos, o cuándo la facultad del corazón o de la lengua me bastará para decirlo como quiero? Y quizá no quiero decirlo dignamente como ha de decirse; si empero no puedo decirlo como quiero, ¿cuánto menos como ha de decirse? Querría yo oírselo a uno mejor, no decíroslo.

Ningún ministro tiene la autoridad de Cristo en el bautismo

11. Juan aprende a conocer al que conocía; pero aprende respecto a eso en lo que no le conocía; no aprende respecto a eso en que le conocía. ¿Y qué conocía? Al Señor. ¿Qué no conocía? Que la potestad del bautismo del Señor no iba a pasar del Señor a ningún hombre, pero el ministerio sí iba a pasar: del Señor, a nadie pasaría la potestad; el ministerio, a buenos y a malos. La paloma no se horrorice del ministerio de los malos; mire la potestad del Señor. ¿Qué te hace un ministro malo, cuando es bueno el Señor? ¿Qué te impide un heraldo malicioso, si el juez es benévolo? Mediante la paloma aprendió Juan esto. ¿Qué es lo que aprendió? Repita él. Ése me dijo, afirma: «Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, éste es quien bautiza con Espíritu Santo. No te engañen, pues, ¡oh paloma!, los seductores que dicen: «Nosotros bautizamos». Paloma, reconoce qué enseñó la paloma: Éste es quien bautiza con Espíritu Santo. Mediante la paloma se aprende que es éste, ¿y tú supones que eres bautizado por la potestad de ese por cuyo ministerio eres bautizado? Si esto supones, aún no estás en el cuerpo de la paloma; y, si no estás en el cuerpo de la paloma, no es de extrañar que no tengas sencillez, pues la sencillez se representa principalmente mediante la paloma.

Los donatistas, halcones contra la paloma

12. ¿Por qué mediante la sencillez de la paloma aprendió Juan que éste es quien bautiza con Espíritu Santo, hermanos míos, sino porque no eran de la paloma quienes han destrozado la Iglesia? Halcones eran, milanos eran. La paloma no despedaza. Y los ves acarrearnos envidia, por las persecuciones, llamémoslas así, que han sufrido. Ciertamente han sufrido persecuciones, llamémoslas así, corporales, aunque eran flagelos del Señor que les daba manifiestamente una enseñanza temporal, para no condenarlos eternamente si no la reconocían ni se corregían. Persiguen verdaderamente a la Iglesia quienes la persiguen con engaños; muy violentamente hieren el corazón quienes hieren con el puñal de la lengua; muy cruelmente derraman sangre quienes, en cuanto de ellos depende, matan a Cristo en el hombre. Parecen aterrados cual por la sentencia de las autoridades. ¿Qué te hace la autoridad si eres bueno? Si, en cambio, eres malo, teme a la autoridad, pues no en vano lleva la espada, dice el Apóstol. No saques tu espada con que golpeas a Cristo. Cristiano, ¿qué persigues en un cristiano? ¿Qué ha perseguido en ti el emperador? La carne ha perseguido; en un cristiano persigues el espíritu. No matas tú la carne. Y, sin embargo, ni con la carne tienen miramiento; a golpes han asesinado a cuantos han podido y no han tenido miramiento ni con los suyos ni con los extraños. De todos es conocido esto. Odio provoca la autoridad porque es legítima; obra provocando odio quien obra según derecho. No suscita odios quien obra fuera de la ley.

Atienda cada uno de vosotros, hermanos míos, qué tiene el cristiano. Con muchos tiene en común ser hombre; porque es cristiano se distingue de muchos; pero ser cristiano le pertenece más que ser hombre. Efectivamente, en cuanto cristiano es renovado a imagen del Dios por el que el hombre ha sido hecho a imagen de Dios; en cambio, en cuanto hombre podría ser malo, podría ser pagano, podría ser idólatra. Persigues tú en el cristiano lo mejor que tiene, pues quieres quitarle aquello por lo que vive. En efecto, vive temporalmente según el espíritu de vida que anima al cuerpo; en cambio, vive para la eternidad según el bautismo que ha recibido del Señor. Quieres quitarle esto que ha recibido del Señor; quieres quitarle aquello por lo que vive. A esos a quienes los bandidos quieren despojar, quieren despojarlos de forma que ellos tengan más y aquéllos no tengan nada; tú se lo quitas a éste, pero nunca tendrás más en tu casa, pues no se te acrecienta por quitárselo a él. Pero hacen verdaderamente lo que estos que quitan la vida: se la quitan a otro, pero ellos no tienen dos vidas.

Jamás se pierde el bautismo de Cristo

13. ¿Qué quieres robar, pues? ¿En qué te disgusta ese a quien quieres rebautizar? No puedes darle lo que ya tiene, pero haces que niegue lo que tiene. ¿Qué crueldades mayores cometían los paganos al perseguir a la Iglesia? Blandían la espada contra los mártires, les soltaban las fieras, les aplicaban fuego. ¿Con qué fin? Para que quien sufría esto dijera: «No soy cristiano». ¿Y qué enseñas tú a quien quieres rebautizar sino que diga primeramente: «No soy cristiano»? Donde el perseguidor aplicaba la llama, tú aplicas tu lengua; seduciendo, haces lo que el otro no hizo matando. ¿Y qué es lo que vas a dar y a quién? Si te dice la verdad y, sin dejarse seducir por ti, no miente, dirá: «Lo tengo». Preguntas: «¿Tienes el bautismo?» «Lo tengo», dice. Piensas: «Mientras dice “lo tengo”, no voy a dárselo». «No me lo des, pues lo que quieres darme no puede grabarse en mí, porque no puede serme quitado lo que he recibido. Pero ¡aguarda! Veré qué quieres enseñarme». Responde el otro: «Primero di “No lo tengo”». «Pero lo tengo; si digo “no lo tengo”, miento, pues tengo lo que tengo». Replica: «No lo tienes». «Prueba que no lo tengo». «Te lo ha dado un malvado». «Si Cristo es malvado, me lo ha dado un malvado». Contesta: «Cristo no es malvado, pero no te lo ha dado Cristo». «¿Quién, pues, me lo ha dado?». Responde tú: «Yo sé que yo lo he recibido de Cristo». «Te lo ha dado no Cristo —replica—, sino no sé qué traidor». «Veré quién ha sido el ministro, veré quién ha sido el heraldo. No discuto sobre el oficial; me fijo en el juez. Quizá mientes incluso en lo que achacas al oficial. Pero no quiero discutir. El Señor de ambos instruya la causa del oficial. Si exijo que pruebes, quizá no pruebes o, por mejor decir, mientas. Está probado que tú no has podido probar. Pero no pongo en eso mi causa, para que, cuando comienzo a defender acaloradamente a hombres inocentes, no supongas que yo he puesto esperanza ni siquiera en hombres inocentes. Hayan sido los hombres como quieran, yo lo he recibido de Cristo; yo he sido bautizado por Cristo». «No —replica—, sino que te ha bautizado aquel obispo, y ese obispo está en comunión con aquéllos». «Cristo me ha bautizado; yo lo sé». «¿Cómo lo sabes?». «Me lo ha enseñado la paloma que vio Juan. ¡Oh milano cruel! No me desgarrarás de las entrañas de la paloma. Me cuento entre los miembros de la paloma, porque sé lo que la paloma ha enseñado. Tú me dices: «Te bautizó éste o te bautizo aquél»; mediante la paloma se nos dice a mí y a ti: Éste es quien bautiza. ¿A quién creo, al milano o a la paloma?».

La confusión de los enemigos

14. Dímelo con certeza para que quedes confundido mediante la lámpara que dejó confundidos también a los anteriores enemigos, iguales que tú, los fariseos, a los que, tras preguntar al Señor con qué autoridad hacía eso, respondió: Os interrogaré yo también esa palabra; decidme, el bautismo de Juan, ¿de dónde es, del cielo o de los hombres? Y ellos, que preparaban disparar trampas, fueron cazados por la pregunta; comenzaron a darle vueltas entre ellos y a decir: Si decimos que es del cielo, va a decirnos: ¿Por qué no le creísteis? Juan, en efecto, había dicho del Señor: He aquí el cordero de Dios; he aquí el que quita el pecado del mundo. «¿Por qué, pues, me preguntáis con qué autoridad actúo?» ¡Oh lobos! Con la autoridad del Cordero hago lo que hago. Pero para conocer al cordero, ¿por qué no habéis creído a Juan, que dijo: He aquí el cordero de Dios; he aquí el que quita el pecado del mundo? Porque, pues, ellos sabían qué había dicho Juan del Señor, dijeron entre sí: Si decimos que el bautismo de Juan es del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Si decimos «de los hombres», el pueblo nos lapidará, porque tienen a Juan por profeta. Por un lado, temían a los hombres; por otro, les daba vergüenza confesar la verdad. Las tinieblas respondieron a las tinieblas, pero la luz las ha vencido. En efecto, ¿qué respondieron? No sabemos. Respecto a lo que sabían, dijeron: No sabemos. Y el Señor replicó: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago eso. Y quedaron confundidos los primeros enemigos. ¿Cómo? Por la lámpara. ¿Quién era la lámpara? Juan. ¿Demostramos que era una lámpara? Lo demostramos, pues el Señor dice: Él era la lámpara que ardía y lucía. ¿Demostramos que también mediante él quedaron confundidos los enemigos? Oye el salmo: He preparado una lámpara para mi Cristo; vestiré de confusión a sus enemigos.

El don de Cristo permanece intacto

15. Todavía en las tinieblas de esta vida, caminamos a la lámpara de la fe; agarremos también nosotros la lámpara, Juan, y con ella confundamos a los enemigos de Cristo; mejor dicho, confunda él mediante su lámpara a sus enemigos. Preguntemos también nosotros lo que el Señor a los judíos; preguntemos y digamos: El bautismo de Juan, ¿de dónde es, del cielo o de los hombres? Por si también ellos mediante la lámpara quedan confundidos como enemigos, ved qué van a decir. ¿Qué van a decir? Si dicen «de los hombres», los lapidarán incluso los suyos mismos; si, en cambio, dicen «del cielo», digámosles: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Quizá dicen: «Le creemos». ¿Cómo, pues, decís que bautizáis vosotros, y Juan dice: Éste es quien bautiza? Replican: «Pero conviene que sean justos los ministros de juez tan importante». También yo digo y todos decimos que conviene que sean justos los ministros de juez tan importante. Sean justos los ministros, si quieren; pero, si no quieren ser justos quienes se sientan en la cátedra de Moisés, me da seguridad mi Maestro, de quien su Espíritu dijo: Éste es quien bautiza. ¿Cómo me da seguridad? Los escribas y los fariseos, afirma, se sientan en la cátedra de Moisés; haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, pues dicen, pero no hacen.

Si el ministro es justo, lo cuento con Pablo, lo cuento con Pedro. Con éstos cuento a los ministros justos, porque los ministros verdaderamente justos no buscan su gloria, pues son ministros, no quieren ser tenidos por jueces, se horrorizan de que se ponga en ellos la esperanza; cuento, pues, con Pablo al ministro justo. En efecto, ¿qué dice Pablo? Yo planté, Apolo regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Ni quien planta ni quien riega es algo, sino quien da el crecimiento, Dios. A quien, en cambio, es ministro orgulloso se le cuanta con el diablo. Pero no se contamina el don de Cristo: lo que a través de aquél fluye puro, lo que por aquél pasa límpido, llega a la tierra fértil. Supón que aquél es de piedra porque del agua no puede sacar fruto: por un canal también de piedra pasa el agua, pasa el agua a los arriates; en el canal de piedra nada engendra; en cambio trae a los huertos muchísimo fruto. En efecto, el vigor espiritual del sacramento es como la luz: pura la reciben esos a quienes va a iluminar y, aunque pase por inmundos, no se ensucia. Los ministros sean simple y llanamente justos y busquen no su gloria, sino la de ese cuyos ministros son. No digan: «El bautismo es mío», porque no es de ellos. Fíjense en Juan mismo. He aquí que Juan estaba lleno del Espíritu Santo y recibido del cielo, no de hombres, tenía el bautismo. Pero ¿hasta qué punto lo tenía? Él dijo: Preparad el camino al Señor. Pero, cuando el Señor fue conocido, él en persona se hizo el Camino. Ya no hacía falta el bautismo de Juan para preparar el camino al Señor.

Falsas razones para rebautizar

16. Sin embargo, ¿qué suelen decirnos? «He aquí que después de Juan se ha bautizado». Efectivamente, antes de que esta cuestión se tratase bien en la Iglesia católica, muchos de ella, incluso importantes y buenos, erraron; pero, porque eran de los miembros de la paloma, no se desgajaron y se realizó en ellos lo que dijo el Apóstol: Si en algo pensáis de otra manera, esto también os lo revelará Dios. Por tanto, estos que se han separado, se han hecho rebeldes. ¿Qué suelen, pues, decir? «He aquí que después de Juan se ha bautizado; después de los herejes ¿no se bautiza?». Es que Pablo mandó que algunos que tenían el bautismo de Juan fuesen bautizados, pues no tenían el bautismo de Cristo. ¿Por qué, pues, exageras el mérito de Juan y como que abaratas la infelicidad de los herejes? También yo te concedo que los herejes son criminales; pero los herejes dieron el bautismo de Cristo, bautismo que no dio Juan.

17. Recurro a Juan y digo: Éste es quien bautiza. En efecto, Juan es mejor que un hereje, como Juan es mejor que un borracho, como Juan es mejor que un homicida. Si, porque los apóstoles bautizaron después de uno mejor, debemos bautizar después de uno peor, todos los que entre los donatistas han sido bautizados por un borracho —no digo por un homicida, no digo por el satélite de algún criminal, no digo por un raptor de cosas ajenas, no digo por un opresor de huérfanos, no por un separador de casados; no digo nada de esto; digo lo que es habitual, lo que es cotidiano digo, eso a que todos son llamados, y en esta ciudad, cuando se les dice: «¡Vamos a divertirnos, vamos a pasarlo bien, no tienes por qué ayunar en tal fiesta de enero!»; digo estas cosas leves, cotidianas—; cuando, pues, bautiza un borracho, ¿quién es mejor, Juan o el borracho? Responde, si puedes, que tu borracho es mejor que Juan. Nunca lo osarás. Tú, pues, porque eres sobrio, bautiza después de tu borracho, ya que, si después de Juan bautizaron los apóstoles, ¡cuánto más debe bautizar un sobrio a quien bautizó un borracho! ¿Quizá dices: «El borracho está en unidad conmigo»? Juan, pues, el amigo del Novio, ¿no estaba en unidad con el Novio?

Aunque bautice Judas, bautiza Cristo

18. Pero a ti mismo, cualquiera que seas, te digo: «¿Eres mejor tú o Juan?». No osarás decir: «Yo soy mejor que Juan». Bauticen, pues, después de ti los tuyos, si son mejores que tú. Efectivamente, si después de Juan se bautizó, sonrójate de que después de ti no se bautiza. Vas a decir: «Pero yo tengo y enseño el bautismo de Cristo». Reconoce, pues, alguna vez al Juez, y no seas heraldo soberbio. Das el bautismo de Cristo; por eso no se bautiza después de ti. Después de Juan se bautizó, precisamente porque daba no el bautismo de Cristo, sino el suyo, porque lo había recibido de forma que fuese suyo. Tú, pues, no eres mejor que Juan; pero el bautismo que se da por medio de ti es mejor que el de Juan, pues ése es de Cristo; éste, en cambio, de Juan. Y lo que daba Pablo y lo que daba Pedro es de Cristo; y si lo dio Judas, de Cristo era. Lo dio Judas, y no se bautizó después de Judas; lo dio Juan, y se bautizó después de Juan, porque, si el bautismo fue dado por Judas, era de Cristo; el que, en cambio, fue dado por Juan, de Juan era. Rectamente no anteponemos Judas a Juan, sino el bautismo de Cristo, incluso dado mediante las manos de Judas, al bautismo de Juan, incluso dado también mediante las manos de Juan. Efectivamente, del Señor, antes que padeciera, se dijo que bautizaba a más que Juan. A continuación se añade: Aunque no bautizaba él en persona, sino sus discípulos. Él y no él: él por potestad, ellos por ministerio; ellos aplicaban el servicio para bautizar, la potestad de bautizar permanecía en Cristo. Bautizaban, pues, los discípulos, y allí estaba todavía Judas entre sus discípulos. No fueron, pues, bautizados de nuevo esos a quienes bautizó Judas, ¿y a los que bautizó Juan han sido bautizados de nuevo? De nuevo, simple y llanamente; pero sin iterar el bautismo, ya que Juan bautizó a los que bautizó Juan; en cambio, Cristo bautizó a los que bautizó Judas. Del mismo modo, pues, a los que bautizó un borracho, a los que bautizó un homicida, a los que bautizó un adúltero, si era el bautismo de Cristo, Cristo los bautizó. No temo al adúltero ni al borracho ni al homicida, porque presto atención a la paloma, por medio de la que se me dice: Éste es quien bautiza.

Santidad inviolable del bautismo

19. Por lo demás, hermanos míos, es una locura decir que —no digo Judas, sino cualquier hombre— ha sido superior en méritos a aquel de quien se dijo: Entre los nacidos de mujeres nadie ha surgido mayor que Juan el Bautista. Se antepone, pues, a este bautismo, incluso del siervo amigo, no un siervo, sino el bautismo del Señor, incluso dado mediante un siervo malo. Oye qué clase de falsos hermanos recuerda el apóstol Pablo, los cuales por envidia predicaban la palabra de Dios, y qué dice de ellos: Y de esto me alegro; pero me alegraré también. De hecho, anunciaban a Cristo; por envidia, sí, mas a Cristo empero. Mira no por qué, sino a quién. ¿Por envidia se te predica a Cristo? Mira a Cristo, evita la envidia. No imites al predicador malo, sino imita al Bueno que se te predica. Algunos, pues, predicaban a Cristo por envidia. ¿Y qué es envidiar? Un mal horrendo. Este mal precipitó de lo alto al diablo, lo precipitó una peste muy maligna; y la tenían ciertos predicadores de Cristo, a quienes, no obstante, el Apóstol permite que prediquen. ¿Por qué? Porque predicaban a Cristo. Ahora bien, quien envidia, odia; y quien envidia, ¿qué se dice de él? Oye al apóstol Juan: El que odia a su hermano es homicida. He aquí que después de Juan se ha bautizado, después de un homicida no se ha bautizado, porque Juan dio un bautismo suyo, el homicida dio el bautismo de Cristo. Este sacramento es tan santo, que no queda mancillado ni aunque lo administre un homicida.

Agustín promete ampliar el tema

20. No rechazo a Juan, sino que, más bien, creo a Juan. ¿Qué creo a Juan? Lo que aprendió mediante la paloma. ¿Qué aprendió mediante la paloma? Éste es quien bautiza con Espíritu Santo. Hermanos, retened, pues, ya y grabad esto en vuestros corazones, ya que, si quisiera decir hoy con todas las letras por qué mediante la paloma, no habría tiempo. Efectivamente, hasta donde estimo, he expuesto a Vuestra Santidad que a Juan fue insinuada mediante la paloma la cosa por aprender, la cual Juan no conocía en Cristo, aunque ya conociese a Cristo; pero, si pudiera decirse brevemente, diría por qué fue preciso que esta misma cosa se mostrase mediante la paloma. Pero, porque ha de decirse durante largo rato y no quiero cansaros, como vuestras oraciones me han ayudado a cumplir lo que prometí, con la ayuda insistente de la atención piadosa y de los deseos buenos os quedará claro por qué Juan no debió aprender, sino mediante la paloma, lo que en el Señor aprendió: que él es quien bautiza con Espíritu Santo, y que a ningún siervo suyo legó en herencia la potestad de bautizar.

 

 

TRATADO 6

Comentario a Jn 1,32-33, predicado en Hipona, en enero de 407, ¿domingo 13?

Introducción. Cristo, motivo de la mutua caridad

1. Confieso a Vuestra Santidad haber temido que este frío os enfriase respecto a acudir. Pero, porque con esta concurrencia y afluencia demostráis que vosotros hervís en el espíritu, no dudo que también habéis orado por mí para que os pague la deuda. Efectivamente, porque la brevedad de tiempo impidió entonces que pudiera exponerlo con explicaciones, en nombre de Cristo prometí desarrollar hoy por qué Dios ha querido mostrar el Espíritu Santo mediante la forma de paloma. El día de hoy nos ha amanecido, para que esto sea explicado. Y percibo que en mayor número os habéis congregado con avidez de oír y piadosa devoción. De mi boca llene Dios vuestra expectación, pues para venir amáis. Pero amáis ¿qué? Si a mí, también esto está bien, porque quiero que me améis, pero no quiero que me améis en mí. Porque, pues, en Cristo os amo, en Cristo correspondedme al amor, y nuestro mutuo amor gima hacia Dios, pues de la paloma es este gemido mismo.

El gemido de la paloma y el gemido del cuervo

2. Si, pues, el gemido es de la paloma, como todos conocemos, y las palomas gimen por amor, oíd qué dice el Apóstol y no os extrañéis de que el Espíritu Santo quiso manifestarse en forma de paloma: No sabemos, dice, qué pidamos, como conviene; pero el Espíritu mismo interpela por nosotros con gemidos inenarrables. ¿Qué, pues, hermanos míos? ¿Vamos a decir que el Espíritu gime donde tiene perfecta y eterna felicidad con el Padre y el Hijo, pues el Espíritu Santo es Dios, como el Hijo de Dios es Dios y el Padre es Dios? Tres veces he dicho «Dios», pero no he dicho «tres dioses»; en efecto, Dios, más que tres dioses, es tres veces Dios porque el Padre y el Hijo y Espíritu Santo son —lo sabéis muy bien— un único Dios. El Espíritu Santo, pues, no gime en sí mismo cabe sí mismo en la Trinidad, en la dicha, en la eternidad de sustancia, sino que gime en nosotros porque nos hace gemir. Y no es cosa pequeña que el Espíritu Santo nos enseña a gemir, pues nos sugiere que estamos desterrados y nos enseña a suspirar por la patria. Y por este deseo gemimos.

A quien le va bien en este mundo, o mejor dicho, quien supone que le va bien, quien exulta por la alegría de cosas carnales, abundancia de bienes temporales y felicidad vana, tiene voz de cuervo, pues la voz del cuervo es chillona, no gemebunda. Quien, en cambio, sabe que él está en la presión de esta mortalidad, y que él vive en el extranjero lejos del Señor, que aún no posee la dicha perpetua que nos ha sido prometida, sino que la tiene en esperanza para tenerla en realidad, cuando venga deslumbrador en manifestación el Señor que primeramente vino oculto en condición baja; quien esto sabe, gime. Y mientras gime por esto, gime bien: el Espíritu le ha enseñado a gemir, de la paloma ha aprendido a gemir. Muchos, en efecto, gimen por la infelicidad terrena o destrozados por daños o abrumados por una enfermedad corporal o encerrados en cárceles o ligados por cadenas o zarandeados por las olas del mar, o gimen asediados por algunas insidias de enemigos, pero no gimen con el gemido de la paloma, no gimen por amor a Dios, no gimen con el espíritu. Por eso, cuando tales personas se ven libres de estas presiones, exultan con grandes gritos. Y aquí aparece que son cuervos, no palomas.

Con razón fue enviado desde el arca un cuervo y no regresó; fue enviada una paloma y regresó. Noé envió esas dos aves. Allí tenía un cuervo; tenía también una paloma. El arca aquella contenía uno y otro género. Y, si el arca figuraba a la Iglesia, veis, sí, que es necesario que en este diluvio del mundo la Iglesia contenga uno y otro género: cuervo y paloma. ¿Quiénes son cuervos? Quienes buscan lo suyo. ¿Quiénes palomas? Quienes buscan lo que es de Cristo.

La paloma y el fuego

3. Por eso, pues, cuando envió al Espíritu Santo, lo manifestó visiblemente de dos modos, mediante la paloma y mediante el fuego: mediante la paloma, sobre el Señor bautizado; mediante el fuego, sobre los discípulos congregados. En efecto, como hubiese ascendido el Señor al cielo tras la resurrección, pasados con sus discípulos cuarenta días, cumplido el día de Pentecostés, les envió el Espíritu Santo, como había prometido. El Espíritu, pues, al venir entonces, llenó ese lugar y, tras producirse primeramente, desde el cielo, un ruido como si se pusiera en movimiento un viento vehemente, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, se les aparecieron distribuidas, dice, lenguas como de fuego, el cual también se asentó sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en lenguas, según el Espíritu les daba expresarse. En una parte hemos visto la paloma sobre el Señor; en otra, lenguas distribuidas sobre los discípulos congregados; allí se muestra la sencillez, aquí el hervor. Hay efectivamente quienes son calificados de sencillos, y son perezosos; los llaman sencillos, pero son indolentes. No era así Esteban, lleno de Espíritu Santo 4. Era sencillo porque a nadie dañaba; era hirviente porque denunciaba a los impíos. En efecto, no se calló ante los judíos. De él son estas inflamadas palabras:¡De dura cerviz y no circuncidados en el corazón y los oídos, vosotros siempre habéis puesto resistencia al Espíritu Santo! ¡Gran ímpetu! Pero la paloma se enfurece sin hiel.

En verdad, para que sepáis que se enfurecía sin hiel, oídas estas palabras, quienes eran cuervos corrieron de inmediato a las piedras contra la paloma; comenzaron a lapidar a Esteban, y quien, bramando e hirviendo en el espíritu poco antes, había arremetido, digamos, contra los enemigos y violento, digamos, había atacado con palabras ígneas y, como habéis oído —¡De dura cerviz y no circuncidados en el corazón y los oídos!—, tan inflamadas que quien oyera estas palabras supondría que Esteban, si le fuese lícito, quería consumirlos inmediatamente, mientras de las manos de ellos venían contra él las piedras, fija la rodilla, dijo: Señor, no les asignes este delitoSe había adherido a la unidad de la paloma, ya que, el primero, había hecho eso el Maestro sobre quien descendió la paloma, el cual, colgado en la cruz, dijo: Padre, perdónalos, porque desconocen qué hacen.

Gracias a la paloma, pues, se ha mostrado que los santificados por el Espíritu no han de tener dolo; en el fuego se ha mostrado que la sencillez no ha de quedarse fría. No preocupe que las lenguas se hayan distribuido; las lenguas, en efecto, difieren; por eso apareció, distribuidas las lenguas. Distribuidas, dice, lenguas como de fuego, el cual también se asentó sobre cada uno de ellos. Difieren entre sí las lenguas, pero diferencia de lenguas no son cismas. En las lenguas distribuidas no temas la dispersión; en la paloma conoce la unidad.

Palomas y cuervos

4. Así, así convenía, pues, que el Espíritu Santo se mostrase al venir sobre el Señor, para que cada uno, si tiene al Espíritu Santo, entienda que debe ser sencillo como una paloma: tener paz verdadera con los hermanos, significada por los besos de las palomas. En efecto, los cuervos también besan, pero su paz es falsa, y la de la paloma es verdadera. Por tanto, no a todo el que dice: «Paz con vosotros», hay que oírlo como a una paloma. ¿Cómo, pues, se distinguen de los besos de las palomas los besos de los cuervos? Besan los cuervos, pero desgarran; la naturaleza de las palomas es inocente de desgarro; donde, pues, hay desgarro, no hay en los besos paz verdadera; paz verdadera tienen los que no han desgarrado a la Iglesia. Ciertamente, los cuervos se alimentan de la muerte; la paloma no tiene esto: de los frutos de la tierra vive, inofensivo es su alimento, y esto, hermanos, es verdaderamente de admirar en la paloma. Hay pájaros pequeñísimos, al menos matan moscas; la paloma, nada de esto, pues no se alimenta de la muerte. Quienes han desgarrado a la Iglesia se alimentan de muertos. Poderoso es Dios; roguemos para que revivan quienes, sin darse cuenta, son devorados por ellos. Muchos caen en la cuenta, porque reviven; de verdad, a su llegada nos felicitamos a diario en el nombre de Cristo. Vosotros sed sencillos, sólo de forma que seáis hirvientes, y vuestro hervor esté en las lenguas. No os calléis; al hablar con lenguas ardientes, encended a los fríos.

Los donatistas cierran los ojos

5. En efecto, ¿qué, hermanos míos? ¿Quién no ve lo que ellos no ven? No es de extrañar, porque quienes no quieren regresar de ahí son como el cuervo al que se dejó salir del arca. En efecto, ¿quién no ve lo que no ven ellos? Y son ingratos al Espíritu Santo en persona. He aquí que la paloma desciende sobre el Señor, y sobre el Señor bautizado. Y apareció allí esa santa y verdadera Trinidad que es para nosotros el único Dios. En efecto, ascendió del agua el Señor, como leemos en el evangelio, y he aquí que se le abrieron los cielos y vio al Espíritu descender como paloma y se quedó sobre él, y al momento siguió una voz: Tú eres mi hijo querido en quien me he complacido. Aparece manifiestísima la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la paloma. Veamos lo que vemos, a dónde fueron enviados en esta Trinidad los apóstoles, y que es extraño que ellos no vean, pues no es que realmente no lo ven, sino que cierran los ojos a lo que les hiere el rostro; a dónde fueron enviados los discípulos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo por el mismo de quien se dijo: Éste es quien bautiza. En efecto, lo dijo a los ministros quien se reservó esta potestad.

Una sola paloma, un solo bautismo

6. Por cierto, esto vio Juan en él y conoció lo que no conocía, no porque no conocía que él era el Hijo de Dios, o cuando no conocía que era el Señor o no conocía que era el Mesías o tampoco conocía verdaderamente que ese mismo iba a bautizar con agua y Espíritu Santo; en verdad, conocía también esto; más bien, lo que mediante la paloma aprendió es esto: que ése iba a bautizar reservándose esa potestad y no traspasándola a nadie de los ministros. De hecho, mediante esta potestad que Cristo se reservó para sí solo y que, si bien se dignó bautizar mediante sus ministros, no trasvasó a ningún ministro, mediante ésta se mantiene en pie la unidad de la Iglesia, simbolizada en la paloma de la que se dice: Única es mi paloma, única es para su madre. En efecto, hermanos míos, si, como ya he dicho, el Señor transfiriese al ministro la potestad, habría tantos bautismos cuantos fuesen los ministros, y ya no se mantendría en pie la unidad del bautismo.

Siempre es Cristo quien bautiza

7. Atended, hermanos. Porque tras el bautismo descendió la paloma gracias a la que Juan conoció algo especial, pues se le dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo»; antes que nuestro Señor Jesucristo viniera al bautismo conocía que ése mismo bautiza con Espíritu Santo; pero allí aprendió esto: que bautiza con peculiaridad tal, que la potestad, aun dándola él, no pasaría de él a otro. Y que Juan conocía ya esto también —que el Señor iba a bautizar con Espíritu Santo—, ¿cómo lo probamos de forma que se entienda que gracias a la paloma había aprendido esto: que el Señor iba a bautizar con Espíritu Santo, sin que esa potestad pasase a ningún otro hombre? ¿Cómo lo probamos?

La paloma descendió, bautizado ya el Señor. Ahora bien, por las palabras en que dice: «¿Tú vienes a mí a ser bautizado? Yo debo ser bautizado por ti», he dicho que lo conocía antes de venir el Señor a ser bautizado por Juan en el Jordán. Pero he aquí que conocía que era el Señor, conocía que era el Hijo de Dios. ¿Cómo probamos que ya conocía que él bautizaría con Espíritu Santo? Antes de venir al río, cuando muchos acudían a Juan a ser bautizados, les dijo: Yo os bautizo con agua, sí; quien, en cambio, viene tras de mí, es mayor que yo, la correa de cuyo calzado no soy digno de desatar; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Ya sabía esto también. ¿Qué aprendió, pues, mediante la paloma —no vaya luego a quedar él como mentiroso, cosa que no permita Dios que opinemos—, sino que en Cristo habría cierta propiedad tal, que, aunque muchos ministros, justos o injustos, iban a bautizar, la santidad del bautismo no se atribuiría sino a aquel sobre quien descendió la paloma, del cual está dicho: Éste es quien bautiza con Espíritu Santo? Bautice Pedro, éste es quien bautiza; bautice Pablo, éste es quien bautiza; bautice Judas, éste es quien bautiza.

La santidad del ministro no cambia la gracia del sacramento

8. De hecho, si el bautismo es santo según la diversidad de méritos, habrá bautismos diversos porque los méritos son diversos, y se supone que cada uno recibe algo tanto mejor cuanto parece haberlo recibido de alguien mejor. Los santos mismos, entended, hermanos, los buenos, que pertenecen a la paloma, que pertenecen al lote de aquella ciudad de Jerusalén, los mismos buenos de la Iglesia, de quienes dice el Apóstol: «Conoce el Señor a quienes son suyos», son de gracias diversas, no todos tienen méritos análogos: unos son más santos que otros, unos son mejores que otros. ¿Por qué, pues, si, verbigracia, bautiza a uno un ministro justo, santo, a otro alguien de mérito inferior ante Dios, de grado inferior, de continencia inferior, de vida inferior, lo que han recibido es empero uno, par e igual, sino porque Éste es quien bautiza? Como, pues, cuando bautizan el bueno y mejor, no por eso recibe éste algo bueno y aquél algo mejor, sino que, aunque los ministros sean bueno y mejor, lo que han recibido es uno e igual, no es mejor en aquél e inferior en éste, así también, cuando el malo bautiza por alguna ignorancia o tolerancia de la Iglesia —los malos son, en efecto, ignorados o tolerados; la paja se tolera hasta que al final sea aventada la era—, lo que se ha dado es uno; no desigual en atención a ministros desiguales, sino par e igual en atención a «Éste es quien bautiza».

La unidad de Dios

9. Veamos, pues, queridísimos, lo que ellos no quieren ver, no porque no ven, sino porque les duele verlo; está como cerrado frente a ellos. ¿A dónde fueron enviados los discípulos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para bautizar como ministros? ¿A dónde fueron enviados? Id, dijo, bautizad a las gentes. Habéis oído, hermanos, cómo vino esa herencia: Pídeme y te daré en herencia tuya las naciones, y en posesión tuya los confines de la tierra. Habéis oído cómo de Sión salió la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor, pues allí oyeron los discípulos: Id, bautizad a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Se nos ha hecho atender cuando hemos oído: Id, bautizad a las gentes. ¿En el nombre de quién? En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ése es el único Dios, porque han de bautizar no en los nombres del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, sino en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Donde oyes un único nombre, hay un único Dios, como de la descendencia de Abrahán está dicho y expone el apóstol Pablo: En tu descendencia serán bendecidas todas las gentes; no ha dicho «en descendencias» como en muchas, sino como en una única, «y en tu descendencia», que es Cristo. Como, pues, el Apóstol ha querido enseñarte que Cristo es único porque allí no dice «en descendencias», así también aquí, cuando está dicho «en el nombre», no «en los nombres», como allí «en descendencia», no «en descendencias», se prueba que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios.

La unidad de las naciones

10. «Pero», dicen los discípulos al Señor, «he aquí que hemos oído en qué nombre hemos de bautizar; nos has hecho ministros y nos has dicho: «Id, bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; ¿a dónde iremos?» «¿A dónde? ¿No habéis oído? A mi herencia. Preguntáis: “¿a dónde iremos?”. A lo que he comprado con mi sangre». «¿A dónde, pues?» «A las naciones», responde. Supuse que dijo: «Id, bautizad a los africanos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» ¡Gracias a Dios! El Señor ha resuelto la cuestión, la paloma la ha enseñado. ¡Gracias a Dios! A las naciones han sido enviados los apóstoles; si a las gentes, a todas las lenguas. Esto significó el Espíritu Santo repartido en lenguas, unido en la paloma. Por una parte, las lenguas se reparten; por otra, la paloma une. Las lenguas de las naciones han concordado, ¿y sola la lengua de África discuerda? ¿Hay algo más evidente, hermanos míos? En la paloma, unidad; en las lenguas de las naciones, sociedad.
 

Efectivamente, alguna vez las lenguas discordaron por soberbia y entonces las lenguas se hicieron de una única muchas. En efecto, tras el diluvio, ciertos hombres soberbios, como si intentase fortificarse contra Dios, como si para Dios hubiese algo elevado, o algo seguro para la soberbia, erigieron una torre, como para que no los destruyera un diluvio, si se producía después. Efectivamente, habían oído y recontado que el diluvio había destruido toda iniquidad. De la iniquidad no querían abstenerse; contra el diluvio necesitaban la altura de la torre; edificaron una torre elevada. Vio Dios su soberbia e hizo que penetrase en ellos este error, el de no entenderse hablando; y por la soberbia se hicieron diversas las lenguas.

Si la soberbia hizo las diferencias de lenguas, la humildad de Cristo ha congregado las diferencias de lenguas. La Iglesia reúne ya lo que aquella torre había disociado. De una única lengua surgieron muchas; no te extrañes, la soberbia lo hizo. De muchas lenguas surge una única; no te extrañes, la caridad lo ha hecho porque, aunque los sonidos de las lenguas son diversos, en el corazón se invoca al único Dios, se custodia la única paz. ¿Cómo, pues, carísimos, debió el Espíritu Santo mostrarse para significar cierta unidad, sino mediante la paloma, para que se dijese a la Iglesia sosegada: Mi paloma es una sola? ¿Cómo debió mostrarse la humildad, sino mediante un ave sencilla y gimiente, no mediante un ave soberbia y presuntuosa como el cuervo?

¿Fuera de la paloma no hay bautismo?

11. Quizá dirán: «Porque, pues, existe la paloma y una única paloma, fuera de la única paloma no puede haber bautismo; si, pues, contigo está la paloma o tú eres la paloma, cuando vengo a ti dame tú lo que no tengo». Sabéis que dicen esto; en seguida os quedará claro que no viene de la voz de paloma, sino del grito del cuervo. De hecho, atienda un poco Vuestra Caridad y temed las insidias, mejor dicho, poneos en guardia y recibid las palabras de los contradictores para rechazarlas, no para tragarlas y darlas a los intestinos. Haced con ellas lo que hizo el Señor cuando le ofrecieron la bebida amarga: la gustó y rechazó. Así también vosotros: oídlas y tiradlas. En efecto, ¿qué dicen? Veamos. Dice: «He aquí que tú, oh Católica, eres la paloma; se te ha dicho: “Única es mi paloma, única es para su madre”; ciertamente se te ha dicho». Aguarda, no me interrogues; demuestra primero que se me ha dicho a mí; quiero oír pronto si a mí se ha dicho. Afirma: «A ti se ha dicho». Respondo en nombre de la Católica: «A mí». Ahora bien, hermanos, esto que ha sonado sólo en mi boca, procede también, como supongo, de vuestros corazones y todos hemos dicho igualmente: «A la Iglesia católica se ha dicho: “Única es mi paloma, única es para su madre”». Replica: «Fuera de esa paloma no hay bautismo; yo fui bautizado fuera de esa paloma; luego no tengo el bautismo; si no tengo el bautismo, ¿por qué no me lo das cuando vengo a ti?».

Cuidado con los sofismas donatistas

12. También yo interrogo; de momento prescindamos de a quién se ha dicho: Única es mi paloma, única es para su madre. Todavía preguntamos: o se ha dicho a mí, o se ha dicho a ti; prescindamos de a quién se ha dicho. Esto, pues, pregunto; si la paloma es sencilla, inocente, sin hiel, sosegada en los besos, no cruel en las garras, pregunto si a los miembros de esta paloma pertenecen los avaros, rapaces, truhanes, borrachos, escandalosos; ¿son miembros de esta paloma? «Ni hablar», responde. Y, en verdad, hermanos, ¿quién diría esto? Por no decir otra cosa: si nombro a solos los rapaces, pueden ser miembros del gavilán, no miembros de la paloma. Los milanos son rapaces, los gavilanes son rapaces, los cuervos son rapaces; las palomas no son rapaces, no despedazan; luego los rapaces no son miembros de la paloma. ¿No ha habido entre vosotros siquiera un ladrón? ¿Por qué permanece el bautismo que dio el gavilán, no la paloma? ¿Por qué entre vosotros mismos no bautizáis después de los rapaces, adúlteros, borrachos, avaros de entre vosotros mismos? ¿Acaso todos ésos son miembros de la paloma? Deshonráis a vuestra paloma hasta el punto de ponerle miembros de buitre.
 

¿Qué, pues, hermanos, qué digo? En la Iglesia católica hay malos y buenos; allí, en cambio, hay malos solos. Pero quizá digo esto con ánimo hostil; también lo veremos después. Al menos dicen que también allí hay buenos y malos; por cierto, si dicen que ellos no tienen más que buenos, créanles los suyos y firmo. Digan: «Entre nosotros no hay sino santos, justo, castos, sobrios; no adúlteros, no usureros, no defraudadores, no perjuros, no beodos». Díganlo, pues no atiendo a sus lenguas, sino que hablo de sus corazones. Ahora bien, porque son conocidos para mí, para vosotros y para los suyos, como en la Católica vosotros sois conocidos para vosotros y para ellos, no los reprendamos ni ellos se lisonjeen. Nosotros confesamos que en la Iglesia hay buenos y malos, pero como los granos y la paja. A veces es paja quien es bautizado por el grano, y es grano quien es bautizado por la paja; de no ser así, si vale quien es bautizado por el grano, pero no vale quien es bautizado por la paja, es falso «Éste es quien bautiza». Si, en cambio, es verdad «Éste es quien bautiza», vale lo que aquél da, y bautiza como la paloma. En efecto, aquel malo no es la paloma ni pertenece a los miembros de la paloma; de éste no puede decirse que está en la Católica ni entre aquéllos, si ellos dicen que su Iglesia es la paloma. ¿Qué entendemos, pues, hermanos? Que es manifiesto y sabido para todos —y de ello se les convence aunque no quieran— que ni allí, cuando los malos dan el bautismo, se bautiza después de ellos, ni aquí, cuando lo dan los malos, se bautiza después de ellos. La paloma no bautiza después del cuervo; ¿por qué quiere el cuervo bautizar después de la paloma?

Fuera de la Católica no aprovecha el bautismo

13. Atienda Vuestra Caridad. Como quiera que, bautizado el Señor, vino una paloma, esto es, el Espíritu Santo en forma de paloma, y permaneció sobre él, ¿por qué, aunque gracias a la venida de la paloma conocía Juan esto, que en el Señor hay cierta potestad propia para bautizar, mediante la paloma se indicó también no sé qué? Porque, como he dicho, mediante esta potestad propia queda consolidada la paz de la Iglesia. Puede también suceder que fuera de la paloma tenga alguien el bautismo; no puede suceder que fuera de la paloma le aproveche el bautismo. Atienda Vuestra Caridad y entienda lo que digo, porque con este sofisma seducen con frecuencia a hermanos nuestros que son perezosos y fríos. Seamos muy sencillos e hirvientes. Preguntan: «Bueno, ¿he recibido yo el bautismo o no lo he recibido?». Respondo: «Lo has recibido». «Si, pues, lo he recibido, no tienes nada que darme; estoy seguro incluso por tu testimonio, pues yo digo que lo he recibido y tú confiesas que yo lo he recibido; la lengua de ambos me da seguridad. ¿Qué me prometes, pues? ¿Por qué quieres hacerme católico, si no vas a darme nada más y confiesas que ya he recibido lo que dices que tú tienes? Yo, en cambio, cuando digo: «Ven a mí», digo que tú, que confiesas que lo tengo, no lo tienes. ¿Por qué dices: «Ven a mí»».

Sin la caridad, de nada sirve el bautismo

14. La paloma nos enseña, pues desde la cabeza del Señor responde y dice: «Tienes el bautismo; pero no tienes la caridad con que gimo». Replica: «¿Qué significa esto: tengo el bautismo, no tengo la caridad; tengo los sacramentos y la caridad no?». No grites. Muéstrame cómo tiene la caridad quien divide la unidad. «Yo tengo el bautismo», afirma. «Lo tienes; pero sin la caridad no te aprovecha el bautismo ese, porque sin caridad tú no eres nada. El bautismo ese, aun en quien nada es, es verdaderamente algo; el bautismo ese es, sí, algo y algo grande por ese de quien está dicho: Éste es quien bautiza. Pero, para que no supongas que eso que es grande te aprovecha algo, si no estuvieses en la unidad, sobre el Bautizado descendió la paloma, como diciendo: «Si tienes el bautismo, permanece en la paloma; fuera no te aprovecha lo que tienes». «Ven, pues, a la paloma», decimos, no para que comiences a tener lo que no tenías, sino para que comience a aprovecharte lo que tenías. En efecto, fuera tenías el bautismo para perjuicio; si lo tienes dentro, comienza a aprovecharte para salvación.

Fuera de la unidad, los sacramentos son perjudiciales

15. «En efecto, el bautismo no sólo no te aprovechaba; incluso te perjudicaba». Hasta las cosas santas pueden perjudicar, pues para salvación están en los buenos las cosas santas, para condena en los malos. En efecto, hermanos, sabemos ciertamente qué recibimos; y lo que recibimos es santo, sí, y nadie dice que eso no es santo. ¿Y qué afirma el Apóstol? Ahora bien, quien come y bebe indignamente, se come y bebe la condena. No afirma que esa cosa es mala, sino que el malo, por recibirla mal, para condena recibe el bien que recibe. Efectivamente, ¿acaso era malo el bocado que el Señor entregó a Judas? En absoluto. El médico nunca daría veneno. La salud dio el médico; pero por recibirla indignamente, para perjuicio la recibió quien la recibió no en paz. Pues así también quien es bautizado. «Lo tengo en mi favor», dice. Reconozco que lo tienes; observa lo que tienes: eso mismo que tienes te condenará. ¿Por qué? Porque fuera de la paloma tienes una cosa de la paloma. Si en la paloma tienes la cosa de la paloma, seguro la tienes. Supón que eres militar: si tienes dentro la marca de tu emperador, seguro militas; si la tienes fuera, esa marca no sólo no te aprovecha para la milicia, sino que incluso serás castigado como desertor. Ven, pues; ven y no digas: «Ya lo tengo, ya me basta». Ven; la paloma te llama; gimiendo te llama.

Invitación a la unidad

Hermanos míos, os digo: llamadlos gimiendo, no riñendo; llamadlos orando, llamadlos invitando, llamadlos ayunando; por la caridad comprendan que os doléis por ellos. No dudo, hermanos míos, que si ven vuestro dolor, se avergonzarán y revivirán. Ven, pues, ven. No temas; teme si no vienes; o mejor dicho, no temas, sino llora. Ven, te alegrarás si vinieres. Gimes, sí, entre las tribulaciones de la peregrinación, pero te alegrarás con la esperanza . Ven adonde está la paloma a la que está dicho: Única es mi paloma, única es para su madre. Sobre la cabeza de Cristo ves una única paloma; ¿no ves las lenguas en todo el orbe de las tierras? Idéntico Espíritu mediante la paloma, idéntico también mediante las lenguas; si mediante la paloma idéntico Espíritu y mediante las lenguas idéntico Espíritu, el Espíritu Santo ha sido dado al orbe de las tierras del que te has separado; así, gritas con el cuervo; así, no gimes con la paloma. Ven, pues.

16. Pero quizás estás preocupado y dices: «Bautizado fuera, temo ser reo precisamente de haberlo recibido fuera». Ya has comenzado a conocer por qué cosa hay que gemir; dices la verdad, que eres reo no por haberlo recibido, sino por haberlo recibido fuera. Mantén, pues, lo que has recibido; enmienda haberlo recibido fuera. Fuera de la paloma has recibido una cosa de la paloma. Dos cosas son las que oyes: «has recibido» y «fuera de la paloma has recibido». Apruebo que hayas recibido; repruebo que hayas recibido fuera. Mantén, pues, lo que has recibido; no se cambia, sino que se reconoce. Es la marca de mi Rey, no seré sacrílego. Corrijo al desertor, no cambio la marca.

Condiciones para que el bautismo produzca sus efectos

17. No te gloríes del bautismo porque digo: «Es ése mismo». He aquí que digo: «Es ése mismo», la entera Católica dice: «Es ése mismo». La paloma advierte y reconoce que lo tienes fuera, y gime. Ve allí lo que puede reconocer; ve también lo que ha de corregir. Es ése mismo, ven. ¿Te glorías de que es ése mismo, y no quieres venir? Los malos, pues, que no pertenecen a la paloma, ¿qué? Te dice la paloma: «Los malos entre los que gimo, que no pertenecen a mis miembros y es necesario que gima entre ellos, ¿acaso no tienen también lo que tú te glorías de tener? ¿Acaso muchos borrachos no tienen el bautismo?, ¿acaso no muchos avaros?, ¿acaso no muchos idólatras y, lo que es peor, furtivamente? ¿Acaso los paganos no van o iban públicamente a los ídolos? Ahora, los cristianos buscan ocultamente adivinos, consultan a astrólogos. También éstos tienen el bautismo, pero la paloma gime entre los cuervos. ¿Por qué, pues, te alegras de tenerlo? Tienes lo que tiene también el malo. Ten humildad, caridad, paz. Ten el bien que aún no tienes, para que te aproveche el bien que tienes.

El caso de Simón el mago

18. Por cierto, el mago Simón tuvo también lo que tienes; testigos son los Hechos de los Apóstoles, ese libro canónico al que cada año ha de darse lectura pública en la Iglesia. Sabéis que en la solemnidad aniversaria, tras la pasión del Señor, se da lectura pública a ese libro donde está escrito cómo se convirtió el Apóstol y de perseguidor fue hecho predicador; donde también, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo fue enviado en lenguas repartidas como de fuego. Allí leemos que en Samaría muchos creyeron mediante la predicación de Felipe, sea éste uno de los apóstoles o de los diáconos, porque allí leemos que fueron ordenados siete diáconos, entre los cuales está también el nombre de Felipe. Mediante la predicación de Felipe, pues, creyeron los samaritanos. Samaría comenzó a abundar en fieles. Allí estaba ese mago, Simón. Mediante sus habilidades mágicas había vuelto loco al pueblo, hasta suponerlo una fuerza de Dios. Impresionado empero por los signos que hacía Felipe, también él creyó; pero los acontecimientos que siguieron, demostraron cómo creyó. Pues bien, Simón fue también bautizado. Oyeron esto los apóstoles, que estaban en Jerusalén; les enviaron a Pedro y a Juan; encontraron a muchos bautizados y, porque ninguno de ellos había recibido aún el Espíritu Santo como entonces descendía —de forma que, para mostrar la significación de las naciones que iban a creer, hablasen en lenguas esos a quienes descendía el Espíritu Santo—, les impusieron las manos mientras oraban por ellos, y recibieronel Espíritu Santo.

El tal Simón, que en la Iglesia era no paloma, sino cuervo, porque buscaba lo que es suyo, no lo de Jesucristo, razón por la que en los cristianos había amado más el poder que la justicia, vio que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo —no que ellos lo daban, sino que al orar ellos fue dado—, y preguntó a los apóstoles: ¿Qué dinero queréis recibir de mí, para que también por la imposición de mis manos se dé el Espíritu Santo? Y Pedro le contesta: Tu dinero esté contigo para perdición, porque supusiste que el don de Dios ha de comprarse con dinero. ¿A quién dice: Tu dinero esté contigo para perdición? A un bautizado, sí. Ya tenía el bautismo, pero no se adhería a las entrañas de la paloma. Oye que no se adhería; advierte las palabras mismas del apóstol Pedro, pues sigue: No tienes parte ni lote en esta fe, pues veo que tú estás en hiel de amargura. La paloma no tiene hiel; Simón la tenía; por eso estaba separado de las entrañas de la paloma. El bautismo ¿de qué le aprovechaba? No te gloríes, pues, del bautismo, como si te bastase la salvación procedente de él. No te aíres, tira la hiel, ven a la paloma. Aquí te aprovechará lo que fuera no sólo no aprovechaba, sino que incluso perjudicaba.

Traer de nuevo al arca a los que están fuera

19. Y no digas: «No vengo porque he sido bautizado fuera». ¡Mira, comienza a tener caridad, comienza a tener fruto, que se halle fruto en ti; la paloma te hará ir adentro! En la Escritura lo encontramos: el arca había sido fabricada con leños incorruptibles. Leños incorruptibles son los santos, los fieles que pertenecen a Cristo. En efecto, como, respecto al templo, a los hombres fieles se los llama piedras vivas con que se edifica el templo, así a los hombres que perseveran en la fe se los llama leños incorruptibles. En esa arca, pues, los leños eran incorruptibles, ya que el arca es la Iglesia; ahí bautiza la paloma, pues el arca era llevada en medio del agua; los leños incorruptibles han sido bautizados dentro. Encontramos algunos leños bautizados fuera, todos los árboles que había en el mundo. Ahora bien, el agua era la misma, no era otra; toda había venido del cielo y de las profundidades de las fuentes. El agua en que han sido bautizados los leños incorruptibles que estaban en el arca, era esa en que han sido bautizados los leños de fuera. Fue enviada una paloma y primeramente no encontró reposo para sus pies; regresó al arca, pues todo estaba lleno de agua, y prefirió regresar antes que ser rebautizada. Por otra parte, fue soltado el cuervo antes de que el agua se secara; rebautizado, no quiso regresar; murió en esas aguas. Líbrenos Dios de la muerte de ese cuervo. Verdaderamente, ¿por qué no regresó sino porque las aguas lo eliminaron? La paloma, en cambio, al no encontrar reposo para sus pies, regresó al arca, aunque el agua le gritaba por todas partes: «Ven, ven, sumérgete aquí», como gritan esos herejes: «Ven, ven, aquí tienes el bautismo». Y Noé la envió de nuevo, como el arca os envía a que les habléis. ¿Y qué hizo después la paloma? Porque los leños de fuera estaban bautizados, trajo al arca un ramo de olivo. El ramo tenía hojas y fruto: no haya en ti palabras solas, no haya en ti hojas solas; haya fruto, y regresas al arca, no por ti mismo; la paloma te hace volver. Gemid fuera para que los hagáis volver dentro.

Donato, sin la caridad, no es nada

20. El hecho es que, si se examina el fruto este del olivo, encontrarás qué significaba. El fruto del olivo significa la caridad. ¿Cómo lo pruebo? Porque, como el aceite no es hundido por ningún líquido, sino que, reventados todos, emerge y descuella, así tampoco la caridad puede ser hundida en el fondo; necesariamente se alce hacia lo alto. Por eso, el Apóstol dice de ella: Todavía os muestro un camino muy descollante. Del aceite he dicho que descuella; por si queda alguna duda de que el Apóstol haya dicho de la caridad: «Os muestro un camino muy descollante», oigamos qué sigue: Si hablo en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, he venido a ser como sonante objeto de bronce, o címbalo tintineante.

Donato, vete ahora y grita: «Soy elocuente»; vete ahora y grita: «Soy docto». Elocuente, ¿cuánto? Docto, ¿cuánto? ¿Has hablado acaso en las lenguas de los ángeles? Y, sin embargo, si sin tener caridad hablases en las lenguas de los ángeles, oiría yo metales sonantes y címbalos retiñentes. Busco alguna solidez, quiero hallar fruto entre el follaje. No estén solas las palabras: tengan oliva, regresen al arca.

21. «Pero tengo el sacramento», replicarás. Dices la verdad: el sacramento es divino; tienes el bautismo; también yo reconozco esto. Pero, para que no dijeses también esto: «He creído, me basta», ¿qué dice el mismo Apóstol? Si conociera todos los sacramentos y tuviese profecía y toda la fe, hasta el punto de trasladar montes. Pero ¿qué dice Santiago? También los demonios creen y se estremecen. Grande es la fe, pero nada aprovecha si no tiene caridad. También los demonios confesaban a Cristo. Creyendo, pues, pero no amando, decían: ¿Qué tenemos que ver nosotros y tú? Tenían fe, no tenían caridad; por eso eran demonios. No te gloríes de la fe: aún estás a la altura de los demonios. No digas a Cristo: «¿Qué tenemos que ver tú y yo?», pues la unidad de Cristo: te habla: «Ven, conoce la paz, regresa a las entrañas de la paloma. Has sido bautizado fuera; ten fruto y regresas al arca».

22. Y tú dices: «¿Por qué nos buscáis, si somos malos?». Para que seáis buenos. Os buscamos precisamente porque sois malos, ya que, si no fueseis malos, os habríamos encontrado, no os buscaríamos. Por eso os buscamos; regresad al arca. «Pero ya tengo el bautismo». Si conociera todos los sacramentos y tuviese profecía y toda la fe, hasta el punto de trasladar montes, pero no tengo caridad, nada soy. Vea yo ahí el fruto, vea ahí la oliva, y te hacen volver al arca.

Los falsos mártires de Donato

23. Pero ¿qué replicas? «He aquí que nosotros padecemos muchos males». ¡Ojalá los padecierais por Cristo, no por vuestros honores! Oíd lo que sigue. En efecto, a veces se jactan de que hacen muchas limosnas, dan a los pobres; de que padecen molestias; pero por Donato, no por Cristo. Ve cómo padeces, porque, si por Donato padeces, por un soberbio padeces; no estás en la paloma si por Donato padeces. Él no era amigo del Novio, porque, si fuese amigo del Novio, buscaría la gloria del Novio, no la suya. Ve al amigo del Novio decir: Éste es quien bautiza. Ese por quien padeces no era amigo del Novio. No tienes el traje nupcial y, si has venido al convite, tienes que ser echado fuera. Mejor dicho, eres desdichado precisamente por haber sido echado fuera. Regresa por fin y no te gloríes. Oye qué dice el Apóstol: Si distribuyera a los pobres todo lo mío y entregase mi cuerpo a arder, pero no tengo caridad. He aquí lo que no tienes. Si entregase, dice, mi cuerpo para arder incluso por el nombre de Cristo, sí; pero, porque hay muchos que lo hacen por jactancia, no por caridad, por eso: Si entregase mi cuerpo a arder, pero no tengo caridad, de nada me aprovecha. Por caridad lo hicieron los mártires que padecieron en tiempo de persecución; por caridad lo hicieron. Ésos, en cambio, lo hacen por orgullo y por soberbia porque, cuando no hay perseguidor, ellos mismos se despeñan. Ven, pues, para que tengas caridad. «Pero nosotros tenemos mártires». ¿Qué mártires? No son palomas; por eso intentaron volar y se han caído de la roca.

24. Veis, pues, hermanos míos, que todo clama contra ellos: todas las Divinas Páginas, toda profecía, el Evangelio entero, todas las cartas apostólicas, todos los gemidos de la paloma; y todavía no se despiertan, todavía no se despabilan. Pero si somos la paloma, gimamos, toleremos, esperemos. La misericordia de Dios asistirá, para que el fuego del Espíritu Santo hierva en vuestra sencillez, y vendrán. No hay que perder la esperanza; orad, predicad, amad. Absolutamente poderoso es el Señor. Ya han empezado a conocer su desvergüenza; muchos la han conocido, muchos se han ruborizado. Cristo asistirá para que la conozcan también los demás. Sí, hermanos, hay que recoger todo el grano, y en su era quedará solamente la paja. Lo que allí ha fructificado regrese al arca mediante la paloma.

Quejas de los donatistas y respuesta de Agustín

25. Ahora que por todas partes están en retirada, ¿de qué nos acusan, al no hallar qué decir? «Han robado nuestras fincas rústicas, han robado nuestras propiedades». Presentan los testamentos de los hombres. «Aquí hay uno en el que Gayuseyo donó una propiedad a la Iglesia que presidía Faustino». ¿De qué Iglesia era obispo Faustino? ¿Qué es la Iglesia? «A la Iglesia, dijo, que presidía Faustino». Pero Faustino no presidía la Iglesia, sino que presidía un partido. En cambio, la Iglesia es la paloma. ¿Por qué gritas? No hemos devorado las fincas rústicas; téngalas la paloma; aclaremos qué significa la paloma y que ella las tenga. En verdad sabéis, hermanos míos, que estas fincas rústicas no son de Agustín. Y si no lo sabéis y suponéis que gozo con la posesión de fincas, Dios conoce, él sabe mis sentimientos acerca de esas fincas y lo que por ellas he tenido que aguantar; él conoce mis gemidos, si se dignó hacerme partícipe en algo de la paloma. Aquí están las fincas, ¿con qué derecho defiendes las fincas, con el divino o con el humano? ¡Respondan!

En las Escrituras tenemos el derecho divino; el humano en las leyes de los reyes. ¿En virtud de qué posee cada uno lo que posee? ¿Acaso no por derecho humano? En realidad, por derecho divino: Del Señor es la tierra y su plenitud. De un único barro ha hecho Dios a pobres y ricos, y una única tierra soporta a pobres y ricos. Sin embargo, por derecho humano dice uno: «Esta finca es mía, esta casa es mía, este esclavo es mío». Por derecho humano, pues, por derecho de los emperadores. ¿Por qué? Porque mediante los emperadores y reyes distribuye Dios al género humano esos derechos humanos. ¿Queréis que leamos las leyes de los emperadores y según ellas tratemos de las fincas? Si queréis poseerlas por derecho humano, demos lectura pública a las leyes de los emperadores; veamos si quisieron que los herejes posean algo. «Pero ¿qué me importa el emperador?». Según su derecho posees tierra. O suprime los derechos de los emperadores, y ¿quién osa decir: «Mía es esa finca o mío es ese esclavo o esta casa es mía»? Si, en cambio, para que los hombres mantengan estas cosas, han recibido los derechos de los reyes, ¿queréis que demos lectura pública a las leyes, para que gocéis de tener siquiera un huerto, y no imputéis sino a la mansedumbre de la paloma el que, al menos, se os permite permanecer allí? En efecto, se leen leyes manifiestas, en que los emperadores han preceptuado que en nombre de la Iglesia nada osen poseer esos que fuera de la comunión de la Iglesia católica usurpan para sí el nombre cristiano y no quieren dar culto en paz al autor de la paz.

26. «Pero ¿qué tenemos que ver nosotros y el emperador?». Pero ya he dicho que se trata del derecho humano. Y, sin embargo, un apóstol quiso que se sirva a los reyes, quiso que se honre a los reyes, y dijo: Reverenciad al rey. No digas: «¿Qué tenemos que ver el rey y yo?». ¿Qué tenéis, pues, que ver tú y la propiedad? Mediante los derechos de los reyes se poseen las posesiones. Has dicho: «¿Qué tenemos que ver el rey y yo?». No llames tuyas a las propiedades, porque has renunciado a esos derechos humanos gracias a los que se poseen las posesiones. Pero replica: «Yo trato del derecho divino». Leamos, pues, públicamente el evangelio; veamos hasta qué punto la Iglesia católica es de Cristo, sobre quien vino la paloma que enseñó: Éste es quien bautiza. ¿Cómo, pues, poseerá por derecho divino quien dice: «Yo bautizo», siendo así que la paloma dice «Éste es quien bautiza», siendo así que la Escritura dice: Única es mi paloma, única es para su madre? ¿Por qué habéis desgarrado la paloma? Mejor dicho, habéis desgarrado vuestras entrañas, porque la desgarráis para vosotros; la paloma persevera íntegra. Si, pues, hermanos míos, en ninguna parte tienen qué decir, yo digo qué deben hacer: vengan a la Católica, y tendrán con nosotros no sólo la tierra, sino también al que hizo el cielo y la tierra.

 

TRATADO 7

Comentario a Jn 1,34-51, predicado en Hipona el domingo 17 de febrero de 407

Introducción: invectiva contra los espectáculos públicos

1. A una con vuestra concurrencia gozo, porque habéis acudido con entusiasmo muy superior al que podía esperar. Lo que en todos los trabajos y peligros de esta vida me alegra y consuela es esto: vuestro amor a Dios, vuestro afán piadoso, vuestra esperanza cierta y vuestro hervor de espíritu. Cuando se leía el salmo, habéis oído que el indigente y pobre clama a Dios en este mundo. En efecto, como habéis oído muy frecuentemente y debéis recordar, es la voz no de un único hombre y empero de un único hombre: no de uno, porque los fieles son muchos, muchos los granos que gimen entre las pajas, esparcidos por el orbe entero; de uno empero porque todos son miembros de Cristo y, por eso, un único cuerpo. Este pueblo, pues, menesteroso y pobre no sabe gozar del mundo: su dolor está dentro y su gozo está dentro, donde no ve sino el que escucha a quien gime, y corona a quien espera. La alegría del mundo es vaciedad: con gran ansiedad se espera que venga; pero, una vez que ha venido, no puede ser retenida. En efecto, ese día que para los perdidos de nuestra ciudad es hoy alegre, mañana, por cierto, no existirá; tampoco ésos mismos serán mañana lo que son hoy. Todo pasa, todo se va volando y se desvanece como humo. Y ¡ay, quienes aman tales cosas! En efecto, toda alma sigue lo que ama. Toda carne es heno, y todo el ornato de la carne, cual flor de heno; el heno se secó, la flor se cayó; en cambio, la palabra del Señor permanece para siempre. He ahí lo que has de amar si quieres permanecer para siempre. Pero tenías que decir: «¿Cómo puedo aprehender la palabra de Dios?» La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

2. Por eso, carísimos, concierna a nuestra indigencia y pobreza dolernos también de esos que se creen nadar en la abundancia, pues su gozo es cual el de los locos. Ahora bien, como el loco ordinariamente goza en medio de la demencia y ríe, pero quien está cuerdo llora por él, así también nosotros, carísimos, si hemos recibido la medicina que viene del cielo —porque también todos nosotros éramos locos—, como hechos salvos porque no amamos lo que amábamos, gimamos ante Dios por esos que aún hacen locuras. Poderoso es, en efecto, para hacerlos salvos también a ellos. Es también necesario que se miren y no se gusten. Quieren asistir a espectáculos y no saben asistir al espectáculo de su persona. De verdad, si vuelven algo los ojos hacia sí, ven su desorden. Hasta que esto suceda, sean otros nuestros afanes, otras sean las diversiones de nuestra alma. Nuestro dolor vale más que el gozo de ellos. Por lo que se refiere al número de hermanos, es difícil que alguno de los varones haya sido arrastrado por ese festejo; al contrario, en cuanto al número de hermanas, me contrista y es deplorable esto: que más bien ellas, a quienes, si no el temor, sí el pudor debía apartar de los lugares públicos, no corren a la Iglesia. Vea esto quien ve, y su misericordia asista para sanar a todos. En cambio, nosotros, que hemos acudido, alimentémonos con los manjares de Dios, y sea nuestro gozo su palabra, pues nos ha invitado a su evangelio y él en persona es nuestra comida, más dulce que ninguna otra, pero si alguien tiene sano el paladar del corazón.

El fruto del bautismo es la caridad

3. Además, opino bien que Vuestra Caridad recuerda que este evangelio se está leyendo públicamente por orden mediante lecturas adecuadas, y supongo que no se os ha escapado lo que ya se ha tratado, máxime lo más reciente sobre Juan y la paloma; es decir, sobre Juan, porque ya conocía al Señor, qué novedad aprendió acerca del Señor mediante la paloma. En efecto, con la inspiración del Espíritu de Dios se descubrió esto: Juan ya conocía al Señor, sí; pero que el Señor en persona iba a bautizar sin trasvasar desde sí a nadie la potestad de bautizar, lo aprendió mediante la paloma, porque se le había dicho: Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, éste es quien bautiza con Espíritu Santo. ¿Qué significa «éste es»? No otro, aunque mediante otro.

Ahora bien, ¿por qué mediante la paloma? Mucho ha quedado dicho; no puedo ni es preciso aclarar todo; sin embargo, principalmente por la paz: porque la paloma trajo al arca, por haber hallado en ellos fruto, los leños que han sido bautizados fuera; según recordáis, la paloma enviada por Noé desde el arca que flotaba en el diluvio y era lavada por el bautismo, no se hundía. Como, pues, fuese enviada, trajo un ramo de olivo; pero éste no tenía hojas solas, tenía también fruto. Así pues, a nuestros hermanos que son bautizados fuera, ha de deseárseles esto: que tengan fruto. No los dejará fuera la paloma, sino que los devolverá al arca. Ahora bien, el fruto entero es la caridad, sin la que el hombre no es nada, aunque tenga todo lo demás. También he recordado y repasado que el Apóstol lo ha dicho elocuentísimamente, pues afirma: Si hablo en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, he venido a ser como sonante objeto de bronce, o címbalo tintineante; y, si tuviese todo el saber y todos los misterios y tengo toda profecía y tuviese toda la fe —pero ¿en qué sentido ha dicho «toda»?—, hasta el punto de trasladar yo montes, pero no tengo caridad, nada soy. Y si distribuyese a los pobres todo lo mío, y si entregase mi cuerpo para arder yo, pero no tengo caridad, de nada me aprovecha. Ahora bien, de ningún modo pueden decir que tienen caridad esos que dividen la unidad. Esto queda dicho; veamos lo siguiente.

4. Juan dio testimonio porque vio. ¿Qué testimonio dio? De que ése es el Hijo de Dios. Era preciso, pues, que bautizase el que es el único Hijo de Dios, no adoptado. Los hijos adoptados son ministros del Único; el Único tiene la potestad; los adoptivos, el ministerio. Aunque bautice un ministro no perteneciente al número de los hijos porque vive mal y obra mal, ¿qué nos consuela? Éste es quien bautiza.

Jesús, el verdadero cordero

5. Al día siguiente estaba de pie Juan y dos de sus discípulos, y al mirar a Jesús que caminaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Ése es el Cordero en singular, sí; en verdad, también los discípulos han sido llamados corderos: He aquí que yo os envío como a corderos en medio de lobos. También ellos han sido llamados luz —Vosotros sois la luz del mundo; pero de otro modo ese de quien está dicho: Era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Así también, el Cordero en singular, el único sin mancha, sin pecado; no cuyas manchas hayan sido limpiadas, sino cuya mancha fue nula. De hecho, ¿qué significa que Juan decía del Señor: He ahí el Cordero de Dios? ¿Juan mismo no era cordero? ¿No era varón santo? ¿No era el amigo del Novio? En singular, pues, él —éste es el Cordero de Dios—, porque con sola la sangre de este Cordero en singular han podido ser redimidos los hombres.

El espectáculo cristiano frente a los espectáculos paganos

6. Hermanos míos, si reconocemos que nuestro precio es la sangre del Cordero, ¿quiénes son esos que hoy celebran la fiesta de la sangre de no sé qué mujer? ¡Y cuán ingratos son! Se arrebató, dicen, de la oreja de una mujer el oro, corrió la sangre, fue puesto el oro en una balanza o romana, y pesó mucho más por causa de la sangre. Si la sangre de una mujer tuvo peso para inclinar el oro, ¿qué peso tiene para inclinar el mundo la sangre del Cordero mediante el que ha sido hecho el mundo? Y, ciertamente, ese espíritu, no sé cuál, se aplacó con la sangre para sobrecargar el peso. Los espíritus impuros sabían que iba a venir Jesucristo, lo habían oído a los ángeles, lo habían oído a los profetas y esperaban que viniera, porque, si no lo esperaban, ¿por qué gritaron: ¿Qué tenemos que ver nosotros y tú? ¿Has venido a destruirnos antes de tiempo? Sabemos quién eres: el Santo de Dios. Sabían que iba a venir, pero ignoraban el tiempo.

Pero, sobre Jerusalén, ¿qué habéis oído en un salmo? Porque tus siervos tuvieron como beneplácito sus piedras y se compadecerán de su polvo; al levantarte, dice, tú te compadecerás de Sión, porque ha venido el tiempo de compadecerte de ella. Cuando vino el tiempo de que Dios se compadeciera, vino el Cordero. ¿Qué clase de Cordero es al que temen los lobos? ¿Qué clase de Cordero que, matado, mató al león? Se llama, en efecto, al diablo león merodeador y rugiente, que busca a quién devorar. ¡La sangre del Cordero venció al león! He ahí los espectáculos de los cristianos. Y lo que es más, ellos ven con los ojos carnales la vaciedad; nosotros, con los ojos del corazón, la Verdad. No supongáis, hermanos, que el Señor nuestro Dios nos ha dejado sin espectáculos; de hecho, si no hay espectáculo alguno, ¿por qué habéis acudido hoy? Habéis visto lo que he dicho y habéis exclamado; no exclamaríais si no lo hubierais visto. Grande es también esto: contemplar vencido al león en toda la redondez de la tierra por la sangre del Cordero; a los miembros de Cristo, sacados de los dientes de los leones y agregados al cuerpo de Cristo.

No sé, pues, qué semejanza ha imitado cierto espíritu, para querer que su imagen se compre con sangre, porque conocía que en algún momento el género humano había de ser redimido con sangre preciosa. Los malos espíritus forjan, en efecto, en provecho propio ciertas apariencias de honor para así embaucar a quienes siguen a Cristo, hasta el punto, hermanos míos, de que ellos mismos seducen mediante amuletos, mediante encantamientos, mediante ardides del enemigo; mezclan con sus encantamientos el nombre de Cristo; porque ya no pueden seducir a los cristianos para darles veneno, añaden algo de miel, para que mediante lo que es dulce se esconda lo que es amargo y se beba para perjuicio; hasta el punto de que yo en una ocasión supe que el sacerdote de aquel Pileato solía decir: «Pileato mismo es también cristiano». ¿Por qué esto, hermanos, sino porque de otro modo no pueden ser seducidos los cristianos?

No temer ni seguir al diablo

7. No busquéis, pues, a Cristo en otra parte que donde Cristo ha querido que os sea predicado; y, como ha querido que se os predique, conservadlo así, escribidlo así en vuestro corazón. Es muro contra todos los ataques y contra todas las insidias del enemigo. No temáis; él no ha de agarrar si no se le permite; consta que él nada hace si no se le permite o se le envía. Lo envía como ángel malo la potestad dominante; se le permite cuando pide algo; y esto, hermanos, no sucede sino para probar a los justos y castigar a los injustos. ¿Por qué, pues, temes? Camina en el Señor tu Dios, estate seguro: no padecerás lo que no quiere que tú padezcas; lo que permite que padezcas es azote de quien corrige, no pena de quien condena. Se nos educa para una herencia sempiterna, ¿y desdeñamos ser flagelados? Hermanos míos, si un niño recusara que su padre le golpease con bofetadas o azotes, ¡cómo dirían de él que es soberbio, irrecuperable, ingrato a la educación paterna? Y ¿para qué educa un padre hombre al hijo hombre? Para que pueda no perder los bienes temporales que para él ha adquirido, que para él ha reunido, que no quiere que él pierda, que no pudo aferrar eternamente ese que los ha dejado. Enseña no a un hijo con quien posea, sino a uno que posea después de él.

Hermanos míos, si el padre enseña al hijo sucesor, y ese a quien enseña va a pasar similarmente por todo eso por donde pasó también quien aconsejaba, ¿cómo queréis que nos eduque nuestro Padre, al que no vamos a suceder, sino al que vamos a acercarnos, y con quien eternamente vamos a permanecer en la heredad que no se marchita ni muere ni sabe de granizo? Él es la heredad y él es asimismo el Padre. Le poseeremos, ¿y no debemos dejarnos educar? Suframos, pues, la educación del Padre. Cuando nos duele la cabeza no corramos a los encantadores, a los adivinos y a los remedios vacuos. Hermanos míos, ¿no he de llorar por vosotros? Todos los días encuentro estos casos, y ¿qué voy a hacer? ¡Aún no persuado a los cristianos de que la esperanza ha de ponerse en Cristo! Supongamos que muera uno de estos a quienes se han aplicado estos remedios —¡cuántos, de hecho, han muerto con los remedios, y cuántos han vivido sin los remedios!—; ¿con qué frente salió hacia Dios el alma? Perdió la señal de Cristo, recibió la señal del diablo. ¿O dirá quizá: «No he perdido la señal de Cristo»? Has conservado, pues, la señal de Cristo con la señal del diablo. Cristo no quiere comunión, sino que quiere poseer él solo lo que ha comprado. Lo ha comprado tan caro para poseerlo solo. Tú haces copropietario con él al diablo, a quien te habías vendido mediante el pecado. ¡Ay del corazón taimado, quienes en su corazón hacen una parte para Dios, otra parte para el diablo! Airado Dios porque allí se hace una parte para el diablo, se aleja y el diablo poseerá todo. Por eso, el Apóstol no dice en vano: No dejéis lugar al diablo. Conozcamos, pues, al Cordero, hermanos, conozcamos nuestro precio.

El encuentro con el Cordero de Dios

8. Estaba de pie Juan y dos de sus discípulos. Ahí tenemos a dos discípulos de Juan. Porque Juan era tan amigo del Novio, no buscaba su propia gloria, sino que daba testimonio a favor de la verdad. ¿Acaso quiso que sus discípulos se quedasen con él en lugar de seguir al Señor? Al contrario, él mismo muestra a sus discípulos a quién han de seguir. De hecho, lo tenían por el Cordero; mas él dice: «¿Por qué os fijáis en mí? Yo no soy el Cordero; He ahí el Cordero de Dios, del que había dicho antes: “He ahí el Cordero de Dios”». «¿Y qué nos aprovecha el Cordero de Dios?». He ahí, afirma, el que quita el pecado del mundo. Le siguieron, oído esto, losdos que estaban con Juan.

9. Veamos lo que sigue. Dice Juan: He ahí el Cordero de Dios. Y le oyeron hablar los dos discípulos y siguieron a Jesús. Por su parte, Jesús, al volverse y ver que lo seguían, les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos dijeron: Rabí —que traducido quiere decir «Maestro»—, ¿dónde habitas? No lo seguían como si ya le estuvieran adheridos, porque es manifiesto cuándo se le adhirieron porque los llamó de la barca. Entre estos dos, en efecto, estaba Andrés, como habéis oído hace un momento. Ahora bien, Andrés era hermano de Pedro y por el evangelio sabemos que de la barca llamó el Señor a Pedro y Andrés, diciendo: Venid tras de mí, y os haré pescadores de hombres. Y desde entonces se le adhirieron ya, para no retroceder. Respecto a que estos dos, pues, le siguen al instante, no le siguen como para no retroceder, sino que quieren ver dónde vive y hacer lo que está escrito: Tu pie desgaste el umbral de sus puertas; levántate para venir a él asiduamente y sé instruido por sus preceptos. Él les mostró dónde permanecía; vinieron y estuvieron con él. ¡Qué feliz día pasaron, qué feliz noche! ¿Quién hay que nos diga lo que ellos oyeron al Señor? También nosotros edifiquemos y hagamos una casa en nuestro corazón, para que venga él y nos enseñe; converse con nosotros.

La hora décima

10. ¿Qué buscáis? Ellos dijeron: Rabí —que traducido quiere decir «Maestro»—, ¿dónde habitas? Les dice: Venid y ved. Y vinieron y vieron dónde permanecía, y permanecieron con él aquel día; ahora bien, era aproximadamente la hora décima. ¿Suponemos que el evangelista no tenía ninguna intención al decirnos qué hora era? ¿Puede suceder que no quisiera que ahí nos fijásemos en algo, que no buscáramos algo? Era la hora décima. Este número significa la Ley, porque en diez preceptos fue dada la Ley. Ahora bien, había venido el tiempo de que por amor se cumpliera la Ley, porque los judíos no podían cumplirla por temor. Por ende dice el Señor: No he venido a destruir, sino a cumplir la Ley. Con razón, pues, esos dos, ante el testimonio del amigo del Novio, le siguieron a la hora décima y a la hora décima oyó: Rabí, que se traduce «Maestro». Si a la hora décima el Señor oyó «Rabí» y el número diez se refiere a la Ley, maestro de la Ley no es sino el dador de la Ley. Nadie diga que uno dio la Ley y otro enseña la Ley; la enseña ese que la dio; él es maestro de su Ley y la enseña. Y misericordia hay en su lengua; por eso enseña misericordiosamente la Ley, como está dicho de la sabiduría: Ahora bien, ley y misericordia lleva en la lengua. No temas no poder cumplir la Ley; huye a la misericordia. Si cumplir la Ley es mucho para ti, usa aquel pacto, usa el recibo, usa las preces que para ti ha establecido y compuesto el jurisperito celeste.

Jesús, el mejor abogado

11. En efecto, quienes tienen una causa y quieren suplicar al emperador, buscan algún jurisperito de escuela, que les componga las preces, no sea que quizá, si piden de forma distinta a como conviene, no sólo no logren lo que piden, sino que, en vez de un beneficio, consigan además una pena. Como, pues, los apóstoles necesitasen suplicar y no hallasen cómo acudir al emperador Dios, dijeron a Cristo: «Señor, enséñanos a orar»; esto es, jurisperito, asesor nuestro, mejor dicho, compañero de asiento de Dios, componnos unas preces. Y el Señor enseñó con el libro del derecho celeste, enseño cómo orasen y en eso que enseñó puso cierta condición: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si no pides según ley, serás reo. Hecho reo, ¿tiemblas ante el emperador? Ofrece el sacrificio de la humildad, ofrece el sacrificio de misericordia, di en las preces: Perdóname, porque también yo perdono. Pero si lo dices, hazlo, pues ¿qué vas a hacer, a dónde vas a ir si mientes en las preces? No es que, como se dice en el foro, carecerás del beneficio del rescripto, sino que ni siquiera lograrás el rescripto. Al derecho forense pertenece, en efecto, que, a quien ha mentido en las preces, no le aprovecha lo que ha logrado. Pero esto entre hombres, porque un hombre puede ser engañado. Ha podido ser engañado el emperador cuando has enviado las preces, pues has dicho lo que has querido y a quien lo has dicho no sabe si es verdad; ha dejado a tu adversario demostrar que has faltado, de forma que, si ante el juez quedas convicto de mentira porque él, al no saber si habías mentido, no pudo sino proporcionar el rescripto, carecerás de ese beneficio del rescripto, allí adonde has llevado el rescripto. Dios, en cambio, que sabe si mientes o dices la verdad, no hace que en el juicio no te aproveche el rescripto, sino que ni lograrlo te permite, porque osaste mentir a la Verdad.

El evangelio y la sanación

12. Dime qué vas a hacer, pues. Cumplir de todo punto la ley sin faltar en nada, es difícil; el reato, pues, es seguro. ¿No quieres usar el remedio? He aquí, hermanos míos, qué remedio ha puesto el Señor contra las enfermedades del alma. ¿Cuál, pues? Cuando te duele la cabeza, loamos que hayas puesto junto a la cabeza el evangelio y no hayas corrido a un amuleto. En efecto, hasta esto ha sido llevada la debilidad de los hombres; y los hombres que corren a los amuletos son tan dignos de lágrimas, que gozamos cuando vemos que un hombre postrado en cama es agitado por fiebre y dolores, pero no ha puesto la confianza en ninguna otra cosa, sino en poner junto a la cabeza el evangelio, no porque el evangelio haya sido hecho para esto, sino porque ha sido preferido a los amuletos. Si, pues, se pone junto a la cabeza para que cese el dolor de cabeza, ¿no será puesto junto al corazón para que sea sanado de los pecados? Hágase, pues. Hágase ¿qué? Sea puesto junto al corazón; sea sanado el corazón. Bueno es, bueno, que no te preocupes de la salud del cuerpo, sino que la pidas a Dios. Si sabe que te conviene, la dará; si no te la diere, no aprovechaba tenerla. ¿Cuantísimos están enfermos, inofensivos en cama y, si estuvieren sanos, proceden a cometer crímenes? ¿A cuantísimos les daña la salud? Al bandido que avanza hacia un desfiladero para matar a un hombre, ¡cuánto mejor le era estar enfermo! Al que de noche se levanta a perforar pared ajena, ¡cuánto mejor para él si unas fiebres lo agitasen! De modo por entero inofensivo estaría enfermo, mas con salud es un criminal. Sabe, pues, Dios qué nos conviene; ocupémonos sólo de esto: de que nuestro corazón esté sano de pecados, y de que, cuando quizá somos flagelados en el cuerpo, le pidamos clemencia. El apóstol Pablo le rogó que retirase el aguijón de la carne, mas no quiso retirarlo. ¿Acaso se perturbó? ¿Acaso dijo contristado que él había sido abandonado? Más bien, porque no fue retirado lo que, para que esa debilidad fuese sanada, quería que fuese retirado, dijo que él no había sido abandonado. En efecto, en la voz del médico halló esto: Te basta mi gracia, porque la fuerza se realiza en la debilidad.

¿Cómo, pues, sabes que Dios no quiere sanarte? Todavía te conviene ser flagelado. ¿Cómo sabes cuán podrido está lo que el médico saja al mover el bisturí a través de lo pútrido? ¿Acaso no sabe el modo, qué hacer y hasta dónde hacer? ¿Acaso el aullido de ese que es sajado retrae la mano del médico que saja hábilmente? Uno grita, el otro saja. ¿Cruel quien no escucha al que grita, o, más bien, misericordioso quien persigue la herida para sanar al enfermo? Hermanos míos, he dicho esto precisamente para que, cuando nos encontramos quizá en alguna corrección del Señor, nadie busque algo, excepto el auxilio de Dios. Ved que no perezcáis, ved que no retrocedáis del Cordero y seáis devorados por el león.

El encuentro de Andrés y Pedro con Jesús

13. He dicho, pues, por qué a la hora décima; veamos lo siguiente. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y le habían seguido. Éste encuentra a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías, nombre que traducido significa «Cristo» . «Mesías», en hebreo, es, en griego, Cristo; en latín, ungido, pues por la unción se le llama Cristo. Χρίσμα significa en griego unción; Cristo, pues, ungido. Él, ungido de manera singular, ungido principalmente; de donde todos los cristianos reciben la unción, él principalmente. Oye cómo dice en un salmo: Por eso Dios, tu Dios, te ungió con aceite de exultación más que a tus compañeros. Compañeros suyos son, en efecto, todos los santos; pero él es singularmente el Santo de los santos, singularmente ungido, singularmente Cristo.

14. Y lo llevó a Jesús. Ahora bien, Jesús dijo mirándolo: Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú te llamarás Cefas, nombre que se traduce «Pedro». No es gran cosa que el Señor dijese de quién era hijo éste. ¿Qué hay grande para el Señor? Sabía todos los nombres de sus santos, a quienes ha predestinado antes de la constitución del mundo, ¿y te admiras de que dijo a un único hombre: Tú eres hijo de fulano y te llamarás así? ¿Es gran cosa haberle cambiado el nombre y de Simón haberlo hecho Pedro? Ahora bien, Pedro viene de piedra y piedra es la Iglesia; en el nombre de Pedro, pues, está figurada la Iglesia. ¿Y quién está seguro sino quien edifica sobre piedra? Y ¿qué afirma el Señor? Quien oye estas mis palabras y las practica, lo compararé a varón prudente que edifica sobre piedra —no cede a tentaciones—; descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos y arremetieron contra aquella casa, pero no se derrumbó, pues estaba fundada sobre la piedra. Quien oye mis palabras y no las practica —tema ya y tome precauciones cada uno de nosotros—,lo compararé a varón necio que edificó su casa sobre la arena; descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa, y se derrumbó y su ruina fue hecha enorme.

¿De qué aprovecha que entre en la Iglesia quien quiere edificar sobre la arena? Efectivamente, oyendo y no practicando, edifica, sí, pero sobre la arena. En efecto, si nada oye, nada edifica; en cambio, si oye, edifica, pero pregunto dónde, ya que, si oye y practica, sobre la piedra; si oye y no practica, sobre la arena. Dos son los géneros de edificadores: sobre la piedra o sobre la arena. ¿Y aquellos que no oyen? ¿Están seguros? ¿Dice que están seguros porque nada edifican? Desvalidos están bajo la lluvia, ante los vientos, ante los ríos: cuando esto venga, se los llevará antes de derribar las casas. Una única seguridad hay, pues: edificar, y edificar sobre la piedra. Si quieres oír y no practicar, edificas, pero edificas una ruina; ahora bien, cuando venga la prueba, derribará la casa y te llevará con esa ruina tuya. Si, en cambio, no oyes, desvalido estás, esas pruebas te arrastrarán a ti mismo. Oye, pues, y practica; es el único remedio.

¿Cuántos quizá, oyendo hoy y no practicando, serán arrebatados por la corriente de esta fiesta? En efecto, oyendo y no practicando, viene como una corriente esta fiesta anual, se ha henchido el torrente, va a pasar y a secarse; ¡pero ay de aquel a quien se lleve! Sepa, pues, Vuestra Caridad esto: a no ser que uno escuche y practique, no edifica sobre roca ni pertenece a ese nombre tan grande que así ha encomiado el Señor. En efecto, te ha puesto sobre aviso porque, si Pedro se hubiera llamado así antes, no verías el misterio de la piedra y supondrías que él fue llamado así casualmente, no según la providencia de Dios. Ésta quiso que él se llamase antes de otra forma, precisamente para que por el cambio de nombre se encomiase la vivacidad del misterio.

Felipe, Natanael y Jesús de Nazaret

15. Y al día siguiente quiso salir a Galilea y encuentra a Felipe. Le dice: Sígueme. Ahora bien, era de la ciudad de Andrés y Pedro. Y Felipe encuentra a Natanael, llamado ya Felipe por el Señor, y le dijo: Hemos encontrado a ese de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José. Se le llamaba hijo de ese con quien estaba desposada su madre. Verdaderamente, por el evangelio saben bien los cristianos que fue concebido y nació intacta ella. Esto dijo Felipe a Natanael; añadió también el lugar: el de Nazaret. Y le dijo Natanael: De Nazaret puede haber algo bueno. ¿Cómo entender esta frase, hermanos? No como algunos la pronuncian; de hecho, porque la voz de Felipe sigue y dice: «Ven y ve», suele pronunciarse también así: ¿De Nazaret puede haber algo bueno? Ahora bien, esa voz puede seguir a ambas pronunciaciones, ora pronuncies así, como si confirmases, De Nazaret puede haber algo bueno, y él: «Ven y ve», ora así, dubitativo e interrogante todo entero: «¿De Nazaret puede haber algo bueno? Ven y ve». Porque, pues, ora se pronuncie de un modo, ora de otro, no repugnan las palabras siguientes; nos toca investigar, más bien, qué hemos de entender en estas palabras.

16. En lo siguiente demostraré de qué clase era este Natanael. Oíd de qué clase era; el Señor en persona da testimonio. ¡Grande el Señor, conocido gracias al testimonio de Juan; dichoso Natanael, conocido gracias al testimonio de la Verdad! Que el Señor, aunque no lo encomiase el testimonio de Juan, él daba testimonio de sí mismo, porque la Verdad se basta para su testimonio; pero, porque los hombres no podían captar la verdad, mediante una antorcha buscaban la verdad y, por eso, fue enviado Juan para que mediante él fuese mostrado el Señor. Oye al Señor dar testimonio de Natanael: Y le dijo Natanael: «De Nazaret puede haber algo bueno». Le dice Felipe: «Ven y ve». Vio Jesús a Natanael venir hacia sí y dice de él: «He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo». ¡Gran testimonio! Ni a Andrés se dijo ni a Pedro se dijo ni a Felipe se dijo esto que está dicho de Natanael: He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo.

Dios elige lo débil del mundo

17. ¿Qué concluir de esto, hermanos? ¿Deberá ser ése el primero entre los apóstoles? Natanael, de quien el Hijo de Dios, al decir: «He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo», dio tan importante testimonio, no sólo no se halla como primero entre los apóstoles, sino que entre los doce no es el central ni el último. ¿Se busca la causa? Probablemente la encontraremos en la medida en que el Señor la dé a conocer. En efecto, debemos entender que Natanael mismo había sido erudito y perito en la Ley; el Señor no quiso ponerlo entre los discípulos, precisamente porque eligió a ignorantes, con lo que avergonzase al mundo. Oye al Apóstol decirlo: Ved, en efecto, afirma, vuestra vocación; que no muchos poderosos, no muchos nobles; sino que Dios ha elegido lo débil del mundo para confundir lo fuerte, y ha elegido Dios lo plebeyo y despreciable del mundo y lo que no es, como lo que es, para que sea destruido lo que es.

Si hubiese sido elegido un docto, quizá diría él que había sido elegido precisamente porque en virtud de su doctrina mereció ser elegido. Nuestro Señor Jesucristo, porque quería romper la cerviz de los soberbios, no buscó mediante un orador al pescador, sino que con el pescador obtuvo al emperador. Gran orador Cipriano; pero primero el pescador Pedro, mediante el cual creyera no sólo el orador, sino también el emperador. Ningún noble fue elegido primeramente, ningún docto, porque Dios ha elegido lo débil del mundo para confundir lo fuerte. Ése, pues, era importante y sin dolo; por esto solo no fue elegido: para que a nadie pareciese que el Señor había elegido doctos. Y del conocimiento mismo de la Ley venía el hecho de que, tras haber oído «De Nazaret» —había, en efecto, escrutado las Escrituras y sabía que de ahí había que aguardar al Salvador, cosa que otros escribas y fariseos no conocían fácilmente—; ese doctísimo en la Ley, pues, tras haber oído a Felipe decir: «Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, hijo de José, de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas», él, que conocía óptimamente las Escrituras, oído el nombre «Nazaret», se reanimó respecto a la esperanza y dijo: De Nazaret puede haber algo bueno.

18. Veamos ya lo demás sobre él. He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo. ¿Qué significa «en quien no hay dolo»?¿Quizá no tenía pecado? ¿Quizá no estaba enfermo? ¿Quizá no le era necesario el Médico? ¡De ninguna manera! Nadie ha nacido aquí sin tener necesidad de ese Médico. ¿Qué significa, pues, «en quien no hay dolo»? Busquemos muy atentamente; al instante aparecerá, en el nombre del Señor. «Dolo», dice el Señor. Y todo el que entiende las palabras latinas sabe que hay dolo cuando se hace una cosa y se finge otra. Atienda Vuestra Caridad. «Dolo» no es «dolor»; lo digo precisamente porque muchos hermanos muy desconocedores de la latinidad hablan, diciendo: «Lo tortura un dolo», en vez de «dolor». Dolo significa fraude, significa simulación. Cuando alguien cubre algo en el corazón y dice otra cosa, hay dolo y tiene, digamos, dos corazones: tiene un seno del corazón, digamos, donde él ve la verdad, y otro seno donde concibe la mentira. Y, para que sepáis que el dolo es esto, está dicho en Salmos: Labios dolosos. ¿Qué significa «labios dolosos»? Sigue: Con corazón y corazón han dicho maldades. ¿Qué significa «con corazón y corazón» sino con corazón doble? Si, pues, en ése no había dolo, el médico lo juzgó sanable, no sano. Efectivamente, una cosa es sano, otra sanable, otra insanable; se llama sanable a quien con esperanza está enfermo; insanable, a quien con desesperanza está enfermo; en cambio, quien ya está sano no necesita médico. El Médico que había venido a sanar vio, pues, que ése era sanable, porque en él no había dolo. ¿Cómo no había dolo en él? Si es pecador, se confiesa pecador, ya que, si es pecador y dice que él es justo, hay dolo en su boca. Loó, pues, en Natanael la confesión del pecado, no juzgó que no era pecador.

Necesitan médico los enfermos, no los sanos

19. Por eso, cuando los fariseos, que se tenían por justos, criticaron al Señor porque, Médico, se mezclaba con enfermos, y dijeron: «He ahí con quiénes come, con los recaudadores y pecadores», el Médico respondió a los locos: No necesitan médico los sanos, sino quienes se encuentran mal; he venido a llamar no a justos, sino a pecadores. Esto equivale a decir: Porque vosotros decís que sois justos aunque sois pecadores, y pregonáis que estáis sanos aunque estáis enfermos, rechazáis la medicina, no conserváis la salud.

Por ende, aquel fariseo que había invitado al Señor a comer, se tenía por sano. En cambio, aquella mujer enferma irrumpió en la casa adonde no estaba invitada y, hecha descarada por el deseo de salud, se acercó no a la cabeza del Señor, no a las manos, sino a los pies; los lavó con lágrimas, los enjugó con los cabellos, los besó, los ungió con perfume: la pecadora hizo las paces con las huellas del Señor. Como si estuviera sano, aquél, el fariseo que se recostaba allí, criticó al Médico y dijo para sí: Éste, si fuese profeta, sabría qué clase de mujer le ha tocado los pies. Ahora bien, había sospechado que él lo ignoraba, precisamente por no haberla rechazado como para no ser tocado por manos inmundas. Pero él lo sabía, permitió que lo tocase, para que el tacto mismo la sanase.

El Señor, porque veía el corazón del fariseo, propuso una semejanza: Dos deudores tenía cierto prestamista. Uno le debía cincuenta denarios, otro quinientos. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos. ¿Quién lo amó más? Y él: «Creo, Señor, que aquel a quien más perdonó». Y, vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré a tu casa, no me diste agua para los pies; ella, en cambio, con lágrimas lavó mis pies y con sus cabellos los enjugó. No me diste un beso; ella no dejó de besar mis pies. No me diste óleo; ella ungió con perfume mis pies. Por eso te digo: Se le perdonan los muchos pecados, porque amó mucho; a quien, en cambio, se perdona poco, poco ama. Esto equivale a decir: «Estás más enfermo, pero te crees sano; crees que se te perdona poco, aunque eres más deudor. Ésa, porque no había en ella dolo, ha merecido la medicina». ¿Qué significa «no había en ella dolo»? Confesaba los pecados. En Natanael loa esto también, que en él no había dolo, porque muchos fariseos que abundaban en pecados decían que ellos eran justos y aducían dolo, a causa del cual no podían ser sanados.

La misericordia de Dios nos ha visto antes

20. Vio, pues, ya a ese en quien no había dolo, y afirmó: He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo. Le dice Natanael: ¿De dónde me conoces? Jesús respondió y dijo: Antes que Felipe te llamase, te vi cuando estabas bajo la higuera, esto es, bajo el árbol del higo. Natanael le respondió y afirmó: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres rey de Israel. En eso que está dicho: Cuando estabas bajo el árbol del higo te vi, antes que te llamase Felipe, ese Natanael pudo entender algo grande, porque profirió una frase, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel, como la que mucho después profirió Pedro, cuando el Señor le dijo: «Dichoso eres, Simón Barjoná, porque no te lo ha revelado carne y sangre, sino mi Padre que está en el cielo», y allí lo llamó «piedra» y en esa fe loó el fundamento de la Iglesia. Aquí dice ya: Tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel. ¿Por qué? Porque le fue dicho: Antes que Felipe te llamase, cuando estabas bajo el árbol del higo, te vi.

21. Hay que averiguar si ese árbol del higo significa algo. Oíd, en efecto, hermanos míos. Sabemos que un árbol del higo fue maldecido porque tuvo hojas solas y no tuvo fruto. En el origen del género humano, cuando Adán y Eva pecaron, se hicieron de hojas de higuera unos taparrabos; las hojas de higuera, pues, significan los pecados. Ahora bien, Natanael estaba bajo el árbol del higo, como bajo sombra de muerte. Lo vio el Señor, de quien está dicho: Para quienes se sentaban bajo sombra de muerte salió una luz. ¿Qué se ha dicho, pues, a Natanael? «¿Me dices, oh Natanael, de qué me conoces? Ahora hablas conmigo, porque te llamó Felipe». Quien mediante un apóstol ha llamado, ha visto que pertenecía ya a su Iglesia. ¡Oh tú, Iglesia; oh tú, Israel, en quien no hay dolo, si eres el pueblo de Israel en quien no hay dolo, ya en este instante has conocido a Cristo mediante los apóstoles, como Natanael conoció a Cristo mediante Felipe. Pero su misericordia te vio antes que tú le conocieses, cuando yacías bajo el pecado! En efecto, ¿acaso hemos buscado primero nosotros a Cristo, y no nos ha buscado él antes? ¿Acaso nosotros hemos venido, enfermos, al Médico, y no el Médico a los enfermos? ¿No había perecido aquella oveja y, dejadas las noventa y nueve, el pastor buscó y halló a la que volvió a traer, alegre, en los hombros? ¿No había perecido aquella dracma y la mujer encendió una lámpara y buscó por toda su casa hasta hallarla? Y como la hubiese hallado, dice a sus vecinas: Alegraos conmigo, porque hallé la dracma que había perdido.

Así también nosotros habíamos perecido como la oveja y habíamos perecido como la dracma. Y nuestro pastor halló la oveja, pero buscó a la oveja; la mujer halló la dracma, pero buscó la dracma. ¿Quién es la mujer? La carne de Cristo. ¿Qué lámpara es ésta? He preparado una lámpara para mi Cristo. Hemos sido, pues, buscados para ser hallados; hallados hablamos. Porque antes de ser hallados habíamos perecido si no fuésemos buscados, no nos ensoberbezcamos. No nos digan, pues, esos a quienes amamos y queremos ganar para la paz de la Iglesia católica: «¿Por qué nos queréis? ¿Por qué nos buscáis, si somos pecadores?”. Os buscamos precisamente para que no perezcáis; os buscamos, porque hemos sido buscados; queremos hallaros, porque hemos sido hallados.

22. Así pues, cuando Natanael dijo «¿De dónde me conoces?», le contestó el Señor: Antes que te llamase Felipe, cuando estabas bajo el árbol del higo, te vi. ¡Oh tú, Israel sin dolo, quienquiera que seas! ¡Oh tú, pueblo que vives de fe! Antes de llamarte mediante mis apóstoles, cuando estabas bajo sombra de muerte y tú no me veías, yo te vi. Después le dice el Señor: Crees porque te dije: «Te vi bajo el árbol del higo»; cosa mayor que éstas verás. ¿Qué significa esto, cosa mayor que éstas verás? Y le dice: En verdad, en verdad os digo: Veréis abierto el cielo y a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del hombre. Hermanos, ha dicho no sé qué mayor que «Te vi bajo el árbol del higo», pues el hecho de que ha justificado el Señor a los llamados es más que haber visto a quienes yacían bajo sombra de muerte. En efecto, ¿de qué nos aprovechaba haber permanecido allí donde nos vio? ¿Acaso no yaceríamos? ¿Qué hay mayor que esto? ¿Cuándo hemos visto a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del hombre?

Subir y bajar los ángeles sobre el Hijo del hombre

23. Ya he hablado alguna vez de estos ángeles que suben y bajan; pero, para que no os olvidéis, hablo brevemente como recordándooslo, pues hablaría con muchas más palabras si en vez de recordároslo lo diera ahora a conocer. Jacob vio en sueños unas escaleras y en esas mismas escaleras vio a ángeles que subían y bajaban, y ungió la piedra que para sí había puesto junto a la cabeza. Habéis oído que «Mesías» significa «Cristo», habéis oído que Cristo significa «ungido». Por supuesto, no puso la piedra ungida, de forma que viniese y la adorase; de lo contrario, sería idolatría, no significación de Cristo. Hubo, pues, una significación, hasta donde convino que hubiera significación, y fue significado Cristo. Piedra ungida, pero no ídolo. Piedra ungida. Piedra, ¿por qué? He aquí que pongo en Sión una piedra elegida, preciosa, y quien crea en ella no será confundido. Ungida, ¿por qué? Porque Cristo viene de crisma. Por otra parte, ¿qué vio entonces en las escaleras? Ángeles que subían y bajaban. Así también la Iglesia, hermanos: ángeles de Dios son los predicadores buenos, que predican a Cristo. Esto quiere decir que suben y bajan sobre el Hijo del hombre. ¿Cómo suben y cómo bajan? De uno tenemos un ejemplo: oye al apóstol Pablo; lo que en él hallemos, creámoslo respecto a los demás predicadores de la verdad.

Ve a Pablo subir: Sé que un hombre según Cristo fue arrebatado, hace catorce años, hasta el tercer cielo —no sé si con el cuerpo o fuera del cuerpo, Dios lo sabe— y que oyó palabras inefables que no es lícito al hombre decir. Acabáis de oír al que subió; oíd al que bajó: No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como a pequeñines en Cristo, os di leche que beber, no comida. He aquí que baja quien había subido. Pregunta a dónde había subido: Hasta el tercer cielo. Pregunta a dónde bajó: hasta dar leche a los pequeñines. Oye que bajó: Me hice pequeñín en medio de vosotros, dice, como si una nodriza acaricia a sus hijos. Vemos, en efecto, a nodrizas y madres bajar hacia los pequeñines, y, aunque sepan las palabras latinas, las truncan y en cierto modo destrozan su idioma, para que de un idioma elocuente puedan resultar caricias pueriles, porque, si las dicen así, el bebé no entiende, pero ni siquiera progresa el bebé. Y un padre elocuente, aunque sea orador de tal categoría que por su lengua resuenen los foros y se estremezcan los tribunales, si tiene un hijo pequeñín, cuando regresa a casa relega la elocuencia forense adonde había subido, y con lengua pueril baja al pequeñín. En un único lugar oye al Apóstol en persona subir y bajar, en una única frase: Pues, si estuvimos desatinados, fue por Dios; si somos moderados, por vosotros. ¿Qué significa «Estuvimos desatinados por Dios»? Que veamos eso que no es lícito al hombre decir. ¿Qué significa «Somos moderados por vosotros»? «¿Acaso juzgué que entre vosotros sabía yo algo, sino a Jesucristo, y a éste crucificado?». Si el Señor en persona subió y bajó, es manifiesto que sus predicadores suben por la imitación, bajan por la predicación.

Conclusión: sermón largo para suplir el teatro

24. Y, si os he retenido mucho tiempo, ha sido adrede, para que pasaran las horas dañinas. Supongo que ellos han terminado su frivolidad. Nosotros, en cambio, hermanos, puesto que nos ha alimentado el festín salvador, hagamos lo que resta, de forma que solemnemente completemos el día del Señor con gozos espirituales y comparemos los gozos de la verdad con los gozos de la frivolidad. Y, si nos horrorizamos, sintamos pena; si sentimos pena, oremos; si oramos, seamos escuchados; si somos escuchados, los ganamos.

 

TRATADO 8

Comentario a Jn 2,1-4, predicado en Hipona, en 407, ¿viernes 22 de febrero?

Introducción: convivimos diariamente con el milagro

1. El milagro de nuestro Señor Jesucristo con que de agua hizo vino, ciertamente no es extraño para quienes saben que Dios lo hizo. En efecto, aquel día, en la boda, hizo el vino en las seis hidrias que preceptuó que se llenasen de agua ese mismo que cada año lo hace en las viñas. Efectivamente, como lo que los servidores echaron en las hidrias se convirtió en vino por obra del Señor, así lo que las nubes derraman se convierte en vino también por obra del mismo Señor. Ahora bien, de esto no nos admiramos, porque sucede cada año; por asiduidad ha perdido extrañeza. Por cierto, consigue consideración mayor que la que consigue lo que sucedió en las hidrias de agua. ¿Quién es, en efecto, el que considera las obras de Dios, con que rige y gobierna entero este mundo, y no se queda atónito y abrumado por los milagros? Si considera la fuerza de un solo grano de cualquier semilla, es cierta cosa grande; estremece a quien la considera. Pero, porque los hombres, atentos a otra cosa, han perdido la consideración de las obras de Dios mediante la que diariamente dieran alabanza al Creador, Dios se ha reservado, digamos, ciertos hechos insólitos, como para despertar mediante maravillas a los hombres dormidos, para que lo adoren. Resucitó un muerto, se admiraron los hombres. ¡Tantos nacen cada día y nadie se admira! Si reflexionamos muy sagazmente, existir quien no existía es milagro mayor que revivir quien existía. Sin embargo, idéntico Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, hace todo esto mediante su Palabra y lo rige quien lo ha creado. Los ha realizado. Mediante su Palabra, Dios junto a él, hizo los milagros primeros; mediante esa misma Palabra encarnada y hecha hombre por nosotros, hace los milagros posteriores. Como admiramos lo que fue hecho mediante el hombre Jesús, admiremos lo que fue hecho mediante el Dios Jesús. Mediante el Dios Jesús fueron hechos el cielo y la tierra, el mar, todo el equipo del cielo, la opulencia de la tierra, la fecundidad del mar; todo esto que está próximo a los ojos ha sido hecho mediante Jesús Dios. Lo vemos y, si en nosotros está su Espíritu, nos agrada de forma que el artífice sea alabado, no de modo que, girándonos hacia las obras, desviemos del artífice la atención y, volviendo en cierto modo la cara hacia lo que hizo, volvamos la espalda a quien lo hizo.

2. Vemos esto y está próximo a nuestros ojos. ¿Qué decir de lo que no vemos, como son los Ángeles, las Virtudes, las Potestades, las Dominaciones y todos los habitantes de este edificio supracelestial, no próximo a nuestros ojos, aunque a menudo también los ángeles, cuando convino, se aparecieron a los hombres? ¿Acaso Dios no ha hecho todo esto también mediante su Palabra, esto es, su único Hijo, Jesucristo nuestro Señor? ¿Qué decir del alma humana, que no se ve, mas mediante las obras que muestra en la carne causa admiración grande a quienes reflexionan bien? ¿Quién la hizo sino Dios? Y ¿mediante quién fue hecha sino mediante el Hijo de Dios? No hablo aún del alma humana. El alma de cualquier animal, ¡cómo rige a su cuerpo! Manifiesta todos los sentidos: ojos para ver, oídos para oír, nariz para percibir olores, el juicio de la boca para distinguir sabores; en fin, los miembros mismos para cumplir sus funciones. ¿Acaso realiza estas cosas el cuerpo y no el alma, esto es, la habitante del cuerpo? Sin embargo, no la ven los ojos y por lo que hace causa admiración. Tu consideración dedíquese ya al alma humana, a la que Dios ha otorgado inteligencia para conocer a su Creador, para discernir y distinguir entre el bien y el mal, esto es, entre lo justo y lo injusto; ¡cuántas cosas realiza mediante el cuerpo! Fijaos en el universo orbe de las tierras que en la sociedad humana misma está ordenado, ¡con qué gestiones, con qué jerarquías de poderes, acuerdos entre las ciudades, leyes, costumbres, artes! Mediante el alma se gestiona todo esto, mas esta fuerza del alma no se ve. Cuando se ausenta del cuerpo, yace un cadáver; en cambio, cuando está presente al cuerpo, mitiga en cierto modo su putrefacción. De hecho, toda carne es corruptible, se desvanece en putrefacción, si no la sujeta cierto condimento del alma. Pero esto le es común con el alma del animal.

Es mucho más admirable lo que acabo de decir, lo relativo a la mente y al entendimiento, donde se renueva a imagen del Creador, acuya imagen fue hecho el hombre. ¿Qué será esta fuerza del alma cuando también este cuerpo se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad? Si tanto puede mediante la carne corruptible, ¿qué podrá mediante el cuerpo espiritual, tras la resurrección de los muertos? Sin embargo, esta alma, como he dicho, de naturaleza y sustancia admirables, es una realidad invisible e inteligible, y ésta ha sido empero hecha mediante Jesús Dios, porque él es la Palabra de Dios. Todo se ha hecho mediante ella, y sin ella nada se ha hecho.

Entremos en el misterio: Jesús, el esposo

3. Viendo tantas cosas hechas mediante el Dios Jesús, ¿por qué nos extraña que mediante el hombre Jesús el agua haya sido convertida en vino? No se hizo hombre, en efecto, perdiendo el ser Dios; se le añadió el hombre, no se perdió Dios. Hizo esto el mismo que hizo todo aquello. Así pues, no nos extrañe que Dios lo hizo; más bien amemos que lo haya hecho en medio de nosotros y que por nuestra restauración lo haya hecho. Algo, en efecto, ha querido indicar también con los hechos mismos. Supongo que no sin causa vino a la boda. Exceptuado el milagro, en ese mismo hecho se esconde algún secreto y misterio. Aldabeemos para que abra y nos embriague del vino invisible, porque también nosotros éramos agua y nos ha transformado en vino, nos ha hecho sabios, pues saboreamos su fe quienes antes éramos ignorantes. Y quizá concierne a esa sabiduría misma entender qué se ha realizado en este milagro con honor de Dios, con alabanza de su majestad y con la caridad de su potentísima misericordia.

4. Invitado vino a la boda el Señor. ¿Qué tiene de extraño que a aquella casa venga a la boda el que a este mundo vino a una boda? En efecto, si no vino a una boda, no tiene aquí esposa. ¿Y qué significa lo que afirma el Apóstol: Os he adaptado a un único marido, para presentar a Cristo una virgen casta? ¿Qué significa que tema que mediante la astucia del diablo se corrompa la virginidad de la esposa de Cristo? Temo, asevera, que como la serpiente sedujo con su astucia a Eva, así sean también corrompidas vuestras mentes respecto a la sencillez y castidad que se refieren al Mesías. Tiene, pues, aquí a la novia que redimió con su sangre y a la que dio en prenda el Espíritu Santo. La ha arrancado de la esclavitud del diablo: murió por los delitos de ella, resucitó por su justificación. ¿Quién ofrecería tanto a su novia? Ya pueden los hombres ofrecer títulos honoríficos terrenos, oro, plata, piedras preciosas, caballos, esclavos, propiedades, haciendas; ¿acaso alguien ofrecerá su sangre? De hecho, si diere a la novia su sangre, ya no podrá casarse con ella. En cambio, el Señor, al morir, seguro, dio su sangre por esa a la que al resucitar tendrá, a la que ya había unido consigo en el seno de la Virgen. En efecto, la Palabra es el novio, y la carne humana la novia. Ambas cosas es el único Hijo de Dios, Hijo del hombre también él mismo. De donde se hizo cabeza de la Iglesia, el seno de la Virgen María, tálamo de él, de ahí salió cual de su tálamo un novio, como predijo la Escritura: Y él, cual novio que sale de su tálamo, exultó como un héroe para recorrer su camino. Del tálamo salió cual novio, e invitado vino a la boda.

¿Por qué “mujer” y no “madre”?

5. En razón de cierto misterio, parece no reconocer a la madre de donde salió como un novio, y decirle: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. ¿Qué significa esto? ¿Acaso vino a la boda para enseñar a despreciar a las madres? El novio a cuya boda había venido se casaba precisamente, sí, para procrear hijos, y deseaba, sí, que le honrasen. Aquél, pues, ¿había venido a la boda para deshonrar a la madre, aunque se celebran las bodas y los hombres se casan para tener hijos, a los que Dios ordena que honren a sus padres? Sin duda, hermanos, aquí se esconde algo. De hecho, es cosa tan importante, que algunos que quitan crédito al evangelio, y dicen que Jesús no nació de María Virgen, intentaron tomar de aquí una prueba de su error, para decir: «¿Cómo era madre de ese a quien dijo “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”»; como arriba he recordado, el Apóstol previene que los evitemos, diciendo: Temo, dice, que como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así se corrompan también vuestras mentes apartándose de la sencillez y la castidad que existen respecto al Mesías. Hay que responderles, pues, y exponer por qué dijo esto el Señor, no vayan a creer, enloquecidos, haber hallado contra la sana fe algo con que se corrompa la castidad de la esposa virgen, esto es, con que se viole la fe de la Iglesia.

En efecto, hermanos, se corrompe de verdad la fe de quienes anteponen la mentira a la verdad. De hecho, esos que, negando que tomó carne, creen honrar a Cristo, no predican otra cosa sino que él es un embustero. Quienes, pues, en los hombres edifican la mentira, ¿qué desalojar de ellos sino la verdad? Les meten el diablo, expulsan a Cristo, meten al adúltero, expulsan al Novio; son padrinos, o mejor, alcahuetes de la serpiente, pues hablan para que la serpiente sea propietaria y se expulse a Cristo. ¿Cómo es propietaria la serpiente? Cuando es propietaria la mentira. Cuando es propietaria la falsedad, es propietaria la serpiente; cuando es propietaria la verdad, Cristo es propietario, pues él dijo: «Yo soy la verdad». Y de aquélla, en cambio: Y no se ha mantenido en la verdad, porque no hay verdad en ella. Pero Cristo es la Verdad, de forma que entiendas que en Cristo es verdadero todo: verdadera Palabra, Dios igual al Padre, verdadera el alma, verdadera la carne, verdadero hombre, verdadero Dios, verdadero el nacimiento, verdadera la pasión, verdadera la muerte, verdadera la resurrección. Si dices que algo de esto es falso, entra la podredumbre, del veneno de la serpiente nacen los gusanos de las mentiras, y nada permanecerá íntegro.

6. ¿Qué significa, pues, pregunta, lo que afirma el Señor: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? En lo que sigue, quizá nos muestra el Señor por qué lo dijo; afirma: Aún no llega mi hora. Esto es lo que dice: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. Y hay que investigar por qué está dicho esto. Primero, pues, resistamos a los herejes partiendo de esas palabras. ¿Qué dice la serpiente enervada, la silbadora venenosa, la antigua instigadora? ¿Qué dice? «Jesús tuvo a una mujer por madre». ¿Cómo lo pruebas? Responde: «Porque dijo: ¿Qué tengo yo contigo, mujer?». ¿Quién lo ha narrado, para que creamos que lo dijo? ¿Quién lo ha narrado? «Como todo el mundo sabe, Juan Evangelista». Pero Juan Evangelista mismo dijo: Y estaba allí la madre de Jesús. En verdad, ha narrado así: Al día siguiente tuvo lugar una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Ahora bien, había venido allí invitado a la boda con sus discípulos.

Tenemos dos afirmaciones proferidas por el evangelista. Estaba allí la madre de Jesús, ha dicho el evangelista; el evangelista mismo ha dicho qué dijo Jesús a su madre. Y, porque primero dice: «Le comunica su madre», para que tengáis defendida contra la lengua de la serpiente la virginidad del corazón, ved, hermanos, cómo ha dicho que respondió Jesús a su madre. Ahí, en ese evangelio mismo, según narración del evangelista mismo, se dice: «Estaba allí la madre de Jesús», y «Su madre le dijo». ¿Quién ha narrado esto? Juan Evangelista. Y ¿qué responde Jesús a la madre? «¿Qué tengo yo contigo, mujer?». ¿Quién lo narra? Idéntico evangelista, Juan en persona. ¡Oh evangelista fidelísimo y veracísimo! Tú me narras que Jesús dijo: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?»; ¿por qué le has asignado una madre a la que no reconoce? Efectivamente, tú has dicho que allí estaba la madre de Jesús, y que le dijo su madre. ¿Por qué no dijiste, más bien: «Allí estaba María», y «María le dijo»? Una y otra cosa narras tú: «Su madre le dijo», y «Le responde Jesús: ¿Qué tengo yo contigo, mujer?». ¿Por qué esto, sino porque una y otra son verdad? Aquéllos, en cambio, quieren creer al evangelista en eso que narra que Jesús dijo a la madre: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?»; pero no quieren creer al evangelista lo que afirma: «Estaba allí la madre de Jesús», y «Le dijo su madre». Ahora bien, ¿quién es el que resiste a la serpiente y mantiene la verdad, la virginidad de cuyo corazón no corrompe la astucia del diablo? Quien cree que una y otra cosa son verdad: que la madre de Jesús estaba allí, y que Jesús respondió eso a la madre. Pero, si aún no entiende cómo dijo Jesús: «Qué tengo yo contigo, mujer?», crea, entre tanto, que lo dijo, y que lo dijo a la madre. Haya primero piedad en quien cree, y habrá fruto en quien entiende.

7. Os interrogo, oh cristianos fieles: ¿Estaba allí la madre de Jesús? Responded: Estaba. ¿Cómo lo sabéis? Responded: Lo dice el evangelio. ¿Qué respondió Jesús a la madre? Responded: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. Y ¿cómo lo sabéis? Responded: Lo dice el evangelio. Nadie os corrompa esta fe, si queréis conservar para el Novio la virginidad casta. Si, en cambio, se os pregunta por qué respondió esto a la madre, hable quien entiende; quien, en cambio, aún no entiende, crea, sin embargo, firmísimamente que Jesús respondió esto y que empero respondió a la madre. Si orando aldabea y sin disputar se acerca a la puerta de la Verdad, con esta piedad merecerá también entender por qué respondió así. Mientras supone que él sabe o se sonroja de no saber por qué respondió así, cuide sólo de no verse forzado a creer que mintió el evangelista que afirma: «Estaba allí la madre de Jesús», o que Cristo mismo padeció por nuestros delitos con muerte falsa, que mostró cicatrices falsas por nuestra justificación, y que dijo una falsedad: Si permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os librará. En efecto, si la madre es falsa, falsa la carne, falsa la muerte, falsas las heridas de la pasión, falsas las cicatrices de la resurrección, librará a cuantos crean en él no la verdad, sino la falsedad. Pero, más bien, la falsedad ceda a la verdad, y confúndanse todos los que, precisamente porque intentan demostrar que Cristo es falaz, quieren pasar por veraces y no quieren que, pues dicen que la Verdad ha mentido, se les diga: «No os creemos, porque mentís». Si empero les decimos: «¿Cómo sabéis que Cristo dijo: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”», responden que ellos han creído al evangelio. ¿Por qué no creen al evangelio que dice «Estaba allí la madre de Jesús» y «Le dijo su madre»? O, si el evangelio miente en esto, cómo se le cree que Jesús dijera: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? ¿Por qué, más bien, esos desgraciados no creen fielmente también que el Señor respondió así no a una extraña, sino a la madre, e investigan piadosamente por qué respondió así? Mucha es, en efecto, la diferencia entre quien dice: «Quiero saber por qué Cristo respondió esto a la madre», y quien dice: «Sé que Cristo no respondió esto a la madre». Una cosa es querer entender lo que está oscuro, otra no querer creer lo que está claro. Quien dice: «Quiero saber por qué Cristo respondió así a la madre», quiere que se le aclare el evangelio al que ha creído; quien, en cambio, dice: «Sé que Cristo no respondió esto a la madre», acusa de falsedad a ese evangelio mismo según el cual ha creído que Cristo respondió así.

La hora de Jesús. Herejes y astrólogos

8. Si, pues, os place, hermanos, rechazados ellos y mientras yerran siempre en su ceguera si no son sanados humildemente, nosotros investiguemos ya por qué nuestro Señor respondió así a la madre. Él, caso único, del Padre nació sin madre, de la madre sin padre; Dios sin madre, hombre sin padre, sin madre antes de los tiempos, sin padre el final de los tiempos. Lo que respondió, lo respondió a la madre, porque estaba allí la madre de Jesús, y porque su madre le dijo. Todo esto dice el evangelio. Sabemos que estaba allí la madre de Jesús, por la misma fuente por la que sabemos que le dijo: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. Creamos todo e investiguemos lo que aún no entendemos. Y primero ved esto: que como los maniqueos hallaron ocasión para su perfidia, porque dijo: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?», los astrólogos no encuentren asimismo ocasión para su falacia, porque dijo: Aún no llega mi hora. Y si lo dijo según los astrólogos, hemos cometido un sacrilegio quemando sus códices; si, en cambio, hemos obrado rectamente, como sucedió en tiempo de los apóstoles, el Señor no dijo según los astrólogos: «Aún no llega mi hora». En efecto, charlatanes y seductores seducidos, dicen: «Ves que bajo el destino estaba Cristo, que dice: Aún no llega mi hora». ¿A quiénes, pues, hay que responder primero, a los herejes o a los astrólogos? Unos y otros proceden, en efecto, de aquella serpiente, pues quieren corromper la virginidad del corazón de la Iglesia, que ella tiene con fe íntegra. Si os place, comencemos por esos de quienes ya he hablado, a los cuales he respondido ciertamente en gran parte. Pero, para que no supongan que nada tenemos que decir de estas palabras que respondió el Señor a la madre, os instruyo más contra ellos, porque supongo que para desmentirlos basta lo que ya se ha dicho.

9. ¿Por qué, pues, dice el hijo a la madre: Qué tengo yo contigo, mujer. Aún no llega mi hora? Nuestro Señor Jesucristo era Dios y asimismo hombre; en cuanto que era Dios, no tenía madre; en cuanto que era hombre, la tenía. Era, pues, madre de la carne, madre de la humanidad, madre de la debilidad que él asumió por nosotros. En cambio, el milagro que iba a hacer, iba a hacerlo según la divinidad, no según la debilidad; en cuanto que era Dios, no en cuanto que había nacido débil. Pero lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. La madre, pues, exigía un milagro; pero él, que iba a realizar obras divinas, parece no reconocer las entrañas humanas, como diciendo: «Tú no engendraste lo que de mí hace el milagro, tú no engendraste mi divinidad; pero, porque engendraste mi debilidad, te conoceré cuando esa debilidad misma cuelgue en la cruz». Esto, en efecto, significa: «Aún no llega mi hora», pues la conoció entonces quien absolutamente siempre la había conocido. Y antes de nacer de ella, en la predestinación había conocido a la madre; y antes de que él crease en cuanto Dios a esa de quien en cuanto hombre sería creado él, había conocido a la madre. Pero misteriosamente, a cierta hora no la reconoce y, a la inversa, misteriosamente, a cierta hora que aún no había llegado, la reconoce. La reconoció, en efecto, en el momento en que moría lo que ella parió. Por cierto, no moría aquello mediante lo que María había sido hecha, sino que moría lo que había sido hecho a partir de ella; no moría la eternidad de la divinidad, sino que moría la debilidad de la carne. Respondió, pues, aquello, para distinguir según la fe de los creyentes quién y por dónde había venido, pues mediante una mujer madre vino el Dios y Señor del cielo y de la tierra. En cuanto Señor del mundo, porque es Señor del cielo y de la tierra, es también, sí, Señor de María; en cuanto creador del cielo y de la tierra, es también creador de María; en cambio, según lo que está dicho: Hecho de mujer, hecho bajo ley, es hijo de María. Él, Señor de María; él, hijo de María; él, creador de María; él, creado de María.

No te asombres de que sea hijo y Señor, ya que, como se le ha llamado hijo de María, así también de David, e hijo de David precisamente por serlo de María. Oye al Apóstol decir claramente: El cual, según la carne, le fue hecho de la descendencia de David.Oye también que él es Señor de David; dígalo David mismo: Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». También Jesús mismo propuso esto a los judíos y mediante ello los dejó convictos. Como, pues, es hijo y Señor de David —hijo de David, según la carne; Señor de David, según la divinidad—, así, según la carne, es hijo María, y según la majestad, Señor de María.

Porque, pues, ella no era madre de la divinidad y en virtud de la divinidad iba a acontecer el milagro que pedía, le respondió: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Pero, para que no supongas que niego que seas madre, Aún no ha llegado mi hora, pues te reconoceré cuando comience a colgar en la cruz la debilidad cuya madre eres». Comprobemos si es verdad. Cuando padeció el Señor, como dice idéntico evangelista, que conocía a la madre del Señor y que con ocasión de esta boda nos ha notificado que es madre del Señor, él narra: Estaba allí, afirma, cerca de la cruz la madre de Jesús. Y dice a su madre: «Mujer, he aquí tu hijo», y al discípulo: He ahí tu madre». Encomienda la madre al discípulo; encomienda la madre el que iba a morir antes que la madre, y a resucitar antes de la muerte de la madre; hombre él, encomienda un hombre a un hombre. Esto había parido María. Ya había llegado la hora de la que había dicho entonces: Aún no llega mi hora.

10. Hasta donde estimo, hermanos, se ha respondido a los herejes. Respondamos a los astrólogos. Y ésos ¿cómo intentan convencer de que Jesús estaba bajo el hado? Porque, afirman, él mismo dijo: Aún no llega mi hora. Le creemos, pues; y si hubiera dicho: «No tengo hora», habría eliminado a los astrólogos. «Pero he aquí», replican, «que él mismo ha dicho: Aún no ha llegado mi hora». Si, pues, hubiera dicho: «No tengo hora», habría eliminado a los astrólogos; no habría con qué hiciesen esa interpretación capciosa. Ahora, en cambio, porque ha dicho: «Aún no ha llegado mi hora», ¿qué podemos decir contra las palabras de él? Es extraño que los astrólogos, creyendo a las palabras de Cristo, intenten convencer a los cristianos de que Cristo vivía bajo una hora fatal. Crean, pues, a Cristo cuando dice: Tengo potestad para deponer mi vida y tomarla de nuevo; nadie me la quita, sino que por mí mismo la depongo yo y de nuevo la tomo. ¿Conque esta potestad está bajo el hado? Muestren un hombre que tenga potestad sobre cuándo va a morir, cuánto tiempo va a vivir; en absoluto, no lo mostrarán. Crean, pues, a Dios que dice: «Tengo potestad para deponer mi vida y tomarla de nuevo», e investiguen por qué está dicho: «Aún no llega mi hora», y, precisamente porque, aun si hubiese hado venido de los astros, no podría estar bajo la necesidad de los astros el fundador de los astros, no pongan ya bajo el hado al fundador del cielo, al creador y ordenador de los astros. Añade tú que Cristo no sólo no tuvo lo que llamas hado, sino tampoco tú ni yo ni aquél ni ningún hombre.

11. Sin embargo, seducidos, seducen y ponen falacias ante los hombres; las tienden para cazar a los hombres, y esto en las plazas. En verdad, quienes las tienden para cazar fieras, lo hacen en los bosques y en el desierto; ¡qué infelizmente inconsistentes son los hombres, para cazar a los cuales se tiende una trampa en el foro! Cuando los hombres se venden a hombres, reciben dinero. Ésos dan dinero para venderse a fraudes, pues entran donde el astrólogo a comprarse amos, de la laya que al astrólogo le plazca dar: Saturno, Júpiter, Mercurio o cualquier otra cosa de sacrílego nombre. Entró libre, para, dado el dinero, salir esclavo. Mejor dicho, más bien no entraría si fuese libre, sino que entró adonde lo arrastraron el amo error y el ama codicia. Por eso dice también la Verdad: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado.

Tengo poder para entregar mi vida

12. ¿Por qué, pues, dijo: Aún no llega mi hora? Más bien, porque tenía en su poder cuándo moriría, veía que aún no era oportuno usar ese poder. Como, verbigracia, hermanos, nosotros hablamos así: «Es la hora exacta de salir a celebrar los sacramentos». Si salimos antes de lo preciso, ¿no somos inoportunos e intempestivos? Porque, pues, no actuamos sino cuando es oportuno, al hacer estas cosas, ¿tenemos por eso en cuenta el hado cuando hablamos así? ¿Qué significa, pues: «Aún no llega mi hora»? Aún no llega esa hora, cuando yo sé que es oportuno que yo padezca, cuando mi pasión será útil. Entonces sufriré por decisión. Así mantendrás: «Aún no llega mi hora» y «Tengo potestad para deponer mi vida y tomarla de nuevo».

Había venido, pues, teniendo en su poder cuándo moriría. Pero si muriese antes de elegir discípulos, sería ciertamente intempestivo. Si fuese un hombre que no tuviera en su poder su hora, podría morir antes de haber elegido discípulos, y, si quizá muriese elegidos ya e instruidos los discípulos, esto se le daría, no lo haría él mismo. Pero quien había venido teniendo en su mano cuándo irse, cuándo regresar, hasta dónde desplegarse él, ante quien, para mostrarnos la esperanza de su Iglesia en la inmortalidad, estaban abiertos los abismos no sólo al morir sino también al resucitar, mostró en la cabeza lo que los miembros debían aguardar: resucitará también en los demás miembros quien resucitó como cabeza. No había, pues, llegado aún la hora, no era aún la oportunidad. Había que llamar a los discípulos, había que anunciar el reino de los cielos, había que realizar prodigios, había que hacer valer con milagros la divinidad del Señor, había que hacer valer con el sufrimiento común de la condición mortal la humanidad del Señor. En efecto, quien porque era hombre tenía hambre, porque era Dios alimentó con cinco panes a otros tantosmillares; quien porque era hombre dormía, porque era Dios daba órdenes a los vientos y las olas. Había que hacer valer primero todo esto, para que hubiese qué escribieran los evangelistas, qué se predicase a la Iglesia. Ahora bien, cuando hizo tanto cuanto juzgó suficiente, llegó la hora no de la necesidad, sino de la voluntad; no de la condición, sino de la potestad.

13. ¿Qué, pues, hermanos? Porque he respondido a unos y otros, ¿no diré nada sobre qué significan las hidrias, qué el agua convertida en vino, qué el maestresala, qué el novio, qué la madre de Jesús en este misterio, qué la boda misma? Todo ha de decirse, pero no hay que cansaros. En nombre de Cristo quise, sí, tratarlo con vosotros incluso ayer, día en que, como de costumbre, hablo por obligación a Vuestra Caridad, pero me lo impidieron algunas necesidades. Si, pues, parece bien a Vuestra Santidad, difiramos para mañana lo que concierne al misterio y no abrumemos vuestra debilidad y la mía. Quizá hay hoy aquí muchos que han acudido por la solemnidad del día, no para oír el sermón. Quienes vendrán mañana, vengan a oírlo. Así no defraudaré a los interesados ni cansaré a los desganados.

 

TRATADO 9

Comentario a Jn 2,1-11, predicado en Hipona, en 407, ¿sábado 23 de febrero?

Introducción: finalidad de los milagros

1. El Señor Dios nuestro me asista y conceda cumplir lo que prometí. Ayer, si recuerda Vuestra Santidad, no pude concluir mi sermón por falta de tiempo, dejando para hoy, con la ayuda de Dios, la explicación ya comenzada de los misterios puestos místicamente en este episodio de la lectura evangélica. Por tanto, no es preciso detenerse más en hacer valer el milagro de Dios, pues es Dios en persona quien a lo ancho de toda la creación hace milagros cotidianos que para los hombres se han depreciado no por su facilidad, sino por su frecuencia. En cambio, los hechos insólitos que ha realizado el mismo Señor, esto es, la Palabra encarnada por nosotros, produjeron a los hombres estupor mayor, no porque eran mayores de lo que son los que hace a diario en la creación, sino porque esos que suceden a diario se realizan como por su curso normal; en cambio, los otros parecen presentados a los ojos de los hombres por la eficacia de un poder presente, por así calificarlo. Como recordáis, dije: resucitó un único muerto, los hombres se quedaron estupefactos, aunque nadie se extraña de que a diario nazcan quienes no existían. Así, ¿quién no se extraña del agua convertida en vino, aunque todos los años hace Dios esto en las vides? Pero, porque todo lo que hizo el Señor Jesús es capaz no sólo de excitar nuestros corazones mediante los milagros, sino también edificarlos en la doctrina de la fe, es preciso que escrutemos qué quiere decir todo aquello, esto es, qué significa. En efecto, como recordáis, diferí para hoy los significados de todo esto.

Jesús consagra el matrimonio

2. Porque el Señor vino invitado a la boda, aun dejado a un lado el significado místico, quiso confirmar que él hizo el matrimonio. En efecto, iba a haber quienes prohibirían casarse, de los que habló el Apóstol, y dirían que el matrimonio es un mal y que lo hizo el demonio, aunque el mismo Señor, preguntado si es lícito al hombre despedir a su esposa por cualquier causa, en el evangelio dice que no le es lícito, a no ser por motivo de fornicación. En esa respuesta, si recordáis, asevera esto: No separe el hombre lo que Dios ha unido. Y quienes están bien formados en la fe católica saben que Dios es el autor del matrimonio y que, como la unión viene de Dios, así el divorcio viene del diablo. Pero en caso de fornicación es lícito despedir a la esposa, precisamente por haber sido ella, que no guardó la fidelidad conyugal al marido, la primera en no querer ser esposa. Las que prometen a Dios virginidad, aunque en la Iglesia ocupan un rango más ilustre de honor y santidad, no están sin boda, porque con toda la Iglesia tienen que ver también ellas con una boda: la boda en que el novio es Cristo. El Señor, pues, vino invitado a la boda, precisamente para consolidar la castidad conyugal y mostrar el misterio del matrimonio, porque el novio de aquella boda, al cual se dijo «Has reservado hasta ahora el vino bueno», representaba la persona del Señor, pues Cristo reservó hasta ahora el vino bueno, esto es, su Evangelio.

Sin Cristo, el Antiguo Testamento es agua

3. En la medida en que lo da aquel en cuyo nombre os hice la promesa, comencemos ya a desvelar los secretos mismos de los misterios. Profecía había en tiempos antiguos, y en ningún tiempo se interrumpió la dispensación de la profecía. Pero esa profecía, cuando en ella no se entendía a Cristo, era agua, pues de alguna forma el vino está latente en el agua. El Apóstol dice qué hemos de entender en esa agua: Hasta el día de hoy, afirma, mientras se lee a Moisés, está puesto sobre el corazón de ellos el mismo velo, que no se descorre, porque en Cristo desaparece. Mas cuando pases al Señor, afirma, será retirado el velo. Llama velo a la cubierta de la profecía, puesta aquélla para que ésta no se entienda. Se quita el velo cuando pases hacia el Señor. Así, cuando pases hacia el Señor, se quita la ignorancia y lo que era agua se te vuelve vino. Lee todos los libros proféticos: sin entender a Cristo, ¿qué hallarás tan insípido y soso? Entiende allí a Cristo: no sólo cobra sabor lo que lees, sino que incluso embriaga, pues desplaza del cuerpo a la mente, de forma que, mientras olvidas lo pasado, te extiendes a lo que está delante.

Todas las profecías hablan de Cristo

4. La profecía, pues, desde tiempos antiguos, desde que corre hacia adelante la sucesión de quienes nacen en el género humano, no ha callado sobre Cristo; pero allí había un secreto, pues ella era aún agua. ¿Cómo probamos que en todos los tiempos anteriores, hasta la era en que vino Cristo, no faltó profecía sobre él? Porque lo dice el Señor en persona. En efecto, cuando resucitó de entre los muertos, encontró que los discípulos dudaban de él, a quien habían seguido. Efectivamente, lo vieron muerto, no esperaron que iba a resucitar y se derrumbó toda su esperanza. ¿Por qué el bandido loado mereció estar en el paraíso aquel día mismo? Porque fijo en la cruz confesó a Cristo, mientras los discípulos dudaron de él. Los halló, pues, vacilantes e inculpándose en cierto modo por haber esperado la redención gracias a él. Sin embargo, porque sabían que era inocente, se lamentaban de que lo hubiesen matado sin culpa. Tras la resurrección, también ellos dijeron esto, cuando en el camino halló tristes a algunos de ellos:¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, y no te has enterado de lo ocurrido en ella estos días? Él, por su parte, les dijo: ¿Qué? Ellos, por su parte, dijeron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en hechos y dichos, en presencia de Dios y de todo el pueblo: cómo nuestros sacerdotes y jefes lo entregaron a condena de muerte y lo fijaron a una cruz. Nosotros, por nuestra parte, esperábamos que él era quien iba a redimir a Israel; mas ahora se cumple hoy el día tercero desde que esto sucedió. Estas y otras cosas dijo uno de los dos que encontró en el camino, mientras iban a una aldea próxima. Entonces les contestó así: ¡Oh insensatos y torpes de corazón para creer en todo lo que han hablado los profetas! ¿No era preciso que el Mesías padeciera todo esto y entrase en su claridad? Y comenzando por Moisés y todos los profetas, estuvo interpretándoles lo que en todas las Escrituras había acerca de él7. También en otro pasaje, cuando, para que creyesen que había resucitado corporalmente, quiso que le palpasen las manos de los discípulos, afirma: Éstas son las palabras que os he hablado cuando aún estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que de mí está escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras y les dijo que así está escrito que el Mesías padecerá y de entre los muertos resucitará al tercer día y en su nombre se predicará a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, enmienda y perdón de los pecados.

El vino de la presencia de Cristo

5. Entendidas estas cosas tomadas del evangelio, que realmente son claras, quedarán patentes todos los misterios que en este milagro del Señor están latentes. Mirad qué asevera: que era preciso que se cumpliera en Cristo lo que está escrito de él. ¿Dónde está escrito? En la Ley, afirma, y en los Profetas y Salmos. No omitió nada de las Escrituras Antiguas. Ésa era agua; y el Señor los llama insensatos, precisamente porque aún les sabía a agua, no a vino. Ahora bien, ¿cómo del agua hizo vino? Cuando les abrió la inteligencia y, a lo largo de todos los profetas, comenzando por Moisés, les expuso las Escrituras. Por eso, embriagados ya, decían: «¿En el camino, no estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?», pues entendieron a Cristo en estos libros en que no le habían conocido. Nuestro Señor Jesucristo cambió, pues, el agua en vino, y tiene sabor lo que no tenía, embriaga lo que no embriagaba.
 

Por cierto, si hubiese ordenado que derramasen de allí el agua, y así él echaría vino desde los ocultos senos de la creación, de donde hizo también el pan cuando sació a tantos millares —pues los cinco panes no tenían la saciedad de cinco millares de hombres ni siquiera doce canastas llenas, sino que la omnipotencia del Señor era cual fuente de pan; así podría también, derramada el agua, echar vino—; si hubiese hecho esto, parecería reprobar las Escrituras viejas. En cambio, cuando convierte en vino el agua misma, nos muestra que también la Escritura vieja procede de él, porque por orden suya fueron llenadas las hidrias. Del Señor, sí, procede también esa Escritura; pero no sabe a nada si allí no se entiende a Cristo.

Las seis hidrias y las seis edades del mundo

6. Ahora bien, atended a lo que él dice: Lo que de mí está escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos. Sabemos, por otra parte, que la Ley, a partir de qué tiempos narra, desde el comienzo del mundo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Desde ahí hasta este tiempo en que ahora vivimos hay seis eras, como frecuentemente habéis oído y conocéis. Efectivamente, la primera era se computa de Adán hasta Noé; la segunda, de Noé hasta Abrahán, y, como el evangelista Mateo sigue y distingue por orden, la tercera, de Abrahán hasta David; la cuarta, de David hasta la deportación a Babilonia; la quinta, de la deportación a Babilonia hasta Juan Bautista; la sexta, desde ahí hasta el fin del mundo.

Precisamente porque en esta edad sexta se manifiesta mediante el Evangelio la reforma de nuestra mente según la imagen de ese que nos ha creado, hizo Dios al hombre a su imagen el día sexto, y, para que saboreemos a Cristo, manifestado ya en la Ley y los Profetas, el agua es convertida en vino. Por eso estaban allí seis hidrias que mandó llenar de agua. Esas seis hidrias significan, pues, las seis eras en que no faltó la profecía. Esos seis tiempos, pues, distribuidos, por así decirlo, y divididos en partes, serían como recipientes vacíos, si no los hubiese llenado Cristo. ¿Qué he dicho? ¿Tiempos que correrían sin contenido, si en ellos no se predicaba al Señor Jesús? Se han cumplido las profecías, llenas están las hidrias; pero, para que el agua sea convertida en vino, en esa profecía entera ha de entenderse a Cristo.

El misterio de la Trinidad

7. ¿Qué significa, pues, «Cogían dos o tres metretas»? Esta locución hace valer para nosotros, sobre todo, un misterio, pues denomina metretas a ciertas medidas, como si dijera cubos, ánforas o algo parecido. «Metreta» es nombre de medida, y del vocablo «medida» recibe nombre esta medida, pues los griegos denominan Μέτρον a la medida; de ahí se ha dado nombre a las metretas. Cogían, pues, dos o tres metretas. ¿Qué diremos, hermanos? Si dijera sólo tres, nuestro ánimo no correría sino al misterio de la Trinidad. Pero quizá, ni siquiera así debemos en seguida descartar de ahí este sentido, porque ha hablado de dos o tres; en efecto, nombrados el Padre y el Hijo, ha de entenderse consiguientemente también el Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo es no sólo del Padre ni Espíritu sólo del Hijo, sino Espíritu del Padre y del Hijo. En efecto, está escrito: Si alguien amase el mundo, no está en él el Espíritu del Padre. Asimismo está escrito: Ahora bien, cualquiera que no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es suyo. Pues bien, idéntico es el Espíritu del Padre y del Hijo. Así pues, nombrados el Padre y el Hijo, se entiende también el Espíritu Santo, porque es el Espíritu del Padre y del Hijo. Ahora bien, cuando se nombra al Padre y al Hijo, se nombran, digamos, dos metretas; cuando, en cambio, se entiende ahí al Espíritu Santo, tres metretas. Por eso no se dice «unas, que cogían dos medidas; otras, tres», sino que esas seis hidrias cogían dos o tres metretas. Como si dijera: Cuando digo dos, quiero que con éstas se entienda también al Espíritu del Padre y del Hijo; y cuando digo tres, enuncio de manera por entero manifiesta la misma Trinidad.

8. Así pues, es preciso que cualquiera que nombra al Padre y al Hijo entienda ahí la recíproca caridad, digamos, del Padre y del Hijo, cosa que es el Espíritu Santo. En efecto, quizá las Escrituras, examinadas —no digo esto de forma que hoy pueda enseñaros, o como si no pueda hallarse otra cosa—; pero, en todo caso, las Escrituras, escrutadas, quizá indican que el Espíritu Santo es caridad. Y no supongáis que la caridad es barata. Al contrario, ¿cómo es barata, cuando se llama caro a todo lo que se califica de no barato? Si, pues, lo que no es barato es caro, ¿qué hay más caro que la caridad misma? Ahora bien, el Apóstol encomia la caridad de forma que dice: Os muestro un camino muy descollante. Si hablo en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, he venido a ser como sonante objeto de bronce o címbalo tintineante; y, si supiera todos los sacramentos y todo el saber, y tuviese profecía y toda la fe hasta el punto de trasladar yo montes, pero no tengo caridad, nada soy; y si distribuyera todo lo mío a los pobres y entregase mi cuerpo para arder yo, pero no tengo caridad, de nada me aprovecha. ¿Cuán valiosa, pues, es la caridad, que, si falta, en vano se tiene lo demás; si está presente, se tiene directamente todo? Sin embargo, al loar copiosísima y abundantemente la caridad el apóstol Pablo, de ella ha dicho menos de lo que el apóstol Juan, de quien es este evangelio, afirma brevemente, pues no dudó decir: Dios es caridad. También está escrito: Porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

¿Quién, pues, nombrará al Padre y al Hijo, y no entenderá ahí la caridad del Padre y del Hijo? Cuando empiece a tenerla, tendrá al Espíritu Santo; si no la tuviere, estará sin el Espíritu Santo. Y como tu cuerpo, si estuviere sin espíritu, lo cual es tu alma, está muerto, así tu alma, si estuviere sin el Espíritu Santo, esto es, sin la caridad, será reputada por muerta. Las hidrias, pues, cogían dos metretas, porque en la profecía de todos los tiempos se predica al Padre y al Hijo; pero ahí está también el Espíritu Santo y por eso se ha añadido: O tres. Yo y el Padre, dice, somos una única cosa; pero ni hablar de que falta el Espíritu Santo, cuando oímos: Yo y el Padre somos una única cosa. Sin embargo, porque ha nombrado al Padre y al Hijo, cojan las hidrias dos metretas; pero oye: O tres. Id, bautizad a las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así pues, cuando se dice «dos», no se expresa la Trinidad, pero se entiende; en cambio, cuando se dice «o tres», también se expresa.

La salvación alcanza a todos los pueblos

9. Pero tampoco ha de dejarse pasar otra interpretación, y la diré. Cada uno elija lo que le plazca. Yo no sustraigo lo que se me sugiere, pues es la mesa del Señor y es preciso que el servidor no defraude a los convidados, sobre todo, tan hambrientos que se ve vuestra avidez. La profecía que desde tiempos antiguos se dispensa, se refiere a la salvación de todas las gentes. Al solo pueblo de Israel fue ciertamente enviado Moisés, por medio de él fue dada la Ley a este solo pueblo; los profetas mismos procedieron también de ese pueblo y la distribución misma de los tiempos fue diversificada según este mismo pueblo; por ende se dice también de las hidrias: Según la purificación de los judíos. Pero en todo caso está claro que aquella profecía se anunciaba también a las demás naciones, puesto que Cristo estaba oculto en aquello en que se bendice a todas las naciones, como se prometió a Abrahán, al decir el Señor: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones. Ahora bien, aún no se entendía, porque el agua aún no había sido convertida en vino. A todas las naciones, pues, se dispensaba la profecía. Para que esto aparezca de modo por entero agradable, sobre cada era, como cual sobre cada hidria, recordaré algo, según el tiempo que queda.

El primer Adán, imagen de Cristo

10. En el inicio mismo, Adán y Eva eran padres de todas las naciones, no sólo de los judíos; y todo lo que en Adán estaba figurado sobre Cristo, se refería absolutamente a todas las naciones, que en Cristo tienen salvación. Del agua de la hidria primera ¿qué diré principalmente, sino lo que de Adán y Eva afirma el Apóstol? Nadie, en efecto, me dirá que he entendido mal, cuando profiero la interpretación no mía, sino del Apóstol. ¡Qué gran misterio, pues, contiene sobre Cristo aquella unidad que el Apóstol recuerda, al decir: Y existirán los dos en una única carne; este sacramento es grande! Y, para que nadie entendiese que esta grandeza del sacramento se dice respecto a cada uno de cualesquiera hombres que tienen esposas, afirma: Ahora bien, yo hablo respecto a Cristo y a la Iglesia. ¿Cuál es este sacramento grande: existirán los dos en una única carne? Ese pasaje desde el que, cuando la Escritura del Génesis hablaba de Adán y Eva, se llegó a estas palabras: Por eso el hombre dejará al padre y a la madre y se adherirá a su esposa y existirán los dos en una única carne.

Si, pues, Cristo se adhirió a la Iglesia de forma que los dos existen en una única carne, ¿cómo abandonó al Padre? ¿cómo a la madre? Abandonó al Padre porque, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo, al tomar forma de esclavo. Efectivamente, «dejó al Padre» significa no que lo abandonó y se separó del Padre, sino que se manifestó a los hombres no en la forma en que es igual al Padre. ¿Cómo dejó a la madre? Dejando la sinagoga de los judíos, de la que nació según la carne, y uniéndose a la Iglesia que ha congregado de todas las naciones. La primera hidria tenía, pues, una profecía sobre Cristo; pero, cuando no se predicaba entre los pueblos lo que estoy diciendo, era aún agua, aún no había sido mudada en vino. Y, porque el Señor nos ha iluminado mediante el Apóstol para mostrarnos qué hemos de buscar en esa única frase —Existirán los dos en una única carne; sacramento grande respecto a Cristo y a la Iglesia—, ya nos es lícito buscar por doquier a Cristo y beber vino de todas las hidrias.

Duerme Adán, para que Eva sea hecha; muere Cristo para que sea hecha la Iglesia. Del costado es hecha Eva para Adán durmiente: una lanza perfora el costado a Cristo muerto, para que desciendan los sacramentos con que será formada la Iglesia. ¿Para quién no es evidente que en los hechos de entonces están figurados los futuros, toda vez que el Apóstol dice que Adán en persona es forma del futuro? El cual, afirma, es forma del futuro. Todo estaba prefigurado místicamente. Dios, en efecto, podía sacar a Adán despierto una costilla y formar la mujer. ¿O acaso era preciso que él durmiese, precisamente para que no doliese el costado cuando fue sacada la costilla? ¿Quién hay que duerma de forma que sin despertarse le sean arrancados los huesos? ¿O, porque Dios la arrancaba, el hombre no sentía? Quien, pues, pudo arrancarla a Adán durmiente, podía también arrancarla sin dolor a Adán despierto. Pero, sin duda, era llenada la primera hidria; acerca de este tiempo futuro se dispensaba una profecía de aquel tiempo.

Noé, Abrahán y David

11. Cristo está figurado también en Noé, y en aquella arca, el orbe de las tierras; pues ¿por qué fueron encerrados en el arca todos los animales sino para significar a todas las naciones? De hecho, no faltaba a Dios cómo crear de nuevo toda especie de animales, ya que, cuando no existía ninguno, ¿acaso no dijo «Produzca la tierra», y la tierra produjo? De donde, pues, los hizo entonces, de ahí volvería a hacerlos; con la palabra los hizo, con la palabra los reharía. Pero hacía valer un misterio y llenaba la segunda hidria de la dispensación profética, para que mediante el leño fuese liberada la figura del orbe de las tierras, porque en un leño había de ser clavada la vida del orbe de las tierras.

12. Respecto a la tercera hidria, ya se dijo a Abrahán en persona lo que ya he recordado: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones. ¿Y quién no verá de quién tenía figura su único, que para sí llevaba a espaldas la leña para el sacrificio, al que él era conducido para ser inmolado? En efecto, el Señor llevó a espaldas su cruz, como dice el evangelio. Baste haber recordado esto sobre la tercera hidria.

13. Por otra parte, ¿por qué diré de David que su profecía se refería a todas las naciones, si acabamos de oír el salmo y es difícil que se diga un salmo donde ella no suene? Pero ciertamente, como he dicho, acabamos de cantar: Levántate, Dios, juzga la tierra, porque tú heredarás en todas las naciones. Y por eso los donatistas, pues no quieren estar en armonía con la voz de quien era el amigo del Novio y dijo: «Éste es quien bautiza», son cual expulsados de una boda, como el hombre que no tenía traje nupcial: fue invitado y vino, pero fue expulsado del número de llamados, porque no tenía traje nupcial adecuado a la gloria del Novio, ya que quien busca su gloria, no la de Cristo, no tiene traje nupcial. No sin razón, a quien no tenía traje nupcial se le echó en cara a modo de increpación lo que no era: Amigo, ¿por qué has venido aquí? Y, como él enmudeció, así también éstos, pues ¿qué aprovecha el estrépito de la boca, mudo el corazón? Ciertamente saben dentro, en sí mismos, que no tienen qué decir. Dentro han enmudecido, fuera alborotan. Quieran o no, oyen que también entre ellos se canta: «Levántate, Dios, juzga la tierra, tú heredarás en todas las naciones»; mas, por no estar en comunión con todas las naciones, ¿que otra cosa conocen sino que ellos están desheredados?

El nombre de Adán y su significado

14. Lo que, pues, decía yo, hermanos, que a todas las naciones se refiere la profecía —de hecho, quiero mostrar otro sentido en eso que está dicho: «Las cuales cogían dos o tres metretas»; insisto: a todas las naciones se refiere la profecía—, acabo de recordaros que se muestra en Adán, el cual es forma del futuro. Ahora bien, ¿quién no sabe que de él se han originado todas las naciones, y que las cuatro letras de su nombre muestran mediante denominaciones griegas las cuatro partes del orbe de las tierras? En efecto, si en griego se dijera oriente, occidente, norte y sur, como en casi todos los lugares los recuerda la Santa Escritura, en las iniciales de esas palabras hallas ADAM, pues las cuatro parte del mundo mencionadas se dicen en griego ἀνατολή, δύσις, ἅρκτος, μεσημβρία. Si escribes estos cuatro nombres cual cuatro versos uno debajo de otro, en sus iniciales se lee ADAM. En atención al arca en que estaban todos los animales, que significaban a todas las naciones, esto estuvo figurado en Noé; esto, en Abrahán, a quien se dijo con toda claridad: «En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones»; esto, en David, de cuyos salmos, por no citar otros, acabamos de cantar: Levántate, Dios, juzga la tierra, porque heredarás en todas las naciones. En efecto, ¿a qué Dios se dice: «Levántate», sino al que se durmió? Levántate, Dios, juzga la tierra. Como si se dijera: Dormiste, juzgado por la tierra; levántate para que juzgues la tierra. ¿Y a dónde se extiende esa profecía? Porque heredarás en todas las naciones.

Daniel y su profecía

15. Por otra parte, en la era quinta, cual en la quinta hidria, Daniel vio que del monte era cortada sin manos una piedra, que hizo pedazos todos los reinos de las tierras, que esa piedra creció, se hizo un monte grande hasta llenar toda la haz de la tierra. ¿Qué más claro, hermanos míos? La piedra es cortada del monte; ella es la piedra que desecharon los constructores y fue convertida en piedra angular. ¿De qué monte es cortada sino del reino de los judíos, de donde nuestro Señor Jesucristo nació según la carne? Y es cortada sin manos, sin obra humana, porque sin abrazo marital nació de la Virgen. El monte de donde fue cortada no había llenadotoda la faz de la tierra, pues el reino judío no había tenido en su poder a todas las naciones. En cambio, vemos que el reino de Cristo ocupa todo el orbe de las tierras.

Juan Bautista, el último profeta

16. Por otra parte, a la era sexta pertenece Juan Bautista, mayor que el cual nadie ha surgido entre los nacidos de mujeres, del cual está dicho: Mayor que un profeta. ¿Cómo muestra él también que Cristo ha sido enviado a todas las naciones? Cuando los judíos vinieron a él a ser bautizados y, para que no se ensoberbecieran del nombre de Abrahán, decía: «Generación de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? Dad, pues, fruto digno de la enmienda», esto es, sed humildes, pues hablaba a orgullosos. Ahora bien, ¿de qué estaban orgullosos? De la estirpe de la carne, no del fruto de la imitación del padre Abrahán. ¿Qué les dice? No digáis: «Por padre tenemos a Abrahán», pues Dios es potente para de estas piedras suscitar hijos a Abrahán. Llama piedras a todos los gentiles, no por su solidez, como se lo llamaron a la piedra que desecharon los constructores, sino por su estupidez y necedad inflexible, porque se habían hecho similares a esos a los que adoraban, pues a ídolos insensatos adoraban los igualmente insensatos. ¿Por qué insensatos? Porque se dice en un salmo: Similares a ellos vengan a ser quienes los hacen y todos los que confían en ellos. Por eso, cuando los hombres comiencen a adorar a Dios, ¿qué oyen? Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y envía lluvia sobre justos e injustos.

Por tanto, si el hombre se hace similar a ese a quien adora, ¿qué significa: Dios es potente para de estas piedras suscitar hijos a Abrahán? Preguntémonos a nosotros mismos y veremos que eso ha sucedido. En efecto, nosotros venimos de los gentiles; ahora bien, no vendríamos de los gentiles si de las piedras no le hubiera Dios suscitado hijos a Abrahán. Hemos sido hechos hijos de Abrahán por imitar su fe, no por nacer mediante la carne. Efectivamente, como ellos fueron desheredados por degenerar, así nosotros hemos sido adoptados por imitar. A todas las naciones, pues, hermanos, se refería también la profecía de esta hidria sexta y, por eso, de todas está dicho: Las cuales cogían dos o tres metretas.

Conclusión: las profecías, dirigidas a todos los pueblos

17. Pero ¿cómo muestro que todas las naciones tienen que ver con las dos o tres metretas? De hecho, fue en cierto modo cosa del tasador, para hacer valer el misterio, contar como dos las que había contado como tres. ¿Cómo son dos las metretas? Circuncisión y prepucio. La Escritura recuerda estos dos pueblos y no omite ninguna raza humana cuando dice: Circuncisión y prepucio. En estos dos nombres tienes a todas las naciones: son las dos metretas. Cristo fue hecho piedra angular, cuando estas dos paredes vinieron en sentido contrario a hacer la paz en él mismo.

En esas mismas naciones todas mostraré también las tres metretas. Tres eran los hijos de Noé, mediante los que fue recomenzado el género humano. Por ende afirma el Señor: El reino de los cielos es semejante a levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentase. ¿Quién es esta mujer sino la carne del Señor? ¿Qué es la levadura sino el Evangelio? ¿Cuáles son las tres medidas sino todas las naciones, en atención a los tres hijos de Noé?

Las seis hidrias, pues, que cogían dos o tres metretas son las seis eras de los tiempos, que cogían la profecía relativa a todas las naciones, significadas o en dos especies de hombres, judíos y griegos, como frecuentemente menciona el Apóstol, o en tres, en atención a los tres hijos de Noé. Efectivamente, la profecía que llega hasta todas las naciones está figurada porque, en cuanto que llega, se la ha denominado metreta, como dice el Apóstol: «Hemos recibido la medida de llegar hasta vosotros». De hecho, mientras anuncia la buena noticia a las naciones dice esto: La medida de llegar hasta vosotros.

 

TRATADO 10

Comentario a Jn 2,12-21, predicado en Hipona, en 407, ¿domingo 24 de febrero?

Dios te escucha desde tu interior

1. En el salmo habéis oído el gemido del Pobre cuyos miembros padecen tribulaciones por la tierra entera hasta el final del mundo. Poned empeño, hermanos míos, por estar entre estos miembros y ser de estos miembros, porque la tribulación es, toda, transitoria. ¡Ay de los que gozan! La Verdad dice: Dichosos los que lloran, porque ésos serán consolados. Dios se ha hecho hombre. ¿Qué llegará a ser el hombre por quien Dios se ha hecho hombre? En toda tribulación y tentación de esta vida consuélenos esta esperanza, pues el enemigo no cesa de perseguir y, si no se ensaña abiertamente, actúa con insidias. En efecto, ¿qué hace? Y además de ira, actuaban dolosamente. Por eso se le ha llamado león y dragón. Pero ¿qué se dice de Cristo? Y conculcarás león y dragón. León, por la ira evidente; dragón, por las ocultas insidias. El dragón echó del paraíso a Adán; león él mismo, persiguió a la Iglesia, según Pedro dice: Porque vuestro adversario, el diablo, como león rugiente merodea, buscando a quién devorar. No te parezca que el diablo ha perdido su saña; cuando halaga, entonces hay que precaverse más de él. Pero, entre todas estas insidias y tentaciones suyas, ¿qué haremos sino lo que ahí hemos oído: Yo, en cambio, cuando me eran molestos, me vestía de saco y humillaba con ayuno mi alma? Hay quien escuche, no dudéis en orar; ahora bien, dentro permanece quien escucha. No dirijáis a monte alguno los ojos; no elevéis el rostro a las estrellas, al sol o a la luna. No supongáis que sois oídos cuando oráis a la orilla del mar; al contrario, detestad tales oraciones. Limítate a limpiar la alcoba del corazón; donde estuvieres, doquiera ores, dentro está quien escucha; dentro, en el lugar apartado que denomina seno cuando dice: Y mi oración girará en mi seno8. Quien te escucha no está fuera de ti. No vayas lejos ni te empines como para tocarlo con las manos. Más bien, si te empinas caerás; si te abajas, él se acercará. Éste es el Señor Dios nuestro, Palabra de Dios, Palabra hecha carne, Hijo del Padre, Hijo de Dios, Hijo del hombre, excelso para nos, humilde para rehacernos, que caminó entre los hombres, padeció lo humano, escondió lo divino.

Los hermanos de Jesús

2. Descendió, como dice el evangelista, a Cafarnaún él y su madre y sus hermanos y sus discípulos, y allí se quedaron no muchos días.He aquí que tiene madre, tiene hermanos, tiene también discípulos. Hermanos, porque tiene madre. Efectivamente, nuestra Escritura suele llamar hermanos no sólo a los que nacen de idénticos varón y mujer o de idéntico útero o de idéntico padre aunque de diversas madres, o ciertamente de idéntico grado, como los primos hermanos, paternos o maternos; no sólo a éstos acostumbra a denominar hermanos nuestra Escritura. Como habla, así ha de entenderse. Tiene su lenguaje; cualquiera que no conoce este lenguaje, se turba y dice: «¿Cómo tiene hermanos el Señor? ¿Acaso María parió de nuevo?» ¡Ni hablar! En ella comenzó la dignidad de las vírgenes. Ella, fémina, pudo ser madre, no pudo ser mujer; pero se la denominó mujer, según el sexo femenino, no según la corrupción de la integridad; y esto, con el lenguaje de la Escritura misma. En efecto, sabéis que Eva, inmediatamente después de haber sido hecha del costado de su marido, aún no tocada por su marido, fue denominada «mujer»: Y la formó como mujer. ¿Cómo, pues, tiene hermanos? Los parientes de María, parientes en cualquier grado, son hermanos del Señor. ¿Cómo lo pruebo? Por la Escritura misma. Hermano de Abrahán se llama a Lot; era hijo de su hermano. Lee y hallarás que Abrahán era tío de Lot, y se los llamó; hermanos. ¿Por qué, sino porque eran parientes? Asimismo, Jacob tuvo un tío materno, el sirio Labán, pues Labán era hermano de la madre de Jacob, esto es, Rebeca, esposa de Isaac. Lee la Escritura y hallarás que se llama hermanos al tío y al hijo de la hermana. Conocida esta norma, hallarás que todos los consanguíneos de María son hermanos de Cristo.

María es más dichosa por cumplir la palabra

3. Pero aquellos discípulos eran hermanos, más bien porque aquellos parientes no serían hermanos si no fueran discípulos, y sin razón serían hermanos, si no reconociesen como hermano al Maestro. Efectivamente. En cierto pasaje, tras habérsele comunicado que su madre y hermanos estaban fuera —por su parte, él hablaba con los discípulos—, preguntó: ¿Qué madre o qué hermanos tengo? Y, extendiendo la mano sobre sus discípulos, dijo: «Éstos son mis hermanos», y: «Todo el que hiciere la voluntad de mi Padre, ése es para mí madre y hermano y hermana»; también, pues, María, que hizo la voluntad del Padre. Esto ha alabado en ella el Señor: que hizo la voluntad del Padre, no que la carne engendró la carne. Atienda Vuestra Caridad. Por eso, cuando el Señor se manifestaba admirable entre la turba porque hacía signos y prodigios, y al mostrar qué se escondía en la carne, ciertas personas dijeron admiradas: «Feliz el vientre que te llevó», y él: Más bien, felices quienes oyen y custodian la palabra de Dios. Esto equivale a decir: también mi madre, a quien habéis calificado de feliz, es feliz precisamente porque custodia la palabra de Dios; no porque en ella la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, sino porque custodia la Palabra misma de Dios mediante la que ha sido hecha y que en ella se hizo carne. No se alegren los hombres por la prole temporal; exulten si mediante el espíritu están unidos a Dios. He dicho esto en atención a lo que el evangelista afirma: que en Cafarnaún habitó pocos días con su madre, sus hermanos y discípulos.

El templo, casa de oración

4. ¿Qué sigue después? Y estaba cerca la Pascua de los judíos y subió a Jerusalén. Narra otra cosa, como la recordaba el informador. Y encontró en el templo a los que vendían bueyes y ovejas y palomas y, sentados, a los cambistas; y, como hubiese hecho cual un látigo de cuerdas, a todos echó del templo, también las ovejas y los bueyes, y desparramó el dinero de los cambistas y volcó las mesas y a quienes vendían las palomas dijo: Quitad eso de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en casa de negocio. ¿Qué hemos oído, hermanos? He aquí que el templo ese era aún figura, y de ahí echó el Señor a todos los que buscaban lo suyo, los que habían venido a los mercados. ¿Y qué vendían allí ellos? Lo que los hombres necesitaban para los sacrificios de aquel tiempo. Sabe, en efecto, Vuestra Caridad que a aquel pueblo, conforme a su carnalidad y corazón pétreo aún, se habían dado sacrificios tales que le impidieran pasarse poco a poco a los ídolos, e inmolaban allí sacrificios —bueyes, ovejas y palomas—; lo sabéis porque lo habéis leído. No había, pues, pecado grande si en el templo vendían lo que se compraba para ser ofrecido en el templo. Y, sin embargo, los echó de allí. Si a quienes vendían lo que es lícito y no es contra justicia —pues lo que honestamente se compra, no se vende ilícitamente—, los expulsó empero y no soportó que la casa de oración se convirtiera en casa de negocio, ¿qué haría el Señor si encontrase allí borrachos, qué? Si la casa de Dios no debe convertirse en casa de negocio, ¿debe convertirse en casa de bebidas? En cambio, cuando digo esto rechinan con sus dientes contra mí. Mas me consuela el salmo que habéis oído: Sobre mí rechinaron con sus dientes. También yo sé oír dónde ser curado, aunque se redoblen los azotes a Cristo, porque es flagelada su palabra. Dice: Se han congregado contra mí azotes y no lo supieron. Lo flagelaron los látigos de los judíos, lo flagelan las blasfemias de los cristianos falsos; multiplican los azotes a su Señor y no lo saben. En la medida en que él nos ayuda, hagamos esto: Yo, en cambio, cuando me eran molestos, me vestía de saco y humillaba con ayuno mi alma.

Cada uno teje un látigo con sus pecados

5. Sin embargo, hermanos, pues tampoco él les tuvo consideración —quien había de ser flagelado por ellos los flageló el primero—, digo: nos muestra cierto signo, porque hizo un látigo de cuerdas y con él flageló a los indisciplinados que hacían del templo de Dios una empresa comercial. El hecho es que cada uno se ha tejido con sus pecados una soga. Un profeta dice: ¡Ay de quienes arrastran los pecados como soga larga! ¿Quién hace una soga larga? Quien a pecado agrega pecado. ¿Cómo se agregan pecados a pecados? Cuando unos pecados cubren los pecados que se han cometido. Alguien ha cometido un hurto; para que no se descubra que lo ha cometido, busca a un adivino. Bastaría haber cometido el hurto; ¿por qué quieres añadir pecado a pecado? He ahí dos pecados. Cuando el obispo te prohíbe acudir al astrólogo, injurias al obispo; he ahí tres pecados. Cuando oyes: «Échalo fuera de la Iglesia», dices: «Me paso al partido de Donato». He ahí que añades el cuarto. Crece la soga; teme a la soga. Bueno es para ti que, a partir del instante en que eres flagelado, te corrijas, para que al final no se diga: Atadle pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores. Efectivamente, sujetan a cada uno las trabas de sus pecados. El Señor dice lo primero, otra Escritura lo segundo, pero una y otra cosa dice el Señor. Por sus pecados son ligados los hombres y enviados a las tinieblas exteriores.

Los que todo lo ponen en venta

6. Y, para que busquemos el misterio de lo hecho en figura, ¿quiénes son los que venden bueyes, quiénes son los que venden ovejas y palomas? Son esos mismos que en la Iglesia buscan lo suyo, no lo de Jesucristo. Por venal tienen todo quienes no quieren ser redimidos; no quieren ser comprados, mas quieren vender. En efecto, es bueno para ellos que los redima la sangre de Cristo para que lleguen a la paz de Cristo. ¿Qué aprovecha, en efecto, adquirir en este mundo cualquier cosa temporal y transitoria, ora sea dinero, ora sea el placer del vientre y el gaznate, ora sea el honor en la alabanza humana? ¿Acaso todo no es humo y viento? ¿Acaso no pasa todo y corre? Y ¡ay de quienes se hubiesen adherido a lo pasajero, porque pasan juntamente! ¿Acaso no es todo una corriente precipitada que corre al mar? Y ¡ay quien hubiese caído, porque será arrastrado al mar! Debemos, pues, mantener todos los afectos lejos de tales concupiscencias.

Hermanos míos, quienes buscan tales cosas, venden. Ciertamente, el célebre Simón también quería comprar el Espíritu Santo porque quería vender el Espíritu Santo y suponía que los apóstoles eran mercaderes de la misma clase que esos a quienes el Señor echó del templo con el látigo. Efectivamente, él era de esa clase y quería comprar lo que vendería; era de esos que venden palomas, pues como paloma apareció el Espíritu Santo. ¿Quienes, pues, venden palomas, hermanos, quiénes son sino los que dicen: «Nosotros damos el Espíritu Santo»? De hecho, ¿por qué lo dicen y a qué precio venden? Al precio de su honor. Aceptan como precio sedes episcopales temporales, para que se vea que ellos venden palomas. ¡Cuídense del látigo de cuerdas! La Paloma no es venal; se da gratis, porque se llama Gracia. Por eso, hermanos míos, cada cual loa lo que vende, como veis que hacen quienes venden, los chamarileros. ¡Cuántas propuestas han hecho! En Cartago tiene Primiano una propuesta, Maximiano tiene otra, en Mauritania tiene otra Rogato, en Numidia tienen otra éstos y aquéllos, a los que ya no soy capaz ni siquiera de nombrar. Alguien, pues, va de acá para allá a comprar la Paloma: a favor de su propuesta loa cada cual lo que vende. El corazón de aquél aléjese de todo vendedor, venga adonde se recibe gratis. ¡Ni aun así se ruborizan, hermanos, de haber hecho de sí tantas facciones mediante esas mismas disensiones suyas, amargas y maliciosas, cuando se atribuyen lo que no son, cuando se ensalzan al suponer que, aunque son nada, ellos son algo! Y, porque no quieren corregirse, ¿qué se cumple en ellos sino lo que habéis oído en el salmo: Se han desgarrado, pero no se han compungido?

7. ¿Quiénes pues, venden bueyes? Por bueyes se entiende a quienes nos han dispensado las Santas Escrituras. Bueyes eran los apóstoles, bueyes eran los profetas. Por ende dice el Apóstol: No enfrenarás la boca a buey que trilla. ¿Acaso Dios se preocupa de los bueyes? ¿O lo dice por nosotros? Por nosotros, en efecto, lo dice, porque con esperanza debe arar quien ara, y quien trilla, con esperanza de participar. Esos bueyes, pues, nos han dejado la memoria de las Escrituras, ya que, porque buscaron la gloria del Señor, repartieron de lo que no era suyo.

Efectivamente, ¿qué habéis oído en ese salmo? Y digan siempre: «Sea engrandecido el Señor», quienes quieren la paz de su siervo. Siervo de Dios es el pueblo de Dios, la Iglesia de Dios. Quienes quieren la paz de su Iglesia glorifiquen al Señor, no al siervo y digan siempre: Sea engrandecido el Señor. ¿Quiénes han de decirlo? Quienes quieren la paz de su siervo. De este pueblo, de este siervo es aquella voz clara que como lamentaciones habéis oído en el salmo, y os conmovíais al oírla, porque vosotros sois de ahí. Lo que uno solo cantaba, resonaba desde todos los corazones. ¡Felices quienes en esas voces se conocían como en un espejo! ¿Quiénes, pues, quieren la paz de su siervo, la paz de su pueblo, la paz de una sola a la que denomina única y que quiere que sea arrancada del león, pues dice: Arranca de la mano del perro mi única? Los que dicen siempre: Sea engrandecido el Señor. Esos bueyes, pues, glorificaron al Señor, no a sí mismos. Ved al buey engrandecer a su Señor, porque reconoció el buey a su propietario; fijaos en el buey que teme que se abandone al propietario del buey y se presuma del buey; ¡cómo se asusta de quienes quieren poner en él la esperanza!: «¿Acaso Pablo ha sido crucificado por vosotros, o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Lo que os he dado, no os lo he dado yo; gratis lo habéis recibido; la Paloma descendió del cielo». Yo, afirma, planté, Apolo regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Ni quien planta es algo, ni quien riega, sino quien da el crecimiento, Dios. Y digan siempre: «Sea engrandecido el Señor», quienes quieren la paz de su siervo.

8. Ésos, en cambio, con Escrituras mismas engañan a los pueblos para recibir de ellos honores y loas, y que los hombres no se conviertan a la verdad. Pero, porque con las Escrituras mismas engañan a los pueblos a los que exigen honores, venden bueyes, venden también las ovejas, esto es, la plebe misma. Y ¿a quién las venden sino al diablo? De hecho, hermanos míos, si la Iglesia de Cristo es única y es una sola, ¿quién se lleva cualquier cosa que de ahí se desgaja sino el león aquel rugiente y merodeador, que busca a quién devorar? Porque la Iglesia permanecerá íntegra, pues el Señor conoce a quienes son suyos. ¡Ay de quienes se desgajan! Sin embargo, en lo que de ellos depende, venden bueyes y ovejas, venden también palomas. ¡Observen el látigo de sus pecados! Al menos cuando por esas iniquidades suyas sufren algo así, reconozcan que el Señor hizo un látigo de sogas y los estimula a cambiar de vida, a que no sean negociantes. En verdad, si no cambian de vida, al final oirán: Atadles pies y manos y arrojadlos a las tinieblas exteriores.

El celo de tu casa me devora

9. Entonces, porque por el celo de la casa de Dios echó del templo a ésos el Señor, los discípulos recordaron que está escrito: El celo de tu casa me devora. Hermanos, el celo de la casa de Dios devore a cada cristiano de entre los miembros de Cristo. ¿A quién devora el celo de la casa de Dios? A quien procura que se corrija y desea que se enmiende todo lo defectuoso que quizás viere allí; no descansa; si no puede enmendarlo, lo tolera, gime. El grano no se expulsa de la era, soporta a la paja para entrar en el granero cuando la paja sea separada. Antes que se abra el granero, tú, si eres grano, no quieras ser expulsado de la era, no sea que las aves te recojan antes de ser congregado en el granero. En efecto, las aves del cielo, las potestades aéreas, aguardan a arrebatar de la era algo, y no arrebatan sino lo que haya sido expulsado de allí. Devórete, pues, el celo de la casa de Dios; devore a cada cristiano el celo de la casa de Dios, casa de Dios en que es miembro. Tu casa, en efecto, no es más que la casa donde tienes salvación sempiterna. A tu casa entras por el descanso temporal; a la casa de Dios entras por el descanso sempiterno. Si, pues, procuras que en tu casa no suceda algún desorden, en la casa de Dios, donde están servidos salvación y descanso sin fin, si vieses algún desorden, ¿debes soportarlo, en cuanto esté de tu parte? Verbigracia, ¿ves a un hermano acudir al teatro? Oponte, amonéstalo, contrístate, si el celo de la casa de Dios te devora. ¿Ves a otros correr y querer emborracharse y querer en los lugares santos esto que en ningún sitio está bien? Oponte a los que puedas, detén a los que puedas, aterroriza a los que puedas, halaga a los que puedas; pero no descanses. ¿Es un amigo? Sea amonestado suavemente. ¿Es la esposa? Sea refrenada severísimamente. ¿Es una criada? Sea reprimida incluso con azotes. Haz lo que puedas, según la función que desempeñas, y realizarás lo de el celo de tu casa me devora.

Si, en cambio, eres frío, débil, que miras sólo a ti, como si contigo tuvieras bastante y dijeras en tu corazón. «¿Por qué tengo yo que cuidar pecados ajenos? Me basta mi alma, ¡consérvela yo íntegra para Dios!», ¡ea! ¿no te viene a la mente el siervo aquel queescondió el talento y no quiso gastar? Efectivamente, ¿se le acusó acaso de haberlo perdido, y no de haberlo guardado sin ganancia? Escuchad, pues, hermanos míos, de forma que no descanséis. Yo voy a daros un consejo —lo dé quien está dentro, porque, aunque lo diese por medio de mí, él lo da; sabéis qué hacéis cada uno en su casa con su amigo, con su inquilino, con su protegido, con un superior, con un inferior—: como Dios da los medios, como abre la puerta a su palabra, no descanséis de ganar para Cristo, porque habéis sido ganados por Cristo.

Derribad este templo

10. Le dijeron los judíos: Porque haces esto, ¿qué señal nos muestras? Y el Señor: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron, pues, los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, y tú dices: «En tres días lo levantaré»? Carne eran, comprendían lo carnal; pero él hablaba en sentido espiritual. Ahora bien, ¿quién podría entender de qué templo hablaba? Pero no investigamos mucho; mediante el evangelista nos ha aclarado y dicho de qué templo decía: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». En cuarenta y seis años fue edificado el templo, y en un triduo lo levantarás? Pero hablaba, afirma el evangelista, del templo de su cuerpo. Y es manifiesto que tras un triduo resucitó el Señor asesinado. De este modo conocemos las cosas todos nosotros, y, si para los judíos están cerradas porque se mantienen fuera, para nosotros, en cambio, están abiertas porque sabemos en quién hemos creído. Vamos a celebrar la destrucción y reedificación de ese templo en la solemnidad aniversaria, a prepararos para la cual os exhorto, si algunos sois catecúmenos, para recibir la gracia; ahora ya es tiempo; engéndrese ya ahora lo que entonces ha de nacer. Eso, pues, sabemos.

11. Pero quizá se me pregunta si el templo edificado en cuarenta y seis años tiene algún misterio. Ciertamente es mucho lo que puede decirse al respecto; pero esta vez digo lo que puede decirse brevemente y entenderse fácilmente. Hermanos, ya dije ayer, si no me equivoco, que Adán fue un único hombre y que él es el género humano entero. En verdad, así dije, si recordáis. Se fraccionó, digamos; esparcido, la sociedad y concordia espiritual lo recogen y funden en uno. Y en este momento un único pobre, Adán en persona, gime; pero en Cristo es renovado porque éste, Adán sin pecado, ha venido a destruir en su carne el pecado de Adán y a que Adán restaure para sí la imagen de Dios. De Adán, pues, la carne de Cristo; de Adán, pues, el templo que destruyeron los judíos y que resucitó el Señor en un triduo, pues resucitó su carne; ved que era Dios igual al Padre. Hermanos míos, el Apóstol dice: El cual lo hizo salir de entre los muertos. ¿De quién habla? Del Padre: Hecho, afirma, obediente hasta la muerte; ahora bien, muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó de entre los muertos y le dio el nombre que está sobre todo nombre. Fue resucitado y exaltado el Señor. Lo ha resucitado. ¿Quién? El Padre, a quien en los Salmos dijo: Levántame y les daré su merecido. El Padre, pues, lo ha resucitado. ¿No él a sí mismo? Ahora bien, ¿qué hace el Padre sin la Palabra? ¿Qué hace el Padre sin su Único? Por cierto, oye tú que también él en persona era Dios: Destruid este templo, y lo levantaré en tres días. ¿Dijo acaso: «Destruid el templo que en un triduo pondrá el Padre de nuevo en pie»? Más bien, como cuando el Padre levanta, también el Hijo levanta, así, cuando el Hijo levanta, también el Padre levanta, porque el Hijo ha dicho: Yo y el Padre somos una única cosa.

Los cuarenta y seis años del templo

12. ¿Qué significa, pues, el número cuarenta y seis? De momento, a propósito de cuatro letras griegas de cuatro palabras griegas, ayer ya oísteis que Adán mismo está por el entero orbe de las tierras. De hecho, si escribes una debajo de otra estas palabras, los nombres de las cuatro partes del mundo: oriente, occidente, aquilón y sur, lo cual es el orbe entero y por ende dice el Señor que de los cuatro vientos va a reunir él a sus elegidos cuando venga al juicio; si, en efecto, formas estos cuatro nombres griegos —ἀνατολή, que es oriente, δύσις, que es occidente, ἅρκτος, que es septentrión, y μεσημβρία, que es mediodía; anatolé, dysis, arctos, mesembría—, las iniciales de las palabras tienen ADAM. ¿Cómo, pues, encontramos aquí el número cuarenta y seis? Porque la carne de Cristo venía de la carne de Adán. Los griegos computan los números según las letras. Lo que nosotros formamos como letra «a», ellos en su lengua ponen alfa y se llama alfa al uno. Donde, por otra parte, con números escriben beta, que es su «b», en números se llama dos. Donde escriben gamma, en sus números se llama tres. Donde escriben delta, en sus números se llama cuatro; y así mediante todas las letras tienen los números. Lo que nosotros llamamos «m» y ellos «my», significa cuarenta, pues llaman «my» aτεσσαράκοντα. Ved ya qué número tienen estas letras y ahí hallaréis que el templo fue edificado en cuarenta y seis años. Efectivamente, ADAM tiene el alfa, que es uno; tiene la delta, que son cuatro —tienes cinco—; de nuevo tiene el alfa, que es uno —tienes seis—; tiene también la «my», que es cuarenta: tienes cuarenta y seis. Hermanos míos, también nuestros anteriores mayores han dicho esto, y este número cuarenta y seis fue hallado en las letras. Y, porque de Adán ha recibido nuestro Señor Jesucristo el cuerpo, pero de Adán no ha adquirido pecado, de allí ha tomado el templo corporal, no la iniquidad que hay que arrojar del templo. Ahora bien, pues María viene de Adán y de María la carne del Señor, los judíos crucificaron esa carne que de Adán ha adquirido, y él iba a resucitar en un triduo esa carne que ellos iban a matar en la cruz. Ellos destruyeron el templo edificado en cuarenta y seis años, y él en un triduo lo puso de nuevo en pie.

Conclusión: que nuestros deseos sean de vida eterna

13. Bendecimos al Señor nuestro Dios, que nos ha congregado para la alegría espiritual. Estemos siempre en la humildad de corazón y nuestro gozo esté en él. No nos inflemos por ninguna prosperidad de este mundo, sino sepamos que nuestra felicidad no existe sino cuando esto haya pasado. Por ahora, hermanos míos, nuestro gozo esté en la esperanza; por así decirlo, nadie goce en la realidad presente, no sea que se adhiera al camino. El gozo entero sea por la esperanza futura, el deseo entero sea el de la vida eterna. Todos los suspiros anhelen a Cristo; sea deseado el único bellísimo, que amó incluso a los feos para hacerlos bellos; córrase hacia él solo, sean por él los gemidos, y quienes quieren la paz de su siervo dirán siempre: «Sea engrandecido el Señor».

 

 

TRATADO 11

Comentario a Jn 2,23-25; 3,1-5, predicado en Hipona el domingo 1º de cuaresma, 3 de marzo de 407

Introducción: el catecúmeno debe liberarse cuanto antes de sus pecados

1. Oportunamente nos ha procurado el Señor en el día de hoy el orden de esta lectura. En efecto, creo que Vuestra Caridad habrá advertido que he emprendido el considerar y explicar por orden el evangelio según Juan. Oportunamente, pues, coincide hoy que del evangelio hayáis oído: Si alguien no hubiese renacido de agua y Espíritu no verá el reino de Dios. Ya es, en efecto, tiempo de que os exhorte a vosotros que aún sois catecúmenos, que habéis creído en Cristo de forma que aún acarreáis vuestros pecados. Ahora bien, nadie cargado de pecados verá el reino de los cielos porque, si no le fueren perdonados, no reinará con Cristo; mas no pueden perdonarse sino a quien hubiese renacido de agua y Espíritu Santo. Pero advirtamos qué quieren decir todas las palabras, para que quienes son indolentes hallen con cuánta solicitud han de apresurarse a deponer la carga. Porque, si llevasen un fardo pesado de piedra, leña o de algún valor; si acarreasen trigo, vino o dinero, correrían a deponer las cargas; acarrean el fardo de los pecados y tienen pereza para correr. Hay que correr a quitarse este fardo; oprime y hunde.

Jesús no se confiaba a ellos

2. He aquí que habéis oído que, como el Señor Jesucristo estuviese en Jerusalén, por la Pascua, en el día festivo, muchos creyeron en su nombre, al ver los signos suyos que hacía. Muchos creyeron en su nombre. ¿Y qué sigue? Jesús mismo empero no se confiaba a ellos.¿Qué quiere decir esto: ellos creyeron en su nombre, Jesús mismo empero no se confiaba a ellos? ¿Acaso no le habían creído y fingían haber creído y por eso Jesús no se confiaba a ellos? Pero no diría el evangelista: «Muchos creyeron en su nombre», si no diera respecto a ellos un testimonio verdadero. Cosa grande, pues, y cosa y extraña: creen los hombres en Cristo, y Cristo no se confía a los hombres. Padeció porque quiso, sí, sobre todo por ser el Hijo de Dios, y, si no quisiera, nunca padecería; si él no quisiera, tampoco nacería; ahora bien, si quisiera esto sólo, nacer sólo y no morir, cualquier cosa que quisiera también, la haría porque es el Hijo omnipotente del omnipotente Padre. Probémoslo con los hechos mismos. Porque, cuando quisieron detenerlo, se alejó de ellos; dice el evangelio: aunque quisieron despeñarlo de la cima del monte, ileso se alejó de ellos. Y cuando vinieron a apresarlo, vendido ya por Judas el traidor, aunque él creía tener en su mano el entregar a su Maestro y Señor, también allí mostró el Señor que él padece por su voluntad, no por necesidad. En efecto, como los judíos quisieran apresarlo, les dijo: ¿A quién buscáis? Por su parte, dijeron: A Jesús el Nazareno. Y él: Yo soy. Al oír esta voz, retrocedieron y cayeron. En el hecho de haberlos derribado al responder, muestra la potestad para mostrar la voluntad en el hecho de que ellos le apresasen. El hecho, pues, de haber padecido fue misericordia. Fue entregado por nuestros delitos y resucitó por nuestra justificación. Oye sus palabras: Tengo potestad para deponer mi vida y tengo potestad para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la depongo por mí mismo para tomarla de nuevo7. Como, pues, tuviera tanta potestad, como la predicase con dichos y la mostrase con hechos, ¿qué quiere decir que Jesús no se confiaba a ellos —como si fueran a dañar en algo a quien no quería, o fuesen a hacer algo a quien no quería—, sobre todo porque ya habían creído en su nombre? «Creyeron en su nombre» dice el evangelista acerca de esos mismos de quienes dice: Jesús mismo empero no se confiaba a ellos. ¿Por qué? Porque conocía a todos y porque no necesitaba que nadie diese testimonio sobre el hombre, pues él sabía qué había en el hombre.

Más conocía el artífice qué había en su obra que la obra propia qué había en sí misma. El creador del hombre conocía qué había en el hombre, cosa que ese mismo hombre creado no conocía. ¿Acaso por Pedro no probamos esto, que no conocía qué había en él cuando dijo: Contigo hasta la muerte? Oye tú que el Señor sabía qué había en el hombre: ¿Tú conmigo hasta la muerte? En verdad, en verdad te digo: Antes que el gallo cante, tres veces me negarás. El hombre, pues, no sabía qué había en su persona, pero el creador del hombre conocía qué había en el hombre. Muchos creyeron en su nombre, mas Jesús mismo no se confiaba a ellos. ¿Qué digo, hermanos? Tal vez lo que sigue nos indicará qué significa el misterio de estas palabras. Que los hombres habían creído en él es manifiesto, es verdad; nadie lo duda, lo dice el evangelio, lo atestigua el evangelista veraz. Asimismo, que Jesús mismo no se confiaba a ellos, también esto es manifiesto y ningún cristiano lo duda, porque lo dice el evangelio y lo atestigua idéntico evangelista veraz. ¿Por qué, pues, ellos creyeron en su nombre, mas Jesús no se confiaba a ellos? Veamos lo que sigue.

Éstos son los catecúmenos

3. Por otra parte, había un hombre de entre los fariseos, Nicodemo de nombre, un jefe de los judíos. Éste vino a él de noche y le dijo: Rabí—ya conocéis que Rabí significa maestro—, sabemos que de Dios has venido como maestro, pues nadie puede hacer estos signos que tú haces si Dios no estuviera con él. Ese Nicodemo, pues, era de estos que habían creído en su nombre, al ver los signos y prodigios que hacía. En efecto, más arriba dijo esto: Como, por otra parte, estuviese en Jerusalén, por la Pascua, en el día festivo, muchos creyeron en su nombre. ¿Por qué creyeron? Dice a continuación: Al ver los signos suyos que hacía. ¿Y qué dice de Nicodemo? Había un jefe de los judíos, Nicodemo de nombre. Éste vino a él de noche y le dijo: Rabí, sabemos que de Dios has venido como maestro. También éste, pues, había creído en su nombre. ¿Por qué motivo? Sigue diciendo: Pues nadie puede hacer estos signos que tú haces si Dios no estuviera con él. Si, pues, Nicodemo era de esos muchos que habían creído en su nombre, a propósito de ese Nicodemo observemos por qué no se confiaba a ellos. Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo: si alguien no hubiese nacido de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Jesús, pues, se confía a esos que hubieran nacido de nuevo.

Ved que ellos habían creído en él, mas Jesús no se confiaba a ellos. Tales son todos los catecúmenos: ésos creen ya en el nombre de Cristo, pero Jesús no se confía a ellos. Atienda y entienda Vuestra Caridad. Si dijéramos a un catecúmeno: «¿Crees en Cristo?», responde: «Creo», y se signa. Ya lleva en la frente la cruz de Cristo, y no se ruboriza de la cruz de su Señor. Ved que ha creído en su nombre. Interroguémosle: «¿Comes la carne del Hijo del hombre y bebes la sangre del Hijo del hombre?». No sabe qué decimos, porque Jesús no se le ha confiado.

El bautismo, puerta hacia Cristo

4. Como, pues, Nicodemo fuese de este grupo, vino al Señor; pero de noche vino, y esto dice quizá relación con el asunto. Al Señorvino y de noche vino; a la Luz vino y en tinieblas vino. En cambio, los renacidos de agua y Espíritu, ¿qué oyen al Apóstol? Fuisteis otrora tinieblas; ahora, en cambio, luz en el Señor; caminad como hijos de la luz. Y asimismo: En cambio, nosotros que somos del día, seamos sobrios. Quienes, pues, han renacido, fueron de la noche, pero son del día; fueron tinieblas, pero son luz. Jesús se les confía ya y no vienen a Jesús de noche, como Nicodemo; buscan el día, pero no en tinieblas, pues los tales incluso confiesan públicamente que Jesús se acercó a ellos y obró en ellos la salvación porque él dijo: Si uno no comiere mi carne y bebiere mi sangre, no tendrá en vida. Y, porque los catecúmenos tienen en la frente la señal de la cruz, son ya de una casa importante; pero de esclavos sean hechos hijos, pues quienes pertenecen a una casa importante son algo.

Por otra parte, ¿cuándo comió el maná el pueblo de Israel? Después de haber pasado el mar Rojo. Ahora bien, oye al Apóstol que significa el mar Rojo: No quiero empero que vosotros, hermanos, ignoréis que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar. ¿Para qué pasaron por el mar? Como si le preguntases, continuó diciendo: Y mediante Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar. Si, pues, la figura del mar tuvo tanto valor, ¿cuánto valdrá la realidad del bautismo? Si lo que tuvo lugar en figura condujo hasta el maná al pueblo al que se hizo pasar al otro lado, en la verdad de su bautismo ¿qué mostrará Cristo a su pueblo, al que se ha hecho pasar por él? Por su bautismo hace pasar a los creyentes, matados todos los pecados cual enemigos perseguidores, como perecieron todos los egipcios en aquel mar. ¿A dónde hace pasar, hermanos míos? Por el bautismo ¿a dónde hace pasar Jesús, cuya figura representaba entonces Moisés, quien hacía pasar por el mar? ¿A dónde hace pasar? Al maná. ¿Qué es el maná? Yo, dice, que he bajado del cielo, soy el pan vivo. Reciben el maná los fieles, hechos ya pasar por el mar Rojo. ¿Por qué «mar Rojo»? «Mar»; ya; ¿por qué también «Rojo»? Aquel mar Rojo significaba el bautismo de Cristo. ¿Cómo enrojece el bautismo de Cristo sino consagrado por la sangre de Cristo? ¿A dónde, pues, conduce a los creyentes y bautizados? Al maná. Mirad que digo «maná». Conocido es qué recibieron los judíos, este pueblo de Israel; conocido es qué hizo Dios llover del cielo para ellos; y los catecúmenos no saben qué reciben los cristianos. Ruborícense, pues, de no saberlo; pasen por el mar Rojo, coman el maná para que, como creyeron en el nombre de Jesús, así Jesús se confíe a ellos.

Entender según el Espíritu

5. Por eso, hermanos míos, atended a lo que responde ese de noche vino a Jesús. Aunque vino a Jesús, sin embargo, porque de noche vino, todavía habla a partir de las tinieblas de su carne. No entiende lo que le oye al Señor, no entiende lo que le oye a la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Ya le dijo el Señor: Si uno no naciera de nuevo, no verá el reino de Dios. Le dice Nicodemo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? Le habla el Espíritu y él piensa en la carne. Piensa en su carne, porque todavía no ha gustado la carne de Cristo. En efecto, cuando el Señor Jesús dijo: «Si uno no comiese mi carne y bebiese mi sangre no tendrá en sí vida», se escandalizaron algunos que le seguían, y dijeron para sus adentros: Dura es esta palabra, ¿quien puede oírla?Suponían, en efecto, que Jesús decía esto: que podían cocerlo y comerlo como a un cordero troceado. Horrorizados de sus palabras, se fueron y no le siguieron más. El evangelista habla así: Pero el Señor mismo se quedó con los doce; ellos le dijeron «Señor, he aquí que ellos te han abandonado»; y él, porque quería mostrar que él les era necesario y que ellos no eran necesarios a Cristo, dijo:¿Acaso queréis marcharos también vosotros? Nadie, cuando se le dice que sea cristiano, aterrorice a Cristo, como si Cristo fuese más feliz si tú fueses cristiano. Bueno para ti es que seas cristiano, porque, si no lo fueses, no será malo para Cristo. Oye la voz del salmo: Dije al Señor: «Tú eres mi Dios, porque no necesitas mis bienes». Tú eres mi Dios precisamente porque no necesitas mis bienes. Si estuvieses sin Dios, serás menor; si estuvieses con Dios, Dios no será mayor. No es mayor él gracias a ti, pero sin él tú eres menor. Crece, pues, en él, no te retires para que, por así decirlo, él desfallezca. Te recuperarás si te acercas; si te apartas, desfallecerás. Íntegro permanece al acercarte tú, íntegro permanece también al caer tú.

Cómo, pues, hubiese dicho a los discípulos «¿Acaso queréis marcharos también vosotros?», Pedro, la roca aquella, respondió por la voz de todos: Señor, ¿a quién iremos? Palabras de vida eterna tienes. ¡Bien supo en su boca la carne del Señor! Por su parte, el Señor, tras haber dicho: «Si uno no comiese mi carne y bebiese mi sangre no tendrá en sí vida», les expuso y dijo: El Espíritu es quien vivifica. Para que no lo entendieran carnalmente, afirma: El Espíritu es quien vivifica; la carne, en cambio, nada aprovecha. Las palabras que os he hablado son espíritu y vida.

Nicodemo y el nuevo nacimiento

6. Ese Nicodemo que de noche vino a Jesús no gustaba este espíritu ni esta vida. Le dice Jesús: Si uno no hubiere nacido de nuevo, no verá el reino de Dios. Y, porque pensaba en su carne ese en cuya boca aún no tenía sabor la carne de Cristo, pregunta: ¿Cómo, siendo viejo, puede un hombre nacer otra vez? ¿Acaso puede entrar otra vez al vientre de su madre y nacer? Ése no conocía sino un único nacimiento, el que proviene de Adán y Eva; aún no conocía el que proviene de Dios y de la Iglesia. No conocía sino a los padres que engendran para la muerte; aún no conocía a los padres que engendran para la vida. No conocía sino a los padres que engendran a quienes van a sucederlos; aún no conocía a los que, porque viven siempre, engendran a quienes van a permanecer. Aunque, pues, hay dos nacimientos, él entendía uno solo. Uno viene de la tierra; el otro, del cielo; uno viene de la carne; el otro, del Espíritu; uno viene de la mortalidad; el otro, de la eternidad; uno viene del varón y de la mujer; el otro, de Dios y de la Iglesia. Pero los dos son únicos: ni uno ni otro pueden repetirse. Muy bien entendió Nicodemo el nacimiento de la carne. ¡Entiende tú el nacimiento del espíritu, como Nicodemo entendió el nacimiento de la carne! ¿Qué entendió Nicodemo? ¿Acaso puede un hombre entrar de nuevo al vientre de su madre y nacer? Así, a cualquiera que te dijese que nazcas otra vez espiritualmente, responde lo que dijo Nicodemo: ¿Acaso puede un hombre entrar otra vez al vientre de su madre y nacer? Ya he nacido de Adán, no puede Adán engendrarme otra vez; ya he nacido de Cristo, no puede Cristo engendrarme otra vez. Como el parto no se puede repetir, así tampoco el bautismo.

Misterio del nombre que Dios elige para sí

7. Quien nace de la Iglesia católica, nace, digamos, de Sara, nace de la libre; quien nace de la herejía, nace, digamos, de la esclava, aunque de la estirpe de Abrahán. Advierta Vuestra Caridad qué gran misterio. Dios testifica y declara: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. ¿No había otros patriarcas? ¿No existía antes que ellos Noé, único que entre todo el género humano mereció ser librado del diluvio con toda su casa, en el cual y en cuyos hijos está figurada la Iglesia? Escapan del diluvio gracias al madero que los lleva. Además, existieron después los grandes personajes que conocemos, a quienes elogia la Santa Escritura: Moisés, leal en toda su casa. Pero se nombran aquellos tres, como si hubiesen sido los únicos que le merecieron: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; éste es mi nombre para siempre. ¡Misterio grande! Potente es el Señor para abrir mi boca y vuestros corazones, de forma que yo pueda decirlo como se ha dignado revelarlo, y podáis comprender como os conviene.

Los tres patriarcas, figura del pueblo cristiano

8. Tres, pues, son esos patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob. Ya conocéis que los hijos de Jacob fueron doce y de allí se originó el pueblo de Israel, porque ese Jacob es Israel y el pueblo de Israel son las doce tribus, pertenecientes a los doce hijos de Israel. Abrahán, Isaac y Jacob: tres padres y un solo pueblo. Tres padres en el origen del pueblo, digamos; tres padres en los que se figuraba el pueblo; y ese pueblo anterior es el pueblo presente, pues en el pueblo de los judíos está figurado el pueblo de los cristianos. Allí la figura, aquí la verdad; allí la sombra, aquí el cuerpo, pues dice el Apóstol: Ahora bien, estas cosas les sucedían en figura. Es frase del Apóstol: Están escritas, afirma, en atención a nosotros, a quienes ha salido al encuentro el final de los siglos.

Vuelva ahora vuestro ánimo a Abrahán, Isaac y Jacob. Respecto a esos tres hallamos que parieron las libres y parieron las esclavas; hallamos allí partos de libres y hallamos allí partos de esclavas. «Esclava» no significa nada bueno: Echa a la esclava, dice, y a su hijo, pues el hijo de la esclava no será heredero con el hijo de la libre. El Apóstol recuerda esto y el Apóstol dice que en aquellos dos hijos de Abrahán estaba la figura de los dos Testamentos: el Viejo y el Nuevo. Pertenecen al Viejo Testamento los amantes de lo temporal, los amantes del mundo; al Nuevo Testamento, los amantes de la vida eterna. Por eso, aquella Jerusalén de la tierra era sombra de la Jerusalén celeste, madre de todos nosotros, que está en el cielo. También éstas son palabras del Apóstol. De esa ciudad de donde estamos desterrados, muchas cosas conocéis, muchas habéis oído ya.

Por otra parte, en estos partos, esto es, en estos fetos, en estas generaciones de libres y esclavas, hallamos una cosa extraña, o sea, cuatro clases de hombres. En esas cuatro clases se cumple la figura del futuro pueblo cristiano, de forma que no es extraño lo que respecto a aquellos tres está dicho: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Efectivamente, entre todos los cristianos —atended, hermanos—, mediante los malos nacen buenos, o mediante los buenos nacen malos, o buenos mediante los buenos, o malos mediante los malos; no podéis hallar más que estas cuatro clases. Las repetiré otra vez; poned atención, retenedlas, sacudid vuestros corazones, no seáis perezosos; para no ser cazados, captad cómo son cuatro las clases de todos los cristianos: o mediante los buenos nacen buenos, o mediante los malos nacen malos, o malos mediante los buenos, o buenos mediante los malos. Supongo que está claro. Buenos mediante los buenos, si quienes bautizan son buenos, y quienes son bautizados creen rectamente y rectamente son contados entre los miembros de Cristo. Malos mediante los malos, si quienes bautizan son malos, y quienes son bautizados se acercan a Dios con doblez de corazón y no guardan esas costumbres que oyen en la Iglesia para ser ahí no paja, sino trigo. Vuestra Caridad conoce cuán numerosos son de hecho. Buenos mediante los malos: a veces bautiza un adúltero, pero quien es bautizado queda justificado. Malos mediante los buenos: a veces quienes bautizan son santos, pero quienes son bautizados no quieren guardar el camino de Dios.

Cuatro categorías de personas en la Iglesia

9. Pienso, hermanos, que en la Iglesia se conoce, y que ejemplos cotidianos manifiestan lo que digo. Pero considerémoslo en nuestros padres anteriores, porque también ellos tuvieron estas cuatro clases. Buenos mediante los buenos: Ananías bautizó a Pablo. Malos mediante los malos, ¿por qué? Habla el Apóstol de ciertos predicadores del Evangelio, de los que dice que solían anunciar el Evangelio no honradamente, a los que tolera en la sociedad cristiana y dice: ¿Pues qué? Mientras Cristo sea anunciado de todas formas, ora por un motivo falso, ora de verdad, me alegro aun de ello. ¿Acaso era malévolo y se alegraba del mal ajeno? Más bien, se alegraba porque aun mediante los malos se predicaba la verdad y mediante las bocas de los malos se predicaba a Cristo. Si ésos bautizaban a algunos semejantes suyos, malos bautizaban a malos. Si ésos bautizaban a personas tales cuales esas a las que el Señor avisa cuando dice: «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen», malos bautizaban a buenos. Buenos bautizaban a malos, como Felipe, santo, bautizó a Simón, mago. Conocidas, son, pues, estas cuatro clases, hermanos míos. He aquí que las repito otra vez. Retenedlas, contadlas, fijaos en ellas, guardaos de las que son malas, retened las que son buenas. Buenos nacen mediante buenos, cuando mediante santos son bautizados los santos; malos mediante malos, cuando quienes bautizan y quienes son bautizados viven inicua e impíamente; buenos mediante malos, cuando son malos quienes bautizan, pero buenos quienes son bautizados; malos mediante buenos, cuando quienes bautizan son buenos, y malos quienes son bautizados.

Ya en los patriarcas se prenuncia la Iglesia

10. ¿Cómo las hallamos en esos tres nombres, Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Por esclavas entendemos los malos; por libres entendemos los buenos. Las libres paren a los buenos: Sara parió a Isaac. Las esclavas paren a los malos: Agar parió a Ismael. En un único Abrahán tenemos tanto una clase, cuando mediante los buenos nacen buenos, cuanto la otra clase, cuando mediante los malos nacen malos. ¿Dónde están figurados los malos nacidos mediante buenos? Libre era Rebeca, esposa de Isaac. Leed: parió gemelos; uno era bueno, el otro malo. Tienes la Escritura que con la voz de Dios dice claramente: Amé a Jacob; en cambio, aborrecí a Esaú. Rebeca engendró a esos dos, Jacob y Esaú. Después, uno es elegido, otro es reprobado; uno suplanta a su hermano en la herencia, el otro es desheredado. Dios hace a su pueblo no a partir de Esaú, sino que lo hace a partir de Jacob. Linaje único, diversos quienes fueron concebidos; útero único, diversos quienes nacieron. ¿Acaso la que, libre, parió a Esaú no parió, libre, a Jacob? Luchaban en el vientre de su madre y, cuando allí luchaban, se dijo a Rebeca: Dos pueblos hay en tu vientre. Dos hombres, dos pueblos; el pueblo bueno, el pueblo malo; pero en todo caso luchan en un único vientre. ¡Cuántos malos hay en la Iglesia, y los lleva un único útero, hasta que al final sean separados! Los buenos gritan contra los malos, asimismo los malos responden con gritos contra los buenos, y unos y otros luchan en las entrañas de una sola. ¿Acaso estarán siempre juntos? Al final se sale a la luz, se pone de manifiesto el nacimiento que aquí se representa misteriosamente, y entonces será evidente lo de amé a Jacob; en cambio, aborrecí a Esaú.

11. Ya hemos hallado, pues, hermanos, a buenos nacidos de buenos, Isaac de libre; a malos nacidos de malos, de esclava Ismael; y a malos nacidos de buenos, Esaú de Rebeca. ¿Dónde hallaremos a buenos nacidos de malos? Queda Jacob, para que en los tres patriarcas se concluya la realización completa de estas cuatro clases. Jacob tuvo esposas libres, las tuvo también esclavas; paren las libres, paren también las esclavas y resultan los doce hijos de Israel. Si cuentas de quiénes nacieron todos, no todos de libres, no todos de esclavas; pero, en cualquier caso, todos de un único linaje. ¿Qué, pues, hermanos míos? ¿Acaso quienes nacieron de esclavas no poseyeron junto con sus hermanos la tierra de promisión? Hallamos allí hijos buenos de Jacob nacidos de esclavas, e hijos buenos de Jacob nacidos de libres. En nada les dañó el nacimiento de úteros de esclavas, dado que en el padre conocieron su linaje y consiguientemente ocuparon el reino con los hermanos. Como, pues, a los que entre los hijos de Jacob nacieron de esclavas en nada les fue esto obstáculo para ocupar el reino y, en igualdad de condiciones, recibir con los hermanos la tierra de promisión —no los dañaron las procedencias de esclavas, sino que prevaleció el linaje paterno—, así cualesquiera que son bautizados mediante los malos parecen como nacidos de esclavas; pero, en todo caso, porque han nacido del germen de la palabra de Dios, el cual está figurado en Jacob, no se entristezcan: junto con los hermanos poseerán la herencia. Seguro, pues, esté quien nace de germen bueno; sólo no imite a la esclava, si de la esclava nace. No imites a la mala esclava ensoberbecida. ¿Por qué, pues, los hijos de Jacob nacidos de las esclavas poseyeron con los hermanos la tierra de promisión, Ismael, en cambio, nacido de esclava, ha sido expulsado de la herencia? ¿Por qué, sino porque éste era soberbio, aquéllos humildes? Él irguió la cerviz y quiso engañar a su hermano, mientras jugaba con él.

Ismael e Isaac, figuras del donatismo y catolicismo

12. Gran misterio hay ahí. Jugaban juntos Ismael e Isaac; los vio Sara jugar y dijo a Abrahán: Echa a la esclava y a su hijo, pues el hijo de la esclava no será heredero con mi hijo Isaac. Y, como Abrahán se hubiera entristecido, Dios le ratificó el dicho de su esposa. Aquí es ya evidente un misterio, porque ese suceso estaba preñado de no sé qué futuro. Los ve jugar y dice: Echa a la esclava y a su hijo. ¿Qué es esto, hermanos? En efecto, ¿qué mal había hecho Ismael al niño Isaac porque jugaba con él? Pero aquel juego era un engaño. Aquel juego significaba un fraude. En verdad, esté atenta Vuestra Caridad al gran misterio. Persecución lo llama el Apóstol; persecución llama al juego mismo, a la diversión misma, pues afirma: Pero como el que había nacido según la carne perseguía entonces al que había nacido según el espíritu, así también ahora. Esto es, quienes han nacido según la carne, persiguen a los que han nacido según el espíritu. ¿Quiénes han nacido según la carne? Los amantes del mundo, los enamorados del siglo. ¿Quiénes han nacido según le espíritu? Los enamorados del reino de los cielos, los amantes de Cristo, los que desean la vida eterna, los que adoran a Dios gratis.

Juegan y el Apóstol habla de persecución. Efectivamente. Después de que el Apóstol dijo estas palabras —Y como el que había nacido según la carne perseguía entonces al que había nacido según el espíritu, así también ahora, siguió y mostró de qué persecución hablaba: Pero ¿qué dice la Escritura? Echa a la esclava y a su hijo, pues el hijo de la esclava no será heredero con mi hijo Isaac. Para ver si precedió alguna persecución de Ismael contra Isaac buscamos dónde habla de esto la Escritura, y hallamos que Sara dijo eso cuando vio a los niños jugar juntos. Al juego del que la Escritura dice que lo vio Sara, el Apóstol lo llama persecución. Más, pues, os persiguen quienes os seducen riéndose de vosotros: «Ven, ven, bautízate aquí, aquí tienes el verdadero bautismo». No juegues, uno solo es el verdadero; el otro es una burla. Te seducirán y esta persecución te será malsana. Para ti era mejor que ganaras para el reino a Ismael; pero Ismael no quiere porque quiere jugar. Retén tú la herencia del Padre y oye: Echa a la esclava y a su hijo, pues el hijo de la esclava no será heredero con mi hijo Isaac.

Justificación de las intervenciones civiles contra los donatistas

13. También ésos osan decir que suelen sufrir persecución de parte de los reyes católicos o de los príncipes católicos. ¿Qué persecución toleran? La aflicción del cuerpo. Ellos sabrán empero si la han sufrido alguna vez o cómo la han sufrido; interroguen también a sus conciencias. Aun así, han sufrido aflicción del cuerpo. Más dañina es la persecución que hacen. Toma precauciones cuando Ismael quiere jugar con Isaac, cuando te acaricia. Cuando te ofrece otro bautismo, responde: «Ya tengo el bautismo». Efectivamente, si este bautismo es el verdadero, quien quiere darte otro quiere burlarse de ti. Guárdate del perseguidor del alma. En verdad, si alguna vez el partido de Donato ha sufrido algo de parte de los príncipes católicos, ha sufrido según el cuerpo, no según el engaño del espíritu. Oíd y en los mismos hechos antiguos ved todos los signos e indicios de las realidades futuras.

Se descubre que Sara afligía a la esclava Agar. Sara es libre. Después que la esclava empezó a ensoberbecerse, Sara se quejó a Abrahán y dijo: Echa a la esclava; ha erguido contra mí su cerviz. Y, como si Abrahán hubiera hecho esto, de Abrahán se queja la mujer. Pero Abrahán, al que retenía en la esclava no el ansia de usar sin control, sino el deber de engendrar, le replicó: He ahí a tu esclava; haz de ella como quieras. Y Sara la afligió pesadamente y huyó de su vista. He ahí que la libre afligió a la esclava, pero el Apóstol no habla de persecución. No se llama persecución a esta aflicción, mas se llama persecución a aquel juego. ¿Qué os parece, hermanos? ¿Acaso no entendéis qué se ha significado?

Cuando, pues, Dios quiere incitar así a los poderes políticos contra los herejes, contra los cismáticos, contra los destructores de la Iglesia, contra los que exorcizan a Cristo, contra los blasfemadores del bautismo, no se extrañen, ya que Dios incita a que Sara azote a Agar. Conózcase Agar a sí misma, baje la cerviz porque, cuando humillada se apartó de su señora, le salió al paso un ángel y dijo: ¿Qué hay, Agar, esclava de Sara? Cuando se quejó de la señora ¿qué oyó al ángel? Regresa a tu señora. Se la aflige, pues, para esto: para que regrese. Y ojalá regrese, porque su prole, como los hijos de Jacob, retendrá la herencia con los hermanos.

14. En cambio se extrañan de que los poderes políticos cristianos se ponen en movimiento contra los detestables destructores de la Iglesia. ¿No habrán, pues, de ponerse en movimiento? ¿Y cómo darían a Dios cuenta de su gobierno? Atienda Vuestra Caridad qué digo: a los reyes cristianos del mundo compete querer que en su época esté en paz su madre Iglesia, de la que han nacido espiritualmente.

Leemos las visiones y hechos proféticos de Daniel. Tres jóvenes loaron en el fuego al Señor. El rey Nabucodonosor se extrañó de que los jóvenes loasen a Dios y del fuego inofensivo a su alrededor. Y, como se hubiera extrañado, ¿qué dice el rey Nabucodonosor —ni siquiera judío o circunciso, el que había erigido su estatua y había forzado a todos a adorarla, impresionado empero por las loas de los tres jóvenes—; cuando ve la majestad de Dios presente en el fuego, qué dice? «También yo propondré un decreto a todas las razas y lenguas de toda la tierra». ¿Qué decreto? Cualesquiera que digan una injuria contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago pararán en destrucción y su casa en ruina.

He aquí cómo un rey extranjero se enfurece para que no se injurie al Dios de Israel porque pudo liberar del fuego a los tres jóvenes. ¿Y no quieren que los reyes cristianos se enfurezcan porque es burlado Cristo, quien del fuego de los infiernos libra no a tres jóvenes, sino al orbe de las tierras con esos reyes mismos? Efectivamente, hermanos míos, los tres jóvenes fueron librados del fuego temporal. ¿Acaso el Dios de los Macabeos no es el mismo que el de los tres jóvenes? Del fuego liberó a aquéllos; éstos acabaron con el cuerpo en los tormentos ígneos, pero con el espíritu permanecieron en los mandatos legítimos. Aquéllos fueron librados claramente; éstos fueron coronados ocultamente. Es más ser liberado de la llama de los infiernos que del horno de la autoridad humana. Si, pues, el rey Nabucodonosor loó, predicó y dio gloria a Dios porque libró del fuego a los tres jóvenes, y le dio tanta gloria que por su reino promulgó el decreto: «Cualesquiera que digan una injuria contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago pararán en destrucción y su casa en ruina», esos reyes, que consideran no que tres jóvenes han sido liberados del fuego, sino que ellos mismos han sido librados del infierno, ¿cómo no van a moverse cuando ven que Cristo, que los ha librado, es burlado entre cristianos; cuando oyen que se dice a un cristiano: «Di que tú no eres cristiano»? ¡Quieren hacer cosas tales y no quieren padecer siquiera tales cosas!

Los pretendidos mártires donatistas

15. Efectivamente, ved qué clase de cosas hacen y qué clase de cosas padecen. Matan a las almas, son castigados en el cuerpo; causan muertes sempiternas y se quejan de soportar las temporales. Y, sin embargo, ¿cuáles padecen? Nos presentan a no sé qué mártires suyos en la persecución: «He aquí que Márculo fue precipitado de una roca; he aquí que el bagayense Donato fue arrojado a un pozo». ¿Cuándo las autoridades romanas han decretado suplicios tales, como que se despeñe a las personas? Ahora bien, ¿qué responden los nuestros? Desconozco qué pasó; sin embargo, ¿qué responden los nuestros? Que ellos mismos se precipitaron e infamaron a las autoridades. Recordemos la costumbre de las autoridades romanas y veamos a quién hay que creer. Los nuestros dicen que aquéllos se precipitaron. Si ésos no son discípulos de los mismos que ahora, sin que nadie los persiga, se precipitan de los peñascos, no los creamos. ¿Qué hay de extraño si ellos hicieron lo que suelen? Lo cierto es que las autoridades romanas nunca han usado tales suplicios. ¿Acaso no podían, en efecto, matarlos públicamente? Pero quienes querían ser venerados después de muertos, no encontraron muerte más famosa. En fin, cualquier cosa que esto sea, no la sé. Pero si de la Iglesia católica has padecido, oh partido de Donato, aflicción corporal, de Sara la has padecido en condición de Agar; regresa a tu señora.

Este pasaje inevitablemente me ha detenido bastante tiempo para poder explicar mínimamente todo el texto de la lectura evangélica. Hermanos, baste por ahora a Vuestra Caridad, no sea que, diciendo otras cosas, sean expulsadas de vuestros corazones estas que he dicho. Conservadlas, decid tales cosas, llameando salid allí, inflamad a los indiferentes.

 

 

TRATADO 12

Comentario a Jn 3,6-21, predicado en Hipona, en 407, entre el lunes 4 y el sábado 9 de marzo

Concurrencia de la asamblea

1. Sé que vosotros habéis acudido con más ardor y en mayor número, porque en el día de ayer conseguí que Vuestra Caridad atendiese. Pero, si os place, de momento paguemos a la lectura evangélica, según el orden, el sermón debido. Después oirá Vuestra Caridad qué he hecho o qué espero hacer aún respecto a la paz de la Iglesia. Llévese, pues, ahora hacia el evangelio la atención entera del corazón; nadie piense en otra cosa, ya que, si quien está presente todo él apenas capta, ¿acaso quien se divide entre diversos pensamientos no derrama aun lo que había captado? Por otra parte, Vuestra Caridad recuerda que el domingo pasado, en la medida en que el Señor se dignó ayudar, diserté sobre la regeneración espiritual, lectura que he hecho que se os lea otra vez para con la ayuda de vuestras oraciones, completar en el nombre del Señor lo que entonces no se dijo.

Sólo hay un nacimiento espiritual

2. La regeneración espiritual es única, como la generación carnal es única. Y, respecto a lo que respondió Nicodemo al Señor, dijo la verdad: Cuando un hombre es viejo no puede regresar otra vez al útero de su madre y nacer. Él ciertamente dijo que cuando un hombre es viejo no puede esto, como si pudiera aunque fuese un recién nacido. De hecho no puede en absoluto regresar otra vez a las entrañas maternas y nacer, ora nada más salir del útero, ora en edad ya añosa. Ahora bien, como en cuanto al nacimiento carnal las entrañas femeninas tienen vigor para parir a uno sólo una vez, así en cuanto al nacimiento espiritual las entrañas de la Iglesia tienen vigor para que cada uno sea bautizado sólo una vez. Por eso, para que nadie diga quizá: «Pero éste nació en la herejía y aquél nació en el cisma», quedaron suprimidas, si recordáis, todas las dificultades que se os aclararon sobre nuestros tres padres, Dios de los cuales quiso Dios ser llamado no porque eran los únicos, sino porque en ellos solos se ha logrado significar íntegramente al pueblo futuro.

Efectivamente, hallamos desheredado al nacido de esclava, heredero al nacido de libre; al revés, hallamos desheredado al nacido de libre, heredero al nacido de esclava: nacido de esclava el desheredado Ismael, nacido de libre el heredero Isaac; nacido de libre el desheredado Esaú, nacidos de esclavas los herederos hijos de Jacob. Así pues, en estos tres padres se ha contemplado la figura de todo el pueblo futuro y no sin razón afirma Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Éste es mi nombre para siempre, afirma. Por otra parte, recordemos lo que fue prometido a Abrahán mismo, pues esto fue prometido a Isaac, esto fue prometido también a Jacob. ¿Qué hallamos? En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones. Uno solo creyó entonces lo que aún no veía; lo ven los hombres y se quedan ciegos. Se ha realizado en las naciones lo que se prometió a uno solo, y se separan de la comunión de las naciones quienes no quieren ver ni lo que se ha cumplido. Pero ¿de qué les sirve no querer ver? Ven, quieran o no quieran; la verdad abierta hiere incluso los ojos cerrados.

Exhortación a los catecúmenos

3. Se respondió a Nicodemo, que era de esos que habían creído en Jesús, pero a los que Jesús mismo no se confiaba. En efecto, no se confiaba a algunos, aunque habían creído ya en él. Así tienes escrito: Muchos creyeron en su nombre, al ver los signos que hacía. Jesús mismo, empero, no se confiaba a ellos. Efectivamente, no tenía necesidad de que nadie diese testimonio sobre el hombre, pues él sabía qué había en el hombre. He aquí que ellos creían ya en Jesús, pero Jesús no se confiaba a ellos. ¿Por qué? Porque todavía no habían nacido de agua y Espíritu. Por ende, he exhortado y exhorto a nuestros hermanos catecúmenos. En efecto, si les preguntas, ya han creído en Jesús. Pero, porque todavía no reciben su carne y su sangre, todavía Jesús no se les confía. ¿Qué deberán hacer para que Jesús se les confíe? Renazcan de agua y Espíritu; la Iglesia dé a luz a quienes está gestando. Han sido concebidos; sean hechos salir a la luz. Tienen pechos que los amamanten; no teman ser sofocados una vez nacidos; no se aparten de los pechos maternos.

Importa la vida, no el nacimiento

4. Ningún hombre puede regresar a las entrañas de la madre y nacer otra vez. Pero no sé quién nació de esclava. ¿Acaso quienes entonces nacieron de esclavas regresaron al seno de las libres para nacer de nuevo? El linaje de Abrahán está también en Ismael, mas la esposa fue responsable de que de la esclava pudiera Abrahán hacer un hijo: nació del linaje del marido, mas no del seno de la esposa, sino por solo el consentimiento. ¿Acaso porque nació de esclava fue por eso desheredado? Si fue desheredado por haber nacido de esclava, ninguno de los hijos de esclavas sería admitido a la herencia. Los hijos de Jacob fueron admitidos a la herencia; Ismael, en cambio, fue desheredado no por haber nacido de esclava, sino porque fue soberbio hacia la madre, soberbio contra el hijo de su madre. De hecho, madre suya fue Sara más bien que Agar: el seno de ésta fue prestado, se sumó la decisión de aquélla; jamás haría Abrahán lo que Sara no quisiera; aquél, pues, es más bien hijo de Sara. Pero, porque fue soberbio contra su hermano, y soberbio jugando porque se burlaba, ¿qué dice Sara? Echa a la esclava y a su hijo, pues el hijo de la esclava no será heredero con mi hijo Isaac. Lo echó, pues, fuera no la sangre de esclava, sino la osadía de siervo. A propósito, si uno libre es soberbio, es esclavo y, lo que es peor, de una mala ama: la soberbia misma.

Así pues, hermanos míos, responded al hombre que un hombre no puede nacer otra vez; seguros responded que un hombre no puede nacer otra vez. Cualquier cosa que se hace por segunda vez es engaño; cualquier cosa que se hace por segunda vez es juego. Ismael juega: sea echado fuera. En efecto, Sara, cuenta la Escritura, se dio cuenta de que ellos jugaban y dijo a Abrahán: Echa a la esclava y a su hijo. Disgustó a Sara el juego de los niños: algo raro vio en que los niños jugasen. ¿Acaso las que tienen hijos no desean esto: ver jugar a sus hijos? Ella lo vio y reprobó. No sé qué vio en el juego: engaño vio en aquel juego, se dio cuenta de la soberbia del siervo, le disgustó, lo echó fuera. Los nacidos de esclavas, si son malvados, son echados fuera; también es echado fuera Esaú, nacido de libre. Nadie, pues, presuma de nacer de buenos, nadie presuma de ser bautizado mediante santos. Quien es bautizado mediante santos, vigile para no ser Esaú en lugar de Jacob.

Esto, pues, hermanos, querría deciros: ser bautizado por hombres que buscan lo suyo y aman el mundo —esto significa el nombre de esclava—, y buscar espiritualmente la heredad de Cristo de forma que haya un hijo de Jacob, digamos, nacido de esclava, es mejor que ser bautizado mediante santos y ensoberbecerse de forma que, aun nacido de libre, haya un Esaú, digamos, al que arrojar fuera; quedaos, hermanos, con esto. No os halago, ninguna esperanza vuestra esté en mí. Ni me lisonjeo ni os lisonjeo; cada uno lleva su propio fardo. Lo mío es hablar para no ser juzgado negativamente; lo vuestro es oír y oír con el corazón, para que no se os exija lo que doy, mejor dicho, para que cuando se os exige, se halle ganancia, no detrimento.

Nacer del espíritu

5. El Señor dice a Nicodemo y le explica: En verdad, en verdad te digo: «Si alguien no hubiese renacido de agua y Espíritu no puede entrar al reino de Dios». Tú, afirma, entiendes la generación carnal, cuando dices: ¿Acaso puede un hombre regresar a las entrañas de la madre? De agua y Espíritu es preciso nacer en atención al reino de Dios. Si se nace por la herencia temporal de padre humano, názcase de las entrañas de madre carnal; si por la herencia sempiterna del Padre Dios, názcase de las entrañas de la Iglesia. Un padre, que ha de morir, engendra mediante la esposa un hijo sucesor; de la Iglesia engendra Dios hijos que no le sucederán, sino que con él permanecerán.

Y sigue: Lo que ha nacido de la carne es carne; mas lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. Espiritualmente, pues, nacemos y en el Espíritu nacemos por la palabra y el sacramento. Asiste el Espíritu, para que nazcamos; invisiblemente asiste el Espíritu del que naces, porque también tú naces invisiblemente. Sigue, en efecto, y dice: No te extrañes de que te he dicho: «Es preciso que vosotros nazcáis de nuevo». El Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va. Nadie ve al Espíritu. ¿Y cómo oímos la voz del Espíritu? Suena un salmo: voz es del Espíritu; suena el evangelio: voz es del Espíritu; suena la palabra divina: voz es del Espíritu. Oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va. Pero, si también tú naces del Espíritu, serás esto, de forma que quien aún no ha nacido del Espíritu no sepa sobre ti de dónde vienes ni a dónde vas. En efecto, a continuación dijo esto: Así es todo el que ha nacido del Espíritu.

La humildad, condición indispensable

6. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede suceder esto? En verdad, carnalmente no entendía. En él sucedía lo que había dicho el Señor: oía la voz del Espíritu, mas no sabía de dónde había venido ni a dónde iba. Respondió Jesús y le dijo: ¿Tú eres el maestro en Israel e ignoras esto? ¡Oh, hermanos! ¿Qué? ¿Suponemos que el Señor ha querido como insultar a este maestro de los judíos? Sabía el Señor lo que hacía, quería que aquél naciese de Espíritu. Nadie nace de Espíritu si no es humilde, porque la humildad misma nos hace nacer del Espíritu, porque el Señor está cerca de los triturados en cuanto al corazón. Aquél estaba inflado de magisterio y se daba alguna importancia, porque era doctor de los judíos. Jesús le tira por los suelos la soberbia, para que pueda nacer de Espíritu; le escarnece como a indocto, no porque el Señor quiera parecer superior. ¿Qué grandeza pretenderá Dios frente al hombre, la Verdad frente a la mentira? ¿Debe decirse, puede decirse, hay que pensar que Cristo es superior a Nicodemo? Ya que ese mediante quien ha sido hecha toda criatura es incomparablemente mayor que toda criatura, sería ridículo si se dijera que Cristo es mayor que los ángeles. Pero fustiga la soberbia del hombre —¿Tú eres el maestro en Israel e ignoras esto?— como diciendo: «He aquí que no sabes nada, jefe soberbio; nace de Espíritu, ya que, si nacieses de Espíritu, te atendrás a los caminos de Dios de forma que sigas la humildad de Cristo». En efecto, está elevado sobre todos los ángeles así: porque, como existiese en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo al tomar forma de esclavo, hecho a semejanza de hombres; y hallado como hombre en el porte, se rebajó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte; y para que no te plazca algún género de muerte: ahora bien, muerte de cruz.

Colgado estaba y se le escarnecía. Podía descender de la cruz, pero lo aplazaba para resurgir del sepulcro. El Señor soportó a los esclavos soberbios, el médico a los enfermos. Si esto hizo él, ¿qué deberán hacer los que es preciso que nazcan de Espíritu, si esto hizo quien en el cielo es verdadero maestro no sólo de los hombres, sino también de los ángeles? En efecto, si los ángeles han sido enseñados, la Palabra de Dios les ha enseñado; si la Palabra de Dios les ha enseñado, buscad cómo han sido enseñados y hallaréis: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Se le quita al hombre la cerviz, pero la áspera y dura, para que haya una cerviz blanda para llevar el yugo de Cristo, del que se dice: Mi yugo es blando y mi fardo es ligero.

Las cosas de la tierra

7. Y sigue: Si os he dicho cosas terrenas y no creéis, ¿cómo creeréis, si os digo cosas celestes? ¿Qué cosas terrenas ha dicho, hermanos? ¿Es terrenal «Si alguien no hubiere nacido de nuevo»? ¿Es terrenal «el Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va»? En efecto, si hablase de este viento, como algunos entendieron cuando se les preguntó qué cosa terrena dijo el Señor mientras afirma: «Si os he dicho cosas terrenas y no creéis, ¿cómo creeréis si os digo cosas celestes?»;cuando, pues, se preguntó a algunos qué cosa terrena dijo el Señor, padeciendo aprietos dijeron: «De este viento dijo lo que afirma: El Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va». Por cierto, ¿qué cosa terrena ha dicho, si hablaba de la generación espiritual, pues siguió diciendo: Así es todo el que ha nacido del Espíritu?
 

Además, hermanos, ¿quién de nosotros no ve, verbigracia, al bochorno ir del sur al norte, o a otro viento venir de oriente a occidente? ¿Cómo, pues, no sabemos de dónde viene ni a dónde va? ¿Qué cosa terrena, pues, dijo, que no creían los hombres? ¿Acaso lo que había dicho sobre volver a levantar el templo? Efectivamente, de la tierra había recibido su cuerpo y se preparaba para resucitar esta tierra tomada de cuerpo terreno. No se le creyó que iba él a resucitar la tierra. Si os he dicho cosas terrenas y no creéis, afirma, ¿cómo creeréis si os digo cosas celestes? Esto es, si no creéis que puedo volver a levantar el templo derribado por vosotros, ¿cómo creeréis que los hombres pueden ser reengendrados mediante el Espíritu?

El Hijo del hombre que está en el cielo

8. Y sigue: Y nadie ha ascendido al cielo, sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. Fijaos, estaba aquí y estaba en el cielo; aquí estaba por la carne, en el cielo estaba por la divinidad; mejor dicho, por la divinidad en todas partes. Nació de la madre sin separarse del Padre. Conocemos dos nacimientos de Cristo: uno divino, otro humano; uno mediante el que fuésemos hechos, otro mediante el que fuésemos rehechos; ambos admirables; éste sin madre, aquél sin padre. Pero, porque de Adán había recibido el cuerpo, pues María viene de Adán, y porque él iba a resucitar ese cuerpo, había dicho cierta cosa terrenal: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. En cambio, dijo cierta cosa celestial: Si alguien no hubiere renacido de agua y de Espíritu, no verá el reino de Dios. ¡Ea, hermanos! Dios ha querido ser el Hijo del hombre y ha querido que los hombres sean hijos de Dios. Él ha descendido por nosotros; subamos nosotros por él.

Por cierto, solo ha descendido y ascendido quien ha afirmado esto: Nadie ha ascendido al cielo, sino el que ha descendido del cielo. ¿No van a subir, pues, al cielo esos a quienes hace hijos de Dios? ¡Claro que van a subir! Esta promesa tenemos: Serán iguales a ángeles de Dios. ¿Cómo, pues, nadie ha ascendido, sino el que ha descendido? Porque uno solo ha descendido, uno solo ha ascendido. De los demás, ¿qué? ¿Qué ha de entenderse sino que serán miembros suyos, de forma que un solo individuo ascienda? Por eso sigue: Nadie ha ascendido al cielo, sino el que ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. ¿Te extraña que estuviese aquí y también en el cielo? Tales ha hecho a sus discípulos. Oye al Apóstol decir: Ahora bien, nuestra residencia está en el cielo. Si un hombre, el apóstol Pablo, andaba con su carne en la tierra y residía en el cielo, el Dios de cielo y tierra ¿no podía estar en el cielo y en la tierra?

Ser uno para subir al cielo

9. Si, pues, nadie sino él ha descendido y ascendido, ¿qué esperanza tienen los demás? Los demás tienen la esperanza de que ha descendido precisamente para que en él y con él fuesen un solo individuo quienes mediante él iban a subir. El Apóstol afirma: No dice «y a las descendencias», como respecto a muchas; sino, como respecto a una sola, «y a tu descendencia», que es Cristo. Y a los fieles dice: Por vuestra parte sois de Cristo; ahora bien, si sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abrahán. Ha dicho que todos nosotros somos ese «uno» de que ha hablado. A veces, en los salmos cantan varios, precisamente para que se muestre que de varios se hace un único individuo; a veces canta uno solo, para que se muestre qué se hace de varios. Por eso era sanado uno solo en aquella piscina, y cualquier otro que descendía no era sanado. Este único encomia, pues, la unidad de la Iglesia. ¡Ay de quienes odian la unidad y para sí hacen bandos entre los hombres! Oigan a quien, para que fuesen una única realidad, quería hacerlos un único individuo en el Único; óiganle decir: No os hagáis muchos; yo planté, Apolo regó, pero Dios ha dado crecimiento; ahora bien, ni quien planta es algo ni quien riega, sino quien da crecimiento, Dios. Ellos decían: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas. Y él: ¿Está dividido el Mesías? Estad en el Único, sed una sola realidad, sed un único individuo. Nadie ha ascendido al cielo, sino el que del cielo ha descendido. «He aquí que queremos ser tuyos», decían a Pablo. Y él: «No seáis de Pablo; más bien, de aquel de quien es Pablo con vosotros».

Libres de muerte

10. Efectivamente ha descendido, ha muerto y con la muerte nos ha liberado de la muerte. Matado por la muerte, a la muerte ha matado. Y sabéis, hermanos, que esa muerte entró al mundo por envidia del diablo. Dios no ha hecho la muerte, dice la Escritura, ni se alegra, afirma, en la ruina de los vivos, pues creó todo para que existiera. Pero ¿qué dice allí? Ahora bien, por envidia del diablo ha entrado la muerte al orbe de las tierras. A la muerte propinada por el diablo no vendría traído por la fuerza el hombre, pues el diablo tenía no poder para forzar, sino astucia para seducir. Si no consentías, el diablo nada ocasionaba. Tu consentimiento, oh hombre, te ha conducido a la muerte. De mortal nacidos mortales, de inmortales hemos sido hechos mortales. Por Adán son mortales todos los hombres. En cambio, Jesús, el Hijo de Dios, la Palabra de Dios mediante la que todo se ha hecho, el Único igual al Padre, se hizo mortal, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

11. Cogió, pues, la muerte, en la cruz colgó a la muerte y de esa muerte misma son liberados los mortales. El Señor recuerda lo que en figura sucedió entre los antiguos: Y como Moisés, afirma, levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Conocen un misterio grande también quienes lo han leído. Óiganlo además o quienes no lo han leído, o quienes quizá han olvidado lo leído u oído. Los mordiscos de las serpientes abatían en el desierto al pueblo de Israel, gran estrago de muchas muertes sucedía, pues era castigo de Dios, quien, para enseñar, corregía y flagelaba. Aparece allí el gran misterio de una realidad futura; el Señor en persona lo atestigua en esta lectura, para que nadie pueda interpretar otra cosa, sino la que la Verdad en persona indica acerca de sí.

El Señor, en efecto, dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce, en el desierto la levantase sobre un palo y avisase al pueblo de Israel que, si una serpiente mordía a alguien, se fijase en la serpiente levantada en el palo. Sucedió: los hombres eran mordidos, miraban y eran sanados. ¿Qué son las serpientes mordedoras? Los pecados nacidos de la condición mortal de la carne. ¿Qué es la serpiente levantada? La muerte del Señor en la cruz. Efectivamente, porque la muerte viene de la serpiente, fue figurada mediante la efigie de una serpiente. Letal el mordisco de la serpiente; vital la muerte del Señor. Se presta atención a la serpiente, para que la serpiente no tenga fuerza. ¿Qué significa esto? Se presta atención a la muerte, para que la muerte no tenga fuerza. Pero ¿la muerte de quién? La muerte de la vida, si puede decirse; la muerte de la vida. Mejor aún, porque se puede decir, se dice admirablemente. Pero ¿acaso no había que decir lo que iba a ser hecho? ¿Dudaré yo en decir lo que el Señor se dignó hacer por mí? ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo está en la cruz. ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo murió. Pero en la muerte de Cristo murió la muerte, porque la vida muerta mató a la muerte, la plenitud de la vida se tragó la muerte; engullida en el cuerpo de Cristo quedó la muerte. Así lo diremos también nosotros en la resurrección, cuando cantemos triunfadores: ¿Dónde está, muerte, tu conato? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

Mientras tanto, hermanos, para ser sanados del pecado, miremos de momento a Cristo crucificado, porque como Moisés, afirma,levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Como quienes miraban la serpiente no perecían por las mordeduras de las serpientes, así también quienes con fe miran la muerte de Cristo son sanados de las mordeduras del pecado. Pero para una vida temporal eran sanados de la muerte aquéllos; éste, en cambio, dice: Para que tengan vida eterna. De hecho, esta diferencia hay entre la imagen figurada y la realidad misma: la figura ofrecía vida temporal; la realidad misma, de la que era la figura, ofrece vida eterna.

El juicio y la fe

12. Pues Dios envió su Hijo al mundo no para que juzgue al mundo, sino para que el mundo se salve mediante él. En cuanto, pues, depende del médico, ha venido a sanar al enfermo. Se suicida el que no quiere observar los preceptos del médico. Ha venido el Salvador al mundo. ¿Por qué se le ha llamado Salvador del mundo, sino para que salve al mundo, no para que juzgue al mundo? Si no quieres que te salve, serás juzgado por ti mismo. ¿Y por qué diré «serás juzgado»? Mira qué afirma: El que cree en él no es juzgado; quien, en cambio, no cree —¿qué esperas que diga sino que es juzgado?— ya está juzgado, asevera. Aún no ha aparecido el juicio, pero ya está hecho el juicio. El Señor conoce a quienes son suyos: conoce quiénes permanecerán hasta la corona, quiénes permanecerán hasta la llama; en su era conoce el trigo, conoce la paja; conoce la mies, conoce la cizaña. Ya está juzgado quien no cree. ¿Por qué juzgado? Porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

La confesión de los pecados

13. Ahora bien, éste es el juicio: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron las tinieblas más que la luz, pues eran malas las obras de ellos. Hermanos míos, ¿de quiénes encontró el Señor obras buenas? De nadie. Malas encontró las obras de todos. ¿Cómo, pues, algunos han practicado la verdad y llegado a la luz? En efecto, sigue también esto: Quien, en cambio, hace la verdad viene a la luz para que se manifiesten sus obras, porque están hechas según Dios. ¿Cómo algunos han hecho la buena obra de venir a la Luz, es decir, a Cristo, y cómo algunos amaron las tinieblas? Efectivamente, si pecadores encontró a todos y a todos sana del pecado, y si la serpiente en que está figurada la muerte del Señor sana a esos que habían sido mordidos, y por la mordedura de la serpiente fue erguida la serpiente, esto es, la muerte del Señor por los hombres mortales, a los que halló injustos, ¿cómo se entiende: «Éste es el juicio: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron las tinieblas más que la luz, pues eran malas las obras de ellos? ¿Qué significa esto? En efecto, ¿de quiénes eran buenas las obras? ¿Acaso no has venido a justificar a los impíos? Pero amaron las tinieblas más que la luz, afirma.

Pues muchos han amado sus pecados y muchos han confesado sus pecados, ha puesto el acento ahí: en que quien confiesa sus pecados y acusa sus pecados ya obra con Dios. Dios acusa tus pecados; si también tú los acusas, te unes con Dios. Hombre y pecador: son como dos realidades. Dios ha hecho lo que oyes nombrar «hombre»; ese hombre mismo ha hecho lo que oyes nombrar «pecador». Para que Dios salve lo que ha hecho, destruye tú lo que has hecho. Es preciso que odies en ti tu obra y ames en ti la obra de Dios. Ahora bien, cuando empiece a disgustarte lo que has hecho, a partir de entonces empiezan tus obras buenas, porque acusas tus obras malas. Inicio de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la luz. ¿Qué significa «haces la verdad»? No te halagas, no te lisonjeas, no te adulas; porque eres inicuo no dices «soy justo», y comienzas a hacer la verdad. Por otra parte, vienes a la luz, para que se manifiesten tus obras, porque están hechas según Dios, ya que esto mismo, que te desagrada tu pecado, no sucedería si Dios no te iluminase y su verdad no te lo mostrase. Pero quien, aun amonestado, ama sus pecados, odia la luz amonestadora y la rehúye, para que no sean argüidas sus malas obras que ama. Quien, en cambio, hace la verdad, acusa en su persona sus males, no se tiene consideración, para que Dios le perdone no se perdona porque él mismo reconoce lo que quiere que Dios perdone, y viene a la luz, a la que agradece haberle mostrado lo que él había de odiar en su persona. Dice a Dios: Aparta de mis pecados tu rostro. Y ¿con qué cara lo dice, si no dijera a su vez: Porque yo reconozco mi fechoría y mi pecado está delante de mí? Esté ante ti lo que no quieres que esté ante Dios. Si, en cambio, pones detrás de ti tu pecado, Dios te lo dirigirá ante tus ojos, y lo dirigirá cuando ya no habrá fruto alguno de la enmienda.

Consejos cotidianos

14. Corred, hermanos míos, para que no os envuelvan las tinieblas. Sin tregua trabajad para vuestra salvación; trabajad sin tregua, mientras hay tiempo: nadie permita que se le impida venir al templo de Dios, nadie permita que se le impida hacer la obra del Señor, nadie permita que se le impida la oración continua, nadie permita que se le distraiga de la devoción habitual. Trabajad, pues, sin tregua, cuando es de día, luce el día: Cristo es el día. Está dispuesto a perdonar, pero a los que reconocen su pecado; en cambio, lo está a castigar a quienes se defienden, se jactan de ser justos y suponen ser algo, aunque son nada. Ahora bien, quien camina en su amor y en su misericordia, liberado también de pecados cuales son crímenes, homicidios, hurtos, adulterios y robos —letales y grandes por relación a los que parecen ser menudos, pecados de la lengua o de los pensamientos o de inmoderación en cosas lícitas—, hace la verdad de la confesión y por las obras buenas viene a la luz, porque muchos pecados menudos matan si se los descuida. Menudas son las gotas que llenan los ríos; menudos son los granos de arena; pero, si se amontona mucha arena, oprime y aplasta. La sentina, si se la descuida, hace lo que al precipitarse hace el oleaje: paulatinamente entra por la sentina; pero, si entra largo rato y no se lo saca, hunde la nave. Ahora bien, ¿qué significa sacar, sino con obras buenas —gimiendo, ayunando, repartiendo, perdonando— tratar de que los pecados no ahoguen?

Por otra parte, el viaje de este mundo es molesto, está lleno de tentaciones: ¡en la prosperidad no encumbre, en la adversidad no desanime! Quien te ha dado la felicidad de este mundo, te la ha dado para tu consuelo, no para tu seducción. A la inversa, quien te flagela en este mundo lo hace para tu enmienda, no para tu condena. Soporta al padre educador, para que no sientas al juez castigador. Cotidianamente os digo estas cosas y han de decirse con frecuencia, porque son buenas y saludables.

 

 

TRATADO 13

Comentario a Jn 3,22-29, predicado en Hipona, poco después del viernes 24 de mayo de 407

Introducción: refrescar la memoria

1. Como podéis recordar quienes veláis por vuestro progreso, el orden de la lectura evangélica según Juan sigue, de forma que se me propone para tratar la que se ha leído hace un momento. Recordáis que ya se ha tratado lo que antes se ha dicho desde el principio mismo hasta la lectura hodierna. Aunque habéis olvidado quizá mucho de ello, en vuestra memoria permanece ciertamente al menos mi deber. Aunque no retenéis todo lo que gracias a ése habéis oído del bautismo de Juan, creo empero que retenéis haberlo oído; también lo que se dijo de por qué el Espíritu Santo apareció en forma de paloma, y cómo se solucionó aquella nudosísima cuestión: mediante la paloma aprendió Juan respecto al Señor, aunque ya le conocía, no sé qué que no conocía, cuando el Señor le respondió: «Por ahora deja que se cumpla toda justicia», cuando al venir a ser bautizado dice: Yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?

Juan insinúa la divinidad de Cristo

2. El orden de la lectura nos fuerza, pues, a volver ahora al mismo Juan. Ése es quien fue predicho mediante Isaías: Voz de uno que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor, enderezad sus senderos». Tal testimonio rindió a su Señor y, porque éste se dignó, a su amigo; y su Señor y amigo suyo dio también él personalmente testimonio en favor de Juan. En efecto, dijo de Juan: Entre los nacidos de mujeres no ha surgido mayor que Juan el Bautista. Pero, porque se le antepuso, en lo que era más que Juan era Dios: Quien, en cambio, afirma, en el reino de los cielos es el menor, es mayor que él. Menor por nacimiento, mayor en potestad, mayor por la divinidad, por la majestad, por la claridad, como que en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios.

Ahora bien, en las lecturas anteriores Juan había dado testimonio a favor del Señor, diciendo, sí, que era el Hijo de Dios, no diciendo ni empero negando que fuese Dios; se había callado que era Dios, no había negado que era Dios, pero no se calló del todo que era Dios, pues quizá encontramos esto efectivamente en la lectura hodierna. Le había llamado «el Hijo de Dios»; pero también se llama hijos de Dios a los hombres. Había dicho que era de tanta excelencia, que él no era digno de desatar la correa de su calzado. Éste, mayor que el cual nadie había surgido entre los nacidos de mujeres, da ya mucho a entender la grandeza de ese la correa de cuyo calzado no era digno de desatar, pues era más que todos los hombres y ángeles. Por cierto, hallamos que un ángel prohibió a un hombre caer a sus pies. En efecto, cuando en el Apocalipsis el ángel mostraba ciertas cosas a Juan, quien ha escrito este evangelio, Juan, aterrado por la magnitud de la visión, cayó a los pies del ángel, y éste dice: Levántate, procura no hacer esto; adora a Dios, porque yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos. Un ángel, pues, prohibió a un hombre caer a sus pies. ¿No es manifiesto que está sobre todos los ángeles ese a quien un hombre de tal categoría que entre los nacidos de mujeres nadie ha surgido mayor que él dice que él es indigno de desatarle la correa del calzado?

Ojos carnales y ojos espirituales

3. Sin embargo, con toda evidencia diga Juan que nuestro Señor Jesucristo es Dios. Hallemos esto en la lectura presente, porque quizá también acerca de él hemos cantado, «Ha reinado Dios sobre toda la tierra», contra lo cual están sordos quienes suponen que él reina en África sola. En efecto, cuando se ha dicho: «Dios ha reinado sobre toda la tierra», no se ha omitido hablar de Cristo, pues ¿qué otro es nuestro rey sino nuestro Señor Jesucristo? Él es nuestro Rey. ¿Y qué habéis oído en este salmo, en el verso reciente cantado hace un momento? Salmodiad a nuestro Dios, salmodiad; salmodiad a nuestro rey, salmodiad inteligentemente, de forma que no entiendas que está en una única parte ese a quien salmodias: «Porque rey de toda la tierra es Dios».

Y ¿cómo es rey de toda la tierra quien en una única parte de las tierras, en Jerusalén, en Judea, fue visto caminar entre los hombres, nacer, mamar, crecer, comer, beber, estar despierto, dormir, sentarse fatigado junto a un pozo, apresado, flagelado, embadurnado de esputos, coronado de espinas, colgado de un madero, herido por una lanza, muerto, sepultado? ¿Cómo, pues, es rey de toda la tierra? Lo que se veía en ese lugar era la carne; a ojos de carne se presentaba la carne. En carne mortal se ocultaba la majestad inmortal. ¿Y qué ojos podrían mirar la majestad inmortal, penetrada la trabazón de carne? Hay otro ojo, existe el ojo interior, pues algunos ojos tenía Tobías aun cuando, ciego en los ojos corpóreos, daba al hijo preceptos de vida . Éste agarraba al padre la mano, para que caminase con los pies; el otro daba consejo al hijo, para que mantuviese el camino de la justicia. Ojos veo aquí y ojos entiendo que hay allí. Y mejores los ojos de quien da un consejo de vida que los ojos de quien agarra la mano. Tales ojos buscaba también Jesús cuando dice a Felipe: Tanto tiempo estoy con vosotros, ¿y no me habéis conocido? Tales ojos buscaba cuando dice: Felipe, quien me ha visto, ha visto también al Padre. Estos ojos están en la inteligencia, estos ojos están en la mente. Por eso, tras haber dicho el salmo: «Porque es rey de toda la tierra», inmediatamente ha añadido: Salmodiad inteligentemente. En efecto, porque digo «Salmodiad a nuestro Dios, salmodiad», llamo rey nuestro a Dios. Pero como a hombre habéis visto entre los hombres a nuestro Rey; lo habéis visto padecer, crucificado, muerto. Algo se escondía en la carne que podías ver con ojos carnales. ¿Qué se escondía allí? Salmodiad inteligentemente: no busquéis con los ojos lo que la mente percibe. Salmodiad con la lengua, porque entre vosotros él es carne. Pero, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, dirigid el canto a la carne, dirigid a Dios la mirada de la mente. Salmodiad inteligentemente y veréis que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

Por Cristo hombre a Cristo Dios

4. También Juan diga su testimonio: Después de esto vino Jesús y sus discípulos a la tierra de Judea y allí permanecía con ellos y bautizaba. Bautizado, bautizaba. No bautizaba con el bautismo con que fue bautizado. Para mostrar el camino de la humildad y conducir hasta el bautismo del Señor, esto es, su bautismo, dando ejemplo de humildad porque él no rechaza el bautismo del siervo, el Señor, bautizado por el siervo, da el bautismo. Y con el bautismo del siervo se preparaba el camino al Señor y, bautizado, el Señor se hizo camino para quienes vienen. Oigámosle: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Si buscas la verdad, mantén el camino, porque el Camino es el mismo que la Verdad. Ella en persona es adonde vas, ella en persona es por donde vas; no vas por una realidad a otra, no vienes a Cristo por otra cosa; por Cristo vienes a Cristo. ¿Cómo «por Cristo a Cristo»? Por Cristo hombre a Cristo Dios; por la Palabra hecha carne a la Palabra que en el principio era Dios en Dios; desde eso que el hombre comió, a eso que cotidianamente comen los ángeles. De hecho, así está escrito: Pan del cielo les dio, pan de ángeles comió el hombre. ¿Cuál es el pan de ángeles? En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. ¿Cómo comió el hombre pan de ángeles? Y la Palabra se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.

De Dios hablamos inadecuadamente

5. Pero, porque he dicho que los ángeles comen, no supongáis, hermanos, que sucede a mordiscos, ya que, si entendierais esto, Dios, al que comen los ángeles, es despedazado, digamos. ¿Quién despedaza la Justicia? Pero, a su vez, alguien me dice: «¿Y quién es el que come la Justicia?». ¿Cómo, pues, dichosos quienes tienen hambre y sed de la justicia, porque ésos serán saciados? El alimento que comes mediante la carne se acaba él para que tú te repongas; para reconstituirte se consume. Come la Justicia; te repones, pero ella persevera íntegra. Como estos ojos nuestros, aunque lo que ven los ojos corpóreos es una realidad corpórea, se reponen al ver esta luz corpórea. Efectivamente, por haber estado muchos en tinieblas bastante tiempo, se debilita su mirada como por ayuno de luz. Privados de su alimento los ojos —se alimentan, en efecto, de la luz—, el ayuno los fatiga y debilita, hasta el punto de que no pueden ver la luz que los repone y, si falta bastante tiempo, se extinguen y muere en ellos, digamos, la capacidad de ver la luz. ¿Qué concluir pues? ¿Porque esta luz alimenta cotidianamente a tantos ojos se hace menor? Ellos se reponen, pero ella permanece íntegra. Si mediante la luz corpórea Dios ha podido provocar esto en favor de los ojos corpóreos, ¿no mostrará a los corazones limpios la luz inagotable, que persevera íntegra, sin consumirse bajo ningún aspecto? ¿Qué luz? En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios.

Veamos si es luz. Porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz. En la tierra, una cosa es la fuente, otra la luz. Sediento buscas la fuente y para llegar a la fuente buscas luz; y, si no es de día, enciendes una lámpara para llegar a la fuente. Esa fuente es la luz misma: para el sediento es fuente; para el ciego es luz. Ábranse los ojos para que vean la luz; ábranse las fauces del corazón para que beban la fuente. Lo que bebes, esto ves, esto oyes. Dios se hace todo para ti porque para ti él es todo lo que amas. Si atiendes a lo visible, Dios no es pan, tampoco Dios es agua, tampoco es Dios esta luz, tampoco es Dios un vestido, tampoco es casa Dios. Todo esto, en efecto, es visible y cada cosa es sólo lo que es: lo que es pan no es agua, lo que es vestido no es casa ni lo que son estas cosas es Dios, pues son visibles. Para ti Dios es todo: si tienes hambre, es tu pan; si tienes sed, es tu agua; si estás en tinieblas, es tu luz, porque permanece incorruptible; si estás desnudo, es tu vestido de inmortalidad, cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Todo puede decirse de Dios, mas de Dios nada se dice dignamente. Nada más vasto que esta penuria. Buscas un nombre adecuado: no lo hallas; buscas hablar de él en cualquier modo: hallas todo. ¿Qué tienen de semejante el león y el cordero? De Cristo está dicho lo uno y lo otro: He ahí el cordero de Dios. ¿Cómo es león? Ha vencido el león de la tribu de Judá.

Por qué se bautizó Jesús

6. Oigamos a Juan: Jesús bautizaba. He dicho que Jesús bautizaba. ¿Cómo Jesús?, ¿cómo el Señor?, ¿cómo el Hijo de Dios?, ¿cómo la Palabra? Pero la Palabra se ha hecho carne. Por su parte, también Juan estaba bautizando en Enón, junto a Salín. Enón es cierto lago. ¿De dónde se sabe que era un lago? Porque allí había muchas aguas; y venían y eran bautizados. Juan, en efecto, no había sido aún enviado a la cárcel. Si recordáis —he aquí que lo digo otra vez—, dije por qué bautizaba Juan: porque era preciso que el Señor fuese bautizado. Y ¿por qué era preciso que el Señor fuese bautizado? Porque muchos iban a despreciar el bautismo, porque parecían dotados ya de gracia mayor que esa de que veían dotados a otros fieles. Verbigracia, un catecúmeno que viviera ya continentemente despreciaría a un casado y diría que él es mejor de lo que es aquel fiel. Ese catecúmeno podría decir en su corazón: «¿Por qué necesito recibir el bautismo para tener lo que tiene éste, mejor que el cual soy ya?». Para que, pues, este orgullo no hiciera caer a algunos muy ensoberbecidos por los méritos de su justicia, quiso el Señor ser bautizado por un siervo, como si dijera a esos hijos excelentes: «¿De qué os enorgullecéis? ¿Por qué os engreís? ¿Porque tenéis uno prudencia, otro doctrina, otro castidad, otro la fortaleza del aguante? ¿Acaso podéis tener tanto cuanto yo que os las he dado? Y, sin embargo, yo he sido bautizado por un siervo y vosotros desdeñáis ser bautizados por el Señor». Esto significa que se cumpla toda justicia.

Bautismo de Juan y bautismo de Jesús

7. Pero dirá alguien: «Bastaba, pues, que Juan bautizase al Señor. ¿Por qué era preciso que otros fuesen bautizados por Juan?». También lo he dicho; porque, si solo el Señor era bautizado por Juan, no faltaría a los hombres este pensamiento: que Juan tenía un bautismo mejor que el que tenía el Señor. Efectivamente dirían: «El bautismo que tuvo Juan era tan importante, que solo Cristo fue digno de ser bautizado con él». Para que, pues, se mostrase que el bautismo que iba a dar el Señor era mejor, y se entendiese que uno era como del siervo, el otro como del Señor, fue bautizado el Señor para dar ejemplo de humildad; por otra parte, no fue el único bautizado por él, para que el bautismo de Juan no pareciera mejor que el bautismo del Señor. Ahora bien, como habéis oído, hermanos, nuestro Señor Jesucristo mostró el camino para esto: para que nadie, arrogante porque tiene abundancia de alguna gracia, se desdeñe de ser bautizado con el bautismo del Señor. En efecto, por mucho que un catecúmeno progrese, aún lleva sobre sí el fardo de su iniquidad. No se le perdona sino cuando venga al bautismo. Como el pueblo de Israel no quedó libre del pueblo de los egipcios sino cuando cuando vino al mar Rojo, así nadie queda libre del peso de los pecados sino cuando viene a la fuente del bautismo.

Humildad de Juan

8. Surgió, pues, de los discípulos de Juan una cuestión con los judíos acerca de la purificación. Bautizaba Juan, bautizaba Cristo. Los discípulos de Juan se inquietaron. Se acudía a Cristo, se venía a Juan. De hecho, quienes venían a Juan, los enviaba a Jesús a ser bautizados; no eran enviados a Juan quienes eran bautizados por Jesús. Se turbaron los discípulos de Juan y comenzaron a tratar con los judíos una cuestión, como suele suceder. Has de entender que los judíos habían dicho que Cristo es mayor y que se debía acudir a su bautismo. Aquéllos, por no entender, defendían el bautismo de Juan. Se vino a Juan mismo para que resolviera la cuestión. Entienda Vuestra Caridad. También aquí se reconoce la utilidad de la humildad y se hace ver si, mientras los hombres erraban en esa cuestión, Juan quiso gloriarse ante sí. En efecto, quizá dijo: «Decís la verdad, con razón disputáis; mi bautismo es mejor. Para que sepáis que mi bautismo es ciertamente mejor, yo he bautizado a Cristo mismo». Bautizado Cristo, Juan podía decir esto. Si quisiera engrandecerse, ¡cuánto tenía de qué engrandecerse!

Pero sabía mejor ante quién abajarse. Confesando, quiso ceder ante ese de quien sabía que él le antecedía por nacimiento. Entendía que su salvación está en Cristo. Ya había dicho antes: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Y esto es confesar que es Dios, pues ¿cómo todos los hombres reciben de su plenitud si él no es Dios? Ciertamente, si él es hombre sin ser Dios, de la plenitud de Dios recibe también él y así no es Dios. Si, en cambio, todos los hombres reciben de su plenitud, él es la fuente, ellos los que beben. Quienes beben de la fuente, pueden tanto tener sed cuanto beber; la fuente nunca tiene sed, la fuente no se necesita a sí misma. Los hombres necesitan la fuente. Secas las entrañas, secas las fauces, corren a la fuente a reponerse. La fuente fluye para reponer; así el Señor Jesús.

9. Veamos, pues, qué respondió Juan. Vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, el que estaba contigo allende el Jordán, de quien tú diste testimonio, he aquí que ése bautiza y todos vienen a él. Esto es: «¿Qué dices? ¿No ha de prohibírseles, para que más bien acudan a ti?». Respondió y dijo: Un hombre no puede recibir algo si no le fuese dado del cielo. ¿De quién suponéis que Juan dijo esto? De sí mismo. Afirma: «Como hombre, he recibido del cielo». Atienda Vuestra Caridad. Un hombre no puede recibir algo si no le fuese dado del cielo. Vosotros mismos dais testimonio de mí, de que he dicho: Yo no soy el Mesías. Como si dijera: «¿Por qué os engañáis? ¿Cómo me habéis propuesto esta cuestión vosotros mismos? ¿Qué me habéis dicho? Rabí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio. Sabéis, pues, qué testimonio he dado de él. ¿Voy a decir ahora que él no es quien dije que era? Porque, pues, he recibido del cielo algo para ser yo algo, ¿queréis que yo sea tan fatuo que hable contra la verdad? Un hombre no puede recibir algo si no le fuese dado del cielo. Vosotros mismos dais testimonio de mí, de que he dicho: Yo no soy el Mesías». Tú no eres el Mesías; pero ¿qué más da, si eres mayor que él, porque tú le bautizaste? He sido enviado; yo soy el heraldo; él es el juez.

Dolor de Agustín frente al donatismo

10. Oye también un testimonio mucho más enérgico, mucho más explícito. Ved qué sucede con nosotros, ved qué debemos amar, ved que amar a algún hombre en lugar de Cristo es adulterio. ¿Por qué digo esto? Atendamos a la voz de Juan. Podía errarse respecto a él, podía suponérsele quien no era. Rechaza de sí un honor falso, para mantener la sólida verdad. Ved qué dice que es Cristo, qué dice que es él: El que tiene a la novia es el novio. Sed castos, amad al Novio. Ahora bien, ¿qué eres tú, que nos dices: Quien tiene a la novia es el novio? Por su parte, el amigo del novio, que está en pie y le oye, con gozo goza por la voz del novio.

Conforme a la emoción de mi corazón, pues está lleno de gran gemido, el Señor Dios nuestro ayude a decir lo que deploro. Pero, pues sé que mi dolor no puede expresarse de modo suficientemente adecuado, por Cristo mismo os ruego que vosotros reflexionéis sobre lo que no pudiere decir. Veo, en efecto, a muchos adúlteros que quieren poseer a la novia comprada a tanto precio, amada fea para que fuese hecha hermosa, por aquel Comprador, aquel Liberador, aquel Hermoseador, y con sus palabras tratan de ser amados en vez del Novio. De él está dicho: Éste es quien bautiza. ¿Quién sale hasta aquí y dice: «Yo bautizo»? ¿Quién sale hasta aquí y dice: «Lo que yo dé, esto es santo»? ¿Quién es el que avanza hasta aquí, el cual dice: «Es bueno para ti que nazcas de mí»? Oigamos al amigo del Novio, no a los adúlteros del Novio; oigamos al que está celoso, pero no a favor de sí.

La esposa encomendada

11. Hermanos, con el corazón regresad a vuestras casas; hablo de cosas carnales, hablo de cosas terrenas, por la debilidad de vuestra carne digo algo humano. Muchos tenéis cónyuges, muchos queréis tenerlos, muchos, aunque no queréis, los tuvisteis, muchos que no queréis en absoluto tener cónyuges habéis nacido de los matrimonios de vuestros padres; no hay corazón al que no toque este afecto; en las cosas humanas nadie hay tan desviado del género humano que no sienta lo que digo. Imaginad que alguien que se ha ido al extranjero encomienda su novia a un amigo: «Eres mi amigo, por favor, cuida de que, ausente yo, no sea amado alguno en vez de mí». ¿De qué laya, pues, es quien, al custodiar a la novia o a la esposa de su amigo, pone empeño, sí, en que ningún otro sea amado, pero, si quisiera ser amado él en vez del amigo y quisiera usar de la a él encomendada, cuán detestable aparece a todo el género humano? Si la ve observar por la ventana o bromear con alguno, se lo impide, como si tuviera celos. Veo que siente celos, pero quiero ver de quién, del amigo ausente o de sí presente.

Suponed que nuestro Señor Jesucristo ha hecho esto. Encomendó su novia a su amigo, se marchó al extranjero a recibir el reino, como dice él en el evangelio, y sin embargo está presente por majestad. Se engaña al amigo que se marchó allende el mar; y, si se le engaña, ¡ay de quien le engaña! ¿Por qué intentan engañar a Dios, al Dios que contempla los corazones de todos y sondea los secretos de todos? Surge algún hereje y dice: «Yo doy, yo santifico, yo justifico; no quiero que vayas a esa secta». Cela bien, sí; pero ve por quién. «No vayas a los ídolos»: cela bien. «Tampoco a los adivinos»: cela bien. Veamos por quién cela. «Lo que yo doy es santo, porque lo doy yo; a quien yo bautizo, queda bautizado; a quien no bautizo, no queda bautizado». Oye al amigo del Novio, aprende a celar por tu amigo; oye la voz de aquél: Éste es quien bautiza. ¿Por qué quieres arrogarte lo que no es tuyo? ¿Tan ausente está el que ha dejado aquí a su novia? ¿No sabes que el que resucitó de entre los muertos se sienta a la derecha del Padre? Si los judíos le despreciaron colgado en el madero, ¿tú le desprecias sentado en el cielo? Sepa Vuestra Caridad que yo sufro gran dolor por este asunto; pero, como he dicho, dejo el resto a vuestras reflexiones. De hecho, no lo expresaré aunque hable el día entero; aunque llore el día entero, no lloraré suficientemente. No digo, como dice un profeta, «aunque tenga una fuente de lágrimas», sino: «aunque me convierta en lágrimas y quede hecho lágrimas, en lenguas y quede hecho lenguas, es poco.

Los verdaderos celos

12. Regresemos, veamos qué dice ése: El que tiene a la novia es el novio; no es mía la novia. ¿Y no gozas con la boda? Claro que gozo, dice: Por su parte, el amigo del novio, que está en pie y le oye, con gozo goza por la voz del novio. No gozo por mi voz, afirma, sino que gozo por la voz del Novio. Yo estoy para oír, él para hablar, pues yo he de ser iluminado, la luz es él; yo estoy a la escucha, él es la Palabra. El amigo del novio, pues, está en pie y le oye. ¿Por qué está en pie? Porque no se cae. ¿Por qué no se cae? Porque está abajado. Míralo estar en pie en terreno seguro: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¡Bien te abajas, con razón no te caes, con razón estás en pie, con razón le oyes y con gozo gozas por la voz del novio. Así, también el Apóstol, amigo del Novio, siente celos también él, no por sí mismo, sino por el Novio. Oye la voz de este celoso; con celo de Dios siento celos por vosotros, ha dicho; no con el mío, no por mí, sino con celo de Dios. ¿Por qué, cómo, cuánto estás celoso o por quién estás celoso? Porque os he desposado con un solo varón para mostrar al Mesías una virgen casta. ¿Qué temes, pues?, ¿por qué estás celoso? Temo, responde, que como la serpiente sedujo con su astucia a Eva, así vuestros sentires sean también corrompidos respecto a la castidad que se refiere al Mesías.

Toda la Iglesia ha sido denominada virgen. Veis que los miembros de la Iglesia son diversos, que destacan y gozan por dones diversos: casados unos, casadas otras, enviudados unos ya no buscan esposas, enviudadas otras ya no buscan maridos, unos conservan la integridad desde su infancia, otras han consagrado a Dios su virginidad. Diversos son los dones, pero todos esos individuos son una única virgen. ¿Dónde está esa virginidad? Ciertamente, no en el cuerpo. De pocas mujeres es y, si puede hablarse de virginidad en los varones, también de pocos varones es en la Iglesia la integridad del cuerpo y ese grupo es un miembro muy honorable. En cambio, los otros miembros conservan todos la virginidad no en el cuerpo, sino en la mente. ¿Cuál es la virginidad de la mente? La fe íntegra, la esperanza sólida, la caridad sincera. Aquel que sentía celos por el novio temía que la serpiente corrompiera esta virginidad, ya que, como un miembro del cuerpo se viola en cualquier lugar, así la seducción de la lengua viola la virginidad del corazón. La que no quiere mantener sin causa la virginidad del cuerpo no se corrompa en la mente.

La verdadera virginidad

13. ¿Qué diré, pues, hermanos? También los herejes tienen vírgenes y muchas son las vírgenes de los herejes. Veamos si aman al Novio, de forma que se custodie esa virginidad. ¿Para quién se custodia? Para el Mesías, dice. Veamos si para el Mesías, no para Donato; veamos para quién se conserva esa virginidad; pronto podréis comprobarlo. He aquí que muestro el Novio, porque él mismo se muestra; Juan da testimonio de él: Éste es quien bautiza. ¡Oh tú, virgen!, si conservas tu virginidad para este novio, ¿por qué corres hacia ese que dice «Yo bautizo», siendo así que el amigo de tu novio dice: Éste es quien bautiza? Además, tu Novio tiene el orbe entero; ¿por qué te corrompes en una parte? ¿Quién es el Novio? Porque rey de toda la tierra es Dios. Tu Novio en persona lo tiene entero porque entero lo ha comprado. Para que entiendas qué ha comprado, ve por cuánto ha comprado. ¿Qué precio dio? La sangre dio. ¿Cuándo dio, cuándo derramó su sangre? En la pasión. Cuando fue comprado el orbe entero, ¿acaso no cantas a tu Novio, o finges cantarle: Taladraron mis manos y pies, contaron todos mis huesos; por su parte, ellos me contemplaron y observaron, se dividieron mis ropas y echaron a suerte mi vestido? Eres la novia: reconoce el vestido de tu Novio. ¿Respecto a qué vestido echaron suerte? Interroga al evangelio; ve con quién estás desposada, ve de quién recibes las arras. Interroga al evangelio; ve qué te dice en la pasión del Señor: Estaba allí la túnica. Veamos cómo era: tejida de arriba abajo. La túnica tejida de arriba abajo ¿qué significa sino la caridad? La túnica tejida de arriba abajo ¿qué significa sino la unidad? Fíjate en esta túnica que ni siquiera los perseguidores de Cristo dividieron. Afirma, en efecto: Dijeron entre ellos: «No la dividamos, sino echemos suerte respecto a ella». He aquí eso acerca de lo cual habéis oído el salmo. Los perseguidores no desgarraron la túnica; los cristianos dividen la Iglesia.

Iglesia es universal, no nacional

14. Pero ¿qué diré, hermanos? Veamos claramente qué ha comprado. En efecto, ha comprado allí donde dio el precio. ¿A cambio de cuánto lo ha dado? Si a cambio de África, seamos donatistas, pero no nos llamemos donatistas, sino cristianos, porque Cristo ha comprado África sola, aunque aquí hay no sólo donatistas. Pero no calló qué ha comprado en su negocio. Hizo libros de cuentas; a Dios gracias, no nos ha engañado. Preciso es que la novia los oiga y ahí entienda a quién ha consagrado la virginidad; ahí, en el mismo salmo donde está dicho: «Taladraron mis manos y pies, contaron todos mis huesos», donde se declara clarísimamente la pasión del Señor; salmo que al atento pueblo entero se lee todos los años en la semana última, próxima la pasión de Cristo; entre nosotros y asimismo entre ellos se lee este salmo. Atended, hermanos, qué ha comprado allí; recítense los libros comerciales de cuentas; oíd qué ha comprado allí: Se acordarán y se volverán al Señor todos los límites de la tierra y adorarán en su presencia todos los países de las naciones, porque de él es el reino y él será dueño de las naciones. He ahí lo que ha comprado. He ahí que Dios, rey de toda la tierra, es tu novio. ¿Por qué, pues, quieres que rico tal sea reducido a harapos? Ha comprado la totalidad, reconócelo; ¿y tú dices: «Tienes parte aquí»? ¡Oh, si complacieras al Novio! ¡Oh, si no hablaras como corrompida, y corrompida no en el cuerpo, sino, lo que es peor, en el corazón! Amas a un hombre en lugar de Cristo; amas al que dice «yo bautizo»; no oyes al amigo del Novio, que dice: «Éste es quien bautiza»; no oyes al que dice: El que tiene a la novia es el novio. Dijo: Yo no tengo a la novia. Entonces, ¿qué soy? Por su parte, el amigo del novio, que está en pie y le oye, con gozo goza por la voz del novio.

Nada es válido fuera de la unidad

15. Evidentemente, pues, hermanos míos, nada aprovecha a éstos guardar virginidad, tener continencia, dar limosnas; todo lo que en la Iglesia se loa, nada les aprovecha, porque desgarran la unidad, esto es, la túnica aquella de la caridad. ¿Qué hacen? Entre ellos hay muchos elocuentes, grandes lenguas, ríos de elocuencia. ¿Acaso hablan de modo angélico? Oigan a un amigo del Novio, celoso por el Novio, no por sí: Si hablase en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tuviera caridad, me he hecho como sonante objeto de bronce, o címbalo tintineante.

Los sacramentos sin caridad son formas

16. Pero ¿qué dicen? «Tenemos el bautismo». Lo tienes, pero no tuyo. Una cosa es tener, otra ser dueño. Tienes el bautismo porque lo has recibido para estar bautizado. Lo has recibido como quien es iluminado, a no ser que por tu causa estés en tinieblas. Y, cuando lo das, lo das como servidor, no como posesor; clamas como pregonero, no como juez. Mediante el pregonero habla el juez, y empero en las actas no se escribe: «El pregonero ha dicho», sino: «El juez ha dicho». Por ende, ve si por derecho es tuyo lo que das. Si, en cambio, lo has recibido, confiesa con el amigo del Novio: No puede un hombre recibir algo si no le fuese dado desde el cielo. Confiesa con el amigo del Novio: El que tiene a la novia es el novio; por su parte, el amigo del novio está en pie y le oye. Pero, ¡oh si estuvieras en pie, le oyeses y no cayeras para oírte! Efectivamente, oyéndole estarías en pie y le oirías. De hecho, hablas y te inflas la cabeza. «Yo, dice la Iglesia, si soy la novia, si he recibido las arras, si he sido redimida con el precio de su sangre, oigo la voz del Novio; también oigo la voz del amigo del Novio entonces, si da gloria a mi Novio, no a sí mismo». Diga el amigo: El que tiene a la novia es el novio; por su parte, el amigo del novio está en pie y le oye y con gozo goza por la voz del novio. He ahí que tienes los sacramentos; también yo lo concedo. Tienes la forma, pero eres sarmiento cortado de la cepa; tú muestras la forma, yo busco la raíz. El fruto sale no de la forma, sino donde está la raíz; ahora bien, ¿dónde está la raíz sino en la caridad? Oye también la forma de los sarmientos, hable Pablo: Si sé, afirma, todos los sacramentos y tengo toda la profecía y toda la fe —¿y cuánta fe?—, de forma que traslade yo montes, pero no tuviera caridad, no soy nada.

Ni los milagros son válidos fuera de la unidad

17. Nadie, pues, os venda fábulas: «Poncio hizo un milagro; Donato oró y Dios le respondió desde el cielo». Primero, o se engañan o engañan. Después supón que él traslada montes: Pero si no tuviera caridad, dice, no soy nada. Veamos si tiene caridad. Lo creería yo si él no hubiera dividido la unidad. De hecho, también contra estos milagreros, por así llamarlos, mi Dios me ha hecho cauto, al decir: En los últimos tiempos se alzarán profetas falsos, que harán signos y prodigios para, si fuese posible, inducir a error aun a los elegidos. He aquí que os lo he predicho. Cautos, pues, nos ha hecho el Novio, porque no debemos ser engañados ni por milagros. Efectivamente, a veces hasta un desertor amedrenta a un habitante de provincias; pero quien no quiere ser amedrentado y seducido se fija en esto: en si sigue perteneciendo al ejército y en si le sirve de algo la marca con que está señalado. Mantengamos, pues, la unidad, hermanos míos. Fuera de la unidad, aun quien hace milagros no es nada. Efectivamente, en la unidad estaba el pueblo de Israel y no hacía milagros; fuera de la unidad estaban los magos del Faraón y los hacían similares a los de Moisés; el pueblo de Israel, como he dicho, no los hacía: ¿quiénes estaban salvados ante Dios, quienes los hacían o quienes no los hacían? El apóstol Pedro resucitó a un muerto, Simón Mago hizo muchos prodigios, allí había muchos cristianos que no podían hacer ni lo que hacía Pedro ni lo que hacía Simón. Pero ¿de qué se alegraban? De que sus nombres estaban escritos en el cielo. De hecho, al regresar los discípulos, lo aseveró nuestro Señor Jesucristo en atención a la fe de los gentiles. Los mismos discípulos, en efecto, dijeron gloriándose: He aquí, Señor, que aun los mismos demonios se nos han sometido. Ciertamente confesaron bien, dieron honor al nombre de Cristo. Y, sin embargo, ¿qué les contesta? No os gloriéis en esto, en que los demonios se os han sometido; más bien, gozad de que vuestros nombres están escritos en el cielo. Pedro expulsó demonios; no sé qué viejecita viuda, no sé qué hombre laico cualquiera, que tienen caridad, que mantienen la integridad de la fe, no hacen eso. En el cuerpo, Pedro es ojo; aquél, en el cuerpo, es dedo, pero está en el mismo cuerpo en que está Pedro; y, aunque el dedo vale menos que el ojo, no está empero desgajado del cuerpo. Mejor es ser dedo y estar en el cuerpo que ser ojo y ser arrancado del cuerpo.

Conclusión: orar por los separados

18. Por ende, hermanos míos, nadie os engañe, nadie os seduzca. Amad la paz de Cristo que fue crucificado por vosotros, aunque es Dios. Pablo dice: Ni quien planta es algo ni quien riega, sino quien da el crecimiento, Dios. ¿Y alguno de nosotros dice que es algo? Si dijéramos que somos algo y no le diéramos a él la gloria, somos adúlteros: queremos ser amados nosotros, no el Novio. Vosotros quered a Cristo y a mí en él, en quien también yo os quiero. Quiéranse mutuamente los miembros, pero vivan todos sometidos a la cabeza. Con dolor ciertamente, hermanos míos, me siento forzado a decir muchas cosas, mas he dicho pocas. No he podido terminar la lectura. El Señor asistirá para que se termine oportunamente. No quiero, en efecto, cargar más vuestros corazones, respecto a los cuales quiero que se queden libres para los gemidos y oraciones por aquellos que aún están sordos y

 

 

TRATADO 14

Comentario a Jn 3,29-36, predicado en Hipona, algunos días después del tratado anterior

Juan, la luz iluminada

1. Esa lectura del santo evangelio nos enseña la excelencia de nuestro Señor Jesucristo y la modestia del hombre que mereció ser llamado amigo del Novio, para que distingamos la diferencia entre un hombre hombre y el hombre Dios. Porque el hombre Dios, nuestro Señor Jesucristo, Dios antes de todas las eras y hombre en nuestra era, Dios que procede del Padre y hombre nacido de la Virgen, el único y empero el mismo Señor y Salvador Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre; Juan, en cambio, de una gracia excelente, fue enviado delante de él, iluminado por quien es la Luz. De Juan, en efecto, se dice: No era él la Luz, sino para dar testimonio de la luz. Puede ciertamente llamársele luz y bien se le llama luz también a él; pero luz iluminada, no iluminante, pues una es la luz que ilumina y otra la luz que es iluminada, porque también se llama luceros a nuestros ojos y, sin embargo, están abiertos en la oscuridad y no ven. En cambio, la luz iluminante es luz por sí misma, es luz para sí misma y no necesita otra luz para poder lucir, sino que lo demás la necesita a ella misma para lucir.

Juan permanece en la verdad

2. Confesó, pues, Juan como habéis oído que, como Jesús hiciera muchos discípulos y se le narrase como para azuzarlo —pues cual a un envidioso narraron: «He aquí que él hace más discípulos que tú»—, Juan confesó qué era y mereció pertenecer a él precisamente porque no osó decir que él era lo que es aquél. Esto, pues, dijo Juan: No puede un hombre recibir algo si no le fuese dado desde el cielo. Cristo, pues, da, el hombre recibe. Vosotros mismos dais testimonio de mí, de que yo dije: «Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él». El que tiene a la novia es el novio; por su parte, el amigo del novio, que está en pie y le oye, con gozo goza por la voz del novio. No se procuró gozo de sí mismo. De hecho, quien quiere gozar de sí estará triste; quien, en cambio, quiere gozar de Dios gozará siempre, porque Dios es sempiterno. ¿Quieres tener gozo sempiterno? Adhiérete al que es sempiterno. Juan dijo que él era de esta condición.

Afirma: El amigo del novio goza por la voz del novio, no por la suya, y está en pie y le oye. Si, pues, cae, no le oye, pues de ese quídam que cayó está dicho: No estuvo en pie en la verdad; del diablo está dicho. El amigo del novio debe, pues, estar en pie y oír. ¿Qué significa estar en pie? Permanecer en su gracia que recibió. Y oye la voz de que goza. Juan era así. Sabía de qué se gozaba, no se arrogaba lo que no era; se sabía iluminado, no iluminador. Ahora bien, dice el evangelista: existía la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Si, pues, a todo hombre, también a Juan mismo, porque también él procede de hombres. En efecto, aunque entre los nacidos de mujeres no haya surgido nadie mayor que Juan, sin embargo, también él es uno de quienes han nacido de mujeres. ¿Acaso ha de compararse con quien nació porque quiso, y con un parto nuevo, porque nació nuevo? De hecho, las dos generaciones del Señor son inusitadas, tanto la divina como la humana. La divina no tiene madre, la humana no tiene padre. Juan, pues, uno de tantos, aunque de gracia mayor, de forma que entre los nacidos de mujeres nadie surgiera mayor que él, dio testimonio tan fuerte de nuestro Señor Jesucristo, que lo llama Novio y dice que él es el amigo del Novio, no digno empero de desatar la correa de su calzado. Sobre esto ya ha oído Vuestra Caridad muchas cosas. Veamos lo que sigue; de hecho es un poco difícil de entender. Pero, porque Juan mismo dice que no puede un hombre recibir algo si no le fuese dado desde el cielo, lo que no entendamos, quienes somos hombres y no podemos recibir algo, si no lo diere quien no es hombre, roguemos a quien lo da desde el cielo.

La alegría de Juan

3. Sigue, pues, esto y dice Juan: Este gozo mío está, pues, cumplido. ¿Cuál es su gozo? Gozar por la voz del novio. Está cumplido en mí, tengo mi gracia, no tomo más para mí, por no perder lo que he recibido. ¿Y qué gozo es éste? Con gozo goza por la voz del novio. Comprenda, pues, el hombre que no debe gozarse de su sabiduría, sino de la sabiduría que ha recibido de Dios. No busque nada más y no perderá lo que halló. Muchos, en efecto, se hicieron necios por haber dicho que ellos eran sabios. El Apóstol los reprende y dice de ellos: Porque lo que de Dios es conocido, afirma, está manifiesto para ellos, pues Dios se lo manifestó. Escuchad qué dice de ciertos ingratos, impíos: Pues Dios se lo manifestó, pues desde la creación del mundo, mediante lo que ha sido hecho se percibe entendido lo invisible suyo, también su sempiterna fuerza y divinidad, de manera que son inexcusables. ¿Por qué inexcusables? Porque, aun conociendo a Dios —no dijo «porque no conocieron»—; aun conociendo a Dios no lo glorificaron como a Dios ni dieron gracias, sino que se desvanecieron en sus proyectos y se oscureció su insipiente corazón pues, al decir que ellos eran sabios, se volvieron estultos. Si, en efecto, habían conocido a Dios, a una habían conocido que no los había hecho sabios sino Dios. Deberían, pues, atribuir lo que no tenían por sí mismos no a sí, sino a ese de quien lo habían recibido. Por otra parte, al no darle gracias, se volvieron insipientes. Dios, pues, quitó a los ingratos lo que había dado gratis. Juan no quiso ser esto, quiso ser agradecido; confesó haberlo recibido y dijo que él gozaba por la voz del novio y afirmó: Este gozo mío está cumplido.

Que él crezca y yo disminuya

4. Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe. ¿Qué significa esto? Es preciso que él sea exaltado y yo, en cambio, humillado. ¿Cómo crece Jesús? ¿Cómo crece Dios? El Perfecto no crece. Pues bien, Dios no crece ni mengua, pues, si crece, no es perfecto; si mengua, no es Dios. Por su parte, el Dios Jesús ¿cómo crece? Si en cuanto a la edad —porque se dignó ser hombre y fue niño y, aunque es la Palabra de Dios, yació como bebé en un pesebre y, aunque creó a su madre, de la madre mamó la leche de la infancia—; porque, pues, Jesús creció en cuanto a la edad corporal, quizá por eso está dicho: Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe. ¿Y por qué también esto? Juan y Jesús, en lo que a la carne atañe, eran coetáneos. Sólo se diferenciaban en seis meses; habían crecido a la par. Y si nuestro Señor Jesucristo hubiera querido estar más tiempo aquí antes de morir y que con él estuviese Juan mismo, como habían crecido a la par, así podían envejecer a la par. ¿Por qué, pues, es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe? Primero, porque el Señor ya tenía treinta años, ¿acaso alguien, si tiene ya treinta años, es joven para crecer todavía? A partir de esa edad comienzan ya los hombres a estar en su ocaso y declinar hacia una edad más digna y de ahí a la vejez. Pero, aunque ambos fuesen niños, no diría: «Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe», sino que diría: «Conviene que nosotros crezcamos a una». Ahora, en cambio, treinta años tenía uno y treinta el otro: los seis meses de intervalo no suponen edad distinta; la lectura, más que la vista, descubre tal diferencia.

Crecer bien

5. ¿Qué significa, pues, Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe? ¡Grande es este misterio! Entienda Vuestra Caridad. Antes que viniera Señor Jesús, los hombres se gloriaban de sí; vino ese hombre, para que menguase la gloria del hombre y aumentase, pues vino él sin pecado y halló a todos con pecado. Si vino así para perdonar los pecados, Dios los perdone, el hombre los confiese, pues la confesión del hombre es la humildad del hombre, la compasión de Dios es la altura de Dios. Si, pues, vino él a perdonar al hombre los pecados, reconozca el hombre su vileza, y Dios obre su misericordia. Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe; esto es, es preciso que él dé y yo, en cambio, reciba; es preciso que él sea glorificado y yo, en cambio, confiese. Reconozca el hombre su condición, confiésela a Dios y oiga al Apóstol decir al hombre que se ensoberbece y jactancioso, que quiere ensalzarse:¿Qué tienes que no hayas recibido? Ahora bien, si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? El hombre, pues, que quería llamar suyo a lo que no es suyo, entienda que lo ha recibido y disminuya, pues es un bien para él que Dios sea en él glorificado. Mengüe él en sí mismo para que en Dios sea hecho aumentar. Cristo y Juan significaron también con sus pasiones estos testimonios y esta verdad, porque Juan menguó en cuanto a su cabeza y Cristo fue exaltado en la cruz, para que también en eso apareciese qué significa Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe. Por otra parte, Cristo nació cuando los días comienzan a crecer; Juan, cuando los días comienzan a menguar. La creación misma y las pasiones mismas confirman las palabras de Juan: Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe. Crezca, pues, en nosotros la gloria de Dios y mengüe nuestra gloria, para que también la nuestra crezca en Dios. Esto, en efecto, dice el Apóstol, esto dice la Santa Escritura: Quien se gloríe, gloríese en el Señor. ¿Quieres gloriarte en ti? Quieres crecer; pero para mal tuyo creces mal, pues quien mal crece, justamente mengua. Crezca, pues, Dios, que siempre es perfecto; crezca en ti. De hecho, cuanto más entiendes a Dios y cuanto más lo comprendes, parece que Dios crece en ti; ahora bien, no crece en sí, sino que siempre es perfecto. Entendías ayer un poco, entiendes hoy más, entenderás mañana mucho más: la luz misma de Dios crece en ti; así crece, digamos, Dios, que siempre permanece perfecto. Como si los ojos de alguien se curasen de una antigua ceguera y comenzase a ver un poquito de luz y al día siguiente viera más y al tercer día más, le parecería que la luz crece, la luz empero es perfecta, véala él o no, así es también el hombre interior: adelanta, sí, en Dios y Dios parece crecer en él; él mismo empero mengua, de forma que se cae de su gloria y surge a la gloria de Dios.

De la tierra y del cielo

6. Ahora ya aparece distinta y manifiestamente lo que acabamos de oír. Quien viene de arriba está sobre todos. Mira qué dice de Cristo. De sí, ¿qué? Quien procede de la tierra, de la tierra procede y de la tierra habla. El que viene de arriba está sobre todos: éste es Cristo. Quien, en cambio, procede de la tierra, de la tierra procede y de la tierra habla: es Juan. Pero ¿es esto todo, Juan procede de la tierra y de la tierra habla? ¿El entero testimonio que da de Cristo habla de la tierra? ¿No oye Juan voces de Dios cuando da testimonio de Cristo? ¿Cómo, pues, habla de la tierra? Pero se refería a sí en cuanto hombre. En cuanto a lo que atañe al hombre mismo, procede de la tierra y de la tierra habla; si, en cambio, habla algo divino, está iluminado por Dios, porque, si no estuviera iluminado, la tierra hablaría de la tierra. Cosas bien distintas son, pues, la gracia de Dios y la naturaleza del hombre.

Ahora interroga a la naturaleza humana: nace, crece, aprende esas cosas usuales de los hombres. ¿Qué conoce sino a la tierra a partir de la tierra? Habla de lo humano, conoce lo humano, entiende lo humano; carnal, estima carnalmente, supone carnalmente; he ahí al hombre entero. Venga la gracia de Dios, ilumine sus tinieblas, como dice: Tú iluminarás mi lámpara, Señor; Dios mío, ilumina mis tinieblas. Tome la mente humana, gírela hacia su luz; comienza ya a decir lo que el Apóstol dice: «Ahora bien, no yo, sino la gracia de Dios conmigo», y: Ahora bien, ya no vivo yo; en cambio, vive Cristo en mí. Esto significa: Es preciso que él crezca y yo, en cambio, mengüe. Juan, pues, en cuanto a lo que atañe a Juan, procede de la tierra y de la tierra habla; si oyes a Juan algo divino, es del Iluminador, no del receptor.

¿Qué oye el Hijo al Padre?

7. Quien viene del cielo está sobre todos, y lo que ha visto y oyó, esto testifica, mas nadie acoge su testimonio. Del cielo viene, sobre todos está nuestro Señor Jesucristo, de quien está dicho más arriba: Nadie ha ascendido al cielo sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. Ahora bien, está sobre todos, y de lo que ha visto y oyó, de esto habla. Tiene, en efecto, Padre también el Hijo de Dios; tiene Padre y oye al Padre. ¿Y qué es lo que oye al Padre? ¿Quién lo explicará? ¿Cuándo mi lengua, cuándo mi corazón serán capaces, el corazón de entender o la lengua de proferir qué es lo que el Hijo oyó al Padre? ¿Quizá el Hijo oyó la Palabra del Padre? ¡Más bien el Hijo es la Palabra del Padre! Veis cómo aquí se fatiga todo intento humano; veis cómo aquí falla toda conjetura de nuestro pecho y todo esfuerzo de la mente entenebrecida. Oigo decir a la Escritura que el Hijo habla de lo que oye al Padre; y de nuevo oigo decir a la Escritura que ese Hijo mismo es la Palabra del Padre: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Nosotros hablamos palabras que vuelan y pasan; apenas haya sonado una palabra en tu boca, pasa, produce su estrépito y pasa al silencio. ¿Puedes acaso seguir tu sonido y detenerlo para que esté quieto? Tu pensamiento, en cambio, permanece, y desde ese pensamiento permanente dices muchas palabras transitorias.

¿Qué quiero decir con esto, hermanos? Dios, al hablar, ¿ha usado la voz, ha usado sonidos, ha usado sílabas? Si ha utilizado esas cosas, ¿en qué lengua ha hablado? ¿Hebrea, griega, latina? Son necesarias las lenguas donde hay pueblos diversos. Pero aquí nadie podrá decir que Dios ha hablado en tal o cual lengua. Observa tu corazón: cuando concibes una palabra que decir —de hecho, diré, si puedo, lo que podamos observar en nosotros, sin pretensiones de entenderlo—, cuando, pues, concibes una palabra que proferir, quieres decir una cosa y la concepción misma de la cosa en tu corazón es ya una palabra. Todavía no ha aparecido, pero ya ha nacido en el corazón y permanece para aparecer. Ahora bien, miras hacia quién aparecerá, con quién vas a hablar. Si es un latino, buscas un vocablo latino; si es un griego, piensas en palabras griegas; si es un púnico, miras a ver si sabes la lengua púnica. Según la diversidad de oyentes, usas lenguas diversas para proferir la concebida. En cambio, lo que en el corazón habías concebido no lo retenía ninguna lengua. Porque, pues, Dios, al hablar, no ha necesitado una lengua ni asumido género de locución, ¿cómo ha sido oído por el Hijo, siendo así que el Hijo mismo es lo que Dios ha dicho? Efectivamente, como tú tienes en el corazón y contigo está la palabra que pronuncias y esa concepción es espiritual —en verdad, como tu alma es espíritu, así también es espíritu la palabra que concebiste, pues aún no ha recibido sonido para dividirse mediante sílabas, sino que permanece en la concepción del corazón y en el espejo de la mente—, así Dios ha proferido la Palabra, esto es, engendrado al Hijo. Del tiempo engendras ciertamente tú una palabra también en el corazón; sin tiempo ha engendrado Dios al Hijo mediante el que ha creado todos los tiempos. Porque, pues, la Palabra de Dios es su Hijo, mas el Hijo nos ha dicho no su palabra, sino la Palabra del Padre, quien decía la Palabra del Padre ha querido decírsenos a sí mismo. Esto, pues, dijo Juan como convino y fue preciso; yo lo he expuesto como pude. Aquel a cuyo corazón no ha llegado aún una digna comprensión de realidad tan sublime, tiene a dónde volverse, tiene dónde aldabear, tiene a quién preguntar, tiene a quién pedir, tiene de quién recibir.

El pueblo fiel

8. Quien viene del cielo está sobre todos, y lo que ha visto y oyó, esto testifica, mas nadie acoge su testimonio. Si nadie, ¿a qué vino? Nadie, pues, de un grupo. Hay cierto pueblo destinado a la ira de Dios, que será condenado con el diablo. De éstos, nadie acoge el testimonio de Cristo. Efectivamente, si absolutamente nadie, ningún hombre. ¿Qué es lo que sigue? Quien acoge su testimonio selló que Dios es veraz . Ciertamente, pues, no nadie, si tú mismo dices: ¿Quien acoge su testimonio selló que Dios es veraz? Juan, interrogado, tal vez respondería y diría: «Sé por qué he dicho “nadie”, pues hay cierto pueblo nacido para la ira de Dios y preconocido para esto». Dios conoce, en efecto, quiénes van a creer y quiénes no van a creer; Dios conoce quiénes van a perseverar en lo que han creído y quiénes van sucumbir, y para Dios están numerados todos los que han de ser para la vida eterna, y conoce que ese pueblo está separado. Y si él lo conoce, y lo ha dado a conocer a los profetas mediante el Espíritu, también lo ha dado a Juan.

Juan, pues, no observaba con su ojo porque, en cuanto a lo que le atañe, es tierra y de la tierra habla; sino que con esa gracia del Espíritu que había recibido de Dios vio a cierto pueblo impío, infiel. Al observarlo en su infidelidad, afirma: Nadie acoge el testimonio de quien viene del cielo. Nadie ¿de quiénes? De quienes estarán a la izquierda, de aquellos a quienes se dirá: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Quiénes, pues, lo acogen? Los que estarán a la derecha, a quienes se dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el Reino que os está preparado desde el origen del mundo. Observa, pues, la división en cuanto al espíritu y, en cambio, la mezcla en el género humano; y separó con la inteligencia, separó con la mirada del corazón lo que aún no está separado en lugares; vio dos pueblos, el de los fieles y el de los infieles. Observa a los infieles y afirma: Quien viene del cielo está sobre todos, y lo que ha visto y oyó, esto testifica, mas nadie acoge su testimonio.

Después se trasladó a la izquierda, miró hacia la derecha y, continuando, afirma: Quien acoge su testimonio selló que Dios es veraz. ¿Qué significa «Selló que Dios es veraz» sino que el hombre es mendaz, mas Dios es veraz? Porque nadie de los hombres puede decir lo que es de la verdad si no lo ilumina quien no puede mentir. Dios, pues, es veraz; Cristo, por su parte, es Dios. ¿Quieres pruebas? Acoge su testimonio y lo verás, pues quien acoge su testimonio selló que Dios es veraz. ¿Quién? Ese mismo que viene del cielo y está sobre todos es el Dios veraz. Pero, si aún no entiendes que él es Dios, aún no has acogido su testimonio. Acógelo y sellas, entiendes provisoriamente, reconoces definitivamente que es Dios veraz.

La caridad en el seno de la Trinidad

9. Pues a quien Dios envió habla las palabras de Dios. Ese mismo es Dios veraz y Dios lo envió. Dios envía a Dios. Une a ambos: un único Dios, el Dios veraz enviado por Dios. Pregunta por cada uno: es Dios; pregunta también por ambos: son Dios. No es cada uno Dios y dioses ambos, sino cada uno por su parte Dios y ambos Dios, pues tanta es allí la caridad del Espíritu Santo, tanta la paz de la unidad que, cuando se pregunta por cada uno, se te responde: «Dios»; cuando se pregunta por la Trinidad, se te responde: «Dios». En efecto, si el espíritu del hombre cuando está pegado a Dios es un único espíritu, pues el Apóstol dice abiertamente: «Quien se adhiere al Señor es un único espíritu», ¿cuánto más el Hijo igual, al estar adherido al Padre, será a una con él un único Dios? Escuchad otro testimonio. Conocéis cuán numerosos creyeron cuando vendían todo lo que tenían y pusieron las ventas a los pies de los apóstoles, para que se distribuyera a cada uno como necesitaba. ¿Y de aquella congregación de santos qué dice la Escritura? Tenían en el Señor un único corazón y una única alma. Si la caridad hizo de tantas almas una única alma y de tantos corazones hizo un único corazón, ¿cuán grande es la caridad entre el Padre y el Hijo? Sin duda, puede ser mayor que la que había entre aquellos hombres que tenían un único corazón. Si, pues, el corazón de muchos hermanos era único por la caridad y el alma de muchos hermanos era única por la caridad, ¿vas a decir que Dios Padre y Dios Hijo son dos? Si son dos dioses, no hay allí suma caridad, pues, si aquí la caridad es tanta que de tu alma y del alma de un amigo hace una única alma, ¿cómo allí no son un único Dios el Padre y el Hijo? Ni hablar de que piense esto la fe no fingida. Por lo siguiente deducid cuánto sobresale aquella caridad: muchas son las almas de muchos de hombres y, si se quieren, hay una única alma; sin embargo, se puede hablar de muchas almas, se puede entre hombres porque la unión no es tanta. En cambio, allí es lícito que hables de un único Dios, no es lícito que hables de dos o de tres dioses. A partir de esto se te encomia tanta sobreeminencia y cumbre de caridad, que no puede haber mayor.

El Espíritu con medida y sin medida

10. Pues a quien Dios envió habla las palabras de Dios. Esto decía de Cristo, sí, para distinguirse de él. «Pues ¿qué? ¿Acaso Dios no envió a Juan mismo? ¿No dijo él mismo: «He sido enviado delante de él», y: «Quien me envió a bautizar con agua», y de él está dicho: He aquí que yo envío mi ángel delante de ti, y preparará tu camino? ¿Acaso no habla las palabras de Dios también ese mismo de quien también está dicho que es más que profeta? Si, pues, Dios también lo envió y habla las palabras de Dios, ¿cómo entendemos que en orden a la distinción dijo él acerca de Cristo: Pues a quien Dios envió habla las palabras de Dios? Pero mira qué añade: Pues Dios no da el Espíritu con medida. ¿Qué significa esto: Pues Dios no da el Espíritu con medida? Descubrimos que Dios da el Espíritu con medida. Escucha al Apóstol decir: Según la medida del don del Mesías. A los hombres lo da con medida, al único Hijo no lo da con medida. ¿Cómo lo da a los hombres con medida? A uno se le da mediante el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según idéntico Espíritu; a otro, fe en virtud de idéntico Espíritu; a otro profecía, a otro discernimiento de espíritus, a otro géneros de lenguas, a otro don de curaciones. ¿Acaso son todos apóstoles, acaso todos profetas, acaso todos doctores? ¿Acaso todos tienen poderes, acaso todos tienen dones de curaciones? ¿Acaso hablan todos en lenguas, acaso todos las interpretan? Una cosa tiene éste, otra aquél, éste no tiene lo que tiene aquél. Hay medida, hay cierta repartición de dones. A los hombres, pues, se da con medida, y la concordia hace allí un único cuerpo. Como la mano recibe una cosa para obrar, otra el ojo para ver, otra el oído para oír, otra el pie para caminar, única es empero el alma que gestiona todo, en la mano para obrar, en el pie para caminar, en el oído para oír y en el ojo para ver, así son también los diversos dones de los fieles, distribuidos a cada uno, cual a miembros, con medida. Pero Cristo, que los da, no los recibe con medida.

El amor del Padre al Hijo

11. En efecto, porque del Hijo había dicho: «Pues Dios no da el Espíritu con medida», oye aún qué sigue: El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. Añadió: «Ha puesto todo en su mano», para que conocieses también aquí con qué distinción está dicho: El Padre ama al Hijo. Pues ¿por qué? ¿El Padre no ama a Juan? Y sin embargo no ha puesto todo en su mano. ¿El Padre no ama a Pablo? Y sin embargo no ha puesto todo en su mano. El Padre ama al Hijo, pero como un padre a su hijo, no como un señor a su esclavo; como al Único, no como a un adoptado. Así pues, ha puesto todo en su mano. ¿Qué significa «todo»? Que el Hijo es tan grande como el Padre. De hecho, para la igualdad consigo ha engendrado a ese que no tuvo como rapiña ser igual a Dios en forma de Dios. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. Cuando, pues, se dignó enviarnos al Hijo, no supongamos que se nos envió algo menor de lo que es el Padre. Al enviar al Hijo, se envió a sí mismo en otra persona.

Ver al Padre en Jesús

12. De hecho, los discípulos, cuando aún creían que el Padre es una cosa mayor que el Hijo, porque veían la carne y no entendían la divinidad, le dijeron: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Como si dijeran: «Ya te conocemos a ti y te bendecimos por conocerte, pues te damos gracias por haberte mostrado a nosotros; pero todavía no conocemos al Padre; por eso nuestro corazón arde y se abrasa con cierta santa ansia de ver a tu Padre que te envió; muéstranoslo y de ti no desearemos nada más, pues nos basta con que se haya mostrado ese mayor que el cual nadie puede haber». ¡Buena ansia, buen deseo; pero inteligencia pequeña! En efecto, al observar el Señor Jesús que los pequeños buscaban cosas grandes, y que él mismo era grande entre pequeños y pequeño entre pequeños, a Felipe, uno de los discípulos, el cual había dicho eso, le pregunta: Tanto tiempo estoy con vosotros, y ¿no me habéis conocido, Felipe? Felipe podría responder aquí: «Te conocemos, pero ¿acaso te hemos dicho “Muéstrate a nosotros”? Te conocemos, pero buscamos al Padre». Inmediatamente añade: Quien me ha visto, ha visto también al Padre. Si, pues, el enviado es igual al Padre, no lo juzguemos por la debilidad de la carne; pensemos, más bien, en la majestad vestida de carne, no oprimida por la carne. En efecto, mientras permanece como Dios con el Padre, se hizo hombre con los hombres, para que tú fueses hecho capaz de captar a Dios, gracias a aquel que se hizo hombre junto a ti. De hecho, el hombre no podía captar a Dios; el hombre podía ver a un hombre, no podía captar a Dios. ¿Por qué no podía captar a Dios? Porque no tenía el ojo del corazón con que captarlo. Había, pues, dentro algo enfermo y fuera algo sano: tenía sanos los ojos del cuerpo, tenía enfermos los ojos del corazón. Aquél se hizo hombre adaptado al ojo del cuerpo, para que, creyendo en ese que podía ser visto corporalmente, fueses curado para ver a quien no podías ver espiritualmente. Tanto tiempo estoy con vosotros, y ¿no me habéis conocido, Felipe? Quien me ha visto, ha visto al Padre. ¿Por qué no lo veían ellos? He aquí que lo veían, mas no veían al Padre; veían la carne, pero la majestad se ocultaba. Los judíos que lo crucificaron vieron también lo que veían los discípulos que le amaron. Dentro, pues, estaba entero él, y dentro de la carne de tal modo, que permaneció con el Padre, pues no abandonó al Padre cuando vino a la carne.

La ira de Dios

13. El pensamiento carnal no capta lo que digo; difiera la comprensión y comience por la fe; oiga lo que sigue: Quien cree en el Hijo tiene vida eterna; quien, en cambio, es incrédulo respecto al Hijo no verá vida, sino que permanece sobre él la ira de Dios. No dijo «la ira de Dios viene a él», sino: La ira de Dios permanece sobre él. Todos los que nacen mortales tienen consigo la ira de Dios. ¿Qué ira de Dios? La que recibió el primer Adán. De hecho, si pecó el primer hombre y oyó: «De muerte morirás», él pasó a ser mortal, y comenzamos a nacer mortales porque hemos nacido bajo la ira de Dios. Vino después el Hijo sin tener pecado y se vistió de carne, se vistió de mortalidad. Si él participó con nosotros de la ira de Dios, ¿seremos nosotros perezosos en participar con él de la gracia de Dios? Quien, pues, no quiere creer en el Hijo, la ira de Dios permanece sobre él. ¿Qué ira de Dios? Esa de la que dice el Apóstol: Por naturaleza fuimos también nosotros hijos de ira, como también los demás. Todos, pues, somos hijos de ira porque venimos de la maldición de la muerte. Cree en Cristo, hecho mortal por ti, para que comprendas que es inmortal; en efecto, cuando comprendas su inmortalidad, tampoco tú serás mortal. Vivía, morías; murió para que vivas. Trajo la gracia de Dios, se llevó la ira de Dios. Dios ha vencido a la muerte, para que la muerte no venciese al hombre.

 

 

TRATADO 15

Comentario a Jn 4,1-42, predicado en Hipona en junio de 407

Se anuncian cosas sublimes en este mensaje

1. No es nuevo para los oídos de Vuestra Caridad que el evangelista Juan, cual águila, vuela muy alto, trasciende las tinieblas de la tierra y contempla con mirada firmísima la luz de la verdad. De hecho, son muchos ya los pasajes de su evangelio que con la ayuda de Dios y por ministerio mío se han tratado. Ahora bien, por orden sigue esta lectura que hoy se ha recitado. Más para recordarlo que para aprenderlo, vais a oír muchos lo que por donación del Señor voy a decir. Sin embargo, no porque no haya instrucción, sino recuerdo, debe por eso ser perezosa la atención. Se nos ha leído esto y tengo en las manos esta lectura para tratar de ella: junto al pozo de Jacob hablaba con una mujer samaritana el Señor Jesús. De hecho se dijeron allí grandes misterios e imágenes de cosas importantes, que alimentan al alma hambrienta y dan nuevas fuerzas a la enferma.

De nuevo vuelve a Galilea

2. Como el Señor hubiese oído que los fariseos sabían que hacía y bautizaba más discípulos que Juan —aunque bautizaba no Jesús, sino sus discípulos—, abandonó la tierra de Judea y se fue de nuevo a Galilea. Sobre esto no hay que disertar más tiempo, no sea que por detenerme en lo evidente ande falto de tiempo para escrutar y aclarar lo oscuro. Si el Señor supiera que los fariseos conocían de él que hacía más discípulos y que bautizaba a más, de forma que conocer eso les valiera para la salvación de seguirlo, para ser discípulos también ellos y querer ellos ser bautizados por él, más bien no abandonaría la tierra de Judea, sino que por ellos permanecería allí, sí; pero, porque conoció el saber de ellos y a la vez conoció también su envidia —que se enteraron de esto no para seguirle, sino para perseguirle—, se marchó de allí. Ciertamente, porque pudo no nacer si no quería, también podía él, presente, no ser detenido por ellos si no quería; no ser asesinado si no quería. Pero, porque en toda cosa que realizó como hombre daba ejemplo a los hombres que iban a creer en él —porque ningún siervo de Dios peca si, al ver el furor de quienes quizá le persiguen o de quienes buscan su vida para mal, se retira a otro lugar; en cambio, al siervo de Dios le parecería que pecaba si lo hacía, a no ser que el Señor hubiese precedido en hacerlo—, aquel Maestro bueno hizo esto para enseñar, no porque temiera.

Como bautizaba Jesús

3. Tal vez pueda turbar esto también, por qué está dicho: «Jesús bautizaba a más que Juan», y, después de que está dicho«bautizaba», se ha añadió: Aunque bautizaba no Jesús, sino sus discípulos. ¿Qué, pues? «Se había dicho una falsedad y fue corregida cuando se añadió: Aunque bautizaba no Jesús, sino sus discípulos? ¿O una y otra cosa es verdad: Jesús bautizaba y no bautizaba? Bautizaba, en efecto, porque él en persona purificaba; no bautizaba porque él en persona no sumergía en el agua. Los discípulos prestaban el servicio del cuerpo, él prestaba la ayuda de la majestad. ¿Cuándo, en efecto, cesaría de bautizar mientras no cesa de limpiar? De él está dicho por el mismo Juan, mediante la persona de Juan Bautista, que dice: Éste es quien bautiza. Jesús, pues, bautiza todavía y seguirá bautizando hasta que seamos bautizados. Acérquese seguro el hombre al ministro inferior, pues tiene un Maestro superior.

El bautismo: agua y palabra

4. Pero quizá afirma alguien: «Cristo bautiza, sí, pero en el espíritu, no en el cuerpo», como si en el sacramento del bautismo corporal y visible es imbuido alguno por el don de otro que aquél. ¿Quieres saber que él en persona bautiza no sólo con el Espíritu, sino también con el agua? Escucha al Apóstol: Como Cristo, dice, amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para limpiarla con el baño del agua mediante la palabra, para presentar él mismo a sí la Iglesia gloriosa, que no tiene mancha ni arruga ni algo de esta laya. Para limpiarla. ¿Con qué? Con el baño del agua mediante la palabra. ¿Qué es el bautismo de Cristo? Un baño del agua mediante la palabra. Quita el agua: no hay bautismo; quita la palabra: no hay bautismo.

El pozo de Jacob

5. Tras esta introducción mediante la que llega al coloquio con aquella mujer, veamos, pues, lo que resta, lleno de misterios y preñado de sacramentos. Pues bien, afirma, era preciso que él atravesase Samaría. Llegó, pues, a una ciudad de Samaría, que se llama Sicar, junto a la finca que Jacob dio a su hijo José. Ahora bien, allí estaba la fuente de Jacob. Era un pozo, pero todo pozo es una fuente, no toda fuente es un pozo. En efecto, donde el agua mana de la tierra y se ofrece al uso de quienes la sacan, se habla de fuente; pero, si está a la mano y en la superficie, se habla sólo de fuente; si, en cambio, está en lo hondo y profundo, se llama pozo, sin perder el nombre de fuente. Jesús débil y Jesús fuerte

6. Jesús, pues, fatigado del viaje, estaba sentado así sobre la fuente. Era como la hora sexta. Ya comienzan los misterios, pues no en vano se fatiga Jesús; no en vano se fatiga la Fuerza de Dios; no en vano se fatiga quien reanima a los fatigados; no en vano se fatiga quien, si nos abandona, nos fatigamos; si está presente, nos afianzamos. Se fatiga empero Jesús y se fatiga del viaje, se sienta; se sienta junto al pozo, y fatigado se sienta a la hora sexta. Todo eso insinúa algo, quiere indicar algo, llama nuestra atención, nos exhorta a aldabear. Abra, pues, a mí y a vosotros quien se dignó exhortar, diciendo: Aldabead y se os abrirá. Por ti está Jesús fatigado del viaje. Hallamos a Jesús fuerte y hallamos a Jesús débil; a Jesús fuerte y débil: fuerte porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ésta existía al principio en Dios. ¿Quieres ver cuán fuerte es ese Hijo de Dios? Todo se hizo mediante ella, y sin ella no se hizo nada y todo se hizo sin esfuerzo. ¿Qué, pues, más fuerte que ese mediante quien todo se hizo sin esfuerzo? ¿Quieres conocer que es débil? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La fortaleza de Cristo te creó y la debilidad de Cristo te reanimó. La fortaleza de Cristo hizo que existiera lo que no existía; la debilidad de Cristo hizo que lo que existía no pereciese. Con su fortaleza nos creó, con su debilidad nos buscó.

La debilidad de Jesús

7. Él en persona, débil, nutre a los débiles, como la gallina a sus pollos, pues a ésta se hizo similar: ¡Cuántas veces quise, dice a Jerusalén, congregar a tus hijos bajo las alas, como gallina a sus pollos, y no quisiste! Por vuestra parte, hermanos, veis cómo la gallina se enferma con sus pollos. No se conoce ave ninguna que sea madre. Vemos a varios pájaros hacer el nido ante nuestros ojos; cada día vemos que golondrinas, cigüeñas, palomas hacen su nido, pero sólo al verlos en el nido reconocemos que son padres. La gallina, en cambio, enferma por sus polluelos de tal modo que, aunque ellos mismos no la sigan y no veas a los hijos, sin embargo, reconoces a la madre. Así sucede por las caídas, las plumas erizadas, la voz ronca, todos sus miembros caídos y bajos, de manera que, como he dicho, aunque no veas a los hijos, entiendes que es madre. Así, pues, es Jesús enfermo, fatigado del viaje. Su viaje es la carne asumida por nosotros. Por cierto, ¿cómo está de viaje quien está en todas partes, quien nunca está ausente? ¿A dónde va o por qué va, sino porque no vendría a nosotros si no asumiera la forma de la carne visible? Porque, pues, se ha dignado venir a nosotros, apareciendo, asumida la carne, en forma de esclavo, esa asunción de la carne es su viaje. Por eso, «fatigado del viaje» ¿qué otra cosa significa sino fatigado en la carne? Jesús es débil en su carne; pero tú no te debilites; tú sé fuerte por su debilidad, porque lo que es débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Adán y Cristo

8. Bajo esta imagen de las cosas, Adán, que era forma del futuro, nos ofreció indicio grande de un misterio; mejor dicho, Dios lo ofreció en él. En efecto, mientras dormía, mereció recibir esposa y de su costilla le fue hecha la esposa, porque de Cristo dormido en la cruz iba a proceder de su costado la Iglesia —a saber, del costado de quien dormía—, porque también del costado de quien pendía en la cruz, costado golpeado por una lanza, descendieron los sacramentos de la Iglesia. Pero ¿por qué he querido decir esto, hermanos? Porque la debilidad de Cristo nos hace fuertes. ¡Gran imagen precedió allí! Pudo Dios arrancar al hombre carne con que formar a la mujer; y, más bien, parece que esto pudo ser lógico. Se formaba, en efecto, el sexo muy débil y la debilidad debió ser hecha de carne más que de hueso, pues en la carne los huesos son los más firmes. No arrancó carne con que hacer a la mujer, sino que sacó un hueso y, sacado el hueso, fue formada la mujer y en el lugar del hueso se rellenó la carne. Podía devolver un hueso por otro; para hacer a la mujer podía arrancar no una costilla, sino carne. Por tanto ¿qué significó? La mujer fue hecha fuerte, digamos, en la costilla; en la carne fue hecho Adán débil, digamos. Se trata de Cristo y la Iglesia: su debilidad es nuestra fortaleza.

La hora sexta

9. ¿Por qué, pues, a la hora sexta? Por ser la sexta edad del mundo. Según el evangelio, computa tú como hora primera la primera edad, desde Adán hasta Noé; la segunda, desde Noé hasta Abrahán; la tercera, desde Abrahán hasta David; la cuarta, desde David hasta la deportación a Babilonia; la quinta, desde la deportación a Babilonia hasta el bautismo de Juan; la sexta se desarrolla a partir de ahí. ¿De qué te admiras? Llegó Jesús y rebajándose llegó al pozo. Llegó fatigado porque cargó con la débil carne. A la hora sexta, porque corría la sexta edad del mundo. Al pozo, porque llego hasta la profundidad de esta morada nuestra. Por ende se dice en Salmos: Desde las profundidades clamé a ti, Señor. Se sentó, como he dicho, porque se rebajó.

La samaritana, figura de la Iglesia

10. Y llega una mujer, forma de la Iglesia, no ya justificada, sino por justificar ya, porque de ello trata la conversación. Viene, ignorante, lo halla y con ella se desarrolla algo. Veamos qué, veamos por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Los samaritanos no pertenecían a la nación de los judíos, pues fueron extranjeros, aunque habitaban tierras vecinas. Es largo relatar el origen de los samaritanos, no sea que nos retengan muchas cosas y no diga lo necesario; basta, pues, que tengamos por extranjeros a los samaritanos. Y, para que no creáis que he dicho esto con más audacia que verdad, escuchad qué dijo el Señor Jesús mismo de aquel samaritano, uno de los diez leprosos que había limpiado, único que regresó a dar gracias: ¿Acaso no han sido limpiados los diez? ¿Y los nueve dónde están? ¿No había otro que diera gloria a Dios sino ese extranjero? Que esa mujer que llevaba el tipo de la Iglesia venga de extranjeros, atañe a la imagen de un hecho, pues la Iglesia iba a venir de los gentiles, extranjera para la raza judía. En ella, pues, oigámonos a nosotros, reconozcámonos en ella y en ella demos gracias a Dios por nosotros. Ella era, en efecto, una figura, no la realidad, porque esa misma envió por delante una figura y sucedió la realidad, porque creyó en ese que, a partir de ella, nos ponía delante la figura. Viene, pues, a sacar agua. Había venido sencillamente a sacar agua, como suelen los varones o las mujeres.

La sed de Jesús

11. Le dice Jesús: Dame de beber. Por cierto, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Le dice, pues, la mujer samaritana: ¿Cómo tú, aunque eres judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana? Los judíos, en efecto, no se tratan con samaritanos. Veis que son extranjeros: en absoluto usaban sus recipientes los judíos. Y, precisamente porque la mujer llevaba un recipiente con que sacar agua, se extrañó de que un judío le pedía de beber, cosa que no solían hacer los judíos. Ahora bien, quien pedía de beber, tenía sed de la fe de esa misma mujer.

Jesús pide lo que ofrece

12. Finalmente oye quién pide de beber. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva. Pide de beber y promete beber. Necesita como para recibir, y está sobrado como para saciar. Si conocieras, dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. Pero a la mujer habla todavía veladamente y poco a poco entra en su corazón. Tal vez instruye ya, pues ¿qué más suave y amable que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva. Hasta aquí la mantiene en suspenso. Llamamos vulgarmente agua viva a la que sale de la fuente, pues al agua que de la lluvia se recoge en lagunas o cisternas no se la llama agua viva. Y, si manase de una fuente y se estancase en algún lugar y hubiera perdido el reguero venido directamente del manantial, como si estuviera separada de él, tampoco a ésta se la llama agua viva; sino que se llama agua viva la que se recoge tras manar. Tal agua había en aquella fuente. ¿Por qué, pues, promete lo que estaba pidiendo?

La respuesta, una llamada

13. Sin embargo, la mujer afirma indecisa: Señor, no tienes con qué sacar, y el pozo es hondo. Ved cómo entendió ella el agua viva, o sea, el agua que había en aquella fuente: «Tú quieres darme agua viva y yo llevo con qué sacar, mas tú no llevas. El agua viva está ahí; ¿cómo vas a dármela?». Porque entiende y saborea carnalmente otra cosa, aldabea en cierto modo, para que el Maestro abra lo que está cerrado. Aldabeaba con ignorancia, no con afán; todavía es digna de lástima, aún no ha de instruírsela.

El agua invisible

14. Del agua viva habla el Señor con total evidencia. Había dicho, en efecto, la mujer: ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo y de él bebió él mismo y sus hijos y sus ganados? De esta agua viva no puedes darme, porque no tienes pozal. ¿Quizá prometes otra fuente? ¿Puedes ser mejor que nuestro padre, que cavó este pozo y él mismo lo usó con los suyos? El Señor, pues, diga a qué llamó agua viva. Respondió Jesús y le dijo: Todo el que bebiere de esta agua tendrá de nuevo sed; en cambio, quien bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en fuente que salta para vida eterna. Con toda claridad ha dicho el Señor: Se convertirá en él en fuente de agua que salta para vida eterna. Quien bebiere de esta agua no tendrá sed jamás. Es del todo evidente que prometía agua no visible, sino invisible; es del todo evidente que hablaba en sentido no carnal, sino espiritual.

15. Sin embargo, la mujer está aún centrada en la carne. Le complació no tener sed y suponía que el Señor le había prometido esto según la carne. Sí, esto se realizará, pero en la resurrección de los muertos. Ella lo quería ya, pues en cierta ocasión Dios había dado a su siervo Elías no padecer hambre ni sed durante cuarenta días. Quien pudo dar esto durante cuarenta días, ¿no pudo darlo siempre? Suspiraba empero ella, pues no quería necesitar, no quería trabajar. Se veía forzada a venir con frecuencia a esa fuente, a cargarse de peso con que suplir la necesidad y, terminada el agua que había sacado, a regresar de nuevo; ese trabajo era cotidiano para ella, porque la necesidad se aliviaba, pero no se extinguía. Complacida, pues, por tal don, ruega que le dé agua viva.

La sed que vuelve

16. Sin embargo, no pasemos por alto que el Señor prometía algo espiritual. ¿Qué significa: Quien bebiere de esta agua tendrá de nuevo sed? Es verdad según esta agua, y es verdad según lo que significaba esa agua. En efecto, el agua en el pozo es el placer del mundo en tenebrosa profundidad; de ahí la sacan los hombres con la hidria de los deseos nefastos. Se inclinan hacia abajo para hacer bajar el deseo nefasto y llegar al placer sacado de la profundidad; y disfrutan del placer, tras haber precedido y sido enviado por delante el deseo nefasto, porque no puede llegar al placer quien no hubiere enviado por delante el deseo nefasto. Imagina, pues, como hidria el deseo nefasto, y como placer el agua de la profundidad; cuando alguien llegare al placer de este mundo —comida, bebida, baño, espectáculo, unión sexual—, ¿acaso no tendrá de nuevo sed? Quien bebiere de esta agua, afirma, tendrá de nuevo sed; si de mí, en cambio, recibiere agua, no tendrá sed jamás. Nos saciaremos, afirma, con los bienes de tu casa. ¿De qué agua, pues, va a dar sino de la que se dijo: En ti está la fuente de la vida? Pues ¿cómo tendrán sed quienes se embriagarán de la fertilidad de tu casa?

17. Prometía, pues, cierta comida sustanciosa y la saciedad del Espíritu Santo, y ella no entendía aún y, al no entender, ¿qué respondía? Le dice la mujer: Señor, dame esta agua para que no tenga sed ni venga acá a sacar. La carencia forzaba al esfuerzo y la debilidad rehusaba el esfuerzo. ¡Ojalá oyera: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados, y yo os devolveré las fuerzas!De hecho, se lo decía Jesús para que ya no se fatigase. Pero ella no entendía aún.

Llama a tu marido

18. Finalmente, porque quería que entendiese, le dice Jesús: Anda, llama a tu marido y vuelve acá. ¿Qué significa: Llama a tu marido? ¿Mediante su marido quería darle esa agua? ¿O, porque no entendía, quería enseñarle mediante su marido? ¿Quizá como el Apóstol dice de las mujeres: Ahora bien, si quieren aprender algo, interroguen en casa a sus maridos? Pero se dice: «Interroguen a sus maridos en casa», allí donde no está Jesús para enseñar; además se dice a mujeres a las que el Apóstol prohibía hablar en la Iglesia. Pero, cuando estaba allí el Señor en persona y presente hablaba a quien estaba presente, ¿qué necesidad había de hablarle mediante el marido? ¿Acaso a María, sentada a sus pies y que recogía su palabra, le hablaba mediante el marido, cuando Marta, atareadísima en mucho servicio, refunfuñaba también por la felicidad de su hermana? Oigamos, pues, hermanos míos, y entendamos lo que dice el Señor a la mujer: Llama a tu marido. En efecto, quizá dice también a nuestra alma: Llama a tu marido. Preguntemos también por el marido del alma. ¿Por qué el verdadero marido del alma no es ya Jesús mismo? ¡Acuda el entendimiento, porque lo que voy a decir apenas lo comprenden sino los atentos! ¡Acuda el entendimiento, pues, para que sea comprendido, y tal vez el entendimiento mismo será marido del alma.

El entendimiento y su iluminación

19. Al ver, pues, Jesús que la mujer no entendía y queriendo que entendiese, ordena: «Llama a tu marido», pues desconoces lo que te digo, precisamente porque tu inteligencia no acude. Yo hablo según el espíritu, tú oyes según la carne. Lo que digo no tiene que ver con el placer del oído ni con los ojos ni con el olfato ni con el gusto ni con el tacto. Sola la mente lo comprende, solo el entendimiento lo extrae; ese entendimiento no acude a ti, ¿cómo comprenderás lo que digo? Llama a tu marido, presenta tu entendimiento. ¿De qué te sirve, en efecto, tener alma? No es gran cosa, porque las bestias la tienen también. ¿Por qué eres de más valor? Porque tienes entendimiento, cosa que no tienen las bestias. ¿Qué significa, pues: Llama a tu marido? No me comprendes, no me entiendes. Te hablo del don de Dios; tú, en cambio, piensas en la carne; no quieres sentir sed según la carne, yo hablo al espíritu. Está ausente tu entendimiento: Llama a tu marido. No seas como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento.

Hermanos míos, tener, pues, alma y no tener entendimiento, esto es, no usarlo ni vivir según él, es vida de bestia. Efectivamente, en nosotros hay algo de bestia, con lo que vivimos en la carne; pero debe ser regido por el entendimiento. En efecto, el entendimiento rige desde un plano superior los impulsos del alma que se mueve según la carne y desea desbordarse inmoderadamente hacia los placeres carnales. ¿A quién debemos llamar marido, al que rige o a quien es regido? Sin duda, cuando la vida está ordenada, el entendimiento, aun perteneciente al alma misma, rige al alma, pues el entendimiento no es otra cosa que alma, sino que algo del alma es el entendimiento, como el ojo no es otra cosa que la carne, sino que algo de la carne es el ojo. Ahora bien, aunque el ojo es algo de la carne, disfruta empero de la luz él solo; en cambio, los demás miembros carnales pueden ser inundados de luz, no pueden percibirla; solo el ojo es inundado por ella y disfruta de ella. Así, en nuestra alma hay algo que llamamos entendimiento. Esto mismo del alma, que es el entendimiento, se llama mente; la ilumina una luz superior. Por otra parte, esa luz superior que ilumina la mente humana es Dios, pues existía la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Tal luz era Cristo; tal luz hablaba con la mujer. Pero ella no acudía con el entendimiento, para ser iluminado por esa luz y que no sólo lo inundase, sino que también disfrutase de ella. El Señor, pues, como si dijera: «Quiero iluminar, pero no hay a quién. Llama, dice, a tu marido. Usa el entendimiento mediante el que seas adoctrinado, para que te rija». Al alma sin entendimiento imagínala, pues, como a una mujer; imagina, en cambio, que tiene como marido al entendimiento. Pero este marido no rige bien a su mujer sino cuando es regido por un superior, pues cabeza de la mujer es el marido, pero la cabeza del marido es Cristo. La cabeza del marido hablaba con la mujer, y no estaba presente el marido. Y, como si el Señor dijera: «Haz venir a tu cabeza para que él acoja a su cabeza, llama, pues, a tu marido y ven acá. Esto es, acude, hazte presente, pues estás como ausente mientras no entiendes el lenguaje de la Verdad presente. Hazte presente, pero no sola; acude con tu marido.

El conocimiento de Jesús

20. Mas ella, sin llamar todavía a ese marido, no entiende; aún está centrada en la carne, pues el marido está ausente: No tengo marido, dice. El Señor continúa y habla de misterios. Entiende tú que, de verdad, esta mujer no tenía entonces marido; pero convivía con no sé qué marido no legítimo, adúltero más que marido. Y el Señor a ella: Bien dijiste que «No tengo marido». «¿Por qué, pues, has dicho: Llama a tu marido?». Oye tú también que el Señor sabía bien que ella no tenía marido. Para que la mujer no supusiera quizá que el Señor le había dicho: «Bien dijiste que “No tengo marido”», precisamente porque lo supo por la mujer, no porque él mismo lo hubiera conocido en razón de la divinidad, le dice también lo demás: «Escucha algo que no has dicho, pues cinco maridos tuviste, y el que ahora tienes no es tu marido; con verdad has dicho esto».

Cinco maridos, cinco sentidos

21. De nuevo me veo forzado a indagar algo más sutil sobre estos cinco maridos. Muchos entendieron, por cierto no absurdamente, que los cinco maridos de esta mujer son los cinco libros de Moisés. Los samaritanos, en efecto, los usaban y estaban bajo idéntica Ley, porque de ella tenían también ellos la circuncisión. Pero, porque me angustia lo que sigue: «Y el que tienes ahora no es tu marido», me parece más fácil que nosotros podamos aceptar que los cinco primeros maridos del alma son los cinco sentidos del cuerpo. De hecho, cuando uno nace, antes de poder usar la mente y la razón, no lo rigen sino los sentidos de la carne. En un niño pequeñín el alma apetece o rehúye esto: lo que se oye, lo que se ve, lo que tiene olor, lo que tiene sabor, lo que se siente por el tacto. Apetece cualquier cosa que encanta, rehúye cualquier cosa que molesta a estos cinco sentidos. De hecho, encanta a estos cinco sentidos el placer, les molesta el dolor. El alma, al principio, vive según estos cinco sentidos, como cinco maridos, porque la rigen. Ahora bien, ¿por qué se los ha llamado maridos? Porque son legítimos. Dios, en efecto, los ha hecho y Dios los ha dado al alma. Es débil todavía la que rigen esos cinco sentidos y actúa bajo el dominio de esos cinco maridos. Pero, cuando llegue a los años de ejercitar la razón, si se encargan de aquélla la disciplina y la doctrina de la sabiduría, a los cinco maridos no les sucede en el gobierno sino el auténtico marido legítimo, mejor que todos ellos, para regirla mejor y guiarla a la eternidad, cultivarla para la eternidad, instruirla para la eternidad. De hecho, estos cinco sentidos nos guían no a la eternidad, sino a apetecer o rehuir esas cosas temporales. Pero, cuando el entendimiento, imbuido en sabiduría, comienza a regir al alma, sabe ya no sólo rehuir el hoyo y caminar por tierra llana —cosa que los ojos muestran al alma débil—, ni escuchar sólo los sonidos agradablemente armoniosos y rechazar los disonantes, o deleitarse en olores seductores y repeler los pestilentes, o ser captada por la dulzura y molestarse por la amargura, o dejarse encantar por lo suave y sentirse herido por lo áspero. Todo eso, en efecto, es necesario al alma débil. ¿Qué gobierno, pues, se proporciona mediante el entendimiento? Distinguir no lo blanco y lo negro, sino lo justo y lo injusto, el bien y el mal, lo útil e inútil, la castidad y la indecencia, para amar a aquélla y evitar ésta; la caridad y el odio, para estar en aquélla y no estar en éste.

22. En esa mujer todavía este marido no había sustituido a los cinco maridos, pues donde él no ha llegado, domina el error. En verdad, cuando el alma es capaz de razonar, se rige por una mente sabia o por el error. Pero el error no rige, arruina. Aquella mujer, pues, todavía erraba tras esos cinco sentidos, y el error la llevaba de acá para allá. Por su parte, ese error era marido no legítimo, sino adúltero. Por eso le dice el Señor: Bien dijiste que «No tengo marido», pues cinco maridos tuviste; primero te rigieron los cinco sentidos de la carne; viniste a la edad de usar la razón, mas no llegaste a la sabiduría, sino que caíste en el error. Tras esos cinco maridos, pues, ese que ahora tienes no es tu marido. Y, si marido no era, ¿qué era sino un adúltero? Llama, pues, no al adultero, sino a tu marido, para que me entiendas con el entendimiento y por error no pienses de mí algo falso. En efecto, erraba la samaritana que pensaba en aquella agua, aunque el Señor hablaba ya del Espíritu Santo. ¿Por qué erraba, sino porque tenía no marido, sino a un adúltero? Quita, pues, de aquí a ese adúltero que te corrompe, y anda, llama a tu marido. Llámalo y ven a entenderme.

El templo y el monte

23. Le dice la mujer: Señor, veo que tú eres profeta. Comenzó a llegar el marido. Aún no ha venido del todo. Tenía al Señor por profeta. Ciertamente era también profeta, porque de sí mismo afirma: No hay profeta sin honor sino en su patria. Y también de él está dicho a Moisés: Les suscitaré de entre sus hermanos un profeta similar a ti. Similar, evidentemente, en cuanto a la forma de la carne, no en cuanto a la eminencia de su majestad. Hemos hallado, pues, que al Señor Jesús se le ha llamado profeta. Por tanto, esta mujer ya no yerra mucho. Veo, dice, que tú eres profeta. Y comienza a llamar al marido, a expulsar al adúltero. Veo que tú eres profeta. Y comienza a preguntar lo que suele preocuparle. En efecto, entre judíos y samaritanos había una discusión: los judíos adoraban a Dios en el templo construido por Salomón; los samaritanos, lejos de esto, no lo adoraban en él. Los judíos se jactaban de ser mejores precisamente porque adoraban en el templo a Dios. Los judíos, en efecto, no se tratan con samaritanos porque les decían: «¿Cómo os jactáis y aseguráis que vosotros sois mejores que nosotros precisamente por tener un templo que nosotros no tenemos? ¿Acaso nuestros padres, que agradaron a Dios, adoraron en ese templo? ¿No adoraron en ese monte donde estamos nosotros? Con mayor razón, dicen, rogamos, pues, nosotros a Dios en este monte donde lo hicieron nuestros padres. Unos y otros, ignorantes porque no tenían marido, disputaban; unos a favor del templo, otros a favor del monte, se ensoberbecían unos contra otros.

Adorar en espíritu y verdad

24. El Señor, sin embargo, ¿qué enseña a la mujer, como si su marido hubiese comenzado a estar presente? Le dice la mujer: Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es en Jerusalén donde es preciso adorar. Le dice Jesús: Créeme, mujer. Vendrá, en efecto, la Iglesia, como está dicho en el Cantar de los Cantares, vendrá y pasará desde el comienzo de la fe. Vendrá para pasar; pero no puede pasar sino desde el comienzo de la fe. Presente ya el marido, con razón oye: «Mujer, créeme, pues hay ya alguien en ti que crea, porque está presente tu marido. Comenzaste a estar presente con el entendimiento cuando me llamaste profeta». Mujer, créeme, porque si no creéis no entenderéis. Así que, mujer, créeme, que vendrá la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis. Nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación procede de los judíos. Pero vendrá la hora —¿cuándo?— y es ahora. ¿Qué hora, pues? Cuando los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad; no en un monte, no en un templo, sino en espíritu y verdad. Porque también el Padre busca a tales que lo adoren. ¿Por qué busca el Padre a tales que lo adoren no en un monte, no en un templo, sino en espíritu y verdad? Dios es espíritu. Si Dios fuese un cuerpo, sería preciso adorarlo en un monte, porque el monte es corpóreo; sería preciso adorarlo en un templo, porque el templo es corpóreo. Dios es espíritu y es preciso que quienes lo adoran adoren en espíritu y verdad.

Acercarse a Dios

25. Lo hemos oído y está bien claro: habíamos ido fuera, hemos sido metidos dentro. ¡Si pudiera encontrar, decías, algún monte alto y solitario! Como yo creo que Dios está en las alturas, me oiría mejor desde las alturas. ¿Crees que por estar en un monte estás más cerca de Dios? ¿Crees que te va a escuchar en seguida, como si le llamases desde cerca? Dios habita en las alturas, pero se fija en lo de abajo. Cerca está el Señor. ¿De quiénes? ¿Quizá de los elevados? De quienes trituraron el corazón. Cosa admirable: habita en las alturas y se acerca a lo de abajo; se fija en lo de abajo; en cambio, de lejos conoce lo excelso. Desde lejos ve a los soberbios, tanto menos se les acerca cuanto más altos se creen. ¿Buscabas, pues, un monte? Desciende para llegar. Pero ¿quieres ascender? Asciende, no busques un monte. Dice un salmo: En el valle del llanto, ascensiones en su corazón. El valle tiene bajura. Dentro, pues, haz todo. Y, si acaso buscas un lugar alto, un lugar santo, dentro ofrécete a Dios como templo, pues santo es el templo de Dios, que sois vosotros. ¿Quieres orar en un templo? Ora en ti. Pero sé primero templo de Dios, porque él escuchará en su templo al orante.

Dios no rechazó a los samaritanos

26. Viene, pues, la hora, y es ahora cuando los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad. Nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación procede de los judíos. Mucho dio a los judíos, pero no entiendas que ésos son réprobos. Entiende el muro aquel al que se ha añadido otro para que se unan, pacíficos en la piedra angular que es Cristo. En efecto, un muro viene de los judíos, otro de los gentiles. Alejados entre sí están esos muros, pero hasta que se unan en un ángulo. Los extranjeros, en cambio, eran huéspedes y extraños a los testamentos de Dios. Según esto, pues, está dicho: Nosotros adoramos lo que sabemos. En representación de los judíos está dicho, pero no de todos los judíos, no de los judíos réprobos, sino de esos de entre los que fueron los apóstoles, cuales fueron los profetas, cuales fueron todos aquellos santos que vendieron todo lo suyo y colocaron el precio de sus cosas a los pies de los apóstoles. Dios, en efecto, no rechazó a su pueblo que había preconocido.

El Mesías

27. Oyó esto esa mujer y añadió. Ya antes le había llamado profeta. Vio que ese con quien hablaba decía tales cosas que eran ya demasiado para un profeta, y ved qué respondió: Le dice la mujer: Sé que vendrá un Mesías, que se llama Cristo; cuando, pues, venga él, nos mostrará todo. ¿Qué significa esto? Ahora, dice, los judíos discuten acerca del templo y nosotros discutimos acerca del monte. Cuando venga él, despreciará el monte y destruirá el templo. Ése nos enseñará todo, para que sepamos adorar en espíritu y en verdad. Sabía quién podía enseñarle, pero no reconocía aún a quien ya enseña. Era, pues, digna ya de que se le manifestase. Por otra parte, mesías significa ungido; ungido en griego se dice cristo, en hebreo mesías. Por eso en púnico messe significa unge tú. Afines, en efecto, y vecinas son esas lenguas, la hebraica, la púnica y la siríaca.

28. La mujer, pues, le dice: Sé que vendrá un Mesías, que se llama Cristo; cuando, pues, venga él, nos anunciará todo. Jesús le dice: Soy yo, el que hablo contigo. Llamó a su marido, su marido se convirtió en cabeza de la mujer, Cristo se convirtió en cabeza del marido. La mujer está ya ordenada en la fe y es regida para vivir bien. Después de haber oído esto: «Soy yo, el que hablo contigo», ¿qué más diría ya, cuando Cristo el Señor ha querido manifestarse a la mujer a quien había dicho «Créeme»?

29. Inmediatamente llegaron sus discípulos y se extrañaban de que hablaba con una mujer. Les extrañaba que, quien había venido a buscar lo que había perecido, buscaba a la perdida. Se extrañaban, en efecto, de un bien, no sospechaban un mal. Sin embargo, nadie dijo: ¿Qué buscas o por qué hablas con ella?

La samaritana apóstol

30. Dejó, pues, la mujer su hidria. Oído: «Soy yo, el que hablo contigo», y recibido en el corazón Cristo el Señor, ¿qué haría sino dejar ya la hidria y correr a evangelizar? Arrojó sus pasiones y se lanzó a anunciar la verdad. Aprendan quienes quieren evangelizar, arrojen la hidria junto al pozo. Recordad qué he dicho anteriormente sobre la hidria: era una vasija con que se sacaba el agua. En griego se llama «hydria», porque agua se dice en griego ὕδωρ; como si dijéramos aguadera. Arrojó, pues, la hidria que, más que servirle, le era una carga; ávida, deseaba ciertamente saciarse del agua aquella. Para anunciar a Cristo, tirada la carga, corrió a la ciudad y dice a aquellos hombres: Venid y ved un hombre que me dijo todo lo que hice. ¡Con precaución, para que ellos no se airasen, digamos, ni se indignasen ni la persiguieran! Venid y ved un hombre que me dijo todo lo que hice. ¿Acaso ese mismo es el Mesías? Salieron de la ciudad y venían a él.

Tengo otro alimento

31. Y mientras tanto los discípulos le rogaban diciendo: Rabí, come. Habían ido, en efecto, a comprar alimentos y habían venido. Pero él dijo: Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis. Decían, pues, unos a otros los discípulos: ¿Acaso alguien le trajo de comer? ¿Qué tiene de extraño que la mujer no entendiera lo del agua? He aquí que los discípulos aún no entendieran lo de la comida. Ahora bien, oyó sus pensamientos y ya instruye como maestro; no con rodeos, como a aquella por cuyo marido preguntaba aún, sino abiertamente ya: Mi alimento, afirma, es hacer la voluntad de quien me envió. La bebida misma, pues, respecto a aquella mujer era que cumpliera la voluntad de quien lo había enviado. Por eso decía: «Tengo sed, dame de beber», a saber, para realizar en ella la fe, beber su fe y trasvasar a la mujer a su cuerpo, pues su cuerpo es la Iglesia. Afirma, pues: ése es mi alimento: hacer la voluntad de quien me envió.

Sembradores y segadores

32. ¿Acaso no decís vosotros que aún hay cuatro meses y viene la siega? Con ardor hervía por su obra y decidía enviar obreros. Vosotros contáis cuatro meses hasta la siega, yo os muestro otra mies blanca y preparada. He aquí que os digo: Levantad vuestros ojos y ved que los campos están ya blancos para la siega. Va a enviar, pues, segadores. Efectivamente, respecto a esto es verdadero el proverbio: que uno es quien siega, otro quien siembra. Así, quien siembra se alegra a la vez que quien siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado; otros han trabajado y vosotros habéis entrado en su labor.

¿Qué, pues? ¿Envió segadores, no sembradores? Segadores ¿a dónde? Adonde ya otros han trabajado. Porque donde ya se había trabajado, se había sembrado, sí, y lo que se había sembrado había ya madurado, deseaba la hoz y la trilla. ¿A dónde, pues, había que enviar segadores? Adonde los profetas habían ya predicado, pues ellos son los sembradores porque, si no lo fueran, ¿cómo había llegado a la mujer lo de «Sé que un Mesías vendrá? Esa mujer era ya fruto maduro, las mieses estaban blancas y pedían la hoz. Os envié, pues. ¿A qué? A segar lo que no habéis sembrado. Otros sembraron y vosotros habéis entrado en sus labores. ¿Quiénes trabajaron? Abrahán mismo, Isaac y Jacob. Leed sus labores: en todas sus labores hay profecía de Cristo; por eso son sembradores. Moisés, los demás patriarcas y todos los profetas, ¡cuánto aguantaron en el frío cuando sembraban! En Judea, pues, la siega estaba ya preparada. Con razón hubo allí como una cosecha madura, cuando tantos miles de hombres llevaban el precio de sus cosas y, tras ponerlo a los pies de los apóstoles, expeditos los hombros de los fardos del mundo, seguían a Cristo el Señor. ¡Mies verdaderamente madura!

¿Qué ocurrió después? De la cosecha misma se arrojaron pocos granos, sembraron el orbe de las tierras y surge otra mies que ha de segarse al final del mundo. De esa cosecha se dice: Quienes siembran con lágrimas, segarán con gozo. A esa siega, pues, serán enviados no los apóstoles, sino los ángeles. Los segadores, afirma, son los ángeles. Esa mies, pues, crece entre la cizaña y aguarda ser purificada al final. En cambio, estaba ya madura la mies adonde primero fueron enviados los apóstoles: donde trabajaron los profetas. Pero en todo caso, hermanos, ved qué está dicho: Quien siembra se alegra a la vez que quien siega. Tuvieron labores dispares en tiempo, pero disfrutarán igualmente de gozo, a una van a recibir en pago la vida eterna.

Primero la palabra, luego la presencia

33. Pues bien, muchos samaritanos de la ciudad aquella creyeron en él por la palabra de la mujer que daba el testimonio de que «Me dijo todo lo que hice». Ahora bien, como los samaritanos hubiesen venido a él, le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron por su palabra y decían a la mujer que «Ya no creemos por tus dichos, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo. Sobre esto hay poco que advertir, porque la lectura se ha terminado. Primero, la mujer dio la noticia y ante el testimonio de la mujer creyeron los samaritanos y le rogaron que se quedara con ellos y se quedó allí dos días y creyeron muchos y, después de haber creído, decían a la mujer: Ya no creemos por tu palabra, sino que nosotros mismos hemos conocido y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo; primero mediante la fama, después mediante la presencia. Así sucede hoy con quienes están fuera y aún no son cristianos: Cristo es anunciado mediante amigos cristianos; como gracias a la mujer, esto es, a la Iglesia anunciadora, vienen a Cristo, creen mediante esa fama. Se queda con ellos dos días, esto es, les da los dos preceptos de la caridad y en él creen muchos más y con más fuerza que verdaderamente él mismo es el Salvador del mundo.

 

 

TRATADO 16

Comentario a Jn 4,43-53, predicado en Hipona al día siguiente del tratado anterior

Jesús vuelve a Galilea

1. A la lectura del día de ayer sigue la lectura evangélica que se nos propone para examinar. En ella, los sentidos son ciertamente no difíciles de investigar, sino dignos de ser predicados, dignos de admiración y alabanza. Por tanto, os recordaré con encomio ese lugar del evangelio, en vez de tratarlo con dificultad. El hecho es que, tras los dos días que pasó en Samaría, Jesús se marchó a Galilea, donde se había criado. Pues bien, el evangelista afirma a continuación: Pues Jesús mismo dio testimonio de que no se rinde honor a un profeta en su patria. No se retiró Jesús de Samaría a los dos días porque no se le rendía honor en Samaría, pues su patria era no Samaría, sino Galilea. Tras haber, pues, dejado tan pronto a ésa y haber venido a Galilea, donde se había criado, ¿cómo atestigua que no se rinde honor a un profeta en su patria? Parece, más bien, haber podido atestiguar que no se rendía honor a un profeta en la patria, si desdeñase marchar a Galilea y hubiese permanecido en Samaría.

Aparente contradicción

2. Si el Señor, pues, me sugiere y dona lo que yo diga, atienda Vuestra Caridad al no pequeño misterio que se nos ha insinuado. Conocéis la dificultad propuesta; indagad la solución. Pero repitamos la proposición para hacer deseable la solución. Me inquieta por qué el evangelista ha dicho: Pues Jesús mismo dio testimonio de que no se rinde honor a un profeta en su patria. Muy inquieto por esto, he repetido las palabras anteriores, para hallar por qué quiso el evangelista decir esto. Y hallamos que las palabras anteriores son del que así narra que tras dos días se marchó de Samaría a Galilea. ¿Dijiste, oh evangelista, que Jesús dio testimonio de que nose rinde honor a un profeta en su patria, precisamente porque tras dos días dejó Samaría y se dio prisa en llegar a Galilea? Al contrario, como que me parece más lógico entender que, si a Jesús no se rendía honor en su patria, no se apresuraría hacia ella, dejada Samaría. Pero, si no me engaño —mejor dicho, porque es verdad y no me engaño, pues el evangelista vio mejor que yo qué decía—, mejor que yo veía la verdad quien la bebía del pecho del Señor, pues Juan evangelista mismo es quien de entre todos los discípulos se recostaba sobre el pecho del Señor, y a quien el Señor, aun debiendo a todos caridad, quería empero más que a los demás. ¿Se habrá, pues, equivocado él, y voy a tener yo razón? Mejor dicho, si juzgo piadosamente, oiré obedientemente lo que dijo, para merecer entender lo que entendió.

Los samaritanos, presagio de la gentilidad

3. Así pues, carísimos, aceptad mi opinión sobre este punto, sin menoscabo de que vosotros opinéis algo mejor. De hecho, todos tenemos un único Maestro y somos condiscípulos en una única escuela. Esto, pues, opino, y ved si no es verdadero o se acerca a la verdad lo que opino. Dos días estuvo en Samaría, y creyeron en él los samaritanos; ¡tantos días estuvo en Galilea, y los galileos no creyeron en él! Rehaced o repasad con la memoria la lectura y el sermón del día de ayer: llegó a Samaría, donde lo había predicado primero la mujer con quien había hablado de misterios grandes junto al pozo de Jacob. Tras verlo y oírlo, los samaritanos creyeron en él por la palabra de la mujer, y por la palabra de él creyeron con más firmeza y en mayor número. Así está escrito. Empleados allí dos días —número de días por el que se encomia el número de los dos preceptos, de los cuales dos preceptos pende la Ley entera y los Profetas, como recordáis que en el día de ayer encomié—, partió a Galilea y vino a la ciudad de Caná de Galilea, donde del agua hizo vino.

Pues bien, cuando convirtió allí el agua en vino, sus discípulos, como escribe Juan mismo, creyeron en él. Y, sin embargo, la casa estaba llena de una multitud de convidados. Sucedió un milagro tan grande y no creyeron en él sino sus discípulos. A esta ciudad de Galilea regresó ahora Jesús. Y he aquí que cierto funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo, vino a él y comenzó a rogarle que descendiera a la ciudad o a la casa, y sanase a su hijo, pues comenzaba a morir. Quien rogaba ¿no creía? ¿Qué aguardas que diga yo? Interroga al Señor qué opinaba de él, ya que, una vez rogado, respondió cosas de este calibre: Si no veis signos y prodigios, no creéis. Inculpa al hombre de ser tibio o frío en cuanto a la fe, o de nula fe y, más bien, de desear ponerlo a prueba con motivo de la salud de su hijo: quién era, cuánto podía. Hemos oído, en efecto, las palabras de quien rogaba; las pronunció quien oyó las palabras e inspeccionó el corazón. Finalmente, el evangelista mismo testifica con el testimonio de su relato que aún no había creído quien deseaba que el Señor viniese a su casa a curar a su hijo. En efecto, después que se le notificó que su hijo estaba sano, y descubrió que fue sanado en esa hora —la hora en que el Señor había dicho: «Vete, tu hijo vive»—, creyó él, afirma, y su casa entera. Si, pues, creyó él y su casa entera, precisamente porque se le notificó que su hijo estaba sano, y comparó la hora de los mensajeros con la hora de quien prenunciaba, cuando rogaba no creía aún.

Los samaritanos no habían aguardado signo alguno; sólo habían creído a su palabra; en cambio, sus conciudadanos merecieron oír: Si no veis signos y prodigios, no creéis; y, sin embargo, hecho tan gran milagro, allí no creyó sino él y su casa. Ante la palabra sola creyeron muy numerosos samaritanos; ante aquel milagro, creyó sola la casa donde se realizó. Por tanto ¿qué, hermanos, qué hace el Señor valer para nosotros? Entonces Galilea de Judea era la patria del Señor, porque allí se crió. Ahora, en cambio, porque aquel hecho presagia algo —en efecto, no sin motivo se habla de prodigios, sino porque presagian algo, ya que «prodigio» se llama, por así decirlo, a un prenuncio, a lo que habla por delante, a lo que significa por delante y presagia que algo sucederá—; porque, pues, todo aquello presagiaba algo, todo aquello predecía algo, pongamos de momento nosotros como patria de nuestro Señor Jesucristo, según la carne —de hecho no tuvo patria en la tierra, sino según la carne que recibió en la tierra—; pongamos, pues, como patria del Señor el pueblo de los judíos. He aquí que no se le rinde honor en su patria. Observa ahora a las turbas de los judíos, observa ya a la nación aquella dispersa por todo el orbe de las tierras y arrancada de sus raíces; observa las ramas rotas, cortadas, dispersas, secas, rotas las cuales mereció ser injertado el acebuche. Ve qué dice ahora la turba de los judíos. «A quien dais culto, a quien adoráis era nuestro hermano». Y nosotros respondamos: No se rinde honor a un profeta en su patria. En fin, ellos vieron al Señor Jesús andar en la tierra, hacer milagros, iluminar a los ciegos, abrir los oídos a los sordos, soltar las bocas de los mudos, sujetar los miembros de los paralíticos, andar sobre el mar, dominar los vientos y el oleaje, resucitar muertos, hacer tantos signos, y apenas unos pocos de ellos creyeron.

Hablo al pueblo de Dios: tantos que hemos creído, ¿qué signos hemos visto? Lo que, pues, ocurrió entonces presagiaba esto que acontece ahora. Los judíos fueron o son similares a los galileos; nosotros, similares a los samaritanos. Hemos oído el Evangelio, hemos dado nuestro consentimiento al Evangelio, mediante el Evangelio hemos creído en Cristo; no vemos ningún signo, no exigimos ninguno.

Tomás, presagio de nuestra Iglesia

4. Tomás, el que deseaba meter los dedos en los lugares de las heridas, aunque de hecho era uno de los doce elegidos y santos, fue empero israelita, o sea, de la raza del Señor. El Señor le inculpa como a ese funcionario real. A éste dijo: Si no veis signos y prodigios, no creéis; a aquél, en cambio: Has creído porque has visto. Había venido a los galileos, después de dejar a los samaritanos que habían creído a su palabra, entre los cuales no había hecho ningún milagro, a los que, seguro, rápidamente había dejado firmes en la fe porque no los había dejado en cuanto a la presencia de la divinidad. Cuando, pues, el Señor decía a Tomás:«Ven, mete tu mano y no seas incrédulo, sino fiel», y como él, tocados los lugares de las heridas, exclamase y dijese: «Señor mío y Dios mío», se le increpa y se le dice: Has creído porque has visto. ¿Por qué, sino porque no se rinde honor a un profeta en su patria? Pero, porque entre extranjeros se rinde honor a este profeta, ¿qué sigue? Dichosos quienes no han visto y han creído. Es una predicción sobre nosotros, y el Señor se ha dignado cumplir en nosotros lo que antes elogió. Lo vieron quienes lo crucificaron, palparon, y, con todo, pocos creyeron; nosotros no lo hemos visto ni tocado, hemos oído, hemos creído. Hágase en nosotros, la dicha que prometió realícese en nosotros aquí, porque se nos ha preferido a su patria, y en el siglo futuro, porque hemos sido injertados en el lugar de las ramas rotas.

Ramas cortadas y nuevo injerto

5. Efectivamente, mostraba que él iba a romper estas ramas y a injertar este acebuche, cuando, conmovido por la fe del centurión que le dijo: «No soy digno de que entres bajo mi techo; pero di sólo de palabra y mi criado se sanará; de hecho, también yo soy hombre establecido bajo autoridad, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno “Ve”, y va, y a otro “Ven”, y viene, y a mi esclavo “Haz esto”, y lo hace», tras girarse hacia quienes le seguían, dijo: En verdad os digo: No hallé tanta fe en Israel. ¿Por qué no halló tanta fe en Israel? Porque no se rinde honor a un profeta en su patria. ¿Acaso el Señor no podía haber dicho al centurión lo que le dijo a este funcionario real: Vete, tu hijo vive? Ved la diferencia: ese funcionario deseaba que el Señor bajara a su casa; el centurión decía que él era indigno; se decía a uno: «Yo voy y lo curaré»; al otro está dicho: Vete, tu hijo vive; a uno prometía la presencia, de palabra sanaba al otro; ése, sin embargo, obtenía por la fuerza su presencia; aquél decía ser indigno de su presencia; aquí se cedió a la altanería, allí hubo una concesión a la humildad, como si dijera a éste: «Vete, tu hijo vive, no me canses; si no veis signos y prodigios, no creéis; quieres mi presencia en tu casa, puedo dar de palabra una orden; no creas tú por los signos; el centurión extranjero creyó que yo podía actuar de palabra y creyó antes que yo actuase; vosotros, si no veis signos y prodigios, no creéis».

Si, pues, es así, rómpanse las ramas soberbias, sea injertado el humilde acebuche; quede empero la raíz, cortadas aquéllas, acogidas éstas. ¿Dónde queda la raíz? En los patriarcas, pues la patria de Cristo es el pueblo de Israel, porque de ellos viene según la carne; pero la raíz de este árbol son Abrahán, Isaac y Jacob, los santos patriarcas. ¿Y dónde están ésos? En el descanso junto a Dios, con gran honor, para que, ayudado, aquel pobre fuese elevado al seno de Abrahán y en el seno de Abrahán lo viera de lejos el rico soberbio. Queda, pues, la raíz, es elogiada la raíz; pero las ramas soberbias han merecido ser cortadas y secarse; el humilde acebuche, en cambio, gracias a la poda de aquéllas, encontró un lugar.

6. Oye, pues, por ese mismo centurión respecto al que he supuesto que había que recordar por comparación con este funcionario real, cómo son cortadas las ramas naturales, cómo es injertado el olivo acebuche. En verdad os digo, afirma: No hallé tanta fe en Israel; por eso os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente. ¡Qué ampliamente había ocupado el acebuche la tierra! Este mundo fue selva amarga; pero, a causa de la humildad, a causa de «No soy digno de que entres en mi casa», vendrán muchos de Oriente y Occidente. Y supón que vendrán; ¿qué será de ellos? De hecho, si vienen, ya han sido cortados de la selva; ¿dónde han de ser injertados para que no se sequen? Se recostarán, afirma, con Abrahán, Isaac y Jacob. ¿En qué convite, no sea que invites no a vivir siempre, sino a beber mucho? ¿Se recostarán con Abrahán, Isaac y Jacob. ¿Dónde? En el reino de los cielos, afirma. ¿Y qué será de quienes vinieron de la estirpe de Abrahán? ¿Qué será de las ramas de que estaba lleno el árbol? ¿Qué, sino que serán cortadas, para que esos sean injertados? Enseña tú que serán cortadas: En cambio, los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores.

Honor al profeta no honrado en su patria

7. Ríndase, pues, entre nosotros honor al Profeta, porque no se le rindió honor en su patria. No se le rindió honor en la patria en que fue creado; ríndasele honor en la patria que ha creado. Por cierto, en aquélla fue creado el creador de todo, creado en ella fue según la forma de esclavo, porque esa ciudad misma en que fue creado, Sión misma, esa nación judía misma, esa Jerusalén misma creó él en persona cuando la Palabra existía en el Padre, pues todo se hizo mediante ella y sin ella nada se hizo. De ese hombre de quien hoy hemos oído, único mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús hombre, también un salmo había hablado anticipadamente, diciendo: «¡Madre Sión!» dirá un hombre. Cierto hombre, mediador de Dios y de los hombres, dice: «¡Madre Sión!». ¿Por qué dice «¡Madre Sión!»? Porque de ahí recibió carne, de ahí la Virgen María, de cuyo seno fue asumida la forma de esclavo en la que se dignó aparecer humildísimo. Un hombre dice: «¡Madre Sión!», y este hombre que dice «¡Madre Sión!» se hizo en ella, se hizo hombre en ella. Cierto, era Dios antes de ella, y se hizo hombre en ella. El hombre que se hizo en ella es el Altísimo mismo que la fundó, no el humildísimo. En ella se hizo hombre humildísimo, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; la fundó el Altísimo mismo, porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; todo se hizo mediante ella. En verdad, porque él creó esa patria, ríndasele aquí honor. Lo rechazó la patria en que fue engendrado; acójalo la patria a la que ha regenerado.

 

TRATADO 17

Comentario a Jn 5,1-18, predicado en Hipona en julio de 414

Jesús busca más la salud del alma que la del cuerpo

1. No debe ser extraño que Dios haga un milagro, pues sería extraño si lo hubiese hecho un hombre. Debemos alegrarnos más que extrañarnos de que nuestro Señor y Salvador Jesucristo se haya hecho hombre, y no tanto de que Dios hizo entre los hombres obras divinas. Para nuestra salvación, lo que hizo por los hombres es, en efecto, más que lo que hizo entre los hombres, y haber curado los vicios de las almas es más que haber curado los defectos de cuerpos que iban a morir. Pero, porque el alma misma no conocía a quien había de sanarla y tenía en la carne ojos con que ver hechos corporales, pero aún no los tenía sanos en el corazón, con que conociera al Dios escondido, hizo lo que el hombre podía ver, para que se sanase aquello con que no podía ver. Entró en un lugar donde yacía gran multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, y, aunque era médico de almas y cuerpos y era quien había venido a sanar todas las almas de quienes iban a creer, para significar la unidad elige de entre aquellos enfermos a uno solo que sanar. Si con corazón ordinario y como con capacidad e ingenio humanos consideramos a quien lo hizo, en cuanto atañe al poder no realizó algo grande y en cuanto atañe a la benignidad hizo poca cosa. ¡Tantos yacían, mas uno solo fue curado, aunque con una sola palabra podía poner en pie a todos!

¿Qué, pues, ha de entenderse sino que aquel poder y aquella bondad expresaban qué debían entender en sus hechos en pro de la salvación sempiterna las almas, y no qué merecían los cuerpos en pro de la salud temporal? En efecto, la salud auténtica de los cuerpos que del Señor se aguarda, sucederá al final, en la resurrección de los muertos. Lo que entonces vivirá no morirá; lo que entonces será sanado no enfermará; lo que entonces será saciado no tendrá hambre ni sed; lo que entonces será renovado no envejecerá. Ahora, en cambio, respecto a las obras del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, los ojos abiertos de los ciegos fueron cerrados por la muerte, los miembros sujetos de los paralíticos fueron soltados por la muerte y cuanto fue sanado temporalmente en los miembros mortales falló al final; en cambio, ha hecho el tránsito a la vida eterna el alma que ha creído. Al alma, pues, que iba a creer, cuyos pecados había venido a perdonar, a cuyas enfermedades se había abajado para sanarlas, le dio mediante este enfermo sanado un gran signo. Del profundo misterio de este hecho y de este signo hablaré como pueda, en la medida en que el Señor se digne donarlo, atentos vosotros y ayudando mi debilidad con la oración. Ahora bien, ese mismo con cuya ayuda hago lo que puedo suplirá en vosotros lo que no puedo.

La Ley sólo diagnostica la enfermedad

2. Recuerdo haber tratado con frecuencia de esta piscina a la que ceñían cinco pórticos en los que yacía gran multitud de enfermos, y voy a decir una cosa que muchísimos reconocerán, más que conocerán. Pero no está fuera de lugar repetir también lo conocido; así se instruirán quienes no lo conocían, y se afianzarán quienes lo conocían. Por ende, como conocido, ha de referirse brevemente, no inculcarse ociosamente.

Me parece que la piscina y el agua significaban el pueblo de los judíos. De hecho, el Apocalipsis de Juan nos indica abiertamente que el nombre de aguas designaba a los pueblos, donde, como se le mostrasen muchas aguas e interrogase qué significaban, recibió la respuesta de que significaban a los pueblos. Al agua aquella, pues, esto es, al pueblo aquel, la encerraban los cinco libros de Moisés como cinco pórticos. Pero los libros ponían delante a los enfermos, no los sanaban; pues la Ley demostraba que eran pecadores, no los absolvía. Por eso, la letra sin la gracia hacía reos a quienes, tras confesar, liberaba la gracia. En efecto, dice el Apóstol: Pues, si se hubiese dado una ley que pudiera vivificar, la justicia existiría enteramente en virtud de la ley. ¿Por qué, pues, se dio la Ley? Sigue y dice: Pero la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que en virtud de la fe de Jesucristo se diera a los creyentes la promesa. ¿Qué hay algo más evidente? ¿Acaso estas palabras no nos han expuesto los cinco pórticos y la multitud de enfermos? Los cinco pórticos son la Ley. ¿Por qué los cinco pórticos no sanaban a los enfermos? Porque, si se hubiese dado una ley que pudiera vivificar, la justicia existiría enteramente en virtud de la ley. ¿Por qué, pues, contenían a quienes no sanaban? Porque la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que en virtud de la fe de Jesucristo se diera a los creyentes la promesa.

Fuera de la unidad no hay curación

3. ¿Qué, pues, ocurría para que se sanasen en aquella agua agitada quienes en los pórticos no podían sanarse? El hecho es que de repente el agua parecía agitada, mas no se veía a quien la agitaba. Cree tú que un poder angélico solía hacerlo, no empero sin algún misterio significativo. Una vez agitada el agua, se arrojaba el primero que podía y era el único que se sanaba; cualquiera que se arrojase después de él, lo haría en vano. ¿Qué, pues, significa esto, sino que vino Cristo, nadie más, al pueblo de los judíos y, haciendo cosas grandes, enseñando cosas útiles, agitó a los pecadores, agitó con su presencia el agua y la excitó a su pasión. Pero la agitó oculto, ya que, si lo hubiesen conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria. Bajar, pues, al agua agitada es esto: creer humildemente en la pasión del Señor. Allí se sanaba uno solo, para significar la unidad; cualquiera que viniese después no se sanaba, porque cualquiera que estuviere fuera de la unidad no podrá sanarse.

Los números cuarenta y cincuenta

4. Veamos, pues, qué quiso significar en aquel único al que incluso él, para conservar, como he dicho antes, el misterio de la unidad, se dignó sanar, único entre tantos enfermos. Encontró en sus años de enfermedad cierto número: Treinta y ocho años llevaba en la enfermedad. Ha de explicarse un poco más diligentemente cómo este número se refiere más a la enfermedad que a la salud. Atentos os quiero; el Señor acudirá para que hable yo adecuadamente y oigáis suficientemente. El sagrado número cuarenta se nos encomia por cierta perfección. Creo que Vuestra Caridad lo sabe. Lo testifican frecuentísimamente las Divinas Escrituras. El ayuno está consagrado por este número, bien lo sabéis. En efecto, Moisés ayunó cuarenta días, Elías otros tantos y nuestro Señor y Salvador Jesucristo mismo cumplió este número de ayuno. Mediante Moisés se significa la Ley, mediante Elías se significan los Profetas, mediante el Señor se significa el Evangelio. Por eso aparecieron los tres en el monte donde se mostró a los discípulos con la claridad de su rostro y vestido. En efecto, apareció en medio de Moisés y Elías, como si de la Ley y los Profetas tuviera testimonio el Evangelio. Ora, pues, en la Ley, ora en los profetas, ora en el Evangelio se nos recomienda respecto al ayuno el número cuarenta. Ahora bien, el ayuno grande y general es abstenerse de iniquidades y de los placeres mundanos ilícitos. Éste es el ayuno perfecto: que, tras rechazar la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, recta y piadosamente. ¿Qué recompensa añadió el Apóstol a este ayuno? Sigue y dice: Mientras aguardamos la dichosa esperanza y la manifestación de la gloria del dichoso Dios y Salvador nuestro Jesucristo. En este mundo, pues, celebramos como una cuaresma de abstinencia cuando vivimos bien, cuando nos abstenemos de iniquidades y de placeres ilícitos. Pero, porque esta abstinencia no quedará sin paga, aguardamos la dichosa esperanza y la revelación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Por esa esperanza, cuando de la esperanza resulte la realidad, recibiremos un denario como paga. Esa misma paga se da, en efecto, según el evangelio, a los obreros que trabajan en la viña, cosa que creo que vosotros recordáis. Por cierto, no ha de hacerse recordar todo como a ignorantes y primerizos. Se paga, pues, un denario, que del número diez recibe nombre y unido al cuarenta forma el cincuenta. Por eso celebramos con fatiga la cuaresma antes de pascua; en cambio, con alegría, como recibida la paga, la cincuentena después de pascua, porque a esta fatiga saludable de las buenas obras, que se refiere al número cuarenta, se añade el denario del descanso y de la felicidad, transformándose en el número cincuenta.

El consuelo de las Escrituras

5. También el Señor Jesús significó esto mucho más claramente cuando tras la resurrección convivió en la tierra con sus discípulos cuarenta días, y, por otra parte, tras haber ascendido al cielo el día cuadragésimo, pasados diez días, envió la paga del Espíritu Santo. Estos acontecimientos están significados y ciertas significaciones han precedido a las realidades mismas. Nos nutrimos de significaciones para poder llegar a las perdurables realidades mismas. Somos, en efecto, obreros y todavía trabajamos en la viña. Terminado el día, terminado el trabajo, se restituye la paga. Pero ¿qué obrero perdura para recibir la paga sino el que se alimenta mientras trabaja? Tampoco tú vas a dar a tu obrero la paga sola; ¿no le llevarás también con qué reponga fuerzas en la fatiga? Alimentas, sí, a quien vas a dar la paga. Por tanto, también el Señor alimenta con esas significaciones de las Escrituras a quienes nos fatigamos, porque, si se nos quita la alegría de entender esos misterios, desfallecemos en la fatiga y no habrá quien llegue a la paga.

La caridad, plenitud de la Ley

6. ¿Cómo, pues, el número cuarenta lleva a término la obra? Tal vez porque la Ley está dada en los diez preceptos y debía ser predicada por el mundo entero, mundo entero que se hace valer en cuatro partes: oriente, occidente, mediodía y aquilón; por eso, multiplicado por cuatro, el diez llega al cuarenta. O porque mediante el Evangelio, que tiene cuatro libros, se cumple la Ley, porque se dice en un evangelio: He venido no a derogar, sino a colmar la Ley. Sea, pues, por aquella causa o por ésta o por alguna más probable, la cual se nos oculta, pero no se oculta a los más doctos, cierto es empero que el número cuarenta significa cierta perfección en las obras buenas, obras que se ejercitan sobre todo en cierta abstinencia de los deseos mundanos ilícitos, esto es, en el ayuno general. Escucha también al Apóstol decir: La plenitud de la Ley es la caridad. ¿De dónde nace la caridad? Mediante la gracia de Dios, mediante el Espíritu Santo, pues nunca la tendríamos por nosotros, como fabricándola para nosotros. Es don de Dios y don grande, porque la caridad de Dios, afirma, ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado. La caridad, pues, cumple la Ley, y con toda verdad está dicho: Plenitud de la Ley es la caridad. Busquemos esta caridad, tal como recomienda el Señor.

Recordad qué me había propuesto: quiero exponer el número treinta y ocho años en aquel enfermo; por qué el número treinta y ocho se relaciona más con la enfermedad que con la salud. Como decía, pues, la caridad cumple la Ley. El número cuarenta dice relación a la plenitud de la Ley en todas las obras; en cambio, respecto a la caridad se nos hacen valer dos preceptos. Fijaos, por favor, y grabad en la memoria lo que digo; no seáis despreciadores de la palabra, para que vuestra alma no sea camino donde los granos echados no germinen: Y vendrán, afirma, los volátiles del cielo y los recogerán. Entended y guardadlo en vuestros corazones. Dos son los preceptos de la caridad encomendados por el Señor: Amarás al Señor tu Dios con tu corazón entero y con tu alma entera y con tu mente entera, y amarás al prójimo como a ti mismo; de estos dos preceptos pende toda la Ley y los Profetas. Con razón, también aquella viuda envió todo su haber, dos ochavos, a los dones de Dios; con razón también recibió el hostelero dos monedas para que se sanase el enfermo herido por los bandidos; con razón Jesús permaneció dos días entre los samaritanos para afianzarlos en la caridad. Cuando, pues, el número dos significa algo bueno, se recomienda, sobre todo, la caridad bipartida. Si, pues, el número cuarenta es la perfección de la Ley, y la Ley no se cumple sino con el doble precepto de la caridad, ¿por qué te extrañas de que estuviera enfermo aquel que para cuarenta tenía dos menos?

Las palabras del Señor siempre están cargadas de significado

7. Veamos ya, por tanto, en orden a qué misterio cura el Señor a ese enfermo. De hecho, llega el Señor en persona, doctor de la caridad, lleno de caridad, a acortar, como de él está predicho, su palabra sobre la tierra, y muestra que la Ley y los Profetas penden de los dos preceptos de la caridad. De ahí pendió Moisés con su cuarentena, de ahí Elías con la suya, el Señor alega en testimonio suyo este número. Presente, el Señor cura a ese enfermo, pero antes ¿qué le dice? ¿Quieres curarte? Él responde que no tiene un hombre que lo meta en la piscina. Realmente le era necesario para la sanación un hombre; pero el hombre aquel que es también Dios, pues único Dios y único mediador de Dios y de los hombres es Cristo Jesús hombre. Llegó, pues, el hombre que era necesario; ¿por qué se diferiría la sanación? Levántate, ordena, coge tu camilla y anda. Tres cosas dijo: Levántate, coge tu camilla y anda. Pero «levántate» fue no mandato de actuación, sino la realización de la sanación. Por otra parte, mandó al sanado dos cosas: Toma tu camilla y anda. Os pregunto: ¿por qué no bastaría «anda», o por qué no bastaría ciertamente «levántate»? De hecho, al levantarse sano no iba a permanecer él allí. ¿Acaso no se levantaría para esto: para marcharse? Me inquieta, pues, también que haya preceptuado dos cosas quien lo halló yacente con dos menos. De hecho, llenó, digamos, lo que había de menos, mandando ciertas dos cosas.

Amar al prójimo nos capacita para ver a Dios

8. ¿Cómo, pues, encontrar significados en estas dos órdenes del Señor aquellos dos preceptos de la caridad? Coge tu camilla,ordena, y anda. Recordad conmigo, hermanos, cuáles son esos dos preceptos. De hecho, deben ser más que conocidos y no sólo venir a la mente cuando yo os los recuerdo, sino que nunca deben borrarse de vuestros corazones. Pensad absolutamente siempre que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con el corazón entero, con el alma entera y con la mente entera, y al prójimo como a mismo. Siempre hay que pensar en esto, meditarlo, retenerlo, practicarlo, cumplirlo. El amor a Dios es primero en el orden de lo preceptuado; el amor al prójimo, en cambio, es primero en el orden de la acción, pues quien mediante los dos preceptos te preceptuó ese amor, no te iba a encomendar primero al prójimo y después a Dios, sino primero a Dios, después al prójimo. En cambio, tú, porque todavía no ves a Dios, amando al prójimo mereces verlo; amando al prójimo purgas el ojo para ver a Dios, pues Juan dice evidentemente: Si no quieres al prójimo al que ves, ¿cómo podrás querer a Dios a quien no ves? He aquí que se te dice: quiere a Dios. Si me dices: «Muéstrame a quién querer», ¿qué te responderé sino lo que asevera Juan mismo: Nadie ha visto nunca a Dios? Pero no debes creerte totalmente excluido de ver a Dios: Dios, afirma, es caridad, y quien permanece en la caridad, permanece en Dios. Quiere, pues, al prójimo y en ti mira la fuente del amor al prójimo; como puedas, verás allí a Dios. Comienza, pues, a querer al prójimo. Parte tu pan al hambriento y mete en tu casa al necesitado sin techo; si ves a alguien desnudo, vístelo, y no desprecies a los miembros de tu raza. Ahora bien, tras hacer esto, ¿qué conseguirás? Entonces irrumpirá tu luz como la matutina. Tu Dios es tu luz, matutina porque vendrá a ti tras la noche de este mundo. En realidad, él ni sale ni se pone, porque permanece siempre. Quien en su ocaso estaba para ti cuando andabas perdido, será matutino para ti cuando regreses. Me parece, pues, que «Toma tu camilla» es haber dicho: Quiere a tu prójimo.

Cargar la camilla es llevar al prójimo

9. Pero, en cuanto se me alcanza, está todavía cerrado y necesita explicación por qué en el tomar la camilla se recomienda el amor al prójimo, a no ser que nos moleste esto: que se nos recomiende el prójimo mediante una camilla, cierta cosa estólida e insensata. No se enoje el prójimo si se nos recomienda mediante una cosa carente de vida y sentidos. El Señor y Salvador nuestro Jesucristo mismo fue llamado piedra angular para reunir en sí mismo a dos. Se le llamó roca de donde manó agua: Ahora bien, la roca era el Mesías. ¿Por qué nos vamos a extrañar de que al prójimo se le signifique por unos maderos, si a Cristo se le significó por una roca? No se trata de unos maderos cualesquiera, como tampoco se trataba de una roca cualquiera, sino de una roca que era manantial para los sedientos; ni cualquier piedra, sino de una piedra angular, que unió en sí misma dos muros que eran divergentes. Tampoco aquí se trata de un vulgar madero, sino de una camilla. Y yo pregunto: ¿por qué se representa al prójimo en una camilla sino porque, cuando enfermo, era llevado en ella, y sano ya la llevaba él? ¿Qué está dicho por el Apóstol? Llevad recíprocamente vuestras cargas y así colmaréis la Ley del Mesías. La ley de Cristo es, pues, la caridad, y la caridad no se cumple si no llevamos recíprocamente nuestras cargas. Sufriéndoos recíprocamente, afirma, con amor, afanándoos en conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz. Cuando estabas enfermo, tu prójimo te llevaba. Ahora que estás sano, lleva tú a tu prójimo. Llevad recíprocamente vuestras cargas y así colmaréis la Ley del Mesías. Así colmarás, oh hombre, lo que te faltaba. Coge, pues, tu camilla. Pero cuando la hayas cogido no te quedes parado, anda. Queriendo al prójimo y teniendo cuidado de tu prójimo, caminas. ¿A dónde caminas sino al Señor Dios, a ese a quien debemos querer con el corazón entero, con el alma entera, con la mente entera? Al Señor todavía no hemos llegado, pero tenemos con nosotros al prójimo. Carga, pues, a ese con quien andas, para que llegues a aquel con quien deseas quedarte. Coge, pues, tu camilla y anda.

El escándalo de los judíos

10. Esto hizo él y se escandalizaron los judíos, pues veían a un hombre cargado con su camilla en un día de descanso, y no acusaban al Señor de haberlo curado en sábado, puesto que les podría contestar que si el jumento de cualquiera de ellos se hubiese caído a un pozo en día de descanso, ciertamente lo sacaría y salvaría a su jumento. Ya no le echaban en cara haber curado a un hombre en sábado, pero sí que cargara con su camilla. Si era verdad que no debía ser aplazada la curación, ¿era necesario mandarle este trabajo? No te es lícito, afirman, hacer lo que haces, coger tu camilla. Él, frente a sus acusadores, les remite al autor de su curación: «Quien me sanó, ése mismo me dijo: “Coge tu camilla y anda”. ¿No he de aceptar esta orden de quien he recibido mi salud?» Y ellos: ¿Quién es el hombre que te dijo: “Coge tu camilla y anda”?».

No busques a Jesús en la multitud

11. Pero quien había sido sanado no sabía quién era el que se lo había ordenado. Jesús, por su parte, tras haber hecho y mandado esto, se había alejado de él entre el gentío. Fijaos también en este otro detalle. Llevamos a nuestro prójimo y caminamos hacia Dios. Pero aquel hacia quien vamos caminando no lo vemos todavía. De ahí que ese hombre no conociera todavía a Jesús. Ya tenemos insinuado aquí un misterio: creemos en aquel que todavía no vemos. Él, para no dejarse ver, se esconde entre la gente. Es difícil ver a Cristo en la multitud. Es necesaria para nuestro espíritu cierta soledad. Dios se deja ver cuando nuestra atención ha conseguido una cierta soledad. El gentío hace ruido, y esta visión exige silencio. Coge tu camilla, carga con tu prójimo, tú, que antes has sido llevado, y anda para que llegues. No busques a Jesús en el gentío; no es uno más de la gente: él supera a todo gentío. Aquel gran pez que es él, salió el primero del mar y está sentado en los cielos intercediendo por nosotros. Entró él solo, como supremo Sacerdote, detrás del velo, mientras la gente está fuera esperando. Tú que llevas a tu prójimo, continúa caminando, si es que has aprendido a llevarlo, ya que antes solías ser llevado. Es cierto que de momento no conoces aún a Jesús, aún no ves a Jesús; ¿qué sigue después? Porque aquél no cesó de llevar su camilla y andar, Jesús lo vio después en el templo. No fue entre la gente donde lo vio, sino en el templo. No hay duda de que el Señor Jesús podía descubrirlo tanto entre la gente como en el templo. El enfermo, en cambio, no logra reconocer a Jesús entre el gentío, y sí en el templo. Y se acercó al Señor. Lo encontró en el templo, en un lugar sagrado, en un lugar santo. ¿Y qué es lo que oye decir? He aquí que ya has sido sanado; no peques, para que no te suceda algo peor.

Anunciar a Jesús

12. Entonces él, después de ver a Jesús y conocer que Jesús era el autor de su salud, no fue perezoso para anunciar a quien había visto: Se marchó e informó a los judíos de que era Jesús quien lo había sanado. Él anunciaba y ellos enloquecían. Él predicaba su sanación, ellos no buscaban la suya.

El sábado y la persona de Jesús

13. Perseguían los judíos al Señor Jesús porque hacía esto en sábado. Oigamos ahora lo que el Señor contesta a los judíos. Ya os he dicho lo que solía responder respecto de las curaciones en sábado: cómo ellos no abandonaban sus animales ese día, sino que los libraban del peligro y les daban de comer. ¿Qué contestó sobre el transporte de la camilla? Era un trabajo a todas luces corporal, realizado en presencia de los judíos. Ya no se trataba de la salud del cuerpo, sino de un trabajo corporal. Eso ya no se veía como algo necesario, como lo es la salud. Que nos hable el Señor claramente del misterio del sábado y del significado de la observancia temporal de un día prescrito a los judíos, pero cómo la realización de este misterio tuvo cumplimento en su persona: Mi Padre, afirma, trabaja hasta ahora, y yo trabajo. Provocó entre ellos un gran revuelo. Con la llegada del Señor se remueven las aguas. Pero el que las remueve permanece oculto. A pesar de todo, en esta agua removida, la pasión del Señor, se iba a curar un solo enfermo de grandes proporciones: el mundo entero.

El trabajo y el descanso de Dios

14. Veamos, pues, la respuesta de la Verdad: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo. ¿Dijo, pues, la Escritura la falsedad de que Dios descansó de todos sus trabajos el día séptimo? ¿Y contra esta Escritura servida mediante Moisés habla el Señor Jesús, pues él mismo dice: Si creyerais a Moisés me creeríais también a mí, pues de mí escribió él? Mirad, pues, si Moisés quiso significar algo, porque Dios descansó el día séptimo. En efecto, Dios no desfalleció formando su criatura ni necesitaba descanso, como el hombre. ¿Cómo desfallecería quien la había hecho con la Palabra? Sin embargo, verdad es que Dios descansó de sus trabajos el día séptimo, y verdad es lo que asevera Jesús: Mi Padre trabaja hasta ahora. Pero quizá lo difícil para quienes entienden, ¿quién, aunque pueda explicarse lo que se entiende, lo explicará con palabras, un hombre a hombres, un débil a débiles, un ignorante a quienes anhelan aprender y, si quizá sabe algo, incapaz de expresarlo y explicarlo? ¿Quién, repito, hermanos míos, explicará con palabras cómo Dios trabaja descansado y descansa mientras trabaja? Por favor, dejad esto para cuando hayáis progresado, pues esta visión necesita el templo de Dios, necesita un lugar santo. Cargad con el prójimo y caminad. Lo veréis allí donde no necesitaréis palabras humanas.

Jesús realiza en sí mismo el sábado

15. Más bien podemos quizá decir que, en el hecho de que Dios descansó el día séptimo, aludió mediante un misterio grande al Señor y Salvador nuestro Jesucristo mismo, que hablaba y decía esto: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo. En efecto, el Señor Jesús es también Dios, sí, pues él mismo es la Palabra de Dios y habéis oído que en el principio existía la Palabra, mas no una palabra cualquiera, sino que la Palabra era Dios y todo se hizo mediante ella; quizá se aludía a él, que el día séptimo iba a descansar de todos sus trabajos. Leed, en efecto, el evangelio y ved cuántas obras ha realizado Jesús. En la cruz ha realizado nuestra salvación, para que se cumplieran en él todos los vaticinios de los profetas; fue coronado de espinas, colgado de un madero; dijo «Tengo sed»;recibió vinagre en una esponja para que se cumpliera lo que está dicho: Y en mi sed me dieron de beber con vinagre. Pero, cuando se cumplieron todas sus obras, el día sexto de la semana, inclinada la cabeza, devolvió el espíritu, y el sábado descansó de todos sus trabajos en el sepulcro. Como si dijera, pues, a los judíos: «¿Por qué aguardáis que no trabaje en sábado? El día de descanso se os ha preceptuado para aludir a mí. Observáis las obras de Dios; yo estaba allí cuando fueron hechas, mediante mí se hizo todo, yo lo sé: Mi Padre trabaja hasta ahora. El Padre ha realizado la luz; pero dijo que se hiciera la luz. Si lo dijo, trabajó con la Palabra. Su Palabra era yo, soy yo. El mundo fue hecho mediante mí en aquellas obras, mediante mí se gobierna el mundo en estas obras. Mi Padre trabajó entonces, cuando hizo el mundo, y hasta ahora trabaja cuando rige al mundo. Lo hizo, pues, mediante mí cuando lo hizo, y mediante mí lo rige cuando lo rige». Esto dijo, pero ¿a quiénes? A sordos, ciegos, cojos, enfermos que no reconocían al médico y querían matarlo como quien tiene perdida la razón por la locura.

Cristo, igual al Padre por naturaleza

16. Por tanto, ¿qué dijo a continuación el evangelista? Los judíos, pues, buscaban matarlo, precisamente porque no sólo abolía el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, no de cualquier manera, sino ¿por qué? Pues se hacía igual a Dios. En verdad, todos decimos a Dios: Padre nuestro que estás en los cielos; leemos que también los judíos decían: Porque tú eres nuestro Padre. No se airaban, pues, porque llamaba Padre suyo a Dios, sino porque lo hacía de manera muy distinta a los demás hombres. He aquí que los judíos entienden lo que no entienden los arrianos. Los arrianos dicen, en efecto, que el Hijo es desigual al Padre, y por eso ha sido expulsada de la Iglesia esa herejía. He aquí empero que los ciegos mismos, los asesinos mismos de Cristo, entendieron las palabras de Cristo. No entendieron que él era el Mesías, ni entendieron que él era el Hijo de Dios, pero en todo caso en aquellas palabras entendieron que se hacía valer el Hijo de Dios que era igual a Dios. No sabían quién era; reconocían empero que predicaba ser él igual a Dios, porque llamaba Padre suyo a Dios, pues se hacía igual a Dios. ¿No era, pues, igual a Dios? No se hacía a sí mismo igual, sino que aquél lo había engendrado igual. Si él se hiciese igual a Dios, caería por rapiña, pues quien quiso hacerse igual a Dios sin serlo, cayó y de ángel quedó hecho diablo y propinó al hombre esta soberbia a causa de la que él mismo fue derribado. Por cierto, caído, dijo esto al hombre, al que envidiaba por estar éste en pie: Probad y seréis como dioses; esto es, arrebatad por usurpación lo que no habéis sido hechos, porque también yo caí por arrebatarlo. No lo expresaba, pero lo sugería. Cristo, en cambio, había nacido igual al Padre, no había sido hecho igual: nació de la sustancia del Padre. Por eso, el Apóstol lo encomia así: El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios. ¿Qué significa No consideró rapiña? No usurpó la igualdad con Dios, sino que estaba en esa en que había nacido. Y nosotros ¿cómo llegaríamos al que es igual a Dios? Se vació a sí mismo, al tomar forma de esclavo. Se vació a sí mismo, no al perder lo que era, sino al tomar lo que no era. Los judíos, porque despreciaban esta forma de esclavo, no podían entender que Cristo el Señor es igual al Padre, aunque no tenían la mínima duda de que él lo afirmaba de sí mismo. Por eso se ensañaban. Mas él, en cambio, los soportaba y buscaba con insistencia la sanación de los sañudos.

 

TRATADO 18

Comentario a Jn 5,19-20, predicado en Hipona al día siguiente del tratado anterior

 

1. Del Señor, sobre cuyo pecho se reclinaba durante el convite para, mediante esto, significar que de su íntimo corazón bebía secretos muy hondos, el evangelista Juan, entre los otros evangelistas, compañeros y copartícipes suyos, recibió este don principal y propio: decir del Hijo de Dios lo que puede estimular quizá las mentes atentas de los pequeños, pero no puede llenar aún a las capaces. En cambio, a cualesquiera mentes creciditas y que dentro han llegado a cierta edad viril, les da mediante estas palabras algo que las ejercita y alimenta.

Acabáis de oír la lectura y recordáis la razón de estas palabras. Ayer, en efecto, leímos que los judíos querían matar a Jesús, no sólo porque abolía el sábado, sino también porque llamaba Padre suyo a Dios, pues se hacía igual a Dios. Lo que disgustaba a los judíos, eso agradaba al Padre mismo. Sin duda, a quienes honran al Hijo como honran al Padre, esto también agrada, porque, si no les gusta, disgustarán a Dios. En efecto, Dios no será mayor porque te agrada, sino que tú serás menor si te desagrada. Pues bien, contra esta calumnia de los judíos, venida o de la ignorancia o de la malicia, dice el Señor no algo que entienden del todo, sino algo que los inquiete y conturbe y, conturbados, quizá busquen al Médico. Ahora bien, para que después lo leyéramos nosotros decía lo que iba a escribirse. Veamos, pues, qué sucedió en los corazones de los judíos cuando oyeron esto; pensemos más ampliamente qué sucede en nosotros cuando lo oímos.

Efectivamente, las herejías y ciertas doctrinas perversas que atrapan a las almas y las precipitan al abismo, no han nacido, sino cuando las Escrituras, buenas, no se entienden bien, y se asevera incluso temeraria y audazmente lo que en ellas no se entiende bien. Así pues, carísimos, eso para comprender lo cual somos niños debemos oírlo muy cautamente y ateniéndonos con corazón piadoso y, como está escrito, con temblor, a esta regla saludable: de lo que pudiéramos entender según la fe en que hemos sido instruidos, disfrutemos como del alimento; en cambio, respecto a lo que aún no pudiéramos entender según la sana regla de la fe, retiremos la duda, difiramos la comprensión; esto es, aun si no sabemos qué significa, sin embargo, no dudemos mínimamente que es bueno y verdadero.

En cuanto a mí, hermanos, que he emprendido la tarea de hablaros, tened bien presente quién soy y qué tarea he emprendido: hombre, me he propuesto tratar cosas divinas; carnal, cosas espirituales; mortal, cosas eternas. También lejos de mí, carísimos, esté la vana presunción, si quiero vivir sano en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. Según mi medida entiendo lo que os sirvo. Cuando se abre, me alimento con vosotros; cuando se cierra, aldabeo con vosotros.

En qué es el Padre mayor que Jesús

2. Pues bien, los judíos se incomodaron y se llenaron de indignación. Y con razón, claro está, puesto que un hombre tenía el atrevimiento de hacerse igual a Dios; pero con tanta menos razón cuanto que en aquel hombre —ellos no lo entendían— estaba Dios. Veían su cuerpo, no descubrían a Dios; contemplaban la morada, pero ignoraban al morador. Aquel cuerpo era un templo y Dios habitaba en su interior. No igualaba Jesús al Padre en su ser corporal; no se comparaba al Señor por su forma de siervo; no se igualaba en lo que por nosotros se hizo, sino en lo que era cuando nos hizo a nosotros. Bien sabéis quién es Cristo, hablo a católicos que tenéis una fe sana. No es sólo la Palabra, ni sólo la carne; es la Palabra hecha carne para vivir con nosotros. Voy a recordar lo que sabéis de la Palabra: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Aquí, la igualdad con el Padre. Pero la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Aquí, el Padre es mayor que la carne. Así, el Padre es igual y mayor: igual que la Palabra, mayor que la carne; igual a aquel por quien nos hizo, superior al que por nosotros se hizo criatura.

Todo lo que vanos entendiendo debemos confrontarlo según esta regla sana católica que ante todo debéis saber y, quienes ya la sabéis, mantener con firmeza. Vuestra fe no debe apartarse de ella lo más mínimo, y ningún razonamiento humano deberá arrancarla de vuestro corazón. Las demás verdades que quizá todavía nos quedan sin entender, deberán quedar reguladas por esta norma, con la esperanza de entenderlas cuando estemos preparados. Sabemos que el Hijo de Dios es igual al Padre, porque sabemos que en el principio la Palabra era Dios. ¿Por qué, pues, los judíos querían matarlo? Porque no sólo abolía el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, pues se hacía igual a Dios. Veían la carne, no veían la Palabra. Hable, pues, contra ellos la Palabra mediante la carne, y el íntimo morador haga oír su voz mediante su morada para que, quien puede, sepa quién habita dentro.

La herejía arriana

3. ¿Qué, pues, les dice? Así pues, respondió Jesús y les dijo a los conmocionados porque se hacía igual a Dios: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. No está escrito qué respondieron a esto los judíos. Quizá se callaron. Sin embargo, algunos que quieren ser tenidos por cristianos no se callan y en virtud de estas palabras conciben de algún modo ciertas cosas que decir contra nosotros, las cuales han de ser tenidas en cuenta en atención a ellos y a nosotros. En efecto, los herejes arrianos —al decir que el Hijo que asumió la carne es menor que el Padre no por la carne, sino antes de la carne, y que no es de la misma sustancia que el Padre—, en virtud de aquellas palabras, aprovechan la ocasión para la impostura y nos responden: «Veis que el Señor Jesús, al advertir que los judíos se alborotaron porque se hacia igual al Padre, añadió inmediatamente tales palabras para mostrar que no es igual. Efectivamente, afirman, contra Cristo movía a los judíos el hecho de que se hacía igual a Dios. Cristo, por su parte, queriendo corregirlos de esta agitación y demostrarles que el Hijo no es igual al Padre, esto es, igual a Dios, como si les preguntase: “¿Por qué os airáis? ¿Por qué os indignáis?”, afirma: “No soy igual, porque el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer”». En efecto, afirman, quien no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer, es ciertamente menor, no igual.

Unidad perfecta entre el Padre y el Hijo por el amor

4. A propósito de esta regla de su corazón, retorcida y depravada, el hereje óigame no reprocharle aún, sino preguntarle, digamos; y explíqueme lo que opina. «Supongo que tú, quienquiera que seas —imaginemos, en efecto, que él como que asiste presente—, admites conmigo que en el principio existía la Palabra. ¿Es cierto?». «Lo admito», dice él. «¿Admites también que la Palabra estaba con Dios?». «También lo admito», responde. «Sigue, pues, y con más firmeza sostén esto: que la Palabra era Dios». «También sostengo esto, afirma; pero uno es un dios mayor, otro, un dios menor». Ya estoy notando aquí un cierto olor a paganismo. Yo creía que estaba hablando con un cristiano. Porque si hay un dios mayor y otro menor, estamos adorando a dos dioses, no a un Dios único. «¿Por qué?, replica él; ¿no afirmas tú también que son dos dioses iguales ente sí?» No; yo no digo eso, pues entiendo esta igualdad, de forma que en ella entiendo también una indivisible caridad; y, si entiendo una indivisible caridad, entiendo una perfecta unidad. En efecto, si la caridad que Dios envió a los hombres hace de muchos corazones humanos un solo corazón, y hace de muchas almas humanas una sola —como en los Hechos de los Apóstoles está escrito acerca de quienes creyeron y se querían mutuamente: Tenían un alma sola y un solo corazón hacia Dios—; si, pues, mi alma y tu alma, cuando tenemos idéntico sentir y nos queremos, llegan a ser una sola alma, ¿cuánto más Dios Padre y Dios Hijo son un único Dios en la fuente del amor?

Refutación del arrianismo

5. Pero atiende a estas palabras que han alterado tu corazón; atiende y recuerda conmigo lo que sobre la Palabra investigábamos. Ya sostenemos que la Palabra era Dios. Añado otra cosa: después de decir «Ésta existía al principio en Dios», a continuación añadió el evangelista: Todo se hizo mediante ella. Ahora te hostigo preguntando, ahora te muevo contra ti y te interpelo contra ti; sólo retén de memoria acerca de la Palabra esto: la Palabra era Dios y todo se hizo mediante ella. Escucha ya las palabras que te han turbado, hasta el punto de afirmar que el Hijo es menor, puesto que dijo: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. «Así es», afirma. Explícame esto un poco. En mi opinión, lo entiendes así: el Padre hace ciertas cosas; por su parte, el Hijo atiende a cómo actúa el Padre, para poder también él hacer lo que ha visto hacer al Padre. Has establecido como dos artesanos: el Padre y el Hijo, como maestro y aprendiz, como suelen los padres artesanos enseñar su arte a sus hijos.

He aquí que desciendo a tu comprensión carnal, de momento pienso como tú; veamos si este pensamiento nuestro halla resultado según lo que ya hemos dicho juntos y opinamos juntos acerca de la Palabra: la Palabra es Dios, y todo se hizo mediante ella. Por tanto, imagina al Padre como a un artesano que hace ciertas obras; en cambio, al Hijo como un aprendiz que no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer, pues en cierto modo mira a las manos del Padre para, según le vea fabricar, así fabricar también él en sus obras algo parecido. Pero todo lo que ese Padre hace, y quiere que el Hijo le atienda y haga también él cosas tales, ¿mediante quién lo hace? ¡Ea, ahora es tiempo de que defiendas tu aserción anterior que formulaste conmigo y conmigo sostuviste: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios, y todo se hizo mediante ella. Tú, pues, aunque has sostenido conmigo que todo se ha hecho mediante la Palabra, de nuevo te forjas en el ánimo, con conocimiento carnal y actitud pueril, a Dios hacedor y a la Palabra atenta para actuar también la Palabra, una vez que Dios haya actuado. ¿Qué hace, en efecto, Dios sin la Palabra? Si, efectivamente, hace algo sin ella, no se hace todo mediante la Palabra; has perdido lo que sostenías. Si, en cambio, todo se ha hecho mediante la Palabra, corrige lo que entendías mal. El Padre lo hizo, y no lo hizo sino mediante la Palabra; ¿cómo atiende la Palabra para ver al Padre hacer sin la Palabra lo que similarmente hará la Palabra? Cualquier cosa que ha hecho el Padre, mediante la Palabra lo ha hecho, o es falso que todo se hizo mediante ella. Pero es verdad: Todo se hizo mediante ella. ¿Quizá te parecía poco? Y sin ella nada se hizo.

El ver y el obrar del Hijo

6. Retírate, pues, de este saber carnal e investiguemos cómo está dicho: No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Investiguémoslo, si somos dignos de entenderlo. Confieso, en efecto, que es gran cosa, absolutamente ardua, ver al Padre obrar mediante el Hijo; no al Padre y al Hijo hacer obras individuales, sino al Padre hacer cualquier obra mediante el Hijo, de manera que ninguna obra se haga por el Padre sin el Hijo, ni por el Hijo sin el Padre, porque todo se hizo mediante ella y sin ella nada se hizo. Establecido esto firmísimamente sobre el cimiento de la fe, ¿cuál es la naturaleza de ese ver, porque el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer? Creo que buscas conocer al Hijo hacedor; busca primero conocer al Hijo que ve. En efecto, ¿qué dice ciertamente? El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Atiende a lo que dijo: Sino lo que vea al Padre hacer. Precede la visión y sigue la acción, pues ve para hacer. ¿Por qué buscas tú conocer ya cómo obra, mientras aún no sabes cómo ve? ¿Por qué corres a lo que es posterior, dejado lo que es anterior? Dijo que él ve y hace, no que hace y ve, porque no puede hacer por sí algo, sino lo que vea hacer al Padre hacer. ¿Quieres que te explique cómo lo hace? Explícame tú cómo ve. Si no puedes explicar esto, tampoco yo aquello; si tú aún no eres idóneo para percibir aquello, tampoco yo para percibir esto. Cada uno de nosotros, pues, busque, cada uno aldabee, para que cada uno merezca recibir. ¿Por qué cual docto censuras al indocto? Indoctos ambos, yo respecto al hacer, tú respecto al ver, preguntemos al Maestro, no litiguemos puerilmente en su escuela.

Sin embargo, juntos hemos ya aprendido que todo se hizo mediante ella. Está, pues, claro que el Padre no hace otras obras, que el Hijo vea para hacerlas él semejantes, sino que mediante el Hijo hace el Padre idénticas obras, porque todo se hizo mediante la Palabra. ¿Quién conoce ya cómo obra Dios? No digo cómo ha hecho el mundo, sino cómo ha hecho tu ojo, adherido carnalmente al cual, comparas lo visible con lo invisible, pues de Dios piensas cosas tales cuales estás acostumbrado a ver con estos ojos. Ahora bien, si Dios puede ser visto por esos ojos, no diría: Dichosos los de corazón limpio, porque ésos mismos verán a Dios. Tienes, pues, el ojo del cuerpo para ver a un artesano, pero aún no tienes el ojo del corazón para ver a Dios. Por eso quieres transferir a Dios lo que sueles ver en el artesano. Pon lo terreno en la tierra; ¡arriba el corazón!

Prepara tu espíritu para ver

7. ¿Por qué, pues, carísimos, voy a explicar lo que he preguntado: cómo ve la Palabra, cómo el Padre es visto por la Palabra, qué es el ver de la Palabra? No soy tan audaz, tan temerario, que prometa explicarlo ni a mí ni a vosotros. Vuestra capacidad puedo sospecharla, pero la mía la conozco. Si, pues, os parece bien, no nos detengamos más tiempo, recorramos la lectura y veamos que las palabras del Señor turban los corazones carnales. Los turban, para que no permanezcan en lo que sostienen. Como a niños, por la fuerza arránqueseles de no sé qué juego peligroso, para que como personas más adultas puedan instruirse con algo más útil y puedan crecer quienes andaban arrastrándose por tierra. Levántate, busca, suspira, desea con ardor y llama a la puerta que encuentres cerrada. Y, si aún no deseamos, aún no ansiamos, aún no suspiramos, arrojaremos perlas ante cualquiera o nosotros mismos hallaremos perlas cualesquiera.

Querría, carísimos, suscitar el deseo en vuestro corazón. Las costumbres conducen hasta la comprensión; un género de vida conduce a un género de vida. Una es la vida terrena, otra la vida celeste. Una es la vida de las bestias, otra la vida de los hombres, otra la vida de los ángeles. La vida de las bestias arde en placeres terrenos, sólo busca cosas terrenas, está inclinada y lanzada a ellas. Sola la vida de los ángeles es celestial. La vida de los hombres es intermedia entre la de los ángeles y la de las bestias. Si el hombre vive según la carne, se asemeja a las bestias; si vive según el espíritu, se asocia a los ángeles. Cuando vives según el espíritu, investiga también si eres pequeño o grande respecto a la vida angélica. En efecto, si todavía eres pequeño, los ángeles te dicen: «Crece; nosotros comemos pan, tú aliméntate con leche, la leche de la fe, para que llegues al alimento de la visión». Si, en cambio, aún se aspira a placeres sórdidos, si aún se piensa en fraudes, si no se evitan las mentiras, si las mentiras se colman de perjurios, corazón tan inmundo osa decir: «Explícame cómo la Palabra ve», aun si yo pudiera, aun si ya lo viera. Pero además, si yo no estoy quizá en estas costumbres y empero estoy lejos de esta visión, ¿cuánto lo estará quien, sobrecargado por los deseos terrenos, aún no es arrebatado por este deseo superior? Hay gran diferencia entre quien rechaza y quien desea; asimismo, gran diferencia hay entre quien desea y quien disfruta. ¿Vives como las bestias? Rechazas; los ángeles disfrutan plenamente. Si tú, en cambio, no vives como las bestias, ya no rechazas; deseas algo, y no lo comprendes; mediante ese deseo has comenzado la vida de los ángeles. Crezca en ti, realícese del todo en ti, y entenderás esto no por mí, sino por quien nos ha hecho a mí y a ti.

El obrar del Hijo es el mismo del Padre. Explicación

8. Sin embargo, no nos ha abandonado de ningún modo el Señor, que quiso que en lo que dijo —El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer entendamos no que el Padre hace unas obras que vea el Hijo, y otras el Hijo, cuando ve al Padre hacerlas, sino que idénticas obras hace el mismo: el Padre y el Hijo. En efecto, a continuación asevera: Pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas hace similarmente también el Hijo. Cuando aquél las hiciere, no las hace similarmente el Hijo, sino que cualesquiera cosas que él hiciere, éstas hace similarmente también el Hijo. Si el Hijo hace estas que hiciere el Padre, mediante el Hijo las hace el Padre; si mediante el Hijo hace el Padre las que hace, no hace unas el Padre, otras el Hijo, sino que son idénticas las obras del Padre y del Hijo. ¿Y cómo también el Hijo las hace idénticas? Idénticas y similarmente. No idénticas y quizá desemejantemente. Idénticas, afirma, y similarmente. ¿Y cómo podría hacerlas idénticas no similarmente? Tomad un ejemplo a vuestro alcance, creo. Cuando escribimos las letras, primero las hace nuestro corazón y después nuestra mano. Ciertamente, ¿por qué habéis aclamado, sino porque habéis entendido? Cierto es lo que he dicho y evidente para todos nosotros. Las letras son hechas primero por nuestro corazón, después por nuestro cuerpo. La mano sirve al corazón que ordena: idénticas letras hacen el corazón y la mano. ¿Acaso unas el corazón, otras la mano? Idénticas, sí, las hace la mano, pero no similarmente, pues nuestro corazón las hace inteligentemente; la mano, en cambio, visiblemente. He aquí cómo cosas idénticas se hacen disimilarmente. Por eso pareció poco al Señor decir: «Cualesquiera cosas que el Padre hiciere, éstas hace también el Hijo», si no añadiera: y similarmente. En efecto, ¿qué pasaría si entendieras de este modo: como el corazón hace cualesquiera cosas, también la mano hace éstas, pero no similarmente? Aquí, en cambio, ha añadido: Éstas hace también el Hijo similarmente. Si hace éstas y las hace similarmente, despierta, refrénese el judío, crea el cristiano, quede convicto el hereje: el Hijo es igual al Padre.

El que formó el ojo, ¿no va a ver?

9. Pues el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace. Fíjate en esto: Muestra. Muestra, ¿como a quién? Ciertamente como a alguien que ve. Regresamos a lo que no podemos explicar: cómo ve la Palabra. He aquí que el hombre ha sido hecho mediante la Palabra; pero el hombre tiene ojos, tiene oídos, tiene manos, miembros diversos en el cuerpo; mediante los ojos puede ver, mediante los oídos puede oír, mediante las manos trabajar; diversos miembros, diversas funciones de los miembros. Un miembro no puede lo que puede otro; sin embargo, a causa de la unidad del cuerpo, el ojo ve para sí y para el oído, y el oído oye para sí y para el ojo. ¿Habrá que estimar que sucede algo parecido en la Palabra, porque todo existe mediante ella? La Escritura dijo también en un salmo: Entended, quienes entre el pueblo sois insensatos; y tontos, entended por fin: ¿quien plantó el oído no oirá, o quien formó el ojo no considera? Si, pues, la Palabra formó el ojo porque todo existe mediante la Palabra; si la Palabra plantó el oído, porque todo existe mediante la Palabra, no podemos decir: «La Palabra no oye, la Palabra no ve», no sea que el salmo nos reprenda: Tontos, entended por fin. Así pues, si la Palabra oye y la Palabra ve, el Hijo oye y el Hijo ve; ¿acaso empero vamos a buscar en él mismo ojos y oídos en lugares diversos? ¿Por aquí oye, por allí ve, y su oído no puede lo que el ojo, y su ojo no puede lo que puede el oído? ¿O él entero es vista y, entero, oído? Quizá es así. Mejor dicho, no quizá, sino verdaderamente así, con tal de que empero su ver mismo y su oír mismo sean muy de otro modo que el nuestro. En la Palabra hay simultáneamente ver y oír, no es una cosa oír y otra ver, sino que el oído es vista y la vista oído.

La vuelta al corazón

10. Y ¿cómo sabemos esto nosotros, que oímos de una manera y vemos de otra? Quizá regresamos a nosotros, si no somos los prevaricadores a quienes está dicho: Regresad, prevaricadores, al corazón. ¡Regresad al corazón! ¿Por qué os vais de vosotros y perecéis por vosotros? ¿Por qué vais por caminos solitarios? Erráis vagando; ¡regresad! ¿A dónde? Al Señor. Está a un segundo; primero regresa a tú corazón, desterrado de ti vagas fuera; no te conoces a ti mismo ¡y buscas a quien te ha hecho! Regresa, regresa al corazón; sepárate del cuerpo; tu cuerpo es tu morada; tu corazón siente también mediante tu cuerpo, pero tu cuerpo no es lo que tu corazón; deja incluso tu cuerpo, regresa a tu corazón. En tu cuerpo encontrabas en un lado los ojos, en otro los oídos; en tu corazón, ¿acaso hallas esto? ¿O no tienes oídos en tu corazón? ¿De cuáles, pues, decía el Señor: Quien tiene oídos para oír, oiga? ¿O no tienes ojos en el corazón, por lo cual dice el Apóstol: Iluminados los ojos de vuestro corazón? Regresa al corazón: allí ve qué percibes quizá de Dios, porque allí está la imagen de Dios. En el hombre interior habita Cristo, en el hombre interior eres renovado a imagen de Dios, en su imagen conoce a su autor. Ve cómo todos los sentidos del cuerpo transmiten dentro al corazón qué han sentido fuera; ve cuán numerosos servidores tiene un único emperador interior, y qué gestiona cabe sí aun sin estos servidores. Los ojos transmiten lo blanco y lo negro; los oídos transmiten al mismo corazón armonías y disonancias; la nariz transmite al mismo corazón aromas y hedores; el gusto transmite al mismo corazón amargura y dulzor; el tacto transmite al mismo corazón suavidad y aspereza; el corazón mismo se transmite a sí mismo también lo justo y lo injusto. Tu corazón ve, oye y juzga las demás cosas sensibles; y —cosa a que no se acercan los sentidos del cuerpo— discierne justicia e injusticia, maldad y bondad. Muéstrame los ojos, los oídos, la nariz de tu corazón. Diversas son las cosas que se refieren a tu corazón, y allí no se hallan miembros diversos. En tu carne oyes en un lado, en otro ves; en tu corazón oyes allí donde ves. Si esto hace la imagen, ¿cuánto más potentemente lo hará aquel cuya imagen es? El Hijo, pues, oye y el Hijo ve y el Hijo es visión y audición mismas, y, para él, oír es lo mismo que existir, y, para él, ver es lo mismo que existir. Para ti, ver no es lo mimo que existir porque, aunque pierdas la vista, puedes existir, y, aunque pierdas el oído, puedes existir.

La cura de la ceguera

11. ¿Suponemos o no haber aldabeado? ¿Se ha erguido en nosotros algo con que sospechemos, siquiera tenuemente, de dónde nos viene la luz? Supongo, hermanos, que cuando digo y cuando meditamos eso, nos entrenamos. Y cuando nos entrenamos en ello y por nuestra inercia nos desviamos, por así decirlo, hacia esto habitual, somos como quienes tienen inflamados los ojos: cuando se los saca a ver la luz, si quizá antes no tenían vista en absoluto, comienzan a recobrar de algún modo la misma vista gracias a la diligencia de los médicos. Y cuando el médico quiere comprobar cuánta salud les ha sobrevenido, intenta mostrarles lo que deseaban y no podían ver porque eran ciegos. Al regresar ya de algún modo la fuerza penetrante de los ojos, se los saca a la luz. Y cuando han visto, el resplandor mismo los hace rebotar de algún modo y responden al médico que se lo muestra: «¡Ya he visto, ya; pero no puedo ver!». ¿Qué hace, pues, el médico? Manda que el enfermo regrese a lo ordinario, y añade un colirio para nutrir el deseo respecto a lo que fue visto, mas no pudo ser visto, y en virtud de ese deseo se cure más plenamente, y, si para reparar la salud se aplican cosas mordientes, las soporte con fortaleza, de forma que, encendido en el amor de aquella luz, se diga: «¿Cuándo será que con ojos firmes pueda ver lo que con ojos enfermos y débiles no pude?». Urge al médico y ruega que le cure.

Hermanos, si quizá, pues, algo parecido ha sucedido en vuestros corazones, si de algún modo habéis erguido vuestro corazón para ver la Palabra y, rebotados por su luz, habéis retrocedido a lo habitual, rogad al médico que aplique colirios mordientes, los preceptos de la justicia. Hay algo que puedes ver, pero no tienes con qué verlo. Antes no me creías que hay algo que puedes ver; te ha conducido cierto razonamiento, te has acercado, has prestado atención, has palpado, has retrocedido huyendo. Sabes ciertamente que hay algo que puedes ver, pero que tú no eres idóneo para verlo. Cúrate, pues. ¿Cuáles son los colirios? No mientas, no perjures, no adulteres, no robes, no engañes. Pero estás acostumbrado, y con algún dolor se te hace regresar de la costumbre; esto es lo que muerde, pero sana. En verdad, te hablo con total franqueza, por temor tanto mío como tuyo: si dejas de curarte y descuidas ser idóneo para disfrutar plenamente de esta luz, la salud de tus ojos, amarás las tinieblas; amando las tinieblas, en tinieblas te quedarás; y quedando en tinieblas, serás también arrojado a las tinieblas exteriores; allí estará el llanto y el rechinamiento de los dientes. Si nada hacía en ti el amor a la luz, haga algo el temor al dolor.

Vivo por vosotros

12. Estimo que he hablado bastante, y empero no he terminado la lectura evangélica; si digo lo restante, os agobiaré y temo que se derrame lo que se ha comprendido; baste, pues, eso a Vuestra Caridad. Soy deudor, no ahora, sino siempre mientras vivo, porque vivo por vosotros. Sin embargo, en este mundo consolad, viviendo bien, esa vida mía débil, laboriosa, peligrosa; no me contristéis ni atormentéis con vuestras costumbres malas. Por cierto, cuando tropiezo con vuestra vida mala, si me escapo de vosotros y me separo de vosotros y no me acerco a vosotros, ¿acaso no os quejaréis y diréis: «Si estábamos débiles, tendrías que curarnos; si estábamos enfermos, tendrías que visitarnos»? He aquí que os curo, he aquí que os visito; pero que no me pase como habéis oído al Apóstol: Temo haberme fatigado sin causa respecto a vosotros.

 

TRATADO 19

Comentario a Jn 5,19-30, predicado en Hipona poco después del tratado anterior y la víspera del 23

Quiero saldar mi deuda con vosotros

1. Con ocasión de las palabras evangélicas donde está escrito: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», en la medida en que turbaron mi estado de ánimo y mi pobreza de entendimiento, en el sermón anterior hablé de qué es el ver del Hijo, esto es, de la Palabra, porque el Hijo es la Palabra. Porque todo se hizo mediante la Palabra, hablé también de cómo puede entenderse que primero ve el Hijo actuar al Padre, para luego hacer también él lo que ha contemplado hacer al Padre, siendo así que el Padre no ha hecho nada sino mediante el Hijo, pues todo se ha hecho mediante ella y sin ella nada se hizo. Pero no pude dar explicación alguna, porque yo tampoco tenía nada claro. A veces, por cierto, falla la palabra, aun cuando la inteligencia avanza. ¿Cuánto más padecerá la palabra una defección, cuando la inteligencia no tiene la perfección? Así pues, con el favor del Señor recorramos ahora brevemente la lectura y al menos hoy cumplamos la tarea debida. Si quizá queda algo de tiempo o de fuerzas, volveré a tratar, si pudiere, según las posibilidades vuestras y mías, qué significa el ver de la Palabra, qué el mostrarse a la Palabra. Ciertamente está dicho aquí todo lo que, si se entiende carnalmente según el sentir humano, el alma, llena de fantasías, no nos construye otra cosa, sino ciertas imágenes del Padre y del Hijo, como de dos hombres, uno que muestra, otro que ve; uno que habla, otro que escucha. Todo esto son ídolos del corazón, los cuales, si ya han sido arrojados de sus templos, ¡cuánto más habrá que arrojarlos de las mentes cristianas!

El Padre hace todo mediante el Hijo

2. Afirma: No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Esto es verdad; retenedlo bien, mientras empero no olvidéis lo que retuvisteis en el prólogo del evangelio mismo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios, y principalmente que todo se hizo mediante ella. En efecto, unid a lo que habéis oído ahora lo oído antes, y una y otra cosa concuerden en vuestros corazones. Así pues, el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer, de modo que empero lo que hace el Padre no lo hace sino mediante el Hijo, porque el Hijo es su Palabra y en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios, y todo se hizo mediante ella, pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas hace también el Hijo similarmente; no otras, sino éstas, ni desemejantemente, sino similarmente.

El Padre muestra al Hijo sus obras

3. Pues el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace. Con lo que arriba he dicho, sino lo que vea al Padre hacer, parece relacionarse también esto: Le muestra todo lo que él mismo hace. Pero, si el Padre muestra lo que hace y el Hijo no puede hacerlo si el Padre no se lo muestra ni el Padre puede mostrárselo si no lo hace, será consecuente que el Padre no haga todo mediante el Hijo; si además mantenemos fijo e inconcuso que el Padre hace todo mediante el Hijo, antes de hacerlo lo muestra al Hijo porque, si después de hacerlo el Padre lo muestra al Hijo para que el Hijo haga las cosas mostradas, cosas mostradas que ya han sido hechas, sin duda el Padre hace algo sin el Hijo. Pero nada hace el Padre sin el Hijo, porque el Hijo de Dios es la Palabra de Dios y todo se hizo mediante ella. Por tanto, queda quizá que lo que el Padre va a hacer lo muestre como hacedero, para que sea hecho mediante el Hijo, porque, si el Hijo hace lo que el Padre muestra hecho, ciertamente no hizo mediante el Hijo lo que el Padre muestra hecho, pues no podría mostrarse al Hijo, sino lo hecho, y el Hijo no podría hacer sino lo mostrado, hecho, pues, sin el Hijo. Pero es verdad: Todo se hizo mediante ella. Fue, pues, mostrado antes de ser hecho. Pero he dicho que había que diferir esto, para volver sobre ello una vez recorrida la lectura si, como he dicho, me queda algo de tiempo o de fuerzas para tratar de nuevo lo que hemos aplazado.

¿Hay futuro en la eternidad del Padre?

4. Escuchad algo más y más difícil: Y le mostrará, afirma, obras mayores que éstas, para que vosotros os asombréis. Mayores que éstas. ¿Mayores que cuáles? Fácilmente viene al pensamiento: mayores que las que acabáis de oír, las curaciones de enfermos corporales. En efecto, respecto a ese que llevaba treinta y ocho años enfermo y fue sanado por la palabra de Cristo, nació la ocasión entera de este sermón y, por eso, pudo decir el Señor: Le mostrará obras mayores que éstas, para que vosotros os asombréis. Hay, pues, obras mayores que ésas, y el Padre las mostrará al Hijo. No «mostró», como del pasado, sino mostrará, del futuro, esto es, va a mostrar. De nuevo surge una cuestión difícil. En efecto, ¿hay con el Padre algo que aún no haya sido mostrado al Hijo? ¿Hay con el Padre algo que aún se ocultaba al Hijo cuando el Hijo decía eso? En efecto, si mostrará, esto es, va a mostrar, aún no ha mostrado y va a mostrárselas al Hijo cuando también a ésos, pues sigue: Para que vosotros os asombréis. Y difícil de ver es esto: cómo el eterno Padre temporalmente, digamos, muestra algunas cosas al coeterno Hijo, que sabe todo lo que hay con el Padre.

El Padre y el Hijo en la resurrección y el juicio

5. ¿Cuáles son empero esas obras mayores? Por cierto, esto es quizá fácil de entender. Afirma: Pues como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. Mayores, pues, son las obras de resucitar a los muertos que curar enfermos. Pero, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. ¿A unos, pues, el Padre, a otros el Hijo? Más bien, todo mediante ése mismo; así pues, el Hijo a los mismos que el Padre, porque el Hijo no hace otras cosas ni de otro modo, sino éstas también similarmente. Lisa y llanamente, así ha de entenderse y así mantenerse; pero recordad que el Hijo vivifica a los que quiere. Mantened, pues, aquí no sólo la potestad, sino también la voluntad del Hijo. El Hijo vivifica a los que quiere, y el Padre vivifica a los que quiere; el Hijo a los mismos que el Padre; y por eso son idénticas la potestad y la voluntad del Padre y del Hijo.

¿Qué es, pues, lo que sigue? Pues tampoco el Padre juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Añadió esto como para dar razón de la afirmación anterior. Mucho me turba; estad atentos. El Hijo vivifica a los que quiere; el Padre vivifica a los que quiere; el Hijo resucita a los muertos, como el Padre resucita a los muertos. Pues tampoco el Padre juzga a nadie: si en el juicio han de ser resucitados los muertos, ¿cómo el Padre resucita a los muertos si no juzga a nadie, puesto que ha dado al Hijo todo el juicio? Ahora bien, en aquel juicio han de ser resucitados los muertos y resucitan unos para la vida, otros para el castigo; si el Hijo hace todo esto y el Padre, en cambio, no lo hace porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, parecería contrario a lo que está dicho: Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. A una, pues, resucitan. Si a una resucitan, a una vivifican. A una, pues, juzgan; por tanto, ¿cómo es verdad: Pues tampoco el Padre juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio? Aunque de momento turben las cuestiones propuestas, el Señor conseguirá que, resueltas, deleiten. Así es, hermanos; ninguna cuestión deleitará expuesta si, propuesta, no hace que uno atienda. Siga, pues, el Señor mismo, por si quizá él se abre un poco en lo que añadió. Cubrió, en efecto, bajo nubes su luz, y es difícil volar al estilo del águila sobre toda la niebla que cubre a toda la tierra, y en las palabras del Señor ver purísima la luz. Por si, pues, con el calor de sus rayos disipa nuestra tiniebla y se digna abrirse un poco en lo que sigue, dejado eso, veamos lo siguiente.

Igualdad del Padre y del Hijo

6. Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Esto es verdad y está claro, pues ha dado al Hijo todo el juicio, como ha dicho antes, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. ¿Qué diríamos si se descubre a algunos que honran al Padre y no honran al Hijo? «No puede suceder» afirma: Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. No, puede, pues, alguien decir: «Yo honraba al Padre porque no conocía al Hijo». Si aún no honrabas al Hijo, tampoco honrabas al Padre, pues ¿por qué se honra al Padre sino porque tiene un Hijo? Una cosa es, en efecto, que se te encomie a Dios por ser Dios, y otra es que se te encomie a Dios por ser Padre. Cuando se te encomia a Dios por ser Dios, se te encomia como creador, se te encomia como omnipotente, se te encomia cierto espíritu sumo, eterno, invisible, inmutable; en cambio, cuando se te encomia por ser Padre, no se te encomia otra cosa que también al Hijo, porque no se puede hablar de padre si no tiene un hijo, como tampoco de hijo si no tiene padre. Pero, por si quizá honras ciertamente al Padre como mayor, pero al Hijo como a menor, de forma que me digas: «Honro al Padre, pues sé que tiene un Hijo, y no me equivoco al llamarlo Padre, pues yo no entiendo al Padre sin el Hijo; honro empero al Hijo como menor», el Hijo mismo te corrige y te disuade, diciendo: Para que todos honren al Hijo, no con honra inferior, sino como honran al Padre. Quien, pues, no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. «Yo, afirmas, quiero dar honor mayor al Padre, menor al Hijo». Quitas honor al Padre allí donde lo das menor al Hijo. En efecto, al opinar tú así, ¿qué otra cosa supones sino que el Padre no quiso o no pudo engendrar un Hijo igual a sí? Si no quiso, tuvo envidia; si no pudo, falló. ¿No ves, pues, que, opinando así, donde quieres dar al Padre honor mayor, allí eres injurioso contra el Padre? Por tanto, si quieres honrar al Padre y al Hijo, honra al Hijo como honras al Padre.

Creer al Hijo es creer al Padre

7. En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado—no pasa ahora, sino que ya ha pasado de la muerte a la vida. Observad también esto: Quien oye mi palabra. Y no dijo “me cree”, sino: «Cree a quien me envió». Oiga, pues, la palabra del Hijo para creer al Padre. ¿Por qué oye tu palabra y cree a otro? ¿Acaso cuando oímos la palabra de alguien, no creemos al mismo que profiere la palabra, no damos fe al que nos habla? ¿Qué, pues, quiso decir: «Quien oye mi palabra y cree a quien me envió», sino que “su palabra está en mí”? ¿Y qué significa «Oye mi palabra» sino «me oye»? Pues bien, cree al que me envió, porque, cuando le cree, cree a su palabra; ahora bien, cuando cree a su palabra, me cree porque yo soy la Palabra del Padre. Reina, pues, la paz en las Escrituras y todo está en orden, de ningún modo en pugna. Destierra tú de tu corazón la disputa, entiende la concordia de las Escrituras. ¿Acaso la verdad diría cosas contrarias a sí?

La resurrección espiritual

8. Quien oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Recordáis lo que habíamos dejado más arriba: que como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. Ya comienza él a abrirse y a hablar de la resurrección de los muertos, y he ahí que ya resucitan los muertos, pues quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio. «Prueba tú que ha resucitado». Afirma: Sino que ha pasado de la muerte a la vida. Quien ha pasado de la muerte a la vida, ha resucitado, sí, sin que nadie lo dude. No pasaría, en efecto, de la muerte a la vida si antes no estuviera en la muerte y no estuviese en la vida; cuando, en cambio, haya pasado, estará en la vida y no estará en la muerte. Muerto, pues, estaba y revivió; había perecido y fue hallado. Por tanto, de algún modo se realiza ya cierta resurrección y los hombres pasan de cierta muerte a cierta vida: de la muerte de la infidelidad, a la vida de la fe; de la muerte de la falsedad, a la vida de la verdad; de la muerte de la iniquidad, a la vida de la justicia. También ésa es, pues, cierta resurrección de los muertos.

Las dos resurrecciones

9. Ábrala del todo y nos la aclare como comenzó a hacer. En verdad, en verdad os digo que viene una hora y es ahora. Nosotros aguardábamos para el final la resurrección de los muertos, porque así lo hemos creído; mejor dicho, no aguardábamos, sino que simple y llanamente debemos aguardarla, pues no creemos que es falso que los muertos van a resucitar al final. Como, pues, quisiera el Señor Jesús notificarnos cierta resurrección de los muertos antes de la resurrección de los muertos, no como la de Lázaro o la del hijo de la viuda o la de la hija del jefe de la sinagoga, que resucitaron para morir —porque antes de la resurrección de los muertos sucedió cierta resurrección de esos muertos mismos—, sino como aquí dice: Tiene vida eterna, afirma, y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. ¿A qué vida? A la eterna. No, pues, como el cuerpo de Lázaro, pues también éste pasó de la muerte del sepulcro a la vida de los hombres, pero no eterna, pues iba a morir; en cambio, los muertos que van a resucitar al final del mundo pasarán a la vida eterna. Como, pues, nuestro Señor Jesucristo, Maestro celestial, Palabra del Padre y la Verdad misma, quisiera mostrarnos cierta resurrección de los muertos a la vida eterna, a la vida eterna antes de la resurrección de los muertos, afirma: Viene una hora. Tú, sin duda imbuido por la fe en la resurrección de la carne, aguardabas esa hora del final del mundo, el día del juicio; y, para que no la aguardaras a propósito de ese pasaje, añadió: Y es ahora. Lo que, pues, dice: «Viene una hora», no lo dice de la hora última, cuando, a la orden y a la voz de un arcángel y con la trompeta de Dios, el Señor mismo descenderá del cielo y resucitarán primero los muertos en Cristo; después nosotros, los vivos que hemos sido dejados, seremos arrebatados a una con ellos entre nubes, al encuentro de Cristo, hacia los aires, y así estaremos siempre con el Señor. Esa hora vendrá, pero no es ahora. Advertid, en efecto, cuál es esa hora: Viene una hora y es ahora. ¿Qué sucede en ella, qué, sino la resurrección de los muertos? ¿Y qué clase de resurrección? De forma que quienes resucitan, vivan eternamente. Esto sucederá también en la hora última.

Para resucitar hay que obedecer

10. ¿Qué decir, por tanto? ¿Cómo entendemos esas dos resurrecciones? ¿Acaso quizá quienes ahora resucitan no resucitarán entonces, de forma que ahora suceda la resurrección de unos, entonces la de otros? No es así porque, si hemos creído rectamente, hemos resucitado con esa resurrección, y nosotros mismos, que ya hemos resucitado, aguardamos para el final la otra resurrección. Pero también ahora hemos resucitado a la vida eterna, si permanecemos perseverantemente en esa fe misma; y resucitaremos a la vida eterna, cuando seremos igualados a ángeles. Él mismo, pues, distinga, él mismo nos aclare lo que he osado decir, cómo acontece una resurrección antes de la resurrección, no de unos y otros, sino de los mismos; ni tal cual la de Lázaro, sino para vida eterna. Lisa y llanamente nos lo aclarará. Escuchad al Maestro clarificador y a nuestro Sol que penetra en nuestros corazones, no al que desean los ojos de la carne, sino por quien se abrasan los ojos del corazón para que los abra. Oigámosle, pues, a él mismo: En verdad, en verdad os digo que viene una hora y es ahora, cuando los muertos —ved que se expresa la resurrección—, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. ¿Por qué añadió: Quienes la oigan vivirán? ¿Podrían, en efecto, oírla si no viviesen? Bastaría, pues: Viene una hora y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. Ya entenderíamos que ellos viven, puesto que, si no viviesen, no podrían oír. No afirma «viven porque oyen», sino que «al oír revivirán»; oirán, y quienes la oigan vivirán. ¿Qué significa, pues, «Oirán», sino «obedecerán»? En efecto, por lo que se refiere a la audición del oído, no todos los que oirán vivirán, pues muchos oyen y no creen. Oyendo y no creyendo, no obedecen; no obedeciendo, no viven. Así pues, aquí «Quienes oirán» no significa otra cosa que quienes obedecerán. Quienes, pues, obedezcan vivirán; estén ciertos, estén seguros, vivirán. Se predica que Cristo es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios mediante el que todo se hizo, nacido ciertamente de la Virgen, asumida la carne por gracia de la dispensación, bebé en la carne, joven en la carne, que sufriente en la carne, muere en la carne, resucita en la carne, asciende en la carne, a la carne promete la resurrección, a la mente promete la resurrección, a la mente antes que a la carne, a la carne después de la mente. Quien oye y obedece, vivirá; quien oye y no obedece, esto es, oye y desprecia, oye y no cree, no vivirá. ¿Por qué no vivirá? Porque no oye. ¿Qué significa «no oye»? No obedece. Quienes, pues, oigan, vivirán.

Tener vida en sí mismo

11. Para que ahora se abra, si fuere posible, lo que había yo dicho que debía diferirse, atended ahora. Respecto a esta resurrección misma, añadió a continuación: Pues, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener también vida en sí mismo. ¿Qué significa: El Padre tiene vida en sí mismo? Tiene vida no en otra parte, sino en sí mismo. Efectivamente, su vivir está en él; no es de otra parte, no es ajeno, no como si se toma prestada la vida, ni como que se hace partícipe de la vida, de esa vida que no es lo que él mismo es; sino que tiene vida en sí mismo, de manera que él en persona es para sí esa vida misma. Si pudiera decir aún un poco sobre esto, podré con la ayuda del Señor y la piedad de vuestra atención, propuestos unos ejemplos para instruir vuestra inteligencia.

Dios vive, vive también el alma; pero la vida de Dios es inmutable, la vida del alma es mudable. Dios ni progresa ni falla, sino que en sí es siempre el mismo; es como es; no ahora así, después así, antes de otra manera. En cambio, la vida del alma es muy distinta unas veces y otras: vivía como tonta, vive como sabia; vivía como inicua, vive como justa; ora recuerda, ora se olvida; ora aprende, ora no puede aprender; ora pierde lo que había aprendido, ora percibe lo que había perdido: mudable es la vida del alma. Y cuando el alma vive en la iniquidad, es su muerte; cuando, en cambio, es hecha justa, es hecha partícipe de otra vida, que no es lo que ella misma, pues, irguiéndose hacia Dios y adhiriéndose a Dios, es justificada gracias a él, pues está dicho: A quien cree en quien justifica al impío, su fe se evalúa para justicia. Separándose de él, se hace inicua; avanzando hacia él, es hecha justa. ¿Acaso no te parece como si algo frío hierve acercado al fuego, y retirado de él se entumece? ¿Acaso no te parece que algo tenebroso, acercado a la luz se ilumina, retirado de la luz se ennegrece? Algo parecido es el alma; Dios no es algo parecido. También puede el hombre decir que ahora tiene luz en sus ojos. Digan, pues, tus ojos como con cierta voz propia, si pueden: «Tenemos la luz en nosotros mismos». Se replica: «No decís con propiedad que tenéis la luz en vosotros mismos; tenéis luz, pero en el cielo; si quizá es de noche, tenéis luz, pero en la luna, en las candelas, no en vosotros mismos, porque, cerrados, la perdéis; abiertos, la percibís. No tenéis la luz en vosotros mismos; al ponerse el sol conservad la luz si podéis; es de noche y disfrutáis de la luz nocturna; levantada una candela, conservad la luz; en cambio, con la candela retirada permanecéis en las tinieblas; no tenéis luz en vosotros mismos. Tener, pues, luz en sí mismo es esto: no necesitar de otro la luz. Si alguien entiende, he aquí donde muestra al Hijo igual al Padre, donde asevera: «Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener también vida en sí mismo», de manera que entre el Padre y el Hijo hay sólo esta diferencia: el Padre tiene en sí mismo una vida que nadie le dio; el Hijo, en cambio, tiene en sí mismo la vida que el Padre le dio.

El alma, vida del cuerpo. Dios, vida del alma

12. Pero también aquí surge algo nuboso que disipar. No desfallezcamos, estemos atentos; pasto de la mente es; no le hagamos ascos para que vivamos. He aquí que confiesas que el Padre, afirmas, dio vida al Hijo, de modo que éste la tenga ciertamente en sí mismo como el Padre tiene vida en sí mismo: aquél sin carecer de ella, sin que tampoco éste carezca de ella; se la dio de forma que aquél es la vida y también éste lo es, y, unida una y otra realidad, son una única vida, no dos, porque Dios es único, no dos dioses, y esto mismo es ser la vida. ¿Cómo, pues, el Padre dio vida al Hijo? No así —como si el Hijo hubiese existido antes sin vida y, para vivir, del Padre hubiera recibido la vida—, porque, si fuese esto, no tendría vida en sí mismo.

He aquí que yo hablaba del alma. Existe el alma; aunque no sea sabia, aunque no sea justa, el alma existe; aunque no sea piadosa, el alma existe. Para ella, pues, una cosa es ser alma, pero otra ser sabia, ser justa, ser piadosa. Hay, pues, algo a causa de lo cual aún no es sabia, aún no es justa, aún no es piadosa; sin embargo, ella es algo; sin embargo, no es ninguna vida, porque por ciertas obras suyas muestra que ella es vida, aunque no se muestra sabia, piadosa, justa. Si, en efecto, no viviera, no movería el cuerpo, no ordenaría el paso a los pies, la obra a las manos, la mirada a los ojos, la audición a los oídos; no abriría la boca para hablar, ni movería la lengua para emitir los sonidos diversos. Así pues, con estas acciones muestra que vive y que es algo que es superior al cuerpo: pero ¿acaso en estas obras ella se muestra sabia, piadosa, justa? ¿Acaso no caminan, trabajan, ven, oyen, hablan también los tontos, los impíos y los injustos? Pero, cuando el alma se yergue hacia algo que ella misma no es, que está sobre ella y gracias a lo cual ella misma existe, percibe la sabiduría, la justicia, la piedad, sin las que, aunque existía, estaba muerta y tenía no la vida con que vivir ella misma, sino con que vivificar al cuerpo, pues en el alma una cosa es con lo que se vivifica al cuerpo, y otra con lo que se vivifica a sí misma. Ciertamente es una realidad mejor que el cuerpo; pero mejor que ella es Dios. Ella misma, pues, aunque sea necia, injusta, impía, es la vida del cuerpo. Pero, porque su vida es Dios, como, cuando ella misma está en el cuerpo, le proporciona vigor, hermosura, movilidad, las funciones de los miembros, así, cuando su vida, Dios, está en ella misma, le proporciona sabiduría, piedad, justicia, caridad. Una cosa, pues, es lo que del alma se proporciona al cuerpo, otra lo que de Dios se proporciona al alma; vivifica y es vivificada; muerta, vivifica, aunque ella misma no está vivificada. Así pues, llegada la palabra e infundida en los oyentes y hechos éstos no sólo oyentes, sino también obedientes, el alma resucita de su muerte a su vida, esto es, de la iniquidad, de la insensatez, de la impiedad resucita hacia su Dios, que es su sabiduría, justicia, claridad. Surja hacia él, déjese iluminar por él. Acercaos a él, afirma. ¿Y qué nos sucederá? Y sois iluminados. Si, pues, acercándoos sois iluminados y apartándoos os entenebrecéis, vuestra luz no estaba en vosotros, sino en vuestro Dios. Acercaos para resucitar; si os alejáis moriréis. Si, pues, acercándoos vivís y alejándoos morís, vuestra vida no estaba en vosotros, pues vuestra vida es vuestra luz, porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz.

El Hijo es la vida, no sólo la tiene

13. A diferencia, pues, del alma, que antes de ser iluminada es algo distinto y viene a ser cosa mejor cuando la ilumina la participación del Mejor, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, no era algo distinto antes de recibir la vida para, participando, tener la vida, sino que en sí mismo tiene vida y, por eso, es la Vida misma. ¿Qué, pues, asegura: Dio al Hijo tener en sí mismo vida? Brevemente lo diría yo: engendró al Hijo, pues éste no existía sin vida y recibió la vida, sino que naciendo es la vida. El Padre, sin nacer, es la vida; el Hijo, naciendo, es la Vida. El Padre no procede de padre alguno; el Hijo, del Padre Dios. El Padre, en cuanto que existe, de nadie procede; en cambio, en cuanto que es Padre, lo es por el Hijo. Pero el Hijo, en cuanto que es Hijo, lo es por el Padre y, en cuanto que existe, procede del Padre. Dijo, pues, esto: «Dio vida al Hijo para que éste la tuviera en sí mismo», como si dijera: el Padre, que en sí mismo es la vida, engendró a su Hijo para que en sí mismo fuese la Vida. En efecto, quiso que con la palabra dio se entienda «engendró». Como si dijéramos a alguien: «Dios te dio el ser». ¿A quién lo dio? Si dio el ser a alguien existente, no le dio el ser, porque antes de dárselo había alguien que podía recibirlo. Cuando, pues, oyes: «Dios te dio el ser», no existías para recibirlo, y al existir recibiste el ser. El constructor dio a esta casa que existiera. Pero ¿qué le dio? Que fuese casa. ¿A quién dio? A esta casa. ¿Qué le dio? Que fuese casa. ¿Cómo pudo dar a la casa que fuese casa? Si, en efecto, había casa, ¿a quién daría que fuese casa cuando ya era casa? ¿Qué significa, pues: «Le dio que fuese casa»? Hizo que existiera la casa. ¿Qué, pues, dio al Hijo? Le dio que fuese Hijo, lo engendró para que fuese la Vida; esto significa: «Le dio tener vida en sí mismo»: que fuese la Vida no necesitada de vida, para que no se entienda que participando tiene vida. En efecto, si participando tuviera vida, perdiéndola podría estar sin vida; no entiendas, no pienses, no creas esto respecto al Hijo. El Padre, pues, permanece como vida, y el Hijo permanece como vida; el Padre es en sí mismo la vida, no procedente del Hijo; el Hijo es en sí mismo la Vida, pero procedente del Padre. Fue engendrado por el Padre para ser en sí mismo la Vida; en cambio, el Padre no engendrado es en sí mismo la vida. Y no engendró un Hijo menor, que creciendo viniera a ser igual. En efecto, el tiempo no ayudó a la perfección de ese mediante el cual, perfecto, han sido creados los tiempos. Antes de todos los tiempos es coeterno con el Padre. En efecto, nunca el Padre existe sin el Hijo; ahora bien, el Padre es eterno; luego coeterno es también el Hijo.

Y tú, alma, ¿qué? Estabas muerta, habías perdido la vida, mediante el Hijo oye al Padre. Levántate, recibe la vida para recibir, en quien tiene en sí mismo vida, la vida que no tienes en ti. Te vivifican, pues, el Padre y el Hijo y acontece la primera resurrección, cuando resucitas a participar en la vida, cosa que tú no eres, y participando eres hecho viviente. Resucita de tu muerte a tu vida, que es tu Dios, y pasa de la muerte a la vida eterna. El Padre, en efecto, tiene en sí mismo vida eterna y, si no engendrase un Hijo que también tuviera en sí mismo vida, el Hijo no vivificaría a quienes quisiera, como el Padre resucita y vivifica a los muertos.

La sabiduría, resurrección del alma

14. ¿Qué decir, pues, de la resurrección del cuerpo. En verdad, esos que oyen y viven, ¿cómo viven, sino oyendo? En efecto, el amigo del novio, que está en pie y le oye, con gozo goza por la voz del novio, no por su voz; esto es, participando, no existiendo, oyen y viven; y todos los que oyen viven porque todos los que obedecen viven. Di algo, Señor, también de la resurrección de la carne, pues hubo quienes la negaron y dijeron que resurrección hay sola esa que acontece mediante la fe. De esta resurrección ha hecho ahora conmemoración el Señor y nos ha inflamado, porque ciertos muertos oirán la voz del Hijo de Dios y vivirán. De entre quienes oigan, no morirán unos y otros vivirán, sino todos los que oigan vivirán, porque todos los que obedezcan vivirán. He aquí que vemos la resurrección de la mente; no perdamos, pues, la fe en la resurrección de la carne. Y si tú, Señor Jesús, no hablases de ella, ¿a quién opondremos a los contradictores? Por cierto, ninguna secta que ha presumido de inculcar a los hombres alguna religión, ha negado esa resurrección de las mentes, para que no se le dijera: «Si el alma no resucita, ¿por qué me hablas? ¿Qué quieres hacer en mí? Si no haces del peor uno mejor, ¿por qué hablas? Si, en cambio, del inicuo haces un justo, del impío un piadoso, del tonto un sabio, confiesas que mi alma resucita si te obedezco, si te creo». Porque, pues, todos los que fundaron una secta religiosa, incluso de alguna religión falsa, querían que se les creyese, no pudieron negar esa resurrección de las mentes; todos están de acuerdo en ella, pero muchos negaron la resurrección de la carne, dijeron que la resurrección ha tenido lugar por la fe. El Apóstol resiste a esos tales, diciendo: Entre ellos están Himeneo y Fileto, que se extraviaron acerca de la verdad, al decir que la resurrección ya ha tenido lugar, y desbaratan la fe de algunos. Decían que la resurrección ya ha tenido lugar, pero de modo que no se espere otra; y censuraban a los hombres que esperaban la resurrección de la carne, como si la resurrección que estaba prometida se cumpliera ya mediante la fe, creyendo. El Apóstol los censura. ¿Por qué los censura? ¿Acaso no decían esto que hace un momento decía el Señor: Viene una hora y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán? Pero hablo aún de la vida de las mentes, te dice Jesús; aún no hablo de la vida de los cuerpos, sino que hablo sobre la vida de la vida de los cuerpos, esto es, sobre la de las almas, gracias a las cuales existe la vida de los cuerpos. De hecho, sé que hay cuerpos que yacen en los sepulcros, sé que también vuestros cuerpos yacerán en los sepulcros. Todavía no hablo de aquella resurrección. Hablo de ésa; resucitad en ésa, para que en aquélla no resucitéis para castigo. Pero, para que sepáis que hablo de aquélla, ¿qué añado? Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener también vida en sí mismo. Esta vida que es el Padre, que es el Hijo, ¿a qué pertenece, al alma o al cuerpo? Por cierto, percibe la vida aquella de la sabiduría no el cuerpo, sino la mente racional. De hecho, no toda alma puede percibir la sabiduría, pues también el ganado tiene alma, pero el alma del ganado no puede percibir la sabiduría. El alma humana, pues, puede percibir esa vida que el Padre tiene en sí mismo y dio al Hijo tener también vida en sí mismo, porque ésta es la luz verdadera que ilumina no a toda alma, sino a todo hombre que viene a este mundo. Porque, pues, hablo a esa mente, oiga, esto es, obedezca y viva.

Jesús, con autoridad para juzgar

15. Así pues, Señor, no guardes silencio sobre la resurrección de la carne, no sea que los hombres no la crean y nosotros, argumentadores, nos quedemos sin ser predicadores. Como, pues, el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo. Entiendan quienes oyen, crean para entender, obedezcan para vivir. Escuchen todavía otra cosa, para que no supongan que la resurrección terminó aquí: Y le dio potestad también de hacer juicio. ¿Quién? El Padre. ¿A quién dio? Al Hijo, pues a quien dio tener vida en sí mismo, le dio potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. Ese Cristo es, en efecto, Hijo de Dios e hijo de hombre. En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ella existía al principio en Dios. He aquí cómo le dio tener vida en sí mismo. Pero, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, el hombre hecho de la Virgen María es hijo de hombre. Por tanto, por ser hijo de hombre, ¿qué recibió? La potestad también de hacer juicio. ¿Qué juicio? Al final de los tiempos; y tendrás la resurrección de los muertos, pero la de los cuerpos. Dios, pues, resucita las almas mediante Cristo, el Hijo de Dios; resucita Dios los cuerpos mediante el mismo Cristo, hijo de hombre. Le dio potestad. No tendría esta potestad si no la recibiera, y sería un hombre sin potestad. Pero el mismo que es hijo de hombre es Hijo de Dios, pues, adhiriéndose en cuanto a la unidad de persona el hijo de hombre al Hijo de Dios, resultó una única persona y el Hijo de Dios es la misma que el hijo de hombre. Ahora bien, ha de discernirse qué tiene en razón de qué. Un hijo de hombre tiene alma, tiene cuerpo. El Hijo de Dios, que es la Palabra de Dios, tiene al hombre, como el alma al cuerpo. Como el alma que tiene cuerpo no forma dos personas, sino un único hombre, así la Palabra que tiene al hombre no forma dos personas, sino un único Cristo. ¿Qué es el hombre? Alma racional que tiene cuerpo. ¿Qué es Cristo? La Palabra de Dios que tiene al hombre. Veo de qué cosas hablo y quién habla y a quiénes hablo.

El Hijo del hombre como Juez

16. Ahora, a propósito de la resurrección de los cuerpos, escuchad no a mí, sino al Señor que va a hablar en atención a quienes resucitaron surgiendo de la muerte y adhiriéndose a la vida. ¿A qué vida? La que no conoce muerte. ¿Por qué no conoce muerte? Porque no conoce mutabilidad. ¿Por qué no conoce mutabilidad? Porque en sí mismo es la vida. Y le dio potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. ¿Qué juicio, qué clase de juicio? No os asombréis de esto —porque dije: «Le dio potestad también de hacer juicio»—, porque viene una hora. No ha añadido «y es ahora»; quiere, pues, insinuar cierta hora al final del mundo. Ahora es hora de que resuciten los muertos, al final del mundo será hora de que resuciten los muertos; pero resuciten ahora en la mente, entonces en la carne; resuciten ahora en la mente mediante la Palabra de Dios, el Hijo de Dios; resuciten entonces en la carne mediante la Palabra de Dios hecha carne, hijo de hombre. En efecto, al juicio de vivos y muertos no va a venir el Padre en persona; sin embargo, tampoco se aparta del Hijo el Padre. ¿Cómo, pues, no va a venir en persona? Porque en el juicio no será visto él en persona: Mirarán hacia quien punzaron. Juez será la forma aquella que compareció bajo el poder del juez; juzgará la que fue juzgada: juzgará justamente, pues fue juzgada injustamente. Vendrá, pues, la forma de esclavo y ésa misma aparecerá, pues la forma de Dios, ¿cómo aparecerá a justos e inicuos? Por cierto, si el juicio no sucediera sino entre solos los justos, a los justos aparecería como la forma de Dios; pero, porque sucederá el juicio de justos e inicuos y no es lícito que los inicuos vean a Dios, pues Dichosos los limpios de corazón, porque ésos verán a Dios, a esos tales aparecerá el juez, cual puedan verlo tanto los que ha de coronar como los que ha de condenar. Se verá, pues, la forma de esclavo, oculta estará la forma de Dios. En el siervo estará oculto el Hijo de Dios y aparecerá como hijo de hombre, porque le dio potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. Y, precisamente porque él solo aparecerá en forma de esclavo —el Padre, en cambio, no aparecerá, porque no está vestido de la forma de esclavo—, asevera más arriba: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio.

¡Bien, pues, por la dilación! Así, quien propuso la dificultad es el mismo que la ha explicado. En efecto, antes estaba oculto; ahora, según estimo, ya está manifiesto que le dio potestad también de hacer juicio, porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, porque el juicio ha de tener lugar mediante la forma que el Padre no tiene. ¿Y qué clase de juicio? No os asombréis de esto, porque viene una hora; no la que es ahora, la de que resuciten las almas, sino la que va a venir, la de que resuciten los cuerpos.

La resurrección de los cuerpos

17. Dígalo con total claridad, para que el hereje, negador de la resurrección de los cuerpos, no encuentre subterfugios, aunque ya comienza a aparecer la comprensión. Cuando más arriba se había dicho: «Viene una hora», añadió: y es ahora. En cambio, ahora dice: «Viene una hora» y no añadió: y es ahora. Sin embargo, con la verdad abierta destroce todos los asideros, todos los zarcillos de los subterfugios, todos los nudos de las trampas. No os asombréis de esto, porque viene una hora en la que todos los que están en los sepulcros. ¿Qué hay más evidente? ¿Qué, más explícito? Los cuerpos están en los sepulcros, las almas no están en los sepulcros ni las de los justos ni las de los inicuos. El alma de un justo estuvo en el seno de Abrahán; el alma de un malvado era atormentada en los infiernos; en el sepulcro, ni una ni otra. Cuando hace poco aseguró: «Viene una hora y es ahora» —por favor, atended. Sabéis, hermanos, que al pan del vientre se llega con esfuerzo; ¿cuánto más al pan de la mente? Con fatiga estáis de pie y oís; pero con fatiga mayor estoy de pie y hablo. Si me fatigo por vosotros, ¿no debéis colaborar para vosotros mismos?—; cuando, pues, hace poco decía: «Viene una hora», y añadía: «y es ahora», ¿qué añadió? Cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes oigan vivirán. No dijo: todos los muertos oirán y quienes oigan vivirán, pues quería que por muertos se entendiese inicuos. ¿Y acaso obedecen al Evangelio todos los inicuos? Abiertamente dice el Apóstol: Pero no todos obedecen al Evangelio. Sin embargo, quienes lo oyen vivirán, porque todos los que obedecen al Evangelio pasarán a la vida eterna mediante la fe; no todos empero obedecen, y esto es ahora. Pero, al final, todos los que están en los sepulcros, esto es, justos e injustos, oirán su voz y saldrán. ¿Por qué no quiso decir: Y vivirán? Todos, en efecto, saldrán, pero no todos vivirán. Ciertamente, respecto a lo que arriba dijo: Y quienes oigan vivirán, en esa obediencia misma quiso que se entienda también la vida eterna y feliz que no tendrán todos los que saldrán de los sepulcros. En la conmemoración de los sepulcros, pues, y en la explicitación de la salida de los sepulcros abiertamente entendemos ya la resurrección de los cuerpos.

El juicio

18. Todos oirán su voz y saldrán. ¿Y dónde está aquí el juicio, si todos oirán y todos saldrán? Todo está como confuso; no veo distinción. Ciertamente has recibido el poder de juzgar, porque eres hijo de hombre; he aquí que estarás presente en el juicio, los cuerpos resucitarán; di algo del juicio mismo, esto es, de la separación de malos y buenos. Oye también esto: Quienes hicieron cosas buenas, para resurrección de vida; quienes obraron cosas malas, para resurrección de juicio. Cuando más arriba hablaba de la resurrección de las mentes y las almas, ¿acaso hizo distinción? Más bien, todos los que oirán vivirán, porque obedeciendo vivirán. Pero, resucitando y saliendo de los sepulcros, no todos irán a vida eterna, sino quienes obraron bien; quienes, en cambio, obraron mal, irán al juicio. Por cierto, puso aquí «juici» por castigo. Y habrá separación, mas no cual hay de momento. Efectivamente, de momento nos separan no los lugares, sino las costumbres, las actitudes, los deseos, la fe, la esperanza, la caridad, pues vivimos a una con los inicuos, pero no es única la vida de todos; en lo oculto nos diferenciamos, en lo oculto estamos separados; como granos en la era, no como granos en el granero. En la era, los granos se separan y se mezclan; se separan cuando se los despoja de la paja; se mezclan porque aún no se los bielda. Entonces será clara la separación: como la de las costumbres, así también la de la vida; como la de la sabiduría, así también la de los cuerpos. Quienes hicieron bien irán a vivir con los ángeles de Dios; quienes obraron mal, a ser atormentados con el diablo y sus ángeles. Y pasará la forma de esclavo, pues se había presentado para esto, para hacer juicio; tras el juicio, se marchará de ahí, conducirá consigo el cuerpo cuya cabeza es, y ofrecerá el reino a Dios. Entonces se verá claramente la forma aquella de Dios, que no podían ver los inicuos, a cuya vista había de mostrarse la forma de esclavo. También en otro lugar dice así: Irán ésos —los de ciertas partes izquierdas— a la quema eterna; los justos, en cambio, a vida eterna, de la que en otro lugar dice: Ahora bien, ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo. Entonces aparecerá allí quien, como existiese en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios; entonces se mostrará como prometió mostrarse a sus amantes, pues quien me quiere, asevera, guarda mis mandatos; y quien me quiere será querido por mi Padre, y yo lo querré y me mostraré a mí mismo a él. Presente estaba a quienes hablaba; pero veían la forma de esclavo; en cambio, no veían la forma de Dios. Mediante el jumento eran conducidos a la posada para ser curados, pero, una vez curados, verán, porque afirma: Me mostraré a mí mismo a él. ¿Cómo se muestra igual al Padre? Cuando dice a Felipe: Quien me ha visto, ha visto también al Padre.

¿Por qué es justa la sentencia de Jesús?

19. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo y mi juicio es justo. Porque íbamos a decirle: «Tú juzgarás y el Padre no juzgará porque ha dado al Hijo todo el juicio; no juzgarás, pues, según el Padre», añadió: Yo no puedo hacer nada por mí mismo, sino que como oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Ciertamente, el Hijo vivifica a los que quiere. No busca su voluntad, sino la voluntad del que lo envió. No la mía, no la propia; no la mía, no la de un hijo de hombre; no la mía, que se oponga a Dios. Los hombres, en efecto, hacen su voluntad, no la de Dios, cuando hacen lo que quieren, no lo que Dios ordena. Cuando, en cambio, hacen lo que quieren, de forma que sigan la voluntad de Dios, no hacen su voluntad aunque hagan lo que quieren. Haz voluntariamente lo que se te ordena, y así, por una parte, harás lo que quieres; por otra, harás no tu voluntad, sino la del que manda.

El cansancio de Agustín

20. ¿Qué significa, pues: Como oigo, juzgo? Oye el Hijo, el Padre le muestra y el Hijo ve al Padre obrar. También había diferido examinar eso un poco más claramente, según mis fuerzas, si, terminada la lectura, me quedaban tiempo y fuerzas. Si digo que aún puedo hablar, quizá vosotros ya no podéis escuchar. Asimismo, quizá por avidez de escuchar decís: «Podemos». Porque, fatigado ya, no puedo hablar, que yo confiese mi debilidad es, pues, mejor que infundiros aún a vosotros bien saciados ya lo que no digiráis bien. Por ende, con la ayuda de Dios tenedme para mañana como deudor de esta promesa que, si aún quedaba, había diferido para hoy.

 

 

TRATADO 20

Comentario a Jn 5,19, predicado en Hipona entre el 11 de septiembre y el 1 de diciembre de 419

Juan, el evangelista profundo

1. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo, máxime las que recuerda el evangelista Juan —quien sobre el pecho del Señor se reclinaba no sin causa, sino para apurar los secretos de su hondísima sabiduría y eructar, evangelizando, lo que amando había bebido—, son tan secretas y profundas de concepto, que turban a todos los que son de corazón torcido y ejercitan a quienes son de corazón recto. Por eso ponga atención Vuestra Caridad a esto poco que se ha leído. Si de algún modo podemos, por donación y con la ayuda de ese mismo que quiso que se nos recitasen las palabras suyas que entonces fueron oídas y escritas para que ahora se leyeran, veamos qué significa lo que hace un momento le habéis oído decir: En verdad, en verdad os digo: No puede el Hijo hacer por sí mismo algo, sino lo que vea al Padre hacer; pues cualesquiera cosas que el Padre hace, estas mismas hace también el Hijo similarmente.

El trabajo y el descanso de Dios

2. Pues bien, por lo anterior de la lectura, donde el Señor había curado a un quídam de entres quienes yacían en los cinco pórticos de la piscina aquella de Salomón, al cual había dicho: «Coge tu camilla y vete a tu casa», se os ha de recordar de dónde ha nacido esa palabra. Ahora bien, había hecho esto en sábado; por eso, alborotados, los judíos le acusaban injustamente cual a destructor y prevaricador de la Ley. Entonces les había dicho: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo. Por cierto, ellos, al entender carnalmente la observancia del sábado, suponían que Dios, tras la fatiga de fabricar el mundo, como que dormía hasta este día y que, por eso, había santificado ese día, a partir del cual comenzó como a descansar de las fatigas. Ahora bien, a nuestros antiguos padres se les preceptuó el sacramento del sábado, que nosotros, cristianos, observamos espiritualmente, absteniéndonos de todo trabajo servil, esto es, de todo pecado —porque dice el Señor: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado, y manteniendo en nuestro corazón el descanso, esto es, la tranquilidad espiritual. Y, aunque en este mundo lo intentamos, no llegaremos a este descanso perfecto sino cuando hayamos salido de esta vida.

Pero que Dios descansó está dicho precisamente porque, después que todo quedó terminado, ya no construía criatura alguna. De hecho, la Escritura menciona el descanso precisamente para recordarnos que descansaremos después de las obras buenas. En efecto, en Génesis tenemos escrito así: «Y Dios hizo todas las cosas muy buenas y descansó Dios el día séptimo», para que tú, hombre, cuando observas que Dios mismo descansó después de las obras buenas, no esperes para ti el descanso sino después de haber obrado cosas buenas; y, como Dios, después de haber creado al hombre a su imagen y semejanza el día sexto, y de haber terminado él todas sus muy buenas obras, descansó el día séptimo, así no esperes tampoco descanso para ti sino cuando regreses a la semejanza según la que has sido hecho, y que pecando has perdido.

Por cierto, no podemos decir que se fatigó Dios, quien dijo y se hicieron. ¿Quién hay que tras una obra tan fácil quiera descansar como tras la fatiga? Si mandó y alguien le resistió, si mandó y no se hizo, y se fatigó en que se hiciera, con razón dígase que descansó tras la fatiga. Pero, porque en el libro mismo del Génesis leemos: «Dijo Dios “Haya luz”, y se hizo la luz. Dijo Dios “Haya firmamento”, y se hizo el firmamento», y lo demás se hizo a continuación en virtud de su palabra, de lo cual da testimonio también un salmo, diciendo: «Él dijo y se hicieron; él mandó y fueron creadas», ¿cómo, tras hacer el mundo, buscaría con afán descanso, como para cesar, quien nunca se había fatigado en dar órdenes? Esas cosas, pues, son místicas y están puestas así precisamente para que esperemos para nosotros descanso tras esta vida, sólo si hubiéremos hecho obras buenas. Por eso, el Señor, para reprimir la desvergüenza y el error de los judíos y para mostrarles que ellos no pensaban de Dios rectamente, les asevera, escandalizados ellos de que en sábado trabajaba en la curación de los hombres: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo. No supongáis, pues, que mi Padre descansó en sábado de forma que a partir de él no trabaja; más bien, como él mismo trabaja ahora, también yo trabajo». Pero, como el Padre trabaja sin fatiga, así también el Hijo, sin fatiga. Dijo Dios y se hicieron; dijo Cristo al enfermo: «Coge tu camilla y vete a tu casa», y se hizo.

Padre e Hijo obran inseparablemente

3. Pues bien, la fe católica sostiene que las obras del Padre y del Hijo no son separables. Esto es lo que, si puedo, quiero decir a Vuestra Caridad, pero según las palabras del Señor: Quien puede entender, entienda. Quien, en cambio, no puede entender, atribúyalo no a mí, sino a su torpeza, y vuélvase al que abre el corazón, para que infunda lo que da. Por último, aunque alguien no entendiera precisamente por no haberlo yo dicho como debió decirse, excuse la fragilidad humana y suplique a la bondad divina, pues dentro tenemos al Maestro Cristo. Cualquier cosa que mediante vuestro oído y mi boca no pudiereis comprender, en vuestro corazón regresad a quien me enseña lo que hablo y os distribuye según se digna. Quien sabe qué da y a quién da, asistirá a quien pide, y abrirá a quien aldabea. Y, si acaso no diere, nadie diga que está abandonado, pues quizá difiere dar algo, pero no abandona a nadie hambriento. Si, en efecto, no lo da puntualmente, entrena al buscador, no desprecia a quien pide.

Ved, pues, y observad qué quiero decir aunque quizá no pueda. La fe católica, afianzada por el Espíritu de Dios en sus santos, sostiene contra toda perversidad herética que las obras del Padre y del Hijo son inseparables. ¿Qué significa lo que he dicho? Como el Padre y el Hijo son inseparables, así también son inseparables sus obras. ¿Cómo son inseparables el Padre y el Hijo? Porque este mismo dijo: «Yo y el Padre somos una única cosa», porque el Padre y el Hijo no son dos dioses, sino un único Dios, la Palabra y aquel cuya Palabra es, uno y único, Dios uno el Padre y el Hijo, abrazados por la caridad, y uno es su Espíritu de caridad, de modo que resulta la Trinidad, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Como, pues, la igualdad e inseparabilidad de las personas, así son también inseparables las obras no sólo del Padre y del Hijo, sino también del Espíritu Santo. Diré más claramente aún qué significa que las obras son inseparables. La fe católica no dice que Dios Padre hizo algo y el Hijo hizo algo distinto, sino que, lo que hizo el Padre, esto hizo también el Hijo, esto hizo también el Espíritu Santo. Efectivamente, mediante la Palabra se hizo todo; cuando dijo y se hicieron, mediante la Palabra se hicieron, mediante Cristo se hicieron, pues en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; todo se hizo mediante ella. Si todo se hizo mediante ella, lo de: «Dijo Dios “Hágase la luz”, y la luz se hizo», con la Palabra lo hizo, mediante la Palabra lo hizo.

Ser y poder, idénticos en el Hijo

4. He aquí, pues, que ahora hemos oído en el evangelio cuando respondió a los judíos, indignados porque no sólo abolía el sábado, sino que también llamaba Padre suyo a Dios, pues se hacía igual a Dios; en efecto, así está escrito en el párrafo anterior. Como, pues, el Hijo de Dios y la Verdad 5 respondiera a tal indignación errónea de ellos, asevera: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Como si dijera: «¿Por qué estáis escandalizados de que haya llamado Padre mío a Dios, y de que me hago igual a Dios? Tan igual soy, que él me ha engendrado; tan igual soy, que yo procedo de él, no él de mí». Esto, en efecto, se entiende en estas palabras: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Esto es: cualquier cosa que el Hijo puede hacer, por el Padre puede hacerla. ¿Por qué puede hacerla por el Padre? Porque del Padre tiene el ser Hijo. ¿Por qué tiene del Padre el ser Hijo? Porque del Padre tiene el poder, porque del Padre tiene el ser, ya que, para el Hijo, ser es lo mismo que poder. Para el hombre no es así. De la comparación con la humana debilidad, que yace muy por debajo, levantad de algún modo los corazones y quizá alguno de nosotros llegue a tocar el misterio y, como estremecido por el resplandor de luz tan grande, entienda algo, de forma que no siga siendo insensato; sin embargo, no suponga que entiende todo entero; así no se ensoberbecerá ni perderá lo que ha entendido.

En el hombre, una cosa es lo que él es, y otra lo que puede. A veces, en efecto, es hombre y no puede lo que quiere; a veces, en cambio, es hombre de forma que puede hacer lo que quiere. Así pues, una cosa es su ser, otra su poder, ya que, si su ser fuese lo que su poder, podría cuando quisiera. Dios, en cambio, que no tiene una sustancia para ser y otra potestad para poder, sino que, por ser Dios, le es consustancial cualquier cosa que es suya y cualquier cosa que él es, no es de un modo y puede de otro modo, sino que a una tiene el ser y el poder, porque a una tiene el querer y el hacer. Porque, pues, la potencia del Hijo procede del Padre, por eso la sustancia del Hijo procede del Padre; y, porque la sustancia del Hijo procede del Padre, por eso la potencia del Hijo procede del Padre. En el Hijo no es una la potencia y otra la sustancia, sino que la potencia es la misma que la sustancia: la sustancia para ser, la potencia para poder. Porque, pues, el Hijo procede del Padre, por eso dijo: El Hijo no puede hacer por sí algo. Porque no es Hijo por sí, por eso no puede por sí.

¿El Hijo, inferior al Padre?

5. Parece, en efecto, que se ha hecho inferior cuando dice: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Aquí yergue la cerviz la vanidad herética, a saber, la de quienes dicen que el Hijo es menor que el Padre, menor en potestad, majestad, posibilidad, pues no entienden el misterio de las palabras de Cristo. Atienda Vuestra Caridad y ved cómo por su comprensión carnal se turban ahora por las palabras mismas de Cristo. Pues bien, hace un instante he dicho que la Palabra de Dios, máxime lo que se dice mediante Juan evangelista, perturba todos los corazones torcidos, como estimula los corazones piadosos, pues mediante él se dicen cosas profundas, no cualesquiera, no fáciles de entender. He aquí que el hereje, si quizá oye esas palabras, se engalla y nos dice: «He aquí que el Hijo es menor que el Padre; ea, escucha las palabras del Hijo, que dice: No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea hacer al Padre hacer». Aguarda, observa cómo está escrito: Sé mansueto para oír la palabra, para que entiendas. Supón, en efecto, que yo, porque digo que la potestad y majestad del Padre y del Hijo son iguales, me he conturbado cuando he oído: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Turbado por estas palabras, te pregunto, porque te parece haberlas entendido ya: «Por el evangelio sabemos que el Hijo caminó sobre el mar; ¿cuándo vio al Padre caminar sobre el mar?». Aquí ya se turba. Deja, pues, lo que habías entendido y busquemos a una. ¿Qué hacemos, pues? Hemos oído las palabras del Señor: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Ese mismo caminó sobre el mar; el Padre nunca caminó sobre el mar. Ciertamente, el Hijo no hace algo, sino lo que vea al Padre hacer.

El Padre y el Hijo, inseparables en sus obras

6. Regresa, pues, conmigo a lo que yo decía; quizá haya de entenderse de manera que ambos salgamos del problema. Por cierto, yo, según la fe católica, veo cómo salir sin fracaso, sin tropiezo; tú, en cambio, acorralado, buscas por dónde salir. Mira por dónde habías entrado. Tal vez no has entendido tampoco lo que he dicho: mira por dónde habías entrado; óyelo a él mismo decir: Yo soy la puerta. No sin causa, pues, buscas por dónde salir y no lo encuentras, sino porque, en vez de entrar por la puerta, te has caído por la tapia. Como, pues, puedas, recógete 6 de tu descalabro y entra por la puerta; así entrarás con éxito y saldrás sin error. Ven mediante Cristo, no digas lo que se te ocurra, sino di lo que él ha mostrado. He aquí cómo la Iglesia católica sale de esa proposición. El Hijo caminó sobre el mar, puso sobre las aguas los pies de carne; la carne caminaba, mas la divinidad pilotaba. Cuando, pues, caminaba y la divinidad pilotaba, ¿estaba ausente el Padre? Si estaba ausente, ¿cómo el Hijo mismo dice: Pero el Padre que permanece en mí hace sus obras él mismo? Si, pues, el Padre que permanece en el Hijo hace sus obras él mismo, el Padre hacía la caminata de la carne sobre el mar, la hacía mediante el Hijo. La caminata, pues, es obra inseparable del Padre y del Hijo. Veo a uno y otro obrar allí; ni el Padre abandonó al Hijo, ni el Hijo se apartó del Padre. Así, porque el Padre no hace sin el Hijo cualquier cosa que hace, el Hijo no hace sin el Padre cualquier cosa que hace.

Refutación de la herejía

7. Hemos salido de ahí. Ved que nosotros decimos rectamente que son inseparables las obras del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Efectivamente, como entiendes tú, que quieres entender que el Hijo es menor precisamente por haber dicho: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», he aquí que, según tu entendimiento carnal, Dios hizo la luz y el Hijo vio al Padre hacer la luz. Dios Padre hizo la luz: ¿qué otra luz hizo el Hijo? Dios Padre hizo el firmamento, el cielo entre aguas y aguas; según tu inteligencia torpe y ruda, el Hijo le vio. Porque el Hijo vio al Padre hacer el firmamento y ha dicho: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», muéstrame el otro firmamento. ¿O has perdido tú el cimiento? En cambio, los edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, porque Cristo Jesús en persona existe como suprema piedra angular, encuentran la paz en Cristo y no contienden ni yerran en la herejía. Entendemos, pues, que Dios Padre hizo la luz, pero mediante el Hijo; que Dios Padre hizo el firmamento, pero mediante el Hijo, pues todo se hizo mediante él, y sin él no se hizo nada. Examina tu inteligencia, a la que hay que llamar no inteligencia, sino simple y llanamente estulticia. Dios Padre hizo el mundo. ¿Qué otro mundo hizo el Hijo? Muéstrame el mundo del Hijo. Ese en que estamos, ¿de quién es? Dinos por quién ha sido hecho. Si dices: «Por el Hijo, no por el Padre», has errado respecto al Padre. Si dices: «Por el Padre, no por el Hijo», te responderá el evangelio: El mundo se hizo mediante él y el mundo no le conoció. Reconoce, pues, a ese mediante quien se hizo el mundo, y no estés entre quienes no han conocido a quien hizo del mundo.

Ni el Padre envejece, ni el Hijo crece

8. Inseparables son, pues, las obras del Padre y del Hijo. Pero esto: «No puede el Hijo hacer por sí algo» significa lo que significaría si dijera: el Hijo no existe por sí. Efectivamente, si es Hijo, ha nacido; si ha nacido, procede de ese de quien ha nacido. Pero, en todo caso, el Padre lo engendró igual a sí. Efectivamente, nada faltó al engendrador ni quien lo ha engendrado coeterno buscó tiempo para engendrar ni quien de sí profirió la Palabra buscó madre para engendrar ni el Padre engendrador había precedido en edad al Hijo, de forma que engendrase como menor al Hijo. Y quizá dice alguien que Dios, tras muchos siglos, en su vejez engendró al Hijo. Como el Padre existe sin vejez, así también el Hijo existe sin crecimiento; ni uno envejeció, ni otro creció, sino que el Igual ha engendrado al Igual, el Eterno al Eterno. ¿Cómo, pregunta alguien, el Eterno al Eterno? Como una llama temporal genera una luz temporal. Ahora bien, la llama generadora es contemporánea con la luz a la que engendra, y la llama generadora no precede en el tiempo a la luz generada; más bien, desde que empieza la llama, desde ahí empieza la luz. Dame una llama sin luz y te daré a Dios Padre sin el Hijo. Esto, pues, significa «No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», porque el ver del Hijo es haber nacido del Padre. No es una su visión y otra su sustancia, ni una su potencia, otra su sustancia. Todo lo que él es procede del Padre; todo lo que puede procede del Padre, porque lo que puede y es, esto es una sola realidad y del Padre procede toda entera.

La unidad trinitaria en el obrar

9. Sigue también él mismo y conturba a quienes entienden mal, para hacer venir a la recta interpretación a los equivocados. Como hubiese dicho: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», para que no se introdujera subrepticiamente una comprensión carnal y desviase la mente y el hombre se imaginase como dos artesanos, uno el maestro, otro el aprendiz como atento al maestro que hace, verbigracia, un arca, para, como él hizo el arca, hacer también él otra arca según la visión que contempló en el maestro que trabajaba; para que, más bien, respecto a la simple divinidad, la comprensión carnal no duplicase para sí algo parecido, asevera a continuación: Pues cualesquiera cosas que hace el Padre, éstas mismas hace también el Hijo similarmente. No hace el Padre unas y el Hijo otras semejantes, sino idénticas similarmente. En efecto, no asevera: «Cualesquiera cosas que el Padre hace, también el Hijo hace otras similares», sino que afirma: Cualesquiera cosas que hace el Padre, éstas mismas hace también el Hijo similarmente. Lo que hace uno, esto también el otro; el Padre hizo el mundo, el Hijo hizo el mundo, el Espíritu Santo hizo el mundo. Si fueran tres dioses, habría tres mundos; si el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios, un único mundo ha sido hecho por el Padre mediante el Hijo en el Espíritu Santo. El Hijo, pues, hace lo que también el Padre hace y lo hace no desemejantemente; hace esto y lo hace similarmente.

La palabra humana y la palabra divina

10. Ya había dicho: Hace éstas. ¿Por qué añadió: Hace similarmente? Para que no naciera en el ánimo otra comprensión o error torcidos. Ves, en efecto, una obra del hombre; en el hombre hay ánimo y cuerpo; el ánimo impera sobre el cuerpo; pero hay mucha diferencia entre el cuerpo y ánimo: el cuerpo es visible, invisible el ánimo; entre la potencia y la fuerza del ánimo y la de cualquier cuerpo, aun celeste, hay mucha diferencia. El ánimo, empero, impera sobre su cuerpo y el cuerpo ejecuta; y lo que el ánimo parece hacer, esto hace también el cuerpo. Parece, pues, que el cuerpo hace lo mismo que el ánimo, pero no similarmente. ¿Cómo hace lo mismo, pero no similarmente? El ánimo hace cabe sí una palabra, da orden a la lengua y profiere la palabra que hizo el ánimo; la hizo el ánimo, la hizo también la lengua; la hizo el señor del cuerpo, la hizo también el esclavo; pero, para hacerla el esclavo, recibió del señor lo que haría, y lo hizo por mandato del señor. Uno y otro han hecho lo mismo. Pero ¿acaso similarmente? ¿Cómo no similarmente?, replica alguien. Mira: la palabra que el ánimo hizo permanece en mí; lo que hizo mi lengua pasó, pulsado el aire, y no existe. Cuando tú hayas dicho en tu ánimo una palabra y haya sonado mediante tu lengua, regresa a tu ánimo y ve que allí está la palabra que hiciste. ¿Acaso permaneció en tu lengua como permaneció en tu ánimo? Lo que ha sonado mediante tu lengua, lo hizo la lengua al emitir el sonido, lo hizo el ánimo al pensar; pero el sonido que emitió la lengua pasó; lo que el ánimo ha pensado permanece. El cuerpo, pues, hizo lo mismo que hizo el ánimo, pero no similarmente, pues el ánimo hizo lo que el ánimo retendrá; la lengua, en cambio, hizo lo que suena y a través del aire golpea al oído. ¿Acaso sigues las sílabas y haces que permanezcan?

No se comportan, pues, así el Padre y el Hijo, sino que hacen estas mismas cosas y las hacen similarmente. Si Dios ha hecho el cielo, que permanece, el Hijo ha hecho este cielo que permanece. Si Dios Padre ha hecho al hombre, que muere, el Hijo ha hecho a este mismo hombre que muere. Cualesquiera cosas que el Padre ha hecho estables, éstas ha hecho estables el Hijo, porque las ha hecho similarmente. Y cualesquiera cosas que el Padre ha hecho temporales, éstas mismas ha hecho temporales el Hijo, porque no sólo ha hecho ésas, sino que las ha hecho similarmente, pues el Padre las ha hecho mediante el Hijo, porque mediante su Palabra ha hecho el Padre todo.

Trasciende tu alma para llegar a Dios

11. Busca separación en el Padre y el Hijo; no la hallas. Pero, si te creciste, entonces no la hallas; si tocaste algo por encima de tu mente, entonces no la hallas, porque, si giras entre lo que tu ánimo errado se forja, hablas con tus fantasías, no con la Palabra de Dios; tus fantasías te engañan. Trasciende el cuerpo y céntrate en el ánimo; trasciende también el ánimo y céntrate en Dios. No tocas a Dios si no trasciendes también el ánimo. ¿Cuánto menos lo tocarás si te quedas en la carne? Quienes, pues, se centran en la carne, ¡qué lejos están de saborear lo que Dios es, porque no estarían ahí, aunque se centrasen en el ánimo! Mucho se aparta de Dios el hombre cuando entiende carnalmente; y mucha diferencia hay entre la carne y el ánimo; más diferencia empero hay entre el ánimo y Dios. Si tú estás en el ánimo, estás en medio: si miras hacia abajo, está el cuerpo; si miras hacia arriba, está Dios. Elévate sobre tu cuerpo y déjate atrás incluso a ti. Mira, en efecto, qué dijo un salmo y aprenderás cómo se llega a gustar a Dios: Las lágrimas, afirma, se me han convertido en panes día y noche, mientras a diario se me dice: «¿Dónde está tu Dios?». Como si los paganos dijesen: «He ahí nuestros dioses; vuestro Dios ¿dónde está?». Ellos, en efecto, muestran lo que se ve; nosotros adoramos lo que no se ve. ¿Y a quién mostrarlo? ¿Al hombre que no tiene cómo verlo? Porque, si ellos ven ciertamente a sus dioses con los ojos, también nosotros tenemos otros ojos con que ver a nuestro Dios. Nuestro Dios ha de purificar esos ojos para que veamos a nuestro Dios, pues Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios. Como, pues, hubiese dicho que él se conturba cuando cada día se le dice: «¿Dónde está tu Dios?» —afirma: «He recordado esto: que se me dice a diario “¿Dónde está tu Dios?”»— y, como si quisiera agarrar a su Dios, afirma: He recordado esto y he derramado sobre mí mi alma. Para, pues, palpar a mi Dios, del que se me decía: «¿Dónde está tu Dios?», he derramado mi alma no sobre mi carne, sino sobre mí; me he trascendido para tocarlo, pues sobre mí está quien me ha hecho; nadie le palpa, sino quien se trasciende.

Ascensión a Dios

12. Piensa en el cuerpo: es mortal, es terreno, es frágil, es corruptible: deséchalo. Pero ¿quizá la carne es temporal? Piensa en otros cuerpos, piensa en los cuerpos celestes: son mayores, mejores, refulgentes; obsérvalos también; giran de oriente a occidente, no están fijos; se ven con los ojos, no sólo por el hombre, sino también por el ganado; déjalos también atrás. Pero ¿cómo dejo atrás los cuerpos celestes, preguntarás, cuando camino en la tierra? Los dejas atrás no con la carne, sino con la mente. ¡Deséchalos también! Aunque brillen, son cuerpos; aunque resplandezcan desde el cielo, son cuerpos. Ven, porque quizá supones que no tienes a dónde ir cuando contemplas todo esto. Pero ¿a dónde voy a ir, preguntas, allende estos cuerpos celestes, y qué he de dejar atrás mediante la mente? ¿Has contemplado todo esto? Lo he contemplado, respondes. ¿Con qué lo has contemplado? Aparezca este contemplativo.

En realidad, el contemplativo mismo de todo eso, el que lo discierne, distingue y de alguna manera lo pesa en la balanza de la sabiduría, es el ánimo. Sin duda, mejor que todo eso en que has pensado es el ánimo con el que has pensado en todo eso. El ánimo ese, pues, es espíritu, no cuerpo; ¡déjalo también atrás! Para que veas por dónde pasar, compara primero el ánimo; compáralo con la carne. Ni hablar de que no te dignes compararlo. Compáralo con el fulgor del sol, de la luna, de las estrellas: mayor es el fulgor del ánimo. Ve primero la velocidad del ánimo mismo. Ve si la centella del ánimo pensante no es más vehemente que el esplendor del sol luciente. Con el ánimo ves salir el sol; su movimiento, ¡qué tardo es en comparación a tu ánimo! Pronto has podido tú pensar en lo que va a hacer el sol. Va a venir de oriente a occidente, mañana saldrá ya por la otra parte. Mientras tu pensamiento ha hecho esto, aquél aún es tardo, mas tú has recorrido todo. ¡Gran cosa, pues, es el ánimo! Pero ¿cómo digo «es»? Déjalo también atrás, porque también el ánimo, aunque es mejor que todo cuerpo, es mudable. Ora sabe, ora no sabe; ora olvida, ora recuerda; ora quiere, ora no quiere; ora peca, ora es justo. Deja, pues, atrás toda mutabilidad; no sólo todo lo que se ve, sino también todo lo que se muda. De hecho, has dejado atrás la carne, que se ve; has dejado atrás el cielo, el sol, la luna y las estrellas, que se ven; ¡deja también atrás todo lo que se muda! En efecto, dejadas atrás esas cosas, habías llegado a tu ánimo; pero también allí has hallado la mutabilidad de tu ánimo. ¿Acaso Dios es mudable? Deja, pues, atrás también tu ánimo. Derrama sobre ti tu alma para llegar a Dios, del que se te dice: ¿Dónde está tu Dios?

En Dios no hay separación

13. No supongas que debes hacer algo que el hombre no puede. Lo hizo el evangelista Juan mismo. Trascendió la carne, trascendió la tierra que pisaba, trascendió los mares que veía, trascendió el aire donde revolotean las aves, trascendió el sol, trascendió la luna, trascendió las estrellas, trascendió todos los espíritus, que no se ven; trascendió su mente con la razón misma de su ánimo. Después de trascender todo eso, derramando sobre sí su alma, ¿a dónde llegó?, ¿qué vio? En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios. Si, pues, en la luz no ves separación, ¿qué separación buscas en la obra? Mira a Dios, mira a su Palabra adherirse a quien mediante la Palabra habla, porque ése mismo, al hablar, no habla con sílabas, sino que brillar con el esplendor de la sabiduría, esto es hablar. ¿Qué está dicho de su sabiduría? Es el esplendor de la luz eterna. Observa el esplendor del sol. Está en el cielo y expande esplendor por las tierras todas, por los mares todos. Y es, sí, luz corporal. Si separas del sol el esplendor del sol, separa del Padre la Palabra. Del sol hablo. Una tenue llamita sola de una lámpara, que puede apagarse de un soplo, difunde su luz sobre todo lo que subyace a ella. Ves la luz engendrada por la llamita, ves la emisión, no ves separación. Entended, pues, hermanos carísimos, que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo se adhieren entre sí inseparablemente, que esta Trinidad es un único Dios, y que todas las obras del único Dios, éstas son del Padre, éstas son del Hijo, éstas son del Espíritu Santo. Porque también el día de mañana se os debe el sermón, asistid a escuchar lo demás que sigue, que pertenece al discurso de nuestro Señor Jesucristo en el evangelio.

 

 

TRATADO 21

Comentario a Jn 5,20-23, predicado en Hipona al día siguiente del anterior

Preferible la ignorancia al error

1. En la medida en que el Señor se dignó dar en el día de ayer, con la facultad con que pude tratamos y con la capacidad con que pudimos entendimos cómo son inseparables las obras del Padre y del Hijo; que el Padre no hace unas, el Hijo otras, sino que el Padre hace todas mediante el Hijo, como mediante su Palabra, de la que está escrito: Todo se hizo mediante ella y sin ella nada se hizo. Veamos hoy las palabras siguientes y al mismo Señor imploremos su misericordia y de él esperémosla primeramente para entender, si él mismo lo juzga conveniente, lo que es verdadero; si, en cambio, no pudiéramos esto, no vayamos a lo que es falso, pues es mejor no saber que errar; pero es mejor saber que no saber. Así pues, ante todo debemos intentar saber; si podemos, ¡gracias a Dios!; si, en cambio, de momento no pudiéramos llegar a la verdad, no vayamos a la falsedad. Por cierto, debemos considerar qué somos y qué tratamos. Somos hombres que cargan con la carne mientras caminan en esta vida; y, aunque ya renacidos de la semilla de la palabra de Dios, sin embargo, hemos sido renovados en Cristo, de forma que aún no estamos enteramente despojados de Adán. En efecto, aparece y es manifiesto que lo nuestro mortal y corruptible, que embota al alma, existe en virtud de Adán; en cambio, lo nuestro espiritual, que eleva al alma, viene del don de Dios y de su misericordia, el cual envió a su Único a participar con nosotros de nuestra muerte y conducirnos a su inmortalidad. A éste tenemos como maestro para no pecar; como defensor, si pecamos, confesamos y nos convertimos; como intercesor por nosotros, si pedimos al Señor algún bien; y como dador con el Padre, porque el Padre y el Hijo son un único Dios. Pero decía eso a hombres un hombre; Dios oculto, hombre manifiesto para hacer dioses a hombres manifiestos, e Hijo de Dios, hecho hijo de hombre para hacer hijos de Dios a los hijos de los hombres. Por sus palabras reconocemos con qué maestría de su sabiduría hace esto. Pequeño, en efecto, habla a pequeñines; pero él mismo es pequeño sin dejar de ser grande; nosotros, en cambio, somos pequeños, pero en él grandes. Habla, pues, como quien cuida y nutre a lactantes y a quienes crecen amando.

Son idénticas las obras del Padre y del Hijo

2. Había dicho: No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Pues bien, hemos entendido que el Padre no hace por separado algo que, cuando lo vea el Hijo, también éste mismo haga algo, inspeccionada la obra de su Padre, sino que dijo: «No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», porque el Hijo entero proviene del Padre y la entera sustancia y potencia suya proviene de quien lo ha engendrado. Ahora, en cambio, tras haber dicho que él hace similarmente estas mismas cosas que hace el Padre, para que no entendamos que el Padre hace unas, el Hijo otras, sino que con potencia similar hace el Hijo esas mismas que hace el Padre, pues el Padre las hace mediante el Hijo, asevera a continuación lo que hoy hemos oído leer: Pues el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace.

El pensamiento humano se perturba de nuevo. Al Hijo muestra el Padre lo que él mismo hace; el Padre, pues, asevera alguien, obra por separado, para que el Hijo vea lo que hace. Vienen de nuevo al pensamiento humano dos artesanos, digamos, como si un artesano enseña su arte a su hijo y le muestra cualquier cosa que él hace, para que también ese mismo pueda hacerlo. Le muestra, afirma, lo que él mismo hace. ¿Cuando, pues, el Padre actúa, el Hijo no actúa para poder ver el Hijo lo que hace el Padre? Ciertamente, todo se hizo mediante él y sin él nada se hizo. A partir de esto vemos cómo el Padre muestra al Hijo lo que hace, puesto que nada hace el Padre, sino lo que mediante el Hijo hace. ¿Qué ha hecho el Padre? El mundo. ¿Acaso mostró al Hijo el mundo hecho, de forma que también ése mismo hiciera algo igual? Alguien, pues, preséntenos el mundo que el Hijo hizo.

Pero todo se hizo mediante él y sin él nada se hizo y el mundo se hizo mediante él. Si el mundo se hizo mediante él y todo se hizo mediante él y el Padre nada hace que no lo haga mediante el Hijo, ¿dónde el Padre muestra al Hijo lo que hace, sino en el Hijo mismo mediante el cual lo hace? ¿Cuál es, en efecto, el lugar donde se muestra al Hijo la obra del Padre, como si la hiciese fuera y se sentase fuera y el Hijo observe la mano del Padre, cómo actúa? ¿Dónde está aquella inseparable Trinidad? ¿Dónde está la Palabra de la que está dicho que ése mismo es fuerza y sabiduría de Dios?6 ¿Dónde lo que de la sabiduría misma dice la Escritura: Pues es el esplendor de la luz eterna? ¿Dónde lo que de ella se dice otra vez: Llega fuertemente de uno a otro confín y dispone suavemente todo? Si el Padre hace algo, lo hace mediante el Hijo; si lo hace mediante su sabiduría y su fuerza, no le muestra fuera lo que vea, sino que en su misma persona le muestra lo que hace.

Padre de Jesús y Padre nuestro

3. ¿Qué ve el Padre o, más bien, qué ve el Hijo en el Padre para hacerlo también él? Podría yo quizá decirlo; pero presenta tú a quien pueda comprender; o quizá, podría pensarlo, pero no decirlo o quizá ni pensarlo. La divinidad, en efecto, nos excede como Dios a los hombres, como el Inmortal a los mortales, como el Eterno a quienes somos temporales. Inspire y dé; de aquella fuente de vida dígnese destilar algo en nuestra sed, para que no nos aridezcamos en este desierto. Digámosle «Señor» a quien hemos aprendido a llamar Padre. Lo osamos, en efecto, porque él quiso que lo osáramos, con tal de que empero vivamos de manera que no nos diga: Si soy Padre, ¿dónde está mi honor? Si soy Señor, ¿dónde está mi respeto? Digamos, pues, «Padre nuestro». ¿A quién decimos «Padre nuestro»? Al Padre de Cristo. Quien, pues, dice al Padre de Cristo «Padre nuestro», ¿qué dice a Cristo, sino «Hermano nuestro»? No es empero Padre nuestro como es Padre de Cristo, pues Cristo nunca nos unió consigo sin hacer distinción alguna entre él y nosotros. Él, en efecto, es Hijo igual al Padre, él es eterno con el Padre y coeterno con el Padre; nosotros, en cambio, hemos sido hechos mediante el Hijo, adoptados mediante el Único. Por eso, nunca se oyó de la boca de nuestro Señor Jesucristo, cuando hablaba a los discípulos, decir él del sumo Dios, Padre suyo, «Padre nuestro»; sino que dijo o «Padre mío», o «vuestro Padre». Hasta tal punto no dijo «Padre nuestro», que puso en cierto lugar estas dos cosas: Voy, afirma, a mi Dios y a vuestro Dios. ¿Por qué no dijo «nuestro Dios»? Dijo: «A mi Padre y a vuestro Padre»; no dijo «nuestro Padre». Unió distinguiendo, distingue sin separar. Sostiene que nosotros somos uno en él, pero que el Padre y él son una única cosa.

En el Verbo se identifican ver y nacer

4. Por mucho, pues, que entendamos y por mucho que veamos, aunque nos igualásemos a los ángeles, no veremos como ve el Hijo, pues nosotros, aun cuando no vemos, somos algo. ¿Y qué otra cosa somos cuando no vemos, sino invidentes? Somos empero al menos invidentes y para ver nos convertimos a ese a quien queremos ver, y se realiza en nosotros la visión que no existía cuando empero existíamos. Existe, en efecto, el hombre invidente y a ése mismo, cuando vea, se le llama hombre vidente. Para él, pues, ver no es lo mismo que ser hombre, porque, si para él ver fuese lo mismo que ser hombre, nunca existiría un hombre sino vidente. Pero, porque hay hombres que no ven y buscan ver lo que no ven, existe quien busca, y existe quien se convierta para ver; y, cuando se haya convertido bien y vea, pasa a ser hombre vidente quien antes era hombre invidente. El ver, pues, le viene o se retira de él; le viene cuando él se convierte; se retira de él cuando él se aleja. ¿Acaso es así el Hijo? Ni hablar. El Hijo nunca fue invidente y luego fue hecho vidente, sino que, para él, ver al Padre es lo mismo que ser Hijo. De hecho, nosotros, alejándonos hacia el pecado, perdemos la iluminación, y volviéndonos hacia Dios, recibimos la iluminación, pues una cosa es la luz que nos ilumina, y otra nosotros que somos iluminados. En cambio, porque la luz misma que nos ilumina es luz, no se aleja de sí ni pierde la luz. La cosa, pues, que el Padre hace la muestra al Hijo de forma que el Hijo ve todo en el Padre y el Hijo es todo en el Padre, pues viendo nació y naciendo ve. Pero no hubo un momento en que no había nacido y después nació, como tampoco en algún momento no vio y después vio; más bien, lo que en él es para él ver, en él es para él existir, en él es para él no mudarse, en él es para él existir continuamente sin inicio y sin fin. No entendamos, pues, carnalmente que el Padre se sienta, hace una obra, la muestra al Hijo, ve el Hijo la obra que el Padre hace, y la hace en otro lugar o de otra materia. En efecto, todo se hizo mediante él y sin él nada se hizo. La Palabra del Padre es el Hijo, nada dijo Dios que no lo dijera en el Hijo, ya que, diciendo en el Hijo lo que iba a hacer mediante el Hijo, engendró al Hijo mismo, mediante el que había de hacer todo.

En el Hijo no hay pasado ni futuro

5. Y le mostrará obras mayores que éstas para que os asombréis. De nuevo turba aquí. ¿Y quién hay que escudriñe dignamente este enorme secreto? Pero, porque se ha dignado hablarnos, él lo abre ya. En efecto, no diría lo que no quisiera que se entendiese; porque se ha dignado hablar, despertará sin duda la atención; ¿acaso a quien despertó para oír lo abandona una vez despertado? Como pude, dije que el Hijo sabe no temporalmente, que la ciencia del Hijo no es una cosa, otra el Hijo mismo, otra la visión misma del Hijo, y que el Hijo es la ciencia o sabiduría misma del Padre, que esta sabiduría y esta visión son eternas desde la eternidad, que son coeternas con ese de quien proceden, que allí nada cambia a lo largo del tiempo ni nace algo que no existía ni perece algo que existía. Lo dije como pude. ¿Qué, pues, hace aquí el tiempo para decir: «Le mostrará obras mayores que éstas», esto es, va a mostrar, esto es, mostrará? Una cosa es «mostró», otra es mostrará; del pasado decimos «mostró», del futuro decimos mostrará. ¿De qué, pues, tratamos aquí? Ese de quien habíamos dicho que es coeterno con el Padre, que en él nada se varía a lo largo del tiempo, nada se mueve a través de espacios temporales ni locales, que en calidad de vidente permanece siempre con el Padre, ve al Padre y, viéndolo, existe, he aquí que, al nombrarnos de nuevo los tiempos, afirma: Le mostrará obras mayores que éstas. Va a mostrar, pues, todavía al Hijo algo que el Hijo no conoce? ¿Qué hacer, pues?, ¿cómo entendemos esto? He aquí que nuestro Señor Jesucristo estaba arriba, está abajo. ¿Cuándo estaba arriba? Cuando dijo: Cualesquiera cosas que hace el Padre, éstas mismas hace también el Hijo similarmente. ¿Y cómo ahora está abajo? Le mostrará obras mayores que éstas. ¡Oh Señor Jesucristo, Salvador nuestro, Palabra de Dios, mediante la que todo se hizo! ¿Qué va a mostrarte el Padre que no conozcas aún? ¿Qué se te oculta del Padre? ¿Qué se te oculta en el Padre a ti a quien el Padre no se oculta? ¿Qué obras mayores va a mostrarte? ¿O mayores que qué obras son las que va a mostrarte? En efecto, cuando dijo «mayores que éstas», primero debemos entender mayores que cuáles.

¿Qué obras mayores muestra el Padre al Hijo?

6. Recordemos de dónde arrancó ese discurso: cuando fue curado el que llevaba treinta y ocho años enfermo y, ya sano, le ordenó coger su camilla e irse a su casa. En efecto, irritados por eso los judíos con quienes hablaba hablaba con palabras y callaba en cuanto a la comprensión; en cierto modo hacía señas a quienes entendían, encubría a los airados el sentido; como, pues, los judíos se hubieran irritado porque el Señor había hecho esto en sábado, dieron ocasión a este discurso. No escuchemos, pues, esto como olvidados de lo que se ha dicho arriba; más bien, volvámonos a mirar al enfermo durante treinta y ocho años, súbitamente hecho sano, asombrados y airados los judíos. Más que la luz a propósito del milagro, buscaban las tinieblas a propósito del sábado. Hablando, pues, a estos indignados, asevera esto: Le mostrará obras mayores que éstas. Mayores que éstas; ¿que cuáles? Habéis vistos al hombre hecho sano, cuya enfermedad había durado hasta treinta y ocho años: mayores que éstas va a mostrar al Hijo el Padre. ¿Cuáles son mayores? Sigue y dice: Pues como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así el Hijo también vivifica a los que quiere. Claramente son mayores ésas, pues que un muerto resucite es más que el que convalezca un enfermo; mayores son ésas. Pero ¿cuándo va mostrarlas al Hijo el Padre? ¿Es que el Hijo las desconoce? Y el que hablaba ¿no sabía resucitar muertos? Aquel mediante el que todo se hizo ¿tenía aún que aprender a resucitar muertos? Quien hizo que viviéramos quienes no existíamos ¿tenía aún que aprender a resucitarnos? ¿Qué es, pues, lo que quiere decir?

El Hijo aprende en nosotros

7. Por cierto, descendió hasta nosotros, y quien poco antes hablaba como Dios comenzó a hablar como hombre. Es empero hombre el mismo que es Dios, porque Dios se ha hecho hombre; pero se hizo lo que no era sin perder lo que era. Se acercó, pues, el hombre a Dios para que fuese hombre quien era Dios; no para ser ya hombre y no ser Dios. Escuchémosle, pues, como hermano quienes lo escuchábamos como Creador: Creador por ser la Palabra que existía en el principio; hermano, porque nació de la Virgen María; Creador, antes de Abrahán, antes de Adán, antes de la tierra, antes del cielo, antes de todo lo corporal y espiritual; hermano, en cambio, nacido de la descendencia de Abrahán, de la tribu de Judá, de una virgen israelita. Si, pues, sabemos que este que nos habla es Dios y hombre, entendamos las palabras de Dios y del hombre, pues unas veces nos dice cosas que se refieren a su majestad; otras, las que se refieren a su condición baja. En efecto, es excelso el mismo que, para hacernos excelsos a nosotros, de baja condición, se ha hecho de condición baja. ¿Qué, pues, asevera? El Padre me mostrará obras mayores que éstas para que os asombréis. Va, pues a mostrarlas a nosotros, no a él. Dijo, pues: «Para que os asombréis», precisamente porque el Padre nos las mostrará a nosotros. Explicó, en efecto, lo que quiso decir: El Padre me mostrará. ¿Por qué no dijo «el Padre os mostrará», sino: Mostrará al Hijo? Porque también nosotros somos miembros del Hijo. Y porque nosotros, miembros, como que aprendemos, él aprende de alguna manera en sus miembros. ¿Cómo aprende en nosotros? ¿Cómo padece en nosotros? ¿Cómo probamos que padece en nosotros? Por aquella voz venida del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Acaso no es el mismo que se sentará como juez al final del mundo y, después de poner a los justos a la derecha y a los inicuos a la izquierda, dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino, pues tuve hambre y me disteis de comer? Y, tras responder ellos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento?», va a decirles: Cuando disteis a uno de mis mínimos, a mí me disteis. A quien, pues, dijo: «Cuando disteis a uno de mis mínimos, a mí me disteis», preguntémosle ahora y digámosle: Señor, ¿cuándo estarás aprendiendo, siendo así que tú enseñas todo? Por cierto, en seguida, según nuestra fe, nos responde: Cuando uno de mis mínimos aprende, yo aprendo.

8. Felicitémonos, pues, y demos gracias porque nos ha hecho no sólo cristianos, sino Cristo. ¿Entendéis, hermanos, comprendéis la gracia de Dios sobre nosotros? Asombraos, alegraos: hemos sido hechos Cristo, pues, si él es la cabeza, nosotros somos sus miembros; el hombre total somos él y nosotros. Es esto lo que dice el apóstol Pablo: Para que ya no seamos pequeñines, zarandeados y circundados por todo viento de doctrina. Ahora bien, más arriba había dicho: Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y al reconocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto según la medida de edad de la plenitud del Mesías. La plenitud, pues, de Cristo es la cabeza y los miembros. ¿Qué significa la cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia. Por cierto, nos arrogaríamos esto soberbiamente si no se dignase prometerlo el mismo que mediante idéntico apóstol dice: Ahora bien, vosotros sois cuerpo y miembros de Cristo.

Cristo cabeza muestra a Cristo miembros

9. Cuando, pues, el Padre muestra algo a los miembros de Cristo, a Cristo lo muestra. Acontece cierto milagro grande, pero verdadero en todo caso: se le muestra a Cristo lo que Cristo conocía, y se le muestra a Cristo mediante Cristo. Es cosa asombrosa y grande, pero la Escritura habla así. ¿Vamos a contradecir a los elogios divinos y no, más bien, a entenderlos y dar gracias a quien los ha donado? ¿Qué significa lo que he dicho: «Se le muestra a Cristo mediante Cristo». Se muestra a los miembros mediante la cabeza. Mira, ve eso mismo en ti: ponte a querer coger algo con los ojos cerrados; la mano no sabe a dónde ir y la mano es, sí, miembro tuyo, pues no está separada de tu cuerpo; abre los ojos, la mano ve ya a dónde ir; tras mostrárselo la cabeza, el miembro la sigue. Si, pues, pudo hallarse algo parecido, que tu cuerpo le muestra a tu cuerpo y mediante tu cuerpo se muestra algo a tu cuerpo, no te asombres de que esté dicho: «Se le muestra a Cristo mediante Cristo», pues la cabeza muestra para que los miembros vean, y enseña la cabeza para que los miembros aprendan; un único hombre empero es cabeza y miembros. No quiso separarse, sino que se dignó aglutinarse. Lejos, muy lejos de nosotros estaba; ¿qué tan lejos como lo creado y el Creador?, ¿qué tan lejos como Dios y el hombre?, ¿qué tan lejos como la justicia y la iniquidad?, ¿qué tan lejos como la eternidad y la mortalidad? He aquí cuán lejos estaba la Palabra, Dios en Dios en el principio, mediante el cual se hizo todo. ¿Cómo, pues, se acercó para ser lo que nosotros, y que existamos en él? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

La resurrección, obra de la Trinidad

10. Esto, pues, va a mostrarnos; esto mostró a sus discípulos, que lo vieron en la carne. ¿Qué significan estas palabras: Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere? ¿A unos el Padre, a otros el Hijo? Ciertamente, todo se ha hecho mediante él. ¿Qué decimos, hermanos míos? Cristo resucitó a Lázaro; ¿a qué muerto resucitó el Padre, para que Cristo viera cómo resucitaba a Lázaro? O, cuando resucitó a Lázaro, ¿no lo resucitó el Padre y lo hizo el Hijo solo, sin el Padre? Leed esa lectura misma y ved que allí invoca al Padre para resucitar a Lázaro. Como hombre, invoca al Padre; como Dios, obra con el Padre. Lázaro, pues, que resucitó, fue resucitado por el Padre y el Hijo con el don y la gracia del Espíritu Santo, y la Trinidad hizo esa obra asombrosa. «Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere», no lo entendamos, pues, estimando que el Padre resucita y vivifica a unos, el Hijo a otros; sino que a los mismos que el Padre resucita y vivifica, a ésos también el Hijo los resucita y vivifica, porque todo se hizo mediante él y sin él no se hizo nada. Y precisamente para demostrar que él tenía potestad, aunque dada por el Padre, igual empero, asevera: «Así también el Hijo vivifica los que quiere», para mostrar ahí su voluntad. Y, para que nadie dijese: «el Padre resucita mediante el Hijo a los muertos; pero aquél como poderoso, como quien tiene potestad, éste como en virtud de potestad ajena, como un ministro, como un ángel hacen algo», significó la potestad, donde asevera: Así también el Hijo vivifica a los que quiere. En efecto, el Padre no quiere algo distinto de lo que quiere el Hijo, sino que, como tienen única sustancia, así también tienen única voluntad.

Se trata de la resurrección final

11. ¿Y quiénes son esos muertos a quienes vivifican el Padre y el Hijo? ¿Acaso son esos mismos de los que he hablado, Lázaro o el hijo de la viuda o la hija del jefe de la sinagoga? Sabemos, en efecto, que ésos fueron resucitados por Cristo el Señor. Algo distinto quiere insinuarnos, a saber, la resurrección de los muertos, que todos aguardamos, no la que algunos tuvieron para que los demás creyesen. De hecho, Lázaro resucitó para morir; nosotros resucitaremos para vivir siempre. ¿Tal resurrección la hace el Padre o el Hijo? En verdad, mejor dicho: el Padre en el Hijo. El Hijo, pues, y el Padre en el Hijo. ¿Cómo probamos que habla de esa resurrección? Tras haber dicho: «Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere», para que no entendiéramos que se trata de la resurrección de los muertos, que hace como milagro, no para la vida eterna, asevera a continuación: Pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. ¿Qué significa esto? De la resurrección de los muertos decía que, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere; ¿por qué a renglón seguido como que añadió la razón respecto al juicio, diciendo: «Pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio», sino porque había hablado de la resurrección que sucederá en el juicio?

¿Quién juzga: el Padre o el Hijo?

12. Pues el Padre no juzga a nadie, asevera, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. Poco antes suponíamos que el Padre hace algo que no hace el Hijo, cuando decía: «El Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace; como si el Padre hacía y el Hijo veía. Así estaba infiltrándose subrepticiamente en nuestra mente de comprensión carnal; como si el Padre hiciera lo que no hacía el Hijo y, en cambio, el Hijo viera al Padre mostrar lo que el Padre hacía. El Padre, pues, como que hacía lo que el Hijo no hacía; de momento vemos ya al Hijo hacer algo que no hace el Padre. ¡Cómo nos hace rodar y maneja nuestra mente, la lleva de acá para allá, no le permite quedarse en un único lugar carnal para inquietarla haciéndola rodar e inquietándola limpiarla, limpiándola capacitarnos, hechos capaces llenarnos! ¿Qué hacen de nosotros estas palabras?, ¿de qué hablaba? ¿de qué habla? Poco antes decía que el Padre muestra al Hijo cualquier cosa que hace; como que veía yo obrar al Padre, al Hijo mirar; ahora, al revés, veo obrar al Hijo, desocupado al Padre, pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. Cuando, pues, el Hijo va a juzgar, ¿el Padre estará desocupado y no juzgará? ¿Qué significa esto? ¿Qué entenderé? Señor, ¿qué dices? Eres el Dios Palabra; soy hombre. ¿Dices que el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio? Leo que en otro lugar dices: Yo no juzgo a nadie; hay quien indague y juzgue; ¿de quién dices: «Hay quien indague y juzgue», sino del Padre? Él indaga tus injurias, él juzga de tus injurias. ¿Cómo aquí el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio? Interroguemos también a Pedro, oigámosle decir en su carta: Cristo padeció por nosotros, afirma, para dejarnos un ejemplo, para que sigamos sus huellas; el cual no cometió pecado ni en su boca se halló dolo; el cual, cuando se le maldecía, no devolvía maldición; aunque recibía injuria, no amenazaba, sino que se encomendaba a quien juzga justamente. ¿Cómo es verdad que el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio? Aquí nos turbamos, turbados sudemos, al sudar seamos purgados. Por donación suya intentemos de algún modo penetrar los hondos secretos de estas palabras. Tal vez obramos temerariamente, porque queremos examinar y escrutar las palabras de Dios. Mas ¿por qué están dichas sino para entenderlas? ¿Por qué han sonado sino para ser oídas? ¿Por qué se han oído sino para entenderlas? Confórtenos, pues, y dénos algo, cuanto él mismo se digna; y, si no penetramos aún hasta la fuente, bebamos del arroyo. He aquí que Juan mismo ha manado para nosotros cual arroyo, desde la altura ha conducido hasta nosotros la Palabra, la ha puesto a ras de tierra y en cierto modo la ha extendido en el suelo para que no nos horrorice la altura, sino que nos acerquemos al que está a ras de tierra.

Cómo juzgará el Hijo

13. De que «El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio» existe cierta interpretación enteramente auténtica, fuerte, si de algún modo podemos mantenerla. Se dice, en efecto, esto: en el juicio no aparecerá a los hombres sino el Hijo. El Padre estará oculto; el Hijo, manifiesto. ¿En qué estará manifiesto el Hijo? En la forma en que ascendió. De hecho, en la forma de Dios está oculto con el Padre; en la forma de esclavo, manifiesto a los hombres. El Padre, pues, no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, pero manifiesto; juicio manifiesto en que el Hijo juzgará, porque él en persona aparecerá a quienes serán juzgados. Con toda claridad nos muestra la Escritura que él en persona aparecerá. El día cuadragésimo después de su resurrección ascendió al cielo, mientras sus discípulos lo veían, y una voz angélica les dijo: Varones galileos, ¿por qué estáis quietos mirando al cielo? Ese que desde vosotros ha sido tomado hasta el cielo, vendrá tal como lo visteis ir al cielo. ¿Cómo lo veían ir? Con la carne que habían tocado, que habían palpado, cuyas cicatrices habían también comprobado tocándolas; con el cuerpo con que durante cuarenta días entró y salió con ellos, manifestándoseles de verdad, no con alguna falsedad, no un fantasma, no una sombra, no un espíritu, sino como él mismo dijo sin engañar: Palpad y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Por cierto, aquel cuerpo era ya digno de la habitación celeste, no sujeto a la muerte, no mudable a lo largo de las edades. En efecto, como desde la infancia había crecido hasta esa edad, no declina así hacia la senectud desde la edad que era la juventud; permanece como ascendió para venir a esos a quienes quiso que antes de venir se predicase su palabra. Vendrá, pues, así, en forma humana; la verán los impíos, la verán los colocados a la derecha, la verán los apartados a la izquierda: como está escrito: Mirarán hacia el que punzaron. Si mirarán hacia el que punzaron, verán el cuerpo mismo que hirieron con una lanza. A la Palabra no se la hiere con una lanza; los impíos podrán, pues, ver lo que pudieron vulnerar. No verán al Dios oculto en el cuerpo; tras el juicio lo verán quienes estarán a la derecha. Lo que, pues, asevera: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, significa esto: manifiesto vendrá el Hijo al juicio, apareciendo a los hombres en cuerpo humano, diciendo a los de la derecha: «Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino»; diciendo a los de la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles.

¿Cuándo aparecerá el Hijo como Dios?

14. He aquí que la forma de hombre será vista por piadosos e impíos, por justos y por injustos, por fieles y por infieles, por quienes se alegrarán y por quienes se lamentarán, por quienes han confiado y por quienes serán confundidos; he aquí que la verán. Tras haber sido vista en el juicio esa forma, y una vez terminado el juicio, del cual, porque el Hijo aparecerá en el juicio en la forma que recibió de nosotros, está dicho que el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, ¿qué sucederá después? ¿Cuándo se verá la forma de Dios, de la que tienen sed todos los fieles? ¿Cuándo se verá lo que era en el principio la Palabra, Dios en Dios, mediante la que se ha hecho todo? ¿Cuándo se verá la forma de Dios, de la que dice el Apóstol: Aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios? Grande es, en efecto, la forma donde aún se conoce la igualdad del Padre y del Hijo: inefable, incomprensible, máxime para los pequeñines.¿Cuándo se verá? He aquí que a la derecha están los justos, a la izquierda están los injustos; todos ven igualmente al hombre, ven al Hijo del hombre, ven al que fue punzado, ven al que fue crucificado, ven al que se rebajó, ven al nacido de la Virgen, ven al Cordero de la tribu de Judá; ¿cuándo verán la Palabra, Dios con Dios? Él mismo está también entonces, pero aparecerá sólo la forma de esclavo. La forma de esclavo se mostrará a los esclavos; la forma de Dios se reservará a los hijos de Dios. Sean, pues, hechos hijos los esclavos; quienes están a la derecha vayan a la herencia eterna, otrora prometida, a la que los mártires, sin verla, creyeron, por cuya promesa derramaron sin duda su sangre; vayan allá y vean allí. ¿Cuándo irán allá? Dígalo el Señor mismo: Así irán aquéllos a la quema eterna; los justos, en cambio, a la vida eterna.

Tú que amas, cree que me verás como Dios

15. He aquí que ha nombrado la vida eterna. ¿Quizá nos ha dicho esto porque allí veremos y conoceremos al Padre y al Hijo? ¿Qué sucederá si vivimos eternamente, pero no vemos al Padre ni al Hijo? Oye en otro pasaje donde nombró la vida eterna y expresó qué es la vida eterna. «No temas, no te engaño; no sin causa he hecho a mis amigos una promesa, diciendo: Quien tiene mis mandatos y los cumple, ése es quien me quiere; y quien me quiere será querido por mi Padre, y yo lo querré y me manifestaré a mí mismo a él. Respondamos al Señor y digamos: «¿Qué cosa grande, Señor, Dios nuestro, qué cosa grande es esto? ¿Vas a mostrártenos a ti mismo? ¿Y qué? ¿No te mostraste a los judíos? ¿No te vieron aun quienes te crucificaron? Pero te mostrarás en el juicio, cuando compareceremos a tu derecha; ¿acaso quienes comparecerán a la izquierda no te verán? ¿Qué significa que vas a mostrarte a ti mismo a nosotros? Por cierto, ¿no te vemos ahora cuando hablas?». Responde: «Me mostraré a mí mismo en la forma de Dios, de momento veis la forma de esclavo. No te defraudaré, oh hombre fiel; cree que verás. Amas y no ves; el amor mismo ¿no te llevará a ver? Ama, persevera en amar; no defraudaré, afirma, tu amor que ha purificado tu corazón. De hecho, ¿para qué he purificado tu corazón sino para que puedas ver a Dios? Dichosos, en efecto, los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios». Pero, replica el esclavo como si disputase con el Señor, no expresaste esto cuando dijiste: «Irán los justos a la vida eterna»; no dijiste: Irán a vermeen la forma de Dios, a ver al Padre, igual al cual soy. Escucha qué dijo en otro lugar: Ahora bien, la vida eterna es ésta: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo.

No es posible honrar al Padre y no al Hijo

16. Y ahora, pues, tras el juicio recordado, todo el cual ha dado al Hijo el Padre, que no juzga a nadie, ¿qué sucederá? ¿Qué sigue? Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Los judíos honran al Padre, desprecian al Hijo, pues se veía como esclavo al Hijo, el Padre era honrado como Dios. Aparecerá también el Hijo igual al Padre, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. De momento tenemos esto mediante la fe. No diga el judío: Yo honro al Padre; ¿qué tengo que ver con el Hijo? Respóndale: Quien no honra al Hijo no honra al Padre. Mientes absolutamente. Denuestas al Hijo e injurias al Padre. Pues el Padre envió al Hijo, tú desprecias al que envió; tú que denuestas al enviado, ¿cómo honras a quien lo envió?

El Hijo, como enviado, sigue unido al que lo envía

17. Alguien afirma: «He aquí que el Hijo ha sido enviado y el Padre es mayor porque lo envió». Aléjate de la carne. El hombre viejo sugiere vetustez; en el Nuevo reconoce tú la novedad. El Nuevo para ti, antiguo de siglos, perdurable, eterno, hágate volver a esta comprensión. ¿Es menor el Hijo porque del Hijo se dice que fue enviado? Oigo envío, no separación. «Pero, afirma, en los asuntos humanos vemos esto: quien envía es mayor que quien es enviado». Pero las cosas humanas engañan al hombre, las cosas divinas lo purgan. No te fijes en las cosas humanas donde, aunque incluso las cosas humanas dicen testimonio contra ti, parece ser mayor quien envía y menor quien es enviado. Como, verbigracia, si alguien quiere conseguir esposa y por sí mismo no puede, envía un amigo de más rango a conseguirla para aquél. Y hay muchos casos en que se elige a ése de más rango para ser enviado por uno de menos rango. ¿Por qué, pues, quieres ya emplear el subterfugio de que uno envió, otro fue enviado? El sol envía un rayo y no separa; la luna envía brillo y no separa; una lámpara derrama luz y no separa; veo ahí un envío, mas no veo separación. Por cierto, si buscas un ejemplo de entre las cosas humanas, oh fraude herético, aunque, como dije poco antes, las cosas humanas mismas mediante ciertos ejemplos te acusan y dejan convicto, observa empero cuán distinta cosa sucede en las cosas humanas, de las que quieres tomar ejemplos para las cosas divinas. El hombre que envía se queda él mismo, y va el que es enviado; ¿acaso va el hombre con ese a quien envía? En cambio, el Padre, que ha enviado al Hijo, no se ha apartado del Hijo. Escucha al Señor mismo decir: He aquí que vendrá una hora, la de que cada uno se retire a lo suyo y me dejéis solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. ¿Cómo ha enviado a ese con quien ha venido? ¿Cómo ha enviado a ese de quien no se ha separado? Dijo en otro lugar: Ahora bien, el Padre, que permanece en mí, hace sus obras. He aquí que está en él, he aquí que obra. Quien envió no se ha apartado del enviado, porque el enviado y quien envía son una única cosa.

 

 

TRATADO 22

Comentario a Jn 5,24-30, predicado en Hipona al día siguiente del anterior

Profundidad del tema y exhortación a la oración

1. A los sermones de anteayer y de ayer con que os he pagado, sigue la lectura evangélica de hoy para, según el orden, examinarla no conforme a su dignidad, sino conforme a mis fuerzas, porque vosotros tampoco comprendéis conforme a la largueza de la fuente inundante, sino conforme a vuestra capacidad. Y yo no digo a vuestros oídos tanto cuanto esa fuente misma mana, sino cuanto puedo comprender para trasvasarlo a vuestros sentidos, mientras ella misma obra en vuestros corazones más abundantemente que yo en vuestros oídos. De hecho, se trae entre manos una gran cosa y no por grandes, mejor dicho, por muy pequeños; sin embargo, nos da esperanza y confianza quien, grande, se hizo pequeño. De hecho, si él no nos exhortase e invitase a entenderlo, sino que nos abandonase como a despreciables —porque no podemos comprender su divinidad, si él mismo no tomase nuestra mortalidad y viniera a nosotros a hablarnos—; si no hubiese querido participar con nosotros de lo que en nosotros es abyecto y mínimo, supondríamos que no quiso darnos su grandeza quien tomó nuestra pequeñez. He dicho esto para que nadie me reprenda como excesivamente audaz por tratar esos temas, ni desespere de sí en cuanto a poder comprender por don de Dios lo que el Hijo de Dios se ha dignado hablarle. Debemos, pues, creer, porque quiso que lo entendamos, lo que se ha dignado decirnos. Pero, si no podemos, quien sin rogarle proporcionó su palabra, proporciona, rogado, la comprensión.

Dios nos invita a creer y comprender

2. He aquí cuáles son esos secretos de las palabras; atended. En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna. Ciertamente tendemos todos a una vida eterna, y asevera: Quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna. ¿Acaso, pues, quiso que oigamos su palabra y no quiso que la entendamos? De hecho, si la vida eterna está en oír y creer, mucho más en entender. Pero grada de la piedad es la fe, fruto de la fe es la comprensión, para que lleguemos a la vida eterna, donde no se nos leará el evangelio, sino que, quien de momento nos ha dispensado el evangelio, suprimidas todas las páginas de la lectura y la voz del lector y del tratadista, se mostrará a todos los suyos, cercanos con el corazón purificado y con cuerpo inmortal para nunca morir ya, para limpiarlos e iluminarlos, mientras viven y ven que en el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios. Ahora, pues, observemos quiénes somos, y pensemos a quién vamos a escuchar. Cristo es Dios y habla con los hombres; quiere ser entendido, háganos capaces; quiere ser visto, ábranos los ojos. No nos habla empero sin causa, sino porque es verdad lo que nos promete.

La primera resurrección

3. Afirma: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. ¿Dónde, cuándo venimos de la muerte a la vida, sin venir a juicio? En esta vida pasa de la muerte a la vida; en esta vida, que todavía no es vida, de aquí se pasa de la muerte a la vida. ¿Qué paso es ése? Quien oye mis palabras, dijo, y cree a quien me envió. Si las guardas, crees y pasas. ¿Y hay quien pasa estando quieto? Claro que lo hay, pues está quieto con el cuerpo, pasa con la mente. ¿Dónde estaba para pasar de ahí, y a dónde pasa? Pasa de la muerte a la vida. Mira tú un hombre quieto, en quien se realice todo esto que se dice. Está quieto, oye; quizá no creía, tras oír cree; poco antes no creía, ahora cree; cual desde la región de la infidelidad hizo el tránsito a la región de la fe, movido el corazón, no movido el cuerpo, movido a mejor; porque quienes abandonan la fe se mueven de nuevo a peor. He aquí que en esta vida que, como he dicho, no es aún vida, se pasa de la muerte a la vida, sin venir a juicio. Ahora bien, ¿por qué he dicho que aún no es vida? Si ésa fuese vida, no diría a un quídam el Señor: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos. De hecho, no le dice «si quieres llegar a la vida eterna»; no añadió «eterna», sino que dijo sólo: la vida. A ésa, pues, ni siquiera ha de llamarse vida, porque no es vida verdadera. ¿Cuál es la vida verdadera sino la vida que es eterna? Escucha al Apóstol decir a Timoteo: Preceptúa a los ricos de este mundo no pensar soberbiamente ni esperar en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo que nos procura todo abundantemente para disfrutar. Obren bien, sean ricos en obras buenas, den fácilmente, compartan. ¿Para qué esto? Oye lo que sigue: Atesoren para sí un cimiento bueno para el futuro, para aprehender la vida verdadera. Si deben atesorar para sí un cimiento bueno para el futuro, para aprehender la vida verdadera, esa en que estaban es en verdad una vida falsa. Por cierto, ¿por qué quieres apoderarte de la verdadera si tienes ya la verdadera? ¿Hay que apoderarse de la verdadera? Hay que emigrar de la falsa. ¿Y por dónde emigrar? ¿A dónde? Oye, cree y harás el tránsito de la muerte a la vida y no vienes a juicio.

¿Todos seremos citados a juicio?

4. ¿Qué significa esto: Y no vienes a juicio? ¿Y quién mejor que el apóstol Pablo, que asevera: Es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías para que allí cada uno reciba lo que mediante el cuerpo realizó bueno o malo? Dice Pablo: «Es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías», ¿y tú osas prometerte que no vendrás a juicio? «Ni hablar, replicas, de osar yo prometérmelo; sino que creo a quien me lo promete. El Salvador habla, la Verdad promete, él en persona me ha dicho: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna y hace el tránsito de la muerte a la vida y no viene a juicio. Yo, pues, he oído las palabras de mi Señor, he creído; aunque era infiel, he sido hecho ya fiel; según me aconsejó, he pasado de la muerte a la vida, no vengo a juicio, no por presunción mía, sino por promesa suya». ¿Así que Pablo habla contra Cristo, el esclavo contra el Señor, el discípulo contra el Maestro, el hombre contra Dios, de forma que, aunque el Señor dice: « Quien oye y cree pasa de la muerte a la vida y no viene a juicio», el Apóstol dice: Es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías? O, si no viene a juicio quien se presenta al tribunal, no sé cómo entenderlo.

Juicio como condena y como discriminación

5. El Señor nuestro Dios, pues, revela y mediante sus Escrituras advierte cómo se entienda cuando se menciona el juicio. Os exhorto, pues, a que atendáis. A veces se llama juicio al castigo, a veces se llama juicio a la discriminación. Según el modo en que se llama juicio a la discriminación, es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías para que allí el hombre reciba lo que mediante el cuerpo realizó, bueno o malo, pues la discriminación es ésa: que se distribuyan a los buenos bienes, a los malos males. En verdad, si «juicio» se entendiese siempre respecto a lo malo, no diría un salmo: Júzgame, Dios. Quizá oye alguien «Júzgame, Dios», y se asombra, pues el hombre suele decir: «Dios me perdone; guárdame, Dios»; ¿quién hay que diga: Júzgame, Dios? Y a veces, en un salmo, ese verso se pone en la pausa, para que lo recite el lector y el pueblo lo repita. ¿Quizá a alguien no se le conmueve el corazón y teme cantar y decir a Dios: Júzgame, Dios? Y empero el pueblo creyente lo canta y no supone que sea un mal deseo lo que aprendió de la lectura divina; y, si entiende poco, cree que lo que canta es algo bueno. Y, sin embargo, ni el salmo mismo dejó sin comprensión al hombre. En efecto, al seguir, con las palabras posteriores muestra de qué clase de juicio hablaba: no es de condena, sino de separación, pues asevera: Júzgame, Dios. ¿Qué significa Júzgame, Dios? Y separa mi causa de la gente no santa. Según, pues, este juicio de separación, es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías. En cambio, según el juicio de condena, afirma: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que hace el tránsito de la muerte a la vida. ¿Qué significa no viene a juicio? No vendrá a condena. Por las Escrituras probemos que se habla de juicio cuando se entiende el castigo. Aunque también, poco después, en esta misma lectura oiréis la palabra misma «juicio» puesta precisamente en vez de condena y castigo, el Apóstol empero dice en cierto lugar, al escribir a quienes trataban mal el cuerpo que los fieles conocéis, y a los que un flagelo del Señor corregía porque lo trataban mal; en efecto les asevera:« Por eso entre vosotros muchos achacosos y enfermos duermen suficientemente», pues muchos hasta morían por eso. Y siguió: Pues, si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados por el Señor; esto es, si nos corrigiéramos a nosotros mismos, no seríamos corregidos por el Señor. En cambio, cuando somos juzgados, somos corregidos por el Señor para no ser condenados con este mundo. Hay, pues, quienes aquí son juzgados según el castigo, para ser allá preservados; hay a quienes aquí se los preserva, para ser allá muy abundantemente torturados; hay, en cambio, a quienes se distribuyen los castigos mismos sin flagelo punitivo, si no se corrigen mediante el flagelo de Dios; así, tras haber despreciado aquí al padre que los azotaba, experimentarán al juez que castigará. Hay, pues, un juicio al que Dios, esto es, el Hijo de Dios, va a enviar al diablo y sus ángeles y a todos los infieles e impíos con él; a este juicio no vendrá quien, por haber creído ahora, hace el tránsito de la muerte a la vida.

La muerte corporal nos alcanza a todos

6. En efecto, para que no supusieras que, por creer, no vas a morir según la carne y, entendiendo carnalmente, te dijeras: «Mi Señor me ha dicho: “Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, ha pasado de la muerte a la vida”; yo, pues, he creído, no voy a morir», sábete que tú vas a pagar la muerte que debes por el castigo de Adán, pues él, en quien entonces estuvimos todos, oyó: «De muerte morirás», y no puede abolirse una sentencia divina. Más bien, cuando hayas pagado la muerte del hombre viejo, serás recibido en la vida eterna del hombre nuevo y harás el tránsito de la muerte a la vida. Ahora, mientras tanto, haz el tránsito a la vida. ¿Cuál es tu vida? La fe: El justo vive de fe. Y los infieles ¿qué? Están muertos. Entre tales muertos estaba en cuanto al cuerpo aquel de quien dice el Señor: Deja a los muertos que entierren a sus muertos. En esta vida, pues, hay muertos, hay vivos y como que todos viven. ¿Quiénes están muertos? Quienes no han creído. ¿Quiénes están vivos? Quienes han creído. ¿Qué dice a los muertos el Apóstol? Levántate, tú que duermes. «Pero, afirma, ha hablado de sueño, no de muerte». Oye lo que sigue: Levántate, tú que duermes, y ponte en pie de entre los muertos. Y, como si dijera: «¿A dónde iré?». Y te iluminará el Mesías. Cuando, ya creyente, te ilumine Cristo, harás el tránsito de la muerte a la vida. Permanece en eso a lo que has pasado, y no vendrás a juicio.

¡Sal de tu sepulcro!

7. Él mismo lo explica y sigue: En verdad, en verdad os digo. Para que, porque dijo: «Ha pasado de la muerte a la vida», no lo entendamos quizá respecto a la resurrección futura, queriendo mostrar cómo pasa quien cree y que pasar de la muerte a la vida es pasar de la infidelidad a la fe, de la injusticia a la justicia, de la soberbia a la humildad, del odio a la caridad, asevera ahora: En verdad, en verdad os digo que viene una hora y es ahora. ¿Qué hay más evidente? Ciertamente ya nos ha abierto lo que decía: ahora sucede eso a que Cristo nos exhorta: Viene una hora. ¿Qué hora? Y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. Ya hemos hablado de estos muertos. ¿Por qué suponemos, hermanos míos, que de entre esa turba que me oye ninguno está muerto? En efecto, quienes creen y actúan según la fe verdadera, viven y no están muertos; quienes, en cambio, o no creen o creen como los demonios con temblor y viviendo mal, que confiesan al Hijo de Dios pero no tienen caridad, han de ser tenidos, más bien, por muertos. Y, sin embargo, esa hora corre todavía, pues la hora de que ha hablado el Señor no será una hora de las doce horas de un día. Desde que habló hasta este tiempo y hasta el fin del mundo, corre esa única hora, de la que Juan dice en su carta: Hijitos, es la última hora. Es, pues, ahora. Quien vive, viva; quien estaba muerto, viva; quien yacía muerto, oiga la voz del Hijo de Dios, levántese y viva. Clamó el Señor junto al sepulcro de Lázaro y resucitó el muerto de cuatro días. Quien hedía salió al aire libre; estaba sepultado, tenía encima la losa, la voz del Señor irrumpió en la dureza de la piedra. Mas ¡tu corazón está tan duro, que aquella voz divina no te rompe! ¡Resucita en tu corazón! ¡Sal de tu sepulcro! Efectivamente, muerto en tu corazón, como que yacías en el sepulcro y como que te aplastaba el peñasco de la costumbre mala. ¡Levántate y sal! ¿Qué significa «levántate y sal»? Cree y confiesa. En efecto, quien ha creído, ha resucitado; quien confiesa, ha salido. ¿Por qué he dicho que ha salido quien confiesa? Porque antes de confesar estaba oculto; en cambio, cuando confiesa, sale de las tinieblas a la luz. Y, cuando ha confesado, ¿qué se dice a los ministros? Lo que está dicho respecto al cadáver de Lázaro: Desatadlo y dejadle marcharse. ¿Cómo? Está dicho a los ministros apóstoles: Lo que desatéis en la tierra, quedará desatado también en el cielo.

El Hijo comunica la vida

8. Viene una hora y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. ¿Cómo vivirán? De la vida. ¿De qué vida? De Cristo. ¿Cómo probamos que de Cristo Vida? Yo soy, afirma, el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Quieres andar? Yo soy el Camino. ¿No quieres caer en el error? Yo soy la Verdad. ¿No quieres morir? Yo soy la Vida. Esto te dice tu Salvador: no hay a dónde vayas sino a mí; no hay por dónde vayas sino a través de mí. Ahora, pues, corre esa hora, de esto se trata exactamente y está totalmente en curso. Resucitan los hombres que estaban muertos, pasan a la vida, a la voz del Hijo de Dios viven, de él, si perseveran en la fe de él. En efecto, el Hijo tiene la vida, tiene de qué vivan los creyentes.

La vida de Cristo y nuestra vida

9. ¿Y cómo la tiene? Como la tiene el Padre. Óyele decir: Pues, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo. Hablaré, hermanos, como pueda, pues éstas son las palabras que perturban la inteligencia corta. ¿Por qué añadió: En sí mismo? Bastaría que dijera: Pues, como el Padre tiene vida, así ha dado también al Hijo tener vida. Añadió: «En sí mismo», pues el Padre tiene vida en sí mismo y también la tiene el Hijo en sí mismo. Quiso que en lo que asevera: «En sí mismo», entendamos algo. Y aquí hay un secreto encerrado en esta expresión; aldabéese para que se abra. Oh Señor, ¿qué significa lo que has dicho? ¿Por qué añadiste: En sí mismo? ¿Así que el apóstol Pablo, a quien hiciste vivir, no tenía vida? «Tenía», responde. En cuanto a los hombres muertos para revivir y que, creyendo a tu palabra, pasen, cuando hayan pasado: ¿no tendrán vida en ti? «Tendrán, porque también yo he dicho poco antes: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna. Quienes, pues, creen en ti tienen vida, y no dijiste «en sí mismos». En cambio, al hablar del Padre dijiste: «Como el Padre tiene vida en sí mismo»; de nuevo, al hablar de ti, dijiste: Así dio también al Hijo tener vida en sí mismo. Como la tiene, así le dio tenerla. ¿Dónde la tiene? En sí mismo. Dónde le dio tenerla? En sí mismo. Pablo, ¿dónde la tiene? No en sí mismo, sino en Cristo. Tú, fiel, ¿dónde la tienes? No en ti mismo, sino en Cristo. Veamos si el Apóstol lo dice: Ahora bien, vivo ya no yo, sino que Cristo vive en mí. Nuestra vida, como nuestra, esto es, por nuestra propia voluntad, no será sino mala, pecadora, inicua; en cambio, la vida buena procede, en nosotros, de Dios, no de nosotros; nos la da Dios, no nosotros. Cristo, en cambio, por ser la Palabra de Dios, tiene vida en sí mismo como el Padre. No vive un momento mal, y un momento vive bien; el hombre, en cambio, ora mal, ora bien. Quien vivía mal, estaba en su vida; quien vive bien, ha pasado a la vida de Cristo. Hecho partícipe de la vida, no eras lo que has recibido, pero existías para recibirlo; el Hijo de Dios, en cambio, no existió primeramente, digamos, sin vida y recibió vida, ya que, si la hubiese recibido así, no la tendría en sí mismo. De hecho, ¿qué significa «en sí mismo»? Que él era la Vida en persona.

Cristo tiene la vida en sí mismo

10. Tal vez pueda decir todavía otra cosa más clara. En efecto, alguien enciende una lámpara; por ejemplo, la lámpara esa, por lo que se refiere a la llamita que allí luce, ese fuego tiene luz en sí mismo; en cambio, tus ojos que, ausente la lámpara, yacían y nada veían, tienen ya luz ellos mismos, pero no en sí mismos. Por ende, si se apartan de la lámpara, se entenebrecen; si se vuelven hacia ella son iluminados. Pero ese fuego, mientras existe, luce; si quisieras quitarle la luz, a una lo apagas, porque sin luz no puede continuar. Pero Cristo es luz inextinguible y coeterna con el Padre, siempre candente, siempre luciente, siempre ardiente porque, si no ardiera, ¿acaso se diría en un salmo: No hay quien se esconda de su calor? Tú, en cambio, estabas helado en tu pecado: te conviertes para arder; si te apartas, te hielas. Tenebroso estabas en tu pecado: te conviertes para ser iluminado; si vuelves la espalda, te oscurecerás. Por ende, porque en ti eras tinieblas, cuando seas iluminado no serás la luz aunque estés en la luz. Dice, en efecto, el Apóstol: Otrora fuisteis tinieblas; ahora, en cambio, luz en el Señor. Tras haber dicho «ahora, en cambio, luz», ha añadido «en el Señor». En ti, pues, tinieblas; luz en el Señor. Luz, ¿por qué? Porque por participación de su luz eres luz. Si, en cambio, te alejas de la luz que te ilumina, regresas a tus tinieblas.

No es así Cristo, no así la Palabra de Dios, sino ¿cómo? Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo, de forma que no vive por participación, sino que vive inconmutablemente y él es absolutamente la Vida. Así dio también al Hijo tener vida. Como la tiene, así la dio. ¿Cuál es la diferencia? Que aquél la dio, éste la recibió. ¿Acaso existía ya cuando la recibió? ¿Acaso concebimos que Cristo haya existido alguna vez sin luz, siendo así que él es la Sabiduría del Padre, de la que está dicho: Es el esplendor de la luz eterna? Lo que, pues, se dice «dio al Hijo», es igual que si se dijera: «Engendró al Hijo, pues se la dio engendrándolo. Como le dio el ser, así le dio también ser la Vida, y se la dio de forma que en sí mismo sea la Vida». ¿Qué significa «en sí mismo sea la Vida? No necesitar una vida venida de otra fuente, sino ser él mismo la plenitud de la vida, de donde otros creyentes vivieran mientras vivieran. Le dio, pues, tener vida en sí mismo; se la dio, ¿como a quién? Como a su Palabra, como a quien en el principio era la Palabra y la Palabra existía en Dios.

El Hijo del hombre tiene la autoridad de juzgar

11. Después que se hizo hombre, ¿qué le dio? Y le ha dado potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. En cuanto que es Hijo de Dios, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo; en cambio, en cuanto que es hijo de hombre, le dio potestad de hacer juicio. Esto es lo que expuse a Vuestra Caridad el día de ayer: que en el juicio se verá al hombre; en cambio, no se verá. Pero después del juicio, Dios será visto por quienes vencieren el juicio; en cambio, los impíos no verán a Dios. Porque, pues, en el juicio se verá al hombre en la forma en que vendrá como ha ascendido, por eso había dicho arriba: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. También lo repite en ese lugar cuando, como si tú dijeras: «¿Por qué le dio potestad de hacer juicio?», dice: Y le dio potestad de hacer juicio, porque es hijo de hombre.

¿Cuándo no tuvo esa potestad de hacer juicio? Cuando en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; cuando todo se hizo mediante ella, ¿acaso no tenía la potestad de hacer juicio? Pero, porque en cuanto que es el Hijo de Dios tuvo siempre esta potestad, digo que le dio potestad de hacer juicio en cuanto que es hijo de hombre; recibió la potestad de juzgar porque es hijo de hombre. La recibió quien fue crucificado. Quien estuvo en la muerte, está en la vida; la Palabra de Dios nunca está en la muerte; siempre en la vida.

Hay dos resurrecciones

12. Alguno de nosotros, pues, quizá decía ya: «He aquí que hemos resucitado; quien oye a Cristo, quien cree, pasa de la muerte a la vida, y no vendrá a juicio; viene una hora, y es ahora, de que quien oye la voz del Hijo de Dios viva; estaba muerto, oyó, he aquí que resucitó; ¿qué es lo que después se llama resurrección futura?» Resérvate, no precipites la sentencia, no sea que vayas tras ella. Existe ciertamente esa resurrección que sucede ahora; muertos estaban los infieles, muertos estaban los inicuos; viven los justos, pasan de la muerte de la infidelidad a la vida de la fe; pero no creas, por eso, que no habrá resurrección alguna del cuerpo, cree que habrá también resurrección del cuerpo. Oye, en efecto, qué sigue tras hacer valer esa resurrección que sucede mediante la fe, para que nadie supusiera que hay esa sola y cayese en la desesperación y error de los hombres que pervertían las mentalidades de los otros, al decir que la resurrección ya ha sucedido, de los cuales dice el Apóstol: Y vuelcan la fe de algunos. Creo, en efecto, que les decían palabras como éstas: «He aquí que el Señor dice: Quien cree en mí ha pasado de la muerte a la vida; ya ha sucedido la resurrección en los hombres fieles que habían sido infieles; ¿cómo se habla de otra resurrección?». Gracias al Señor nuestro Dios, que apuntala a los vacilantes, dirige a los perplejos, envalentona a quienes dudan. Oye qué sigue, porque no tienes por qué construirte tiniebla de muerte. Si has creído, cree todo entero. Preguntas: ¿Qué creo todo entero? Asevera: «No os asombréis de esto, de que dio al Hijo potestad de hacer juicio al final, digo». ¿Cómo al final? No os asombréis de esto: porque viene una hora. Aquí no dijo: Y es ahora. Respecto a la resurrección de la fe, ¿qué dijo? Viene una hora y es ahora. Respecto a esa resurrección de los cuerpos muertos que hace valer como futura, dijo «viene una hora», no dijo «es ahora», porque va a venir al final del mundo.

La segunda resurrección

13. Preguntas: ¿Y cómo me pruebas que habló de esa resurrección? Si oyes pacientemente, tú mismo te lo probarás en este instante. Sigamos, pues: No os asombréis de esto, porque viene una hora en la que todos los que están en los sepulcros. ¿Qué más evidente que esta resurrección? Hace ya poco no había dicho «los que están en los sepulcros», sino: Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. No dijo «unos vivirán, otros serán condenados», porque todos los que creen vivirán. Ahora bien, ¿qué dice de los sepulcros? Todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán. No dijo: oirán y vivirán, ya que, si han vivido mal y yacían en los sepulcros, resucitarán para la muerte, no para la vida. Veamos, pues, quiénes saldrán. Aunque poco antes los muertos, por oír y creer, vivían, sin hacer allí distinción alguna, no está dicho «oirán los muertos la voz del Hijo de Dios y, tras oírla, unos vivirán, otros serán condenados», sino: «Todos los que la oigan vivirán», porque quienes creen vivirán, quienes tienen la caridad vivirán y ninguno morirá. En cambio, respecto a los sepulcros: Oirán su voz y saldrán, a resurrección de vida quienes obraron bien; a resurrección de juicio quienes obraron mal. Éste es el juicio, el castigo aquel del que poco antes había dicho: Quien cree en mí ha pasado de la muerte a la vida, y no viene a juicio.

En el Hijo se identifican oír y ser

14. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo, y mi juicio es justo. Si, como oyes, juzgas, ¿a quién oyes? Si al Padre, ciertamente el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. ¿Cuándo tu, heraldo del Padre en cierto modo, dices lo que oyes? «Digo lo que oigo, porque lo que el Padre es, esto soy, pues mi decir es ser, porque soy la Palabra del Padre». De hecho, Cristo te dice esto en tu corazón. ¿Qué significa «Como oigo, así juzgo», sino «como soy»? Por cierto, ¿cómo oye Cristo? Hermanos, busquemos, os ruego. ¿Oye Cristo al Padre? ¿Cómo le habla el Padre? Si le habla, sin duda le dirige palabras, pues todo el que dice algo a alguien, lo dice con la palabra. ¿Cómo habla el Padre al Hijo, siendo así que el Hijo es la Palabra del Padre? Cualquier cosa que el Padre nos dice, la dice con su Palabra; el Hijo es la Palabra del Padre, ¿con qué otra palabra habla a la Palabra en persona? Dios es único, tiene una única Palabra, en la única Palabra contiene todo. ¿Qué significa, pues, como oigo, así juzgo? Como provengo del Padre, así juzgo. Mi juicio, pues, es justo. En verdad, si, como opinan los carnales, nada haces en virtud de ti, oh Señor Jesús, si nada haces en virtud de ti, ¿cómo has dicho poco antes: Así también el Hijo vivifica a los que quiere? Ahora dices: Nada hago en virtud de mí. Pero ¿qué hace valer el Hijo sino que procede del Padre? Quien procede del Padre no procede de sí. Si el Hijo procediera de sí, no sería Hijo; procede del Padre. El Padre, para existir, no procede del Hijo; el Hijo, para existir, procede del Padre. Igual al Padre; pero, en todo caso, ése procede de aquél, no aquél de ése.

Cristo se humilló, ¿y el hombre se ensalzará?

15. Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. El Hijo único dice: «No busco mi voluntad», ¡y los hombres quieren hacer su voluntad! Se rebaja tanto quien es igual al Padre, ¡y se ensalza tanto quien yace en lo más bajo y, si no le dan una mano, no se levanta! Hagamos, pues, la voluntad del Padre, la voluntad del Hijo, la voluntad del Espíritu Santo, porque única es la voluntad, única la potestad, única la majestad de esta Trinidad. El Hijo dice: « No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió», precisamente porque Cristo no procede de sí, sino que procede de su Padre. En cambio, de la criatura que él mismo ha formado tomó lo que tuvo para presentarse como hombre.

 

TRATADO 23

Comentario a Jn 5,31-40, predicado en Hipona, en julio de 414, al día siguiente del tratado 19

No seamos perezosos: hay que cavar hasta encontrar la roca

1. En cierto lugar del evangelio asevera el Señor que el oyente sensato de su palabra se parece a un hombre que, al querer edificar, cava muy hondo hasta llegar al cimiento de la estabilidad de la roca y, seguro, levanta allí lo que contra el ímpetu del río fabrica para que, cuando venga, lo haga rebotar la firmeza del edificio, en vez de causar con su impulso la ruina a la casa1. Supongamos que la Escritura de Dios es como un campo en que queremos edificar algo. No seamos perezosos ni estemos contentos con la superficie; cavemos muy hondo, hasta llegar a la roca: La roca era el Mesías.

Juan, una simple lámpara

2. La lectura hodierna nos ha hablado del testimonio del Señor: no tiene necesidad de testimonio venido de los hombres, sino que lo tiene mayor de lo que son los hombres; y ha dicho cuál es este testimonio: Las obras que yo hago, afirma, dan testimonio de mí. Luego ha añadido: Y da testimonio de mí el Padre que me envió. Dice que del Padre ha recibido también las obras que hace. Dan, pues, testimonio las obras, da testimonio el Padre. Y Juan ¿no dio testimonio alguno? Claro que lo dio, pero como una lámpara, no para saciar a los amigos, sino para confundir a los enemigos, pues ya antes la persona del Padre había predicho: Preparé para mi Cristo una lámpara; vestiré de confusión a sus enemigos; sobre él, en cambio, florecerá mi santificación. Imagínate que estás en la noche, has observado una lámpara, te has asombrado de la lámpara y has exultado por la luz de la lámpara; pero esa lámpara dice que hay sol por el que debes exultar y, aunque ella arde en la noche, te manda aguardar el día. No es, pues, que no hacía falta el testimonio de aquel hombre. En efecto, ¿para qué se le enviaría si no hacía falta?

Las lámparas y la luz de Cristo

Pero, para que el hombre no se quede en la lámpara ni estime que le basta la luz de la lámpara, por eso, el Señor no dice que la lámpara haya sido inútil; pero tampoco dice que debes quedarte en la lámpara. La Escritura de Dios dice otro testimonio: allí Dios ha dado testimonio de su Hijo, y los judíos habían puesto su esperanza en esa Escritura, o sea, en la Ley de Dios servida a ellos mediante Moisés, servidor de Dios. Escrutad, afirma, la Escritura, en la cual vosotros suponéis tener vida eterna; ésa misma da testimonio de mí, mas no queréis venir a mí para tener vida. ¿Por qué suponéis vosotros tener en la Escritura vida eterna? Preguntadle a ella de quién da testimonio y entenderéis qué es la vida eterna. Y, porque querían repudiar por Moisés a Cristo como a adversario de las instituciones y preceptos de Moisés, nuevamente los deja convictos, como sirviéndose de otra lámpara.

3. Todos los hombres, en efecto, son lámparas porque pueden encenderse y apagarse. Y, por cierto, las lámparas, cuando conocen, lucen y hierven en el espíritu ; en verdad, también si ardían y se apagaron, hieden. De hecho, los siervos de Dios permanecieron como lámparas buenas, gracias al aceite de su misericordia, no gracias a sus fuerzas, pues la gratuita gracia de Dios, ella es el aceite de las lámparas. Cierta lámpara asevera: «Pues me fatigué más que todos ellos», y, para que no pareciese arder por sus fuerzas, añadió: Ahora bien, no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Toda profecía anterior a la venida del Señor es, pues, una lámpara; de ella dice el apóstol Pedro: Tenemos por más cierta la palabra profética, a la cual hacéis bien en atender como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones. Así pues, los profetas son lámparas y toda profecía es una única lámpara grande. Los apóstoles, ¿qué? ¿No son lámparas ellos también? Lisa y llanamente, son lámparas. De hecho, él solo no es lámpara, pues no se enciende y se apaga, porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo.

También, pues, los apóstoles son lámparas y dan gracias por estar encendidas con la luz de la Verdad, hierven con el espíritu de caridad y les basta el aceite de la gracia de Dios. Si no fueran lámparas, no les diría el Señor: Vosotros sois la luz del mundo. Por cierto, tras haber dicho: «Vosotros sois la luz del mundo», muestra que no habían de tenerse por una luz igual a esa de la que está dicho: Era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Ahora bien, esto está dicho del Señor, cuando se lo distinguía de Juan, pues de Juan Bautista se había dicho: «Él no era la Luz, sino para dar testimonio de la luz», también para que no dijeses: «¿Cómo no era la luz ese de quien Cristo dice que era la lámpara?» En comparación con la otra luz no era la Luz, pues la Luz verdadera era la que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Tras haber, pues, dicho también a los discípulos «Vosotros sois la luz del mundo», para que no supusieran que se les imputaba algo que sólo respecto a Cristo ha de entenderse, y así el viento de la soberbia apagase las lámparas; tras haber dicho:« Vosotros sois la luz del mundo», añadió a continuación: No puede esconderse una ciudad edificada sobre un monte, ni encienden una lámpara y la ponen bajo del celemín, sino sobre el candelabro, para que alumbre a todos los que están en la casa. Pero ¿qué pasaría si a los apóstoles no los llamó lámpara, sino «quienes encienden la lámpara» para ponerla sobre el candelabro? Oye que a ellos mismos los llama lámpara: Luzca vuestra luz ante los hombres, de forma que, al ver vuestras obras buenas, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Dios muestra a su Hijo por su mismo Hijo

4. Moisés, pues, dio testimonio de Cristo, Juan dio testimonio de Cristo y los demás profetas y apóstoles han dado testimonio de Cristo. A todos estos testimonios antepone el testimonio de sus obras, porque también mediante aquéllos Dios daba testimonio sólo de su Hijo. Pero Dios da de otro modo testimonio de su Hijo: mediante el Hijo mismo indica Dios a su Hijo, se indica a sí mismo mediante el Hijo. Si un hombre pudiera llegar a éste, no necesitará lámparas y, cavando verdaderamente muy hondo, llevará el edificio a la roca.

Sólo Dios es la felicidad del alma

5. Es, pues, fácil, hermanos, la lectura hodierna. Pero, en atención a la deuda de ayer —pues sé que la diferí, no la suprimí, y el Señor se ha dignado concederme hablaros también hoy—, recordad qué debéis pedir: que, guardadas la piedad y la humildad saludable, ojalá nos estiremos de algún modo no contra Dios, sino hacia Dios, y elevemos hacia él nuestra alma mientras la derramamos sobre nosotros como aquel del salmo al cual se decía: «¿Dónde está tu Dios?», respondió: He meditado, esto y derramado sobre mí mi alma. Elevemos, pues, el alma, hacia Dios, no contra Dios, porque también está dicho esto: A ti, Señor, levanté mi alma. Y elevémosla con su ayuda, porque está pesada. ¿Por qué está pesada? Porque el cuerpo, que se corrompe, embota al alma, y la morada terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas. Quizá, pues, no podamos recoger de muchas cosas en una sola nuestra mente y, arrancada de muchas cosas, levantarla a una sola —ciertamente no lo podremos si, como he dicho, no ayuda quien quiere que nuestras almas se levanten hacia él—, ni parcialmente alcancemos cómo la Palabra de Dios, el Único del Padre, coeterno e igual al Padre, no hace sino lo que vea al Padre hacer, aunque empero el Padre no hace nada sino mediante el Hijo, el cual ve.

Me parece que en este pasaje el Señor Jesús, al querer insinuar a los atentos e infundir en los capaces algo importante y al estimular, por otra parte, a los incapaces al estudio para que quienes aún no entienden sean hechos capaces viviendo bien, nos ha insinuado que el alma humana y la mente racional, que existe en el hombre y no existe en el ganado, no es vivificada, no es hecha feliz, no es iluminada sino por la sustancia misma de Dios; y que la misma alma hace algo mediante el cuerpo y a partir del cuerpo, y que tiene sometido al cuerpo, y que mediante lo corporal pueden los sentidos del cuerpo endulzarse o molestarse y que, mediante esto, o sea, mediante cierto consorcio del alma y el cuerpo en esta vida y trabazón, el alma se deleita, aliviados los sentidos del cuerpo, o se contrista, molestados ellos; y que empero su felicidad, que hace feliz al alma misma, no se logra sino por la participación de la vida de la sustancia siempre viva, inmutable y eterna que es Dios; de forma que, como el alma, que es inferior a Dios, hace vivir a lo que es inferior a ella, esto es, al cuerpo, así a la misma alma no la hace vivir felizmente sino lo que es superior al alma misma. Superior, en efecto, al cuerpo es el alma y superior al alma Dios. Suministra algo a lo inferior, le es suministrado por lo superior. Sirva ella a su Señor, para que su esclavo no la pisotee. Ésta es, hermanos míos, la religión cristiana, que se predica a través del mundo entero, horrorizados los enemigos, que, cuando son vencidos, refunfuñan, y se ensañan cuando prevalecen. Ésta es la religión cristiana: adorar al único Dios, no a muchos dioses, porque no hace feliz al alma sino el único Dios. La participación de Dios la hace feliz. No hace feliz al alma débil la participación de un alma santa ni la participación de un ángel hace feliz al alma santa; más bien, si el alma débil busca ser feliz, pregunte cómo es feliz el alma santa, pues no eres hecho feliz en virtud de un ángel, sino que lo que hace feliz al ángel te hace feliz también a ti.

Cristo, resurrección del cuerpo y del alma

6. Presentado y establecido firmísimante esto —que al alma racional no la hace feliz sino Dios; que el cuerpo no es vivificado sino mediante el alma, y que hay cierta parte central entre Dios y el cuerpo, el alma—, atended y recordad conmigo no la lectura hodierna, de la que he hablado suficientemente, sino la de ayer, a la que ya llevamos tres días dando vueltas y tratando, y a la que cavamos según nuestras fuerzas, hasta llegar a la roca: Cristo Palabra, Cristo Palabra de Dios en Dios, Cristo Palabra y Dios Palabra, Cristo Dios y asimismo Palabra, único Dios. Marcha hacia allí, alma, despreciado lo demás o incluso dejado atrás; marcha hacia allí. Nada más poderoso, nada más sublime que esa criatura a la que se llama alma racional. Cualquier cosa que hay sobre ésa, es ya el Creador.

Pues bien, yo decía que Cristo es la Palabra, Cristo es la Palabra de Dios, Cristo es el Dios Palabra. Pero, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, Cristo no sólo es la Palabra; Cristo es, pues, Palabra y carne, ya que, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios. ¿Y nosotros, que débiles y que mientras nos arrastrábamos por el suelo no podíamos llegar a Dios, qué?¿Acaso habíamos de ser abandonados en lo más bajo? ¡Ni hablar! Se vació a sí mismo al tomar forma de esclavo, sin perder, pues, la forma de Dios. Quien, pues, era Dios se hizo hombre, tomando lo que no era, no perdiendo lo que era; así se hizo hombre Dios. Allí tienes algo por tu debilidad, allí tienes algo por tu perfección. Yérgate Cristo mediante lo que es hombre; condúzcate mediante lo que Dios es hombre, condúzcate a lo que es Dios. La entera predicación y dispensación mediante Cristo es ésta, hermanos, y no hay otra: que resuciten las almas, que también resuciten los cuerpos. Una y otra cosa estaba ciertamente muerta: el cuerpo por debilidad, el alma por iniquidad. Porque una y otra estaba muerta, resucite una y otra. ¿Qué una y otra? El alma y el cuerpo. ¿Gracias a qué resucita el alma sino gracias al Dios Cristo? ¿Gracias a qué resucita el cuerpo sino gracias al hombre Cristo? Efectivamente, también en Cristo había alma humana, alma entera; no sólo lo irracional del alma, sino también lo racional, a lo cual se llama mente.

Hubo, en efecto, ciertos herejes, y fueron expulsados de la Iglesia, que suponían que el cuerpo de Cristo no tenía mente racional, sino cual un alma animal; de hecho, quitada la mente racional, la vida es animal. Pero, porque fueron expulsados y por la verdad fueron expulsados, acoge tú a Cristo entero: Palabra, mente racional y carne. Esto es Cristo entero. Mediante lo que él es Dios, tu alma resucite de la iniquidad; mediante lo que él es hombre, tu cuerpo resucite de la corrupción. Por tanto, carísimos, oíd la gran profundidad —así me parece— de esta lectura, y ved cómo Cristo dice aquí no otra cosa, sino por qué vino Cristo: para que las almas resuciten de la iniquidad, los cuerpos resuciten de la corrupción. Ya he dicho gracias a qué resucitan las almas: gracias a la sustancia misma de Dios; gracias a qué resucitan los cuerpos: gracias a la dispensación humana de nuestro Señor Jesucristo.

El obrar del Padre y del Hijo

7. En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer, pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas hace similarmente también el Hijo: cielo, tierra, mar, lo que hay en el cielo, lo que hay en la tierra, lo que hay en el mar, lo visible, lo invisible, animales en las tierras, setos en los campos, lo que nada en las aguas, lo que vuela en el aire, lo que brilla en el cielo; además de todo esto, los Ángeles, Virtudes, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades: todo se ha hecho mediante él. ¿Acaso Dios hizo todo esto y, hecho, lo mostró al Hijo, para que también él hiciera otro mundo lleno de todo esto? Ciertamente no. Más bien, ¿qué? Pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas, no otras, sino éstas hace también el Hijo no desemejantemente, sino similarmente, pues el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace. El Padre muestra al Hijo que sean resucitadas las almas, porque gracias al Padre y al Hijo son resucitadas las almas y no pueden vivir las almas si Dios no es su vida. Si, pues, las almas no pueden vivir si su vida no es Dios como ellas son la vida de los cuerpos, lo que el Padre muestra al Hijo, esto es, lo que hace, lo hace mediante el Hijo, pues no lo muestra al Hijo tras hacer aquello, sino que mostrándoselo lo hace mediante el Hijo. El Hijo, en efecto, ve al Padre mostrárselo antes de hacer algo, y por la mostración del Padre y la visión del Hijo se hace todo lo que el Padre hace mediante el Hijo. Así son resucitadas las almas, si pudiesen ver esta trabazón de unidad —al Padre mostrar, al Hijo ver—, y que mediante la mostración del Padre y la visión del Hijo se hace la criatura, y que cualquier cosa que el Padre hace mediante el Hijo, esto, que no es el Padre ni el Hijo, sino que está debajo del Padre y del Hijo, se hace mediante la mostración del Padre y la visión del Hijo. ¿Quién ve esto?

¿Con qué palabras habla el Padre a la Palabra?

8. Henos de nuevo ante los sentidos carnales, he aquí que de nuevo me abajo y desciendo a vosotros, si empero alguna vez he subido algo sobre vosotros. Quieres mostrar algo a tu hijo, para que haga lo que haces; vas a hacerlo tú y así vas a mostrárselo. Por tanto, lo que vas a hacer para mostrarlo al hijo, evidentemente no lo haces mediante el hijo, sino que tú solo haces lo que él mismo vea hecho y haga similarmente algo igual. Aquí no sucede esto; ¿por qué te vas a tu semejanza y destruyes en ti la semejanza de Dios? Allí no sucede en absoluto esto. Encuentra tú algo sobre cómo, antes de hacer lo que haces, lo muestras a tu hijo para que, una vez que lo has mostrado, hagas mediante el hijo lo que haces. Quizá como que se te ocurre ya. «He aquí, afirmas, que pienso hacer una casa y quiero que se construya mediante mi hijo; antes de construirla yo mismo, muestro a mi hijo lo que quiero hacer y lo hace él mismo y yo mediante ese mismo a quien mostré mi voluntad». Ciertamente te has alejado de la semejanza anterior, pero aún yaces en desemejanza grande. En efecto, he aquí que antes de hacer la casa indicas y muestras a tu hijo qué quieres hacer, para que, tras haberlo mostrado antes de hacerlo, él mismo haga lo que has mostrado, y tú mediante él; pero vas a decir a tu hijo palabras, entre tú y él mismo van a correr las palabras y entre quien muestra y quien ve, o entre quien habla y oye, vuela el sonido articulado que no es lo que tú, no es lo que aquél. Ciertamente, el sonido aquel que sale de tu boca y, hecho vibrar el aire, toca los oídos de tu hijo y, lleno el sentido de la audición, hace llegar al corazón tu pensamiento; el sonido aquel, pues, no eres tú mismo, no es tu hijo mismo. Tu ánimo ha dado al ánimo de tu hijo un signo, signo que no es tu ánimo ni el ánimo de tu hijo, sino algo distinto. ¿Suponemos que el Padre ha hablado así con el Hijo? ¿Hubo palabras entre Dios y la Palabra? ¿Cómo es eso? ¿Acaso cualquier cosa que el Padre quisiera decir al Hijo, si quisiera decirla mediante la palabra —el Hijo mismo es la Palabra del Padre—, acaso mediante la palabra la diría a la Palabra? O, porque el Hijo es la Gran Palabra, ¿iban a correr palabras menores entre Padre e Hijo? ¿Iba a salir de la boca del Padre algún sonido y, digamos, cierta criatura temporal y volátil, e iba a recorrer el oído del Hijo? ¿Acaso tiene Dios cuerpo para que salga, digamos, de sus labios esto, y tiene la Palabra oídos corporales a los que vengan los sonidos? Aparta todo lo corporal, mira la simplicidad si eres simple. Ahora bien, ¿cómo serás simple? Si no te enredas en el mundo, sino que te desenredas del mundo, ya que desenredándote serás simple. Y, si puedes, ve lo que digo o, si no puedes, cree lo que no ves. Hablas a tu hijo, hablas mediante la palabra; ni tú ni tu hijo sois la palabra que suena.

Nuestro espíritu y Dios espíritu

9. «Tengo, afirmas, otra cosa con que mostrar, pues mi hijo es tan listo que me oye sin que yo hable; más bien le muestro por señas lo que ha de hacer». Bien; muestra por señas lo que quieres; ciertamente tu ánimo quiere mostrar lo que tiene en sí. ¿Con qué haces señas? Con el cuerpo, o sea, con los labios, la cara, las cejas, los ojos, las manos. Todo esto no es lo que tu ánimo; también esto son medios; algo se ha entendido mediante estos signos que no son lo que tu ánimo ni lo que el ánimo de tu hijo; más bien, todo esto que haces con el cuerpo está debajo de tu ánimo y debajo del ánimo de tu hijo, y tu hijo no puede conocer tu ánimo si no le dieres signo desde el cuerpo. Por tanto, ¿qué hago? Allí no hay esto; allí hay simplicidad. El Padre muestra al Hijo lo que hace y mostrándoselo engendra al Hijo. Veo qué he dicho; pero, porque veo también a quiénes lo he dicho, ojalá se produzca en vosotros alguna vez esa comprensión. Si ahora no podéis comprender qué es Dios, comprended al menos qué no es. Mucho tendréis adelantado si no pensáis de Dios algo distinto de lo que él es. ¿No puedes llegar aún a lo que él es? Llega a lo que no es. Dios no es cuerpo, no es la tierra, no es el cielo, no es la luna, no es el sol, no es las estrellas; no es eso corporal, ya que, si no es lo celeste, ¡cuánto menos lo terreno! Elimina todo cuerpo. Oye aún otra cosa: Dios no es un espíritu mudable. Confieso, sí, y hay que confesarlo, que el evangelio dice: Dios es espíritu. Pero deja atrás todo espíritu mudable, deja atrás el espíritu que ora sabe, ora no sabe, ora recuerda y se olvida, quiere lo que no quería, no quiere lo que quería, o padece ya estas mutaciones, o puede padecerlas; deja atrás todo esto. En Dios no hallas mutación alguna, algo que ahora es así y poco antes era de otra manera. Por cierto, donde hallas «así y de otra manera», ahí ha tenido lugar cierta muerte, pues la muerte es no ser lo que algo fue. Al alma se la llama inmortal. Lo es ciertamente, porque el alma vive siempre y hay en ella cierta vida permanente, pero vida mudable. Según la mutabilidad de esta vida, se la puede también llamar mortal porque, si vivía sabiamente y comete locuras, ha muerto a peor; si vivía neciamente y luego es sabia, ha muerto a mejor. Por cierto, la Escritura nos enseña que hay muerte a peor, hay muerte a mejor. A peor estaban muertos, sí, aquellos de quienes se dice: «Deja a los muertos que entierren a sus muertos», y: «Levántate tú que duermes, ponte en pie de entre los muertos y te iluminará el Mesías», y en esta lectura: Cuando los muertos oirán, y quienes oigan vivirán. Estaban muertos a peor, por eso reviven. Reviviendo mueren a mejor porque reviviendo no serán lo que eran; pues bien, no ser lo que se era, es la muerte. Pero, si es a mejor, ¿no se denomina muerte? Muerte la llamó el Apóstol: Si, en cambio, respecto a los elementos de este mundo estáis muertos con Cristo, ¿por qué discernís aún como si vivierais de este mundo? Y de nuevo: Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios. Porque hemos vivido para morir, quiere que muramos para vivir. Cualquier cosa, pues, que muere de mejor a peor y de peor a mejor, esto no es Dios, porque la Suma Bondad no puede ir a mejor, ni la Verdadera Eternidad a peor, pues la Verdadera Eternidad es donde no hay tiempo. Pues bien, ¿había ora esto, ora aquello? Ya se ha admitido el tiempo; no es lo eterno. Por cierto, para que sepáis que Dios no es como el alma —el alma es ciertamente inmortal—, ¿qué, pues, significa lo que de Dios asevera el Apóstol: «El único que tiene inmortalidad», sino que ha dicho abiertamente esto: tiene la inmutabilidad él solo, porque tiene la verdadera eternidad él solo? Ninguna mutabilidad, pues, hay allí.

Proceso de interiorización

10. Reconoce en ti, dentro, dentro de ti, algo que quiero decir; en ti no cual en tu cuerpo, aunque también ahí puede hablarse de «en ti». En ti está, efectivamente, la salud, en ti cierta edad, pero según el cuerpo; en ti está la mano, tu pie; pero en ti, dentro, hay otra cosa, otra cosa en ti, en tu vestido, digamos. Pero deja fuera tu vestido y tu carne; desciende a ti, entra en tu santuario, tu mente y, si puedes, mira allí lo que quiero decir. De hecho, si tú mismo estás lejos de ti, ¿cómo podrás acercarte a Dios? Hablaba yo de Dios y opinabas que ibas a entenderlo; hablo del alma, hablo de ti; entiende, ahí te pondré a prueba. Efectivamente, a los ejemplos no voy muy lejos cuando a partir de tu mente quiero poner alguna semejanza respecto a tu Dios, porque no en el cuerpo, no, sino en la mente misma ha sido hecho el hombre a imagen de Dios. Busquemos a Dios en su semejanza, reconozcamos en su imagen al Creador. Allí dentro, si pudiéremos, encontremos lo que digo: cómo el Padre muestra al Hijo, y el Hijo, antes que el Padre haga algo mediante el Hijo, ve lo que muestra el Padre. Pero, cuando lo haya dicho y lo hayas entendido, ni aun así supongas que eso es ya algo por el estilo; así conservarás allí la piedad que quiero y te aconsejo que conserves principalmente, esto es, que, si no eres capaz de comprender qué es Dios, no supongas que es poco para ti saber qué no es.

Por nuestra alma sabemos lo que Dios no es

11. He aquí que en tu mente veo dos cosas, tu memoria y tu pensamiento, esto es, cual cierta pupila y mirada de tu alma. Por los ojos ves, percibes algo y lo confías a la memoria. Allí dentro está lo que confiaste a la memoria, escondido en lo oculto cual en un hórreo, cual en un almacén, cual en cierto santuario y penetra al interior. Piensas en otra cosa, tu atención está en otra parte; lo que has visto está en tu memoria, mas no lo ves porque tu pensamiento se dirige a otra cosa. Ahora lo pruebo, hablo a quienes saben: nombro Cartago, todos los que la conocéis dentro habéis visto a Cartago. ¿Acaso hay tantas Cartagos cuantas son vuestras almas? Todos la habéis visto gracias a este nombre: mediante estas tres sílabas conocidas para vosotros, al salir de mi boca, han sido tocados vuestros oídos, mediante el cuerpo ha sido tocado el sentido del alma, y el ánimo se ha vuelto de otra atención hacia lo que estaba allí y ve Cartago. ¿Acaso entonces se ha hecho allí Cartago? Ya estaba allí, pero oculta. ¿Por qué estaba oculta allí? Porque tu ánimo atendía a otra cosa. Pero, cuando tu pensamiento se volvió a lo que había en la memoria, de eso se formó y se hizo cierta visión del ánimo. Antes no había visión, pero había memoria; vuelto el pensamiento hacia la memoria, tuvo lugar la visión. Tu memoria, pues, ha mostrado Cartago a tu pensamiento y manifestado a la atención del pensamiento, vuelta hacia sí, lo que en ella había antes que atendieras. He aquí que la memoria ha hecho la mostración, en el pensamiento se ha hecho la visión; mas en medio no ha corrido palabra ninguna, no se ha dado desde el cuerpo ningún signo, no has hecho señas ni has escrito ni has emitido sonidos; y, sin embargo, el pensamiento ha visto lo que la memoria le ha mostrado. Además, son de idéntica sustancia la que ha mostrado y a quien lo ha mostrado. Pero, para que tu memoria tuviera a Cartago, esta imagen ha sido percibida mediante los ojos, pues viste lo que escondieras en la memoria. Así viste el árbol que recuerdas, así un monte, así un río, así el aspecto de un amigo, así el de un enemigo, el del padre, el de la madre, el del hermano, el de la hermana, el del hijo, el del vecino; así el de las letras escritas en un códice, así el del códice mismo, así el de esta basílica: has visto todo esto y has confiado a la memoria lo visto porque ya estaba; y, digamos, lo has puesto allí para, pensando, verlo cuando quieras, incluso aunque estuviera ausente de estos ojos del cuerpo. Viste, en efecto, Cartago cuando estuviste en Cartago, tu alma recibió la imagen a través de los ojos; esta imagen se escondió en tu memoria y dentro guardaste algo, hombre colocado en Cartago, para poder verlo en ti incluso cuando allí no estuvieras. De fuera has recibido todo esto.

El Padre no recibe de fuera lo que muestra al Hijo; todo se opera dentro, porque la criatura nada sería fuera, si el Padre no lo hiciese mediante el Hijo. Toda criatura ha sido hecha por Dios; antes de ser hecha no existía. No fue, pues, vista y retenida de memoria, para que el Padre la mostrase al Hijo como la memoria al pensamiento, sino que el Padre la ha mostrado para hacerla, el Hijo la ha visto para hacerla y el Padre la hizo mostrándola, porque la hizo mediante el Hijo que le ve a él. Y, por eso, no debe turbarnos que esté dicho: «Sino lo que vea al Padre hacer» —no está dicho «mostrar»—, pues mediante esto se ha significado que, para el Padre, hacer es lo mismo que mostrar; así se entiende que hace todo mediante el Hijo que le ve. Ni la mostración ni la visión es temporal. En efecto, porque todos los tiempos se hacen mediante el Hijo, no podrían, no, serle mostrados en algún tiempo para ser hechos. Pues bien, la mostración del Padre engendra la visión del Hijo, como el Padre engendra al Hijo, pues la mostración engendra la visión, no la visión la mostración. Si fuéramos capaces de contemplar esto más pura y perfectamente, quizá hallaríamos que el Padre no es una cosa, otra su mostración, ni el Hijo es una cosa, otra su visión. Pero, si apenas hemos entendido, apenas hemos podido explicar esto, cómo la memoria muestra al pensamiento lo que ella ha captado de fuera, ¿cuánto menos podremos explicar cómo Dios Padre muestra al Hijo lo que no tiene de otro lugar, o lo que no es otra cosa que él mismo? Somos pequeñines. Os digo qué no es Dios, no muestro qué es; para captar, pues, qué es, ¿qué haremos? ¿Acaso podréis saberlo de mí, acaso por medio de mí? A pequeñines, vosotros y yo, diré esto: hay alguien por quien podremos saberlo; acabamos de cantarlo, acabamos de oírlo: Arroja en el Señor tu cuidado y él mismo te criará. En efecto, oh hombre, no puedes precisamente porque eres pequeñín; si eres pequeñín, has de nutrirte; nutrido, serás grande y, grande, verás lo que, pequeñín, no podías ver; pero, para nutrirte, arroja en el Señor tu cuidado y él mismo te criará.

Le mostrará obras mayores

12. Recorramos, pues, ahora brevemente lo que resta y ved cómo aquí el Señor insinúa lo que os he confiado. El Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace. Él mismo resucita las almas, pero mediante el Hijo, para que las almas resucitadas disfruten de la sustancia de Dios, esto es, de la del Padre y el Hijo. Y le mostrará obras mayores que éstas. ¿Mayores que cuáles? Mayores que las sanaciones de los cuerpos. Y lo he tratado también antes y no debemos detenernos. Mayor es, en efecto, la resurrección del cuerpo para la eternidad que esta sanación del cuerpo que aconteció por un tiempo en aquel enfermo. Y le mostrará obras mayores que éstas, para que os asombréis. Mostrará cual temporalmente; cual, pues, a un hombre hecho en el tiempo, porque el Dios Palabra mediante el cual fueron hechos todos los tiempos no ha sido hecho; sino que en el tiempo ha sido hecho el hombre Cristo. Está claro en tiempo de qué cónsul, en qué día la Virgen María parió a Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo; se hizo, pues, hombre en el tiempo el Dios mediante quien fueron hechos todos los tiempos. Por eso le mostrará como en el tiempo obras mayores, esto es, la resurrección de los cuerpos, para que os asombréis de que mediante el Hijo ha sucedido la resurrección de los cuerpos.

El honor al Hijo y al Padre

13. Después regresa a la resurrección de las almas: Pues, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere, pero según el espíritu. Vivifica el Padre, vivifica el Hijo; el Padre a los que quiere, el Hijo a los que quiere; pero a los mismos el Padre y el Hijo, porque todo se hizo mediante él. Pues, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. De la resurrección de las almas está dicho esto; de la resurrección de los cuerpos, ¿qué? Regresa y dice:Pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. La resurrección de las almas se hace mediante la eterna e inconmutable sustancia del Padre y del Hijo; la resurrección de los cuerpos, en cambio, se hace mediante la dispensación temporal de la humanidad del Hijo, no coeterna con el Padre. Por eso, al conmemorar el juicio donde acontece la resurrección de los cuerpos, afirma: Pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio; en cambio, de la resurrección de las almas afirma: Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. Aquello, pues, a una el Padre y el Hijo; en cambio, sobre la resurrección de los cuerpos afirma: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Esto se refiere a la resurrección de las almas. Para que todos honren al Hijo. ¿Cómo? Como honran al Padre, pues el Hijo realiza la resurrección de las almas como el Padre; el Hijo vivifica como el Padre. En la resurrección de las almas, pues, todos honren al Hijo como honran al Padre. Del honor por la resurrección de los cuerpos, ¿qué? Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. No dijo «como», sino «honra» y «honra», pues se honra al hombre Cristo, pero no como al Padre Dios. ¿Por qué? Porque según esto dijo: El Padre es mayor que yo. ¿Cuándo, en cambio, se honra al Hijo como se honra al Padre? Cuando en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y todo se hizo mediante ella. Y, por eso, respecto a este segundo honor, ¿qué asevera? Quien no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo envió. No ha sido enviado el Hijo sino porque se ha hecho hombre.

El Hijo y el Padre dan la vida

14. En verdad, en verdad os digo. De nuevo regresa a la resurrección de las almas, para que a fuerza de decirlo entendamos. He aquí que, porque no podíamos seguir el discurso que, digamos, volaba, se detiene con nosotros la palabra de Dios; he aquí que habita, digamos, con nuestras debilidades; regresa de nuevo a hacer valer la resurrección de las almas: En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna, pero como en virtud del Padre? Que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, en virtud del Padre tiene vida eterna, creyendo en el que lo envió. Y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida; pero es vivificado en virtud del Padre, a quien creyó. ¿Qué, tú no vivificas? Mira que también el Hijo vivifica a los que quiere. En verdad, en verdad os digo que viene una hora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. Aquí no dijo «Creerán a quien me envió y, por eso, vivirán», sino que, oyendo la voz del Hijo de Dios, quienes la oigan, esto es, obedezcan al Hijo de Dios, vivirán. En virtud, pues, del Padre vivirán cuando crean al Padre, y en virtud del Hijo vivirán cuando oigan la voz del Hijo de Dios. ¿Por qué vivirán en virtud del Padre y vivirán en virtud del Hijo? Pues, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener en sí mismo vida.

El Padre y el Hijo en las dos resurrecciones

15. Ha cumplido respecto a la resurrección de las almas; resta hablar con más claridad sobre la resurrección de los cuerpos. Y le dio potestad y hacer juicio, no sólo resucitar las almas mediante la fe y la sabiduría, sino también hacer juicio. Ahora bien, ¿por qué esto? Porque es hijo de hombre. El Padre, pues, mediante un hijo de hombre hace algo que no hace en virtud de su sustancia a la que es igual el Hijo —como el nacer, como el ser crucificado, como el morir, como el resucitar—, pues nada de esto aconteció al Padre. Así también la resurrección de los cuerpos. De hecho, en virtud de su sustancia el Padre hace la resurrección de las almas mediante la sustancia del Hijo, con la que éste es igual a aquél; en efecto, las almas, no los cuerpos, son hechas partícipes de su luz inconmutable; en cambio, la resurrección de los cuerpos la hace el Padre mediante un hijo de hombre, pues le dio potestad y hacer juicio, porque es hijo de hombre, según lo que dijo arriba: Pues el Padre no juzga a nadie. Y, para mostrar que sobre la resurrección de los cuerpos dijo esto, añade: No os asombréis de esto, porque viene una hora; no «es ahora», sino: «Viene una hora en que todos los que están en los sepulcros —ya lo oísteis copiosísimamente en el día de ayer— oirán su voz y saldrán». ¿Y dónde? ¿Al juicio? A resurrección de vida quienes obraron bien; a resurrección de juicio quienes obraron mal. ¿Y lo haces tú solo, porque el Padre dio al Hijo todo el juicio y no juzga a nadie? «Yo, afirma, lo hago». Pero ¿cómo lo haces? No puedo hacer por mí algo; como oigo, juzgo, y mi juicio es justo. Cuando se trataba de la resurrección de las almas, no decía «Oigo», sino «Veo», pues Oigo la orden del Padre que preceptúa, digamos. Como hombre, pues, ya, como ése mayor que el cual es el Padre, en virtud de la forma de esclavo ya, no en virtud de la forma de Dios, como oigo, juzgo, y mi juicio es justo. ¿Por qué es justo el juicio de este hombre? Atended, hermanos míos: Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

 

TRATADO 24

Comentario a Jn 6,1-14, predicado en Hipona a finales de julio de 414

Vivimos en medio de milagros que no estimamos

1. Los milagros que hizo nuestro Señor Jesucristo son obras ciertamente divinas y estimulan a la mente humana a comprender a Dios a partir de lo visible. De hecho, porque él no es sustancia tal que los ojos puedan ver, y sus milagros, con que rige el mundo entero y gobierna toda la creación, por su frecuencia se han depreciado hasta el punto de que casi nadie se digna observar en cualquier grano de semilla las admirables y asombrosas obras de Dios, según esa misericordia misma suya se ha reservado ciertas obras para realizarlas en tiempo oportuno, fuera del curso y orden normales de la naturaleza, para que, aquellos para quienes se han depreciado las cotidianas, se queden estupefactos alver otras no mayores, sino insólitas. En efecto, mayor milagro es el gobierno del mundo entero que saciar a cinco mil hombres con cinco panes; y empero nadie se asombra de aquello; se asombran de esto los hombres no por ser mayor, sino por ser raro. ¿Quién, en efecto, alimenta ahora al mundo entero, sino quien de pocos granos crea las mieses? Obró, pues, como Dios, ya que, con lo que de pocos granos multiplica las mieses, con eso multiplicó en sus manos lo cinco panes. La potestad estaba, en efecto, en las manos de Cristo; en cambio, los cinco panes eran cual semillas, no ciertamente echadas en tierra, sino multiplicadas por quien hizo la tierra. Esto, pues, se acercó a los sentidos para levantar la mente, y se mostró a los ojos para aguijonear la inteligencia, para que admirásemos mediante las obras visibles al invisible Dios y, erguidos hacia la fe y purgados por la fe, deseásemos ver invisiblemente al Invisible que a partir de las cosas visibles habíamos conocido.

No basta con ver y alabar; hay que entender

2. No basta empero mirar esto en los milagros de Cristo. Interroguemos a los milagros mismos, qué nos dicen de Cristo, ya que, si se los entiende, tienen su lengua porque, ya que Cristo es la Palabra de Dios, también un hecho de la Palabra es para nosotros palabra. Como, pues, hemos oído cuán grande es este milagro, busquemos también cuán profundo es; no nos deleitemos sólo en su superficie, sino investiguemos también su profundidad, pues lo que fuera nos asombra tiene dentro algo. Hemos visto, contemplado cierta cosa grande, cierta cosa deslumbradora y enteramente divina, que sólo Dios puede hacer; por el hecho hemos loado al hacedor. Pero, como si examinásemos en alguna parte letras hermosas, no nos bastaría loar el trazo del amanuense por haberlas hecho parecidas, iguales y bellas, si no leyéramos también qué nos indicó mediante ellas, así, quien sólo examina este hecho se deleita en la hermosura del hecho, de forma que admira al artífice; quien, en cambio, lo entiende, lee, digamos. Por cierto, la pintura se ve de una forma, las letras se ven de otra forma. Cuando has visto una pintura, esto es todo: haber visto, haber loado; cuando has visto unas letras, esto no es todo, porque se te advierte también que leas. De hecho, cuando has visto las letras, si quizá no sabes leerlas, dices: ¿Qué suponemos que es lo que está escrito aquí? Aunque ya ves algo, interrogas qué es. A quien solicitas que reconozca lo que has visto te mostrará otra cosa. Él tiene una clase de ojos, tú otra. ¿Acaso no veis similarmente los detalles de las letras? Pero no conocéis similarmente los signos. Tú, pues, ves y loas; él ve, loa, lee y entiende. Porque, pues, hemos visto, porque hemos loado, leamos y entendamos.

No basta la bondad para calmar el hambre

3. El Señor está en el monte: mucho más entendamos que el Señor en el monte es la Palabra en lo alto. Por ende, lo que en el monte sucedió no yace como a ras del suelo ni hay que dejarlo atrás de pasada, sino que hay que levantar la vista hacia ello. Vio a las turbas, reconoció que tenían hambre, misericordiosamente las alimentó, no sólo según su bondad, sino también según su potestad. ¿Qué aprovecha, en efecto, la sola bondad, donde no había pan con que alimentar a la turba hambrienta? Si la potestad no asistiese a la bondad, la turba continuaría ayuna y hambrienta. Por eso, también los discípulos que con hambre estaban con el Señor, también ellos querían alimentar a las turbas, para que no continuasen vacías, pero no tenían con qué alimentarlas. Interrogó el Señor cómo comprar panes para alimentar a las turbas. Y asevera la Escritura: «Ahora bien, decía esto para ponerlo a prueba —o sea, al discípulo Felipe, a quien le había preguntado—, pues él mismo sabía qué iba a hacer. ¿Para qué bien lo ponía a prueba sino porque demostraba la ignorancia del discípulo? Y quizá con la demostración de la ignorancia del discípulo significó algo. Aparecerá, pues, cuando a propósito de los cinco panes comience a hablarnos del misterio mismo y a indicar qué significa; allí, en efecto, veremos por qué el Señor, interrogando lo que sabía, quiso mostrar la ignorancia del discípulo respecto a este hecho. Por cierto, a veces interrogamos lo que desconocemos, pues queremos oír para aprender; a veces interrogamos lo que sabemos, pues queremos saber si también lo sabe ese a quien interrogamos; una y otra cosa sabía el Señor; sabía aquello por lo que interrogaba, pues sabía qué iba a hacer, y sabía similarmente que Felipe lo desconocía. ¿Por qué, pues, interrogaba sino porque demostraba la ignorancia de aquél? Después entenderemos también, como he dicho, por qué hizo esto.

4. Andrés dice: Aquí hay cierto muchacho que tiene cinco panes y dos peces; pero esto ¿qué es para tantos? Aunque Felipe, interrogado, hubiese dicho que doscientos denarios de pan no bastarían para restablecer a aquella turba tan numerosa, había allí cierto muchacho que llevaba cinco panes de cebada y dos peces. Y dijo Jesús: Haced a los hombres recostarse. Ahora bien, había allí mucha hierba, y se recostaron casi cinco mil hombres. El Señor Jesús, por su parte, tomó los panes, dio gracias, mandó, los panes fueron partidos y puestos ante los recostados. Ya no eran cinco panes, sino lo que había añadido quien había creado lo que se había aumentado. Y de los peces cuanto bastaba. Poco es haber saciado a aquella turba, quedaron incluso fragmentos, también se mandó recogerlos para que no pereciesen. Y llenaron doce canastos de fragmentos.

Significado de los panes y los peces

5. Para recorrer el relato brevemente: por los cinco panes se entienden los cinco libros de Moisés; con razón no son de trigo, sino de cebada, porque pertenecen al Antiguo Testamento. Ahora bien, sabéis que la cebada está creada de forma que apenas se llega a su médula, pues la misma médula está vestida con una cubierta de paja, y la paja misma es tan resistente y está tan adherida, que se la arranca con esfuerzo. Tal es la letra del Antiguo Testamento, está vestida con las cubiertas de sacramentos carnales; pero, si se llega a su médula, alimenta y sacia.

Cierto muchacho, pues, llevaba cinco panes y dos peces. Si preguntamos quién sería ese muchacho, quizá era el pueblo de Israel; los llevaba con actitud pueril y no los comía, pues lo que llevaba, cerrado, abrumaba; abierto, alimentaba.Por otra parte, los dos peces me parece que significaban aquellas dos personas sublimes del Antiguo Testamento a las que se ungía para santificar y gobernar al pueblo: la del sacerdote y la del rey. Y en misterio vino por fin ese que era significado mediante aquéllas; vino por fin quien se mostraba mediante la médula de la cebada, pero se ocultaba mediante la paja de la cebada. Vino ese único que en sí lleva a una y otra persona, la del sacerdote y la del rey; la del sacerdote mediante la víctima, él mismo, que por nosotros ofreció a Dios; la del rey, porque él nos gobierna; y está abierto lo que se llevaba cerrado. ¡Gracias a él! Mediante sí cumplió lo que se prometía mediante el Antiguo Testamento.

Y mandó partir los panes; partiéndolos, se multiplicaron. Nada más verdadero. En efecto, aquellos cinco libros de Moisés, ¿a cuantísimos libros han dado origen, cuando se los expone, partiéndolos, digamos, esto es, explicándolos? Pero, porque en la cebada se ocultaba la ignorancia del pueblo primero, pueblo primero del que está dicho: «Mientras se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones» —pues aún no se había retirado el velo, porque Cristo no había venido aún; el velo del templo no se había rasgado aún, colgado él en la cruz—; porque, pues, en la Ley estaba la ignorancia del pueblo, la prueba del Señor demostraba la ignorancia del discípulo.

Todo tiene un significado

6. Por tanto, nada es ocioso, todo hace señas, pero requiere un entendedor, porque también ese número de pueblo alimentado significaba al pueblo constituido bajo la Ley. ¿Por qué, en efecto, eran cinco mil sino porque estaban bajo la Ley, Ley que se desarrolla en los cinco libros de Moisés? Por eso, también los enfermos estaban puestos a la vista en aquellos cinco pórticos, mas no se curaban. En cambio, el mismo que allí curó al enfermo, aquí alimentó con cinco panes a las turbas. Porque se recostaban sobre la hierba pensaban, pues, carnalmente y reposaban en lo carnal. En efecto, toda carne es heno. Por otra parte, ¿qué significan los fragmentos sino lo que el pueblo no pudo comer? Se entienden, pues, ciertas realidades muy secretas de comprender, que la masa no puede captar. ¿Qué resta, pues, sino que las realidades muy secretas de comprender, que la masa no puede captar, se confíen a quienes son idóneos incluso para enseñarlos a otros, como eran los apóstoles? Por eso se llenaron doce canastos. Esto se hizo maravillosamente por ser un hecho grande, y útilmente por ser un hecho espiritual. Quienes lo vieron entonces, se asombraron; en cambio, nosotros no nos asombramos al oírlo. Sucedió, en efecto, para que ellos lo vieran; fue escrito, en cambio, para que nosotros lo oyéramos. Lo que los ojos fueron capaces de hacer en ellos, esto es capaz de hacer en nosotros la fe, pues percibimos con el ánimo lo que con los ojos no hemos podido, y los aventajamos porque de nosotros está dicho: Dichosos quienes no han visto y han creído. Ahora bien, añado que quizá hasta hemos entendido lo que la turba no entendió. Y verdaderamente hemos sido alimentados nosotros, porque hemos podido llegar a la médula de la cebada.

Cristo, profeta y ángel

7. Finalmente, los hombres aquellos que vieron esto, ¿qué supusieron? Afirma: Los hombres, como hubiesen visto el signo que había hecho, decían que éste es verdaderamente el Profeta. Quizá tenían aún a Cristo como el Profeta precisamente por haberse recostado sobre la hierba. Ahora bien, era el Señor de los profetas, el cumplidor de los profetas, el santificador de los profetas, pero también el Profeta, porque también a Moisés está dicho: Les suscitaré un profeta similar a ti. Similar según la carne, no según la majestad. Y en los Hechos de los Apóstoles se expone y lee abiertamente que esa promesa del Señor se entiende respecto a Cristo mismo. Y el Señor en persona asevera de sí: Un profeta no está sin honor sino en su patria. Profeta es el Señor, la Palabra de Dios es el Señor y ningún profeta profetiza sin la Palabra de Dios; con los profetas está la Palabra de Dios y profeta es la Palabra de Dios. Los tiempos primeros merecieron profetas inspirados y llenos de la Palabra de Dios; nosotros hemos merecido como profeta a la Palabra misma de Dios. Ahora bien, profeta es Cristo, Señor de profetas, como ángel es Cristo, Señor de los ángeles, porque a él se le ha llamado también ángel del gran consejo. ¿Qué dice, no obstante, un profeta en otro lugar? Que los hará salvos no un embajador ni un ángel, sino él, viniendo en persona; esto es, a hacerlos salvos no enviará un embajador, no enviará un ángel, sino que vendrá él mismo. ¿Quién vendrá? El Ángel mismo. Ciertamente no mediante un ángel, sino porque ése es ángel de forma que es también Señor de los ángeles. Efectivamente, en latín, «ángeles» significa mensajeros. Si Cristo no comunicase nada, no se le llamaría ángel; si Cristo no profetizase nada, no se le llamaría profeta. Nos ha exhortado a la fe y a conquistar la vida eterna. Anunció realidades presentes, predijo realidades futuras. Por haber comunicado lo presente era ángel; por haber predicho lo futuro era profeta; porque la Palabra de Dios se hizo carne 8, era Señor de los ángeles y de los profetas.

 

TRATADO 25

Comentario a Jn 6,15-44, predicado en Hipona a finales de julio de 414, al día siguiente del anterior

Jesús desciende y de nuevo asciende

1. A la lectura de ayer, tomada del evangelio, sigue ésa de hoy, respecto a la cual se os debe el sermón hodierno. Hecho el milagro en que Jesús alimentó con cinco panes a cinco mil hombres, como las turbas se hubiesen asombrado y dijeran que él era el gran profeta que vino al mundo, sigue esto: Jesús, pues, como hubiese conocido que habían venido a raptarlo y hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo. Se da, pues, a entender aquí que el Señor, como estuviera sentado en el monte con sus discípulos y viera a las turbas venir hacia sí, había descendido del monte y había alimentado a las turbas cerca de los lugares bajos. Por cierto, cómo puede ser que huyera de nuevo hacia allá si antes no descendiera del monte? Significa, pues, algo el hecho de que el Señor baja de la altura a alimentar a las turbas. Las alimentó y ascendió.

La pretensión de adelantar el reino de Cristo

2. Ahora bien, ¿por qué ascendió, como hubiese conocido que querían raptarlo y hacerlo rey? ¿Pues qué? ¿No era rey quien temía ser hecho rey? Lo era absolutamente. Pero no un rey al que los hombres hicieran tal, sino un rey que daría el reino a los hombres. ¿Acaso quizá también aquí nos indica algo Jesús, cuyos hechos son palabras? En el hecho, pues, de que quisieron raptarlo y hacerlorey, y de que por eso huyó al monte él solo, esto, hecho en él, ¿calla, no dice nada, no significa nada? ¿O quizá raptarlo era querer adelantar el tiempo de su reinado? De hecho no había venido de momento a reinar ya, como va a reinar en el reino respecto al que decimos: Venga tu reino. De hecho, él siempre reina con el Padre en cuanto que es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, la Palabra mediante la que se hizo todo. Ahora bien, los profetas predijeron su reinado, incluso en cuanto que Cristo se hizo hombre e hizo cristianos a sus fieles. Habrá, pues, un reino de cristianos que de momento es recogido, que de momento se prepara, al que de momento compra la sangre de Cristo; por fin será manifiesto su reino cuando, tras el juicio hecho por él, se abrirá la claridad de sus santos; juicio del que él mismo ha dicho arriba que va a hacer el Hijo del hombre. También de ese reino dijo el Apóstol: Cuando entregue el reino al Dios y Padre. Por eso asevera también él en persona: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el inicio del mundo. En cambio, los discípulos y las turbas que creían en él supusieron que él había venido a reinar ya. Querer raptarlo y hacerlo rey es querer adelantar su tiempo que él mismo ocultaba cabe sí, para ponerlo a la vista oportunamente y manifestarlo oportunamente al final del mundo.

3. De hecho —para que sepáis que querían hacerlo rey, esto es, anticiparse y tener ya manifiesto el reino de Cristo, el cual primero tenía que ser juzgado y después juzgar—, cuando fue crucificado y quienes esperaban en él habían perdido la esperanza de su resurrección, tras resucitar de entre los muertos encontró a dos que con desesperación conversaban entre sí y con gemido hablaban entre ellos de lo que había ocurrido; y, tras aparecérseles cual desconocido, mientras sus ojos estaban impedidos de reconocerlo, tomó parte en su conversación; pero ellos, al contarle de qué conversaban, dijeron que aquel profeta grande en hechos y dichos había sido asesinado por los jefes de los sacerdotes. También nosotros, afirman, esperábamos que él en persona redimiría a Israel. Esperabais bien; esperabais la verdad; en él está la redención de Israel. Pero ¿por qué os apresuráis? Queréis raptarlo. También nos indica este sentido lo de que, cuando le preguntaron los discípulos sobre el final, le dijeron: ¿Si en este tiempo presentarás, y cuándo, el reino de Israel? Ansiaban ya, en efecto, ya querían que fuese: esto es querer raptarlo y hacerlo rey. Pero, porque al cielo iba a ascender él solo, contestó a sus discípulos: No os toca, afirma, conocer los tiempos o momentos que el Padre puso en su potestad; pero recibiréis fuerza de lo alto, el Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra. Queréis que muestre ya el reino; antes de mostrarlo lo recogeré; amáis la altura y lograréis la altura; pero seguidme por la bajura. De él está también predicho: Y te rodeará la asamblea de los pueblos y a causa de ésta regresa a lo alto; esto es, para que te rodee la asamblea de los pueblos, para que recojas a muchos, regresa a lo alto. Así lo hizo: los alimentó y ascendió.

¿Por qué huyó?

4. Por otra parte, ¿por qué está dicho: huyó? En efecto, si no quisiera, no se sería detenido; si no quisiera, no sería raptado quien, si no quisiera, tampoco sería reconocido. De hecho —para que sepáis que esto sucedió místicamente, no por necesidad, sino por disposición significativa—, ahora veréis en lo que sigue que se presentó a las mismas turbas que lo buscaban, y, mientras hablaba con ellas, dijo muchas cosas, expuso muchas cosas sobre el pan celeste; ¿acaso no estaba disputando con los mismos de quienes había huido para no ser detenido? ¿No podía, pues, hacer entonces que no lo agarrasen, como lo hizo después, cuando hablaba con ellos? Algo, pues, indicó al huir. ¿Qué significa huyó? No pudo ser entendida su sublimidad. En efecto, respecto a cualquier cosa que no entiendes, dices: «Se me escapa». Huyó, pues, de nuevo al monte él solo, Primogénito que de entre los muertos asciende sobre todos los cielos e intercede por nosotros.

La barca en el lago, figura de la Iglesia

5. Mientras tanto, puesto arriba él solo, Gran Sacerdote que, mientras el pueblo estaba fuera, entró a lo interior del velo —a este sacerdote significó, en efecto, el sacerdote aquel de la Ley antigua, el cual hacía esto una vez al año; puesto, pues, él arriba, ¿qué padecían en la navecilla los discípulos? De hecho, situado él en las alturas, la navecilla aquella prefiguraba a la Iglesia. Si no entendemos primeramente respecto a la Iglesia lo que la navecilla padecía, aquello no era significativo, sino simplemente pasajero; si, en cambio, vemos que se expresa en la Iglesia la verdad de las significaciones, es manifiesto que los hechos de Cristo son géneros de locuciones. Pues bien, afirma, cuando se hizo tarde, sus discípulos bajaron hacia el mar y, tras haber subido a una nave, vinieron a la otra parte del mar, a Cafarnaún. Ha dicho que se acabó rápidamente lo que sucedió después. Vinieron a la otra parte del mar, a Cafarnaún. Y vuelve a exponer cómo vinieron: pasaron navegando por el lago. Y, mientras navegaban hacia ese lugar adonde dijo que ya habían llegado, expone, recapitulando, qué sucedió: Ya se habían hecho las tinieblas, y Jesús no había venido hacia ellos. Con razón tinieblas, porque no había venido la Luz. Ya se habían hecho las tinieblas, y Jesús no había venido hacia ellos. En cuanto se acerca el fin del mundo, crecen los errores, aumentan los terrores, crece la iniquidad, crece la infidelidad; por eso, en el evangelista Juan mismo, se muestra suficiente y abiertamente como luz la caridad, hasta el punto de decir: «Quien odia a su hermano está en las tinieblas», rapidísimamente se apaga, crecen esas tinieblas de los odios fraternos, cada día crecen. Y Jesús no viene aún. ¿Cómo aparece que crecen? Porque abundará la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos. Crecen las tinieblas y Jesús no viene aún. Al crecer las tinieblas, al enfriarse la caridad, al abundar la iniquidad, eso mismo son las olas que turban la nave; las tempestades y los vientos son los gritos de los maldicientes. Por eso se enfría la caridad, por eso las olas aumentan y se turba la nave.

La barca, a flote en medio de la tempestad

6. Por soplar un viento grande, el mar se levantaba. Las tinieblas crecían, la inteligencia menguaba, la iniquidad aumentaba. Como hubiesen remado casi veinticinco o treinta estadios. Entre tanto hacían el recorrido, avanzaban, y ni los vientos aquellos ni las tempestades ni las olas ni las tinieblas lograban que la nave no avanzase o que se hundiese suelta, sino que iba entre todos esos males. En efecto, porque abundará la iniquidad y se enfría la caridad de muchos, crecen las olas, aumentan las tinieblas, el viento se ensaña; pero, sin embargo, la nave avanza, pues quien persevere hasta el fin, éste será salvado. Tampoco ha de ser despreciado el número de estadios, pues no podría no significar nada lo que está dicho: Como hubiesen remado casi veinticinco o treinta estadios, entonces vino Jesús hacia ellos. Bastaría decir «veinticinco», bastaría decir «treinta», máxime porque corresponde a quien calcula, no a quien afirma. ¿Acaso peligraría la verdad en quien calcula, si dijera «casi treinta estadios», o «casi veinticinco»? Pero de los veinticinco hizo treinta. Examinemos el número veinticinco. ¿De qué consta, de qué está hecho? De un quinario. Ese número quinario se refiere a la Ley. Ésos son los cinco libros de Moisés; ésos son los cinco pórticos aquellos que contenían a los enfermos; ésos son los cinco panes que alimentaron a cinco mil hombres. El número vigésimo quinto, pues, significa la Ley, porque cinco por cinco, esto es, cinco veces cinco, dan veinticinco, el quinario al cuadrado. Pero a esta Ley, antes de llegar el Evangelio, le faltaba la perfección. En cambio, la perfección está en el número senario. Por eso Dios terminó el mundo en seis días, y los cinco mismos se multiplican por seis para que seis por cinco den treinta, de forma que la Ley se cumpla mediante el Evangelio. Hacia quienes, pues, cumplen la Ley vino Jesús. Y vino, ¿cómo? Pisando las olas, teniendo bajo los pies todas las hinchazones del mundo, aplastando todas las grandezas del mundo. Esto sucede a medida que se añade tiempo al tiempo y a medida que avanza la edad del mundo. Se aumentan en este mundo las tribulaciones, se aumentan los males, se aumentan las destrucciones, se acumula todo esto: Jesús pasa pisando las olas.

¿Por qué teméis, cristianos?

7. Y, sin embargo, las tribulaciones son tan grandes, que hasta los mismos que han creído en Jesús, y que se esfuerzan por perseverar hasta el fin, se espantan por si desertan; aunque Cristo pisa las olas y hunde las ambiciones y alturas mundanas, el cristiano se espanta. ¿Acaso no le ha sido predicho esto? Incluso al caminar Jesús en las olas, con razón temieron, como los cristianos, aun teniendo esperanza en el siglo futuro, se conturban ordinariamente por la destrucción de las cosas humanas cuando ven hundirse la altura de este siglo. Abren el Evangelio, abren las Escrituras y hallan predicho allí todo eso, porque el Señor lo hace. Hunde las grandezas del siglo, para ser glorificado por los humildes. De la altura de esas cosas está predicho: «Destruirás ciudades firmísimas», y: Las espadas del enemigo acabaron en final y destruiste ciudades. ¿Por qué, pues, teméis, cristianos? Cristo dice: Yo soy, no temáis. ¿Por qué os espantáis de estas cosas? ¿Por qué teméis? Yo lo predije, yo lo hago, es necesario que suceda. Yo soy, no temáis. Quisieron, pues, acogerlo en la nave al reconocerlo y gozosos, hechos seguros. E inmediatamente la nave estuvo junto a la tierra a que iban. Junto a la tierra se hizo el final; de lo húmedo a lo sólido, de lo turbado a lo firme, del viaje al final.

Atraviesa el lago caminando

8. Al día siguiente, la turba que estaba al otro lado del mar de donde habían venido, vio que allí no había sino una única navecilla, y que no había entrado con sus discípulos a la nave, sino que sus discípulos se habían ido solos. Pero detrás llegaron de Tiberíades unas naves junto al lugar donde habían comido el pan tras haber dado gracias el Señor. Como, pues, la turba hubiese visto que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, ascendieron a las navecillas y vinieron a Cafarnaún a buscar a Jesús. Sin embargo, se les insinuó tan gran milagro, pues vieron que a la nave habían ascendido los discípulos solos y que allí no había otra nave. Pues bien, de allí llegaron también junto al lugar donde habían comido el pan unas naves en que las turbas lo siguieron. No había ascendido, pues, con los discípulos, allí no había otra nave; ¿cómo Jesús se encontró súbitamente al otro lado de mar, sino porque caminó sobre el mar, para mostrar un milagro?

9. Y como las turbas lo hubiesen hallado. He aquí que se presenta a las turbas por las que había temido ser raptado, y había huido al monte. Confirma absolutamente y nos insinúa que todo eso se ha dicho en misterio y que ha sucedido como sacramento grande para significar algo. Ahí está quien de las turbas había huido al monte. ¿Acaso no habla con las turbas mismas? Deténganlo ahora, háganlo rey. Y, como lo hubiesen hallado al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?

Apenas se busca a Jesús por ser Jesús

10. Tras el sacramento del milagro, él añade un sermón para, si es posible, alimentar a quienes ya habían sido alimentados, y con las palabras saciar las mentes de aquellos cuyos vientres sació de pan; pero si comprenden; y, si nocomprenden, para que no perezcan los fragmentos se recogerá lo que no entienden. Hable, pues, y escuchemos: Jesús les respondió y dijo: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. ¡Cuantísimos no buscan a Jesús sino para que les haga bien según el tiempo! Uno tiene un negocio, busca la intercesión de los clérigos; oprime a otro uno más poderoso, se refugia en la Iglesia; otro quiere que se intervenga a su favor ante quien el primero vale poco; uno de una manera, otro de otra; cotidianamente se llena de individuos tales la Iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. Me buscáis a mí por otra cosa; buscadme por mí. Por cierto, se insinúa a sí mismo como ese alimento que más adelante aclara él: El que os dará el Hijo del hombre. Creo que aguardabas comer de nuevo panes, recostarte de nuevo, saciarte de nuevo. Pero había dicho: «No el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna», como se había dicho a aquella mujer samaritana «Si supieras quién te pide de beber, quizá le hubieses pedido a él y te daría agua viva», cuando ella dijo: ¿Cómo tú, si no tienes pozal y el pozo es hondo? Respondió a la samaritana: Si supieras quien te pide de beber, tú le hubieses pedido a él y te daría un agua gracias a la cual quien la bebiere no tendrá más sed, porque quien bebiere de esta agua tendrá sed de nuevo. Ella se alegró y, la que se fatigaba por el esfuerzo de sacarla, quiso recibirla como para no padecer sed corporal; y así, entre conversaciones de esta laya, llegó al pozo espiritual; también aquí sucede absolutamente de este modo.

Marcado con el sello de Dios Padre

11. Este alimento, pues, que no perece, sino que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, pues a éste marcó el Padre, Dios. No toméis a este Hijo del hombre como a otros hijos de hombres de quienes está dicho: En cambio, los hijos de los hombres esperarán en la protección de tus alas. Ese hijo de hombre puesto aparte por cierta gracia del Espíritu y, según la carne, hijo de hombre, retirado del número de los hombres 18, es el Hijo del hombre. Ese Hijo del hombre e Hijo de Dios, ese hombre es también Dios. En otro lugar, al interrogar a los discípulos pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ellos: Unos que Juan, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Y él: Vosotros, en cambio, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Él se llamó el Hijo del hombre, y Pedro lo llamó el Hijo del Dios vivo. Uno recordaba muy bien lo que misericordiosamente había mostrado; el otro recordaba lo que permanecía en la claridad. La Palabra de Dios resalta su abajamiento, el hombre reconoce la claridad de su Señor. Y supongo, hermanos, que de verdad es justo esto: se rebajó por nosotros; glorifiquémoslo nosotros, pues es hijo de hombre no por él, sino por nosotros. Era, pues, hijo de hombre de ese modo, cuando la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Por eso, en efecto, a éste marcó el Padre, Dios. ¿Qué es marcar sino poner algo propio? De hecho, marcar es poner sobre una cosa algo para que ella no se confunda con las demás. Marcar es poner marca a una cosa. A cualquier cosa a que pones marca le pones marca precisamente para que, no confundida con otras, puedas reconocerla. El Padre, pues, lo marcó. ¿Qué significa: marcó? Le dio algo propio para que no se equipare con los hombres. Por eso está dicho de él: Te ungió Dios, tu Dios, con óleo de exultación más que a tus compañeros. Signar, pues, ¿qué es? Tener retirado; esto significa: más que a tus compañeros. Afirma: «Por eso, no me despreciéis por ser hijo de hombre y pedidme no el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna. Soy, en efecto, hijo de hombre, pero sin ser uno de vosotros; soy hijo de hombre, de forma que el Padre, Dios, me marca. ¿Qué significa “me marca”? Me da algo propio, mediante lo que, en vez de ser yo confundido con el género humano, el género humano sea liberado mediante mí».

La promesa de Jesús, superior al maná de Moisés

12. Pues les había dicho: «Trabajad no por la comida que perece, sino por la que permanece para vida eterna», le dijeron, pues: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? ¿Qué haremos? preguntan. Podremos cumplir este precepto, observando ¿qué? Respondió Jesús y les dijo: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió. Eso es, pues, comer el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. ¿Para qué preparas dientes y vientre? Cree y has comido. Por cierto, la fe se distingue de las obras, como dice el Apóstol «que el hombre es justificado sin obras mediante fe», y hay obras que, sin la fe de Cristo, parecen buenas y no son buenas porque no se refieren al fin en virtud del cual son buenas: Pues fin de la Ley es Cristo para justicia a favor de todo el que cree. Por eso no quiso distinguir de la obra la fe, sino que dijo que la fe misma es obra, pues esa misma fe es la que obra mediante el amor. No dijo «Ésta es vuestra obra», sino: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió, para que quien se gloría, gloríese en el Señor. Porque, pues, los invitaba a la fe, ellos todavía pedían signos para creer. Mira los judíos, no piden signos. Le dijeron, pues: ¿Qué signo, pues, haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué realizas? ¿Acaso era poco haber sido saciados con cinco panes? De hecho, sabían esto, preferían a este alimento el maná del cielo. En cambio, el Señor Jesús decía ser de tal clase que se anteponía a Moisés, pues Moisés no osó decir de sí que daría el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. Ése prometía algo más que Moisés, pues mediante Moisés se prometía un reino, tierra que manaba leche y miel, paz temporal, abundancia de hijos, salud corporal y todo lo demás, temporal, sí, pero espiritual en figura porque en el Viejo Testamento se prometía al hombre viejo. Observaban, pues, lo prometido mediante Moisés y observaban lo prometido mediante Cristo. Aquél prometía en la tierra un vientre lleno, pero de alimento que perece; éste prometía el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. Observaban que él prometía más, y como que aún no veían que hacía cosas mayores. Así pues, observaban la calidad de las que había hecho Moisés, y aún querían que hiciese algunas mayores quien las prometía tan grandes. «¿Qué haces, preguntan, para que te creamos?». Y, para que sepas que equiparaban a este milagro los milagros aquellos y que, por eso, juzgaban menores esos que hacía Jesús, afirman: Nuestros padres comieron en el desierto el maná. Pero ¿qué es el maná? Quizá lo despreciáis. Como está escrito: Les dio a comer maná. Mediante Moisés, nuestros padres recibieron del cielo pan, mas Moisés no les dijo: Trabajad por el alimento que no perece. Tú prometes el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna, mas no haces obras tales cuales hizo Moisés. Él no dio panes de cebada, sino que dio maná venido del cielo.

El verdadero pan es Jesús

13. Les dijo, pues, Jesús: En verdad, en verdad os digo: No os ha dado Moisés el pan venido del cielo, sino mi Padre os dio desde el cielo el pan, pues el pan verdadero es el que desciende del cielo y da vida al mundo. Verdadero pan, pues, es el que da vida al mundo y ése mismo es el alimento del que poco antes he dicho: Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. El maná, pues, significaba esto y todo aquello eran signos míos. Habéis amado mis signos; ¿despreciáis al que significaban? Moisés, pues, no ha dado el pan venido del cielo; Dios da pan. Pero ¿qué pan? ¿Quizá maná? No, sino el pan que el maná significó, a saber, al Señor Jesús en persona. Mi Padre os da el verdadero pan, pues el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo. Le dijeron, pues: Señor, danos siempre este pan. Como aquella mujer samaritana a quien está dicho: «Quien bebiere de esta agua no tendrá sed nunca», al entender ella esto según el cuerpo, pero en todo caso, porque quería carecer de necesidad, dice a continuación: «Señor, dame de esta agua», así también ésos: Señor, danos este pan que nos restaure y no falte.

Al que venga a mí no lo echaré fuera

14. Ahora bien, Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida. Quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí nunca tendrá sed. «Quien viene a mí» es lo mismo que «y quien cree en mí»; y, en cuanto a lo que dijo: «No tendrá hambre», ha de entenderse esto: Nunca tendrá sed; efectivamente, una y otra cosa significan la saciedad eterna, donde no hay escasez alguna. Deseáis el pan venido del cielo: lo tenéis ante vosotros y no lo coméis. Pero os dije que me habéis visto y no habéis creído. Pero no por eso he destruido yo al pueblo. En efecto, ¿acaso vuestra infidelidad ha anulado la lealtad de Dios? De hecho, mira lo que sigue: Todo lo que me da el Padre vendrá a mí; y al que venga a mí no lo echaré fuera. ¿Qué clase de interior es ese del que no se sale fuera? Gran penetral y dulce secreto. ¡Oh secreto sin tedio, sin amargura de pensamientos malos, sin interpelación de tentaciones y dolores! ¿Acaso no es ése el secreto al que entrará aquel siervo benemérito a quien el Señor va a decir: Entra al gozo de tu Señor?

La humildad nos devuelve a la intimidad de Dios

15. Y a quien vendrá a mí, no lo echaré fuera, porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. ¿Al que, pues, vendrá a ti no lo echarás fuera precisamente porque has descendido del cielo no para hacer tu voluntad, sino la voluntad del que te envió? ¡Gran sacramento! Por favor, aldabeemos a una; salga hacia nosotros algo que nos alimente según nos deleitó.¡Grande y dulce secreto aquel! Quien vendrá a mí. Atiende, atiende y sopesa: A quien vendrá a mí, no lo echaré fuera. ¿Por qué? Porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. ¿Ésa misma es, pues, la causa por la que no echas fuera a quien viene a ti: que has descendido del cielo no a hacer tu voluntad, sino la del que te envió? Ésa misma. ¿Por qué preguntamos si es esa misma? Es ésa misma, lo dice él mismo. Por cierto, nonos es lícito sospechar cosa distinta de la que dice: A quien venga a mí, no lo echaré fuera Y, como si preguntases por qué: Porque no he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Temo que el alma haya salido fuera de Dios porque era soberbia; más bien, no lo dudo, pues está escrito: «Inicio de todo pecado, la soberbia», e: Inicio de la soberbia del hombre, apostatar de Dios. Está escrito, es firme, es verdad. Después, ¿qué se dice del mortal soberbio, ceñido de los andrajos de la carne, abrumado por el peso del cuerpo corruptible y que empero se enorgullece y olvida la piel de que está vestido? ¿Qué le dice la Escritura? ¿Por qué se ensoberbece la tierra y la ceniza? ¿Por qué se ensoberbece? Diga por qué se ensoberbece. Porque en su vida arrojó su intimidad. ¿Qué significa «arrojó», sino «echó lejos»? Esto significa salir fuera. Pues entrar dentro es apetecer la intimidad, arrojar la intimidad es salir fuera. Arroja la intimidad el soberbio, apetece la intimidad el humilde. Si la soberbia nos echa, la humildad nos hace regresar.

La humildad cumple la voluntad de Dios

16. El origen de todas las enfermedades es la soberbia, por ser la soberbia origen de todos los pecados. Cuando un médico deshace una dolencia, si cura lo que se produjo por alguna causa y no cura la causa misma que la produjo, parece curar temporalmente; porque la causa permanece, la enfermedad se repite. Lo diré más claro. Verbigracia, un humor produce en el cuerpo prurito o úlceras; en el cuerpo se origina fiebre grande y dolor no pequeño; se presentan ciertos medicamentos que contengan el picor y atenúen el ardor aquel de la úlcera; se aplican, y con éxito; ves sanado al hombre que estaba ulceroso y con prurito; pero, porque el humor aquel no fue expulsado, la llaga regresa de nuevo. El médico, que sabe esto, purga el humor, arranca la causa y no habrá úlcera alguna.

¿Por qué abunda la iniquidad? Por la soberbia. Cura la soberbia, y no habrá iniquidad alguna. Para que, pues, fuese curada la causa de todas las enfermedades descendió y se hizo de condición baja el Hijo de Dios. Hombre, ¿de qué te ensoberbeces? Dios se hizo de condición baja por ti. Quizá te daría vergüenza imitar a un hombre de condición baja; imita al menos al Dios de condición baja. Vino el Hijo de Dios en un hombre y se hizo de condición baja; se te preceptúa que seas humilde, no se te preceptúa que de hombre te hagas ganado; él, Dios, se hizo hombre; tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad es que te conozcas. Porque, pues, Dios enseña la humildad, dijo: He venido no a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Por cierto, esto es encarecimiento de la humildad. La soberbia hace ciertamente su voluntad; la humildad hace la voluntad de Dios. Por eso, no echaré fuera a quien venga a mí. ¿Por qué? Porque he venido no a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. He venido en condición baja; he venido a enseñar la humildad; he venido como maestro de humildad. Quien viene a mí se me incorpora; quien viene a mí es hecho humilde; quien se me adhiere será humilde porque hace no su voluntad, sino la de Dios, y no será echado fuera, precisamente porque, cuando era soberbio, estaba arrojado fuera.

La puerta de la interioridad es la humildad

17. Mira cómo en un salmo se recomienda la interioridad: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán en la protección de tus alas. Mira qué es ir dentro, mira qué es recurrir a la protección de aquél, mira qué es correr incluso a ponerse bajo los azotes del padre, pues flagela a todo hijo al que acoge. Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas. ¿Y qué significa «dentro»? Se embriagarán de la fertilidad de tu casa. Cuando los introduzcas dentro para que entren al gozo de su Señor, se embriagarán de la fertilidad de tu casa y les darás a beber con el torrente de tu deleite, porque en ti está la fuente de la vida. No en el exterior, fuera de ti, sino dentro, en ti; allí está la fuente de la vida. Y en tu luz veremos la luz. Extiende tu misericordia ante quienes te reconocen, y tu justicia ante quienes son de corazón recto. Quienes siguen la voluntad de su Señor, sin buscar lo suyo, sino lo de Jesucristo, ésos son los rectos de corazón, a ésos no se les desplazarán los pies, pues el Dios de Israel es bueno para los rectos de corazón; ahora bien, mis pies, afirma él, casi se desplazaron. ¿Por qué? Porque envidié a los pecadores, al mirar la paz de los pecadores. ¿Para quiénes, pues, es bueno Dios sino para los rectos de corazón? De verdad, a mí, de corazón torcido, Dios me desagradó Dios. ¿Por qué desagradó? Por haber dado a los malos felicidad, y por eso me vacilaron los pies, como si hubiese servido a Dios sin causa. Mis pies, pues, casi se desplazaron, precisamente porque no fui recto de corazón. ¿Qué es, pues, ser recto de corazón? Seguidor de la voluntad de Dios. Uno es feliz, otro lo pasa mal, éste vive mal y es feliz, aquél vive justamente y lo pasa mal. No se indigne quien vive justamente y lo pasa mal; dentro tiene lo que el feliz aquel no tiene; no se entristezca, pues, no se torture, no deserte. El feliz aquel, ése mismo, tiene oro en el arca; el otro tiene a Dios en la conciencia. Ahora compara el oro con Dios, el arca con la conciencia. Aquél tiene lo que perece, y lo tiene allí donde perece; éste tiene a Dios, que no puede perecer, y lo tiene allí de donde no puede ser arrebatado; pero si es recto de corazón, pues entonces entra y no sale. Por eso, ¿qué decía aquél? Porque en ti está la fuente de la vida, no en nosotros. Precisamente porque Adán quiso vivir según su proyecto y cayó por quien antes había caído por soberbia, el cual le brindó la copa de su soberbia, debemos entrar para vivir; no bastarnos, digamos, a nosotros mismos para perecer; no querer, digamos, saciarnos de lo nuestro para aridecernos, sino poner la boca junto a la fuente misma donde el agua no falta. Porque, pues, en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz, bebamos dentro, veamos dentro. De hecho, ¿por qué se ha salido de allí? Escucha por qué: No venga a mí el pie de la soberbia. Salió, pues, ese a quien vino el pie de la soberbia. Muestra que salió por eso: Y las manos de los pecadores no me muevan por el pie de la soberbia. ¿Por qué dices esto? Allí cayeron todos los que realizan iniquidad. ¿Dónde cayeron? En la soberbia misma. Fueron expulsados y no pudieron mantenerse en pie. Si, pues, la soberbia expulsó a quienes no podían mantenerse en pie, la humildad los mete dentro, para que a perpetuidad puedan mantenerse en pie. Por eso, en efecto, quien dijo: «Exultarán los huesos humillados», dijo antes: A mi oído darás exultación y alegría. ¿Qué significa: A mi oído? Oyéndote soy feliz; por tu voz soy feliz; bebiendo dentro soy feliz. Por eso no caigo; por eso exultarán los huesos humillados; por eso, el amigo del novio está en pie y lo oye; está en pie precisamente porque lo oye. Bebe de la fuente interior, por eso está en pie. Quienes no quisieron beber del interior, allí cayeron, fueron expulsados y no pudieron mantenerse en pie.

Jesús, maestro de humildad

18. Así pues, el Doctor de la humildad vino no a hacer su voluntad, sino la voluntad de quien lo envió. Vengamos a él, entremos a él, incorporémonos a él, para tampoco hacer nosotros nuestra voluntad, sino la voluntad de Dios; y no nos echará fuera, porque somos miembros suyos, porque quiso ser nuestra cabeza enseñando humildad. Escuchadlo, por último, a él mismo proclamar: Venid a mí quienes os fatigáis y estáis abrumados; coged sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón; y, cuando hayáis aprendido esto, hallaréis para vuestras almas descanso del que no seréis arrojados, porque he descendido del cielo para hacer no mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Yo enseño humildad; no puede venir a mí sino el humilde. No echa fuera sino la soberbia; ¿cómo sale fuera quien guarda la humildad y no resbala de la verdad?

He dicho, hermanos, cuanto pudo decirse sobre el significado escondido —pues aquí se oculta bastante el significado y no sé si lo he extraído y hecho salir con palabras adecuadas— de por qué Jesús no echa fuera precisamente porque vino no a hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo envió.

Sólo la humildad acerca al Maestro

19. Ahora bien, afirma, la voluntad de quien me envió, el Padre, es ésta: que no pierda nada de todo lo que me ha dado. Le ha sido dado ese mismo que guarda la humildad; a éste acoge; quien no guarda la humildad está lejos del Maestro de la humildad. Que no pierda nada de todo lo que me ha dado. Así, en presencia de vuestro Padre no hay voluntad de que perezca uno de estos pequeñuelos. De los infatuados puede perecer, de los pequeñuelos nada perece, porque, si no fueseis como ese pequeñuelo, no entraréis al reino de los cielos. No perderé nada de lo que me ha dado el Padre, sino que lo resucitaré en el último día. Ved cómo también aquí delinea la doble resurrección. Quien viene a mí, resucita de momento, hecho humilde entre mis miembros; pero también lo resucitaré en el último día, según la carne. Pues la voluntad de mi Padre que me envió es ésta: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Más arriba ha dicho: «Quien oye mi palabra y cree a quien me envió»; ahora, en cambio: Quien ve al Hijo y cree en él. No dijo «Ve al Hijo y cree en el Padre», pues creer en el Hijo es lo mismo que creer en el Padre, porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo, para que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, creyendo y pasando a la vida, como en la primera resurrección. Y, porque no es la única, afirma: Y yo lo resucitaré en el último día.

 

TRATADO 26

Comentario a Jn 6,41-59, predicado en Hipona a primeros de agosto de 414

El pan del hombre interior

1. Porque nuestro Señor Jesucristo, como hemos oído en el evangelio cuando se leía, dijo que el pan venido del cielo es él, los judíos murmuraron y dijeron: ¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de José, cuyos padre y madre conocemos? ¿Cómo, pues, dice que «he descendido del cielo»? Ésos estaban lejos del pan venido del cielo y no sabían tener hambre de él. Tenían enferma la garganta del corazón, eran sordos aun abiertos los oídos, veían y estaban ciegos. Por cierto, ese pan exige el hambre del hombre interior. Por eso dice en otro lugar: Dichosos quienes tienen hambre y sed de la justicia, porque ésos serán saciados. Ahora bien, el apóstol Pablo dice que nuestra justicia es Cristo. Y, por esto, quien tiene hambre de este pan, tenga hambre de la justicia; pero de la justicia que desciende del cielo, de la justicia que da Dios, no de la que el hombre hace para sí. Si, en efecto, el hombre no hiciese para sí ninguna justicia, el mismo Apóstol no diría de los judíos: Pues, al ignorar la justicia de Dios y al querer establecer la suya, no se sometieron a la justicia de Dios. De éstos eran esos que no entendían el pan venido del cielo, porque, saturados de su justicia, no sentían hambre de la justicia de Dios.

¿Qué significa esto, «justicia de Dios» y «justicia del hombre»? Se llama aquí justicia de Dios no a esa con que Dios es justo, sino a la que Dios da al hombre, para que el hombre sea justo gracias a Dios. En cambio, ¿cuál era la justicia de aquéllos? Con la que presumían de sus fuerzas y se llamaban a sí mismos cumplidores de la Ley, digamos, en virtud de su fuerza. Ahora bien, nadie cumple la Ley sino a quien ayudare la gracia, esto es, el pan que desciende del cielo. En efecto, plenitud de la Ley, como el Apóstol asevera resumiendo, es la caridad; amor no al dinero, sino a Dios; amor no a la tierra, no al cielo, sino al que hizo cielo y tierra. ¿De dónde viene al hombre ese amor? Escuchémosle a él mismo: La caridad de Dios, afirma, ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado. El Señor, pues, que iba a dar el Espíritu Santo, dijo que él es el pan que desciende del cielo, para exhortarnos a creer en él, pues comer el pan vivo es esto: creer en él. Quien cree lo come; es cebado invisiblemente porque renace invisiblemente. Dentro es bebé, dentro es nuevo; donde se renueva, allí se sacia.

¿Es libre quien es llevado?

2. ¿Qué respondió, pues, Jesús a tales murmuradores? No murmuréis entre vosotros. Como si dijera: Sé por qué no tenéis hambre ni entendéis ni buscáis ese pan. No murmuréis entre vosotros; nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no tira de él. ¡Gran encomio de la gracia! Nadie viene si no se tira de él. Si no quieres errar, no juzgues a ese de quien tira ni a ese de quien no, por qué tira de éste y no tira de aquél. Acéptalo una vez por todas y entenderás. ¿Aún no se tira de ti? Ora para que se tire de ti. ¿Qué digo aquí, hermanos? Si se tira de nosotros hacia Cristo, creemos, pues, forzados; se emplea, pues, la violencia, no se estimula a la voluntad. Alguien puede entrar a la iglesia sin querer, puede acercarse al altar sin querer, puede recibir el sacramento sin querer; no puede creer sino porque quiere. Si se creyera con el cuerpo, sucedería en quienes no creen; pero no se cree con el cuerpo. Escucha al Apóstol: Con el corazón se cree para justicia. ¿Y qué sigue? En cambio, con la boca se hace la confesión para salvación. Esa confesión surge de la raíz del corazón. A veces oyes a alguien confesar, y no sabes si cree. Pero no debes llamar confesor a quien juzgas que no cree. En efecto, confesar es decir lo que tienes en tu corazón; si empero en el corazón tienes una cosa y dices otra, hablas, no confiesas. Porque, pues, se cree en Cristo con el corazón, cosa que nadie, no, hace forzado, y, por otra parte, porque se tira de él parece que es obligado como a la fuerza, ¿cómo resolveremos ese problema: Nadie viene a mí si el Padre que me envió no tira de él?

Sólo la fe nos acerca a Cristo

3. Si se tira de él, asevera alguien, viene forzado. Si viene forzado, no cree; si no cree, tampoco viene, pues a Cristo corremos no caminando, sino creyendo; ni nos acercamos con un movimiento del cuerpo, sino con la decisión del corazón. Por eso la mujer que tocó la orla, le tocó más que la turba que presionaba. Por eso dijo el Señor: ¿Quién me ha tocado? Y los discípulos dijeron asombrados: Las turbas te estrujan y dices «quién te ha tocado»? Pero él repitió: Alguien me ha tocado. Ella tocó; la turba presionó. ¿Qué significa «ha tocado», sino «ha creído»? Por eso, tras la resurrección dijo también a la mujer que quería echarse a sus pies: No me toques, pues todavía no he subido al Padre. Supones que yo soy sólo lo que ves; no me toques. ¿Qué significa? Supones que yo soy sólo lo que aparezco ante ti; no creas así; esto significa «No me toques, pues todavía no he ascendido al Padre»; para ti no he subido, porque de allí nunca me he apartado. Si no tocaba al que en la tierra estaba en pie, ¿cómo tocaría a quien asciende al Padre? Así, empero, así quiso ser tocado; así lo tocan quienes tocan bien a quien asciende al Padre y con el Padre permanece igual al Padre.

Los placeres del espíritu

4. Por eso, si también aquí observas: «Nadie viene a mí sino ese a quien el Padre atraiga», no pienses que se tira de ti a la fuerza: también el amor tira del ánimo. No debemos temer que hombres que examinan minuciosamente las palabras y están muy alejados de entender las cosas, máxime las divinas, respecto a esta palabra evangélica de las Santas Escrituras, nos critiquen y se nos diga: «¿Cómo creo con la voluntad si se tira de mí?». Yo digo: «Poco es “con la voluntad”; incluso el placer tira de ti». ¿Qué significa que el placer tira de uno? Deléitate en el Señor, y te dará las peticiones de tu corazón. Hay cierto placer del corazón, para el que es dulce el pan celeste. Además, si a un poeta fue lícito decir: «Su placer tira de cada cual»; —no la necesidad, sino el placer; no la obligación, sino la delectación—, ¿con cuánta más fuerza debemos nosotros decir que hacia Cristo se tira del hombre que se deleita en la verdad, se deleita en la dicha, se deleita en la justicia, se deleita en la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? En verdad, ¿acaso los sentidos del cuerpo tienen sus placeres, y el ánimo es abandonado por sus placeres? Si el ánimo no tiene sus placeres,¿por qué se dice: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas, se embriagarán de la fertilidad de tu casa y les darás a beber con el torrente de tu deleite, porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz? Presenta tú uno que ame, y entenderá lo que digo. Presenta un deseoso, presenta un hambriento; presenta uno, desterrado y sediento en esta soledad, y que suspira por la fuente de la patria eterna; presenta uno así, y sabrá qué digo. Si, en cambio, hablo a alguien frío, desconoce de qué hablo. Tales eran quienes murmuraban entre ellos. Viene a mí, dice, ese de quien el Padre tire.

Dios lleva sin violentar la libertad

5. ¿Qué significa «de quien el Padre tire», cuando Cristo mismo arrastra? ¿Por qué quiso decir: De quien el Padre tire? Si ha de tirarse de nosotros, tire de nosotros aquel a quien dice cierta mujer que ama: Correremos tras el olor de tus perfumes. Pero observemos, hermanos, qué quiso dar a entender, y comprendámoslo, en la medida en que podemos. El Padre arrastra hacia el Hijo a quienes creen en el Hijo precisamente porque piensan que tiene a Dios por Padre, pues Dios Padre se engendró un Hijo igual a sí; como a quien piensa y con su fe siente y rumia que ese en quien cree es igual al Padre, de ése tira el Padre hacia el Hijo. Arrio le creyó criatura; el Padre no tiró de él, porque no lo considera Padre quien no cree que el Hijo es igual. ¿Qué dices, oh Arrio? ¿De qué hablas, hereje? ¿Qué es Cristo? «No es verdadero Dios, responde, sino alguien aquien hizo el Dios verdadero». No ha tirado de ti el Padre, pues no has entendido al Padre cuyo Hijo niegas; piensas que es otra cosa, no es eso el Hijo mismo; ni el Padre tira de ti ni tira de ti hacia el Hijo, pues el Hijo es otra cosa, cosa distinta de lo que tú dices. Fotino dijo: «Cristo es sólo hombre, no es también Dios». El Padre no ha tirado de quien así cree. El Padre tiró de quien afirmó: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. No como un profeta, no como Juan, no como algún gran justo, sino como el Único, como el igual al Padre, tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Mira que se ha tirado de él y el Padre ha tirado de él: Dichoso eres, Simón Barjoná, porque no te lo ha revelado carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Esa revelación es ella misma la atracción. Muestras un ramo verde a una oveja y tiras de ella. Se muestran nueces a un niño y se tira de él; y hacia donde corre se tira de él; amando se tira de él, sin lesión del cuerpo se tira de él, el vínculo del corazón tira de él. Si, pues, eso que entre las delicias y placeres terrenos se les revela a los amantes, tira de ellos porque es verdad que «su placer tira de cada cual», ¿no arrastrará Cristo, revelado por el Padre? En efecto, ¿qué desea el alma más fuertemente que la verdad? ¿De qué debe tener ávida la garganta, por qué debe desear que dentro esté sano el paladar con que juzgar la verdad, sino para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad, la eternidad?

La saciedad definitiva

6. ¿Dónde está esto? Allí mejor; allí de modo enteramente verdadero; allí de modo enteramente pleno. En efecto, aquí podemos más fácilmente sentir hambre que ser saciados, y esto aunque tenemos una esperanza buena, pues afirma: «Dichosos quienes tienen hambre y sed de la justicia», pero aquí, porque ésos serán saciados, pero allí. Por eso, cuando dijo: «Nadie viene a mí si el Padre que me envió no tira de él», ¿qué añadió? Y yo le resucitaré en el último día. Le pago con lo que ama, le pago con lo que espera; verá lo que creyó sin verlo 3, comerá lo que hambrea, se saciará de eso de que tiene sed. ¿Cuándo? En la resurrección de los muertos, porque yo le resucitaré en el último día.

El maestro interior

7. Pues está escrito en los profetas: Y todos serán aprendices de Dios. ¿Por qué he dicho esto, oh judíos? El Padre no os ha instruido; ¿cómo podréis reconocerme? Todos los hombres de aquel reino serán aprendices de Dios, no oirán a los hombres. Y, si algo oyen a los hombres, sin embargo, lo que entienden se da dentro; dentro resplandece, dentro se revela. ¿Qué hacen los hombres que informan por fuera? ¿Qué hago yo ahora, cuando hablo? Introduzco en vuestros oídos el ruido de las palabras. Si, pues, no revela quien está dentro, ¿por qué explico, por qué hablo? El cultivador de árboles está fuera; el Creador está dentro. Quien planta y quien riega trabajan por fuera; esto hago yo. Pero ni quien planta es algo ni quien riega, sino quien da el crecimiento, Dios; esto significa: Todos serán aprendices de Dios. ¿Qué todos? Todo el que oyó al Padre y aprendió, viene a mí. Mirad cómo arrastra el Padre: enseñando deleita, no imponiendo algo inexorable. He aquí cómo arrastra. «Serán todos aprendices de Dios» es el arrastrar de Dios. «Todo el que oyó al Padre y aprendió, viene a mí» es el arrastrar de Dios.

El Padre, maestro por su palabra

8. ¿Qué decir, pues, hermanos? Si todo el que oyó al Padre y aprendió, viene a Cristo, ¿Cristo no ha enseñado aquí nada? ¿Qué significa el que los hombres no han visto al Padre como a maestro, pero han visto como tal a Cristo? El Hijo hablaba, pero el Padre enseñaba. Yo, por ser hombre, ¿a quién enseño? ¿A quién, hermanos, sino a quien oyó mi palabra? Si yo, por ser hombre, enseño a quien oye mi palabra, también el Padre enseña a quien oye su Palabra; si el Padre enseña a quien oye su Palabra, pregúntate quién es Cristo, y hallarás que es su Palabra: En el principio existía la Palabra. No «en el principio hizo Dios la Palabra», como en el principio hizo Dios el cielo y la tierra; he aquí que no es criatura. Aprende a dejar que el Padre tire de ti hacia el Hijo; enséñete el Padre, oye su Palabra. ¿Qué Palabra suya, preguntas, oigo? En el principio existía la Palabra; no fue hecha, sino que existía: Y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. ¿Cómo los hombres, establecidos en la carne, oirán tal Palabra? Porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

9. Él mismo expone esto y nos muestra por qué dijo: Quien oyó al Padre y aprendió, viene a mí. A continuación añade algo que podríamos pensar: No porque alguien haya visto al Padre, sino que este que procede de Dios, éste ha visto al Padre. ¿Qué es lo que asevera? Yo he visto al Padre; vosotros no habéis visto al Padre; y, sin embargo, no venís a mí si el Padre no tira de vosotros. Ahora bien, ¿qué significa ser arrastrados por el Padre sino aprender del Padre? ¿Qué significa aprender del Padre sino escuchar al Padre? ¿Qué significa escuchar al Padre sino escuchar la Palabra del Padre, esto es, a mí? Para que, pues, cuando os digo: «Todo el que oyó al Padre y aprendió», no digáis quizá entre vosotros: «Pero nunca hemos visto al Padre, ¿cómo hemos podido aprender de él?», escuchadme: No porque alguien haya visto al Padre, sino que este que procede de Dios, éste ha visto al Padre. Yo conozco al Padre, procedo de él; pero como la palabra procede de aquel cuya palabra es; no la que suena y pasa, sino la que permanece con quien la dice y tira de quien la oye.

La Vida dio muerte a la muerte

10. Sirva de estímulo lo que sigue: En verdad, en verdad os digo: quien cree en mí tiene vida eterna. Quiso revelar qué es él, porque pudo decir en síntesis: «Quien cree en mí, me tiene», pues Cristo es verdadero Dios y la vida eterna. Quien, pues, cree en mí, afirma, va a mí; y el que va a mí, me tiene. Ahora bien, ¿qué es tenerme? Tener vida eterna. La Vida eterna asumió la muerte, la Vida eterna quiso morir; pero con lo tuyo, no con lo suyo; de ti tomó con qué morir por ti. De los hombres tomó, en efecto, la carne, pero no al modo de los hombres, porque, mientras tenía padre en el cielo, eligió madre en la tierra; allí nació sin madre y aquí sin padre. La Vida, pues, asumió la muerte para que la Vida matase a la muerte. De hecho, afirma:« Quien cree en mí tiene vida eterna», no es lo patente, sino lo latente, pues la Vida eterna es: En el principio la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios, y la vida era la luz de los hombres. Él mismo, la Vida eterna, dio también a la carne asumida la vida eterna. Vino a morir, pero resucitó al tercer día. Fue destruida la muerte, intermedia entre la Palabra que asumió la carne y la carne que resucita.

Cómo recibir este sacramento

11. Yo soy, afirma, el pan de la vida. Y ¿de qué se ensoberbecían ellos? Vuestros padres, afirma, comieron en el desierto el maná y murieron. ¿Qué hay para ensoberbeceros? Comieron el maná y murieron. ¿Por qué comieron y murieron? Porque creían lo que veían; no entendían lo que no veían. Padres vuestros, precisamente porque vosotros sois semejantes a ellos. Por cierto, en cuanto se refiere, hermanos míos, a esa muerte visible y corporal, ¿acaso no morimos nosotros que comemos el pan que desciende del cielo? Aquéllos murieron como nosotros vamos a morir, en cuanto, como he dicho, atañe a la muerte visible y carnal de este cuerpo. En cambio, en cuanto se refiere a la muerte con que el Señor aterroriza, muerte con que murieron los padres de ésos, comió el maná Moisés, comió el maná Aarón, comió el maná Finés, comieron allí muchos que agradaron al Señor, y no murieron. ¿Por qué? Porque entendieron espiritualmente el alimento visible, espiritualmente lo hambrearon, espiritualmente lo gustaron para ser saciados espiritualmente. De hecho, también nosotros recibimos hoy un alimento visible; pero una cosa es el sacramento, otra la eficacia del sacramento. ¡Cuantísimos lo reciben del altar y mueren, y mueren por recibirlo! Por ende dice el Apóstol: Se come y bebe la condena. En efecto, el bocado del Señor no fue veneno para Judas, y, sin embargo, lo recibió y, cuando lo recibió, entró en él el enemigo, no por haber recibido algo malo, sino porque, malo, recibió mal algo bueno. Mirad, pues, hermanos, comed espiritualmente el pan celeste, traed inocencia al altar. Los pecados, aunque son cotidianos, al menos no sean mortíferos. Antes de acercaros al altar observad qué decís: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdonas: se te perdonará; acércate seguro, es pan, no veneno. Pero mira si perdonas, porque, si no perdonas, mientes, y mientes a quien no engañas. Puedes mentir a Dios, no puedes engañar a Dios. Sabe qué hacer. Dentro te ve, dentro te examina, dentro te inspecciona, dentro te juzga, dentro te condena o te corona. Pues bien, los padres de ésos, esto es, los malos padres de malos, son infieles padres de infieles, murmuradores padres de murmuradores. De hecho, se dice que con ninguna cosa ofendió más a Dios aquel pueblo que murmurando contra Dios. Y, precisamente por eso, el Señor, al querer presentarlos como hijos de tales individuos, comienza respecto a ellos: ¿Por qué murmuráis entre vosotros, murmuradores hijos de murmuradores? Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron, no porque el maná era malo, sino porque lo comieron mal.

Comer espiritualmente

12. Éste es el pan que desciende del cielo. A este pan significó el maná, a este pan significó el altar de Dios. Sacramentos eran aquellas cosas; en cuanto signos, eran diversos; en cuanto a la realidad que se significaba, son iguales. Escucha el Apóstol, afirma: Pues no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y todos fueron bautizados en Moisés mediante la nube y mediante el mar, y todos comieron idéntica comida espiritual. Sí, idéntica comida espiritual; de hecho comieron otra corporal porque ellos comieron el maná, nosotros otra cosa; mas comieron la comida espiritual que nosotros comemos; pero la comieron nuestros padres, a los que nosotros somos similares, no los padres de ellos, a los que ellos fueron similares. Y añade: Y todos bebieron idéntica bebida espiritual. Ellos una, nosotros otra, pero en su apariencia corporal, porque, sin embargo, en cuanto a la fuerza espiritual significa esto mismo. ¿Cómo, en efecto, idéntica bebida? Bebían, afirma, de la roca espiritual que los seguía; ahora bien, la roca era el Mesías. De ahí el pan, de ahí la bebida. La roca era Cristo, el verdadero Cristo en cuanto a la Palabra y en cuanto a la carne. ¿Y cómo bebieron? Fue golpeada dos veces la roca con la vara; la doble percusión significa los dos maderos de la cruz. Éste es, pues, el pan que desciende del cielo, para que, si alguien comiere de él, no muera. Pero en cuanto a lo que se refiere a la fuerza del sacramento, no en cuanto se refiere al sacramento visible: quien lo come dentro, no fuera; quien lo come con el corazón, no quien lo aplasta con los dientes.

¡Oh misterio de amor!

13. Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo. Vivo precisamente porque he descendido del cielo. También el maná bajó del cielo. Pero el maná era la sombra; éste es la realidad. Si alguien comiere de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo. ¿Cuándo la carne entendería que llamó pan a la carne? Se llama carne a lo que la carne no entiende, y mucho menos lo entiende, precisamente, por llamarle carne. Por cierto, de esto se horrorizaron, dijeron que esto era demasiado para ellos, supusieron que esto no podía suceder. Es mi carne, afirma, por la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no descuidan ser cuerpo de Cristo. Sean hechos cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo no vive sino el cuerpo de Cristo. Entended, hermanos míos, qué he dicho. Eres hombre, tienes cuerpo y tienes espíritu. Llamo espíritu a lo que se llama alma, de la que consta lo que eres en cuanto hombre, pues constas de alma y cuerpo. Tienes, pues, un espíritu invisible, un cuerpo visible. Dime qué vive en virtud de qué: ¿tu espíritu vive en virtud de tu cuerpo, o tu cuerpo en virtud de tu espíritu? Responde todo el que vive —quien, en cambio, no puede responder a esto, no sé si vive—; ¿qué responde todo el que vive? Mi cuerpo vive, sí, de mi espíritu. ¿Y tú, pues, quieres vivir del Espíritu de Cristo? Mantente en el cuerpo de Cristo. Por cierto, ¿acaso mi cuerpo vive de tu espíritu? El mío vive de mi espíritu, y el tuyo del tuyo. El cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De ahí es que, al explicarnos el apóstol Pablo este pan, afirme: Los muchos somos un único pan, un único cuerpo. ¡Oh sacramento de piedad! ¡O signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad! Quien quiere vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir. Acérquese, crea, incorpórese para ser vivificado. No sienta repugnancia de la trabazón de los miembros, no sea un miembro podrido que merezca ser amputado, no sea deforme que deba ruborizarse de ello; sea bello, sea proporcionado, sea sano, adhiérase al cuerpo; de Dios viva para Dios; fatíguese ahora en la tierra, para reinar después en el cielo.

El pan de la concordia

14. Litigaban, pues, entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Litigaban, sí, entre ellos porque no entendían ni querían comer el pan de la concordia. De hecho, quienes comen tal pan no litigan entre sí, porque los muchos somos un único pan, un único cuerpo, y mediante este pan hace Dios habitar de una única manera en la casa.

Tiene vida eterna

15. Ahora bien, lo que preguntan litigando, cómo pueda el Señor dar a comer su carne, no lo oyen inmediatamente, sino que se les dice aún: En verdad, en verdad os digo: si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis en vosotros vida. Ignoráis ciertamente cómo se come y cuál es el modo de comer ese pan; sin embargo, si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis en vosotros vida. Decía esto no a cadáveres, no, sino a vivientes. Por ende, para que al entender esa vida no litigasen tampoco sobre este punto, añadió a continuación: Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. No la tiene, pues, quien no come ese pan ni bebe esa sangre. Sin eso pueden, sí, los hombres tener vida temporal, pero no pueden tener en absoluto vida eterna. Quien, pues, no come su carne ni bebe su sangre, no tiene en él vida; y quien come su carne y bebe su sangre, tiene vida. Ahora bien, a una y otra cosa responde lo que ha dicho: eterna. No es así respecto a esta comida que tomamos para sustentar esta vida temporal. En efecto, quien no la tome, no vivirá; tampoco empero quien la tome vivirá, pues puede suceder que, por vejez o enfermedad o por otra circunstancia, mueran muchísimos que incluso la han tomado. En cambio, respecto a este alimento y bebida, esto es, el cuerpo y la sangre del Señor, no es así, porque quien no lo come no tiene vida y quien lo come tiene vida, y ésta eterna, sí.

Así pues, quiere que este alimento y bebida se entienda como la sociedad del cuerpo y de sus miembros, cosa que es la santa Iglesia en sus predestinados, llamados, justificados, santos glorificados y fieles. La primera de estas cosas ya ha sucedido, esto es, la predestinación; la segunda y tercera han sucedido, suceden y sucederán, esto es, la vocación y la justificación; la cuarta, en cambio, esto es, la glorificación, existe ahora en esperanza; es futura, en cambio, en la realidad. El sacramento de esta realidad, esto es, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en la mesa del Señor, en algunos lugares diariamente, en otros cada ciertos días, y de la mesa del Señor unos lo toman para la vida, otros para el desastre. En cambio, la realidad de este sacramento sirve para la vida a todo hombre que participa de él, a ninguno para el desastre.

Prenda de la vida eterna

16. Ahora bien, para que no supusieran que en esa comida y bebida se promete vida eterna de forma que ya no morirían en cuanto al cuerpo, se dignó salir al paso de este pensamiento. Efectivamente, tras haber dicho: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna», añadió a continuación: Y yo lo resucitaré el último día. Así, mientras tanto, según el espíritu tendrá vida eterna en cuanto al descanso que acoge a los espíritus de los santos; por otra parte, en cuanto atañe al cuerpo, tampoco se le priva de vida eterna, pero en la resurrección de los muertos el último día.

Signo de la unidad

17. Pues mi carne es verdaderamente comida, afirma, y mi sangre es verdaderamente bebida. Por cierto, aunque mediante el alimento y la bebida los hombres buscan esto, no tener hambre ni sed, esto no lo proporciona realmente sino ese alimento y esa bebida que hacen inmortales e incorruptibles a quienes los toman, esto es, a la sociedad misma de los santos, donde habrá paz y unidad plenas y perfectas. Por eso ciertamente, como algunos hombres de Dios lo han entendido antes que nosotros, nuestro Señor Jesucristo ha confiado su cuerpo y sangre mediante cosas que, de muchas, se reducen a alguna unidad. En efecto, uno se constituye en unidad a partir de muchos granos; el otro confluye a la unidad a partir de muchos granos.

La permanencia mutua

18. Finalmente expone ya cómo sucede lo que dice, y qué significa comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Comer, pues, aquella comida y beber aquella bebida es esto: permanecer en Cristo y tenerlo a él, que permanece en nosotros. Y, por eso, quien no permanece en Cristo y aquel en quien Cristo no permanece, sin duda no come su carne ni bebe su sangre, sino que, más bien, come y bebe para su condena el sacramento de realidad tan grande, porque se atrevió a acercarse inmundo a los sacramentos de Cristo, los cuales nadie toma dignamente, sino quien está limpio; de éstos está dicho: Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios.

Vivirá por mí

19. Afirma: Como me envió el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también quien me come vivirá también ése mismo por mí. No asevera: «Igual que como al Padre y vivo por el Padre, también quien me come vivirá también ese mismo por mí». En efecto, a diferencia de la participación en el Hijo, la cual nos hace mejores mediante la unidad de su cuerpo y sangre, cosa que significan ese comer y beber, la participación en el Padre no hace mejor al Hijo, que nació igual. Nosotros, pues, vivimos por él mismo al comerlo, esto es, al recibirlo a él, Vida eterna que no teníamos en virtud de nosotros; en cambio, por el Padre vive él, enviado por él porque se vació a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. De hecho, si, como también nosotros vivimos por él, que es mayor que nosotros, «Vivo por el Padre» lo entendemos según lo que en otra parte asevera: El Padre es mayor que yo, esto ha sucedido porque fue enviado. El envío es ciertamente su vaciamiento de sí mismo y la aceptación de la forma de esclavo, lo cual se entiende rectamente si se conserva también la igualdad de la naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre, en efecto, es mayor que el Hijo hombre, pero tiene al Hijo, Dios igual, ya que el mismo en persona, el único Cristo Jesús, es Dios y hombre, Hijo de Dios e hijo de hombre. Respecto a esa afirmación, si se entienden rectamente estas palabras, ha dicho: «Como me envió el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también quien me come vivirá también ése mismo por mí», como si dijera: «Mi vaciamiento, en el que me envió, ha hecho que yo viva por el Padre, esto es, que refiera a él, como a mayor, mi vida; en cambio, que cada uno viva por mí, lo hace la participación con que me come. Así pues, yo, rebajado, vivo por el Padre; aquél, erguido, vive por mí». Ahora bien, si« Vivo por el Padre» está dicho porque aquél procede de éste, no éste de aquél, sin detrimento de la igualdad está dicho. Sin embargo, diciendo «Quien me come vivirá por mí», no significó la idéntica igualdad suya y nuestra, sino que muestra la gracia de Mediador.

Cristo, Vida eterna

20. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, comiéndolo, vivamos, ya que por nosotros no podemos tener vida eterna. Afirma: A diferencia de vuestros padres, que comieron el maná y murieron, quien come este pan vivirá eternamente. Quiere, pues, que el que ellos murieron se entienda de forma que no viven eternamente. De hecho, temporalmente morirán en realidad aun quienes comen a Cristo; pero viven eternamente, porque Cristo es la Vida eterna.

 

TRATADO 27

Comentario a Jn 6,60-72, predicado en Hipona el lunes 10 de agosto de 414, en la fiesta de San Lorenzo

Entender la carne no según la carne

1. Del evangelio hemos oído las palabras del Señor que siguen al sermón anterior. Respecto a ellas se debe a vuestros oídos y mentes un sermón, y éste no es inadecuado al día hodierno, pues trata del cuerpo del Señor, que él decía darlo a comer por la vida eterna. Pues bien, diciendo «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él», expuso el modo de este reparto y don suyo, cómo da su carne a comer. Signo de que uno lo ha comido y bebido es esto: si permanece y es objeto de permanencia, si habita y es inhabitado, si se adhiere sin ser abandonado. Con palabras místicas, pues, nos ha enseñado y estimulado a esto: a estar en su cuerpo bajo esa misma cabeza, entre sus miembros, comiendo su carne, sin abandonar su unidad. Pero demasiados de quienes estaban presentes se escandalizaron por no entender, ya que, al oír esto, no pensaban sino en la carne, cosa que ésos mismos eran. Ahora bien, el Apóstol dice, y dice la verdad: Pensar según la carne es muerte. El Señor nos da a comer su carne, mas pensar según la carne es muerte, aunque de su carne dice que allí hay vida eterna. Ni siquiera la carne, pues, debemos entenderla según la carne, como en las palabras siguientes.

Atención a los secretos de Dios

2. Así pues, muchos oyentes, no de sus enemigos, sino de sus discípulos, dijeron: Dura es esta palabra. ¿Quién puede oírla?3 Si los discípulos tuvieron por dura esta palabra, los enemigos ¿qué pensarían? Y, sin embargo, era preciso decir así lo que no todos podían entender. El secreto de Dios debe suscitar personas atentas, adversarias. En cambio, ésos desertaron pronto, tras decir tales palabras el Señor Jesús; no creyeron que decía algo importante y que con las palabras aquellas cubría enteramente alguna gracia; más bien, como quisieron y al modo humano entendieron que Jesús podía o disponía esto: distribuir como troceada, a quienes en él creen, la carne de que estaba vestida la Palabra. Afirman: Dura es esta palabra. ¿Quién puede oírla?

3. Ahora bien, porque Jesús sabía en su interior que sus discípulos murmuraban de esto. De hecho, dijeron esto entre ellos para que él no los oyese; pero él, que los conocía en sí mismos, por haber oído en su interior, respondió y preguntó: ¿Esto os escandaliza? Ciertamente os escandaliza esto, haber dicho yo: Os doy a comer mi carne y a beber mi sangre. ¿Si, pues, vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes? ¿Qué significa esto? ¿Con esto resuelve lo que los había turbado? ¿Con esto aclara la causa que los había escandalizado? Con esto sencillamente, si entendieran. Ellos, en efecto, suponían que él iba a distribuir su cuerpo; él, en cambio, dijo que iba a subir al cielo, por supuesto, él íntegro. Cuando veáis al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes, entonces veréis ciertamente que distribuye su cuerpo no del modo que suponéis, o entonces entenderéis ciertamente que su gracia no se consume a bocados.

En Cristo hay una sola persona

4. Y asevera: El espíritu es quien vivifica; la carne no sirve de nada. Antes de exponer esto según la donación del Señor, no ha de pasarse por alto negligentemente lo que aseveró: Si vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes. Porque Cristo, el Hijo del hombre, nació de la Virgen María, el Hijo del hombre, pues, comenzó a estar aquí en la tierra cuando de la tierra tomó la carne. Por eso había sido dicho proféticamente: La verdad ha brotado de la tierra. ¿Qué significa, pues, lo que asevera: Si vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes? De hecho, no habría ningún problema si hubiera dicho así: Si vierais al Hijo de Dios subir adonde estaba antes. Pero, porque dijo que el Hijo del hombre sube adonde estaba antes, ¿acaso el Hijo del hombre estaba en el cielo antes, cuando comenzó a estar en la tierra? Aquí dijo, por cierto: «Adonde estaba antes», como si no estuviese allí cuando decía estas cosas. Ahora bien, dice en otro pasaje: Nadie ha ascendido al cielo sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. No dice «estaba», sino que afirma: El Hijo del hombre que está en el cielo. Hablaba en la tierra y decía que él estaba en el cielo. Mas no dijo así: Nadie ha ascendido al cielo sino quien ha descendido del cielo, el Hijo de Dios, que está en el cielo. ¿A qué se refiere esto sino a que entendamos lo que ya encarecí a Vuestra Caridad en el sermón anterior: que Cristo Dios y hombre es una sola persona, no dos, de forma que nuestra fe es la Trinidad, no una cuaternidad? Cristo, pues, es un único individuo: la Palabra, el alma y la carne son el único Cristo; el Hijo de Dios y el Hijo del hombre son el único Cristo. Hijo de Dios siempre; Hijo del hombre en virtud del tiempo; sin embargo, el único Cristo según la unidad de la persona. Estaba en el cielo mientras hablaba en la tierra. En el cielo estaba el Hijo del hombre como el Hijo de Dios estaba en la tierra; por la carne asumida estaba en la tierra el Hijo de Dios; por la unidad de la persona estaba en el cielo el Hijo del hombre.

La carne no sirve de nada

5. ¿Qué significa, pues, lo que añade: El espíritu es quien vivifica; la carne no sirve de nada? Puesto que nos soporta, si, en vez de contradecirle, deseamos saber, digámosle: Oh Señor, Maestro bueno, ¿cómo la carne no sirve de nada, cuando tú has dicho: «Si alguien no comiere mi carne y bebiere mi sangre, no tendrá en  vida? ¿O la vida no sirve de nada? Y ¿por qué somos lo que somos sino para tener la vida eterna que prometes con tu carne? ¿Qué significa, pues, la carne no sirve de nada? De nada sirve, pero como la entendieron aquéllos; por cierto, entendieron la carne como en un cadáver se desgarra o en el mercado se vende; no como la vivifica el espíritu. Por ende, está dicho: «La carne no sirve de nada», como está dicho: La ciencia infla. Deberemos, pues, odiar ya la ciencia? Ni hablar. Y ¿qué significa: La ciencia infla? Sola, sin la caridad. Por eso añadió: En cambio, la caridad edifica. Añade, pues, a la ciencia caridad, y la ciencia será útil no por sí, sino por la caridad. Así también ahora: «La carne no sirve de nada», pero la carne sola; súmese a la carne el espíritu, como se suma a la ciencia la caridad, y servirá muchísimo. De hecho, si la carne no sirviese para nada, la Palabra no se habría hecho carne para habitar entre nosotros. Si Cristo nos ha servido de mucho mediante la carne, ¿cómo la carne no sirve de nada? Pero mediante la carne ha realizado algo el Espíritu por nuestra salvación. La carne fue el vaso; observa lo que tenía, no lo que era. Los apóstoles fueron enviados; ¿acaso su carne no nos sirvió de nada? Si la carne de los apóstoles nos sirvió, ¿pudo la carne del Señor no servir de nada? De hecho, ¿cómo llega a nosotros el sonido de la palabra sino mediante la voz de la carne? ¿Cómo funciona el estilete, cómo llega a nosotros un escrito? Todo eso son obras de la carne, pero porque el espíritu la pone en movimiento como a su instrumento. El Espíritu, pues, es quien vivifica; la carne no sirve de nada; yo no doy a comer mi carne como ellos entendieron la carne.

El Espíritu es quien da vida

6. Por eso afirma: Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida. Ya dije, hermanos, que en el comer su carne y beber su sangre nos encarece el Señor esto: que permanezcamos en él y él en nosotros. Pues bien, permanecemos en él cuando somos sus miembros; por su parte, él mismo permanece en nosotros cuando somos su templo. Ahora bien, la unidad nos traba para ser sus miembros. ¿Quién, sino la caridad, hace que la unidad trabe? ¿Y la caridad de Dios de dónde viene? Interroga al Apóstol: La caridad de Dios, afirma, ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado. El Espíritu, pues, es quien vivifica, pues el espíritu hace vivos a los miembros. El espíritu no hace vivos sino a los miembros que hallare en el cuerpo al que vivifica el espíritu mismo. En efecto, oh hombre, el espíritu que hay en ti, del que constas para ser hombre, ¿acaso vivifica al miembro al que halle separado de tu carne? Llamo espíritu tuyo a tu alma; tu alma no vivifica sino a los miembros que están en tu carne; si retiras uno, ya no es vivificado en virtud de tu alma, por no estar asociado a la unidad de tu cuerpo. Se dice esto para que amemos la unidad y temamos la separación. Nada, en efecto, debe temer tanto el cristiano como separarse del cuerpo de Cristo, ya que, si se separa del cuerpo de Cristo, no es miembro suyo; si no es miembro suyo, no lo vivifica su Espíritu: Todo el que no tiene el Espíritu de Cristo, afirma el Apóstol, no es suyo. El Espíritu, pues, es quien vivifica; la carne, en cambio, no sirve de nada. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida. ¿Qué significa Son espíritu y vida? Que han de entenderse espiritualmente. ¿Las has entendido espiritualmente? Son espíritu y vida. ¿Las has entendido carnalmente? Aun así, ellas son espíritu y vida, pero para ti no lo son.

Cree para ser iluminado

7. Pero entre vosotros, afirma, hay algunos que no creen. No ha dicho: Hay algunos entre vosotros que no entienden, sino que ha dicho la causa por la que no entienden: pues entre vosotros hay algunos que no creen, y no entienden precisamente porque no creen. En efecto, un profeta ha dicho: Si no creéis, no entenderéis. Mediante la fe somos ligados, mediante la comprensión somos vivificados. Primeramente adhirámonos mediante la fe, para que haya algo que sea vivificado mediante la intelección. De hecho, quien no se adhiere se resiste; quien se resiste no cree. De hecho, quien se resiste, ¿cómo es vivificado? Es enemigo del rayo de luz que ha de penetrarlo; no aparta la mirada, sino que cierra la mente. Hay, pues, algunos que no creen. Crean y abran; abran y serán iluminados.

Pues desde el inicio sabía Jesús quiénes serían creyentes y quién iba a entregarlo. Allí, en efecto, estaba también Judas. De hecho, algunos se escandalizaron; él, en cambio, permaneció para acechar, no para entender. Y, porque había permanecido para eso, el Señor no se calló respecto a él. No lo nombró expresamente, pero tampoco se calló, para que todos temieran, aunque uno solo pereciera. Pero, después de hablar y distinguir de los no creyentes a los creyentes, expresó la causa de que no creen: Por eso os he dicho, afirma, que nadie puede venir a mí si mi Padre no se lo diere. Incluso creer, pues, se nos da, ya que creer no es nada. Ahora bien, si es algo importante, alégrate de haber creído, pero no te ensoberbezcas, pues ¿qué tienes que no hayas recibido?

Fracaso de Cristo para nuestro consuelo

8. Desde entonces muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Se volvieron atrás, pero detrás de Satanás, no detrás de Cristo. Por cierto, en cierta ocasión, Cristo el Señor llamó Satanás a Pedro, porque quería, más bien, preceder a su Señor y aconsejarle que no muriese él, que había venido a morir para que nosotros no muriésemos eternamente, y le dijo: Regresa detrás de mí, Satanás, pues no piensas en lo que es de Dios, sino en lo que es del hombre. Lo rechazó y denominó Satanás no para que caminase tras Satanás, sino que lo hizo caminar tras de sí, para que, caminando tras el Señor, no fuese Satanás. En cambio, ésos regresaron atrás como de ciertas mujeres dice el Apóstol: Pues algunas se han vuelto atrás detrás de Satanás. En adelante no anduvieron con él. He aquí que, desgajados del cuerpo, perdieron la vida, quizá porque ni siquiera estuvieron en el cuerpo. Entre quienes no creían han de contarse también ésos, aunque se llamasen discípulos. Se volvieron atrás no pocos, sino muchos. Esto sucedió quizá para consuelo, porque a veces sucede que un hombre dice la verdad y no se comprende lo que dice y quienes lo oyen se escandalizan y se retiran. Por otra parte, le pesa a ese hombre haber dicho lo que es verdadero; dice, en efecto, para sus adentros ese hombre: «No debí hablar así; no debí decir esto». He aquí que le sucedió al Señor: habló y perdió a muchos, se quedó para pocos. Pero él no se turbaba porque desde el inicio sabía quiénes serían creyentes y quiénes no creyentes; si nos sucede a nosotros, nos perturbamos. Hallemos solaz en el Señor y empero digamos cautamente las palabras.

Pedro responde por nosotros

9. Y él habla a los pocos que se habían quedado. Dijo, pues, Jesús a los doce, esto es, a los doce que se quedaron: ¿Acaso también vosotros, pregunta, queréis iros? Ni siquiera Judas se marchó. Pero para el Señor estaba claro por qué permanecía; después nos lo ha manifestado. Respondió Pedro por todos, uno por muchos, la unidad por todos sin excepción: Le respondió, pues, Simón Pedro: Señor, a quién iremos? Nos rechazas de ti, danos otro tú. ¿A quién iremos? Si de ti nos apartamos, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo Pedro, por donación de Dios, porque el Espíritu Santo ha vuelto a crearlo, ha entendido. ¿Por qué, sino porque ha creído? Tú tienes palabras de vida eterna, pues tienes la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído y conocido. No hemos conocido y hemos creído, sino hemos creído y conocido, pues hemos creído para conocer, porque, si quisiéramos primero conocer y después creer, no seríamos capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, esto es, que tú eres la vida eterna misma, y que en tu carne y sangre no das sino lo que eres.

Dios permite el mal para bien

10. Pregunta, pues, el Señor Jesús: ¿Acaso no os elegí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo? Diría, pues, «elegí a once»; ¿o se elige también al diablo, o el diablo está entre los elegidos? De «elegidos» suele hablarse como loa; ¿o es también elegido ese de quien, sin quererlo ni saberlo él, se haría alguna gran cosa buena? Esto es propio de Dios y contrario a los malvados. En efecto, como los inicuos usan mal las buenas obras de Dios, así Dios, al contrario, usa bien las obras malas de los inicuos. ¡Qué bueno es que los miembros del cuerpo estén tal como sólo el artífice Dios puede disponerlos! Sin embargo, ¡qué mal usa los ojos el descaro! ¡Y qué mal usa la lengua la falacia! El testigo falso, ¿no mata primero su alma con la lengua y, muerto él, intenta dañar al otro? Usa mal la lengua, pero no por ello la lengua es algo malo; obra de Dios es la lengua; pero la maldad usa mal la buena obra de Dios. ¡Cómo usan los pies quienes corren a los delitos! ¡Cómo usan las manos los homicidas, y qué mal usan los malos a las buenas criaturas de Dios que por fuera les están próximas! Con el oro corrompen los juicios, oprimen a los inocentes. Mal usan los malos esa luz, ya que, viviendo mal, usurpan para servicio de sus delitos incluso la luz misma con que ven. En efecto, el malo, al ir a hacer algo malo, quiere disponer de luz para no tropezar él, que dentro tropezó ya y cayó; lo que teme en el cuerpo, ya ha acaecido en el corazón. Todos los bienes de Dios —para que no resulte largo recorrerlos uno por uno— los usa mal el malo; al contrario, el bueno usa bien las maldades de los hombres malos. ¿Y qué bien hay tan grande como el único Dios, siendo así que el Señor mismo dijo: Nadie hay bueno sino uno solo, Dios? Cuanto, pues, mejor es él, tanto mejor usa incluso nuestros males.

¿Qué hay peor que Judas? Entre todos los adheridos al Maestro, entre los doce, se le confiaron los cofrecillos y elreparto distribuido a los pobres; ingrato ante tamaño favor, ante tan gran honor, aceptó el dinero, perdió la justicia; muerto entregó la Vida; como enemigo persiguió a quien siguió como discípulo. Toda esta es la maldad de Judas; pero su maldad la usó bien el Señor. Soportó ser entregado para redimirnos. He aquí que la maldad de Judas se convirtió en un bien. ¿A cuántos mártires ha perseguido Satanás? Si Satanás cesara de perseguir, no celebraríamos hoy latan gloriosa corona de San Lorenzo. Si, pues, Dios usa bien las obras malas del diablo mismo, lo que el malo hace usando mal, le daña a él, no contradice a la bondad de Dios. El Artífice se sirve del mal; y, eminente Artífice, si no supiera servirse de él, no permitiría siquiera que existiese. Uno, pues, de vosotros es diablo, asevera, aunque yo os elegí a vosotros doce. Lo que asevera «Elegí a doce»: puede también entenderse así, por ser un número sagrado: que, en efecto, no por haber perecido uno de ellos, se ha quitado, por eso, el honor de ese número, pues en lugar del que pereció fue elegido otro como sustituto. El número doce permaneció como número consagrado, porque iban a anunciar la Trinidad por todo el mundo, esto es, por los cuatro puntos cardinales. Por eso, tres veces de cuatro en cuatro. Se suicidó, pues, Judas, no violó el número doce; él mismo desertó del Preceptor porque Dios le puso un sucesor.

Comer su cuerpo y participar de su espíritu

11. Todo lo que el Señor nos ha hablado de su cuerpo y de su sangre es esto: en la gracia de su reparto nos ha prometido la vida eterna; quiso que con eso se entienda que los comensales y bebedores de su carne y de su sangre permanecen en él y él en ellos; no entendieron quienes no creyeron; se escandalizaron por haber entendido carnalmente lo espiritual, y, escandalizados y perecidos ellos, el Señor acudió, para consolación, a los discípulos que se habían quedado, para probar a los cuales interrogó: «¿Acaso también vosotros queréis iros?», para que se nos diera a conocer la respuesta de su permanencia, porque sabía que permanecían. Todo esto, pues, queridísimos, nos sirva, para que comamos la carne de Cristo y la sangre de Cristo no sólo en el sacramento, cosa que hacen también muchos malos, sino que la comamos y bebamos hasta la participación del Espíritu. Así permaneceremos en el cuerpo del Señor como miembros, para que su Espíritu nos vivifique y no nos escandalicemos aunque, de momento, con nosotros comen y beben temporalmente los sacramentos muchos que al final tendrán tormentos eternos. De hecho, el cuerpo de Cristo está por ahora mezclado como en la era; pero el Señor conoce a quienes son suyos. Si tú sabes qué trillas, que la masa está allí latente y que la trilla no destruye lo que la bielda va a limpiar, estamos ciertos, hermanos, de que todos los que estamos en el cuerpo del Señor y permanecemos en él para que él mismo permanezca también en nosotros, en este mundo necesariamente tenemos que vivir hasta el final entre los malos. Digo: no entre los malos que denuestan a Cristo, pues se encuentra a pocos que lo denuestan con la lengua; pero se encuentra a muchos que lo hacen con la vida. Es, pues, necesario vivir hasta el final entre ellos.

Permanecer en Cristo como San Lorenzo

12. Pero ¿qué significa lo que asevera: «Quien permanece en mí y yo en él», qué, sino lo que oían los mártires: Quien persevere hasta el final, éste será salvo? ¿Cómo permaneció en él San Lorenzo, cuya fiesta celebramos hoy? Permaneció hasta la prueba, permaneció hasta el interrogatorio del tirano, permaneció hasta las más crueles amenazas, permaneció hasta la muerte; es poco, permaneció hasta la inhumana tortura, pues no fue asesinado rápidamente, sino que lo torturaron al fuego; se le permitió vivir largo rato; mejor dicho, no se le permitió vivir largo rato, sino que fue forzado a morir lentamente. En esa larga muerte, pues, en esos tormentos, cual cebado con esa comida y ebrio de esa copa, no sintió los tormentos porque había comido bien y había bebido bien. Allí, en efecto, estaba quien dijo: El Espíritu es quien vivifica. Efectivamente, su carne ardía, pero el Espíritu vivificaba al alma. No cedió y accedió al reino. Por su parte, el santo mártir Sixto, cuyo día hemos celebrado cinco días atrás, le había dicho: «No te aflijas, hijo». Uno, en efecto, era obispo, diácono el otro. «No te aflijas, decía; me seguirás al cabo de un triduo». Ahora bien, llamó triduo al espacio entre el día de la pasión de San Sixto y el día de la pasión hodierna de San Lorenzo. Un triduo es un intervalo. ¡Oh consuelo! No asevera: «No te aflijas, hijo, cesará la persecución y estarás seguro», sino: «No te aflijas; me seguirás adonde yo te precedo; no se difiere tu seguimiento; un triduo será el intervalo, y estarás conmigo». Recibió el oráculo, venció al diablo, llegó al triunfo.

 

 

TRATADO 28

Comentario a Jn 7,1-13, predicado en Hipona algunos días después del 10 de agosto de 414

Jesucristo, Dios y hombre

1. En este pasaje del evangelio, hermanos, nuestro Señor Jesucristo se ha hecho valer muchísimo, en cuanto hombre, a nuestra fe. Siempre, en efecto, con sus dichos y hechos logra esto: que se le crea Dios y hombre; Dios que nos ha hecho, hombre que nos ha buscado; Dios siempre con el Padre, hombre con nosotros en virtud del tiempo. No buscaría, en efecto, a quien había hecho, si él mismo no se hiciera lo que había hecho. Recordad esta verdad y no echéis de vuestros corazones que Cristo se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Permaneciendo Dios, asumió al hombre quien hizo al hombre. No ha de suponerse, pues, que, cuando se escondió como hombre, perdió su poder, sino que ha dado un ejemplo a la debilidad, pues fue detenido cuando quiso; fue asesinado cuando quiso. Pero, porque iba a haber miembros suyos, esto es, fieles suyos, que no tendrían el poder que nuestro Dios en persona tenía, el hecho de ocultarse, de esconderse, digamos, para no ser asesinado, indicaba que esto iban a hacerlo sus miembros: miembros suyos, sí, en los que él en persona estaba, pues Cristo no está en la cabeza y no en el cuerpo, sino que Cristo está entero en la cabeza y en el cuerpo. Lo que son, pues, sus miembros, lo es él mismo; en cambio, lo que es él mismo no lo son al instante sus miembros. De hecho, si él mismo no fuese sus miembros, no diría: «Saulo, ¿por qué me persigues?», pues Saulo perseguía en la tierra no a él mismo, sino a sus miembros, esto es, a sus fieles. Sin embargo, no quiso decir «a mis santos, a mis siervos»; por último, más honrosamente, «a mis hermanos»; sino «A mí», esto es, a mis miembros, cuya cabeza soy yo.

Jesús, presente en sus miembros

2. Dicho previamente esto, supongo que en este pasaje que se ha leído hace un momento no vamos a fatigarnos, pues frecuentemente está significado en la cabeza lo que iba a suceder en el cuerpo. Tras esto, afirma, Jesús andaba a Galilea, pues no quería andar a Judea, porque los judíos buscaban matarlo. Esto es lo que he dicho: daba ejemplo a nuestra debilidad. Él no había perdido el poder; más bien, consolaba nuestra fragilidad, pues, como he dicho, iba a suceder que algún fiel suyo se escondiera para no ser hallado por los perseguidores; y, para que el escondite no le fuese echado en cara como un delito, precedió en la cabeza lo que se confirmaría en el miembro. En efecto, está dicho:« No quería andar a Judea, porque los judíos buscaban matarlo», como si Cristo no pudiese andar también entre los judíos y no ser asesinado por los judíos. De hecho, cuando quiso demostró este poder porque, como quisieran detenerlo al ir ya a padecer, sin ocultarse, más bien, mostrándose, les dijo: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús. Y él: Yo soy. Ahora bien, ante esta manifestación, ellos no se mantuvieron firmes, sino que tras retroceder, cayeron. Y, sin embargo, porque había venido a padecer, se levantaron, lo prendieron, lo llevaron al juez y lo asesinaron. Pero ¿qué hicieron? Lo que asevera cierta Escritura: La tierra fue entregada a manos del impío; la carne fue dada al poder de los judíos. Y esto precisamente para que fuese desgarrado el taleguito, digamos, de donde manase nuestro precio.

Afirmación de la virginidad de María

3. Pues bien, estaba cerca el día festivo de los judíos, las Cenopegias. Quienes han leído las Escrituras saben qué significan las Cenopegias. En el día festivo lo judíos hacían tiendas, a semejanza de las tiendas en que habían habitado cuando, sacados de Egipto, peregrinaron en el desierto. Ese día era festivo, gran solemnidad. Como si recordasen los beneficios del Señor, celebraban esto los judíos que iban a matar al Señor. En este día festivo, pues —había más días festivos, pues se denominaba entre los judíos «día festivo», de forma que fuese no un único día, sino más—, hablaron al Señor Cristo sus hermanos. Como sabéis, pues no es nuevo lo que oís, entended: Sus hermanos. Se llamaba hermanos del Señor a los consanguíneos de la Virgen María, pues era costumbre de las Escrituras denominar hermanos a cualesquiera consanguíneos y parientes cercanos, incluso fuera de nuestro uso, no con la costumbre con que hablamos. De hecho, ¿quién llama hermanos al tío materno y al hijo de la hermana? Sin embargo, la Escritura denomina hermanos a los parientes de esta clase. De hecho, se llamó hermanos a Abrahán y Lot, aunque Abrahán era tío paterno de Lot; también se llamó hermanos a Labán y Jacob, aunque Labán era tío materno de Jacob. Cuando, pues, oís «hermanos del Señor», pensad en la consanguinidad de María, no en descendencia alguna de quien hubiera parido de nuevo. En efecto, como en el sepulcro donde fue puesto el cuerpo del Señor, ni antes ni después yació ningún muerto, así el vientre de María ni antes ni después concibió algo mortal.

Los consejos de la carne

4. He dicho quiénes eran los hermanos; escuchemos qué dijeron: Pasa de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean tus obras que haces. Las obras del Señor no se ocultaban a los discípulos, pero se ocultaban a ésos. En efecto, esos hermanos, esto es, consanguíneos, pudieron tener de consanguíneo a Cristo; en cambio, por ese parentesco mismo sentían repugnancia de creer en él. Está dicho en el evangelio, pues no osamos opinar esto; lo acabáis de oír. Añaden y aconsejan: Ciertamente, nadie hace algo a escondidas y busca estar él mismo en público; si haces estas cosas, manifiéstate a ti mismo al mundo. Y a continuación: Pues ni sus hermanos creían en él. ¿Por qué no creían en él? Porque buscaban con afán la gloria humana. De hecho, los hermanos velan por la gloria de él también porque parecen aconsejarle: «Haces maravillas, date a conocer, esto es, muéstrate a todos para que todos puedan alabarte». La carne hablaba a la carne; pero la carne sin Dios a la carne con Dios, pues la prudencia de la carne hablaba a la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros.

Sublime es la patria; humilde el camino

5. ¿Qué responde el Señor a esto? Les dice, pues, Jesús: Mi tiempo aún no viene; en cambio, vuestro tiempo siempre está preparado. ¿Qué significa esto? ¿Aún no había venido el tiempo de Cristo? ¿Por qué, pues, Cristo había venido, si su tiempo no había venido aún? ¿Acaso no hemos oído al Apóstol decir: Ahora bien, cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo? Si, pues, fue enviado en la plenitud del tiempo, fue enviado cuando debió y vino cuando convino, ¿qué significa: Mi tiempo aún no viene? Entended, hermanos, con qué intención le hablaban quienes parecían aconsejarle como a su hermano. Le daban un consejo para adquirir gloria, aconsejándole como mundanamente y con afecto terreno que no fuese desconocido ni permaneciera escondido. Lo que, pues, el Señor asevera:« Mi tiempo aún no viene», responde a quienes le daban consejo sobre la gloria: el tiempo de mi gloria aún no viene. Mirad qué profundo es el dicho: le recordaban la gloria, pero él quiso que la bajura precediera a la altura, y extender por la bajura el camino hacia la excelsitud misma. De hecho, también buscaban con afán, sí, la gloria aquellos discípulos que querían sentarse uno a su derecha y el otro a la izquierda; observaban adónde, mas no veían por dónde; el Señor los hizo volver al camino para que ordenadamente vinieran a la patria. Excelsa es, en efecto, la patria; bajo, el camino. La patria es la vida de Cristo; el camino, la muerte de Cristo; la patria es la mansión de Cristo; el camino es la pasión de Cristo. Quien recusa el camino, ¿por qué busca la patria? Por eso, también a quienes buscaban la altura les responde esto: ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? He aquí por dónde se llega a la excelsitud que deseáis; recordaba, en efecto, la copa de la bajura y la pasión.

No es tiempo de juzgar, sino de vivir con justicia

6. También, pues, aquí: Mi tiempo aún no viene; en cambio, vuestro tiempo, esto es, la gloria del mundo, siempre está preparado. Éste es el tiempo del que en profecía dice Cristo, esto es, el cuerpo de Cristo: «Cuando tome tiempo, yo juzgaré con justicias», pues de momento es tiempo no de juzgar, sino de tolerar a los inicuos. Por eso, el cuerpo de Cristo soporte de momento y tolere la iniquidad de quienes viven mal. Tenga empero de momento la justicia, antes que tenga el juicio, pues por la justicia llegará al juicio. Por cierto, a los miembros que toleran la iniquidad de este mundo,¿qué dice en un salmo la Santa Escritura? No rechazará el Señor a su pueblo. Lo pasa mal, sí, su pueblo entre indignos, entre inicuos, entre denostadores, entre murmuradores, detractores, perseguidores y, si llega el caso, asesinos. Lo pasa mal, sí; pero el Señor no rechazará a su pueblo ni abandonará su heredad, hasta que la justicia se vuelva hacia el juicio. Hasta que la justicia, que de momento está en sus santos, se vuelva hacia el juicio, cuando se cumplirá lo que les está dicho: Os sentaréis sobre doce tronos a juzgar a las doce tribus de Israel. Tenía el Apóstol la justicia, pero aún no el juicio del que dice: ¿No sabéis que juzgaremos a ángeles? De momento, pues, sea tiempo de vivir justamente; después será tiempo de juzgar a quienes hayan vivido mal. Hasta que la justicia, afirma, se vuelva hacia el juicio. El tiempo del juicio será este del que el Señor ha dicho ahora: «Mi tiempo aún no viene», pues habrá un tiempo de gloria, para que, quien vino en la bajura, venga en la altura; quien vino a ser juzgado, vendrá a juzgar; quien vino a ser asesinado por los muertos, vendrá a juzgar sobre vivos y muertos. Dios, afirma un salmo, vendrá manifiesto, nuestro Dios, y no callará. ¿Qué significa Vendrá manifiesto? Que vino oculto. Entonces no callará porque, cuando vino oculto, fue llevado como oveja para ser inmolada y, como cordero ante quien lo esquila, no abrió su boca. Vendrá y no callará. Callé, afirma; ¿acaso callaré siempre?

Los rectos de corazón

7. Ahora bien, de momento, ¿qué es necesario a quienes tienen la justicia? Lo que se lee en ese mismo salmo: Hasta que la justicia se vuelva hacia el juicio, y quienes la tienen, todos los rectos de corazón. ¿Tal vez preguntáis quiénes son rectos de corazón? En la Escritura hallamos que son rectos de corazón quienes toleran las maldades del mundo y no acusan a Dios. Mirad, hermanos; rara avis es esa de que hablo. En efecto, no sé cómo, cuando sucede a un hombre algún mal, corre a acusar a Dios quien debería acusarse a sí mismo. Cuando realizas algo bueno, te alabas; cuando padeces algún mal, acusas a Dios. Éste es, pues, el corazón torcido, no recto. Si te corriges de esta distorsión y perversidad, se volverá al revés lo que hacías. Antes, en efecto, ¿qué hacías? Te alababas por los bienes de Dios, acusabas a Dios por tus males; convertido y enderezado el corazón, alabarás a Dios por sus bienes, te acusarás por tus males. Ésos son los rectos de corazón. Por eso, aquel, aún no de corazón recto, a quien desagradaba la felicidad de los malos y el infortunio de los buenos, corregido dice: ¡Qué bueno el Dios de Israel para los rectos de corazón! Ahora bien, mis pies, en cambio, cuando no era de corazón recto, casi se desplazaron. ¿Por qué? Porque envidié a los pecadores, al mirar la paz de los pecadores. He visto, afirma, felices a los malos, y me desagradó Dios, pues yo no quería que Dios permitiera a los malos ser felices.

Entienda el hombre: nunca permite esto Dios; sino que se supone feliz al malo, porque ignoramos qué es la felicidad. Seamos, pues, rectos de corazón; aún no viene el tiempo de nuestra gloria. Dígase a los amadores de este mundo, como eran los hermanos del Señor: Vuestro tiempo siempre preparado; nuestro tiempo aún no viene. De hecho, osemos decirlo también nosotros. Y, porque somos el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, porque somos sus miembros, porque con alegría reconocemos a nuestra cabeza, digámoslo directamente, porque también él mismo se dignó decirlo por nosotros. Cuando nos insultan los amantes de este mundo, digámosles: Vuestro tiempo siempre está preparado; nuestro tiempo aún no viene. Por cierto, el Apóstol nos ha dicho: Pues estáis muertos, y vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios. ¿Cuándo vendrá nuestro tiempo? Cuando aparezca el Mesías, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis con él en gloria.

El día festivo de Jesús

8. ¿Qué añade después? El mundo no puede odiaros. ¿Qué significa esto, sino: «El mundo no puede odiar a sus amantes, testigos falsos, pues llamáis bienes a lo que son males, y males a lo que son bienes»? A mí, en cambio, me odia, porque yo doy testimonio de él, de que sus obras son malas. Vosotros subid al día festivo este. ¿Qué significa «éste»? Donde buscáis la gloria humana. ¿Qué significa «éste»? Donde queréis prolongar los goces carnales, no pensar en los eternos. Yo no subo al día festivo este, porque mi tiempo aún no se ha cumplido. En el día de fiesta este vosotros buscáis la gloria humana; pero mi tiempo, esto es, el de mi gloria, aún no viene. Ése será mi día festivo, no el que precede a esos días y pasa, sino el que permanece eternamente: ésa será la festividad, el gozo sin fin, la eternidad sin daño, la serenidad sin una nube. Como hubiese dicho esto, él permaneció en Galilea. Pero, tras haber subido sus hermanos, entonces también él mismo subió al día festivo, no manifiestamente, sino cual a escondidas. No al día festivo este, precisamente porque no ansiaba gloriarse temporalmente, sino enseñar saludablemente algo, corregir a los hombres, recordarles la fiesta eterna, apartar de este mundo el amor y volverlo a Dios. Por otra parte, ¿qué significa: Cual a escondidas subió al día festivo? Esto del Señor tampoco es ocioso. Me parece, hermanos, que también con esto, el haber subido cual ocultamente, quiso significar algo. De hecho, lo siguiente enseñará que él subió mediado el día festivo, esto es, mediados esos días, a enseñar abiertamente. Pero ha dicho «cual ocultamente»: para no mostrarse a la gente. El hecho de que Cristo subió ocultamente al día festivo no es ocioso, porque él mismo se ocultaba en aquel día festivo. Lo que yo he dicho está también aún en un escondite. Manifiéstese, pues; quítese el velo y aparezca lo que era secreto.

La fiesta de los tabernáculos, figura de nuestra peregrinación

9. Todo lo que se dijo al antiguo pueblo de Israel en la múltiple Escritura de la Ley Santa —lo que debían realizar ora respecto a los sacrificios, ora respecto a los sacerdotes, ora respecto a los días festivos, y absolutamente respecto a cualesquiera cosas con que adoraban a Dios—, cualesquiera cosas que les fueron dichas y preceptuadas, fueron sombra de las realidades futuras. ¿Qué realidades futuras? Las que se cumplen en Cristo. Por eso dice el Apóstol: Pues en él todas las promesas de Dios son «sí», esto es, se han cumplido en él. Después dice en otro lugar: Todo les sucedía en figura; ahora bien, están escritas en atención a nosotros, a quienes ha salido al encuentro el final de los siglos. Dijo también en otra parte: Pues el fin de la Ley es Cristo. Asimismo en otro lugar: Nadie os juzgue respecto a comida o bebida o en la parte de día festivo o de novilunio o de sábados; eso es sombra de las realidades futuras. Si, pues, todo eso fueron sombras de las realidades futuras, también las Cenopegias era sombra de las realidades futuras. Busquemos, pues, de qué realidad futura era sombra este día festivo.

He expuesto qué eran las Cenopegias: era la celebración de las tiendas, porque el pueblo que, liberado de Egipto, tendía por el desierto a la tierra de promisión, habitó en tiendas. Observemos qué es, y seremos nosotros; nosotros, digo, que somos miembros de Cristo, si lo somos; ahora bien, lo somos por dignación suya, no por mérito nuestro. Observémonos, pues, hermanos: hemos sido sacados de Egipto, donde éramos esclavos del diablo, como de un Faraón, donde realizábamos obras de barro con los deseos terrenos, y en ellas nos fatigábamos mucho. De hecho, Cristo nos gritó cual a quienes hacían ladrillos: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados. Sacados de ahí mediante el bautismo, fuimos hechos pasar como por el mar Rojo —rojo precisamente por estar consagrado con la sangre de Cristo—, muertos todos nuestros enemigos que nos perseguían, es decir, destruidos todos nuestros pecados. Ahora, pues, antes de llegar a la patria de promisión, esto es, al reino eterno, en el desierto estamos en tiendas. Quienes reconocen eso están en tiendas, pues había sucedido para que algunos lo reconocieran. De hecho, está en tiendas quien entiende que él está desterrado en el mundo. Entiende que está desterrado quien se ve suspirar por la patria. Ahora bien, cuando el cuerpo de Cristo está en tiendas, Cristo está en tiendas. Pero entonces no evidentemente, sino a ocultas, pues la sombra oscurecía aún a la luz; llegada la luz, la sombra se ha retirado. Cristo estaba en lo oculto; Cristo estaba en las Cenopegias, pero Cristo oculto. Ahora, cuando todo eso es manifiesto, reconocemos que caminamos en el yermo, ya que, si lo reconocemos, en el yermo estamos. ¿Qué significa «en el yermo»? En el desierto. ¿Por qué en el desierto? Porque estamos en ese mundo donde se tiene sed en un camino sin agua. Pero tengamos sed, para ser saciados, pues Dichosos quienes tienen hambre y sed de la justicia, porque ésos serán saciados. Y, en el yermo, nuestra sed se satisface gracias a la roca, pues la roca era el Mesías y fue golpeada con la vara para que brotase agua. Ahora bien, para que manase fue golpeada dos veces, porque los palos de la cruz son dos. Todo esto, pues, que sucedía en figura, se manifiesta en nosotros. Y no es ocioso lo que del Señor está dicho: Subió al día festivo, no manifiestamente, sino cual a escondidas. En efecto, ese mismo «a escondidas» tenía sentido figurado, porque Cristo se escondía en el día festivo mismo, porque ese día festivo mismo significaba que los miembros de Cristo iban a ser peregrinos.

10. Los judíos, pues, lo buscaban en el día festivo, antes que subiese. De hecho, los hermanos subieron los primeros y él no subió entonces, cuando ellos suponían y querían, para que se cumpliera también lo que dijo: No a éste, esto es, al que vosotros queréis, el día primero o segundo. En cambio, subió después, como dice el evangelio: Mediado el día festivo, esto es, cuando ya habían pasado tantos días del día festivo como los que restaban. De hecho, hasta donde ha de entenderse, celebraban esa festividad durante más días.

Cristo fue criticado; sus discípulos también

11. Decían, pues: ¿Dónde está ése? Y había gran rumor acerca de él entre la turba. ¿Por qué rumor? Por la disputa. ¿Cuál fue la disputa? Pues unos decían que «Es bueno»; otros, en cambio: No, sino que seduce a las turbas. Ha de entenderse de todos sus siervos; esto se dice ahora, pues, de cualquiera que sobresale en alguna gracia espiritual, seguramente unos dicen: «Es bueno»;otros: No, sino que seduce a las turbas. ¿Por qué esto? Porque nuestra vida está escondida con el Mesías en Dios. Por eso, es lícito decir a las personas en invierno: «Ese árbol está muerto»; verbigracia, la higuera, el peral, los frutales son similares a un árbol seco y, mientras es invierno, no está claro. El verano lo prueba, el juicio lo prueba. Nuestro verano es la revelación de Cristo: Dios vendrá manifiesto, nuestro Dios, y no callará; lo precederá fuego; ese fuego inflamará a sus enemigos; el fuego agarrará también los árboles secos. De hecho, aparecerán secos cuando se les diga: Tuve hambre y no me disteis de comer. Pero, al otro lado, a la derecha, aparecerá la fecundidad de los frutos, y la hermosura de las hojas; habrá lozanía, eternidad. Como a árboles secos, se dirá a aquéllos: Id al fuego eterno. Pues he aquí, afirma, que el hacha está puesta junto a la raíz de los árboles. Todo árbol, pues, que no da fruto bueno será cortado y arrojado al fuego. Digan, pues, de ti, si avanzas en Cristo, digan los hombres: Seduce a las turbas. De él personalmente, del cuerpo entero de Cristo, se dice esto. Piensa que el cuerpo de Cristo está todavía en el mundo, piensa que el cuerpo de Cristo está todavía en la era; mira cómo lo denuesta la paja. Ciertamente son trillados juntos; pero las pajas son trituradas, los granos son limpiados. Lo que, pues, se dijo del Señor sirve de consuelo respecto a cualquier cristiano de quien esto se dijere.

La Iglesia habla abiertamente

12. Sin embargo, nadie hablaba públicamente de él por miedo a los judíos. Pero ¿quiénes no hablaban de él por miedo a los judíos? Ciertamente quienes decían: «Es bueno», no quienes decían: Seduce a las turbas. Quienes decían «Seduce a las turbas» se hacían oír como el ruido de hojas secas. Muy claramente dejaban oír «Seduce a las turbas»; en voz muy baja susurraban: Es bueno. En cambio ahora, hermanos, aunque aún no ha llegado aquella gloria de Cristo que va a hacernos eternos; ahora, en cambio, su Iglesia crece de tal modo, se ha dignado extenderla por todo de tal modo, que ya se susurra «Seduce a las turbas»: y resuena muy claramente: Es bueno.

 

TRATADO 29

Comentario a Jn 7,14-18, predicado en Hipona al día siguiente del tratado anterior

¿Jesús, seductor de la gente?

1. Lo que sigue del evangelio y se ha leído hoy, veámoslo consiguientemente también nosotros y a propósito digamos lo que el Señor nos conceda. Ayer leímos hasta aquí: que, aunque no habían visto en el templo al Señor Jesús durante el día festivo, hablaban empero de él, y unos decían: «Es bueno»; otros, en cambio: No, sino que seduce a las turbas. De hecho, esto está dicho para solaz de quienes, al predicar después la palabra de Dios, iban a ser como seductores, mas veraces. Por cierto, si seducir es engañar, ni Cristo ni sus apóstoles son seductores ni cristiano alguno debe ser seductor; si, en cambio, seducir es conducir a alguien de un punto a otro mediante persuasión, ha de preguntarse de dónde y a dónde; si del mal al bien, es seductor bueno; si del bien al mal, es seductor malo. Ojalá, pues, se nos llame y seamos seductores hacia esta parte que del mal seduce al bien a los hombres.

Extrañeza por la sabiduría de Jesús

2. Subió, pues, más tarde el Señor al día festivo, mediado el día festivo, y enseñaba. Y se asombraban los judíos, diciendo: ¿Cómo éste sabe letras aunque no ha aprendido? El que estaba oculto enseñaba, hablaba públicamente y no se le arrestaba. Lo de ocultarse era a causa del ejemplo; lo otro, del poder. Pero, porque enseñaba, se asombraban los judíos. Ciertamente, todos, en cuanto supongo, se asombraban, pero no todos se convertían. ¿Y por qué el asombro? Porque muchos conocían dónde había nacido, cómo había sido educado; nunca lo habían visto aprender letras; en cambio, lo oían exponer con detalle la Ley, proferir sobre la Ley testimonios que nadie podría proferir si no los hubiese leído, nadie leerlos si no hubiese aprendido letras; y por eso se asombraban. Ahora bien, su asombro fue para el Maestro ocasión de introducir más hondo la verdad, ya que, en virtud de su asombro y sus palabras, el Señor dijo algo profundo y digno de contemplarse y examinarse muy diligentemente. Por lo cual, reclamo la atención de Vuestra Caridad, no sólo para escucharme en vuestro favor, sino también para que oréis por mí.

Mi doctrina no es mía

3. ¿Qué, pues, respondió el Señor a quienes se asombraban de cómo sabía letras que no había aprendido? Mi doctrina, afirma, no es mía, sino de quien me envió. He aquí la primera profundidad, pues parece como si en pocas palabras dijese cosas contrarias, ya que no asevera «esa doctrina no es mía», sino: Mi doctrina no es mía. Si no es tuya, ¿cómo tuya? Si tuya, ¿cómo no tuya? Dices, en efecto, una y otra cosa: Mi doctrina y No es mía. De hecho, si hubiera dicho «esa doctrina no es mía», no habría dificultad alguna. Pero ahora, hermanos, observad primero la dificultad, y así, por orden, aguardad la solución, porque quien no ve la dificultad que se propone, ¿cómo entenderá lo que se expone? En dificultad, pues, está lo que asevera: «Mía no mía»; esto parece ser una contradicción: ¿cómo «mía», cómo «no mía»? Si, pues, miramos diligentemente lo que el santo evangelista mismo dice en el exordio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios, de ahí pende la solución de esta dificultad. ¿Cuál es, pues, la doctrina del Padre, sino la Palabra del Padre? Cristo en persona es la doctrina del Padre, si es la Palabra del Padre. Pero, porque la palabra no puede ser de nadie, sino de alguien, ha dicho que la doctrina, él mismo, es suya y no suya, por ser la Palabra del Padre. Efectivamente, ¿Qué tan tuyo como tú? ¿Y qué tan no tuyo como tú, si lo que eres es de otro?

La palabra, signo que conduce a Dios

4. La Palabra, pues, es Dios y Palabra de doctrina inmutable, doctrina no sonora mediante sílabas y volátil, sino que permanece con el Padre, para que a ella, permanente, nos volvamos, estimulados por los sonidos pasajeros. De hecho, lo que pasa no nos estimula llamándonos hacia lo transitorio. Se nos estimula a querer a Dios. Lo que he dicho es, entero, sílabas; han hecho vibrar al aire golpeado, para llegar al sentido de vuestros oídos; tras sonar, han pasado. Sin embargo, eso a que os he estimulado no debe pasar, porque aquel a quien os he estimulado a querer no pasa y, cuando estimulados por las sílabas pasajeras os hubiereis vuelto a Dios, tampoco vosotros pasaréis, sino que permaneceréis con el Permanente. En la doctrina, esto es grande, hondo y eterno: lo que permanece; hacia ello llama lo que pasa temporalmente, cuando significa bien y no se lo profiere mendazmente. Por cierto, todos los signos que proferimos por sonidos significan algo que no es el sonido. Dios, en efecto, no es una sílaba breve, ni damos culto a una sílaba breve, ni adoramos una sílaba breve, ni deseamos llegar a una sílaba breve que deja de sonar casi antes de comenzar, ni en ella hay lugar para la vocal segunda si no hubiere pasado la primera. Permanece, pues, algo grande que llamamos Dios, aunque no permanece el sonido cuando se dice «Dios». Atended así a la doctrina de Cristo y llegaréis a la Palabra de Dios; por otra parte, cuando hayáis llegado a la Palabra de Dios, observad que la Palabra era Dios, y veréis que está dicha una verdad: «Mi doctrina»; observad también de quién es Palabra, y veréis que con razón está dicho: No es mía.

Cristo, doctrina del Padre

5. Brevemente, pues, digo a Vuestra Caridad que me parece que el Señor Jesucristo dijo esto: Mi doctrina no es mía, como si dijera: «Yo no existo por mí mismo». Efectivamente, aunque decimos y creemos que el Hijo es igual al Padre, y que en ellos no hay distancia alguna de naturaleza ni de sustancia, y que tampoco media intervalo alguno temporal entre quien engendra y el engendrado, sin embargo, a salvo y custodiado eso, decimos que uno es Padre y otro el Hijo. Ahora bien, no hay padre si no tiene hijo, y no hay hijo si no tiene padre; pero, en todo caso, el Hijo es Dios procedente del Padre; en cambio, el Padre es Dios, pero no procedente del Hijo. Padre del Hijo, no Dios procedente del Hijo; el otro, en cambio, Hijo del Padre y Dios procedente del Padre, pues al Señor Cristo se le llama Luz procedente de Luz. La Luz, pues, que no procede de la Luz, y la Luz igual, que procede de la Luz, son juntamente una única Luz, no dos luces.

La verdadera fe

6. Si lo hemos entendido, ¡gracias a Dios! Si, en cambio, alguien ha entendido un poco y ha hecho, como hombre, lo que ha podido, mire de dónde espera el resto. Como obreros, podemos plantar y regar por fuera, pero dar crecimiento es de Dios6. Mi doctrina, afirma, no es mía, sino del que me envió. Quien dice: «Aún no lo he entendido», escuche un consejo. Al ser dicha una cosa grande ciertamente y profunda, el Señor Cristo mismo vio, sí, que no todos iban a entender esto tan profundo, y en lo que sigue dio un consejo. ¿Quieres entender? Cree, pues Dios dijo mediante un profeta: Si no creéis, no entenderéis. Con esto se relaciona lo que también aquí añadió el Señor a continuación: Si alguien quisiere hacer su voluntad, respecto a la doctrina conocerá si viene de Dios, o si yo hablo por mí mismo. ¿Qué significa esto: Si alguien quisiere hacer su voluntad? Pero yo había dicho: «Si creéis», y había dado este consejo: Si no has entendido, digo, cree, pues la comprensión es el salario de la fe. No busques, pues, entender para creer, sino cree para entender, porque, si no creéis, no entenderéis. Aunque, pues, como consejo para la posibilidad de entender he dado la obediencia de creer y he dicho que el Señor Jesucristo añadió esto mismo en la sentencia siguiente, hallamos que él ha dicho: Si alguien quisiere hacer su voluntad, respecto a la doctrina conocerá. ¿Qué significa «conocerá»? Significa esto: entenderá. Por otra parte, lo que significa: «Si alguien quisiere hacer su voluntad», esto significa creer. Pero todos entienden que «conocerá» es esto: entenderá. Pero, para que con toda diligencia se entienda que lo que asevera: Si alguien quisiere hacer su voluntad, se refiere a creer, necesitamos como expositor a nuestro Señor mismo, para que nos indique si hacer la voluntad del Padre se refiere, de verdad, a creer.

¿Quién ignora que hacer la voluntad de Dios es realizar su obra, esto es, lo que le agrada? Por su parte, el Señor mismo dice abiertamente en otro lugar: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió. Que creáis en él, no que le creáis. Pero, si creéis en él, le creéis; en cambio, quien le cree, no cree en él al instante. De hecho, incluso los demonios le creían, mas no creían en él. De nuevo podemos decir también respecto a sus apóstoles: «Creemos a Pablo», pero no «Creemos en Pablo»; «Creemos a Pedro», pero no «Creemos en Pedro», pues a quien cree en quien justifica al impío, su fe se evalúa para justicia. ¿Qué es, pues, creer en él? Amarlo creyendo, quererlo creyendo, ir a él creyendo, dejarse incorporar a sus miembros. Ésa es, pues, la fe que Dios exige de nosotros; mas no encuentra lo que exigir, si no hubiera dado lo que hallar. ¿Qué fe, sino la que el Apóstol definió plenísimamente en otro lugar: Ni la circuncisión vale algo ni el prepucio, sino la fe que obra mediante el amor? No una fe cualquiera, sino la fe que obra mediante el amor. Ésta esté en ti, y entenderás respecto a la doctrina. En efecto, ¿qué entenderás? Que esa doctrina no es mía, sino de quien me envió. Esto es, entenderás que, en cuanto Hijo de Dios, Cristo, que es la doctrina del Padre, no existe en virtud de sí mismo, sino que es el Hijo del Padre.

La herejía de Sabelio

7. Esta afirmación desintegra la herejía sabeliana. Los sabelianos, en efecto, osaron decir que el Hijo es ese mismo que es también el Padre; que son dos nombres, pero una única realidad. Si fuesen dos nombres y una única realidad, no se diría: Mi doctrina no es mía. Ciertamente, si tu doctrina no es tuya, oh Señor, ¿de quién es, si no hay otro de quien sea? Los sabelianos no entienden lo que has dicho, pues no vieron la Trinidad, sino que siguieron el error de su corazón. Nosotros, adoradores de la Trinidad y de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y del único Dios, entendamos respecto a la doctrina de Cristo que no es suya, y que dijo que él no hablaba por sí mismo, precisamente porque Cristo es Hijo del Padre y el Padre es Padre de Cristo y el Hijo es Dios procedente de Dios Padre, y que, en cambio, Dios Padre no es Dios procedente de Dios Hijo.

Quien busca su propia gloria es el anticristo

8. Quien habla por su cuenta, busca la gloria propia. Esto será el que llaman anticristo, que, como asevera el Apóstol, se eleva sobre todo lo que se llama Dios y es objeto de culto. De hecho, al anunciar el Señor que ése mismo va a buscar su gloria, no la del Padre, dice a los judíos: Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me acogisteis; otro vendrá en su nombre; a éste acogeréis. Dio a entender que iban a acoger al anticristo, el cual, inflado, no sólido y, por eso, no estable, sino completamente ruinoso, va a buscar la gloria de su nombre. Nuestro Señor Jesucristo, en cambio, nos dio un gran ejemplo de humildad. Él es ciertamente igual al Padre, en el principio existía ciertamente la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ciertamente él mismo dijo, y dijo con toda verdad: «Tanto tiempo estoy con vosotros ¿y no me habéis conocido? Felipe, quien me ha visto, ha visto también al Padre; ciertamente él mismo dijo, y dijo con toda verdad: Yo y el Padre somos una sola cosa. Si, pues, él es una única cosa con el Padre, igual al Padre, Dios de Dios, Dios con Dios, coeterno, inmortal, igualmente inconmutable, igualmente sin tiempo, igualmente creador y ordenador de los tiempos, y, sin embargo, porque vino en el tiempo y tomó forma de esclavo y en el porte fue hallado como hombre, busca la gloria del Padre, no la suya, ¿qué debes hacer tú, hombre, que cuando haces algo bueno, buscas tu gloria y, en cambio, cuando haces algo malo, proyectas una calumnia contra Dios? Pon la atención sobre ti: eres criatura, reconoce al Creador; eres esclavo, no desprecies al Señor; has sido adoptado, pero no por tus méritos; hombre adoptado, busca la gloria de aquel de quien tienes esta gracia, cuya gloria buscó quien es el Único nacido de él. Quien, en cambio, busca la gloria de quien lo envió, éste es veraz y no hay injusticia en él. En el anticristo, en cambio, hay injusticia y no es veraz porque va a buscar su gloria, no la de quien lo envió, pues no ha sino enviado, sino que se le ha permitido venir. Ninguno de nosotros, pues, pertenecientes al cuerpo de Cristo, se deje en los lazos del anticristo, no busquemos nuestra gloria. Más bien, si él buscó la gloria de quien lo envió, ¿cuánto más no buscó la de quien nos ha hecho?

 

TRATADO 30

Comentario a Jn 7,19-24, predicado en Hipona, quizá el domingo 16 de agosto de 414

Escuchemos a Jesús como si estuviera presente

1. A la lectura del santo evangelio de la que hace un tiempo hablé a Vuestra Caridad, sigue esa que acaba de leerse, la hodierna. Oían al Señor hablar los discípulos y los judíos; oían a la Verdad hablar veraces y mendaces; oían a la Caridad hablar amigos y enemigos; oían al Bien hablar buenos y malos. Ellos oían, pero él discernía y veía y preveía a quiénes aprovechaba e iba a aprovechar la palabra, pues veía respecto a quienes entonces estaban, preveía respecto a quienes íbamos a estar. Así pues, escuchemos el evangelio cual al Señor presente, y no digamos: «¡Oh, dichosos aquellos que pudieron verlo!», porque muchos de esos que lo vieron, también lo mataron; en cambio, muchos de entre nosotros, que no lo vieron, también han creído. Por cierto, lo precioso que sonaba desde la boca del Señor está escrito por nosotros, se nos ha conservado, se recita por nosotros y se recitará también por nuestros descendientes y hasta que el mundo se acabe. Arriba está el Señor, pero también aquí está el Señor Verdad, pues el cuerpo del Señor, en el cual resucitó, puede estar en un único lugar; su verdad está difundida por doquier. Escuchemos, pues, al Señor y digamos también nosotros lo que de sus palabras nos diere él mismo.

La turbulenta turba

2. ¿Acaso Moisés, pregunta, no os dio la Ley, y ninguno de vosotros cumple la Ley? ¿Por qué buscáis matarme? De hecho, buscáis matarme precisamente porque ninguno de vosotros cumple la Ley, porque si cumplierais la Ley, en las letras mismas reconoceríais a Cristo y no lo mataríais presente. Y ellos respondieron: le respondió la turba. Cual turba, respondió lo referente no al orden, sino a la perturbación; por eso, ved qué respondió la turbada turba: Tienes un demonio; ¿quién busca matarte? Como si decir «Tienes un demonio» no fuese peor que matarlo, pues a quien expulsaba a los demonios se ha dicho que tenía un demonio. ¿Qué otra cosa podría decir la turbulenta turba? ¿A qué otra cosa podrá oler el cieno removido? La turba quedó turbada. ¿Por qué? Por la Verdad. La claridad de la luz turbó a la turba oftálmica, pues ojos que no tienen salud no pueden aguantar la claridad de la luz.

La salud que da Dios

3. Por su parte, el Señor, no turbado en absoluto, sino tranquilo en su verdad, no devuelve mal por mal, ni maldición por maldición. Si les dijera: «Un demonio tenéis vosotros», diría enteramente la verdad, pues no dirían cosas tales a la Verdad si la falsedad del diablo no los excitase. ¿Qué respondió, pues? Oigámoslo tranquilamente y bebamos la Tranquilidad: Hice una única obra y todos os asombráis. Como diciendo: ¿qué sería si vierais todas mis obras? Obras de él mismo eran, en efecto, las que veían en el mundo, mas no veían a ese mismo que hizo todo; hizo una única cosa y se turbaron porque en sábado hizo salvo a un hombre, como si a cualquier enfermo que se sanase en sábado lo hiciera sano alguien distinto de quien los escandalizó porque en sábado hizo sano a un hombre. ¿Quién otro, en efecto, hizo salvos a otros, sino la Salud en persona, quien da también a los jumentos la salud que dio a este hombre? De hecho, él era la salud corporal. La salud de la carne se repara y asimismo muere; y, cuando se repara, la muerte se difiere, no se elimina. No obstante, hermanos, esa salud misma viene también del Señor mediante cualquiera a través del cual la dé; sea quien fuese el que la comunica cuidándola y sirviéndola, la da ese de quien proviene toda salud, al cual se dice en un salmo: A hombres y jumentos harás salvos, Señor, como multiplicaste tu misericordia, Dios. En efecto, porque eres Dios, tu multiplicada misericordia llega incluso a la salud de la carne humana, llega también a la salud de los mudos animales; pero tú que das la salud de la carne, común a hombres y jumentos, ¿acaso es nula la salud que reservas para los hombres? Hay ciertamente otra que no sólo no es común a hombres y jumentos, sino que ni siquiera es común a los hombres mismos buenos y malos. Por eso, después de hablar allí de esa salud que reciben en común ganados y hombres, en atención a la salud que deben esperar los hombres, pero los hombres buenos, añadió a continuación: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas, se embriagarán de la fertilidad de tu casa y del torrente de tu deleite les darás a beber, porque contigo está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz. Ésta es la salud que pertenece a los buenos, a los que ha nominado hijos de los hombres, aunque había dicho arriba: A hombres y jumentos harás salvos, Señor. ¿Pues qué decir? ¿Esos hombres no eran hijos de los hombres, para que, tras haber dicho «hombres» siguiera y dijese: «ahora bien, los hijos de los hombres», como si una cosa eran los hombres, y otra los hijos de los hombres? Sin embargo, supongo que el Espíritu Santo no ha dicho esto sin alguna alusión a la distinción: «hombres», respecto al Adán primero: «los hijos de los hombres», respecto a Cristo, pues quizá los «hombres» pertenecen al hombre primero; en cambio, «los hijos de los hombres» pertenecen al Hijo del hombre.

La salud en sábado

4. Hice una única obra y todos os asombráis. Y añade al instante: Por eso os ha dado Moisés la circuncisión. Bien hecho está que recibierais de Moisés la circuncisión. No porque viene de Moisés, sino de los padres. Por cierto, Abrahán fue el primero en recibir del Señor la circuncisión. Y circuncidáis en sábado. Os deja convictos Moisés. En la Ley habéis recibido circuncidar al octavo día; en la Ley habéis recibido descansar el séptimo día. Si el octavo día de quien ha nacido ocurriera al día séptimo del sábado, ¿que haréis? ¿Descansaréis para observar el sábado, o circuncidaréis para cumplir el sacramento del día octavo? Pero sé, afirma, qué hacéis: Circuncidáis a un hombre. ¿Por qué? Porque la circuncisión tiene que ver con alguna marca de la salvación y los hombres no deben estar exentos de la salvación en sábado. Tampoco, pues, os airéis contra mí, porque he hecho salvo en sábado a un hombre entero; si en sábado, afirma, recibe la circuncisión un hombre para que no se quebrante la Ley de Moisés —pues mediante Moisés se instituyó saludablemente algo en el establecimiento de la circuncisión—, ¿por qué os indignáis contra mí que en sábado realizo la salvación?

La resurrección es la verdadera circuncisión

5. En efecto, la circuncisión significaba quizá al Señor en persona, contra quien ellos se enojaban porque curaba y sanaba. De hecho, se mandó aplicar la circuncisión el día octavo; y ¿qué es la circuncisión, sino el despojo de la carne? Esa circuncisión significa, pues, despojar del corazón los deseos carnales. No sin causa, pues, se dio y se mandó realizar en este miembro, porque mediante ese miembro se procrea la criatura de los mortales. Mediante un único hombre vino la muerte, como mediante un único hombre la resurrección de los muertos; también mediante un único hombre y mediante el pecado entró al mundo la muerte. Cada uno nace con prepucio precisamente porque todo hombre nace con el desperfecto del linaje; y Dios no limpia ni del desperfecto con que nacemos, ni de los desperfectos que viviendo mal añadimos, sino mediante un cuchillo de roca, el Señor Cristo: Pues la roca era el Mesías. Por cierto, los judíos circuncidaban con cuchillos de roca y con el nombre de roca representaban a Cristo, mas no lo reconocían presente, sino que además deseaban matarlo. Ahora bien, ¿por qué en el octavo día, sino porque el Señor resucitó tras el séptimo del sábado en el día del Señor? La resurrección de Cristo, pues, que sucedió al tercer día de la pasión, sí, pero al octavo día entre los días de la semana, ésa misma nos circuncida. Escucha, mientras el Apóstol amonesta a los circuncidados por la auténtica Roca: Si, pues, resucitasteis con el Mesías, buscad lo que hay arriba, donde el Mesías está sentado a la derecha de Dios; saboread lo que hay arriba, no lo que hay sobre la tierra. Dice a los circuncisos: Cristo ha resucitado, os ha quitado los deseos carnales, os ha quitado las ansias malas, os ha quitado lo superfluo con que habíais nacido y, mucho peor, lo que viviendo mal habíais añadido. Circuncidados por la roca, ¿por qué saboreáis aún la tierra? Y, por último, ya que Moisés dio la Ley y circuncidáis a un hombre en sábado, entended que la obra buena significa esto: que yo he hecho salvo en sábado a un hombre entero, porque fue curado para estar sano en el cuerpo, y creyó para estar sano en el alma.

El Señor del sábado

6. No juzguéis haciendo acepción de personas, sino juzgad el juicio recto. ¿Qué significa esto? Quienes en atención a la Ley de Moisés circuncidáis en sábado, no os airáis contra Moisés; y, porque yo he hecho salvo a un hombre en sábado, os airáis contra mí. Juzgáis haciendo acepción de personas, atended a la verdad. Yo no me antepongo a Moisés, asevera el Señor, que era también Señor de Moisés mismo. Observadnos a los dos como a hombres, cual a dos hombres juzgad entre nosotros, pero juzgad el juicio verdadero: no lo condenéis por honrarme, sino honradme tras entenderlo a él. De hecho, esto les dijo en otro lugar: Si creyerais a Moisés, absolutamente me creeríais también a mí, pues de mí escribió él. Pero en este lugar no quiso decir esto, como si él y Moisés estuviesen colocados en pie ante ellos. En atención a la Ley de Moisés circuncidáis, aun cuando sea sábado, ¿no queréis que muestre durante el sábado la generosidad de obrar curaciones? Porque el Señor de la circuncisión y el Señor del sábado es el autor de la salud y os está prohibido hacer en sábado trabajos serviles, si entendéis realmente los trabajos serviles no pecaréis. Por cierto, quien comete pecado es esclavo del pecado. ¿Acaso es un trabajo servil sanar a un hombre durante el sábado? Coméis y bebéis —por decir yo algo en virtud del aviso del Señor y en virtud de sus palabras—; sí, ¿por qué coméis y bebéis en sábado, sino porque lo que hacéis tiene que ver con la salud? Mediante esto mostráis que las obras de la salud no han de omitirse en manera alguna el día de sábado. No juzguéis, pues, haciendo acepción de personas, sino juzgad el juicio recto. Observadme como hombre, observad a Moisés como hombre; si juzgáis según verdad, no me condenaréis a mí ni a Moisés, y, conocida la verdad, me conoceréis, porque yo soy la Verdad.

El hombre nuevo

7. Gran esfuerzo requiere, hermanos, evitar en este mundo este vicio que el Señor ha censurado en este lugar: no juzgar haciendo acepción de personas, sino mantener el juicio recto. El Señor amonestó a los judíos, sí, pero también nos ha aconsejado a nosotros; a ellos los dejó convictos, a nosotros nos ha instruido; a ellos los rebatió, a nosotros nos ha estimulado. No supongamos que esto no está dicho para nosotros porque no estuvimos allí entonces. Está escrito, se lee, al ser leído en voz alta lo hemos oído, pero lo hemos oído como dicho a los judíos. No nos pongamos a nuestra espalda y como que miremos reprender a los enemigos, y nos convirtamos en lo que la Verdad misma nos reprenda. Los judíos juzgaban ciertamente haciendo acepción de personas; pero por eso no pertenecen al Nuevo Testamento, por eso no tienen en Cristo el reino de los cielos, por eso no son unidos a la sociedad de los ángeles santos. Pedían al Señor cosas terrenas, pues la tierra de promisión, la victoria sobre los enemigos, la fecundidad de los partos, la multiplicación de hijos, la abundancia de frutos, cosas todas las cuales prometió el verdadero y buen Dios, sí, pero como a carnales, todo esto hizo para ellos el Viejo Testamento. ¿Qué es el Viejo Testamento? Cual herencia perteneciente al hombre viejo. Nosotros hemos sido renovados, hemos sido hechos el hombre nuevo, porque también ha llegado ese Hombre nuevo. ¿Qué hay tan nuevo como nacer de una Virgen? Porque, pues, no había qué renovase en él un precepto porque no tenía pecado alguno, se dio un parto nuevo. En él un parto nuevo, en nosotros el hombre nuevo. ¿Qué es el hombre nuevo? El renovado en cuanto a la vetustez. Renovado ¿para qué cosa? Para desear las realidades celestes, para ansiar las eternas, para desear la patria que está arriba y no teme adversario, donde no perdemos al amigo ni tenemos enemigo; donde vivimos con actitud buena, sin carencia alguna; donde nadie nace, porque nadie muere; donde ya nadie progresa ni nadie deserta; donde no hay hambre ni sed, sino que la saciedad es la inmortalidad, y el alimento la Verdad. Porque tenemos estas promesas y pertenecemos al Nuevo Testamento y hemos sido hechos herederos de la nueva herencia y coherederos con el Señor mismo, tenemos una muy otra esperanza. No juzguemos haciendo acepción de personas; mantengamos, más bien, el juicio recto.

La imparcialidad en el juicio

8. ¿Quién es el que no juzga haciendo acepción de personas? Quien ama armoniosamente. El amor armonioso hace que no haya acepción de personas. Cuando honramos a los hombres de modo diverso según sus rangos, entonces no ha de temerse que hagamos acepción de personas. Pero, cuando juzgamos entre dos y a veces entre parientes, alguna vez se produce un juicio entre padre e hijo: el padre se queja del mal hijo, o el hijo se queja del padre duro. Guardamos al padre el respeto que le debe el hijo: en cuanto a la honra no igualamos al hijo con el padre, pero lo anteponemos si tiene una causa buena; en cuanto a la verdad, igualemos al hijo con el padre y así tributaremos el honor debido, sin que la equidad pierda ganancia. Así progresamos gracias a las palabras del Señor, y su gracia nos ayuda a progresar.

 

 

TRATADO 31

Comentario a Jn 7,25-36, predicado en Hipona durante la segunda quincena de agosto de 414

Jesús escondido, misterio oculto

1. Recuerda Vuestra Caridad que en los sermones anteriores se ha leído en el evangelio —y os he explicado como he podido— que el Señor Jesús subió a la fiesta como en secreto, no porque temiera ser detenido él, que tenía poder de no ser detenido, sino para dar a entender que también en el día festivo mismo que celebraban los judíos se ocultaba él, y que esto era un misterio suyo. El poder, pues, que se consideraba timidez ha aparecido en la lectura hodierna, pues en el día festivo hablaba públicamente, hasta el punto de que las turbas se asombraban y decían lo que hemos oído cuando se leía la lectura: ¿Acaso no es este a quien buscaban matar? Y he aquí que habla públicamente y no le dicen nada. ¿Acaso las autoridades han reconocido que éste es el Mesías? Quienes conocían con qué saña se le buscaba, se asombraban del poder en virtud del cual no se le detenía. Después, por no entender su poder, supusieron que las autoridades tenían saber —que habían reconocido que él mismo era el Mesías—, y que por eso tuvieron miramientos con él, a quien tanto habían buscado matar.

El origen de Cristo

2. Después, los mismos que habían dicho entre ellos «¿Acaso las autoridades han reconocido que éste es el Mesías?», se plantearon la cuestión de por qué les parecía que él no era el Mesías, pues continuaron diciendo: Pero en cuanto a ése sabemos de dónde es; cuando, en cambio, venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es. De dónde surgió entre los judíos esta opinión, que cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es —pues no surgió sin razón—, si consideramos las Escrituras, encontramos, hermanos, que las Santas Escrituras dijeron del Mesías que será llamado Nazareo. Predijeron, pues, de dónde es. De nuevo, si buscamos el lugar de su nacimiento, como si él viniera de donde nació, tampoco esto se ocultaba a los judíos, en razón de las Escrituras que predijeron esas cosas. En efecto, cuando los Magos, vista la estrella, buscaban adorarlo, vinieron a Herodes y dijeron qué buscaban y qué querían; él, por su parte, convocados quienes sabían la Ley, les preguntó dónde nacería el Mesías. Ellos dijeron: «en Belén de Judá», y profirieron también un testimonio profético. Si, pues, los profetas habían predicho el lugar de donde era el origen de su carne y el lugar donde su madre lo parió, ¿de dónde nació entre los judíos esa opinión que acabamos de escuchar, Cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es, sino de que las Escrituras habían predicho y prenunciado una y otra cosa? Las Escrituras habían predicho de dónde era en cuanto hombre; en cuanto Dios, se ocultaba a los impíos y buscaba a los piadosos. Por cierto, respecto a esto también ésos dijeron: «Cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es», porque esta opinión se la había producido lo que mediante Isaías está dicho: ¿Quién explicará con todo detalle su generación? Al fin, el Señor mismo respondió también a una y otra cosa, que sabían y no sabían de dónde era, para dar testimonio de la santa profecía que respecto a él se había predicho, la de la debilidad, según la humanidad, y la de la majestad, según la divinidad.

3. Escuchad, pues, hermanos, la Palabra del Señor y ved cómo les confirmó tanto lo que dijeron: «En cuanto a ése sabemos de dónde es», como lo que dijeron: Cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es. Gritaba, pues, Jesús mientras enseñaba en el templo: Me conocéis y sabéis de dónde soy; mas no he venido por mí mismo, pero es veraz quien me envió, al que vosotros no conocéis. Esto es decir: «Me conocéis y no me conocéis»; esto es decir: Sabéis de dónde soy y no sabéis de dónde soy. Sabéis de dónde soy, Jesús de Nazaret, a cuyos padres también conocéis. De hecho, en este asunto se ocultaba sólo el parto virginal, cuyo testigo era empero el marido, pues podía indicar fielmente esto el mismo que maritalmente podría también sentir celos. Exceptuado, pues, este parto virginal, respecto a Jesús conocían por entero todo lo que se refiere al hombre: su rostro era conocido, su patria era conocida, su ascendencia era conocida, se sabía donde nació. Con razón, pues, según la carne y la efigie humana que llevaba, dijo: «Me conocéis y sabéis de dónde soy»; en cambio, según la divinidad, dijo: «Mas no he venido por mí mismo, pero es veraz quien me envió, al que vosotros no conocéis; pero, para conocerlo, creed en quien me envió, y lo conoceréis. En efecto, nadie ha visto nunca a Dios, sino queel Unigénito Hijo que está en el seno del Padre, ése mismo lo explicó con todo detalle; y: Al Padre no lo conoce sino el Hijo y a quien el Hijo quiera revelarlo.

4. Finalmente, después de haber dicho: «Pero es veraz quien me envió, al que vosotros no conocéis», para manifestarles cómo podrían saber lo que ignoraban, añadió: Yo lo conozco. Preguntadme, pues, para que lo conozcáis. Ahora bien, ¿por qué lo conozco? Porque procedo de él, y él mismo me envió. Magníficamente ha manifestado una y otra cosa. Afirma «procedo de él» porque, en cuanto Hijo, procede del Padre y cualquier cosa que es el Hijo procede de aquel cuyo Hijo es. Por eso llamamos «Dios de Dios» al Señor Jesús, y al Padre no lo llamamos «Dios de Dios», sino sólo «Dios»; y llamamos al Señor Jesús «Luz de Luz», y al Padre no lo llamamos «Luz de Luz», sino sólo «Luz». A esto, pues, se refiere lo que dijo: Procedo de él. En cambio, respecto a que me veis en la carne, él mismo me envió. Cuando oyes «él mismo me envió», no entiendas desemejanza de naturaleza, sino la autoridad del Engendrador.

La hora de Jesús

5. Buscaban, pues, prenderlo, mas nadie echó las manos contra él, porque aún no había llegado su hora; esto es, porque no quería. En efecto, ¿qué significa: Aún no había llegado su hora? Por cierto, el Señor no nació sujeto al hado. Esto no ha de creerse ni siquiera respecto a ti, ¡cuánto menos de aquel mediante el que has sido hecho! Si tu hora es voluntad suya, su hora ¿cuál es, sino su voluntad? Habló, pues, no de la hora en que sería forzado a morir, sino de esa en que se dignaría ser asesinado, pues aguardaba el tiempo de morir, porque aguardó el tiempo de nacer. Al hablar de este tiempo, asevera el Apóstol: Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo. Por eso, muchos dicen: ¿Por qué Cristo no vino antes? A los cuales ha de responderse que aún no había venido la plenitud del tiempo, dirigida por aquel mediante el que han sido hechos los tiempos, pues sabía cuándo debía venir. Primeramente había de ser anunciado a través de una larga serie de épocas y años, pues estuvo por venir algo no insignificante: durante largo tiempo había que anunciarlo a él, siempre había que poseerlo. Cuanto más importante era el juez que venía, tanto más larga serie de heraldos lo precedía. Por fin, cuando vino la plenitud del tiempo, vino también quien nos libraría del tiempo. En efecto, libres del tiempo, vamos a llegar a aquella eternidad donde no hay tiempo ni se dice allí: «Cuándo vendrá la hora», pues es un día eterno al que no precede el de ayer ni lo desplaza el de mañana. En cambio, en este mundo giran los días y unos pasan y otros vienen; ninguno permanece y los momentos en que hablamos se expelen recíprocamente y, para que pueda sonar la segunda sílaba, la primera no se mantiene. Desde que he comenzado a hablar he envejecido un poco y, sin duda alguna, ahora soy más viejo que esta mañana. Así, nada se mantiene, nada permanece fijo en el tiempo. Así pues, para ser liberados del tiempo y fijados en la eternidad, donde ya no hay ninguna mutabilidad de los tiempos, debemos amar a aquel mediante quien han sido hechos los tiempos. Por tanto, gran misericordia de nuestro Señor Jesucristo es que por nosotros se haya hecho temporal él, mediante el cual han sido hechos los tiempos; que se haya hecho una criatura entre todas él, mediante quien todo se hizo; que se haya hecho lo que había hecho. En efecto, se hizo lo que había hecho, ya que, para que no pereciese lo que había hecho, hombre se hizo quien había hecho al hombre. Según esta dispensación, había llegado ya la hora del nacimiento y él había nacido; pero aún no había llegado la hora de la pasión; por eso, no había padecido aún.

En Cristo hay no fatalidad, sino libertad

6. En fin, para que conozcáis no la fatalidad, sino la potestad del Muriente —digo esto por algunos que, al oír: «Aún no había llegado su hora», se afianzan en creer los fatos y sus corazones se hacen fatuos—; para que, pues, conozcáis la potestad del Muriente, recordad la pasión misma, mirad al Crucificado. Dijo, cuando pendía en el madero: Tengo sed. Ellos, oído esto, con una caña le ofrecieron en la cruz, mediante una esponja, vinagre; lo tomó, y aseveró: Está terminado. E, inclinada la cabeza, entregó el espíritu. Veis la potestad del Muriente, porque aguardaba esto, mientras se cumplía lo que respecto a él se predijo que iba a suceder antes de la muerte. En efecto, había dicho un profeta: Para comida mía dieron hiel, y en mi sed me dieron de beber con vinagre. Aguardaba que todo esto se cumpliese; tras haberse cumplido, dijo: «Está terminado», pues se marchó por potestad porque no había venido por fatalidad. Por eso, algunos se asombraron más de esa potestad del Muriente que de la potencia del hacedor de milagros. Por cierto, se acercaron a la cruz a bajar del madero los cuerpos, porque amanecía el sábado, y encontraron vivos a los bandidos. De hecho, el suplicio de la cruz era más duro, porque atormentaba más y a todos los crucificados los mataba una muerte lenta. Pues bien, para que aquéllos no permaneciesen en el madero, fueron forzados a morir quebradas las piernas, para poder bajarlos de allí. Al Señor, en cambio, lo encontraron muerto, y se asombraron los hombres; y quienes vivo lo despreciaron, muerto lo admiraron, de modo que algunos decían: Realmente éste es un hijo de Dios. A eso se debe, hermanos, también aquello, cuando dijo a quienes lo buscaban: «Yo soy», y ellos, tras retroceder, cayeron todos. Había, pues, en él suprema potestad. No le forzaba a morir una hora, sino que aguardaba la hora en que se realizase oportunamente la voluntad, no en la que se cumpliera la fatalidad de alguien obligado.

El enfermo busca al médico

7. Ahora bien, muchos de la turba creyeron en él. El Señor hacía salvos a los de baja condición y a los pobres. Las autoridades estaban fuera de sí y, por eso, no sólo no reconocían al médico, sino que incluso ansiaban matarlo. Había cierta turba que vio pronto su enfermedad y conoció sin dilación la medicina de aquél. Ved qué se dijo esa turba impresionada por los milagros: ¿Acaso cuando venga el Mesías va a hacer más numerosos milagros? Ciertamente, si no habrá dos Mesías, éste es. Creyeron, pues, en él quienes decían eso.

La voluntad de Jesús impide su arresto

8. Las autoridades aquellas, en cambio, oída la fe de la muchedumbre y el murmullo que glorificaba a Cristo, enviaron agentes a prenderlo. ¿A quién iban a prender? ¿A quien aún no quería? Porque, pues, no podían prender a quien no quería, fueron enviados a oír a quien enseñaba. A quien enseñaba ¿qué? Dice, pues, Jesús: Poco tiempo estoy aún con vosotros. Lo que queréis hacer ahora mismo, vais a hacerlo, pero no ahora mismo, porque ahora mismo no quiero. ¿Por qué aún no quiero ahora mismo? Porque poco tiempo estoy aún con vosotros y entonces voy a quien me envió. Debo cumplir mi dispensación y llegar así a mi pasión.

9. Me buscaréis, mas no me hallaréis; y adonde estoy yo, vosotros no podéis venir. Aquí ha predicho ya su resurrección, pues no quisieron reconocerlo presente y después lo buscaron cuando vieron a la multitud creer ya en él, pues grandes signos tuvieron lugar, también cuando el Señor resucitó y ascendió al cielo. Entonces tuvieron lugar mediante los discípulos grandes señales; pero mediante ellos las realizaba él, que también las realizaba por sí mismo, pues él mismo les había dicho: Sin mí no podéis hacer nada. Cuando el cojo aquel que se sentaba a la puerta se levantó a la voz de Pedro y caminó por su pie, de modo que los hombres se asombraron, Pedro les dijo que hizo eso no con su poder, sino con la fuerza de aquel a quien ellos asesinaron. Muchos, compungidos, dijeron: ¿Qué haremos? Se vieron, en efecto, ligados por el ingente crimen de impiedad, porque asesinaron a quien debieron venerar y adorar, y supusieron que esto era inexpiable. Grande era, en efecto, el delito cuya consideración los hacía desesperar; pero no debían desesperar esos por quienes el Señor, pendiente en la cruz, se dignó orar. Había dicho, en efecto: Padre, perdónalos, porque desconocen qué hacen. Veía, entre muchos extraños, a algunos suyos; pedía perdón para esos de quienes aún recibía injurias, pues se fijaba no en que moría a manos de ésos mismos, sino en que moría por ésos mismos. Mucho es lo que les fue concedido —a manos de ésos mismos y por ésos mismos— para que nadie desespere del perdón de su pecado, siendo así que merecieron el perdón quienes asesinaron a Cristo. Cristo murió por nosotros; pero ¿acaso a manos nuestras? En cambio, por su asesinato vieron ellos a Cristo morir y creyeron en Cristo que perdonaba sus asesinatos. Hasta que bebieron la sangre que habían derramado, desesperaron de su salvación.

Dijo, pues, esto: Me buscaréis, mas no me hallaréis; y adonde estoy yo, vosotros no podéis venir, porque tras la resurrección iban a buscarlo compungidos. No dijo «donde estaré», sino «donde estoy», pues Cristo estaba siempre allí adonde había de regresar, pues vino sin marcharse. Por ende asevera en otro lugar: «Nadie ha ascendido al cielo, sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo»; no ha dicho «que estuvo en el cielo». Hablaba en la tierra y decía estar en el cielo. Vino sin marcharse de allí; ha regresado sin abandonarnos. ¿De qué os asombráis? Dios hace esto, pues el hombre, según el cuerpo, está en un lugar y de ese lugar se marcha; y, cuando va a otro lugar, no estará en este lugar de donde vino; Dios, en cambio, llena todo y está entero por doquier; los lugares no lo contienen mediante el espacio. Sin embargo, el Señor Cristo estaba en la tierra según la carne visible, en el cielo y en la tierra según la invisible majestad; por eso asevera: Adonde yo estoy, vosotros no podéis venir. No ha dicho «no podréis», sino «no podéis», pues entonces eran de tal condición que no podían. Por cierto, para que sepáis que esto no está dicho para desesperación, también a sus discípulos dijo algo parecido: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir, aunque, al orar por ellos, había dicho: Padre, quiero que donde yo estoy, también ésos mismos estén conmigo. Finalmente expuso esto a Pedro y le dijo:Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora mismo; en cambio, me seguirás después.

Una profecía involuntaria

10. Dijeron, pues, los judíos, no a él, sino a ellos mismos: ¿A dónde va a ir éste, porque no lo hallaremos? ¿Acaso va a ir a la dispersión de los gentiles y a enseñar a los gentiles? De hecho, no sabían lo que dijeron, pero profetizaron porque él quiso, pues el Señor iba a ir a los gentiles no con la presencia de su cuerpo, sino en todo caso con sus pies. ¿Quiénes eran sus pies? Los pies que Pablo quería pisotear persiguiéndolos, cuando la cabeza le gritó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué significa esta palabra que dijo: me buscaréis y no me hallaréis; y adonde yo estoy, vosotros no podéis venir? Desconocían por qué dijo esto el Señor y empero profetizaron, sin saberlo, algo que iba a suceder. Dijo, en efecto, esto el Señor, porque ellos no conocían el lugar, si empero hay que hablar de lugar, esto es, el seno del Padre, de donde el Hijo unigénito no se ausenta nunca, ni eran idóneos para pensar en el lugar donde estaba Cristo, de donde no se ha alejado Cristo, a donde iba a regresar Cristo, donde permanecía Cristo. ¿Cómo podrá pensar en esto el corazón humano y, menos aún, explicarlo con la lengua? Ellos, pues, no entendieron esto de ningún modo y empero con esta ocasión predijeron nuestra salvación: que el Señor iba a ir a la dispersión de los gentiles y a cumplir lo que leían y no entendían: Un pueblo al que no conocí me sirvió como esclavo, me prestó atención con la atención del oído. No le oyeron aquellos ante cuyos ojos estuvo; le oyeron aquellos a cuyos oídos se dejó oír con claridad.

El que fue juzgado juzgará

11. Por cierto, la mujer que padecía flujo de sangre representaba el tipo de aquella Iglesia que iba a venir de los gentiles; tocaba y no era vista; nadie la conocía y era sanada. De hecho, era una figura lo que el Señor interrogó: ¿Quién me ha tocado? Como si él lo desconociese, sanó a la desconocida; así hizo también a los gentiles. No lo hemos conocido en la carne, mas hemos merecido comer su carne y en su carne ser miembros. ¿Por qué? Porque envió hacia nosotros. ¿A quiénes? A sus heraldos, a sus discípulos, a sus siervos, a sus redimidos que ha creado, más bien, a sus hermanos que ha redimido —absolutamente todo lo que he dicho es poco—, a sus miembros, a él mismo, pues nos envió a sus miembros y nos ha hecho miembros suyos. Sin embargo, según el aspecto corporal que los judíos vieron y despreciaron, Cristo no estuvo entre nosotros, porque también esto estaba dicho de él, como también el Apóstol dice: Pues digo que Cristo fue ministro de la circuncisión en atención a la veracidad de Dios, para confirmar las promesas de los padres. Debió venir a esos por cuyos padres y a cuyos padres fue prometido; por eso también él mismo asevera así: No he sido enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que perecieron. Pero ¿qué dice el Apóstol a continuación? Para que, por su parte, los gentiles glorifiquen a Dios por la misericordia. Y el Señor mismo, ¿qué dice? Tengo otras ovejas que no son de este redil. Quien había dicho: «No he sido enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que perecieron», ¿cómo tiene otras ovejas a las que no ha sido enviado, sino porque dio a entender que él había sido enviado a mostrar su presencia corporal sólo a los judíos, que lo vieron y asesinaron? Mas muchos de ellos creyeron antes y después. La cosecha primera se aventó desde la cruz, para que hubiese semilla de donde surgiera otra cosecha. En verdad, ahora, cuando estimulados por la reputación del Evangelio y por su buen olor creen sus fieles de todas las naciones, acontecerá la expectación de las naciones, cuando venga quien ya ha venido; cuando todos verán a ese a quien entonces no vieron algunos y algunos vieron; cuando venga a juzgar quien vino a ser juzgado; cuando venga a reconocer quien vino a no ser reconocido. De hecho, Cristo fue no separado de los impíos, sino juzgado con los impíos, pues de él está dicho: Entre los inicuos fue contado. El bandido quedó libre; Cristo fue condenado. Recibió perdón el culpable, fue condenado quien perdonó los crímenes de cuantos los confiesan. Sin embargo, si te fijas, incluso la cruz misma fue un tribunal, ya que, colocado en medio el juez, un bandido, el que creyó, fue liberado; el otro, el que escarneció, fue condenado. Daba ya a entender lo que va a hacer con los vivos y los muertos: poner a unos a la derecha, y a otros a la izquierda. Un bandido es similar a quienes estarán a la izquierda, el otro es similar a quienes estarán a la derecha. Era juzgado y amenazaba con el juicio.

 

 

TRATADO 32

Comentario a Jn 7,37-39, predicado en Hipona, muy adelantado ya agosto de 414

Cómo nos acercamos a Jesús para calmar la sed 

1. Entre disensiones y dudas de los judíos acerca de nuestro Señor Jesucristo, entre lo demás que dijo para que eso confundiera a unos, instruyese a otros, en el último día de aquella festividad —entonces sucedían, en efecto, esas cosas—, la cual se nomina Cenopegia, esto es, construcción de tiendas, festividad de la que Vuestra Caridad recuerda que se ha disertado ya antes, el Señor Jesucristo invita —y esto no hablando de cualquier modo, sino gritando— a que quien tenga sed vaya a él. Si tenemos sed, vayamos, mas no con los pies, sino con los afectos; vayamos no emigrando, sino amando, aunque, según el hombre interior, también quien ama emigra. Y una cosa es emigrar con el cuerpo, otra con el corazón; emigra con el cuerpo quien con el movimiento del cuerpo cambia de lugar; emigra con el corazón quien con el movimiento del corazón cambia el afecto. Si amas una cosa y amabas otra, no estás donde estabas.

El alma, superior al cuerpo

2. Nos grita, pues, el Señor: Estaba, en efecto, de pie y gritaba: Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. Quien cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva fluirán de su vientre. No debemos detenernos en qué significaba esto, porque el evangelista lo ha explicado. Efectivamente, por qué dijo el Señor: «Si alguien tiene sed, venga a mí y beba», y: «Quien cree en mí, ríos de agua viva fluirán de su vientre», lo ha expuesto a continuación el evangelista, diciendo: Ahora bien, dijo esto del Espíritu que iban a recibir quienes creyeran en él; de hecho, aún no había Espíritu, porque aún no había sido glorificado Jesús. Hay, pues, una sed interior y un vientre interior, porque hay un hombre interior. Y, por cierto, el interior es invisible; el exterior, en cambio, visible; pero es mejor el interior que el exterior. Y lo que no se ve, esto se ama más, pues consta que se ama más al hombre interior que al exterior. ¿Cómo consta esto? Compruébelo cada uno en sí mismo. En efecto, aunque quienes viven mal dedican sus ánimos al cuerpo, sin embargo, quieren vivir, lo cual es exclusivo del ánimo, y, más que a las cosas que son regidas, se valoran a sí mismos, que rigen. Rigen, en efecto, los ánimos el alma, son regidos los cuerpos. Cada uno goza del placer y del cuerpo toma placer; pero separa tú el alma: en el cuerpo no resta nada que goce; y, si goza del cuerpo, goza el ánimo. Si goza de su casa, ¿no debe gozar de sí? Y, si en el exterior tiene el ánimo de qué deleitarse, ¿en el interior se quedará sin delicias? Consta absolutamente que el hombre ama su alma más que su cuerpo. Pero, en otro hombre, también ama el hombre más el alma que el cuerpo. En efecto, ¿qué se ama en el amigo, donde el amor es totalmente sincero y limpio? ¿Qué se ama en el amigo, el ánimo o el cuerpo? Si se ama la lealtad, se ama al ánimo; si se ama la benevolencia, sede de la benevolencia es el ánimo; si en el otro amas que ése mismo te ama también a ti, amas el ánimo, porque no la carne, sino el ánimo, ama. De hecho, lo amas precisamente porque te ama. Examina por qué te ama, y verás qué amar. Más amado es, pues, el ánimo y no se ve.

Dios, hermosura del alma

3. Quiero decir también algo, para que a Vuestra Dilección se haga más visible cuánto se ama al ánimo y cómo se lo antepone al cuerpo. Los amantes lascivos mismos, que se deleitan en la hermosura de los cuerpos y a los que enciende la forma de los miembros, aman más cuando son amados, porque, si uno ama y siente que se le odia, en vez de sentir cariño se aíra. ¿Por qué en vez de sentir cariño se aíra? Porque no se le devuelve lo que ha invertido. Si, pues, los amantes mismos de los cuerpos quieren ser a su vez amados y les deleita más esto, ser amados, ¿de qué clase son los amantes de los ánimos? Y si grandes son lo amantes de los ánimos, ¿cómo serán los amantes de Dios, que ha hecho bellos los ánimos? Por cierto, como el ánimo produce en el cuerpo la belleza, así Dios en el ánimo. De hecho, eso por lo que se ama al cuerpo no se lo produce sino el ánimo; cuando éste ha emigrado, te horrorizas del cadáver y, por mucho que hubieres querido aquellos miembros bellos, te apresuras a sepultarlos. Belleza, pues, del cuerpo es el ánimo; belleza del ánimo, Dios.

El alma convertida en fuente

4. Grita, pues, el Señor que vayamos y bebamos si dentro tenemos sed, y dice que, cuando hayamos bebido, fluirán de nuestro vientre ríos de agua viva. El vientre del hombre interior es la conciencia del corazón. La conciencia, pues, purificada por haber bebido ese licor, cobra vida y tendrá una fuente para sacarlo; ella misma se será también fuente. ¿Qué es la fuente y qué es el arroyo que mana del vientre del hombre interior? La benevolencia con que quiere mirar por el prójimo. En efecto, si supone que lo que bebe debe bastarle a solo él mismo, no fluye de su vientre agua viva; si, en cambio, se apresura a mirar por el prójimo, no seca al agua, precisamente porque mana. Ahora veremos qué es lo que beben quienes creen en el Señor, porque somos cristianos, sí, y, si creemos, bebemos. Y cada uno debe reconocer en sí mismo si bebe y si vive de lo que bebe, pues la fuente no nos abandona si no abandonamos la fuente.

El Espíritu Santo y nuestro espíritu

5. Por qué gritó el Señor, a qué clase de bebida invitaba, qué propinaba a quienes bebían; el evangelista, como he dicho, lo ha expuesto diciendo: Ahora bien, decía esto del Espíritu que iban a recibir quienes creyeran en él; de hecho, aún no había Espíritu, porque aún no había sido glorificado Jesús. ¿De qué espíritu habla sino del Espíritu Santo? Porque cada hombre tiene en sí el propio espíritu, del cual hablaba yo cuando encomiaba al ánimo. En efecto, el ánimo de cada uno es su propio espíritu, del que dice el apóstol Pablo: Pues ¿qué hombre conoce lo que es del hombre sino el espíritu del hombre que está en él mismo? Luego ha añadido: Así también, lo que es de Dios nadie lo conoce sino el Espíritu de Dios. Nadie, sino nuestro espíritu, conoce lo nuestro. Efectivamente, no sé qué piensas, ni tú qué pienso; de hecho, lo propio nuestro es lo que pensamos dentro y testigo de los pensamientos de cada hombre es su espíritu. Así también, lo que es de Dios nadie lo conoce sino el Espíritu de Dios. Nosotros con nuestro espíritu, Dios con el suyo; sin embargo, con su Espíritu, Dios sabe también qué está en juego en nosotros; en cambio, sin su Espíritu nosotros no podemos saber qué está en juego en Dios. Por su parte, Dios sabe respecto a nosotros aun lo que nosotros mismos desconocemos. De hecho, Pedro desconocía su debilidad e ignoraba que estaba enfermo, cuando le oía al Señor que iba a negarlo tres veces; el médico sabía que estaba enfermo. Hay, pues, ciertas cosas que Dios conoce respecto a nosotros, aunque nosotros las desconocemos. Sin embargo, por lo que atañe a los hombres, nadie se conoce a sí mismo como el hombre mismo; otro desconoce qué está en juego en él, pero lo sabe su espíritu. En cambio, recibido el Espíritu de Dios, aprendemos incluso qué está en juego en Dios, no todo entero, porque no lo recibimos todo entero. De la prenda sabemos mucho, pues hemos recibido la prenda y después se dará la plenitud de la prenda. Mientras tanto, en esta residencia en tierra extranjera consuélenos la prenda, porque quien se ha dignado dar la prenda está dispuesto a dar mucho. Si tal es el arra, ¿qué será eso de que es arra?

El envío del Espíritu Santo

6. Pero ¿qué significa lo que asevera: De hecho, aún no había Espíritu, porque aún no había sido glorificado Jesús. Su sentido está a la vista, pues sí existía el Espíritu que estaba en Dios, pero no estaba aún en quienes habían creído en Jesús, pues el Señor Jesús había dispuesto no darles ese Espíritu del que hablamos sino después de su resurrección; y esto no sin causa. Y, si la buscamos, quizá nos permita hallarla; y si aldabeamos, abrirá para que entraremos. La piedad aldabea, no la mano, aunque también la mano aldabea si la mano no interrumpe las obras de misericordia. ¿Cuál es, pues, la causa por la que el Señor Jesucristo estableció dar el Espíritu Santo sólo tras haber sido glorificado?

Antes de decirlo como puedo, primero ha de investigarse, por si quizá turba a alguno, cómo el Espíritu no estaba aún en los hombres santos, aunque acerca del Señor mismo recién nacido se lee en el evangelio que Simeón lo reconoció gracias al Espíritu Santo; lo reconoció también Ana, la profetisa viuda; lo reconoció Juan mismo, que lo bautizó; lleno del Espíritu Santo, dijo Zacarías muchas cosas; María misma recibió el Espíritu Santo para concebir al Señor. Tenemos, pues, muchos indicios precedentes del Espíritu Santo, antes que glorificase al Señor la resurrección de su carne, pues tampoco tuvieron otro Espíritu los profetas que reanunciaron que Cristo iba a venir. Pero iba a haber cierto modo de esta donación, el cual en absoluto había aparecido antes; de ése mismo se habla aquí. Efectivamente, antes jamás leímos que unos hombres congregados hayan hablado en las lenguas de todas las naciones, tras haber recibido el Espíritu Santo. En cambio, después de su resurrección, cuando por primera vez se apareció a sus discípulos, les dijo: Recibid Espíritu Santo. De éste, pues, está dicho: Aún no había Espíritu, porque aún no había sido glorificado Jesús. Y quien con un soplo vivificó y levantó del lodo al primer hombre, soplo con que dio el alma a los miembros, sopló en su rostro para dar a entender que él era quien sopló en su rostro para que se levantasen del lodo y renunciasen a las obras de lodo. Entonces, tras su resurrección que el evangelista llama glorificación, el Señor dio por primera vez el Espíritu Santo a sus discípulos. Después, tras permanecer con ellos cuarenta días, como demuestra el libro de los Hechos de los Apóstoles, ascendió al cielo mientras ellos mismos le veían y acompañaban con su mirada. Pasados allí diez días, el día de Pentecostés envió de lo alto el Espíritu Santo. Llenos de él, una vez recibido, como he dicho, quienes se habían congregado en un único lugar, hablaron en las lenguas de todas las naciones.

La unidad con la Iglesia, condición indispensable para recibir el Espíritu Santo

7. ¿Qué, pues, hermanos; porque quien ahora es bautizado en Cristo y cree en él no habla en lenguas de todas las naciones, hemos de creer que no ha recibido el Espíritu Santo? Ni hablar de que esa perfidia tiente nuestro corazón. Estamos ciertos de que todo hombre lo recibe, pero él llena el vaso de la fe tanto cuanto lo acerque a la fuente. Aunque, pues, también ahora se recibe, alguno podría decir: ¿Por qué nadie habla en las lenguas de todas las naciones? Porque la Iglesia misma habla ya en las lenguas de todas las naciones. Antes existía la Iglesia en una única raza, donde hablaba en las lenguas de todas. Hablando en las lenguas de todas, daba a entender que sucedería que, por crecer entre las naciones, hablaría las lenguas de todas. Quien no esta en esta Iglesia, ni siquiera ahora recibe el Espíritu Santo. En efecto, desgajado y separado de la unidad de los miembros, unidad que habla en las lenguas de todos, renuncie a sí mismo: no lo tiene porque, si lo tiene, dé el signo que entonces se daba. ¿Qué significa «dé el signo que entonces se daba»? Hable en todas las lenguas. Me responderá: Pues qué, ¿hablas tú en todas las lenguas? Simple y llanamente, las hablo porque mía es toda lengua, esto es, la de su cuerpo, cuyo miembro soy. La Iglesia difundida por las naciones habla en todas las lenguas; la Iglesia es el cuerpo de Cristo, en este cuerpo eres miembro; porque, pues, eres miembro de su cuerpo que habla en todas las lenguas, cree que tú hablas en todas las lenguas. En efecto, la unidad de los miembros vive en buena armonía gracias a la caridad, y esa unidad misma habla como entonces hablaba un único hombre.

La unidad y los dones del Espíritu Santo

8. También nosotros, pues, recibimos el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia, si nos dejamos ensamblar por la caridad, si gozamos del nombre y fe católicos. Creamos, hermanos, que cada cual tiene el Espíritu Santo en la medida en que ama a la Iglesia de Cristo. El Espíritu Santo, en efecto, ha sido dado, como dice el Apóstol, para manifestación. ¿Qué manifestación? Como él mismo dice que mediante el Espíritu se concede a uno palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según ese mismo Espíritu; a otro, fe, en virtud del mismo Espíritu; a otro, don de curaciones, en virtud de un único Espíritu; a otro, realización de energías en virtud del mismo Espíritu. De hecho, se dan muchas cosas para manifestación; pero tú quizá no tienes nada de todo esto que he dicho. Si amas, tienes algo, ya que, si amas la unidad, para ti tiene también algo quienquiera que lo tenga en ella. Quita la envidia y será tuyo lo que tengo; quitaré la envidia y será mío lo que tienes. La envidia divide; la salud une. En el cuerpo ve el ojo solo; pero ¿acaso el ojo ve para sí mismo solo? Ve también para la mano, ve también para el pie, ve también para los demás miembros, ya que, si viene algún golpe al pie, el ojo no se retira de eso para no evitarlo. A su vez, la mano trabaja sola en el cuerpo; pero ¿acaso trabaja para sí sola? Trabaja también para el ojo porque si, al venir algún golpe, va no a la mano, sino sólo a la cara, ¿acaso dice la mano: No me muevo porque no se dirige a mí? Así el pie, al andar, milita para todos los miembros; los demás miembros callan y la lengua habla para todos.

Tenemos, pues, el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia; ahora bien, la amamos si estamos en su trabazón y caridad. En efecto, el Apóstol, después de haber dicho que a hombres diversos se dan dones diversos como funciones de cualesquiera miembros, afirma: «Todavía os muestro un camino muy descollante», y comenzó a hablar de la caridad. La antepuso a las lenguas de los hombres y de los ángeles, la antepuso a los milagros de la fe, la antepuso a la ciencia y la profecía, la antepuso incluso a la gran obra de misericordia con la que uno distribuye a los pobres lo suyo que posee; y al final la antepuso incluso al padecimiento corporal: a todo esto tan grande antepuso la caridad. Tenla a ella misma, y tendrás todo porque sin ella no aprovechará nada cualquier cosa que puedas tener. Porque la caridad de que hablamos pertenece verdaderamente al Espíritu Santo —de hecho, en el evangelio vuelve a tratarse ahora la cuestión respecto al Espíritu Santo—, escucha al Apóstol decir: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

El envío del Espíritu y la glorificación de Jesús

9. ¿Por qué, pues, el Señor quiso dar tras su resurrección el Espíritu, cuyos beneficios respecto a nosotros son máximos, porque la caridad de Dios ha sido derramada mediante él en nuestros corazones? ¿Qué dio a entender? Que en nuestra resurrección arda en llamas nuestra caridad y nos aparte del amor del mundo, para que toda ella corra hacia Dios. En efecto, aquí nacemos y morimos; no amemos esto; emigremos de aquí por la caridad, vivamos arriba por la caridad, por esa caridad con la que queremos a Dios. Durante esta peregrinación de nuestra vida no pensemos en otra cosa, sino en que no estaremos siempre aquí, y en que viviendo bien nos prepararemos allí un lugar de donde nunca emigremos, pues nuestro Señor Jesucristo, después de haber resucitado, ya no muere; la muerte no tendrá ya dominio sobre él, como dice el Apóstol. He aquí lo que debemos amar. Si vivimos, si creemos en ese que resucitó, nos dará no lo que aquí aman los hombres que no aman a Dios, o lo que tanto más aman cuanto menos le aman a él, y, en cambio, tanto menos aman esto cuanto más aman a Dios.

Pero veamos qué nos ha prometido: no riquezas terrenas y temporales, no honores y poder en este mundo, pues veis que todo esto se da también a los hombres malos, para que los buenos no le hagan mucho caso. Por último, no nos promete la salud corporal misma; no porque no la da él, sino porque, como veis, la da también a los ganados. No vida larga, pues ¿qué cosa que algún día se acaba es larga? A nosotros, los creyentes, no nos ha prometido como algo grande la longevidad o la vejez decrépita, que todos desean antes que llegue, y contra la que todos protestan cuando ha llegado. No la belleza corporal que extermina una enfermedad corporal o la vejez misma que se desea. Quiere uno ser bello y quiere ser viejo; esos dos deseos no pueden concordar recíprocamente entre sí; si llegas a viejo no serás bello; cuando llegue la vejez, la hermosura huirá y en un único sujeto no pueden habitar el vigor de la belleza y el gemido de la vejez. Nada de eso nos ha prometido quien dijo: El que cree en mí, venga y beba y de su vientre fluirán ríos de agua viva. Nos ha prometido la vida eterna, donde nada temamos, donde no nos conturbaremos, de donde no emigraremos, donde no muramos; donde no se llora al predecesor ni se espera sucesor. Porque, pues, tal es lo que nos promete a quienes lo amamos y hervimos en la caridad del Espíritu Santo, por eso no quiso dar ese Espíritu Santo mismo sino tras haber sido glorificado, para mostrar en su cuerpo la vida que de momento no tenemos, pero que esperamos cuando la resurrección.

 

TRATADO 33

Comentario a Jn 7,40-8,11, predicado en Hipona, algunos días después del anterior

La fe de los sencillos

1. Recuerda Vuestra Caridad que en el sermón anterior, con ocasión de la lectura evangélica, os hablé del Espíritu Santo. Tras haber invitado el Señor a quienes creyeran en él a beber este Espíritu, al hablar entre quienes pensaban detenerlo y ansiaban asesinarlo, pero no podían porque él no quería; tras haber, pues, dicho esto, se originó entre la turba una disensión acerca de él, pues unos suponían que él mismo era el Mesías, otros decían que el Mesías no surgirá de Galilea. Quienes habían sido enviados a detenerlo regresaron inmunes de delito y llenos de admiración, porque hasta dieron testimonio de la divinidad de su doctrina: ya que, cuando quienes los habían enviado dijeron: «¿Por qué no lo habéis traído?», respondieron que jamás habían oído a un hombre hablar así: Un hombre cualquiera, en efecto, no habla así. Él, en cambio, habló así porque era Dios y hombre. Sin embargo, los fariseos, tras rechazar el testimonio de aquéllos, les dijeron: «¿Acaso también vosotros estáis seducidos? Vemos, en efecto, que os han gustado sus palabras. ¿Acaso alguno de las autoridades o de los fariseos creyó en él? Pero la turba esta, que no conoce la Ley, son unos malditos». Quienes no conocían la Ley, ésos mismos creían en quien había enviado la Ley; y, para que se cumpliera lo que había dicho el Señor mismo: «Yo vine para que vean quienes no ven, y quienes ven se vuelvan ciegos», a quien había enviado la Ley, lo despreciaban quienes enseñaban la Ley. Ciegos, en efecto, se volvieron los doctores fariseos, fueron iluminados los pueblos que ignoraban la Ley, mas creyeron en el Autor de la Ley.

Un fariseo creyente

2. Sin embargo, Nicodemo, uno de los fariseos, el que de noche vino al Señor —y él mismo no incrédulo, no, sino tímido porque de noche había venido a la Luz precisamente porque quería ser iluminado, mas temía ser descubierto—, respondió a los judíos: ¿Acaso nuestra Ley sentencia al hombre, si antes no lo hubiera oído y sabido qué hace? De hecho, perversamente querían ellos ser condenadores antes que conocedores. Por cierto, Nicodemo sabía o, más bien, suponía que, si querían sólo escucharlo pacientemente, quizá se harían similares a quienes fueron enviados a detener y prefirieron creer. Ellos, por prejuicio de su corazón, respondieron lo que a aquéllos: ¿Acaso también tú eres galileo? Esto es, cual seducido por el Galileo. Por cierto, se llamaba galileo al Señor porque sus padres eran de la población de Nazaret. He dicho «padres» en cuanto a María, no en cuanto a la ascendencia masculina, pues en la tierra no buscó sino madre quien arriba tenía ya Padre. Por cierto, uno y otro nacimiento fue asombroso: el divino sin madre, el humano sin padre. ¿Qué, pues, dijeron a Nicodemo aquellos pretendidos doctores de la Ley? Escruta las Escrituras y ve que de Galilea no surge profeta. Pero de allí surgió el Señor de los profetas. Regresaron, afirma el evangelista, cada uno a su casa.

Cristo y el monte de los Olivos

3. De allí Jesús se marchó al monte, ahora bien, al monte del Olivar, al monte fructuoso, al monte del aceite perfumado, al monte del crisma, pues ¿dónde convenía que Cristo enseñase sino en el monte del Olivar? Por cierto, el nombre de Cristo viene de crisma; ahora bien, XXXX, en griego, se dice en latín unctio. Pues bien, nos ha ungido precisamente para hacernos luchadores contra el diablo. Y al amanecer vino de nuevo al templo, y todo el pueblo vino a él, y sentado les enseñaba. Mas no se le detenía, porque aún no se dignaba padecer.

Verdad, mansedumbre y justicia de Jesús

4. Ahora observad ya dónde fue puesta a prueba la mansedumbre del Señor. Pues bien, los letrados y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron en medio y le dijeron: Maestro, esta mujer acaba de ser sorprendida en adulterio. Ahora bien, Moisés nos mandó en la Ley lapidar a esta clase de mujeres; ¿tú, pues, qué dices? Ahora bien, decían esto para ponerlo a prueba, para poder acusarlo. ¿Acusarlo de qué? ¿Acaso lo habían sorprendido a él mismo en algún delito o se decía que aquella mujer estaba de algún modo relacionada con él? ¿Qué significa, pues: Para ponerlo a prueba, para poder acusarlo? Entenderemos, hermanos, que en el Señor sobresalió una mansedumbre asombrosa, pues reconocieron que él era extremadamente tierno, extremadamente manso, ya que de él se había predicho antes: Potentísimo, cíñete con tu espada cerca de tu muslo; marcha con tu porte y hermosura, avanza felizmente y reina por la verdad y la mansedumbre y la justicia. Trajo, pues, la verdad como Maestro, la mansedumbre como Liberador, la justicia como Juez instructor. Por eso, un profeta había predicho que él iba a reinar en virtud del Espíritu Santo. Cuando hablaba, se reconocía la verdad; cuando no se movía contra los enemigos, se loaba la mansedumbre. Porque, pues, la malevolencia y la envidia torturaban a los enemigos por esas dos cosas, esto es, su verdad y mansedumbre, le pusieron un tropiezo en la tercera, esto es, en la justicia. ¿Por qué? Porque la Ley había prescrito lapidar a los adúlteros y la Ley no podía en absoluto prescribir lo que era injusto; si alguien dijera algo distinto de lo que la Ley había prescrito sería sorprendido como injusto. Dijeron, pues, entre ellos: «Se le tiene por veraz, parece apacible; hay que buscarle una intriga respecto a la justicia; presentémosle una mujer sorprendida en adulterio, digamos qué está preceptuado sobre ella en la Ley; si prescribe que sea lapidada, no tendrá mansedumbre; si opina que se la perdone, no tendrá la justicia. Ahora bien, dicen, para no perder la mansedumbre que le ha hecho ya amable para la gente, sin duda va a decir que debe ser perdonada. Gracias a esto hallaremos la ocasión de acusarle y lo haremos reo como prevaricador de la Ley, diciéndole: Eres enemigo de la Ley; respondes contra Moisés, mejor dicho, contra el que mediante Moisés ha dado la Ley; eres reo de muerte, con ella debes ser lapidado también tú». Con estas palabras y afirmaciones podría inflamarse la envidia, animarse la acusación, exigirse la condena. Pero esto, ¿contra quién? La perversidad contra la rectitud, la falsedad contra la verdad, el corazón corrupto contra el corazón recto, la insensatez contra la sabiduría. ¿Cuándo ellos prepararían trampas en que antes no metieran la cabeza? He aquí que el Señor, respondiendo, va a mantener la justicia y no va a apartarse de la mansedumbre. Porque no creían en quien podría librarlos de las trampas, no fue cazado aquel a quien se las tendían, sino que, más bien, resultaron cazados quienes las tendían.

Triunfo de la misericordia sin menoscabo de la justicia

5. ¿Qué, pues, respondió el Señor Jesús? ¿Qué respondió la Verdad? ¿Qué respondió la Sabiduría? ¿Qué respondió la Justicia misma, contra la que se preparaba la intriga? Para no parecer que hablaba contra la Ley, no dijo: «No sea apedreada». Por otra parte, ni hablar de decir «Sea apedreada», pues vino no a perder lo que había encontrado, sino a buscar lo que estaba perdido. ¿Qué respondió, pues? ¡Ved qué respuesta tan llena de justicia, tan llena de mansedumbre y verdad! El que de vosotros está sin pecado, afirma, contra ella tire el primero una piedra. ¡Oh respuesta de sabiduría! ¡Cómo les hizo entrar dentro de sí mismos! Fuera, en efecto, inventaban intrigas, por dentro no se escudriñaban a sí mismos; veían a la adúltera, no se examinaban a sí mismos. Los prevaricadores de la Ley ansiaban que la Ley se cumpliera, y esto inventando intrigas; no de verdad, como condenando el adulterio con la castidad.

Habéis oído, judíos; habéis oído, fariseos; habéis oído, doctores de la Ley, al custodio de la Ley; pero aún no habéis entendido que él es el Legislador. ¿Qué otra cosa os da a entender cuando escribe en la tierra con el dedo? Por cierto, el dedo de Dios escribió la Ley, pero a causa de los duros fue escrita en piedra. Ahora el Señor escribía ya en la tierra, porque buscaba fruto. Habéis oído, pues; cúmplase la Ley, lapídese a la adúltera; pero ¿acaso castigando a aquélla van a cumplir la Ley quienes deben ser castigados? Cada uno de vosotros considérese a sí mismo, entre en sí mismo, ascienda al tribunal de su mente, preséntese ante su conciencia, oblíguese a confesar, pues sabe quién es, porque nadie de los hombres sabe lo que es del hombre sino el espíritu del hombre que está en él mismo. Cada uno, al poner la atención en sí mismo, se encuentra pecador. Así de claro. Dejadla, pues, ir o a una con ella afrontad el castigo de la Ley.

Si decía: «No sea lapidada la adúltera», quedaría convicto como injusto; si decía: «Sea lapidada», no parecería apacible; apacible y justo diga lo que debe decir. El que de vosotros está sin pecado, contra ella tire el primero una piedra. Ésta es la voz de la Justicia: «Castíguese a la pecadora, pero no por pecadores; cúmplase la Ley, pero no por prevaricadores de la Ley». Ésta es en absoluto la voz de la Justicia; ellos, heridos por esa Justicia como por un dardo grande cual una viga, tras mirarse a sí mismos y hallarse reos, se retiraron todos uno tras otro. Los dos fueron abandonados: la miserable y la Misericordia. El Señor, por su parte, tras haberlos herido con el dardo de la justicia, no se dignó ni siquiera mirar a los que caían, sino que, apartada de ellos la mirada, de nuevo escribía en la tierra con el dedo.

La pecadora y el sin pecado

6. Pues bien, abandonada sola la mujer y, tras marcharse todos, levantó sus ojos hacia la mujer. Hemos oído la voz de la Justicia; oigamos también la de la Mansedumbre. Creo, en efecto, que la mujer se había aterrorizado cuando oyó al Señor decir: El que de vosotros está sin pecado, contra ella tire el primero una piedra. Ellos, pues, atentos a sí y porque con la retirada misma confesaron acerca de sí, habían abandonado la mujer con un gran pecado a manos de quien estaba sin pecado. Y, porque ella había oído esto: El que de vosotros está sin pecado, contra ella tire el primero una piedra, esperaba ser castigada por ese en quien no podía hallarse pecado. Por su parte, quien con lengua de justicia había repelido a sus adversarios, tras levantar hacia ella ojos de mansedumbre, le interrogó: ¿Nadie te condenó? Respondió ella: Nadie, Señor. Y él: Tampoco te condenaré yo, por quien temías quizá ser castigada, porque no hallaste pecado en mí. Tampoco te condenaré yo. ¿Qué significa, Señor? ¿Fomentas, pues, los pecados? Simple y llanamente, no es así. Observa lo que sigue: Vete, en adelante no peques ya. El Señor, pues, ha condenado, pero el pecado, no al hombre. Efectivamente, si fuese fautor de pecados diría: «Tampoco te condenaré yo; vete, vive como vives; está segura de mi absolución; por mucho que peques, yo te libraré de todo castigo, hasta de los tormentos del quemadero y del infierno». No dijo esto.

La mansedumbre divina, invitación a la conversión

7. Atiendan, pues, quienes en el Señor aman la mansedumbre y temen la verdad. De hecho, el Señor es dulce y recto. Lo amas porque es dulce; témelo porque es recto. Cual apacible dice: «Callé»; pero cual justo: ¿Acaso callaré siempre? El Señor es compasivo y misericordioso. Así es simple y llanamente. Añade tú aún: longánime; añade aún: y muy compasivo; pero teme lo que está al final, y veraz, pues a quienes de momento aguata cuando pecan, va a juzgarlos por desafiantes. ¿O desafías las riquezas de su longanimidad y mansedumbre, al ignorar que la paciencia de Dios te induce a la enmienda? Tú, en cambio, según la dureza de tu corazón y según el corazón impenitente, te almacenas ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus obras. El Señor es apacible; el Señor es longánime; el Señor es compasivo; pero el Señor es también justo, el Señor es también veraz. Se te da espacio de corrección; pero tú amas la dilación más que la enmienda. ¿Fuiste malo ayer? Hoy sé bueno. ¿Y has pasado en la malicia el día hodierno? Al menos mañana cambia. Siempre aguardas y te prometes muchísimo de la misericordia de Dios cual si quien te prometió el perdón mediante el arrepentimiento, te hubiera prometido también una vida muy larga. ¿Cómo sabes lo que parirá el día de mañana? Bien dices en tu corazón: «Cuando me corrija, Dios me perdonará todos los pecados». No podemos negar que Dios ha prometido indulgencia a los convertidos y enmendados. Por cierto, en el profeta en que me lees que ha prometido indulgencia al corregido, no me lees que Dios te ha prometido vida larga.

Entre la esperanza y la desesperación

8. Por una y otra cosa peligran, pues, los hombres, por esperar y por desesperar; cosas contrarias, sentimientos contrarios. ¿Quién se engaña esperando? Quien dice: Dios es bueno, Dios es compasivo; haré lo que me place, lo que me gusta; soltaré las riendas a mis caprichos, satisfaré los deseos de mi alma. ¿Por qué esto? Porque Dios es compasivo, Dios es bueno, Dios es apacible. Ésos peligran por la esperanza. En cambio, por desesperación quienes, cuando caen en graves pecados, al suponer que no pueden perdonárseles a ellos arrepentidos y, estimando que están destinados sin duda a la condenación, se dicen a sí mismos con la actitud de los gladiadores destinados a la espada: «Vamos a ser ya condenados, ¿por qué no hacer lo que queramos?». Por eso dan pena los desesperados; pues ya no tienen qué temer, vehementemente son también de temer. Mata a éstos la desesperación; a aquéllos la esperanza. El ánimo fluctúa entre la esperanza y la desesperación. Es de temer que te mate la esperanza y que, por esperar mucho de la misericordia, incurras en juicio; a la inversa, es de temer que te mate la desesperación y, por suponer que no se te perdonan ya los pecados graves que has cometido, no te arrepientas e incurras en la sabiduría del juez, el cual dice: Y yo me reiré de vuestra ruina.

¿Qué hace, pues, el Señor con quienes peligran por una y otra enfermedad? A quienes peligran por esperanza, dice esto: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de día en día, pues su ira vendrá súbitamente y en el tiempo de la venganza te destruirá. A quienes peligran por desesperación, ¿qué dice? Cualquier día en que el inicuo se convierta, olvidaré todas sus iniquidades. Por quienes, pues, peligran por desesperación, ha presentado el puerto de la indulgencia; por quienes peligran por esperanza y se engañan con dilaciones, ha hecho incierto el día de la muerte. No sabes cuándo llegará el último día. ¿Eres ingrato porque tienes el de hoy para corregirte? Dice, pues, así a esa mujer: Tampoco te condenaré yo; pero, hecha segura respecto al pasado, vela por el futuro. Tampoco te condenaré yo; he borrado lo que has cometido; para encontrar lo que he prometido, observa lo que he preceptuado.

 

TRATADO 34

Comentario a Jn 8,12, predicado en Hipona un jueves, 27 de agosto o en septiembre de 414

Introducción

1. Lo que ahora hemos oído y escuchado atentos cuando se leía el santo evangelio, no dudo que todos hemos intentado entenderlo ni que, de la cosa tan grande que se ha leído, cada uno de nosotros ha tomado, según su capacidad, lo que ha podido, ni que, servido el pan de la palabra, no hay nadie que se queje de no haber gustado nada. Pero de nuevo no dudo que difícilmente hay alguien que haya entendido todo. Sin embargo, aunque hay quien entienda suficientemente todas las palabras de nuestro Señor Jesucristo públicamente leídas ahora del evangelio, tolere mi servicio hasta que, si puedo, exponiéndolas con la ayuda de aquél, consiga que todos o muchos entiendan lo que unos pocos se alegran de haber entendido.

Error maniqueo sobre Cristo Luz

2. Supongo que lo que asevera el Señor: Yo soy la luz del mundo, está claro para quienes tienen ojos con que ser hechos partícipes de esta luz; quienes, en cambio, no tienen ojos sino en la carne, se asombran de que esté dicho por el Señor Jesucristo: Yo soy la luz del mundo. Y quizá no falte quien diga para sus adentros: «¿Acaso el Señor Cristo es quizá ese sol que mediante el orto y el ocaso recorre el día?». En efecto, no han faltado herejes que opinaron eso. Los maniqueos supusieron que Cristo Señor es ese sol visible, expuesto a los ojos de la carne y común no sólo a los hombres, sino también a los ganados. Pero la recta fe de la Iglesia católica reprueba tal ficción y conoce que es doctrina diabólica; y no sólo lo reconoce creyéndolo, sino que, disputando, infunde esta convicción en quienes puede. Así pues, reprobemos tamaño error, que la Iglesia ha anatematizado desde el principio. No estimemos que el Señor Jesucristo es este sol que vemos salir de oriente y ponerse en occidente, a cuyo recorrido sucede la noche, cuyos rayos oscurece una nube, el cual con movimientos resueltos termina por emigrar de lugar en lugar. No es esto el Señor Cristo. El Señor Cristo no es el sol hecho, sino alguien mediante quien el sol ha sido hecho, pues todo se ha hecho mediante él, y sin él nada se ha hecho.

Del Señor viene la salvación

3. Hay, pues, una luz que ha hecho esta luz: amémosla, ansiemos entenderla, sintamos sed de ésa, para que, bajo su guía, alguna vez lleguemos a ella misma y vivamos en ella sin morir absolutamente jamás. Ésa, en efecto, es la luz de la que una profecía, otrora enviada por delante, canta en un salmo: Hombres y jumentos harás salvos, Señor, como se ha multiplicado tu misericordia, Dios. Ésas son palabras santas de un salmo; advertid qué ha anunciado de tal luz la antigua palabra de los hombres santos de Dios; afirma: Hombres y jumentos harás salvos, Señor, como se ha multiplicado tu misericordia, Dios. En efecto, porque eres Dios y tienes misericordia múltiple, la misma multiplicidad de tu misericordia llega no sólo a los hombres que has creado a tu imagen, sino también a los ganados que a ellos sometiste. Por cierto, de quien viene la salud del hombre, de ése mismo también la salud del ganado. No te ruborices de pensar esto sobre el Señor, Dios tuyo; al contrario, has de sentirte orgulloso de ello, confiar y guardarte de pensar de otra manera. Quien te hace salvo, ése mismo hace salvo a tu caballo, ése mismo a tu oveja —vengamos a lo absolutamente mínimo—, ése mismo a tu gallina; del Señor es la salvación, salva también a ésos mismos. Esto te impresiona, interrogas; me asombro de por qué dudas. ¿Se desdeñará de salvar quien se dignó crear? Del Señor es la salvación de los ángeles, de los hombres, de los ganados; del Señor es la salvación. Como nadie existe por sí mismo, así nadie es salvado por sí mismo. Por ende, el salmo asevera verdadera y óptimamente: Hombres y jumentos harás salvos, Señor. ¿Por qué? Como se ha multiplicado tu misericordia, Dios. Tú, en efecto, eres Dios, tú has creado, tú salvas; tú has dado el ser, tu das estar sano.

La luz del mundo

4. Si, pues, como se ha multiplicado la misericordia de Dios, así salva él a hombres y jumentos, ¿acaso no tienen los hombres alguna otra cosa que Dios creador les otorgue, que no otorga a los jumentos? ¿No hay ninguna diferencia entre el animal hecho a imagen de Dios y el animal sometido a la imagen de Dios? Simple y llanamente, la hay. Además de esa salud común a nosotros con los seres vivos mudos, hay algo que Dios nos otorgue y, en cambio, no otorga a ellos. ¿Qué es esto? Sigue tú en el mismo salmo: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas. Aun teniendo de momento la salud común con las bestias, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas. Tienen una salud de hecho, otra en esperanza. Esa salud que existe en el presente es común a hombres y ganados; pero hay otra que esperan los hombres y reciben quienes esperan, mas no reciben quienes desesperan. En efecto, los hijos de los hombres, afirma, esperarán bajo la cubierta de tus alas. Ahora bien, quienes esperan perseverantemente son protegidos por ti, para que el diablo no los derribe de la esperanza: esperarán bajo la cubierta de tus alas. Si, pues, esperarán, ¿qué esperarán sino lo que no tienen los ganados? Se embriagarán de la fertilidad de tu casa, y les darás a beber del torrente de tu deleite. ¿Cuál es el vino, embriagarse del cual es loable? ¿Cuál es el vino que no turba la mente, sino que la dirige? ¿Cuál es el vino que hace perpetuamente cuerdo, y, si no embriaga, lo hace loco? Se embriagarán. ¿De qué? De la fertilidad de tu casa, y les darás a beber del torrente de tu deleite. ¿Cómo? Porque en ti está la fuente de la vida. La fuente misma de la vida caminaba por la tierra, ella misma decía: Quien tiene sed, venga a mí. He aquí la fuente.

Pero nosotros habíamos comenzado a hablar de la luz y explicábamos la cuestión propuesta a raíz del evangelio. Se nos ha leído, en efecto, según decía el Señor: Yo soy la luz del mundo. De ahí la cuestión de que nadie, por entender carnalmente, supusiera que había que entender ese sol; de ahí llegamos al salmo, considerado el cual, hemos hallado entre tanto al Señor, fuente de vida. Bebe y vive. En ti está, afirma, la fuente de la vida; por eso, los hijos de los hombres esperan bajo la sombrilla de tus alas, buscando embriagarse de esa fuente. Pero hablábamos de la luz. Sigue tú, pues, ya que el profeta, después de decir: «En ti está la fuente de la vida», ha añadido a continuación: «En tu luz veremos la luz», al Dios de Dios, a la Luz de Luz. Mediante esta Luz ha sido hecha la luz del sol; y la Luz que ha hecho al sol, bajo el cual nos ha hecho también a nosotros, se ha hecho uno más bajo el sol por nosotros. Se ha hecho, repito, por nosotros uno más bajo el sol la Luz que ha hecho el sol. No desprecies la nube de la carne; la nube oculta la Luz, pero no para oscurecerla, sino para mitigarla.

La luz y la vida

5. Al hablar, pues, mediante la nube de su carne, la Luz indeficiente, la Luz de la Sabiduría, dice a los hombres: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. ¡Cómo te ha retirado de los ojos de la carne y te ha hecho volver a los ojos del corazón! No basta, en efecto, decir: «Quien me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz», pues ha añadido «de la vida», como allí está dicho: Porque en ti está la fuente de la vida. Mirad, pues, hermanos míos, cómo las palabras del Señor concuerdan con la verdad de aquel salmo: la luz está aquí puesta con la fuente de la vida, y el Señor ha dicho «la luz de la vida». Ahora bien, en estos usos corporales, una cosa es la luz; otra, la fuente; la garganta busca la fuente, los ojos la luz; cuando tenemos sed, buscamos la fuente; cuando estamos en tinieblas, buscamos la luz; y, si quizá tenemos sed de noche, encendemos una luz para llegar a la fuente. No así en Dios: lo que es la luz, esto es la fuente; quien te ilumina para que veas, ése mismo mana para que bebas.

Jesús, sol que no se oculta

6. Veis, pues, hermanos míos, veis, si veis dentro, qué clase de luz es esta de la que el Señor dice: Quien me sigue no caminará en las tinieblas. Sigue tú ese sol, veamos si no caminarás en las tinieblas. He aquí que al aparecer sale hacia ti; en su carrera se dirige él a occidente; tu marcha es quizá a oriente; si tú no te diriges a la parte contraria, no hacia la que él tiende, siguiéndolo errarás de verdad y en vez del oriente tendrás el occidente. Si en la tierra lo sigues, errarás; si en el mar lo sigue el navegante, errará. En fin, te parece que hay que seguir al sol y también tú tiendes a occidente, adonde también él tiende. Cuando se ponga, veamos si no caminarás en las tinieblas. Mira cómo, aunque no quisieras abandonarlo, él te abandonará, una vez que él por necesidad de su servicio haya recorrido el día. En cambio, nuestro Señor Jesucristo, entre tanto y cuando no se mostraba a todos a causa de la nube de la carne, sujetaba todo mediante el poder de su sabiduría. Tu Dios está entero por doquier; si no te caes de él, jamás él se te ocultará.

¿Buscas a Dios? Pídeselo a él

7. Quien me sigue, afirma, no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Ha puesto en un verbo de tiempo futuro lo que ha prometido, pues no dice «tiene», sino «tendrá la luz de la vida». Tampoco empero asevera «quien me seguirá», sino «quien me sigue». Respecto a lo que debemos hacer ha puesto el tiempo presente; significó con un verbo de tiempo futuro lo que ha prometido a quienes lo hagan. Quien me sigue, tendrá: por ahora sigue, después tendrá; por ahora sigue mediante la fe, después tendrá mediante la visión, pues, mientras estamos en el cuerpo, asevera el Apóstol, estamos desterrados del Señor, pues caminamos mediante fe, no mediante visión. ¿Cuándo mediante visión? Cuando tengamos la luz de la vida, cuando hayamos llegado en aquella visión, cuando haya pasado esa noche. Por cierto, de ese día que va a despuntar está dicho: De mañana estaré en tu presencia y contemplaré. ¿Qué significa «de mañana»? Pasada la noche de este mundo, pasados los terrores de las tentaciones, superado el león que de noche merodea rugiendo, mientras busca a quién devorar. De mañana estaré en tu presencia y contemplaré. Hermanos, ¿qué suponemos ahora que conviene de verdad a este tiempo, sino lo que se dice de nuevo en un salmo: Cada noche lavaré mi lecho, con mis lágrimas regaré mi cama? Cada noche, dice, lloraré; arderé en deseo de la luz. El Señor ve mi deseo, porque le dice otro salmo: Ante ti está todo deseo mío, y mi gemido no se te esconde. ¿Deseas oro? Pueden verte, pues para los hombres será manifiesto que buscas oro. ¿Deseas trigo? Preguntas quién tiene y le indicas tu deseo, pues anhelas llegar a lo que deseas. ¿Deseas a Dios? ¿Quién ve tu deseo sino Dios? En efecto, ¿a quién pides que te dé a Dios, como pides pan, agua, oro, plata o trigo? ¿A quién pides que te dé a Dios sino a Dios? Su persona se le pide a él mismo, que ha prometido su persona. Ensanche el alma su avidez y busque recoger en un regazo más capaz lo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió. Puede ser deseado, puede ser anhelado, puede suspirarse por ello; no puede ser pensado dignamente ni las palabras pueden explicarlo.

Rompamos las cadenas que nos impiden seguir a Cristo

8. Porque, pues, el Señor, hermanos míos, asevera brevemente: «Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida», palabras en que una cosa es lo que ha prescrito, otra lo que ha prometido, hagamos lo que ha prescrito; así no desearemos con desvergüenza lo que promete, ni nos dirá en su juicio: «Por cierto, ¿has hecho lo que prescribí, para que exijas lo que prometí?» ¿Qué, pues, prescribiste, Señor Dios nuestro? Te dice: Que me sigas. Has pedido un consejo de vida. ¿De qué vida, sino de la que está dicho: En ti está la fuente de la vida? Un quídam oyó: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Se marchó triste, no le siguió. Buscó un Maestro bueno, se dirigió a él como a doctor y despreció a quien le adoctrinaba; se marchó triste, encadenado por sus codicias; se marchó triste, pues tenía sobre sus hombros una gran carga de avaricia. Se fatigaba, se desazonaba; y, acerca de quien quiso descargarle la carga, supuso que no había que seguirle, sino abandonarle. En cambio, después que el Señor clamó mediante el evangelio: «Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados, y yo os aliviaré; coged sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón», ¡cuantísimos, oído el evangelio, hicieron lo que, oído de su boca, no hizo el rico aquel! Hagámoslo, pues, ahora mismo; sigamos al Señor, rompamos los grilletes que nos impiden seguirlo. Y ¿quién es idóneo para soltar tales nudos, si no ayuda ese a quien está dicho: Rompiste mis cadenas? De él dice otro salmo: El Señor suelta a los engrilletados, el Señor yergue a los aplastados.

Se hizo Camino por el que llegar a la Verdad y a la Vida

9. Y los soltados y erguidos, ¿qué siguen sino la luz a la que, porque el Señor ilumina a los ciegos, oyen: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas? Somos, pues, iluminados ahora, hermanos, pues tenemos el colirio de la fe, ya que precedió su saliva con tierra para ungir a quien nació ciego. También nosotros hemos nacido de Adán ciegos y necesitamos que aquél nos ilumine. Mezcló saliva con tierra: La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra; por eso está predicho: La verdad ha brotado de la tierra; por su parte, él mismo dijo: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Disfrutaremos de la verdad cuando la veamos cara a cara, porque también esto se nos promete. De hecho, ¿quién osaría esperar lo que Dios no se ha dignado prometer ni dar? Veremos cara a cara. Dice el Apóstol: Ahora conozco en parte, ahora enigmáticamente mediante espejo; en cambio, entonces cara a cara. Y el apóstol Juan en su carta: Queridísimos, ahora somos hijos de Dios y aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que, cuando haya aparecido, seremos similares a él porque lo veremos como es. Ésta es una gran promesa. Si lo amas, síguelo. «Lo amo, afirmas; pero ¿por dónde lo sigo?». Si el Señor tu Dios te hubiera dicho: «Yo soy la verdad y la vida», deseoso tú de la verdad, anhelante de la vida, buscarías el camino por el que pudieras llegar a éstas y te dirías: «¡Gran cosa es la verdad, gran cosa la vida! ¡Si hubiera cómo mi alma llegase allá!». ¿Buscas por dónde? Primero óyelo decir: Yo soy el Camino. Antes de decirte a dónde, ha presentado por dónde: Yo soy el Camino, afirma. El camino ¿a dónde? Y la Verdad y la Vida. Primero dijo por dónde puedes venir, después a dónde puedes venir. Yo soy el Camino, yo soy la Verdad, yo soy la Vida. Porque permanece en el Padre es la Verdad y la Vida; por haberse vestido la carne, se hizo Camino. No se te dice: «Fatígate buscando el camino para llegar a la verdad y a la vida»; no se te dice esto. ¡Perezoso, levántate! El Camino en persona ha venido a ti y, a ti que estabas durmiendo, te ha despertado del sueño, si empero te ha despertado; ¡levántate y anda! Quizá intentas andar y no puedes porque te duelen los pies. ¿Por qué te duelen los pies? ¿No habrán corrido por asperezas, a las órdenes de la avaricia? Pero la Palabra de Dios sanó también a cojos. Afirmas: «He aquí que tengo sanos los pies, pero no veo el camino mismo». También iluminó a ciegos.

Ahora, la lucha; después, la paz

10. Todo esto entero sucede mediante la fe, mientras estamos desterrados del Señor porque permanecemos en el cuerpo. Pero, cuando hayamos terminado el camino y llegado a la patria misma, ¿qué tendremos más alegre, qué tendremos más feliz, porque nada tendremos más sosegado, pues nada se rebelará contra el hombre? En cambio, ahora, hermanos, difícilmente estamos sin riña. A la concordia, sí, hemos sido llamados, se nos prescribe tener paz entre nosotros; en esto hay que esforzarse y empeñarse con todas las fuerzas, para llegar algún día a la paz perfectísima; de momento, en cambio, casi siempre litigamos con esos por quienes queremos mirar. Uno yerra: tú quieres conducirlo al camino; se te resiste: litigas; un pagano se resiste: disputas contra errores de ídolos y demonios; un hereje se resiste: disputas contra otras doctrinas demoníacas; un mal católico se niega a vivir bien: corriges también a tu hermano interior; permanece contigo en casa, mas busca caminos de perdición: te desazonas por cómo corregirlo, para dar buena cuenta de él ante el Señor de ambos. ¡Cuántas necesidades de riñas por doquier! Casi siempre el hombre, rendido de hastío, dice para sus adentros: «¿Por qué tengo que soportar contradictores, soportar a quienes devuelven mal por bien? Yo quiero mirar por ellos, ellos quieren perecer. Consumo mi vida litigando, no tengo paz. Además, hago enemigos a quienes debería tener por amigos, si observasen la benevolencia de quien mira por ellos. ¿Por qué tengo que soportar eso? Regresaré a mí, estaré conmigo; invocaré a mi Dios». Regresa a ti mismo: allí encontrarás riña. Si comenzaste a seguir a Dios, allí encuentras riña. Preguntas: «¿Qué riña encuentro?» La carne ansía contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hete ahí a ti mismo, hete ahí solo, hete ahí contigo, he aquí que no soportas a ningún otro hombre; pero ves en tus miembros otra ley, que se opone a la ley de tu mente y que mediante la ley del pecado y de la muerte, la cual está en tus miembros, te cautiva. Grita, pues, y clama a Dios desde la riña interior, para que te ponga en paz contigo: ¡Hombre infeliz yo! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios mediante Jesucristo, Señor nuestro, porque quien me sigue no caminará en las tinieblas, afirma, sino que tendrá la luz de la vida. Terminada por entero toda riña, seguirá la inmortalidad, porque será destruida la muerte, última enemiga. Y ¿de qué clase será la paz? Es preciso que esto corruptible se vista de incorrupción, y que esto mortal se vista de inmortalidad. Para llegar a ello, porque entonces existirá de hecho, ahora sigamos en esperanza al que dijo: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

 

TRATADO 35

Comentario a Jn 8,13-14, predicado en Hipona un viernes, 28 de agosto, o en septiembre de 414

Sigamos a Cristo, Luz del mundo

1. Quienes ayer estuvisteis presentes, recordáis que durante largo rato se expusieron con detalle las palabras de nuestro Señor Jesucristo, donde asevera: «Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida»; y, si todavía queremos exponer con detalle esa luz, podemos hablar largo rato porque no podemos explicarlo en compendio. Así pues, hermanos míos, sigamos a Cristo, Luz del mundo, para no caminar en tinieblas. Son de temer las tinieblas; las de las costumbres, no las de los ojos; y si las de los ojos, no las de los exteriores, sino las de los interiores, con los que se discierne no lo blanco y lo negro, sino lo justo e injusto.

Juan, la lámpara

2. Como, pues, nuestro Señor Jesucristo hubiese dicho esto, los judíos respondieron: Tú dices un testimonio acerca de ti; tu testimonio no es verdadero. Antes que viniera nuestro Señor Jesucristo, encendió y envió delante de sí muchas lámparas proféticas. De entre éstas era también Juan Bautista, de quien tan gran Luz en persona, que es el Señor Cristo, dio testimonio, como no lo dio de ningún hombre, pues asevera: Entre los nacidos de mujeres no ha surgido mayor que Juan Bautista. Éste empero, mayor que el cual nadie había entre los nacidos de mujeres, dice del Señor Jesucristo: Yo os bautizo con agua, sí; ahora bien, el que viene, cuya sandalia no soy digno de desatar, es más fuerte que yo. Ved cómo la lámpara se somete al día. El Señor en persona atestigua verdaderamente que Juan mismo fue lámpara: Él era, afirma, la lámpara que ardía y lucía, y vosotros quisisteis un momento exultar en su luz. Pues bien, cuando los judíos dijeron al Señor: «Dinos con qué autoridad haces eso», el Señor, porque sabía que tenían en gran cosa a Juan Bautista y porque ese mismo a quien tenían en gran cosa les había dado testimonio del Señor, les respondió: Os interrogaré yo también una sola palabra; decidme, el bautismo de Juan ¿de dónde es, del cielo o de los hombres? Turbados ellos, deliberaban entre sí mismos que, si decían «De los hombres», podría lapidarlos la turba, que creía que Juan era un profeta; si decían «Del cielo», les respondería: «Ese respecto a quien confesáis que del cielo ha tenido la profecía, ha dado testimonio de mí y de él habéis oído con qué autoridad hago yo eso». Vieron, pues, que, cualquiera de estas dos cosas que hubiesen respondido, iban a caer en la trampa, y dijeron: No sabemos. Y el Señor a ellos: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago eso. No os digo lo que sé, porque tampoco queréis declarar lo que sabéis. Rechazados de modo absolutamente justísimo, se marcharon confundidos y se cumplió lo que Dios Padre dice en un salmo mediante un profeta: He preparado para mi Cristo una lámpara, esto es, a Juan en persona; vestiré de confusión a sus enemigos.

Luz que ilumina y luz iluminada

3. Tenía, pues, el Señor Jesucristo el testimonio de los profetas enviados delante de sí, de los heraldos que habían precedido al Juez; tenía el testimonio recibido de Juan; pero su persona era el mayor testimonio que daba de sí. En cambio, ellos buscaban con ojos enfermos la luz de las lámparas, porque no podían soportar el día. En efecto, el mismo apóstol Juan en persona, cuyo evangelio tengo en las manos, dice del Bautista en el comienzo de su evangelio mismo: Había un hombre, enviado por Dios, cuyo nombre era Juan; éste vino para testimonio, a dar testimonio de la Luz, para que todos creyeran mediante él. No era él la Luz; sino a dar testimonio de la Luz. Existía la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Si a todo hombre, también a Juan, pues. Por eso dice también Juan mismo: De su plenitud hemos recibido todos nosotros. Discernid, pues, eso, para que vuestra mente avance en la fe de Cristo; así, no seréis siempre bebés que buscan los pechos y se retiran rápidamente del alimento sólido. En la santa Madre Iglesia debéis ser nutridos y destetados y acceder, no con el vientre, sino con la mente, a alimentos más sólidos. Discernid, pues, esto: una cosa es la luz que ilumina, otra es la que es iluminada. De hecho, a nuestros ojos se les llama también luces y cada cual, mientras toca sus ojos, jura así por sus luces: «Así vivan mis luces» es juramento usual. Si estas luces son luces, falte la luz en tu dormitorio cerrado, ábranse y brillen para ti; no pueden en absoluto. Como, pues, esas que tenemos en la cara se llaman luces y, cuando están sanas y cuando se abren, necesitan de fuera la ayuda de la luz, quitada la cual o no traída, están sanas, están abiertas y empero no ven, así nuestra mente, que es el ojo del alma, si no la hace radiante la luz de la verdad y la alumbra asombrosamente quien ilumina y no es iluminado, no podrá llegar a la sabiduría ni a la justicia. Por cierto, nuestro camino es ése: vivir justamente. Ahora bien, ¿cómo no tropieza en el camino ese para quien no luce la luz? Y, por eso, en tal camino es necesario ver, en tal camino gran cosa es ver. De hecho, cerrados tenía en la cara los ojos Tobías y el hijo daba al padre la mano; el padre mostraba al hijo el camino, enseñándole.

La luz, testigo de sí misma

4. Respondieron, pues, los judíos: Tú dices un testimonio acerca de ti; tu testimonio no es verdadero. Veamos qué oyen; oigámoslo también nosotros, pero no como ellos: ellos desdeñosos, nosotros creyentes; ellos queriendo asesinar a Cristo, nosotros ansiosos de vivir gracias a Cristo. Entre tanto, esa diferencia distinga nuestros oídos y mentes, y oigamos qué respondió a los judíos el Señor: Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio de mí, verdadero es mi testimonio, porque sé de dónde vine y a dónde voy. La luz se muestra a sí misma y a otras cosas. Enciendes una lámpara para buscar, verbigracia, una túnica, y esa la lámpara que arde te suministra el encontrar la túnica; ¿acaso enciendes una lámpara para ver la lámpara que arde? La lámpara que arde es, por cierto, idónea para dejar al descubierto las otras cosas que las tinieblas cubrían y para mostrarse a sí misma a tus ojos. Así también, el Señor Cristo distinguía entre sus fieles y los enemigos judíos, como entre la luz y las tinieblas, como entre aquellos a quienes inundaba con el rayo de la fe y aquellos cuyos ojos cerrados rodeaba con él. De hecho, ese sol alumbra tanto el rostro de quien ve como el de un ciego; ambos, mientras están igualmente en pie y tienen la cara hacia el sol, son alumbrados en la carne, pero ambos no son iluminados en su vista: uno ve, el otro no ve; para ambos está presente el sol, pero uno está ausente del sol presente. Así también, la Sabiduría de Dios, la Palabra de Dios, el Señor Jesucristo, está presente por doquier, porque por doquier está la verdad, por doquier está la sabiduría. En oriente alguien entiende la justicia; otro, en occidente, entiende la justicia; ¿acaso una es la justicia que entiende aquél, otra la que entiende éste? Están separados en cuanto al cuerpo, mas tienen en una única cosa la mirada de sus mentes. La justicia que veo, establecido en este lugar, si es justicia, la ve a esa misma el justo separado de mí, en cuanto a la carne, por no sé cuántas jornadas, mas unido en la luz de esa justicia. La luz, pues, da testimonio de sí misma; abre los ojos sanos y esa misma es testigo de sí para que la luz sea conocida. Pero ¿qué diremos de los infieles? ¿Acaso no les está presente? Les está también presente; pero no tienen los ojos del corazón para verla. Acerca de ellos, escucha la sentencia citada del evangelio: Y la luz luce en las tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron. Asevera, pues, el Señor y asevera una verdad: Aunque yo doy testimonio de mí, verdadero es mi testimonio, porque sé de dónde vine y a dónde voy. Quería que se entendiera al Padre. Al Padre daba gloria el Hijo; el Igual glorifica a quien lo ha enviado; ¡cuánto debe el hombre glorificar a quien lo ha creado!

Vino sin dejar el seno del Padre

5. Sé de dónde vine y a dónde voy. Ese que os habla ahora tiene lo que, a pesar de haber venido, no ha abandonado. En efecto, viniendo, no se ha marchado de ello ni, regresando, nos ha abandonado. ¿De qué os asombráis? Es Dios. Esto no puede ser hecho por un hombre; no puede esto ser hecho por el sol mismo. Cuando se dirige a occidente, abandona el oriente y, hasta que para salir regrese a oriente, no está en el oriente. En cambio, nuestro Señor Jesucristo ha venido y está allí; regresa y está aquí. Escucha al evangelista mismo decir en otro lugar y, si puedes, entiende; si no puedes, cree: Nadie, afirma, ha visto nunca a Dios; sino que el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ése mismo lo explicó con todo detalle. No dice «estuvo en el seno del Padre», como si al venir hubiera abandonado el seno del Padre. Hablaba aquí y decía que él está allí. Quien estaba también a punto de marcharse de aquí, ¿qué dijo? He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo.

La luz tuvo necesidad de la lámpara

6. Es, pues, verdadero el testimonio de la luz, sea que se muestre a sí misma, sea que muestre otras cosas, porque sin luz no puedes ver ni la luz, y sin luz no puedes ver cualquier otra cosa que no es la luz. Si la luz es idónea para mostrar lo que no son luces, ¿acaso falla en cuanto a sí? ¿Acaso no se abre ella, sin la que las otras cosas no pueden estar patentes? El profeta dijo la verdad; pero ¿de dónde la tendría, si no la sacase de la fuente de la verdad? Juan ha dicho la verdad; pero interrógale a él mismo en virtud de qué la ha dicho: Todos nosotros, afirma, hemos recibido de su plenitud. Idóneo es, pues, nuestro Señor Jesucristo para dar testimonio de sí. Pero, simple y llanamente, hermanos míos, en la noche de este mundo oigamos atentamente también la profecía, pues nuestro Señor quiso venir ahora en condición baja hasta nuestra debilidad y hasta las tinieblas íntimas de nuestro corazón. Vino como hombre a ser desdeñado y a recibir honor, vino a ser negado y confesado; a ser desdeñado y negado por los judíos; a recibir honor y ser confesado por nosotros; a ser juzgado y a juzgar; a ser juzgado injustamente, a juzgar justamente. Vino, pues, de modo que necesitó que una lámpara diera testimonio de él. En verdad, ¿qué necesidad había de que Juan, cual lámpara, diera testimonio del día, si el día mismo pudiera ser visto por nuestra debilidad? Pero no podíamos; se hizo débil para los débiles, mediante la debilidad sanó la debilidad; mediante la carne mortal suprimió la muerte de la carne; de su cuerpo hizo un colirio para nuestras luces. Porque, pues, el Señor ha venido y aún estamos en la noche del mundo, es preciso que oigamos también las profecías.

El testimonio de los profetas

7. En verdad, a partir de la profecía dejamos convictos a los paganos contradictores. ¿Quién es Cristo?, dice el pagano. Le respondemos: A quien prenunciaron los profetas. Y él: ¿Qué profetas? Decimos de memoria: Isaías, Daniel, Jeremías, otros profetas santos; decimos cuánto tiempo antes que él vinieron, en cuánto tiempo precedieron a su venida. Esto, pues, respondemos: «Los profetas le precedieron, predijeron que él iba a venir». «¿Qué profetas?», responderá alguno de ellos. Nosotros decimos de memoria los que cotidianamente se nos leen en público. Y él: «¿Quiénes son estos profetas?». Nosotros respondemos: «Quienes predijeron también lo que vemos que sucede». Y él: «Vosotros os inventáis eso; habéis visto que esto sucede y, cual si se hubiera predicho que sucedería, lo habéis escrito en los libros que quisisteis». Aquí contra los enemigos paganos nos sale al encuentro el testimonio de otros enemigos. De los judíos sacamos los códices y respondemos: «Como es notorio para todos, vosotros y ellos sois enemigos de nuestra fe. Ellos están dispersos por las naciones, precisamente para que por unos enemigos podamos dejar convictos a otros».

Presenten los judíos el códice de Isaías; veamos si no leo allí: Como oveja fue conducido a ser inmolado y, como estuvo sin voz un cordero ante el esquilador, así no abrió su boca. Mediante la bajeza fue sustraído su juicio; su contusión nos ha sanado. Todos hemos vagado errantes como ovejas, y él mismo ha sido entregado a cambio de nuestros pecados. He aquí una lámpara. Sea presentada otra, ábrase el salmo, también de él léase en público, predicha, la pasión de Cristo: Taladraron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos; por su parte, ellos me contemplaron y observaron; se dividieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica. En ti está mi alabanza, en la gran asamblea te confesaré. Se acordarán y se volverán al Señor todos los límites de la tierra y adorarán en su presencia todos los países de las naciones, porque del Señor es el reino y él será dueño de las naciones. Ruborícese un enemigo, porque el otro enemigo me sirve un códice. Pero he aquí que con los códices presentados por un enemigo he vencido al otro; mas no ha de dejarse de lado a ese mismo que me presentó el códice; preséntelo él, para ser vencido él mismo. Leo otro profeta y hallo que el Señor dice a los judíos: Mi voluntad no está en vosotros, dice el Señor, ni de vuestras manos aceptaré sacrificio, porque de la salida del sol hasta el ocaso se ofrece a mi nombre un sacrificio puro. No vienes, judío, al sacrificio puro; te dejo convicto de ser impuro.

Las lámparas atestiguan el día

8. He aquí que también las lámparas dan testimonio del día por nuestra debilidad, porque no podemos soportar ni mirar la claridad del día. En verdad, también nosotros, los cristianos, ciertamente somos ya luz en comparación con los infieles; por eso dice el Apóstol: Pues fuisteis otrora tinieblas; ahora, en cambio, luz en el Señor; caminad como hijos de luz; y en otro lugar: La noche ha avanzado; el día, en cambio, se ha acercado; rechacemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz; como de día, caminemos honestamente. Sin embargo, porque en comparación con la luz a que hemos de llegar, aún es noche aun el día en que estamos, escucha al apóstol Pedro; dice que desde la magnífica potestad se dirigió al Señor Cristo esta voz: Tú eres mi Hijo querido, respecto al cual pensé bien. Esta voz, afirma, nosotros la oímos dirigida desde el cielo, cuando estuvimos con él en el monte santo. Pero, porque nosotros no estuvimos allí ni entonces oímos del cielo esa voz, nos dice Pedro mismo: Y tenemos por más cierta la palabra profética. No habéis oído la voz dirigida desde el cielo, pero tenéis por más cierta la palabra profética. En efecto, el Señor Jesucristo, al prever que iba a haber ciertos impíos que interpretarían capciosamente sus milagros, atribuyéndolos a artes mágicas, envió por delante a los profetas. Por cierto, si era mago y con artes mágicas hizo que se le tributara culto incluso después de muerto, ¿era mago antes de nacer? Escucha a los profetas, oh hombre muerto y trapacero porque te agusanas; escucha a los profetas; leo, escucha a quienes vinieron antes que el Señor. Tenemos, afirma el apóstol Pedro, por más cierta la palabra profética, a la cual hacéis bien en atender como a lámpara en lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

La luz que ni el ojo vio ni el corazón se imaginó

9. Cuando, pues, venga nuestro Señor Jesucristo y, como dice también el apóstol Pablo, ilumine lo oculto de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón, para que cada uno tenga de Dios la alabanza, entonces, presente tal día, no serán necesarias las lámparas, no se nos leerá ningún profeta, no se abrirá el códice del Apóstol, no buscaremos con insistencia el testimonio de Juan, no necesitaremos el evangelio mismo. Serán, pues, retiradas del medio todas la Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían cual lámparas, para no quedarnos en tinieblas; retiradas todas éstas, cuya luz ya no nos hará falta, y cuando los hombres mismos de Dios, mediante los que se nos sirvieron estas cosas, vean con nosotros aquella luz verdadera y clara; apartadas, pues, estas ayudas, ¿qué veremos?, ¿de qué se alimentará nuestra mente?, ¿de qué se alegrará la mirada?, ¿de dónde vendrá aquel gozo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió?, ¿qué veremos? Por favor, amad conmigo, corred creyendo conmigo; deseemos la patria de arriba, suspiremos por la patria de arriba, sintámonos aquí exiliados. ¿Qué veremos entonces? Dígalo el evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Llegarás a la fuente desde la que se derramó sobre ti el rocío; verás desnuda esa luz misma, para ver y soportar la cual eres limpiado, desde la que, indirectamente y a través de sinuosidades, te fue enviado un rayo al corazón tenebroso.

Queridísimos, dice Juan mismo —cosa que también ayer recordé—, somos hijos de Dios y aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que, cuando haya aparecido, seremos similares a él porque lo veremos como es. Percibo que vuestros afectos son llevados conmigo a lo alto; pero el cuerpo, que se corrompe, embota al alma, y la morada terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas. Voy a dejar yo ese códice, y vosotros vais a marcharos cada uno a lo suyo. En la luz común nos ha ido bien, hemos gozado bien, hemos exultado bien; pero, cuando nos separamos unos de otros, no nos separemos de ella.

 

 

TRATADO 36

 

 DESDE LAS PALABRAS: "VOSOTROS JUZGÁIS SEGÚN LA CARNE. YO NO JUZGO A NADIE", HASTA ÉSTAS: "YO SOY QUIEN DA TESTIMONIO DE MÍ,  Y TAMBIÉN DA TESTIMONIO DE MÍ EL PADRE, QUE ME ENVIÓ"

 

1. De los cuatro Evangelios, o mejor, de las cuatro libros de un mismo Evangelio, el apóstol San Juan, merecidamente comparado con el águila en sentido espiritual, es el que ha remontado su exposición a un grado más alto y más sublime, queriendo con ello elevar también nuestros corazones. Los otros tres evangelistas hablaron del Señor como de un hombre que pasa por la tierra, y poco dijeron de su divinidad. Pero éste, como sintiendo asco de arrastrarse por la tierra, según lo manifestó en el comienzo de su Evangelio, se elevó no sólo sobre la tierra y sobre los espacios aéreos y celestes, sino sobre los mismos escuadrones angélicos e invisibles potestades, llegando hasta Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, diciendo: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio en Dios. Por El fueron hechas todas las cosas, y nada se ha hecho sin El. Dijo cosas en consonancia con este comienzo, hablando de la divinidad del Señor como ningún otro ha hablado. Devolvía el agua, que había bebido, pues no en vano se dice de él en este mismo Evangelio que en la Cena estaba recostado sobre el pecho del Señor. Secretamente bebía en aquel pecho, y lo que secretamente bebió, públicamente lo devolvió con el propósito de que todas las gentes no sólo conociesen la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios, sino también supiesen que antes de la encarnación existía el Unigénito del Padre, el Verbo del Padre, coeterno de Aquel que lo engendró e igual a Aquel que lo envió, hecho menor en la misión misma para que el Padre fuese mayor.

 

2. Acerca de lo que habéis oído escrito sobre la humillación de Nuestro Señor Jesucristo, debéis considerar la misericordia en tomar nuestra carne; lo que llegó a hacerse por nosotros, no lo que era, cuando nos creó. Mas tened en cuenta que cuanto en el Evangelio leáis u oigáis de sublime, de divino, de elevado sobre todas las criaturas, de su igualdad y coeternidad con el Padre, aplicado a El, oís o leéis lo que pertenece a la forma de Dios y no lo que pertenece a la forma de siervo. Y si seguís esta norma cuantos podáis entenderlo, ya que no todos podéis entenderlo, mas todos debéis creerlo, si seguís esta norma, lucharéis seguros, como quien camina en la luz, contra las calumnias de tenebrosas herejías. No faltaron quienes, leyendo sólo los testimonios evangélicos, admitieron los concernientes a la humillación de Cristo, haciéndose sordos a los referentes a su divinidad. Tan sordos como malos lectores. Otros, fijándose solamente en lo que se dice de la excelencia de Cristo, aunque leyeron que su misericordia le llevó a hacerse hombre por nosotros,, no lo creyeron, y tomaron estos testimonios como falsos e intercalados por hombres, afirmando que Nuestro Señor Jesucristo fue solamente Dios y no hombre. Tanto los unos como los otros cayeron todos en la herejía. Mas la Iglesia católica, teniendo por verdadera en tino y otro punto la doctrina que posee y predicando lo que cree, vio en Cristo a Dios y al hombre. Ambas cosas fueron escritas y ambas son verdaderas. Si dices que Cristo es sólo Dios, niegas la medicina que te ha salvado; si dices que es sólo hombre, niegas el poder que te ha creado. Ten, pues, por ciertas ambas cosas, alma fiel y corazón católico; créelas ambas y confiésalas con fidelidad. Cristo es Dios, y Cristo es también hombre. ¿Qué Dios es Cristo? Igual al Padre, una misma cosa con el Padre. ¿Qué hombre es Cristo? Nació de una virgen, tomando del hombre la mortalidad sin contraer el pecado.

 

3. Por lo tanto, estos judíos veían al hombre sin entender ni creer que era Dios. Ya habéis oído cómo entre otras cosas le dijeron: Tú das testimonio de ti, tu testimonio no es verdadero. Y en la lectura de ayer, que os expliqué según mis alcances, escuchasteis la respuesta del Señor. Hoy han sido leídas estas palabras suyas: Vosotros juzgáis según la carne; por eso me decís: Tú das testimonio de ti, tu testimonio no es verdadero; porque juzgáis según la carne. No veis en mí a Dios, sino sólo al hombre; y persiguiendo al hombre, ofendéis a Dios, escondido en este hombre. Juzgáis, -pues, según la carne. Me tacharéis de atrevido, porque doy testimonio de mí, ya que el hombre que da testimonio laudable de sí mismo es calificado de altivo y soberbio. Y así está escrito: No te alabe tu lengua, sino la de tu prójimo. Pero esto fue dicho de los hombres, que somos débiles y hablamos con débiles. Podemos decir la verdad o mentir, y, aunque debemos decir la verdad, podemos, no obstante, mentir cuando queremos. La Luz no puede mentir; no cabe pensar que en el resplandor de la luz divina puedan tener lugar las tinieblas de la mentira. El hablaba como Luz, hablaba como Verdad, y la luz brillaba en las tinieblas, mas éstas no la comprendieron. Por eso juzgaban según la carne. Vosotros, dice, juzgáis según la carne.

 

4. Yo no juzgo a nadie. Pero ¿es que Cristo, nuestro Señor, no ha de juzgar a nadie? ¿No es El de quien confesamos que resucitó al tercer día, que subió a los cielos, que de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos? ¿No es esta nuestra creencia de la cual dice el Apóstol: Es necesaria la je en el corazón para justificarse, y es necesario confesarla con la palabra para salvarse? ¿Contradecimos al Señor con nuestra confesión? Decimos nosotros que ha de venir como juez de vivos y muertos, y El dice: Yo no juzgo a nadie. Esta cuestión tiene dos soluciones. Una: Yo no juzgo a nadie, ahora, según dice en otro lugar: Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo. No niega el juicio, lo aplaza. Otra: Como había dicho: Vosotros juzgáis según la carne, al añadir: Yo no juzgo a nadie, podéis entender, según la carne. No ha de haber en nuestro corazón duda alguna contraria a la fe que tenemos y profesamos de Cristo como juez. Cristo vino primero a salvar y después a juzgar, condenando en su juicio a quienes no quisieron salvarse y conduciendo a la vida a quienes no rechazaron su salvación. La primera función de Nuestro Señor Jesucristo es medicinal, no judicial. Porque, si hubiese venido primero a juzgar, no hubiera hallado a quién premiar con justicia. Mas, porque vio que todos eran pecadores y que absolutamente ninguno estaba exento de la muerte merecida por el pecado, antes debía derramar su misericordia para ejercer después su justicia, según se dice de El en el Salmo: Cantaré, Señor, tu misericordia y tu justicia. No dice tu justicia y tu misericordia; porque, si precediera la justicia, no quedaría lugar para la misericordia, y así, primero es la misericordia y después la justicia. ¿Qué hizo primero la misericordia? El Creador del hombre se dignó hacerse hombre. Se hizo lo que El había hecho, para que lo que El había hecho no pereciese. ¿Qué más puede añadirse a esta misericordia? El, sin embargo, añadió más. Poco era hacerse hombre, quiso ser despreciado por el hombre; poco era ser despreciado, quiso ser deshonrado; aún era poco ser deshonrado, quiso que le hicieran morir; y como si esto no fuera bastante, morir en una cruz. Queriendo el Apóstol ponderar su obediencia hasta la muerte, no se contentó con decir: Hecho obediente hasta la muerte, no hasta una muerte cualquiera, sino que añadió: Hasta la muerte de cruz. Entre todas las muertes, ninguna era peor que la muerte de cruz. Por eso, cuando los dolores son vivísimos, se les llama cruciatus, derivado de la palabra cruz. Los crucificados, colgados de un madero, con sus manos y pies taladrados con clavos, acababan con una muerte muy lenta, pues la muerte no era inmediata a la crucifixión. Se les hacía vivir largo tiempo en la cruz, no con el fin de alargarles la vida, sino con el fin de que, muriendo lentamente, su tormento fuese más prolongado. Es poco decir que quiso morir por nosotros; quiso, además, ser crucificado, haciéndose obediente hasta la muerte de cruz. Quien había de vencer a la muerte, eligió el peor y más ignominioso género de muerte, y, sufriendo la peor de las muertes, hizo morir a la muerte. Pésima era a los ojos de los judíos, pero había sido elegida por Cristo. Había de tomar su misma cruz por enseña y había de colocarla en la frente de sus fieles como trofeo de su victoria sobre el demonio. Por esta razón dice el Apóstol: No quiero gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mi y yo para el mundo. Nada había entonces más funesto para el cuerpo, y nada se lleva ahora en la frente con más gloria que la cruz. ¿Qué no reservará para sus fieles quien dio tanto honor al instrumento de su suplicio? Los mismos romanos ya no emplean la cruz para los reos, estimando que, después de haber sido ennoblecida por el Salvador, sería hacerles un honor crucificándolos. Luego quien para esto vino al mundo, no juzgó a nadie, sino que aún toleró a los malos. Sufrió un juicio injusto, para poder hacer un juicio justo. Acatar el juicio injusto fue indicio de misericordia, y al humillarse hasta la muerte de cruz no hizo más que dar largas a su poder manifestando su misericordia. ¿Cómo dio largas a su poder? No queriendo bajar de la cruz quien tuvo poder para salir del sepulcro. ¿Cómo manifestó su misericordia? Diciendo desde la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Por consiguiente, o bien dijo: Yo no juzgo a nadie, porque no había venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo; o bien, como dije antes, al decir: Vosotros juzgáis según la carne, añadió: Yo no juzgo a nadie, para que entendamos que Cristo no juzga según la carne como El fue juzgado por los hombres.

 

5. Y para que sepáis que Cristo es también juez, escuchad lo que dice: Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero. Ahí tienes al juez. Reconócele antes por tu Salvador para que no lo sientas como juez. Pero ¿por qué dijo que su juicio es verdadero? Porque dice: Yo no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Ya os dije, hermanos, que este evangelista, San Juan, vuela muy alto y apenas puede ser comprendido. Voy a exponer a vuestra caridad el misterio de volar tan alto. En el profeta Ezequiel y en el Apocalipsis del mismo San Juan, autor de este Evangelio, se hace mención de un animal cuádruplo, que encierra en sí cuatro personas: de hombre, de león, de becerro y de águila. Muchos intérpretes de las Sagradas Escrituras, antes que nosotros, vieron en este animal, o mejor, en estos cuatro animales, a los cuatro evangelistas. El león, que parece ser el rey de los animales por su poder y fuerza terribles, es el símbolo de rey, y ha sido atribuido a San Mateo, porque en la genealogía del Señor ha seguido la genealogía regia, demostrando cómo el Señor por su estirpe regia era descendiente del rey David. A San Lucas, que comienza por el sacerdocio de Zacarías, haciendo mención del padre de Juan Bautista, le fue asignado el becerro, por ser la víctima principal de los sacrificios sacerdotales. A San Marcos le fue adjudicado el hombre Cristo, porque nada dijo de la regia potestad de Cristo, ni comenzó por la potestad sacerdotal, sino sencillamente por el hombre Cristo. Todos ellos casi no se salieron de las cosas terrenas, es decir, de las cosas que en la tierra obró Nuestro Señor Jesucristo. Queda el águila: es San Juan, que habla de cosas sublimes, contemplando con ojos fijos la luz interna y eterna. Dícese que las águilas prueban a sus polluelos tomándolos en sus garras el padre y exponiéndolos a los rayos solares; reconociendo por hijos a los que fijamente los miran y soltando de sus garras, como adulterinos, a los que parpadean. Deducid de aquí cuan sublimes cosas debió decir quien fue comparado con el águila. Y, sin embargo, nosotros, enfermizos y casi de ningún valor entre los hombres, pretendemos tratar y exponer estas cosas, imaginando poder entenderlas cuando en ellas meditamos o haberlas entendido cuando los exponemos.

 

6. ¿Por qué he dicho esto? Quizá alguno, al oír estas palabras, diga con razón: Deja, pues, el códice; ¿por qué pones tus manos en lo que excede a tu capacidad y osas hablar de ello? A esto respondo que abundan los herejes y que Dios ha permitido tal abundancia para que dejemos la leche y salgamos de esa infancia que nos es común con los brutos. Por no haber entendido lo que se dice de la divinidad de Cristo, lo interpretaron a su antojo, originando con su insipiencia ingratísimas perplejidades a los fieles católicos, que comenzaron a agitarse y a fluctuar en su corazón. Ya entonces la necesidad obligó a varones espirituales, que habían leído y descubierto en el Evangelio algo acerca de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, a esgrimir las armas de Cristo contra las armas del diablo, y a oponerse con todas sus fuerzas, en reñidísimas batallas, a los falsos y falaces doctores para evitar que otros pereciesen a causa de su silencio.

Los que imaginaron que Nuestro Señor Jesucristo era de diferente sustancia que el Padre, o que sólo existe Cristo, de tal modo que El mismo sea el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; quienes opinaron que Cristo fue solamente hombre y no Dios hecho hombre, o que era un Dios tal, que fuese mutable en su divinidad, o un Dios que no podía ser también hombre, naufragaron en la fe y fueron arrojados del puerto de la Iglesia para evitar que con su agitación hiciesen brechas en las naves que estaban a su lado. Este es el motivo de que yo, el menor de todos y totalmente indigno, por lo que a mí respecta, pero colocado por su misericordia entre el número de sus ministros, no pueda callar ante vosotros, a fin de que entendáis y os alegréis conmigo, o bien, si no llegáis a entender, permanezcáis en el puerto firmes en la fe.

 

7. Hablaré, pues. Entienda quien pueda, y crea quien no pueda entender. Expondré las palabras del Señor: Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie, entendiendo: ahora o según la carne. Pero, si yo juzgo, mi juicio es verdadero. Y ¿por qué tu juicio es verdadero? Porque yo no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. ¿Qué dices, Señor Jesús? Si fueses tú solo, ¿sería falso tu juicio, y sólo es verdadero porque no estás solo, sino tú y el Padre, que te envió? ¿Qué he de responder? Responda El mismo: Verdadero es mi juicio. ¿Por qué? Porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Si está contigo, ¿cómo te envió? ¿Te envió y está contigo? ¿Es posible que, al ser enviado, no te apartaras de El? ¿Es posible que permanezcas allí, habiendo venido hasta nosotros? ¿Cómo se puede creer o cómo se puede entender esto? A estas dos interrogaciones respondo que con razón preguntas cómo se entiende, pero sin razón dices cómo se puede creer, ya que se cree precisamente porque no se entiende con rapidez. Lo que rápidamente se percibe, no se cree, porque se ve. Por eso crees, porque no entiendes, y creyendo te predispones para entender. Si no crees, nunca entenderás, porque serás menos apto. Límpiate la fe para que te veas lleno de inteligencia. Verdadero, dice, es mi juicio, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Luego, Señor Dios Nuestro Jesucristo, tu misión es tu encarnación. Así lo veo, así lo entiendo y así lo creo, no sea que parezca osadía decir que lo entiendo. Ciertamente aquí está Nuestro Señor Jesucristo. Mejor dicho, aquí estaba según la carne; ahora está aquí según la divinidad. Estaba con el Padre y no se separó del Padre. Al decir que fue enviado a nosotros, queremos decir que se encarnó, pues el Padre no se encarnó.

 

8. Algunos herejes, llamados sabelianos y también patripasianos, dicen que el Padre mismo fue quien sufrió la pasión. Tú, católico, no digas cosa semejante, pues si fueres patripasiano, quedarás herido. Ten presente que la misión del Hijo es la encarnación del Hijo. No creas que el Padre se encarnó, pero cree que el Padre no se separó del Hijo encarnado. El Hijo llevaba la carne; el Padre estaba con el Hijo. Si el Padre estaba en el cielo y el Hijo en la tierra, ¿cómo el Padre estaba con el Hijo? Porque tanto el Padre como el Hijo estaban en todas partes. Dios no está en el cielo de modo que no esté también en la tierra. Escucha a aquel que, para huir el juicio de Dios, no hallaba dónde esconderse: ¿Adonde iré para estar lejos de tu espíritu, y en qué lugar me esconderé de tu presencia? Si subiere al cielo, allí estás tú. Pero la cuestión era acerca de la tierra. Escucha lo que sigue: Si bajare al infierno, allí estás presente. Pues si está escrito que está aun en el infierno, ¿puede quedar algún lugar donde no esté? Dice Dios por el profeta: Yo lleno el cielo y la tierra. Luego en todas partes está quien no puede ser contenido en lugar alguno. No te separes de El y está contigo. Si quieres llegar hasta El, sé diligente en amar, corriendo no con los pies, sino con los afectos. Permaneciendo en el mismo lugar, llegas si crees y amas. Luego está en todo lugar, y si está en todo lugar, ¿no ha de estar con el Hijo? ¿Dejará de estar con el Hijo, estando contigo si eres creyente?

 

9. ¿Por qué es verdadero su juicio, sino porque es verdadero Hijo? El dijo: Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Como si dijese: Mi juicio es verdadero, porque soy Hijo de Dios. ¿Cómo pruebas que eres Hijo de Dios? Porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Enrojece, sabeliano. Oyes hablar del Hijo, oyes hablar del Padre. El Padre es el Padre, el Hijo es el Hijo. No dijo: Yo soy el Padre, yo mismo soy el Hijo. Dijo: Yo no estoy solo. ¿Por qué no estás solo? Porque conmigo está el Padre: Yo soy, y el Padre, que me envió. Ya lo has oído. Yo soy y el que me envió. Fíjate en las personas, no las confundas. Distínguelas inteligentemente, no las separes pérfidamente, no sea que, por huir de Caribdis, caigas en Escila. Estabas a punto de ser devorado por las fauces impías de los sabelianos, si decías que el Padre era el mismo que es el Hijo. Ahora ya lo sabes: No estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Sabes que el Padre es el Padre y que el Hijo es el Hijo. Esto lo reconoces, pero no digas que el Padre es mayor, que el Hijo es menor; que el Padre es el oro, que el Hijo es la plata. Sólo hay una sustancia, una divinidad, una coeternidad, igualdad perfecta; no hay diferencia alguna. Si solamente crees que Cristo es otro distinto del Padre, pero no de la misma naturaleza, habrás salvado el peligro de Caribdis, pero te has estrellado contra las rocas de Escila. Navega por el medio huyendo de uno y otro extremo. El Padre es el Padre, el Hijo es el Hijo. Confiesas ya que el Padre es el Padre y que el Hijo es el Hijo. Has salvado el peligro de ser tragado por el abismo. ¿Por qué quieres dar en el otro extremo diciendo que una cosa es el Padre y otra el Hijo? Dices bien si dices que es otro, pero no dices bien si dices que es otra cosa. El Hijo es otro, porque no es el mismo que el Padre, y el Padre es otro, porque no es el mismo que el Hijo. Pero no es otra cosa, porque la misma cosa son el Padre y el Hijo. ¿Qué es esa misma cosa? Un solo Dios. Oíste decir: No estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Advierte cómo debes creer al Padre y al Hijo. Escucha al mismo Hijo: Yo y el Padre somos una misma cosa. No dijo: Yo soy el Padre, ni Yo y el Padre somos uno solo. Cuando dice: Yo y el Padre somos una misma cosa, has de fijarte en las palabras una misma cosa y somos, y así te verás libre de Caribdis y de Escila. Diciendo: Una misma cosa, te libra de caer en el error de Arrio, y diciendo: Somos, te libra del error de Sabelio. Si es una misma cosa, no es diverso. Si somos, son el Padre y el Hijo. No diría: Somos, si fuese uno solo; como tampoco diría: Una misma cosa, si fuesen diversos. Por eso dice: Mi juicio es verdadero, para que creas que soy Hijo de Dios. Pero de tal modo, dice, quiero que creas que soy Hijo de Dios, que entiendas que conmigo está el Padre; que no soy Hijo de modo que me haya separado de El. No estoy aquí sin estar con El, y El no está allí sin estar conmigo. Tomé la forma de siervo sin perder la forma de Dios. Por lo cual dice: No estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió.

 

10. Cuando habla de su juicio, quiere decir de su testimonio. En vuestra ley, dice, está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy quien da testimonio de mí, y también da testimonio de mi el Padre, que me envió. Les dio una explicación de la ley, si ellos la hubiesen recibido. Una cuestión profunda, hermanos míos, se nos presenta, y, a mi parecer, llena de misterio, cuando dice Dios: Por el testimonio de dos o tres testigos serán firmes todas las cosas. ¿Se busca la verdad por el testimonio de dos testigos? Ciertamente. Así lo sanciona la costumbre del género humano. Sin embargo, puede suceder que los dos mientan. La casta Susana fue acusada por dos testigos falsos. ¿Acaso por ser dos dejaban de ser testigos falsos? ¿Por qué decimos dos o tres? Todo un pueblo mintió contra Cristo. Si, pues, un pueblo, compuesto de una multitud de hombres, fue un testigo falso, ¿cómo se ha de entender que la verdad saldrá de la boca de dos o tres testigos, sino que de este modo se da a entender misteriosamente a la Trinidad, en la cual está la firmeza perpetua de la verdad? Ten siempre a tu favor dos o tres testigos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Cuando Susana, mujer casta y fiel esposa, fue acusada por dos testigos falsos, ocultamente en su conciencia era defendida por la Trinidad, quien, sacando de la oscuridad a Daniel como testigo, convenció a los dos de falsedad. Luego, por estar escrito en vuestra ley que el testimonio de dos hombres es verdadero, debéis acatar nuestro testimonio para que no seáis juzgados. Pues dice: Yo no juzgo a nadie. Sólo doy testimonio de mí. Difiere el juicio, pero no difiere el testimonio.

 

11. Elijamos, hermanos, a Dios por juez y por testigo en favor nuestro contra las lenguas de los hombres y contra las frágiles opiniones del género humano. No se desdeña de ser testigo quien es ya juez, ni sube de categoría al ser juez, porque el mismo que ahora es testigo, será luego el juez. Es testigo, porque no necesita a nadie para conocerte, y es juez, porque tiene poder para darte la muerte o la vida, para condenarte o absolverte, para sepultarte en el infierno o llevarte al cielo, para entregarte al demonio o darte una corona entre los ángeles. Por tener tal poder es juez, y, como para conocer la causa no necesita de otro testigo, se sigue que el que entonces te juzgará, ahora te ve. No podrás engañarle cuando venga a juzgarte. No podrás encontrar testigos falsos que le engañen cuando comience tu juicio. Dios te advierte: cuando no me hacías caso, yo lo veía, y cuando eras incrédulo, no frustraba yo mi sentencia: la difería, no la abolía. No quisiste hacer lo que te mandé, sufrirás lo que te anuncié. Pero, si ahora cumples mis preceptos, no padecerás los males que te anuncié, sino que recibirás los bienes que te prometí.

 

12. Que nadie se turbe oyéndole decir: Verdadero es mi juicio, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió; después de haber dicho en otro lugar que el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha puesto en manos del Hijo. Ya anteriormente hemos explicado estas palabras del Evangelio, y ahora advertimos que estas palabras fueron dichas, no porque el Padre no esté con el Hijo cuando juzgue, sino porque en el juicio, tanto a los buenos como a los malos, aparecerá solo el Hijo en aquella forma en que padeció, resucitó y subió al cielo, según lo declaró la voz angélica a los discípulos que contemplaban su Ascensión: Vendrá del mismo modo que le habéis visto subir, esto es, vendrá a juzgar en la misma forma de hombre en la que fue juzgado, para que se cumpla aquel dicho del profeta: Verás a quien traspasaron. Si con los justos vamos a la vida eterna, le veremos como es, y entonces aquél no será un juicio de vivos y muertos, sino solamente el premio de los vivos,

 

13. Tampoco vayáis a pensar que al decir: En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres hace fe, que aquella ley no era ley de Dios, por no haber dicho: En la ley de Dios. Tened en cuenta que dijo en la ley vuestra, como si dijera: En la ley que a vosotros fue dada. ¿Por quién sino por Dios? Del mismo modo decimos: El pan nuestro de cada día, y, sin embargo, añadimos dánosle hoy.

 

 

TRATADO 37.

 

 DESDE LAS PALABRAS: "DECÍAN, PUES, ¿DÓNDE ESTÁ TU PADRE?", HASTA AQUÉLLAS: "Y NADIE PUSO EN EL LAS MANOS; PORQUE AÚN NO ERA LLEGADA SU HORA"

 

1. A fin de que sea comprendido lo que se oye leer, no es conveniente exponer con brevedad lo que dice el Evangelio con pocas palabras. Las palabras del Señor son pocas, pero dicen mucho, y no se han de valorar por su número, sino por su peso, ni se han de menospreciar por ser pocas, sino desentrañarlas por ser profundas. Quienes ayer estuvisteis presentes, me oísteis exponer, lo mejor que pude, las palabras del Señor: Vosotros juzgáis según la carne. Yo no juzgo a nadie, y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy quien da testimonio de mí; y da testimonio de mí el Padre, que me envió. Sobre estas palabras, como dije, proporcioné ayer una exposición a vuestros oídos y a vuestras almas. Después de haber dicho estas palabras, los que le oyeron decir: Vosotros juzgáis según la carne, dieron pruebas de haberlas oído, preguntando al Señor, que hablaba de Dios, su Padre: ¿Dónde está tu padre? Tomaron al Padre de Cristo por un padre carnal, porque juzgaban según la carne las palabras de Cristo. El que hablaba era carne en la apariencia, pero ocultamente era el Verbo; hombre manifiesto, Dios oculto. Veían lo que aparecía, y lo despreciaban, porque no le conocían; no le conocían porque no le veían; no le veían porque eran ciegos, y eran ciegos porque no tenían fe.

 

2. Veamos la respuesta del Señor. ¿Dónde está tu padre?, le preguntan, pues te oímos decir: Yo no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió, y nosotros te vemos a ti solo; a tu padre no lo vemos contigo. ¿Cómo, pues, dices que no estás solo, sino que estás con tu padre?, o muéstranos que tu padre está contigo. Respóndeles el Señor: ¿Acaso me veis a mí para que tenga que mostraros a mi Padre? Estas son las palabras que siguen, pronunciadas por su misma boca, cuya exposición os he anunciado anteriormente. Oíd sus palabras: Ni me conocéis a mí ni .a mi Padre. Si me conocieseis a mí, quizá conocieseis también a mi Padre. Vosotros preguntáis: ¿Dónde está tu padre?, como si a mí ya me conocieseis, como si yo no fuera más que lo que vosotros veis. Y porque no me habéis conocido, por eso no os muestro yo al Padre. Creéis que yo soy un hombre, y buscáis un hombre que sea mi Padre, porque juzgáis según la carne. Pero, como yo soy una cosa según lo que veis, y otra cosa según lo que no veis, hablo de mi Padre oculto, según lo oculto que hay en mí. Antes debéis conocerme a mí, y luego conoceréis a mi Padre.

 

3. Si me conocieseis a mí, quizá conoceríais también a mi Padre. Aquel que todo lo sabe, cuando dice quizá, no duda, sino increpa. Vas a ver cómo dice en tono reprensivo la palabra quizá, que parece una palabra que expresa duda. Esta palabra expresa duda cuando es dicha por un hombre que duda precisamente porque no sabe. Pero dicha por Dios, que todo lo sabe, esa expresión de duda es un reproche a la infidelidad, no es una opinión de la Divinidad. Aun los hombres a veces dudan en tono increpativo de cosas que tienen por ciertas, esto es, dicen una palabra que expresa duda, aun cuando en su interior no duden. Así, indignado contra tu siervo, le dices: No haces caso de mí, repara que quizá soy tu señor. Por esta razón el Apóstol, dirigiéndose a algunos detractores suyos, les dice: Me parece que yo tengo el espíritu de Dios. Al decir me parece, parece dudar. Pero él increpaba, no dudaba. Y el mismo Señor, reprendiendo en otro lugar la futura infidelidad del género humano, dice: Cuando viniere el Hijo del hombre, ¿piensas que hallaría fe en la tierra?

 

4. Creo que habéis entendido por qué está puesta la palabra quizá, no sea que algún pesador de palabras, dándoselas de saber latín, venga a corregir al Verbo de Dios, y corrigiendo al Verbo de Dios pierda su elocuencia y quede mudo para siempre. Pues ¿quién puede hablar como habla el Verbo, que estaba en el principio  en Dios? No te fijes en las palabras y por su común uso quieras medir al Verbo, que es Dios. Oyes al Verbo y no haces caso. Oye a Dios, que dice: En el principio era el Verbo, y teme Tú lo interpretas a la usanza de tu conversación, y te dices: ¿Qué es el Verbo, qué de extraordinario puede haber en el Verbo? Es un sonido que pasa, por el movimiento del aire llega al oído y desaparece. Pues oye más: El Verbo estaba en Dios, permanecía, no pasaba con el sonido. Puede ser que aún desprecies esto. El Verbo era Dios. ¡Oh hombre! Dentro de ti, cuando el Verbo está en tu corazón, es cosa diversa del sonido; pero para que llegue hasta mí se vale del sonido como de un vehículo; toma forma de sonido, monta en cierto modo en el vehículo, atraviesa los aires y llega hasta mí, sin separarse de ti. Pero el sonido se separa de ti para llegar hasta mí, y no permanece conmigo. ¿Acaso el verbo que estaba en tu corazón dejó de existir como el sonido que ya pasó? Dijiste lo que pensabas, y para que llegase hasta mí lo que en ti estaba oculto pronunciaste unas sílabas, cuyo sonido trajeron tu pensamiento a mis oídos, por medio del cual tu pensamiento penetró en mi corazón. El sonido intermediario desapareció, pero el verbo, que se revistió del sonido, antes de sonar estaba dentro de ti, y por haberlo hecho sonar, está dentro de mí sin haberse separado de ti. Medita esto tú, que tanto te fijas en los sonidos. Tú que no comprendes el verbo del hombre, te atreves a despreciar al Verbo de Dios.

 

5. Todo lo sabe Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y, sin embargo, increpa en son de duda: Si me conocieseis a mí, quizá conocierais también a mi Padre. Increpa a los incrédulos. También a los discípulos les dirigió frase parecida, pero en ella falta la palabra que indica duda, porque no había motivos para reprender su incredulidad. Lo que en esta ocasión dijo a los judíos: Si me conocierais a mí, quizá conocierais también a mi Padre, dijo, asimismo, a los discípulos, cuando Felipe le preguntó o, mejor, le rogó, diciéndole: Señor, muéstranos al Padre, y esto nos basta. Como si dijera: Nosotros ya te hemos conocido, te nos has mostrado, te hemos visto, te has dignado elegirnos, te hemos seguido, hemos visto tus portentos, hemos oído tu palabra salvadora, hemos aceptado tus mandatos, esperamos tus promesas, te has dignado alegrarnos con tu presencia; pero, a pesar de haberte conocido a ti, como no hemos visto al Padre, ardemos en deseos de ver a quien aún no hemos visto, y por esto, aunque te hemos visto a ti, pero no nos basta hasta que conozcamos al Padre; muéstranos al Padre y nos basta. Y el Señor, para darles a entender que desconocían lo que pensaban tener conocido, les dijo: Tanto tiempo llevo entre vosotros, ¿y no me conocéis? Felipe, quien me vio a mí, vio también a mi Padre. ¿Tiene esta sentencia alguna palabra de duda? ¿Dijo, por ventura, quien me vio a mí, quizá vio también al Padre? ¿Por qué? Porque quien oía era creyente y no perseguidor de la fe: por eso el Señor se mostró como maestro y no como increpador. Esta sentencia: Quien me vio a mí. vio también al Padre: y aquella otra: Si me conocieseis a mí, también conocierais a mi Padre, quitándole la palabra con que se manifiesta la incredulidad de los oyentes, son idénticas.

 

6. En el día de ayer recordamos a Vuestra Caridad, y dijimos de las sentencias de Juan el evangelista, con las que nos narra lo que aprendió del Señor, a ser posible, no debían ser discutidas si los delirios de los herejes no obligasen a ello. Brevemente dijimos ayer a Vuestra Caridad que existían unos herejes llamados patripasianos o sabelianos, tomado del nombre de su patriarca. Estos dicen que el Padre es el mismo que el Hijo. Nombres diversos, pero la persona es la misma. Cuando quiere es Padre y cuando quiere es Hijo; sin embargo, es uno mismo. También hay otros herejes que se llaman arríanos. Confiesan que Nuestro Señor Jesucristo es el Hijo único del Padre; que éste es el Padre del Hijo y que aquél es el Hijo del Padre; que aquel que es el Padre no es el Hijo y que aquel que es el Hijo no es el Padre. Confiesan la generación, pero niegan la igualdad. Empero, nosotros, es decir, la fe católica, recibida de las enseñanzas de los apóstoles, plantada en nosotros, recibida por sucesión ininterrumpida, que ha de ser transmitida íntegra a los sucesores, entre ambos errores conserva la verdad. En el error de los sabelianos existe uno solo: el Padre es el mismo que el Hijo. En el error de los arríanos, uno es el Padre y otro es el Hijo; pero el Hijo no solamente es otro, sino que es otra cosa. T ú en el medio, ¿qué dices? Has excluido el error de Sabelio, pues excluye también el de Arrio. El Padre es Padre, y el Hijo es Hijo; es otro, no otra cosa; porque dice: Yo y el Padre somos una sola cosa, según os expliqué ayer, como mejor me fue posible. Al oír somos, retírese el sabeliano lleno de confusión, y al oír tina cosa, huya el arriano confundido. Dirija el católico entre ambos la nave de su fe, porque hay que evitar el naufragio en uno u otro escollo. Di tú, pues, lo que dice el Evangelio: Yo y el Padre somos una sola cosa, no diversa, porque es una sola; no uno, porque somos.

 

7. Poco antes dijo: Mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió. Como si dijera: Mi juicio es verdadero, porque soy Hijo de Dios, porque hablo verdad, porque soy la misma Verdad. Estos, entendiéndolo según la carne, dijeron: ¿Dónde está tu padre? Óyelo ahora, arriano: Ni me conocéis a mí ni a mi Padre, porque si me conocieseis a mi, también conoceríais a mi Padre. ¿Qué significan estas palabras, sino que yo y el Padre somos una misma cosa? Cuando ves una persona parecida a otra, entiéndame vuestra caridad, es un modo de hablar ordinario, no debe pareceros duro lo que es usual; cuando, pues, ves una persona parecida con otra, a quien tú conoces, lleno de admiración exclamas: ¡Cómo éste se parece a aquél! No dirías esto si no fuesen dos. Entonces quien no conoce a aquel cuya semejanza tú proclamas, te dice: ¿Es tanto el parecido? ¿No lo conoces?, le preguntas, y él te responde: No lo conozco. Y tú, queriendo dárselo a conocer por la persona que ve, le dices: Viendo a éste, ves a aquél. Por haber dicho esto no afirmaste que sean uno solo, ni negaste que sean dos; sino que en virtud del parecido dijiste: Conoces a éste, conoces a aquél, pues es muy parecido y no hay diferencia alguna. Así también dijo el Señor: Si me conocieseis a mí, conoceríais también a mi Padre. No porque el Padre sea el Hijo, sino porque el Hijo es semejante al Padre. Confúndase el arriano. Gracias sean dadas a Dios porque hasta los mismos arríanos rechazaron el error de Sabelio y no son patripasianos. No dicen que el Padre mismo, vestido de carne, vino a los hombres, que El mismo padeció, que El mismo resucitó, y que El mismo, en cierto modo, subió a sí mismo. Esto no lo dice. Confiesa, como yo, que el Padre es el Padre y que el Hijo es el Hijo. Pero, hermano mío, si te has salvado de este naufragio, ¿por qué te encaminas al otro? El Padre es Padre, el Hijo es Hijo, ¿por qué dices que no es semejante, que es diverso, que es otra sustancia? Si no fuese semejante, ¿cómo iba a decir a sus discípulos: Quien me vio a mí, vio también a mi Padre; y a los judíos: Si me conocieseis a mi, también conoceríais a mi Padre? ¿Cómo sería esto verdad si no fuese verdad que yo y el Padre somos una sola cosa?

 

8. Estas palabras dijo Jesús en el gazofilacio, enseñando en el templo con grande seguridad, sin temor alguno. No padecería lo que no quisiera quien no hubiera nacido si no hubiese querido. ¿Qué es lo que sigue? Y nadie le prendió, porque aún no era llegada su hora. Algunos, al oír esto, creen que Nuestro Señor Jesucristo estaba bajo la sombra de un hado, y dicen: ¿Veis cómo Cristo tenía su hado? ¡Oh, si tu corazón no fuese fatuo, no creerías en el hado! Si, como algunos dicen, la palabra fytum (hado) se deriva de jando (hablando), ¿cómo el Verbo de Dios tiene hado, si en el mismo Verbo están todas las cosas que fueron creadas? Dios no creó nada que antes no le fuese conocido: en su Verbo estaba lo que fue creado. El mundo fue hecho; fue hecho, y, no obstante, estaba allí. ¿Cómo fue hecho y estaba allí? Porque la casa que construye el arquitecto existía antes en el arte; y allí estaba mejor, sin la vetustez, sin desperfectos; sin embargo, para manifestar el arte, construye la casa; y en cierto modo la casa procede de la casa, y si la casa se cae, el arte permanece en pie. De este modo estaban en el Verbo de Dios todas las cosas que fueron creadas, porque todas las cosas hizo Dios con sabiduría, y todas le eran conocidas. No las conoció haciéndolas, sino que las hizo porque las conocía. A nosotros nos son conocidas por haber sido hechas. Si para El no hubieran sido conocidas, no hubiesen sido hechas. Luego las precedió el Verbo. ¿Qué había antes del Verbo de Dios? Nada absolutamente. Porque, si algo hubiese existido antes, no se hubiese escrito: En el principio era el Verbo, sino: En el principio fue hecho el Verbo. Y del mundo, ¿qué dice Moisés? En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Hizo lo que antes no era; y si hizo lo que no era, ¿qué era antes? En el principio era el Verbo. Y el cielo y la tierra, ¿de dónde salieron? Todas las cosas fueron hechas por El, Tú colocas a Cristo bajo el hado. ¿Dónde están los hados? Dices que en el cielo, en el orden y movimientos de las estrellas. ¿Cómo, pues, puede tener hado Aquel por quien fueron hechos el cielo y las estrellas, siendo así que tu voluntad, rectamente ilustrada, transciende más allá de las estrellas? ¿Acaso porque sabes que la humanidad de Cristo estuvo debajo del cielo por eso piensas que también su poder estaba sometido a las variaciones del cielo?

 

9. Escucha, mentecato: Aún no era llegada su hora, no la hora en que fuese forzado a morir, sino la hora en la que se dignase ser muerto. Bien sabía El cuándo debía morir. Se fijaba en todo cuanto de El estaba anunciado y esperaba a que se cumpliesen todas las cosas que, según las profecías, habían de suceder antes de su pasión. Y cuando estuviesen cumplidas, entonces vendría a la pasión, no por una forzosa fatalidad, sino por un orden providencial. Para que os convenzáis, sabed que, entre otras cosas profetizadas de El, estaba también escrito: Me dieron hiel por alimento y en mi sed me dieron a beber vinagre. Cómo se cumplió todo esto, lo sabemos por el Evangelio. Primero le dieron hiel, y, después de haberla gustado, la arrojó; después, ya colgado en la cruz, para dar cumplimiento a todas las profecías, dijo: Tengo sed. Tomaron una esponja empañada en vinagre, la pusieron en una caña y la aplicaron a la boca del que pedía. La tomó y dijo: Todo está cumplido. ¿Qué quiere decir todo está cumplido? Que están cumplidas todas las cosas que estaban profetizadas para antes de mi pasión. ¿Qué hago yo aquí? Y después de decir: Todo está cumplido, inclinando la cabeza, entregó su espíritu. ¿Por ventura los dos ladrones que con El fueron crucificados expiraron cuando quisieron? Estaban sujetos a la carne, porque no eran los creadores de la carne. Traspasados con clavos, sufrían largo tiempo, porque, perdidas las fuerzas, aún no se extinguían. En cambio, el Señor, cuando quiso, tomó carne en el seno virginal, apareció entre los hombres cuando quiso, vivió entre ellos el tiempo que quiso, dejó la carne cuando quiso. Esto es señal de potestad, no de necesidad. Esta hora esperaba El, no como fatal, sino como llegada a su tiempo y enteramente voluntaria, de modo que quedasen cumplidas todas las cosas que debían tener cumplimiento antes de su pasión. Pues ¿cómo podía estar bajo el poder de un hado quien en otra ocasión dijo: Poder tengo para dar mi vida y para volvería a tomar; nadie me la quitará, sino yo mismo la dejo y la vuelvo a tomar? Manifestó este poder cuando los judíos le buscaban. ¿A quién buscáis?, les dice. Y ellos responden: A Jesús Nazareno. Díceles: Yo soy. Y oyendo esta voz, retrocedieron y cayeron por tierra.

 

10. Dirá alguno: Si tal poder tenía, ¿por qué cuando, clavado en la cruz, los judíos le insultaban diciéndole: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz, no bajó, demostrándoles con esto su poder? Porque predicaba la paciencia y aplazaba su poder. Si, herido por sus palabras, hubiera bajado, diríase que lo había hecho vencido por el dolor. N o bajó; permaneció clavado para morir cuando quisiera. Pues ¿qué significaba para El bajar de la cruz, si tuvo poder para salir del sepulcro? Por lo tanto, nosotros, que hemos recibido estas enseñanzas, entendamos que el poder de Nuestro Señor Jesucristo, oculto entonces, se manifestará en el día del juicio, del cual está escrito: Dios vendrá manifiestamente, vendrá nuestro Dios y no callará. ¿Qué quiere decir que vendrá manifiestamente? Que, como antes vino oculto, vendrá manifiestamente nuestro Dios, esto es, Cristo. Y no callará. ¿Qué quiere decir no callará? Que antes calló. ¿Cuándo? Cuando fue juzgado; para cumplir lo que el profeta había predicho: Como una oveja fue conducido al sacrificio, y como un cordero, que no bala ante el esquilador, así El no abrió su boca. Si no hubiese querido padecer, no hubiera padecido; si no hubiese padecido, no hubiera sido derramada su sangre; si no hubiese sido derramada su sangre, el mundo no hubiera sido redimido. Demos, pues, gracias, tanto al poder de -su divinidad como a la misericordia de su humillación, por haber ocultado el poder, que los judíos no conocieron. Por cuya razón les fue dicho entonces: Ni me habéis conocido a mí, ni a mi Padre; y por la humanidad, que los judíos conocieron y sabían cuál era su patria, según les dijo en otro lugar: Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Conozcamos ambas cosas en Cristo: por qué es igual al Padre y por qué el Padre es mayor que El. Una cosa es el Verbo, otra la carne; una cosa es Dios, otra el hombre; pero Cristo es uno solo, Dios y hombre.

 

TRATADO 38.

 

DESDE LAS PALABRAS: "DÍJOLES, PUES, JESÚS: YO ME VOY, Y VOSOTROS ME BUSCARÉIS", HASTA AQUÉLLAS: "DÍJOLES JESÚS: YO SOY EL PRINCIPIO, QUE OS ESTOY HABLANDO"

 

1. La lectura del santo evangelio precedente a la de hoy concluyó de esta manera: que el Señor habló en el gazofilacio, enseñando las cosas que quiso, y que ya oísteis; y nadie puso en El las manos, porque aún no era llegada su hora. Sobre ellas hicimos comentarios el domingo, según la luz que El mismo se dignó comunicarnos. Explicamos a vuestra caridad la razón de haber dicho: Aún no había llegado mi hora, no sea que algún impío llegue a imaginar en su demencia que Cristo estaba sometido a una fatalidad necesaria. Aún no era llegada la hora, no en la que fuese forzado a morir contra su voluntad, sino en la que, prevenido, debía de ser muerto según el orden que estaba anunciado en las profecías que a El hacían referencia.

 

2. Hablando ahora de su misma pasión, que para El no era forzosa, sino potestativa, dijo a los judíos: Yo me voy. Para Cristo nuestro Señor, la muerte fue la vuelta a aquel lugar de donde había venido, y del cual no se había apartado. Yo voy, dice, y me buscaréis, no con afecto, sino con odio. Pues después de su partida de la vista de los hombres le buscaron quienes le odiaban y quienes le amaban, aquéllos persiguiéndole, éstos deseando poseerlo. El mismo en los Salmos dijo por boca del profeta: Hálleme sin poder escapar, y no hay quien mire por fin vida; y en otro Salmo: Queden confundidos y avergonzados quienes quieren quitarme la vida. Declaró culpables a quienes no protegían su vida y condenó a quienes la buscaban. Es un mal no buscar el alma de Cristo, pero del modo que la buscaron los discípulos, y también es malo buscar el alma de Cristo del modo que la buscaron los judíos; aquéllos para tenerla, éstos para perderla. Estos, por buscarla de un modo malo, con intención perversa, oyeron lo que sigue: Me buscaréis, y, para que no creáis que me buscaréis con buena intención, moriréis en vuestro pecado. Esto es buscar mal a Cristo: morir en el propio pecado; esto es odiar a Aquel por quien sólo puede uno salvarse. Siendo así que los hombres que tienen puesta su esperanza en Dios, no deben devolver mal ni aun por los males que reciben; éstos devolvían males por los bienes recibidos. De antemano el Señor, que ya la conocía, les anunció la sentencia de que morirían en su pecado. Luego añadió: Adonde yo voy, no podéis venir vosotros. También dijo lo mismo a sus discípulos en otro lugar, pero no les dijo que habían de morir en su pecado. ¿Qué les quiso decir, diciéndoles, como a éstos: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir? No les quitó la esperanza, sino que se la difirió, ya que, cuando esto decía a sus discípulos, no le podían seguir entonces adonde El iba, pero habían de ir después. Estos, en cambio, a quienes con su presciencia les dijo: Moriréis en vuestro pecado, no irían jamás.

 

3. Entendidas estas palabras por los judíos al modo que suelen entenderlas quienes piensan cosas carnales, quienes juzgan según la carne, oyen e interpretan todo en sentido carnal, dijeron: ¿Acaso se va a matar a sí mismo, pues dijo: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir? Palabras necias y llenas de fatuidad. Pues, ¿qué?, ¿no podían ellos llegar a donde él hubiese llegado, si se diera la muerte a sí mismo? ¿Por ventura ellos no habían de morir? Entonces, ¿qué misterio entrañan esas palabras: ¿Acaso se dará muerte a si mismo porque dijo: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir? Si habla de la muerte del hombre, ¿cuál es el hombre que no ha de morir? Luego al decir: adonde yo voy, no es adonde se va cuando se va a la muerte, sino adonde iba El después de la muerte. Y ellos, por no haberlo entendido, le dieron tal respuesta.

 

4. Y ¿qué dijo el Señor a éstos, que no entendían más que cosas terrenas? Y les decía: Vosotros sois de acá abajo. Saboreáis la tierra, porque, como las serpientes, coméis tierra. ¿Qué significa esto: coméis tierra? Os nutrís de cosas terrenas; en ellas os deleitáis, y las apetecéis; no levantáis el corazón a lo alto. Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. ¿Y cómo había de ser del mundo Aquel por quien fue hecho el mundo? Todos son del mundo después de hecho el mundo: primero es el mundo, y de este modo el hombre es del mundo. Pero primero Cristo, después el mundo, porque antes que el mundo, Cristo; antes que Cristo, nada, porque en el principio era el Verbo, y por El fueron hechas todas las cosas. Y así El era de las alturas. ¿De qué alturas? ¿Del aire? No. En el aire vuelan también las aves. ¿Del cielo que vemos? Tampoco. En él también las estrellas, el sol y la luna dan sus vueltas. ¿De los ángeles? Tampoco imaginéis esto. Los ángeles fueron hechos por Aquel por quien fueron hechas todas las cosas. Pues ¿de qué alturas es Cristo? Del Padre mismo. Nada más alto que aquel Dios que engendró al Verbo igual a sí mismo, coeterno suyo, unigénito, sin tiempo, por el cual crearía los tiempos. Así debes entender que Cristo es de las alturas, de modo que con tu pensamiento remontes a todo lo que fue hecho, a todas las criaturas, a toda materia, a todo espíritu creado, a todo lo que es de algún modo mutable, como lo remontó San Juan para decir: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.

 

5. Y así dice: Yo soy de las alturas, vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Os dije que moriréis en vuestros pecados. Nos aclaró, hermanos, lo que quiso que entendiéramos en aquellas palabras: Vosotros sois de este mundo. Dijo: Vosotros sois de este mundo; porque eran pecadores, porque eran malvados, incrédulos, terrenos. ¿Qué os parece de los santos apóstoles? ¿Qué diferencia había entre los judíos y los apóstoles? La que hay entre las tinieblas y la luz, entre la fe y la incredulidad, entre la piedad y la impiedad, entre la esperanza y la desesperación, entre la caridad y la avaricia; mucha era la diferencia. ¿Acaso por haber tanta diferencia, los apóstoles no eran de este mundo? Si atiendes a su nacimiento y procedencia, por venir todos de Adán, estaban en este mundo. Pero ¿qué dice de ellos el Señor? Yo os elegí del mundo. Y de este modo, los que eran del mundo dejaron de ser del mundo y comenzaron a pertenecer a Aquel por quien fue hecho el mundo; pero a quienes fue dicho que morirían en sus pecados, siguieron siendo del mundo.

 

6. Nadie diga, hermanos, que no es de este mundo, pues por ser hombre, es de este mundo. Vino a ti el que hizo el mundo y te libró de este mundo. Si te deleita el mundo, es que quieres ser siempre inmundo; pero, si ya no te deleita este mundo, estás ya limpio. Sin embargo, si, llevado de alguna flaqueza, estás aún apegado al mundo, deja que viva en ti el que limpia, y quedarás limpio; pero, si ya estás limpio, no permanecerás en el mundo, ni oirás lo que oyeron los judíos: Moriréis en vuestros pecados. Todos hemos nacido con pecado; todos durante la vida hemos añadido otros al pecado de origen, y nos hemos hecho más del mundo que éramos cuando nuestros padres nos dieron el ser. ¿Y dónde estaríamos si Aquel que no tiene ni sombra de pecado no hubiese venido para destruir todo pecado? Los judíos, por no creer en El, fueron justamente sentenciados: Moriréis en vuestros pecados. Ya que no os fue posible estar exentos de todo pecado, habiendo nacido con él, sin embargo, si hubieseis creído en mí, ciertamente habríais nacido en pecado, pero no moriríais en pecado. Toda la desgracia, pues, de los judíos está, no en haber nacido con pecado, sino en morir con sus pecados. Esta es la desgracia, que debe evitar todo cristiano, para lo cual se acude al bautismo, y quienes por su flaqueza o por otros motivos estén en peligro, piden ser socorridos; por esta razón, aun el niño lactante es llevado en los brazos piadosos de la madre a la Iglesia, para que no se vaya sin el bautismo ni muera con el pecado con que nació. Estado infelicísimo y suerte miserable es la de quienes oyeron de boca de la Verdad: Moriréis en vuestros pecados.

 

7. Sin embargo, les da la razón de que esto suceda, diciéndoles: Si no creyereis que yo soy lo que soy, moriréis en vuestros pecados. Creo, hermanos, que en aquella multitud que escuchaba al Señor estaban también los que habían de creer. Y como si contra todos se hubiese lanzado aquella severísima sentencia: Moriréis en vuestros pecados, y quedasen cerradas las puertas a la esperanza aun para aquellos que habían de creer, unos se enfurecían, otros temían, o mejor, no temían, ya desesperaban. Devolvióles el Señor la esperanza, añadiendo: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. Luego, si creyereis que yo soy, no moriréis en vuestros pecados. Volvió la esperanza a los desesperados, la actividad a los dormidos: el corazón se puso en guardia, y muchos creyeron, como se deduce de las siguientes palabras del mismo Evangelio. Estaban allí miembros de Cristo que aún no se habían adherido al cuerpo de Cristo; y entre el pueblo que le crucificó, que le colgó en la cruz, que le escarneció pendiente en ella, que le hirió con la lanza, que le dio a beber hiél y vinagre, había miembros de Cristo, por los cuales dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y ¿qué dejará de perdonarse a un converso si es la sangre derramada de Cristo la que pide perdón? ¿Qué homicida podrá desesperar si Cristo dio esperanzas al mismo que le dio la muerte? Por este motivo creyeron muchos. Fue derramada la sangre de Cristo para que, bebiéndola, tuviesen con qué rescatarse, más bien que temer hacerse reos de haberla derramado. ¿Quién podrá desesperar? No te admires que en la cruz sea salvado un ladrón, poco antes homicida, poco después acusado, convicto, condenado, suspendido, libertado. Donde quedó convicto, allí fue condenado; pero allí fue cambiado, allí fue libertado. Así, pues, entre la multitud a quien el Señor hablaba estaban quienes habían de morir en su pecado y quienes, creyendo en el mismo que les hablaba, habían de verse libres de todo pecado.

 

8. Sin embargo, presta atención a lo que dice Cristo, nuestro Señor: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. ¿Qué quiere decir: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados? Yo soy, ¿qué? No añadió nada; y porque nada añadió, es mucho lo que insinuó. ¿Qué se esperaba que dijese? Quizá: si no creyereis que yo soy Cristo; si no creyereis que yo soy el Hijo de Dios; si no creyereis que yo soy el Verbo del Padre: si no creyereis que yo soy el Creador del mundo; o si no creyereis que yo soy el Formador y Reformador del hombre, el Constructor y reparador, el Hacedor y Sostenedor; si no creyereis que yo soy todo esto, moriréis en vuestros -pecados. Muchas cosas encierra esta palabra: Yo soy, según había dicho a Moisés: Yo soy el que soy. ¿Quién podrá explicar convenientemente el significado de la palabra soy? Por medio de su ángel enviaba Dios a Moisés a liberar a su pueblo de Egipto (ya lo sabéis por haberlo leído y oído; pero os lo recuerdo). Moisés temblaba, se excusaba y obedecía. Excusándose dijo a Dios, que hablaba por su ángel: Si el pueblo me preguntare quién es el Dios que te ha enviado, ¿qué le responderé? Y el Señor le dice: Yo soy el que soy; y se lo repitió: Dirás a los hijos de Israel: El que es, me ha enviado a vosotros. No dice: Yo soy Dios, o Yo soy el hacedor del mundo; o Yo soy el creador de todas las cosas; o Yo soy el que multiplica el pueblo que vas a libertar, sino simplemente: Yo soy el que soy; y Dirás a los hijos de Israel: El que es. No añadió: El que es vuestro Dios, el que es el Dios de vuestros padres, sino solamente dijo: El que es me envió a vosotros. Quizá era mucho para el mismo Moisés, como es mucho también para nosotros, y especialmente para nosotros entender el sentido de Yo soy el que soy, y de El que es me envió a vosotros. Y si Moisés llegó a comprenderlo, ¿cuándo lo entenderían aquellos a quienes era enviado? Difirió, pues, el Señor lo que el hombre no podía entender, y añadió lo que podía comprender: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Esto sí lo puedes entender, porque ¿qué inteligencia puede comprender Yo soy el que soy?

 

9. ¿Qué haremos nosotros? ¿Nos atreveremos a decir algo sobre esto que dijo el Señor: Yo soy el que soy; o más bien sobre lo que le oísteis decir: Si no creyereis que yo soy, moriréis, en vuestros pecados? ¿Y yo, con mis fuerzas tan escasas y casi nulas, me atreveré a razonar qué sea lo dicho por Nuestro Señor Jesucristo: Si no creyereis que yo soy? ¿Osaré preguntar al mismo Señor? Escuchadme preguntando, más bien que razonando, más buscando que presumiendo, aprendiendo más que enseñando, y conmigo y por mi intermedio preguntad vosotros también. Pronto está también el Señor, que está en todas partes. Escuche el afecto del que interroga, y conceda la facultad de entender. Pues ¿con qué palabras puedo llevar a vuestros corazones lo que yo entiendo, si es que algo puedo entender? ¿Qué voces serán suficientes? ¿Qué elocuencia será bastante? ¿Qué fuerzas para entenderlo? ¿Qué facundia para declararlo?

 

10. Hablaré a Nuestro Señor Jesucristo, hablaré, y El me oiga. Creo que está presente, no tengo la menor duda, pues El dijo: He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. ¡Oh Señor, Dios nuestro!, ¿qué es lo que decís: Si no creyereis que yo soy? ¿Qué hay que no sea de cuanto tú hiciste? ¿No es el cielo? ¿No es la tierra? ¿No son las cosas que hay en el cielo y en la tierra? ¿No es el hombre a quien hablas? ¿No es el ángel a quien envías? Si son todas estas cosas, que tú hiciste, ¿por qué reservaste para ti el Ser mismo, como algo propio tuyo, que no diste a nadie a fin de ser tú solo? ¿Cómo oigo: Yo soy el que soy, como si las otras cosas no sean; y cómo oigo: Si no creyereis que yo soy? ¿Acaso quienes te escuchaban no eran? Aunque pecadores, eran hombres. Pues ¿qué es lo que estoy haciendo? Qué sea el Ser mismo, dígalo el corazón, dígalo al interior, háblelo allí dentro, oiga el hombre interior, y la mente perciba que verdaderamente es; pues es el ser siempre del mismo modo. Una cosa, cualquiera que sea (como que comienzo a razonar y dejé de interrogar; quizá quiero decir lo que oí; El conceda exultación a mis oídos y a los vuestros mientras hablo), cualquiera cosa, pues, por excelente que sea, si es mudable, verdaderamente no es, porque no está el verdadero ser allí donde está el no ser. Lo que cambia, después del cambio, no es lo que era; si no es lo que era, ha habido allí una muerte; pereció allí algo que era y ya no es. La negrura desapareció de la cabeza de un anciano, que comienza a blanquear; la belleza murió en el cuerpo de un viejo gastado y encorvado; muertas están las fuerzas en un cuerpo lánguido; muerta la quietud en un cuerpo caminante; muerto el movimiento en un cuerpo quieto; muertos el movimiento y la erección en un cuerpo yacente; muerta la locución en una lengua callada; en lo que se cambia y es lo que no era, veo cierta vida en lo que es y una muerte en lo que fue. Finalmente, del hombre que ha muerto, cuando se pregunta, ¿dónde está aquel hombre?, se contesta: Fue. ¡Oh verdad que verdaderamente eres! En todas nuestras acciones y movimientos y en todos los cambios de las criaturas hallo dos tiempos: el pasado y el futuro. Busco el presente; nada permanece. Lo que dije, ya no es; lo que voy a decir, aún no es; lo que hice, ya no es; lo que voy a hacer, aún no es; lo que he vivido, ya no es; lo que voy a vivir, aún no es. El pasado y el futuro los encuentro en todo movimiento de las cosas. En la verdad, que permanece, no hallo ni pasado ni futuro, sino un presente, y éste incorruptible, que no se halla en la criatura. Discurre por las vicisitudes de las cosas, hallarás el fue y el será. Pues para que tú también seas, sube más alto que el tiempo. Mas ¿quién subirá por sus propias fuerzas? Llévete allá Aquel que dijo a su Padre: Quiero que donde yo estoy estén ellos también conmigo. Haciéndonos esta promesa, para que no muramos en nuestros pecados, me parece que Nuestro Señor Jesucristo con estas palabras: Si no creyereis que yo soy, no quiso decir sino esto: Si no creyereis que yo soy Dios, moriréis en vuestros pecados. Demos gracias a Dios, porque dijo: Si no creyereis; y no dijo: Si no entendiereis. Porque ¿quién puede ser capaz de entenderlo? ¿O es que por haberme atrevido a hablaros, y os parezca haber entendido, habréis comprendido algo de tan excelsa inefabilidad? Si no lo entiendes, la fe te salva. Por eso el Señor no dijo: Si no comprendiereis que yo soy; sino que dijo lo que los hombres pueden hacer: Si no creyereis que yo soy, -moriréis en vuestros pecados.

 

11. Mas ellos, aficionados siempre a lo terreno, y oyendo y respondiendo siempre según la carne, le dijeron: ¿Tú quién eres?, porque cuando dijiste: Si no creyereis que yo soy, no agregaste lo que eras. ¿Quién eres, para que creamos? Y El contesta: El Principio, Esto es, lo que el Ser. El principio no sufre mutación, permanece en sí y renueva todas las cosas. Verdaderamente es el principio Aquel de quien está escrito: Tú eres siempre el mismo, y tus años no tendrán fin. Yo soy, dice, el Principio, el mismo que os estoy hablando. Creed que yo soy el Principio, para que no muráis en vuestros pecados. Y como en la pregunta que le hicieron sólo dijeron: ¿Tú quién eres?, sin añadir más, El respondió: El Principio, esto es, creed que yo soy el Principio. Esto se ve más claro en el griego que en el latín. En la lengua griega el vocablo principio es del género femenino, como en latín ley tiene género femenino, y en el griego masculino; en cambio, sabiduría, tanto en latín como en griego, es del género femenino. El modo de hablar varía en cada lengua el género de los vocablos, porque las cosas carecen de sexo. Pues la sabiduría no es realmente una hembra, y, siendo Cristo la Sabiduría de Dios, se nombra a Cristo en género masculino, y sabiduría, en género femenino. Al decir, pues, los judíos: ¿Tú quién eres?, El, que sabía que entre ellos había algunos que habían de creer, y que por lo mismo habían dicho ¿Tú quién eres?, para que supiesen qué cosa le debían creer, respondió: El Principio; no como afirmando que El era el Principio, sino como diciendo: Creedme el Principio. Esto, como dije, aparece claro en la lengua griega, en la cual principio es del género femenino. Como si quisiese decir que El era la Verdad, y a los que preguntaban, ¿Tú quién eres?, respondiese: La Verdad. Pues parece que a la pregunta ¿Tú quién eres?, debía haber respondido: La Verdad; esto es: Yo soy la Verdad. Pero respondió más alto, viendo que ellos preguntaron ¿Tú quién eres?, como diciendo: Te hemos oído decir: Si no creyereis que yo soy, ¿qué hemos de creer que eres? A lo cual respondió: Principio; es decir, creedme Principio. Y añadió que os estoy hablando, esto es, que humillándome por vosotros, descendí hasta hablar vuestro lenguaje. Pues si, siendo como es Principio, de tal forma hubiese permanecido en el Padre, que no tomase la forma de siervo, y como hombre hablase a los hombres, ¿cómo habían de creerle, si el pobre corazón no puede oír al Verbo inteligible si no es por medio de voces sensibles? Por lo tanto, dice, creed que yo soy el Principio, pues para que creáis, no sólo soy, sino que también os hablo. Pero ya es mucho lo que os he hablado sobre este tema. Permítame Vuestra Caridad que, con la ayuda de Dios, reserve lo que queda para el día de mañana.

 

 

TRATADO 39.

 

 DESDE LAS PALABRAS: "MUCHAS COSAS TENGO QUE DECIROS Y JUZGAR", HASTA ESTAS OTRAS: "Y NO ENTENDIERON QUE LLAMABA SU PADRE A DIOS"

 

1. Las palabras que Nuestro Señor Jesucristo dijo a los judíos, templando su lenguaje de modo que los ciegos no vieran y a la vez abriesen los ojos de los fieles, y que hoy han sido leídas en el santo evangelio, son las siguientes: Decíanle, pues, los judíos, ¿tú quién eres? Como antes había dicho el Señor: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados, ellos replicaron: ¿tú quién eres?, como preguntando en quién debían creer para no morir en su pecado. A la pregunta ¿Tú quién eres?, respondió diciendo: El Principio, que os hablo. Si el Señor dijo que El era el Principio, puede preguntarse si el Padre es también Principio. Si es Principio el Hijo, que tiene Padre, ¿cuánto más fácil es comprender que Dios Padre es Principio, que tiene un Hijo del que es Padre, pero no tiene de quien proceda? El Hijo es Hijo del Padre y el Padre es Padre del Hijo; pero el Hijo es Dios de Dios, luz de luz. Se dice que el Padre es luz, pero no de luz; que el Padre es Dios, pero no de Dios. Pues si el Dios de Dios, la luz de luz es Principio, ¿cuánto mejor se comprenderá que es Principio el Dios del cual procede Dios, la luz de la cual sale la luz? Carísimos, parece un absurdo decir que el Hijo es Principio y no llamemos al Padre Principio.

 

2. ¿Qué diremos? ¿Serán dos Principios? Cuidado con decir esto. Pues ¿qué? Si el Padre es Principio y el Hijo es Principio, ¿cómo no han de ser dos Principios? ¿Cómo decimos que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, y no decimos que son dos dioses? Es un delito decir dos dioses, como es delito decir tres dioses, y, sin embargo, el que es Padre no es Hijo; el que es Hijo no es Padre, y el Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo, ni es el Padre ni es el Hijo. Y aunque el que es Padre no es Hijo y el que es Hijo no sea Padre, ni el que es el Espíritu Santo del Padre y del Hijo sea el Padre o el Hijo, según la instrucción recibida por los católicos en el gremio de la madre Iglesia, sin embargo, no decimos que son tres dioses, aunque, si fuésemos interrogados acerca de cada uno, sea necesario confesar que cada uno es Dios.

3. Estas cosas parecen absurdas a quienes juzgan de las cosas extraordinarias por las ordinarias, de las invisibles por las visibles, y comparan a la criatura con el Creador. Algunas veces nos preguntan los infieles: A quien vosotros llamáis Padre, ¿es Dios? Dios, contestamos. A quien llamáis Hijo, ¿es Dios? Dios, contestamos. A quien llamáis Espíritu Santo, ¿es Dios? Dios, contestamos. ¿Luego, dicen, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres dioses? Respondemos: No. Se desconciertan, porque no tienen luz; su corazón está cerrado, porque les falta la llave de la fe. Nosotros, en cambio, hermanos, guiados por la fe, que da luz a los ojos de nuestro corazón, veamos con claridad lo que hemos entendido, y creamos, sin dudar, lo que no hemos entendido: no nos separemos del fundamento de la fe para que podamos llegar a la cumbre de la perfección. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios; pero el Padre no es el Hijo, ni el Hijo es el Padre; ni el Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo, es el Padre o el Hijo. La Trinidad es un solo Dios, es una eternidad, un solo poder, una sola majestad. Son tres, pero no tres dioses. No venga ningún impostor a decirme: ¿Qué son los tres? Pues si dices que son tres, debes decir qué son los tres. Le contesto: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Has nombrado a tres, dice él; pero di qué son los tres. Cuenta bien, pues yo completo tres cuando digo Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre, en cuanto dice relación a sí mismo, es Dios; pero, con relación al Hijo, es Padre. El Hijo, con relación a sí mismo, es Dios; pero, con relación al Padre, es Hijo.

 

4. Esto podéis comprenderlo por unas vulgares comparaciones. Un hombre y otro hombre, si aquél es padre, éste es hijo; es hombre en sí mismo, pero es padre en relación al hijo, y el hijo en sí mismo es hombre, pero es hijo en relación al padre. Padre es nombre que dice relación a algo. Hijo dice también relación a algo; pero estos dos son hombres. Así, Dios Padre, en relación a algo, esto es, en relación al Hijo, es Padre. Y Dios Hijo, con relación a algo, es decir, al Padre, es Hijo. Pero éstos no son dos dioses, como aquéllos son dos hombres. ¿Por qué aquí no es lo mismo que allí? Porque aquello es una cosa y esto es otra: aquélla es la Divinidad. Hay allí algo inefable que no se puede declarar con palabras, y es que haya número y no haya número. Ved cómo parece haber número: Padre, Hijo y Espíritu Santo son Trinidad. Si son tres, ¿qué son los tres? Aquí falta el número. Así Dios tiene número y no está comprendido en el número. Por ser tres, son como número; pero si quieres saber qué son los tres, no hay número. Por eso escrito está: Grande es el Señor nuestro, grande su -poder, y su sabiduría no tiene número. Cuando comienzas a discurrir, empiezas a numerar. Después de numerar, no puedes decir qué es lo que has numerado. El Padre es Padre, el Hijo es Hijo, el Espíritu Santo es Espíritu Santo. ¿Qué son estos tres, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? ¿No son tres dioses? No. ¿No son tres omnipotentes? No. ¿No son tres creadores del mundo? No. Entonces, ¿el Padre es omnipotente? Verdaderamente omnipotente. Luego el Hijo, ¿no es omnipotente? También el Hijo es verdaderamente omnipotente. Y el Espíritu Santo, ¿no es omnipotente? También es omnipotente. ¿Luego son tres omnipotentes? No, son un omnipotente. Con este número indican solamente lo que cada uno es respecto al otro, no lo que cada uno es en sí. Como Dios Padre en sí mismo es Dios, juntamente con el Hijo y el Espíritu Santo no son tres dioses; y como en sí es omnipotente, juntamente con el Hijo y el Espíritu Santo no son tres omnipotentes; pero, como el Padre de por sí no es Padre, sino con respecto al Hijo; ni el Hijo, sino con respecto al Padre; ni el Espíritu Santo, sino con respecto al Padre y al Hijo, no hay razón para que yo diga que son tres, sino que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, un solo Omnipotente. Luego hay un solo Principio.

 

5. Escuchad algunos textos de las Sagradas Escrituras de los cuales podéis deducir algo de lo que os decimos. Después que resucitó Nuestro Señor Jesucristo y subió al cielo, cuando quiso, pasados allí diez días, envió desde el cielo al Espíritu Santo, llenos del cual, los que estaban reunidos en el Cenáculo, comenzaron a hablar en todos los idiomas. Aterrados los verdugos del Señor con este milagro, compungidos, se dolieron; doliéronse, se trocaron, y trocados, creyeron. Se unieron al cuerpo del Señor, es decir, al número de los creyentes, tres mil hombres. También a. la vista de otro milagro se unieron otros cinco mil; quedó constituida una grey no pequeña, en la cual, recibido el Espíritu Santo, que encendió el amor espiritual, formando un solo cuerpo por la caridad y el fervor del espíritu, todos en aquella sociedad unida comenzaron a vender todo lo que poseían y a poner el precio a los pies de los apóstoles para que diesen a cada uno lo que había menester. Y dice la Escritura que todos tenían una sola alma y un solo corazón en Dios. Prestad atención, hermanos, y por aquí entended el misterio de la Trinidad; cómo decimos el Padre es, el Hijo es, el Espíritu Santo es, y, sin embargo, es un solo Dios. Había allí tantos miles, y sólo había un corazón; tantos miles, y sólo había un alma. Pero ¿en dónde? En Dios. ¡Cuánto más será uno solo el mismo Dios! ¿Acaso empleo mal las palabras cuando digo dos hombres, dos almas, o tres hombres, tres almas, o muchos hombres, muchas almas? Ciertamente digo bien. Acérquense a Dios y todos tienen una sola alma. Si acercándose a Dios muchas almas por la caridad son una sola alma y muchos corazones un solo corazón, ¿qué hará la fuente misma de la caridad en el Padre y en el Hijo? ¿No será: allí con mayor razón la Trinidad un solo Dios? De allí nos viene a nosotros la caridad del Espíritu Santo, como dice el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones -por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Si, pues, la caridad de Dios, derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado, hace que muchas almas sean una sola alma y que muchos corazones sean un solo corazón, ¿cuánto más el Padre, el Hijo el Espíritu Santo serán un solo Dios, una sola Luz, un solo Principio?

 

6. Escuchemos, pues, al Principio, que nos habla. Muchas cosas, dice, tengo que decir de vosotros y juzgar. Recordáis que dijo: Yo no juzgo a nadie. Ahora dice: Muchas cosas tengo que decir de vosotros y juzgar. Pero una cosa es: No juzgo, y otra: Tengo que juzgar. No juzgo, dijo refiriéndose al presente, pues había venido a salvar al mundo, no a juzgar al mundo. Pero al decir: Muchas cosas tengo que decir de vosotros y juzgar, se refiere al juicio futuro. Subió al cielo para venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Nadie juzgará con más justicia que quien fue juzgado injustamente. Muchas cosas, dice, tengo que decir de vosotros y juzgar, pero el que me envió es veraz. Ved cómo el Hijo, igual al Padre, glorifica al Padre. Nos da ejemplo a nosotros, como diciendo en nuestros corazones: ¡Oh, hombre creyente, si oyes mi Evangelio, te dice tu Señor Dios, cuando yo, Verbo, Dios en el principio en Dios, igual al Padre, coeterno al que me engendró, glorifico a Aquel cuyo Hijo soy, ¿cómo tú te engríes contra aquel cuyo siervo eres?

 

7. Muchas cosas, dice, tengo que decir y juzgar de vosotros, como si dijera: Yo juzgo en verdad, porque soy Verdad, Hijo del veraz. El Padre es veraz, el Hijo es Verdad. ¿Qué creemos que es más? Pensemos, si nos es posible, qué es más, veraz o verdad. Tomemos otras cosas. ¿Es más el hombre piadoso o la piedad? Es más la piedad misma, pues piadoso viene de piedad, no piedad de piadoso. Puede subsistir la piedad, aunque quien era piadoso se haya vuelto impío. El perdió la piedad, pero nada quitó a la piedad. ¿El pulcro o la pulcritud? Más la pulcritud que el pulcro, pues la pulcritud hace al pulcro, no el pulcro a la pulcritud. ¿La castidad o el casto? Ciertamente la castidad es más que el casto. Si la castidad no existiese, no tendría con qué ser casto. Y si no quisiera ser casto, la castidad permanecería íntegra. Pues, si la piedad es más que pío, la pulcritud más que pulcro, la castidad más que casto, ¿no hemos de decir que más es la verdad que veraz? Si decimos esto, venimos a decir que el Hijo es mayor que el Padre, pues clarísimamente el mismo Señor dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Luego si el Hijo es la verdad, ¿qué ha de ser el Padre sino lo que dice la misma verdad: Quien me envió es veraz? El Hijo, la verdad; el Padre, veraz. ¿Cuál es mayor? Yo los veo iguales, pues el Padre veraz no es veraz por la verdad de la cual ha tomado una parte, sino que la ha engendrado totalmente.

 8. Creo que hay que explicarlo más llanamente. Pero para no cansaros más hoy no os diré más que esto; cuando concluya de deciros lo que intento con la ayuda de Dios, terminará la plática. He dicho esto para mantener vuestra atención. El alma, por ser mutable, y aunque sea una criatura noble, no deja de ser criatura; y aunque es mejor que el cuerpo, también fue creada; el alma, digo, por ser mutable, pues unas veces cree, otras no cree; unas veces quiere, otras no quiere; ora adultera, ora es casta; ora es buena, ora es mala; y en este sentido es mutable. Dios, en cambio, es lo que es, por lo cual conservó como nombre propio suyo: Yo soy el que soy. También el Hijo se dio tal nombre, cuando dijo: Si no creyereis que yo soy. Hace referencia a la pregunta ¿Tú quién eres? El Principio. Dios es, pues, inconmutable; el alma es mutable. Cuando el alma toma de Dios algún bien, se torna buena por participación, a la manera que tu ojo ve por participación, pues deja de ver cuando falta la luz, por cuya participación ve. Y como el alma se hace buena por participación, si cambiando se vuelve mala, permanece la bondad de la cual era partícipe. Se había hecho partícipe de cierta bondad al hacerse buena; pero, al tornarse peor, la bondad permanece íntegra. Si el alma se extravía y se vuelve mala, la bondad no se merma; como tampoco crece si el alma retorna y se hace buena. Participando tu ojo de la luz, ves. ¿Los cierras?, la luz no ha mermado. ¿Los abres?, la luz no ha aumentado. Con este ejemplo entended, hermanos, que, si el alma es pía, hay piedad en Dios, de la cual participa el alma; que, si es casta el alma, está en Dios la castidad, de la cual ella es partícipe; que, si el alma es buena, hay bondad en Dios, de la cual toma el alma; que, si el alma es veraz, hay verdad en Dios, de la que participa el alma. De cuya verdad si el alma no participa, todo hombre es mendaz. Y si todo hombre es mendaz, ninguno de por sí es veraz. El Padre veraz es veraz de por sí, porque engendró a la verdad. Una cosa es que este hombre sea veraz por participar de la verdad, y otra cosa es que Dios sea veraz por haber engendrado la verdad. Aquí tenéis cómo Dios es veraz, no por participar, sino por engendrar la verdad. Veo que habéis entendido, y me gozo de ello. Por hoy tenéis bastante. Cuando a Dios plugiere y según la luz que El os diere, os expondré lo restante.

 

 

TRATADO 40

 

DESDE LAS PALABRAS: "DíJOLES, PUES, JESÚS: CUANDO HAYÁIS LEVANTADO EN ALTO AL HIJO DEL HOMBRE", HASTA AQUÉLLAS: "Y CONOCERÉIS LA VERDAD, Y LA VERDAD OS SALVARÁ"

 

1. Del santo Evangelio según San Juan, que nos veis llevar en las manos, ha oído vuestra caridad muchas lecciones que, con el favor de Dios, os hemos explicado según nuestros alcances, encareciéndoos que este evangelista ha preferido hablar principalmente de la divinidad del Señor, por la cual es igual al Padre e Hijo único de Dios, y que por esta razón ha sido comparado con el águila, que es el ave que más alto vuela. Escuchad, pues, con toda la atención lo que sigue por su orden, según las luces que el Señor nos conceda en su exposición.

 

2. Os hemos hablado sobre la lectura precedente, indicándoos cómo deba entenderse que el Padre es veraz, y el Hijo la verdad. Los judíos no comprendieron que hablaba del Padre cuando dijo el Señor Jesús: Veraz es el que me envió. Consiguientemente, añadió lo que ahora acabáis de oír leer: Cuando hayáis levantado en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy y que no hago nada por mí mismo, sino que hablo lo que el Padre me ha enseñado. ¿Qué quiere decir? Me parece que quiere decir que ellos, después de su pasión, habían de conocer quién era El. Sin duda veía entre ellos a algunos por El ya conocidos y elegidos antes de la creación del mundo para estar con sus santos, que habían de creer después de su pasión. Estos mismos son los que asiduamente os recomendamos y con grande ahínco proponemos a vuestra imitación. Enviado de arriba el Espíritu Santo después de la pasión, resurrección y ascensión del Señor, se compungieron de corazón ante los milagros obrados en el nombre de aquel a quien sus perseguidores, los judíos, despreciaron como a un muerto; y quienes con crueldad le dieron muerte, se trocaron y creyeron, y con fe bebieron la

sangre que inhumanamente derramaron. Eran los tres mil y los cinco mil judíos a quienes El veía cuando decía: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. Como quien dice: Difiero vuestro reconocimiento para completar mi pasión; en el tiempo establecido conoceréis quién soy. No todos los que le escuchaban habían de creer entonces, es decir, después de su pasión, porque poco después añade: Cuando El decía estas cosas, muchos creyeron en El, y aún no había sido levantado en alto el Hijo del hombre. Habla de la exaltación de la pasión, no de la glorificación; de la cruz, no del cielo; porque también fue exaltado cuando fue suspendido en la cruz. Pero aquella exaltación fue una humillación, porque se hizo obediente hasta la muerte de cruz. Y convenía que esto se llevara a cabo por medio de aquellos que después habían de creer, a los cuales dice: Cuando hayáis exaltado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. ¿Por qué dijo esto sino para que nadie desesperase, aunque consciente de graves delitos, viendo perdonado el homicidio a quienes habían dado muerte a Cristo?

 

3. Conociendo el Señor a éstos en medio de aquella turba, dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. Ya sabéis lo que quiere decir soy, y no lo voy a estar repitiendo a cada paso, para que una cosa tan elevada no llegue a causar fastidio. Recordad: Yo soy el que soy, y El que es me envió, y conoceréis qué quiere decir: Entonces conoceréis que yo soy. Pero también el Padre es, y el Espíritu Santo también es. Toda la Trinidad tiene el mismo ser. Pero, como el Señor hablaba como Hijo, para evitar que en estas palabras: Entonces conoceréis que yo soy, pudiera esconderse el error de los sabelianos o patripasianos, que os recomendé rechazarlo siempre, es decir, el error de quienes afirmaron que el Padre y el Hijo son el mismo: son dos nombres, pero una sola cosa. Para evitar este error y que no se entendiese que al decir: Entonces conoceréis que yo soy, fuera El el mismo Padre, luego añadió: Y de mí mismo no hago nada, sino digo lo que el Padre me ha enseñado. Ya saltaba de gozo el sabeliano pensando haber descubierto la clave para su error, mas, apenas levantó su cabeza en la oscuridad, quedó confundido con la luz de la sentencia siguiente: Imaginabas que El era el Padre, porque dijo: Que yo soy; oye que El es el Hijo: Y de mí mismo no hago nada. ¿Qué significa: De mí mismo no hago nada? Que de mí mismo no soy. De Dios tiene el Hijo ser Dios; mas el Padre no tiene del Hijo ser Dios. El Hijo es Dios de Dios; el Padre es Dios, pero no de Dios. El Hijo es luz de luz; el Padre es luz, pero no de luz. El Hijo es, pero tiene de quién ser; el Padre es, pero no tiene de quién ser.

 

4. Ninguno de vosotros, hermanos míos, se deje llevar de pensamientos carnales cuando le oye decir que habla lo que le enseñó su Padre. No puede la cortedad del hombre pensar sino en cosas que tiene costumbre de hacer o de oír. Jamás penséis que sean como dos hombres, padre uno, hijo el otro, y que el padre habla al hijo, como haces tú cuando hablas con tu hijo, dándole avisos e instrucciones sobre lo que ha de decir, para que retenga en la memoria lo que te ha oído, y después de la memoria pase a su lengua, y por medio de sonidos haga penetrar en los oídos de otros lo que él percibió en los suyos. N o tengáis tales pensamientos, no sea que vuestro corazón venga a ser una fábrica de ídolos. N o atribuyáis a la Trinidad forma humana, rasgos de miembros humanos, figura de carne humana, sentidos visibles, tamaño y movimientos corporales, uso de la lengua, diversidad de sonidos: todas estas cosas pertenecen a la forma de siervo que tomó el Hijo unigénito cuando el Verbo se hizo carne para vivir entre nosotros. No prohíbo, antes obligo a la humana flaqueza a pensar de El lo que ya conoce. Si tienes la verdadera fe, cree que tal es Cristo; pero tal de María Virgen, no de Dios Padre. Fue niño, creció como los hombres, anduvo, tuvo hambre y sed, durmió y, finalmente, padeció como hombre, fue colgado de un madero, muerto y sepultado como hombre; en la misma forma humana resucitó, subió al cielo a vista de sus discípulos, y en la misma forma ha de venir al juicio. Es voz de los ángeles, consignada en el Evangelio: Vendrá en la misma forma que habéis visto subir al cielo. Cuando miras a Cristo en la forma de siervo, si tienes fe, considera la forma humana Pero, cuando piensas que En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios, aleja de tu corazón toda figura humana; aleja de tu pensamiento todo lo que se encierra en los límites de la materia, todo cuanto ocupa un lugar en el espacio, todo cuanto está sujeto a medida; destierra de tu corazón tales ficciones. Fíjate, si puedes, en la belleza de la sabiduría, considera la hermosura de la justicia. ¿Tiene forma, tamaño color? Nada de esto tiene, y, sin embargo, existe, porque, de no existir, no sería amada, ni con razón sería elogiada, y ni amada ni elogiada tendría cabida en el corazón y en las costumbres. Ahora bien, hay hombres sabios, y ¿cómo fueran sabios sin la sabiduría? Por lo tanto, ¡oh hombre!, si no puedes ver tu sabiduría con los ojos de tu cuerpo ni imaginarla como imaginas las cosas corpóreas, ¿te atreverás a poner figura de cuerpo humano en la Sabiduría de Dios?

 

5. ¿Qué diremos, hermanos? ¿Cómo el Padre habló al Hijo, pues El dice: Lo que me enseñó mi Padre, eso hablo? ¿De veras le habló? Cuando el Padre enseñó al Hijo, ¿pronunció palabras, como haces tú cuando enseñas a tu hijo? ¿Cómo decir muchas palabras con un solo Verbo? ¿El Verbo del Padre aplicó sus oídos a la boca del Padre? Cosas carnales son éstas, que han de estar lejos de vuestro corazón. Yo esto os digo, si es que habéis entendido lo que os he dicho. Ciertamente yo he hablado, mis palabras han sonado, y con los sonidos martillearon vuestros oídos, y por los oídos llevaron mi parecer hasta vuestro corazón, si habéis llegado a entenderme. Imaginad a uno que ha oído a un hombre hablando en latín, que solamente ha oído, sin entender lo que ha dicho. Por lo que se refiere al sonido emitido por mi boca, el que no ha entendido lo ha percibido tan bien como vosotros. Oyó el sonido; las mismas sílabas sacudieron sus oídos, pero nada produjeron en su corazón. ¿Por qué? Porque no entendió nada. Vosotros, en cambio, sí entendisteis. ¿De dónde os vino la intelección? Yo sólo hice ruido en vuestro oído; ¿acaso encendí la luz en vuestro corazón? Ciertamente, si lo que dije es verdad y vosotros no sólo oísteis, sino también comprendisteis esta verdad, ha habido aquí dos cosas, notadlas: el oír y el entender. El oír fue provocado por mí, y el entender, ¿por quién? Yo hablé a vuestros oídos para que oyeseis. ¿Quién habló a vuestro corazón para que entendieseis? Sin duda, alguno habló y algo dijo a vuestro corazón, de modo que no sólo sonase en vuestro oído este estrépito de las palabras, sino que también descendiese a vuestro corazón algo de verdad. Alguien habló a vuestro corazón, pero no le veis. Si entendisteis, hermanos, algo fue dicho a vuestro corazón. Don de Dios es la inteligencia. ¿Quién dijo esto en vuestro corazón, si entendisteis? Aquel a quien dice el Salmo: Dame entendimiento para conocer tus mandatos. Por ejemplo: habló el obispo. ¿Qué dijo?, pregunta uno. Le respondes lo que dijo y añades si dijo verdad. Entonces otro, que no entendió, dice: ¿Qué dijo o por qué motivo le alabas? Ambos me oyeron; para ambos hablé, pero para uno solo dije. Si me permitís comparar cosas pequeñas con cosas grandes, porque ¿qué somos nosotros comparados con El?, no sé qué es lo que inmaterial y espiritualmente obra Dios en nosotros, que ni es el sonido que pulsa en el oído, ni el color que ven los ojos, ni el olor que siente el olfato, ni el sabor que percibe el paladar, ni duro ni blando al tacto; sin embargo, es algo que es fácil de sentir e imposible de explicar. Si, pues, Dios, como iba diciendo, habla en nuestros corazones sin sonidos, ¿cómo habla a su Hijo? Pensad, hermanos, pensad que de este modo, si, como dije, se permite la comparación de cosas grandes con otras pequeñas. Pensad así. Incorporalmente habló el Padre al Hijo, porque incorporalmente el Padre engendró al Hijo. Pero no le enseñó, como sí hubiera engendrado un Hijo indocto. Que le enseñó, es lo mismo que decir que lo engendró lleno de sabiduría. Y lo mismo es: Me enseñó el Padre, que: Me engendró lleno de sabiduría. Si la naturaleza de la verdad es simple, cosa que pocos entienden, lo mismo es en el Hijo el ser que el saber. De Aquél tiene el saber de quien tiene el ser. No de modo que de El tuviera primero el ser y después el saber, sino del modo que engendrándolo le dio el ser, del mismo modo engendrándolo le dio el saber; porque para la naturaleza simple de la verdad no es una cosa el ser y otra el saber, sino la misma.

 

6. Dijo esto a los judíos, y añadió: Y el que me envió, está conmigo. Ya antes había dicho lo mismo, pero, por ser cosa muy alta, con frecuencia repite: Me envió y está conmigo. Si está contigo, ¡oh Señor!, no fue enviado uno por el otro, sino que vinisteis los dos. Y, sin embargo, a pesar de estar juntos, uno es enviado y otro envía, porque la misión es la encarnación, y la encarnación es sólo del Hijo no del Padre. Envió el Padre al Hijo, pero no se separó del Hijo. No dejaba de estar el Padre allí donde envió al Hijo. ¿Dónde no está quien hizo todas las cosas? ¿Dónde no está quien dijo: Yo lleno el cielo y la tierra? ¿Es que quizá el Padre está en todas partes y el Hijo no está en todas partes? Oye al Evangelio: Estaba en este mundo, y el mundo fue hecho por El. Luego el que me envió, por cuyo mandato, como de padre, me encarné, está conmigo, no me dejó. ¿Por qué no me dejó? No me dejó solo, dice, porque yo hago siempre lo que es de su agrado. Esa es la igualdad, siempre, no de un comienzo y continuada, sino sin comienzo y sin fin. Pues la generación de Dios no tiene principio temporal, porque por el Engendrado fueron hechos los tiempos.

 

7. Cuando El dijo estas cosas, muchos creyeron en El. ¡Ojalá que por mis palabras muchos de los que de otro modo pensaban entiendan y crean en El! Quizá haya entre vosotros algunos arríanos. N o me atrevo a sospechar que haya sabelianos, que dicen que el Padre es el mismo que el Hijo. Es muy antigua esta herejía y paulatinamente ha quedado sin vida. La de los arríanos, por el contrario, aún parece tener algunas sacudidas, como de un cadáver en putrefacción o, cuando más, de un hombre que está agonizando. Conviene libertar de ella a los que quedan, como ya muchos han sido libertados. Ciertamente en esta ciudad no había ninguno, pero entre los muchos peregrinos que a ella han venido, también llegaron algunos de ellos. Ya veis cómo, diciendo el Señor estas cosas, muchos creyeron en El. Quiera Dios que oyendo mis palabras los arríanos crean, no en mí, sino conmigo.

 

8. Decía, pues, el Señor a los judíos que habían creído en El: Si vosotros permaneciereis en mi doctrina. Dice permaneciereis, porque ya habéis sido iniciados, ya habéis comenzado a estar dentro de ella. Es decir: Si permaneciereis en la fe que ha comenzado a arraigar en vosotros, ¿adonde llegaréis? Considera adonde conduce tal comienzo. Ya has puesto los cimientos, cuídate del remate, y en esta bajeza descubre otra grandeza. La fe se cimienta en la humildad. En la visión, en la inmortalidad, en la eternidad, no hay nada humilde; todo es grandeza, todo es firme sin desfallecimientos; todo es estabilidad sin ataque alguno del enemigo y sin temor de perderla. Excelso es lo que cimienta en la fe y no se le da importancia, como los necios no suelen apreciar los cimientos de un edificio. Se abre una zanja grande y en ella se lanzan desordenadamente las piedras; allí no aparece pulimento alguno, no hay belleza alguna. Tampoco aparece belleza alguna en las raíces del árbol, pero todo cuanto en el árbol te deleita sale de la raíz. Contemplas la raíz y permaneces indiferente, contemplas el árbol y te llenas de admiración. Insensato, lo que te causa admiración procede de la raíz, que te ha dejado indiferente. Valoras en poco la fe de los creyentes, porque te falta balanza para pesarla. Mira adonde llega y pondera su valor. El mismo Señor dice en otro lugar: Si tuviereis fe como un grano de -mostaza. ¿Puede haber algo más pequeño y de mayor desarrollo? ¿Puede darse cosa más diminuta y más ardiente? Así, pues, si vosotros permaneciereis en mi doctrina, en la cual habéis ya creído, ¿adonde llegaréis? Seréis verdaderos discípulos míos. Y esto, ¿qué utilidad nos reporta? Y conoceréis la Verdad.

 

9. ¿Qué prometió a los creyentes, hermanos? Y conoceréis la verdad. Pues qué, ¿no la habían ya conocido cuando el Señor hablaba? Y si no la habían conocido, ¿cómo creyeron? No creyeron por haberla conocido; creyeron para poder conocerla, pues creemos para conocer, no conocemos para creer. Lo que hemos de conocer, ni el ojo lo vio, ni el oído lo oyó, ni el corazón lo ha imaginado. Pues ¿qué es la fe sino creer lo que no ves? Fe es creer lo que no ves; verdad es ver lo que has creído, según El mismo dice en otro lugar. El Señor caminó por la tierra para plantar la fe. Era hombre, se había humillado, por todos era visto, pero no por todos era conocido; por muchos era despreciado, era muerto por la turba, compadecido por pocos; sin embargo, ni los mismos que le compadecían le reconocían por lo que era. Todo esto era como una delineación inicial de la fe y del futuro edificio, en vista de lo cual el mismo Señor dice en otro lugar: Quien me ama guarda -mis mandatos, y quien me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él. Quienes le oían, ciertamente le veían, y, sin embargo, les promete que le han de ver, si le aman. De este modo dice aquí: Conoceréis la verdad. ¿Pues qué? Lo que has dicho, ¿no es verdad? Verdad es, pero aún se cree, todavía no se ve. Si se permanece en lo que se cree, se llega a lo que se ha de ver. Por lo cual el mismo San Juan Evangelista dice en su epístola: Somos hijos queridísimos de Dios, pero aún no aparece lo que seremos. Ya somos, y aún seremos algo. ¿Qué podemos ser más de lo que somos? Escucha: Aún no aparece lo que seremos, pues sabemos que, cuando El se manifieste, seremos semejantes a El. ¿Por qué? Porque le veremos como es. Excelente promesa, pero es el premio de la fe. Si deseas el premio, debes poner antes la obra. Si crees, tienes derecho al premio de la fe; pero si no crees, ¿con qué cara lo reclamas? Si, pues, permanecieseis en mi doctrina, seréis verdaderos discípulos míos, y podréis contemplar la verdad como ella es, no a través de palabras sonantes, sino a través de una luz esplendorosa, cuando con ella nos haya saciado, según se lee en el Salmo: Impresa sobre nosotros está la luz de tu rostro, Señor. Somos moneda de Dios, moneda que hemos salido del tesoro; por el pecado se borró lo que en nosotros estaba impreso; vino a reformarla el mismo que la había formado, pide su moneda como el César pide la suya, diciendo: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Dad al César las monedas, a Dios entregaos a vosotros mismos, y entonces será impresa en nosotros la verdad.

 

10. ¿Qué diré a vuestra caridad? ¡Oh si el corazón de cualquier modo suspirase por aquella gloria inefable! ¡Oh si llorásemos con gemidos nuestra peregrinación, si no amásemos el mundo, si continuamente con alma pura suspirásemos por Aquel que nos ha llamado! El deseo es el seno del corazón; le poseeremos si dilatamos el deseo cuanto nos fuere posible. A ello nos ayudan la Sagrada Escritura, las reuniones del pueblo, la celebración de los sacramentos, el santo bautismo, el canto de las alabanzas de Dios, nuestra predicación misma, para que este deseo no solamente sea sembrado y germine, sino que llegue a la capacidad necesaria para recibir lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre pudo soñar. Pero amad conmigo. Quien ama a Dios, no puede amar mucho al dinero. Yo me doy cuenta de la necesidad; por eso no he dicho no ama al dinero, sino que dije que no ama mucho al dinero, ya que pueden ser amadas las riquezas, pero no con exceso. ¡Oh, si de veras amásemos a Dios no tendríamos amor alguno al dinero! Sería para ti una ayuda en tu peregrinación, no un acicate de la avaricia, del cual usarías para tus necesidades y no para satisfacer tus caprichos. Ama a Dios, si es que algo ha obrado en ti lo que oyes y apruebas. Usa del mundo, no te dejes envolver por él. Sigue el camino que has comenzado; has venido para salir del mundo y no para quedarte en él. Eres un caminante; esta vida es un mesón; utiliza el dinero como utiliza el caminante en la posada la mesa, el vaso, la olla, la cama; para dejarlo, no para permanecer en él. Si lo haces así, levantad el corazón los que podéis hacerlo, y escuchadme: si lo hacéis así, llegaréis a conseguir sus promesas. No es mucho para vosotros, porque es grande la ayuda de quien os ha llamado. El nos llamó, invoquémosle nosotros, digámosle: Nos has llamado, nosotros te invocamos; mira que hemos atendido a tu llamamiento; oye nuestros ruegos y llévanos al lugar que nos has prometido; concluye lo que has comenzado; no dejes perder tus dones, no abandones tu campo hasta que tus semillas sean recogidas en el granero. Abundan las tentaciones en el mundo, pero es mayor el que hizo el mundo; abundan las tentaciones, pero no caerá quien pone su esperanza en aquel que no conoce el desfallecimiento.

 

11. Os he hecho, hermanos, esta exhortación porque la libertad de que habla Nuestro Señor Jesucristo no es de este tiempo. Oíd lo que añadió: Seréis verdaderos discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os dará la libertad. ¿Qué quiere decir? Os hará libres. Los judíos, carnales y juzgando según la carne, no los que habían creído, sino los que estaban en aquella multitud y no habían creído, tomando por una injuria hecha a ellos lo que les dijo: La verdad os libertará, se indignaron porque les tomó por siervos. Y verdaderamente eran siervos. Les expone cuál es la servidumbre y cuál es la libertad, que El promete. Pero se hace muy largo disertar hoy sobre esta libertad y sobre aquella servidumbre.

 

 

TRATADO 41

 

MÁS SOBRE LAS PALABRAS: "DECÍA, PUES, JESÚS A LOS QUE HABÍAN CREÍDO", HASTA LAS PALABRAS: "Si, PUES, EL HIJO OS LIBERTARE, SERÉIS VERDADERAMENTE LIBRES"

 

1. Diferí hablar sobre las siguientes palabras de la lectura de ayer, y que hoy nos han sido leídas en el santo evangelio, porque ya había hablado mucho; y sobre la libertad, a la cual nos llama la gracia del Salvador, no debe hablarse de paso y negligentemente. Por eso hemos determinado hablaros hoy, contando con la ayuda de Dios. A quienes hablaba Nuestro Señor Jesucristo eran judíos, en gran parte enemigos, pero en parte hechos ya o que se habían de hacer amigos, pues entre ellos veía, como ya dije, a algunos que habían de creer después de su pasión. Mirando a éstos, dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. Estaban también allí quienes al punto de oírlas decir creyeron, a los cuales dijo las que acabamos de oír: Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído: Si permaneciereis en mi doctrina, seréis verdaderamente discípulos míos. Permaneciendo, seréis. Ya que ahora sois creyentes, permaneciendo creyentes, seréis videntes. Y continúa: Y conoceréis la verdad. La verdad es inconmutable, la verdad es el pan que alimenta a las almas; sin menguar, trueca a quien la come; no es ella lo que se convierte en el que la come. El Verbo de Dios es la misma verdad, Dios en Dios, Hijo unigénito, que por nosotros se vistió de carne, naciendo de María, virgen, para cumplir la profecía que dice que la verdad nació de la tierra. Esta verdad estaba oculta en la carne cuando hablaba a los judíos, pero se ocultaba, no para ser negada, sino para ser diferida, y era diferida para poder padecer en su carne y con su pasión redimir a la carne pecadora. Siendo visible en la humildad de la carne y ocultando la majestad divina, dijo Nuestro Señor Jesucristo a quienes por sus palabras habían creído: Si permaneciereis en mi doctrina, seréis verdaderos discípulos míos. Porque quien perseverare hasta el fin, será salvo. Y conoceréis la verdad, que ahora os es oculta, y que os está hablando. Y la verdad os libertará. Este verbo lo tomó el Señor de la palabra libertad, pues propiamente no significa otra cosa que os hará libres, del mismo modo que salva es hace salvo, y sana es hace sano, y enriquece quiere decir hace rico; así, libra quiere decir hace libre. Esto es más claro en la lengua griega. En la lengua latina decimos comúnmente que un hombre es libertado cuando nada tiene que ver con la libertad, sino refiriéndose a la salud; y así decimos que uno ha sido libertado de la enfermedad; corrientemente se dice, pero no con propiedad. Y así usó el Señor este verbo, diciendo: La verdad os libertará, según el uso común; mas en el griego no cabe dudar que se refería a la libertad.

 

2. Y en este sentido lo entendieron los judíos, y le respondieron, no los que ya eran creyentes, sino los que entre la multitud aún no habían creído: Somos hijos de Abrahán y no hemos sido esclavos de nadie, ¿por qué dices tú: Seréis libres? El Señor no había dicho: Seréis libres, sino: La verdad os libertará. Por este verbo, que, como os dije, en el griego es claro, ellos no entendieron otra cosa que la libertad, y se envanecieron de ser descendientes de Abrahán, y dijeron: Somos descendientes de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie, ¿por qué dices tú: Seréis libres? ¡Oh pellejos inflados! Esa no es una grandeza, es una hinchazón. Y aun en el sentido que hoy se da a la libertad, ¿cómo tenéis cara para afirmar con verdad: Jamás nosotros hemos sido esclavos? ¿No fue vendido José? ¿No fueron llevados cautivos los santos profetas? ¿No es éste aquel mismo pueblo que en Egipto hacía ladrillos y servía a reyes duros, y no, al menos, trabajando en oro y plata, sino trabajando en barro? ¡Oh ingratos! Si nunca habéis sido esclavos, ¿por qué constantemente os está echando en cara el Señor que os libertó de la casa donde servíais? ¿Acaso fueron esclavos vuestros padres y jamás lo habéis sido vosotros, que ahora estáis hablando? ¿Por qué, entonces, pagabais tributo a los romanos, y por esta causa pretendisteis envolver a la Verdad en un lazo capcioso, preguntando si era lícito pagar el tributo al César, para tacharle de enemigo de la libertad si afirmaba o para acusarle ante los reyes de la tierra de que prohibía pagar los tributos a los reyes si negaba la licitud? Bien os confundió con la moneda presentada obligándoos a responder vosotros mismos a vuestra capciosa pregunta. Entonces os fue dicho: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, al responder vosotros que la imagen de la moneda era de César. Porque, así como César busca su imagen en la moneda, así busca Dios su imagen en el hombre. Esto fue lo que respondió a los judíos. Me admira, hermanos, la vana soberbia de esos hombres, que aun acerca de esa libertad suya, carnalmente interpretada por ellos, osaron mentir diciendo: jamás hemos sido esclavos de nadie.

 

3. Si no queremos nosotros ser esclavos, fijemos la atención en esta respuesta del Señor. Respondióles Jesús: En verdad, en verdad os digo que todo aquel que comete pecado es esclavo del pecado, ¡Ojalá fuese esclavo de un hombre y no esclavo del pecado! ¿Quién no se llenará de temor con estas palabras? Concédanos el Señor Dios nuestro, a vosotros y a mí, que con motivo de esta sentencia os hable del deseo de esta libertad y del modo de evitar esta esclavitud. La Verdad dice: En verdad, en verdad os digo. ;Qué significa este modo de hablar de nuestro Dios y Señor: En verdad, en verdad os digo? Altamente encarece Jo que de este modo dice, pues es, por decirlo así. como un juramento suyo: En verdad, en verdad os digo. La palabra amén quiere decir verdadero. Sin embargo, no ha sido traducida, cuando podía haber dicho: De verdad os digo. Ni el traductor griego ni el latino se atrevieron a hacerlo, pues la palabra amén no es ni griega ni latina, sino hebrea. Así quedó sin ser traducida, como haciendo honor al velamen del secreto, no con el fin de negarlo, sino para que no perdiera dignidad quedando al descubierto. Y no una, sino dos veces dijo el Señor: Amén, amén os digo, para que por la repetición os deis cuenta de su encarecimiento.

 

4. ¿Qué es lo que encarece? Verdad, verdad os digo; dice la Verdad, la cual, aunque no dijera: Verdad digo, no puede mentir en modo alguno. Sin embargo, encarece, inculca, excita en cierto modo a los que duermen; quiere que estén atentos, no quiere ser menospreciada. ¿Qué es lo que encarece diciendo: En verdad, en verdad os digo que quien comete pecado es esclavo del pecado? ¡Oh miserable esclavitud! Con frecuencia los hombres que tienen malos amos, se ponen en venta, no para dejar de tener amo, sino para cambiarlo. ¿Qué hará quien es esclavo del pecado? ¿A quién apelará? ¿A quién recurrirá? ¿A quién se venderá? Otras veces el esclavo, cansado de los malos tratos del señor, huyendo, busca un descanso; pero el esclavo del pecado, ¿adonde huirá? Consigo lo lleva adondequiera que vaya. La mala conciencia no puede huir de sí misma. N o puede ir a parte ninguna sin que le siga; es más, nunca se separa de él, pues dentro de él lleva el pecado cometido. Cometió el pecado para conseguir un placer corporal; pasó el placer, queda el pecado; pasó lo que deleitaba, queda lo que punza. ¡Desgraciada esclavitud! Algunas veces se refugian en la Iglesia, y con frecuencia los toleramos como a unos indisciplinados, deseando verse libres de amos quienes no quieren verse libres del pecado. Otras veces, por verse sometidos a un yugo ilícito e implacable, acuden a la Iglesia, porque, nacidos libres, se hallan forzados a ser esclavos; piden la ayuda del obispo, y si el obispo no pone todo su empeño en hacer que la libertad nativa sea respetada, le tachan de despiadado. Acudamos todos a Cristo. Pidamos a Dios libertador ayuda contra el pecado; pongámonos en venta, para ser redimidos con su sangre. De balde, dice el Señor, habéis sido vendidos y sin dinero seréis rescatados: sin dinero vuestro, pero con el mío. Esto dice el Señor. El mismo dio el precio, no en dinero, sino su propia sangre, pues nosotros habíamos quedado esclavos y pobres.

 

5. De esta esclavitud sólo el Señor nos puede libertar. El, que no la tuvo, libra de ella, porque fue el único que en esta carne vino sin pecado. Pues los niños que veis en los brazos de sus madres, todavía no andan y ya están aherrojados, trayendo de Adán lo que es purificado por Cristo. A ellos también, cuando son bautizados, se les da esta gracia, prometida por el Señor, porque del pecado solamente puede librar Aquel que nació sin pecado y se hizo víctima por el pecado. Oísteis al Apóstol cuando se leía: Somos como embajadores en nombre de Cristo, y como si Dios lo hiciera por nuestra boca, os rogamos en nombre de Cristo; esto es, como si Cristo os rogase, ¿qué? que os reconciliéis con Dios. Si el Apóstol nos exhorta y ruega que nos reconciliemos con Dios, es porque éramos enemigos de Dios, ya que nadie se reconcilia sino de las enemistades. El pecado, no la naturaleza, nos había hecho enemigos de Dios. Y de donde vino la enemistad con Dios vino la esclavitud del pecado. Dios no tiene enemigos libres: necesariamente son esclavos, y serán siempre esclavos si no son libertados por Aquel cuyos enemigos quisieron ser por el pecado. Os rogamos, dice, en nombre de Cristo, que os reconciliéis con Dios. Y ¿cómo nos hemos de reconciliar sin pagar la deuda que media entre El y nosotros? Pues dice por el profeta que no ha entupido sus oídos para no oír, pero vuestras iniquidades os separan a vosotros de El. Y no es posible la reconciliación si no se quita lo que está en medio y se pone lo que debe estar. Hay un medio que separa; pero hay un mediador que reconcilia: el medio que separa es el pecado, y el mediador que reconcilia es nuestro Señor Jesucristo, porque uno es Dios y uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. Para quitar el muro que separa, que es el pecado, vino El como mediador y se hizo sacerdote y víctima. Y porque se hizo víctima por el pecado, ofreciéndose a sí mismo en holocausto en la cruz de su pasión, sigue diciendo el Apóstol, después de haber dicho: Os rogamos, en nombre de Cristo, que os reconciliéis con Dios, como si nosotros dijéramos: ¿cómo podemos reconciliarnos? A Aquel, dice, esto es, el mismo Cristo, que no conoció pecado, por nosotros hizo pecado, para

que nosotros seamos en El justicia de Dios. El mismo Cristo Dios, dice, que no conoció el pecado, vino en carne, es decir, en la semejanza de carne de pecado; pero en la carne de pecado sin absolutamente pecado alguno, y por eso se hizo verdadera víctima por el pecado, porque El no tenía ningún pecado.

 

6. Quizá alguno crea que yo por mi cuenta he dicho que el pecado es sacrificio por el pecado. Quienes lo han leído, recuérdenlo; y quienes no lo han leído, no sean tardos, no sean tardos, digo, en leerlo, a fin de que puedan juzgar con verdad. Cuando Dios mandó ofrecer sacrificios por el pecado, en los cuales no se daba la verdadera expiación del pecado, sino que eran una sombra de los futuros; los mismos sacrificios, las mismas víctimas, las mismas oblaciones, los mismos animales que se llevaban a sacrificar por el pecado, cuya sangre era figura de la sangre de Cristo, la Ley los llama pecado, hasta el punto de que en algunos lugares está escrito que los sacerdotes sacrificantes ponían sus manos sobre la cabeza del pecado, esto es, sobre la cabeza de la víctima que se inmolaba por el pecado. Tal pecado, es decir, tal sacrificio por el pecado, se hizo Nuestro Señor Jesucristo, que no conoció el pecado.

 

7. Con toda justicia libra de la esclavitud del pecado Aquel que dice en el Salmo: He venido a ser como un hombre desamparado de todos, manumitido entre los muertos. Sólo El era libre, porque no tenía pecado. El mismo dice en el Evangelio: He aquí que viene el príncipe de este mundo, aludiendo al diablo, que había de venir en la persona de los judíos sus perseguidores; he aquí, dice, que viene y no hallará nada en mí. Y como si se le pudiese objetar: Si no hallará nada en ti, ¿por qué te ha de dar muerte? Añadió: Mas para que todos conozcan que hago la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí. No pago, dice, por necesidad la muerte de mi pecado, pero en morir cumplo la voluntad de mi Padre, y en esto más hago que padezco, porque, si no quisiera, tampoco padecería. Óyele decir en otro lugar: Poder tengo para dar mi vida y poder tengo para tomarla de nuevo. Ahí le tenemos verdaderamente libre entre los muertos.

 

8. Siendo así que quien comete pecado es esclavo del pecado, escuchad dónde tenemos la esperanza de la libertad. El

siervo, dice, no permanece para siempre en la casa. La casa es la Iglesia, el siervo es el pecador. Muchos pecadores entran en la Iglesia; pero no dijo: El siervo no está en la casa; sino: No permanece en la casa eternamente. Pues, si allí no ha de haber siervos, ¿quién estará allí? Cuando el Rey justo, dice la Escritura, se siente en el trono, ¿quién podrá gloriarse de tener el corazón puro o de estar libre de todo pecado? Llenos de terror nos dejó, hermanos míos, diciendo que el siervo no permanece para siempre en la casa. Y añade: Pero el hijo permanece para siempre. ¿Estará solo Cristo en su casa? ¿No habrá nadie con él? ¿De quién será cabeza, si no hay cuerpo? ¿Es acaso, el Hijo el cuerpo y la cabeza? No en balde nos dejó el temor y la esperanza: el temor, para no amar el pecado, y la esperanza, para no desconfiar de alcanzar su perdón; porque quien comete pecado es siervo del pecado, y el siervo no permanece en la casa eternamente. ¿Qué esperanza nos queda a nosotros, que no podemos estar sin pecado? Escucha dónde está tu esperanza: El hijo permanece para siempre. Si el Hijo os diere la libertad, entonces seréis verdaderamente libres. Esta es, hermanos, nuestra esperanza: vernos libertados por quien es verdaderamente libre, y, libertándonos, nos haga siervos, porque éramos siervos de la concupiscencia y con la libertad nos hacemos siervos de la caridad. Lo mismo dice el Apóstol: Vosotros, hermanos míos, habéis sido llamados a la libertad; cuidad de que esta libertad no os sirva de ocasión para que viváis según la carne; pero por la caridad sed siervos las unos de los otros. No diga el cristiano: Soy libre, he sido llamado a la libertad; era siervo, pero he sido redimido y hecho libre por la misma redención; haré lo que quiera; nadie se oponga a mi voluntad; soy libre. Pero si teniendo esa libertad, pecas, eres siervo del pecado. No abuses, pues, de la libertad para pecar libremente, sino usa de ella para no pecar. Tu voluntad será libre si es buena. Serás libre si fueres siervo: libre del pecado, siervo de la justicia, como dice el Apóstol: Cuando erais siervos del pecado, estabais libres de la justificación; pero ahora, libres del pecado y convertidos en siervos de Dios, cogéis vuestro fruto en la santificación y, por fin, la vida eterna. A conseguir esto enderecemos todos nuestros esfuerzos.

 

9- La primera libertad es estar exento de delitos. Atended, hermanos, atended, para que pueda llevar a vuestro conocimiento en qué consiste ahora esta libertad y en qué consistirá en el futuro. Por justo que creas a uno en esta vida, y aunque ya sea digno de este apelativo, sin embargo, no está exento de pecado. Lo dice el mismo San Juan, cuyo es este evangelio: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no está con nosotros la verdad. Esto solamente lo pudo decir quien fue libre entre los muertos, y solamente se puede decir de aquel solo que no conoció el pecado, del cual sólo se pudo decir que pasó por todas las cosas a semejanza de la carne sin pecado. Sólo El pudo decir: Viene el príncipe del mundo y no hallará nada en mí. Cualquiera otro, por justo que te parezca, no está totalmente sin pecado. Ni el mismo Job, de quien Dios dio tal testimonio que el demonio le tenía envidia, y pidió poder para tentarlo, saliendo vencido en la tentación y él justificado. No fue él probado porque Dios no supiese que tenía merecida la corona, sino para que los hombres tuviesen un ejemplo que imitar. El mismo Job dice: ¿Quién está totalmente limpio? Ni el niño que lleva un día sobre la tierra. Ciertamente muchos han sido llamados justos sin querella, que quiere decir sin delito, pues en lo humano no se puede presentar querella justa contra quien no tiene delito. El pecado grave es un delito dignísimo de ser delatado y condenado. No condena Dios ciertos pecados ni justifica y alaba otros: no alaba a ninguno, a todos los odia. Del modo que el médico odia la enfermedad del enfermo y con las curas intenta alejar a la enfermedad y aliviar al enfermo, así Dios obra en nosotros con su gracia para destruir el pecado y libertar al hombre. Pero dirás, ¿cuándo se destruye? Si se mengua, ¿por qué no se destruye? Disminuye en la vida de los proficientes y queda destruido en la vida de los perfectos.

 

10. La primera libertad es, pues, no tener delitos. De aquí que el apóstol San Pablo, al elegir a los que había de ordenar sacerdotes o diáconos, o a otro cualquiera, para el gobierno de la Iglesia, no dijera: "Si alguno está sin pecados", porque, si hubiera dicho esto, todos serían rechazados y ninguno ordenado. Pero dijo: Si hay alguno que no tenga delito, como homicidio, adulterio, alguna inmundicia de fornicación, hurto, fraude, sacrilegio y otros parecidos. Cuando el hombre empieza a no tener tales delitos (el cristiano no debe tenerlos), comienza a levantar la cabeza hacia la libertad; pero ésta es una libertad incoada, no es perfecta. ¿Por qué, dirá alguno, no es libertad perfecta? Porque veo en mis miembros otra ley que resiste a la ley de mi espíritu, por cuanto no hago el bien que quiero, sino que hago el mal que aborrezco. La carne, dice, tiene deseos contra el espíritu, y el espíritu los tiene contra la carne, de modo que no hagáis todo lo que queréis. De una parte, libertad; de otra, esclavitud; aún no es total, aún no es pura, aún no es plena libertad, porque no estamos aún en la eternidad. En parte tenemos enfermedad, en parte recibimos la libertad. Todos nuestros pecados fueron borrados por el bautismo. ¿Acaso por haber desaparecido toda iniquidad no quedó alguna flaqueza? Si no hubiese quedado ninguna nos hallaríamos aquí sin pecado. ¿Quién osará decir tal cosa sino el soberbio, el indigno de la misericordia del libertador, quien quiere engañarse a sí mismo y no dice la verdad? Por haber quedado, pues, alguna flaqueza en nosotros, me atrevo a decir que por cuanto servimos a Dios somos libres; pero por cuanto servimos al pecado todavía somos siervos. Por esto dice el Apóstol lo que nosotros habíamos comenzado a decir: Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior. De donde nos viene el deleite en la ley de Dios nos viene la libertad. Pues la libertad nos deleita, y mientras con temor obras la justicia, no es Dios tu deleite. No temas el castigo, ama la justicia. ¿No amas aún la justicia? Teme el castigo para que llegues a amar la justicia.

 

11. Ya él se sentía libre en la parte superior, cuando decía: Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior. Me deleita la ley, me deleita lo que la ley ordena, me deleita la justicia misma. Vero veo en mis miembros otra ley (es la enfermedad que había quedado) que resiste a la ley de mi espíritu y me sojuzga a la ley del pecado, que está en mis miembros. Por esta parte sintió la cautividad, porque la justicia no era completa. Cuando se halla deleite en la ley de Dios, no se es cautivo, sino amigo de la ley, y se es libre por ser amigo. ¿Qué haremos de la enfermedad que nos queda? Acudamos a Aquel que dijo; Si el Hijo os libertare, entonces seréis verdaderamente libres. También el mismo Apóstol que hablaba, acudió a El, diciendo: "Soy un hombre desgraciado, ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor. Luego, si el Hijo os libertare, entonces seréis verdaderamente libres." Finalmente, concluyó: "Entretanto, yo mismo vivo sometido por el espíritu a la ley de Dios y por la carne a la ley del pecado." Yo mismo, dice: no somos dos, opuestos uno al otro, procedentes de principios diversos; sino: yo mismo por el espíritu sirvo a la ley de Dios, y por la carne a la ley del pecado durante todo el tiempo que la enfermedad resiste a la salud.

 

12. Pero, si por la carne estás sujeto a la ley del pecado, haz lo que dice el mismo Apóstol: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus deseos, ni prestéis vuestros miembros al pecado como armas de iniquidad. No dice: No haya; sino: No reine. Mientras el pecado está en vuestros miembros por necesidad, quitadle el imperio para que no ejecutéis lo que él ordena. ¿Te ataca la ira? No le des tu lengua para maldecir, no le des tu mano o tu pie para herir. No se levantaría esta ira irracional si en tus miembros no estuviese el pecado; pero quítale el poder, que no tenga armas para luchar contra ti; aprenderá a no levantarse cuando comiencen a faltarle las armas. No prestéis vuestros miembros al pecado como armas de iniquidad, pues de otro modo seréis esclavos del pecado y no podréis decir que servia por el espíritu a la ley de Dios. Si el espíritu sujeta las armas, no se moverán los miembros para ser instrumentos del pecado enfurecido. El rey interior conserve la fortaleza, porque el flaco presta su concurso bajo el mando superior; refrene la ira, reprima la concupiscencia, porque siempre hay qué refrenar, qué reprimir, qué sujetar. ¿Qué otra cosa deseaba aquel justo, que en su espíritu servía a la ley de Dios, sino que no sintiera absolutamente nada que refrenar? Y esto debe esforzarse por conseguir quien tiende a la perfección, a fin de que la concupiscencia, falta de miembros obedientes, sea

cada día más débil en el proficiente. En mi voluntad, dice, está el querer el bien, pero no el ejecutarlo. ¿Dijo, acaso, que no estaba en su mano ejecutar el bien? Si hubiese dicho esto, no quedaría esperanza alguna. No dijo: Hacer el bien; sino: Ejecutar el bien. ¿Y cuál es la perfecta ejecución del bien sino la destrucción y la muerte del mal? Y ¿cuál es la destrucción del mal, sino lo que dice la Ley: No codiciarás? No codiciar absolutamente nada es la perfección del bien, porque es la destrucción del mal. Esto es lo que decía él: Perfeccionar el bien no está en mi mano, porque no podía dejar de sentir la concupiscencia; trabajaba, sin embargo, por refrenarla, para no dar a ella su consentimiento y no prestarle sus miembros como ejecutores. Hacer con perfección el bien, dice, no está en mi mano; no puedo cumplir el mandato: No codiciarás. ¿Qué es, pues, necesario? Que cumplas aquello: No te dejes arrastrar por tus pasiones. Haz esto mientras existan en tu carne concupiscencias ilícitas: no te dejes arrastrar por ellas. Permanece en el servicio de Dios, en la libertad de Cristo; con tu espíritu sométete a la ley de tu Dios. No te entregues a tus concupiscencias. Siguiéndolas, les aumentas las fuerzas, y dándoles más fuerzas, ¿cómo podrás vencer, cuando ayudas a tus enemigos con tus propias fuerzas?

 

13. Esta libertad plena y perfecta en el Señor Jesús, que dijo: Si el Hijo os libertare, entonces seréis verdaderamente libres, ¿cuándo será plena y perfecta libertad? Cuando no haya enemistad alguna, cuando sea destruida la muerte, que es el último enemigo. Conviene que este cuerpo corruptible se revista de la incorrupción y que este cuerpo mortal se revista de la inmortalidad. Entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu batalla? ¿Qué significa: Dónde está, ¡oh muerte!, tu batalla? La carne codiciaba contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; pero cuando vivía la carne del pecado. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu batalla? Entonces viviremos, ya no moriremos, en Aquel que murió por nosotros y resucitó, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino por Aquel que murió por ellos y resucitó. Roguemos al médico del herido, llevémosle a la casa del enfermo, pues El es quien ha prometido la salud, quien se compadeció del que dejaron los ladrones semivivo en el camino, lo bañó con vino y aceite, curó sus llagas, lo llevó en su jumento, lo condujo a la posada y lo encomendó al posadero. ¿A qué posadero? Quizá a Aquel que dijo: Somos embajadores de Cristo. Dio, además, dos monedas para emplearlas en curar al herido; quizá sean estas monedas los dos mandamientos de los cuales pende toda la Ley y los Profetas. También la Iglesia, hermanos, es la posada del viajero, donde se cura a los heridos durante esta vida mortal; pero allá arriba tiene reservada la posesión de la herencia.

 

 

TRATADO 42

 

DESDE LAS PALABRAS: "SÉ QUE SOIS HIJOS DE ABRAHÁN, PERO TRATÁIS DE MATARME", HASTA ÉSTAS: "POR ESO VOSOTROS NO ESCUCHÁIS, PORQUE NO SOIS DE DIOS"

 

1. Nuestro Señor Jesucristo, que aun en la forma de siervo no era siervo, sino que aun en esa forma era Señor (pues la forma de la carne era de siervo, pero, aunque tuviese la semejanza de carne de pecado, no era carne de pecado), prometió Ja libertad a quienes creyesen en El. Pero los judíos, ufanándose de su libertad, se desdeñaron de hacerse libres cuando eran esclavos del pecado. Y dijeron que eran libres porque eran hijos de Abrahán. Cuál fue la respuesta del Señor, la hemos oído en la lectura de hoy. Sé, dice, que sois hijos de Abrahán; pero tratáis de matarme porque mi doctrina no halla cabida en vosotros. Os conozco, les dice: sois hijos de Abrahán, pero vosotros tratáis de matarme; conozco el origen de la carne, no la fe del corazón. Sois hijos de Abrahán, pero según la carne, y por eso, dice, tratáis de matarme, porque mi doctrina no cabe dentro de vosotros. Si mi doctrina fuese recibida, ella os recibiría, y si ella os prendiera, como peces seríais encerrados en las redes de la fe. ¿Qué significa: No hace presa en vosotros? No prende vuestro corazón, porque por él no es recibida. Así es la palabra de Dios y así debe ser para los fieles, como el anzuelo para el pez, que lo coge cuando es cogido. No se hace un agravio a quienes son cogidos, puesto que lo son para darles la vida y no para destruirlos; por esto dijo el Señor a sus discípulos: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. No eran así estos tales judíos hijos de Abrahán, hijos del hombre de Dios. Eran sus descendientes carnales, pero habían degenerado no imitando la fe de aquel cuyos hijos eran.

 

2. Ciertamente habéis oído decir al Señor: Sé que sois hijos de Abrahán; escuchad lo que dice después: Yo os digo lo que vi en mi Padre, y vosotros hacéis lo que habéis visto en vuestros padres. Ya había dicho que sabía que ellos eran hijos de Abrahán; ¿qué es lo que hacían? Tratáis de matarme, les dijo. Esto no lo vieron jamás en Abrahán. Y el Señor alude a Dios su Padre cuando dice: Digo lo que ví en mi Padre. Ví a la Verdad, digo la verdad, porque soy la verdad. Si, pues, el Señor dice la verdad, que vio en su Padre, se vio a sí mismo, porque El es la Verdad del Padre, que vio en el Padre; El mismo es el Verbo, el Verbo, que estaba en Dios. Y éstos, ¿dónde vieron el mal que hacen, y que el Señor les recrimina y condena? En sus padres. Cuando en las palabras siguientes oigamos decir más claramente quiénes son sus padres, comprenderemos qué cosas vieron en ellos, pues aún no da el nombre del padre de ellos. Y aunque poco antes nombró a Abrahán, pero en cuanto al origen de la carne, no en cuanto a la semejanza de vida; luego ha de nombrar a otro padre suyo, que ni los engendró ni hizo que fuesen hombres, pero que, sin embargo, eran sus hijos en cuanto eran malos, no en cuanto eran hombres; no por haber sido creados, sino por lo que imitaron.

 

3. Respondieron ellos y dijeron: Nuestro padre es Abrahán; como diciendo: ¿Qué vas tú a decir en contra de Abrahán? O, si tienes qué, atrévete a reprender a Abrahán. No era que el Señor fuese a reprender a Abrahán, porque era tal Abrahán, que no mereció del Señor reprensión, sino alabanzas; pero ellos parecían provocarle a hablar mal de Abrahán y tener ocasión de ejecutar lo que maquinaban. Abrahán es nuestro padre.

 

4. Oigamos cómo les responde el Señor alabando a Abrahán y condenándolos a ellos: Díceles Jesús: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán. Pero vosotros ahora tratáis de matarme a mí, que soy un hombre, que os he dicho la verdad, que oí de Dios: Abrahán no hizo esto. Abrahán es alabado, ellos condenados. Abrahán no era homicida. No digo, dice, que yo soy el Dios de Abrahán, lo cual si yo dijera, diría la verdad. Ya dijo en otro lugar: Yo soy antes que Abrahán; por lo cual ellos quisieron entonces apedrearle; ahora no dijo esto. En cuanto a lo que veis, contempláis, y creéis que solamente eso soy, soy hombre; ¿por qué queréis matar a un hombre que dice lo que oyó de Dios, sino porque no sois hijos de Abrahán? Sin embargo, antes había dicho: Sé que sois hijos de Abrahán. No niega su descendencia, pero condena sus obras; su carne procedía de él, pero sus costumbres no procedían de él.

 

5. ¿Por ventura nosotros, carísimos, venimos de la estirpe de Abrahán, o de algún modo Abrahán fue nuestro padre según la carne? De su carne trae origen la carne de los judíos, no la carne de los cristianos; nosotros procedemos de otras razas, pero por la imitación nos hemos hecho hijos de Abrahán. Oye al Apóstol: Las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendiente. No dice: a sus descendientes, como si fuesen muchos, sino a uno: y a tu descendiente, que es Cristo. Y si vosotros sois de Cristo, sois descendientes de Abrahán y herederos según las promesas. Nosotros hemos sido hechos hijos de Abrahán por la gracia de Dios. No a todos los que tenían carne de Abrahán hizo Dios herederos suyos; a aquéllos les desheredó, a éstos los adoptó, y de aquel árbol de olivo, cuya raíz se halla en los patriarcas, cortó las ramas nativas, llenas de soberbia, y le injertó el olivo silvestre. Y así, cuando los judíos acudían a Juan para ser bautizados, descargó contra ellos, llamándolos raza de víboras. Ellos hacían grande aprecio de la excelencia de su origen, pero él los llamó raza de víboras, no de hombres al menos, sino de víboras, pues veía la figura de hombres, pero conocía el veneno que llevaban dentro. Venían pata cambiarse, pues ciertamente habían de recibir el bautismo. Sin embargo, les dice: Generación de víboras, ¿quién os enseñó a escapar de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de penitencia. Y no digáis que tenéis por padre a Abrahán, pues poder tiene Dios para sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Si no hiciereis frutos dignos de penitencia, no os gloriéis de vuestra estirpe, pues poder tiene Dios para condenaros a vosotros y no defraudar a los hijos de Abrahán. No le falta poder para suscitar hijos a Abrahán, hijos que imiten su fe: Poder tiene Dios para sacar de estas piedras hijos de Abrahán. Estos somos nosotros: por nuestros padres éramos piedras cuando venerábamos a piedras por dioses, y de tales piedras formó Dios la familia de Abrahán.

 

6. ¿Por qué, pues, se engríen con vana y frívola jactancia? Dejen ya de gloriarse del nombre de hijos de Abrahán. Oyeron lo que merecían oír: Si sois hijos de Abrahán, probadlo con obras, no con palabras. Tratáis de matarme a mí, hombre, ahora no digo Hijo de Dios, no digo Dios, no digo Verbo, porque el Verbo no muere, sino hombre que vosotros veis; porque lo que veis, sí lo podéis matar, y lo que no veis lo podéis ofender. Abrahán no hizo esto; vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Todavía no dice quién es su padre.

 

7. Vamos a ver ahora la respuesta que ellos dieron. Comenzaron a hablar al Señor, según sus conocimientos, no de su origen carnal, sino de su norma de vida. Y como las Escrituras, que leían, suelen llamar fornicación en sentido espiritual cuando el alma, como una prostituta, da culto a muchos falsos dioses, le respondieron: Y así le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación, tenemos un padre, Dios. Abrahán ya no representaba nada. Lo rechazaron, como debían rechazarlo en realidad de verdad, porque, siendo tal Abrahán, no imitaban sus obras, y sólo se gloriaban de ser sus descendientes. Y cambiaron la respuesta, creo que haciéndose esta consideración: Cada vez que nombremos a Abrahán, nos va a decir: ¿Por qué no le imitáis, si de su origen os gloriáis? Nosotros no podemos imitar a un varón tan grande, tan santo, tan justo, tan inocente. Digamos que nuestro padre es Dios, a ver lo que nos dice.

 

8. La mentira halló qué decir, y ¿la verdad no encontraría qué responder? Oigamos lo que dicen y lo que oyen: Tenemos un padre, Dios, dicen. Díjoles, pues, Jesús: Si Dios fuese vuestro padre, ciertamente me amaríais, pues yo nací de Dios y de Dios vine. No he venido de mí mismo, sino que El me ha enviado. Decís que Dios es vuestro padre, amadme a mí, al menos como hermano. Levantó en seguida el corazón de los inteligentes, y tocó el punto que suele repetir: No vine de mí mismo, El me envió; de Dios nací y de Dios vine. Recordad lo que solemos repetiros: De El vino, y vino con Aquel de quien vino. La misión de Cristo es la encarnación. La procesión de Dios del Verbo es procesión eterna; no tiene tiempo aquel por quien fue hecho el tiempo. Nadie diga en su corazón: Antes que el Verbo fuese, ¿cómo era Dios? Jamás digas: Antes que fuese el Verbo de Dios. Nunca Dios estuvo sin el Verbo, porque el Verbo es permanente, no transeúnte; Dios no es el sonido por medio del cual fue hecho el cielo y la tierra, no es aquello que pasó con las cosas que fueron hechas sobre la tierra. De El procede como Dios, como igual, como Hijo único, como Verbo del Padre; y vino a nosotros, porque el Verbo se hizo carne para morar con nosotros. Su venida manifiesta su humildad; su permanencia, su divinidad. Su divinidad es a donde vamos; su humanidad, por donde vamos. Si no se hubiera hecho para nosotros camino por donde ir, nunca llegaríamos a El, que permanece.

 

9. ¿Por qué, dice, no conocéis mi modo de hablar? Porque no podéis oír mis palabras. No podían entender porque no podían oír. Pero ¿por qué no podían oír, sino porque no querían corregirse creyendo en El? Y ¿por qué? Vosotros sois hijos del diablo. ¿Hasta cuándo vais a estar mencionando a vuestro padre? ¿Hasta cuándo vais a estar cambiando de padre? Unas veces es Abrahán, otras es Dios. Oíd de boca del Hijo de Dios de quién sois hijos: Sois hijos del diablo.

 

10. Ahora hay que tener cuidado con la herejía de los maniqueos, que sostienen la existencia de un ser malo y de una raza tenebrosa con sus jefes, que osó hacer guerra a Dios; y dice que el mismo Dios, para no ver su reino destruido por esa raza enemiga, envió contra ella, como si fuesen vísceras suyas, a príncipes salidos de la luz, y que esa raza fue vencida, de la cual trae su origen el diablo. Y de aquí dicen que procede nuestra carne, y así interpretan las palabras del Señor: Vosotros sois hijos del diablo por ser malos por naturaleza, descendientes de la raza adversa de las tinieblas. De este modo yerran, se vuelven ciegos y se convierten ellos mismos en raza de tinieblas, creyendo lo que es falso en contra de Aquel por quien fueron creados. Toda naturaleza es buena, pero la del hombre fue viciada por una voluntad mala. Lo que Dios hizo no puede ser malo, si el hombre mismo no es malo para sí. El Creador es Creador, y la criatura es criatura: no puede igualarse la criatura con el Creador. Distinguid al que lo hizo de aquello que hizo. No puede igualarse el escaño con el carpintero, ni la columna con el artífice. Y, aunque el carpintero hizo el escaño, no creó él la madera. Pero Dios nuestro Señor, porque es omnipotente, por el Verbo hizo cuanto hizo; no tuvo de dónde hacer las cosas que hizo, y, sin embargo, las hizo. Fueron hechas porque quiso, fueron hechas porque lo dijo; pero las cosas hechas no pueden ser comparadas con el que las hizo. ¿Buscas qué compararle? Reconoce al Hijo único. ¿De dónde viene a los judíos ser hijos del diablo? De la imitación, no del nacimiento. Escuchad el modo usual de la Escritura santa: Dice el profeta a los mismos judíos:Tu padre es amorreo; tu madre, cetea. Eran los amorreos una raza de la cual no procedían los judíos. Los ceteos tenían también su raza, enteramente distinta de la raza de los judíos. Pero, como los amorreos y los ceteos eran impíos, y los judíos imitaron sus impiedades, hallaron padres para ellos, no de los cuales habían de nacer, sino con los cuales serían condenados por seguir sus costumbres. Se te ocurrirá preguntar de dónde procede el diablo. Ciertamente de donde los otros ángeles. Pero los otros ángeles permanecieron obedientes, y él, desobedeciendo, por su soberbia perdió su categoría de ángel y se convirtió en diablo.

 

11. Oíd ahora lo que dice el Señor: Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. He ahí la razón de su filiación: Porque tenéis los mismos deseos, no por haber nacido de él. ¿Cuáles son sus deseos? El fue homicida desde el principio. Ved lo que quiere decir: Queréis satisfacer los deseos de vuestro padre. Tratáis de matarme a -mí, que soy un hombre que os digo la verdad. El tuvo envidia del hombre y lo mató. Cuando el diablo sintió envidia del hombre, tomando figura de serpiente, habló a la mujer, y por la mujer envenenó al varón. Murieron dando oídos al diablo, al cual no hubieran atendido si hubiesen querido escuchar la voz del Señor. Colocado el hombre entre quien le creó y quien había caído, debió obedecer al Creador y no al impostor. El era, pues, homicida desde el principio. Ved ahora, hermanos, la clase de homicidio. Se llama homicida al diablo porque, sin empuñar la espada y sin vestirse de hierro, se llegó al hombre, sembrando en su alma la palabra venenosa que lo mató. No creas, pues, que tú no eres homicida, cuando induces al mal a tu hermano. Si le induces al mal, le matas. Y para que sepas que lo matas, oye el Salmo: Los dientes de los hijos de los hombres son armas y flechas, y su lengua es aguda espada. Vosotros, pues, queriendo satisfacer los deseos de vuestro padre, ejercéis vuestra crueldad sobre la carne, porque no podéis llegar al espíritu. El fue homicida desde el principio, es decir, en el primer hombre. Fue homicida desde que fue posible el homicidio, el cual fue posible cuando el hombre fue creado. Pues no podía ser matado el hombre antes que fuese creado. El era, por tanto, homicida desde el principio. Y ¿por qué homicida? Porque no permaneció en la verdad. Estuvo en la verdad, pero cayó no permaneciendo en ella. Y ¿por qué no permaneció en la verdad? Porque la verdad no estaba en él. De tal modo está la verdad en Cristo, que El es la verdad. Si el diablo hubiese permanecido en la verdad, hubiese permanecido en Cristo; pero no permaneció en la verdad, porque la verdad no está en él.

 

12. Cuando dice mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira. ¿Qué quiere decir esto? Escuchasteis las palabras del Evangelio; con atención las oísteis; las repito para que sepáis qué es lo que debéis rechazar. El Señor dijo del diablo lo que debió decir de él. Verdad es que él era homicida desde el principio, por haber matado al primer hombre; y no permaneció en la verdad, porque de ella cayó. Cuando dice mentira, esto es, el diablo, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira. Al oír estas palabras, algunos creyeron tener padre el diablo, y trataron de saber quién era el padre del diablo. Con esto, la detestable herejía de los maniqueos halló pie para engañar a los ignorantes. Suelen decir: Ten en cuenta que el diablo fue un ángel que cayó y en él tuvo principio el pecado, como decís vosotros. ¿Quién fue su padre? Nosotros, por el contrario, respondemos: ¿Quién de nosotros dijo alguna vez que el diablo tiene padre? Responden ellos: El Señor lo dice. El Evangelio, hablando del diablo, dice: El era homicida

desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque la verdad no está en él: cuando dice mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira.

 

13. Escucha y entiende; no te envío lejos, en las mismas palabras lo verás. El Señor dijo que el diablo era padre de la mentira. ¿Qué significa esto? Óyelo, repasa ahora las mismas palabras y entiende. No todo aquel que miente es padre de su mentira. Pues si la mentira la recibiste de otro, y tú la dijiste, ciertamente tú has mentido diciendo la mentira, pero no eres tú el padre de esa mentira, porque la recibiste de otro. Y el diablo mintió de sí mismo; él mismo engendró su mentira, no la recibió de otro. Del mismo modo que el Padre engendró un Hijo, que es la verdad, así el diablo caído engendró como un hijo, que es la mentira. Después de oír esto, repasa y medita las palabras del Señor; advierte, alma católica, qué es lo que oyes y presta atención a lo que dice: El—¿Quién? El diablo—era homicida desde el principio. Ya lo sabemos, mató a Adán. Y no permaneció en la verdad: sabemos que de ella cayó; porque no está en él la verdad, pues verdad es que, apartándose de la verdad, no está en él la verdad. Cuando dice mentira, habla de lo suyo, no recibe de otro lo que habla. Cuando dice mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira. Es mentiroso y padre de la mentira. Quizá eres tú mentiroso cuando dices mentira, pero no eres padre de la mentira. Si lo que dices lo

recibiste del diablo y le diste crédito, eres mentiroso, pero no eres el padre de la mentira. El, en cambio, por no haber recibido de otro la mentira, con la cual, como con veneno la serpiente, mata al hombre, es padre de la mentira, como Dios Padre es Padre de la verdad. Huid del padre de la mentira y corred al Padre de la verdad; abrazaos con la verdad para que consigáis la libertad.

 

14. Aquellos judíos, de su padre aprendieron lo que decían. ¿Qué podía ser sino mentira? Pero el Señor vio en su Padre lo que hablaba. ¿Qué podía ser sino a sí mismo, el Verbo del Padre, la eterna verdad del Padre y coeterna del Padre? El era homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no está la verdad en él; cuando dice mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso. Y no sólo es mentiroso, es padre de la mentira, es decir, es padre de la mentira que dice, porque él mismo engendró su mentira. Pero a mi, que digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?, como yo os arguyo a vosotros y a vuestro padre. Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? Porque sois hijos del diablo.

 

15. El que es de Dios oye las palabras de Dios; por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios. Tampoco aquí debes entender la naturaleza, sino el vicio. Estos son de Dios y no son de Dios: por la naturaleza son de Dios, por el vicio no son de Dios. Atendedme, os lo ruego. En el Evangelio tenéis la medicina contra los errores venenosos y nefastos de los herejes. Porque en estas palabras suelen apoyarse los maniqueos para decir que hay dos naturalezas, una buena y otra mala. Dice el Señor, ¿que dice? Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios. Esto es lo que dice el Señor. Tú, ¿qué dices a esto? Oye lo que yo digo. Son y no son de Dios. Por la naturaleza son de Dios, por el vicio no son de Dios. La naturaleza buena, que es de Dios, pecó con la voluntad creyendo lo que el diablo le persuadía, y quedó viciada. Busca al médico, porque no está sana. Esto es lo que digo. Pero te parece imposible que sean de Dios y que no sean de Dios. Advierte cómo no es imposible. Son de Dios y no son de Dios, del mismo modo que son y no son hijos de Abrahán. Aquí lo tenéis; no tenéis que decirlo vosotros. Oye al Señor, que El mismo les dijo: Sé que sois hijos de Abrahán. ¿Podrá mentir el Señor? Ni pensarlo. ¿Luego es verdad lo que dice el Señor? Es verdad. ¿Luego es verdad que eran hijos de Abrahán? Verdad es. Pues oye al Señor, que lo niega. Quien dijo: Sois hijos de Abrahán, él mismo niega que sean hijos de Abrahán: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán. Vero ahora vosotros tratáis de matarme a mí, que soy hombre que os digo la verdad, que oí de Dios; Abrahán no hizo esto. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre, esto es, del diablo. ¿Cómo son hijos de Abrahán y cómo no son hijos de Abrahán? Ambas cosas descubrió en ellos: Eran hijos de Abrahán por la generación carnal; no eran hijos de Abrahán por el vicio de la persuasión diabólica. Lo mismo debéis

pensar de Dios nuestro Señor. De El eran y de El no eran. ¿Cómo eran de El? Porque El creó al hombre, del cual habían nacido. ¿Cómo eran de El? Porque El es el Creador de la naturaleza, el creador del cuerpo y del alma. ¿Cómo no eran, pues, de El? Porque de ellos mismos se han hecho viciosos. No eran de El porque, imitando al diablo, se habían hecho hijos del diablo.

 

16. Vino Dios al hombre pecador. Habéis oído dos nombres: hombre y pecador. En cuanto es hombre, es de Dios; en cuanto es pecador, no es de Dios. La naturaleza hay que separarla del vicio. Reconózcase la naturaleza para alabar al Creador. Reconózcase el vicio, y clámese por el médico. En cuanto a las palabras del Señor: El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios, no discernió los méritos de las naturalezas ni halló en los hombres otra naturaleza además de su cuerpo y de su alma; pero, conocedor de aquellos que habían de creer, dijo que éstos eran de Dios, porque habían de renacer de Dios por la regeneración de la adopción. A éstos se refieren las palabras: El que es de Dios, escucha las palabras de Dios. Las siguientes: Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios, van contra aquellos que, además de ser viciosos por el pecado (mal que era común a todos), conocía El de antemano que no habían de creer con la única fe que les podía librar de las ligaduras de los pecados. Por lo cual conocía que aquellos a quienes dirigía estas palabras habían de permanecer en aquello por lo cual eran del diablo, es decir, en sus pecados, y habían de morir en la impiedad, en la cual eran semejantes a él; y no habían de llegar a la regeneración, por la que se hiciesen hijos de Dios, esto es, nacidos de Dios, por quien fueron creados hombres. Atendiendo a esta predestinación dijo estas cosas el Señor, no porque hubiese hallado algún hombre que según la regeneración ya fuese de Dios o según la naturaleza no fuese de Dios.

 

 

TRATADO 43

 

DESDE LAS PALABRAS: "RESPONDIERON, PUES, LOS JUDÍOS Y DIJÉRONLE", HASTA ÉSTAS: "COGIERON PIEDRAS LOS JUDÍOS PARA TIRARLAS CONTRA EL, PERO JESÚS SE ESCONDIÓ Y SALIÓ DEL TEMPLO"

 

1. En esta lección del santo Evangelio que hoy ha sido leída, por el poder se nos da una lección de paciencia. ¿Qué somos los siervos comparados con el Señor, los pecadores comparados con el Justo, las criaturas en comparación del Creador? Así como lo que tenemos de malo lo tenemos de nosotros, lo que tenemos de bueno lo tenemos de El y por El. Nada busca el hombre tanto como el poder. Cristo, Señor nuestro, tiene grande poder. Antes hay que imitar su paciencia, para llegar al poder. ¿Quién de nosotros oiría pacientemente decirle: Tienes el demonio? Pues esto fue dicho a quien no sólo era el salvador de los hombres, sino que daba órdenes a los mismos demonios.

 

2. De las dos cosas que le objetaron los judíos cuando le dijeron: ¿No decimos nosotros con razón que eres samaritano y que tienes el demonio?, negó una y no negó la otra. Pues respondió diciendo: Yo no tengo el demonio. No dijo: Yo no soy samaritano. Sin embargo, las dos cosas le fueron echadas en cara. Aunque a una maldición no hubiese respondido con otra maldición, aunque a un insulto no contestase con otro insulto, tuvo razón para negar una y no negar la otra. No sin motivo lo hizo, hermanos. Samaritano quiere decir vigilante. Sabía que El era nuestro custodio: No duerme ni se adormece quien guarda a Israel; y: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilarán quienes la guardan. Quien es creador nuestro, es también nuestro guardián. ¿No concernía a El redimirnos? Y ¿no le concernería conservarnos? En fin, para que mejor podáis entender el misterio de no haber negado que era samaritano, recordad la conocidísima parábola, en la que un hombre que bajaba de Jericó cayó en manos de ladrones, que, hiriéndole cruelmente, le dejaron semivivo en el camino. Pasó un sacerdote, y no le hizo caso; pasó un levita, y también pasó de largo; pasó un samaritano: ése es nuestro guardián, se acercó al herido, le atendió misericordiosamente, se hizo prójimo suyo y no le consideró extraño. Así, respondió que El no tenía demonio, y no que El no era samaritano.

 

3. Después de tal diatriba, de su gloria sólo dijo: Pero yo glorifico a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado a mí. Es decir: Para no parecer vanidoso a vuestros ojos, yo no me glorifico a mí mismo, tengo a quien glorificar; pero, si vosotros me conocieseis a mí, como yo honro al Padre, vosotros me honraríais a mí. Yo hago lo que debo, y vosotros no hacéis lo que

debéis.

 

4. Pero yo. dice, no busco mi gloria; hay quien la busque y haga justicia. ¿A quién se refiere sino al Padre? ¿Por qué, pues, dice en otro lugar que el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio entregó al Hijo; y ahora dice: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque y haga justicia? Si el Padre juzga, ¿cómo dice que no juzga a nadie, sino que todo juicio entregó al Hijo?

 

5. Para resolver esta cuestión atended a otra locución semejante, por la cual se puede resolver. Está escrito: Dios no tienta a nadie. Y también está escrito: Os tienta el Señor, Dios vuestro, para saber si le amáis. Como veis, la cuestión es la misma. ¿Cómo Dios no tienta a nadie y cómo os tienta el Señor, Dios vuestro, para saber si le amáis? ítem está escrito: No hay temor en la caridad, sino que la caridad perfecta excluye el temor. Y en otro lugar: El casto temor de Dios permanece por los siglos de los siglos. La cuestión es la misma: ¿Cómo la caridad perfecta excluye el temor y cómo el temor de Dios permanece por los siglos de los siglos?

 

6. Sabemos que hay dos clases de tentaciones: una que engaña y otra que prueba. Si atendemos a la que engaña, Dios no tienta a nadie; pero, si miramos a la que prueba, os tienta el Señor Dios vuestro, para saber si le amáis. Pero de aquí nace otra cuestión: ¿cómo tienta para saber, si antes de tentar lo sabe todo? Dios no lo ignora; pero se dice para saber, como si dijera, para haceros saber a vosotros. También nosotros empleamos tales locuciones, y se hallan en los maestros de elocuencia. Diré algo sobre nuestro modo de hablar. Decimos una fosa ciega, no porque ella haya perdido los ojos, sino porque, estando oculta, hace que otros no la vean. Traeré también un ejemplo de esos autores. Altramuces tristes, dice uno, esto es, amargos; no porque ellos sean tristes, sino porque al gustarlos entristecen, esto es, ponen tristes. También en las Escrituras hay locuciones parecidas. Quienes se empeñan en el conocimiento de tales cuestiones, no tienen trabajo en su solución. Os tienta, pues, vuestro Dios para saber, esto es, para haceros saber si le amáis. Job no se conocía a sí mismo, pero Dios le conocía bien. Le tentó y le hizo conocerse.

 

7. ¿Qué decir de los dos temores? Hay un temor servil y hay un temor casto. Un temor de ser castigado, y otro temor de perder la justicia. El temor de ser castigado es temor servil; ¿qué de extraordinario hay en temer el castigo? Hasta el siervo más perverso y el ladrón más perdido lo temen. N o es nada extraordinario temer el castigo; pero es cosa grande amar la justicia. Quien ama la justicia, ¿no teme nada? Teme, sí; no teme caer en la pena, pero teme perder la justicia. Creedme, hermanos míos, deducidlo de aquellas cosas que amáis. ¿Alguno de vosotros tiene amor al dinero? ¿Y habrá alguno que no lo tenga? De lo que ama concluya lo que digo. Teme la pérdida. ¿Porqué? Porque ama el dinero. Cuanto lo ama, tanto teme perderlo. Puede haber un amante de la justicia que sienta más en su corazón su pérdida, que tema perder su justicia más que tú el dinero. Esto es un temor casto, que permanece por los siglos de los siglos. No lo elimina la caridad ni lo echa fuera, sino más bien lo abraza y lo tiene por compañero y posesión. Llegamos al Señor para contemplarle cara a cara. Allí el temor casto nos guarda; pues ese temor no perturba, sino que confirma. La mujer adúltera teme que venga su marido; la mujer casta teme que se vaya el suyo.

 

8. Por lo tanto, según una tentación, Dios no tienta a nadie; según la otra, el Señor, Dios vuestro, os tienta. Según un temor, el temor no está en la caridad, pues la perfecta caridad echa juera al temor; según el otro temor, el casto temor del Señor permanece siempre. Así, en este lugar, según un juicio, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio entregó al Hijo: según el otro juicio: Yo, dice, no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue.

 

9. Vamos a resolver esta cuestión por sus mismas palabras. Has oído en el Evangelio hablar del juicio penal: Quien no cree, ya está juzgado; y en otro lugar: Llegará la hora, cuando los que están en los sepulcros oigan su voz, e irán los que practicaron el bien a la resurrección de la vida, y los que obraron el mal, a la resurrección del juicio. Notad cómo a la condenación y a la pena llama juicio. Sin embargo, si juicio se tomase siempre por condena, ¿diría el Salmo: Júzgame, Señor? Allí, juicio significa aflicción; aquí, discernimiento. ¿Qué discernimiento? Lo dice el mismo que dijo: Júzgame, Señor. Lo dice a continuación: Y separa mi causa de la gente impía. Pues en el sentido que fue dicho: Júzgame, Señor, y separa mi causa de la gente impía, en el mismo dice ahora Cristo, nuestro Señor: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue. ¿Cómo hay quien la busque y juzgue? Es el Padre, quien discierne y separa mi gloria de la vuestra. Vosotros os gloriáis según el mundo; yo no me glorío según el mundo, yo digo al Padre: Padre, glorifícame con aquella gloria que tuve en ti antes que el mundo fuese. ¿Cómo es aquella gloria? Diversa de la inflación humana. Según esto, el Padre juzga, esto es, separa. ¿Qué separa? La gloria del Hijo de la gloria de los hombres; por lo cual dijo: Te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría sobre tus compañeros. No por haberse hecho hombre debe ser comparado con nosotros. Nosotros somos hombres con pecado; El, sin pecado. Nosotros somos hombres que traemos de Adán la muerte y el pecado; El tomó de una virgen la carne mortal, pero no el pecado. En fin, nosotros no nacimos por propia voluntad, ni vivimos cuanto queremos, ni morimos como queremos; El antes de nacer eligió la mujer de la cual había de nacer; nacido, se hizo adorar por los Magos, creció como los niños, se revelaba como Dios en sus milagros ,y como hombre en su debilidad. Finalmente, escogió el género de muerte, pendiente de una cruz, para grabaría en la frente de los fieles y que pueda decir el cristiano: Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. En la cruz dejó el cuerpo cuando quiso y se fue; estuvo en el sepulcro cuanto quiso, y cuando quiso, salió de él como de un lecho. Por lo tanto, hermanos, aun según la forma de siervo (porque ¿quién hablará dignamente de aquello: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios?), pues aun según la forma de siervo hay mucha diferencia entre la gloria de Cristo y Ja gloria de los demás hombres. De esta gloria hablaba cuando oyó decir que tenía demonio: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue.

 

10. Y tú, Señor, ¿qué dices de ti mismo? En verdad, en verdad os digo que, si alguno guardare mi doctrina, no morirá para siempre. Vosotros decís que yo tengo demonio, y yo os llamo a la vida: guardad mi doctrina y no moriréis. Le oían decir que quien observare su doctrina no morirá para siempre, y se enfurecían porque ya estaban muertos con aquella muerte que había que evitar. Dijeron los judíos: Ahora vemos que tienes demonio. Murió Abrahán y los profetas, y tú dices: Si alguno observare mi doctrina, no morirá jamás. Notad la palabra de la Escritura: No verá, esto es, no gustará. Verá la muerte es lo mismo que gustará la muerte. ¿Quién ve? ¿Quién gusta? ¿Qué ojos tiene el hombre para que vea cuando muere? Cuando llega la muerte, cierra los ojos para que no vean nada. ¿Cómo dice: No verá la muerte? Del mismo modo, ¿con qué paladar, con qué boca se gusta la muerte, para saber a qué sabe? Cuando la muerte arrebata todos los sentidos, ¿qué quedará en el paladar? Luego verá y gustará está puesto por sufrirá.

 

11. Estas cosas hablaba el Señor, me parece poco decir, a quienes habían de morir, El, que había de morir; porque del Señor es librar de la muerte, como dice el Salmo. Pues hablando a quienes habían de morir y hablando quien había de morir, ¿qué quiere significar diciendo: Quien observare mi doctrina, no verá la muerte jamás, sino que veía otra muerte, de la cual había venido a librarnos: la segunda muerte, la muerte eterna, la muerte del infierno, la muerte de la condenación con el diablo y sus ángeles? Esa es la verdadera muerte, pues ésta no es más que una emigración. ¿Qué es esta muerte? El abandono del cuerpo, el descargo de una pesada carga, si es que no se lleva otra carga por la cual el hombre sea precipitado en los infiernos. De esta muerte es de la que dijo el Señor: Quien observare mi doctrina, no verá la muerte jamás.

 

12. No tengamos miedo a esta muerte del cuerpo, sino a aquella eterna. Y lo que es más grave, que muchos, temiendo desordenadamente a ésta, cayeron en aquélla. A algunos les fue dicho: Adorad los ídolos; si no lo hiciereis, moriréis. O como dijo Nabucodonosor: Si no lo hiciereis, seréis arrojados en un homo encendido. Muchos temieron y adoraron; no queriendo morir, murieron; temiendo la muerte que no se puede evadir, cayeron en la muerte de la cual felizmente se hubieran podido evadir si no hubieran temido infelizmente a esta que es inevitable. Naciste hombre, has de morir. ¿Adonde irás para no morir? ¿Qué harás para no morir? Tu Señor se dignó morir voluntariamente para ser tu consuelo en tu muerte necesaria. Cuando ves a Cristo muerto, ¿te desdeñarás de morir? Morirás, no tienes cómo evitarlo. Hoy, mañana, ha de venir, hay que pagar esa deuda. ¿Qué intenta el hombre que teme, huye, se oculta para no ser hallado por un enemigo? ¿Intenta escapar de la muerte? Sólo morir más tarde. No recibe la liberación de la deuda, sólo pide una dilación. Pero, por mucho que se le difiera, llegará lo diferido. Temamos aquella muerte que temieron los tres varones que dijeron al rey: Poderoso es Dios para librarnos de estas llamas; y si no (aquí está el temor de la muerte, con la cual Dios amenaza), y si no quisiera librarnos abiertamente, puede ocultamente darnos la corona. Por lo cual, el mismo Señor, que había de hacer mártires, y que había de ser El la cabeza de los mártires, dice: No temáis a los que pueden matar el cuerpo y no pueden hacer más. ¿Cómo no pueden hacer más? Y si después de matar el cuerpo lo arrojan a las bestias para que lo destrocen o a las aves para que los desgarren, parece que la crueldad aún tiene algo más que hacer. Pero ¿a quién lo hace? A quien ya emigró. Allí está el cuerpo, pero sin sentido. Queda la habitación; el que la habitaba ya marchó. Después, por lo tanto, ya no tienen nada que hacer; a quien no siente, nada le hacen. Pero temed a aquel que tiene potestad de arrojar el cuerpo y el alma en los infiernos. De esta muerte hablaba cuando decía: Quien guardare mi doctrina, no verá la muerte jamás. Guardemos, hermanos, su doctrina por la fe, con la esperanza de llegar a ver su hermosura cuando recibamos la plenitud de la libertad.

 

13. Pero aquellos muertos indignados y predestinados a la muerte eterna contestaban en tono burlón y decían: Ahora vemos que tienes demonio; Abrahán y los profetas murieron. Pero con esta muerte que el Señor quiere dar a entender, ni Abrahán ni los profetas murieron. Ellos murieron y viven; éstos viven y están muertos. En cierta ocasión, respondiendo a los saduceos, que suscitaron la cuestión de la resurrección, el mismo Señor les dijo: ¿No leísteis acerca de la resurrección de los muertos lo que el Señor dijo a Moisés desde la zarza: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos. Si, pues, ellos viven, trabajemos por vivir de modo que podamos vivir con ellos cuando hayamos muerto. Tú, ¿por quién te tienes, le dicen, para decir que no verá jamás la muerte quien observare mi doctrina, sabiendo que Abrahán y los profetas murieron?

 

14. Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada; es el Padre quien me glorifica. Esto dijo por lo que ellos dijeron: ¿Por quién te tienes? Atribuye su gloria al Padre, de quien tiene el ser Dios. Alguna vez los arríanos se fijaron en estas palabras para calumniar a nuestra fe, diciendo que el Padre es mayor porque da gloria al Hijo. Hereje, ¿no has leído que el mismo Hijo dice que glorifica a su Padre? Si El glorifica al Hijo y el Hijo glorifica al Padre, deja tu  obstinación, reconoce la igualdad y enmienda tu perversidad.

 

15. Es el-Padre, dice, quien me glorifica y de quien decís que es vuestro Dios, y vosotros no le habéis conocido. Ved, hermanos míos, cómo demuestra que Dios es el Padre del Cristo que fue anunciado a los judíos; y digo esto porque algunos herejes dicen, además, que el Dios anunciado en el Antiguo Testamento no es el Padre de Cristo, sino un no sé qué príncipe de los ángeles malos. Así dicen los maniqueos y los marcionitas. Quizá haya también otros herejes que no merecen especial mención o que yo al presente no puedo recordar; pero no faltaron quienes dijeron esto. Atended, pues, para que sepáis lo que debéis responderles. Cristo dice que su Padre es Aquel a quien ellos llaman su Dios, y no le conocieron, porque, si le hubiesen conocido, hubiesen recibido a su Hijo. Vero yo, dice, le conozco. A quienes juzgaban por las apariencias de la carne pudo parecer una arrogancia decir: Yo le conozco. Pero ved lo que añade: Si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros. No debe precaverse la arrogancia hasta el punto de rechazar la verdad. Pero yo le conozco y observo sus palabras. Como Hijo, decía las palabras de su Padre; y el mismo Verbo del Padre era quien hablaba.

 

16. Abrahán, vuestro padre, ardió en deseos de ver este día mío; lo vio y se llenó de gozo. Magnífico testimonio de Abrahán hace el descendiente de Abrahán, el creador de Abrahán. Abrahán ardió en deseos, dice, de ver este día mío. No lo temió, sino que lo deseó ver. Tenía consigo la caridad, que echa fuera todo temor. N o dice que exultó porque lo vio, sino que exultó por verlo. Lleno de fe, exultó esperando, y lo vio con la inteligencia. Y lo vio. ¿Qué más pudo decir o qué más debió decir Nuestro Señor Jesucristo? Lo vio, dice, y se llenó de gozo. ¿Quién podrá explicar este gozo, hermanos míos? Si tanto se alegraron aquellos a quienes el Señor abrió los ojos, ¿cuál no sería el gozo de quien veía con los ojos del alma la luz inefable, al Verbo permanente, al resplandor que da luz a las almas pías, a la sabiduría indeficiente, al que como Dios permanecía en el Padre, y que algún día había de venir en carne, sin abandonar el seno del Padre? Todo esto vio Abrahán. Pues al decir el día mío, lo dijo de un modo indefinido, de modo que puede ser el día temporal del Señor, en que había de venir vestido de carne, o el día del Señor, que no tiene orto ni ocaso. Yo tengo por cierto que Abrahán lo sabía todo. ¿Cómo lo puedo averiguar? ¿Deberá sernos suficiente el testimonio de Nuestro Señor Jesucristo? Supongamos que no podemos averiguar, porque es difícil, la prueba contundente de que Abrahán exultó por ver el día de Cristo; que lo vio y se llenó de gozo. Si nosotros no podemos dar con esa prueba, ¿acaso la verdad puede mentir? Creamos a la verdad y no dudemos de los méritos de Abrahán. Escuchad, sin embargo, un pasaje que se me ocurre ahora. Cuando el padre Abrahán envió a su siervo para pedir esposa para su hijo Isaac, le exigió bajo juramento el fiel cumplimiento de la misión que llevaba, y que mirase bien lo que debía hacer. Se trataba de un asunto trascendental, cuando se buscaba esposa para el descendiente de Abrahán. Pero para dar a conocer al siervo que no deseaba nietos carnales ni se preocupaba de su descendencia carnal, dijo al siervo que enviaba: Pon tu mano debajo de mi muslo

y jura por el Dios del cielo. /Qué tiene que ver el Dios del cielo con el muslo de Abrahán? Creo que ya sabéis lo que aquí se oculta: por el muslo se entiende la descendencia. Luego ¿qué otra cosa significaba aquel juramento sino que de la estirpe de Abrahán había de tomar carne el Dios del cielo? Los necios recriminan a Abrahán por decir: Pon tu mano debajo de mi muslo. Rechazan la acción de Abrahán quienes rechazan la carne de Cristo. En cambio, nosotros, hermanos, si reconocemos la carne veneranda de Cristo, no menospreciemos aquel muslo; tomémoslo más bien como una profecía, pues era Abrahán un profeta. ¿De quién? De su descendencia y de su Señor. Indicó su descendencia diciendo: Pon tu mano debajo de mi muslo; y a su Señor, con las palabras: Jura por el Dios del cielo.

 

17. Irritados los judíos, respondieron: No tienes cincuenta años, y ¿viste a Abrahán? El Señor contestó: En verdad, en verdad os digo que antes que Abrahán fuera criado, yo existo. Pesa las palabras y entiende el misterio. Antes que Abrahán fuera hecho. Entiende que la palabra fuera hecho se refiere a la naturaleza humana; y la palabra existo, a la naturaleza divina. Fuera hecho, porque Abrahán es una criatura. No dijo: Antes que Abrahán existiese, yo existía, sino: Antes que Abrahán fuese hecho, que no hubiese sido hecho sino por mí, yo existo. Tampoco dijo: Antes que Abrahán fuese hecho, fui hecho yo, porque en el principio hizo Dios el cielo y la tierra, pues en el principio era el Verbo. Antes que Abrahán fuera hecho, yo existo. Confesad al Creador, no le confundáis con la criatura. Quien hablaba era descendiente de Abrahán; pero para que Abrahán fuese creado, existía El antes que Abrahán.

 

18. Creció su furor con lo que les parecía una abierta injuria a Abrahán. Les pareció que había dicho una blasfemia cuando dijo: Antes que Abrahán fuese hecho, yo existo. Y cogieron piedras para tirarlas contra él. Tanta dureza, ¿a quién había de recurrir sino a sus semejantes, las piedras? Pero Jesús, como un hombre cualquiera, como un siervo, como humillado, como quien había de padecer y morir y nos había de redimir con su sangre; no como quien es, no como Verbo, que era en el principio, y Verbo que estaba en Dios; pues cuando ellos cogieron las piedras para tirárselas, ¿qué mucho que se abriese al punto la tierra y los tragase, y, en lugar de las piedras, hallasen el infierno? Poco le costaba a Dios, pero convenía más manifestar la paciencia que el poder; Jesús, pues, se escondió para no ser apedreado. Como hombre, escapa de las piedras. Peto ¡ay de aquellos de cuyos lapídeos corazones se aparta Dios!

 

 

TRATADO 44

 

DESDE LAS PALABRAS: "Y AL PASAR VIO A UN CIEGO DE NACIMIENTO", HASTA ÉSTAS: "AHORA DECÍS: VEMOS; POR ESO VUESTRO PECADO PERMANECE"

 

1. Larga ha sido la lectura del ciego de nacimiento al cual el Señor Jesús devolvió la vista; y si tratásemos de explanarla toda, considerando todos los detalles según nuestros alcances, no nos bastaría el día. Por lo cual pido y aconsejo a vuestra caridad que no nos exijáis explicación de aquellas cosas que son claras, pues sería demasiado largo detenerse en cada una de ellas. Brevemente, pues, os recomiendo el misterio del ciego iluminado. Ciertamente, las cosas estupendas y admirables que obró Nuestro Señor Jesucristo son obras y son palabras: obras, porque fueron hechas, y palabras, porque son signos. Si entramos a considerar el significado de este hecho, diremos que este ciego es el género humano. Esta ceguera cayó en el primer hombre por el pecado, del cual todos traemos el origen no sólo de la muerte, sino también de la iniquidad. Si la ceguera es la infidelidad, y la iluminación es la fe, ¿qué fiel halló Cristo cuando vino? Ya el Apóstol, nacido de la raza de los profetas, dice: Fuimos también nosotros en algún tiempo, por la naturaleza, hijos de ira, como los demás. Y por ser hijos de ira, hijos de venganza, hijos dignos del castigo, hijos dignos del infierno. ¿Por qué por la naturaleza, sino porque, pecando el primer hombre, el vicio tomó cuerpo por la naturaleza? Si el vicio tomó cuerpo por la naturaleza, todo hombre nace ciego según el alma. Quien ve, no tiene necesidad de guía; si tiene necesidad de guía y de quien le dé luz, es ciego de nacimiento.

 

2. Vino el Señor, y ¿qué hizo? Grande es el misterio que manifiesta. Escupió en la tierra y con su saliva hizo lodo; porque el Verbo se hizo carne. Y ungió los ojos del ciego. Estaba ungido, y aún no veía. Le envió a la piscina de Siloé. Tuvo cuidado el evangelista de manifestarnos el nombre de esta piscina, diciendo que significa Enviado. Ya sabéis quién es el enviado. Si él no hubiese sido enviado, ninguno de nosotros hubiese sido libertado de la iniquidad. Lavó los ojos en aquella piscina que quiere decir enviado, es decir, fue bautizado en Cristo. Pues si, cuando en cierto modo le bautizó en sí mismo, entonces le iluminó, podemos decir que, cuando le untó los ojos, le hizo catecúmeno. De varios modos puede ser expuesta y explicada la profundidad de tan grande sacramento, pero baste esto a Vuestra Caridad. Ya habéis oído un gran misterio. Pregunta a un hombre: ¿Eres cristiano? Te responde que no. ¿Eres pagano o judío? Si te contesta que no, le vuelves a preguntar: ¿Eres catecúmeno o fiel? Si dice que es catecúmeno, está untado, aún no está lavado. ¿Por quién está untado? Pregúntale y te responderá. Pregúntale en quién cree. Por el hecho de ser catecúmeno dirá: En Cristo. Notad que ahora hablo a los fieles y a los catecúmenos. ¿Qué dije del lodo y de la saliva? Que el Verbo se hizo carne. Esto se dice también a los catecúmenos; pero no les basta el haber sido ungidos; corran a lavarse si quieren ver.

 

3. Por ciertas cuestiones encerradas en esta lectura vamos a tocar, más bien que a explanar, las palabras del Señor y las de toda la lectura. Al salir vio a un hombre ciego, ciego no de cualquier modo, sino de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbi. Sabéis que Rabbi quiere decir Maestro. Llamábanle Maestro porque deseaban aprender, y así llevaron la cuestión al Señor, como a Maestro. ¿Quién pecó, él o sus padres, para que naciese ciego? Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres .para que naciese ciego. Pero ¿qué es lo que dijo? Si no hay hombre sin pecado, ¿por ventura los padres de este ciego estaban sin él? ¿Por ventura él había nacido sin el pecado original o no había añadido más en su vida? ¿Acaso, por tener los ojos cerrados, no los tenía abiertos a la concupiscencia? ¿Cuántos pecados no cometen los ciegos? ¿De qué mal se abstiene un alma perversa aun con los ojos cerrados? No podía ver, pero sabía pensar y quizá codiciar algo que un ciego no puede realizar, y por ello ser juzgado por el escudriñador del corazón. Pues si sus padres tuvieron pecado y él tuvo pecado, ¿por qué dijo el Señor: Ni él pecó ni sus padres, sino contestando a la pregunta para que naciese ciego? Pecado tenían sus padres, pero su pecado no fue causa de nacer ciego. Si no nació ciego por el pecado de sus padres, ¿por qué nació ciego? Escucha al Maestro, que enseña. Busca creyentes para hacerlos inteligentes. El mismo dice la razón de haber nacido ciego: No pecó él ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.

 

4. ¿Qué dice después? Conviene que yo haga las obras de Aquel que me ha enviado. Este es aquel enviado en el cual lavó su rostro el ciego. Y ved lo que dice: Conviene que yo haga las obras de Aquel que me envió, mientras dura el día. Fijaos bien cómo da toda la gloria a Aquel de quien El procede, porque tiene un Hijo que de El proceda, pero El no tiene de quien proceda. Pero ¿por qué dijiste, Señor, mientras dura el día? Óyelo: Vendrá la noche, en la cual nadie podrá trabajar. ¿Tampoco tú, Señor? ¿Tan oscura será que no puedas en ella trabajar tú, que eres el autor de la noche? Señor Jesús, pienso, ¿qué digo pienso?, creo, y creo firmemente, que tú estabas presente cuando Dios dijo: Hágase la luz, y la luz fue hecha. Si la hizo por el Verbo, la hizo por ti; y por esta razón fue dicho que todas las cosas fueron hechas por El, y nada se hizo sin El, Puso Dios división entre la luz y las tinieblas, y a la luz llamó día, y a las tinieblas, noche.

 

5. ¿Cómo será esa noche en la cual, cuando viniere, nadie podrá trabajar? Conociendo lo que es el día, conocerás también la noche. ¿Quién nos dirá lo que es el día? El mismo: Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. El mismo es el día; lave el ciego sus ojos en el día para poder ver el día. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. No quiero pensar la noche que habrá cuando Cristo no esté; por eso nadie podrá trabajar. Aún me queda algo que indagar. Soportadme con paciencia, hermanos, y quiera Dios que, juntamente con vosotros, encuentre en El lo que con vosotros busco. Está expreso, claro y definido que el Señor en este lugar se llamó a sí mismo día. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mando. Luego también El trabaja. Y ¿hasta cuándo El está en este mundo? ¿Diremos, hermanos, que El se fue entonces y que ahora no está aquí? Si esto decimos, forzoso es concluir que después de su ascensión se ha producido esta pavorosa noche, en la que nadie puede trabajar. Y entonces ¿cómo los apóstoles trabajaron tanto después de su ascensión? ¿No era ya esta noche cuando vino el Espíritu Santo y, llenando a todos los que juntos estaban en aquel lugar, les comunicó la facultad de hablar en todas las lenguas del mundo? ¿Era esa noche cuando fue curado aquel cojo por la voz de Pedro, o mejor, por la voz del Señor, que moraba en Pedro? ¿O cuando los enfermos en sus lechos eran puestos al paso de los discípulos para ser tocados al menos por su sombra? No se lee del Señor que al pasar curase a nadie con su sombra; pero El había dicho a sus discípulos que ellos harían cosas: más maravillosas. En verdad que les dijo que harían cosas mayores que las suyas; pero, para evitar la arrogancia de la carne y de la sangre, añadió: Sin mí nada podéis hacer.

 

6. Pues ¿qué? ¿Cuándo diremos que es esa noche en la que nadie podrá trabajar? Esta noche es la noche de los impíos, la noche de aquellos a quienes será dicho en el fin del mundo: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles. No le da el nombre de llama ni de fuego, sino de noche. Noche era también cuando dice de cierto siervo: Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores. Trabaje el hombre mientras viva, para que no le sorprenda la noche en la que nadie podrá trabajar. Ahora es tiempo de que trabaje la fe por el amor, y si ahora trabajamos, estamos en el día, estamos en Cristo. Oye su promesa y no le creas ausente, pues El dijo: Sabed que yo estoy con vosotros. ¿Hasta cuándo? No demos entrada a la congoja los que ahora vivimos, y, si es posible, transmitamos a los que han de venir la absoluta seguridad en estas palabras: Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. El día este, que va de sol a sol, es de pocas horas; pero el día de la presencia de Cristo dura hasta la consumación de los siglos. Después de la resurrección de los vivos y de los muertos, cuando diga a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino; y a los de su izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles; entonces comenzará la noche, en la que ya nadie podrá trabajar, y cada cual recibirá el sueldo de lo que ha trabajado. Uno es el tiempo del trabajo, y otro el de la recompensa, que el Señor ha de dar a cada uno según sus obras. Mientras vives, haz lo que tengas que hacer; vendrá luego la noche cerrada, que ha de envolver a los impíos. Pero ya esta noche envuelve a los infieles desde la hora de su muerte: no podrán trabajar en esa noche. En esa noche ardía el rico y pedía una gota de agua llevada por el dedo del pobre; se dolía, se angustiaba, confesaba su error, pero no era atendido. Intentó hacer el bien diciendo a Abrahán: Padre Abrahán, envía a Lázaro a mis hermanos para decirles lo que aquí pasa y se libren de caer en este lugar. Infeliz, cuando vivías, era tiempo de obrar; ahora ya estás en la noche, en la que nadie puede trabajar.

 

7. "Habiendo dicho estas cosas, escupió en la tierra e hizo lodo con la saliva y puso el lodo sobre sus ojos; y díjole: Vete y lávate en la piscina Siloé", que quiere decir Enviado. "Fue, pues, se lavó y volvió con vista." No me detengo porque son cosas bien claras.

 

8. "Por lo cual, los vecinos y quienes le veían antes pedir limosna, decían: ¿No es éste el que sentado pedía limosna? Unos decían: Este es. Otros: No es, sino uno que se le parece". Con los ojos abiertos había cambiado de rostro. "El decía: Yo soy"; respuesta agradecida, para no ser condenado por desagradecido. "Decíanle, pues, ¿cómo se han abierto tus ojos? Respondió: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo y untó mis ojos, y me dijo: Vete a las piscina Siloé y lávate. Me fui, me lavé, y veo." Se ha convertido en cantor de la gracia; predica y confiesa el beneficio de la vista. Aquel ciego confesaba, y el corazón de los ignorantes se quebrantaba, porque en su corazón faltaba lo que él tenía ya en la cara. Dijéronle: ¿Dónde está el que te abrió los ojos? Respondió él: No sé. En estas palabras revela un ánimo parecido al de quien no está ungido, al del que aún no ve. Pasemos adelante, hermanos, como si tuviera aquella unción en el corazón. Pregona sin saber lo que pregona.

 

9- "Llevan a los fariseos al que antes estaba ciego. Era sábado cuando Jesús hizo todo y abrió sus ojos. Nuevamente le preguntaron los fariseos cómo había llegado a ver. El les dijo: Puso lodo sobre mi ojos, me lavé y veo. Decían, pues, algunos de los fariseos". No todos, sino algunos; ya algunos comenzaban a ser ungidos. ¿Qué decían los que no veían y no estaban ungidos? No es de Dios este hombre, que no guarda el sábado. Mejor lo guardaba El, que estaba sin pecado; pues estar limpio de pecado es un sábado espiritual. Cuando Dios, hermanos, manda guardar el sábado, dice: No haréis ningún trabajo servil. Estas son las palabras de Dios mandando guardar el sábado: No haréis ningún trabajo servil. Ya por lecturas anteriores sabéis lo que se entiende por trabajos serviles. Escuchad ahora al Señor, que dice que todo aquel que comete pecado es siervo del pecado. Pero éstos, como dije, sin vista y sin unción, guardaban materialmente el sábado, y lo violaban espiritualmente. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales maravillas? Estos son los ungidos. Y había disensión entre ellos. Aquel Día había separado la luz de las tinieblas. Dicen, pues, otra vez al ciego: ¿Qué dices tú del que te ha abierto los ojos? ¿Qué piensas, qué sientes, qué juzgas de El? Buscaban un pretexto calumnioso para arrojarle de la sinagoga, con lo cual sería hallado por Cristo. Pero él con fortaleza declaró lo que sentía: Que es profeta, dijo. Falto aún de la unción del corazón, no confiesa al Hijo de Dios, pero no miente; pues el mismo Señor dice de sí mismo: Ningún profeta es bienquisto en su patria.

 

10. "No creyeron los judíos que él hubiese sido ciego y recibido la vista hasta que llamaron a sus padres", esto es, a los padres del que había sido ciego y había recibido la vista. "Y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, de quien decís que nació ciego? ¿Cómo ve ahora? Respondieron sus padres y les dijeron: Sabemos que éste es hijo nuestro y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; ni tampoco sabemos quién le abrió los ojos. Y añadieron: Preguntadle a él, que ya tiene edad; él dé razón de sí". Ciertamente es hijo nuestro, y con razón nos veríamos obligados a responder por un niño que no pudiese hacerlo por sí. Antes hablaba y ahora ve; sabemos que es ciego de nacimiento, que antes hablaba y ahora le vemos con vista. Preguntadle a él para saber lo que queréis saber y dejadnos a nosotros en paz. Esto dijeron sus padres por temor de los judíos, porque ya éstos habían determinado echar fuera de la sinagoga a cualquiera que confesase que El era el Cristo. Ya no era una desgracia ser expulsado de la sinagoga. Ellos expulsaban, y Cristo recibía. Por eso sus padres dijeron: Edad tiene, preguntadle a él.

 

11. Llamaron, pues, al hombre que había sido ciego, y dijéronle: Da gloria a Dios. ¿Qué pretenden con decir: Da gloria a Dios? Que niegue el beneficio recibido. Esto no es ciertamente dar gloria a Dios, sino más bien blasfemar contra Dios. Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que éste es un hombre pecador. Mas él les respondió: Si es pecador, no lo sé; sólo sé que yo antes era ciego y ahora veo. Replicáronle: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Y él, ya indignado contra la dureza de los judíos y libertado de la ceguera, no pudiendo soportar a aquellos ciegos, respondióles: Ya os lo dije, y lo habéis oído. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos? ¿Por qué dice: Es que también vosotros, sino porque yo ya lo soy? ¿Es que también vosotros? Yo ya veo, pero no os envidio.

 

12. Le maldijeron y le dijeron: Tú seas discípulo suyo. Caiga tal maldición sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Maldición es si examinas el corazón; no lo es si consideras las palabras. Nosotros, empero, somos discípulos de Moisés; sabemos que a Moisés le habló Dios, pero éste no sabemos de dónde es. ¡Ojalá supieseis que Dios habló a Moisés! Sabríais entonces que Moisés le ha anunciado como Dios. Tenéis al Señor, que os dice: Si creyerais a Moisés, me creeríais también a mí, pues acerca de mí escribió él. ¿Es posible que sigáis al siervo y volváis la espalda al Señor? Pero tampoco seguís al siervo, pues él os conduciría al Señor.

 

13. Respondió aquel hombre y les dijo: En esto está la maravilla, que vosotros no sabéis de dónde es, y él ha abierto mis ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que oye a quien le honra y hace su voluntad. Aún habla como no ungido, pues también Dios oye a los pecadores. Porque, si no los oyera, en vano aquel publicano con los ojos puestos en tierra y dándose golpes de pecho hubiera dicho: Señor, mira propicio a este pecador. Y con esta confesión mereció la justificación, como este ciego la vista. Desde que hay tiempo no se ha oído jamás que alguno haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no fuese de Dios, no podría hacer nada. Con libertad, con valentía y con verdad. Pues todas las cosas que hizo el Señor, ¿por quién habían de ser hechas sino por Dios? O ¿cuándo los discípulos las hicieran si no habitara Dios en ellos?

 

14. Respondiéronle diciendo: Has nacido todo envuelto en pecados. ¿Todo? Hasta con los ojos cerrados. Pero quien abrió los ojos, salva también totalmente; quien dio la luz a su rostro, le dará estar a su derecha en la resurrección. Has nacido todo envuelto en pecados, y ¿nos das lecciones? Y le arrojaron fuera. Ellos mismos le hicieron su maestro; para aprender le preguntaron tantas veces, e ingratos a sus enseñanzas, le arrojaron fuera.

 

15. Pero, según os dije antes, hermanos, a quien ellos rechazan, el Señor lo recibe. Precisamente por haber sido expulsado, se hizo más cristiano. Oyó Jesús que le habían arrojado fuera, y, habiéndose encontrado con él, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Ahora le lava la cara del corazón. Respondió él (como no ungido aún) y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Y díjole Jesús: Le viste ya, y es el mismo que habla contigo. Jesús es el Enviado, y éste es el que lava el rostro en Siloé, que quiere decir Enviado. Lavada, finalmente, la faz del corazón y purificada la conciencia, reconociéndole, no sólo por el hijo del hombre, sino también por Hijo de Dios, vestido de carne, dice: Creo, Señor. Y, no contento con decir: Creo, manifiesta su fe: Y postrándose le adoró.

 

16. Y díjole Jesús. Ahora ya es el día, que separa la luz de las tinieblas. Yo vine a este mundo a hacer un juicio, para que vean quienes no ven, y quienes ven, queden ciegos. ¿Qué dices, Señor? Profunda cuestión propones a quienes ya estamos cansados, pero sostén nuestras fuerzas para que podamos comprender tus palabras: Viniste para que quienes no ven, vean. Esto está claro, porque tú libras de las tinieblas. Todos lo creen y así lo entienden. Pero ¿qué quieres decir con las palabras siguientes: Y quienes ven, queden ciegos? Quienes veían, ¿se volverán ciegos con tu venida? Escucha las palabras siguientes y quizá llegues a comprender.

 

17. Estas palabras enfurecieron a algunos de los fariseos, que replicaron: ¿Somos ciegos nosotros acaso? Esta era la cuestión propuesta en las palabras Y quienes ven, queden ciegos. Díjoles Jesús: Si fueseis ciegos, no habría pecado en vosotros. Siendo la ceguera misma un pecado, si fueseis ciegos, esto es, si conocieseis vuestra ceguera y os tuvieseis por ciegos y acudieseis al médico; si fueseis tales ciegos, no habría pecado en vosotros, porque yo vine a quitar el pecado; pero vosotros ahora decís que veis, y por eso vuestro pecado permanece. ¿Por qué? Porque diciendo: Vemos, no acudís al médico, y así quedáis con vuestra ceguera. Esto es lo que poco antes no habíamos entendido cuando dijo: Yo he venido para que les que no ven, vean; es decir, para que quienes conocen su ceguera, acudan al médico y puedan ver; y los que ven, se vuelvan ciegos, esto es, los que creen tener vista, no acudan al médico y de este modo permanezcan en su ceguera. A este discernimiento llamó juicio, cuando dijo: Yo vine a este mundo para un juicio, con el cual pone separación entre la causa de los que creen y confiesan su fe, y la de los soberbios, que se creen con vista y por ello son ciegos más peligrosos; como si le dijese el pecador que reconoce su culpa y acude al médico: Júzgame, Señor, y separa mi causa de la gente impía, de la de aquellos que dicen que ven, y permanecen en su pecado. No ha juzgado ya al mundo con aquel juicio con el cual juzgará en el fin de los tiempos a los vivos y a los muertos. Aludiendo a este juicio, dijo que El no juzgaba a nadie, porque primero vino a salvar al mundo antes que a juzgarle.

 

 

TRATADO 45

 

DESDE ESTAS PALABRAS: "EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO QUE QUIEN NO ENTRA POR LA PUERTA EN EL REDIL DE LAS OVEJAS, SINO QUE SUBE POR OTRO LADO, ES UN LADRÓN Y SALTEADOR", HASTA ÉSTAS: "YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA, Y LA TENGAN MÁS ABUNDANTE"

 

1. Esta alocución del Señor a los judíos fue motivada por aquel ciego al cual le dio la vista; por lo tanto, vuestra caridad debe saber y notar que está íntimamente ligada a la lectura de hoy. Habiendo dicho el Señor: Yo he venido a este mundo para hacer un juicio, a fin de que vean quienes no ven, y quienes ven, queden ciegos, lo cual expuse según mis alcances cuando fue leído; algunos de los fariseos replicaron: ¿Acaso somos ciegos nosotros? A éstos contestó el Señor: Si fueseis ciegos, no tendríais pecado; mas porque decís que veis, vuestro pecado permanece. Después de estas palabras añadió las que hemos escuchado hoy cuando eran leídas.

 

2. En verdad, en verdad os digo que quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otro lado, es ladrón y salteador. Dijeron ellos que no eran ciegos, y hubiesen podido ver, si fuesen ovejas de Cristo. ¿Por qué se apropiaban la luz, que habían robado, y se valían de ella para oponerse al Día? Por su vana soberbia e incurable jactancia añadió el Señor Jesús estas palabras, que son para nosotros, si las consideramos, un aviso saludable. Hay muchos que, por la vida ordinaria que llevan, son tenidos por buenos, tanto hombres como mujeres; por inocentes y observantes de los preceptos de la Ley; que guardan el honor debido a sus padres, que no cometen deshonestidades, ni homicidios, ni hurtos, ni levantan falsos testimonios contra nadie, y, que, observando todo cuanto manda la Ley, no son cristianos, y frecuentemente, como éstos, se jactan de no ser ciegos. Pero, como realizan todas estas cosas sin conocer su finalidad, las hacen sin provecho; por eso en la lectura de hoy propone el Señor la parábola de su rebaño y de la puerta, por donde se ha de entrar en el redil. Digan, pues, los paganos: Hemos vivido bien. Si no entran por la puerta, ¿de qué les sirve ese bien vivir de que se jactan? El provecho que cada cual debe sacar de vivir bien es conseguir vivir siempre; porque quien no consigue vivir para siempre, ¿de qué le aprovecha vivir bien? Pues en realidad no puede decirse que viven bien quienes por su ceguera desconocen o por su soberbia desprecian la finalidad del bien vivir. Nadie puede abrigar la esperanza verdadera y cierta de vivir eternamente si no conoce a la Vida, que es Cristo, y por la puerta entra en el redil.

 

3. Con frecuencia se ve a tales personas inculcar a otras que vivan bien, sin hacerse cristianos. Estas intentan subir por otro lado, robar y matar, y no, como el buen Pastor, guardarlas y salvarlas. Existieron ciertos filósofos que con sutileza disertaron acerca de las virtudes y de los vicios, dividiendo, definiendo, sacando conclusiones de ingeniosísimos raciocinios, llenando libros, pregonando a grandes voces su sabiduría y llegando a la osadía de decir a los hombres: Seguidnos, afiliaos a nuestra secta si queréis vivir felices. Pero no entraban por la puerta; sólo pretendían destruir, sacrificar y matar.

 

4. ¿Qué os diré de estos tales? También los fariseos leían, y en sus lecturas nombraban a Cristo, esperaban que había de venir, y no le conocían teniéndole presente; también ellos se jactaban de ser videntes o sabios, y negaban a Cristo y no entraban por la puerta. Y si hacían algunos adeptos, no era ciertamente para salvarlos, sino para sacrificarlos y matarlos. Dejando a todos éstos, vamos a ver si quienes se glorían del nombre de cristianos entran ellos mismos por la puerta.

 

5. Son innumerables los que se jactan no sólo de ser videntes, sino que pretenden haber sido iluminados por Cristo: éstos son los herejes. ¿Habrán entrado por la puerta? De ningún modo. Dice Sabelio: El Hijo es el mismo que el Padre; pero, si es Hijo, no es Padre. No entra por la puerta quien al Hijo llama Padre. Arrio dice que una cosa es el Padre, y otra cosa el Hijo. Estaría en lo cierto si dijese que es otro, pero no otra cosa. Diciendo que es otra cosa, va en contra de aquel que dice: Yo y el Padre somos una- sola cosa. Tampoco entra por la puerta; predica a Cristo cual él se lo figura, no cual lo declara la verdad. Pronuncias el nombre, pero no dices lo que es. Cristo es nombre de alguna cosa: reconoce esa cosa si quieres que el nombre te sea de provecho. Otro, no sé de dónde, como Fotino, dice que Cristo es hombre, no es Dios. Tampoco él entra por la puerta, porque Cristo es hombre y es Dios. Pero ¿qué necesidad hay de tratar y enumerar más impías jactancias de herejías? Básteos saber que el redil de Cristo es la Iglesia católica. Quien quiera entrar en el redil, entre por la puerta, confiese al verdadero Cristo. Y no sólo confiese al verdadero Cristo, sino que busque la gloria de Cristo y no la suya propia; porque muchos, buscando su gloria, dispersaron las ovejas de Cristo en lugar de reunirías. Cristo nuestro Señor es puerta baja; quien quiera entrar por esta puerta, ha de agacharse para entrar con la cabeza sana. Quien, en vez de humillarse, se enorgullece, quiere entrar por el muro, y quien sube por el muro, sube para caer.

 

6. Encubiertamente habla aún Nuestro Señor Jesucristo; todavía no se entiende. Nombra la puerta, nombra el redil, nombra las ovejas, recomienda todas las cosas, pero aún no las declara. Sigamos leyendo, porque ha de llegar a decir palabras que nos expliquen algo de lo que ha dicho, con cuya explicación quizá nos dé a entender lo que él no haya explicado. Con las palabras claras nos apacienta, con las oscuras nos ejercita. Quien no entra por la -puerta en el redil, sino que sube por otro lado. ¡Ay de ese miserable, porque ha de caer! Si es humilde, entre por la puerta, pise en el llano y no tropezará. Aquél, dice, es ladrón y salteador. Quiere hacer suyas a las ovejas ajenas, y quiere hacerlas suyas por el robo, no para salvarlas, sino para matarlas. Es ladrón, porque llama suyo a lo que no lo es, y es salteador, porque mata las que ha robado. Quien entra- por la puerta es el pastor de las ovejas; a éste le abre el portero. De este portero trataremos cuando hayamos oído decir al Señor cuál es la puerta y quién es el pastor. Y las ovejas oyen su voz, y él llama por su nombre a las ovejas propias, pues tiene sus nombres escritos en el libro de la vida. Llama por su nombre a las ovejas propias; por eso dice el Apóstol: Conoce el Señor quiénes son los suyos. Y las saca; y cuando ha sacado a sus propias ovejas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero a un extraño no le siguen, antes huyen de él, porque no conocen la voz de los extraños. Veladas son estas palabras, llenas de cuestiones, preñadas de misterios. Sigámosle y escuchemos al Maestro, que algo revela de estas oscuridades, y quizás nos haga entrar por la puerta de aquello que nos revela.

 

7. Esta parábola les puso Jesús, pero ellos no entendieron lo que les decía. Quizá tampoco nosotros lo entendemos. ¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros antes de entender nosotros estas palabras? Que nosotros llamamos para que se nos abra, y ellos, negando a Cristo, no querían entrar para salvarse, sino quedarse fuera para perderse. Que nosotros oigamos estas palabras con devoción; que, antes de entenderlas, creamos que son verdaderas y divinas, nos coloca a grande distancia de ellos. Cuando dos, uno piadoso y otro impío, oyen las palabras del Evangelio, sin haber llegado ninguno de ellos a entenderlas, el uno dice: No ha dicho nada; y el otro: Verdadero y bueno es lo que dijo, pero nosotros no lo entendemos; éste, porque cree, llama y merece que le abran, si continúa llamando; aquel otro todavía oirá el aviso: Si no creyereis, no llegaréis a entender. Os digo esto porque, aun cuando yo expongo estas cosas oscuras lo mejor que puedo, bien sea porque son muy profundas, bien porque yo no llegue a penetrar su sentido; ya porque no acierte a exponerlas como yo las entiendo, ya porque sea él tan tardo que no pueda seguir mis explicaciones, no se desespere; permanezca firme en la fe, siga por el camino, recordando el aviso del Apóstol: Si vosotros veis las cosas de otra manera, también esto os lo manifestará Dios; entre tanto, sigamos el camino que llevamos.

 

8. Preparémonos a escuchar la explicación de Aquel cuya exposición hemos oído. Díjoles de nuevo Jesús: En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas. Aquí declara cuál es la puerta que antes había puesto como velada. La puerta es El mismo. Pues la hemos descubierto, entremos, o gocémonos de haber entrado. Todos los que han venido son ladrones y salteadores. ¿Qué entiendes, Señor, por Todos los que han venido? ¿No has venido tú también? Compréndelo. Dije: Todos los que han venido, extraños a mí. Recordemos un poco. Antes de su venida vinieron los profetas. ¿Eran ellos ladrones y salteadores? Ni pensarlo. No eran extraños a El, pues venían con El. Porque El había de venir, enviaba por delante pregoneros; pero El moraba en el corazón de aquellos que enviaba. ¿Queréis saber que vinieron con El, que es siempre? Tomó carne en el tiempo, pero El es siempre. En el principio era el Verbo. Con El, pues, vinieron quienes vinieron con el Verbo de Dios. Yo soy, dice, el camino, la verdad y la vida. Si El es la verdad, con El vinieron quienes predicaron la verdad. Luego todos los extraños a El son ladrones y salteadores, esto es, vienen para robar y matar.

 

9. Pero las ovejas no los han escuchado. Más grave es esta cuestión: Las ovejas no los han escuchado. Antes de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que se humilló hasta vestir la carne, hubo justos que creyeron en El, que había de venir, como nosotros creemos en El después de haber venido. Cambiaron los tiempos, pero no la fe. También cambian las palabras cuando se declinan. No es el mismo el sonido de ha de venir que el de vino; ha variado el sonido, pero la misma fe une a ambos, tanto a quienes creían que había de venir como a quienes creyeron que ha venido. Ciertamente que en distintos tiempos, pero sabemos que ambos entraron por la única puerta de la fe, es decir, por Cristo. Nosotros creemos que Nuestro Señor Jesucristo nació de una virgen, que tomó carne mortal, que padeció, resucitó y subió al cielo; todo esto, como habéis oído en lecturas anteriores, creemos que ya se ha realizado. En esta comunidad de fe están con nosotros aquellos Padres que creyeron que había de nacer de una virgen, que había de padecer, resucitar y subir al cielo. A ellos se refiere el Apóstol cuando dice: Teniendo el mismo espíritu de fe, según está escrito: Creí, por eso he hablado, y también nosotros creemos, y por eso hablamos. El profeta había dicho: Creí, por eso he hablado; y el Apóstol dice: También nosotros creemos, por eso hablamos. Y para que sepas que la fe es la misma, óyele decir: Teniendo el mismo espíritu de je, también nosotros creemos. Y en otro lugar: No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y que todos pasaron el mar, y que todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y que todos comieron el mismo manjar espiritual, y que todos bebieron la misma bebida espiritual. El mar Rojo significa el bautismo. Moisés, guiándolos por el mar Rojo, representa a Cristo; el pueblo que pasa, a los fieles; la muerte de los egipcios indica la abolición de los pecados. La misma fe en signos diversos; y lo mismo que de los signos puede decirse de las palabras, que cambian de sonido según el tiempo gramatical, y no son otra cosa que signos. Por el significado son palabras; sin él no son más que ruidos sin valor. Todo fue reducido a signos. ¿Por ventura no creían las mismas cosas quienes suministraban estos signos, por medio de los cuales profetizaban lo que nosotros creemos? Ciertamente creían lo mismo, ellos como futuro, nosotros como pasado. Por eso dice que bebieron la misma bebida espiritual. Espiritualmente la misma, materialmente diversa. ¿Qué bebían ellos? Bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Ahí tenéis signos diversos, permaneciendo la misma fe. Allí la piedra representaba a Cristo; aquí es el mismo Cristo lo que se nos pone en el altar del Señor. Ellos, teniéndolo por un gran sacramento del mismo Cristo, bebieron del agua que salía de la piedra; lo que nosotros bebemos es bien conocido de los fieles. Si te fijas en la especie visible, es cosa distinta; si consideras el significado inteligible, tomaron la misma bebida espiritual. Por lo tanto, cuantos en aquel tiempo creyeron a Abrahán, a Isaac, a Jacob, a Moisés, o a otros patriarcas, o a los profetas que predicaban a Cristo, eran ovejas y escuchaban la voz de Cristo: no una voz extraña, sino la voz de El mismo. El juez está en el pregonero, porque, cuando el juez habla por la voz del pregonero, nada hace el copista. Lo dijo el pregonero, lo dijo el juez. Hay ciertamente otros cuya voz no han escuchado las ovejas, porque no tienen la voz de Cristo; que han caído en el error, han dicho falsedades, han inventado y propagado cosas vanas y tontas y han seducido a los infelices.

 

10. ¿Por qué dije que aquí había una cuestión más profunda? ¿Qué hay aquí oscuro o difícil de entender? Os ruego que me escuchéis. Sabéis que vino Nuestro Señor Jesucristo, que predicó; su voz, más que ninguna otra, era la voz del pastor, salida de la misma boca del pastor. Si la voz de los profetas era la voz del pastor, ¿cuánto más lo sería la pronunciada por la lengua misma del pastor? Pero no todos la escucharon. ¿Hemos de pensar que eran ovejas todos cuantos la oyeron? La oyó Judas, y era un lobo; le seguía, pero, cubierto con la piel de oveja, maquinaba contra el pastor. Algunos de los que crucificaron a Cristo no la oyeron, y eran ovejas; pues a éstos los veis entre las turbas cuando decía: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. ¿Cómo se resuelve esta cuestión? Oyen las que no son ovejas, y las ovejas no oyen. Siguen la voz del pastor algunos lobos, y algunas ovejas le contradicen, y, finalmente, las ovejas dan muerte al pastor. Vamos a resolver la cuestión. Dirá alguno que, cuando no oían, no eran aún ovejas; que entonces eran lobos; pero su voz oída los cambió, y de lobos los hizo ovejas; y cuando se convirtieron en ovejas, oyeron al pastor, le hallaron y le siguieron; esperaron la promesas del pastor porque cumplieron sus mandatos.

 

11. De algún modo queda resuelta la cuestión, y para muchos será suficiente. Pero a mí aún me agita, y esta agitación os la hago presente a vosotros, para que en vuestra compañía pueda buscar y hallar la solución con la luz de Aquel que puede revelarlo. Os voy a decir la agitación que siento. Por el profeta Ezequiel reprende el Señor a los pastores, y, entre otras cosas referentes a las ovejas, dice que no buscaron a la oveja extraviada. Dice extraviada, y, sin embargo, la llama oveja. Si era oveja cuando se extraviaba, ¿qué voz oyó para extraviarse? Sin duda no se hubiera extraviado si oyera la voz del pastor; pero se extravió porque atendió a una voz extraña: la voz del ladrón y salteador. Es cierto que las ovejas no escuchan la voz de los ladrones: Quienes vinieron, dice; y ya entendemos que extraños a mí; esto es, Quienes vinieron extraños a mí, son ladrones y salteadores. ¡Oh Señor!, si las ovejas no los escuchan, ¿por qué se extravían las ovejas? Si las ovejas no oyen a otro más que a ti, y tú eres la verdad, quienquiera que oye a la verdad no yerra. Ellos yerran, y son llamados ovejas. Pues si no fuesen ovejas, cuando han caído en error, no diría por el profeta: No habéis hecho volver a la oveja errante. ¿Cómo puede estar en el error y ser oveja? ¿Oyó alguna voz extraña? Pero las ovejas no los escucharon. Muchos en estos tiempos vuelven al redil de Cristo, y de herejes se hacen católicos; son arrebatados a los ladrones y devueltos al pastor. Y a veces murmuran, sienten hastío del que los ha rescatado, y no advierten a quien los iba a degollar. Sin embargo, los que son ovejas, aun cuando hayan vuelto ofreciendo resistencia, escuchan la voz del pastor y se alegran de haber vuelto, ruborizándose de haber errado. Cuando se gloriaban del error como si fuera la verdad, y, por consiguiente, no escuchaban la voz del pastor, siguiendo al extraño, ¿eran o no eran ovejas? Si eran ovejas, ¿cómo es verdad que las ovejas no escuchan a los extraños? Si no eran ovejas, ¿por qué son reprendidos aquellos a quienes fue dicho: No retornasteis a la oveja errante? También se dan casos entre los ya hechos cristianos católicos, y fieles, que prometían mucho, de ser seducidos por el error al contacto con los malos; y del error vuelven otra vez; cuando fueron seducidos por el error y fueron rebautizados, o después de haber estado en el redil del Señor, han vuelto de nuevo a sus antiguos errores, ¿eran o no eran ovejas? Ciertamente eran católicos: por ser católicos, eran fieles, eran ovejas. Si

eran ovejas, ¿cómo pudieron oír la voz de un pastor extraño, si dice el Señor que las ovejas no los escucharon?

 

12. Habéis visto, hermanos, la profundidad de la cuestión. Digo, pues, que el Señor conoce a los suyos; conoce a los que tiene previstos y a los predestinados, según se dice de El: "A quienes previo y predestinó para hacerse conformes a la imagen de su Hijo, de modo que sea el mismo Hijo el primogénito entre muchos hermanos. A quienes predestinó, los llamó; a quienes llamó, los justificó, y a quienes justificó, los glorificó. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" Luego añade: "El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas?" Pero ¿a quiénes de nosotros? A los previstos, a los predestinados, a los justificados, a los glorificados, de los cuales sigue diciendo: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Conoce, pues, el Señor quiénes son los suyos: ésas son las ovejas. Algunas veces ellas se desconocen a sí mismas, pero el pastor las conoce según esta predestinación, según esta presciencia de Dios, según la elección de las ovejas antes de la creación del mundo, conforme a lo que dice el Apóstol: Como nos escogió a nosotros en El antes de la creación del mundo. Según esta presciencia y predestinación de Dios, ¡cuántas ovejas están fuera y cuántos lobos dentro, cuántas ovejas dentro y cuántos lobos fuera! Pero ¿por qué dije cuantas ovejas fuera? Muchos hay entregados hoy a la lujuria que serán castos; muchos que blasfeman a Cristo que han de creer en Cristo; muchos que se embriagan serán sobrios; muchos raptores de lo ajeno que darán lo suyo propio; pero ahora escuchan la voz extraña, siguen a los extraños. Del mismo modo, ¡cuántos que dentro cantan las alabanzas de Dios le han de blasfemar, cuántos castos han de fornicar, cuántos sobrios han de entregarse después a la bebida; ahora están en pie, después han de caer! Estos no son ovejas. (Hablamos de los predestinados, de aquellos que el Señor conoce que son suyos.) Sin embargo, mientras piensan rectamente, oyen la voz de Cristo. La oyen éstos y no Ja oyen aquéllos, y, a pesar de esto, según la predestinación éstos son las ovejas, y no aquéllos.

 

13. Aún queda en pie la cuestión, que me parece puede resolverse ahora del modo siguiente: Hay una voz, digo, una voz del pastor, en la cual las ovejas no atienden a los extraños, y las que no son ovejas no oyen a Cristo. ¿Cuál es esta voz? El que perseverare hasta el fin, éste será salvo. No desatiende esta voz la oveja propia; la extraña no la oye. Pues Cristo le da esta voz para que permanezca con El hasta el fin; pero deja de oírla si no persevera con El hasta el fin. Se llegó a Cristo, oyó palabras y palabras, unas de un modo, otras de otro, pero todas verdaderas y saludables, entre las cuales está también ésta: Quien perseverare hasta el fin, será salvo. Quien oyere esta voz es oveja. Pero la oyó no sé quién, y perdió la cabeza, se enfrió y escuchó k voz extraña: si es predestinado, es temporal su desvarío: no ha perecido para siempre; volverá para oír la voz que despreció y obrar lo que le fue mandado. Pues, si es del número de los predestinados, Dios tenía previsto su desvarío y su conversión futura; si cayó en el error, volverá para escuchar la voz del pastor y seguir a quien dice que el que perseverare hasta el fin, será salvo. Voz excelente, hermanos, verdadera, pastoral; ésta es la voz de salvación en las moradas de los justos. Fácil es oír la voz de Cristo, fácil es alabar el Evangelio, fácil es aclamar al predicador; pero perseverar hasta el fin, es propio de las ovejas que oyen Ja voz del pastor. ¿Viene la tentación? Tú persevera hasta el fin, porque Ja tentación no dura hasta el fin. ¿Hasta qué fin has de perseverar? Hasta que finalices la vida. Durante el tiempo que no escuchas a Cristo, El es tu adversario en este camino, esto es, en esta vida mortal. ¿Qué te dice? Ponte pronto de acuerdo con tu adversario mientras vas con él por el camino. Le has oído, le has creído, has concordado con él. Si eras adversario suyo, ponte de acuerdo. Si se te ha concedido ponerte de acuerdo, no vuelvas a litigar más. No sabes cuándo acabará tu vida, pero El sí lo sabe. Si eres oveja y perseveras hasta el fin, serás salvo. Por esta razón, los suyos aprecian esta voz, los extraños no ¡a escuchan. Os he explicado o he tratado con vosotros esta profundísima cuestión del modo que he podido y según las luces que El mismo me ha comunicado. Si algunos han entendido poco, conserven la piedad y se revelará la verdad. Y los que la han comprendido, no se envanezcan teniéndose por superiores a Jos más tardos, no sea que se extravíen por su vanidad y

lleguen primero los más lentos. Que a todos nos conduzca Aquel a quien decimos: Guíame, Señor, por tu camino, y caminaré en tu verdad.

 

14. Entremos, pues, por la puerta, que el Señor explicó ser El mismo, para entender las cosas que propuso y dejó sin explicación. Y aunque en esta lectura de hoy no haya dicho quién es el pastor, lo declara abiertamente en la siguiente: Yo soy el buen Pastor. Y si no lo dijera, ¿a quién otro que El deberíamos entender en aquellas palabras: "Quien entra por la puerta es el pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas conocen su voz, y llama por su nombre a sus propias ovejas, y las saca fuera; y después de haberlas sacado, va él delante de ellas, y le siguen las ovejas, porque conocen su voz?" ¿Quién otro puede llamar a sus ovejas por su nombre y llevarlas de aquí a la vida eterna sino Aquel que conoce los nombres de los predestinados? Por esto dijo a sus discípulos: Alegraos, porque vuestros nombres están escritos en el cielo; por eso las llama por su nombre. Y ¿quién otro las puede sacar sino Aquel que perdona sus pecados para que le puedan seguir libres de esas férreas ataduras? Y ¿quién ha ido delante de ellas, a donde deben seguirle, sino Aquel que, resucitando de entre los muertos, ya no muere, ni la muerte le dominará jamás; y que dijo cuando estaba aquí visible en carne mortal: "Padre, quiero que estos que me has dado estén conmigo donde yo estoy?" En consecuencia dice: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare se salvará; y entrará y saldrá, y hallará pastos." En estas palabras declara con evidencia que no sólo el pastor, sino también las ovejas deben entrar por la puerta.

 

15. Pero ¿qué significa entrará y saldrá, y hallará pastos? Bueno es entrar en la Iglesia por la puerta Cristo; mas salir de la Iglesia al modo que dice este mismo San Juan Evangelista en su Epístola: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros, no es nada bueno. Tales salidas no pueden ser aprobadas por el Buen Pastor, cuando dice que entrará y saldrá, y hallará pastos. Hay, pues, no sólo una entrada buena, sino también una salida buena por la puerta buena, que es Cristo. Mas ¿cuál es esta laudable y bienaventurada salida? Bien pudiera decir yo que entramos nosotros cuando pensamos algo internamente, y que salimos cuando exteriormente ejecutamos alguna obra. Y puesto que dice el Apóstol que Cristo por la fe habita en nuestros corazones, entrar por Cristo sería pensar según la fe misma, y salir por Cristo, obrar exteriormente, es decir, delante de los hombres por la misma fe. Así dice el Salmo: Saldrá el hombre a su trabajo; y el mismo Señor: Luzcan vuestras obras delante de los hombres. Pero me agrada más lo que la misma Verdad, como pastor bueno y buen maestro, nos indica en cierto modo sobre cómo debemos entender estas palabras: "Entrará y saldrá, y hallará pastos", añadiendo a continuación estas otras: "El ladrón no viene sino para robar, matar y hacer estrago; mas yo he venido para que tengan vida, y la tengan en mayor abundancia". Me parece a mí que es como si hubiese dicho: Para que tengan vida cuando entran y la tengan más abundante cuando salen. Porque nadie puede salir por la puerta, esto es, por Cristo, para la vida eterna, en la que se vive de la visión, si no ha entrado a la vida temporal, en la que se vive de la fe, por la misma puerta, es decir, por el mismo Cristo en su Iglesia, que es su redil. Por eso dice que ha venido para que tengan vida, o sea, para que tengan la fe, que obra por la caridad, y por esta fe entren en el redil para que vivan, ya que el justo vive de la fe; y la tengan más abundante quienes, perseverando hasta el fin, salen por aquella puerta que es la fe de Cristo, porque mueren como verdaderos fieles y tendrán la vida con mayor abundancia al llegar allí adonde les precedió el pastor y donde nunca volverán a morir. Y aunque aquí en el mismo redil no faltan pastos, y porque tanto a la entrada como a la salida podemos aplicar las palabras: Y hallará pastos, sin embargo, allí hallará los verdaderos pastos, que sacian a quienes tienen hambre y sed de justicia, como son los pastos que halló aquel a quien dijo: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Pero de qué modo sea El mismo la puerta y el pastor, para que El entre en cierta manera por sí mismo, y quién sea el portero, se hace hoy muy largo inquirir y explicar según las luces que El se digne concedernos.

 

 

TRATADO 46

 

DESDE LAS PALABRAS: " YO SOY EL BUEN PASTOR", HASTA: "MAS EL MERCENARIO HUYE, PORQUE ES MERCENARIO Y NO LE IMPORTAN LAS OVEJAS"

 

1. Hablando Nuestro Señor Jesucristo a sus ovejas, tanto a las presentes como a las futuras, que entonces tenía delante (puesto que entre las que ya eran sus ovejas había otras que lo serían), tanto a las presentes como a las futuras, a ellos y a nosotros y a cuantos después de nosotros han de ser ovejas suyas, les manifiesta quién es el que les ha sido enviado. Todas, pues, oyen la voz de su pastor, que dice: Yo soy el buen pastor. No hubiera dicho bueno si no hubiera pastores malos. Los pastores malos son ladrones y salteadores, o, cuando más, mercenarios. Debemos indagar, distinguir y conocer todas las personas que aquí ha mencionado. Ya el Señor ha revelado dos cosas que veladamente había propuesto. Ya sabemos que la puerta es El mismo, y que El mismo es el pastor. Quiénes son los ladrones y los salteadores, quedó declarado en la lectura de ayer. En la de hoy hemos oído nombrar al mercenario y al lobo, y en la de ayer fue nombrado también el portero. Entre los buenos están, por lo tanto, la puerta, el portero, el pastor y las ovejas; y entre los malos, los ladrones, los salteadores, los mercenarios y el lobo.

 

2. Sabemos que la puerta es Cristo, y que El mismo es el pastor; ¿quién es el portero? El mismo declaró las dos cosas primeras; el portero lo dejó a nuestra inquisición. Y ¿qué dice del portero? A éste le abre el portero. ¿A quién abre? Al pastor. ¿Qué abre a! pastor? La puerta. Y ¿quién es la puerta? El mismo pastor. ¿Por ventura, si Cristo nuestro Señor, no hubiese dicho: "Yo soy el pastor", y: "Yo soy la puerta", se atreviera alguno de nosotros a decir que el mismo Cristo era el pastor y la puerta? Si hubiese dicho: Yo soy el pastor, y no hubiese dicho: Yo soy la puerta, indagaríamos quién era la puerta, y quizá, pensando otra cosa, nos hubiésemos quedado a la puerta. Por una gracia y misericordia suya nos explicó que El es el pastor y que El es la puerta, dejándonos a nosotros la inquisición del ostiario. ¿Quién diremos nosotros que es el ostiario? A cualquiera que digamos, tenemos que evitar decir que es mayor que la puerta, como sucede en las casas de los hombres, en las que el portero es de mayor dignidad que la puerta. Pues el portero se pone para guardar la puerta, y no la puerta para guardar al portero. No me atrevo a proponer a ninguno mayor que la puerta, pues yo oí quién es la puerta. Lo sé, no puedo confiarme a una conjetura mía, no me queda ninguna sospecha humana; lo dijo Dios, lo dijo la Verdad, y no puede haber cambio en lo que dijo quien es inmutable.

 

3. Yo diré mi parecer en esta cuestión profunda, y cada uno elija lo que sea más de su gusto, pero sea piadoso en su sentir, conforme a lo que está escrito: Sentid bien del Señor y buscadle con sencillez de corazón. Quizá debamos reconocer al mismo Señor en el ostiario. Mayor diversidad hay en las cosas humanas entre el pastor y la puerta que entre la puerta y el ostiario; y el Señor se llamó a sí mismo pastor y puerta. ¿Por qué no hemos de entender que es también el portero? Pues, si atendemos a las propiedades, Cristo nuestro Señor no es un pastor como los que acostumbramos a ver y conocer, ni tampoco es puerta, porque no fue hecho por ningún carpintero, pero, si atendemos a ciertas semejanzas, es pastor y es puerta, y aun me atrevo a decir que también es oveja; es cierto que la oveja está bajo el pastor; sin embargo, El es pastor y es oveja. ¿Dónde es pastor? Lee el Evangelio: Yo soy el buen pastor. ¿Dónde es oveja? Pregunta al profeta: Como oveja fue sacado al sacrificio. Pregunta al amigo del Esposo: He aquí al Cordero de Dios, he aquí al que quita los pecados del mundo. Aún he de decir algunas cosas más admirables sobre estas semejanzas. El cordero, la oveja y el pastor son amigos entre sí; pero los pastores suelen guardar a las ovejas de los leones, y, sin embargo, de Cristo, que es oveja y pastor, se dice que venció el león de la tribu de Judá. Tomad, hermanos, todas estas cosas como semejanza, no como propiedades. Solemos ver a los pastores sentados sobre una piedra y desde allí vigilar los rebaños confiados a su custodia. Ciertamente es mejor el pastor que la piedra sobre la cual se sienta; Cristo, sin embargo, es pastor y es piedra. Todo esto por semejanza. Porque, si de mí exiges sus propiedades, te diré: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. ¿Más propiedades? Hijo único, engendrado del Padre desde la eternidad y por toda la eternidad, igual al que lo engendró, por el cual han sido hechas todas las cosas, inconmutable con el Padre y no mudado por tomar la forma de siervo, hombre por la encarnación, hijo del hombre e Hijo de Dios. Todo esto no lo es por semejanza, sino por esencia.

 

4. No nos aflija, pues, hermanos, tomarlo por semejanza como puerta y como portero. Pues ¿qué es la puerta? Por donde entramos. ¿Quién es el ostiario? El que abre. ¿Y quién es el que se abre sino el que a sí mismo deja ver? Pues bien, el Señor había dicho puerta y no le habíamos entendido; cuando no le hemos entendido es que estaba cerrada: el que abrió, ése es el ostiario. No hay, por consiguiente, necesidad de indagar más nada, en absoluto, pero tal vez haya voluntad. Si quieres indagar más, mucho cuidado con desviarse, no te apartes de la Trinidad. Si buscas en otro lado la persona del ostiario, que sea el Espíritu Santo; pues no se desdeñará ser ostiario el Espíritu Santo, cuando el Hijo se ha dignado ser la puerta. Concedamos que tal vez el ostiario es el Espíritu Santo. El propio Señor dice acerca del Espíritu Santo a sus discípulos: El os enseñará toda la verdad. ¿Quién es la puerta? Cristo. ¿Qué es Cristo? La Verdad. ¿Quién abre la puerta sino el que enseña toda la verdad?

 

5. ¿Qué diremos del mercenario? No fue mencionado entre los buenos. El buen pastor, dice, da su vida por las ovejas. El mercenario y el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, en viendo venir al lobo, abandona a las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa. No lleva aquí el mercenario las partes de una persona buena, pero es de alguna utilidad; ni se llamaría mercenario si no percibiera el salario del patrón. ¿Quién es, pues, este mercenario tan culpable como necesario? Concédanos el Señor sus luces, hermanos, para conocer a los mercenarios y para que nosotros no seamos mercenarios. ¿Quién es, pues, el mercenario? Hay en la Iglesia algunos prelados de quienes dice el apóstol San Pablo que buscan sus propios intereses y no los de Jesucristo. Con lo cual quiere decir que no aman gratuitamente a Cristo, que no buscan a Dios por Dios, que van en pos de las comodidades temporales, ávidos del lucro y deseosos de honores humanos. Cuando el superior tiene amor a todo esto y por ello sirve a Dios, este tal, quienquiera que sea, es un mercenario; no se cuente entre los hijos. De estos tales dice también el Señor: En verdad os digo que ya recibieron su paga. Escucha lo que dice el Apóstol del santo varón Timoteo: "Espero en el Señor que pronto os enviaré a Timoteo, para que yo me alegre conociendo vuestras cosas; pues no tengo a otro más unido a mí, que por vosotros siente una solicitad hermana de la mía. Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo." Se lamenta el pastor de estar rodeado de mercenarios. Buscó a alguno que tuviese amor sincero a la grey de Cristo, y no lo encontró entre los que en aquel tiempo habían estado a su lado. No es que en aquel tiempo no hubiera en la Iglesia de Cristo, quien, como hermano, se desvelase por la grey, fuera del apóstol Pablo y Timoteo; pero sucedió que, cuando envió a Timoteo, no tenía cerca de sí a ninguno de sus hijos; los que tenía cerca de sí eran todos mercenarios, que buscan sus intereses y no los de Jesucristo. Sin embargo, con fraterna solicitud, prefirió enviar a un hijo y quedarse él entre los mercenarios. Sabemos que hay mercenarios, pero nadie los conoce sino Dios, que inspecciona el corazón, aunque a veces también nosotros los llegamos a descubrir, pues no de balde dijo el Señor de los lobos: Por sus frutos los conoceréis. Muchos en las tentaciones dejan transparentar sus intenciones, pero muchos se mantienen ocultos. Tiene el redil del Señor por dirigentes a hijos y a mercenarios. Los que son hijos son los pastores. Si ellos son pastores, ¿cómo dice que un solo pastor, sino porque todos ellos son miembros del pastor cuyas son propias las ovejas? Pues también ellos son miembros de la única oveja, porque como oveja se dejó conducir al sacrificio.

 

6. Escuchad ahora que también los mercenarios son necesarios. Hay muchos en la Iglesia que, buscando comodidades terrenas, predican a Cristo, y por ellos se deja oír la voz de Cristo. Las ovejas siguen no al mercenario, sino la voz del pastor, oída a través del mercenario. Ya el mismo Señor señaló a los mercenarios cuando dijo: En la cátedra de Moisés se han sentado escribas y fariseos; haced lo que os dicen, pero no imitéis sus obras. ¿Qué otra cosa quiso decir sino que por medio de los mercenarios escuchéis la voz del pastor? Sentados en la cátedra de Moisés, enseñan la ley de Dios; luego por ellos enseña Dios. Pero, si intentasen hablar de lo suyo propio, entonces no los escuchéis, ni obréis de acuerdo con sus enseñanzas. Ellos ciertamente buscan sus intereses propios, pero no Jos de Jesucristo; ninguno de ellos, sin embargo, se ha atrevido a decir al rebaño de Cristo que no busque los intereses de Jesucristo, sino los suyos propios. El mal que hace no lo predica desde la cátedra de Cristo; causa daño por el mal que obra, no por el bien que predica. Tú coge los racimos y ten cuidado con las espinas. Esto basta, pues creo que me habéis entendido; pero, en atención a los más tardos, lo diré más claramente. ¿Por qué yo he dicho: Coge el racimo y ten cuidado con las espinas, cuando el Señor dice: Por ventura se cogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Esto es absolutamente cierto; pero también yo digo con verdad que cojas las uvas y tengas cuidado con las espinas, porque a veces el racimo nacido de las raíces de la vid cuelga de las zarzas, y, creciendo el sarmiento, se entrelaza con las espinas, y la zarza lleva un fruto que no es suyo. La vid no tiene espinas, pero el sarmiento se ha enlazado con las espinas. Busca las raíces, y hallarás la raíz del espino separada de la vid; busca el origen de la uva, y verás que procede de la vid. La cátedra de Moisés era la vid; las costumbres de los fariseos eran las espinas. La verdadera doctrina suministrada por los malos es el sarmiento en la zarza, el racimo entre las espinas. Coge con cuidado, no sea que, buscando el fruto, te lastimes la mano, y oyendo a quien dice cosas buenas, imites sus obras malas. Haced lo que dicen: escoged las uvas; no hagáis lo que hacen: cuidado con las espinas. Escuchad la voz del pastor en la voz de los mercenarios; no seáis vosotros mercenarios, pues sois miembros del pastor. El mismo apóstol San Pablo, que dijo que no tenía a nadie que fraternalmente se cuidara de vosotros, porque todos buscaban sus intereses y no los de Jesucristo, en otro lugar, estableciendo la diferencia entre los hijos y los mercenarios, sigue diciendo: "Unos por envidia y competencia, otros por su buena voluntad predican a Cristo; otros por caridad, porque saben que he sido puesto para defender el Evangelio; otros por contumacia anuncian a Cristo, sin guardar castidad, intentando con esto hacer más pesadas mis cadenas". Estos eran mercenarios; tenían envidia del apóstol San Pablo. ¿Por qué? Porque buscaban intereses temporales. Ved lo que dice a continuación: Y ¿qué? De cualquier -modo que sea, ya ocasionalmente, ya con recta intención, mientras Cristo sea anunciado, me gozo y me gozaré en ello. Cristo es la Verdad. Esta verdad es anunciada ocasionalmente por los mercenarios; por los hijos es anunciada en verdad. Los hijos esperan pacientemente la herencia eterna del Padre; los mercenarios exigen la pronta paga del patrón. Para mí no tiene valor la gloria humana, que tanto envidian los mercenarios, con tal que la gloria divina de Cristo se difunda, bien sea por la voz de los mercenarios, bien por la voz de ¡os hijos; y Cristo sea anunciado, ya ocasionalmente, ya verdaderamente,

 

7. Ya hemos visto también quién es el mercenario. ¿Quién es el lobo sino el diablo? ¿Qué es lo que dice del mercenario? En viendo venir al lobo huye, porque no son suyas propias las ovejas ni le importa el cuidado de ¡as ovejas. ¿Fue tal el apóstol San Pablo? No. ¿Fue tal San Pedro? No. ¿Fueron tales todos los demás apóstoles, a excepción de Judas, que era el hijo de perdición? No. ¿Eran ellos pastores? Enteramente pastores. Pues ¿cómo es uno solo el pastor? Ya dije que eran pastores porque eran miembros del pastor. Se gozaban de aquella cabeza, estaban de acuerdo bajo su dirección, vivían con un solo espíritu en la trabazón de un solo cuerpo y, por ende, todos pertenecían a un solo pastor. Si, pues, eran pastores, y no mercenarios, ¿por qué huían cuando eran perseguidos? Acláranoslo, Señor. Vi a Pablo huyendo, según dice él en su Epístola; en una espuerta fue bajado por el muro para escapar de las manos del perseguidor. Dejó el cuidado de las ovejas que abandonaba cuando venía el lobo? Ciertamente; pero en sus oraciones las ponía bajo el amparo del pastor que está sentado en el cielo, mientras él con la huida se reservaba para su utilidad, como dice en otro lugar: Por vosotros es necesario que permanezca en esta carne. De la boca misma del pastor habían oído todos: Si en una ciudad os persiguen, huid a otra. Dígnese el Señor explicarnos esta cuestión. Tú dijiste, Señor, a quienes querías que fuesen pastores fieles, y los formabas para ser miembros tuyos: Si os persiguen, huid. Ahora les haces una injuria reprendiendo a los mercenarios que ven venir al lobo y escapan. Le rogamos que nos revele las profundidades de la cuestión; llamemos, acuda el ostiario de la puerta, que es El mismo, a manifestarse a sí mismo.

 

8. ¿Quién es el mercenario? El que, viendo venir al lobo, huye, porque busca su interés, no el de Jesucristo; no se atreve a reprender con libertad al que peca. Pecó no sé quién, pecó gravemente; debe ser reprendido, debe ser excomulgado; pero, excomulgado, será un enemigo, maquinará y causará daños cuando le sea posible. El que busca su interés y no el de Jesucristo, por no perder lo que pretende, por no perder la satisfacción de la amistad de un hombre y soportar las molestias de una enemistad, calla y no lo reprende. Aquí tenéis al lobo con las garras en la garganta de la oveja. El diablo ha incitado a uno de los fieles a cometer un adulterio; tú callas, no le reprendes. ¡Oh mercenario!, viste venir al lobo, y has huido. Puede ser que responda: Aquí estoy, no he huido. Has huido, porque has callado, y has callado, porque has temido. El temor es la huida del alma. Con el cuerpo te has quedado, pero has huido con el espíritu; lo cual no hacía quien decía: Aunque con el cuerpo estoy ausente, estoy presente con el espíritu. ¿Cómo había de huir con el espíritu quien, estando ausente con el cuerpo, reprendía en sus cartas a los fornicadores? Nuestros afectos son movimientos del alma: la alegría es la expansión del alma; la tristeza es la contracción del alma; la codicia es el progreso del alma; el temor es la fuga del alma. Expansionas tu ánimo cuando te alegras, lo contraes cuando te entristeces, lo haces adelantar cuando deseas, lo haces huir cuando temes. Ahí tienes por qué se dice que el mercenario huye cuando ve al lobo. ¿Por qué huye? Porque no le importa el cuidado de las ovejas. ¿Por qué no le importa? Porque es mercenario, que quiere decir que busca una merced temporal, y por eso no habitará en la casa para siempre. Todavía quedan aquí muchas cosas que indagar y discutir con vosotros, pero no es mi intención cansar vuestra atención. Servimos los manjares del Señor a nuestros consiervos. Apacentamos a las ovejas y, a la vez, nos apacentamos nosotros en los pastos del Señor. Así como no se debe negar lo necesario, así tampoco hay que cargar al corazón débil con excesivas viandas. No lleve a mal vuestra caridad que no trate hoy de explicar las cosas que, a mi parecer, aún quedan por discutir. Pero de nuevo en días destinados a la explicación será repetida la misma lectura en el nombre del Señor, y, con su ayuda, la trataremos con mayor diligencia.

 

 

TRATADO 47

 

DESDE: "YO SOY EL BUEN PASTOR Y CONOZCO A MIS OVEJAS...", HASTA: "¿ACASO EL DEMONIO PUEDE DAR VISTA A LOS CIEGOS?"

 

1. Quienes oís, no sólo con agrado, sino también con diligencia, la palabra de nuestro Dios, recordaréis, sin duda, nuestra promesa. Pues la lectura del Evangelio hecha hoy es la misma del domingo anterior, porque, por detenernos en algunas cosas necesarias, no nos fue posible disertar sobre todas las cosas debidas a vuestra consideración. Hoy, por lo tanto, no nos vamos a detener en lo que ya hemos dicho y tratado, no sea que, por repetirlo, no podamos llegar a lo que aún queda por decir. Ya sabéis, en el nombre del Señor, quién es el buen pastor y cómo los buenos pastores son miembros suyos, y por eso es uno el pastor. Sabéis también quién es el mercenario aceptable, quiénes el lobo y los ladrones y salteadores vitandos, quiénes las ovejas, la puerta por la cual deben entrar y el pastor; cómo debe entenderse el ostiario; sabéis que quien no entra por la puerta es ladrón y salteador y que viene a robar, matar y hacer estragos. Todas estas cosas creo que fueron suficientemente discutidas. Hoy, con la ayuda de Dios, debemos decir cómo entra Cristo por El mismo (ya que el mismo Jesucristo, Salvador nuestro, dijo que El era la puerta y el pastor, y que el buen pastor entra por la puerta. Si nadie es pastor bueno sino el que entra por la puerta, y El principalmente es el buen pastor y es la puerta, no puedo comprender que entre El, si no entra por medio de sí mismo, a sus ovejas para darles la voz de que le sigan, y ellas, entrando y saliendo, encuentren los pastos, que son la vida eterna.

 

2. Lo voy a decir pronto. Si yo intento entrar a vosotros, quiero decir en vuestro corazón, predico a Cristo; pero, si predico otra cosa, pretendo subir por otra parte. Cristo me sirve de puerta para entrar a vosotros; entro por Cristo, no a vuestras paredes, sino a vuestros corazones. Entro por Cristo, y con agrado habéis escuchado a Cristo en mí. ¿Por qué? Porque sois ovejas de Cristo, compradas con la sangre de Cristo. Conocéis vuestro precio, no dado, sino predicado por mí. Os compró quien derramó su sangre preciosa, libre de todo pecado. Hizo también preciosa la sangre de aquellos por quienes dio el precio de su sangre; pues si no fuese preciosa la sangre de los suyos, no se hubiese dicho: Preciosa es en el acatamiento divino la- muerte de sus santos. Además, aquello que dice que el buen pastor da su vida por sus ovejas, no lo hizo El solamente; pero, si quienes esto hicieron son miembros suyos, fue el único que lo hizo. El lo pudo hacer sin ellos, pero ellos sin El, ¿cómo lo pudieran hacer, habiendo dicho El: Sin mí nada podéis hacer? Por estas palabras podemos demostrar que otros lo hayan hecho. Porque el mismo apóstol San Juan, que predicó este evangelio que acabáis de oír, dice en su epístola: Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la nuestra por los hermanos. Debemos, dijo. Nos hizo deudores quien la dio el primero. Y así, en otro lugar está escrito: Si te sientas a comer a la mesa de un poderoso, pon mucha atención a los manjares que te sirven, y mete tu mano, haciéndote cargo de que conviene que tú prepares otros semejantes. Bien conocéis cuál sea la mesa de ese poderoso: en ella está el cuerpo y la sangre de Cristo, y quien se acerque a ella debe preparar otros manjares semejantes, y del modo que El dio su vida por nosotros, así también nosotros, para fortalecer al pueblo y confirmar la fe, debemos dar la vida por nuestros hermanos. Por esto le dijo a Pedro, a quien quería hacer pastor bueno, no en el mismo Pedro, sino en su cuerpo: Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas. Y lo mismo repite una, dos y tres veces, hasta llegar a entristecerle. Y después de preguntarle el Señor tantas veces como juzgó oportuno para responder a su triple negación con una triple confesión, y haberle por tres veces encomendado el apacentamiento de sus ovejas, le dice: Cuando eras joven, tú te ceñías y andabas por donde te placía; pero, cuando hayas envejecido, extenderás tus brazos y otro te ceñirá y te hará caminar a donde tú no quieres ir. Estas palabras del Señor las explicó el evangelista diciendo que en ellas le manifestó el género de muerte con que había de glorificar a Dios. Apacienta, pues, mis ovejas, no significa otra cosa sino que des tu vida por mis ovejas.

 

3. No habrá ninguno que no entienda estas palabras suyas: Como el Padre me conoce, conozco yo también al Padre. El le conoce por sí mismo; nosotros le conocemos por El. Sabemos que El le conoce por sí mismo, e igualmente sabemos que nosotros le conocemos por El; porque por El sabemos esto también. El dijo que a Dios nadie lo vio jamás, sino su Hijo unigénito, que está en el seno del Padre. El nos lo ha manifestado. Luego nosotros, a quienes lo ha manifestado, le conocemos por El. También dijo en otro lugar que nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelarlo. De modo que El por sí mismo conoce al Padre, y nosotros le conocemos por El; así El entra en el redil por sí mismo, y nosotros entramos por El. Os decíamos que Cristo era la puerta por donde entrábamos a vuestro corazón, porque os predicamos a Cristo; y predicando a Cristo, entramos por la puerta. Pero Cristo predica a Cristo, porque se anuncia a sí mismo, y, por ende, el pastor entra por él mismo. Cuando la luz manifiesta las cosas que en ella se ven, no ha menester otra cosa para que se vean, y de este modo manifiesta las cosas y se manifiesta a sí misma. Todo cuanto entendemos, por el entendimiento lo entendemos; y ¿por quién sino por el entendimiento conocemos al entendimiento? ¿Puedes con tus ojos corporales ver las cosas y ver tus mismos ojos? Aunque el hombre ve con sus ojos, no ve sus propios ojos. El ojo puede ver las cosas, pero no se ve a sí mismo; el entendimiento, en cambio, entiende las cosas y se entiende a sí mismo. Y del modo que el entendimiento se ve a sí mismo, de igual manera Cristo se predica a sí mismo. Si a sí mismo se predica, y predicándose entra en ti, entra por El mismo. También El es la puerta para ir al Padre, pues no se puede llegar al Padre, si no es por El. Porque uno solo es Dios y uno solo el mediador entre Dios y los hombres, que es el Hombre-Cristo, Jesús. Con palabras se expresan todas las cosas, y cuanto os he dicho lo he dicho por medio de la palabra. Y si quiero deciros una palabra, ¿podría hacerlo sin la palabra? Por eso se dicen todas las cosas por medio de la palabra, que no son lo que es la palabra; y la misma palabra no puede decirse sino por medio de la palabra. Con la ayuda de Dios os he puesto ejemplos abundantes. Guardad bien cómo Cristo, nuestro Señor, es puerta y pastor: puerta, abriéndose, y pastor, entrando por El mismo. Y ciertamente, hermanos, siendo El el pastor, concedió serlo también a sus miembros, pues pastor es Pedro, pastor es Pablo, pastores los demás apóstoles y pastores también los obispos santos. Pero ninguno de nosotros se dirá puerta; ésta es propiedad suya, por la cual han de entrar las ovejas. Finalmente, el apóstol San Pablo llenaba las partes de buen pastor cuando predicaba a Cristo, porque entraba por la puerta. Pero, cuando las ovejas indisciplinadas comenzaron a dividirse en bandos y a fabricar otras puertas, no para entrar a reunirse, sino para extraviarse y dividirse, diciendo unos: Yo soy de Pedro; otros, yo soy de Pablo; otros, yo de Apolo; otros, yo de Cristo; espantado de quienes dijeron: Yo soy de Pablo, como llamando a las ovejas, les dice: ¿Por dónde vais, miserables? Yo no soy la puerta. ¿Por ventura por vosotros fue crucificado Pablo o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Quienes, empero, decían: Yo soy de Cristo, habían hallado la puerta.

 

4. Con mucha frecuencia oís hablar de un solo redil y de un solo pastor. Encarecidamente os hemos recomendado un solo redil, inculcándoos la unión, y que todas las ovejas entren por Cristo, y que no haya una sola que siga a Donato. Es claro el motivo que indujo al Señor a decir estas cosas. Hablaba a los judíos, había sido enviado a los judíos, no por aquellos que, obstinados en su odio fiero, permanecían en las tinieblas, sino por aquellos judíos a quienes llama sus ovejas, y de los cuales dice que no ha sido enviado sino a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Los conocía mezclados ahora con la turba enfurecida, y preveía que un día estarían en la paz de los creyentes. Y ¿qué indican estas palabras: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel, sino que sólo manifestó su presencia corporal al pueblo de Israel? No fue El en persona a los gentiles; envió a otros; pero al pueblo de Israel se envió y vino El mismo para que aquellos que le despreciaban fuesen más severamente juzgados por haberle visto en carne mortal. El mismo Señor estuvo entre ellos, allí escogió madre, allí quiso ser concebido, nacer y derramar su sangre; allí dejó sus últimas huellas cuando subió al cielo, y allí ahora se veneran. A los gentiles envió a otros.

 

5. Quizá alguno piense que, no habiendo El venido a nosotros y habiendo enviado a otros, nosotros no oímos su voz, sino la voz de quienes fueron enviados. No. Arrojad de vuestro corazón tal pensamiento, pues también El estaba en aquellos que enviaba. Escuchad al apóstol San Pablo, enviado especialmente a la gentilidad, que, amenazando no en nombre propio, sino en nombre de Cristo, dice: ¿Queréis acaso una prueba del poder de Cristo, que habla en mí? Y el mismo Señor dice que tiene otras ovejas, esto es, entre los gentiles, que no son de este redil, es decir, del pueblo de Israel; y conviene que traiga también a  éstas a mi rebaño. Luego El y no otro las trae por medio de los suyos. Y añade: Oirán mi voz. Ahí tenéis cómo El habla por la voz de los suyos y por medio de aquellos que envió es oída su voz. Para que haya un solo redil y un solo pastor. El fue constituido en piedra angular de estos dos rebaños, como de dos paredes. Luego El es la puerta y la piedra angular. Estas son semejanzas, no propiedades.

 

6. Ya os advertí y encarecidamente os recomendé que quienes sean capaces lo entiendan, y quienes no lo entienden, tengan fe en lo que no pueden entender. Cristo es muchas cosas por semejanza, que no son propiedades suyas. Y así, por semejanza, Cristo es piedra, puerta, piedra angular, pastor, cordero y león, y muchas otras que sería prolijo enumerar. Pero, si entras a considerar las propiedades de las cosas como las acostumbras a ver, no es piedra, porque no es duro ni insensible; no es puerta, porque no le hizo un carpintero; no es piedra angular, acoplada por un constructor; no es pastor, porque no es custodio de ovejas de cuatro patas; no es león, porque no es una fiera; ni es cordero, porque no es animal. Todo esto es por semejanza. ¿Cuál es lo suyo propio? En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. ¿Y del hombre que apareció? Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

 

7. Sigamos la exposición. Por eso mi Padre me ama, dice, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Mi Padre me ama porque muero para resucitar. Gran peso tiene yo en esta frase: Porque yo doy mi vida: YO DOY. N o se jacten los judíos. Pudieron atormentar, pero no pudieron tener el poder. Ejerzan su crueldad cuanto les sea posible; si yo no quisiera dar mi vida, ¿de qué les serviría su sevicia? Con una sola respuesta fueron echados por tierra. Cuando les preguntó: ¿A quién buscáis?, ellos dijeron: A Jesús; y El les contestó: Yo soy; retrocedieron y cayeron en tierra. Quienes cayeron por una sola voz de Cristo cuando iba a morir, ¿qué harán al oír la voz de Cristo cuando venga a juzgar? Y yo, dice, doy mi vida para de nuevo volverla a tomar. No se jacten los judíos como si hubiesen vencido. El mismo dio su vida. Yo me dormí, dice. Ya conocéis lo que dice el Salmo: Yo me dormí y me entregué a un sueño, y me levanté porque el Señor me protegió. Acabamos de leer ahora el propio salmo, y lo hemos oído: Yo me dormí y me entregué a un sueño, y me levanté porque el Señor me protegió. ¿Qué significa yo me dormí? Me dormí porque quise. ¿Qué es me dormí? Que morí. ¿No era dormirse aquel que, cuando quiso, se levantó del sepulcro como de una cama? Pero quiere dar gloria a su Padre, para enseñarnos a glorificar al Creador. ¿Pensáis que, al decir que resucitó porque Dios le protegió, pensáis, digo, que había mermado su poder, de modo que tuviese poder para morir y no lo tuviese para resucitar? Pues así parecen sonar estas palabras a quien las considera con poca atención. Yo me dormí, esto es, porque quise me dormí. Y me levanté, ¿por qué? Porque el Señor me protegió. Pues qué, ¿tú no podrías levantarte por ti mismo? Si no pudiera, no diría: Poder tengo para dar mi vida y poder tengo para tomarla de nuevo. Verás por otro pasaje del Evangelio que no solamente el Padre resucitó al Hijo, sino que el Hijo se resucitó a El mismo. Destruid, dice, este templo, y yo lo levantaré en tres días. Y añade el evangelista que hablaba del templo de su cuerpo. Resucitaba el cuerpo, que había muerto, porque el Verbo no murió, ni tampoco su alma. Pues, si tu alma no muere, ¿había de morir la del Señor?

 

8. ¿Por dónde, preguntará, puedo saber si muere mi alma? No muere si tú no la matas. Dirás: ¿cómo yo puedo matar a mi alma? Sin mencionar por el momento otros pecados, escucha: La lengua que miente, da muerte al alma. ¿Cómo, replicarás, puedo estar cierto de que mi alma no muere? El mismo Señor da esta seguridad a sus siervos cuando les dice: No temáis a quienes matan al cuerpo y no pueden ir más allá; temed, empero, a aquel que tiene poder para arrojar al cuerpo y al alma en el infierno. Ahí tenéis que el alma muere y no muere. ¿Cuál es la muerte del alma? ¿Cómo muere tu cuerpo? Perdiendo su vida. Pues muere tu alma perdiendo su vida. Tu alma es la vida de tu cuerpo, y Dios es la vida de tu alma. Al modo que muere el cuerpo cuando pierde el alma, que es su vida, así muere el alma cuando pierde a Dios, que es su vida. Ciertamente el alma es inmortal, y de tal forma es inmortal, que vive aun estando muerta. Lo que dijo el Apóstol de la viuda que vivía en deleites, puede también decirse del alma que ha perdido a su Dios: que viviendo está muerta.

 

9. Veamos ahora, hermanos, con mayor atención, cómo el Señor da su vida. No tenemos hoy el apremio de tiempo que suele ser anejo al domingo, y esto redundará en beneficio de quienes han venido a escuchar la palabra de Dios en el día de hoy. Yo, dice, doy mi vida. ¿Quién da? ¿Qué da? ¿Qué es Cristo? Dios y hombre. No es un hombre con cuerpo sólo, porque, constando el hombre de alma y cuerpo, Cristo es hombre completo. Pues no había de tomar la parte más inferior, dejando la más principal, ya que en el hombre el alma es superior al cuerpo. Si ambas partes están en Cristo, ¿qué es Cristo? Digo que es el Verbo y hombre. ¿Qué quiere decir Verbo y hombre? Verbo, alma y cuerpo. Retenedlo bien, porque no faltaron herejes en esta materia, arrojados tiempo ha de la verdad católica, pero que sin entrar por la puerta, a guisa de ladrones y salteadores, no cesan de poner asechanzas al rebaño. Apolinaristas se han llamado los herejes que no repararon en asegurar que Cristo no era más que Verbo y carne y que no tomó el alma humana; pero algunos de ellos no pudieron negar que también había alma en Cristo. Absurdo y locura intolerables. Le negaron el alma racional y le pusieron un alma irracional; le despojan del alma humana y le dan la de una bestia. Quitan a Cristo la razón quienes están faltos de ella. Lejos de nosotros tal demencia, que hemos sido nutridos y fundamentados en la fe católica. Con este motivo quiero advertir a vuestra caridad, del modo que en las pláticas anteriores os hice ver los errores de Sabelio, que decía que el Padre y el Hijo son el mismo; los de Arrio, que afirma que no es la misma sustancia la del Padre y la del Hijo; también debéis recordar la instrucción recibida contra los fotinianos, que aseguraron que Cristo fue sólo hombre, sin ser Dios; y contra los maniqueos, quienes dijeron que sólo era Dios y no era hombre; con este motivo, digo, quiero poneros en guardia contra los apolinaristas, que enseñan que Nuestro Señor Jesucristo no tuvo alma humana, esto es, alma racional, alma inteligente, alma, en fin, por la cual nos distinguimos de los animales y somos hombres.

 

10. ¿En qué sentido dijo aquí el Señor: Tengo poder para entregar mi alma? ¿Quién la da para volverla a tomar? Cristo, por ser el Verbo, la da y de nuevo la toma. ¿Acaso por ser humana su alma se da y de nuevo se toma a sí misma? ¿Acaso, por ser carne, la carne da y toma de nuevo al alma? Tres fórmulas he propuesto, de las cuales vamos a tratar para elegir la que sea más conforme a la verdad. Si decimos que el Verbo dio su alma y de nuevo la toma, es de temer que se infiltre algún pensamiento malo y se nos objete que, de ser esto así, aquella alma estuvo algún tiempo separada del Verbo, y, por consiguiente, durante ese tiempo el Verbo estuvo sin alma. Yo sé que el Verbo estuvo sin alma, pero cuando en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Mas desde que el Verbo se hizo carne para morar con nosotros y recibió en sí la naturaleza humana, es decir, el cuerpo y el alma, ¿qué hicieron ia pasión y la muerte sino separar al alma del cuerpo?; pero no la separó del Verbo. Si murió el Señor, mejor dicho, porque murió el Señor por nosotros en la cruz, es indudable que su carne exhaló el alma: temporalmente el alma abandonó la carne, que con la vuelta del alma había de resucitar. Pero no digo que el alma se separó del Verbo. Al alma del ladrón le dijo: Hoy estarás conmigo en el -paraíso. No abandonaba al alma creyente del ladrón, ¿y había de abandonar la suya? De ningún modo. Guardó el alma del ladrón como Señor, pero estuvo inseparablemente unido a la suya. Si dijésemos ahora que la propia alma se dio a sí misma y ella misma se volvió a tomar a sí propia, sería un absurdo incalificable, pues no podría separarse de sí misma cuando no estaba separada del Verbo.

 

11. Digamos, pues, lo que es verdad y fácilmente comprensible. Supongamos un hombre cualquiera, que no consta del Verbo, de alma y de carne, sino sólo de alma y cuerpo; preguntémosle cómo él da su alma, ¿o es que ningún hombre da su alma? Podrás decirme que nadie tiene poder para dar su alma y volverla a tomar otra vez. Si el hombre no pudiera hacerlo, no diría el apóstol Juan que, corno Cristo dio su alma por sus ovejas, así nosotros debemos darla por los hermanos. Luego también a nosotros nos es permitido dar nuestras almas por los hermanos, si estamos llenos de su virtud, porque sin El nada podemos hacer. Cuando un santo mártir dio su alma por los hermanos, ¿quién la dio? ¿Qué dio? Comprendiendo esto, comprendemos cómo Cristo dijo que poder tenía para dar su alma. ¡Oh hombre!, ¿estás dispuesto a morir por Cristo? Responde que sí. Lo preguntaré con otras palabras. ¿Estás dispuesto a dar tu alma por Cristo? A estas palabras responde igualmente que sí, como me había respondido al preguntarle si estaba dispuesto a morir. Luego lo mismo es dar el alma que morir. Pero ¿por quién? Porque todos los hombres, cuando mueren, entregan su alma, pero no todos la entregan por Cristo, como nadie tiene poder para tomar lo que había dado. Cristo la dio por nosotros, la dio cuando quiso y la tomó cuando quiso. Luego dar el alma es morir. En este sentido dice al Señor el apóstol San Pedro: Yo daré mi alma por ti, es decir, moriré por ti. Luego la carne es quien da su alma, y ella es quien la toma de nuevo, mas no por su propia virtud, sino por virtud de quien habita en ella. La carne da su alma expirando. Contempla al Señor en la cruz diciendo: Tengo sed. Los circunstantes empapaban una esponja en vinagre, la pusieron en una caña y la aplicaron a su boca. Después de haberla gustado, dijo: Todo está consumado; están cumplidas todas las profecías referentes a mí antes de morir. Y porque tenía poder para dar su alma cuando quisiera, después de decir que todo estaba cumplido, dice el evangelista: Con la cabeza inclinada entregó su espíritu. Esto es dar el alma. Fije bien Vuestra Caridad en esto la atención. ¿Quién dio? ¿Qué dio? Entregó el espíritu, y lo entregó la carne. ¿Qué quiere decir que la carne lo entregó? Que la carne lo soltó, lo expiró; pues expirar no es más que ponerse fuera del alcance del espíritu, como exilar es ponerse fuera del suelo; exorbitar, salir fuera de la órbita; así expirar es salir fuera del espíritu, que es el alma. Cuando, pues, el alma sale de la carne, y la carne queda sin el alma, entonces se dice que el hombre da o pone su alma. ¿Cuándo Cristo dio su alma? Cuando quiso el Verbo. El principado lo tenía el Verbo. En El residía el poder de cuándo la carne debía dar el alma y cuándo debía tomarla.

 

12. Si la carne dio el alma, ¿por qué se dice que Cristo dio el alma? ¿Cristo no es carne? Ciertamente; Cristo es carne, es alma y es Verbo. Pero estas tres cosas no son tres Cristos; son un solo Cristo. Considera al hombre y de ti mismo forma un escalón para subir a lo que está sobre ti, si no para entenderlo, al menos para creerlo. Como el cuerpo y el alma son un solo hombre, así el Verbo y el hombre son un solo Cristo. Fijaos en lo que he dicho y entendedlo. Dos cosas son el alma y el cuerpo, y ambas son un hombre solo. El Verbo y el hombre son dos cosas, pero Cristo es uno solo. Tomemos por ejemplo a un hombre. ¿Dónde está ahora el apóstol San Pablo? Si alguien dice que descansa con Cristo, dice la verdad; y si otro dice que está en Roma en el sepulcro, también dice la verdad. Aquél me respondió por el alma, y éste por el cuerpo. Sin embargo, no decimos que son dos Pablos, uno que descansa en Cristo y otro que está en el sepulcro; y aunque digamos que el apóstol Pablo vive en Cristo, decimos que el mismo apóstol Pablo yace muerto en el sepulcro. Muere alguno, y decimos: Era un buen hombre, fiel creyente; está en la paz del Señor; y añadimos a continuación: Vayamos a asistir a sus exequias y enterrémosle. Vas a sepultar a quien dices que está en la paz del Señor, porque una cosa es el alma, que vive en la eternidad, y otra el cuerpo, que yace en la corrupción del sepulcro. Pero desde que a la unión del alma y del cuerpo se le dio la denominación de hombre, cada uno de ellos por separado recibe y conserva ese nombre.

 

13. Nadie, por lo tanto, dude, cuando oye decir al Señor: Entrego mi alma y la tomo de nuevo. La entrega la carne, pero por el poder del Verbo, y la carne la toma por el mismo poder del Verbo. Y el mismo Señor Cristo se dice que es solamente carne. ¿Cómo lo pruebas? Me atrevo a afirmar que se llamó Cristo a la sola carne de Cristo. Creemos en un solo Dios Padre y en Jesucristo, su Hijo único y Señor nuestro. Ahora he dicho todo lo que es: Jesucristo, su Hijo único y Señor nuestro. En este todo se comprende el Verbo, el alma y la carne. Pero también confiesas lo que te dice la misma fe: Creo en aquel Cristo que fue crucificado y sepultado, con lo cual no niegas que también Cristo fue sepultado, cuando sólo su cuerpo fue sepultado. Si estaba allí el alma, no estaba muerto; pero, si era verdadera la muerte, para ser verdadera la resurrección, estaba en el sepulcro sin el alma, y, con todo. Cristo fue sepultado. Luego la carne sin alma era también Cristo, porque sola la carne fue sepultada. Lo mismo puedes ver en las palabras del Apóstol, cuando dice: Tened en vosotros los mismos sentimientos que había en Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza de Dios, no estimó una usurpación tenerse por igual a Dios. ¿Quién sino Cristo Jesús en cuanto Verbo, Dios en Dios? Advierte lo que sigue: Vero se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres y reputado como hombre por su condición. ¿Quién sino el mismo Cristo Jesús? Aquí ya está todo: el Verbo en la forma de Dios, que tomó la forma de siervo, y en la forma de siervo, el alma y la carne, tomadas por la forma de Dios. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, que los judíos dieron a sola su carne. Si a los discípulos dijo: No temáis a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar al alma, ;por ventura pudieron más en El que matar a solo el cuerpo? Y, sin embargo, matando la carne, mataron a Cristo. Así, pues, cuando la carne dio su alma, la dio Cristo; y cuando la carne, para resucitar, tomó el alma, la tomó Cristo, pero no por el poder de la carne, sino por el poder de aquel que tomó el alma y la carne, en las cuales se pudieron cumplir todas estas cosas.

 

14. Este mandato, dice, recibí de mi Padre. El Verbo recibió el mandato sin palabras, porque todo mandato está en el Verbo. Cuando se dice que el Hijo recibe del Padre lo que sustancialmente tiene, según está escrito, que así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio al Hijo tener la vida en sí mismo, siendo el Hijo la misma vida, con lo cual no se mengua su poder, sino que se manifiesta su generación. Porque el Padre no añadió nada al Hijo, como si hubiese nacido imperfecto, sino que a quien engendró perfecto le dio todo en la misma generación. Así comunicó su igualdad al que no engendró desigual. Hablando el Señor estas cosas, como la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no le comprendieron, volvió a suscitarse la división entre los judíos a causa de estas palabras. Decían muchos de ellos: Tiene el demonio y está furioso, ¿por qué le escucháis? Estas fueron las espesísimas tinieblas: Otros decían: Estas palabras no son de uno que tiene el demonio. ¿Acaso puede el demonio abrir los ojos de los ciegos? Ya los ojos de éstos comenzaban a abrirse.

 

 

TRATADO 48

 

DESDE AQUEL PUNTO: "CELEBRÁBASE EN JERUSALÉN LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN", HASTA: "TODO CUANTO JUAN DIJO DE ÉSTE, ERA VERDADERO, Y MUCHOS CREYERON EN EL"

 

1. Lo que ya tengo recomendado a Vuestra Caridad, debéis tenerlo bien fijo en la memoria. No quiere el evangelista San Juan darnos siempre leche para nuestra nutrición, mas quiere que tomemos alimentos sólidos. Pero aquel que no sea capazde tomar el alimento sólido de la palabra de Dios, nútrase conla leche de la fe y crea sin tardanza lo que no alcanza a entender. La fe es el mérito; la comprensión es el premio. El mismo trabajo de atender hace sudar a la perspicacia de nuestra inteligencia para rasgar los velos de la niebla humana y tener claridad para entender la palabra de Dios. No se rechace el trabajo si hay amor, pues bien sabéis que quien ama no siente el trabajo, y que cualquier trabajo es pesado a quienes no aman. Si tantos trabajos soporta en los avaros la avaricia, ¿no podrá soportarlos en nosotros la caridad?

 

2. Escuchad atentamente el evangelio: Se celebraba en Jerusalén la fiesta de las Encenias. Encenia era la fiesta de la Dedicación del Templo. La palabra griega cainon quiere decir nuevo. Cuando era dedicada alguna cosa nueva, se llamaban encenias. Ya el uso común ha adoptado esta palabra. Cuando alguien estrena una túnica nueva, se dice que encenia. Los judíos, pues, celebraban con solemnidad la Dedicación del Templo; y ésa era la fiesta que se celebraba cuando el Señor dijo lo que se acaba de leer.

 

3. Era en invierno. Y paseaba Jesús en el templo por el pórtico de Salomón. Rodeáronle, pues, los judíos, y le decían: ¿Hasta cuándo has de tener en suspenso a nuestra alma? Si té eres el Cristo, dínoslo claramente. No intentaban conocer la verdad, sino prepararle una calumnia. Era en invierno, estaban fríos y sentían pereza de acercarse a aquel divino fuego. Si acercarse es creer, quien cree se acerca, quien niega se aleja. No se mueve el alma con pies, sino con afectos. Estaban fríos en la caridad y ardían en deseos de hacer daño. Estaban muy distantes y se hallaban allí, no se acercaban por la fe y apremiaban con la persecución. Intentaban oír de labios de Cristo que El era el Cristo, y quizá a ese Cristo se lo imaginaban como un hombre. Anunciaron a Cristo los profetas; pero ni por los profetas ni por el mismo Evangelio entienden los herejes la divinidad de Cristo; cuánto menos los judíos mientras el velo cubra su corazón. Conociendo Jesús que ellos imaginaban al Cristo como un simple hombre y no como Dios, según aquello por lo cual era hombre y no según aquello por lo cual permanecía Dios aun después de encarnado, les dijo: ¿Qué os parece a vosotros de Cristo? ¿De quién es hijo? Respondieron según la opinión que tenían: De David. Así lo habían leído y con esto solo se quedaban; también habían leído cosas referentes a su divinidad, mas éstas no las habían comprendido. Y el Señor, para levantarlos al conocimiento de su divinidad, cuya bajeza despreciaban, les contesta: ¿Cómo, pues, David en espíritu le llama Señor, cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Toma asiento a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo el escabel de tus pies? Si, pues, David en espíritu le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo? No lo negó; solamente preguntó; no sea que alguno al oír esto piense que el Señor Jesús negó que fuese hijo de David. Porque, si el Señor Jesucristo negase que El era hijo de David, no hubiese curado a los ciegos que le invocaban de este modo. Pasaba cierto día, y dos ciegos sentados a la vera del camino clamaron: Hijo de David, ten piedad de nosotros. Oída esta voz, se enterneció, se detuvo, los sanó y les dio la vista, porque reconoció ese nombre suyo. Lo mismo dice el apóstol San Pablo: El cual le nació según la carne del linaje de David; y en la carta a Timoteo: Ten presente que Jesucristo, del linaje de David, resucitó de entre los muertos, según mi evangelio. Era el Señor del linaje de David, porque la Virgen María descendía del linaje de David.

 

4. Como piedra de toque preguntaban los judíos a Cristo, para tener ocasión de esparcir la calumnia de arrogarse el poder real si decía: Yo soy el Cristo, del linaje de David, según ellos lo imaginaban. Más es lo que les descubrió en su respuesta; ellos pretendían calumniarle de hacerse hijo de David, y El respondió que era Hijo de Dios. Escuchad sus palabras: Respondióles Jesús: Os lo digo, y no me creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí: pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Ya sabéis, por lo expuesto anteriormente, cuáles son sus ovejas; sed vosotros siempre ovejas. Ovejas son creyendo, siguiendo al pastor, no menospreciando al redentor, entrando por la puerta, saliendo y hallando pastos y gozando de la eterna vida. Y a ellos les dijo: No sois de mis ovejas, porque sabía que estaban destinados a la eterna condenación, y no a la vida eterna, como los adquiridos con el precio de su sangre.

 

5. Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Recordaréis que antes había dicho: Y entrarán, y saldrán y hallarán pastos. Hemos entrado creyendo y salimos muriendo. Y así como hemos entrado por la puerta de la fe, así salgamos del cuerpo con la misma fe, y de este modo salimos por la misma puerta, para poder hallar los pastos. Buen pasto es la vida eterna, donde la hierba no se seca, siempre está toda verde y lozana. Hay una hierba que se llama siempreviva; sólo allí se encuentra. Yo, dice, les daré la vida eterna a mis ovejas. Vosotros sólo maquináis calumnias, porque sólo pensáis en la vida presente.

 

6. Y no perecerán eternamente, como si quisiera decirles: Vosotros pereceréis eternamente porque no sois de mis ovejas. Nadie las arrebatará de mi mano. Escuchad con mayor atención: Lo que mi Padre me ha dado, sobrepuja a todo. ¿Qué podrán el lobo, el ladrón y el salteador? No perderán sino a los predestinados a la muerte. Pero de aquellas ovejas de las cuales dice el Apóstol: Conoce el Señor quiénes son los suyos. A quienes previo, los predestinó; a quienes predestinó, los llamó; a quienes llamó, los justificó, y a quienes justificó, a estos mismos glorificó; de estas ovejas ni el lobo arrebata, ni el ladrón roba, ni el salteador mata. Seguro está de su número, porque sabe lo que dio por ellas. Por eso dice que nadie las arrebatará de sus manos; y, dirigiéndose al Padre, dice que lo que el Padre le dio supera a todo. ¿Qué es lo que el Padre le dio que vale más que todo? El ser su Hijo unigénito. ¿Qué quiere significar el vocablo dio? ¿Existía ya aquel a quien daba, o lo dio con la generación? Porque, si existía aquel a quien daba el ser Hijo, hubo un tiempo en que no era Hijo. Jamás tengáis el pensamiento de que en algún tiempo Cristo existiera sin ser Hijo. De nosotros bien puede decirse, pues en algún tiempo éramos hijos de los hombres, pero no éramos hijos de Dios. A nosotros la gracia de Dios nos hizo hijos suyos; a El, la naturaleza, porque así ha nacido. Ni te asiste razón para decir que no existía antes de nacer, porque nunca nació quien era coeterno del Padre. El que lo vea que lo entienda, y quien no lo entienda, que lo crea; nútrase con la fe y lo entenderá. El Verbo de Dios estuvo siempre con el Padre, y siempre fue Verbo; y porque es Verbo, es

Hijo. Siempre Hijo y siempre igual. No es igual por haber crecido, sino por haber nacido es igual, porque siempre nace el Hijo del Padre, Dios de Dios, coeterno del eterno. El Padre no tiene del Hijo el ser Dios; el Hijo tiene del Padre el ser Dios, porque el Padre le dio el ser Dios engendrándole, y en la misma generación le dio el ser coeterno a El y el ser igual a El. Esto es lo que es más que todo. ¿Cómo el Hijo es la Vida y tiene la vida? Lo que El tiene, eso es. Una cosa es lo que tú eres y otra cosa es lo que tienes. Tienes, por ejemplo, sabiduría, ¿eres tú la sabiduría? Y porque tú no eres lo que tienes, si pierdes lo que tienes, te haces no poseedor, y así unas veces lo pierdes, otras veces lo recuperas. Nuestros ojos no son inseparables de la luz: la reciben cuando se abren, la pierden cuando se cierran. No es Dios de este modo el Hijo de Dios, el Verbo del Padre. No es el Verbo de tal forma que no sea cuando deja de sonar, sino que permanece desde su nacimiento. Tiene la sabiduría de modo que El es la sabiduría y hace a otros sabios. Tiene la vida de modo que El es la vida y hace que otros sean seres vivos. Esto es lo que es mayor que todo. Queriendo hablar del Hijo de Dios el evangelista San Juan, mira al cielo y a la tierra, los mira y se remonta sobre ellos. Sobre el cielo contempla los millares de ejércitos angélicos, contempla con la mente a todas las criaturas, como el águila contempla las nubes, y, remontándose sobre todas ellas, llega a aquello, que es mayor que todo, y dice: En el principio era el Verbo. Pero, como aquel de quien El es Verbo no procede del Verbo, y el Verbo procede de aquel cuyo es el Verbo, dice: Lo que me dio el Padre, esto, es el ser su Verbo, el ser su Hijo unigénito y esplendor de su luz, es mayor que todas las cosas. Nadie, por lo tanto, arrebata a mis ovejas de mis manos. Nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre.

 

7. De mis manos, de las manos de mi Padre. ¿Qué quiere significar diciendo: Nadie las arrebata de mis manos, nadie las arrebata de las manos de mi Padre? ¿Por ventura es la misma la mano del Padre y la del Hijo, o acaso el Hijo es la mano del Padre? Si por la mano entendemos el poder, uno es el poder del Padre y del Hijo, porque una es la divinidad; pero, si por mano entendemos lo que dijo el profeta: ¿A quién ha sido revelado el brazo del Señor?, entonces la mano del Padre es el mismo Hijo. Mas no se dicen estas cosas como si Dios tuviese forma humana y como miembros corporales, sino que indican que por ese brazo han sido hechas todas las cosas. También los hombres suelen llamar brazos suyos a otros hombres, por medio de los cuales hacen lo que ellos quieren. Y algunas veces se llama mano del hombre a la obra que ejecutaron sus manos; por ejemplo, cuando uno dice que conoce su mano al ver un escrito suyo. Entendiéndose, pues, de varios modos la mano del hombre, que propiamente la posee entre los miembros de su cuerpo, ¿por qué se le ha de dar una sola interpretación a la mano de Dios, que no tiene forma corporal alguna? Por lo cual, en este lugar, con mejor acuerdo, por la mano del Padre y del Hijo entendemos el poder del Padre y del Hijo para evitar que, al oír decir aquí que el Hijo es la mano del Padre, pueda surgir el pensamiento carnal de buscar al Hijo un hijo suyo, del cual se diga que es la mano de Cristo. Luego nadie las arrebata de mis manos significa que nadie me las arrebata a mí.

 

8. Pero, para que alejes de ti toda clase de duda, escucha lo que sigue: Yo y el Padre somos una sola cosa. Hasta aquí pudieron tolerar los judíos; pero cuando oyeron: Yo y el Padre somos una sola cosa, no pudieron contenerse, y, persistiendo en su acostumbrada dureza, apelaron a las piedras. Cogieron piedras para apedrearle. Y el Señor, que no padecía cuando no quería, y que no padeció sino lo que quiso padecer, sigue aún hablando a quienes intentaban apedrearle. Cogieron piedras los judíos para apedrearle. Respondióles Jesús: Muchas obras buenas os he manifestado acerca de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? Y ellos replicaron: No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por la blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Contestaron a lo que El había dicho: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ved cómo los judíos entendieron lo que no comprenden los arríanos. Por eso se enfurecieron, porque entendieron que, cuando no hay igualdad entre el Padre y el Hijo, no se puede decir: Yo y el Padre somos una sola cosa.

 

9. Observad la respuesta que el Señor da a los tardos. Sabiendo que ellos no eran capaces de resistir el fulgor de la verdad, lo veló un poco en sus palabras. ¿No está escrito en la ley vuestra, es decir, la que ha sido dada a vosotros: Yo dije: Sois dioses? Por el profeta dice Dios a los hombres en el Salmo: Yo dije: Sois dioses. El Señor dio el nombre de Ley a toda la Escritura en general, aunque en otro lugar distinga la Ley de los Profetas; por ejemplo, cuando dice: La Ley y los Profetas hasta Juan; y también: De estos dos preceptos dependen toda la Ley y los Profetas. Algunas veces distribuye la Escritura en tres partes, como cuando dice: Conviene cumplir todo lo que está escrito en la Ley, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Pero, en esta ocasión, bajo el nombre de Ley comprende también a los Salmos, en donde está escrito: Yo dije: Dioses sois. Si llamó dioses a aquellos a quienes habló Dios, y no puede fallar la Escritura, ¿de quien el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís que blasfemas porque dije: Soy Hijo de Dios? Si la palabra de Dios en los hombres pudo hacer que se llamasen dioses, ¿cómo no ha de ser Dios el Verbo de Dios, que está en Dios? Si por la palabra de Dios son dioses los hombres, si son dioses por participación, ¿no será Dios aquel de quien participan? Si las luces encendidas son dioses, ¿no será Dios la luz que las enciende? Si los calentados con el fuego de salud se convierten en dioses, ¿no será Dios el fuego que les da el calor? Si te acercas a la luz, eres iluminado y te cuentas entre los hijos de Dios; si te apartas de la luz, te oscureces y te hallas en tinieblas; pero aquella luz no se acerca a sí, porque no se aparta de sí misma. Si, pues, a vosotros os convierte en dioses la palabra de Dios, ¿cómo no ha de ser Dios el Verbo de Dios? El Padre santificó a su Hijo y lo envió al mundo. Quizá alguno diga: Si el Padre lo santificó, en algún tiempo no era santo. Lo hizo santo con la misma generación. Engendrándolo le dio el ser santo, porque lo engendró santo. Pues si lo que se santifica, antes no era santo, ¿cómo decimos al Padre santificado sea el tu nombre?

 

10. Si no hago las obras de mi Padre, no creáis en mí; pero si las hago, y no queréis creerme a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en El. No dice el Hijo: el Padre está en mí y yo en El como pueden decirlo los hombres. Si tenemos buenos pensamientos, estamos en Dios, y si llevamos buena vida, Dios está en nosotros. Los fieles, participando de su gracia e iluminados por El, estamos en El, y El está en nosotros. Pero no está así el Hijo unigénito: El está en el Padre, y el Padre está en El como un igual está en aquel a quien es igual. Nosotros, finalmente, podemos decir que estamos en Dios y que Dios está en nosotros; pero ¿podremos decir que nosotros y Dios somos una misma cosa? Tú estás en Dios, porque Dios te contiene; Dios está en ti, porque has sido hecho templo de Dios. Pero, por estar Dios en ti y tú en Dios, ¿puedes decir: Quien me ve a mí, ve a Dios, como lo dijo el Unigénito: Quien me vio a mí, vio también al Padre; y: Yo y el Padre somos una sola cosa? Reconoce lo que es propio del Señor y el don concedido al siervo. Lo propio del Señor es la igualdad con el Padre, y el don del siervo es la participación del Salvador.

 

11. Quisieron, pues, prenderle. Ojalá le prendiesen creyendo y entendiendo, no persiguiéndole y matándole. Pues yo, hermanos míos, en este momento en que digo tales cosas, como enfermo ante el fuerte, como pequeño ante lo grande, como frágil ante lo firme, y vosotros, que sois de la misma masa que yo, que os hablo, todos conjuntamente queremos aprehender a Cristo. ¿Qué significa aprehender? Si entendiste, aprehendiste. Pero no así los judíos; tú le prendiste para tenerle; ellos quisieron prenderle para verse libres de El. Y porque querían prenderle de este modo, ¿qué les hizo? Se escapó de sus manos. No le prendieron porque no tenían las manos de la fe. El Verbo se hizo carne, pero no era dificultoso para el Verbo librar a su carne de las manos de la carne. Prender a Cristo con el corazón es prender bien a Cristo.

 

12. Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, a aquel lugar en donde Juan había comenzado a bautizar, 'y se quedó allí. Y muchos vinieron a El, y decían que ciertamente Juan no había hecho milagro alguno. Recordáis que fue dicho de Juan que era la candela y daba testimonio al día. ¿Por qué éstos dijeron que Juan no hizo ningún milagro? Ningún milagro, dicen, hizo Juan: no expulsó a los demonios, no dio vista a los ciegos, no resucitó muertos, no dio de comer a tantos millares de hombres con cinco o siete panes, no anduvo sobre el mar, no mandó a los vientos ni a las olas; ninguna de estas cosas hizo Juan, y, con todo, cuanto decía daba testimonio de Cristo. Por medio de la candela lleguémonos al día. Juan no hizo milagro alguno. Mas todo cuanto Juan dijo de éste, era verdadero. Estos le prendieron, pero no al modo de los judíos, pues los judíos querían prender al que partía, y éstos prendieron al que con ellos se quedaba. Finalmente, concluye: Muchos creyeron en El.

 

 

TRATADO 49

 

DESDE: "HABÍA UN ENFERMO LLAMADO LÁZARO" HASTA: "SE FUE A UNA REGIÓN CERCANA AL DESIERTO, A UNA CIUDAD LLAMADA EFRÉN, Y ALLÍ VIVÍA CON SUS DISCÍPULOS"

 

1. Entre todos los milagros hechos por nuestro Señor Jesucristo, tiene particular resonancia la resurrección de Lázaro. Pero, si nos fijamos en aquel que lo hizo, debemos más bien alegrarnos que admirarnos. Resucitó a un hombre aquel que hizo al hombre; El es el Unigénito del Padre, por el cual, como sabéis, fueron hechas todas las cosas. Si, pues, por El fueron hechas todas las cosas, no es de admirar que por El resucitase uno, cuando por El nacen tantos diariamente. Más es crear un hombre que resucitarlo. Dignóse, empero, crear y resucitar; crear a todos y resucitar a algunos. No todo cuanto hizo el Señor Jesús está escrito, como lo afirma el mismo evangelista San Juan, diciendo que Cristo obró y dijo muchas otras cosas que no han sido escritas. Han sido elegidas las que se han escrito, porque parecen suficientes para la salvación de los que habían de creer. Oíste que el Señor resucitó a un muerto; esto debe bastarte para saber que, si quisiese, podía resucitar a todos; lo cual se lo ha reservado para el fin de los tiempos. Pues el mismo que resucitó a uno que llevaba cuatro días en el sepulcro, según habéis oído, dice que llegará la hora en que cuantos están en los sepulcros oirán su voz y saldrán de ellos. Resucitó a uno en descomposición, pero que aún conservaba en el cadáver descompuesto la forma de los miembros; mas El en el último día, con una sola voz, convertirá las cenizas en carne. Era conveniente que ahora hiciese algunos milagros, que, siendo manifestaciones de su poder, nos moviesen a creer en El, preparándonos para aquella resurrección que conduce a la vida, evitando el juicio de condenación. Por lo cual, El nos avisa que llegará la hora en que cuantos hay en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los que obraron bien para la resurrección de la vida, y los que obraron mal, para la resurrección del juicio.

 

2. Hemos leído en el Evangelio que el Señor resucitó a tres muertos, lo cual quizá encierre algún misterio, porque las obras del Señor no sólo son hechos, sino también signos; y, por lo mismo, aparte de lo maravilloso, tienen un significado cuya inteligencia es a veces más laboriosa que su audición o lectura. Cuando era leído el Evangelio escuchábamos, atónitos a la vista de tan grande milagro, cómo Lázaro había vuelto a la vida. Pero, si prestamos atención a obras más maravillosas de Cristo, todo aquel que cree, resucita; y si corremos todos los géneros de muertes, hallaremos entre las más detestables la muerte del que peca. Todos temen la muerte del cuerpo, pero pocos temen la muerte del alma. Todos se afanan por evitar que llegue la muerte de la carne, que inevitablemente ha de llegar, y por eso trabajan. Se trabaja para que no muera el hombre que ha de morir, y nada se hace para que no muera el hombre que ha de vivir eternamente. En vano se trabaja para hacer que el hombre no muera; lo más que se puede conseguir es aplazar la muerte, no evitarla; pero, si no quiere pecar, no necesitará afanarse, y vivirá eternamente. ¡Oh si pudiésemos mover a los hombres, y juntamente con ellos movernos nosotros, a ser amantes de la vida que permanece, tanto cuanto ellos son amantes de la vida que se escapa! ¿Qué no hace el hombre que se halla en peligro de muerte? Cuando se ven con la espada al cuello, abandonan cuanto tenían reservado para vivir. ¿Quién dejó de hacer traición para no ser golpeado? Y después de la traición quizá no escapó de los azotes. ¿Quién, por vivir, no prefirió perder cuanto tenía para vivir, eligiendo antes una vida de mendigo que una muerte prematura? ¿A quién se ha dicho: Navega si no quieres morir, y lo ha aplazado? ¿A quién se ha dicho: Trabaja si no quieres morir, y se ha hecho el remolón? Dios manda cosas ligeras para que vivamos eternamente, y no hacemos caso, No te dice Dios: Pierde cuanto tienes para que vivas corto tiempo solícito en el trabajo. Pero te dice: Da de lo que tienes; a los pobres, para que vivas seguro y sin trabajar. Los amantes; de la vida temporal, que no la tienen cuando quieren ni por el tiempo que ellos quieren, son nuestros acusadores, y ¡no nos acusamos nosotros mutuamente de ser tan perezosos y tan fríos para alcanzar la vida eterna, que podemos tener si queremos, y que, cuando la tengamos, jamás la perderemos! Esta muerte que ahora tememos, nos llegará aun cuando no queramos.

 

3. Si, pues, el Señor, por su gracia y por su misericordia, resucita a las almas para que no muramos por siempre, bien podemos suponer que los tres muertos que resucitó en sus cuerpos significan y son figura de las resurrecciones de las almas que se obran por la fe. Resucitó al hijo del archisinagogo cuando aún estaba en casa de cuerpo presente; resucitó al joven hijo de la viuda cuando le llevaban ya fuera de las puertas de la ciudad; resucitó a Lázaro, que llevaba cuatro días en el sepulcro. Mire cada cual para su alma. Muere si peca, porque el pecado es la muerte del alma. Pero a veces se peca de pensamiento; te agradó lo que era malo, consentiste; pecaste; ese consentimiento te dio la muerte, pero esa muerte es interna, porque el mal pensamiento no pasó a la obra. Para indicar el Señor que El resucita a estas almas, resucitó a aquella niña que todavía no había sido sacada fuera, sino yacía muerta en la casa: estaba oculta, como el pecado. Pero, si no sólo diste el consentimiento a la mala delectación, sino que pusiste el mal por obra, lo sacaste afuera, como a un muerto; ya estás fuera y levantado como cadáver. Sin embargo, el Señor resucita también a éste y lo devuelve a su madre viuda. Si pecaste, arrepiéntete, y el Señor te resucitará y te devolverá a la Iglesia, tu madre. El tercero de los muertos es Lázaro. Hay un género de muerte detestable, que se llama hábito perverso. Porque una cosa es pecar, y otra tener el hábito del pecado. Quien peca y al punto se enmienda, pronto vuelve a la vida, porque aún no está amarrado por el hábito; aún no está sepultado. Pero quien tiene el hábito del pecado está ya sepultado, y bien puede decirse que ya hiede, pues empieza a tener mala fama como si fuera un hedor insoportable. Tales son los dados al vicio y de perversas costumbres. Les dices: No hagas esto. ¿Cuándo has sido escuchado por quien está bajo tierra, y se deshace en la corrupción, y está bajo la gruesa losa de la costumbre? Pues ni para resucitar a éste fue menor el poder de Cristo. Lo sabemos, lo hemos visto y diariamente vemos a hombres que, cambiadas sus pésimas costumbres, viven mejor que quienes los reprendían. Detestabas a ese hombre, pues ahí tienes a la misma hermana de Lázaro (si es que es la misma que ungió con el ungüento los pies del Señor y Jos enjugó con sus cabellos después de haberlos lavado con sus lágrimas) mejor resucitada que su hermano, ya que fue libertada de la pesada mole de sus hábitos perversos e inveterados. Era una pecadora de fama, y de ella se dijo: Se le perdonan muchos pecados porque amó mucho. Vemos a muchos, hemos conocido a muchos; nadie desespere, nadie presuma de sí mismo. Es malo desesperar y presumir de sí. N o desesperes y elige aquello de lo cual debes presumir.

 

4. También el Señor resucitó a Lázaro. Y habéis oído a qué Lázaro, esto es, qué significa la resurrección de Lázaro. Demos, pues, comienzo a la lectura, y como en ella se contienen muchas cosas claras, no explicaremos una por una, para atender a las que más necesitan de explicación. Había enfermo un hombre llamado Lázaro, vecino de Betania, en la casa de María y Marta, hermanas suyas. Recordáis por la lectura anterior que el Señor escapó de las manos de quienes le querían apedrear y se fue al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. Estando allí el Señor, enfermaba Lázaro en Betania, que era un castillo próximo a Jerusalén.

 

5. María era la que ungió al Señor con el perfume y limpió sus pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo. Sus hermanas, pues, enviaron a decirle. Ya sabemos adonde enviaron, a donde estaba el Señor, porque estaba ausente, esto es, al otro lado del Jordán. Enviaron al Señor a decirle que su hermano estaba enfermo, para que se dignase venir y librarle de la enfermedad. El aplazó sanarlo para poder resucitarlo. ¿Qué es lo que le enviaron a decir sus hermanas? Señor, aquel a quien amas está enfermo. No le dijeron que viniese, porque al amante le bastaba la noticia. No se atrevieron a decirle: Ven y sánalo; ni tampoco osaron decir: Mándalo desde ahí y surtirá efecto aquí. ¿Por qué no son éstas alabadas como lo fue la fe del centurión? Pues él dijo: No soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y será sano mi siervo. Nada de esto dijeron estas hermanas; solamente: Señor, aquel a quien amas está enfermo. Basta con que lo sepas, pues no abandonas a los que amas. Dirá alguno: ¿Por qué Lázaro representa al pecador y era tan amado por el Señor? Escúchele decir: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Si Dios no tuviese amor a los pecadores, no hubiese bajado del cielo a la tierra.

 

6. Oyéndolo Jesús, les dijo: Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado. Tal glorificación no fue de aumento para El, sino de provecho para nosotros. Y dice que no es de muerte, porque la misma muerte no es de muerte sino para dar ocasión a un milagro, por el cual los hombres creyeran en Cristo y evitaran la muerte verdadera. Observad cómo el Señor de un modo indirecto dice que es Dios por aquellos que niegan que el Hijo sea Dios. Pues hay herejes que niegan que el Hijo de Dios es Dios. Escuchen éstos: Esta enfermedad no es de muerte, sino para manifestar la gloria de Dios. ¿Qué gloria? ¿De qué Dios? Sigue leyendo: Para que el Hijo de Dios sea glorificado. Luego esta enfermedad no es de muerte, sino por la gloria de Dios para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella, esto es, por medio de aquella enfermedad.

 

7. Amaba el Señor a Marta y a María, su hermana, y a Lázaro. El enfermo, ellas tristes, todos amados. Pero los amaba el salvador de los enfermas, el que resucitaba los muertos, el consolador de los tristes. Luego que oyó que estaba enfermo, entonces permaneció dos días más en el mismo lugar. Recibió la noticia, y permaneció allí hasta que pasaron los cuatro días. Y no de balde. Porque quizá, mejor dicho, ciertamente el propio número de días encierra algún misterio. Pasados estos días, dice a sus discípulos: Vayamos a la Judea otra vez, donde casi fue apedreado y de donde, al parecer, había marchado para no ser apedreado. Marchó como hombre, pero al volver, como olvidado de su flaqueza, manifestó su poder. Vayamos, dice, a la Judea.

 

8. Notad el espanto de los discípulos al oír estas palabras: Dícenle los discípulos: Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿otra vez vas allá? Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? ¿Qué significa esta respuesta? Ellos dijeron: Poco ha querían apedrearte los judíos, y ¿otra vez allá para que te apedreen? Y el Señor contesta: ¿No son doce las horas del día? Quien camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero, si camina de noche, tropieza, porque no tiene luz. Habla el Señor de día, pero en nuestra inteligencia aún dura la noche. Llamemos al día para que expulse la noche y alumbre el corazón con su luz. ¿Qué es lo que quiso el Señor dar a entender? Según a mí me parece y por lo que deja entrever la altura y profundidad de la sentencia, quiso reprender su duda y su infidelidad. Intentaron dar un consejo al Señor para evitar la muerte, a El, que había venido a morir para que ellos no muriesen. También en otro lugar San Pedro, lleno de amor al Señor, pero no plenamente ilustrado acerca del motivo de su venida, temió por su muerte, con lo cual desagradó a la Vida, es decir al mismo Señor. Cuando declaró a sus discípulos que había de padecer en Jerusalén de parte de los judíos, Pedro, entre otros, le dijo: Lejos de ti, Señor, tal cosa; guárdate bien, que esto no sucederá. A lo cual respondió el Señor: Vete lejos de mí, Satanás; no entiendes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Y poco antes había merecido su elogio por confesarle por Hijo de Dios, porque le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo han revelado la carne y la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos. A quien había llamado bienaventurado, le dice: Retírate, Satanás, porque de sí no era bienaventurado. ¿De dónde? Porque no te lo han revelado la carne y la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos. Por esto eres bienaventurado: no por ti, sino por mí. No porque yo soy el Padre, sino porque mías son todas las cosas del Padre Pues si era bienaventurado por el Señor, ¿por quién era Satanás? Allí mismo lo dice al dar la razón de su bienaventuranza. Porque no te lo reveló la carne y la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos; ésta es la causa de tu bienaventuranza. Escucha ahora la causa de decirle: Retírate, Satanás. No entiendes las cosas de Dios, solamente las del hombre. Nadie, pues, se lisonjee: por sí es Satanás, por Dios es bienaventurado. ¿Qué quiere decir por sí sino por su pecado? ¿Qué cosa es tuya fuera del pecado? La justicia de mí procede. ¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido? Queriendo, pues, dar un consejo los hombres a Dios, los discípulos al Maestro, los siervos al Señor, los enfermos al Médico, los reprendió diciendo: ¿No son doce las horas del día? Quien caminare durante el día, no tropieza. Si no queréis tropezar, seguidme a mí; no pretendáis darme consejos vosotros, que debéis recibirlos de mí. Pues ¿a quién se refieren las palabras No son doce las horas del día? Para indicar que El era el día, escogió doce discípulos. Y si yo, dice, soy el día, y vosotros las horas: ¿acaso las horas dan consejos al día? Las horas siguen al día, y no el día a las horas. Y si ellos eran las horas, ¿qué era allí Judas? ¿También él estaba entre las doce horas? Si era hora, tenía luz; ¿cómo, pues, entregaba a la muerte al Día? Pero el Señor en estas palabras no tenía presente a Judas, sino a su sucesor. Pues, a la caída de Judas, fue elegido Matías, y quedó completo el número de doce. Por lo tanto, no sin motivo el Señor eligió doce discípulos, porque El es el día espiritual. Sigan, pues, las horas al día, anuncien las horas el día, reciban las horas su resplandor y su luz del día, y por la predicación de las horas crea el mundo en el día. Todas estas cosas están compendiadas en las palabras Seguidme a mí si no queréis tropezar.

 

9. Después de esto les dice: Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy para despertarlo. Palabra de verdad: estaba muerto para las hermanas, pero para el Señor estaba durmiendo. Estaba muerto para los hombres, que no podían darle la vida; pero el Señor lo sacaba del sepulcro con mayor facilidad que tú levantas del lecho al que está durmiendo. Teniendo, pues, en cuenta su poder, dijo que estaba durmiendo. También las Escrituras con frecuencia llaman dormidos a los muertos, como dice el Apóstol: En orden a los que duermen no quiero, hermanos, dejaros en la ignorancia, para que no os entristezcáis del modo que suelen hacerlo los demás hombres que no tienen esperanza. Los llamó dormidos, porque de antemano anunció que habían de resucitar. Duermen todos los muertos, tanto los buenos como los malos. Pero, así como los que diariamente duermen y se levantan ponen grande interés en cuanto ven en los sueños, si son cosas alegres o cosas tristes, y temen volverse a dormir por no sentir tales pesadillas, así cada cual se echa a dormir con sus preocupaciones y con ellas se levanta. Es como si uno fuese sometido a prisión para ser luego conducido ante el juez. Estas detenciones son distintas según la gravedad de los delitos: unos son vigilados por los alguaciles, que es un oficio humano, suave y civil; otros son entregados a los carceleros; otros son metidos en la cárcel, y en la misma cárcel no todos ocupan un mismo lugar, sino que cada cual es encerrado en un lugar proporcionado a la gravedad del delito. Pues así como hay diversos lugares y guardas de oficio, así son también diversos los lugares donde son custodiados los muertos, y diversos los méritos de los que habrán de resucitar. Es recluido el pobre y también el rico, pero aquél es alojado en el seno de Abrahán, y éste, donde padecerá sed y no hallará una gota de agua.

 

10. Aprovechando la ocasión que se me ofrece de instruir a Vuestra Caridad, os diré que todas las almas, al salir de este mundo, tienen sus moradas diversas. Las buenas, moradas llenas de gozo, y las malas, moradas llenas de tormento. Pero, en el día de la resurrección, el gozo de los buenos será mayor, y los tormentos de los malos serán más terribles cuando sean atormentados juntamente con sus cuerpos. En las moradas de la paz fueron recibidos los santos patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los fieles buenos; pero todos recibirán aún, en el último día, lo que Dios les ha prometido: la resurrección de la carne, la destrucción de la muerte, la vida eterna en compañía de los ángeles. Todo esto lo hemos de recibir todos a la vez, porque el descanso que se da en el punto de la muerte a quien de él se ha hecho digno, se da a cada uno cuando muere. Los patriarcas lo recibieron los primeros; después, los profetas; más recientemente, los apóstoles; más recientemente aún, los santos mártires, y cada día lo reciben los fieles buenos. Unos llevan ya mucho tiempo en este descanso, otros no tanto, otros llevan pocos años, y otros no han llegado a él. Pero, cuando despierten de este sueño, todos a la vez han de recibir lo que les ha sido prometido.

 

11. Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy yo a despertarle. Dijéronle, pues, los discípulos; ved lo que entendieron por lo que respondieron: Señor, si duerme, estará sano. El sueño de los enfermos suele ser un indicio de salud. Pero Jesús había hablado de su muerte; mas ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces les dijo Jesús claramente—pues veladamente habíales dicho que dormía—, ahora les dice claramente: Lázaro ha muerto, y por vosotros me alegro de no haber estado allí, a fin de que creáis. Y sé que ha muerto, a pesar de que yo no estaba allí. Se le había anunciado que estaba enfermo, pero no que había muerto. Y ¿qué puede ocultársele a aquel que lo había creado y a cuyas manos había ido a parar el alma del difunto? Por este motivo dice: Para que vosotros creáis, me alegro de no haber estado allí, para que ya comenzaran a admirarse de que el Señor sabía que era muerto aquel a quien no había visto ni oído que hubiese muerto. Por donde podemos colegir que era necesario fortalecer con milagros la fe, aun la de los mismos discípulos, que ya habían creído en El; no para plantar la fe que no existía, sino para que creciese la que ya había arraigado, aunque lo diga con palabras que pudieran indicar que entonces se estuviera plantando. Pues no dice: Me alegro por vosotros, para que vuestra fe se aumente o se robustezca, sino para que creáis, lo cual se debe entender para que más y con mayor firmeza creáis.

 

12. Pero vayamos a él. Entonces Tomás, por otro nombre, Dídimo, dijo a sus condiscípulos: Vamos también nosotros y muramos con El. Llegó, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que estaba en el sepulcro. Muchas cosas podrían decirse sobre estos cuatro días, ya que el sentido oscuro de la Escritura da origen a muchos sentidos, según la diversa capacidad de los intérpretes. Digamos también nosotros lo que nos parece significar el muerto de cuatro días. Así como en aquel ciego vimos representado al género humano, así en este muerto podemos considerar a muchos, pues una cosa puede verse bajo diversos aspectos. Cuando el hombre nace, nace ya con la muerte, porque viene con el pecado de Adán. Por lo cual dice el Apóstol: Por medio de un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos, porque en él todos pecaron. Ahí tienes al día primero de la muerte, el que el hombre trae por su nacimiento. Crece luego y va entrando en los años de la razón, para que se dé cuenta de la ley natural, que todos tienen grabada en el corazón: No hagas a otro lo que no quieras para ti. ¿Por ventura se aprende esto en los pergaminos, o más bien se lee en la misma naturaleza? ¿Quieres que te roben? Ciertamente no lo deseas. Ahí tienes la ley en tu corazón. No hagas lo que no quieres padecer. Los hombres traspasan esta ley: ahí tienes otro día de muerte. Promulgó Dios la Ley por medio de su siervo Moisés. En ella está escrito: No matarás; No fornicarás; No dirás falso testimonio; Honra a tu padre y a tu madre; No codicies las cosas de tu prójimo; No codicies la mujer de tu prójimo. Tampoco se hace caso de la ley escrita: he ahí el tercer día de muerte. ¿Qué queda? Vino el Evangelio, fue predicado el reino de los cielos, por todas partes se anuncia a Cristo, se amenaza con el infierno, se promete la vida eterna, y no se hace caso: los hombres traspasan el Evangelio. Este es el cuarto día de muerte. Con razón despide ya hedor. ¿No habrá ya misericordia para éstos? Ni pensarlo, pues tampoco el Señor se desdeña de acercarse a tales muertos para resucitarlos.

 

13. Muchos judíos vinieron a la casa de Marta y María para consolarlas por la muerte de su hermano. Marta, luego que oyó que Jesús venía, salió a su encuentro, María quedó sentada en casa. Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano; pero bien sé que Dios te concederá cualquiera cosa que le pidieres. No le dijo: Te ruego ahora que resucites a mi hermano. ¿Por dónde había de saber ella si le sería provechosa a su hermano la resurrección? Solamente dijo: Sé que todo lo puedes y haces cuanto quieres; pero hacerlo queda a tu juicio, no a mis deseos. Pues ahora sé ciertamente que cuanto pidieres a Dios te lo concederá.

 

14. Díjole Jesús: Tu hermano resucitará. Esta frase es ambigua, porque no dijo: Ahora resucito a tu hermano, sino Tu hermano resucitará. Dícele Marta: Sé que resucitará en la resurrección en el último día; de esa resurrección estoy segura; de ésta, no. Díjole Jesús: Yo soy la resurrección. Dices que resucitará tu hermano en el último día. Esto es verdad. Pero aquel por quien ha de resucitar entonces lo puede hacer ahora, porque yo soy la resurrección y la vida. Escuchad, hermanos, escuchad lo que dice. Todos los circunstantes esperaban que Lázaro, un muerto de cuatro días, resucitase. Escuchemos y resucitemos. ¡Cuántos hay en esta ciudad oprimidos por la mole de inveterados hábitos! Quizá me están escuchando algunos a quienes se les dice: No os llenéis de vino, que es causa de la lujuria, y responden: No podemos. Quizá me escuchan algunos impuros, mancillados con lascivias y torpezas, a los cuales se les dice: No hagáis esto, para que no perezcáis, y contestan: No podemos arrancar de nosotros estos malos hábitos. ¡Oh Señor!, resucítalos. Yo soy, dice, la resurrección y la vida. Es la resurrección porque es la vida.

 

15. Quien cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Qué significa esto? El que cree en mí, aunque esté muerto, como está muerto Lázaro, vivirá, porque no es Dios de muertos, sino de vivos. Aludiendo a los Padres de mucho ha muertos, esto es, a Abrahán, Isaac y Jacob, dio esta respuesta a los judíos: Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob; no es Dios de muertos, sino de vivos, pues todos ellos viven. Ten, pues, fe, y, aunque estés muerto, vivirás. Pero, si no tienes fe, aunque estés con los que viven, estás muerto. Vamos a probar que, si no tienes fe, aunque vivo, estás muerto. A cierto mancebo que aplazaba seguir al Señor, dando por excusa que debía ir antes a sepultar a su padre, le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ven y sígueme. Había allí un muerto que enterrar, había también allí muertos de muertos, que habían de enterrar; aquél tenía su cuerpo muerto, éstos tenían el alma muerta. ¿Por qué? Porque les faltaba la fe. ¿Por qué la muerte del cuerpo? Porque no está allí el alma. Luego el alma de tu alma es la fe. El que cree en mí, dice, aunque estuviere muerto, en su carne, vive en su alma, hasta que resucite su carne para no morir jamás. Esto es: El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive en su carne y cree en mí, aunque muera temporalmente por la muerte de su carne, no morirá eternamente por la vida del espíritu y la inmortalidad de la resurrección. Esto es lo que dice: Y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Díjole: Ciertamente, Señor; yo creo que tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo, que ha venido a este mundo. Cuando creí esto, creí que tú eres la resurrección, que tú eres la vida; creí que quien cree en ti, aunque muera, vivirá, y que quien vive y cree en ti, no morirá para siempre.

 

16. Y habiendo dicho esto, se fue y llamó en secreto a su hermana María, diciéndole: Está aquí el Maestro y te llama, Es de advertir cómo llama silencio a una voz baja. Pues ¿cómo estaba en silencio la que dijo: Está aquí el Maestro y te llama Es también de advertir que el evangelista no ha dicho dónde, ni cuándo, ni cómo el Señor llamó a María, quizá en gracia a la brevedad de la narración, por desprenderse de las palabras de Marta.

 

17. Apenas ella oyó esto, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Todavía no había llegado Jesús a la casa, sino que aún estaba en aquel mismo lugar en que Marta había salido a su encuentro. Por esto los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, al ver que María se levantó con presteza y salió, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro para llorar allí. ¿Por qué cuenta el evangelista estos detalles? Para que conozcamos la ocasión que dio lugar a que fueran muchos los presentes cuando Lázaro fue resucitado. Porque, creyendo los judíos que ella salía presurosa para hallar en sus lágrimas consuelo a su dolor, la siguieron, para que el estupendo milagro de la resurrección de un muerto de cuatro días fuese presenciado por muchos testigos.

 

18. María, pues, habiendo llegado a donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieses estado aquí, no hubiese muerto mi hermano. Jesús, al ver llorar a ella y a los judíos que la acompañaban, se estremeció en su espíritu, y turbóse a sí mismo, y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? No sé que es lo que nos quiere dar a entender con ese estremecimiento y turbación. Pues ¿quién sino El mismo pudiera turbarle? Por esto, hermanos míos, en este caso considerad primero su poder, para proceder luego a la indagación del significado. Tú te turbas sin quererlo; Cristo se turbó porque quiso. Jesús sintió hambre, es verdad, pero porque quiso. Es verdad que Jesús durmió, que se contristó, que murió, pero todo porque quiso: en su mano estaba ser afectado de uno u otro modo o no ser afectado. El Verbo tomó el alma y la carne, uniendo a sí en una sola persona la naturaleza humana. Pues por el Verbo fueron iluminadas las almas del Apóstol, de Pedro, de Pablo y de los otros apóstoles, como lo fueron las de los santos profetas; pero de ninguna se ha dicho: El Verbo se hizo carne; Yo y el Padre somos una sola cosa. El alma y el cuerpo de Cristo, con el Verbo de Dios, es una sola persona, es un solo Cristo. Y por eso, donde se halla el supremo poder, la parte más débil se mueve al arbitrio de la voluntad: esto es, Se turbó a sí mismo.

 

19. Os hablé del poder; escuchad la significación. Muy grande es el reo que es representado por el muerto de cuatro días y por la sepultura. ¿Por qué se turba Cristo, sino para darte a conocer cómo tú debes turbarte cuando te ves oprimido y aplastado por la mole del pecado? Te has contemplado, te has hallado reo, te has dicho: Hice esto, y Dios me ha perdonado; hice aquello, y me ha aplazado; oí el Evangelio, y lo he despreciado; fui bautizado, y nuevamente he vuelto a las andadas. ¿Qué es lo que hago? ¿Adonde voy? ¿De dónde salgo? Cuando te haces estas consideraciones, ya da voces Cristo, porque grita la fe. Y en la voz del que grita está la esperanza de resurrección. Si la fe está dentro, allí está Cristo dando voces; porque, si tenemos fe, Cristo vive en nosotros. Pues, ¿qué otra cosa quiso dar a entender el Apóstol cuando dice que Cristo por la fe habita en vuestros corazones? Luego, por tu fe en Cristo, Cristo está en tu corazón. A esto hace referencia el hecho de que estaba dormido en la nave, y, cuando los discípulos se vieron en peligro de naufragio, se acercaron a El y le despertaron. Cristo se levantó, imperó a los vientos y a las olas, y se siguió una grande tranquilidad. Así sucede dentro de ti; mientras navegas, mientras atraviesas el mar proceloso y lleno de peligros de esta vida, los vientos penetran en tu corazón, levantan las olas y agitan la nave. ¿Qué vientos son éstos? Recibiste una injuria, y te irritas: la injuria es el viento, la ira es las olas; estás en peligro, te dispones a responder, a devolver una maldición por otra, ya la nave se acerca al naufragio; despierta a Cristo, que duerme; pues porque Cristo duerme en la nave, por eso fluctúas y te dispones a devolver mal por mal. El sueño de Cristo en tu corazón es el olvido de la fe. Si despiertas a Cristo, esto es, haces revivir la fe, ¿qué es lo que Cristo, como un centinela en tu corazón, te dice? Yo oí decir: Tienes el demonio, y rogué por ellos. Oye el Señor, y calla; oye el siervo, y se indigna. Pero tú quieres vengarte. ¿Acaso me he vengado yo? Cuando tu fe te dice estas cosas, es como si imperase a los vientos y a las olas y volviese a reinar la calma. Del mismo modo que despertar a Cristo en la nave es avivar la fe, así también el estremecimiento de Cristo significa la reprensión que a sí mismo se hace el hombre que ve su corazón oprimido por la pesada piedra del pecado y del hábito pecaminoso, el hombre que ha pisado el santo Evangelio y se ha burlado de las penas eternas. Aún más, Cristo lloró: llore también el hombre. ¿Por qué lloró Cristo, sino para enseñar al hombre a llorar? ¿Por qué clamó y se conturbó a sí mismo, sino porque la falta de fe del hombre, que con razón se mira con desagrado, debe clamar acusando las malas obras, hasta que la dureza de la penitencia venza el hábito de pecar?

 

20. Y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Supiste que había muerto, e ¿ignoras dónde fue sepultado? Esto significa como que Dios desconoce al hombre malvado; no me he atrevido a decir que desconoce, porque ¿qué cosa hay que Dios desconozca? He dicho como que desconoce, y una prueba de ello la tenemos en aquellas palabras del Señor en el día del juicio: No os conozco, apartaos de mí. Con lo cual quiere decir: No os veo en mi luz, no os veo en la justicia que yo conozco. Así en esta ocasión, como desconociendo a tal pecador, dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Semejante es la voz de Dios en el paraíso después de haber pecado el hombre: Adán, ¿dónde estás? Dícenle: Señor, ven y lo verás. ¿Qué quiere decir verás? Te compadecerás. Ve el Señor cuando se compadece, conforme está escrito: Mira mi humillación y mi dolor y perdona todos mis pecados.

 

21. Lloró Jesús; por lo cual dijeron los judíos: Ved cómo le amaba. ¿Por qué dice le amaba? Porque no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia. Pero algunos de ellos dijeron: ¿Este, que abrió los ojos del ciego, no hubiera podido hacer que éste no muriese? Quien no quiso hacer que no muriese, ha de hacer mucho más, haciendo que el muerto resucite.

 

22. Volviendo Jesús a sollozar en su corazón, vino al sepulcro. Solloce dentro de ti si estás dispuesto a revivir. A todo aquel que se halla oprimido por un hábito perverso, se le dice: Vino al sepulcro, que era una gruta cerrada con una piedra. El muerto bajo la piedra, y el reo bajo la ley. Sabéis que la Ley, que fue dada a los judíos, estaba escrita en una piedra. Todos los reos están debajo de la ley; los que viven bien están con la ley. La ley no está puesta para los justos. ¿Qué se entiende por Retirad la piedra? Anunciad la gracia del indulto. Dice el apóstol Pablo que él es ministro del nuevo testamento, no de la letra, sino del espíritu, porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. La letra, que mata, es como la piedra, que oprime. Quitad la piedra, quitad el peso de la Ley, y anunciad la gracia. Si hubiese una ley que pudiera dar la vida, la justificación dependería enteramente de la Ley. Pero la Escritura encerró a todas las cosas bajo el peso del pecado, para que la promesa juera comunicada a los creyentes por la fe de Jesucristo. Quitad, pues, la piedra.

 

23. Dícele Marta, la hermana del difunto: Señor ya hiede, pues ya hace cuatro días que está ahí. Respóndele Jesús: ¿No te dije que, si creyeras, verías la gloria de Dios? Dice que verá la gloria de Dios en la resurrección de un putrefacto y cuatriduano. Porque todos han pecado, todos necesitan de la gloria de Dios; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

 

24. Quitaron, pues, la piedra. Y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, gracias te doy porque me has escuchado. Yo sabía ya que siempre me oyes; pero lo he dicho en atención a este pueblo que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, gritó con voz muy alta. Bramó, lloró, clamó con voz muy alta. ¡Con cuánta dificultad se levanta quien está bajo el peso ingente de una mala costumbre! Pero al fin se levanta; interiormente es vivificado por una gracia oculta: se levanta después de oír una muy grande voz. ¿Qué sucedió? Clamó con voz muy grande: Lázaro, sal fuera. Y al punto salió el que estaba muerto, con los pies y las manos ligados y tapado el rostro con un sudario. Te admiras de que haya salido con los pies atados, y ¿no te admiras de que haya resucitado un muerto cuatriduano? Ambas cosas son debidas al poder del Señor, no a las fuerzas del muerto. Salió, y aún permanece atado; aunque envuelto, ya está fuera. ¿Qué significa esto? Cuando te mofas, yaces muerto; y si te mofas de cuantas cosas dije, ya estás enterrado; sales cuando te confiesas. Pues ¿qué quiere decir salir sino manifestarse, como si saliese de un escondrijo? Pero Dios hace que te confieses dando una grande voz, esto es, llamándote con una gracia extraordinaria. Y así, cuando salió el muerto, salió aún ligado, como el arrepentido es aún reo. Para desatarle de sus pecados dijo el Señor a los ministros: Soltadle y dejadle marchar, según lo que había dicho: Lo que desatareis en la tierra será desatado también en el cielo.

 

25. Con eso, muchos de los judíos que habían venido acompañando a María y habían visto lo que Jesús había hecho, creyeron en El. Pero algunos de ellos se fueron a contar a los fariseos las cosas que Jesús había hecho. De los judíos que habían acompañado a María, no todos creyeron; pero creyeron muchos. Algunos de ellos, ya fueran de los judíos que habían venido, ya de los que habían creído, "se fueron a los fariseos y les contaron todas las cosas que Jesús había hecho", ya anunciándolas para que también ellos creyesen, ya, lo que es más probable, denunciándolas para que le persiguiesen. Pero, de cualquier modo y por quienesquiera que fuese, estas cosas llegaron a oídos de los fariseos.

 

26. Reunieron entonces consejo los pontífices y los fariseos, y decían: ¿Qué hacemos? Pero no decían: Creamos. Pues aquellos hombres perdidos pensaban más en cómo le habían de atacar para perderle que en mirar por ellos para no perecer. Sin embargo, tenían miedo, y pedían como un consejo, porque decían: ¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros, y si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y arruinarán nuestra ciudad y la nación. Temieron perder las cosas temporales, sin preocuparse de la vida eterna, y por esto perdieron ambas cosas. Porque los romanos, después de la pasión y glorificación del Señor, les arrebataron la ciudad y la nación, tomándola por las armas y trasladándola a otro lugar, cumpliéndose en ellos lo que en otra parte está escrito: Los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores. Temieron que, si todos creían en Cristo, no quedaría nadie para defender la ciudad y el templo del Señor en contra de los romanos, porque juzgaban a la doctrina de Cristo como contraria a la ciudad y a las leyes de sus padres.

 

27. Uno de ellos, llamado Caifás, que en aquel año era sumo pontífice, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que nos es necesario que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca toda la nación. Mas esto no lo dijo de sí propio, sino que, como era el pontífice en aquel año, profetizó. En esto nos advierte que también por boca de hombres malos el espíritu de profecía predice las cosas futuras, lo cual, sin embargo, el evangelista lo atribuye al divino ministerio que como pontífice ejercía. Puede parecer extraño que se diga que era pontífice en aquel año, siendo así que Dios había constituido un sumo sacerdote, muerto el cual, sucedíale otro único. No obstante, debemos saber que, a causa de las ambiciones y disensiones, se determinó posteriormente que fuesen varios y que por turno ejerciesen durante un año. Así se dice de Zacarías: Sucedió que, sirviendo él ante Dios por el orden de su turno, le salió por suerte, como era costumbre entre los sacerdotes, poner el incienso entrando en el templo del Señor. De donde se deduce que eran varios y que tenían sus turnos, pues nadie podía ofrecer el incienso sino el sumo sacerdote. Y quizá también ejercían varios en un mismo año, a los cuales sucedían otros en el año siguiente, entre los cuales la suerte elegía al que había de poner el incienso. ¿Qué es, pues, lo que profetizó Caifás? Que Jesús había de morir por la nación, y no solamente por la nación, sino para congregar en un solo cuerpo a los hijos de Dios que estaban dispersos. Esto lo añadió el evangelista, porque Caifás solamente profetizó acerca de la nación de los judíos, en la cual estaban las ovejas de las cuales dijo el Señor: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Pero el evangelista sabía que había otras ovejas que no pertenecían a este redil, a las cuales convenía atraer, para que hubiese un solo redil y un solo pastor. Todas estas cosas han sido dichas según la predestinación, porque entonces los que aún no habían creído no eran ovejas suyas ni hijos de Dios.

 

28. Y así, desde aquel día pensaron en matarle. Pero Jesús ya no andaba al descubierto entre los judíos, sino que se marchó a una región cercana al desierto, a una ciudad que se llama Efrén, y allí vivía con sus discípulos. No porque El hubiese perdido su poder, en virtud del cual podría andar abiertamente entre los judíos sin que nada le hicieran; pero en su flaqueza humana quiso dar a sus discípulos ejemplo de un modo de conducirse, en el cual sus fieles, que son miembros suyos, no tuviesen pecado escondiéndose de sus perseguidores, para evitar con su fuga el furor de los criminales en vez de atizarlo ofreciéndose a ellos.

 

 

TRATADO 50

 

DESDE AQUEL PASAJE: "ESTABA PRÓXIMA LA PASCUA DE LOS JUDÍOS", HASTA ESTE OTRO: "MUCHOS POR SU CAUSA SE APARTABAN DE ELLOS Y CREÍAN EN JESÚS"

 

1. A la lectura evangélica de ayer, sobre la cual dijimos lo que el Señor nos manifestó, sigue la de hoy, de la que hablaremos lo que el Señor nos conceda. Hay en las Escrituras algunas cosas tan claras, que más piden quien las escuche que quien las exponga. N o conviene que en éstas nos detengamos, para que haya tiempo de explicar las que necesitan más detención.

 

2. Estaba, pues, cercana la Pascua de los judíos. Quisieron los judíos manchar aquel día festivo con la sangre del Señor. En aquel día festivo fue sacrificado el Cordero, que con su sangre consagró ese mismo día, festivo para nosotros. Tenían los judíos el propósito de matar a Jesús, mientras Aquel que del cielo había venido a padecer quiso acercarse al lugar de la pasión, porque ya se avecinaba la hora. Subieron, pues, muchos de aquella región a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse. Esto lo hacían los judíos en cumplimiento del precepto del Señor, dado por Moisés en la Ley, ordenando que en el día festivo de la Pascua acudieran de todas las partes a Jerusalén para purificarse con la celebración de aquel día. Mas aquella celebración era una sombra de la que había de venir. ¿De qué modo? Era una profecía del Cristo futuro, una profecía de que por nosotros había de padecer en aquel día, en el cual había de extinguirse la sombra para dar lugar a la luz: había de pasar el signo y quedar la realidad. Tenían, pues, los judíos la Pascua en sombra; nosotros, en luz. ¿Por qué el Señor les había mandado matar una oveja en aquella festividad, sino porque de El estaba profetizado que sería conducido como una oveja al sacrificio? Con la sangre del animal sacrificado señalaron los judíos los dinteles, y con la sangre de Cristo señalamos nosotros nuestras frentes. Y aquella señal, que era un signo, así llamado por las puertas señaladas, prohibía la entrada al exterminador; también la señal de Cristo aleja de nosotros al exterminador si en nuestros corazones damos entrada al Salvador. Esto dije, hermanos, porque muchos señalan las puertas sin que dentro haya morador alguno: con facilidad colocan en su frente la señal de Cristo, sin recibir en sus corazones la doctrina de Cristo. Por eso dije, hermanos, y lo repito, que la señal de Cristo aleja de nosotros al exterminador si nuestro corazón tiene a Cristo por morador. Todo esto lo he dicho para salir al paso de alguno que pudiera preguntar por el significado de estas fiestas de los judíos. Vino el Señor como víctima para que nosotros tuviésemos la verdadera Pascua cuando celebramos su pasión como si fuese la inmolación del cordero.

 

3. Buscaban, pues, a Jesús, pero con mala intención. Bienaventurados los que buscan a Jesús con buena .intención. Ellos buscaban a Jesús para que ni ellos ni nosotros le tuviésemos; mas nosotros le hemos recibido cuando se alejaba de ellos. Quienes le buscan son reprendidos y son alabados: el alma que le busca encuentra la bendición o la condenación. Tienes escrito en los Salmos: Sean confundidos y tiemblen los que buscan mi alma; éstos son los que la buscan mal. Y en otro lugar: No tengo por donde escapar y no hallo quien mire por mi alma. Son inculpados los que le buscaban y los que no le buscaban. Busquemos, pues, nosotros a Cristo para tenerle, busquémosle para poseerle, no para darle la muerte; porque aquéllos le buscaban para tenerle con el fin de deshacerse pronto de El. Buscábanle, pues, y decíanse unos a otros: ¿Por qué pensáis que no ha venido a la fiesta?

 

4. Vero los pontífices y los fariseos habían dado ya la orden de que quien supiera dónde se hallaba lo denunciase para prenderle. Indiquemos ahora nosotros a los judíos dónde está Cristo. ¡Ojalá quieran escucharnos y reciban a Cristo todos aquellos que son de la raza de quienes dieron la orden de denunciar dónde se hallaba Cristo! Entren en la Iglesia, escuchen dónde está Cristo y préndanle; óiganlo de nuestra boca, óiganlo del Evangelio. Fue muerto por sus padres, fue sepultado, resucitó, fue reconocido por los discípulos; ante sus ojos subió al cielo, donde está sentado a la diestra del Padre, y Aquel que fue juzgado vendrá como juez. Escuchen y préndanlo. Pero dirán: ¿Cómo podemos prender a quien está ausente? ¿Cómo vamos a meter las manos en el cielo para prender al que allí está sentado? Envía la fe y le prenderás. Vuestros padres le prendieron con los brazos del cuerpo; prendedle vosotros con el corazón, porque Cristo, estando ausente, está también presente, pues si no estuviera presente, tampoco nosotros pudiéramos tenerle. Mas sus palabras son verdaderas: Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. Se fue y se quedó; se volvió y no nos abandonó; transportó su cuerpo al cielo y dejó su majestad en el mundo.

 

5. Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde Lázaro había muerto, al que resucitó Jesús. Allí le prepararon una cena, y Marta servía. Lázaro era uno de los comensales. Y para que nadie pensase que el muerto resucitado era un fantasma, era él uno de los comensales: vivía, hablaba, comía; la verdad se manifestaba y la incredulidad de los judíos quedaba confundida. Estaba, pues, el Señor recostado con Lázaro y los demás; servía Marta, una de las hermanas de Lázaro.

 

6. Entretanto, María, la otra hermana de Lázaro, tomó una libra de ungüento de nardo pístico de gran precio, ungió los pies de Jesús, enjugólos con sus cabellos y llenóse la casa con el olor del ungüento. Hemos oído el hecho; busquemos ahora su significado. ¡Oh alma, cualquiera que seas!, si quieres ser fiel, unge con María los pies del Señor con precioso ungüento. Aquel ungüento significaba la justicia—por eso pesaba una libra—y era de nardo pístico de gran precio. Al decir pístico, debemos creer que había un lugar así llamado, de donde procedía el precioso ungüento. Pero tampoco esta palabra está vacía de misterio, antes está muy en consonancia con él. Pistis en griego significa la fe. Querías obrar la justicia: el justo vive de la fe. Unge los pies de Jesús. Con tu buena vida sigue las huellas del Señor. Sécalos con tus cabellos: si tienes cosas superfluas, repártelas a los pobres, y así enjugas los pies del Señor, ya que los cabellos parecen ser lo superfluo del cuerpo. Tienes en qué emplear lo que te sobra; para ti son cosas superfluas, mas son necesarias a los pies del Señor. Sin duda los pies del Señor, que andan por el mundo, las necesitan. ¿De quiénes, sino de sus miembros ha de decir en el fin del mundo: Cuando lo hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis? Distribuisteis lo que os sobraba en obsequio a mis pies.

 

7. La casa se llenó de olor, y el mundo se llena con la buena fama, porque la buena fama es un olor agradable. Quienes

bajo el nombre de cristianos viven mal, injurian a Cristo, de los cuales se dice que por ellos es blasfemado el nombre de Dios. Si por estos tales es blasfemado el nombre de Dios, por los buenos es alabado su santo nombre. Oye decir al Apóstol: En todo lugar somos el buen olor de Cristo. Y en el Cantar de los Cantares se dice: Ungüento derramado es tu nombre. Pero volvamos al Apóstol. En todo lugar, dice, somos el buen olor de Cristo, para los que se salvan y para los que se condenan: para unos somos olor de vida para la vida; para otros somos olor de muerte para la muerte. ¿Quién será idóneo para tal ministerio? La presente lección del santo Evangelio nos ofrece la oportunidad de hablar de este olor, de modo que yo lo exponga con la claridad suficiente y vosotros me oigáis con atención. Mas, habiendo dicho el Apóstol: ¿Quién será idóneo?, ¿me consideraré yo idóneo, a pesar de todos mis esfuerzos, para hablaros de este olor, o seréis vosotros idóneos para escuchar estas cosas? Yo ciertamente no lo soy, pero sí lo es Aquel que por mi boca se digna deciros lo que os es provechoso. El Apóstol, según dice él mismo, es olor bueno, y ese olor bueno, para unos es olor de vida, que hace vivir, y para otros es olor de muerte, que hace morir; el olor, no obstante, siempre es bueno. ¿Dijo, por ventura, que para unos era olor bueno para la vida, y para otros olor malo para la muerte? Dijo que era olor bueno, no olor malo; mas el mismo olor era de vida para unos y de muerte para otros. Felices los que viven del buen olor. Pero ¿puede darse infelicidad mayor que la de quienes con el buen olor mueren?

 

8. Dirá alguno: ¿Quién es el que muere con el buen olor? Esto es lo que dice el Apóstol: ¿Quién es idóneo para entender estas cosas? Cómo obra Dios estas cosas de maneras admirables, haciendo que con el buen olor vivan los buenos y mueran los malos, según las inspiraciones que el Señor se digne concedernos (porque quizá se oculte aquí algún sentido más profundo, que yo no alcance a penetrar), no debo dejar de deciros cuanto yo pueda descubrir. Amaban unos y envidiaban otros al apóstol San Pablo, que obraba bien, vivía bien, predicaba la justicia, que reproducía en sus obras, maestro admirable, fiel administrador, cuya fama por todas partes se extendía. El mismo dice en otro lugar que algunos predican a Cristo no con recta intención, sino por envidia, pensando hacerle de este modo más pesadas sus cadenas. Y ¿qué es lo que dice? Lo que importa es que Cristo sea predicado, bien ocasionalmente, bien por un celo verdadero. Lo predican quienes me aman y quienes me odian; sólo deseo que unos y otros den a conocer el nombre de Cristo y el mundo se llene de ese buen olor. Si has amado a quien bien obraba, el buen olor te ha dado la vida; si le has odiado, el buen olor te ha causado la muerte. ¿Acaso porque tú hayas querido darte la muerte, has convertido en malo ese buen olor? No seas envidioso, y el buen olor no te causará la muerte.

 

9. Escucha, finalmente, cómo en esta ocasión ese ungüento era para unos buen olor de vida y para otros buen olor de muerte. Después de haber hecho esto la piadosa María en obsequio del Señor, inmediatamente uno de sus discípulos, llamado Judas Iscariote, que le había de entregar, dijo: ¿Por qué este ungüento no se ha vendido en trescientos denarios y se ha dado a los pobres? ¡Ay de ti, miserable, el buen olor te ha matado! El santo evangelista declara por qué motivo dijo esto. Hasta nosotros pensaríamos que pudiese haberlo dicho por amor a los pobres, si el mismo Evangelio no hubiese manifestado su intención. No fue por esto. Pues ¿por qué? Escucha a un testigo veraz: El dijo esto, no porque él tuviera el cuidado de los pobres, sino porque era ladrón y, teniendo la bolsa, llevaba lo que en ella se depositaba. ¿Lo llevaba o lo sacaba? Por su oficio lo llevaba, pero con hurto lo sacaba.

 

10. Observad que este Judas no se volvió perverso cuando, sobornado por los judíos, entregó al Señor. Pues muchos, que leen el Evangelio con poca atención, piensan que Judas se pervirtió cuando recibió dinero de los judíos para entregarles al Señor. No se pervirtió entonces; ya era ladrón, y pervertido seguía al Señor, porque le seguía con el cuerpo y no con el corazón. Hacía el número 12 de los apóstoles, mas no poseía la beatitud apostólica; figurativamente era el duodécimo. Caído éste y puesto otro en su lugar, quedó completa la verdad apostólica y conservada la integridad del número. ¿Qué quiso advertir a su Iglesia, hermanos míos, Nuestro Señor Jesucristo queriendo tener entre los doce a un perverso, sino recomendarle la tolerancia de los malos para no dividir el cuerpo de Cristo? Entre los elegidos está Judas, que es un ladrón, y no un ladrón cualquiera, sino ladrón y sacrílego, ladrón de los cofres del Señor, de los cofres sagrados. Si en los tribunales se distinguen los delitos de robo ordinario y de peculado, que es el hurto de los fondos públicos, y no se juzga con el mismo rigor el hurto de una cosa privada como el hurto de cosas públicas, ¿cuánto más severamente será juzgado el ladrón sacrílego, que se haya atrevido a robar no de un lugar cualquiera, sino de la misma Iglesia? Quien hurta algo de la Iglesia es comparable al perverso Judas. Tal era este Judas, y, sin embargo, entraba y salía con los once discípulos santos. Juntamente con ellos se acercó a la cena misma del Señor. Pudo convivir con ellos, pero no logró mancharles. Del mismo pan comieron Pedro y Judas, y, sin embargo, ¿qué tiene que ver la parte del fiel con la parte del infiel? Pedro la recibió para su vida; Judas, para su muerte. Como aquel olor era bueno, bueno es este manjar. Y así como el buen olor, así también el buen manjar da vida a los buenos y muerte a los malos, porque quien lo comiere indignamente, come y bebe su propio juicio, el suyo, no el tuyo. Si el juicio es para él, no es para ti. Siendo tú bueno, tolera al malo, para que alcances el premio de los buenos y no incurras en la pena de los malos.

 

11. Considerad el ejemplo del Señor durante su vida mortal. ¿Por que tuvo su bolsa aquel a quien los ángeles servían, sino porque la había de tener su Iglesia? ¿Por qué admitió a un ladrón, sino para que su Iglesia los tolerase con paciencia? Pero aquel que solía sacar dinero de la bolsa, no dudó en vender al Señor por dinero. Veamos la respuesta del Señor. Notad, hermanos, que no le dice: Has dicho esto por tus hurtos. Conocía al ladrón, y no lo delataba, antes lo toleraba, y con ello nos daba ejemplo de tolerar pacientemente en la Iglesia a los malos. Díjole, pues, Jesús: Déjala que lo reserve -para el día de mi sepelio. Con lo cual anunció que había de morir.

 

12. ¿Qué es lo que sigue? Pues a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Sabemos que es verdad que a los pobres siempre los tendréis. ¿Cuándo la Iglesia se vio sin pobres? Pero a mí no me tendréis siempre. ¿Qué quiere decir? ¿Cómo se ha de entender a mí no siempre me tendréis? No os perturbéis; se lo dijo a Judas. ¿Por qué, pues, no le dijo tendrás, y dijo tendréis? Porque no hay un Judas solo; un malo representa a la multitud de los malos, como Pedro al conjunto de los buenos; aún más, al cuerpo de la Iglesia, pero con respecto a los buenos. Pues, si en Pedro no estuviese representada la Iglesia, no le hubiera dicho el Señor: A ti te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que atares en la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo. Si esto fue dicho sólo a Pedro, no puede hacerlo la Iglesia. Pero, si esto se hace en la Iglesia, de modo que lo que en la tierra es atado, sea atado en el cielo, y lo que se desata en la tierra, sea desatado en el cielo; porque, cuando la Iglesia excomulga, en el cielo queda atado el excomulgado, y cuando la Iglesia lo reconcilia, el cielo desata al reconciliado; si, pues, esto se hace en la Iglesia, es porque Pedro, cuando recibió las llaves, representaba a la Iglesia. Y si en la persona de Pedro fueron representados los buenos en la Iglesia, en la persona de Judas fueron representados los malos en la Iglesia, a los cuales fue dicho: A mí no me tendréis siempre. ¿Qué quiere decir siempre y no siempre? Si eres bueno, si perteneces al cuerpo significado por Pedro, tienes a Cristo en el tiempo presente y en el futuro: en el presente por la fe, por la señal de la cruz, por el bautismo, por la comida y bebida del altar. Tienes al presente a Cristo, pero le tendrás siempre, porque, cuando de aquí partieres, llegarás a Aquel que dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Pero, sí vives mal, te parecerá que al presente tienes a Cristo, porque entras en la Iglesia, te signas con la señal de la cruz, eres bautizado con el bautismo de Cristo, te mezclas con los miembros de Cristo y te acercas a su altar; al presente tienes a Cristo, pero por tu mala vida no le tendrás siempre.

 

13. Puede entenderse también de este otro modo: A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Tómenlo los buenos como dicho también a ellos, pero no se turben, porque hablaba de su presencia corporal, pues por la majestad, por la providencia, por la gracia inefable e invisible se cumple lo que dijo: Yo estoy con vosotros hasta la consumación del tiempo. Pero en cuanto a la carne que tomó el Verbo, en cuanto a aquello que nació de la Virgen, que fue preso por los judíos, que fue clavado a un madero, bajado de la cruz, envuelto en sábanas, encerrado en el sepulcro y manifestado en la resurrección, no siempre lo tendréis con vosotros. ¿Por qué? Porque después de haber convivido corporalmente con sus discípulos durante cuarenta días y llevado por ellos con la vista, no con el cuerpo, subió al cielo, y ya no está aquí. Está allí sentado a la derecha del Padre, y también está aquí, pues no se fue la presencia de la majestad. Dicho con otras palabras: En cuanto a la presencia de la majestad, siempre tenemos a Cristo; pero en cuanto a la presencia de su carne, con razón se dijo a los discípulos: A mí no siempre me tendréis. La Iglesia lo tuvo pocos días en su carne; ahora lo tiene por la fe, no le ve con los ojos. Por lo tanto, aunque haya sido dicho en este sentido; A mí no siempre me tendréis, la cuestión, según creo, desaparece, pues ha sido resuelta de dos modos.

 

14. Escuchemos lo que resta, que ya es poco. Entre tanto, una gran multitud de judíos supo que allí estaba, y vinieron, no sólo por Jesús, sino por ver a Lázaro, a quien había resucitado Jesús de entre los muertos. Los atrajo la curiosidad, no el amor: vinieron y vieron. Escuchad ahora la determinación descabellada de su vanidad. Habiendo visto a Lázaro resucitado y que este portentoso milagro del Señor había sido divulgado con tanta evidencia y obrado tan públicamente que no podían ni ocultarlo ni negarlo, ved lo que maquinaron: Pensaron, pues, los príncipes de los sacerdotes en matar también a Lázaro, porque muchos judíos por su causa se apartaban de ellos y creían en Jesús. ¡Oh descabellado intento y ciega crueldad! Cristo, que resucitó a un muerto, ¿no podría resucitar a un degollado? ¿Por ventura quitabais el poder al Señor dando muerte a Lázaro? Si os parece una cosa muerto y otra sacrificado, ahí tenéis que ambas fueron hechas por el Señor: resucitó a Lázaro muerto y se resucitó a sí mismo sacrificado.

 

 

TRATADO 51

 

DESDE AQUELLO QUE ESTÁ ESCRITO: "AL DÍA SIGUIENTE, UNA GRAN MULTITUD DE GENTES QUE HABÍAN VENIDO A LA FIESTA", ETC., HASTA ESTO: "Si ALGUNO ME SIRVIERE, MI PADRE LE HONRARÁ"

 

1. Después que el Señor resucitó al muerto cuatriduano ante la estupefacción de los judíos, de los cuales algunos creyeron por haberlo visto, y otros se perdieron, corroídos por la envidia, a causa del buen olor, que para unos es vida, y muerte para otros; después que se sentó a la mesa en la casa juntamente con Lázaro, que era el muerto resucitado; después que sus pies fueron ungidos con el ungüento, que llenó toda la casa con su olor; después que los judíos concibieron en su pervertido corazón la vana inhumanidad y el loco y descabellado propósito de matar a Lázaro; después de haberos hablado de todas estas cosas en las anteriores alocuciones, según hemos podido hacerlo con la ayuda de Dios, quiero que Vuestra Caridad se fije ahora en el fruto grande que antes de su pasión produjeron sus predicaciones y en el numeroso rebaño de ovejas que oyeron la voz del pastor, de aquellas que habían perecido de la casa de Israel.

 

2. Estas son las palabras del Evangelio cuya lectura acabáis de escuchar: Al día siguiente, una gran multitud de los que habían venido a la fiesta, habiendo sabido que Jesús había llegado a Jerusalén, cogieron ramos de palmas y salieron a su encuentro, gritando: Hosanna, bendito sea el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel. Los ramos de las palmas son

alabanzas y signos de victoria, porque muriendo había de vencer el Señor a la muerte, y con el trofeo de la cruz había de triunfar del demonio, príncipe de la muerte. Según algunos peritos en la lengua hebrea hosanna significa, más que un objeto, un afecto, un ruego; como son en la lengua latina las llamadas interjecciones; así, para expresar dolor, decimos ¡ay!; para expresar alegría, ¡vaya!; cuando algo nos causa admiración, exclamamos: ¡Oh cosa grande!; entonces el ¡oh! no tiene otro significado que el de indicar el afecto del que se admira. Y es de creer que así sea, porque ni al griego ni al latín ha podido ser traducida, como aquella otra: Quien dijere a su hermano raca; pues también esto parece una  interjección, que indica un afecto de indignación.

 

3. Bendito sea, pues, el que viene en el nombre del Señor, Rey de Israel, hay que tomarlo de modo que en el nombre del Señor se entienda en el nombre de Dios Padre, aunque también pudiera entenderse en su nombre, porque El mismo es Señor, según en otro lugar está escrito: El Señor llovió del Señor; pero mejor dirigen nuestro entendimiento las palabras de Aquel que dice: Yo vine en nombre de mi Padre, y no me habéis recibido; otro vendrá en su nombre propio, y a éste lo recibiréis. Maestro de humildad es Cristo, que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y hasta la muerte de cruz. N o pierde la divinidad cuando nos enseña la humildad; por aquélla es igual al Padre, por ésta es semejante a nosotros; por lo que tiene de igual con el Padre, nos creó, para que existiéramos; por lo que tiene de semejante con nosotros, nos redimió, para que no pereciésemos.

 

4. Aquella multitud le tributaba estos cánticos de alabanza: Hosanna, bendito sea el que viene en el nombre del Señor, Rey de Israel. ¿Qué tormento tan atroz sufriría la envidia de los príncipes de los judíos oyendo a tan grande multitud aclamar a Cristo por su Rey? Pero ¿qué era para el Señor ser aclamado por Rey de Israel? ¿Qué era para el Rey de los siglos ser hecho rey de los hombres? Cristo no era Rey de Israel para imponer tributos ni para tener ejércitos armados y guerrear visiblemente contra sus enemigos; era Rey de Israel para gobernar las almas, para dar consejos de vida eterna, para conducir al reino de los cielos a quienes estaban llenos de fe, de esperanza y de amor. Que el Hijo de Dios, igual al Padre, el Verbo, por el cual fueron hechas todas las cosas, quisiera ser Rey de Israel, fue una condescendencia suya y no una promoción; una señal de misericordia, no un aumento de poder. Porque aquel que en la tierra era llamado Rey de los judíos, era en el cielo Rey de los ángeles.

 

5. Y halló Jesús un jumentillo y motiló en él. Sucintamente se narra aquí lo que otros evangelistas cuentan con todo detalle. Corrobora este hecho con un testimonio profético, para patentizar que los malignos judíos no comprendían a aquel en quien se cumplía cuanto ellos leían. Halló, pues, un jumentillo Jesús y montó en él, según está escrito: No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey sentado sobre un asnillo. También entre aquel pueblo estaba la hija de Sión. Sión es la misma Jerusalén. Entre aquel pueblo, digo, perverso y ciego, se hallaba, sin embargo, la hija de Sión, a la cual podía decirse: No temas, mira que tu Rey viene sentado en un asnillo. Esta hija de Sión a quien se dirigen estas divinas palabras, estaba entre aquellas ovejas que oían la voz del pastor; estaba entre aquella muchedumbre que con tanta devoción cantaba alabanzas al Señor, que venía, y que tan compacta le seguía. A ella le fue dicho: No temas; reconoce bien al que loas, y no temas cuando le veas padecer, porque su sangre es vertida para borrar tu pecado y devolverte la vida. El asnillo, en el que nadie se había sentado, como dicen los otros evangelistas, representa al pueblo de los gentiles, que no conocía aún la ley del Señor. Y el asna (pues ambos habían sido llevados al Señor) representaba a su grey, procedente del pueblo de Israel, no la enteramente indómita, sino la que conoció el pesebre del Señor.

 

6. Estas cosas no las entendieron sus discípulos por entonces; las comprendieron cuando Jesús fue glorificado, esto es, cuando manifestó la virtud de su resurrección; entonces recordaron que estas cosas estaban escritas de El y que ellos las cumplieron; es decir, no hicieron más cosas que las que de El estaban escritas. Porque, recorriendo los testimonios de la Escritura que tuvieron su cumplimiento antes de la pasión o después de la pasión del Señor, hallaron que, según los profetas, había de sentarse en un asnillo.

 

7. Y la multitud de gentes que estaba con El cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó de entre los muertos, daba testimonio de El. Por eso salió a recibirle la multitud, porque había oído que había hecho este milagro. En vista de lo cual, dijéronse unos a otros los fariseos: ¿Veis que no adelantamos nada? He aquí que todo el mundo se va tras El. La turba turbó a la turba. ¿Por qué tienes envidia, ¡oh turba ciega!, porque el mundo se va tras aquel por el cual fue hecho el mundo?

 

8. "Había también algunos gentiles, de los que habían venido para adorar en las fiestas. Estos se acercaron, pues, a Felipe, que era de Betsaida de Galilea y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Viene Felipe y se lo dice a Andrés, y Andrés y Felipe conjuntamente se lo dicen a Jesús". Veamos la respuesta que les dio Jesús. He aquí que los judíos quieren matarle, y los gentiles quieren verle. Pero también eran de los judíos aquellos que gritaban: Bendito el que viene en el nombre del Señor, Rey de Israel, Unos circuncidados, otros sin circuncidar, eran como dos paredes, que, viniendo de lados diversos, se juntaban con ósculo de paz en la única fe de Cristo. Escuchemos la voz de la piedra angular. Respondióles, pues, Jesús, diciendo: Es llegada la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Podrá pensar alguno que se sentía glorificado porque los gentiles querían verle. Pero no es así. Preveía que los mismos gentiles, después de su pasión y resurrección, habían de creer por todas las naciones, porque, como dice el Apóstol, una obcecación parcial ha invadido a Israel, hasta que la plenitud de las gentes haya entrado. Tomando ocasión de este deseo de los gentiles que querían verle, anuncia la plenitud futura de las gentes y afirma que está al caer la hora de su glorificación, verificada la cual en el cielo, las gentes abrazarían la fe. Por lo que estaba predicho: Ensálzate, ¡oh Dios!, sobre los cielos, y tu gloria sobre toda la tierra. Esta es la plenitud de las gentes, de la que dice el Apóstol: Parcial obcecación ha caído sobre Israel hasta que entre la plenitud de las gentes.

 

9- Pero convenía que a la excelsitud de su glorificación precediese la humildad de su pasión; por lo cual añadió: En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muriere, queda él solo; pero, si muriere, da mucho fruto. Hacía alusión a sí mismo. El era el grano que había de morir y multiplicarse: morir por la infidelidad de los judíos, y multiplicarse por la fe de los pueblos.

 

10. Luego, exhortando a seguir las huellas de su pasión, dice: Quien ama a su alma, la perderá. Lo cual de dos modos puede entenderse: Quien la ama, la pierde; esto es, si la amas, la pierdes. Si quieres tener vida en Cristo, no temas morir por Cristo. También de otro modo: Quien ama a su alma, la perderá. No la ames si no quieres perderla; no la ames en esta vida para no perderla en la eterna. Con esta última interpretación parece estar más de acuerdo el sentido evangélico, porque dice a continuación: Y quien odia a su alma en este mundo, la guarda para la vida eterna. Luego en la frase anterior: Quien la ama, se sobrentiende; en este mundo, ése la perderá; y quien la odia también en este mundo, ése la conserva para la vida eterna. Profunda y admirable sentencia, de qué modo tiene el hombre en su mano el amor a su alma, para hacerla perecer, y el odio, para que no perezca. Si la has amado malamente, entonces la has odiado; pero, si le has tenido odio bueno, entonces la has amado. Felices quienes la odiaron atendiendo a su conservación, para no perderla enfrascados en su amor. Pero cuida mucho de no caer en la tentación de quererte matar a ti mismo por entender que de este modo debes odiar a tu alma en este mundo. Pues por esto algunos malignos y perversos, y más crueles y más criminales homicidas para consigo mismos, se arrojan a las llamas, en el agua se ahogan, lánzanse por precipicios y perecen. No son éstas las enseñanzas de Cristo; antes bien, al demonio, que le instigaba a precipitarse, le respondió: Aléjate, satanás, porque está escrito: No tentarás al Señor Dios tuyo. Y a Pedro, indicándole el género de muerte con que había de glorificar a Dios, le dijo: Cuando eras joven, te ceñías y caminabas por donde querías; pero, cuando seas viejo, otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras. Estas palabras son clara expresión de que quien sigue las huellas de Cristo no se ha de dar la muerte a sí mismo, sino que ha de ser otro quien se la dé. Pero, cuando se halle en la alternativa y sea forzoso al hombre escoger entre dos cosas, o traspasar la ley de Dios, o morir bajo la espada del perseguidor, elija entonces morir por amor a Dios antes que vivir teniendo a Dios ofendido; entonces debe odiar a su alma en este mundo, a fin de guardarla para la vida eterna.

 

11. El que me sirve, sígame. ¿Qué quiere decir sígame, sino imíteme? Cristo padeció por nosotros, dice el apóstol San Pedro, dejándonos ejemplo para que sigamos sus pisadas. Esto es lo que significa: Si alguno me sirve, sígame. ¿Cuál es el fruto? ¿Cuál la recompensa? ¿Cuál el premio? Y donde yo estoy, dice, allí estará también mi servidor. Amémosle desinteresadamente, para que el precio de ese servicio sea estar con El. Porque ¿dónde se estará bien sin El o dónde se estará mal estando con El? Óyelo más claramente: Si alguno me sirve, mi Padre le honrará. ¿Con qué honor sino con el de estar en compañía de su Hijo? Estas palabras: Mi Padre le honrará, parecen ser una explicación de las anteriores: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor. Pues ¿qué mayor honor puede esperar el adoptivo que estar donde está el Hijo único, no igualado a la divinidad, sino asociado a su eternidad?

 

12. Debemos más bien indagar qué se entiende por servir a Cristo, a cuyo servicio se promete tan grande recompensa. Si por servir a Cristo entendemos preparar lo necesario al cuerpo, o cocer y servir los alimentos que ha de cenar, o darle la copa y escanciar la bebida, estas cosas las hicieron quienes pudieron gozar de su presencia corporal, como Marta y María cuando Lázaro era uno de los comensales. Pero de este modo también el perverso Judas sirvió a Cristo, pues él era el que llevaba la bolsa, y aunque hurtase criminalmente de las cosas que en ella se metían, sin embargo, por su medio se preparaba lo necesario. De aquí es que, cuando el Señor le dijo: Lo que haces, hazlo pronto, algunos pensaron que le mandaba preparar algo por ser día de fiesta, o dar alguna limosna a los pobres. Por lo tanto, en modo alguno diría el Señor de tales servidores: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor; y: Si alguno me sirve, mi Padre le honrará; pues vemos que Judas, que servía tales cosas, más bien que honrado, es reprobado. Pero ¿por qué hemos de buscar en otro lugar qué se entiende por servir a Cristo y no lo hemos de ver en estas mismas palabras? Cuando dijo: Si alguno me sirve, sígame, dio a entender que quería decir: Si alguno no me sigue, éste no me sirve. Sirven, pues, a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, esto es, vaya por mis caminos y no por los suyos, según está escrito en otra parte: Quien dice que permanece en Cristo, debe caminar por donde El caminó. Si da pan al pobre, debe hacerlo por caridad, no por jactancia; no buscar en ello más que la buena obra, de modo que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, esto es, que se aleje la codicia de la obra caritativa. El que de este modo sirve, a Cristo sirve, y a él con justicia se le dirá: Lo que hiciste a uno de mis -pequeños, a mí me lo hiciste. Y no solamente el que hace obras corporales de misericordia, sino el que ejecuta cualquiera obra buena por amor de Cristo (entonces serán obras buenas, cuando el fin de la ley es Cristo para la justicia de todo creyente) es siervo de Cristo hasta llegar a aquella magna obra de caridad que es dar la vida por los hermanos, esto es, darla por Cristo. Porque también esto ha de decir Cristo por sus miembros: Cuando por éstos lo hicisteis, por mi lo hicisteis. El mismo se dignó hacerse y llamarse ministro de esta obra, cuando dice: Así como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por muchos. De donde se sigue que cada cual es ministro de Cristo, por las mismas cosas que lo es el mismo Cristo. Y a quien de este modo sirve a Cristo, su Padre le honrará con el extraordinario honor de estar con su Hijo y jamás acabará su felicidad.

 

13. Hermanos, no penséis que el Señor dijo estas palabras: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor, solamente de los obispos y clérigos buenos. Vosotros podéis servir también a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas, enseñando su nombre y su doctrina a los que pudiereis, haciendo que todos los padres de familia sepan que por este nombre deben amar a la familia con afecto paternal. Por el amor de Cristo y de la vida eterna avise, enseñe, exhorte, corrija, sea benevolente y mantenga la disciplina entre todos los suyos ejerciendo en su casa este oficio eclesiástico y en cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con El eternamente. Ya muchos de los que se contaban entre vosotros prestaron a Cristo el máximo servicio de padecer por El: muchos que no eran obispos ni clérigos, jóvenes y doncellas, ancianos con otros de menor edad, muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, en servicio de Cristo, entregaron sus almas por el martirio, y con los honores del Padre recibieron coronas de gloria.

 

 

TRATADO 52

 

DESDE LAS PALABRAS: "AHORA MI ALMA ESTÁ TURBADA, Y ¿QUÉ OS DIRÉ?", HASTA ESTAS OTRAS: "ESTAS COSAS HABLÓ JESÚS, Y SE MARCHÓ Y SE ESCONDIÓ DE ELLOS"

 

1. Después que Nuestro Señor Jesucristo, con las palabras que ayer se leyeron, exhortó a sus ministros para que le siguieran; después que predijo su pasión diciendo que, si el grano de trigo lanzado a la tierra no muere, se queda solo; pero, si muere, da mucho fruto; después de exhortar a quienes le quisieran seguir al reino de los cielos a tener odio a su alma en este mundo si desean conservarla para la vida eterna, nuevamente acomoda sus afectos a la flaqueza nuestra, pronunciando las palabras que dan comienzo a la lectura de hoy: Pero ahora mi alma está turbada. ¿Por qué, Señor, está turbada tu alma? Ya lo has dicho poco ha: Quien aborrece a su alma en este mundo, la reserva para la vida eterna. ¿Amas tú a tu alma de modo que llegue a turbarse ante la hora de salir de este mundo? ¿Quién se atreverá a afirmar tal cosa del alma del Señor? Nos trasplantó a nosotros en El; nuestra cabeza nos tomó sobre él, puso sobre sí el afecto de sus miembros; por eso no es turbado por otro, sino que El se turbó a sí mismo, según se dijo de El cuando resucitó a Lázaro. Era conveniente que el único mediador entre Dios y los hombres, así como nos movió a las cosas más elevadas, así también padeciese con nosotros las cosas abyectas.

 

2. Le oigo decir: Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado: si el grano fuere muerto, produce mucho fruto. Oigo decir: Quien aborrece a su alma en este mundo, la guarda para la vida eterna. No debo contentarme con admirarle; tengo el precepto de imitarle. Y con las palabras siguientes: Quien me sirve, sígame, y donde yo estoy, estará también mi servidor, me enciendo en deseos de despreciar al mundo, y nada es para mí el vapor de esta vida, por prolongado que sea; el amor a las cosas eternas me envilece las temporales; y nuevamente oigo la voz de mi Señor, el cual con aquellas palabras colocó mi flaqueza sobre su firmeza; nuevamente le oigo decir: Ahora mi alma está turbada. ¿Qué significa esto? ¿Por qué mandas que te siga mi alma, cuando veo turbada la tuya? ¿Cómo podré sufrir yo lo que infunde pavor a tu fortaleza? ¿Qué apoyo he de buscar, si la piedra fundamental sucumbe? Pero en mi meditación paréceme oír la respuesta del Señor, que me dice: Me seguirás más decidido, porque yo me interpongo para que tú seas fuerte; oíste la voz de mi fortaleza a ti dirigida, oye en mí la voz de tu flaqueza; te doy fuerzas para que corras, y no freno tu velocidad, sino que trasplanto en mí tu temor y te abro camino para que pases. ¡Oh Señor, mediador, Dios sobre nosotros, hombre por nosotros!, reconozco tu misericordia, porque, siendo tú tan grande, te turbas libremente por tu caridad, para consolar a los muchos que en tu cuerpo son turbados necesariamente por su flaqueza, a fin de que no perezcan desesperándose.

 

3. Quien quiera seguirle escuche por dónde ha de seguirle. Llegó la hora terrible, se propone la disyuntiva: o cometer una iniquidad o sufrir el tormento; túrbase el alma flaca, por la cual espontáneamente se turbó el alma invicta. Antepón la voluntad de Dios a la tuya. Escucha, pues, lo que añade tu Creador y Maestro, que te hizo, y que para enseñarte se hizo El lo que hizo: se hizo hombre aquel que hizo al hombre, y, permaneciendo Dios inconmutable, cambió al hombre para mejor. Escucha, pues, lo que añade después de haber dicho: Ahora mi alma está turbada. ¿Y qué diré? Padre, líbrame de esta hora; pero para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Te enseñó lo que tú debes pensar, qué debes decir, a quién debes invocar, en quién debes esperar, cuya voluntad segura y divina debes anteponer a la tuya humana y flaca. No creas que El ha caído de la altura porque quiere levantarte a ti de la bajura. Se dignó ser tentado por el diablo, que no le tentara si El no lo hubiera querido, como tampoco hubiera padecido en contra de su voluntad, respondiendo al diablo lo que tú debes responderle en tus tentaciones. El ciertamente fue tentado, pero sin peligro alguno, para enseñarte a responder al tentador en tus peligrosas tentaciones y a no seguir al tentador, sino a salir pronto del peligro de la tentación. En el mismo sentido que aquí dice: Ahora está turbada mi alma, dice después: Mi alma está triste hasta la muerte; y: Padre, si es posible, haz pasar de mí este cáliz. Tomó sobre sí la flaqueza humana para enseñar a quien estuviese contristado y conturbado a decir: Pero no sea como yo quiero, sino como tú, Padre, quieres. Y así, anteponiendo la voluntad divina a la voluntad humana, el hombre sube de lo humano a lo divino. Y ¿qué puede entenderse en las palabras: Glorifica tu nombre, sino en su pasión y resurrección? Y ¿qué otra cosa puede ser sino que el Padre glorifique al Hijo, que da gloria a su nombre también en los sufrimientos semejantes de sus siervos? Por este motivo se dijo de Pedro: Otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieres; porque quiso dar a entender con qué género de muerte había de glorificar a Dios. Y así en El glorificaba Dios su nombre, porque así glorificaba a Cristo también en sus miembros.

 

4. Vino, pues, una voz del cielo: Lo glorifiqué y lo volveré a glorificar. Lo glorifiqué antes de crear al mundo, y volveré a glorificar cuando resucite de entre los muertos y suba al cielo. También puede entenderse de otro modo: Lo glorifiqué cuando nació de una virgen, cuando obró prodigios, cuando por indicio celestial fue adorado por los Magos, cuando fue reconocido por sus elegidos, ilustrados por el Espíritu Santo; cuando fue declarado por el Espíritu Santo, que bajó sobre El en forma de paloma; cuando fue manifestado por una voz del cielo, cuando se transfiguró, cuando obró tantos milagros, cuando curó y limpió a muchos, cuando con pocos panes dio de comer a tan grande muchedumbre, cuando imperó a los vientos y a las olas, cuando resucitó a los muertos; y lo volveré a glorificar cuando resucite de entre los muertos, cuando sea elevado a los cielos, Dios; y cuando su gloria se extienda por toda la tierra.

 

5. La gente que allí estaba y había oído, decía que había sido un trueno; otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: Esta voz no ha venido por mi, sino por vosotros. Con lo cual dio a entender que aquella voz no le indicaba lo que El ya sabía, sino que lo manifestaba a quienes debían saberlo. Y así como aquella voz fue dada por la divinidad, no por El, sino por otros, así también por su voluntad se turbó su alma, no por El, sino por otros.

 

6. Escucha lo que sigue. Ahora, dice, es el juicio del mundo. Pues ¿qué juicio hay que esperar en el fin de los tiempos? En el fin se espera el juicio de los vivos y de los muertos, el juicio de las penas y de los premios eternos. Entonces ¿qué juicio es éste? Ya dije a vuestra caridad en lecciones anteriores, y según mis alcances, que había un juicio que no era de condenación, sino de separación, conforme a aquello del Salmo: Júzgame, Señor, y separa mi causa de la gente no santa. Muchos son los juicios de Dios, como lo afirma el Salmo: Tus juicios son un abismo profundo. Y también dice el Apóstol: ¡Oh altura de las riquezas de la ciencia y sabiduría de Dios, cuan incomprensibles son sus juicios!  Entre estos juicios está al que aquí se refiere el Señor, diciendo: Ahora, es el juicio del mundo, sin contar aquel último en el cual serán juzgados los vivos y los muertos. Tenía el diablo en su poder al género humano, y sujetaba a los reos con el libelo de sus pecados; tenía asentado su trono en el corazón de los infieles, atrayendo a los incautos y cautivos al culto de la criatura, abandonando al Creador; pero por la fe de Cristo, confirmada con su muerte y resurrección, y por su sangre, derramada para la remisión de los pecados, miles de creyentes se libertan del dominio diabólico y se unen a Cristo, y, bajo tan excelsa cabeza, los miembros fieles reciben la vida de un único Espíritu, que es el suyo. Llamaba juicio a esta separación, a esta expulsión del diablo de las almas de sus redimidos.

 

7. Advierte lo que El dice. Como si nosotros preguntásemos qué significa esa sentencia suya: Ahora es el juicio del mundo, nos lo aclara diciendo: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Ya sabemos a qué juicio se refiere; no a aquel juicio final en el que serán juzgados los vivos y los muertos, separados unos a la derecha y otros a la izquierda, sino al juicio en el que el príncipe de este mundo será arrojado juera. ¿En qué sentido estaba dentro y adonde dice que ha de ser echado fuera? ¿Por ventura estaba en el mundo y ha sido puesto fuera del mundo? Si se hubiera referido al juicio final, quizá alguien pudiera pensar que se trataba del fuego eterno, adonde ha de ser lanzado el diablo con sus ángeles y con todos los que están a su lado, no por la naturaleza, sino por el vicio; no por haberlos creado o engendrado, sino por haberlos seducido y poseído; podría pensar alguno que ese fuego eterno está fuera del mundo y que, por lo mismo, había dicho será arrojado fuera. Pero como esta frase: Ahora es el juicio del mundo, la aclara con la siguiente: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, debemos saber que este juicio se hace ahora y que no es el que se hará mucho tiempo después en el último día. Anunciaba, pues, el Señor lo que conocía: que después de su pasión y glorificación muchos pueblos habían de creer por todo el mundo, en cuyos corazones estaba dentro el diablo, el cual, cuando a él se renuncia por la fe, es arrojado fuera.

 

8. Pero dirá alguno: Entonces del corazón de los patriarcas y de los profetas y de otros justos de la antigüedad no fue arrojado fuera. Ciertamente, lo fue. ¿Por qué, pues, se dice que ahora será arrojado fuera? Podemos decir que entonces sucedió esto en poquísimos hombres, y ahora se anuncia que se verificará en numerosos y grandes pueblos. Del mismo modo que está escrito que aún no se había dado el Espíritu porque Jesús aún no había sido glorificado. Es una cuestión semejante, y semejante también puede ser la solución. Pues no sin el Espíritu Santo profetizaron los profetas las cosas futuras, y el anciano Simeón y laviuda Ana por el Espíritu Santo conocieron al Señor niño; y Zacarías e Isabel, quienes por el Espíritu Santo tantas cosas predijeron del hijo ya concebido, pero aún no nacido. Pero no habíasido dado el Espíritu Santo con aquella abundancia de graciasespirituales con que los allí reunidos hablaban las lenguas de todos, anunciando así que la Iglesia había de estar en los idiomas de todas las naciones, y por esa gracia espiritual se reunirían los pueblos, se perdonarían los pecados en todas partes y miles de millares serían reconciliados.

 

9. Entonces, habiendo sido el diablo arrojado fuera de los corazones de los creyentes, ¿no tienta ya a ninguno de los fieles? Por el contrario, no cesa de tentarlos. Pero una cosa es reinar en su interior, y otra asediar por de fuera, pues a veces el enemigo ataca a una ciudad bien defendida y no consigue conquistarla. Y si alguna de las flechas penetra dentro, advierte el Apóstol que no causarán daño teniendo puesta la loriga y el escudo de la fe, y que, si alguna llega a abrir una herida, cerca está el médico que la sana. Como a luchadores les dice: Os escribo estas cosas para que no pequéis; y si alguno es herido, escuche lo que sigue: Y si alguno pecare, sepa que tenemos por abogado ante el Padre a Jesucristo, justo, que es propiciación por nuestros pecados. Pues ¿qué suplicamos cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, sino la curación de nuestras heridas? ¿Y qué otra cosa pedimos cuando decimos: No nos metas en la tentación, sino que aquel que nos asedia, o nos ataca por de fuera, no pueda entrar por parte alguna; que no nos pueda vencer con fraude ni superar en valor? Por muchas máquinas de guerra que mueva contra nosotros, mientras no ocupe el recinto del corazón donde reside la fe, está arrojado fuera. Pero, si el Señor no defiende la ciudad, de balde velan los centinelas. Por lo tanto, no presumáis de vuestras fuerzas si no queréis dar de nuevo entrada al diablo, que habéis lanzado fuera.

 

10. Lejos de nosotros pensar que el diablo, por el hecho de ser llamado príncipe del mundo, ejerza su dominio sobre el cielo y sobre la tierra. Por mundo se entiende los hombres malos diseminados por todo el orbe, del mismo modo que por los habitantes se dice de una casa que es buena o mala; entonces no reprendemos o alabamos las paredes y techos del edificio, sino las costumbres buenas o malas de sus moradores. En este sentido, pues se le llama príncipe de este mundo, es decir, príncipe de todos los malos que en el mundo habitan. También se dice el mundo de los buenos, que igualmente están diseminados por toda la haz de la tierra; del cual dice el Apóstol: Dios estaba en Cristo para reconciliar consigo al mundo. Estos son aquellos de cuyo corazón se lanza fuera al príncipe de este mundo.

 

11. Después de haber dicho: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, dice: Y yo, si fuere levantado sobre la tierra, atraeré a mí todas las cosas. ¿Qué cosas sino aquellas de las cuales él es arrojado fuera? No dijo todos, sino todas las cosas, porque la fe no es de todas las cosas. No se refirió, pues, a la totalidad de los hombres, sino a las partes que integran a la criatura, esto es, el espíritu, el alma y el cuerpo, por los cuales pensamos, vivimos y somos visibles y palpables. Aquel que dijo que no perecerá un cabello de vuestra cabeza, es el que lleva tras sí todas las cosas. Si por todas las cosas han de entenderse los hombres mismos, podemos decir que atrae a sí todas las cosas predestinadas a la salvación, de las cuales nada ha de perecer, como dijo anteriormente de sus ovejas. También puede entenderse de toda clase de hombres, ya de todos los idiomas, ya de todas las edades, bien de todos los grados honoríficos, bien de todas las diferencias de talentos, o de todas las diversas profesiones manuales, o de cualesquiera otras diferencias innumerables, por las cuales, a excepción de los pecados, tanto se diferencian unos hombres de otros, desde los más encumbrados hasta los más humildes, desde el rey hasta el mendigo; a todo, dice, atraeré a mí, a fin de que El sea su cabeza y ellos sus miembros. Si yo fuere levantado sobre la tierra quiere decir cuando yo fuere levantado, pues no duda que se ha de ejecutar lo que El viene a cumplir. Esto hace referencia a lo que antes ha dicho: Si el grano muere, da mucho fruto. Por su exaltación quiso dar a entender su pasión en la cruz, lo cual no pasó en silencio el evangelista, añadiendo: Decía esto indicando con qué muertehabía de morir.

 

12. Replicóle la turba: Nosotros sabemos por la Ley que Cristo permanece eternamente, ¿y cómo tú dices: Conviene que sea levantado el Hijo del hombre? ¿Quién es, pues, este Hijo del hombre? Bien grabado tenían en su memoria que constantemente El se llamaba el Hijo del hombre, y en este lugar no dijo: Si fuere levantado el Hijo del hombre, pero lo había dicho antes, cuando le habían comunicado el deseo que los gentiles tenían de verle, y lo cual ayer os fue leído y explicado: Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Conservando esto en la memoria y entendiendo en las palabras que ha dicho ahora: Cuando yo fuere levantado sobre la tierra, la muerte de cruz, le dijeron: Nosotros sabemos por la Ley que Cristo vive eternamente; ¿cómo, pues, tú dices: Conviene que sea levantado el Hijo del hombre? ¿Quién es, pues, este Hijo del hombre? Si él es el Cristo, dicen, vive eternamente; si vive eternamente, ¿cómo ha de ser levantado sobre la tierra, esto es, cómo ha de morir padeciendo la muerte de cruz? Comprendieron que decía lo mismo que ellos maquinaban. No fue, por tanto, la ciencia infusa, sino su apuñalada conciencia la que les abrió el sentido oscuro de estas palabras.

 

13. Díjoles, pues, Jesús: Aún hay algo de luz en vosotros. Por ella comprenderéis que Cristo vive eternamente. Caminad, pues, en la luz mientras la tenéis, para que no os envuelvan las tinieblas. Caminad, acercaos, comprended a Cristo entero, que ha de morir y que ha de vivir eternamente, que derramará su sangre para la redención y que subirá a las alturas, adonde nos conducirá. Las tinieblas os envolverán si de tal modo creéis en la eternidad de Cristo, que no admitáis su humillación en morir. Quien camina en las tinieblas, no sabe por dónde va, y puede tropezar en la piedra del tropiezo, en la piedra del escándalo, que fue el Señor para los ciegos judíos, como para los creyentes la piedra rechazada se convirtió en piedra angular. Se desdeñan de creer en Cristo, porque su impiedad despreció al Cristo muerto y se burló del Cristo sacrificado. Esta era, sin embargo, la muerte del grano que había de multiplicarse y la exaltación del que había de atraer a sí a todas las cosas. Mientras tenéis luz, dice, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz. Cuando escuchéis algo de la verdad, creed en la verdad, para que volváis a nacer en la verdad.

 

14. Habló Jesús estas cosas y se marchó, y se escondió de ellos. No se escondió de aquellos que habían comenzado a creer y a amar ni de aquellos que con ramos de palmas y cánticos de alabanzas salieron a su encuentro, sino de aquellos que veían y envidiaban; porque no veían, tropezaban en aquella piedra por su ceguera. Pero, cuando se escondió de quienes deseaban matarle (debo recordároslo para que no lo olvidéis), miraba por nuestra flaqueza, no disminuía en nada su poder.

 

 

TRATADO 53

 

DESDE LAS PALABRAS: "HABIENDO HECHO TANTOS MILAGROS A SU VISTA, NO CREÍAN EN EL", HASTA ÉSTAS: "PREFIRIERON LA GLORIA DE LOS HOMBRES A LA GLORIA DE DIOS"

 

1. Anunciada su pasión y su fructífera muerte en la cruz, desde la cual dijo que atraería a sí a todas las cosas, en lo cual vieron los judíos el anuncio de su muerte, preguntándole por qué decía que El había de morir, si por la Ley sabían que Cristo vive eternamente, Nuestro Señor Jesucristo les exhorta a que, mientras en ellos haya un poco de luz, por la cual conocieron que Cristo era eterno, caminaran para comprenderle totalmente antes de que fueran envueltos por las tinieblas. Y, dichas estas cosas, se escondió de ellos. Todo esto ya lo sabéis por las precedentes lecturas y palabras del Señor.

 

2. Sigue luego el evangelista diciendo las palabras de la lectura de hoy: Habiendo hecho tantos milagros a su vista, no creían en El, para dar cumplimiento a las palabras que dijo el profeta Isaías: ¡Oh Señor!, ¿quién dio crédito a nuestro oído y a quién ha sido revelado el brazo del Señor? De donde claramente se deduce que llama brazo del Señor al mismo Hijo de Dios, no porque Dios Padre tenga figura humana y a El esté unido el Hijo como un miembro del cuerpo, sino porque por El fueron hechas todas las cosas, por eso lo llama brazo del Señor. Así como llamas tú brazo al instrumento que empleas para tu trabajo, así el Verbo se llama brazo de Dios, porque por El hizo el mundo. Y ¿por qué para hacer algo emplea el hombre el brazo, sino porque la obra no responde al punto a su palabra? Pero si tuviese tal poder que sin movimiento alguno de su cuerpo fuese hecho lo que él dijese, su palabra sería su brazo. Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios Padre, como no es un miembro del cuerpo paterno, tampoco es una idea o palabra sonante y transitoria, porque, cuando por El fueron hechas todas las cosas, ya era el Verbo de Dios.

 

3. Cuando, pues, oímos llamar al Hijo de Dios brazo de Dios, no imaginemos cosa alguna carnal, sino más bien pensemos, cuanto nos sea dado con su ayuda, en el poder y sabiduría de Dios, por el cual han sido hechas todas las cosas. Un brazo de esta naturaleza no se extiende cuando se alarga ni se encoge cuando se recoge. N o es el mismo que es el Padre, pero lo mismo son El y el Padre; y siendo igual al Padre, está en todas partes como el Padre. No abráis la puerta al error detestable de aquellos que dicen que sólo existe el Padre, y, según la diversidad de operaciones, unas veces se llama Hijo y otras EspírituSanto, atreviéndose a decir: Ya veis por estas palabras que, si el Hijo es el brazo del Padre, sólo existe el Padre, porque el hombre y su brazo no son dos personas, sino una sola. No entienden ni se dan cuenta de que, en el modo ordinario de hablar de cosas visibles y conocidas, por cierta semejanza se aplican palabras de determinado significado para expresar otras cosas de diversa naturaleza. ¡Con cuánta mayor razón las emplearemos para expresar de algún modo lo que es inefable y no puede ser expresado según su propia naturaleza! Hasta los hombres llaman brazo suyo al hombre de quien se valen para ejecutar sus obras, y, si lo pierden, dicen con dolor: Perdí mi brazo; y a quien se lo quitó le dicen: Me has arrebatado mi brazo. Comprended, pues, de qué modo se dice del Hijo que es el brazo del Padre, por el cual el Padre hace todas las cosas, a fin de que, por no entenderlo y por permanecer en las tinieblas de su error, no vengan a ser semejantes a los mismos judíos, de los cuales queda dicho: Y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado?

 

4. De aquí surge otra cuestión, cuya explicación, para que sea cabal y descubra todos los puntos escabrosos que encierra, y sea discutida con la dignidad que ella se merece, creo que no es acomodada ni a mis fuerzas, ni a la premura del tiempo, ni de vuestra capacidad. Pero, ya que vuestra expectación no me permite pasar a otros puntos sin decir algo sobre ella, os voy a decir lo que pueda, y si no consigo satisfacer vuestra expectación, pedid el crecimiento a aquel que nos puso a nosotros para plantar y regar; porque, como dice el Apóstol, ni el que planta ni el que riega hacen algo, sino Dios, que da el crecimiento. Algunos murmuran dentro de sí, y a veces, cuando tienen ocasión, dicen en alta voz y con discusiones turbulentas: ¿Qué hicieron los judíos o qué culpa tuvieron, si era necesario "que tuvieran cumplimiento las palabras del profeta Isaías, que dice: Señor, ¿quién dará crédito a nuestro oído, y el brazo del Señor, a quién ha sido revelado?" A esto respondemos que el Señor, que conoce el futuro, predijo por el profeta la infidelidad de los judíos; la predijo, no fue causa de ella. Como tampoco Dios obliga a nadie a pecar porque conozca los pecados futuros de los hombres. Previo, pues, los pecados de ellos, no los suyos; tampoco los de cualquier otro, sino los de ellos mismos. Ahora bien, si los pecados de ellos, que El previo, no son de ellos, no los previo en realidad de verdad; pero, como su presciencia no puede engañarse, sin duda alguna pecan aquellos que Dios previo que habían de pecar, y no peca otro. Pecaron, pues, los judíos, a lo cual no fueron forzados por aquel que odia el pecado; pero predijo que habían de pecar aquel a quien nada es oculto. Si, en vez de obrar mal, hubiesen querido obrar bien, no hubiesen sido impedidos de hacerlo; pero que así habían de obrar lo tenía previsto aquel que conoce lo que cada uno ha de hacer y cuál es el premio que le ha de dar por sus obras.

 

5. Las palabras siguientes del Evangelio son más terribles y entrañan una cuestión más profunda, pues sigue diciendo: La razón de no poder creer la da de nuevo Isaías, diciendo: Cególes los ojos y endurecióles el corazón para que con los ojos no vean y con el corazón no entiendan, y se conviertan y yo los sane. Si ellos no pudieron creer, se nos dirá, ¿qué pecado comete el que no hace lo que no puede hacer? Pero, si pecaron por no creer, podían creer y no creyeron. Y si podían creer, ¿cómo dice el Evangelio: No podían creer, porque por segunda vez lo había profetizado Isaías: Cególes los ojos y endurecióles el corazón, como haciéndoles, y esto es más grave, culpables de su incredulidad por haber cegado sus ojos y endurecido su corazón? Y esto no se dice solamente del diablo, sino también de Dios, según el testimonio profético de la Escritura. Porque, si dijéramos que el diablo cegó sus ojos y endurecióles el corazón, nos sería muy trabajoso probar la culpabilidad de quienes no creyeron porque no podían creer. Y ¿qué diremos de otro testimonio del mismo profeta citado por el apóstol San Pablo: Israel no ha hallado lo que buscaba, pero lo hallaron los elegidos, quedando ciegos todos los demás, conforme a lo que está escrito: Dioles Dios el espíritu de compunción, ojos para que no vean y oídos

para que no oigan hasta el día de hoy?

 

6. Habéis oído, hermanos, la exposición de la cuestión, y os daréis cuenta de su profundidad; pero responderé a ella lo mejor que me sea posible. No podían creer porque así lo había dicho el profeta Isaías, y lo dijo porque Dios sabía que no habían de creer. Si me preguntáis por qué no podían, rápidamente os respondo: Porque no querían; pues Dios tenía prevista su perversa voluntad, y por medio del profeta la anunció aquel al cual no puede ser oculto el futuro. Pero, replicarás, el profeta señala otra causa de su falta de voluntad. ¿Cuál? Porque les dio el Señor el espíritu de compunción, ojos para que no vean, oídos para que no oigan, y cególes los ojos y endurecióles el corazón. Contestó diciendo que aun esto lo merecieron por su voluntad. Dios ciega y endurece retirándose y no prestando su ayuda, lo cual hace no por juicios inicuos, sino por juicios ocultos; y esto debe custodiar inconcusa e inviolablemente la piedad de los fieles, como lo hizo el Apóstol al tratar de esta difícil cuestión: ¿Qué diremos, pues? ¿Hay acaso perversidad en Dios? De ningún modo. Luego, si debemos estar lejos de pensar que haya perversidad en Dios, hemos de creer que, cuando ayuda, lo hace por su misericordia, y que obra con justicia cuando no presta su ayuda, porque no obra temerariamente, sino con juicio recto. En verdad que, si los juicios de los santos son justos, cuánto más justos han de ser los juicios de Dios, que santifica y justifica. Ciertamente son justos, pero ocultos. Por lo tanto, cuando se presenten cuestiones de este género: por qué unos son tratados de un modo y otros de otro; por qué a unos abandona para que queden ciegos y a otros los ilumina con su luz, no nos metamos nosotros a juzgar los juicios de un juez tan excelso, antes, llenos de temor, exclamemos con el Apóstol: ¡Oh alteza de los tesoros de la ciencia y sabiduría de Dios, cuan inescrutables son sus juicios y cuan difíciles de averiguar son sus caminos! Tus juicios, dice el Salmo, son un abismo inconmensurable,

 

7. No me fuerce, pues, Vuestra Caridad con esa expectación a penetrar en tales profundidades, a explorar este abismo, a escrutar lo inescrutable. Reconozco mi incapacidad y creo palpar también la vuestra. Esto es más alto que mi estatura y más fuerte que mis fuerzas, y creo que también más que las vuestras. Escuchemos juntos el aviso de la Escritura: No inquieras lo que es sobre tu capacidad ni escrutes lo que excede a tus fuerzas. No quiere decir esto que nos sea negado su conocimiento, cuando Dios, nuestro maestro, dice que nada hay oculto que no llegue a saberse; pero, si seguimos el camino que hemos tomado, como dice el Apóstol, Dios nos descubrirá no solamente lo que ignoramos y debemos saber, sino también aquello que no entendemos rectamente. El camino que hemos tomado es el camino de la fe; perseveremos en él, y nos introducirá en los secretos del Rey, donde están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Porque no era ciertamente por envidia lo que el mismo Jesucristo, Señor nuestro, dijo a sus grandes y escogidos discípulos: Tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportar su peso. Debemos caminar, avanzar y crecer a fin de que nuestros corazones se hagan capaces de comprender aquellas cosas que ahora nos es imposible entender. Y si el último día nos halla en las avanzadas, allí conoceremos lo que aquí no hemos conseguido comprender.

 

8. Pero, si hay alguno que entienda y confíe poder exponer esta cuestión de un modo mejor y más claro, no crea que yo estoy menos dispuesto a aprender que a enseñar. Cuídese, sin embargo, de ser tan acérrimo defensor del libre albedrío, que se vea forzado a suprimirnos la oración, en la que decimos: No nos metas en la tentación; o, por el contrario, negando la libertad de la voluntad, se atreva a excusar el pecado. Atendamos nosotros a Dios, que manda y ayuda: manda lo que debemos hacer y ayuda para que podamos hacerlo. Pero a unos la excesiva confianza en su voluntad los ha arrastrado a la soberbia, y a otros la excesiva desconfianza en su voluntad los ha sepultado en el desaliento. Aquéllos dicen: ¿Para qué vamos a pedir a Dios superar una tentación que nosotros podemos vencer? Estos, en cambio, dicen: ¿Para qué nos vamos a esforzar en vivir bien, si esto depende del poder de Dios? ¡Oh Señor, oh Padre, que estás en los cielos! No nos metas en semejantes tentaciones, antes líbranos de todo mal. Escuchemos al Señor, que dice: He rogado por ti, Pedro, para que no desfallezca tu fe, a fin de que no pensemos que nuestra fe depende del libre albedrío de modo tal que no nos sea necesaria la ayuda divina. Oigamos decir al evangelista que les dio la facultad de hacerse hijos de Dios, para que no creamos que somos absolutamente incapaces de tener fe; no obstante, en uno y otro caso reconozcamos los beneficios del Señor. Debemos darle gracias por esa facultad y rogarle, al mismo tiempo, que no sucumba nuestra flaqueza. Esta es la fe que obra por la caridad, según la medida que Dios ha repartido a cada cual, para que el que se gloría, no se gloríe de sí mismo, sino en el Señor.

 

9. No es, pues, de admirar que no pudiesen creer quienes tenían una voluntad tan soberbia, que, ignorando la justicia de Dios, se convertían ellos en norma de justicia, conforme a lo que de ellos dice el Apóstol: No se sujetaron a la justicia de Dios. Y porque se hincharon no con la fe, sino con sus obras, la misma hinchazón los dejó ciegos y tropezaron en la piedra del tropiezo. En este sentido se dijo que no podían, que es lo mismo que no querían; como también se dijo de nuestro Dios y Señor que si no creemos, El permanece fiel, no puede negarse a sí mismo. Del Omnipotente se dice no puede. Pues así como no poderse negar Dios a sí mismo es una gloria la voluntad divina, del mismo modo, que ellos no pudiesen creer es un pecado de la voluntad humana.

 

10. Por lo tanto, también yo digo que los que están tan llenos de soberbia que creen que cuanto son es debido a sus propias fuerzas solamente y que no necesitan de la ayuda divina para vivir bien, no pueden creer en Cristo. De ningún provecho son las sílabas del nombre de Cristo y de sus sacramentos cuando se pone resistencia a la fe de Cristo. Porque la fe de Cristo es creer que El justifica al impío, creer que El es el mediador, sin el cual no nos reconciliamos con Dios; creer que El es el Salvador, que vino a buscar y a salvar lo que había perecido; creer en Aquel que dijo: Sin mí nada podéis hacer. Y porque, despreciando la justicia de Dios, que hace justo al impío, el soberbio quiere imponer la suya para justificarse, no puede creer en Cristo, y por lo mismo ellos no podían creer, no porque como hombres no pudiesen hacerse mejores, sino porque, mientras tienen tales ideas, no pueden creer. De aquí viene su obcecación y endurecimiento, de que, negando la ayuda divina, no son ayudados. Esta obcecación y endurecimiento de los judíos los tenía Dios previstos, y por su Espíritu los anunció por medio del profeta.

 

11. En cuanto a lo que sigue: Y se conviertan y los sane, debe sobrentenderse No, esto es, no se conviertan, por la conexión que tiene con la sentencia anterior: Para que no vean y entiendan en su corazón, pues aquí evidentemente es no entiendan. También la misma conversión es una gracia de aquel a quien decimos: ¡Oh Señor de las virtudes!, conviértenos. ¿Por ventura no ha de verse aquí un efecto de la medicinal misericordia divina, que, por ser ellos de voluntad altanera y perversa y querer establecer su justicia por norma, fuesen abandonados, para que se cegaran; ciegos, tropezaran en la piedra del tropiezo y se cubriera su rostro de ignominia y de esta manera humillados se acogiesen al nombre de Dios y a su justicia, que hace justo al impío, y dejasen la suya, que infla al soberbio? A muchos de ellos, esto les sirvió de provecho, pues, arrepentidos de su crimen, creyeron después en Cristo. Por éstos había orado Jesús, diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. De tal ignorancia dice el Apóstol: Doy testimonio de que ellos tienen el celo de Dios, pero no según la ciencia; y añade: Porque, no conociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios.

 

12. Estas cosas dijo Isaías cuando vio su gloria y habló de El. Lo que vio Isaías y cómo todo se refiere a Cristo, nuestro Señor, léase y entiéndase en su libro. Le vio no como El es, sino de un modo significativo, como convenía a la visión del profeta. También le vio Moisés, y, sin embargo, decía al que veía: Si he hallado gracia en tu presencia, muéstrateme a ti mismo para que te vea claramente, porque no le veía como El es. Y cuándo conseguiremos nosotros esto, nos lo dice este mismo evangelista, San Juan, en su epístola: Carísimos, somos hijos de Dios, y no aparece aún lo que seremos; sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a El, porque le veremos como El es. Podía haber dicho porque le veremos, sin añadir, como El es. Pero, sabiendo qué Padres y qué profetas le habían visto, pero no como es; al decir que nosotros le veremos, añadió como El es. No os dejéis, pues, engañar, hermanos, por quienes dicen que el Padre es invisible y sólo el Hijo es visible. Esto dicen aquellos que le creen pura criatura, sin entender aquello por lo cual dijo: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ciertamente, el Hijo es invisible en la forma de Dios, por la cual es igual al Padre; pero para hacerse visible a los hombres tomó la forma de siervo, y, hecho semejante a los hombres, se hizo visible. Se había ya mostrado a los ojos humanos antes de tomar la carne, según le plugo en apariencia de criatura, pero no como El es. Limpiemos el corazón por la fe y preparémonos, por decirlo así, para aquella inefable e invisible visión: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

 

13. No obstante, muchos, aun de los principales, creyeron en El; pero por temor de los fariseos no le confesaban, para no ser echados de la sinagoga; amaron, pues, más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Notad cómo el evangelista menciona y reprueba a algunos que dijo habían creído en El. Si éstos hubiesen avanzado en la fe, hubieran superado con su progreso también el amor de la gloria humana, como lo había superado el Apóstol, que decía: Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Para esto fijó el Señor su cruz, en la cual fue escarnecido por la demencia de la impiedad altanera, en la frente de sus creyentes que en cierto modo es asiento de la verecundia, para que la fe no se ruborice de su nombre y haga mayor aprecio de la gloria de Dios que de la gloría de los hombres.

 

 

TRATADO 54

 

DESDE ESTAS PALABRAS DE JESÚS: "QUIEN CREE EN MÍ NO CREE EN MÍ, SINO EN AQUEL QUE ME ENVIÓ", HASTA ESTAS OTRAS: "LAS COSAS QUE YO HABLO LAS DIGO COMO ME LAS HA DICHO MI PADRE"

 

1. Hablando Nuestro Señor Jesucristo entre los judíos y obrando tantos milagros, creyeron algunos de los predestinados a la vida eterna, llamados también por El ovejas suyas; mas otros no creyeron, ni podían creer, porque, por ocultos, mas no injustos, juicios de Dios, fueron cegados y endurecidos, experimentando el abandono de Aquel que resiste a los soberbios y concede su gracia a los humildes. Algunos de aquellos que creyeron, le confesaban hasta el punto de salir a su encuentro con palmas y con grande contentamiento en la confesión de sus alabanzas. Otros, en cambio, de los principales, no se atrevían a confesarle públicamente por no verse arrojados fuera de la sinagoga, y a los cuales reprende el evangelista diciendo que estimaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Entre los que no creyeron había algunos que habían de creer después, y a éstos tenía presentes, cuando dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. Pero otros habían de permanecer en su incredulidad, cuyos imitadores son esta raza de judíos que, destruida después, según el testimonio profético de Cristo, está hoy dispersa por todo el mundo.

 

2. En tales circunstancias y cercana ya su pasión, clamó Jesús y dijo las palabras que encabezan la lectura de hoy: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió, y quien me ve a mí ve a Aquel que me envió. Ya había dicho en cierta ocasión: Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió. Entonces explicamos que llamó doctrina suya al Verbo del Padre, que es El mismo; y que diciendo Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió, quiso dar a entender que El no procedía de sí mismo y que tenía de quién proceder: Dios de Dios, Hijo del Padre; mas el Padre no es Dios de Dios, sino Dios Padre del Hijo. ¿Y cómo hemos de entender estas palabras suyas: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió, sino en el sentido de que a la vista de los hombres aparecía el hombre, estando Dios oculto en El? Y para que no pensaran que El era solamente lo que ellos veían, y queriendo ser tenido por tal y tan grande como el Padre, dice: Quien cree en mí no cree en mí, esto es, en esto que ve; mas cree en Aquel que me envió, es decir, en el Padre. Pero quien cree en el Padre es menester que le crea Padre, y quien le cree Padre, es necesario que crea que tiene un Hijo; y así, quien cree en el Padre, por necesidad ha de creer en el Hijo. Mas para evitar que alguno pueda suponer que el Hijo unigénito es llamado Hijo de Dios a la manera de los llamados hijos de Dios por la gracia, pero no por la naturaleza, conforme a lo que dice el evangelista: Les dio el poder de hacerse hijos de Dios; y de los cuales el mismo Señor, citando el testimonio de la Ley, dijo: Dioses sois e hijos todos del Altísimo; para evitar esto dijo: Quien cree en mí no cree en mi, a fin de que no se crea en Cristo como hombre solamente. Aquel, por lo tanto, cree verdaderamente en mí que no cree solamente lo que ve en mí, sino a Aquel que me envió, y, creyendo en el Padre, crea que tiene un Hijo igual a El, y de este modo crea lo que verdaderamente soy. Porque, si piensa que el Padre solamente tiene hijos adoptivos por su gracia, que son ciertamente criaturas suyas, mas no son el Verbo, sino hechas por el Verbo, y que no tiene un Hijo igual a El y coeterno, nacido eternamente, igualmente inconmutable, en nada diferente y desigual; quien así piensa, no cree en el Padre, que le envió, porque no es esto el Padre, que le envió.

 

3. Y así, habiendo dicho: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió, para que nadie imaginase que quería dar a entender al Padre como Padre de muchos hijos regenerados por la gracia y no como Padre del único Verbo igual a El, inmediatamente añadió: Y quien me ve a mí, ve a Aquel que me envió. ¿Dice, acaso, que quien me ve a mí no me ve a mí, sino que ve a Aquel que me envió, del modo que había dicho: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió? Dijo aquello con el fin de que no se le tuviese solamente por hijo del hombre, como aparecía; y dijo esto para que se creyese que El era igual al Padre. Y así dice: Quien cree en mí, no cree en aquello que en mí ve con sus ojos, sino en Aquel que me envió. Mas, cuando cree en el Padre, que me engendró igual a El debe creer en mí, no según lo que en mí ve con sus ojos, sino como cree en Aquel que me envió; porque hasta tal punto no hay diferencia entre mí y El, que quien me ve a mí le ve a El. Ciertamente Cristo envió a sus apóstoles, pues así como los llamados en griego ángeles se llaman en latín embajadores, los llamados en griego apóstoles, en latín se llaman enviados. Y sin duda que a ninguno de los apóstoles se le ocurrió decir: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió. En modo alguno diría: Quien cree en mí; pues nosotros creemos al apóstol, pero creemos en el apóstol, porque no es el apóstol quien justifica al impío. Pero a quien cree en aquel que justifica al impío, se le reputa su fe por justicia. El apóstol podría decir: Quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me envió; o: Quien a mí me oye, oye a Aquel que me envió; porque esto les dijo a ellos el mismo Señor: Quien os recibe a vosotros, me recibe a mí, y quien me recibe a mí recibe a Aquel que me envió, ya que el Señor es honrado en el siervo, y el padre en el hijo; pero como viendo al padre en el hijo y al señor en el siervo. En cambio, el Hijo unigénito bien pudo decir: Creed en Dios y creed también en mí; y como dice ahora: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió. No quitó al creyente la fe en El, pero no quiso que el creyente se parase en la forma de siervo; porque quien cree en el Padre, que le envió, sin duda cree en el Hijo, sin el cual sabe que el Padre no puede existir, y cree en El como igual al Padre, según lo que sigue: Y quien me ve a mí ve a Aquel que me envió.

 

4. Pasemos a lo siguiente: Yo, que soy la luz, vine al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en las tinieblas. En otro lugar dijo a sus discípulos: Vosotros sois la luz del mundo; no puede ocultarse una ciudad construida en la cima de un monte, ni se enciende la candela para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelero, a fin de que dé luz a todos los que están en la casa; brille así vuestra luz delante de los hombres, para que ellos vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos. No les dijo: Vosotros, que sois la luz, habéis venido al mundo para que quien crea en vosotros no permanezca en las tinieblas. Y os aseguro que no leeréis esto en lugar alguno. Candelas son todos los santos, encendidas en El por la fe, que se apagan cuando de El se apartan. Pero la luz aquella que les da la luz no puede separarse de sí misma, porque es inconmutable. Creemos, pues, a las candelas encendidas, como son los profetas y los apóstoles; pero de tal modo les damos fe, que no creemos en la misma candela iluminada, sino que por medio de ella creemos en aquella luz que las ilumina, para que nosotros seamos también iluminados, no por ellas, sino con ellas por aquella luz de quien ellas reciben la suya. Y al decir que vino para que todo aquel que crea en mí no permanezca en tinieblas, claramente manifiesta que a todos encontró envueltos en tinieblas; pero, para que no permanezcan en las tinieblas en que fueron hallados, deben creer en la luz que vino al mundo, porque por ella fue hecho el mundo.

 

5. Y si alguno oyere, dice, mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo. Recordad lo que habéis oído en las lecciones anteriores, y si lo habéis olvidado, haced memoria; y los que no estuvisteis y ahora estáis presentes, observad que el Hijo dice: Yo no le juzgo, habiendo dicho en otro lugar: El Padre no juzga a nadie, mas todo juicio se lo dio al Hijo. Pero debe entenderse que yo no le juzgo AHORA. ¿Por qué no juzga ahora? No he venido, dice, para juzgar al mundo, sino para salvarlo, es decir, para hacerlo salvo. Ahora es el tiempo de la misericordia, después será el del juicio; porque yo alabaré tu misericordia y tu juicio, ¡oh Señor!

 

6. Ved ahora lo que dice del último juicio que ha de venir: Quien me desprecia y no recibe mis palabras, hallará quien le juzgue; la palabra que yo he predicado, será su juez en el último día. No dice: A quien me desprecia y no escucha mis palabras, yo no le juzgo en el último día; porque, si hubiese dicho esto, no veo cómo dejaría de ser contrario a aquella sentencia: El Padre no juzga a nadie, mas todo juicio lo dio al Hijo. Pero habiendo dicho: Quien me desprecia y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; y por quienes esperaban saber quién era ese juez, añadió: La doctrina que yo he predicado, ésa le juzgará en el último día, con lo cual manifestó claramente que El mismo habrá de juzgar en el último día. Porque El se ha predicado a sí mismo, se ha anunciado a sí mismo, se ha puesto a sí mismo como puerta, por donde el pastor ha de entrar a sus ovejas. De un modo serán juzgados quienes no le oyeron y de modo distinto quienes le oyeron y le despreciaron. Quienes pecaron fuera de la ley, dice el Apóstol, serán juzgados fuera de la ley; mas quienes pecaron en la ley, por la ley serán juzgados.

 

7. Yo no he hablado, dice, por mi propia cuenta. Y dice que El no ha hablado por su propia cuenta, porque El no procede de sí mismo. Muchas veces he repetido esto mismo, y como cosa ya bien conocida os la recuerdo. Mas el Padre, que me envió El mismo me ordenó lo que he de decir y hablar. No me detendría si supiese que me dirijo a quienes oyeron mis anteriores explicaciones, y entre éstos a quienes las conservan en su memoria; pero, como es posible que entre vosotros haya algunos que no las oyeron y otros semejantes a ellos por haberlas olvidado, lleven con paciencia nuestra demora quienes las recuerdan. ¿Cómo el Padre transmite sus mandatos a su Hijo unigénito? ¿Con qué verbo habla al Verbo siendo el propio Hijo el Verbo unigénito? ¿Acaso por medio de un ángel, habiendo sido ellos creados por el Verbo? ¿Acaso por medio de la nube que habló al Hijo, de la cual El mismo dice que no emitió aquel sonido por su causa, sino por causa de quienes debían escucharlo? ¿Quizá por medio de un sonido articulado por los labios de Aquel que carece de cuerpo y que no está separado del Hijo por espacio alguno, de manera que el aire intermedio vibre con el sonido y lo lleve hasta los oídos del Hijo? Lejos de nosotros pensar así de aquella sustancia incorpórea e inefable. El Hijo único es el Verbo y la sabiduría del Padre, en la cual están encerrados todos sus mandatos. No hubo tiempo en que el Hijo ignorase los mandatos del Padre, de modo que con el tiempo viniese a tener lo que antes no tenía. En su nacimiento recibió del Padre todo cuanto tiene, comunicado con la misma generación. El es la vida y la recibió en su nacimiento, sin que haya existido antes sin vida. Porque también el Padre tiene la vida, y también El es lo que tiene; mas no la recibió de otro, ya que El no procede de nadie. Mas el Hijo recibió la vida, comunicándosela el Padre, de quien procede, y también el Hijo es lo que tiene, pues tiene la vida y es la vida. Escúchale a El mismo: Como el Padre tiene la vida en sí mismo, así también dio al Hijo tener vida en sí mismo. ¿Acaso la dio a uno que ya existía y no la tenía? La vida engendró a la vida y se la dio con la misma generación. Y como engendró a un igual, no engendró una vida desigual; y por eso dijo: Como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener la vida en sí mismo. Le dio vida, porque, engendrando a la vida, ¿qué otra cosa le pudo dar sino el ser la misma vida? Y, siendo eterno su nacimiento, siempre existió el Hijo, que es la vida, jamás existió el hijo sin la vida; y porque eterno es su nacimiento, el que nació es la vida eterna. De la misma manera dio el Padre su mandato al Hijo, no porque el Hijo no lo tuviese, sino que, como dije antes, en la sabiduría del Padre, que es el Verbo, están todos los mandatos del Padre. Y se dice que el mandato fue dado, porque no procede de sí mismo aquel a quien fue dado. Y así, dar una cosa al Hijo sin la cual nunca estuvo, es lo mismo que engendrar un Hijo que siempre existió.

 

8. Y sigue diciendo: Y sé que su mandato es vida eterna. Si, pues, el Hijo es vida eterna, y el mandato del Padre es vida eterna, ¿qué otra cosa dijo sino: Yo soy el mandato del Padre? Por lo mismo, en las palabras que siguen: Las cosas que yo hablo las hablo como me las dijo mi Padre, no debemos entender me las dijo como si el Padre hubiese dicho palabras al Hijo o como si el Verbo de Dios tuviese necesidad de las palabras de Dios. Se lo dijo del mismo modo que le dio la vida; no le dijo lo que no sabía o no tenía, sino lo que el mismo Hijo era. ¿Qué otra cosa significa como me las dijo así las hablo, sino que digo la verdad? A la manera que lo dijo El como veraz, de la misma manera lo habla Este como verdad. El que es veraz engendró a la verdad. ¿Qué podía decir, pues, a la verdad? No sería perfecta la verdad a la que pudiera serle añadido algo de verdad. Luego habló a la verdad, porque engendró la verdad. No obstante, la verdad habla según se le ha dicho; pero a los inteligentes les instruye sobre su nacimiento. Para que los hombres creyesen lo que aún no pueden comprender, sonaron las palabras en una boca de carne, y salieron fuera; volando los sonidos, hicieron ruido, guardando las interrupciones oportunas de los tiempos; las cosas significadas por los sonidos pasaron a la memoria de quienes los oyeron, y por la escritura, que es un signo visible, llegaron hasta nosotros. Pero la verdad no habla de este modo; habla interiormente a la inteligencia, instruyéndola sin necesidad de sonido y envolviéndola en una luz inteligible. Aquel, pues, que es capaz de ver en esa luz la eternidad de su nacimiento, la oye hablar como le habló el Padre lo que El había de decir. Con lo cual excitó en nosotros un deseo ardiente de su interna dulzura; creciendo la recibimos, caminando avanzamos, avanzando caminamos para poder llegar a la meta.

 

 

TRATADO 55

 

DESDE AQUEL PASAJE: "ANTES DEL DÍA FESTIVO DE LA PASCUA, SABIENDO JESÚS QUE ERA LLEGADA SU HORA", HASTA ÉSTE: "Y COMENZÓ A LAVAR LOS PIES DE SUS DISCÍPULOS Y A ENJUGARLOS CON LA TOALLA CON QUE ESTABA CEÑIDO"

 

1. Con el favor de Dios vamos a tratar diligentemente de la Cena del Señor, según San Juan, y a explanarla según las posibilidades que El nos conceda. Antes del día festivo de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de partir de este mundo para ir al Padre, y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Pascua, hermanos, no es palabra griega, como algunos creen, sino hebrea; pero no deja de ser oportuna la concordancia de ambas lenguas en esta palabra. Como pásjein en griego significa padecer, se creyó que Pascua era la Pasión, como si este nombre viniera de pasión; pero en su lengua, es decir, en la hebrea, pascua quiere decir tránsito, por la razón de que la primera Pascua la celebró el pueblo de Dios cuando, huyendo de Egipto, pasaron el mar Rojo. Aquella figura profética tuvo ahora su realización, cuando Cristo, como una oveja, es conducido al sacrificio, y con cuya sangre teñidos nuestros dinteles, es decir, con cuya señal de la cruz grabadas nuestras frentes, somos libertados de la perdición de este mundo, como ellos de la cautividad y de la muerte de Egipto, y verificamos el tránsito salubérrimo, pasando del diablo a Cristo y de este mundo inestable a su reino sólidamente fundamentado. Y, para no pasar con el mundo transitorio, nos pasamos a Dios, que permanece siempre. Dando gracias a Dios por este favor, el Apóstol dice: Que nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor. Interpretándonos, pues, este nombre Pascua, que, como os dije, en latín significa tránsito, dice el evangelista: Antes del día festivo de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de pasar de este mundo al Padre. Ahí tenéis la Pascua y el tránsito. ¿De dónde y adonde? De este mundo al Padre. En su cabeza tienen los miembros la esperanza de seguirle a El en el tránsito. ¿Pues no pasan también los infieles separados de esta cabeza y de su cuerpo? Ellos no permanecen siempre; pasan también. Pero no es lo mismo pasar de este mundo que pasar con el mundo; una cosa es pasar al Padre, y otra pasar al enemigo, como pasaron también los egipcios; pero no pasaron por el mar al reino, sino que pasaron a la muerte en el mar.

 

2. Sabiendo, pues, Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Para que también ellos por su amor a El pasasen de este mundo, donde se hallaban, a su cabeza, que ya de aquí había pasado. Pues ¿qué significa hasta el fin, sino hasta Cristo? El fin de la Ley, dice el Apóstol, es Cristo para la justificación de todos los creyentes. Es el fin que perfecciona, no el fin que extingue; el fin hasta donde debemos llegar, no el fin en el que hemos de perecer. Y cabalmente de este modo ha de entenderse que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. El es nuestro fin, hacia El ha de ser nuestro tránsito. Comprendo que estas palabras evangélicas pueden interpretarse también en un sentido humanitario, diciendo que Cristo amó a los suyos hasta la muerte, viendo este significado en las palabras los amó hasta el fin. Este sentido es de sabor humano, no divino, ya que no sólo hasta aquí nos amó quien nos ama siempre y sin fin. N o se puede pensar que la muerte haya puesto fin al amor de Aquel que no se acabó con la muerte. Aun después de la muerte aquel rico soberbio amó a sus cinco hermanos, ¿y Cristo ha de amarnos sólo hasta la muerte? No, carísimos hermanos, no hubiera venido para amarnos hasta la muerte si con la muerte muriese también su amor hacia nosotros. A no ser que se entienda en este sentido: que los amó tanto, que llegó a morir por ellos, según se desprende de estas palabras suyas: No hay amor mayor que llegar a dar la vida por los amigos. No me opongo a que toméis en este sentido las palabras los amó hasta el fin, es decir, que su amor le arrastró a la muerte.

 

3. Y hecha ya la cena, cuando ya el diablo había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre ha puesto en sus manos todas las cosas y que salió de Dios y vuelve a Dios, se levanta de la cena y se pone sus vestidos. Y, tomando una toalla, se la ciñó. Pone luego agua en un lebrillo y comienza a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la toalla que tenía ceñida. La frase hecha la cena no hemos de entenderla como si ya estuviese finalizada y pasada: aún estaban cenando, cuando el Señor se levantó y lavó los pies de sus discípulos; pues a continuación volvió a recostarse y luego después alargó el bocado a su traidor aún no terminada la cena, esto es, cuando el pan estaba aún en la mesa. Luego hecha la cena quiere decir que ya estaba preparada y llevada a la mesa de los comensales para ser consumida.

 

4. Con respecto a estas palabras: Cuando el diablo había ya introducido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el propósito de entregarle, si preguntas qué es lo que fue introducido en el corazón de Judas, ciertamente esto: el propósito de entregarle. Este envío es una sugestión espiritual, hecha no por el oído, sino por el pensamiento, y, por lo mismo, no de un modo corporal, sino espiritual. Porque no siempre hay que tomar la palabra espiritual en sentido laudatorio. Ya el Apóstol descubrió entre los espíritus celestiales algunos espíritus de maldad, contra los cuales afirma que tenemos que luchar. No hubiera maldades espirituales si no hubiera también espíritus malos, pues espiritual viene de espíritu. Mas ¿cómo puede conocer el hombre y tener por suyas estas sugestiones diabólicas, que son enviadas y mezcladas con los pensamientos humanos? No se puede dudar de que se dan también sugestiones buenas en el interior, procedentes de un espíritu bueno; pero es de sumo interés saber cuáles debe admitir la mente humana, destituida del auxilio divino por sus méritos o ayudada de él por la gracia. Ya estaba, pues, determinada en el corazón de Judas, por instigación diabólica, la entrega del Maestro por el discípulo que no había visto a Dios en El. Ya el tal había entrado en la sala del convite, como espía del Pastor, acechador del Salvador, vendedor del Redentor; ya el tal había entrado. Era visto y tolerado y pensaba que no era conocido, porque se engañaba acerca de Aquel a quien pretendía engañar. Entretanto, Jesús, consciente de su intento por la inspección interna de su corazón, sin él saberlo, aceptaba sus servicios.

 

5. Sabiendo que todas las cosas ha puesto el Padre en sus manos; luego también al mismo traidor, porque, si no le tuviera en sus manos, no dispondría de él a su voluntad. De este modo, el traidor estaba entregado a Aquel a quien él deseaba entregar. Y de tal manera con la traición ejecutaba el mal, que, sin él saberlo, sacaba el bien de Aquel a quien entregaba. Sabía muy bien el Señor lo que había de hacer por los amigos ,y así pacientemente se valía de los enemigos, porque el Padre había puesto todas las cosas en sus manos: las malas, para su servicio, y las buenas, para ejecutarlas. Sabiendo igualmente que salió de Dios y que vuelve a Dios, sin dejar a Dios cuando salió de El y sin dejarnos a nosotros cuando a El se vuelve.

 

6. Sabiendo, pues, todas estas cosas, se levanta de la cena y se pone sus vestidos, y, habiendo tomado una toalla, se la ciñó. Después pone agua en un lebrillo y comienza a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la toalla que ceñía. Debemos, carísimos, inquirir con diligencia la intención del evangelista, porque, teniendo que hablar de la profunda humildad del Señor, quiso antes recomendarnos excelsitud. Y esta excelencia la manifiesta con estas palabras: Sabiendo que el Padre puso todas las cosas en sus manos y que salió de Dios y vuelve a Dios. Habiendo, pues, puesto el Padre todas las cosas en sus manos, El lava no las manos, sino los pies de los discípulos; y sabiendo que había salido de Dios y que a Dios volvía, ejerció el oficio no de un siervo del Señor Dios, sino del siervo de un hombre. Esta humildad manifiesta también con lo que hizo con el mismo traidor, que ya había venido como tal, y El no lo ignoraba, llegando su insuperable humildad a no desdeñarse de lavar los pies aun a aquel cuyas manos veía ya metidas en el crimen.

 

7. ¿Qué admiración puede causar que se levantase de la cena y se pusiese sus vestidos Aquel que, estando en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo? ¿Qué admiración puede causar que ciñese una toalla quien, tomando la forma de siervo, fue hallado en la condición de un hombre? ¿Qué admiración puede causar que pusiese agua en un lebrillo quien derramó su sangre para lavar las inmundicias del pecado, que con la toalla que ceñía enjugase los pies de los discípulos quien con la carne de que estaba revestido confirmó los pasos de los evangelistas? Y para ceñirse la toalla puso antes sus vestidos, porque para tomar la forma de siervo, cuando se anonadó a sí mismo, tomó lo que no tenía sin dejar lo que tenía. Para ser crucificado fue despojado de sus vestidos, y después de su muerte fue envuelto en unos lienzos; toda su pasión es nuestra purgación. Quien iba a padecer la muerte, se adelantó en hacer obsequios, no sólo a aquellos por quienes iba a morir, sino también a aquel que le había de entregar a la muerte. Tan grande es la utilidad que reporta al hombre la humildad, que no dudó en recomendarla con su ejemplo la divina Majestad. Para siempre hubiese perecido el hombre por su soberbia si no le hubiese hallado Dios con su humildad. Por eso vino el Hijo del hombre a buscar y a poner en salvo lo que había perecido. Había perecido el hombre siguiendo la soberbia del engañador, siga, después de hallado, la humildad del Redentor.

 

 

TRATADO 56

 

DESDE AQUELLO QUE ESTÁ ESCRITO: "VINO A SIMÓN PEDRO", ETC., HASTA: "QUIEN ESTÁ LAVADO NO TIENE NECESIDAD DE LAVAR MÁS QUE LOS PIES, PUES ESTÁ TODO LIMPIO"

 

1. Cuando el Señor se puso a lavar los pies a los discípulos, vino a Simón Pedro, y dícele Pedro: Señor, ¿tú me lavas a mí los pies? ¿Quién no se llena de estupor al ver sus pies lavados por el Hijo de Dios? Y aunque fuese señal de temeraria audacia que el siervo resistiese al Señor, el hombre a Dios, Pedro, no obstante, prefirió hacerlo antes que consentir en que le lavase los pies su Señor y su Dios. Ni debemos pensar que, habiéndolo tolerado antes los otros discípulos con agrado, o por lo menos con igualdad de ánimo, solamente Pedro entre todos temblase y lo rechazase, ya que éste parece el sentido más obvio de las palabras del evangelista, porque al decir: Comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la toalla que ceñía, añadiendo después: Vino a Simón Pedro, parece que ya había lavado a algunos y que después de ellos llegaba al primero. Porque ¿quién no sabe que el beatísimo Pedro era el primero de los apóstoles? No hay que entenderlo como si se hubiese llegado a Pedro después de algunos otros, sino que comenzó por él. Así, pues, cuando comenzó a lavar los pies de los discípulos, se acercó al primero, por el cual comenzaba, que era Pedro. Entonces Pedro, como cualquiera otro lo hubiera hecho, se espantó y dijo: Señor, ¿tú me lavas a mí los pies? ¿Tú? ¿A mí? Mejor fuera meditar que exponer estas palabras, por temor a que la lengua no sea capaz de expresar fielmente los altos conceptos del espíritu.

 

2. Pero Jesús contestó diciéndole: Lo que jo hago no lo entiendes ahora; después lo entenderás. Espantado por la grandeza de aquella obra divina, ni aun así permite la ejecución de aquello, cuyo motivo ignora; ni siquiera quiere ver a Cristo humillado a sus pies, no puede consentirlo. No me lavarás los pies jamás. ¿Qué quiere decir jamás? Nunca lo toleraré, nunca lo consentiré, nunca lo permitiré; porque jamás se hace lo que nunca se hace. Entonces el Señor, amenazando a aquel enfermo recalcitrante con el peligro en que ponía su salvación, le dice: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Dice: Si no te lavare, cuando solamente se trataba de los pies; como cuando se dice me pisas, aunque sólo se pisa con la planta del pie. Turbado Pedro entre el amor y el temor y sintiendo más el horror de ser apartado de Cristo que el verlo humillado a sus pies, replica: Señor, no sólo mis píes, sino también las manos y la cabeza. Cuando con tales amenazas dices que has de lavar mis miembros, no solamente no retraigo los miembros inferiores, sino que presento también los más principales. Para que tú no me niegues tener parte contigo, yo no te niego parte alguna de mi cuerpo para que la laves.

 

3. Dícele Jesús: Quien está limpio, no tiene necesidad de lavar más que los pies, y está todo limpio. Puede ser que alguno venga a decir: Si está todo limpio, ¿qué necesidad tiene de lavar ni siquiera los pies? Pero el Señor sabía bien lo que decía, aunque nuestra poquedad no llegue a penetrar sus secretos. No obstante, según lo que El se digna enseñarnos con sus palabras y con las de su Ley, y de acuerdo con mis cortos alcances, también yo con su ayuda voy a decir algo sobre esta profunda cuestión; y en primer lugar voy a demostrar con toda facilidad que en esta frase no existe contradicción alguna. ¿Quién no puede decir con toda corrección: Está todo limpio menos los pies? Más elegante sería decir: Todo está limpio a no ser los pies; que es lo mismo. Y esto es lo que dice el Señor: Solamente tiene necesidad de lavar los pies, y está todo limpio. Todo menos los pies, o a no ser los pies, que necesita lavarlos.

 

4. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué significa? ¿Qué necesidad tenemos de averiguarlo? Lo dice el Señor, lo dice la Verdad: Quien está lavado debe lavarse los pies. ¿Qué pensáis, hermanos, que es sino que el hombre en el santo bautismo se lave todo entero, no con excepción de los pies; todo entero, pero enredado después en los asuntos humanos, pisa la tierra? Los mismos afectos humanos, sin los que no se puede estar en esta vida mortal, son como los pies de las cosas humanas que nos afectan, y de tal modo nos afectan, que, si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no está la verdad con nosotros. Diariamente nos lava los pies aquel que interpone su valimiento en favor nuestro, y nos es necesario lavar diariamente los pies, esto es, enderezar los caminos de los pasos espirituales, como lo confesamos en la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si, como está escrito, confesamos nosotros nuestros pecados, ciertamente aquel que lavó los pies de sus discípulos será justo y fiel en perdonar nuestros pecados y lavarnos de toda iniquidad, hasta los pies con que andamos por la tierra.

 

5. Así, pues, la Iglesia, lavada por Cristo con el agua y su palabra, aparece sin manchas ni arrugas, no sólo en aquellos que, después de recibir el bautismo, son inmediatamente arrebatados al contagio de esta vida, ni pisan la tierra para no tener necesidad de lavar los pies, sino también en aquellos a quienes la misericordia del Señor sacó de este mundo con los pies limpios. Pero en todos los que aquí moran, aunque esté limpia, porque viven en la justicia, tienen, no obstante, necesidad de lavar los pies, porque no están exentos de pecado. Por esto dice el Cantar de los Cantares: He lavado mis pies, ¿cómo los he de volver a manchar? Y dice esto porque, teniendo que ir a Cristo, le es forzoso pisar la tierra para ir. De aquí nace otra dificultad. ¿No está Cristo allá arriba? ¿No subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre? ¿No exclama el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba y no las que están sobre la tierra? ¿Por qué, pues, para ir a Cristo, hemos de tener que pisar la tierra, cuando más bien debemos tener puesto el corazón allá arriba en el Señor, para poder estar con El? Comprenderéis, hermanos, que la premura del tiempo de que hoy disponemos nos obliga a cortar esta cuestión, que, aunque vosotros no lo veáis, yo de algún modo veo que necesita una discusión más amplia. Por lo cual os pido que sea suspendida, antes que tratarla con brevedad y negligencia, no defraudando, sino dilatando vuestra expectación. Concédanos el Señor, que nos hace deudores, que podamos pagaros la deuda.

 

 

TRATADO 57

 

EN QUÉ SENTIDO TEME LA IGLESIA MANCHAR SUS PIES MIENTRAS CAMINA HACIA CRISTO

 

1. Acordándome de la deuda que tengo pendiente, creo que es llegada la ocasión de satisfacerla. Concédame facultades para pagarla aquel que me concedió contraerla; pues nos concedió la caridad, de la cual está escrito: No debáis nada, si no es el amaros mutuamente, nos conceda también las palabras que adeudo a sus amados. Había diferido vuestra expectación con el intento de explicaros, como pudiere, cómo también por la tierra se llega a Cristo, no obstante que seamos intimados a buscar las cosas de arriba y no las terrenas. Arriba está Cristo, sentado a la derecha del Padre; pero también está aquí abajo, según lo que dijo a Saulo, que ejercía su crueldad en la tierra: ¿Por qué me persigues? Hemos llegado a esta pregunta tratando de que el Señor lavó los pies a los discípulos, cuando ya ellos estaban lavados y sólo necesitaban lavar los pies. En lo cual parecía vislumbrarse que el hombre se lava por entero con el bautismo; pero después, mientras vive en este mundo, como pisando la tierra con los afectos humanos, es decir, por el mismo contacto con esta vida, contrae motivos para decir: Perdónanos nuestras deudas. Y de las cuales es lavado por Aquel que lavó los pies a sus discípulos, y que no deja de interponer su valimiento en favor nuestro. Con este motivo recordamos las palabras que dice la Iglesia, tomadas del Cantar de los Cantares: Me he lavado los pies, ¿por qué he de volver a ensuciarlos?, cuando quería ir a abrir a Aquel que había venido a ella y había llamado rogándole que le abriese Aquel que era el más hermoso de los hijos de los hombres. Esto dio origen a la cuestión que no quisimos someter a la escasez del tiempo, y que por esta razón diferimos: cómo la Iglesia teme ensuciar los pies, que había lavado en el bautismo de Cristo, cuando va al encuentro de Cristo.

 

2. Dice ella: "Yo duermo y vela mi corazón; la voz de mi amado suena a la puerta". Después dice él: "Ábreme, hermana mía, parienta mía, paloma mía, perfecta mía, porque tengo la cabeza llena de rocío, y mis cabellos con las gotas de la noche". Y ella responde: "Me he quitado la túnica, ¿me la he de volver a poner? Me he lavado los pies, ¿he de volverlos a ensuciar?" Sacramento admirable, grande misterio. ¿Teme ensuciarse los pies, cuando a ella viene el que lavó los pies de sus discípulos? Teme ciertamente, porque por la tierra ha de llegar a El, que también está en la tierra, pues no abandona a los suyos que están en ella. ¿No dice El mismo: Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos? ¿No dice: Veréis los cielos abiertos y a los ángeles de Dios subiendo y bajando hasta el Hijo del hombre? Si suben a El, porque está arriba, ¿por qué bajan, si El no está también aquí? Dice, pues, la Iglesia: Me he lavado los pies, ¿cómo he de ensuciarlos? Esto lo dice en la persona de aquellos que, limpios de toda mancha, pueden decir: Deseo deshacerme y estar con Cristo, pero por vosotros me es necesario permanecer en esta carne. Lo dice por boca de aquellos que predican a Cristo y le abren la puerta para que por la fe habite en los corazones de los hombres. Lo dice por aquellos que pesan la conveniencia de aceptar o no tal ministerio para el cual no se creen capaces, por temor a que, predicando a otros, ellos sean reprobados. Con mayor seguridad se escucha que se predica la verdad; pues cuando se predica, difícilmente se escapa de cierta jactancilla, con la cual evidentemente se ensucian los pies.

 

3. Por esta razón amonesta el apóstol Santiago: Sea todo hombre pronto para escuchar y detenido en hablar. Y otro varón de Dios dice: Darás gozo y alegría a mis oídos, y exultarán los huesos abatidos. Esto es lo que yo os dije: Cuando se escucha la verdad, se guarda la humildad. Aún hay otro que dice: El amigo del esposo se mantiene en pie y le escucha y se llena de gozo oyendo la voz del esposo. Disfrutemos oyendo interiormente y sin ruidos la verdad. Y así, cuando exteriormente suena a través del lector, del nuncio, del predicador, del razonador, del preceptor, del consolador, del exhortador y aun del mismo cantor y salmeador, todos ellos deben tener cuidado de no manchar <sus pies con el amor subrepticio de la humana alabanza, intentando agradar a los hombres. En cambio, quienes escuchan piadosamente y con agrado, no tienen peligro de jactarse en los trabajos ajenos, y se gozan de oír la voz de la verdad divina no con los huesos inflados, sino más bien abatidos. Y así, en la persona de aquellos que de buen grado y con humildad saben oír o que llevan una vida tranquila en estudios agradables y provechosos, encuentra sus delicias la Iglesia santa, y dice: Yo duermo y vela mi corazón. ¿Qué quiere decir: Yo duermo y vela mi corazón, sino que yo reposo para escuchar? Mi reposo no se emplea en nutrir la desidia, sino en la percepción de la sabiduría. Yo duermo, mi corazón vela; medito y veo que tú eres el Señor. El letrado adquiere la sabiduría en el tiempo libre, y el que tiene pocas ocupaciones, ése la adquirirá. Yo duermo y mi corazón vela, yo me retraigo de las ocupaciones y mi alma se entretiene en afectos celestiales.

 

4. Pero, mientras la Iglesia se deleita sosegadamente en la persona de quienes de este modo suave y humilde reposan, he aquí que llama Aquel que dice: "Lo que os digo yo en la noche, decidlo vosotros a la luz del día; y lo que habéis escuchado al oído, predicadlo sobre los tejados". Su voz se deja oír a la puerta y dice: "Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos con las gotas de la noche". Como si dijese: Tú reposas, y la puerta está cerrada para mí; tú te entregas al ocio, que pocos pueden tener, y, mientras tanto, la abundancia de la impiedad entibia en muchos la caridad. La noche representa al pecado; sus gotas y rocío son los que se entibian en la caridad y caen y entibian a la cabeza de Cristo, esto es, hacen que Dios no sea amado, pues la cabeza de Cristo es Dios. Son llevados en los cabellos, es decir, son tolerados en los sacramentos visibles, porque jamás los sentidos penetran en el interior de ellos. Bate para sacudir el sosiego de los buenos ociosos, y clama: Ábreme, hermana mía por mi sangre, próxima a mí por mi acercamiento, paloma mía por mi espíritu, perfecta mía por mi doctrina, que con mayor plenitud has aprendido en tu reposo; ábreme, predícame. ¿Cómo he de entrar a aquellos que me cerraron la puerta, sin que haya quien me la abra? ¿Cómo han de oír, si no hay quien les predique?

 

5. De aquí procede que aquellos que se dedican al estudio reposado de las ciencias y no quieren sufrir las molestias de negocios laboriosos, por sentirse sin aptitudes para administrarlos y manejarlos de un modo irreprensible/preferirían, si posible fuese, resucitar a los santos apóstoles y a otros antiguos predicadores de la verdad en contra de la maldad, que tanto abunda y enfría el fervor de la caridad. Pero en Ja representación de estos que ya han salido de sus cuerpos y se han despojado, pero no separado, de la túnica de la carne, responde la Iglesia: Ya me he quitado la túnica, ¿cómo he de volver a ponérmela? Sin duda volverá a vestirse esa tánica, y en los que ya de ella se han despojado, volverá a vestirse de carne la Iglesia; pero no ahora, cuando es necesario dar calor a los fríos, sino entonces, cuando resuciten los muertos. Agobiada, pues, por la falta de predicadores y contemplando sus miembros, sanos por la doctrina, santos por las costumbres, pero salidos ya de sus cuerpos, gime y clama la Iglesia: Ya me he quitado la túnica, ¿cómo puedo vestirla de nuevo? ¿Cómo podrán volver ahora a vestir la carne, de la cual están despojados, aquellos miembros míos que con su excelente predicación consiguieron abrir a Cristo la puerta?

 

6. Y mirando después a aquellos que son capaces de predicar, adquirir y gobernar al pueblo y de esta suerte abrir alguna puerta a Cristo, pero que temen pecar metiéndose en tales ajetreos, dice: Me he lavado ya los pies, ¿y he de volver a mancharlos? Porque perfecto es el varón que no tropieza en sus palabras. Pero ¿quién es el varón perfecto? ¿Quién es el que no tropieza donde tanto abunda la maldad y tan fría está la caridad? He lavado mis pies, ¿he de volver a ensuciarlos? Con frecuencia leo y escucho: No queráis muchos de vosotros, hermanos, haceros maestros, porque seréis juzgados con mayor rigor, pues en muchas cosas pecamos todos. Lavé mis pies, ¿cómo he de mancharlos? No obstante, yo me levanto y abro. ¡Oh Cristo!, lávalos, perdónanos nuestras deudas, porque aún no se ha extinguido en nosotros la caridad; también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Cuando te escuchamos, exultan contigo en el cielo los huesos humillados. Mas, cuando te predicamos, pisamos la tierra para ir a abrirte; si reprendemos, nos turbamos; si somos alabados, nos inflamos. Lava nuestros pies, que antes estaban limpios, pero se han manchado al pisar la tierra para ir a abrirte. Y por hoy contentaos con esto, carísimos hermanos. Mas, por si hemos cometido alguna falta diciendo algo de modo distinto del que convenía, o bien nos hemos deleitado más de lo justo con vuestras alabanzas, pedid a Dios con vuestras aceptables oraciones la limpieza para nuestros pies.

 

 

TRATADO 58

DESDE AQUELLO QUE DICE EL SEÑOR: "Y VOSOTROS ESTÁIS LIMPIOS, PERO NO TODOS", HASTA ÉSTAS: "EJEMPLO OS HE DADO PARA QUE VOSOTROS HAGÁIS LO QUE YO HE HECHO CON VOSOTROS"

 

1. Ya hemos expuesto, como pudimos, con la ayuda de Dios, a la consideración de Vuestra Caridad las palabras dichas por el Señor cuando lavaba los pies a sus discípulos: Quien está lavado, sólo necesita lavar los pies y queda -todo limpio. Veamos ahora las siguientes: Y vosotros estáis limpios, pero no todos. Saliendo al paso de nuestras preguntas, el mismo evangelista nos lo aclaró, diciendo: Porque sabía quién era el que le había de entregar, por eso dijo: No todos estáis limpios. Nada más claro. Pasemos adelante.

 

2. Después que les lavó los pies y volvió a tomar sus vestidos, habiéndose recostado de nuevo, díjoles: ¿Sabéis lo que yo he hecho con vosotros? Ahora va a cumplir la promesa hecha al bienaventurado Pedro; la había diferido cuando a su asombro y a sus palabras: No me lavarás los pies jamás, respondió: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; después lo comprenderás. Ese después es ahora; ya llegó el tiempo de decir lo que había diferido. Acordándose, pues, el Señor de que había prometido el conocimiento de aquella su obra tan impensada, tan admirable, tan espantable, y que, de no ser por sus vehementes amenazas, no hubiera sido permitida, como Maestro, no sólo de ellos, sino también de los ángeles, y como Señor suyo y de todas las cosas, lavó los pies a sus discípulos y siervos, y comienza ahora a explicar el significado de obra tan admirable, el cual había prometido cuando dijo: Después lo sabrás.

 

3. Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Decís bien, porque decís la verdad: soy lo que decís. Del hombre está escrito: No te alabe tu lengua, sino la lengua de tu vecino. Quien debe huir de la soberbia, tiene peligro de complacerse en sí mismo. Pero quien está sobre todas las cosas, por mucho que se alabe, no sube más alto que está, ni puede con razón llamarse a Dios arrogante. No a El, sino a nosotros nos es útil conocerle; y a El nadie le puede conocer, si El, que se conoce, no se nos manifiesta. Y si, por evitar la arrogancia, El no se alabase, nos quitaría a nosotros la posibilidad de conocerle. Además, nadie reprende a un hombre, conocido como puro hombre, por llamarse maestro; pues confiesa que es lo que en ciertas artes profesan los hombres sin humos de arrogancia, llamándose profesores. En cuanto a llamarse Señor de sus discípulos, siendo ellos libres aún según el mundo, ¿quién toleraría esto en un hombre? Pero lo dice Dios. No hay en esto elevación alguna de tan alta Majestad, ninguna tergiversación de la verdad. Útil es para nosotros estar sujetos a tanta grandeza, servir a la Verdad. Llamarse Señor no es en El un vicio, y para nosotros es un beneficio. Son muy encomiadas las palabras de un autor profano, que dijo: "Toda jactancia es odiosa, mas la jactancia de la elocuencia y del ingenio es molestísima"; y, no obstante, hablando de su propia elocuencia, dice el autor: "La llamaría perfecta si por tal la tuviese, sin temor a ser tachado de arrogante por decir la verdad". Si, pues, ese hombre elocuentísimo no temía ser arrogante diciendo la verdad, ¿cómo ha de temerlo la misma Verdad? Llámese Señor quien es Señor; diga la verdad quien es la Verdad, para que yo no deje de aprender lo que me es útil saber, si El no dice lo que El es. Y el santísimo Pablo, que ciertamente no era el unigénito Hijo de Dios, sino un siervo y apóstol del Hijo unigénito de Dios; que no era verdad, sino participante de la verdad, dice con libertad y con fortaleza: Si quisiera gloriarme, no sería un necio, porque digo la verdad. No se gloriaría de sí mismo, sino con verdad y humildemente se gloriaría en la verdad, que es superior a él, según el precepto de él mismo: Quien se gloría, gloríese en el Señor. De modo que no teme parecer necio un amante de la sabiduría gloriándose en ella, ¿y habría de parecerlo la misma Sabiduría en su gloria? No temió parecer arrogante aquel que dijo: En el Señar será glorificada mi alma, y ¿habría de temerlo en su propia gloria el poder del Señor, por el cual es glorificada el alma del siervo? Vosotros, dice, me llamáis Señor y Maestro, y decís bien, pues lo soy. Y porque lo soy, por eso decís bien; mas, si no fuese lo que decís, no diríais bien, aun cuando redundase en mi alabanza. ¿Cómo había de negar la Verdad lo que dicen los discípulos de la verdad? ¿Cómo Aquel de quien aprendieron había de negar lo que dicen quienes eso aprendieron? ¿Cómo ha de negar la fuente lo que manifiesta el que de ella bebe? ¿Cómo ha de ocultar la luz lo que el vidente anuncia?

 

4. "Si, pues, yo, dice, que soy vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Ejemplo os he dado para que vosotros hagáis lo que yo he hecho con vosotros". Esto es lo que tú, bienaventurado Pedro, no sabías cuando te resistías a que El lo hiciera. Esto es lo que prometió que sabrías después, cuando para vencer tu resistencia te amenazó tu Señor y Maestro al lavarte los pies. De arriba, hermanos, hemos aprendido estas lecciones de humildad. Nosotros, despreciables, hagamos lo que humildemente hizo el Excelso. Divina es esta lección de humildad. También hacen esto visiblemente los hermanos que mutuamente se dan hospitalidad. Entre muchos existe la costumbre de ejercitar esta humildad, hasta el punto de ponerla por obra. Por eso el Apóstol, recomendando los méritos de una viuda santa, dice: Si dio hospitalidad, si lavó los pies de los santos. Y los fieles, entre quienes no existe la costumbre de hacerlo con sus manos, lo hacen con el corazón, si son del número de aquellos a los cuales se dice en el Cántico de los tres Varones: Bendecid al Señor todos los santos y humildes de corazón. Pero es mucho mejor y más conforme a la verdad si se ejecuta con las manos. No se desdeñe el cristiano de hacer lo que hizo Cristo. Cuando se inclina el cuerpo a los pies del hermano, se excita en el corazón, o, si ya estaba dentro, se robustece el amor a la humildad.

 

5. Pero, aparte de esta significación moral, recuerdo que, al recomendaros la excelencia de esta acción del Señor lavando los pies de los discípulos, ya lavados y limpios, os hablaba de que el Señor lo había hecho refiriéndose a los afectos humanos de quienes andamos por esta tierra, a fin de que sepamos que, por mucho que hayamos progresado en la justicia, no estamos exentos de pecado, del cual nos limpia después con su valimiento, cuando pedimos al Padre, que está en los cielos, que nos perdone nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pero ¿cómo se aviene con este modo de entender esta acción la enseñanza que nos dio al explicar los motivos que le movieron a ejecutarla, diciendo: "Si, pues, yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo que yo he hecho con vosotros". ¿Podremos decir que un hermano puede lavar a otro de pecado? Aún más, nosotros mismos debemos sentirnos amonestados con esta obra excelsa del Señor, para que, confesándonos mutuamente nuestros pecados, oremos por nosotros, como Cristo intercede en favor nuestro. Clarísimamente nos lo manda el apóstol Santiago cuando dice: Confesaos mutuamente vuestros delitos y orad por vosotros. Este es el ejemplo que nos ha dejado el Señor. Y si aquel que no tiene, ni tuvo, ni puede tener pecado alguno, ora por nuestros pecados, ¿cuánto más nosotros debemos orar mutuamente por los nuestros? Y si nos perdona aquel a quien nada tenemos que perdonar, ¿cuánto más nos debemos perdonar mutuamente nosotros, que no podemos vivir aquí sin pecado? Pues ¿qué otra cosa parece dar a entender el Señor en este hecho tan excelente, cuando dice: "Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros", sino lo que claramente dice el Apóstol: "Perdonándoos mutuamente si alguno tiene queja contra otro; así como el Señor os ha perdonado, así lo habéis de hacer también vosotros?" Perdonémonos, pues, unos a otros nuestros delitos y oremos mutuamente por nuestros pecados, y así, en cierta manera, lavemos nuestros pies los unos a los otros. Es deber nuestro ejercitar con su ayuda este ministerio de caridad y de humildad; y de su cuenta queda escucharnos y limpiarnos de todo contagio pecaminoso por Cristo y en Cristo, para que lo que perdonamos a otros, es decir, para que lo que desatamos en la tierra sea desatado en el cielo.

 

TRATADO 59

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO QUE NO ES MAYOR EL SIERVO QUE SU SEÑOR", HASTA ÉSTAS: "QUIEN ME RECIBE A MÍ, RECIBE A AQUEL QUE ME ENVIÓ"

 

1. Hemos oído decir al Señor en el Evangelio: "En verdad, en verdad os digo que no es el siervo más que su amo, ni el apóstol más que aquel que le envió. Si comprendéis estas cosas, seréis dichosos si las cumplís". Dijo esto porque había lavado los pies de los discípulos, enseñándoles la humildad con la palabra y con el ejemplo. Podremos, con su ayuda, discutir las cosas, que ofrecen alguna dificultad, si no nos detenemos en aquellas que son claras. Habiendo dicho el Señor estas palabras, añadió: "Yo lo digo por todos vosotros; yo conozco a los que tengo escogidos; pero para que se cumpla la Escritura: Quien come el pan conmigo, levantará sobre mí su calcañar". ¿Qué quiere decir esto sino que me pisará? Bien se comprende de quién habla: se dirige a Judas el traidor. A éste, pues, no le había elegido, y con estas palabras lo distingue de los elegidos. Lo que os digo: Dichosos seréis si las cumplís, no lo digo de todos vosotros. Hay entre vosotros alguno que no será dichoso ni las cumplirá. Yo conozco a los que he elegido. ¿A quiénes sino a aquellos que serán bienaventurados haciendo lo que les mandó y mostró lo que habían de hacer Aquel que puede hacerlos bienaventurados? Dice que el traidor Judas no es de los elegidos. ¿Por qué, pues, dice en otro lugar: No os he elegido yo a los doce, y uno de vosotros es un diablo? ¿Por ventura también él fue elegido para algo, para lo cual era necesario, pero no para la bienaventuranza, a la que se refiere ahora diciendo: Bienaventurados seréis si las cumplís? Esto no lo dice de todos, porque conoce a quiénes ha elegido para gozar de esta felicidad. No es de ellos este que comía de su pan para levantar sobre El su calcañar. Ellos comían el pan, que era el Señor; éste comía el pan del Señor en contra del Señor; ellos comían la vida, éste la condenación, porque, como dice el Apóstol, "quien Jo come indignamente, se come su propio juicio". "Os lo digo ahora para que, cuando suceda, creáisque yo soy"; esto es, que yo soy Aquel de quien dice la Escritura: Quien come el pan conmigo, levantará sobre mí su calcañar.

 

2. Y luego a continuación dice: En verdad, en verdad osdigo que quien recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me envió. ¿Quiso acaso dar a entender que la misma distancia mediaba entre El y Dios, su Padre? Si así lo entendemos, no sé los pasos que habremos dado a la usanza de los arríanos, lo que Dios no permita. Pues ellos, cuando oyen o leen estas palabras del Evangelio, inmediatamente corren a las gradas de su dogma, por las cuales no suben a la vida, sino que se precipitan en la muerte, porque dicen en seguida: Cuanto el apóstol del Hijo dista del Hijo, por haber dicho: Quien recibe al que yo enviare, a mí me recibe, otro tanto el Hijo dista del Padre, porque ha dicho: Quien me recibe a mi, recibe a Aquel que me envió. Pero diciendo esto, ¡oh hereje!, te olvidas de tus gradas. Porque, si por estas palabras del Señor pones el mismo espacio entre el Padre y el Hijo que entre el Hijo y el apóstol, ¿dónde colocas al Espíritu Santo? ¿Has olvidado que soléis colocarlo después del Hijo? Luego estará entre el Hijo y el apóstol, y entonces el Hijo distará más del apóstol que el Padre del Hijo. ¿Acaso para mantener espacios iguales entre el Hijo y el apóstol y entre el Padre y el Hijo hay que decir que el Espíritu Santo es igual al Hijo? Pero vosotros no admitís esto. ¿Dónde, pues, queréis colocarlo, si suponéis que la misma distancia hay del apóstol al Hijo que del Hijo al Padre? Reprimid la audacia de vuestra presunción y no intentéis ver en estas palabras que entre el Padre y el Hijo existe la misma distancia que entre el Hijo y el apóstol. Escuchad al mismo Hijo, que os dice: Yo y el Padre somos una misma cosa, con lo cual os quitó toda sospecha de que haya distancias entre el Engendrador y el Unigénito; redujo a la nada vuestros grados, y la piedra, Cristo, quebró vuestras escalas.

 

3. Refutada esta necedad de los herejes, ¿cómo hemos de entender nosotros estas palabras del Señor: Quien recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me envió? Si en estas palabras: Quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me envió, queremos ver la igualdad de naturaleza del Padre y del Hijo, lógicamente habremos de concluir de las palabras: Quien recibe al que yo enviare, me recibe a mí, la unidad de naturaleza del Hijo y del apóstol. No habría inconveniente en entenderlas de este modo, porque aquel gigante que salta a correr el camino tiene doble naturaleza: El Verbo ,se hizo carne, esto es, Dios se hizo hombre. Y así podía haber -dicho: Quien recibe al que yo enviare, me recibe a mí, en cuanto hombre; y quien me recibe a mí, en cuanto Dios, recibe a Aquel que me envió. Pero con estas palabras no pretendía dar a entender la unidad de naturaleza, sino declarar la autoridad del enviado, de modo que, al recibirlo, se considere en él la persona del que le envió. Si miras a Cristo en Pedro, hallarás al Maestro del discípulo; y si miras al Padre en el Hijo, encontrarás al Engendrador del Unigénito; y de esta manera, sin temor de equivocarte, recibes en el enviado la persona del que envía. Las siguientes palabras del Evangelio no pueden someterse a la brevedad del tiempo. Por lo tanto, hermanos carísimos, si este sermón, o manjar de las ovejas santas, es suficiente, tómese con salud; y si es escaso, rumiadlo con apetito.

 

 

TRATADO 60

SOBRE LAS PALABRAS: "HABIENDO DICHO JESÚS ESTAS COSAS, SE TURBÓ EN SU ALMA"

 

1. No es de poca monta, hermanos, la cuestión que nos propone el evangelio de San Juan cuando dice: Habiendo dicho Jesús estas cosas, se turbó en su alma, y afirmó diciendo: En verdad, en verdad os digo que tino de vosotros me hará traición. ¿Sintió Jesús turbación en su alma, no en su carne, por haber dicho: Uno de vosotros me traicionará? ¿Acaso es ésta la primera vez que esto le vino al pensamiento, o por primera vez de súbito le fue revelado, causándole turbación la inesperada noticia de tan grande mal? ¿No había dicho poco antes: El que conmigo come el pan, levantará sobre mí su calcañar; mas vosotros estáis limpios, pero no todos? Después de esto añade el evangelista: Porque sabía quién era el que le iba a entregar, y ya antes lo había señalado, cuando dijo: ¿No os he elegido a doce, y uno de vosotros es un demonio? ¿Por qué, pues, se turba ahora, cuando dice abiertamente: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me hará traición? ¿Túrbase su espíritu porque lo había manifestado, de modo que no se ocultase entre los otros y se distinguiese de ellos? ¿O bien porque ya el traidor había salido para conducir a los judíos, a quienes se lo había de entregar, le causó tal estremecimiento la pasión inminente y el cercano peligro y la mano levantada del traidor, cuya intención le era bien conocida? Estas palabras: Se turbó en su espíritu, tienen el mismo sentido que aquellas otras: Ahora está turbada mi alma, y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora; mas para esto he llegado a esta hora. A la manera que entonces se turbó su alma ante la hora de la pasión, así ahora se turba su espíritu ante la salida y próxima llegada de Judas y a la vista del horrendo crimen del traidor.

 

2. Se turbó quien tiene poder para dar su vida y para volverla a tomar. ¿Es que se turba un poder tan grande, se turba la firmeza de la piedra, o más bien es nuestra flaqueza la que se turba? Así es. No tengan los siervos pensamientos indignos acerca de su Señor, antes reconózcanse como miembros en su cabeza. Quien murió por nosotros, se turba también por nosotros. Quien murió por su poder, se turbó también por su poder. Quien transfiguró el cuerpo de nuestra flaqueza, haciéndole tomar la figura de su gloria, transfiguró también en sí el afecto de nuestra debilidad, compadeciéndose de nosotros por el afecto de su corazón. Y así, cuando vemos turbado al grande, al fuerte, al invicto, al verdadero, no temamos por El, como si flaquease: no perece El, nos busca a nosotros. A nosotros, y solamente a nosotros, nos busca de este modo; en su turbación hemos de vernos nosotros mismos, para no desesperarnos cuando nos vemos turbados. Cuando se turba quien no se turba sino cuando quiere, se hace el consuelo de quien se turba aun sin quererlo.

 

3. Caigan por tierra los argumentos de los filósofos que niegan las perturbaciones en el alma de los sabios, pues Dios convirtió en necedad la sabiduría de este mundo, y conoció Dios que los pensamientos de los hombres están llenos de vanidad. Ciertamente se turba el alma del cristiano, no por la miseria, sino por la misericordia; teme que los hombres se pierdan para Cristo; se contrista cuando alguno muere para Cristo; desea que todos se vuelvan a Cristo; se goza cuando vuelven a Cristo; teme él perder a Cristo; se entristece por vivir lejos de Cristo; anhela reinar con Cristo y se regocija con la esperanza de reinar con Cristo. Estas son las cuatro llamadas perturbaciones del alma: temor, tristeza, amor y alegría. Ténganlas por motivos razonables las almas cristianas, sin hacer caso de las habladurías de los estoicos o de otros filósofos semejantes, quienes lo mismo que llaman verdad a la vanidad, llaman salud al entorpecimiento, ignorando que es más desesperanzada la enfermedad, tanto del alma como de cualquier miembro del cuerpo, cuando se hace insensible al dolor.

 

4. Preguntará quizá alguno si el ánimo del cristiano debe turbarse también ante la inminencia de la muerte. ¿Cómo, pues, se explica el deseo del Apóstol de disolverse para estar con Cristo, si lo que desea puede causarle turbación cuando se presenta? Fácil es la respuesta para quienes llaman perturbación a la alegría. ¿Qué hay que decir de quien se turba ante la inminencia de la muerte porque se alegra de su proximidad? Pero esto, dicen, debe llamarse gozo, no alegría. Esto no es más que experimentar las mismas sensaciones y darles diferentes nombres. Entretanto, nosotros apliquemos el oído a las Sagradas Letras y según ellas resolvamos esta cuestión con la ayuda de Dios. Pero al leer estas palabras: Habiendo dicho Jesús estas cosas, se turbó en su espíritu, no vayamos a decir que se turbó por la alegría, para no vernos confundidos por El con estas palabras: Mi alma está triste hasta la muerte. Pues una cosa semejante ha de entenderse en esta ocasión, cuando Jesús se turbó en su espíritu al ver salir solo a su traidor para volver luego con su cuadrilla.

 

5. Muy valientes son los cristianos, si es que hay algunos que no se turban a la vista de la muerte; pero ¿son más valientes que Cristo? ¿Quién, por loco que sea, osará decir tal cosa? ¿Por qué, pues, se turbó sino para consolar a los miembros débiles de su cuerpo, que es la Iglesia, con la semejanza voluntaria de su flaqueza, con el fin de que, si alguno de los suyos se turba en su espíritu ante la inminencia de la muerte, fije sus ojos en El para no verse sorprendido por la muerte más infeliz de la desesperación, teniéndose por condenado al sentir tal turbación? ¿Cuánto bien de la participación de su divinidad no debemos desear y esperar nosotros, que somos tranquilizados con su turbación y fortalecidos por su flaqueza? Ya sea, pues, que en esta ocasión se haya turbado por la compasión hacia Judas, que se perdía; ya por la proximidad de su muerte, está fuera de toda duda que El se turbó no por su flaqueza, sino por su poder, a fin de que en nosotros no nazca la desesperación de salvarnos cuando, no por fortaleza, sino por flaqueza, somos turbados. El llevaba sobre sí la debilidad de la carne, que había de desaparecer con la resurrección. Mas quien era no sólo hombre, sino también Dios, en la fortaleza de ánimo supera a todo el género humano a una distancia inefable. Y así, por nadie fue forzada su turbación, sino que El se turbó a sí mismo, según expresamente se dijo de El cuando resucitó a Lázaro, pues allí es donde se dice que se turbó a sí mismo, para que en este sentido se entienda cuando se lee que El fue turbado, aunque no se exprese tan claramente. Con su poder suscitó en sí mismo este afecto humano cuando lo juzgó oportuno, Aquel que por su poder tomó la naturaleza humana completa.

 

 

TRATADO 61

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO QUE UNO DE VOSOTROS ME ENTREGARÁ", HASTA ÉSTAS: "AQUÉL ES A QUIEN YO ALARGARÉ EL PAN MOJADO"

 

1. Es nuestro propósito, hermanos, exponer en esta lección este capítulo del Evangelio, diciendo algo del traidor del Señor, evidentemente manifestado con el pan mojado y a él ofrecido. En la lección anterior diserté acerca de la turbación de espíritu de Jesús, que se disponía a manifestarlo; pero quizá no os dije que con su perturbación quiso el Señor darnos a entender que es necesario tolerar a los falsos hermanos y a la cizaña del campo del Señor entre el trigo hasta el tiempo de la siega, de modo que, cuando sea necesario separar urgentemente a algunos antes del tiempo de la mies, no pueda realizarse sin turbación de la Iglesia. Anunciando en cierta manera esta perturbación de sus elegidos, que había de ser originada por los cismáticos y herejes, le dio figura en sí mismo, turbándose, no en su carne, sino en su espíritu, cuando se marchaba Judas, hombre perverso, y, con manifiesta deserción, abandonaba la convivencia con el trigo. Sus elegidos espirituales se turban a la vista de tales escándalos, no por odio, sino por caridad, a fin de no arrancar algún trigo al tener que arrancar alguna cizaña.

 

2. Turbóse, pues, Jesús en su espíritu y afirmó diciendo: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará. Uno de vosotros, en el número, no en el mérito; en apariencia, no en la virtud, por la convivencia corporal, no por el vínculo espiritual; compañero por adhesión del cuerpo, no por la unión del corazón; que, por lo tanto, no es de vosotros, sino que ha de salir de vosotros. Mas ¿cómo puede ser verdad lo que el Señor afirma, diciendo: Uno de vosotros, si es verdad lo que dice en su epístola el mismo autor de este evangelio: De entre nosotros salieron, pero no eran de los nuestros, porque, si de los nuestros hubiesen sido, con nosotros ciertamente hubiesen permanecido? No era, pues, de ellos Judas, porque, si de ellos hubiese sido, con ellos hubiese permanecido. ¿Qué significa, pues, uno de vosotros me traicionará, sino que uno ha de salir de entre vosotros, el cual me hará traición? Porque quien había dicho: Si fuese de los nuestros, con nosotros ciertamente permanecería, dijo también: De entre nosotros salieron. Verdaderas son, por lo tanto, estas cosas: De los nuestros y: No de los nuestros. Bajo un aspecto, de nosotros; bajo otro aspecto, no de nosotros; según la comunión de sacramentos, de los nuestros; según la propiedad de sus pecados, no de los nuestros.

 

3. Mirábanse, pues, unos a otros los discípulos, dudando de quién lo decía. Tal era su piadosa caridad para con el Maestro, que, no obstante, la flaqueza humana los hacía recelar a unos de los otros. Cada cual conocía su propia conciencia, pero desconocía la de su vecino; cada uno estaba tan cierto de sí mismo, como inciertos estaban los otros de cada uno, y cada uno de los otros.

 

4. Uno de sus discípulos estaba recostado sobre el seno de Jesús, aquel a quien amaba Jesús. Cuál era el seno, lo declara poco después, cuando dice: Sobre el pecho de Jesús. Es el mismo Juan, autor de este evangelio, según lo manifiesta después. Era costumbre de quienes nos transmitieron las Sagradas Letras que, cuando alguno de ellos narraba los hechos del Señor e intervenía él mismo, hablase de él como de un tercero, introduciéndose en el orden de la narración como escritor de los hechos y no como predicador de sí mismo. Esto mismo hizo San Mateo, quien, al tener que nombrarse a sí mismo en el texto de la narración, dice: Vio a un publicano sentado en el mostrador, por nombre Mateo, y le dijo: Sígueme. No dice: Me vio y me dijo. También lo hizo así Moisés, contando cuanto a él se refería como si fuese de otro, diciendo: Dijo el Señor a Moisés. Un giro menos corriente emplea San Pablo, no en la parte histórica, en la que explica los hechos que narra, sino en su epístola, donde dice: Sé que un hombre en Cristo hace catorce años (si en cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe), este tal fue arrebatado hasta el tercer cielo. Así, pues, en el hecho de no decir el santo evangelista: Estaba yo recostado en el seno de Jesús; sino diciendo: Uño de los discípulos estaba recostado, reconozcamos más bien que admiremos, la costumbre de nuestros autores. ¿Desmerece, acaso, la verdad cuando se dice la cosa real y se quiere evitar la jactancia en el modo de expresarla? Porque ciertamente narraba lo que podía redundar en su mayor alabanza.

 

5- ¿Qué se entiende por a quien amaba Jesús? Como si no amase a los otros, de los cuales el mismo Juan dice anteriormente: Los amó hasta el Un. Y el mismo Señor dice: Nadie demuestra mayor caridad que el que da su vida -por sus amigos. ¿Y quién podrá enumerar todos los testimonios de las páginas divinas, en los cuales el Señor se manifiesta como amante entrañable no sólo de él y de los que allí estaban, sino también de sus futuros miembros y de toda su Iglesia? Mas hay algo latente que se refiere al seno sobre el cual estaba recostado quien esto decía. Qué se entiende por seno sino una cosa secreta? Pero hay otro lugar más oportuno, en el cual el Señor nos conceda decir lo suficiente sobre este secreto.

 

6. Hízole, pues, señas Simón Pedro, y le dice. Es de notar la locución decir algo, no con sonidos, mas por señas. Hace señas, y dice, sin duda por señas. Si pensando se dice algo, como lo atestigua la Escritura: Dijeron dentro de si mismos, ¿cuánto más haciendo señas, por las cuales ya sale fuera, bajo unos signos, lo que estaba dentro del corazón? ¿Qué dijo por señas? ¿Qué, sino lo que dice a continuación: De quién dice esto? Estas palabras dijo Pedro por señas, porque las dijo, no con sonidos vocales, sino con movimientos corporales. Y así, estando recostado él sobre el pecho de Jesús. Este es el seno del pecho, el santuario de la sabiduría. Dícele: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: Es aquel a quien yo alargare un pan mojado. Y habiendo mojado el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariotes. Y tras el pan entró en él Satanás. Fue manifestado el traidor, quedaron al descubierto los escondrijos de las tinieblas. Bueno es lo que recibió, mas lo recibió para su perdición, porque el que era malo recibió con malas disposiciones lo que era bueno. Muchas cosas hay que decir de este pan ofrecido al fingido y de las cosas que siguen; por lo cual es necesario más tiempo del que disponemos ya al fin de esta plática.

 

 

TRATADO 62

 

DESDE ESTE PASAJE: "Y HABIENDO MOJADO EL PAN, SE LO DIO A JUDAS", HASTA ESTE OTRO: "AHORA ES GLORIFICADO EL HIJO DEL HOMBRE"

 

1. Carísimos hermanos, comprendo que pueden turbarse muchos, unos piadosos, para inquirir, y otros impíos, para reprochar, al ver que, después de haber dado el Señor el pan mojado a su traidor, entró en él Satanás. Pues esto es lo que está escrito: Y habiendo mojado el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariotes; y tras el pan entró en él Satanás. Y así dicen: ¿Este es el mérito del pan de Cristo, alargado de la mesa de Cristo, hacer que tras el pan entrase Satanás en su discípulo? A éstos contestamos que aquí se nos advierte cuánto cuidado debe ponerse en no recibir lo bueno con malas disposiciones. Mucho importa conocer, no lo que recibe, sino quién lo recibe; no la naturaleza de lo que se da, sino las disposiciones de aquel a quien se da. Porque hay cosas buenas que dañan y cosas malas que aprovechan, según a quienes son suministradas. Dice el Apóstol: El pecado, para que aparezca el pecado, por medio de un bien me ha causado la muerte. Ahí tenéis el mal causado por el bien cuando el bien se recibe de mala manera. El mismo dice: "Para que no me engría con la grandeza de mis revelaciones, se me ha dado el aguijón de mi carne, que es un ángel de Satanás, para que me dé de bofetadas; en vista de esto, por tres veces pedí al Señor que lo apartase de mí; y me dijo: Te basta mi gracia, porque el valor se perfecciona en la flaqueza". He aquí que por un mal se ha producido un bien, cuando el mal es bien recibido. ¿Te admiras de que por el pan de Cristo, dado a Judas, quedó entregado al poder del demonio, viendo, por el contrario, que por un ángel de Satanás Pablo se perfecciona en Cristo? Así lo bueno dañó al malo, y lo malo aprovechó al bueno. Recordad por qué fueron escritas estas palabras: Quienquiera que comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, se hace reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Cuando el Apóstol decía esto, se refería a quienes con indiscreción y negligencia comían el cuerpo del Señor como otro manjar cualquiera. Si, pues, aquí es reprendido quien no juzga, esto es, no distingue el cuerpo del Señor de los otros manjares, ¿qué pena no merecerá quien, fingiéndose amigo, se acerca a su mesa como enemigo? Si con una reprensión se castiga la negligencia del comensal, ¿qué pena no será fulminada contra el traidor del que le invita? ¿Y. qué era el pan dado al traidor sino la demostración de la gracia, a la que fue ingrato?

 

2. Tras este pan, pues, entró Satanás en el traidor del Señor, para tomar plena posesión del que ya estaba a él entregado, y en el cual había entrado antes para seducirlo. Porque no dejaba de estar dentro de él cuando se fue a los judíos para pactar sobre el precio de la entrega del Señor, según lo dice claramente San Lucas: Entró Satanás en Judas, apellidado Iscariotes, uno de los doce, y se marchó y habló con los príncipes de los sacerdotes. Ahí tenéis dónde se dice que Satanás entró en Judas. Entró primeramente, infiltrando en su corazón el pensamiento de traicionar a Cristo, pues ya en este estado había venido a la cena. Y ahora tras el pan entró en él, no para tentar a otro distinto, sino para tomar posesión del que ya era suyo.

 

3. Pero no fue entonces, como creen algunos lectores poco atentos, cuando Judas recibió el cuerpo de Cristo. Debe entenderse que ya el Señor había distribuido a todos el sacramento de su cuerpo y sangre, entre los cuales estaba el mismo Judas, como clarísimamente lo dice San Lucas; y después se llegó al hecho con el cual, según la clara narración de San Juan, el Señor abiertamente manifestó al traidor por medio del bocado de pan mojado, quizá para descubrir su fingimiento. Pues no todas las cosas que se mojan se lavan, ya que algunas se mojan para teñirlas. Pero, si el hecho de mojarlo significa algún bien, muy merecida tiene la condena quien a él fue desagradecido.

 

4. No obstante, aún a Judas, poseído, no por el Señor, sino por el demonio con la entrada del pan en su pecho ingrato y del enemigo en su alma; aún, digo, le quedaba la completa ejecución, concebida ya en el corazón y precedida por un afecto vituperable. Así, pues, luego que el Señor, que es pan vivo, dio el pan al muerto, y con el ofrecimiento del pan dio a conocer al traidor del pan, dijo: Lo que haces, hazlo pronto. No le ordenó la ejecución del crimen, sino que predijo a Judas un mal y a nosotros un bien. Porque ¿qué cosa peor para Judas y mejor para nosotros que Cristo, entregado por él contra él mismo, y para todos nosotros, menos para él? Lo que haces, hazlo cuanto antes. ¡Oh palabra, más bien que de un irritado, de uno que gustosamente está preparado! ¡Oh palabra, que más demuestra la gracia del Redentor que el castigo del traidor! Dijo, pues, lo que haces, hazlo cuanto antes, no tanto por crueldad en castigo del pérfido, cuanto por acelerar la salvación de los fieles. Porque fue entregado por nuestros delitos, y amó a la Iglesia y se entregó por ella. Por esto dice el Apóstol: Me amó y se entregó por mí. Si Cristo no se entregara, nadie lo entregaría. ¿Qué le queda a Judas sino el pecado? Porque, al entregar a Cristo, no pensó en nuestra salvación, sino en el dinero que ganaba, perdiendo su alma. Recibió el dinero que quiso, y, sin que él lo quisiera, le fue dado el premio merecido. Judas entregó a Cristo, y Cristo se entregó a sí mismo: aquél trataba del negocio de su venta, y éste del negocio de nuestra salvación. Lo que haces, hazlo cuanto antes, no porque tú puedas hacerlo, sino porque así lo quiere quien todo lo puede.

 

5. Pero ninguno de loi comensales entendió con qué fin se lo había dicho. Algunos pensaban que, teniendo Judas la bolsa, le dijo Jesús: Compra las cosas que nos son necesarias para la fiesta, o que diese algo a los pobres. También el Señor tenía bolsa, era la que depositaba las oblaciones de los fieles para subvenir a-sus necesidades y socorrer a otros necesitados. Entonces por vez primera se constituyó el tesoro de la Iglesia, para que entendamos que el precepto de no preocuparnos del día de mañana no implica el que los fieles no reserven algún dinero, con tal que no se sirva a Dios por este interés o se abandone la justicia por temor a la indigencia. Posteriormente, el Apóstol toma la siguiente providencia: Si algún fiel tiene consigo viudas, déles lo suficiente para no gravar a la Iglesia, a fin de que pueda bastar a las verdaderamente viudas.

 

6. Habiendo tomado él el bocado, salió en seguida. Era ya de noche. Y también el que salió era noche. Habiendo, pues, salido la noche, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre. El día habló al día, esto es, Cristo a los discípulos fieles, para que le escuchasen y, siguiéndole, le amasen; y la noche anunció a la noche la sabiduría, esto es, Judas a los infieles judíos, para que viniesen a El y, persiguiéndole, le prendiesen. Pero las palabras que el Señor dirigió a los buenos antes de ser preso por los impíos exigen grande atención en los oyentes; por lo cual no debe precipitarse, sino más bien aplazarse su discusión.

 

 

TRATADO 63

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "AHORA ES GLORIFICADO EL HIJO DEL HOMBRE", HASTA ÉSTAS: " Y EN SEGUIDA LE GLORIFICARÁ"

 

1. Alcemos los ojos del alma y busquemos a Dios ayudados por El. Voz es del Salmo: Buscad a Dios, y vuestra alma vivirá. Aquel a quien hay que encontrar está oculto, para que le busquemos; y es inmenso, para que, después de hallado, le sigamos buscando. Por eso está escrito en otro lugar: Buscad siempre su faz. Porque llena la capacidad de quien le busca y hace más capaz a quien le halla, para que, cuando pueda recibir más, torne a buscarle para verse lleno. Pues no se dijo: Buscad siempre su faz, como se dijo de algunos: Siempre aprendiendo y nunca llegan a conseguir la ciencia de la verdad; sino más bien como dice aquél: Cuando el hombre hubiere terminado, entonces comienza, hasta que lleguemos a la vida aquella en la cual seamos de tal manera llenos, que no podamos ser capaces de más, porque seremos tan perfectos, que ya no podremos ser más. Entonces se nos manifestará cuanto nos baste. Aquí busquemos siempre, y que el fruto de haber hallado no sea el término de la búsqueda. Y no decimos siempre porque sólo aquí haya que buscar, sino que decimos que aquí hay que buscar siempre, para que no pensemos que en algún tiempo debemos cesar de buscar. Porque aquellos de quienes se ha dicho que siempre están aprendiendo y nunca llegan al conocimiento de la verdad, aquí están siempre aprendiendo, mas cuando salgan de esta vida, ya no aprenderán, porque allí recibirán el premio de sus errores. De tal modo se ha dicho: Siempre aprendiendo y nunca llegan al conocimiento de la verdad; como si dijera: Siempre están andando y nunca llegan al camino. Nosotros, en cambio, andemos siempre por el camino, hasta llegar a donde él conduce, sin quedarnos en él, sin detenernos en ningún punto del camino, y así, buscando avanzamos, y hallando llegamos a conseguir algo, y buscando y hallando pasamos a aquello que nos resta, hasta que se ponga fin a la búsqueda allí donde a la perfección no le quedan deseos de ir más adelante. ¡Ojalá que esta perfección, amadísimos, haga que vuestra caridad escuche con atención este sermón del Señor, porque es muy profundo, y ciertamente, cuando mucho ha de trabajar el expositor, no debe ser remiso el oyente!

 

2. ¿Qué es lo que dijo el Señor después de haber salido Judas para ejecutar con presteza lo que había de hacer, esto es, entregar al Señor? ¿Qué dijo el día cuando hubo salido la noche? ¿Qué dijo el Redentor cuando hubo salido el traidor? Ahora, dice, es glorificado el Hijo del hombre. ¿Por qué ahora? ¿•Acaso por haber salido el traidor, porque están para llegar los que le han de prender y matar? ¿Es ahora glorificado porque está próximo a ser humillado, porque ya va a ser maniatado, juzgado, condenado, escarnecido, crucificado y muerto? ¿-Es ésta una glorificación o más bien una humillación? ¿No es éste de quien decía San Juan, cuando hacía milagros, que no había sido dado aún el Espíritu Santo porque Jesús aún no había sido glorificado? No era glorificado cuando daba vida a los muertos, ¿y es glorificado ahora que está próximo a la muerte? N o era glorificado haciendo obras divinas, ¿y es glorificado padeciendo miserias humanas? Me extraña que aquel Maestro Dios quisiera significar y enseñar esto con esas palabras. Hay que penetrar más profundamente las palabras del Altísimo, que a veces se manifiesta un poco para que demos con El, y nuevamente se oculta para que le busquemos y como a pasos vayamos de lo hallado a lo que hay que hallar. Yo descubro aquí la figura de algo grande. Salió Judas, y es glorificado Jesús; salió el hijo de perdición, y es glorificado el Hijo del hombre. Había salido aquel por el cual les había dicho: Vosotros estáis limpios, mas no todos. Después que salió el inmundo, quedaron todos los limpios en compañía de quien los limpió. Una cosa parecida sucederá cuando haya pasado este mundo vencido por Cristo y no haya ningún inmundo en el pueblo de Cristo; cuando, separada la cizaña del trigo, brillen los justos como soles en el reino de su Padre. Previendo el Señor este suceso futuro y manifestando que ahora era figurado en la separación de la cizaña con la partida de Judas, quedándose los santos apóstoles como el trigo, dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre; como si dijera: Ahora estoy en aquella glorificación mía que se verificará donde no se halle ninguno de los malos y donde no perece ninguno de los buenos. Y por eso no dijo: Ahora es figurada la glorificación del Hijo del hombre; sino: Ahora es glorificado el Hijo del hombre; del mismo modo que se dijo: La piedra era Cristo, y no: La piedra era figura de Cristo. Como tampoco fue dicho que la buena semilla representaba a los hijos del reino, y la cizaña a los hijos del diablo; sino: La buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña, los hijos del diablo. Siguiendo la costumbre de la Escritura de hablar de los signos como si fuesen las cosas significadas, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, porque con la separación del pérfido y la permanencia de los elegidos fue significada aquella glorificación suya cuando, separados los malos, se quede con los santos por toda la eternidad.

 

3. Después de haber dicho: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, añadió: Y Dios es glorificado en El. La glorificación del Hijo del hombre consiste en que Dios sea glorificado en El. Porque, si el Hijo del hombre no se glorifica en sí mismo, sino Dios en El, entonces Dios en sí mismo le glorifica a El. Y como explicando esto, dice a continuación: Si Dios es glorificado por El, también Dios :en sí mismo le glorificará a El. Esto es: Si Dios es glorificado en El, porque no vino a hacer su voluntad, sino la voluntad de Aquel que le envió, también le glorificará a El en sí mismo, concediéndole eterna inmortalidad a la naturaleza humana, por la cual es Hijo del hombre, y la cual fue asumida por el Verbo eterno. Y le glorificará muy pronto, dice, manifestando que su resurrección no ha de ser, como la nuestra, en el fin del mundo, sino muy pronto. Y ésta es la glorificación, de la cual, como ya os he dicho antes, el evangelista había dicho que por eso no se les había dado el Espíritu Santo de aquella nueva manera que sería dado a los creyentes después de la resurrección, porque El aún no había sido glorificado; esto es, su mortalidad no había sido vestida con la inmortalidad, y su mortal flaqueza no había sido cambiada por la eterna fortaleza. Pudiera también decirse de esta glorificación: Ahora es glorificado el Hijo del hombre; que la palabra ahora no se refiere a la pasión inminente, sino a la resurrección próxima, como si ya hubiese sucedido lo que pronto había de suceder. Por hoy confórmese con esto Vuestra Caridad; cuando Dios sea servido, hablaremos de las cosas que siguen.

 

 

TRATADO 64

 

SOBRE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: " HIJITOS, AÚN ESTOY CON VOSOTROS UN POCO DE TIEMPO; VOSOTROS ME BUSCARÉIS, Y, COMO DIJE A LOS JUDÍOS, A DONDE YO VOY, NO PODÉIS VENIR VOSOTROS; LO MISMO OS DIGO AHORA A VOSOTROS"

 

1. Es de notar, carísimos, la ordenada concatenación de las palabras del Señor. Porque, habiendo dicho más arriba, después que salió Judas y se separó hasta de la convivencia corporal de aquellos santos: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en El; bien lo haya dicho refiriéndose al reino futuro, cuando los malos sean separados de los buenos; bien refiriéndose a su cercana resurrección, es decir, no aplazada, como la nuestra, hasta el fin del mundo; y después de haber añadido: Si Dios ha sido glorificado en El, también Dios en sí mismo le glorificará a El, y muy pronto le glorificará; lo cual, sin duda, afirmó de su pronto futura resurrección; continuó diciendo: Hijitos, aún estoy con vosotros un poco de tiempo; como diciéndoles: Pronto seré glorificado con la resurrección, pero no subiré inmediatamente al cielo, sino que aún "estoy con vosotros un poco de tiempo"; conforme está escrito en los Actos de los Apóstoles, que después de la resurrección estuvo con ellos durante cuarenta días, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo, no porque tuviese necesidad de comer y beber, sino para manifestar la verdad de su carne, que ya no tenía necesidad de comer y beber, pero que tenía el poder de hacerlo. ¿A estos cuarenta días se refirió cuando dijo: Aún estoy con vosotros un poco de tiempo, o a algún otro tiempo? Puede también entenderse de este modo: Aún estoy con vosotros un poco de tiempo; como vosotros, en esta flaqueza de la carne también estoy yo hasta que muera y resucite, porque después de resucitado estuvo aquí, sí, con ellos cuarenta días, manifestándoles su presencia corporal, pero no participando con ellos de la humana flaqueza.

 

2. Hay, además, otra presencia divina, escondida de los sentidos corporales, de la que asimismo dice: He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. Ciertamente no es esto lo que significa: Aún estoy con vosotros un poco de tiempo; pues no es poco tiempo hasta la consumación de los siglos. Y aunque todo este tiempo sea un poco de tiempo (porque el tiempo vuela, y mil años ante el Señor son como un día o como la velada de una noche), sin embargo, no debemos creer que aquí quiso dar a entender este tiempo, por lo que, continuando, añadió: Me buscaréis, y, como dije a los judíos, a donde yo voy vosotros no podéis venir. Después de este poco de tiempo que estoy con vosotros, ciertamente me buscaréis, pero a donde yo voy, no podéis venir vosotros. ¿Acaso después del fin del mundo no podrán ir ellos a donde El va? Entonces ¿por qué en este mismo sermón ha de decir poco después: Padre, quiero que donde yo estoy estén ellos conmigo? No habló, pues, de aquella presencia suya con la que ha de estar con los suyos hasta la consumación de los siglos, cuando dijo: Aún estoy con vosotros un poco de tiempo; sino que habló de la flaqueza mortal con que había de estar con ellos hasta su pasión o de aquella presencia corporal con que estaría con ellos hasta su ascensión. Cualquiera de estas dos interpretaciones que se elija, no está en pugna con la fe.

 

3. Y para que no le parezca a alguno poco conforme con la verdad este sentido que damos a las palabras Aún estoy con vosotros un poco de tiempo, o sea, el tiempo que el Señor estuvo en carne mortal con sus discípulos hasta su pasión, atienda a lo que después de su resurrección dice por otro evangelista: Os he dicho estas cosas cuando aún estaba con vosotros; como si entonces ya no estuviese con ellos, que le acompañaban, le veían, le tocaban y hablaban con El. Luego ¿qué quiere decir Cuando aún estaba con vosotros, sino cuando aún estaba en la carne mortal en que vosotros estáis? Entonces estaba resucitado en la misma carne, pero ya no estaba con ellos en la misma carne mortal. Y así como allí, vestido ya de la inmortalidad de la carne, dijo con toda verdad: Cuando aún estaba con vosotros, donde no puede entenderse sino: Cuando aún estaba con vosotros en carne mortal, así también aquí no es un absurdo entender estas palabras: Aún estoy con vosotros un poco de tiempo, como si dijese: Aún por un poco de tiempo soy mortal, como vosotros. Pasemos, pues, adelante.

 

4. Me buscaréis, y como dije a los judíos que, a donde yo voy, vosotros no podéis venir, así os lo digo ahora a vosotros. Es decir, que ahora no podéis. Porque, cuando dijo esto a los judíos, no añadió la palabra ahora. Estos, en cambio, no podían ir ahora, pero podrían ir después, como claramente lo dijo luego al apóstol Pedro: Como él le preguntase: ¿Adonde vas, Señor?, le respondió: A donde yo voy, no puedes seguirme ahora; pero me seguirás después. Diligentemente debemos inquirir el significado que aquí se encierra. ¿Adonde no podían entonces los discípulos seguir al Señor y podrían después? Si dijéramos que a la muerte, ¿qué tiempo no es apto para morir quien ha nacido, siendo, como es, tal la condición del hombre en su cuerpo corruptible, que la misma facilidad ofrece a la vida que a la muerte? No eran, pues, entonces menos aptos para seguir al Señor a la muerte, pero eran menos para seguir al Señor a la vida que nunca muere. Porque el Señor, resucitando de entre los muertos, se iba allí, donde no volviese a morir y la muerte jamás le volviese a dominar. ¿Y cómo habían de seguir al Señor, que iba a morir por la justicia, si aún no estaban maduros para el martirio? O ¿cómo habían de seguir al Señor a la inmortalidad de la carne, si, muriendo, no han de resucitar hasta el fin de los siglos? O ¿cómo habían de seguir entonces al Señor, que iba al seno del Padre sin abandonarlos a ellos, y del cual no se separó cuando vino a ellos, si nadie puede estar en aquella felicidad sin ser perfecto en la caridad? Y así, enseñándoles el modo de hacerse aptos para ir a donde El les precedía, dice: Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros. Estos son los pasos para seguir a Cristo; pero hay que dejar para otra ocasión un tratado más amplio sobre esta materia.

 

 

 

TRATADO 65

 

SOBRE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "UN MANDATO NUEVO OS DOY: QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS, COMO YO OS HE AMADO, ASÍ OS AMÉIS VOSOTROS TAMBIÉN. POR ESTO CONOCERÁN TODOS QUE SOIS DISCÍPULOS MÍOS, SI OS AMÁIS UNOS A OTROS"

 

1. Nuestro Señor Jesucristo declara que da a sus discípulos un mandato nuevo de amarse unos a otros: Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros. ¿No había sido dado ya este precepto en la antigua Ley de Dios, cuando escribió: Amaras a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué, pues, el Señor lo llama nuevo, cuando se conoce su antigüedad? ¿Tal vez será nuevo porque, despojándonos del hombre viejo, nos ha vestido del hombre nuevo? El hombre que oye, o mejor, el hombre que obedece, se renueva, no por una cosa cualquiera, sino por la caridad, de la cual, para distinguirla del amor carnal, añade el Señor: "Como yo os he amado". Porque mutuamente se aman los maridos y las mujeres, los padres y los hijos y todos aquellos que se hallan unidos entre sí por algún vínculo humano; por no hablar del amor culpable y condenable, que se tienen mutuamente los adúlteros y adúlteras, los barraganes y las rameras y aquellos a quienes unió, no un vínculo humano, sino una torpeza perjudicial de la vida humana. Cristo, pues, nos dio el mandato nuevo de amarnos como El nos amó. Este amor nos renueva para ser hombres nuevos, herederos del Nuevo Testamento y cantores del nuevo cántico. Este amor, carísimos hermanos, renovó ya entonces a los justos de la antigüedad, a los patriarcas y profetas, como renovó después a los apóstoles, y es el que también ahora renueva a todas las gentes; y el que de todo el género humano, difundido por todo el orbe, forma y congrega un pueblo nuevo, cuerpo de la nueva Esposa del Hijo unigénito de Dios, de la que se dice en el Cantar de los Cantares: ¿Quién es esta que sube blanca? Blanca, sí, porque está renovada, y ¿por quién sino por el mandato nuevo? Por esto en ella los miembros se atienden unos a otros, y si un miembro sufre,con él sufren los otros; y si un miembro es honrado, con él se alegran todos los miembros. Oyen y observan el mandato nuevo que os doy, de amaros unos a otros, no como se aman los hombres por ser hombres, sino como se aman por ser dioses e hijos todos del Altísimo, para que sean hermanos de su único Hijo, amándose mutuamente con el amor con que El los ha amado, para conducirlos a aquel fin que les sacie y satisfaga todos sus deseos. Entonces, cuando Dios sea todo en todas las cosas, no habrá nada que desear. Este fin no tiene fin. Nadie muere allí adonde nadie llega sin morir antes a este mundo, no con la muerte común a todos, consistente en la separación del alma del cuerpo, sino con la muerte de los justos, por la cual, aun permaneciendo en la carne mortal, se coloca allá arriba el corazón. De esta muerte decía el Apóstol: Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Y quizá por esta razón se ha dicho: Fuerte es el amor como la muerte. Este amor hace que muramos para este mundo aun cuando estemos en esta carne mortal, y nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios; aún más, el mismo amor es nuestra muerte para el mundo y nuestra vida con Dios. Porque, si la muerte es la salida del alma del cuerpo, ¿cómo no ha de ser muerte cuando del mundo sale nuestro amor? Fuerte como la muerte es el amor. ¿Qué puede haber más fuerte que aquello con que se vence al mundo?

 

2. No vayáis a pensar, hermanos, que, al decir el Señor: Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros, se excluya el precepto mayor, que manda amar a nuestro Dios y Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las facultades; como, si excluido éste, pareciera decirse que os améis unos a otros, como si no estuviera incluido en Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos dependen toda la Ley y los Profetas. Pero quienes bien entienden, hallan a ambos el uno en el otro. Porque quien ama a Dios, no puede despreciar su mandato de amar al prójimo. Y quien santa y espiritualmente ama al prójimo, ¿qué ama en él sino a Dios? Es éste un amor distinto de todo amor mundano, cuya distinción señala el Señor, diciendo: "Como yo os he amado". ¿Qué amó en nosotros sino a Dios? No porque ya le teníamos, mas para que le tuviésemos, para conducirnos, como dije poco antes, allí donde Dios es todo en todas las cosas. De esta manera se dice que el médico ama a los enfermos; mas ¿qué otra cosa ama en ellos sino la salud, que desea restituirles en lugar de la enfermedad, que viene a echar fuera? Pues nuestro amor mutuo ha de ser tal, que procuremos por los medios a nuestro alcance atraernos mutuamente por la solicitud del amor, para tener a Dios en nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: Como yo os he amado, para que así vosotros os améis recíprocamente. Por esto El nos amó, para que nos amemos mutuamente, concediéndonos a nosotros, por su amor estrechar con el amor mutuo los lazos de unión; y enlazados los miembros con un vínculo tan dulce, seamos el cuerpo de tan excelente Cabeza.

 

3. Por esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis mutuamente. Como si dijera: Los que no son míos tienen también otros dones míos comunes a vosotros, no sólo naturaleza, vida, sentidos, la razón, y la salud, que es común a todos los hombres y a la bestias; sino también el don de lenguas, los sacramentos, el don de profecía, de ciencia, de la fe, de repartir su hacienda a los pobres, de entregar su cuerpo a las llamas; pero, porque no tienen caridad, hacen ruido como los címbalos, nada son, de nada les aprovecha. No por estos dones míos, que pueden tener también quienes no son discípulos míos; sino por esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros. ¡Oh Esposa de Cristo, hermosa entre las mujeres! ¡Oh la que subes blanqueada y apoyada en tu Amado!, porque con su luz eres iluminada para volverte blanca, y con su ayuda eres sostenida para que no caigas. ¡Oh cuan merecidamente eres loada en aquel Cantar de los Cantares, que es como tu epitalamio: Tus delicias están en el amor! El no pierde a tu alma con la de los impíos; él defiende tu causa y es fuerte como la muerte, y hace todas tus delicias. ¡Qué género de muerte tan admirable, que no sólo no es penoso, sino que es delicioso! Cerremos aquí este tratado, porque al siguiente hay que darle otro preámbulo.

 

 

TRATADO 66

 

DESDE LAS SIGUIENTES PALABRAS: "DÍCELE SIMÓN PEDRO: ¿ADONDE VAS, SEÑOR?", HASTA ÉSTAS: "EN VERDAD, EN VERDAD TE DIGO QUE NO CANTARÁ EL GALLO HASTA QUE ME NIEGUES TRES VECES"

 

1. Después de haber recomendado el Señor a los discípulos el amor santo con que mutuamente debían amarse, dícele Simón Pedro: ¿Adonde vas, Señor? Esto dijo el discípulo al Maestro, el siervo al Señor, como dispuesto a seguirle. Por lo cual el Señor, que conoció su intención al hacerle tal pregunta, le dio esta respuesta: A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; como si le dijera: Con la intención de tu pregunta no puedes ahora. No le dijo no puedes; sino no puedes ahora; sin quitarle la esperanza, aplazó la ocasión; y esa esperanza que no le quitó, sino más bien se la dio, confirmósela la frase siguiente: Me seguirás después. Pedro, ¿por qué te apresuras? La Piedra aún no te ha dado solidez en su espíritu. No presumas, ahora no puedes; no desesperes, me seguirás después. Pero él insiste, diciendo: ¿Por qué no te puedo seguir ahora? Daré mi vida por ti. Veía el deseo de su corazón, pero no veía en él la fuerza necesaria. El enfermo se jactaba de su voluntad, pero el Médico conocía su debilidad; aquél prometía, éste preveía; era osado el ignorante, y quien todo lo sabía le instruía. ¡Cuánto había cargado Pedro mirando a su voluntad e ignorando sus fuerzas! ¡Cuánta carga había puesto sobre sus hombros, confiando poder ofrecer al Señor su vida, cuando El fuese a dar la suya por sus amigos, y por tanto también por él, y prometiendo dar su vida por Cristo aun antes de haber dado Cristo la suya por él! Respondióle, pues, Jesús: ¿Darás por mi tu vida? ¿Vas a hacer por mí lo que aún no he hecho yo por ti? ¿Darás por mí tu vida? ¿Vas a ir delante tú, que no puedes seguirme? ¿Por qué presumes tanto, qué piensas de ti, quién crees que eres? Escucha lo que tú eres: En verdad, en verdad te digo que antes de cantar el gallo me habrás negado tres veces. Mira cómo te verás tú, que tan alto hablas, ignorando lo pequeño que eres. Tú que me ofrendas tu muerte, negarás tres veces a tu vida. Tú, que te crees con fuerzas para morir por mí, mira de vivir antes por ti, porque, temiendo la muerte de tu cuerpo, darás la muerte a tu alma. Cuanto es para la vida el confesar a Cristo, tanto es para la muerte negar a Cristo.

 

2. ¿Acaso el apóstol Pedro, como algunos, por una piedad perversa, pretenden excusarlo, no negó a Cristo porque, preguntado por una doncella, respondió que no conocía a ese hombre, según el testimonio expreso de los otros evangelistas? Como si no negase a Cristo quien niega que Cristo es hombre, negando en El lo que por nosotros se hizo para que no pereciese lo que El había hecho. Así, pues, quien confiesa que Cristo es Dios y niega que es hombre, por ese tal no ha muerto Cristo, que murió según la naturaleza humana. Quien niega la humanidad a Cristo, no tiene mediador que le reconcilie con Dios. Porque uno solo es Dios y uno solo el Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Quien niega la humanidad de Cristo, no es justificado. Porque, así como por la desobediencia de un hombre muchos cargaron con el pecado, así también por la obediencia de un hombre muchos se justificarán. Quien niega que Cristo es hombre, no resucitará a la resurrección de la vida: Porque, así como por un hombre entró la muerte, así por un hombre vendrá también la resurrección de los muertos, pues, como todos mueren por Adán, todos volverán a la vida por Cristo. ¿Por qué Cristo es Cabeza de la Iglesia, sino por la naturaleza humana, que tomó el Verbo? Es decir, que el Unigénito de Dios Padre, que es Dios, se hizo hombre. ¿Cómo, pues, ha de estar en el cuerpo de Cristo quien niega que Cristo es hombre? Quien niega la cabeza, ¿cómo ha de ser miembro? Mas ¿por qué me detengo tanto, cuando el mismo Señor ha deshecho todos los sofismas  de los argumentos humanos? Pues no dice: No cantará el gallo hasta que hayas negado al hombre; o, según el lenguaje más familiar, que empleaba con los hombres: No cantará el gallo hasta que niegues al Hijo del hombre por tres veces; sino que dice: Hasta que me niegues tres veces. ¿Qué significa me sino lo que El era; y qué era sino Cristo? Luego, quien negó algo suyo, negó a El mismo, negó a Cristo, negó a su Dios y Señor. Y así, aquel condiscípulo suyo llamado Tomás, cuando exclamó: Dios mío y Señor mío, no palpó al Verbo, sino la carne; no tocó con manos investigadoras la naturaleza incorpórea de Dios, sino el cuerpo del hombre. Tocó al hombre y reconoció a Dios. Si, pues, Pedro negó lo que éste palpó, Pedro ofendió a quien éste confesó. No cantará el gallo hasta que me niegues tres veces, aunque digas: No conozco a ese hombre; aunque digas: Hombre, no sé lo que dices; aunque digas: No soy de sus discípulos, me negarás a mí. No acusemos a Cristo por defender a Pedro. Reconozca su pecado la fragilidad, porque no hay mentira en la Verdad. Reconoció su pecado la debilidad de Pedro, lo reconoció sin reparos, y con sus lágrimas manifestó cuan grande mal había cometido negando a Cristo. El mismo confunde a sus defensores, y para convencerlos se vale del testimonio de sus lágrimas. Tampoco nosotros, al decir esto, sentimos satisfacción en acusar al primero de los apóstoles; pero nos conviene advertir que el hombre, teniendo a Pedro a la vista, no se fíe de las fuerzas humanas. Y ¿qué otra cosa hizo nuestro Maestro y Salvador sino demostrarnos con el ejemplo del primero de los apóstoles que nadie debe presumir de sí mismo? Pedro recibió en su alma lo que ofrecía en su cuerpo. Pero no murió por el Señor como él temerariamente presumía, sino que murió de otra manera. Porque antes de la muerte y resurrección del Señor murió negándole, y revivió llorando su culpa; murió, porque él presumió con arrogancia, y revivió, porque El le miró con benignidad.

 

 

TRATADO 67

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: " NO SE TURBE VUESTRO CORAZÓN", HASTA ÉSTAS: "VOLVERÉ OTRA VEZ Y OS LLEVARÉ CONMIGO"

 

1. Con mayor esfuerzo, hermanos, debemos dirigir a Dios nuestra atención, para poder de algún modo entender las palabras del santo Evangelio que poco ha sonaron en nuestros oídos. Dice, pues, Jesús: No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí. A fin de que, como hombres, no tuviesen miedo a la muerte, turbándose por ello, los consuela afirmando que también El es Dios. Creed en Dios y creed también en mí. Porque es lógico que, si creéis en Dios, creáis también en mí; lo cual no sería lógico si Cristo no fuese Dios. Creed en Dios y creed también en Aquel que es igual a Dios por naturaleza, no por latrocinio. Se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo sin perder la forma de Dios. Teméis la muerte de esta forma de siervo, no se turbe vuestro corazón, la resucitará la forma de Dios.

 

2. Pero ¿qué es lo que vienen a decir las palabras siguientes: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones, sino que temían también por ellos mismos? De aquí que les fuera necesario oír esto: No se turbe vuestro corazón. Y ¿cuál de ellos podía estar sin temor, cuando fue dicho a Pedro, el más confiado y más dispuesto: No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces? Con razón temían verse separados de El; pero, al oír que en la casa de mi Padre hay muchas mansiones; y si así no fuera, os lo hubiese dicho, porque yo voy a preparar vuestra morada, reciben consuelo en su turbación con la certeza y la esperanza de verse con Cristo en Dios después de los peligros de las tentaciones. Porque, aunque unos son más fuertes que otros, unos más sabios que otros, unos más justos y más santos que otros, en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Nadie se verá alejado de esa casa, donde cada cual ha de recibir la habitación correspondiente a sus méritos. Todos recibirán el denario que el padre de familia manda dar a todos, sin hacer distinción entre quienes trabajaron más y quienes trabajaron menos. Este denario es la vida eterna, donde no vive uno más que otro, porque el tiempo no tiene medida en la eternidad. Pero esas numerosas habitaciones señalan la diversidad de méritos en la única vida eterna. Porque una es la claridad del sol, otra la de la luna y otra la de las estrellas; y así como una estrella se distingue de otra por su brillo, así también será la resurrección de los muertos. Como las estrellas en el cielo, así los santos tendrán habitaciones de distintas claridades; pero, en razón a que el denario es el mismo, ninguno se verá excluido de aquel reino. De este modo será Dios en todos todas las cosas; y porque Dios es caridad, la caridad hará que lo que cada uno tiene sea común a todos. Y así, cada cual tiene lo que ama en los otros y a él le falta. No habrá envidia de esta desigual claridad, porque en todos reinará la unión de la caridad.

 

3. Por esta razón, el corazón cristiano ha de rechazar el pensamiento de quienes dicen que la multitud de habitaciones dan a entender que fuera del reino de los cielos existe otro lugar donde viven felices los inocentes que salieron de esta vida sin haber recibido el bautismo, ya que sin él no pueden entrar en el reino de los cielos. Tal fe no es fe, porque no es la fe verdadera y católica. Y vosotros, hombres necios y obcecados por pensamientos carnales, que habéis de ser reprobados por separar el reino de los cielos, no digo la morada de un Pedro o de un Pablo, sino de cualquier párvulo bautizado, ¿no creéis que seréis reprobados por hacer separación en la casa de Dios Padre? Pues no dice el Señor: En todo el mundo, o: En todas las criaturas, o: En la vida o bienaventuranza eterna hay muchas mansiones; sino: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. ¿No es ésta la casa en la que tenemos una casa construida por Dios, una casa eterna en los cielos, no fabricada por manos humanas? ¿No es ésta la casa por la cual decimos al Señor: Dichosos quienes habitan en tu casa, te alabarán por los siglos de los siglos? ¿Os atreveréis vosotros a dividir no ya la casa de cualquier bautizado, sino la del mismo Dios Padre, a quien todos los fieles decimos: Padres nuestro, que estás en los cielos, y separaría del reino de los cielos, hasta poner unas moradas dentro y otras fuera del reino de los cielos? No puede ser que quienes quieran morar en el reino de los cielos, quieran vivir entre vosotros con esta necedad. No puede ser, digo, que alguna parte de la casa real esté fuera del reino, siendo así que la casa entera de los hijos que reinan no está fuera del reino.

 

4. Si yo me fuere, os prepararé lugar para vosotros y volveré y os llevaré conmigo; a fin de que, donde yo estoy, estéis también vosotros. Sabéis adonde yo voy y conocéis también el camino. ¡Oh Señor Jesús!, ¿cómo vas a preparar lugar, si en la casa de tu Padre hay muchas mansiones, en que habiten los tuyos? Y si los llevas contigo, ¿cómo otra vez vuelves a ellos, si de ellos no te apartas? Si intentamos, carísimos, explicar brevemente estas cosas de acuerdo con el tiempo de que hoy disponemos, no quedarán claras, y la misma brevedad las tornará más oscuras. Por lo cual aplazamos esta deuda, que os pagaré en otra ocasión más oportuna con la ayuda de nuestro Padre de familia.

 

 

TRATADO 68

 

SOBRE EL MISMO ASUNTO

 

1. Reconozco la deuda contraída con vosotros, y ya es tiempo de pagaros lo aplazado. Esta deuda consiste en explicaros cómo no hay contradicción en estas dos sentencias del Señor. Habiendo dicho el Señor: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones, y si no fuera así, yo os lo hubiese dicho, porque voy a prepararos lugar, donde aparece claro que dijo esto porque ya hay allí muchas habitaciones y no hay necesidad de preparar ninguna. Dice asimismo: Y si yo me fuere y os preparare lugar, vendré de nuevo y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. ¿Cómo va a preparar lugar, si ya hay muchas habitaciones? Si al menos hubiese dicho: Voy a preparar. Y si hay algo que preparar, ¿por qué no podía decir con razón: Voy a preparar? ¿Acaso estas habitaciones están y hay que prepararlas? Si no lo estuviesen, hubiera dicho: Voy a preparar. Mas, como están de tal modo que hay que prepararlas, no va a prepararlas como están, sino que, si fuere y las preparase como han de ser, viniendo de nuevo, los llevará consigo, para que estén ellos donde está El. Y ¿cómo esas mismas habitaciones de la casa del Padre están, sin duda, preparadas como deben estar, y aún no están preparadas como han de estarlo? Entendiéndolo del mismo modo que dice el profeta que Dios hizo las cosas que han de ser, porque no dice que ha de hacer las cosas futuras, sino que hizo las cosas que han de ser. Luego las hizo y las ha de hacer; porque, si El no las hizo, no han sido hechas; y si El no ha de hacerlas, no serán hechas. Las hizo predestinándolas a la existencia, y las hará haciéndolas ser. Como eligió a sus discípulos cuando los llamó, según claramente lo afirma el evangelista; y, no obstante, dice el Apóstol que nos eligió antes de la creación del mundo; lo cual se entiende de la predestinación, no de la vocación. A quienes predestinó, los llamó: los eligió por la predestinación antes de la creación del mundo y los eligió llamándolos antes del fin del mundo. De este modo preparó y prepara las habitaciones, y no otras, sino las que preparó Aquel que hizo las cosas que han de ser, preparando con la obra las que había preparado con la predestinación. Ya existen en la predestinación; de lo contrario, hubiese dicho: Iré y las prepararé, esto es, las predestinaré. Pero, como no han sido aún realizadas, dice: Y si yo me fuere y os preparare lugar, volveré y os llevaré conmigo.

 

2. En cierto modo prepara las mansiones preparando moradores para ellas. Pues ¿qué pensamos que es la casa de Dios sino el templo de Dios, cuando dice: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones? Pregunta al Apóstol cuál es este templo, y te responde: El templo santo de Dios, que sois vosotros. Este es también el reino de Dios, que el Hijo ha de entregar al Padre, según dice el Apóstol: El principio es Cristo; después, los que son de Cristo en su presencia; luego, el fin, cuando haya entregado el reino a Dios Padre, esto es, cuando por la contemplación haya entregado también al Padre a quienes redimió con su sangre. Este es el reino de los cielos, del cual se dice que es semejante a un hombre que siembra buena semilla en su campo. Esta buena semilla son los hijos del reino, que ahora están mezclados con la cizaña, pero en el fin del mundo el Rey mismo enviará a sus ángeles para recoger de su reino todos los escándalos. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino del Padre. El reino brillará en el reino cuando el reino venga al reino, que ahora pedimos diciendo: Venga a nos el tu reino. Ya ahora es llamado reino, pero aún será convocado; porque, si no fuese reino, no diría: Recogerán de su reino todos los escándalos. Mas aún no reina este reino. Y así, de tal modo es reino, que, cuando de él se hayan recogido los escándalos, entonces llegue al reino, para que tenga no sólo el nombre, sino también la potestad de reinar. Entonces a este reino, colocado a la derecha, se le dirá: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino; es decir, quienes erais reino sin reinar, venid y reinad, para que lo que erais en esperanza lo seáis en realidad. Esta casa de Dios, este templo de Dios, este reino de Dios y reino de los cielos aún se está fabricando, aún se está construyendo, aún se está preparando, aún se está congregando. En él habrá habitaciones, como las está preparando el Señor, y en él ya están las habitaciones según el mismo Señor las tiene ya predestinadas.

 

3. Pero ¿qué significa que marchó para prepararlas, si lo que prepara somos nosotros, y no lo puede hacer si nos deja? Lo entiendo, Señor, como puedo. Das a entender que, para preparar estas moradas, el justo debe vivir de la fe, porque por ella se prepara para contemplar esta hermosura. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, que por la fe limpia sus corazones. Aquello se lee en el Evangelio, y esto en los Actos de los Apóstoles. La fe, que limpia los corazones de quienes han de ver a Dios, mientras viven en este mundo, cree lo que no ve, porque, si lo ves, ya no tiene fe. El creyente acumula méritos, el vidente recibe el premio. Vaya, pues, el Señor a prepararnos el lugar; vaya para que no le veamos; escóndase para que en El creamos. Se prepara el lugar viviendo de la fe. Deseémosle por la fe para tenerle por el deseo, porque el deseo de amar es la preparación de la mansión. Prepara, pues, Señor, lo que estás preparando: nos preparas a nosotros para ti, y a ti para nosotros, porque en nosotros preparas lugar para ti, y en ti para nosotros. Tú dijiste: Permaneced vosotros en mí, y yo en vosotros. Según lo que cada cual participe de ti, unos más, otros menos, así será la diferencia del premio de acuerdo con la diferencia de méritos; ésta es la multitud de mansiones según la diferencia de los moradores, pero todos en la eternidad de los vivos y eternamente bienaventurados. ¿Qué significa que vas? ¿Qué significa que vienes? Si quiero entenderte bien, no te vas de donde vas ni te vas de donde vienes: te vas escondiéndote, vienes manifestándote. Pero, si no quedas gobernándonos para avanzar por el buen vivir, ¿cómo quedará preparado el lugar donde podamos permanecer en perpetuo gozar? Sea esto bastante sobre las palabras evangélicas que se han leído, hasta que diga el Señor: Otra -vez vuelvo para llevaros conmigo. El significado que encierran las siguientes palabras: Para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Sabéis adonde voy y conocéis el camino, después de haberlo preguntado el discípulo, preguntémoslo también nosotros por su intermedio, y lo escucharemos mejor y lo trataremos con más oportunidad.

 

 

TRATADO 69

 

DESDE AQUELLO QUE DICE EL SEÑOR: "SABÉIS ADONDE VOY Y SABÉIS TAMBIÉN EL CAMINO", HASTA: "NADIE VIENE AL PADRE SINO POR MÍ"

 

1. Ahora, dilectísimos, en cuanto somos capaces, por las palabras siguientes del Señor vamos a entender las anteriores, y por las consiguientes, las precedentes, en la respuesta que habéis oído, dada a la pregunta del apóstol Tomás. Había dicho el Señor poco antes, hablando de las mansiones que hay en la casa de su Padre, que El iba a prepararlas. Ya vimos que en la predestinación existían ya las mansiones y que se preparaban cuando por la fe se limpiaban los corazones de quienes las han de habitar, porque ellos mismos son la casa de Dios. Y ¿qué otra cosa es habitar en la casa de Dios sino estar entre el pueblo de Dios, que está en Dios, y Dios está en él? Para prepararlas marchó el Señor, a fin de que, creyendo en Aquel que no es visto, por la fe se prepare ahora la mansión que ha de permanecer por siempre en la realidad. Por lo cual había dicho: Y si yo me fuere y os preparare el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis vosotros también. Ya sabéis adonde yo voy y sabéis también el camino. A esto dícele Tomás: Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podremos saber el camino? Dijo el Señor que ambas cosas eran de ellos conocidas, y éste dice que ambas les son desconocidas, tanto el lugar adonde se va como el camino por donde se va. Mas, como El no sabe mentir, ellos lo sabían, y no sabían que lo sabían. Les va a convencer de que saben lo que hasta ahora creen no haber sabido. Le dice Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida. ¿Qué es esto, hermanos? Hemos oído al discípulo, que pregunta, y al Maestro, que enseña; pero aún no entendemos la sentencia que se oculta detrás de la voz que suena. Mas ¿qué es lo que no podemos entender? ¿Acaso sus apóstoles, a quienes hablaba, podían decirle: No te conocemos? Por tanto, si le conocían y El es el Camino, sabían el camino; si le conocían y El es la Verdad, conocían la verdad; si le conocían y El es la Vida, conocían la vida. Ya los tenéis convencidos de que saben lo que piensan no saber.

 

2. Pues ¿qué es lo que nosotros no hemos entendido en estas palabras? ¿Qué va a ser, hermanos, sino lo que dijo: Sabéis adonde yo voy y sabéis también el camino? Ya hemos visto que ellos sabían el camino, porque conocían a Aquel que es el camino; es el camino por donde se va; pero ¿es también el camino y el lugar adonde se va? Dijo que sabían ambas cosas, el camino y el lugar adonde va. Era necesario decirles: Yo soy el camino, para demostrarles que sabían lo que creían ignorar, porque le conocían a El; pero ¿qué necesidad tenía de decir: Yo soy el camino, la verdad y la vida, cuando, conocido el camino por donde se iba, quedaba por saber adonde iba, sino, porque iba a la verdad, iba a la vida? Iba, pues, a El mismo por sí mismo. Y nosotros, ¿adonde vamos sino a El mismo, y por dónde vamos sino por El mismo? Luego El va a El mismo por sí mismo, y nosotros a El por El mismo; mejor, al Padre El y nosotros. Porque de El mismo dice en otro lugar: Voy al Padre; Y en el mismo pasaje, refiriéndose a nosotros, dice: Nadie viene al Padre sino por mí. Y así, El por sí mismo a El y al Padre, y nosotros por El a El mismo y al Padre. ¿Quién entiende esto sino quien lo entiende espiritualmente? ¿Y cuánto es lo que aquí puede comprender, aunque lo entienda espiritualmente? ¿Por qué, hermanos, queréis que yo explique estas cosas? Considerad cuan excelsas son. Vosotros veis lo que yo soy, y yo veo lo que sois vosotros: en rodos nosotros el cuerpo corruptible es un peso que oprime al alma, y esta habitación terrena deprime a la mente, ocupada en muchas cosas. ¿Crees que podemos decir: Levanté mi alma a ti, que estás en los cielos? Pero bajo peso tan abrumador, que nos hace gemir, ¿cómo puedo levantar mi alma si conmigo no la levanta quien por mí dio la suya? Diré, pues, lo que pueda; y quien de vosotros sea capaz, que lo entienda. Auxiliado por Aquel con cuya ayuda yo os hablo, entienda quien pueda entender, y con la misma ayuda crea quien no lo alcance a entender; porque, si no creyereis, dice el profeta, no entenderéis.

 

3. Dime, Señor mío, ¿qué he de decir a tus siervos y consiervos míos? Tomás, el apóstol, te tuvo delante cuando te interrogó; mas no te hubiese comprendido si no te tuviese dentro de sí. Yo te interrogo sabiendo que estás sobre mí; te interrogo en cuanto puedo hacer salir fuera de mí a mi alma, adonde pueda escuchar tus enseñanzas sin ruido de palabras. Manifiéstame, te lo suplico, cómo vas a ti. ¿Acaso, por venir a nosotros, te dejaste a ti, máxime porque no viniste por ti mismo, sino que te envió el Padre? Sé que te has anonadado y sé que, al tomar la forma de siervo, no te despojaste de la forma de Dios, a la cual volverías; ni perdiste la forma de Dios para tomarla de nuevo: viniste, no obstante, y no sólo te hiciste visible a los ojos humanos, sino que te entregaste a las manos de los hombres, ¿cómo, sino en tu carne? Por ella viniste permaneciendo donde estabas; por ella vuelves sin dejar el lugar adonde habías venido. Si,

pues, viniste y volviste por ella, por ella, sin género de duda, tenemos nosotros el camino para llegarnos a ti; mas también por ella eres tú el camino por donde viniste y regresaste. Pero, como éstos llegaron a la vida, que eres tú mismo, no cabe dudar que tuviste que volver a tu carne de la muerte a la vida. No es la misma cosa el Verbo de Dios y el hombre; pero el Verbo se hizo carne, esto es, se hizo hombre. Aunque no por esto es una la persona del Verbo y otra la persona del hombre, porque lo uno y lo otro es Cristo, que es una única persona; y, por consiguiente, del mismo modo que, cuando murió la carne, murió Cristo, y, cuando fue sepultada su carne, fue sepultado Cristo (según lo cree el espíritu para su justificación, y con la boca lo confesamos para nuestra salvación), así, cuando la carne vino de la muerte a la vida, Cristo vino a la vida. Y porque el Verbo de Dios es Cristo, Cristo es la vida; y así, de un modo admirable e inefable, Aquel que nunca renunció o perdió a sí mismo, vino a El mismo. Por la carne, como queda dicho, vino Dios a los hombres; la verdad vino a los falaces, porque Dios es veraz y todo hombre es falaz. Pero, cuando se retiró de los hombres y llevó su carne a donde nadie miente, El mismo, por haberse hecho carne el Verbo, por El mismo, es decir, por la carne volvió a la verdad, que es El mismo. Y esta verdad conservó aún en la muerte, aunque estuviera entre mentirosos. Pues Cristo llegó a morir, pero nunca fue falso.

 

4. Os voy a poner un ejemplo, aunque diverso y muy desigual, tomado de aquellas cosas que más próximamente dependen de Dios, para tener algún conocimiento de Dios. Yo mismo, por lo que respecta a mi espíritu, siendo lo que sois vosotros, si callo, estoy dentro de mí mismo; pero si os digo algo para que lo entendáis, en cierto modo avanzo hacia vosotros sin dejarme a mí: me acerco a vosotros y no me aparto de donde salgo. Cuando callo, de alguna manera vuelvo a mí, y de alguna manera permanezco con vosotros si conserváis lo que me habéis oído decir. Si esto puede hacer la imagen creada por Dios, ¿qué no podrá hacer la imagen de Dios, que es Dios, no hecha por Dios, sino nacida de Dios, cuyo cuerpo, por el cual vino a nosotros y en el cual se volvió de nuestro lado, no al modo que pasó mi sonido, sino permanece allí donde ya no muere y donde la muerte no le vencerá jamás? Muchas cosas podrían y deberían decirse aún sobre estas palabras evangélicas; pero no conviene cargar vuestros espíritus con estos alimentos espirituales, por suaves que sean, sobre todo porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es flaca.

 

 

TRATADO 70

 

ACERCA DE ESTO QUE DICE EL SEÑOR: "SI ME CONOCIESEIS A MÍ, SIN DUDA CONOCIERAIS TAMBIÉN A MI PADRE", HASTA: " ¿ NO CREES QUE YO ESTOY EN EL PADRE Y QUE EL PADRE ESTÁ EN MÍ?"

 

1. Serán bien entendidas, hermanos, las palabras del santo Evangelio si en ellas se descubre la perfecta concordancia con las anteriores; porque, cuando la verdad habla, deben concordar las precedentes con las siguientes. Anteriormente había dicho el Señor: "Y si yo me fuere y os preparare lugar, volveré a vosotros para llevaros conmigo, a fin de que donde yo estoy, estéis también vosotros". Después había añadido: "Y sabéis adonde yo voy y sabéis también el camino"; con lo cual no declaró otra cosa sino que lo conocían a El. Ya dijimos también en la plática de ayer, en cuanto estuvo de nuestra parte, qué es ir a sí mismo por sí mismo, y la facultad que da aun a los discípulos de ir a El por El mismo. Acerca de lo que aquí dice: Para que donde yo estoy estéis también vosotros, ¿dónde habían de estar sino en El? Por donde se ve que El está también en sí mismo y que, por lo tanto, ellos estarán allí donde está El, esto es, en El mismo; porque El es la vida eterna, en la cual hemos de estar cuando nos lleve consigo; y esta vida eterna, que es El, está en El mismo, a fin de que donde está El, estemos nosotros también, es decir, en El. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, y la vida que tiene no es otra cosa que lo que es el que tiene esta vida; así también dio al Hijo tener la vida en sí mismo, siendo El mismo la vida, que tiene en sí mismo. ¿Por ventura seremos nosotros la vida, como es El, cuando comencemos a ser en aquella vida, o sea en El? Ciertamente que no, porque El tiene la vida por razón de su existencia y es lo que El tiene; y porque la vida está en El mismo, El está en sí mismo; nosotros, en cambio, no somos la vida misma, sino participantes de la vida suya; y nosotros estaremos allí, no de modo que podamos ser en nosotros lo que es El, sino de modo que, sin ser nosotros la vida, tengamos por vida a El mismo, que tiene por vida a sí mismo, por ser El la misma vida. Finalmente, El es inmutable en sí mismo y está en el Padre inseparablemente; pero nosotros, por haber querido ser en nosotros mismos, hemos sido víctimas de la turbación interior, según la voz aquella: Se ha turbado mi alma dentro de mí; y viniendo a ser de peor condición, ni siquiera pudimos permanecer siendo lo que fuimos. Pero permaneciendo en El, cuando por El venimos al Padre, según El dice: Nadie viene al Padre sino por mí, ya nadie nos podrá separar del Padre ni de El.

 

2. Concatenando, pues, lo siguiente con lo precedente, dice: Si me habéis conocido a mí, habéis conocido también a mi Padre. Esto es lo que significa: Nadie viene al Padre sino por mí. Y añade a continuación: Luego le conoceréis, y ya le habéis visto. Pero Felipe, uno de los apóstoles, sin entender lo que había oído, le dice: Señor, enséñanos al Padre, y con ello tenemos bastante. A lo cual replica el Señor: Llevo tanto tiempo entre vosotros, ¿y aún no me habéis conocido, Felipe? Quien me ve a mí, ve también al Padre. Les increpa por no serles conocido después de estar tanto tiempo con ellos. ¿No había dicho El: Sabéis adonde yo voy y sabéis también el camino, y convence a quienes decían no saberlo, añadiendo: Yo soy el camino, la verdad y la vida? ¿Cómo ahora dice: Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me habéis conocido, sabiendo adonde iba y sabiendo el camino, cosas que no sabrían sino conociéndole a El? Pero esta dificultad es de fácil solución, diciendo que unos le conocían y otros no y que Felipe estaba entre los que no le conocían, de modo que se tenga por dicho a quienes le conocían: Sabéis adonde yo voy y sabéis el camino; y no a Felipe, al cual dijo: Tanto tiempo llevo con vosotros, y ¿no me habéis conocido, Felipe? Luego también a quienes habían conocido al Hijo van dirigidas las palabras siguientes acerca del Padre: Y pronto lo conoceréis, y ya lo habéis visto; lo cual dijo por la absoluta semejanza que tiene con el Padre; y así díjoles que ahora conocerían al Padre, porque habían conocido al Hijo, semejante a El. Si, pues, no todos, ya algunos conocían al Hijo, a los cuales dijo: Y sabéis adonde yo voy y sabéis también el camino; porque El es el camino. Pero, por no conocer al Padre, les dice: Si me habéis conocido a mí, habéis conocido también a mi Padre, pues por mí lo conocéis a El. Yo soy uno y El es otro. Pero para que no le creyesen desigual a El, añadió: Ahora lo conocéis y le habéis visto. Porque vieron a su semejantísimo Hijo, debían ser advertidos, no obstante, de que el Padre, a quien no veían, era tal cual era el Hijo, a quien veían. Y esto viene a decir lo que dice después a Felipe: Quien me ve a mí, ve también al Padre. No porque son el mismo el Padre y el Hijo, lo cual condena la fe católica en los sabelianos, que también son llamados patripasianos, sino porque son tan semejantes el Padre y el Hijo, que quien conozca a uno los conoce a ambos. De dos cosas muy parecidas solemos decir a quien conoce una de ellas y quiere conocer la otra: Ves a éste, ves a aquél. Pues de esta manera se dice: Quien me ve a mí, ve al Padre; evidentemente, no porque el Padre es el mismo que el Hijo, sino porque el Hijo no se diferencia en nada del Padre. Si no fuesen dos el Padre y el Hijo, no hubiera dicho: Si me habéis conocido a mí, habéis conocido también a mi Padre. Y porque nadie viene al Padre sino por mí, si me habéis conocido a mí, habéis conocido también a mi Padre, ya que yo, por quien se viene al Padre, os llevaré hasta El, para que le conozcáis a El también. Pero, como yo soy en un todo semejante a El, ahora le conocéis a El, conociéndome a mí; y le habéis visto a El si con los ojos del alma me habéis visto a mí.

 

3. ¿Por qué dices, pues, Felipe: Enséñanos al Padre, y nos basta? Tanto tiempo ha que estoy entre vosotros, ¿y no me habéis conocido, Felipe? Quien me ve a mí, ve también al Padre. Y si a ti te parece mucho ver, por lo menos cree lo que no ves. Pues ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? Si me has visto a mí, que soy enteramente semejante, has visto a Aquel, al cual soy semejante. Y si esto no alcanzas a ver, al menos, ¿no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? A esto podía replicar Felipe: Te veo a ti y te creo semejantísimo al Padre; pero ¿merece ser increpado aquel que, viendo a un semejante, quiera ver también a aquel a quien se parece? Ciertamente vi al que se parece, pero aún no conozco a uno sin el otro; no me basta hasta que no conozca al otro a quien éste se parece. Muéstranos al Padre, y nos basta. Pero el Maestro recriminaba al discípulo, porque veía su corazón. Felipe deseaba conocer al Padre, como si el Padre fuera mejor que el Hijo; y, por consiguiente, no conocía tampoco al Hijo, creyendo que había algo mejor que El. Para corregir esta creencia, dijo: Quien me ve a mi, ve también al Padre. ¿Por qué dices tú: Muéstranos al Padre? Comprendo tu pensamiento: no pretendes ver a otro semejante; crees que ése es mejor. ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? ¿Por qué buscas diferencias en los semejantes? ¿Por qué quieres conocer separadamente a quienes son inseparables? A continuación habla, no ya sólo a Felipe, sino en plural, a todos ellos; cosas que no deben ser sometidas a la brevedad del tiempo, a fin de exponerlas con la amplitud conveniente cuando Dios sea servido.

 

 

TRATADO 71

 

ACERCA DE ESTO QUE DICE EL SEÑOR: "LAS PALABRAS QUE YO OS HABLO, NO LAS HABLO DE MÍ MISMO", HASTA: "Si ALGUNA COSA PIDIEREIS AL PADRE EN MI NOMBRE, YO LO HARÉ"

 

1. Escuchad, carísimos, con vuestros oídos y recibid en vuestras almas, por las palabras que os dirigimos, las enseñanzas de Aquel que no se aparta de nosotros. Según la lectura que acabáis de oír, dice el Señor: Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo. El Padre, que está en mí, El hace las obras. Luego, ¿las palabras son obras? Así es en verdad. Porque quien con sus palabras edifica al prójimo, hace una obra buena. Pero ¿•qué quiere decir: No hablo de mí mismo, sino que yo, que hablo, no procedo de mí mismo? Las obras que El hace, las atribuye a Aquel de quien procede el que las hace. Pues Dios Padre no procede de otro, y el Hijo es verdadero Dios igual al Padre, pero es Dios que procede del Padre. Por esto el Padre es Dios, no de Dios; y luz, no de luz; pero el Hijo es Dios de Dios, luz de luz.

 

2. Por causa de estas dos sentencias, una que dice: No hablo de mí mismo, y otra que es: El Padre, que permanece en mí, El hace las obras, y por considerarlas independientemente, han surgido diversos herejes, contrarios a nosotros, quienes, sin tener un punto común de partida y dirigiéndose a puntos contrarios, salen fuera de la órbita de la verdad. Porque dicen los arrianos: El Hijo no es igual al Padre, pues no habla de sí mismo. Los sabelianos o patripasianos, por el contrario, dicen: Aquí tenemos que el Padre y el Hijo son la misma persona, porque ¿qué quiere decir: El Padre, que permanece en mí, El hace las obras, sino que yo, que hago las obras, permanezco en mí? Decís cosas contrarias, pero no del modo que una cosa falsa es contraria a la verdad, sino como dos falsedades contrarias entre sí. Equivocados, vais a puntos contrarios, dejando en medio de vosotros el camino que habéis abandonado. Media entre vosotros una distancia mayor que la que hay entre vosotros y el camino del cual sois desertores. Los unos de allí y los otros de allá, venid ambos aquí. No os paséis los unos a los otros, sino de allí y de allá venid ambos a nosotros. Vosotros, sabelianos, admitid al que rechazáis, y vosotros, arríanos, igualad al que ponéis por debajo, y con nosotros caminaréis por el camino de la verdad. En ambos hay una cosa que mutuamente debéis advertiros unos a otros. Escucha, sabeliano: Hasta tal punto uno es el Padre y otro el Hijo, que el arriano afirma que no es igual al Padre. Atiende, arriano: Hasta tal punto es el Hijo igual al Padre, que el sabeliano pretende que es el mismo Padre. Tú añade al que quitas, y el otro que iguale al que disminuye, y ambos os hallaréis con nosotros; porque ni tú quitas ni el otro disminuye a Aquel que es distinto del Padre, para convencer al sabeliano, y que es igual al Padre, para convencer al arriano. A ambos les dice: Yo y el Padre somos un sola cosa. Oigan los arríanos: una sola cosa; y escuchen los sabelianos: somos. Y no sean necios negando aquéllos la igualdad, y éstos la diferencia. Mas si por haber dicho: Las palabras que yo hablo, no las hablo de mí mismo, pudiera parecer que en su poder es tan desigual que no puede hacer cuanto quiere, escuche estas otras: Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así el Hijo da también la vida a quienes El quiere. Asimismo, si por haber dicho: El Padre, que permanece en mí, El mismo hace los obras, se juzga que no es uno el Padre y otro el Hijo, adviértase este otro pasaje: Todo cuanto hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Y así, entiéndase no uno dos veces, sino dos una sola cosa. Pero, como de tal modo uno es igual al otro, que uno procede del otro, por eso no habla de sí mismo, porque no es de sí mismo; y por esta razón el Padre, que permanece en El, hace las obras, porque Aquel por quien y con quien las hace no procede sino de sí mismo. A continuación añade: ¿No creéis que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Creedlo al menos por las obras. Anteriormente sólo Felipe era increpado, pero ahora manifiesta que no era él solo. Por las mismas obras creed que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí, porque, si estuviéramos separados, nos sería imposible obrar inseparablemente.

 

3- Pero ¿qué significan las palabras siguientes: "En verdad, en verdad os digo que quien cree en mí, hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas, porque yo me voy al Padre. Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, yo lo haré; para que el Padre sea glorificado en el Hijo, si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré?" Así, pues, prometió que El mismo haría aquellas obras mayores. No se alce el siervo sobre su Señor, ni el discípulo sobre su Maestro. Dice que ellos harán obras mayores que las suyas, pero haciéndolas El en ellos y por ellos, y no ellos por sí mismos. A El se dirige la alabanza: Te amaré, Señor, que eres mi fortaleza, Y ¿cuáles son esas obras mayores? ¿Acaso que su sombra, al pasar, sanaba a los enfermos?Pues es mayor milagro sanar con la sombra que con el contacto de la fibra del vestido. Esto lo hizo El mismo; aquello, por ellos; pero ambas cosas las hizo El. Sin embargo, cuando decía esto, se refería a las obras de sus palabras; pues había dicho: Las palabras que yo hablo a vosotros, no las hablo de mí mismo; mas el Padre, que permanece en mí, El hace las obras. ¿A qué obras se refería sino a las palabras que hablaba? Ellos oían y creían, y la fe era el fruto de aquellas palabras; mas con la predicación de los discípulos creyeron, no unos pocos, como eran ellos, sino pueblos enteros. Y éstas son, sin duda, obras mayores. Y es de notar que no dice: Las haréis mayores que éstas, como dando a entender que las harían sólo los apóstoles, sino que dijo: Quien cree en mí hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas. ¿De modo que quien cree en Cristo hace las cosas que El hizo o mayores que las que hizo Cristo? Esto no debe ser tratado a la ligera ni hacerlo precipitadamente por las prisas; por eso la plática de hoy, que vamos a cerrar, obliga su aplazamiento.

 

 

TRATADO 72

 

SOBRE EL MISMO PASAJE

 

1. Qué quieren decir y cómo deben entenderse estas palabras del Señor: Quien cree en mí hará las obras que yo hago, no es fácil comprenderlo; y con ser esto muy difícil de entender, añadió otra cosa más difícil: Y las hará aún mayores. ¿Qué es esto? No hallábamos quien hiciera las cosas que Cristo hizo, ¿y habremos de hallar quien las haga mayores que El? Ya dijimos en la explicación de ayer que era mayor milagro curar a los enfermos con la sombra, al pasar, hecho por los discípulos, que sanarlos con el tacto, como lo hizo el Señor; y como fueron muchos más los que creyeron con la predicación de los apóstoles que con la del mismo Señor, hecha por su propia boca, parecen estas obras mucho mayores, no porque fuese mayor el discípulo que el Maestro, o mayor el siervo que el Señor, o mayor el hijo adoptivo que el Unigénito, o el hombre mayor que Dios, sino porque por ellos se dignó hacer esas obras mayores Aquel que en otro lugar les dijo: Sin mí nada podéis hacer. Pues El, pasando por alto otras, que son innumerables, sin ellos los creó, sin ellos hizo este mundo y sin ellos se hizo a sí mismo cuando se dignó hacerse El también hombre. ¿Qué pueden hacer ellos sin El más que el pecado? Y en seguida arrancó de nosotros toda sombra de turbación, porque, habiendo dicho: El que cree en mí hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas, inmediatamente añadió: Porque yo me voy al Padre, y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, yo lo haré. El que dijo: Hará, dijo después: Haré; como si dijese: No os parezca esto imposible, pues el que cree en mí no puede ser mayor que yo; pero yo he de hacer entonces obras mayores que las de ahora; mayores por medio del que cree en mí que las que hago yo sin él. Yo las hago sin él y yo las hago por él; pero, cuando yo las hago sin él, no las hace él; y cuando las hago por su medio, aunque no las hace él por sí mismo, también las hace él. Además, hacer cosas mayores por él que sin él, no es un defecto, sino una condescendencia. ¿Qué retribución darán los siervos al Señor por todos los beneficios que les ha concedido? Sobre todo cuando, entre los otros bienes, se ha dignado concederles el de hacer obras mayores por ellos que las que hizo sin ellos. ¿No se marchó triste aquel rico cuando fue en busca de consejos de vida eterna? Lo oyó y lo rechazó. Sin embargo, después, lo que no hizo uno al oírlo de su boca, lo ejecutaron muchos hablando el buen Maestro por boca de los discípulos. Despreciable a los ojos de aquel rico, aconsejado por El mismo, y amable para aquellos que de ricos hizo pobres. Ved cómo hizo mayores obras predicado por los creyentes que hablando a los oyentes.

 

2. Pero todavía queda algo más. Estas obras mayores las hizo por los apóstoles, mas no dice, refiriéndose sólo a ellos: Vosotros haréis las obras que yo hago, y las haréis mayores; sino que, queriendo incluir a cuantos habían de pertenecer a su familia, dice: El que cree en mí hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas. Por consiguiente, si las hace el que cree, el que no las hace no cree, según se deduce de aquellas palabras: El que me ama, guarda mis preceptos, de las cuales se sigue que el que no guarda sus preceptos, no le ama. También dice en otro lugar: A quien escucha estas mis palabras y las pone en práctica, yo le compararé con un hombre prudente, que edifica su casa sobre roca; y aquel que no es semejante al varón prudente, u oye las palabras y no las observa o ni siquiera las oye. Quien cree en mí, dice, vivirá aunque esté muerto. Lo mismo en este caso: El que cree en mí hará; luego el que no hace, no cree. ¿Qué decimos a esto, hermanos? ¿No ha de ser tenido por creyente en Cristo el que no hace obras mayores que Cristo? Duro es esto, absurdo, insostenible, intolerable, si no es bien entendido. Escuchemos, pues, al Apóstol, que dice: La fe de quien cree en aquel que hace justo al impío, le sirve para su justificación. Teniendo fe, hagamos las obras de Cristo, ya que el mismo creer es una obra de Cristo. Esto lo obra El en nosotros, pero no sin nosotros. Escucha, pues, ahora cómo lo has de entender. Quien cree en mí hará las obras que yo hago: primero las hago yo y después las hará él también, porque yo hago que las haga. Y ¿qué obras son éstas sino que de pecador se haga justo?

 

3. Y las hará mayores que éstas. ¿Mayores que cuáles? Decídmelo. ¿Acaso hará obras mayores que todas las obras de Cristo quien con temor y temblor obra su propia salvación? Esta la obra Cristo en él, pero no la obra sin él. De esta obra diría yo que es mayor que el cielo y la tierra y que todas las cosas que se ven en ellos. Porque el cielo y la tierra pasarán; en cambio, la salvación y justificación de los predestinados, o sea, de los que El tiene previstos, permanecerá. En aquéllos se ven las obras de Dios; en éstos está la imagen de Dios. También en el cielo los tronos, las dominaciones, las potestades, los arcángeles, los ángeles, son obras de Cristo. ¿Por ventura hace obras mayores que éstas el que coopera con Cristo, que obra en él su salud y justificación eternas? No me atrevo a proferir sobre esto un juicio precipitado. Vea y juzgue quien pueda: si es mayor obra crear justos que hacer justos a los pecadores; porque si ambas obras requieren igual poder, ésta requiere mayor misericordia. Este es el gran misterio de la piedad, que se ha manifestado en carne, ha sido justificado por el espíritu, ha sido visto por los ángeles y predicado a los gentiles, creído en el mundo y elevado a la gloria. Nada nos obliga a creer que en estas palabras: Hará obras mayores que éstas, están incluidas todas las obras de Cristo. Quizá dijo de aquellas que obraba en aquel tiempo; porque hacía por entonces obras de fe, de las cuales había dicho anteriormente: Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo; mas el Padre, que está en mí, es el que hace las obras. De aquí se deduce que sus obras eran entonces sus palabras. Y ciertamente es menor predicar palabras de justicia, lo cual hizo sin nuestra cooperación, que obrar la justificación de los pecadores, que de tal modo obra en nosotros, que la obremos también nosotros con El. Queda por ver en qué sentido han de tomarse estas palabras: Todo lo que pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Por las muchas cosas que piden sus fieles, sin conseguirlas, se origina una cuestión que no es de poca monta. Pero, como ya es hora de terminar esta plática, vamos a conceder un breve aplazamiento a la consideración y elucidación de este caso.

 

 

TRATADO 73

 

MÁS SOBRE EL MISMO ASUNTO

 

1. Grandes esperanzas abrió el Señor a los que en El esperan, cuando dijo: Yo me voy al Padre, y todo cuanto pidiereis en mi nombre, yo lo haré. No se fue al Padre para abandonar a los indigentes, sino para escuchar a los clamantes. Pero ¿qué quiere decir cuanto pidiereis, si con frecuencia los fieles piden y no reciben? ¿Será acaso porque piden mal? Pues esto nos echa en cara el apóstol Santiago cuando dice: Pedís y no recibís, porque pedís con mala intención, para dar rienda suelta a vuestras pasiones. Más bien por una misericordia del Señor no recibe lo que pide quien ha de abusar de lo que pide. Porque, si Dios escucha al hombre que le pide cosas nocivas, es más de temer que, en vez de negárselas misericordioso, irritado se las conceda. ¿No sabemos que los israelitas, para su perdición, alcanzaron las peticiones de su concupiscencia culpable? Deseaban comer carne los que recibían el maná del cielo. Asqueaban lo que tenían, y descaradamente pedían lo que no tenían, como si no les fuese mejor pedir la curación de su fastidio, para comer lo que tenían, que suministrar a su indecente apetito el manjar que les faltaba. Cuando a nosotros nos deleita el mal y nos asquea el bien, antes debemos pedir a Dios la delectación en el bien que la concesión del mal. Y no porque sea malo comer carne, según dice el Apóstol hablando de esta materia: Todo lo creado es bueno, y nada se ha de rechazar cuando se recibe con hacimiento de gracias; pero, como él mismo dice, obra mal el hombre que come por ofender; y si es malo comer por ofender al hombre, ¿cuánto peor no lo será por ofender a Dios? Así, gravemente ofendían a Dios los israelitas repudiando lo que les daba su sabiduría y pidiendo lo que apetecía su concupiscencia, aunque ellos no lo pedían, pero se lamentaban de no tenerlo. Debemos tener en cuenta que el pecado no estaba en la cosa, que era criatura de Dios, sino en la desobediencia contumaz y en la concupiscencia desordenada. El primer hombre halló la muerte, no en un puerco, sino en una manzana, y Esaú perdió su primogenitura, no por una gallina, sino por unas lentejas.

 

2. ¿Cómo, pues, hay que entender estas palabras: Cuanto pidiereis, lo haré, si Dios por mirar por ellos, no concede a sus fieles algunas cosas? ¿O debemos tomarlas como dichas a solos los apóstoles? De ningún modo. Porque, antes de llegar a decir esto, había dicho: El que cree en mí hará las obras que yo hago, y aun mayores, acerca de lo cual hemos disertado ayer. Y para que nadie se arrogase la operación de tales obras, y manifestar que también El hacía esas obras mayores, añadió: Yo me voy al Padre, y lo que pidiereis en mi nombre, yo lo haré. ¿Fueron los apóstoles los únicos que creyeron en El? No obstante, hablándoles a ellos, dijo: El que cree en mí; en cuyo número, por su gracia, nos hallamos nosotros, que no alcanzamos cuanto pedimos. Pero aun mirando a los mismos bienaventurados apóstoles, nos encontramos con el que trabajó más que todos, no él, sino la gracia de Dios con él, el cual pidió al Señor verse libre del ángel de Satanás, sin ser atendido en su petición. ¿Qué diremos a esto, hermanos? ¿Pensaremos que ni siquiera con los apóstoles cumplió su promesa de que yo haré cuanto pidiereis? ¿Cuándo, pues, va a cumplir lo prometido, si defraudó a sus apóstoles en sus promesas?

 

3. Despierta, alma fiel, y, despierta, advierte que allí se dice en mi nombre y que no dice, si de cualquier modo pidiereis cualquier cosa, sino si pidiereis cualquier cosa en nombre mío. ¿Y cómo se llama el que hizo tan grande promesa? Cristo Jesús. Cristo significa Rey; Jesús significa Salvador. N o nos salva un rey cualquiera, sino el Rey Salvador. Y, por ende, cuando pedimos algo inútil o contrario a la salvación no lo pedimos en nombre del Salvador. El es, no obstante, Salvador cuando hace lo que pedimos como cuando deja de hacerlo, porque cuando ve que se pide algo contrario a la salvación, cumple mejor con el oficio de Salvador no concediéndolo. Pues bien, conoce el médico lo que el enfermo pide en bien o en contra de su salud, y así deja de atender a la voluntad del que pide cosas nocivas, para atender a su salud. Y así, cuando queremos que nos conceda lo que pedimos, no lo pidamos de cualquier manera; pidámoslo en su nombre, en nombre del Salvador. No pidamos nada contra nuestra salvación, porque, si lo concede, no obra como Salvador, que éste es su nombre para sus fieles. El que para los fieles se dignó ser el Salvador, es también el que condena al pecador. Concederá a los que creen en El todo cuanto le pidan por ese nombre, que salva a los que en El tienen puesta su fe, porque entonces obra como Salvador. Pero, si un creyente pide, por ignorancia, algo en contra de su salvación, no lo pide en nombre del Salvador, que dejará de ser su Salvador si le concediere lo que le impide salvarse. Es mejor que entonces haga lo que su nombre significa, dejando de hacer aquello que se solicita. Por este motivo, no sólo como Salvador, sino también como Maestro bueno, y obligándose a hacer cuanto le pidiéremos en la misma oración que El nos enseñó, nos señaló las cosas que le debemos pedir, a fin de que entendamos que no pedimos en nombre del Maestro cuando pedimos traspasando las normas de su magisterio.

 

4. Ciertamente que muchas de las cosas que pedimos, aun cuando las pidamos en su nombre, es decir, en nombre del Salvador y según las normas de su magisterio, no las hace cuando las pedimos, pero las hace. Porque ni siquiera cuando pedimos que venga el reino de Dios lo hace en seguida, llevándonos a reinar con El en la eternidad; no nos niega lo que pedimos, sino que nos lo aplaza. Esto no obstante, como buenos sembradores, no desfallezcamos en la oración, y a su debido tiempo haremos la cosecha. Y pidamos también, cuando pedimos con las debidas disposiciones, que no haga lo que no pedimos bien, pues a esto se refiere lo que pedimos en aquellas palabras de la oración dominical: No nos dejes caer en la tentación. Porque no deja de ser grave tentación una petición que va en contra de tu salvación. Y para que nadie, al escuchar con poca advertencia, piense que el Señor, cuando dice: Todo cuanto pidiereis en mi nombre, yo lo haré, ha de hacer sin el Padre lo que prometió a los que piden, inmediatamente añadió: Vara que el Padre sea glorificado en el Hijo, si alguna cosa pidiereis en mi nombre, yo la haré. De ningún modo, pues, hace esto el Hijo sin el Padre, ya que el Hijo lo hace para que en El sea glorificado el Padre. Por consiguiente, lo hace el Padre en el Hijo para que el Hijo sea glorificado en el Padre, y lo hace el Hijo en el Padre para que el Padre sea glorificado en el Hijo, porque el Padre y el Hijo son una sola cosa.

 

 

TRATADO 74

 

ACERCA DE LAS PALABRAS: "SI ME AMÁIS, OBSERVAD MIS MANDATOS", HASTA: "PERMANECERÁ CON VOSOTROS Y ESTARÁ DENTRO DE VOSOTROS"

 

1. En la lectura del evangelio hemos oído estas palabras del Señor: Si me amáis, observad mis mandatos, y yo rogaré al Padre y os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conoceréis, porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros. Muchas son las cosas que hay que indagar en estas breves palabras del Señor; pero mucho es para nosotros buscar todas las cosas que hay que buscar en ellas o hallar todas las cosas que en ellas buscamos. No obstante, prestando atención a lo que nosotros debemos decir y vosotros debéis oír, según lo que el Señor se digna concedernos y de acuerdo con nuestra capacidad y la vuestra, recibid, carísimos, lo que nosotros os podemos decir, y pedidle a El lo que nosotros no os podemos dar. Cristo prometió el Espíritu Santo a los apóstoles, pero debemos advertir de qué modo se lo ha prometido. Dice: Si me amáis, guardad mis mandatos, y yo rogaré al Padre y os dará otro consolador, que es el Espíritu de verdad, para que permanezca con vosotros eternamente. Este es, sin duda, el Espíritu Santo de la Trinidad, al que la fe católica confiesa coeterno y consustancial al Padre y al Hijo, y el mismo de quien dice el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. ¿Por qué, pues, dice el Señor: Si me amáis, guardad mis mandatos, y yo rogaré al Padre y os dará otro consolador, cuando dice que, si no tenemos al Espíritu Santo, no podemos amar a Dios ni guardar sus mandamientos? ¿Cómo hemos de amar para recibirlo, si no podemos amar sin temerlo? ¿O cómo guardaremos los mandamientos para recibirlo, si no es posible observarlos sin tenerle con nosotros? ¿Acaso debe preceder en nosotros el amor que tenemos a Cristo, para que, amándole y observando sus preceptos, merezcamos recibir al Espíritu Santo a fin de que no ya la caridad de Cristo, que ha precedido, sino la caridad del Padre se derrame en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado? Perversa es esta sentencia. Quien cree amar al Hijo y no ama al Padre, no ama verdaderamente al Hijo, sino lo que él se ha imaginado. Porque nadie, dice el Apóstol, puede pronunciar el nombre de Jesús si no es por el Espíritu Santo. ¿Y quién dice Señor Jesús del modo que dio a entender el Apóstol sino aquel que le ama? Muchos lo pronuncian con la lengua y lo arrojan del corazón y de sus obras, conforme de ellos dijo el Apóstol: Confiesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan. Luego, si con los hechos se niega, sin duda también con los hechos se habla. Nadie, pues, puede pronunciar con provecho el nombre del Señor Jesús con la mente, con la palabra, con la obra, con el corazón, con la boca, con los hechos, sino por el Espíritu Santo; y de este modo solamente lo puede decir el que ama. Y ya de este modo decían los apóstoles: Señor Jesús. Y si lo pronunciaban sin fingimiento, confesándolo con su voz, con su corazón y con sus hechos; es decir, si con verdad lo pronunciaban, era ciertamente porque amaban. Y ¿cómo podían amar sino por el Espíritu Santo? Con todo, a ellos se les manda amarle y guardar sus mandatos para recibir al Espíritu Santo, sin cuya presencia en sus almas no pudieran amar y observar los mandamientos.

 

2. No nos queda más que decir que el que ama tiene consigo al Espíritu Santo, y que teniéndole merece tenerle más abundantemente, y que teniéndole con mayor abundancia, es más intenso su amor. Ya los discípulos tenían consigo al Espíritu Santo, que el Señor prometía, sin el cual no podían llamarle Señor; pero no lo tenían aún con la plenitud que el Señor prometía. Lo tenían y no lo tenían, porque aún no lo tenían con la plenitud con que debían tenerlo. Lo tenían en pequeña cantidad, y había de serles dado con mayor abundancia. Lo tenían ocultamente, y debían recibirlo manifiestamente; porque es un don mayor del Espíritu Santo hacer que ellos se diesen cuenta de lo que tenían. De este don dice el Apóstol: Nosotros no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para conocer los dones que Dios nos ha dado. Y no una, sino dos veces les infundió el Señor manifiestamente al Espíritu Santo. Poco después de haber resucitado, dijo soplando sobre ellos: Recibid al Espíritu Santo. ¿Acaso por habérselo dado entonces no les envió después también al que les había prometido? ¿O no es el mismo Espíritu Santo el que entonces les insufló y el que después les envió desde el cielo? De aquí nace otra cuestión: por qué esta donación, que hizo manifiestamente, la hizo dos veces. Quizá en atención a los dos preceptos del amor: el amor de Dios y el amor del prójimo; y para que entendamos que al Espíritu Santo pertenece el amor, hizo esta doble manifestación de su donativo. Y si otra causa hubiera de buscarse, no por eso hemos de prolongar esta plática más de lo conveniente, con tal que tengamos bien presente que, sin el Espíritu Santo, nosotros no podemos amar a Cristo ni guardar sus mandamientos, y que tanto menos podremos hacerlo cuanto menos de El tengamos, y que lo haremos con tanta mayor plenitud cuanto más de El participemos. Por consiguiente, no sin motivo se promete no sólo al que no le tiene, sino también al que le tiene: al que no le tiene, para que le tenga, y al que ya le tiene, para que le tenga con mayor abundancia. Porque, si uno no pudiera tenerle más abundantemente que otro, no hubiera dicho Elíseo al santo profeta Elías: El Espíritu, que está en ti, hágase doble en mí.

 

3. Cuando Juan Bautista dijo que Dios no da el Espíritu con medida, hablaba del mismo Hijo de Dios, al cual no le fue dado con medida, porque en El habita toda la plenitud de la Divinidad. Ni aun el hombre Cristo Jesús sería el mediador entre Dios y los hombres sin la gracia del Espíritu Santo, pues El mismo afirma que en El tuvo su cumplimiento aquel dicho profético: El Espíritu del Señor ha venido sobre mí; por lo cual me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres. La. igualdad que tiene con el Padre, no la tiene por gracia, sino por naturaleza; pero la elevación del hombre a la unidad de persona en el Unigénito no es efecto de la naturaleza, sino de la gracia, como lo atesta el Evangelio, diciendo: Mas el Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El. A todos los demás se les da con medida, y después de dado se les vuelve a dar, hasta llenar en cada uno la medida de su perfección. Y por esta razón exhorta el Apóstol a no saber más de lo que conviene saber, sino saber con moderación según la medida de la fe que Dios ha distribuido a cada uno. No se divide con esto el Espíritu; se dividen los dones dados por el Espíritu, porque hay diversidad de dones, pero el Espíritu es siempre el mismo.

 

4. Con estas palabras: Yo rogaré al Padre y El os dará otro paráclito, declara que también El es Paráclito, que en latín quiere decir abogado. Y de Cristo se ha dicho que tenemos por abogado ante el Padre a Jesucristo, justo. Y en este sentido dijo que el mundo no era capaz de recibir al Espíritu Santo, conforme lo que estaba escrito: La prudencia de la carne es enemiga de Dios, porque no está ni puede estar sometida a la ley; como si dijera que la injusticia no puede ser justa. Llama mundo en este lugar a los amadores del mundo, cuyo amor no procede del Padre. Y, por lo tanto, el amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado, es contrario al amor de este mundo, que tratamos de disminuir y desterrar de nosotros. El mundo, pues, no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce, porque el amor mundano no tiene esos ojos espirituales, sin los cuales no es posible ver al Espíritu Santo, que es invisible a los ojos de la carne.

 

5. En cambio, dice: Vosotros lo conoceréis, porque permanecerá con vosotros y estará dentro de vosotros. Estará dentro de ellos para permanecer con ellos; no permanecerá con ellos para estar en ellos, porque primero hay que estar en un lugar para permanecer en él. Pero para que entendiésemos que, al decir que permanecerá con vosotros, no era una permanencia semejante a la de un huésped en la casa, explicó esa permanencia añadiendo que estará dentro de vosotros. Es invisiblemente visible y no podemos conocerlo si no está dentro de nosotros. De este modo vemos dentro de nosotros nuestra propia conciencia; vemos el rostro de los otros, pero no vemos el nuestro; vemos, en cambio, nuestra conciencia y no vemos la de los otros. Pero la conciencia no tiene existencia fuera de nosotros, y el Espíritu Santo existe también sin nosotros y se da para estar dentro de nosotros. No obstante, no podemos verlo y conocerlo como debe ser visto y conocido si no está dentro de nosotros.

 

 

TRATADO 75

 

ACERCA DE LAS PALABRAS DE JESÚS: "NO os DEJARÉ HUÉRFANOS", HASTA ÉSTAS: " Y YO LE AMARÉ Y ME MANIFESTARÉ A ÉL"

 

1. A fin de que nadie llegase a pensar que, después de esta promesa, el Espíritu Santo había de ocupar el lugar que el Señor había de dejar entre ellos, añadió: Yo no os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Huérfano es lo mismo que pupilo: aquélla es palabra griega, y ésta latina. Pues cuando dice el Salmo: Tú serás el sostén del pupilo, el texto griego dice del huérfano. Y aunque el Hijo de Dios nos hizo hijos adoptivos de su Padre y quiso que por gracia tuviésemos el mismo Padre que El tenía por naturaleza, nos manifiesta en cierto modo su afecto paternal hacia nosotros cuando dice: No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Y por eso nos llama también hijos del Esposo cuando dice: Llegará la hora de serles arrebatado el Esposo, y entonces ayunarán los hijos del Esposo. ¿Quién es el Esposo, sino nuestro Señor Jesucristo?

 

2. Un poco más de tiempo, dijo a continuación, y el mundo dejará de verme. Pero ¿es que entonces le veía el mundo? Es decir, el mundo con cuyo nombre quiso indicar a aquellos de quienes antes, hablando del Espíritu Santo, había dicho que el mundo no puede recibirlo porque no lo ve, no lo conoce. Veía el mundo con sus ojos carnales al que estaba vestido de carne, pero no veía al Verbo, que en la carne se ocultaba; veía al hombre, no veía a Dios; veía el vestido, pero no veía a quien lo llevaba. Quizá porque después de su resurrección no quiso manifestar a los que no eran suyos la misma carne que a los suyos permitió ver y tocar; quizá, digo, haya que tomar en este sentido las palabras: Un poco más de tiempo, y el mundo dejará de verme; pero vosotros me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis,

 

3. ¿Qué quiere decir yo vivo y vosotros viviréis? ¿Por qué de El lo dice en presente y de ellos en futuro, sino porque El ya tenía la vida de la carne resucitada, en la que ellos le habían de seguir según su promesa? Y como estaba tan próxima su resurrección, puso el verbo en presente para indicar lo cercana que la tenía; pero, como la de ellos no tendría lugar hasta el fin del mundo, no dijo vivís, sino viviréis. De una manera breve y elegante, con el verbo en dos tiempos, presente y futuro, hizo la promesa de las dos resurrecciones: la suya, que había de realizarse en breve, y la nuestra, que ha de venir al fin del mundo. Porque yo vivo, dice, también vosotros viviréis; porque El vive, viviremos también nosotros. Pues por un hombre entró la muerte y por un hombre entrará la resurrección de los muertos; y así como en Adán mueren todos, así en Cristo volverán todos a la vida. Porque nadie muere sino por Adán y nadie vive sino por Cristo. Por haber vivido nosotros, somos muertos; por vivir El, viviremos. Estamos muertos para El cuando vivimos para nosotros; pero, por haber muerto El por nosotros, vive para El y para nosotros. Y, por vivir El, viviremos nosotros también. Nosotros pudimos darnos la muerte, pero no podemos darnos del mismo modo la vida.

 

4. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, que vosotros estáis en mí y que yo estoy en vosotros. ¿Qué día es éste sino aquel en el que dice que "vosotros viviréis"? Entonces podremos ver lo que ahora creemos. También ahora está El entre nosotros, y nosotros en El; mas ahora lo creemos, entonces lo conoceremos; y aunque ahora le conozcamos por la fe, entonces le conoceremos por la contemplación. Mientras vivimos en este cuerpo corruptible y pesado al alma, como es ahora, vivimos como peregrinos fuera del Señor, porque caminamos por la fe, no por la contemplación; pero entonces lo haremos por la contemplación, viéndole como El es. Porque, si aun ahora Cristo no estuviese con nosotros, no dijera el Apóstol: Si Cristo está en nosotros, tenemos, sí, el cuerpo muerto por el pecado; pero el espíritu vive por la justicia. Y que nosotros aun ahora estamos en El, lo expresa con bastante claridad cuando dice: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Pero en aquel día en que vivamos con la vida, que absorbe a la muerte, veremos que El está en el Padre, nosotros en El y El en nosotros; porque entonces llegará a la perfección lo que ahora El tiene ya comenzado, es decir, su morada en nosotros y la nuestra en El.

 

5. El que recibe mis mandatos y los guarda, éste es el que me ama. El que los conserva en su memoria y los guarda en su vida; el que los conserva en sus conversaciones y los refleja en sus costumbres; el que los conserva en sus oídos y los guarda en sus obras; el que los guarda en sus obras y los conserva con perseverancia, éste es el que verdaderamente me ama. El amor debe manifestarse en las obras para que no sea una palabra infructuosa. Y añade que el que me ama, será amado por mi Padre, y yo también le amaré y me manifestaré a él. ¿Dice acaso que lo amará porque ahora no le ame? No. ¿Cómo nos ha de amar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre? ¿Han de ser independientes en el amor, siendo inseparables en sus operaciones? Pero dijo: Yo le amaré, para concluir: Y me manifestaré a él. Le amaré y manifestaré, es decir, le amaré para manifestarme. Ahora nos ama para que creamos y guardemos el precepto de la fe; entonces nos amará para que le veamos y recibamos esta visión como premio de la fe. También nosotros amamos ahora creyendo lo que entonces veremos, y entonces amaremos viendo lo que ahora creemos.

 

 

TRATADO 76

 

SOBRE LAS PALABRAS SIGUIENTES: "DÍCELE JUDAS, NO EL ISCARIOTES", ETC., HASTA ÉSTAS: "LA DOCTRINA QUE HABÉIS OÍDO, NO ES MÍA, SINO DEL PADRE, QUE ME ENVIÓ"

 

1. Con las preguntas de los discípulos y las respuestas de Jesús, su Maestro, aprendemos nosotros juntamente con ellos cuando leemos o escuchamos el santo evangelio. Como el Señor había dicho: Un poco de tiempo más, y el mundo ya no me ve, pero vosotros me veréis, le preguntó sobre esto Judas, no aquel traidor que se apodaba Iscariotes, sino aquel cuya epístola es leída entre las Escrituras canónicas: Señor, ¿qué motivos hay para que te manifiestes a nosotros y no al mundo? Seamos también nosotros como discípulos, que con ellos interrogan, y escuchemos a la vez nosotros al Maestro común a todos. Judas el santo, no el perverso; el seguidor, no el perseguidor, preguntó por qué motivo se había de manifestar Jesús a los suyos y no al mundo; por qué después de poco tiempo no le vería el mundo, y ellos le verían.

 

2. Jesús le respondió diciendo: Si alguno me ama, observará mi doctrina, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. El que no me ama, no practica mi doctrina. Ahí tenéis la causa de manifestarse a los suyos y no a los extraños, incluidos bajo el nombre de mundo, y la causa de que unos amen y otros no amen. Es el mismo motivo que declara el Salmo, que dice: Júzgame, Señor, y separa mi causa de la gente perversa. Los que aman son elegidos porque aman; pero los que no aman, aunque hablen los idiomas de los hombres y de los ángeles, son como un alambre, que suena, y como un címbalo, que tañe; y aunque tengan el don de profecía, conozcan todos los secretos y posean todas las ciencias y tengan tanta fe que puedan trasladar las montañas, nada son; y aunque distribuyan toda su hacienda a los pobres y entreguen sus cuerpos al fuego, no les será de ningún provecho. El amor distingue del mundo a los santos y hace que vivan juntos con una sola alma en la casa. Y a esta casa la convierten en su mansión el Padre y el Hijo, que infunden este amor a quienes han de conceder en el fin del mundo su manifestación, acerca de la cual el discípulo interrogó al Maestro para que todos pudiésemos llegar al conocimiento de estas cosas, aleccionados directamente por su boca los que le escuchaban, y nosotros por medio del Evangelio. Preguntó él por la manifestación de Cristo, y Cristo habló acerca del amor y de su mansión. Existe, pues, una interior manifestación de Dios, que los impíos desconocen absolutamente, y para ellos no hay manifestación del Padre y del Espíritu Santo, aunque pudieron ver la del Hijo, pero solamente en carne, que no es como aquella otra, ni pueden tenerla siempre sino por corto tiempo y para su condenación y tormento, no para ser su alegría y su premio.

 

3. Es ya hora de que entendamos, en cuanto El se digna descubrirnos, el sentido de estas palabras: Un poco más de tiempo, y el mundo ya no me ve, pero vosotros me veréis. Cierto es que dentro de poco tiempo había de retirar de su vista su propio cuerpo, el cual podían ver hasta los impíos, aunque ninguno de éstos lo vio después de su resurrección. Pero, según declaró por el testimonio de los ángeles, Vendrá del mismo modo que le habéis visto subir al cielo; y tenemos la creencia de que con el mismo cuerpo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos; no cabe duda que entonces le verá el mundo, en cuyo nombre están incluidos todos los que serán excluidos de su reino. Por lo cual, con mayor motivo podemos creer que en estas palabras: Un poco más de tiempo, y el mundo ya no me verá, se refirió al tiempo aquel en que al fin del mundo se retirará de la vista de los condenados, para que en adelante solamente le vean aquellos amantes suyos dentro de los cuales harán su morada el Padre y el Hijo. Y dijo poco, porque este tiempo que parece tan largo a los hombres es cortísimo a los ojos de Dios. De este poco dice el mismo evangelista San Juan: Hijitos, ésta es la última hora.

 

4. Y no sea que alguno vaya a pensar que solamente el Padre y el Hijo han de poner su morada sin el Espíritu Santo en sus amantes, recuerdo lo dicho anteriormente acerca del Espíritu Santo: Que el mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conoceréis, porque permanecerá con vosotros y estará dentro de vosotros. Y así, en los justos tendrán su morada el Padre y el Hijo juntamente con el Espíritu Santo; dentro de ellos morará Dios como en su templo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vienen a nosotros cuando nosotros vamos a ellos: vienen prestando su ayuda, vamos prestando obediencia; vienen iluminando, vamos contemplando; vienen llenando, vamos cogiendo; de modo que para nosotros su visión no sea externa, sino interna; y su permanencia en nosotros no sea transitoria, sino eterna. De esta manera no se manifiesta el Hijo al mundo; entendiendo aquí por mundo a aquellos de los cuales dijo a continuación: Quien no me ama, no guarda mi doctrina. Estos son los que jamás han de ver al Padre y al Espíritu Santo. Por un corto tiempo verán al Hijo, no para ser dichosos, sino para ser juzgados. Mas no le verán como Dios, que será invisible con el Padre y el Espíritu Santo, sino como hombre, que en su pasión quiso ser despreciado por el mundo, y será terrible en el juicio.

 

5. Estas palabras que añadió: La doctrina que habéis escuchado, no es mía, sino del Padre, que me envió, no deben causarnos admiración ni espanto. No es El menor que el Padre, mas procede solamente del Padre. No es desigual al Padre, mas no tiene el ser de sí mismo. Tampoco mintió cuando dijo: Quien no me ama no guarda mis palabras. Aquí dice que las palabras son suyas. ¿Acaso se contradice cuando volvió a repetir: La palabra que habéis oído, no es mía? Quizá con esta distinción quiso aludir a El mismo, diciendo que eran suyas cuando dijo en plural palabras; y cuando dijo en singular palabra, esto es, el Verbo, no era suya, sino del Padre. Pues en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. No es suyo el Verbo, sino del Padre. Como El no es imagen suya, sino del Padre; ni El es tampoco Hijo suyo, sino Hijo del Padre. Con razón, pues, atribuye a su Principio lo que hace el que es igual a El, y del cual tiene el ser igual sin diferencia alguna.

 

 

TRATADO 77

 

DESDE ESTAS PALABRAS QUE SIGUEN: "ESTAS COSAS OS HE DICHO ESTANDO ENTRE VOSOTROS", HASTA ÉSTAS: "MI PAZ OS DOY; NO OS LA DOY YO COMO LA DA EL MUNDO"

 

1. En la lectura del santo evangelio que precede a esta que acabáis de escuchar, había dicho Nuestro Señor Jesucristo que El y el Padre vendrían a sus amantes y establecerían en ellos su morada. Y anteriormente había dicho del Espíritu Santo: Vosotros le conoceréis, porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros. Por eso llegamos a concluir que Dios trino vive en los justos como en su templo. Mas ahora dice: Estas cosas os las he dicho durante mi permanencia con vosotros. Luego aquella permanencia que les promete para el futuro, es diferente de esta permanencia que ahora tiene entre ellos. Aquélla es espiritual y se verifica en el interior de las almas; ésta es corporal y se manifiesta exteriormente a la vista y al oído. Aquélla constituye la eterna bienaventuranza de los libertados; ésta es una visita temporal a quienes viene a libertar. Por aquélla jamás el Señor se aparta de sus amantes; por ésta se va y los deja. Estas cosas os he dicho amante mi permanencia entre vosotros con la presencia corporal, en la cual visiblemente hablaba con ellos.

 

2. Luego dice: Mas el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará cuantas cosas os tengo dichas. ¿Acaso habla el Hijo y enseña el Espíritu Santo, de modo que, cuando el Hijo habla, solamente percibimos sus palabras y las entendemos con las enseñanzas del Espíritu Santo? ¿Habla el Hijo sin el Espíritu Santo, o enseña el Espíritu Santo sin el Hijo, o más bien igualmente había el Espíritu Santo y enseña el Hijo, y cuando Dios dice y enseña algo, lo dice y enseña la misma Trinidad? Pero, por ser una Trinidad, era conveniente mencionar a las tres Personas, para que nosotros las oigamos como distintas y las consideremos inseparables. Escucha la voz de! Padre donde lees: Díjome el Señor: Tú eres mi Hijo; óyele ahora enseñando: Quien oyó al Padre y aprendió, vino a mí. Ha poco has oído hablar al Hijo, al decir de sí mismo: Las cosas que os he dicho; y si quieres verle enseñando, recuerda al Maestro, que dice: Uno es vuestro maestro, Cristo. Y al Espíritu Santo, al que poco ha le has oído como docente, donde dice: El os enseñará todas las cosas, óyele también hablando en los Actos de los Apóstoles, cuando el Espíritu Santo dijo a Pedro: Vete con ellos, porque los he enviado yo. Así, pues, toda la Trinidad habla y enseña; mas, si no nos fuera declarada cada una de las Personas, jamás las hubiese descubierto la cortedad del hombre. Y, siendo indivisible, nunca hubiéramos sabido que son una Trinidad, si de ella se hablase siempre inseparablemente, porque, cuando decimos Padre, Hijo y Espíritu Santo, no los pronunciamos todos a la vez, siendo así que ellos no pueden ser sino simultáneamente. En cuanto a las palabras Os recordará, debemos entender que estos avisos saludables, cosa que nunca debemos olvidar, pertenecen al orden de la gracia, que nos recuerda el Espíritu Santo.

 

3. La paz os dejo, mi paz os doy. Esto mismo leemos en el profeta: Paz sobre la paz. Nos deja la paz cuando va a partir, y nos dará su paz cuando venga en el fin del mundo. Nos deja la paz en este mundo, nos dará su paz en el otro. Nos deja su paz para que, permaneciendo en ella, podamos vencer al enemigo; nos dará su paz cuando reinemos libres de enemigos. Nos deja su paz para que aquí nos amemos unos a otros; nos dará su paz allí donde no podamos tener diferencias. Nos deja su paz para que no nos juzguemos unos a otros acerca de lo que nos es desconocido mientras vivimos en este mundo; nos dará su paz cuando nos manifieste los pensamientos del corazón, y cada cual recibirá entonces de Dios la alabanza. Pero en El y de El tenemos nosotros la paz, sea la que nos deja al irse al Padre, sea la que nos dará cuando nos conduzca al Padre. Pues ¿qué es lo que nos deja al partirse de nosotros sino a El mismo, que no se aparta de nosotros? El es la paz nuestra, que de dos hizo una sola cosa. El es nuestra paz, no sólo cuando creemos que El es, sino también cuando le veamos como El es. Pues si, mientras estamos en este cuerpo corruptible, que aprisiona al alma, y caminamos por la fe y no por la contemplación, El no abandona a quienes se ven distantes de El, ¿con cuánta mayor razón nos llenará de sí cuando lleguemos a contemplarle?

 

4. Pero ¿por qué, cuando dijo: La paz os dejo, no añadió mi, como cuando dijo: Mi paz os doy? ¿Habrá que sobrentender esta palabra mi donde El no la puso, por referirse a ambas frases lo dicho una sola vez? ¿O habrá aquí algún secreto que buscar, inquirir y declarar a quienes llaman? ¿Y qué, si quiso por su paz dar a entender la paz que tiene El mismo? Porque la paz que nos deja en este mundo, más bien es nuestra que suya. A El nada le contraría dentro de sí mismo, porque no tiene pecado alguno; pero nuestra paz es aquí de tal naturaleza, que aún tenemos que decir: Perdónanos nuestras deudas. Tenemos paz porque nos deleitamos en la ley de Dios según el hombre interior; mas no es completa, porque vemos en nuestros miembros otra ley que se opone a la ley de nuestro espíritu. También tenemos paz entre nosotros mismos, porque mutuamente creemos amarnos unos a otros, pero tampoco esta paz es completa, porque no alcanzamos a ver los mutuos pensamientos del corazón, y mutuamente nos formamos una opinión mejor o peor por cosas que nos imputan siendo inocentes. Y así, esta paz, aunque El nos la haya dejado, es una paz nuestra, porque, si El no nos la hubiera dejado, ni tal paz tendríamos; mas no es ésta la paz que El tiene. Y si hasta el fin conservamos esta paz, como la hemos recibido, tendremos la paz que El tiene allí, donde no haya dentro de nosotros nada que nos contraríe ni tengamos unos para otros secretos en el corazón. No ignoro que estas palabras del Señor pueden tomarse en el sentido de que la segunda frase sea una repetición de la primera, de modo que sea lo mismo La faz que Mi paz, y lo mismo os dejo que os doy. Tómelo cada cual como le parezca. Pero a mí, y creo que a vosotros también, hermanos míos muy amados, me agrada más tener esta paz aquí, venciendo al adversario con la concordia, para anhelar aquella paz que no tiene adversarios.

 

5. Y ¿qué otra cosa viene a ser la frase que añadió el Señor, diciendo: Yo no os la doy como la da el mundo, sino que yo no os la doy como la dan los hombres que aman el mundo? Estos se dan la paz para poder gozar, no de Dios, sino del mundo sin las incomodidades de los pleitos y de las guerras; y cuando dan paz a los justos, cesando de perseguirlos, no puede ser una paz verdadera, porque están desunidos los corazones. Pues, así como se llama consorte a aquel que une a otro su suerte, del mismo modo se llama concorde al que tiene el corazón unido a otro. Y nosotros, carísimos, a quienes Cristo deja la paz, y da su paz, no como la da el mundo, sino como la da el que hizo el mundo, para tener concordia, unamos nuestros corazones en un solo y levantémoslos al cielo para que no se corrompan en la tierra.

 

 

 

TRATADO 78

SOBRE LAS PALABRAS DEL SEÑOR: "NO SE TURBE NI TEMA VUESTRO CORAZÓN" 

 

1. Hemos oído, hermanos, lo que el Señor dice a sus discípulos: No se turbe vuestro corazón ni se amilane. Me habéis oído deciros que yo me voy y vuelvo a vosotros. Si me amaseis, os alegraríais de verdad porque voy al Padre porque el Padre es mayor que yo. Se turbaba y temía su corazón porque se separaba de ellos, aunque después volviese, por temor a que en ese intervalo entrase el lobo en el aprisco aprovechando la ausencia del pastor. Pero, como Dios, no abandonaba a los que, como hombre, dejaba, porque Cristo es hombre y es Dios. Se iba en cuanto hombre y con ellos permanecía en cuanto Dios. Se iba en cuanto aquello que ocupa un lugar, permanecía por lo que está en todo lugar. ¿Por qué, pues, ha de turbarse y sentir miedo el corazón cuando de tal modo se aparta de su vista, que no sale de su corazón? Aunque, como Dios, que está en todo lugar, también se aparta del corazón de aquellos que de El se apartan con sus costumbres, si no con sus cuerpos; y viene a aquellos que a El se vuelven, no con el rostro, sino por la fe, y se acercan a El, no con el cuerpo, sino con el alma. Y para darles a entender que, como hombre, les había dicho: Voy y vengo a vosotros, añadió: Si me amaseis, os gozaríais de que me voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. En cuanto a aquello por lo cual el Hijo no es igual al Padre, se iba al Padre, del que ha de volver a juzgar a los vivos y a los muertos. Pero, por lo que el Unigénito es igual al que lo engendró, nunca se aparta del Padre, y con El está todo en todas partes con la misma divinidad, que no puede estar contenida en lugar alguno; porque, estando en la naturaleza de Dios, como dice el Apóstol, no tuvo por usurpación el ser igual a Dios. ¿Y cómo podía ser una usurpación la naturaleza que no había sido usurpada, sino engendrada? Se anonadó, no obstante, a sí mismo, tomando la forma de siervo, la cual tomó sin perder aquélla. Se anonadó para aparecer aquí menor que aquello que permanecía en el Padre. Tomó la naturaleza de siervo, no dejó la naturaleza divina: la una fue asumida, la otra no quedó consumida. Por la humana dice: El Padre es mayor que yo; y por la divina: Yo y el Padre somos una sola cosa.

 

2. Preste atención a esto el arriano, y con ella se vuelva sano, para no verse en sus esfuerzos vano, o lo que es peor, insano. Esta es la forma de siervo, por la cual no sólo es menor que el Padre, sino también menor que el Espíritu Santo; más aún, menor que El mismo, porque por la forma de Dios es mayor que El mismo. Y el hombre Cristo se llama Hijo de Dios, como lo mereció llamarse también su cuerpo solo cuando estaba en el sepulcro. Pues ¿qué otra cosa confesamos cuando decimos que creemos en el Hijo unigénito de Dios, que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y fue sepultado? ¿Y qué es lo que fue sepultado sino el cuerpo sin el alma? Y, por consiguiente, cuando creemos en el Hijo de Dios, que fue sepultado, llamamos realmente Hijo de Dios al cuerpo, ya que él solo fue sepultado. Luego el mismo Cristo, Hijo de Dios, igual al Padre por la naturaleza divina, al anonadarse tomando la naturaleza humana, sin dejar la divina, es mayor que El mismo; porque es mayor la forma de Dios, que no perdió, que la forma de siervo, que tomó. ¿Por qué, pues, ha de parecer extraño o indigno que, hablando según esta forma de siervo, diga el Hijo de Dios que el Padre es mayor que yo; y que, hablando según la forma de Dios, diga: Yo y el Padre somos una sola cosa? Una cosa, en cuanto que el Verbo era Dios, y mayor el Padre, en cuanto que el Verbo se hizo carne. Y me atrevo a decir lo que los arríanos y los eunomianos no pueden negar, que Cristo por la forma de siervo era menor que sus padres, cuando, siendo pequeño, según está escrito, estaba sujeto a los mayores. ¿Por qué, pues, oh hereje, siendo Cristo Dios y hombre, cuando habla como hombre, tú levantas falsos testimonios contra Dios? El nos manifiesta su naturaleza humana, ¿y tú te atreves a deformar la divina? Impío e ingrato, ¿disminuyes tú a aquel que te creó, porque dice lo que El se hizo por ti? Para ser menor que el Padre, se hizo hombre el Hijo igual al Padre, por el cual fue hecho el hombre. Y si El no se hiciera hombre, ¿qué sería del hombre?

 

3. Diga, pues, nuestro Señor y Maestro: Si me amaseis, osgozaríais de que me voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Y nosotros, con los discípulos, escuchemos las palabras del Doctor, y no sigamos con los extraños la astucia del enemigo engañador. Confesemos la doble naturaleza de Cristo, a saber: la divina, por la que es igual al Padre; y la humana, por la que el Padre es mayor que El. La una y la otra unidas son, no dos, sino un solo Cristo, para que Dios sea una Trinidad y no una cuaternidad. Porque, así como el alma y el cuerpo son un solo hombre, así Dios y el hombre son un solo Cristo. Y, en consecuencia, Cristo es Dios, alma racional y carne. Nosotros confesamos a Cristo en estas tres cosas y en cada una de ellas. ¿Por quién fue creado el mundo? Por Cristo Jesús en la forma de Dios. ¿Quién fue crucificado por Poncio Pilato? Cristo Jesús en la forma de siervo. Lo mismo podemos preguntar acerca de las partes constitutivas del hombre. ¿Quién es el que no fue abandonado a la muerte? Cristo Jesús, pero solamente en su alma. ¿Quién estuvo tres días en el sepulcro para volver a resucitar? Cristo Jesús en solo su cuerpo. En cada una de estas cosas se le llama Cristo. Pero no son dos o tres Cristos, sino uno solo. Y por esto dijo: Si me amaseis, os gozaríais de que me voy al  Padre; porque debemos alegrarnos de que la naturaleza humana de tal modo fue unida al Verbo unigénito, que fue colocada inmortal en el cielo; y de tal modo fue ensalzada la carne, que, incorruptible, está sentada a la derecha del Padre. Y en este sentido dijo que iba al Padre, quien ciertamente estaba con El. Pero el ir al Padre y separarse de nosotros era cambiar y hacer inmortal al cuerpo mortal, que había tomado de nosotros, y elevar hasta el cielo la carne en la cual por nosotros vivió en la tierra. ¿Quién, pues, no ha de alegrarse, si de veras ama a Cristo, de ver a su naturaleza inmortalizada en Cristo, esperando llegar él también a la inmortalidad por Cristo?

 

 

TRATADO 79

 

SOBRE ESTAS PALABRAS SUYAS: "Y os LO HE DICHO AHORA ANTES DE QUE SUCEDA", HASTA ÉSTAS: "LEVANTAOS, VÁMONOS DE AQUÍ"

 

1. Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, había dicho a sus discípulos: Si me amaseis, os gozaríais porque me voy al Padre, que es mayor que yo. Y que El dijo esto por la forma de siervo y no por la forma de Dios, en la cual es igual al Padre, lo sabe muy bien la fe arraigada en las almas de los fieles, aunque lo ignore la fe fingida de los necios y calumniadores. Luego añadió: Os lo he dicho ahora antes que suceda, para que, cuando sucediere, creáis. ¿Qué quiere decir esto, cuando el hombre debe creer lo que ha de creer antes que suceda? La excelencia de la fe está en creer lo que no se ve. Pues ¿qué mérito tiene creer lo que se ve, según la frase que el Señor dirigió en tono de reprensión al discípulo: Has creído porque lo has visto; bienaventurados los que no ven y creen? Y no sé hasta qué punto puede decirse de uno que cree lo que ve; porque en la carta a los Hebreos se define así la fe: Es la fe el fundamento de los que esperan y el convencimiento de las cosas que no se ven. Por lo tanto, si se da la fe en las cosas que se creen, y la misma fe es de las cosas que no se ven, ¿qué quiere el Señor dar a entender con estas palabras: Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que, cuando sucediere, creáis? ¿No hubiera dicho mejor de este modo: Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que, cuando sucediere, lo veáis? Porque aquel a quien dijo: Has creído porque has visto, no creyó en lo que vio; vio una cosa y creyó otra; vio al hombre y lo creyó Dios. Veía y tocaba la carne viva que antes había visto muerta, y creía a Dios escondido en aquella carne. A través de lo que aparecía a los sentidos, creía en su alma lo que con ellos no veía. Y aunque se dice que se cree lo que se ve, como cuando uno dice que lo cree por sus propios ojos, no es, sin embargo, ésta la fe que se planta en nosotros, sino que, por lo que se ve, se llega a creer lo que no se ve. Y, por consiguiente, carísimos, en las palabras del Señor que estoy exponiendo: Os lo he dicho ahora para que, cuando haya sucedido, creáis, al decir cuando sucediere, se refiere a que después de la muerte le habían de ver vivo y subir al Padre, y que, viendo esto, habían de creer que El era el Cristo, Hijo de Dios vivo, que pudo hacer esto cuando lo predijo y predecirlo antes de suceder; lo cual ellos habían de creer no con una fe nueva, sino con fe más firme, o porque su fe se entibió con su muerte y se avivó con su resurrección. Y no es porque antes no le creyesen Hijo de Dios, sino que, al ver cumplido en El lo que antes había predicho, su fe, que era pequeña cuando con ellos hablaba, y llegó a ser casi nula con su muerte, revivió y creció.

 

2. ¿Qué es lo que dice después? Ya no he de hablar mucho con vosotros, porque ya viene el príncipe de este mundo. ¿Quién sino el diablo? Y en mí no tiene nada suyo, es decir, ningún pecado. De este modo da a entender que el demonio no es el príncipe de las criaturas, sino de los pecadores, a quienes ahora les da el nombre de mundo. Y cuantas veces nombra al mundo en sentido peyorativo, alude a los amadores de este mundo, de los cuales está escrito: El que quisiere ser amigo de este mundo, se hace enemigo de Dios. Lejos de vosotros entender el principado del diablo sobre el mundo, como si él gobernara al universo, o sea, al cielo y a la tierra y a todas las cosas que hay en ellos, como se dijo hablando de Cristo, Verbo: Y el mundo fue hecho por El. Todo el universo, desde el cielo empíreo hasta lo más bajo de la tierra, está sometido al Creador, no al desertor; al Redentor, no al matador; al Libertador, no al que cautiva; al Doctor, no al deceptor. De qué manera hay que entender el principado del diablo sobre el mundo, lo declara con evidencia el apóstol San Pablo, después de haber dicho: No tenemos que batallar contra la carne y la sangre, o sea, contra los hombres, sino contra los príncipes, contra las potestades y gobernadores del mundo, de estas tinieblas. Añadiendo: De estas tinieblas, expresó el significado que daba al vocablo mundo para evitar que alguno por la palabra mundo entendiese a los seres creados, que en modo alguno son gobernados por los ángeles desertores. Tinieblas llama a los amadores de este mundo, entre los cuales ha elegido, no obstante, por su gracia, no por sus méritos, a aquellos a quienes dice: Fuisteis tinieblas en algún tiempo, y sois ahora luz en el Señor. Todos estuvieron bajo el poder de los rectores de estas tinieblas, o sea, de los impíos, como tinieblas bajo las tinieblas; pero damos gracias a Dios, que nos sacó de ellas, según dice el mismo Apóstol, del poder de las tinieblas, y nos trasladó al reino del Hijo de su amor. En el cual nada tiene el príncipe de este mundo, es decir, de estas tinieblas; porque ni Dios había venido manchado por el pecado, ni la Virgen había dado a luz su carne con la herencia del pecado. Y como si se le dijese: ¿Por qué, pues, mueres, si no tienes pecado, que lleva consigo la condenación a la muerte?, al punto añadió: Pero para que el mundo conozca que amo al Padre y que obro según la orden que me dio el Padre, levantaos, vámonos de aquí. Sentado hablaba a los que con El estaban sentados a la mesa. Vayamos, dijo, ¿adonde sino al lugar en que había de ser entregado a la muerte Aquel que no tenía ningún motivo para morir? Pero tenía el mandato del Padre para ir a la muerte, como aquel de quien estaba predicho: Pagaba entonces los hurtos que yo no había cometido; pagando la deuda de la muerte El, que no tenía tal deuda, para librarnos a nosotros de la muerte que debíamos. Porque había arrebatado el pecado a Adán cuando, engañado por su presunción, extendió su mano hacia el árbol para usurpar el nombre de la divinidad, que no se concede, y que el Hijo de Dios tiene por naturaleza, no por usurpación.

 

 

TRATADO 80

 

ACERCA DE AQUELLO QUE DIJO: "YO SOY LA VID VERDADERA, Y MI PADRE ES EL AGRICULTOR", HASTA ÉSTAS: "VOSOTROS ESTÁIS YA LIMPIOS EN VIRTUD DE LA DOCTRINA QUE OS HE PREDICADO"

 

1. En este lugar del Evangelio, hermanos, dice el Señor que El es la vid, y sus discípulos los sarmientos; y lo dice en cuanto El es la cabeza de la Iglesia y nosotros miembros suyos, como Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. La misma naturaleza tienen la vid y los sarmientos; y siendo El Dios, cuya naturaleza no podemos tener nosotros, se hizo hombre para que en El la vid fuese la naturaleza humana, de la cual nosotros pudiésemos ser los sarmientos. ¿Qué quiere significar diciendo: Yo soy la vid verdadera? ¿Acaso al añadir verdadera hacía referencia a aquella vid de la cual se ha tomado el ejemplo? Se llama vid en virtud de alguna semejanza, no por tener sus propiedades, al modo que se llama oveja, cordero, león, piedra, piedra angular y otras cosas parecidas, que son cosas reales y de las cuales se toman estas semejanzas, no sus propiedades. Pero, cuando dice que es la Vid verdadera, ciertamente quiere distinguirse de aquella otra de la cual dice: ¿Cómo te has vuelto amarga, vid extraña? Porque ¿cómo ha de ser verdadera la vid que ha producido espinas, cuando de ella se esperaban las uvas?

 

2. Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el agricultor. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y aquel que lleve fruto, lo podará para que dé más frutos. ¿Son acaso la misma cosa la vid y el agricultor? Cristo es la vid, en cuanto dice: El Padre es mayor que yo; pero en cuanto dice: Yo y el Padre somos una sola cosa, también El es agricultor. Y no un agricultor como aquellos que exteriormente ejercen el ministerio de su trabajo, sino que da también el incremento- interno. Porque ni el que planta ni el que riega hacen nada; todo lo hace Dios, que da el crecimiento. Y Cristo es Dios, porque el Verbo era Dios; y por esto El y el Padre son una sola cosa; y aunque el Verbo se hizo carne, que antes no era, permanece siendo lo que era. Y habiendo dicho que el Padre, como un agricultor, arranca los sarmientos infructuosos y poda los fructíferos para que den más fruto, añade en seguida para demostrar que también El hace la poda: Ya vosotros estáis limpios por la doctrina que os he enseñado. Ahí le tenéis cómo El hace la limpia de los sarmientos que es oficio del agricultor y no de la vid; y, además, convierte a los sarmientos en operarios, porque, aunque ellos no den el crecimiento, contribuyen a él con su trabajo; pero poniendo no de lo suyo, porque sin mí nada podéis hacer. Escucha la confesión de ellos mismos: ¿Qué es Apolo, qué es Pablo? Obreros que os han llevado a la fe, según lo que Dios dio a cada cual. Yo he plantado, Apolo ha regado; todo esto según lo que Dios dio a cada uno, y, por lo tanto, no de lo suyo. Pero lo que sigue, es decir, que Dios dio el crecimiento, lo hace Dios, no por su medio, sino por sí mismo directamente. Y este ministerio sobrepasa los límites de la humana flaqueza, excede el poder de los ángeles y pertenece enteramente a la Trinidad agricultura. Ya vosotros estáis limpios, pero debéis ser purgados: Si no estuviesen limpios, no hubieran podido dar fruto; mas al que da fruto lo poda el viñador para que dé más fruto. Lleva fruto, porque está limpio; pero para que lo dé más abundante, aún será purgado. Y ¿quién en esta vida tiene tal limpieza que no necesite limpiarse más y más? "Cuando decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros; pero, si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y limpiarnos de toda mancha". Limpie El a los que ya están limpios, o sea, a los frugíferos, para que, cuanto más limpios, sean más fecundos.

 

3. Ya vosotros estáis limpios en virtud de la doctrina que os he enseñado. ¿Por qué no dice que estáis limpios por el bautismo, con que habéis sido lavados, y dice, en cambio, por la palabra que os he hablado, sino porque también la palabra limpia con el agua? Quita la palabra ¿qué es el agua sino agua? Se junta la palabra al elemento y se hace el sacramento, que es como una palabra visible. Esto mismo había dicho cuando lavó los pies a los discípulos: El que está lavado, sólo necesita lavar los pies para quedar enteramente limpio. ¿Y de dónde le viene al agua tanta virtud, que con el contacto del cuerpo lave el corazón, sino por la eficacia de la palabra, no de la palabra pronunciada, sino de la palabra creída? Porque, en la misma palabra, una cosa es el sonido, que pasa, y otra la virtud, que permanece. Esta es, dice el Apóstol, la palabra de fe que os predicamos: que, si confesáis con la lengua al Señor Jesús y creéis en vuestro corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, seréis salvos, porque la fe del corazón justifica, y la confesión oral sirve para salvarse. Por lo cual se lee en los Actos de los Apóstoles: Limpiando sus corazones por la fe. Y el bienaventurado San Pedro en su carta: A vosotros os salva el bautismo; no la limpieza de las manchas del cuerpo, sino la disposición de la buena conciencia. Esta es la palabra de fe que os predicamos, que sin duda consagra el bautismo para que pueda limpiar. Cristo, que es con nosotros vid y con el Padre es el labrador, amó a la Iglesia y se entregó por ella. Lee al Apóstol y considera lo que añade: Limpiándola en la palabra con la ablución para santificarla. En vano se pretendería limpiar con el agua que se deja caer si no se le juntase la palabra. Y esta palabra de fe es de tanto valor en la Iglesia de Dios, que por ella limpia al creyente, al oferente, al que bendice, al que toca, aunque sea un tierno infante, que aún no puede creer con el corazón para justificarse ni hacer la confesión de boca para salvarse. Todo esto se hace por la palabra, de la cual dice el Señor: Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.

 

 

TRATADO 81

 

SOBRE AQUELLAS PALABRAS: "PERMANECED EN MÍ, Y YO PERMANECERÉ EN VOSOTROS", HASTA ÉSTAS: "PEDIRÉIS CUANTO QUISIEREIS, Y OS SERÁ DADO"

 

1. Dijo Jesús que él era la vid; sus discípulos, los sarmientos, y el agricultor, el Padre; y sobre ello ya he disertado según mis alcances. Continuando en la lectura de hoy hablando de El mismo, que es la vid, y de los sarmientos, que son sus discípulos, dice: Permaneced vosotros en mí, y yo en vosotros; pero no de igual modo El en ellos que ellos en El. Ambas permanencias son de provecho para ellos, no para El; porque de tal modo están los sarmientos en la vid, que, sin darle ellos nada a ella, reciben de ella la savia que les da vida; en cambio, la vid está en los sarmientos proporcionándoles el vital alimento, sin recibir nada de ellos. Y de la misma manera, tener a Cristo y permanecer en Cristo es útil para los discípulos, no para Cristo; porque, arrancado un sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva, pero el sarmiento cortado no puede tener vida sin la raíz.

 

2. Luego añade: Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí. Viva imagen de la gracia, hermanos; con ello instruye a los humildes y tapa la boca de los soberbios. Que repliquen, si son tan osados, los que, ignorando la justicia de Dios, intentan poner la suya como norma, sin sujetarse a la de Dios. Que respondan los que en todo buscan su placer, pareciéndoles que Dios no les es necesario para ejecutar cualquiera obra buena. ¿No van en contra de la verdad los hombres de corazón corrompido, réprobos en la fe, que no responden ni hablan sino la maldad, diciendo que de Dios tenemos el ser hombres, pero que depende de nosotros mismo el ser justos? ¿Qué decís vosotros, ilusos, que no consolidáis, sino que derrocáis el libre albedrío de su alto pedestal por vuestra vana presunción, hundiéndolo en un abismo profundo? Decís que el hombre por sí mismo puede hacerse justo: ésa es la altura de vuestra vanidad. Pero la Verdad va en contra vuestra, cuando dice: El sarmiento, de suyo, no puede producir fruto si no está unido a la vid. Corred ahora por lugares abruptos y, no hallando donde fijar el pie, precipitaos en vuestras parlerías, llenas de viento: éstas son las vanidades de vuestra presunción. Pero escuchad lo que sigue, y horrorizaos si aún queda en vosotros algo de sentido común. El que cree poder dar fruto por sí mismo, no está unido a la vid; quien no está unido a la vid no está unido a Cristo, y el que no está unido a Cristo no es cristiano: éste es el abismo donde os habéis sumergido.

 

3. Repasad una y mil veces las siguientes palabras de la Verdad: Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, éste dará mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer. Y para evitar que alguno pudiera pensar que el sarmiento puede producir algún fruto, aunque escaso, después de haber dicho que éste dará mucho fruto, no dice que sin mí  poco podéis hacer, sino que dijo: Sin mí NADA podéis hacer. Luego, sea poco, sea mucho, no se puede hacer sin Aquel sin el cual no se" puede hacer nada. Y si el sarmiento da poco fruto, el agricultor lo purgará para que lo dé más abundante; pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la vid si no fuese hombre, no podía comunicar esta virtud a los sarmientos si no fuese también Dios. Pero, como nadie puede tener vida sin la gracia, y sólo la muerte cae bajo el poder del libre albedrío, sigue diciendo: El que no permaneciere en mí, será echado fuera, como el sarmiento, y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al fuego y en él arderá. Los sarmientos de la vid son tanto más despreciables fuera de la vid, cuanto son más gloriosos unidos a ella, y, como dice el Señor por el profeta Ezequiel, cortados de la vid, son enteramente inútiles al agricultor y no sirven para hacer con ellos ninguna obra de arte. El sarmiento ha de estar en uno de estos dos lugares, o en la vid o en el fuego; si no está en la vid, estará en el fuego. Permanezca, pues, en la vid para librarse del fuego.

 

4. Si permaneciereis en mí, y mis palabras permanecieren en vosotros, pediréis cuanto quisiereis y os será concedido. Estando unidos a Cristo, ¿qué pueden querer sino aquello que no es indigno de Cristo? Queremos unas cosas por estar unidos a Cristo y queremos otras por estar aún en este mundo. Y, por el hecho de vivir en este mundo, algunas veces nos viene la idea de pedir cosas cuyo perjuicio desconocemos. Pero nunca tengamos el deseo de que nos sean concedidas, si queremos permanecer en Cristo, el cual no nos concede sino aquello que nos conviene. Permaneciendo, pues, en El y teniendo en nosotros sus palabras, pediremos cuanto queramos, y todo nos será concedido. Porque, si no obtenemos lo que pedimos, es porque no pedimos lo que en El permanece ni lo que se encierra en sus palabras, que permanecen en nosotros, sino que pedimos lo que desea nuestra codicia y la flaqueza de la carne, que no se hallan en El, ni en ellas permanecen sus palabras, entre las cuales está la oración en la que nos enseñó a decir: Padre nuestro, que estás en los cielos. En nuestras peticiones no nos salgamos de las palabras y del sentido de esta oración, y obtendremos cuanto pedimos. Porque sólo entonces permanecen en nosotros sus palabras, cuando cumplimos sus preceptos y vamos en pos de sus promesas. Pero cuando sus palabras están sólo en la memoria, sin reflejarse en nuestro modo de vivir, somos como el sarmiento fuera de la vid, que no recibe la savia de la raíz. A esta diferencia hace alusión el Salmo cuando dice: Guardan en la memoria sus preceptos para cumplirlos. Muchos hay que los conservan en su memoria para menospreciarlos o para escarnecerlos y atacarlos. En estos tales no permanecen las palabras de Cristo; tienen contacto con ellas, pero no están a ellas adheridos, y, por lo tanto, no les reportarán beneficios, sino que les servirán de testigos adversos. Y porque de tal modo están en contacto con ellas que no permanecen en su cumplimiento, las tienen solamente para ser juzgados por ellas.

 

 

TRATADO 82

 

SOBRE AQUELLAS PALABRAS DEL SEÑOR: "MI PADRE ES GLORIFICADO SI VOSOTROS LLEVÁIS MUCHO FRUTO", HASTA ESTAS OTRAS: "Y PERMANEZCO EN SU AMOR"

 

1. Recomendando el Salvador a los discípulos con mucho encarecimiento la gracia, que nos hace salvos, dice: Mi Padre es glorificado si lleváis mucho fruto y sois discípulos míos. Ya se diga glorificado o clarificado, ambos verbos han sido traducidos del griego doxasein, Doxa, en el idioma griego, equivale a gloria en el latino. He creído oportuno deciros esto, porque dice el Apóstol que, Si Abrahán fue justificado por sus obras, tiene gloria, pero no meritoria, delante de Dios. Y, por lo tanto, la gloria que tiene mérito delante de Dios es la gloria que glorifica no al hombre, sino a Dios, si el hombre adquiere su justificación no por sus obras, sino por la fe, de modo que de Dios le venga la facultad de obrar bien; porque, como ya dije antes, el sarmiento de suyo no puede producir frutos. Si, pues, Dios Padre tiene su gloria en que llevemos muchos frutos y seamos discípulos de Cristo, no lo adjudiquemos a nuestra gloria, como si esto lo hiciésemos por nosotros mismos. La gracia es suya, y a El, y no a nosotros, le corresponde la gloria; y así, habiendo dicho en otro lugar: Luzca vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras, a fin de que no se atribuyesen a sí mismos esas buenas obras, añadió: Para que den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos. Porque es gloria del Padre que llevemos mucho fruto y seamos discípulos de Cristo. Y ¿quién nos hace discípulos de Cristo sino Aquel que por su misericordia se llegó hasta nosotros? Somos hechura de sus manos, creados en Cristo Jesús para obras buenas.

 

2. Como me amó a mí mi Padre, yo os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Ahí tenéis la razón de la bondad de nuestras obras. Y ¿de dónde había de venir esa bondad a nuestras obras sino de la fe que obra por el amor? ¿Cómo pudiéramos nosotros amar si antes no fuésemos amados? Abiertamente lo dice este mismo evangelista en su epístola: Amemos a Dios, porque El nos amó primero. Pero al decir: Yo os he amado como mi Padre me amó, no quiso significar la igualdad de su naturaleza con la nuestra, como es la suya con la del Padre, sino la gracia de tener como mediador entre Dios y los hombres al hombre Cristo Jesús. Pues como mediador se manifiesta cuando dice: A mí el Padre, y yo a vosotros. Porque también el Padre nos ama a nosotros, pero nos ama en El, ya que pone su gloria en que llevemos mucho fruto estando unidos a la vid, o sea al Hijo, y nos hagamos discípulos suyos.

 

3. Permaneced en mi amor. ¿De qué modo? Escucha lo que sigue: Si observareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor. ¿Es el amor el que hace observar sus preceptos o es la observancia de sus preceptos la que hace al amor? Pero ¿quién duda que precede al amor? El que no ama no tiene motivos para observar los preceptos. Luego al decir: Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, quiere indicar no la causa del amor, sino cómo el amor se manifiesta. Como si dijese: No os imaginéis que permanecéis en mi amor si no guardáis mis preceptos; pero, si los observareis, permaneceréis en él; es decir, se conocerá que permanecéis en mi amor si guardáis mis mandatos, a fin de que nadie se engañe diciendo que le ama si no guarda sus preceptos, porque en tanto le amamos en cuanto guardamos sus mandamientos, y tanto menos le amamos cuanto menor diligencia ponemos en la observancia de sus mandatos. Y aunque en estas palabras: Permaneced en mi amor, no aparece a qué amor se refiere, si al amor con que le amamos a El o al amor con que nos amamos nosotros, se deduce con claridad de la frase anterior. Porque, habiendo dicho: Yo os he amado, inmediatamente añadió: Permaneced en mi amor, esto es, en el amor con que El nos ha amado. Y ¿qué quiere decir: "Permaneced en mi amor", sino permaneced en mi gracia? ¿Qué: Si observareis mis mandatos, permaneceréis en mi amor, sino que por esto conoceréis vuestra permanencia en el amor que yo os tengo, si observareis mis mandamientos? No guardamos antes sus preceptos para que El nos ame, porque, si El nos ama, no podemos nosotros guardar sus mandatos. Y ésta es la gracia concedida a los humildes y escondida a los soberbios.

 

4. Y ¿por qué añade a continuación: Como también yo he guardado los mandatos de mi Padre y permanezco en su amor? Quiso dar a entender aquí el amor con que es amado por su Padre. Porque, habiendo dicho: Como me amó mi Padre, yo os he amado a vosotros, y habiendo añadido: Permaneced en mi amor, es decir, en el amor con que yo os he amado, de igual modo, al decir aquí del Padre: Permanezco en su amor, debe entenderse el amor con que el Padre le ha amado. Pero ¿diremos que este amor es una gracia con que el Padre ama al Hijo, como es gracia el amor con que el Hijo nos ama a nosotros, siendo nosotros hijos por gracia, no por naturaleza, y el Unigénito lo es por naturaleza y no por gracia? ¿Habrá que decir lo mismo del Hijo con respecto a nosotros? Así es en verdad. Porque, al decir: Como el Padre me amó, yo os he amado a vosotros, manifestó la gracia de su mediación, ya que el mediador entre Dios y los hombres es Cristo Jesús, no en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. Y en cuanto hombre se dice de El: Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y delante de los hombres. Según esto, con toda seguridad podemos decir que, aun cuando la naturaleza humana no pertenece a la naturaleza divina, pertenece por gracia a la persona del Hijo unigénito de Dios, y por una gracia tal que no la puede haber mayor ni tampoco igual. Ningún mérito pudo preceder a aquella unión, pero de esa unión se derivan todos. Permanece, pues, el Hijo en el amor con que el Padre le ama, y por él guarda sus preceptos. Porque ¿qué es esa humanidad sino que Dios la ha tomado para sí? El Verbo era Dios; el Unigénito, coeterno al Engendrador; pero, para poder dársenos un mediador, el Verbo, por una gracia inefable, se hizo carne y habitó en medio de nosotros.

 

TRATADO 83

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "OS HE DICHO ESTAS COSAS PARA QUE MI GOZO ESTÉ CON VOSOTROS, Y EL VUESTRO SEA COLMADO. ESTE ES MI PRECEPTO: QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO"

 

1. Habéis oído, carísimos, al Señor decir a sus discípulos: Estas cosas os he dicho para que mi gozo esté con vosotros, y el vuestro sea colmado. ¿Qué gozo puede tener Cristo en nosotros si no es que El se digna gozarse con nosotros? ¿Cuál es ese nuestro gozo que ha de ser colmado, sino tener participación con El? Por eso había dicho al bienaventurado Pedro: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Su gozo en nosotros es la gracia, que nos ha dado; y esa gracia es nuestro gozo. De esta gracia ya se gozaba El desde la eternidad, cuando nos escogió antes de la formación del mundo, sin que podamos decir que su gozo no era completo, ya que Dios no tiene cosas imperfectas. Pero ese gozo no estaba entonces en nosotros, porque aún no existíamos para tenerlo, ni tampoco con él nacimos cuando comenzó nuestra existencia. El, en cambio, lo tuvo siempre, porque por su infalible presciencia se gozaba ya de nuestra futura existencia. Su gozo, por lo tanto, de nosotros ya era perfecto cuando en su presciencia éramos destinados a la existencia y a la predestinación. No podía haber en su gozo sombra de temor de no poder ejecutar lo que preveía como futuro, ni tampoco creció su gozo cuando inició la ejecución de lo que había determinado realizar, porque, en este caso, sería más dichoso después de habernos creado. No, hermanos; la felicidad de Dios no era menor sin nosotros ni recibe aumento de nosotros. Pero ese gozo suyo de nuestra salvación, que El tuvo siempre desde que nos previo y predestinó, comenzó a estar en nosotros cuando nos llamó; y con razón llamamos nuestro a este gozo, que nos ha de hacer dichosos a nosotros, y este gozo nuestro crece y se va perfeccionando hasta llegar a su perfección con la perseverancia. Se incoa con la fe de los que renacen y se colma con el premio de los que resucitan. Aquí creo hallar la explicación de estas palabras: Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros, y el vuestro sea colmado; esté en vosotros el mío, sea colmado el vuestro. Porque el mío fue siempre pleno, aun antes de ser vosotros llamados, en presciencia de vuestro llamamiento; pero nace en vosotros al realizar en vosotros lo que de vosotros había yo previsto. Sea el vuestro colmado, porque seréis bienaventurados, lo cual aún no sois, así como fuisteis creados vosotros, que antes no erais.

 

2. Este es mi precepto: que os améis unos a los otros como yo os he amado. Ya se diga precepto, ya mandato, ambos vocablos son traducción de la misma palabra griega entole. Ya antes había pronunciado esta frase, sobre la cual debéis recordar que diserté lo mejor que pude. Entonces dijo: Un nuevo mandato os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, así amaos unos a otros. La repetición de este mandato no es más que una recomendación. Sólo que allí dice: Un -mandato nuevo os doy; y aquí: Este es mi mandato. Allí, como si antes no hubiera existido tal mandato; y aquí, como si no hubiera otro mandato suyo. Allí dijo nuevo, para sacarnos de lo anticuado, y aquí dice mío, para que lo tengamos en veneración.

 

3. En cuanto a que aquí haya dicho: Este es mi mandato, como si no hubiera otro, ¿pensaremos, hermanos, que sólo es suyo este mandato del amor con que debemos amarnos unos a otros? ¿No hay otro mayor, que es el de que amemos a Dios? ¿O es que Dios solamente nos dio el precepto del amor para que no nos preocupemos de los otros? Tres cosas nos recomienda el Apóstol cuando dice: Permanecen ahora estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de ellas es la caridad. Y, aunque en la caridad se encierran aquellos dos preceptos, de ella ha dicho que es la mayor, no la única. ¿Quién podrá enumerar la cantidad de recomendaciones acerca de la fe y de la esperanza? Pero notemos lo que dice el mismo Apóstol: La plenitud de la Ley es la caridad. ¿Qué es lo que falta donde hay caridad? Y donde no hay caridad, ¿qué puede haber de provecho? El demonio cree, pero no ama; nadie ama si no cree. El que no ama puede esperar, aunque inútilmente, el perdón; pero el que ama no puede desesperar de alcanzarlo. Por lo tanto, donde está la caridad, están también la fe y la esperanza; y allí donde está el amor al prójimo, necesariamente está también el amor a Dios. Porque quien no ama a Dios, ¿cómo ha de tener amor al prójimo como a sí mismo? Quizá ni a sí mismo se ama. Este es un perverso y un impío, ya que el que ama la maldad no ama en modo alguno, sino que odia a su alma. Observemos, pues, este mandato del Señor de amarnos unos a otros, y con éste cumpliremos todos sus mandatos, porque en éste están encerrados todos los demás. Esta dilección es distinta de aquella con que se aman los hombres como hombres, y para hacer notar esta diferencia añadió: como yo os he amado. Y ¿para qué nos ama Cristo a nosotros, sino para que podamos reinar con El? Con este fin arriémonos unos a otros, para que nuestro amor sea diferente del de aquellos que no se aman con este fin, porque ni siquiera aman. Quienes se aman con el fin de poseer a Dios, se aman a sí mismos; aman a Dios para amarse a sí mismos. No todos los hombres tienen este amor. Pocos son los que se aman con el fin de que Dios sea en todos todas las cosas.

 

 

TRATADO 84

SOBRE AQUELLAS PALABRAS: "NADIE TIENE AMOR MÁS GRANDE QUE EL QUE DA SU VIDA POR SUS AMIGOS"

 

1. El ápice del amor mutuo que nos debemos unos a otros, hermanos carísimos, lo definió el Señor, diciendo: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Y como antes había dicho: Este es mi mandato, que os améis unos a otros como yo os he amado, añadiendo ahora estas palabras que habéis escuchado: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos, se saca la conclusión que sacó el mismo evangelista San Juan en su epístola, diciendo que, así como Cristo dio su vida por nosotros, así nosotros debemos dar la nuestra por los hermanos, amándonos unos a otros como nos amó El, que llegó a dar su vida por nosotros. Esto es lo que se lee en los Proverbios de Salomón: Que cuando te sientes a la mesa de un rico para cenar, observes cuidadosamente los alimentos que te sirven y metas la mano en ellos, considerando que tú debes preparar otros semejantes. Y ¿cuál es esta mesa del rico sino aquella en que se toma el cuerpo y la sangre de Aquel que dio su vida por nosotros? Y ¿qué significa sentarse a esta mesa sino acercarse a ella con humildad? Y ¿qué se entiende por observar y considerar los alimentos servidos sino pensar dignamente de tan alto favor? Y ¿qué otra cosa es meter la mano para darse cuenta de la obligación de preparar otros semejantes, sino lo que ya dije antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, así también nosotros debemos dar la nuestra por los hermanos? Lo mismo viene a decir San Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto es preparar otros semejantes. Esto hicieron los mártires con amor ferviente, con cuyo ejemplo debemos animarnos a preparar, como ellos, cosas semejantes, si es que no celebramos su memoria de un modo vano y no nos acercamos inútilmente a la mesa del Señor, en cuyo convite ellos quedaron hartos. Porque, al acercarnos a la mesa, no celebramos su memoria al modo que recordamos a otros fieles que descansan en la paz del Señor, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros y nos animemos a seguir sus ejemplos, porque ellos llenaron la medida de la caridad, de la cual dijo el Señor que no podía haberla mayor. Proporcionaron a los hermanos cosas semejantes a las que ellos recibieron en la mesa del Señor.

 

2. Esto no quiere decir que podamos ser iguales a Nuestro Señor Jesucristo, aunque lleguemos a derramar la sangre por El en el martirio; porque El tenía en su mano dar la vida y volverla a tomar, pero nosotros no vivimos cuanto queremos, y morimos aun cuando no queramos. El, muriendo, dio en sí mismo muerte a la muerte, y nosotros por su muerte nos libramos de la muerte. Su carne no vio la corrupción; la nuestra, después de la corrupción, en el fin del mundo se vestirá de la incorrupción. El no necesitó de nosotros para salvarnos; nosotros, sin El, nada podemos hacer. El se hizo vid para que nosotros fuésemos los sarmientos; nosotros no podemos tener vida fuera de El. Finalmente, aunque los hermanos mueran por los hermanos, no obstante, ninguno de los mártires derrama su sangre por la remisión de los pecados de sus hermanos, como lo hizo El por nosotros; y en esto no nos dejó ejemplo que imitar, sino motivo para congratularnos con El. En cuanto los mártires derraman su sangre por los hermanos, no hicieron más que dar lo que recibieron de la mesa del Señor. En las otras cosas que dije, aunque no pude decirlas todas, el mártir está lejos de ser igual a Cristo. Y, aunque alguno pudiera comparársele, no digo en el poder, sino en la inocencia, no diré en salvar arrancando el pecado ajeno, sino en no tener ningún pecado propio; aun así es mayor su deseo que la exigencia de la naturaleza; es mucho para él, que no es capaz de tanto. Está muy bien el aviso que da la sentencia que a continuación añade: Si es mayor tu apetito, no codicies sus manjares, pues te es mejor que no tomes nada que tomes más de lo que te conviene. Estas cosas tienen una vida engañosa, es decir, están llenas de hipocresía; porque, diciendo que él está sin pecado, no puede ser justo, sino que se finge justo. Por eso dice que estas cosas tienen una vida falaz. Solamente uno pudo tener la carne humana y no tener pecado alguno. Con razón, pues, en lo siguiente se nos da un saludable mandato, reconviniendo con tal palabra y proverbio la humana flaqueza, diciéndole: Siendo pobre, no te levantes contra el rico. Rico es Cristo, que, sin estar ligado a deudas propias ni hereditarias, es justo y puede justificar a otros. No pretendas levantarte contra El tú, que eres tan pobre, que diariamente en la oración mendigas el perdón de tus culpas. Por tu bien, dice, abstente. ¿De qué sino de una engañosa presunción? El, que es Dios, además de ser hombre, nunca es reo del pecado. Si pusieres tus ojos en El, no lo hallarás. Si pusieres tus ojos, es decir, los ojos con que ves las cosas, en él, no aparecerá, porque no puede ser visto como tú puedes ver. Tomará alas como de águila y se irá a la casa de su Señor, desde donde viene a nosotros, pero no nos halla tales como El viene. Arriémonos, pues, unos a otros como nos amó Cristo, que se entregó por nosotros, porque nadie tiene amor mayor que el que da su vida por sus amigos. Imitémosle con piadosa sumisión, y no presumamos atrevidamente compararnos con El.

 

 

TRATADO 85

 

SOBRE ESTAS PALABRAS SUYAS: "VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS, SI CUMPLÍS LO QUE OS ORDENO. YA NO OS LLAMO SIERVOS, PORQUE EL SIERVO IGNORA LO QUE HACE SU SEÑOR"

 

1. Después de haber encarecido Jesús el amor, que nos manifestó muriendo por nosotros, con aquellas palabras: Nadie tiene caridad mayor que el que da su vida por sus amigos, dice: Vosotros sois mis amigos, si observáis lo que yo os mando. Magnífica condescendencia. El siervo no es bueno si no cumple las órdenes de su señor. Jesús, en cambio, quiso que fuesen sus amigos quienes ejecutasen las pruebas a las que es sometida la fidelidad de los siervos. Pero ésta, como dije, es una condescendencia del Señor en dignarse llamar amigos a quienes son sus siervos. Para que sepáis que es obligación de los siervos ejecutar las órdenes de su señor, increpa a los siervos en otra parte con estas palabras: ¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo? Cuando, pues, decís Señor, manifestad lo que decís, ejecutando lo que se os ordena. Después dirá al siervo obediente: Bien, siervo bueno, porque fuiste fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor. Por lo tanto, el que es siervo bueno puede ser siervo y amigo.

 

2. Pero prestemos atención a lo que sigue: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que. hace su señor. ¿Cómo hemos de entender que el siervo bueno es siervo y amigo, si dice: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor? De tal modo les da el nombre de amigos, que les retira el nombre de siervos, no para que permanezcan ambos en una misma persona, sino que un nombre sustituya al otro que se retira. ¿Qué significa esto? ¿Dejaremos de ser siervos cuando cumplimos los mandatos del Señor? ¿Dejaremos de ser siervos cuando seamos siervos buenos? Mas ¿quién osará ir en contra de la Verdad, que dice: Ya no os llamo siervos? Y señala la razón de sus palabras, diciendo: Porque el siervo no sabe lo que hace su señor. ¿Acaso el señor no confía sus secretos al siervo bueno y fiel? ¿Por qué, pues, dice que el siervo ignora lo que hace su señor? Supongamos que sea verdad, que ignore lo que hace, ¿dejará de saber lo que manda? Porque, si esto ignora, ¿cómo puede servirlo? ¿O cómo puede ser siervo el que no sirve? No obstante, el Señor dice: Vosotros sois mis amigos, si hiciereis lo que os mando. Ya no os llamo siervos. ¡Oh prodigio! No pudiendo ser siervos sin cumplir los preceptos del Señor, ¿cómo dejaremos de ser siervos cumpliendo sus mandatos? Si no seré siervo ejecutando las órdenes, y, si no ejecutare las órdenes, no podré servir; luego sirviendo dejaré de ser siervo.

 

3. Entendamos, hermanos, y comprendamos. El Señor nos conceda entenderlo y haga que ejecutemos lo que hayamos entendido. Si sabemos esto, sabemos, sin duda, lo que el Señor hace; porque nadie nos hace saber sino el Señor, y por ello pertenecemos a sus amistades. Así como hay dos temores, que forman dos suertes de temerosos, así hay dos clases de servidumbres, que forman dos tipos de siervos. Hay un temor que es arrojado fuera por la caridad, y hay otro temor casto, que permanece por los siglos de los siglos. A aquel temor que está fuera de la caridad aludía el Apóstol cuando decía: No habéis recibido el espíritu de servidumbre para obrar de nuevo bajo el temor. Y al temor casto se refería cuando decía: No te engrías, más bien teme. En aquel temor que es echado fuera por la caridad, está también la servidumbre, que con el temor será excluida por la caridad; pues ambas cosas juntó el Apóstol, diciendo: No recibisteis el espíritu de servidumbre otra vez en el temor. Y al siervo que pertenece a esta servidumbre se refería también el Señor cuando dijo: Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora lo que hace su señor. Este siervo no es ciertamente aquel que tiene el amor casto, al cual dice: Muy bien, siervo bueno, entra en el gozo de tu Señor, sino el siervo que tiene aquel temor que ha de ser desterrado por la caridad, del cual dice en otro lugar: El siervo no permanece para siempre en la casa, pero el hijo permanece siempre. Y ya que nos dio la facultad de hacernos hijos de Dios, seamos hijos y no siervos, a fin de que por un modo inefable, no menos que verdadero, los siervos podamos ser no siervos, es decir, siervos con el temor casto, de los cuales es el siervo que entra en el gozo de su señor, y no siervos con el temor que ha de ser excluido por la caridad, a cuyo número pertenece el siervo que no permanece en la casa por siempre. Y para que seamos tales siervos no siervos, sepamos que esto lo hace el Señor. Esto lo ignora el siervo, que no sabe lo que hace su Señor; y, cuando hace algo bueno, se engríe como si fuera hechura suya y no del Señor, y se gloría en sí mismo y no en el Señor, engañándose cuando de este modo se gloría, como si no lo hubiese recibido. Y nosotros, hermanos carísimos, para poder ser amigos del Señor, sepamos lo que El hace. No solamente nos hace hombres, sino también hace que seamos justos: no nos hacemos nosotros mismos. Y, que sepamos esto, ¿quién sino El mismo lo hace? Porque no habéis recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha dado. Por El es dado todo lo bueno; y como esto es bueno, ciertamente es dado por El, para que se sepa de quién procede todo bien, a fin de que absolutamente en todos los bienes el que quiera gloriarse se gloríe en el Señor. Las palabras siguientes: A vosotros os llamé amigos, porque os he hecho conocer todo cuanto oí a mi Padre, son tan profundas, que no pueden ser abarcadas en esta plática, sino aplazadas para otra.

 

 

TRATADO 86

 

SOBRE LAS PALABRAS DEL SEÑOR: "A VOSOTROS OS HE LLAMADO AMIGOS", HASTA ESTAS OTRAS: "PARA QUE CUANTO PIDIEREIS AL PADRE EN MI NOMBRE OS LO DÉ"

 

1. Con razón se pregunta qué sentido tienen estas palabras del Señor: A vosotros os he llamado amigos, porque todo cuanto oí a mi padre os lo he hecho conocer a vosotros. ¿Quién osará afirmar o creer que haya un hombre que sepa todo cuanto oyó al Padre el Hijo unigénito, cuando no hay nadie que sea capaz ni siquiera de entender cómo oye palabra alguna al Padre, siendo El el Verbo único del Padre? Y ¿qué diremos de lo que poco después en este mismo sermón, dirigido a los discípulos después de la cena y antes de la pasión, dijo el Señor: Tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis con ellas. ¿Cómo, pues, ha de entenderse que hizo conocer a los discípulos todo cuanto oyó al Padre, cuando dice que calla muchas cosas porque ellos ahora no pueden entenderlas? Es que da como hecho lo que ha de hacer, porque El ha hecho todo lo que ha de ser. Y de esta manera dice el profeta: Traspasaron mis manos y mis pies. No dice: Han de traspasar; hablando de cosas futuras como de cosas pasadas; y así también en este lugar dice el Señor que les hizo saber todo cuanto sabía que les había de manifestar con aquella plenitud de ciencia de la que dice el Apóstol: Cuando venga aquello que es perfecto, será evacuado lo que es en parte. Dice allí: Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como yo soy conocido; porque ahora lo veo como en un espejo y en figuras, mas entonces lo veré cara a cara. Y el mismo Apóstol dice que hemos sido hechos salvos por el baño de la regeneración; diciendo en otro lugar que hemos sido hechos salvos en esperanza y que la esperanza de cosas que se ven no es esperanza, porque ¿quién espera ver lo que ya ve? Y si esperamos lo que no vemos, esperamos pacientemente. Por esto dice el apóstol San Pedro: Ahora creéis en El sin verlo; cuando le veáis, tendréis una alegría inefable y gloriosa, recibiendo como premio de vuestra fe la salvación de vuestras almas. Si, pues, ahora es el tiempo de la fe, y el premio de la fe es la salvación de nuestras almas, ¿quién duda de que debemos pasar la vida en la fe que obra por la caridad, para recibir al fin de los tiempos, como premio no sólo el rescate de nuestros cuerpos, del que habla San Pablo, sino también la salvación de nuestras almas, que menciona San Pedro? La felicidad de uno y otra durante esta vida mortal, más que en realidad, está en la esperanza. Pero hay entre ellos una diferencia, y es que, en cuanto el cuerpo va deshaciéndose, el hombre interior, o sea el alma, se renueva cada día. Y a la manera que esperamos la futura inmortalidad de la carne y la salvación de las almas, aunque digamos que ya hemos sido hechos salvos por la prenda recibida, de la misma manera debemos esperar el futuro conocimiento de cuanto el Unigénito oyó al Padre, aunque Cristo haya dicho que ya nos lo ha comunicado.

 

2. No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros. Esta es aquella gracia inefable. ¿Qué éramos cuando aún no habíamos escogido a Cristo y por eso no le amábamos? Porque ¿cómo le ha de amar quien no le ha elegido? ¿Practicábamos ya lo que se dice en el Salmo: He preferido vivir despreciado en la casa de Dios a morar en las tiendas de los pecadores? Nada de eso. ¿Qué éramos, pues, sino inicuos y pecadores? Aún no habíamos creído en El para elegirnos; porque, si hubiese elegido a quienes ya creían en El, hubiera elegido a los ya elegidos. Y ¿por qué había de decir: No me habéis elegido vosotros a mi, si El con su misericordia no se hubiese adelantado a nosotros? Está, pues, de más la vana argumentación de aquellos que defienden la presciencia de Dios en contra de la gracia, diciendo que nosotros fuimos elegidos antes de la formación del mundo, porque Dios en su presciencia conoció que habíamos de ser buenos, no que El había de hacernos buenos. No dice esto el que dice: No me habéis elegido vosotros a mi. Porque, si a nosotros nos hubiese elegido por haber previsto que habíamos de ser buenos, hubiera a la vez también previsto que primero le habíamos de elegir nosotros a El. De otro modo no pudiéramos ser buenos, a no ser que se llame bueno a quien no elige el bien. ¿Diremos que eligió a los que no eran buenos? Pues no fueron elegidos por ser buenos quienes no serían buenos si no hubiesen sido elegidos. De otro modo, la gracia ya no es gracia si decimos que a ella precedieron los méritos. Ciertamente esta elección es efecto de la gracia, de la cual dice el Apóstol: De esta suerte, algunos, reservados por la elección de la gracia, se han salvado. Y añade: Si por la gracia, luego no por las obras, porque entonces la gracia ya no es gracia. Óyelo, ingrato; ingrato, escucha: No me habéis elegido vosotros, sino yo a vosotros. No tienes por qué decir que has sido elegido porque ya creías. Porque, si creías en El, ya le habías elegido a El. Pero escucha: No me elegisteis vosotros a mi. No tienes motivos para decir que fuiste elegido por haber obrado el bien; porque ¿qué obra buena puede haber sin la fe, diciendo el Apóstol: Todo lo que no procede de la je es pecado? Pues ¿qué hemos de decir oyendo estas palabras: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que éramos malos, y hemos sido elegidos para que por la gracia de quien nos ha elegido seamos buenos? Si antes preceden los méritos, no existe la gracia. Ahora bien, la gracia existe. Luego la gracia no presupone, sino que es origen de los méritos.

 

3. Observad, carísimos, que no elige a los buenos, sino que hace buenos a quienes ha elegido. Yo, dice, os he elegido y os he puesto para que vayáis y traigáis fruto y vuestro fruto sea permanente. ¿No es éste el fruto del cual había dicho: Sin mí nada podéis hacer? Nos ha elegido, pues, para que vayamos y traigamos fruto; y, por lo tanto, ningún fruto teníamos, para ser por El elegidos. Para que vayáis, dice, y traigáis fruto. Vamos para traer, y El es el camino por donde vamos y en el cual nos colocó para que vayamos. En todas las cosas nos previene con su misericordia. Y vuestro fruto permanezca, para que el Padre os conceda cuanto pidiereis en mi nombre. Permanezca la caridad, que éste es el fruto nuestro. Este amor está ahora en el deseo, pero no está en su plenitud. Pero, por este deseo, cuanto pidiéremos en nombre del Hijo unigénito nos lo concederá el Padre. Y no pensemos que pedimos en nombre del Salvador, aquello cuya recepción no conviene a nuestra salvación. Sólo se pide en nombre del Salvador lo que conduce a la salvación.

 

 

TRATADO 87

 

DESDE AQUELLAS PALABRAS DE JESÚS: "ESTAS COSAS OS MANDO: QUE OS AMÉIS MUTUAMENTE", HASTA ÉSTAS: "YO OS HE ELEGIDO DEL MUNDO; POR ESO EL MUNDO OS ODIA"

 

1. En la lectura del Evangelio que precede a ésta, había dicho el Señor: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he puesto para que vayáis y hagáis fruto, y vuestro fruto permanezca, a fin de que el Padre os conceda cuanto le pidiereis en mi nombre. Recordáis que acerca de estas palabras ya hemos disertado según las luces recibidas de Dios. Dice ahora en la lectura siguiente, y que acabáis de oír: Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros. De lo cual debemos colegir que éste es el fruto nuestro, del cual dice: Yo os he elegido para que vayáis y hagáis fruto, y vuestro fruto permanezca; y también lo siguiente: A fin de que el Padre os conceda cuanto le pidiereis en mi nombre; lo cual ciertamente nos lo ha de dar si nos amamos mutuamente. Porque El mismo nos ha dado este amor mutuo, al elegirnos sin tener fruto alguno, por no ser nosotros los que le elegimos a El; y nos ha colocado en condiciones de ir y hacer fruto, es decir, de amarnos mutuamente, lo cual no podemos hacer sin El, así como el sarmiento no puede producir fruto separado de la vid. La caridad, pues, es nuestro fruto, que, según el Apóstol, sale del corazón puro, de la recta conciencia y de una je sin fingimientos. Con este amor nos amamos unos a otros y amamos a Dios, porque nuestro amor mutuo no sería verdadero sin el amor de Dios. Se ama al prójimo como a sí mismo si se ama a Dios, porque el que no ama a Dios, tampoco se ama a sí mismo. De estos dos preceptos de la caridad están pendientes toda la Ley y los Profetas: éste es nuestro fruto. Acerca de este fruto nos dice: Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros. Consiguientemente, queriendo el Apóstol recomendar los frutos del espíritu en contra de las obras de la carne, pone como base la caridad: Los frutos del espíritu son la caridad, y luego, como emanados de esta fuente y en íntima conexión con ella, enumera los otros, que son: el gozo, la paz, la firmeza de alma, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la castidad. Y, en verdad, ¿quién puede tener gozo si no ama el bien del cual se goza? ¿Quién puede tener verdadera paz si no la tiene con aquel a quien ama de verdad? ¿Quién puede tener firmeza de ánimo para permanecer en el bien si no es por el amor? ¿Quién es benigno si no ama al que socorre? ¿Quién se hace bueno si no es por el amor? ¿De qué provecho puede ser la fe que no obra por la caridad? ¿Qué utilidad puede haber en la mansedumbre si no es gobernada por el amor? ¿Quién huye de lo que puede mancharle si no ama lo que le hace casto? Con razón, pues, el buen Maestro recomienda la caridad, como si sólo ella mereciese ser recomendada, y sin la cual no pueden ser útiles los otros bienes ni puede estar separada de los otros bienes que hacen bueno al hombre.

 

2. En virtud de esta caridad debemos soportar con paciencia los odios del mundo, porque necesariamente ha de odiar a quienes sabe que no aman lo que él ama. Pero es de mucho valor el consuelo que el Señor nos da con su ejemplo, porque, después de haber dicho: Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros, añadió: Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me odió a mí. ¿Por qué el miembro quiere ser más que la cabeza? Renuncias a ser miembro del cuerpo si no quieres sufrir el odio del mundo juntamente con la cabeza. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que es suyo. Esto lo dice a la Iglesia universal, a la cual con frecuencia le da el nombre de mundo, como en aquel pasaje: Dios moraba en Cristo para reconciliar consigo al mundo; y en aquel otro: No ha venido el Hijo del hombre a juzgar al mundo, sino a que por El el mundo se salve. Y el apóstol San Juan dice en su epístola: Tenemos por abogado ante el Padre a Cristo, justo, el cual es propiciación por nuestros pecados, y no sólo de los nuestros, sino también de los de todo el mundo. Luego la Iglesia es todo el mundo, y todo el mundo odia a la Iglesia. El mundo odia al mundo, el enemigo al reconciliado, el condenado al salvado, el manchado al que está sin mancha.

 

3. Pero este mundo, que Dios reconcilió consigo por Cristo, por Cristo fue salvado, y por Cristo le perdonó todo pecado, fue elegido del mundo enemigo, condenado y contaminado. De la misma masa que pereció totalmente en Adán, son fabricados los vasos de misericordia, en los cuales se halla el mundo destinado a la reconciliación. Este mundo es odiado por el mundo, que de la misma masa está destinado a los vasos de ira que son fabricados para la perdición. Finalmente, habiendo dicho: Si vosotros fueseis del mundo, el mundo amaría lo que le pertenece, añadió en seguida: Pero, porque no sois del mundo, el mundo os odia. Luego ellos eran del mundo, del cual, para que no le perteneciesen, fueron elegidos, no por los méritos de sus obras buenas, que no tenían; no por su naturaleza, que por el libre albedrío había quedado viciada en la misma raíz, sino por una gracia enteramente gratuita, es decir, por una verdadera gracia. Pues quien del mundo eligió al mundo, no halló, sino que hizo lo que había de elegir, porque hizo salvos a los que separó por la elección de la gracia. Y si fue por la gracia, no lo fue por las obras, porque entonces la gracia ya no es gracia.

 

4. Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición, que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y así se ama con amor falso, y en realidad se odia; porque quien ama la maldad, tiene odio a su propia alma. Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad, que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que le es perjudicial. En sí mismo odia a la naturaleza y ama el vicio; odia lo que Dios hizo por su bondad, y ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: No améis al mundo; y se nos manda en aquellas palabras: Amad a vuestros enemigos. Estos son el mundo, que nos odia. Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él ama en sí mismo; y se nos manda amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza, a fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad.

 

 

TRATADO 88

 

DESDE ESTAS PALABRAS DE JESÚS: "ACORDAOS DE MIS PALABRAS" HASTA: "TODAS ESTAS COSAS OS HARÁN POR MI NOMBRE, PORQUE NO HAN CONOCIDO A AQUEL QUE ME ENVIÓ"

 

1. Al exhortar el Señor a sus siervos a sufrir pacientemente los odios del mundo, no les podía proponer ejemplo ni mayor ni mejor que el suyo, porque, como dice el apóstol San Pedro, Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Y si las seguimos, sin duda es con la ayuda de Aquel que dijo: Sin mí nada podéis hacer; y como antes había dicho: Si el mundo os odia, sabed que antes me odió a mí, al añadir ahora lo que habéis oído en la lectura del evangelio: Acordaos de las palabras que os he dicho: No es el siervo sobre su señor; si a mí me han perseguido, os perseguirán a vosotros también, y si guardan mis palabras, guardarán también las vuestras. Al decir que no es el siervo más que su señor, ¿no indica con claridad el sentido en que debemos tomar lo que antes había dicho: Ya no os llamaré siervos? Pues ahora los llama siervos, porque ¿qué otra cosa quiere decir con estas palabras: No está el siervo sobre su señor; si a mi me han perseguido, también os perseguirán a vosotros? Está, pues, bien de manifiesto que cuando dice: Ya no os llamaré siervos, se refiere al siervo que no permanece para siempre en la casa, al siervo que tiene el temor que arroja fuera la caridad; y que, cuando aquí dice: No está el siervo sobre su señor: si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros, alude al siervo que pertenece al amor casto, que permanece por los siglos de los siglos. Este es el siervo que oirá: Muy bien, siervo bueno, entra en el gozo de tu Señor.

 

2. Pero todas estas cosas os harán por mi nombre, porque no han conocido a Aquel que me envió. ¿Cuáles son todas estas cosas sino las que antes había dicho: os odiarán, os perseguirán y despreciarán vuestras palabras? Porque, si no guardan sus palabras, mas no los odian ni los persiguen, no harían todas las cosas. Pero, al decir que todas estas cosas os harán por mi nombre, ¿qué quiere decir sino que en vosotros me odiarán a mí, me perseguirán a mí, y que despreciarán vuestra doctrina por ser mía? Y todas estas cosas os harán a vosotros por mi nombre, no por el vuestro, sino por el mío. Quienes todo esto ejecutan por ese nombre, son tanto más miserables cuanto son más dichosos quienes por este nombre padecen, según lo dijo El mismo en otro lugar: Bienaventurados quienes padecen persecución por la justicia. Esto es lo que significa por mí o por mi nombre. Porque, como enseña el Apóstol, Dios le constituyó sabiduría, justicia, santificación y redención nuestra, a fin de que, según la Escritura, quien se gloría se gloríe en el Señor. También los malos hacen estas cosas a los malos, mas no por amor a la justicia, y así ambos son miserables, tanto quienes las hacen como quienes las padecen. Igualmente las hacen los buenos a los malos; pero, aunque los buenos las hagan por amor a la justicia, los malos no las padecen por amor a la justicia.

 

3. Quizá alguien venga a decir que, si los buenos padecen por la justicia, cuando los malos los persiguen por el nombre de Cristo, sin duda los malos les causan este mal por causa de la justicia; y, por consiguiente, cuando los buenos persiguen a los malos por la justicia, los malos padecen por la justicia. Porque, si los malos pueden perseguir a los buenos por el nombre de Cristo, ¿por qué los malos no han de padecer por el nombre de Cristo la persecución de los buenos, o sea, por la justicia? Porque, si los malos no padecen por la misma causa que los buenos los persiguen, sígnese que, obrando los buenos por la justiciar, padecen los malos por la injusticia, y que tampoco los malos podrán hacer estas cosas por el motivo que los justos las padecen, porque los malos las hacen por la injusticia y los buenos las padecen por la justicia. ¿Cómo, pues, puede ser verdad que todas estas cosas os harán por mi nombre, cuando ellos las hacen no por el nombre de Cristo, o sea por la justicia, sino por su maldad? Esta cuestión fácilmente se soluciona, entendiendo que estas palabras: Todas estas cosas os harán por mi nombre, se refieren todas a los justos; como si dijera: Todas estas cosas padeceréis de ellos por mi nombre; de modo que os harán sea lo mismo que padeceréis de ellos. Pero, si por mi nombre se toma como si dijera: Por causa de mi nombre, que en vosotros odiaron (lo mismo puede decirse: Por causa de la justicia, que en vosotros odiaron), en este caso puede decirse con verdad que los buenos, cuando por este motivo persiguen a los malos, lo hacen por la justicia, por cuyo amor los persiguen, y por causa de la iniquidad que en los malos odian; y de la misma manera puede decirse que los malos padecen por la maldad que en ellos es castigada, y por la justicia, que se ejerce en castigo suyo.

 

4. Si los malos persiguen a los malos, a la manera que reyes y jueces, en persecución de los buenos, castigaban a los homicidas y adúlteros y a otros malhechores convictos de haber obrado en contra de las leyes públicas, puede preguntarse cómo hay que entender estas palabras del Señor: Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que es suyo. Porque el mundo no ama a quienes castiga. Y vemos que con frecuencia castiga los crímenes antes mencionados. A no ser que digamos que el mundo se halla en quienes castigan tales delitos y en quienes aman esos delitos. Y de esta manera el mundo, que se dice hallarse en los malos y perversos, odia lo que es suyo por parte de quienes penan a los criminales, y ama lo que es suyo por parte de quienes protegen a sus compañeros en el crimen. Así, pues, estas palabras: Os harán todas estas cosas por mi nombre, o bien se entienden de este modo: por la causa que vosotros padecéis, o bien de éste: por la causa que ellos las hacen, odiando en vosotros lo que ellos persiguen. Y añadió: Porque no conocen a Aquel que me envió; lo cual debe entenderse según aquella sentencia: El conocerte a ti mismo es ciencia consumada. Quien con esta ciencia conoce al Padre, que envió a Cristo, no persigue a los elegidos de Cristo, porque también a él con ellos le ha elegido Cristo.

 

 

TRATADO 89

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "SI YO NO HUBIESE VENIDO Y NO LES HUBIESE HABLADO", HASTA ÉSTAS: "QUIEN ME ODIA A MÍ, ODIA A MI PADRE"

 

1. Un poco antes había dicho el Señor a sus discípulos: Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si guardaron mi doctrina, también guardarán la vuestra; pero os harán todas estas cosas por causa de mi nombre, porque no han conocido a Aquel que me envió. Si ahora queremos saber de quiénes dice esto, hemos de advertir que dijo estas palabras después de decir: Si el mundo os odia, sabed que antes me odió a mí. Y en estas que dice ahora: Si yo no hubiese venido y no les hubiese hablado, no tendrían pecado, alude más expresamente a los judíos, a los cuales se referían también aquéllas, según lo indica la conexión de las palabras. De ellos dice: Si yo no hubiese venido y no les hubiese hablado, no tendrían pecado; como también a ellos se refería cuando dijo: Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si guardaron mis palabras, también guardarán las vuestras; pero os harán todas estas cosas por causa de mi nombre, porque no han conocido a Aquel que me envió; y a estas palabras añade estas otras: Si yo no hubiese venido y no les hubiese hablado, no tendrían pecado. Luego con toda evidencia dice el Evangelio que los judíos persiguieron a Cristo, ya que Cristo habló a los judíos y no a otras gentes; por ellos, pues, representó al mundo, que odia a Cristo y a sus discípulos, y demostró que no sólo ellos, más también éstos pertenecen al mundo. ¿Qué significa, pues: Si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían pecado? ¿Por ventura estaban sin pecado los judíos antes de venir Cristo en carne? ¿Quién, por necio que sea, dirá cosa semejante? Pero, bajo este nombre de pecado en general, no se refiere a todo pecado, sino a un pecado grande. Este pecado encierra a todos los demás, y a quien no tiene este pecado se le perdonan todos los otros. Este pecado es que no creyeron en Cristo, que vino para que se crea en El. Y no tendrían este pecado si El no hubiese venido; porque su venida, cuanto ha sido provechosa para los creyentes, tanto ha sido desastrosa para los no creyentes; como si de El mismo, que es cabeza y jefe de los apóstoles, se dijera lo que los apóstoles dijeron de sí mismos: que para unos eran olor vivificante, que les da la vida; mas para otros olor mortífero, que les causa la muerte.

 

2. Pero las palabras que dice a continuación: Mas ahora no tiene excusa su pecado, pueden inducir a preguntar si aquellos a quienes no vino ni habló Cristo tienen excusa para su pecado. Si no la tienen, ¿por qué aquí se dice que los judíos no la tienen, porque a ellos vino y les habló? Y si la tienen, ¿la tendrán para no ser por ello penados o para serlo más suavemente? Con el favor de Dios y según mis alcances, respondo a estas requisiciones que tienen excusa, no de todos sus pecados, sino de éste, o sea, de no haber creído en Cristo, por no haber venido a ellos y no haberles hablado. Mas no son de ese número aquellos a quienes vino en sus discípulos y les ha hablado por su medio, como lo hace también ahora, viniendo a las gentes y hablándoles por medio de la Iglesia. Pues a esto se refieren sus palabras: Quien os recibe, a mí me recibe; y quien os desprecia, me desprecia a mi. ¿Queréis acaso, dice el Apóstol, experimentar el poder de Cristo, que habla por mi boca?

 

3. Queda por saber si tienen excusa quienes murieron o han de morir antes que Cristo por la Iglesia viniese a ellos y oyesen su Evangelio. Pueden, sí, tener excusa, mas no pueden escapar de la condenación; porque quienes pecaron fuera de la Ley, fuera de ella perecerán, y quienes dentro de la Ley pecaron, por la Ley serán juzgados. Estas palabras del Apóstol parecen demostrar que no sólo de nada les ha de servir esta excusa, sino que les ha de ser más funesta, según el verbo perecerán, que tiene un sonido más terrible que el verbo serán juzgados. Y así, quienes pongan la disculpa de no haber oído, perecerán fuera de la Ley.

 

4. No sin motivo puede preguntarse si quienes despreciaron u ofrecieron resistencia a lo que oían, y no sólo contradecían, sino que perseguían con su odio a quienes les hablaban, habrán de contarse en el número de los que serán juzgados por la Ley. Pero, si una cosa es perecer fuera de la Ley, y otra ser juzgado por la Ley, y aquélla es más grave que ésta, es evidente que éstos no han de ser colocados en la pena más leve, porque no solamente pecaron fuera de la Ley, sino que en modo alguno quisieron recibir la Ley de Cristo e hicieron cuanto estuvo de su parte para destruirla. Pecan en la Ley quienes están dentro de ella, es decir, quienes la reciben y la tienen por santa y por un mandato justo, santo y bueno, mas por flaqueza no cumplen lo que no pueden dudar que manda con toda justicia. Estos son quienes en cierto modo pueden no estar comprendidos en la perdición de aquellos que están fuera de la Ley, si es que las palabras del Apóstol: Serán juzgados por la Ley, pueden tomarse en el sentido de que no perecerán, lo cual me parece extraño que así sea. Porque entonces no trataba de los fieles e infieles, sino de los gentiles y de los judíos; y si unos y otros no son salvos en el Salvador, que vino a buscar lo que estaba perdido, ambos caerán en la perdición. Aunque puede decirse que la perdición de unos será más grave que la de los otros, o sea, que, dentro de la condenación común a ambos, unos padecerán penas más graves que los otros. Se dice que está perdido para Dios quien por el suplicio es separado de la beatitud que Dios concede a sus santos. Y hay tanta diferencia en las penas, cuanta es la diferencia en los pecados. Mas esta diferencia mejor la juzga la sabiduría divina que la indaga y expone la humana conjetura. Ciertamente que aquellos a quienes vino y habló Cristo no tienen la disculpa del gran pecado de los gentiles, por no poder decir que no vieron y no oyeron; mas, si la dieran, no sería aceptada por Aquel cuyos juicios son inescrutables, o sería aceptada para sufrir una condena más suave, aunque no pudieran verse libres de toda condena.

 

5. Quien me odia a mí, odia a mi Padre. Quizá se nos objete: ¿Quién puede odiar a quien no conoce? Y es el caso que antes de decir: Si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían pecado, había dicho a sus discípulos: Os harán estas cosas porque no conocen a Aquel que me envió. ¿Cómo le odian, si no le conocen? Porque, si de El se imaginan no sé qué ficciones que nada tienen que ver con lo que El es, no le odian a El mismo, sino aquello que se imaginan o erróneamente sospechan. No obstante, si el hombre no pudiera odiar lo que desconoce, no hubiera hecho la Verdad esa doble afirmación: que desconocen a su Padre y que le odian. Y si es posible que con la ayuda de Dios pueda demostraros cómo puede ser esto, ahora no es posible, porque hay que terminar esta plática.

 

 

TRATADO 90

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "QUIEN ME ODIA A MÍ, ODIA A MI PADRE"

 

1. Habéis oído decir al Señor: Quien me odia a mí, odia a mi Padre. Y antes había dicho: Estas cosas os harán porque no han conocido a Aquel que me envió. Estas palabras dan origen a una cuestión que no debemos esquivar: cómo pueden odiar a quien no conocen. Si creen o se han imaginado a Dios bajo no sé qué formas que no son lo que El es y han odiado esas ficciones, ciertamente no han odiado a Dios, sino lo que ellos en sus vanas sospechas y en su incredulidad han concebido; mas, si conciben a Dios como es, ¿por qué dicen que no le conocen? También entre los hombres se da el caso de amar a quienes jamás hemos visto, y tampoco es imposible que odiemos a quienes nunca hemos visto. La fama de que uno habla bien o mal, hace que amemos u odiemos a ese desconocido. Y si esa fama es verdadera, ¿cómo vamos a decir que nos es desconocido aquel de quien hemos oído esas verdades? ¿Quizá por no haber visto su rostro? Tampoco él se lo ha visto y de nadie es mejor conocido que de él mismo. Luego no sólo por el rostro llegamos al conocimiento de una persona, sino que la conocemos cuando no nos son desconocidas su vida y costumbres. De otro modo, nadie puede conocerse a sí mismo, porque nadie ve su propio rostro. Sin embargo, él se conoce mejor que cualquier otro y con tanta mayor evidencia cuanto con mayor claridad puede ver lo que interiormente gusta, desea y vive; y cuando estas cosas nos son reveladas, entonces se nos hace conocido. De aquí que amemos u odiemos a aquellos cuya fama o escritos han llegado hasta nosotros, aunque ellos estén ausentes o hayan muerto ya, a pesar de no haber visto su figura corporal, pero que no nos son enteramente desconocidos.

 

2. Pero, acerca de ellos, nuestra credulidad con frecuencia se ve fallida, porque muchas veces la historia, y muchas más la fama, mienten. Deber nuestro es, si no queremos vernos engañados por una falsa opinión, indagar cuidadosamente los hechos, para tener un conocimiento cierto, ya que nos es imposible penetrar en la conciencia de los hombres. Es decir, que, si no podemos saber si esa persona es casta o impúdica, amemos, no obstante, la castidad y odiemos la lujuria; y si desconocemos si es justa o injusta, amemos la justicia y detestemos la injusticia; pero no del modo que nosotros erróneamente las imaginamos, sino como las vemos en la verdad de Dios dignas de amor o de odio, a fin de que, evitando lo que debemos evitar y deseando lo que debemos anhelar, merezcamos el perdón de las frecuentes, o más bien, cotidianas opiniones falsas que formamos acerca de las cosas ocultas de los hombres. Creo que éstas son las cosas que caen bajo la tentación humana, sin la cual no es posible pasar por esta vida, y de la que dice el Apóstol: Que no os envuelva otra tentación sino la humana. Y ¿qué cosa más humana que no poder ver el corazón humano, no poder sondear sus escondrijos, y con frecuencia pensar otra cosa distinta de la que allí bulle? Mas porque en estas tinieblas de las cosas humanas, o sea de los pensamientos ajenos, no podemos comprender ni siquiera las apariencias, por ser hombres, debemos suspender nuestros juicios, es decir, no dar sentencias firmes y perentorias, hasta que venga el Señor a iluminar lo oculto en las tinieblas y a manifestar los pensamientos del corazón, y entonces cada cual recibirá de Dios la merecida alabanza. Cuando no hay error en las cosas, se hace con rectitud la reprobación de los vicios y la aprobación de las virtudes; mas, cuando se yerra en los hombres, es una tentación humana disculpable.

 

3. A causa de estas tinieblas del corazón humano se da el caso, tan admirable como lamentable, de evitar, repudiar y alejar de nuestra compañía, no queriendo tener vida y mesa común con aquel a quien tenemos por un malvado, y que, sin embargo, es justo, y, sin saberlo, amamos en él la justicia. Y aun cuando la necesidad de la disciplina lo exija, ya para evitar que sea nocivo a otros, ya para que él se corrija, lo tratamos con una saludable aspereza y castigamos a esa persona buena como si fuera mala, y a la cual amamos sin conocerla. Esto sucede si, por ejemplo, tomamos por un impúdico a quien es casto. Si yo amo al casto, amo sin duda lo que él es, y por ello le amo a él mismo sin saberlo yo. Y si tengo aversión al impúdico, no se la tengo a él, porque no lo es; pero, sin saberlo, hago una injuria a mi amado, con el cual convive mi espíritu en el amor de la castidad, equivocándome no en el discernimiento de las virtudes y de los vicios, sino en las tinieblas del corazón humano. Pues, así como puede suceder que una persona buena odie, sin saberlo, a otra buena, o por mejor decir, la ame sin conocerla (pues la ama cuando ama lo bueno, porque esa persona es eso que él ama), y cuando la odia, no la odia a ella misma, sino a la que juzga que es tal, de la misma manera puede suceder que un injusto odie a un justo y que, cuando cree amar a un injusto como él, sin saberlo, ame al justo, aun cuando, por juzgarle injusto, no le ame a él, sino lo que él se imaginó ser. Y esto que he dicho del hombre es también aplicable a Dios. Porque, si preguntamos a los judíos si ellos aman a Dios, ¿qué habían de responder sino que le amaban, sin que por ello mintiesen, mas equivocados en su opinión? Pues ¿cómo habían de amar al Padre de la Verdad, si odiaban a la Verdad? No quieren ellos condenar sus obras, pero la Verdad tiene motivos para condenarlas. Y así, tanto odio tienen a la Verdad cuanto tienen a las penas con que la Verdad les amenaza. No saben que aquélla es la Verdad, que condena a quienes son como ellos son; odian a esa Verdad que desconocen, y, al odiarla a ella, no pueden dejar de odiar a Aquel de quien ella ha nacido. Y porque desconocen que esa Verdad, que con su juicio los condena, ha nacido del Padre, odian también al Padre sin conocerle. ¡Oh miserables hombres, que, queriendo ser malos, no quieren que exista la Verdad, que condena a los malos! No quieren que ella sea lo que es, cuando más bien ellos debían querer no ser lo que son, para que, permaneciendo en ella, sean cambiados, a fin de no verse por ella condenados.

 

 

TRATADO 91

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "SI NO HUBIESE HECHO EN ELLOS OBRAS QUE NINGUNO OTRO HA HECHO, NO

TUVIERAN PECADO", ETC.

 

1. Había dicho el Señor: Quien me odia a mí, odia a mi Padre. Porque quien odia a la Verdad, necesariamente ha de odiar a Aquel de quien ha nacido la Verdad; y sobre esto hemos disertado ya según mis posibilidades. Luego añadió estas palabras, que ahora vamos a tratar: Si en ellos no hubiese hecho obras que ninguno otra ha hecho, no tuvieran pecado. Es el mismo gran pecado que antes había mencionado, cuando dijo: Si yo no hubiese venido y no les hubiese hablado, no tendrían pecado. Es el pecado de no haber creído en El, que hablaba y obraba; aunque no estaban exentos de todo pecado antes que El hablase y obrase en medio de ellos; pero hace mención del pecado de incredulidad, porque éste contiene a todos los demás. Si estuvieran exentos de este pecado, creyendo en El, todos los otros les serían perdonados.

 

2. Mas ¿por qué, después de decir: Si en medio de ellos no hubiese hecho obras, añadió que ninguno otro ha hecho? Entre las obras de Cristo parece que no las hay mayores que la resurrección de los muertos, y sabemos que esto lo hicieron también algunos profetas, como Elías y Elíseo, aquél en vida y éste después de muerto y encerrado en el sepulcro. Pues refugiándose quienes llevaban a un difunto, ante un inesperado ataque del enemigo, en la sepultura del profeta, resucitó al ser puesto sobre ella. Pero Cristo hizo cosas que nadie ha hecho, como son: dar de comer a cinco mil hombres con cinco panes y a cuatro mil con siete; andar sobre las aguas y hacer andar a Pedro sobre ellas; convertir el agua en vino; dar vista a un ciego de nacimiento, y otros muchos que sería largo enumerar. Quizá se nos diga que otros hicieron cosas que El no hizo ni otro alguno. Sólo Moisés hirió a los egipcios con tantas y tan crueles plagas; pasó al pueblo dividiendo las aguas del mar; hizo bajar maná del cielo para los hambrientos; hizo salir de una peña agua para los sedientos. Jesús Nave dividió las aguas del Jordán para pasar el pueblo, y con la oración a Dios detuvo el curso del sol y lo paró. Sansón apagó su sed con el agua salida de la quijada de un asno. Elías fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. Elíseo, del cual he hablado antes, estando ya sepultado su cadáver, devolvió la vida al cadáver de otro. Daniel vivió tranquilo encerrado con leones hambrientos. Los tres jóvenes Ananías, Azarías y Misael caminaron ilesos por medio de las llamas, que ardían y no quemaban.

 

3. Pareciéndome que son suficientes, paso por alto otros muchos milagros hechos por algunos santos, y que nadie más ha hecho. Pero de ninguno de los antiguos se lee que haya curado tantas deformidades, tantas enfermedades y tantas torturas humanas con un poder nunca igualado. Omitiendo los innumerables que curó con su palabra a medida que se presentaban, el evangelista San Marcos dice en cierto lugar: Por la tarde, puesto ya el sol, le traían a todos los enfermos y endemoniados, y toda la ciudad se reunía a la puerta, y curó a muchos de diversas enfermedades y echaba de ellos a muchos demonios. Relatando estos hechos, San Mateo anotó este testimonio profético: Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: El cargó con nuestras enfermedades y llevó sobre sí nuestras flaquezas. Y en otro lugar dice San Marcos: Y en todas las aldeas, villas y ciudades donde entraba, ponían en las plazas a los enfermos y pedían tocar siquiera la orla de su vestido, y todos los que le tocaban se veían curados. Estas cosas nadie las hizo en ellos. Este en ellos no significa entre ellos o delante de ellos, sino en ellos, porque curó a todos ellos. Y por estas cosas quiso dar a entender que no sólo eran cosas estupendas, sino que eran curaciones manifiestas, a las cuales debían corresponder con amor y no con odio. Pero más que todos los milagros es haber nacido de una virgen, y solamente El pudo conservar la integridad de la madre tanto al ser concebido como al nacer; mas eso no fue hecho ni en ellos ni a su vista. Porque los apóstoles llegaron al conocimiento de la verdad de este milagro no por las comunes apariencias, sino por un discreto aprendizaje. A todos estos milagros aventaja el que tres días después del sacrificio de su cuerpo salió vivo del sepulcro y con su carne se fue al cielo para nunca más morir. Y tampoco este milagro fue hecho en los judíos ni en presencia de ellos, ni lo había hecho aún cuando decía: Si no hubiese hecho en ellos cosas que ningún otro ha hecho.

 

4. Estos son, pues, aquellos milagros que manifestó en sus tan numerosas curaciones como nadie había hecho antes en ellos, y que fueron obrados a su vista; y esto es lo que les echa en cara diciendo: Mas ellos ahora los han visto, y me han odiado a mí y a mi Padre; pero ha de cumplirse lo que en su Ley está escrito: Que gratuitamente me han odiado. Llama a la Ley su Ley, no porque ellos la hayan forjado, sino porque a ellos fue dada; así como decimos: El pan nuestro de cada día, que, no obstante, pedimos a Dios, diciendo: Dánosle hoy. Gratuitamente odia quien de su odio no espera ventaja alguna ni evitar perjuicio alguno. Así odian a Dios los impíos y así aman a Dios los justos, es decir, gratuitamente, sin esperar fuera de El otros bienes, porque El será todo en todos. Pero quien considere con mayor atención estas palabras de Cristo: Si no hubiese hecho en ellos obras que ningún otro ha hecho (y aunque estas obras las ha hecho el Padre y el Espíritu Santo, otro ninguno las ha hecho, porque es única la sustancia de toda la Trinidad), se dará cuenta de que el mismo Cristo hizo lo que en alguna ocasión pudiera haber hecho cualquier hombre de Dios. El todo lo puede por sí mismo, pero nadie puede nada sin El. Cristo con el Padre y el Espíritu Santo no son tres dioses, sino un solo Dios, del cual está escrito: Bendito el Señor, Dios de Israel, que sólo El hace tales maravillas. Nadie, pues, ha hecho las obras que El ha hecho en ellos, porque cualquiera que haya hecho alguna obra de éstas, la ha hecho con el concurso de El. Pero El las ha hecho. El mismo, sin el concurso de ellos.

 

 

TRATADO 92

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "CUANDO VENGA EL PARÁCLITO, QUE YO OS ENVIARÉ DE PARTE DEL PADRE, Y QUE ES ESPÍRITU DE VERDAD", ETC.

 

1. Nuestro Señor Jesucristo, en el sermón que dirigió a sus discípulos después de la Cena y próximo a la pasión, como separándose y dejándolos sin su presencia corporal, pero permaneciendo espiritualmente con los suyos hasta la consumación del tiempo, los exhortó a padecer las persecuciones de los impíos, a quienes nombró bajo el nombre de mundo, del cual El dice que ha elegido a sus mismos discípulos, para que sepan que por la gracia de Dios son lo que son y que por sus vicios han sido lo que fueron. A continuación nombra claramente a los judíos como perseguidores suyos y de los suyos, para indicar que también ellos están incluidos bajo la denominación del mundo reprobable que persigue a los santos. Y habiendo dicho que ellos no conocían a Aquel que le ha enviado y que, no obstante, odiaban al Hijo y al Padre, es decir, al que ha sido enviado y a Aquel que le envió, de todo lo cual ya hemos disertado en pláticas anteriores, viene a decir estas palabras: Para que se cumpla lo escrito en su Ley: que gratuitamente me han odiado. Y, como consecuencia, añado las palabras que me han servido de tema: "Cuando venga el Paráclito, Espíritu de verdad, que yo os enviaré de parte del Padre, y el cual procede del Padre, El dará testimonio de mí, y también vosotros lo daréis, porque habéis estado conmigo desde el principio". ¿Qué tienen que ver estas palabras con aquéllas: "Pero ahora me han visto y me han odiado a mí y a mi Padre; mas para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: que gratuitamente me han odiado"? ¿Es que, cuando vino el Paráclito, que es Espíritu de verdad, convenció a quienes habían visto y habían odiado con un testimonio más manifiesto? Para mejor comprenderlo, recordemos el suceso. En el día de Pentecostés vino el Espíritu Santo sobre ciento veinte hombres reunidos, entre los cuales estaban todos los apóstoles, quienes, estando llenos de El, comenzaron a hablar en todos los idiomas, y muchos de aquellos que odiaban, estupefactos ante tal maravilla (porque llegaron a ver por el grande y divino testimonio que daba Pedro de Cristo, probando que Aquel que, crucificado por ellos, era contado entre los muertos, había resucitado y vivía), compungidos de corazón se convirtieron, y obtuvieron el perdón de aquella divina sangre tan impía y cruelmente derramada, redimidos por la misma sangre que ellos habían derramado. Pues la sangre de Cristo de tal manera fue derramada para la remisión de todos los pecados, que tenía poder para borrar hasta el mismo pecado cometido derramándola. Viendo esto el Señor, decía: Gratuitamente me odiaron; pero, cuando venga el Paráclito, que es Espíritu de verdad, El dará testimonio de mí. Como si dijera: Viéndome, me odiaron y mataron; pero tal testimonio dará de mí el Paráclito, que los hará creer en mí sin verme.

 

2. Y sigue diciendo: También vosotros daréis testimonio de mí, porque desde el principio estáis conmigo. Dará testimonio el Espíritu Santo y lo daréis vosotros también. Porque habéis estado conmigo desde el principio, podéis predicar lo que sabéis, lo cual no podéis hacerlo ahora, porque aún no tenéis la plenitud de aquel Espíritu. El, pues, dará testimonio de mí, y vosotros también lo daréis, porque os dará fortaleza para dar ese testimonio la caridad de Dios derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo, que será dado a vosotros. Esta caridad faltó a Pedro cuando, atemorizado por la interpelación de aquella mujer sirvienta, no fue capaz de dar verdadero testimonio; antes fue arrastrado, por el gran temor que sentía, a negarle tres veces en contra de lo que había prometido. Este temor no se aviene con la caridad, mas la caridad echa fuera todo temor. En fin, antes de la pasión del Señor, su amor servil fue interpelado por una mujer de servicio; después de la resurrección del Señor, su amor magnánimo fue interpelado por el Príncipe de la libertad; por esto allí se turba, aquí se tranquiliza; allí negaba al que amaba, aquí ama al que había negado. No obstante, su amor aún era débil y angosto entonces, hasta que lo fortaleciese y dilátase el Espíritu Santo, el cual, después de habérsele comunicado abundantemente por una gracia más colmada, de tal manera encendió su antes frío pecho para dar testimonio de Cristo y de tal manera abrió aquella boca, antes cerrada por el temor para decir la verdad, que, hablando todos los que habían recibido el Espíritu Santo los idiomas de todas las gentes, sólo él se destacó en medio de la turba de los judíos con más diligencia que los otros a dar testimonio de Cristo y a confundir a sus verdugos con la verdad de su resurrección. Si alguno siente deleite en la contemplación de tal espectáculo, tan lleno de suave santidad, lea los Hechos de los Apóstoles y admire allí a Pedro predicando, al que antes había compadecido en su negación; vea allí a aquella lengua, pasada del temor a la intrepidez, de la esclavitud a la libertad, convertir tantas lenguas enemigas a la confesión de Cristo, ella, que, no habiendo sido capaz de hacer frente a una, pronunció la negación. ¿Para qué más? Tan vivo era el fulgor de la gracia, tan manifiesta era la plenitud del Espíritu Santo, tan grande era el peso de las preciosísimas verdades que de su boca procedían, que dejó dispuestos a morir por Cristo a sus enemigos y verdugos los judíos de aquella multitud ingente, de los cuales había temido ser llevado a morir con El. Esto hizo el Espíritu Santo, entonces enviado y antes prometido. Estos portentosos y extraordinarios beneficios tenía el Señor ante sus ojos cuando decía: "Los vieron y me odiaron a mí y a mi Padre, para dar cumplimiento a lo que está escrito en su Ley: que gratuitamente me han odiado. Pero, cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí, y también vosotros daréis testimonio de mí". Este Espíritu, dando el testimonio de Cristo y dando extraordinaria fortaleza a los testigos, quitó todo temor a los amigos de Cristo y convirtió en amor el odio de los enemigos.

 

 

TRATADO 93

 

SOBRE ESTO QUE DICE EL SEÑOR: "OS HE DICHO ESTAS COSAS PARA QUE NO OS ESCANDALICÉIS", HASTA: "Y OS HE DICHO ESTAS COSAS PARA QUE, CUANDO VENGA SU HORA, OS ACORDÉIS DE QUE YO OS LAS HE DICHO"

 

1. Alentando el Señor a sus discípulos a sufrir con fortaleza el odio de los enemigos con las palabras que preceden a este capítulo del Evangelio, quiso también prepararlos con su ejemplo para que, imitándole a El, fuesen más valientes, añadiéndoles la promesa de que sobre ellos vendría el Espíritu Santo para dar testimonio de El, diciéndoles que también ellos serían sus testigos por la operación y virtud del Espíritu Santo. Pues les dice así: El dará testimonio de mí, y también vosotros lo daréis. Porque El lo dará, lo daréis también vosotros. El lo dará en vuestros corazones, y vosotros con vuestras voces; El con su inspiración, y vosotros con el ruido de vuestra voz, para que se cumpla aquella sentencia: Por toda la tierra se extendió el sonido de ellos. De poco valdría animarlos con su ejemplo si no los llenase de su Espíritu. Así sucedió al apóstol Pedro, que después de haberle oído decir que no es mayor el siervo que el señor; si a mi me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y viendo que ya esto comenzaba a cumplirse en su Señor, cuya paciencia debió imitar si bastase el ejemplo, sucumbió y le negó por no poder soportar lo que El sufría. Pero, cuando recibió el don del Espíritu Santo, predicó al que había negado, y no temió manifestar públicamente a Aquel cuya confesión tanto miedo le había causado. En verdad que antes había sido aleccionado con el ejemplo, para que supiese lo que era conveniente hacer; pero aún no había recibido la fortaleza para ejecutarlo: había sido instruido para mantenerse firme, pero no había sido confirmado para evitar la caída. Mas, cuando lo fue por el Espíritu Santo, predicó hasta la muerte a quien había negado por temor a la muerte. Por este motivo, en el capítulo siguiente dice el Señor: Estas cosas os he dicho para que no os escandalicéis, que es de lo que ahora vamos a tratar. Se canta en el Salmo: Paz abundante para los que aman tu ley y no se escandalizan de ella. Con razón, pues, luego que les prometió al Espíritu Santo, por cuya interna operación se convertirían en testigos, añade: Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis. Porque, cuando la caridad de Dios es infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado, nace abundante paz en los que aman la ley de Dios, para que no les sirva de escándalo.

 

2. Haciéndoles ya el recuento de lo que habían de padecer, les dice: Os echarán juera de las sinagogas. ¿Qué mal había de ser para los apóstoles ser arrojados fuera de las sinagogas judías, si de ellas se habían de alejar aunque nadie los despidiese? Pero quiso dar a entender que los judíos no habían de recibir a Cristo, del cual ellos no se separarían jamás; y, por ende, había de suceder que con El fuesen arrojados fuera aquellos que no podían estar sin El, por aquellos que no querían estar en El. Y ciertamente, porque no había más pueblo de Dios que aquel descendiente de Abrahán, si hubiese reconocido y recibido a Cristo, permanecería en el olivo como rama natural, y no sería distinta la Iglesia de Cristo de la Sinagoga de los judíos, que serían idénticas si hubiesen querido permanecer en El. Pero, por no haberlo querido, ¿qué restaba sino que aquellos que se quedaban fuera de Cristo echasen fuera de las sinagogas a los que no abandonaban a Cristo? Convertidos en testigos por la recepción del Espíritu Santo, ciertamente no serían como aquellos de quienes se dice: Muchos de los principales de los judíos creyeron en Jesús, pero no se atrevían a confesarlo por miedo de ser arrojados por ellos fuera de las sinagogas, porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios. Creyeron en Cristo, mas no del modo que El quería que creyesen, cuando decía: ¿Cómo podéis creer, si no esperáis más que los mutuos honores y no buscáis la gloria que sólo viene de Dios? Pero a los discípulos, que creyeron en El de tal modo que, llenos del Espíritu Santo, es decir, llenos del don de la gracia de Dios, no son ya del número de los que, ignorando la, justicia de Dios y queriendo poner la suya como norma, no están sujetos a la justicia de Dios, ni del número de aquellos que amaron más los honores de los hombres que la gloria de Dios, a estos discípulos les cuadra aquella profecía que en ellos ha tenido su cumplimiento: Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro y se gozarán en tu justicia, porque tú eres la gloria de su fortaleza. Con razón, pues, a ellos les dice: Os arrojarán fuera de las sinagogas aquellos que tienen el celo de Dios, pero no lo tienen según la ciencia; porque, ignorando la justicia de Dios y queriendo poner la suya como norma, despiden a quienes ponen su gloria no en su justicia, sino en la justicia de Dios, ni se avergüenzan de ser expulsados por los hombres, porque el mismo Dios es la gloria de su fortaleza.

 

3. Y después de haberles dicho estas cosas, añadió: Pero es llegada la hora de que todo aquel que os dé la muerte crea que hace un servicio a Dios, y os harán estas cosas porque no me han conocido a mí ni a mi Padre. Es decir, no han conocido a Dios ni a su Hijo, a quien creen prestar un obsequio con vuestra muerte. En estas palabras quiso como dejar un consuelo a los suyos que fueran echados de las sinagogas judías. Pues al anunciarles los males que habían de padecer por dar testimonio de El, dice: Os echarán fuera de las sinagogas. Y no dice: Y llega la hora de que el que os matare crea prestar un servicio a Dios. ¿Qué es, pues, lo que dice? Pero llegó la hora, como si lo dijese en el sentido de anunciarles algún bien después de estos males. ¿Cuál es entonces el significado de os arrojarán de las sinagogas, pero llega la hora? Es como si hubiese dicho: Ellos os separarán, pero yo os reuniré; o bien: Ellos os separarán, pero llega la hora de vuestra alegría. ¿Qué hace allí la frase pero llegó la hora, como si les prometiese un consuelo después de la tribulación, debiendo decir en indicativo: Y llega la hora? Pero, cuando les anuncia, no consuelos después de la tribulación, sino tribulación sobre tribulación, no dice: Y llegó. O ¿acaso la separación de las sinagogas les había de ser tan molesta, que prefiriesen la muerte a vivir separados de las sinagogas de los judíos? No se puede suponer tal molestia en quienes buscaban la gloria de Dios y no la de los hombres. ¿Qué es, pues, lo que quiere decir: Os arrojarán de las sinagogas, pero llegó la hora, cuando parece que debería haber dicho: Y llega la hora de que el que os dé la muerte crea que hace a Dios un servicio? Hubiera dicho, al menos, que llegó la hora de que os maten, como si la muerte les sirviese de consuelo por aquella separación; dice no obstante: Pero llegó la hora de que quien os dé la muerte crea que hace a Dios un obsequio. Me parece que no quiso dar a entender otra cosa sino que ellos entendieran y se gozaran de que, al ser arrojados de las reuniones de los judíos, habían de adquirir a tantos para Cristo, que no considerasen suficiente la expulsión, sino que no les dejarían vivir para que no pudieran convertir a todos a Cristo con su predicación, retirándolos de la observancia del judaísmo, que ellos tenían por verdad divina. Lo cual debemos entenderlo de los judíos, de los cuales había dicho: Os arrojarán de las sinagogas. Porque también los gentiles dieron muerte a los testigos, es decir, a los mártires de Cristo, pero no creyeron que matándolos prestaban un obsequio a Dios, sino a sus dioses; cualquiera de los judíos, en cambio, que diera muerte a los predicadores de Cristo, creyó que prestaba un obsequio a Dios, pensando que abandonaban al Dios de Israel todos aquellos que se convertían a Cristo. Pues éste fue el motivo que los movió a dar la muerte a Cristo, según lo declaran aquellas palabras: Veis que todo el mundo se va tras El; si le dejamos ir con vida, vendrán los romanos y nos arrebatarán la tierra y el pueblo. Y también Caifás había dicho: Conviene que muera un hombre por el pueblo y no perezca nuestra raza. En este sermón, pues, levantó con su ejemplo el ánimo de sus discípulos, diciéndoles: Si a mi me han perseguido, os perseguirán a vosotros también, Y así como creyeron prestar a Dios un obsequio dándole muerte a El, también dándosela a ellos.

 

4. Este es, pues, el sentido encerrado en estas palabras: Os arrojarán juera de las sinagogas; pero no temáis a la soledad, porque, separados de ellos, reuniréis a tantos bajo mi nombre, que, temiendo ellos que sean abandonados su templo y sus ritos, os matarán, derramando vuestra sangre con intención de prestar a Dios un obsequio. Esto es lo que de ellos dijo el Apóstol: Tienen el celo de Dios, pero no según la sabiduría, por creer hacer a Dios un servicio dando muerte a los siervos de Dios. ¡Oh error lamentabilísimo! ¿Para agradar a Dios das muerte a los que le agradan, y con tu crimen echas por tierra el templo vivo de Dios para que no se vea desierto su templo de piedra? i Oh execrable ceguera! Mas esta ceguera cayó en parte de Israel, para que entrase la plenitud de las gentes. En parte, dije, no en todo Israel, porque no todas, sino algunas ramas fueron cortadas para injertar el acebuche. Porque cuando, llenos del Espíritu Santo, hablaban en todos los idiomas, y por ellos obraba Dios tantas maravillas, y predicaban las divinas enseñanzas, tanto creció el amor a Cristo sacrificado, que sus discípulos, expulsados de la congregación de los judíos, reunieron tan gran multitud aun de los mismos judíos, que no tenían por qué temer a la soledad. Por este motivo, enfurecidos los otros réprobos y ciegos, que tenían el celo de Dios, mas no según la sabiduría, y creían prestar a Dios un buen servicio, los perseguían a muerte. Pero el que por ellos había sido sacrificado, los reunía, y los había instruido antes de ser muerto acerca de estas cosas futuras, a fin de que todos estos males inesperados e imprevistos, aunque poco duraderos, no les cogiesen ignorantes y desprevenidos, causándoles la consiguiente turbación, sino que, teniéndolos conocidos y recibiéndolos con paciencia, los condujesen a los bienes sempiternos. El mismo declaró que ésta había sido la causa de anunciarles estas cosas, añadiendo: Mas os he dicho estas cosas para que, cuando llegare su hora, os acordéis de que yo os las he dicho. La hora de estas cosas es una hora tenebrosa, una hora nocturna. Durante el día envió Dios su misericordia, y durante la noche la declaró; cuando la noche de los judíos hizo surgir el día de los cristianos, separado de ella sin confusión alguna; y aunque pudo dar muerte al cuerpo, no fue capaz de oscurecer la fe.

 

 

TRATADO 94

 

DESDE ESTAS PALABRAS DE JESÚS: " N O OS DIJE ESTAS COSAS DESDE EL PRINCIPIO PORQUE ESTABA YO CON VOSOTROS", HASTA ÉSTAS: "SI YO ME FUERE, OS LO ENVIARÉ"

 

1. Habiendo Jesús predicho a sus discípulos las persecuciones que habían de sufrir después de su partida, añadió: No os dije estas cosas desde el comienzo porque estaba con vosotros; mas ahora me voy a Aquel que me envió. Lo primero que hay que ver aquí es si antes no les había anunciado estos futuros tormentos. Los otros tres evangelistas demuestran claramente que ya se los había anunciado antes de venir a la cena, terminada la cual, según San Juan, les dijo esto: No os dije estas cosas desde el comienzo porque estaba con vosotros. ¿Acaso quede resuelta esta cuestión diciendo que también ellos dicen que estaba próximo a la pasión cuando decía estas cosas? Entonces no desde el principio, cuando estaba con ellos, porque las dijo cuando estaba próximo a separarse de ellos y a partir para el Padre. Y de esta manera es cierto, también según aquellos evangelistas, lo que aquí se dice: No os dije estas cosas desde el principio. Pero ¿qué diremos de la veracidad del Evangelio según San Mateo, que dice que estas cosas les fueron anunciadas por el Señor, no solamente en el día de la Pascua, poco antes de la cena y ya inminente la pasión, sino ya desde el principio, cuando por primera vez se da el nombre de los doce apóstoles y son enviados a las obras de Dios? Pues entonces ¿qué quieren decir estas palabras: Estas cosas no os las he dicho desde el principio porque yo estaba con vosotros, sino que lo que aquí dice respecto al Espíritu Santo: que ha de venir a ellos y que ha de dar testimonio cuando ellos hayan de padecer estos males, estas cosas no se las había dicho desde el principio porque entonces estaba con ellos?

 

2. Aquel Consolador o Abogado (pues ambas cosas significa la palabra griega Paráclito) era necesario después de la partida de Cristo; y no se lo había manifestado desde el principio, cuando estaba El con ellos, porque su presencia los consolaba. Pero, estando ya cercana su partida, era conveniente manifestarles que había de venir Aquel que, infundiendo la caridad de Dios en sus corazones, los haría fuertes para la predicación, y, a la vista del testimonio que de Cristo daba El en sus corazones, ellos también diesen ese testimonio abiertamente, sin temor a que los judíos adversarios les echasen fuera de las sinagogas y les diesen la muerte, pensando hacer con esto un servicio a Dios; porque la caridad, que había de ser derramada en sus corazones por el don del Espíritu Santo, todo lo tolera. De aquí dimanan las otras consecuencias: la de hacerlos mártires, esto es, testigos suyos por medio del Espíritu Santo; con su operación interior darles fortaleza para sufrir las más crueles persecuciones y que, inflamados en ese divino fuego, no se entibiase en ellos el ardor de la predicación. Todas estas cosas, dice, os he manifestado para que, cuando sucedieren, os acordéis de que os las tengo dichas. Os las he dicho no solamente porque habéis de sufrir todo esto, sino porque, cuando venga el Paráclito, dará testimonio de mí, para que vosotros no calléis por temor a estas calamidades y para haceros intrépidos en dar vosotros también el mismo testimonio. No os he dicho estas cosas desde el principio porque yo estaba con vosotros y os consolaba con mi presencia corporal, manifestada a vuestros sentidos a fin de que en vuestra pequeñez la pudieseis comprender.

 

3. Ahora voy a Aquel que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adonde vas? Da a entender que se ha de ir de tal modo, que nadie tenga necesidad de preguntar, porque lo verá claramente con los ojos corporales. Anteriormente le habían preguntado adonde iba a ir, habiéndoles contestado que a donde ellos no podían ir entonces. Y ahora les promete que ha de irse de modo que nadie tenga necesidad de preguntarle adonde va. Una nube le recibió cuando subió al cielo, y los discípulos, silenciosos, le seguían con la vista.

 

4. Mas, porque os he dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza vuestro corazón. Veía la tormenta que aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo de perder la presencia corporal de Cristo. Y como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse privados de su presencia carnal. Bien conocía El lo que les era más conveniente, porque era mucho mejor la visión interior con que les había de consolar el Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino infundiéndose El mismo en el pecho de los creyentes. Finalmente, añade: Mas yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque, si yo no me fuere, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero, si me fuere, os lo enviaré. Como si dijera: Os conviene que esta forma de siervo se separe de vosotros: como Verbo, hecho carne, vivo entre vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con amor carnal, y, contentándoos con esta leche, queráis ser siempre como niños. Os conviene que yo me vaya, porque, si no me fuere, no vendrá a vosotros el Paráclito. Si no os quitare los tiernos manjares con que os he alimentado, no apeteceréis los manjares sólidos; si carnalmente estáis apegados a la carne, nunca seréis capaces del espíritu. Pero ¿qué significa: Si yo no me fuere, no vendrá a vosotros el Paráclito; mas, si yo me fuere, os lo enviaré? ¿No podía enviarlo aun viviendo aquí? ¿Quién se atreverá a decir tal cosa? Porque El no se había apartado del lugar donde Aquel está, y había venido del Padre sin abandonar el seno paterno. ¿Cómo, en fin, no podía enviarlo aun viviendo aquí, cuando sabemos que en su bautismo vino y se posó sobre El; más aún, cuando sabemos que siempre le ha sido inseparable? ¿Qué significa, pues, si yo no me fuere, no vendrá a vosotros el Paráclito, sino que no podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer a Cristo según la carne? Por esto aquél, que ya había recibido el Espíritu dice: Aunque habíamos conocido a Cristo según la carne, mas ahora ya no le conocemos así. Porque conoció la misma carne de Cristo, no según la carne, cuando conoció al Verbo hecho carne. Y esto quiso dar a entender el buen Maestro con estas palabras: Si yo no me fuere, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero, si yo me fuere, os le enviaré.

 

5. Después de la partida corporal de Cristo, no solamente el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron con ellos espiritualmente. Porque, si Cristo se fue de modo que se quedase con ellos el Espíritu Santo, no juntamente con El, sino en lugar suyo, ¿dónde queda aquella promesa suya: He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos; y aquella otra, cuando promete enviarles al Espíritu Santo para que esté con ellos eternamente: Vendremos a él y dentro de él estableceremos nuestra morada? Por esto, cuando de animales y carnales se hayan convertido en espirituales, se habrán hecho más capaces para tener al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Porque no se ha de creer que en alguno esté el Padre sin el Hijo y el Espíritu Santo, o el Padre y el Hijo sin el Espíritu Santo, o el Hijo sin el Padre y el Espíritu Santo, o el Espíritu Santo sin el Padre y el Hijo, sino que, donde está uno cualquiera de ellos, allí está la Trinidad, que es un solo Dios. Era conveniente hacer de esta manera la manifestación de la Trinidad, a fin de inculcar separadamente la distinción de las personas, aunque no haya diversidad en la sustancia; y así, quienes rectamente lo comprenden, jamás pueden ver separación en las naturalezas.

 

6. Y sigue diciendo: Y cuando El venga, convencerá al mundo en orden al pecado, en orden a la justicia y en orden al juicio: en orden al pecado, porque no creen en mí; en orden a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en orden al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado; como si no hubiese otro pecado que el de no creer en Cristo; como si la misma justicia fuese el no ver a Cristo; como si el juicio fuese el que el príncipe de este mundo, o sea el diablo, ya hubiese sido juzgado. Todas estas cosas son muy oscuras y no han de abreviarse en esta plática, a fin de que la brevedad no las haga más oscuras; pero, contando con el favor divino, las explicaremos con mayor claridad en otro sermón.

 

 

 

TRATADO 95

 

 

SOBRE ESTAS PALABRAS DE LA LECTURA ANTERIOR: "CUANDO EL VENGA, ARGÜIRÁ AL MUNDO EN ORDEN AL PECADO, A LA JUSTICIA Y AL JUICIO", ETC.

 

1. Al prometer el Señor que El enviaría al Espíritu Santo, dice: Cuando El venga, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. ¿Qué quiere decir esto? ¿No arguyó Cristo nuestro Señor de pecado al mundo cuando dijo: Si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tuvieran pecado; mas ahora su pecado no tiene disculpa? Y para que no haya quien diga que esto se refiere propiamente a los judíos y no al mundo, ¿no dice en otro lugar: Si vosotros fueseis del mundo, el mundo amaría lo que a él le pertenece? ¿Acaso no le arguyó acerca de la justicia cuando dijo: ¡Oh Padre justo!, el mundo no te ha conocido? ¿Y no le arguyo acerca del juicio cuando dijo que ha de decir a los colocados a su izquierda: Id al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles? Otros muchos pasajes se hallan en el Evangelio en los cuales arguye Cristo al mundo. ¿Por qué, pues, atribuye esta propiedad al Espíritu Santo? ¿Acaso porque Cristo habló sólo a los judíos parecerá que no arguyó al mundo, como si solamente sea argüido quien escucha al arguyente? En cambio, se comprende que el Espíritu Santo, infundido en el corazón de sus discípulos esparcidos por todo el orbe, arguya no ya a una nación, sino al mundo entero. Cuando ya estaba para ascender alos cielos, les dice: No os pertenece a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre reservó a su potestad; pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y me serviréis de testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los últimos confines de la tierra. Esto es argüir al mundo. Mas ¿quién osará decir que el Espíritu Santo arguye al mundo por medio de los discípulos de Cristo y no es el mismo Cristo, diciendo el Apóstol: Queréis probar el poder de Cristo, que habla por mi boca? Cristo, pues, arguye a quienes arguye el Espíritu Santo. Pero me parece a mí que, ya que por el Espíritu Santo había de ser derramada en sus corazones la caridad que echa fuera el temor, que podía impedirles argüir al mundo, desatado en persecuciones; por esta razón dijo que El argüirá al mundo; como si dijera: El derramará en vuestros corazones la caridad, y con ella, expulsado todo temor, tendréis mayor libertad para argüir al mundo. Con frecuencia os he dicho que las obras de la Trinidad son inseparables, pero que una por una son recomendadas las Personas, a fin de que se entienda no sólo la Unidad sin separación, sino la Trinidad sin confusión.

 

2. A continuación expone lo que ha de entenderse por de justicia, de pecado y de juicio. Dice: De pecado, porque no creyeron en mí. Puso este pecado con preferencia a los otros, como si éste solo existiese, porque, existiendo éste, los otros son retenidos, y, quitado éste, los otros son perdonados. Dice: De justicia, porque voy al Padre, y ya no me veréis. Lo primero que aquí hay que descifrar es que, si con razón uno es argüido de pecado, ¿cómo razonablemente es argüido también de justicia? ¿Acaso porque el pecador debe ser argüido por ser pecador, el justo debe ser argüido por ser justo? No. Porque, si alguna vez es argüido el justo, no sin motivo es argüido, según lo que está escrito: No hay sobre la tierra justo que haga el bien libre de todo pecado. Y así, cuando el justo es argüido, lo es por el pecado, no por la justicia. Y también en aquella sentencia de inspiración divina: No quieras ser demasiado justo; no es reprobada la justicia del sabio, sino la soberbia del presuntuoso. Quien se hace demasiado justo, por esa demasía se hace injusto. Y demasiado justo se hace quien dice no tener pecado o quien cree que le es suficiente su voluntad y no necesita de la gracia de Dios para ser justo; ni es justo por su vida recta, sino más bien un soberbio creyéndose lo que no es. Y ¿en qué sentido ha de ser argüido el mundo de justicia, sino de la justicia de los creyentes? Es argüido de pecado porque no cree en Cristo, y es argüido de la justicia de los que creen. El mismo reclutamiento de los fieles es un vituperio para los infieles. Lo cual se desprende con bastante claridad de la misma exposición. Pues, queriendo declarar el significado de sus palabras, dice: De justicia, porque voy al Padre y ya no me veréis. No dice: Ya no me verán aquellos de quienes había dicho: Porque no creyeron en mí. Porque al exponer a qué pecado se refería, hace mención de aquellos que no creyeron en mí; mas, al exponer de qué justicia hablaba y de la cual es argüido el mundo, se dirige a aquellos mismos a quienes hablaba, diciendo: Porque me voy al Padre y ya no me veréis. Por lo tanto, al hablar del pecado, el mundo es argüido por el suyo propio; pero, al hablar de la justicia, es argüido por la ajena, como son rechazadas las tinieblas por la luz, según dice el Apóstol: Todo lo que es reprensible es descubierto por la luz. Cuan grande sea el mal de los que no creen, puede colegirse no sólo del mal mismo, sino del bien de los que creen. Y como los infieles suelen decir: ¿Cómo hemos de creer lo que no vemos?, fue conveniente definir la justicia de los creyentes de esta manera: Porque me voy al Padre y ya no me veréis, ya que son bienaventurados los que no ven y creen. Pues entre los que vieron a Cristo no es alabada su fe por creer lo que veían, o sea al Hijo del hombre, sino porque creían lo que no veían, es decir, al Hijo de Dios. Pero, al serles arrebatada de su vista la forma de siervo, entonces tuvo cabal cumplimiento que el justo vive de la fe. Es, pues, la fe, según se define en la Epístola a los Hebreos, el fundamento de los que esperan y el convencimiento de las cosas que no aparecen.

 

3. ¿Qué quieren decir estas palabras: Ya no me veréis? No dice: Voy al Padre y ya no me veréis, como queriendo indicar el espacio de tiempo, corto o largo, pero que ha de tener fin, en que no ha de ser visto; sino que la Verdad dijo: Ya no me veréis, en el sentido de que ya nunca habían de ver a Cristo. ¿Será ésta la justicia, no ver más a Cristo y, no obstante, creer en El, cuando es alabada la fe, que da vida al justo, porque cree en Cristo, a quien ahora no ve, pero que le ha de ver algún día? ¿Habremos de decir que, según esta justicia, no fue justo el apóstol San Pablo, que declara haber visto a Cristo después de su ascensión a los cielos, precisamente en aquel tiempo del cual había dicho: Ya no me veréis? ¿No era justo según esta justicia el gloriosísimo Esteban, que dijo cuando le estaban apedreando: Veo abierto el cielo y al Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios? ¿Qué significa, pues, voy al Padre y ya no me veréis, sino que ya no me veréis como soy ahora entre vosotros? Era entonces mortal a la semejanza de la carne de pecado, que podía tener hambre y sed, fatigarse y dormir; y a este Cristo con tal naturaleza, después de pasar de este mundo al Padre, ya no le habían de ver más. Y en esto consiste la justicia de la fe, de la cual dice el Apóstol: Aunque conocimos a Cristo según la carne, mas ahora ya no le conocemos según la carne. Será vuestra justificación, de la que será reprendido el mundo: Que me voy al Padre y ya no me veréis, porque creéis en mi sin verme; y cuando me veáis como seré entonces, no me veréis como soy ahora entre vosotros, no me veréis humillado, sino excelso; no me veréis mortal, sino sempiterno; no me veréis como reo, sino como juez; y de esta vuestra justicia reprenderá el Espíritu Santo al mundo incrédulo.

 

4. Le argüirá también de juicio, porque ya ha sido juzgado el príncipe de este mundo. ¿Quién es este príncipe sino aquel de quien dice en otro lugar: Viene el príncipe de este mundo y en mí no hallará nada, es decir, nada de su propiedad, nada que en mí le pertenezca, pecado absolutamente ninguno? Por el pecado es el diablo el príncipe de este mundo, no del cielo y de la tierra, y de todo cuanto hay en ellos, según el significado de la palabra mundo en aquel pasaje: Y por El fue hecho el mundo; sino príncipe de aquel mundo del que dice a continuación: Y el mundo no le conoció, esto es, los hombres infieles que pueblan el mundo, y entre los cuales gime el mundo fiel, elegido del mundo por Aquel que hizo el mundo, y del cual dice: No ha venido el Hijo del hombre a juzgar al mundo, sino a que por El sea salvo el mundo. Cuando El juzga al mundo, lo condena; cuando El medicina al mundo, lo salva; porque así como el árbol está lleno de hojas y de frutos y la era está llena de pajas y de granos, así el mundo está lleno de fieles y de infieles. El príncipe de este mundo, es decir, el príncipe de estas tinieblas, o sea, de los infieles, de entre los cuales es sacado el mundo de aquellos a quienes se dijo: Fuisteis en algún tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; el príncipe de este mundo, del cual se dice en otro lugar: Ahora es arrojado juera el príncipe de este mundo; ciertamente ya está juzgado, porque irrevocablemente ha sido destinado al juicio del fuego eterno. Y de este juicio hecho al príncipe de este mundo arguye el Espíritu Santo al mundo, porque es juzgado con su príncipe, cuya soberbia impíamente ha imitado. Si Dios, como dice el apóstol San Pedro, no perdonó a los ángeles delincuentes, sino que, amarrados, los encerró en las cárceles del infierno, donde son guardados para recibir la pena del juicio, ¿cómo dejará el mundo de ser argüido de juicio por el Espíritu Santo, en cuyo nombre dice estas cosas el Apóstol? Crean los hombres en Cristo para no ser argüidos por el pecado de su incredulidad, que es causa de la retención de todos sus pecados. Agréguense al número de los fieles, para no ser argüidos por la justicia de aquellos justificados a quienes no quieren imitar. Prevengan el juicio futuro para no ser juzgados con el ya juzgado príncipe del mundo, a quien imitan. Y a fin de que no espere hallar perdón la contumaz soberbia de los mortales, aterrorícese viendo el suplicio de los ángeles soberbios.

 

 

TRATADO 96

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "AÚN TENGO MUCHAS COSAS QUE DECIROS, PERO AHORA NO PODÉIS ENTENDERLAS; MAS, CUANDO VENGA EL ESPÍRITU DE VERDAD, OS ENSEÑARÁ TODA LA VERDAD"

 

1. En este capítulo del santo Evangelio dice el Señor a sus discípulos: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis entenderlas. Lo primero que ocurre preguntar es por qué antes dijo: Os he hecho conocer todas las cosas que oí a mi Padre; y ahora dice: Aún tengo muchas cosas que deciros, mas no podéis entenderlas. Ya hemos expuesto como pudimos, al tratar de este pasaje, que habló de cosas que aún no había hecho como de cosas hechas, a la manera que el profeta dice que Dios ha hecho las cosas que han de ser, cuando dice: El cual hizo las cosas que han de ser. Quizá queráis saber ahora qué cosas son las que entonces los apóstoles no podían comprender. Mas ¿quién de nosotros osará considerarse capaz de lo que ellos no eran capaces? Por esta razón no debéis esperar que os las diga yo, que quizá no fuera capaz de comprenderlas si otro me las dijese; ni tampoco vosotros seríais capaces de entenderlas, aunque fuera yo tan docto que pudiera deciros estas cosas que están fuera de vuestro alcance. Pudiera suceder que haya entre vosotros algunos ya capaces de entender las que otros no pueden; y aunque no sean todas aquellas de las que nuestro Dios decía: Aún tengo muchas cosas que deciros, pudieran, no obstante, comprender algunas. Pero sería una temeridad suponer y decir qué cosas son éstas, que El no dijo. Entonces no eran capaces los apóstoles ni siquiera de morir por Cristo, como El mismo se lo había dicho: Ahora no podéis seguirme. Y así, el primero de ellos, Pedro, que presumía ser ya capaz de esto, experimentó lo que él no imaginaba. Sin embargo, después hombres y mujeres, jóvenes y doncellas, niños y niñas, innumerables ancianos con otros de menor edad, fueron coronados con el martirio; y se demostró que podían las ovejas lo que no podían los pastores cuando el Señor decía estas cosas. Hubiera sido conveniente decir a las ovejas en aquella hora de tentación, en la cual era necesario luchar hasta la muerte en defensa de la verdad, y derramar la sangre por el nombre o por la doctrina de Cristo; hubiera, digo, sido conveniente decirles: ¿Quién de vosotros se juzgará capaz del martirio, del que no fue capaz Pedro cuando de boca a boca era aleccionado por el Señor mismo? Por este motivo, alguien dice que no convenía decir al pueblo cristiano, ansioso de saber estas cosas, de las cuales decía entonces el Señor: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis comprenderlas ahora. Si entonces no podían los apóstoles, mucho menos vosotros; aunque muchos pueden oír lo que Pedro no pudo entonces, como muchos pueden ser coronados con el martirio, lo cual no podía entonces Pedro, sobre todo después de haber sido enviado el Espíritu Santo, que entonces aún no lo había sido, y del cual dice a continuación: Cuando venga el Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad; demostrando que ellos no podían con las cosas que tenía que decirles, porque aún no había venido a ellos el Espíritu Santo.

 

2. Pero concedamos que, después de la venida del Espíritu Santo, pueden ahora con aquellas cosas con las que entonces, antes de venir el Espíritu Santo, aún no podían los discípulos, ¿diremos, acaso, que sabemos qué cosas son las que El no quiso decir, cuando solamente las supiéramos leyéndolas u oyéndolas leer si El las hubiese dicho? Una cosa es saber si nosotros o vosotros podemos o no con ellas, y otra cosa es saber cuáles son, podamos o no podamos con ellas. Mas, habiéndolas callado El, ¿quién osará decir: son éstas o aquéllas? Y si se atreve a afirmarlo, ¿cómo lo prueba? ¿Habrá alguno tan vanidoso y temerario que, aun cuando diga a cualquiera las verdades que se le antoje, afirme, sin una particular revelación de Dios, que son ésas las cosas que entonces quiso decir el Señor? ¿Quién de nosotros, en quienes no brilla ese espíritu profético ni la autoridad apostólica, osará decir tal cosa? Pues, aunque leyéramos algunas de estas cosas en los libros escritos después de la ascensión del Señor y avalados por la autoridad canónica, no nos sería suficiente su lectura, a menos que en ellos se dijese que ésas eran las cosas que el Señor no quiso declarar a sus discípulos porque entonces no podían comprenderlas. Como si yo dijera, por ejemplo, que lo que leemos en el comienzo de este santo Evangelio: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios; éste estaba en Dios en el principio; y las otras cosas que siguen; por haber sido escritas posteriormente y por no decir que el Señor las había dicho cuando estaba aquí en carne mortal, pero que fueron escritas por uno de sus discípulos y bajo la revelación del Espíritu Santo; digo que, si yo dijera que estas cosas son aquellas que el Señor no quiso decir entonces, porque los discípulos no podían comprenderlas, ¿quién me escucharía, hablando con tanta temeridad? Pero, si, al leerlas, leyéramos también que eran éstas, ¿quién rehusaría dar crédito a un Apóstol tan grande?

 

3. Pero me parece, además, un grandísimo absurdo decir que los discípulos no pudieron entonces entender las cosas que acerca de cosas invisibles y altísimas hallamos en los libros apostólicos, escritos posteriormente, sin mencionar que las dijo el Señor mientras estuvo visiblemente entre ellos. ¿Por qué, pues, no podían ellos entonces con el peso de cosas que ahora cualquiera las lee en sus libros y las soporta, aunque no las entienda? Hay ciertamente en las Sagradas Escrituras algunas cosas que los infieles no entienden cuando las leen o las oyen y no pueden tolerarlas después de haberlas leído u oído; así, los paganos, al oír que Aquel, que ha creado el mundo, ha sido crucificado; así, los judíos, que sea Hijo de Dios quien no guarda el sábado como ellos; así, los sabelianos, que la Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu Santo; así, los arríanos, que el Hijo es igual al Padre, y el Espíritu Santo igual al Padre y al Hijo; así, los fotinianos, que Cristo es no sólo hombre como nosotros, sino Dios de Dios, igual al Padre; así, los maniqueos, que Cristo Jesús, por quien hemos sido libertados, se ha dignado nacer con carne y de la carne; así, todos los demás prosélitos de diversas y perversas sectas no pueden tolerar cuanto en las Escrituras Santas y en la fe católica se halla contrario a sus errores, como nosotros no podemos soportar sus vanidades sacrílegas y sus dementes embustes. Pues ¿qué quiere decir no poder soportar, sino no poder tener con ánimo tranquilo? Y ¿cuál es el fiel, y aun el catecúmeno antes de recibir al Espíritu Santo con el bautismo, que no pueda leer u oír con ánimo tranquilo, aunque no las entienda convenientemente, todas las cosas que han sido escritas después de la Ascensión del Señor con verdad y autoridad canónicas? ¿Cómo, pues, no podrían los discípulos soportar algunas cosas que se han escrito después de la Ascensión del Señor, aunque no hubiese venido aún el Espíritu Santo, cuando ahora las soportan todos los catecúmenos aun antes de recibir al Espíritu Santo? Porque, si no les son declarados todos los sacramentos, no es porque no los puedan soportar, sino para que ellos los deseen tanto más ardientemente cuanto más decorosamente les son ocultados.

 

4. Así, pues, carísimos, no esperéis oír de mis labios las cosas que entonces no quiso decir el Señor a los discípulos porque no podían soportarlas, sino más bien adelantad en la caridad, que es derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo, que se os ha dado, a fin de que, con el espíritu encendido y enamorados de las bellezas espirituales, podáis conocer con la vista y el oído interiores la luz y la voz espirituales que los carnales no pueden soportar, y que no aparecen bajo signo alguno a los ojos del cuerpo ni tienen sonido capaz de ser percibido por los oídos corporales. No se ama lo enteramente desconocido. Pero, cuando se ama lo que de algún modo se conoce, el mismo amor hace que mejor y más perfectamente se conozca. Si, pues, adelantáis en la caridad, que derrama en vuestros corazones el Espíritu Santo, El os enseñará toda la verdad o, como se lee en otros códices, El os guiará en toda la verdad. Por lo cual se dijo: Enséñame, ¡oh Yavé!, tus caminos para que ande yo en tu verdad, Y así, sin necesidad de maestros externos, llegaréis a conocer las cosas que el Señor no quiso decir entonces. Sed todos aprendices de Dios, para que las cosas que habéis aprendido y creído por lecturas y explicaciones externas acerca de la naturaleza incorpórea de Dios, no circunscrita en un lugar ni extendida, como una mole, por espacios infinitos, sino toda en todas partes, perfecta e infinita, sin brillo de colores ni configuraciones de líneas, sin signos literales, sin sucesión de sílabas, podáis contemplarlas con vuestra inteligencia. Quizá haya dicho algo que parezca fuerte, y, no obstante, lo habéis recibido; y no sólo lo habéis soportado, sino que lo habéis oído con agrado. Pero, si el Maestro interior, que, hablando aún exteriormente a los discípulos dice: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis soportar ahora, quisiera deciros interiormente lo que yo dije acerca de la naturaleza incorpórea de Dios, del modo como lo dice a los santos ángeles, que están viendo siempre el rostro del Padre, no podríamos aún soportar su peso. Por este motivo pienso que estas palabras: Os enseñará toda la verdad, o: Os guiará en toda la verdad, no puedan cumplirse en cualquiera inteligencia durante esta vida (porque ¿quién, viviendo en este cuerpo corruptible, tan gravoso al alma, será capaz de conocer toda la verdad, si dice el Apóstol que sabemos en parte?); mas porque el Espíritu Santo, cuya prenda hemos recibido nosotros ahora, hace que lleguemos a la plenitud misma de la que dice el Apóstol: Entonces cara a cara; y: Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido; no porque conozca en esta vida todo lo que el Señor nos prometió que había de llegar hasta aquella perfección por la caridad del Espíritu, diciendo: Os enseñará toda la verdad, o: Os conducirá por toda la verdad.

 

5. Así las cosas, os pido, dilectísimos, por amor de Cristo, que os guardéis de los seductores impuros y de las sectas plagadas de obscenas torpezas, de las cuales dice el Apóstol que es una torpeza decir lo que ellos hacen ocultamente, no sea que, comenzando a enseñar sus horrendas inmundicias, intolerables al oído humano, cualquiera que sea, digan que ésas son las cosas de las que dijo el Señor: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar, y lleguen a afirmar que en virtud del Espíritu Santo pudieran ser toleradas cosas tan inmundas y nefandas. Unas son malas, que no puede soportarlas cualquier pudor humano; otras hay buenas, que no las puede soportar  el flaco sentido de los hombres; éstas se ejecutan en los cuerpos de los impúdicos; aquéllas apenas puede imaginarlas una mente pura. "Renovaos en el espíritu de vuestra mente y comprended cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto, para que, enraizados y consolidados en la caridad, juntamente con los santos, podáis conocer cual es la longitud y anchura, la altura y la profundidad, también conocer la caridad del Mesías, la cual sobrepasa al conocimiento, para que seáis llenados hasta toda la plenitud de Dios. En efecto, de ese modo os enseñará el Espíritu Santo toda la verdad cuando derrame más y más en vuestros corazones la caridad.

 

 

TRATADO 97

 

SOBRE EL MISMO TEMA

 

1. El Espíritu Santo, que el Señor prometió enviar a sus discípulos para que les enseñase toda la verdad, que ellos no podían soportar en el momento en que les hablaba, y del cual dice el Apóstol que hemos recibido ahora en prenda, para darnos a entender que su plenitud nos está reservada para la otra vida, ese mismo Espíritu Santo enseña ahora a los fieles todas las cosas espirituales de que cada uno es capaz, mas también enciende en sus pechos un deseo más vivo de crecer en aquella caridad que les hace amar lo conocido y desear lo que no conocen, pensando que aun las cosas que conocen en esta vida no las conocen como se han de conocer en la otra vida, que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el corazón pudo imaginar. Y si el Maestro interior quisiese decirlas del modo que han de ser conocidas o sea, abrirlas y manifestarlas a nuestra alma, no podría soportarlas la humana flaqueza. Recordará Vuestra Caridad que ya os hablé de esto cuando os explicaba aquellas palabras del santo Evangelio: Aún tengo que deciros muchas cosas, pero ahora, no podéis cargar con ellas. No quiero decir con esto que haya descubierto secretos en ellas escondidos, que, aunque los manifestase el Maestro, no pudiera entenderlos el discípulo; sino que aquellas mismas cosas que leemos y escribimos, oímos y decimos para conocimiento de los hombres sobre la doctrina de la religión, si Cristo quisiera decirlas del mismo modo que se las dice a los ángeles en sí mismo, Verbo unigénito del Padre y coeterno al Padre, ¿qué hombres podrían con esa carga, aun cuando fueran tan espirituales como aún no eran entonces los apóstoles, cuando el Señor decía estas palabras, y como fueron después de la venida del Espíritu Santo? Porque todo cuanto puede saberse de las criaturas es menor que el Creador mismo, que es Dios sumo, verdadero e inconmutable. Y ¿quién no habla de El? ¿Dónde no es nombrado por quienes leen, discuten, preguntan, responden, alaban, cantan, de cualquier modo hablan, y, finalmente, por los mismos que blasfeman? Y hablando todos de El, ¿quién es el que lo entiende como debe ser comprendido, aun cuando lo tenga siempre en su lengua y en sus oídos? ¿Qué inteligencia puede acercársele? ¿Quién hubiese pensado que El era trino si El no lo hubiese manifestado? Y ¿quién no habla de la Trinidad? ¿Y quién comprende esa Trinidad como los ángeles? Las mismas cosas que a cada paso se dicen de la eternidad, verdad y santidad de Dios, son por unos bien, por otros mal entendidas; o por mejor decir, unos las entienden y otros no, porque quien mal las entiende, no las entiende. Y entre quienes las entienden, unos las ven menos que otros por la agudeza del ingenio, pero ninguno como los ángeles. En la misma mente, o sea, en el hombre interior, hay también crecimiento no sólo para pasar de la leche al alimento sólido, sino para tomar cada vez más cantidad de alimentos. Mas no crece como crece una mole extensa, sino en la luminosidad de la inteligencia, porque el manjar inteligible es la misma luz. Pues para que crezcáis y entendáis, y cuanto más creciereis más entendáis, debéis pedirlo, no al doctor que habla a vuestros oídos, es decir, al que trabajando externamente planta y riega, sino a Aquel que da el crecimiento.

 

2. Ya os advertí en la plática anterior que tengáis cuidado, sobre todo quienes aún sois párvulos y necesitáis de alimentos lácteos, de no ser curiosos en escuchar a quienes, con motivo de estas palabras del Señor: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis con su carga, están engañados y pretenden engañaros, queriendo saber cosas desconocidas quienes aún no sois capaces de discernir lo verdadero de lo falso; sobre todo en vista de las obscenísimas torpezas que Satanás enseñó a las almas tornátiles y carnales, permitiéndolo Dios para que en todo momento sean temidos sus juicios, y por la comparación de la maldad impura sea más dulce la pureza de la disciplina, y para que quien no cayó en esos males, o quien con su ayuda salió de ellos, dé honra a Dios y proceda con temor y con pudor. Con el temor y con la oración, libraos de caer en aquel enigma de Salomón, en el que una mujer necia y temeraria, sintiendo la falta del pan, da voces a los transeúntes, diciendo: Tomad con gusto los panes escondidos y la dulzura del agua furtiva. Esta mujer representa la vanidad de los impíos, que, siendo ellos los más necios, creen saber algo; faltos de pan, como esta mujer, prometen panes, necesitándolos ellos; es decir, desconociendo la verdad, prometen el conocimiento de la verdad. Promete los panes ocultos, que dice se saborean con gusto, y la dulzura del agua furtiva, para que con más gusto y más dulcemente se oigan y se ejecuten las cosas que en la Iglesia se prohíbe decirlas y creerlas abiertamente. El mismo ocultamiento es el condimento con que los nefandos doctores propinan sus venenos a los curiosos que imaginan aprender algo grande precisamente por haber merecido el secreto, y así con más suavidad absorben la necedad, que toman por ciencia, cuyo conocimiento, en cierto modo prohibido, han hurtado.

 

3. De aquí que la enseñanza de las artes mágicas recomiende sus ritos nefandos a los hombres que ya han sido o han de ser engañados por su curiosidad sacrílega. De aquí esas ilícitas adivinaciones por la inspección de los sonidos o de las vísceras de los animales sacrificados, o por el vuelo de las aves, o por multiformes señales de los demonios, susurradas en los oídos de quienes van a perecer por sus coloquios con los perdidos. Por estos ilícitos y punibles secretos, aquella mujer es tachada no sólo de necia, sino también de temeraria. Pero no sólo la ejecución de estas cosas, sino hasta su nombre está desterrado de nuestra religión. Y ¿qué hemos de decir, viendo que esta mujer necia y audaz, bajo el nombre de cristiana, ha fundado tantas herejías perversas y forjado tantas fábulas nefandas? ¡Ojalá lamentemos tanto su necedad, cuanto admiramos su audacia en inventar fábulas como las que se cantan, se bailan o se ríen en los teatros con mímicas bufonadas, y no las fábulas que ha inventado contra Dios. Porque todos los ignorantísimos herejes que quieren aparecer como cristianos, se esfuerzan en dar color a sus audaces ficciones, entrañablemente aborrecidas por el sentido común, apoyándose en la sentencia evangélica en la que el Señor dice: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis entenderlas ahora; como si estas cosas fuesen las que entonces no podían soportar los discípulos, y las cuales enseñó el Espíritu Santo, siendo así que de su enseñanza y predicación se avergüenza el espíritu humano a pesar de su audacia.

 

4. Previendo a éstos por inspiración del Espíritu Santo, dice el Apóstol: Llegará el tiempo en que no podrán aguantar la sana doctrina, y se rodearán de maestros acomodados a sus deseos, que tengan el prurito de hacerse oír, y apartarán sus oídos de la verdad y correrán tras las fábulas. El recuerdo de aquel  secreto y de aquel hurto, señalado en estas palabras: Tomad con gusto los panes ocultos y la dulzura del agua hurtada, causa una comezón en los oídos de los espiritualmente amancebados, parecida a la comezón libidinosa, que corrompe hasta la casta integridad de la carne. Escuchad al Apóstol, que ha previsto tales cosas y da consejos saludables para evitarlas. Evita, dice, la profana novedad en las palabras, porque contribuyen mucho a la impiedad, y la conversación de éstos cunde como la gangrena. No se contentó con decir novedades de palabras, sino que añadió profanas. Porque hay palabras nuevas que están en consonancia completa con la doctrina de la religión, como cuando comenzó a usarse el nombre cristianos. En Antioquía fue donde primero los discípulos, después de la Ascensión, comenzaron a llamarse cristianos, según se lee en los Hechos de los Apóstoles. También a las hospederías y a los monasterios se les dieron nombres nuevos, sin cambiarles el destino, y están fundamentados en la verdad de la religión, con la que son defendidos aun contra los malvados. Contra la impiedad de los arríanos se introdujo la palabra Homousion, aplicada al Padre, pero sin otra novedad bajo ese nombre; pues Homousion es lo mismo que: Yo y el Padre somos una misma cosa, es decir, de una y misma sustancia. Además, si toda novedad fuese profana, no hubiera dicho el Señor: Un mandato nuevo os doy; ni al Testamento se le llamaría Nuevo, ni se cantaría en toda la tierra un cántico nuevo. Pero novedades son las palabras que dice la mujer necia y audaz: Tomad con gusto los panes ocultos y la dulzura del agua hurtada. De este ofrecimiento de falsa ciencia nos aleja el Apóstol cuando dice: "¡Oh Timoteo!, defiende el depósito evitando la novedad profana en las palabras y las contradicciones de la ciencia que falsamente lleva el nombre de tal, con cuya promesa algunos se han apartado de la fe". Estos no tienen otro afán que prometer ciencia y mofarse, como de una ignorancia, de la fe en las verdades que se mandan creer a los párvulos.

 

5. Dirá alguno: ¿Dejarán de tener los espirituales en su doctrina cosas que ocultan a los carnales y manifiestan a los espirituales? Si contesto que no, me traerán al punto lo que dice el apóstol Pablo en la Epístola a los de Corinto: "No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como a párvulos en Cristo os he dado a beber leche en lugar de manjares sólidos, porque entonces no erais capaces, ni lo sois aún, por ser todavía carnales"; y aquel otro pasaje: "Entre los perfectos hablamos sabiduría"; y este otro: "Propinando a los espirituales cosas espirituales, porque el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios: para él es una tontería". El significado de estos textos lo discutiremos en otra plática con la ayuda de Dios, a fin de que, a causa de estas palabras del Apóstol, no se busquen secretos con profanas novedades de vocablos, y venga a decirse que los carnales no pueden soportar aquellas cosas que tanto el alma como el cuerpo de los castos deben evitar. Y demos por terminado este sermón.

 

 

TRATADO 98

 

SOBRE EL MISMO ASUNTO

 

1. Recuerdo que tengo aplazada la difícil cuestión nacida de estas palabras de nuestro Señor: Tengo aún muchas cosas que deciros, -pero ahora no podéis entenderlas, para tratar de ella con más calma, porque la prudente extensión de la plática anterior aconsejaba terminarla. Ahora ha llegado el momento de cumplir lo prometido. Tratémosla según las luces que el Señor se digne concedernos, ya que El la infundió en nuestro corazón para proponerla. La cuestión es la siguiente: Si los espirituales tienen algo en su doctrina que esconden a los carnales y lo manifiestan a los espirituales. Si yo respondiere que no, se me replicará: ¿Por qué entonces el Apóstol en su carta a los Corintios decía: "No he podido hablaros como a espirituales; por eso os he dado leche como a párvulos de Cristo, en vez de los manjares de los cuales no erais capaces, ni lo sois aún, porque todavía sois carnales?" Por el contrario, si dijere que sí, es de temer que, con este pretexto, se enseñen ocultamente cosas nefandas que, bajo el nombre de espirituales e incapaces de ser comprendidas por los carnales, aparezcan no sólo blanqueadas con este pretexto, sino dignas aún de encomio.

 

2. Lo primero que debe saber Vuestra Caridad es que Cristo fue crucificado, con el cual, como con leche, dice el Apóstol que alimenta él a sus párvulos; y que su misma carne, que padeció la muerte y las llagas reales del crucificado y derramó la sangre por sus heridas, no es considerada de igual manera por los carnales y por los espirituales: para aquéllos es leche, para éstos es manjar, porque, aunque no la escuchen más que los otros, la comprenden mejor que ellos. Unos y otros no comprenden igualmente lo que igualmente reciben por la fe. De aquí nace que Cristo crucificado, predicado por el Apóstol, fuese un escándalo para los judíos, una necedad para los gentiles, y para los elegidos, tanto griegos como judíos, la virtud y sabiduría de Dios; pero los párvulos carnales no ven esto sino por la fe; mas los espirituales, como más capaces, lo ven con su inteligencia. Para aquéllos es como la leche; para éstos, como manjar sólido; no porque de un modo distinto lo oyeron aquéllos en las plazas y éstos en las cámaras, sino porque, oyendo ambos la misma predicación pública, cada cual lo entendía según su capacidad. Pues, habiendo sido crucificado Cristo para derramar su sangre para la remisión de los pecados y por la pasión del Hijo unigénito se nos manifestase la gracia divina, a fin de que nadie ponga su gloria en los hombres, ¿de qué modo entendían a Cristo aquellos que aún decían: Yo soy de Pablo? ¿Lo entendían, acaso, como el mismo Pablo, que decía: Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo? Del mismo Cristo crucificado tomaba él el manjar según su capacidad, y a ellos los alimentaba con la leche por su flaqueza. Mas, conociendo que lo que había escrito a los Corintios podía ser entendido de un modo por los párvulos y de otro por los más capacitados, dice: Si entre vosotros hay algún profeta o espiritual, comprenda que lo que os escribo es un mandato del Señor; y si alguno lo ignora, será ignorado. Quiso que la ciencia de los espirituales tuviese solidez, teniendo conocimientos ciertos, no contentándose con sola la fe; y por esta razón aquéllos creían lo que, además, los espirituales entendían. Será, dice, ignorado quien lo ignora, porque no le ha sido revelado para conocer lo que cree. Y cuando esto sucede en la mente del hombre, se dice que es conocido de Dios, porque Dios le hace conocedor, según dice en otro lugar: Vero ahora, habiendo conocido a Dios, o por mejor decir, siendo conocidos de Dios. No fue entonces cuando Dios los conoció, teniéndoles  previstos y elegidos antes de la formación del mundo, sino que entonces hizo que ellos le conocieran.

 

3. Sentado esto como punto de partida, es decir, que las cosas que simultáneamente oyen los carnales y los espirituales, cada cual las comprende según su capacidad: ellos como párvulos, éstos como mayores; aquéllos como alimentos lácteos, éstos como manjares sólidos, queda descartada la necesidad de ocultar algunos secretos doctrinales, escondiéndolos a los fieles párvulos para declararlos aparte a los mayores, o sea, a los más inteligentes; y a la vez cae el fundamento imaginado en estas palabras del Apóstol: No he podido hablaros como a espirituales, sino como a carnales. Porque lo único que él creyó saber entre ellos, que no era otra cosa que Cristo, y Cristo crucificado, no pudo decírselo a ellos como a espirituales, sino como a carnales, porqueno podían entenderlo como los espirituales. Y así, quienes entre ellos eran espirituales, oyéndolo, como lo oyeron los carnales, lo captaban con espiritual inteligencia; y en este sentido debe entenderse: No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como si dijera: No como espirituales, sino como carnales habéis podido captar mis palabras. Porque el hombre animal, llamado animal por el ánima y carnal por la carne, ya que de ambos se compone el hombre, no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, es decir, la gracia, que confiere a los creyentes la cruz de Cristo, y piensa que la finalidad de esa cruz es la de dar un ejemplo que imitar a quienes luchan por la verdad hasta la muerte. Pues, si conociesen estos hombres, que no quieren ser más que hombres, que Cristo crucificado es para nosotros la sabiduría de Dios, la justicia, la santificación y la redención, a fin de que, como está escrito, quien se gloría, gloríese en el Señor, sin duda no pusieran su gloria en los hombres ni dijeran carnalmente: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro, sino todos espiritualmente: Yo soy de Cristo.

 

4. Pero aún deja la cuestión en pie lo que se lee en la carta a los Hebreos: "Debiendo ser ya doctores, dado el tiempo que ha pasado, de nuevo necesitáis que os enseñen los rudimentos de la palabra de Dios, y os habéis hecho tales, que no podéis tomar alimentos sólidos, sino leche sola; y quien se cría con leche no conoce el lenguaje de la justicia, por ser un niño; el alimento sólido es propio de los perfectos, de aquellos que por el largo uso tienen ejercitados los sentidos para discernir lo bueno de lo malo". Aquí vemos definido lo que él llama alimento sólido de los perfectos, que no es otro que el expresado en la carta a los Corintios: A los perfectos hablamos sabiduría. A quiénes llama perfectos, lo declara diciendo: Quienes por el hábito tienen ejercitados los sentidos para discernir el bien del mal. Quienes de esto no son capaces por la debilidad y falta de ejercicio de la inteligencia, con facilidad, bajo la promesa de hacerse sabios, se van tras fábulas vanas y sacrílegas, si no son sostenidos con la leche de la fe para creer las cosas invisibles que no ven y las inteligibles que aún no entienden; no ven el bien y el mal sino bajo imágenes corporales, y al mismo Dios lo consideran como algo corpóreo; no conciben el mal sino como una sustancia, cuando no es más que cierto alejamiento de las sustancias mudables de la sustancia inmutable, las cuales fueron sacadas de la nada por aquella sustancia suma e inmutable, que es Dios, Y esto lo percibe y conoce quien no solamente lo cree, sino que lo entiende por el ejercicio de las potencias interiores del alma. No hay peligro de que éste sea seducido por quienes, pensando que el mal es una sustancia no hecha por Dios, convierten a Dios mismo en una sustancia mudable, como son los maniqueos y otras sectas pestilentes, tan necias como ellos.

 

5. Pero para los párvulos en la inteligencia, que, como dice el Apóstol, han de ser nutridos con leche y no son capaces de entender estas cosas, toda discusión sobre esta materia, que se dirige no sólo a fortalecerlos en la fe, sino a que entiendan y sepan lo que se dice, resulta onerosa y más fácilmente los oprime que los nutre. De donde se sigue que los espirituales no callen totalmente estas cosas a los carnales a causa de la fe católica, que ha de ser predicada a todos; pero no las discuten convenientemente por temor a que, al querer llevarlas a inteligencias incapaces, más bien que hacer luz a la verdad, causen fastidio con sus pláticas. Este es el motivo de que escriba a los Colosenses: Aunque ausente en el cuerpo, estoy con vosotros en espíritu, gozándome del orden que tenéis y viendo lo que falta a vuestra fe en Cristo; y a los Tesalonicenses: Día y noche pedimos con instancia poder veros y completar lo que falta a vuestra fe. En lo cual da a entender que los catequizó, nutriéndolos primeramente con leche, no con manjares sólidos. En la carta a los Hebreos les recomienda la necesidad de dejar la leche, porque quiere nutrirlos ya con alimentos sólidos. Y así les dice: "Dejemos ya la iniciación en la doctrina de Cristo y miremos a su perfección, no volviendo a poner otra vez el fundamento de la penitencia de las obras muertas y de la fe en Dios, de la doctrina sobre el bautismo y la imposición de las manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Esta es la suficiencia de la leche, sin la cual no pueden vivir quienes tienen ya uso de la razón para creer, pero que no pueden discernir el bien del mal, no sólo con la fe, sino también con la inteligencia, lo cual es propio de los alimentos sólidos. La doctrina de que hace mención en la leche, es la que se les da por medio del símbolo apostólico y la oración dominical.

 

6. Pero no vayáis a pensar que sea contrario a esta leche el manjar de las cosas espirituales, que ha de tomarse con inteligencia firme, que faltó a los colosenses y a los tesalonicenses, y que es menester suplir. Cuando se suple algo, no se reprueba lo que había. Pues, aun en los alimentos que tomamos, hasta tal punto el alimento sólido no es contrario a la leche, que es necesario que se convierta en leche para ser apto para los infantes, a los cuales llega a través de la carne de la madre o de la nodriza. Así lo hizo la sabiduría madre, que, siendo en las alturas el sólido alimento de los ángeles, se dignó convertirse en cierto modo en leche, cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y la misma humanidad de Cristo, que en la verdad de su carne, de su cruz, de su muerte y de su resurrección es llamada leche pura de los párvulos, cuando es rectamente comprendida por los espirituales, se halla ser la Señora de los Ángeles. Y así los párvulos no han de ser nutridos con la leche de modo que nunca lleguen a conocer a Cristo como Dios, ni tampoco hay que destetarlos de modo que no se cuiden de Cristo como hombre; lo cual puede decirse con otras palabras: Ni se han de nutrir con leche tanto tiempo que nunca lleguen a saber que Cristo es el Creador, ni se les ha de quitar la leche de modo que vengan a olvidar a Cristo Mediador. En esto no conviene a este caso la comparación de la leche materna y del alimento sólido, sino más bien el ejemplo del fundamento: en que, para que el niño que es amamantado deje los alimentos de la infancia, no se le dé el pecho con los alimentos sólidos; mas Cristo es leche para los párvulos y alimento sólido para los proficientes. Es más conveniente la comparación del fundamento, porque para completar una edificación se le añaden partes del edificio sin sustraer el fundamento.

 

7. Siendo así las cosas, ¡oh cualesquiera que seáis, y muchos aún sois párvulos en Cristo!, creced para tomar el manjar sólido, no del cuerpo, sino el del alma. Adelantad para poder discernir el bien del mal; apegaos más y más al Mediador, que os libra del mal, que no puede separarse de vosotros por espacios, sino que debe ser curado dentro de vosotros mismos. Veneno y no alimento os prepara quienquiera que os dijere: No creáis a Cristo verdadero hombre; no creáis que viene de Dios el cuerpo del hombre o de cualquier bestia; no creáis que viene del verdadero Dios el Antiguo Testamento, y otras cosas parecidas; no se os han dicho antes estas cosas porque vuestro corazón no estaba capacitado para recibir estas verdades. Y, por este motivo, el bienaventurado Apóstol, hablando a quienes se creían ya perfectos y teniéndose él por imperfecto, dice: Quienes somos perfectos, comprendemos estas cosas, y si algunos entendéis de otra manera, también esto os lo revelará Dios. Y para prevenirlos contra los seductores, que, bajo la promesa de ciencia, intentarán apartarlos de la fe, prometiéndoles la ciencia, interpretando en este sentido la sentencia del Apóstol: También Dios os revelará esto, añadió a continuación: Caminemos, no obstante, por el camino que llevamos. Si, pues, has llegado a entender algo que no se oponga a las directrices de la fe católica, a la cual has llegado como al camino que te conduce a tu patria, y lo entiendes sin género de duda, sigue construyendo, pero no quites los cimientos. De tal manera deben enseñar los mayores a los párvulos, que jamás digan que Cristo, Señor de todas las cosas, y los profetas y los apóstoles han mentido. Y no solamente debéis guardaros de los jactanciosos y seductores de la inteligencia, que hablan de cosas fabulosas y falsas, prometiendo las altas ciencias en aquellas vanidades en contra de la fe católica que habéis recibido, sino también de quienes predican la verdad acerca de la inmutabilidad de la naturaleza divina y de las criaturas espirituales y acerca del Creador con razones y argumentos enteramente ciertos; pero se esfuerzan por apartaros del único Mediador entre Dios y los hombres. Huid de ellos como de la peste más ladina. De estos tales dice el Apóstol: Conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios. ¿De qué puede aprovechar tener claro conocimiento de la inmutabilidad del bien a quien no tiene por quién pueda libertarse del mal? Jamás dejéis salir de vuestros corazones el consejo del Apóstol: Si alguien os predicase doctrina distinta de la que habéis recibido, sea anatema. No dice más doctrina de la que habéis recibido, sino distinta de la que habéis recibido. Porque en tal caso se perjudicaría a sí mismo, que deseaba venir a los tesalonicenses para suplir las deficiencias de su fe; y quien suple añade lo menos sin quitar lo que había. Pero quien traspasa la línea de la fe no se acerca al camino, sino que se aparta del camino.

 

8. Luego el sentido de estas palabras del Señor: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis ahora entenderlas, es de añadir las que no sabían, no de echar por tierra las que ya habían aprendido. Y, como ya os dije en la plática anterior, puedo decir esto en el sentido de que, si quisiera declarar las cosas que les había enseñado del modo que las conciben los ángeles, no las pudiera soportar la humana flaqueza, en la que aún se encontraban. Cualquiera persona espiritual puede transmitir a otra sus conocimientos si por su adelantamiento recibe mayor capacidad del Espíritu Santo, del cual el mismo maestro pudo aprender algo más, de modo que ambos sean aprendices de Dios. Aunque entre los espirituales haya unos mejores y más capaces que otros y hasta alguno llegue a captar las cosas de que no es lícito a los hombres hablar. Con esta ocasión, algunos desaprensivos, llevados de una necia presunción, compusieron el Apocalipsis de Pablo, plagado de no sé cuantas fábulas, que no es admitido por la Iglesia sensata; diciendo que este Apocalipsis es donde se cuenta que fue arrebatado hasta el tercer cielo, donde oyó aquellas inefables palabras que al hombre no es lícito decirlas. Sería en alguna manera tolerable su audacia si él hubiese dicho que oyó cosas que aún no es lícito al hombre hablar de ellas; pero, habiendo dicho que no es licito al hombre hablar de ellas, ¿quiénes son estos que tan impudentemente y con tan poco suceso se atreven a hablar de ellas? Y con esto pondré fin a esta plática, por la cual deseo que os hagáis sabios en el bien y os apartéis de todo mal.

 

 

TRATADO 99

 

SOBRE AQUELLAS PALABRAS: "NO HABLARÁ DE SÍ MISMO, MAS DIRÁ LO QUE HA OÍDO"

 

1. Cuando el Señor prometió que había de venir el Espíritu Santo y había de declarar a sus discípulos toda la verdad o los había de conducir por toda la verdad, ¿por qué dijo: No hablará de sí mismo, sino que dirá lo que ha oído? Esta sentencia es semejante a la que El dijo de sí mismo: Yo de mí no puedo hacer nada, sino que juzgo según lo que oigo. Ya dijimos, al exponer esto, que podía entenderse en cuanto hombre, en cuanto que el Hijo anunció que su obediencia, que le llevó hasta la muerte de cruz, ha de aparecer en el juicio, con que juzgará a los vivos y a los muertos, en cuanto El es el Hijo del hombre. En vista de lo cual dijo: El Padre no juzga a nadie, mas todo juicio encomendó al Hijo; porque en el juicio no aparecerá en la forma de Dios, que le hace igual al Padre y no puede ser vista por los impíos, sino en la forma humana, que le hizo un poco inferior a los ángeles, aunque ya revestida de claridad, sin la antigua humillación, haciéndose ver de los buenos y de los malos. Por este motivo dice: Le dio el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre. De estas palabras se infiere que en el juicio no ha de presentar aquella forma estando en la cual no consideró un hurto hacerse igual a Dios, sino aquella que tomó cuando se anonadó a sí mismo. Porque se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, en la cual parece recomendar su obediencia hasta para juzgar, cuando dijo: No puedo hacer nada por mí -mismo, sino que juzgo según lo que oigo. Adán, cuya desobediencia hizo pecadores a muchos, no juzgó según lo que oyó, porque desobedeció lo que había oído, y por sí mismo hizo el mal que hizo, por no haber hecho la voluntad de Dios, sino la suya. Este, en cambio, por cuya sola obediencia muchos son justificados, no sólo fue obediente hasta la muerte de cruz, con la cual, siendo vivo, fue juzgado por los muertos, sino que promete ser obediente hasta en el mismo juicio con que ha de juzgar a vivos y muertos. No puedo, dice, hacer nada por mí mismo, sino que, según oigo, así juzgo. Pero ¿nos atreveremos a pensar que estas palabras dichas del Espíritu Santo: No hablará por sí mismo, sino que hablará lo que ha oído, se han dicho como si El tuviera naturaleza humana o hubiese asumido cualquiera naturaleza creada? En la Trinidad solamente el Hijo tomó la forma de siervo, juntándola a El en unidad de persona; es decir, que el Hijo de Dios y el Hijo del hombre son un solo Jesucristo, a fin de alejar de nosotros la idea de una Cuaternidad en lugar de una Trinidad. En virtud de esta única persona, que consta de dos naturalezas, divina y humana, habla unas veces según la naturaleza divina, como cuando dice: Yo y el Padre somos una sola cosa; y otras veces según la humana, como cuando dice: Que el Padre es mayor que yo. Y según esta forma entendemos las palabras que ahora explico: No puedo hacer nada por mí mismo, sino que según oigo, así juzgo. Mas no es pequeña la dificultad que se nos presenta en la persona del Espíritu Santo, cuando dice: De sí mismo no hablará, sino dirá lo que ha oído, no habiendo en El una sustancia de la divinidad y otra de la humanidad o de otra criatura cualquiera.

 

2. La paloma en que apareció el Espíritu Santo en forma corpórea no fue más que una visión de un momento y transitoria, así como, cuando vino sobre los discípulos, vieron ellos distintas lenguas como de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos. Quien diga que la paloma estaba unida al Espíritu Santo en unidad de persona, de modo que de ella y de Dios (porque el Espíritu Santo es Dios) constase la persona del Espíritu Santo, se vería forzado a decir lo mismo de aquel fuego; y así vendría a comprender que no debe decir ni una cosa ni la otra. Estas formas, que aparecieron a los sentidos corporales de los hombres y pasaron, para manifestar a los hombres de algún modo la sustancia divina, según las conveniencias, fueron tomadas por el poder divino y por corto espacio de tiempo de las criaturas a su servicio y no de la naturaleza predominante, que, permaneciendo  en sí misma, mueve lo que quiere, y, permaneciendo inmutable, cambia lo que quiere. Así como aquella voz venida de la nube hirió los sentidos corporales y excitó la sensación llamada oído; pero de ninguna manera ha de creerse que el Verbo de Dios, que es el Hijo unigénito, por llamarse Verbo (Palabra), termina con las sílabas y el sonido, que no pueden sonar todas a la vez cuando se habla, sino que, al pasar unas, ordenadamente suceden las otras, completando la última sílaba la palabra que decimos. Tampoco hay que pensar que de esta manera hable el Padre al Hijo, esto es, Dios a su Verbo, Dios. Pero entender esto, en cuanto es posible al hombre, sólo es de quienes ya no toman leche, sino manjares sólidos. No habiéndose hecho hombre el Espíritu Santo por la asunción de la naturaleza humana, ni ángel por la asunción de la naturaleza angélica, ni criatura por la asunción de criatura alguna, ¿cómo hay que entender en El lo que dice el Señor: No hablará de sí mismo, sino dirá lo que haya oído? Cuestión difícil, demasiado difícil. Asístanos el mismo Espíritu Santo para que podamos hablaros al menos como lo hemos entendido, y así pueda llegar a vuestra inteligencia según mis facultades.

 

3. Antes debéis saber y entender quienes seáis capaces, y creer quienes no lo sois, que esa sustancia que es Dios no es como si tuviera sentidos distribuidos en sus propios lugares por toda la masa del cuerpo, así como en el cuerpo de cualquier animal está en un lugar la vista, en otro el oído, en otro el gusto, en otro el olfato y por todo el cuerpo el tacto. No se puede creer esto en esa naturaleza incorpórea e inmutable. En ella, lo mismo es oír que ver. Dícese que en Dios hay olfato según las palabras del Apóstol: Como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de suavidad. Y puede entenderse también el gusto, por el cual Dios odia a quienes provocan su cólera vomitando de su boca, no a los fríos ni a las calientes, sino a los tibios. Y Cristo Dios dice: Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió. Hay también un tacto divino, por el cual dice la Esposa del Esposo: Su izquierda bajo mi cabeza y con su derecha me abrazará. Estos sentidos no están en Dios distribuidos por diversas partes del cuerpo. Cuando se dice que El sabe, allí están todas estas cosas: el ver, el oír, el gustar, el oler y el tocar, sin que haya mutación alguna en su sustancia, sin extensión alguna, que sea mayor en una parte que en otra. Aun los ancianos piensan como niños cuando así conciben a Dios.

 

4. No debe hacerte vacilar que a la ciencia inefable de Dios, con que conoce todas las cosas, se le apliquen los nombres de todos estos sentidos corporales, según las diversas modalidades de la locución humana, siendo así que nuestra misma alma, esto es, el hombre interior, al cual, sin cambiar de ciencia, son llevados los diversos conocimientos por medio de estos cinco embajadores, cuando entiende, elige y ama la verdad inconmutable, ve la luz, de la que se dice: Era la luz verdadera; y oye el Verbo, del que se dice: En el principio era el Verbo; ya percibe el olor, del cual se dice: Iremos en pos del olor de tus ungüentos; y bebe de la fuente, de la que se dice: Dentro de ti está la fuente de la vida; y goza del tacto, del cual se dice: Bueno es para mí estar unido a Dios; y así, no diversas cosas, sino una misma inteligencia recibe el nombre de otros tantos sentidos. Con mayor motivo, cuando se dice del Espíritu Santo que no hablará de sí mismo, sino que dirá lo que ha oído, hay que comprender o creer que es una naturaleza simple, porque es verdaderamente simplicísima, que excede infinitamente a la naturaleza de nuestra inteligencia, la cual es ciertamente mudable, porque aprendiendo percibe lo que desconocía y olvidando pierde lo que sabía; se engaña con apariencias de verdad, tomando lo falso por verdadero, y en esa oscuridad como por unas tinieblas es impedida de llegar a la verdad; y por eso esta sustancia no es verdaderamente simple, porque en ella no es lo mismo el ser que el conocer, pudiendo ser y no conocer. Pero aquella divina sustancia es lo que tiene, y de tal manera tiene la ciencia, que la ciencia, por la cual sabe, no es distinta de la esencia de su ser: ambas cosas son una sola; ni siquiera debe decirse ambas cosas, donde no hay más que una simplicísima unidad. Como el Padre tiene la vida en si mismo, y El no es distinto de la vida que tiene, y dio al Hijo tener la vida en sí mismo, es decir, engendró un Hijo, que también El fuese la vida, así también lo dicho del Espíritu Santo: No dirá nada por sí mismo, sino dirá lo que ha oído, debemos entenderlo en el sentido de que no procede de sí mismo. Solamente el Padre no procede de otro. El Hijo nació del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre; mas el Padre ni ha nacido ni procede de otro. Y no se le ocurra al humano pensamiento imaginar alguna desigualdad en aquella Trinidad augusta; porque el Hijo es igual a Aquel de quien nació, y el Espíritu Santo es igual a Aquel de quien procede. Cuál sea la diferencia entre nacer y proceder, largo sería discutirla y temerario definirla después de discutida, porque muy difícil es a la inteligencia comprender algo acerca de este punto, y más difícil a la lengua expresarlo, si algo hubiera llegado a comprender por aventajados que fueran tanto el maestro como el discípulo. No hablará, pues, de sí mismo, porque no procede de sí mismo. Sino que dirá lo que ha oído de Aquel de quien procede. Para El oír es saber, y el saber es el ser, como hemos explicado antes. Pero, por no tener el ser de sí mismo, sino de Aquel de quien procede, de El tiene la esencia, de El tiene la ciencia, de El tiene asimismo la audición, que no es otra cosa que la misma ciencia.

 

5. Ni debe hacernos vacilar el verbo puesto en tiempo futuro. No dice: las cosas que oyó u oye, sino las cosas que oirá, ésas dirá. Esa audición es eterna, porque eterna es la ciencia. Y de lo que es eterno y no tiene principio ni fin, sin peligro de mentir puede ponerse el verbo en cualquiera de los tiempos: pretérito, presente o futuro. Y aunque a aquella naturaleza inmutable e inefable no le convenga ni el fue ni el será, sino solamente el es, porque sólo ella verdaderamente es, porque es inmutable, por eso a ella solamente le convenía decir: Yo soy el que soy; y: Dirás a los hijos de Israel: El que es, me envió a vosotros; no obstante, a causa del cambio de los tiempos por los que atraviesa nuestra existencia mudable, decimos sin mentir que fue, es y será. Fue en tiempos pasados, es en los presentes y será en los tiempos futuros. Fue, porque nunca dejó de ser; será, porque nunca dejará de ser; es, porque siempre es. Pues no se terminó con las cosas pasadas, como aquel que ya no es; ni pasa con las presentes, que no permanecen; ni nacerá con las futuras, que no han sido. Y, variando la locución humana según la cuantidad de los tiempos, en cualquier tiempo puede colocarse el verbo únicamente aplicado a Aquel que no pudo, ni puede, ni podrá dejar de ser en cualquier tiempo. Siempre oye el Espíritu Santo, porque siempre sabe; y así supo, sabe y sabrá, y por lo mismo oyó, oye y oirá; porque, como ya hemos dicho, el oír en El es lo mismo que el saber, y el saber, lo mismo que el ser. Luego oyó, oye y oirá de Aquel de quien tiene el ser, y el ser lo tiene de Aquel de quien procede.

 

6. Quizá a alguno se le ocurra preguntar sí el Espíritu Santo procede también del Hijo. El Hijo es solamente del Padre, y el Padre solamente es Padre del Hijo; pero el Espíritu Santo es Espíritu no sólo de uno o del otro, sino de ambos. Escucha al mismo Señor que dice: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros. Y oye al Apóstol: Dios envió el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones. ¿Serán dos distintos el del Padre y el del Hijo? No. Hablando de la Iglesia, dice que un solo cuerpo, y luego añade: un solo Espíritu. Y advierte cómo allí menciona a la Trinidad. Como también fuisteis llamados con una misma esperanza de vuestra vocación. Un solo Señor: aquí ciertamente quiso dar a entender a Cristo. Le resta nombrar al Padre. Sigue diciendo: Una fe, un bautismo, uno solo el Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos nosotros. Y así como no hay más que un Padre y un Señor, esto es, el Hijo, así también es uno el Espíritu, y es de ambos; porque el mismo Cristo Jesús dice: El Espíritu de vuestro Padre, que habla en vosotros; y el Apóstol: Dios envió el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones. Escucha, además, al Apóstol, que dice en otro lugar: Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros: en este pasaje habla, sin duda, del Espíritu del Padre, del que dice en otra parte: El que no tiene el Espíritu de Cristo, éste no le pertenece. Hay otros muchos testimonios que manifiestamente declaran que el Espíritu nombrado en la Trinidad es el Espíritu no sólo del Padre, sino también del Hijo.

 

7. Y no creo que por otro motivo se llame propiamente Espíritu, pues, al preguntar por cada uno de ellos, no podemos responder sino que el Padre y el Hijo son espíritus, porque Dios es Espíritu, es decir, Dios no es cuerpo, sino espíritu. El nombre común que se da a cada uno de ellos, propiamente se da también a Aquel que no es uno de ellos, sino en el cual se manifiesta lo que es común a ambos. ¿Por qué no hemos de creer que el Espíritu Santo proceda también del Hijo, siendo El también Espíritu del Hijo? Si no procediese del Hijo, no se hubiese representado a El mismo, cuando después de la resurrección insufló sobre sus discípulos, diciendo: Recibid el Espíritu Santo. ¿Cuál es el significado de esa insuflación, sino que de El mismo procede también el Espíritu Santo? Este sentido tienetambién lo que dijo de la mujer que padecía de flujo de sangre: Alguien me ha tocado, porque sentí que de mí ha salido virtud. Y que bajo el nombre de virtud se señala al Espíritu Santo, aparece claro en aquel pasaje en que el ángel dice a María, que pregunta: ¿Cómo ha de ser esto, si no conozco varón? El ángel responde: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la Virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y el mismo Señor, al prometerlo a sus discípulos, dice: Vosotros permaneced quietos en la ciudad hasta que seáis vestidos de la Virtud de lo alto. Y en otro lugar: Recibiréis, dice, la virtud del Espíritu Santo, que ha de venir sobre vosotros, y me serviréis de testigos. A esta virtud hay que creer que se refiere el evangelista cuando dice: De El salía virtud que sanaba a todos.

 

8. Si, pues, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ¿por qué el Hijo ha dicho que procede del Padre? ¿Por qué ha de ser sino porque a El suele referir lo que es suyo, por proceder él mismo de El? Y así dice: Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado. Si aquí se entiende la doctrina suya, que dice no ser suya, sino del Padre, ¿con cuánta mayor razón ha de entenderse que de El mismo procede también el Espíritu Santo, cuando dice: Procede del Padre, sin decir: No procede de mí? De Aquel de quien el Hijo tiene el ser Dios (pues es Dios de Dios) tiene también el que el Espíritu Santo proceda del mismo Hijo; y, por lo tanto, del mismo Padre tiene el que el Espíritu Santo proceda del Hijo como procede del Padre.

 

9. De aquí puede de algún modo colegirse, en cuanto es dado a aquellos de cuyo número no somos nosotros, por qué no se dice que ha nacido, sino que procede el Espíritu Santo. Porque, si al Espíritu Santo se le llama Hijo, ciertamente se le llamaría Hijo de ambos, lo cual es un grandísimo absurdo. Nadie puede ser hijo de dos si no es del padre y de la madre. Lejos de nosotros sospechar que entre el Padre y el Hijo exista cosa semejante. Porque ni el hijo de los hombres procede simultáneamente del padre y de la madre. Cuando del padre es concebido por la madre, no procede entonces de la madre; y cuando de la madre sale a la luz, no procede entonces del padre. Pero el Espíritu Santo no procede del Padre al Hijo, y del Hijo procede a la santificación de la criatura, sino que simultáneamente procede de los dos, aunque el Padre haya dado al Hijo el que proceda de El como de sí mismo. Tampoco podemos decir que no sea vida el Espíritu Santo, siendo vida el Padre y vida el Hijo. Y así, como el Padre tiene la vida en sí mismo, dio al Hijo tener igualmente la vida en sí mismo; así le dio al Hijo que la vida procediese de El como procede de sí mismo. Vienen a continuación las siguientes palabras del Señor: Y os anunciará las cosas que han de venir. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo manifestará a vosotros. Mías son todas las cosas que tiene el Padre; por eso he dicho que recibirá de lo mío y os lo manifestará a vosotros. Pero, por ser esta plática ya un poco larga, aplazaremos su discusión para otra.

 

 

TRATADO 100

 

SOBRE LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE LA LECCIÓN ANTERIOR

 

1. Al hacer el Señor la promesa de que había de venir el Espíritu Santo, dice: Os manifestará toda la verdad; o según se lee en algunos códices: Os guiará por toda la verdad. No hablará por sí mismo, sino que dirá lo que oirá. De estas palabras evangélicas ya hemos disertado, según los dones del Señor. Prestad ahora atención a las siguientes: Y os anunciará las cosas que han de venir. No nos hemos de detener en estas palabras, por ser claras y no presentar dificultad que necesite explicación. Pero no debemos pasar por alto las siguientes: El me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo manifestará a vosotros. El me glorificará puede entenderse en el sentido de que, derramando la caridad en el corazón de los fieles y convirtiéndolos en espirituales, les manifestó que igual al Padre es el Hijo, a quien antes sólo conocían según la carne, y lo tenían por un hombre como los otros, haciendo correr su conocimiento por todo el orbe. El me glorificará, como si dijese: El arrancará de vosotros todo temor y os dará amor, con el cual, anunciándome con más ardor, esparciréis por todo el mundo el olor de mi gloria e inmortalizaréis mi honra. Dijo que el Espíritu Santo había de hacer lo que ellos harían por medio del mismo Espíritu. Este es el sentido de aquellas palabras: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre habla por vosotros. Pues el vocablo griego doxasei es traducido por unos Glorificará, y por otros, glorificará. Los intérpretes latinos hicieron uso de ambas traducciones, porque la misma palabra griega doxa, de la cual se deriva el verbo doxasei, significa claridad y gloria. Por la gloria se hace uno esclarecido, y por el esclarecimiento es glorioso. Y por eso ambos verbos indican lo mismo. Antiguos y esclarecidos autores latinos definieron así la gloria: Es una constante fama laudatoria de alguno. Y por haberla tenido Cristo en este mundo, no hemos de creer que confirió a Cristo algo extraordinario, sino que lo confirió al mundo. Porque la alabanza del bueno no es de provecho al alabado, sino a quienes alaban.

 

2. Hay también una gloria falsa, cuando los que alaban se engañan por un error en las cosas o en los hombres o en ambos a la vez. Se engañan en las cosas cuando toman por bueno lo que es malo; en los hombres, cuando tienen por bueno al que es malo, y en ambos, cuando toman por virtud al vicio y cuando aquel que es encomiado no tiene lo que se cree que tiene, ya sea bueno, ya sea malo. Dar sus cosas a los farsantes es un vicio grande, no una virtud; y bien sabéis cuan frecuente es la fama con loa de tales personas, porque, según está escrito, Es loado el pecador en los deseos de su alma, y el que obra la iniquidad es colmado de bendiciones. En tales ocasiones, los encomiadores se engañan, no en los hombres, sino en las cosas, porque es malo lo que tienen por bueno. Pero aquellos que, prevaleciéndose de estas alabanzas, se entregan al vicio, son tales cuales no sospechan, si no los ven, aquellos que los alaban. Finalmente, si alguien se finge justo no siéndolo, sino que cuanto laudable hace a la vista de los hombres, lo hace no por Dios, o sea, por la verdadera justicia, sino que busca y quiere la sola gloria de los hombres; si aquellos entre los cuales goza de esa fama con loa creen que sólo por Dios lleva esa vida laudable, no se engañan en las cosas, sino en la persona. Lo que creen bueno, lo es; pero a quien tienen por bueno, no lo es. Y si alguno, por ejemplo, es tenido por bueno por su pericia en las artes mágicas, y se cree que ha libertado a su patria por medio de artes que él absolutamente desconoce, alcanzando entre los perversos esa constante fama con loa, que es la gloria, yerran los encomiadores en ambas cosas: en la realidad, porque toman por bueno lo que es malo, y en la persona, porque tienen por bueno al que no lo es. Y así, en estos tres casos es falsa la gloria. En cambio, cuando alguno es justo en Dios y por Dios, es decir, verdaderamente justo, y esa justicia es la causa de su constante fama con loa, entonces la gloria es verdadera; pero no se ha de creer que esa gloria hace feliz al justo, sino que más bien se ha de felicitar a quienes le alaban por su acertado juicio y por su amor al justo. Pues ¿cuánto más provechosa ha sido la gloria de Jesucristo, Señor nuestro, no para El mismo, sino para aquellos para quienes fue provechoso con su muerte?

 

3. Mas no es verdadera su gloria entre los herejes, aunque entre ellos parezca tener esa constante fama con loa. Y no es verdadera porque se engañan en la realidad y en la persona, teniendo por bueno lo que no lo es y pensando que Cristo es lo que no es. Creer que el Hijo unigénito no es igual al Padre, no es bueno; creer que el Hijo unigénito de Dios es hombre solamente y no Dios, no es bueno; creer que la carne de la Verdad no es verdadera carne, no es bueno. De estas tres cosas que he mencionado, creen la primera los arríanos, la segunda los fotinianos, y los maniqueos la tercera. Y como ninguna de ellas es buena, ni Cristo es ninguna de ellas, se engañan en ambos extremos, y no dan a Cristo la verdadera gloria, aunque parezca que entre ellos vive la constante fama con loa de Cristo. Los herejes, absolutamente todos, cuya enumeración sería muy prolija, que no juzgan rectamente de Cristo, por eso yerran, porque no juzgan lo bueno y lo malo según la verdad. También los paganos, ya que hay muchos elogiadores de Cristo, se engañan en ambas cosas, por decir que fue un hombre extraordinario, conforme a su opinión y no según la verdad de Dios. Tachan a los cristianos de necios, mientras alaban a Cristo como a un mago, demostrando así lo que ellos estiman; pero no aman a Cristo, porque aman lo que Cristo no era. Y así, en ambas cosas se equivocan, ya que el ser mago es una cosa mala, y Cristo no fue mago, porque es bueno. Y como no vamos a tratar aquí de aquellos que vituperan y blasfeman a Cristo, por tratar sólo de la gloria con que fue glorificado Cristo en el mundo, síguese que el Espíritu Santo no le glorificó con la verdadera gloria, sino en la santa Iglesia católica. En las otras partes, es decir, entre los herejes y entre algunos paganos, no está su verdadera gloria terrena, ni en cualquiera otra parte donde se halle su constante fama con loa. Ved cómo canta el profeta su gloria verdadera en la Iglesia católica: Levántate, ¡oh Dios!, sobre los cielos, y tu gloria sobre toda la tierra. Y porque después de su exaltación había de venir el Espíritu Santo y le había de glorificar, tanto el salmo sacro como El mismo prometieron que sucedería lo que ahora vemos cumplido.

 

4. Escuchad con oídos católicos, y con inteligencia católica entended estas palabras suyas: Recibirá de lo mió y os lo anunciará a vosotros. Porque el Espíritu Santo no es menor que el Hijo, como pensaron algunos herejes; como si el Hijo recibiera del Padre, y el Espíritu Santo del Hijo por cierta gradación de sus naturalezas. Lejos de los corazones cristianos creer, decir o pensar en tal desatino. A continuación El mismo resuelve la dificultad, explicando el motivo de haber dicho esto: Todas las cosas, dice, que tiene el Padre, son mías; y por eso he dicho que recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros. ¿Para qué más? De donde recibe el Hijo, recibe también el Espíritu Santo, esto es, del Padre; porque, en esta Trinidad, el Hijo ha nacido del Padre, y del Padre procede el Espíritu Santo. Solamente el Padre no ha nacido ni procede de otro. En qué sentido ha dicho el Hijo unigénito: todas las cosas que tiene el Padre son mías (porque ciertamente no fueron dichas como a aquel hijo no unigénito, sino al mayor de los dos: Tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas), lo trataremos con mayor diligencia, si Dios quiere, al tratar de estas palabras que dirige el Unigénito al Padre: Y todas mis cosas son tuyas, y las tuyas son mías. Y cerremos aquí este tratado, porque lo que sigue exige otro exordio en su discusión.

 

 

TRATADO 101

 

ACERCA DE AQUELLO QUE DICE EL SEÑOR: "UN POCO MÁS DE TIEMPO Y YA NO ME VERÉIS", HASTA: "EN AQUEL DÍA NO ME PEDIRÉIS NADA"

 

1. Estas palabras del Señor Un poco más y ya no me veréis, y otro poco más y me volveréis a ver, porque me voy al Padre, era tan oscuras para los discípulos antes de verlas cumplidas, que con las preguntas que se hacían unos a otros sobre su significado daban a entender claramente que no las entendían. Continúa diciendo el Evangelio: Dijéronse, pues, los discípulos unos a otros, ¿qué nos quiere decir con esto: Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver, porque me voy al Padre? Decían, pues, ¿qué es esto que El llama poco? No sabemos lo que quiere decirnos. Estaban agitados por haberles dicho: Dentro de un poco no me veréis, y después de otro poco me volveréis a ver. En las palabras precedentes, donde no había dicho: Dentro de un poco, sino solamente: Voy al Padre y ya no me veréis, les pareció que hablaba con claridad, y nada se preguntaron sobre ellas. Para ellos era esto oscuro entonces, y después quedó aclarado; para nosotros es ya cosa clara: después de algún tiempo padeció y dejaron de verle; después de otro poco de tiempo resucitó y le vieron de nuevo. Mas que en aquellas palabras: Ya no me veréis, quería dar a entender que no le verían más, como lo indica la palabra ya, lo dejamos expuesto al tratar de cómo habían de entenderse aquéllas: El Espíritu Santo argüirá al mundo acerca de la justicia, -porque me voy al Padre y ya no me veréis; es decir, que no verían más a Cristo en carne mortal.

 

2. Pero conoció Jesús, sigue diciendo el evangelista, que querían preguntarle, y les dijo: Discutís entre vosotros porque he dicho: Un poco y no me veréis, y otro poco más y me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que vosotros lloraréis y plañiréis; el mundo, empero, se alegrará; vosotros os contristaréis, mas vuestra tristeza se convertirá en gozo. Esto puede tomarse en el sentido de que los discípulos se contristaron por la muerte del Señor e inmediatamente se alegraron con su resurrección; el mundo, en cambio, bajo cuyo nombre quiso significar a sus enemigos que le crucificaron, se gozaron de la muerte de Cristo precisamente cuando los discípulos se contristaron. Por mundo puede entenderse la malicia de este mundo, o sea, de los amigos de este mundo, según dice el apóstol Santiago en su Epístola: El que quiera ser amigo de este siglo, se hace enemigo de Dios, por cuya enemistad no perdonó ni a su Hijo unigénito.

 

3. Añade a continuación: La mujer, cuando da a luz, siente tristeza por haber llegado su hora; mas, una vez que ha dado a luz al infante, olvida su aprieto por el gozo de haber venido un hombre al mundo. Así vosotros ahora tenéis tristeza: volveré a veros de nuevo, y vuestro corazón se llenará de gozo, que nadie os podrá quitar. No parece que este símil sea difícil de entender, por ser clara la comparación y habiendo El mismo expuesto el motivo de haberla puesto. El acto de dar a luz es comparado a la tristeza, y el parto al gozo, que suele ser mayor cuando nace un niño que cuando nace una niña. En cuanto a estas palabras suyas: Y vuestro gozo nadie os lo arrebatará, por ser el mismo Jesús su alegría, dejan entrever el dicho del Apóstol: Resucitando Cristo de entre los muertos, ya no muere, y la muerte no le dominará jamás.

 

4. Hasta aquí todas las cosas de este capítulo del Evangelio que hoy explanamos han corrido sin dificultades para la inteligencia; pero hace falta mayor atención en las que siguen. ¿Qué quiere significar con estas palabras: En aquel día no me rogaréis nada? Este verbo rogar no sólo significa pedir, sino también preguntar. El Evangelio griego, del cual éste ha sido traducido, tiene un verbo semejante, que puede entenderse de las dos maneras, dejando en pie la ambigüedad; mas, aunque esta ambigüedad quedase resuelta, no dejaría de persistir alguna dificultad. Leemos que Cristo nuestro Señor, después de resucitado, fue interrogado y rogado. Estando para subir al cielo, fue interrogado por los discípulos sobre cuándo había de manifestarse y cuándo sería restituido el reino de Israel; y, estando ya en el cielo, le rogó San Esteban que recibiese su espíritu. Y ¿quién osará decir o pensar que Cristo fue rogado estando en la tierra, y que no ha de ser rogado sentado ya en el cielo? ¿Que siendo mortal debió de ser rogado y que no ha de serlo siendo inmortal? Roguémosle, más bien, carísimos, que El desate el nudo de esta cuestión iluminando nuestros corazones para penetrar el sentido de sus palabras.

 

5. Estas palabras: De nuevo volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os arrebatará vuestro gozo, a mi parecer no se refieren al tiempo posterior a su resurrección, durante el cual les manifestó su cuerpo para que lo viesen y lo tocasen, sino más bien a aquel tiempo del cual había dicho: El que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él. Ya había resucitado, ya se había dejado ver de ellos en su cuerpo, ya estaba sentado a la derecha del Padre, cuando el mismo apóstol San Juan, cuyo es este evangelio, decía en su Epístola: Amadísimos, ahora somos hijos de Dios, y no se ha manifestado aún lo que seremos; sabemos que, cuando fuere manifestado, seremos semejantes a El, porque le veremos como El es. Esta visión no es de esta vida, sino de la futura; no es temporal, sino eterna. Esta es la vida eterna, dice la misma Vida: que te conozcan a ti, Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste. De esta visión y conocimiento dice el Apóstol: Vemos ahora a través de un espejo y en enigmas, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, mas entonces conoceré como soy conocido. Este fruto de todos sus trabajos lo produce ahora la Iglesia con el deseo, entonces lo producirá con la visión; con lágrimas ahora, entonces con alegría; ahora con oraciones, entonces con alabanzas. Por eso este fruto es del género masculino, porque a este fruto de contemplación se enderezan todos los esfuerzos de la acción. Sólo él es libre, porque es apetecido por sí mismo y no está subordinado a otro. A su servicio está la acción: a él se endereza todo el bien que se hace, porque por él se ejecuta. Allí está el fin de nuestros deseos. Ese fin es eterno, ya que ningún fin nos es suficiente sino el fin que no tiene fin. Esto revelaba a Felipe cuando dijo: Manifiéstanos al Padre, y esto nos basta. En esta revelación se prometió el Hijo a sí mismo, diciendo: ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Con razón se nos dice acerca de este fin que con él tenemos bastante. Nadie os arrebatará vuestro gozo.

 

6. Creo que con mayor acierto pueden entenderse aplicadas a esto las cosas anteriormente dichas: Un poco de tiempo y ya no me veréis, y otro poco más y volveréis a verme. En efecto, un poco es este entero espacio en que pasa volando el siglo presente; por ende, idéntico evangelista en persona dice en una carta suya: Esta es la última hora. Por eso añadió porque me voy al Padre, lo cual hay que referirlo a la frase primera, donde dice: Un poco de tiempo y ya no me veréis, y no a la segunda, que dice: Y otro poco de tiempo y me volveréis a ver. Yéndose al Padre, había de hacer que no le viesen. Y así no lo dijo porque había de morir y separarse de su vista hasta después de haber resucitado, sino porque había de irse al Padre, lo cual realizó después que resucitó y subió al cielo, habiendo estado con ellos durante cuarenta días. A aquellos que entonces le veían corporalmente, les decía: Un poco más y ya no me veréis, porque había de irse al Padre y ya no le verían más en aquella naturaleza mortal, como le veían cuando les decía estas cosas. Con las palabras siguientes: Otro poco más y me volveréis a ver, hizo una promesa a toda la Iglesia, así como a ella le había hecho esta otra: Yo estoy con vosotros hasta la consumación del tiempo. No demora el Señor en cumplir lo prometido. Un poco de tiempo y le veremos donde ya no tengamos nada que pedir, nada que preguntar, porque no nos quedará nada que desear ni habrá cosa oculta que preguntar. Este tiempo módico nos parece largo ahora que lo estamos viviendo, pero, cuando haya finalizado, veremos cuan corto ha sido. No sea, pues, nuestro gozo como el gozo del mundo, del cual está dicho: El mundo, empero, se gozará. No obstante, mientras vivimos con este deseo, no estemos tristes y sin gozo, sino como dice el Apóstol: Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación; porque la misma parturiente, a la cual hemos sido comparados, recibe mayor gozo por la prole futura que tristeza por el dolor presente. Y aquí ponemos fin a este sermón, porque lo que sigue encierra en sí una cuestión laboriosa, que no debe ser tratada con brevedad. Por esto la dejaremos para tratarla con más comodidad, si Dios nos lo consiente.

 

 

TRATADO 102

 

SOBRE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "EN VERDAD, EN VERDAD OS DIGO: SI ALGO PIDIEREIS AL PADRE EN MI NOMBRE, OS LO DARÁ", HASTA ÉSTAS: "OTRA VEZ DEJO AL MUNDO Y ME VOY AL PADRE"

 

1. Las palabras del Señor que ahora vamos a explicar son éstas: En verdad, en verdad os digo que, si alguna cosa pidiereis al Padre en mi nombre, os la dará. En vista de que muchos piden cosas al Padre en el nombre de Cristo y no las consiguen, ya hemos dicho en anteriores explicaciones sobre este sermón del Señor que no se pide en el nombre del Salvador lo que se pide en contra de la salvación. Porque, cuando se dice en mi nombre, no se ha de tomar el sentido material de las sílabas y de las letras, sino el significado de ese sonido y lo que real y verdaderamente se da a entender con ese sonido. Y así, quien no piensa de Cristo lo que debe pensarse del Hijo único de Dios, no pide en su nombre aunque con la lengua pronuncie las sílabas del nombre de Cristo, porque pide en el nombre de aquel en quien piensa cuando pide. Aquel, en cambio, que piensa de El lo que debe pensarse, pide en su nombre y obtiene lo que pide, si no pide cosas contrarias a la salvación; pero las recibe cuando debe recibirlas. Muchas cosas no son negadas, sino aplazada su concesión para el tiempo oportuno. Y así, estas palabras: os lo dará, hay que entenderlas de los beneficios que propiamente se refieren a quien pide: Todos los justos son atendidos cuando piden en beneficio propio, no cuando piden en favor de sus amigos o enemigos o de otros cualesquiera, porque no dijo absolutamente: lo dará, sino: os lo dará.

 

2. Y sigue diciendo: Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; -pedid y recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo. Este gozo completo de que habla, no es ciertamente un gozo carnal, sino espiritual, y que sólo será completo cuando ya no haya más que añadirle. Así, pues, todo cuanto se pide para alcanzar este gozo debe pedirse en nombre de Cristo, si comprendemos la gracia divina, si pedimos la vida verdaderamente bienaventurada. Pedir otra cosa es no pedir nada; no porque esas cosas no sean nada, sino porque, en comparación de cosa tan excelente, nada es cuanto se desea. No es que el hombre, del que dice el Apóstol que se tiene por algo no siendo nada, no tenga valor alguno; pero, comparado con el hombre espiritual, que sabe que lo que es lo es por la gracia de Dios, quien presume de cosas vanas no es nada. Rectamente pueden entenderse en este sentido las palabras: En verdad, en verdad os digo que, si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará, de modo que por ese algo no se entienda cualquier cosa, sino algo que, comparado con la vida bienaventurada, venga a ser una nada. También lo que sigue: Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre, puede entenderse de dos maneras: no habéis pedido nada en mi nombre, que no habéis conocido como debe ser conocido; o de esta otra: no habéis pedido nada, porque lo que habéis pedido es nada comparado con la vida bienaventurada, que debíais haber pedido. Exhortándolos, pues, a pedir en su nombre, no lo que es nada, sino su gozo completo (porque, si piden algo distinto, ese algo no es nada), les dice: Pedid y recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo; es decir: pedid en mi nombre que vuestro gozo sea completo, y lo obtendréis. Porque la divina misericordia no defraudará a sus elegidos que perseveran en la petición de este bien.

 

3. Luego dice: Estas cosas os he dicho en parábolas; llegó la hora de no hablaros ya en parábolas, sino que abiertamente os hablaré de mi Padre. Estaba por decir que esta hora de que aquí habla debía entenderse de la vida futura, en la cual le veremos al descubierto, o, como dice San Pablo, cara a cara; de modo que estas palabras: Os he dicho estas cosas en parábolas, vengan a decir lo mismo que dijo el Apóstol: Vemos ahora a través de un espejo y en enigmas; y Os hablaré, porque el Padre será visto por medio del Hijo, según lo que dice en otro lugar: Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelarlo. Pero a este sentido parece oponerse lo que sigue: En aquel día pediréis en mi nombre. ¿Qué hemos de pedir en la vida futura, cuando hayamos llegado al reino, donde seremos semejantes a El, porque le veremos como El es, cuando nuestros deseos queden saciados con toda clase de bienes? Y así dice el Salmo: Seré saciado cuando se manifieste tu gloria. Pedir es señal de indigencia, que desaparecerá cuando venga esta saturación.

 

4. Queda, a mi modo de ver, la posibilidad de que pueda entenderse así: que Jesús prometió cambiar a sus discípulos de carnales o animales en espirituales, aunque no tales aún como seremos cuando tengamos también cuerpo espiritual, sino como era aquel que decía: "Hablamos sabiduría a los perfectos"; y también: "No hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que procede de Dios, para conocer los beneficios que Dios nos ha hecho, y de los cuales hablamos, no con palabras aprendidas de la ciencia humana, sino del Espíritu, amoldando lo espiritual a lo espiritual, ya que el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios." No siendo, pues, el hombre animal capaz de percibir las cosas del Espíritu de Dios, cuanto se refiere a la naturaleza de Dios lo concibe como algo corporal, si bien amplísimo e inmenso, hermosísimo y lucidísimo, porque no puede percibir sino cosas corpóreas; y por esta causa para él son como parábolas cuantas cosas ha dicho la sabiduría acerca de la sustancia incorpórea e inmutable; y no porque él las considere como parábolas, sino porque piensa como quienes suelen oír las parábolas sin comprenderlas. Mas, cuando comienza a verlas como espiritual y a no dejarse influenciar por juicios ajenos, aunque en esta vida las vea aún en parte y como en un espejo, sin ayuda de los sentidos ni de imágenes que reflejan de alguna manera las semejanzas corporales, comprende con la firme inteligencia del espíritu que Dios no es cuerpo, sino espíritu, de tal suerte que, al hablar el Hijo abiertamente del Padre, entiende que el que habla es de la misma sustancia que el Padre. Y quienes entonces piden, piden en su nombre, porque en el sonido de su nombre no ven más que lo que el nombre significa; y, sin dejarse llevar de la vacuidad y flaqueza de la mente, no imaginan que el Padre esté en un lugar y en otro el Hijo en pie y rogando por nosotros, ocupando cada uno de ellos sus propios espacios, ni que el Verbo dice palabras a Aquel cuyo Verbo es, ni que el Verbo pronuncia palabras en favor nuestro ante Aquel cuyo Verbo es, como si hubiera algún espacio entre la boca del que habla y el oído del que escucha; ni otras cosas semejantes que tanto los animales como los carnales fabrican en su corazones. Y todas las imágenes corpóreas que acuden a la mente de los espirituales cuando piensan en Dios, las apartan de los ojos interiores como a moscas importunas, rechazándolas y no haciendo caso de ellas, y asienten a la claridad de su luz, con cuyo testimonio y juicio demuestran la omnímoda falsedad de las imágenes corpóreas que se ofrecen a sus internas miradas. Estos son quienes de alguna manera pueden comprender que nuestro Señor Jesucristo, en cuanto hombre, abogue por nosotros ante el Padre, y que, en cuanto Dios, nos escuche juntamente con el Padre. Y esto es lo que creo quiso dar a entender cuando dijo: Y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros. Solamente los ojos espirituales del alma pueden elevarse a contemplar cómo el Hijo no ruega al Padre, sino que simultáneamente el Padre y el Hijo escuchan a quienes piden.

 

5. El mismo Padre, dice, os ama, porque vosotros me habéis amado. ¿Nos ama El porque le amamos nosotros, o más bien le amamos nosotros porque nos ama El? Responda el mismo evangelista en su Epístola: Nosotros le amamos porque El nos ha amado primero. Nosotros hemos llegado a amar porque hemos sido amados. Don es enteramente de Dios el amarle. El, que amó sin haber sido amado, lo concedió para ser amado. Hemos sido amados sin tener méritos para que en nosotros hubiera algo que le agradase. Y no amaríamos al Hijo si no amásemos también al Padre. El Padre nos ama porque amamos al Hijo, habiendo recibido del Padre y del Hijo el poder amar al Padre y al Hijo, difundiendo la caridad en nuestros corazones el Espíritu de ambos, por el cual amamos al Padre y al Hijo, amando también a ese Espíritu con el Padre y el Hijo. Ese amor filial nuestro con que honramos a Dios, lo creó Dios, y vio que era bueno; por eso El amó lo que El hizo. Pero no hubiera creado en nosotros lo que El pudiera amar si, antes de crearlo, El no nos hubiese amado.

 

6. Sigue diciendo: Vosotros habéis creído que salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre. Sin duda lo hemos creído. Ni debe parecemos increíble que, al venir al mundo, de tal modo salió del Padre, que no dejó al Padre, y que de tal manera, dejando el mundo, se vuelve al Padre, que no abandona al mundo. Salió del Padre porque procede del Padre, y vino al mundo porque manifestó al mundo su cuerpo, tomado de una virgen. Dejó al mundo con su presencia corporal; volvió al Padre con la ascensión de su humanidad, sin dejar al mundo por la presencia de su gobierno.

 

 

TRATADO 103

 

DESDE LO QUE SIGUE: "DÍCENLE sus DISCÍPULOS: AHORA HABLAS ABIERTAMENTE", HASTA ÉSTAS: "MAS TENED CONFIANZA, PORQUE YO HE VENCIDO AL MUNDO"

 

1. Son muchos, a través del Evangelio, los indicios que declaran cómo eran los discípulos de Cristo cuando con ellos conversaba antes de su pasión, hablando de cosas grandes a párvulos; pero así convenía que los párvulos oyesen esas cosas elevadas que ellos antes de recibir al Espíritu Santo, ya insuflado por El, ya venido de lo alto, tomaban más como humanas que como divinas, y por eso dijeron lo que ahora acabáis de escuchar. Dice, pues, el evangelista: "Dícenle sus discípulos: Ahora hablas con claridad y no dices parábola alguna: ahora vemos que sabes todas las cosas y que no necesitas de que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios." Antes había dicho el mismo Señor: "Os he dicho estas cosas en parábolas; mas es llegada la hora de no hablaros en parábolas". ¿Por qué dicen ellos: Ahora ya no hablas en parábolas, sino claramente? ¿Por ventura había llegado ya la hora en que había prometido no hablarles ya en parábolas? Pero que no había llegado aún esa hora lo declaran las palabras siguientes: "Os he dicho estas cosas en parábolas, mas llega la hora de no hablaros ya más en parábolas, sino que abiertamente os hablaré de mi Padre; en aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; pues el mismo Padre os ama porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí de Dios y vine al mundo; ahora dejo el mundo y me vuelvo al Padre". Siendo así que todas estas palabras contienen aún la promesa de la hora en que no les ha de hablar en parábolas, sino abiertamente del Padre, y en la cual dice que ellos pedirán en su nombre y que El no rogará por ellos al Padre, ya que el mismo Padre los ama por haber ellos amado a Cristo y haber creído que salió del Padre y vino al mundo, para dejar otra vez al mundo y volverse al Padre: siéndoles, pues, prometida aún esa hora en la que no ha de hablarles en parábolas, ¿por qué dicen ellos: Ahora hablas con claridad y no dices parábolas, sino porque sus palabras son parábolas para quienes no las entienden, y ellos no las entienden, hasta el extremo de no entender que no las entienden? Eran párvulos, y aún no discernían espiritualmente lo que oían referente, no al cuerpo, sino al espíritu.

 

2. Advirtiéndoles entonces de su edad corta y endeble según el hombre interior, "respondióles Jesús: ¿Ahora creéis vosotros? He aquí que viene la hora, y ha llegado ya, de que os disperséis cada uno por su lado y me dejéis solo. Mas yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo". Poco antes había dicho: "Dejo el mundo y me voy al Padre"; ahora dice: "El Padre está conmigo". ¿Quién va a aquel que está consigo? Estas cosas son palabras para los inteligentes, y parábolas para los no inteligentes, mas expuestas de tal modo que aun los párvulos, que ahora no las entienden, en cierta manera las paladean; y aunque no les da el alimento sólido, de que ahora no son aún capaces, no les niega al menos los alimentos lácteos. A esta clase de alimentos pertenece su conocimiento de que El sabía todas las cosas y que no era necesario que nadie le preguntase. Pero puede preguntarse por qué dijeron esto, cuando parece que mejor hubieran dicho: No te es necesario preguntar a nadie, en lugar de que nadie te pregunte. Pues habían dicho: Sabemos que conoces todas las cosas; es más obvio que quien sabe todas las cosas sea interrogado por los ignorantes, para escuchar lo que quieren saber de quien todo lo sabe, y no que pregunte quien todo lo sabe, como queriendo aprender algo. Entonces, ¿qué viene a significar que, pareciendo que debían haber dicho a quien todo lo sabe: "No tienes necesidad de preguntar a nadie", optaron por decir: "No es necesario que nadie te pregunte"? ¿Pues qué, si ambas cosas leemos sucedidas: que el Señor preguntó y que fue interrogado? Mas esto se resuelve prontamente, diciendo que esto era necesario, más bien que a El, a aquellos a quienes interrogaba o por quienes era interrogado. Porque El no les interrogaba para aprender algo de ellos, sino más bien para enseñarles algo a ellos. Y quienes le interrogaban para aprender algo de El, evidentemente tenían necesidad de preguntar para aprender algo de quien lo sabía todo. Por eso no era necesario que nadie le preguntase. Cuando nosotros somos interrogados por quienes quieren saber algo de nosotros, por sus mismas preguntas conocemos lo que quieren saber. Y así nosotros necesitamos ser interrogados por aquellos a quienes queremos enseñar algo, para conocer sus inquisiciones, a las que hemos de responder. Mas esto no era necesario a quien todo lo sabía, ni necesitaba de sus preguntas para conocer lo que ellos querían saber, porque, antes de ser interrogado, ya El conocía los deseos de quienes querían interrogarle. Pero toleraba ser interrogado para manifestar, ya a quienes entonces estaban presentes, ya a quienes habían de oír estas cosas oralmente o leerlas escritas, cómo eran quienes le preguntaban, y de esta manera nosotros viniésemos a conocer los fraudes que nos impiden llegar a El y los caminos que a El nos conducen. Conocer de antemano los pensamientos de los hombres, y, por consiguiente, no necesitar de que nadie le interrogue, no era nada extraordinario para Dios, pero lo era para los párvulos, que le decían: Por esto creemos que has salido de Dios. Mucho más extraordinario era aquello para cuya inteligencia quería hacerlos crecer y capacitarlos. Porque, habiendo dicho, y con toda verdad, que saliste de Dios, dijo El: El Padre está conmigo, para que supiesen que no había salido del Padre de tal modo que fuesen a pensar que se había apartado de El.

 

3. Después, como conclusión de este largo y extraordinario sermón, dice: De estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Estos aprietos y tribulaciones habían de tener su principio en aquello de que anteriormente, para demostrar que ellos eran párvulos, que aún no entendían y tomaban unas cosas por otras, y parecíanles parábolas cuantas cosas altas y divinas les había dicho, dijo: ¿Creéis ahora? He aquí que llega la hora, y ha llegado ya, de que os desparraméis cada cual por su lado. Este es el principio de la tribulación, que no ha de perseverar de igual manera. Diciendo a continuación: Y me dejéis a mí solo; no quiere que ellos sigan siendo así en las subsiguientes tribulaciones que han de padecer en el mundo después de su Ascensión, hasta llegar a abandonarle; sino que, permaneciendo en El, tengan en El la paz. Porque, cuando le prendieron, no sólo le abandonaron corporalmente, sino que también su espíritu abandonó la fe. Y a esto hace referencia la frase: ¿Ahora creéis? Ha llegado la hora de que os desparraméis cada cual por su lado y me abandonéis; como si dijera: Entonces llegará vuestra turbación hasta el punto de abandonar lo que ahora creéis; porque llegaron a tal desesperación, y, por decirlo así, muerte de su fe antigua, como se ve en aquel Cleofás, que, hablando con El sin conocerle después de su resurrección y contándole lo sucedido, dijo: Nosotros esperábamos que El había de rescatar a Israel. Ahí tenéis cómo le habían abandonado perdiendo también la fe que antes habían tenido en El. En cambio, no le abandonaron en aquella tribulación que padecieron después de su glorificación, recibido ya el Espíritu Santo; y aunque huyeron de ciudad en ciudad, no huyeron de El, sino que en medio de las persecuciones del mundo conservaron en El la paz, sin abandonarle, antes buscando en El su refugio. Recibido el Espíritu Santo, se verificó en ellos lo que ahora les dijo: Confiad; yo he vencido al mundo. Confiaron y vencieron. ¿Por quién sino por El? No hubiera El vencido al mundo si el mundo alcanzase la victoria sobre sus miembros. Por lo cual dice el Apóstol: Gracias a Dios, que nos da la victoria; añadiendo en seguida: Por nuestro Señor Jesucristo, que había dicho a los suyos: Tened confianza; yo he vencido al mundo.

 

 

TRATADO 104

 

SOBRE LAS PALABRAS SIGUIENTES: "ESTAS COSAS DIJO JESÚS, Y, LEVANTADOS LOS OJOS AL CIELO, EXCLAMÓ: PADRE, HA LLEGADO LA HORA; GLORIFICA A TU HIJO PARA QUE TU HIJO TE GLORIFIQUE A TI"

 

1. Antes de estas palabras que, con el favor de Dios, vamos a tratar, había dicho Jesús: Os he dicho estas cosas para que en mí tengáis paz. En lo cual debemos entender no solamente las cosas que anteriormente les había dicho, sino todas las que les dijo, ya desde que comenzó a tenerlos por discípulos, ya, por lo menos, desde que después de la Cena comenzó este largo y admirable sermón. Hizo mención del motivo que le impelió a hablarles, para indicar que a ese fin se enderezan, a todas las cosas que les había dicho o, al menos y sobre todo, las que les dijo estando próximo a morir por ellos, como si fueran sus últimas palabras, después que salió del convite el que le había de entregar. Les advirtió que la causa de sus sermones era que tuvieran paz en El, que es por lo que somos cristianos. Esta paz no está sujeta a los límites del tiempo, sino que ella será el fin de nuestras intenciones y acciones piadosas. Por ella somos imbuidos de sus secretos; por ella somos aleccionados con sus obras y con sus palabras; por ella hemos recibido el don de su Espíritu; por ella en El creemos y esperamos y nos encendemos en su amor cuanto El se digna concedernos; esta paz nos consuela en todas las tribulaciones y nos libra de ellas; por esta paz varonilmente sufrimos cualquiera persecución, para que, libres de toda aflicción, en esa paz reinemos en la bienaventuranza. Justamente con ella cerró sus palabras, que eran como parábolas para la corta inteligencia de sus discípulos, que las comprenderían cuando les diese el prometido Espíritu Santo, del cual anteriormente dijo: "Estas cosas os he dicho estando entre vosotros; mas el Espíritu Paráclito, que os enviará el Padre en mi nombre, os enseñará y os sugerirá todo cuanto yo os he dicho". Esta había de ser, pues, aquella hora en que había prometido no hablarles ya en parábolas, sino abiertamente de su Padre. Entonces, por la revelación del Espíritu Santo, estas palabras suyas dejarían de ser parábolas para los inteligentes. Pero no por hablar el Espíritu Santo en sus corazones dejaría de hablar el Hijo unigénito, que dijo que en aquella hora les hablaría del Padre, de modo que para los inteligentes no fuesen ya parábolas. Mas esto mismo, es decir, cómo simultáneamente hablan en el corazón de los espirituales el Hijo de Dios y el Espíritu Santo, o por mejor decir, la misma Trinidad, que obra inseparablemente, es una palabra para los inteligentes y es una parábola para los no inteligentes.

 

2. Habiendo señalado la causa de haber dicho todas estas cosas, a saber, para que en El tuvieran paz en las tribulaciones del mundo; y habiéndoles animado a tener confianza, porque El venció al mundo, concluido el sermón, que a ellos se enderezaba, dirige sus palabras al Padre y da comienzo a su oración. Y así continúa diciendo el evangelista: Estas cosas dijo Jesús, y, levantados los ojos al cielo, exclamó: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo. Hubiera podido el Señor, unigénito y coeterno del Padre, en la forma de siervo y en cuanto siervo, si necesario fuera, orar en silencio; mas quiso aparecer como suplicante ante el Padre, acordándose de que era nuestro Maestro. Y así, la oración que hizo por nosotros nos la dio a conocer a nosotros, ya que no sólo las pláticas a ellos dirigidas por tan excelente Maestro, sino también su oración por ellos al Padre servía de edificación a los discípulos. Y si era de edificación para ellos, que la escuchaban, también había de serlo para nosotros, que la habíamos de leer escrita. Por tanto, al decir: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, manifestó que todos los tiempos, y cuando había de hacer o dejar de hacer algo, eran dispuestos por Aquel que no está sujeto al tiempo; porque todas las cosas que han de ser, cada cual en su tiempo propio, tienen su causa eficiente en la sabiduría de Dios, en la cual no existe el tiempo. No se crea, pues, que esta hora vino al acaso, sino por la ordenación de Dios. Como tampoco una fatal necesidad sideral determinó la pasión de Cristo, porque no se puede pensar que las estrellas forzasen a morir a Cristo, su Creador. No fue, pues, el tiempo el que impelió a Cristo a la muerte, sino que El determinó el tiempo en que había de morir, como determinó el tiempo en que había de nacer de una Virgen, juntamente con el Padre, del cual nació sin tiempo. Según esta verdadera y sana doctrina, dice asimismo el apóstol San Pablo: "Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo"; y Dios por el Profeta: "Te he escuchado en el tiempo propicio, y en el día de la salvación te presté mi ayuda"; y otra vez el Apóstol: "Ahora es el tiempo aceptable, ahora es el día de salvación". Diga, pues: Padre, ha llegado la hora, quien con el Padre ha ordenado todas las horas, como diciendo: Padre, ha llegado la hora que conjuntamente hemos ordenado para glorificarme por y entre los hombres; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti.

 

3. Dicen algunos que la glorificación del Hijo por el Padre consistió en que no le perdonó y le entregó por todos nosotros. Luego, si fue glorificado en su pasión, ¿cuánto más en su resurrección? En la pasión aparece su humildad más bien que su claridad, como lo atestigua el Apóstol diciendo: "Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz"; después, hablando ya de su glorificación, añade: "Por eso Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre." Esta es la glorificación de Nuestro Señor Jesucristo, que comenzó con su resurrección. Comienza su humillación en estas palabras del Apóstol: Se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo; y llega hasta donde dice: hasta la muerte de cruz. Y su glorificación comienza donde dice: Por eso Dios lo exaltó y llega hasta donde dice: Está en la gloria de Dios Padre. Si examinamos los códices griegos de los cuales se han traducido al latín las Epístolas del Apóstol, la palabra gloria que se lee en los latinos, allí es doxa, de la cual se deriva el verbo doxason, que el traductor latino vierte por clarifica, pudiéndose decir también glorifica, que es lo mismo. Y así en la Epístola del Apóstol podría ponerse claridad donde pone gloria; y si esto se hace, lo mismo da. Y, por conservar el sonido de las palabras, de claridad se deriva clarificación, como de gloria glorificación. Pues para que Cristo Jesús, en cuanto hombre, fuese clarificado o glorificado con la resurrección, debió antes pasar por la humillación de la pasión, porque, si no hubiese muerto, no hubiese resucitado de entre los muertos. La humillación de la claridad es el mérito; la glorificación de la humildad es el premio. Mas esto en cuanto a la forma de siervo; porque en cuanto a la forma de Dios, siempre tuvo y siempre tendrá la claridad, o mejor, no la tuvo, como si ya no la tenga, ni la tendrá, como si aún no la tenga, sino que es una claridad permanente, sin principio y sin fin. Y así, estas palabras: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, hay que entenderlas como si dijera: Ha llegado la hora de sembrar la humildad, no difieras el fruto de la claridad. Pero ¿qué quieren decir las siguientes: Para que tu Hijo te glorifique a ti? ¿Acaso también el Padre pasó por la humillación de la carne, o de la pasión, por la cual fuera conveniente glorificarle? ¿Cómo le había de glorificar el Hijo, si su gloria no padeció detrimento en su forma humana ni puede recibir aumentó en su forma divina? Pero no quiero compendiar esta cuestión en esta plática ni tampoco alargarla con su exposición.

 

 

TRATADO 105

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "PARA QUE TU HIJO TE GLORIFIQUE", HASTA ÉSTAS: "CON LA CLARIDAD QUE TUVE EN TI ANTES QUE FUESE EL MUNDO"

 

1. Ningún cristiano duda, y todo indica que el Hijo fue glorificado por el Padre según la naturaleza de siervo, a la cual el Padre la resucitó .de entre los muertos y la colocó a su derecha. Mas como no dijo solamente: Padre, glorifica a tu Hijo, sino que  añadió: Para que tu Hijo te glorifique a ti, puede preguntarse cómo el Hijo glorificó al Padre, no habiendo su claridad sufrido menoscabo en la forma humana ni pueda tener aumento en su perfección divina. Ni aun en sí misma la gloría del Padre es susceptible de aumento o de disminución. Pero no cabe dudar que era menor entre los hombres, cuando sólo era conocido en la Judea, porque aún no alababan al Señor los infantes desde el orto del sol hasta el ocaso. Y como por el Evangelio de Cristo se consiguió que el conocimiento del Padre llegase a las gentes por medio del Hijo, no cabe dudar que también el Hijo glorificó al Padre. Si el Hijo hubiese muerto y no hubiese resucitado, ni el Padre habría glorificado al Hijo ni el Hijo al Padre. Pero ahora con la resurrección fue glorificado por el Padre, y con el anuncio de su resurrección glorifica el Hijo al Padre. Y así el orden de las palabras es éste: Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti; como si dijera: Resucítame para que por mí seas conocido en todo el mundo.

 

2. Declarando más abiertamente la glorificación del Hijo por el Padre, dice: Pues le has dado poder sobre toda carne, para que dé la vida eterna a los que tú le has entregado. Por toda carne entiende a todo el hombre, tomando la parte por el todo, así como por la parte superior se indica a todo el hombre, cuando dice el Apóstol: Toda alma esté subordinada a las potestades superiores. ¿Qué entendió por toda alma sino todo hombre? Y así, la potestad que el Padre dio a Cristo sobre toda carne ha de entenderse sobre todo hombre, pues todas las cosas han sido hechas por El en cuanto Dios, y por El han sido creadas todas en el cielo y en la tierra, tanto las visibles como las invisibles. Y así como le has dado, dice, poder sobre toda carne, así te glorifica tu Hijo, es decir, te da a conocer a toda la carne que le has confiado. Y se la has confiado para que dé la vida eterna a todos los que le has confiado.

 

3. Esta es, dice, la vida eterna: que te conozcan a ti, solo Dios verdadero y al que has enviado, Jesucristo. El orden de estas palabras es: Vara que a ti y al que has enviado, Jesucristo, conozcan por solo y verdadero Dios. Por consiguiente, también está comprendido el Espíritu Santo, porque es el Espíritu del Padre y del Hijo, como el amor sustancial y consustancial de ambos. Porque el Padre y el Hijo no son dos dioses, ni tres dioses el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sino que la misma Trinidad es un solo y verdadero Dios. Pero no es el Padre el mismo que el Hijo, ni el Hijo el mismo que el Padre, ni el Espíritu Santo es el mismo que el Padre y el Hijo, porque son tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo; y la misma Trinidad es un solo Dios. Si, pues, el Hijo te glorifica del modo que tú le diste poder sobre toda carne, y se lo diste para que dé la vida eterna a los que le confiaste, y la vida eterna es que te conozcan a ti, así te glorifica el Hijo, haciéndote conocer de todos aquellos que le has confiado. En verdad que, si la vida eterna es el conocimiento de Dios, tanto más tendemos a vivir cuanto más adelantamos en este conocimiento. No moriremos en la vida eterna: el conocimiento de Dios   será perfecto cuando la muerte deje de existir. Entonces será la suma glorificación de Dios, porque será la suma gloria, que en griego es llamada doxa. De donde se deriva doxason, que algunos latinos han traducido por clarifica, y otros por glorifica. Los antiguos han definido la gloria, que hace gloriosos a los hombres, de este modo: Gloria es la constante fama con loa de una cosa. Y si el hombre es alabado cuando se da crédito a su fama, ¿cómo será Dios alabado cuando sea visto? Por esto está escrito: Bienaventurados los que moran en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos. La alabanza de Dios no tendrá fin allí donde el conocimiento del mismo Dios será pleno; y porque este conocimiento será pleno, será suma la clarificación o glorificación.

 

4. Mas antes es aquí Dios glorificado, cuando, anunciado a los hombres, es de ellos conocido, y por la fe de los creyentes es predicado. Por eso dice: Yo te he glorificado sobre la tierra, he concluido la obra que me encomendaste. No dice mandaste, sino encomendaste, donde se pone de manifiesto la gracia. ¿Qué tiene la humana naturaleza, aun la del Unigénito, que no haya recibido? ¿Acaso no recibió el don de no hacer mal alguno, Sino de hacer todo lo bueno, cuando fue asumida en unidad de persona por el Verbo, por el cual fueron hechas todas las cosas? Pero ¿cómo dice que concluyó la obra a El encomendada, cuando aún queda la prueba de la pasión, en la cual principalmente dejó a sus mártires un ejemplo a seguir, según dice el apóstol Pedro: Cristo padeció -por nosotros, dejándonos su ejemplo para que sigamos sus huellas; sino diciendo que ha concluido lo que con toda certeza sabe que ha de concluir? Ya mucho tiempo antes empleó las mismas palabras en la profecía de tiempos pasados, siendo así que lo que decía se había de realizar muchos años después: Traspasaron mis manos y pies y contaron todos mis huesos. No dice traspasarán y contarán. Y en este mismo evangelio dice: Os he manifestado todas las cosas que oí a mi Padre; y después dice: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis saberlas. Aquel que predestinó todo el futuro en sus causas ciertas e inmutables, hizo todo cuanto había de hacer; y así dice de El el profeta: Que hizo las cosas que han de ser.

 

5. Y en este sentido dice lo que sigue: Y ahora glorifícame tú, Padre, en ti mismo, con la gloria que tenía en ti antes que el mundo fuese. Y anteriormente había dicho: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti; en cuyo orden de palabras manifiesta que antes ha de ser glorificado el Hijo por el Padre, para que el Hijo glorifique al Padre. Ahora, en cambio, dice: Yo te he glorificado sobre la tierra; he concluido la obra que me encomendaste hacer; ahora, pues, glorifícame tú; como si El primero hubiese glorificado al Padre, al cual pide que después le glorifique a El. Debe, pues, entenderse que empleó ambos verbos según había de suceder y en el orden con que había de realizarse, cuando dijo: Glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique; en cambio, cuando dice: Yo te he glorificado sobre la tierra, he concluido la obra que me encomendaste hacer, empleó el verbo en tiempo pretérito, refiriéndose a una cosa futura. Y diciendo después: Y ahora glorifícame tú, Padre, con la gloria que tuve en Ti mismo, como si posteriormente hubiese de ser glorificado por el Padre, al cual antes El había glorificado, ¿qué quiere demostrar sino que lo que antes dijo: Yo te he glorificado sobre la tierra, lo dijo como si ya hubiese ejecutado lo que había de hacer; y aquí, en cambio, pidió al Padre que hiciese aquello por lo cual el Hijo había de hacer la suyo, es decir, que el Padre glorificase al Hijo, por cuya glorificación el Hijo había de glorificar también al Padre? Finalmente, si, refiriéndose al futuro, colocamos en futuro el verbo que El puso en pretérito en vez del futuro, no quedará oscuridad alguna en la frase; como si hubiese dicho: Yo te glorificaré sobre la tierra, concluiré la obra que me has encomendado hacer, y luego glorifícame tú, Padre, en Ti mismo. Y así queda esto tan claro como lo que antes había dicho: Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. Y así es la misma sentencia; solamente que aquí se expresa el modo de esa glorificación y allí se pasa por alto; como si con ésta se aclarase aquélla a quienes pudiera extrañar cómo el Padre glorificaría al Hijo, y principalmente cómo el Hijo glorificaría al Padre. Diciendo, pues, que El glorificaba al Padre sobre la tierra y que el Padre le glorificaba a El en el mismo Padre, no hizo más que manifestar el modo de una y otra glorificación. El glorificó al Padre sobre la tierra predicándole a las gentes, y el Padre le glorificó en sí mismo, colocándole a su derecha. Pero al decir: Yo te he glorificado, hablando de la glorificación del Padre, prefirió poner el verbo en pretérito, para indicar que en la predestinación estaba ya hecho: que se ha de tener por realizado lo que con toda certeza ha de realizarse en el futuro; esto es, que, glorificado El por el Padre en el Padre, el Hijo glorificaría también al Padre sobre la tierra.

 

6. Pero esta predestinación a su glorificación, con la que el Padre le glorificó, la declara más abiertamente cuando añade: Con la gloria, que tuve en ti antes que el mundo fuese. Ese es el orden de las palabras. Y lo mismo debe decirse de estas palabras suyas: Y ahora glorifícame tú; esto es, como entonces, así ahora: como entonces predestinado, así ahora realizando; haz en el mundo lo que en ti ya fue antes que el mundo; ejecuta en su propio tiempo lo que ordenaste antes de todos los tiempos. Algunos creyeron que esto debía entenderse en el sentido de que la naturaleza humana tomada por el Verbo se convertiría en el Verbo, y el hombre se convertiría en Dios; es más, si aquilatamos su pensamiento, el hombre desaparecería en Dios. No hay quien diga que con esta mutación del hombre se duplique el Verbo de Dios, o se aumente, o que sean dos lo que fue uno, o que sea más lo que fue menos. Y en verdad, si, cambiada y convertida en el Verbo la naturaleza humana, el Verbo de Dios es lo que era y cuanto era, ¿dónde está el hombre, si no desaparece?

 

7. Pero nada nos fuerza a aceptar esta opinión, que no veo enteramente de acuerdo con la verdad, si, al decir el Hijo: Y ahora glorifícame tú, Padre, en ti mismo con la gloria que tuve en ti antes que el mundo fuese, lo entendemos referente a la glorificación de su naturaleza humana, que de mortal ha de pasar a ser inmortal junto al Padre; lo cual ya ha sido ejecutado por la predestinación antes que el mundo fuese, y en el mundo lo había de ser también a su debido tiempo. Y si el Apóstol ha dicho de nosotros: Como nos eligió antes de la formación del mundo, ¿por qué no ha de ser verdad que el Padre glorificó a nuestra cabeza en aquel momento en que por El nos eligió a nosotros por miembros suyos? Nosotros elegidos, como El glorificado; antes de la formación del mundo, ni nosotros existíamos ni tampoco el mismo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Mas Dios Padre, que por Cristo, en cuanto es su Verbo, hizo todo cuanto había de ser, y llama a las cosas que no existen como si existieran, ciertamente le glorificó por nosotros en cuanto hombre, mediador entre Dios y los hombres, antes de la formación del mundo, si entonces nos eligió a nosotros en El. ¿Qué dice el Apóstol sobre esto? "Sabemos que todo coopera para el bien de aquellos que aman a Dios y han sido llamados por la predestinación. Pues a quienes previo, los predestinó para que fuesen conformes a la imagen de su Hijo, a fin de que El sea el primogénito entre muchos hermanos; y a quienes predestinó, también los llamó".

 

8. Quizá tengamos reparo en decir que El fue predestinado, por parecer que el Apóstol solamente ha dicho que nosotros debemos amoldarnos a su imagen. Como si alguno, siguiendo fielmente las enseñanzas de la fe pudiera negar que el Hijo de Dios sea predestinado, cuando no puede negar que El es hombre. Rectamente se puede decir que no fue predestinado en cuanto es el Verbo de Dios y Dios de Dios. ¿Qué necesidad tenía de ser predestinado, siendo ya lo que era eternamente sin principio y sin fin? Debía, pues, recaer la predestinación en aquello que aún no existía, para que a su debido tiempo existiese, así como su existencia había sido predestinada anteriormente a todos los tiempos. Luego quien niega la predestinación al Hijo de Dios, niega que El es el Hijo del hombre. Mas escuchemos, en contra de los tercos, al Apóstol hablando de esto en el exordio de sus cartas. En la primera de ellas, que es la escrita a los romanos, comienza diciendo: Pablo, siervo de Jesucristo, llamado para apóstol y separado para predicar el Evangelio de Dios, que acerca de su Hijo había prometido antes por sus profetas en las Escrituras Santas acerca de su Hijo, que, según la carne, fue formado de la descendencia de David y predestinado a ser Hijo de Dios en poder, según el Espíritu de santificación por su resurrección de entre los muertos. Así, pues, según esta predestinación, fue ya glorificado antes de ser el mundo, viniéndole su gloria ante el Padre, a cuya diestra está sentado, de la resurrección de entre los muertos. Viendo, pues, llegado el tiempo de su predestinada glorificación, pidió que ahora se realizase lo que en la predestinación estaba ya hecho, diciendo: Y ahora glorifícame tú, Padre, junto a ti mismo con la gloria que tuve junto a ti antes que el mundo fuese; como si dijera: Con la gloria que tuve junto a ti; esto es, ya llegó el tiempo de que, viviendo a tu derecha, tenga junto a ti aquella gloria que junto a ti tuve en tu predestinación. Mas, por habernos entretenido largo tiempo en discutir esta cuestión, dejaremos lo siguiente para otro sermón.

 

 

 

TRATADO 106

 

ACERCA DE ESTO QUE DICE EL SEÑOR: "MANIFESTÉ TU NOMBRE A LOS HOMBRES", HASTA: " Y CREYERON QUE TÚ ME ENVIASTE"

 

1. Según las luces que El nos conceda, trataremos sobre estas palabras del Señor: He manifestado tu nombre a los hombres que tú me has dado del mundo. Si estas palabras se refieren solamente a aquellos discípulos con quienes había cenado, y a los cuales había dicho tantas cosas antes de comenzar su oración, parece que no deben tener relación con aquella clarificación, o glorificación, como otros traducen, con la cual el Hijo clarifica o glorifica al Padre. Porque ¿cuál y cuánta puede provenir de ser conocido de doce, o mejor, de once mortales? Pero, si al decir: Manifesté tu nombre a los hombres que me has dado del mundo, comprendió a todos cuantos habían de creer en El, como miembros de aquella magna Iglesia que se había de formar de todas las gentes, y de la cual se canta en el Salmo: Te cantaré en una gran asamblea, entonces, sí, realiza esta glorificación con la que el Hijo glorifica al Padre, haciendo su nombre conocido de todas las gentes y de tan numerosas generaciones humanas. Y así, el sentido de estas palabras: Manifesté tu nombre a los hombres que me has dado del -mundo, es como el de aquellas dichas antes: Yo te he glorificado sobre la tierra, poniendo, tanto aquí como allí, el pretérito por el futuro, como quien sabe que está predestinada su realización, y diciendo por ello que ha hecho lo que sin género de duda ha de hacer.

 

2. Y que El dijo estas palabras: He manifestado tu nombre a los hombres que me has dado del mundo, refiriéndose tan sólo a a los que ya entonces eran sus discípulos y no a cuantos después creerían en El, lo hacen más creíble las siguientes. Porque, dicho esto, añadió: Tuyos eran, y me los has entregado, y han guardado tu doctrina; ahora han conocido que todo cuanto me has dado procede de ti; porque yo les di las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido que verdaderamente yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Y aunque todas estas cosas pudieron ser dichas de todos los futuros fieles, como realizadas en esperanza las que aún eran futuras, lo que sigue nos impulsa a entenderlas dichas de solos los discípulos que entonces tenía. Dice: Cuando yo estaba con ellos, los guardaba, en nombre tuyo: conservé a los que me diste, y ninguno de ellos pereció sino el que era hijo de perdición, para que se cumpla la Escritura, aludiendo a Judas, que le entregó, ya que sólo él se perdió entre los doce apóstoles. Y luego añade: Mas ahora ya me voy a ti. De donde se colige que El hablaba de su presencia corporal cuando dijo: Cuando yo estaba con ellos, los guardaba, como si ahora no estuviese entre ellos con aquella presencia. Con lo cual quiso dar a entender su próxima Ascensión, de la cual dijo: Mas ahora voy a ti; estaba para irse a la derecha del Padre, de donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos en su misma presencia corporal, según las normas de la fe y la sana doctrina; porque con su presencia espiritual había de estar con ellos después de su Ascensión, y con toda su Iglesia en este mundo hasta la consumación de los siglos. N o se entienden rectamente incluidos en estas palabras: Cuando estaba con ellos, yo los guardaba, sino aquellos creyentes a quienes había ya comenzado a guardar con su presencia corporal, de la cual iba a privarlos, para guardarlos, juntamente con el Padre, con la presencia espiritual. Incluye después a todos los suyos, diciendo: No te ruego sólo por ellos, sino por todos los que por su palabra han de creer en mí. En donde manifiestamente declara que no se refirió a todos los suyos cuando anteriormente dijo: He manifestado tu nombre a los hombres que me has dado; sino sólo a aquellos que le estaban escuchando cuando hablaba.

 

3. Así, pues, desde el comienzo de su oración, en que, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti, hasta lo que poco después dijo: Y ahora glorifícame tú, Padre, junto a ti mismo, con la claridad que tuve junto a ti antes que el mundo fuese, quiso entender a todos los suyos, en los cuales glorifica al Padre llevándolos a su conocimiento. Y habiendo dicho: Para que tu Hijo te glorifique, añadió en seguida de qué modo había de hacerlo, diciendo: Le has dado poder sobre toda carne, para que a todos los que le has dado les dé la vida eterna; y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti y al que has enviado, Jesucristo, un solo Dios verdadero. Pues no puede ser glorificado el Padre por el conocimiento de los hombres sin conocer también a aquel por quien es glorificado y por quien el Padre llega al conocimiento de los pueblos. Esta es la glorificación del Padre, realizada no solamente en aquellos apóstoles, sino en todos los hombres, de los cuales, como miembros suyos, Cristo es cabeza. Y tampoco de solos los apóstoles deben entenderse estas palabras: Le has dado poder sobre toda carne, para que dé la vida eterna a todos los que le has dado; sino de todos aquellos a quienes es concedida la vida eterna por haber creído en El.

 

4. Veamos ahora lo que dice de aquellos discípulos suyos que entonces le escuchaban. He manifestado, dice, tu nombre a los hombres que me has dado. Siendo ellos judíos, ¿no habían conocido el nombre de Dios? Entonces, ¿dónde se queda aquello del Salmo: Dios es conocido en Judea, y su nombre es grande en Israel? Luego he manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me has dado, y que están escuchando lo que digo, no tu nombre, Dios, con que eres llamado, sino tu nombre de Padre mío, cuyo nombre no fuera conocido si el propio Hijo no lo hubiese manifestado. Porque el nombre con que es llamado Dios de todo lo creado, bien puede ser conocido de todas las gentes antes de creer en Cristo. Y éste es el poder de la divinidad verdadera, que no puede ocultarse enteramente a la criatura racional en el uso de la razón. Exceptuados algunos pocos de naturaleza demasiado depravada, todo el género humano confiesa a Dios por autor de este mundo. Y así, por el hecho de haber creado este mundo visible en el cielo y en la tierra, Dios es conocido en todos los pueblos antes de abrazar la fe de Cristo. Era Dios conocido en la Judea, en cuanto que allí era honrado sin injurias y sin dioses falsos. Pero, como Padre de Cristo, por quien borra los pecados del mundo, este nombre suyo, antes desconocido de todos, lo manifestó ahora a quienes el Padre le había dado del mundo. Y ¿cómo lo ha manifestado, si no ha llegado aún la hora que antes había anunciado, cuando dijo: Vendrá la hora en que ya no hablaré en parábolas, mas os hablaré claramente de mi Padre? ¿O es que se tomará por manifiesta una declaración en parábolas? ¿Por qué, pues, dijo: Abiertamente os lo anunciaré, sino porque no es decir abiertamente lo que se dice en parábolas? En realidad se dice abiertamente lo que no se esconde en parábolas y se manifiesta con palabras. ¿Cómo, pues, manifestó lo que aún no dijo claramente? Por esto debe entenderse puesto el pretérito por el futuro, como en aquel otro pasaje: Os he hecho conocer todo cuanto oí a mi Padre; lo cual aún no había hecho; mas hablaba como si ya hubiese ejecutado lo que sabía que indefectiblemente se había de realizar.

 

5. ¿Qué significa: A quienes del mundo me has dado? Ya se dijo de ellos que no eran del mundo. Mas este beneficio se lo confirió la regeneración, no la generación. ¿Qué quiere decir: tuyos eran y me los diste? ¿Hubo, acaso, algún tiempo en que eran del Padre y no eran del Hijo unigénito? ¿En alguna ocasión tuvo algo el Padre sin el Hijo? Ni pensarlo siquiera. No obstante, Dios Hijo en algún tiempo tuvo algo que no tuvo aun el mismo Hijo Hombre, porque aún no se había encarnado en el seno de su madre, aunque ya tenía todas las cosas con el Padre. Por tanto, cuando dijo: Tuyos eran, no se separó de El el Dios Hijo, sin el cual jamás tuvo cosa alguna el Padre; mas suele atribuir todo su poder a Aquel de quien El procede. De Aquel de quien tiene el ser, tiene también el poder; y ambos los ha tenido siempre, porque nunca tuvo el ser sin el poder. Y así, cuanto pudo el Padre, lo pudo también el Hijo con El, porque Aquel que jamás tuvo el ser sin el poder, nunca estuvo sin el Padre, y nunca el Padre estuvo sin El. Y como el Padre es eterno omnipotente, así el Hijo es coeterno omnipotente, y por ser omnipotente es también omnipotente. Si hemos de hablar con propiedad, sacamos esta palabra directamente de la palabra griega pantocrator, que los latinos no han interpretado bien traduciéndola por omnipotente, cuando la palabra pantocrator significa omnipotente, a no ser que a ambas se les diese el mismo valor. ¿Qué cosa, pues, pudo tener el eterno Omnipotente que no haya tenido simultáneamente el coeterno Omnipotente? Al decir: Y tú me los has dado, declara que El, en cuanto hombre, recibió el poder de tenerlos, porque habiendo sido siempre omnipotente, no siempre ha sido hombre. Por lo tanto, más bien parece atribuir al Padre el haberlos recibido de El, porque de El mismo procede todo cuanto es aquel que de El procede. También El se los dio a sí mismo; es decir, Cristo, Dios con el Padre, dio los hombres a Cristo Hombre, que no es hombre con el Padre. Finalmente, quien dice: Tuyos eran y me los has dado, anteriormente había dicho a los mismos discípulos: Yo os he elegido del mundo. Confúndase aquí todo carnal pensamiento y desaparezca. El Hijo dice que por el Padre le han sido dados los hombres sacados del mundo, a quienes en otro lugar dice: Yo os he elegido del mundo. A quienes Dios Hijo con el Padre ha elegido del mundo, el mismo Hijo Hombre los ha recibido del Padre sacados del mundo; porque el Padre no se los hubiese dado al Hijo si no los hubiese elegido. Y así como el Hijo no se separó del Padre cuando dijo: Yo os he elegido del mundo, porque los eligió juntamente con el Padre, así tampoco se separó de El cuando dijo: Tuyos eran, porque igualmente eran del Hijo. Ahora, no obstante, el mismo Hijo recibió a los que no eran suyos, porque el mismo Dios recibió la forma de siervo, que no era suya.

 

6. Y sigue diciendo: Y ellos han guardado tus palabras; ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti; luego han conocido que yo procedo de ti. Todas las cosas le dio el Padre en el momento que engendró a quien las había de tener. Porque yo les di las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, es decir, las entendieron y las conservaron; ya que la palabra es recibida cuando por la mente es comprendida. Y conocieron, dice, que verdaderamente he salido de ti, y creyeron que tú me has enviado. También en la segunda frase debe sobrentenderse la palabra verdaderamente. Al añadir: y creyeron, expuso el sentido de conocieron verdaderamente. Así, verdaderamente creyeron lo que verdaderamente entendieron. Y lo mismo es salí de ti que tú me has enviado. Y para evitar que al decir: Conocieron verdaderamente, alguno pudiera pensar que este conocimiento era ya real y no por la fe, exponiéndolo, añadió: y creyeron, sobrentendiendo verdaderamente; y así, entendamos que lo mismo es conocieron verdaderamente que creyeron verdaderamente; pero no de aquel modo que antes había indicado, cuando dijo: ¿Ahora habéis creído? Viene la hora, y ya es llegada, en que os disperséis cada cual por su lado y me dejéis solo. Creyeron verdaderamente, esto es, como hay que creer, inconcusa, firme, estable y valientemente, no ya para irse cada cual por su lado y dejar solo a Cristo. Aún los discípulos no eran tales, tales cuales dice con palabras de pretérito, como si ya lo fuesen; sino que les anuncia cuáles han de ser después de recibir al Espíritu Santo, el cual, según su promesa, les enseñará todas las cosas. Mas ¿cómo guardaron sus palabras antes de recibir al Espíritu Santo, hablando de ellos como si ya lo hubiesen realizado, cuando el primero de ellos le negó tres veces después de escuchar de su boca lo que debía esperar quien le negase delante de los hombres? Según dijo, les dio a ellos las palabras que le dio su Padre; mas, cuando las recibieron, no externamente, en los oídos corporales, sino interiormente, en sus corazones, entonces verdaderamente las recibieron, porque entonces verdaderamente conocieron, y verdaderamente conocieron porque verdaderamente creyeron.

 

7. Pero ¿qué lengua humana podrá explicar cómo el Padre dio esas palabras al Hijo? Se hace más fácil esta cuestión si se cree que recibió del Padre estas palabras en cuanto que es el Hijo del Hombre. Y aun así, ¿quién podrá decir cuándo y cómo las aprendió después de nacido de la Virgen, si es inexplicable su misma generación en el seno de la Virgen? Mas, si se considera que recibió estas palabras del Padre en cuanto es engendrado del Padre y coeterno con El, no se piense entonces en el tiempo, como si hubiese sido antes de tenerlas y hubiese recibido tener lo que antes no tenía, porque todo cuanto Dios Padre dio a Dios Hijo se lo dio en la generación. Y así como le dio el ser, así le dio todas las cosas, sin las cuales el Hijo no puede ser. Pues ¿cómo podía dar de otra manera palabras al Verbo, en el cual inefablemente dijo todas las cosas? Lo que sigue debéis esperarlo de otro sermón.

 

 

TRATADO 107

 

DESDE ESTAS PALABRAS DE JESÚS: "YO RUEGO POR ELLOS", HASTA ÉSTAS: "PARA QUE TENGAN MI GOZO CUMPLIDO DENTRO DE SÍ MISMOS"

 

1. Hablando el Señor al Padre de los discípulos que entonces tenía, dijo entre otras cosas: Yo ruego por ellos, no por el mundo, sino por estos que me has dado. Bajo el nombre de mundo comprende a aquellos que viven envueltos en las concupiscencias del mundo y no les ha tocado en suerte la gracia de ser elegidos del mundo. Y así, no por el mundo, sino por los que le dio el Padre, dice El que ruega; pues por el hecho de habérselos dado el Padre, ya no pertenecen al mundo, por el cual no ruega.

 

2. Después añade: Porque son tuyos. Pues no por haberlos dado el Padre al Hijo perdió el Padre a aquellos que le dio, ya que el Hijo continúa diciendo: Todas mis cosas son tuyas, y las tuyas, mías. Donde aparece con claridad por qué motivo todas las cosas del Padre son del Hijo unigénito; a saber, porque también El es Dios, nacido del Padre, igual al Padre; no del modo que se dijo al mayor de los dos hijos: Tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas tuyas son. Aquello fue dicho de todas las criaturas inferiores a la criatura racional y santa, que están sometidas a la Iglesia, en cuya universalidad están también los dos hijos, el mayor y el menor, en compañía de los santos ángeles, a quienes seremos iguales en el reino de Cristo y de Dios; y, en cambio, estas palabras: Y todas mis cosas son tuyas, y las tuyas mías, fueron dichas de modo que en ellas se incluye también a la criatura racional, que solamente está sometida al poder de Dios, a fin de que a ella estén sometidas todas las cosas que le son inferiores. Siendo, pues, esta criatura de Dios Padre, no sería también del Hijo si éste no fuera igual al Padre; y a ella se refería cuando decía: No ruego por el mundo, sino por aquellos que me has dado; todas mis cosas son tuyas, y las tuyas son mías. No es lícito que los santos, de quienes ha dicho estas cosas, pertenezcan a otro que a Aquel por quien han sido creados y santificados; por lo cual cuanto a ellos pertenece, pertenece a Aquel cuyos ellos son. Luego, siendo del Padre y del Hijo, manifiestan la igualdad de ambos, por ser igualmente del uno y del otro. Mas en cuanto a lo que dijo hablando del Espíritu Santo: Todas las cosas que tiene el Padre son mías, y por eso he dicho que recibirá de lo mío y os lo manifestará a vosotros, ha de entenderse de todas las cosas pertinentes a la divinidad del Padre, en las cuales es igual al Padre, teniendo todas las cosas que El tiene. Tampoco el Espíritu Santo había de recibir de la criatura, que está sujeta al Padre y al Hijo, lo que indica con estas palabras: Recibirá de lo mío; sino que lo recibirá del Padre, de quien el Espíritu Santo procede y del cual ha nacido el Hijo.

 

3. Dice: Y he sido glorificado en ellos. Habla ahora de su glorificación futura como de cosa ya hecha, y poco antes pedía al Padre que la realizase. Pero antes hay que averiguar si esta glorificación es la misma que la que anteriormente había dicho: Y ahora glorifícame tú, ¡oh Padre!, con la gloria que tuve en Ti antes que el mundo existiese. Si en ti, ¿cómo en ellos? ¿Acaso cuando esto llegue a su conocimiento, y por ellos al conocimiento de todos sus testigos, que en El creen? Podemos creer que en este sentido dijo el Señor de los apóstoles que ha sido glorificado en ellos. Y, diciendo que ya estaba realizado, manifestó que así estaba predestinado, y quiso que se tuviese por cierta su realización futura.

 

4. Yo, dice, ya no estoy en el mundo, mas ellos quedan en el mundo. Si te fijas en aquella hora precisa en que El hablaba, uno y otros estaban en el mundo: El y aquellos de quienes esto decía; pues no podemos ni debemos tomar esto según la perfección del corazón y de la vida, entendiendo que ellos están aún en el mundo porque aún gustan las cosas del mundo; mas El ya no está en el mundo, porque gusta las divinas. Ha puesto aquí una palabra que no nos permite entenderlo así; porque no dice: Y no estoy en el mundo, sino: Ya no estoy en el mundo, indicando que estuvo y que ya no está en el mundo. ¿Nos será lícito pensar que El en algún tiempo gustó de las cosas del mundo y que, libre de ese error, ya no gusta de ellas? ¿Habrá alguno que haya admitido tamaña impiedad? No queda sino decir que ya no está en el mundo con su presencia corporal, con la que antes estaba en él, y que su ausencia era ya inminente, mas la de ellos vendría más tarde; dando a entender que en este sentido dijo que El ya no estaba en el mundo y que ellos quedaban en el mundo, aun cuando El y ellos estaban en el mundo en aquel momento. Habló como hombre, acomodándose a los hombres en su habitual manera de hablar. ¿No decimos a cada paso de quien está para partir que ya no está aquí? Y decimos esto principalmente de quienes están para morir. Mas el Señor, previendo la turbación de quienes habían de leer estas cosas, añadió: Y yo me voy a ti, como una explicación del motivo de haber dicho: Ya no estoy en el mundo.

 

5. A continuación encomienda a los cuidados del Padre a aquellos que va a dejar con su ausencia corporal, diciendo: ¡Oh Padre santo!, guarda en tu nombre a los que me has dado. Como hombre, ruega a Dios por sus discípulos, que había recibido del mismo Dios. Escucha atentamente lo que sigue: Para que sean una sola cosa como somos nosotros. No dice: Para que sean una cosa con nosotros; o: Seamos una cosa ellos y nosotros, como nosotros somos una sola cosa; sino que dice: Para que sean una cosa como nosotros. Que ellos sean una cosa en su naturaleza, como nosotros somos una cosa en la nuestra. Lo cual dijera con verdad si no lo dijera en cuanto es Dios, de la misma naturaleza que el Padre, según dijo en otro lugar: Yo y el Padre somos una sola cosa; no en cuanto es también hombre, porque en cuanto hombre dice: El Padre es mayor que yo. Pero, como Dios y el hombre son una sola y misma persona, vemos al hombre en quien suplica y a Dios en que quien suplica y a quien suplica son una sola cosa. Mas aún tendremos oportunidad de tratar de esta materia con mayor diligencia en los capítulos siguientes. 6. Sigue diciendo: Cuando yo estaba con ellos, yo los guardaba en nombre tuyo. Al irme yo a ti, dice, guárdalos en tu nombre, en cuyo nombre yo los guardaba cuando con ellos estaba. En nombre del Padre guardaba a sus discípulos el Hijo Hombre estando entre ellos con su presencia humana; pero también el Padre guardaba en nombre del Hijo a quienes escuchaba cuando pedían en nombre del Hijo. A éstos había dicho el mismo Hijo: En verdad, en verdad os digo que, si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Mas no debemos tomar estas palabras en sentido tan carnal, como si alternativamente nos guarden el Padre y el Hijo, haciendo turno en vigilarnos, y como si uno sucediera al otro que se retira: conjuntamente nos custodian el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son un solo Dios verdadero y santo. Pero la Escritura no nos eleva sino bajando a nosotros; así como el Verbo bajó a nosotros para elevarnos, no cayó para estar yacente. Si creemos que ha bajado, levantémonos con quien nos eleva, y comprendamos que, al hablar así, hace distinción entre las personas, sin separar las naturalezas. Cuando, pues, con su presencia corporal guardaba el Hijo a sus discípulos, el Padre no estaba esperando suceder en la guardia al Hijo, que se iba, sino que ambos los guardaban con su presencia espiritual; y cuando el Hijo les retiró su presencia corporal, conservó la vigilancia espiritual juntamente con el Padre. Asimismo, cuando el Hijo Hombre los recibió para guardarlos, no los sustrajo a la custodia del Padre; y cuando el Padre los entregó a la custodia del Hijo, no los entregó sin El mismo a quien los entregó, sino que los entregó al Hijo Hombre juntamente con el mismo Hijo Dios.

 

7. Continúa diciendo el Hijo: Guardé a los que me diste, y de ellos no pereció ninguno sino el hijo de perdición, para que se cumpliese la Escritura. Hijo de perdición es llamado el traidor de Cristo, predestinado a la perdición, según profetiza de él la Escritura, principalmente en el salmo 108.

 

8. Ahora, dice, vengo a ti, y digo estas cosas en el mundo a fin de que ellos tengan en sí mismo cumplido mi gozo. Ahora dice que habla en el mundo, y poco antes había dicho: Ya no estoy en el mundo. Ya expuse, o mejor, ya os advertí que El mismo expuso el motivo de decir esto. Luego aún estaba aquí, porque no se había ido todavía; mas, porque pronto se iría, en cierta manera ya no estaba aquí. En qué consiste este gozo del que dice: Para que tengan en sí mismos cumplido mi gozo, ya lo dejó expuesto cuando dijo: Para que sean una sola cosa con nosotros. Este gozo suyo, es decir, por El a ellos concedido, ha de ser completado en ellos, según El dice; y por esta razón dice que El habló en el mundo. Esta es aquella paz y bienaventuranza de la vida futura, para conseguir la cual hay que vivir en este mundo con templanza, con piedad y con justicia.

 

 

TRATADO 108

 

DESDE ESTAS PALABRAS DE JESÚS: "YO LES HE COMUNICADO TU DOCTRINA", HASTA ÉSTAS: "PARA QUE ELLOS SEAN SANTIFICADOS EN LA VERDAD"

 

1. Hablando aún el Señor con el Padre y rogando por sus discípulos, dice: Yo les he comunicado tu doctrina, y el mundo los ha odiado. Aún no habían experimentado ese odio con las persecuciones de que después fueron objeto; mas lo dice así siguiendo su costumbre de anunciar el futuro con palabras de pretérito. Declarando luego la causa de odiarlos el mundo, añade: Porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. Esto les fue conferido por la regeneración, pues por la generación eran del mundo; por lo cual ya les había dicho: Yo os he elegido del mundo. Les fue, pues, concedido que ellos, como El, no fuesen del mundo, siendo por El mismo libertados del mundo. El, en cambio, nunca fue del mundo, porque aun en la forma de siervo nació del Espíritu Santo, del cual ellos han renacido. Y así, si ellos ya no son del mundo por haber renacido del Espíritu Santo, El no fue jamás del mundo por haber nacido del Espíritu Santo.

 

2. No te pido, dice, que los saques del mundo, sino que los preserves del mal. Todavía les era necesario permanecer en el mundo, aunque ya no fuesen del mundo. Y vuelve a repetir la misma sentencia: No son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad. De este modo los preserva del mal, que es lo que antes le pidió que hiciese. Puede preguntarse cómo ya no eran del mundo, si aún no estaban santificados en la verdad; o, si ya lo estaban, por qué pide que lo sean. ¿Acaso porque, santificados ya en la verdad, crecen en santidad, haciéndose más santos; mas esto no sin la gracia de Dios, sino santificando el progreso Aquel que santificó el comienzo? Por esta razón dice el Apóstol: Aquel que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús. Son santificados en la verdad los herederos del Nuevo Testamento, de cuya verdad fueron sombras las santificaciones del Antiguo Testamento; y al ser santificados en la verdad, son santificados en Cristo, que con toda verdad dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Y también cuando dijo: Si el Hijo os libertare, entonces seréis verdaderamente libres; dando a entender que lo que El llamó antes verdad era lo mismo que lo que después llamó Hijo. Y así, ¿qué otra cosa dijo en este pasaje: Santifícalos en la verdad, sino santifícalos en mí?

 

3. Luego, sin dejar de insistir más abiertamente en lo mismo, continúa: Tu palabra es la verdad. ¿Qué dijo sino que yo soy la verdad? El Evangelio griego pone la palabra logos, que también se lee donde dice: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Y ciertamente sabemos que el mismo Verbo es el Hijo de Dios, que se hizo carne y habitó entre nosotros. Por lo cual, también aquí pudo poner como se halla en algunos códices: Tu Verbo es la verdad; como también en algunos códices está escrito: En el principio era la Palabra. En el griego, tanto allí como aquí, es el mismo vocablo, sin ninguna variante, logos. Santifica, pues, el Padre en la verdad, esto es, su Verbo, en su Unigénito, a sus herederos y a sus coherederos.

 

4. Aún sigue hablando de los apóstoles, cuando a continuación dice: Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo. ¿A quiénes envió sino a sus apóstoles? Pues el mismo vocablo apóstoles, que es griego, quiere decir en latín enviados. Envió Dios a su Hijo, no en la carne de pecado, sino en la semejanza de la carne de pecado; y el Hijo envió a quienes, nacidos de la carne de pecado, santificó de la mancha del pecado.

 

5. Mas porque el Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, fue hecho cabeza de la Iglesia, y ellos miembros suyos, dice lo que sigue: Y por ellos me santifico a mí mismo. ¿Qué significa: Por ellos me santifico yo a mí mismo, sino que los santifico en mí mismo, siendo ellos yo? Porque estos de quienes ahora habla son, como dije antes, miembros suyos, y un solo Cristo es cabeza y cuerpo, conforme enseña el Apóstol cuando dice: Si vosotros sois de Cristo, sois simiente de Abrahán; habiendo dicho anteriormente: No dice en las simientes, como en muchas, sino como en una sola, en tu simiente, que es Cristo. Si, pues, la simiente de Abrahán es Cristo, ¿qué otra cosa dijo a quienes dijo: Sois simiente de Abrahán, sino que sois Cristo? Así se explica lo que en otro lugar dice el mismo Apóstol: Ahora estoy alegre en mis sufrimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta de los padecimientos de Cristo. No dijo: De mis padecimientos, sino de los de Cristo, porque era miembro de Cristo, y en sus persecuciones, que eran las que convenía que Cristo padeciese en su cuerpo, cumplía él también la parte que en ellas le correspondía. Y para que lo veas claramente en este pasaje, advierte lo que sigue: Habiendo dicho: Yo por ellos me santifico a mí mismo, y dándonos a entender que lo dijo porque los santificaba en sí, añadió: Para que ellos sean también santificados en la verdad; lo cual ¿qué otra cosa es sino en mí, porque la verdad es aquel Verbo que era en el principio Dios? En El fue santificado el mismo Hijo del hombre en el principio de su creación, cuando el Verbo se hizo carne, porque una persona fueron el Verbo y el hombre. Entonces se santificó en sí, esto es, se santificó a El, hombre, en El, Verbo, ya que el Verbo y el Hombre son un solo Cristo, que santifica al Hombre en el Verbo. Y en atención a sus miembros dice: Y por ellos yo me santifico, es decir, para que también a ellos les sea provechoso, porque también ellos son yo, como a mí me fue de provecho en mí, porque soy hombre sin ellos: También yo me santifico a mí mismo, esto es, los santifico a ellos en mí como a mí mismo, porque ellos en mí son también yo. Para que ellos sean santificados en la verdad. ¿Qué quiere decir ellos, sino como yo, en la verdad, que soy yo mismo? A continuación comienza a hablar, no ya de solos los apóstoles, sino de todos sus miembros, de lo cual, con el favor de Dios, trataremos en otro sermón.

 

 

TRATADO 109

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "MAS NO RUEGO POR ÉSTOS SOLAMENTE, SINO TAMBIÉN POR AQUELLOS QUE POR SU PALABRA HAN DE CREER EN MÍ"

 

1. Cercana ya su pasión y habiendo orado por sus discípulos, que llamó apóstoles, con los cuales había tornado la última Cena, de la que el traidor, manifestado por un bocado de pan, había salido, y con los cuales, después de su salida y antes de orar por ellos, había hablado ya muchas cosas, el Señor Jesús añadió a quienes habrían de creer en El, diciendo al Padre: No te pido solamente por éstos, esto es, por los discípulos que con El estaban entonces, sino también por aquellos que por su palabra han de creer en mí. En estas palabras incluyó no sólo a quienes entonces vivían, sino también a cuantos en el futuro habrán de venir al mundo. Todos los que después han creído en El, sin duda lo han hecho y lo harán hasta que El vuelva, por la palabra de los apóstoles, pues a ellos les dijo: También vosotros, que desde el principio estáis conmigo, daréis testimonio; y por su medio fue predicado el Evangelio aun antes de ser escrito; y ciertamente quienes creen en Cristo, lo hacen por medio del Evangelio. Así, pues, por quienes han de creer en El por la palabra de los apóstoles no sólo se han de entender quienes les oyeron viviendo aún en sus cuerpos, sino todos cuantos después de su muerte, y nosotros, nacidos mucho después, hemos creído en Cristo por su palabra. Porque quienes con El estuvieron entonces, predicaron a otros lo que escucharon de su boca; y su palabra, por dondequiera que la Iglesia se halle, llegó hasta nosotros para que creyésemos, y ha de llegar a cuantos posteriormente han de creer, quienesquiera que sean y dondequiera que se hallen.

 

2. Si no observamos con diligencia las palabras de su oración, puede parecer que en ella no oró por algunos de los suyos. Porque si, como ya dijimos, primero rogó por quienes entonces estaban con El y luego por quienes habían de creer en su palabra, pudiera decirse que no rogó por aquellos que ni entonces estaban con El ni habían de creer en El después de su palabra, sino que ya habían creído en El por ellos mismos o por otro medio cualquiera. ¿Acaso estaban con El Natanael y José de Arimatea, que pidió el cuerpo de Jesús a Pilato y que fue discípulo suyo, según el testimonio del mismo evangelista San Juan? ¿Acaso estaban con El entonces María, su madre, y las otras mujeres que sabemos por el Evangelio fueron discípulas suyas? ¿Estaban con El entonces todos aquellos de quienes con frecuencia el evangelista San Juan dice: Muchos creyeron en El? Porque ¿quiénes formaban aquella multitud que en parte le precedían y en parte le seguían con ramos en las manos y cantando: Bendito el que viene en el nombre del Señor; y con ellos los niños, de quienes El mismo dice que estaba profetizado: De la boca de los infantes y niños de pecho sacaste la alabanza? ¿Qué decir de aquellos quinientos hermanos a quienes, reunidos, no se hubiese aparecido después de su resurrección si no hubieran creído en El? ¿Y aquellos ciento nueve que con estos once eran ciento veinte, que, reunidos después de su Ascensión, esperaban y recibieron al Espíritu Santo, que El les había prometido? ¿De dónde eran todos éstos sino del número de aquellos de quienes dijo: Muchos creyeron en El? Luego no rogó por ellos el Salvador, que rogó solamente por los que entonces estaban con El y por quienes por la palabra de éstos no habían creído ya, sino habían de creer. Todos éstos no estaban entonces con El y ya antes habían creído. Paso por alto al anciano Simeón, que creyó en El niño; a Ana la profetisa, a Zacarías y a Isabel, quienes profetizaron acerca de El antes de haber nacido; a Juan, hijo de éstos, su precursor y amigo del Esposo, que le conoció por inspiración del Espíritu Santo, y le anunció sin estar El presente, y le señaló, cuando estaba presente, para que otros le conociesen; a todos éstos paso por alto, porque podría respondérseme que no había motivo para rogar por quienes ya eran fallecidos y habían pasado de este mundo al otro cargados de merecimientos y habían sido recibidos en el descanso eterno. Lo mismo digo de los justos de la antigüedad. ¿Quién de ellos se hubiera librado de la masa de perdición, formada por un solo hombre, sino por el único Mediador entre Dios y los hombres, que había de venir en carne mortal, creyendo en El por la revelación del Espíritu Santo? ¿Había necesidad de rogar por los apóstoles y no por tantos otros que vivían aún en este mundo y no estaban con El y que ya antes habían creído en El? ¿Quién osará decir tal cosa?

 

3. Debemos, pues, entender que aún no habían creído en El, como El quería que se creyese, sobre todo cuando el mismo Pedro, que de El había dado tan magnífico testimonio, diciendo: Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo, más bien quería que El no muriese que creía que había de resucitar después de muerto, por lo cual El le llamó Satanás. Mayor era ciertamente la fe de aquellos ya fallecidos que, por la revelación del Espíritu Santo, no dudaban de la resurrección de Cristo que la de aquellos que, habiendo creído que había de redimir a Israel, a la vista de su muerte perdieron toda la esperanza que en El habían puesto. Y así, tenemos por cierto que, infundido el Espíritu Santo después de su resurrección, instruidos y confirmados los apóstoles y constituidos en los primeros maestros de la Iglesia, los demás por su palabra creyeron en Cristo como convenía creer, es decir, manteniendo la fe en. su resurrección. Y, por lo tanto, aquellos que ya habían creído en El pertenecieron al número de aquellos por quienes dijo en su oración: No ruego solamente por éstos, sino también por aquellos que por su palabra han de creer en mí.

 

4. Pero, para quedar resuelta esta cuestión, nos queda aún el caso del bienaventurado Apóstol y de aquel ladrón perverso en el crimen y fiel en la cruz. En verdad, el apóstol San Pablo dice que él fue constituido apóstol, no por los hombres ni por voluntad de hombre alguno, sino por Jesucristo; y hablando de su Evangelio, dice: No lo recibí ni lo aprendí de un hombre, sino por la revelación de Jesucristo. ¿Cómo, pues, estaba entre aquellos de quienes dijo: Han de creer en mí por su palabra? Aquel ladrón creyó en el momento en que la escasa fe de los mismos maestros fallaba. Tampoco él creyó en Cristo Jesús por su palabra; no obstante, de tal manera creyó, que confesó que Aquel a quien veía crucificado no sólo había de resucitar, sino que también había de reinar, diciendo: Acuérdate de mí cuando hayas entrado en tu reino.

 

5. Y así, si se ha de creer que el Señor Jesús en esta oración rogó por quienes estaban entonces y por quienes habían de venir a esta vida, que es una tentación sobre la tierra, debemos entender que la palabra de ellos de que aquí habla es la palabra de la misma fe que predicaron en el mundo, y que la llamó palabra de ellos porque primera y principalmente fue por ellos predicada. Ya ellos la predicaban en la tierra cuando Pablo recibió esa misma palabra de ellos por revelación de Jesucristo. Por eso comunicó con ellos su evangelio, no fuera que quizá anduviese fuera del camino; mas ambos se hallaron de acuerdo, porque en él encontraron, aunque no transmitida por ellos, la misma palabra suya que ellos predicaban, y en la cual estaban cimentados. De esta fe en la resurrección de Cristo dice el mismo Apóstol: "Tanto yo como ellos predicamos lo mismo, y lo mismo habéis creído vosotros"; y en otro lugar: "Esta es la palabra de fe que predicamos: que, si con tu lengua confiesas que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo." Se lee en los Actos de los Apóstoles que Dios puso en Cristo la norma de la fe resucitándole de entre los muertos. Esta palabra de fe, por haber sido primera y principalmente predicada por los apóstoles, que con El habían convivido, ha sido llamada palabra suya. Mas no por eso deja de ser palabra de Dios, ya que el mismo Apóstol dice a los Tesalonicenses que él la recibió, no como palabra de los hombres, sino como palabra de Dios, como verdaderamente lo es. Es de Dios, porque Dios la dio; mas se dice de ellos porque a ellos les encomendó Dios primera y principalmente su predicación. Y por esta razón también aquel ladrón en su fe tenía la palabra de éstos, así llamada porque a ellos incumbía como primordial oficio predicarla. Finalmente, cuando surgieron las murmuraciones acerca del abandono de las viudas de los griegos en el reparto de los alimentos, antes de haber Pablo abrazado la fe de Cristo, los apóstoles, que habían estado al lado del Señor, contestaron: No es justo que nosotros dejemos el ministerio de la palabra para atender a las mesas. Proveyeron entonces la ordenación de diáconos para no verse ellos impedidos en su oficio de predicar la palabra. Y así, con justicia se llama palabra suya a la palabra de la fe, por la cual creyeron en Cristo cuantos la oyeron o cuantos oyéndola han de creer. Luego por todos sus redimidos, tanto los que entonces vivían como los que han de vivir, rogó Cristo en aquella oración, en la cual, rogando por los apóstoles, que tenía presentes, incluyó a cuantos habían de creer por su palabra. Lo que dijo después de haber incluido a éstos, lo dejaremos para otra plática.

 

 

TRATADO 110

 

DESDE LAS PALABRAS SIGUIENTES: "PARA QUE TODOS SEAN", ETC., HASTA ÉSTAS: "Y LOS HAS AMADO COMO ME HAS AMADO A MÍ"

 

1. Después de haber orado el Señor Jesús por sus discípulos, que tenía presentes y habiendo incluido a los otros suyos cuando dijo: No ruego solamente por éstos, sino por aquellos que por su palabra han de creer en mí, como si le quisiéramos preguntar por qué o qué pidió para ellos, añadió: Para que sean iodos una sola cosa, y así como tú, ¡oh Padre!, estás en mí y yo en ti, así también ellos sean una sola cosa en nosotros. Lo mismo había dicho anteriormente, cuando aún rogaba por solos los discípulos que entonces tenía a su lado: ¡Oh Padre santo!, en tu nombre guarda a los que me diste, para que sean una cosa, como nosotros. Esto mismo pidió ahora para nosotros como entonces para ellos: que todos, esto es, ellos y nosotros, seamos una sola cosa. Pero es de advertir que no dijo el Señor: para que seamos todos una sola cosa, sino: Para que todos sean una sola cosa, como tú, ¡oh Padre!, en mí y yo en ti, se sobrentiende somos una sola cosa, lo cual se dice luego más claramente, porque ya antes, refiriéndose a los discípulos que con El estaban, había dicho: Para que sean una cosa, como nosotros. Por consiguiente, de tal manera está el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre, que son una sola cosa, porque son de una sola sustancia; nosotros, en cambio, podemos estar en ellos, pero no podemos ser una sola cosa con ellos, porque ellos y nosotros no somos de una sola sustancia, en cuanto el Hijo es Dios con el Padre. Porque, en cuanto es hombre, es de la misma sustancia que nosotros. Pero quiso hacer hincapié en lo que dijo en otro lugar: Yo y el Padre somos una sola cosa; donde manifestó que El tenía la misma naturaleza que el Padre. Por eso, cuando el Padre y el Hijo, o también el Espíritu Santo, están con nosotros, no debemos pensar que son de la misma naturaleza que nosotros. Están en nosotros, o nosotros en ellos, de manera que ellos sean una sola cosa en su naturaleza, y nosotros una sola cosa en la nuestra. Ellos están en nosotros como Dios en su templo, y nosotros estamos en ellos como la criatura en su Criador.

 

2. Después de decir: Para que ellos sean una cosa en nosotros, añadió: A fin de que el mundo crea que me enviaste. ¿Qué significa esto? ¿Acaso ha de creer el mundo cuando todos seamos una cosa con el Padre y el Hijo? ¿No es ésta aquella perpetua paz que más bien es el premio de la fe que la fe misma? Seremos una cosa, no para creer, sino por haber creído. Y aunque en esta vida seamos una sola cosa todos los que en El hemos creído en virtud de la misma fe común a todos, según dice el Apóstol: Todos vosotros sois una cosa en Cristo Jesús, aun así somos una cosa, no para que creamos, sino porque creemos. Entonces ¿qué significa: Que todos sean una cosa para que el mundo crea? Todos ellos son el mundo creyente; porque no son unos quienes son una cosa, y otros quienes forman ese mundo que ha de creer precisamente por ser ellos una sola cosa, ya que dice: Que todos sean una sola cosa, refiriéndose a aquellos de quienes había dicho: No ruego solamente por éstos, sino también por aquellos que por su palabra han de creer en mi; añadiendo en seguida: Para que todos sean una sola cosa. ¿Quiénes son estos todos sino el mundo, no el mundo hostil, sino el mundo fiel? Porque Aquel que dijo: No ruego por el mundo, ruega por el mundo para que crea. Hay un mundo del que está escrito: Para que no seamos condenados con este mundo. Por este mundo no ruega, porque no ignora el lugar a que está predestinado. Y hay asimismo otro mundo del cual está escrito: No ha venido el Hijo del hombre a juzgar al mundo, sino para que por El se salve el mundo; por eso dice el Apóstol: En Cristo estaba Dios reconciliando consigo al mundo. Por este mundo ruega, diciendo: Para que crea que tú me enviaste. Esta es la fe que reconcilia al mundo con Dios, creyendo en Cristo, que fue enviado por Dios. Mas ¿cómo hemos de entender estas palabras: Para que ellos en nosotros sean una sola cosa y crea el mundo que tú me enviaste, sino teniendo presente que pone la causa de que el mundo crea en que ellos sean una cosa, como si el mundo creyese por verlos a ellos unidos, siendo así que el mundo está constituido por todos aquellos que por la fe se hacen una sola cosa, sino que orando dijo: Para que todos sean una sola cosa; como también orando dijo: Para que el mundo crea; y orando dijo asimismo: Para que también ellos sean una cosa en nosotros? Que todos sean una sola cosa es lo mismo que: Que el mundo crea, porque creyendo se hacen una sola cosa. Verdaderamente se hacen una cosa quienes, siendo una cosa por la naturaleza, han dejado de ser una cosa rebelándose contra la unidad. Finalmente, si tres veces suplimos el verbo ruego, o mejor, para que el sentido sea más completo, lo ponemos en las tres sentencias, será más claro el sentido de ellas. Así: Ruego que todos sean una sola cosa, como tú, ¡oh Padre!, en mí y yo en ti; ruego que ellos sean también una sola cosa en nosotros; ruego para que el mundo crea que tú me enviaste, Y añadió en nosotros, para que, al hacernos una sola cosa por la caridad, que no desfallece, no lo atribuyamos a nosotros, sino a la gracia de Dios. Y así, habiendo dicho el Apóstol: Fuisteis en algún tiempo tinieblas, mas ahora sois luz, a fin de que no se lo atribuyesen a sí mismos, añade en el Señor.

 

3. Por otra parte, nuestro Salvador, rogando al Padre, se manifiesta como hombre; mas ahora quiere manifestar que también El mismo, por ser Dios con el Padre, hace lo que pide, y dice: Y yo les he dado a ellos la claridad que tú me diste a mí. ¿Qué claridad sino la inmortalidad que en El había de recibir la naturaleza humana? Entonces ni El mismo la había recibido; pero, siguiendo su costumbre y en virtud de la inmutabilidad de la predestinación, designa lo futuro con palabras de pretérito; porque, debiendo ser El ahora clarificado, esto es, resucitado por el Padre, también El nos ha de resucitar a nosotros para recibir esa claridad en el fin de los tiempos. Esto es semejante a lo que en otro lugar dice: Como el Padre resucita y da vida a los muertos, así también el Hijo da vida a quienes El quiere. ¿Y quiénes son éstos sino los mismos que quiere el Padre? Las cosas que obra el Padre, esas mismas y no otras obra el Hijo, y no de otro, sino de un modo igual. Por esto, El mismo se resucitó a sí mismo, como lo declaró diciendo: Destruid este templo y lo reedificaré en tres días. Y de esta manera, aunque no lo dice, debe entenderse que El mismo se dio esa claridad que dice le fue dada por el Padre. Frecuentemente dice que el Padre sólo hace lo que hace El mismo con el Padre, por atribuir todo lo que El es a Aquel de quien procede. Pero algunas veces, silenciando al Padre, dice que El hace lo que hace juntamente con el Padre, para que entendamos que el Hijo no debe ser separado de las obras del Padre cuando dice que El hace algo sin nombrarse a El mismo, y que asimismo no se ha de separar al Padre de las obras del Hijo cuando se dice que las hace el Hijo sin mencionar al Padre, porque ambos conjuntamente las hacen. Y así, cuando en las obras del Padre calla el Hijo su cooperación, nos recomienda su humildad, con el fin de que sea más provechosa para nosotros; cuando, empero, calla la cooperación del Padre en sus obras, también nos recomienda su parilidad, para que no se le crea inferior. De este modo, tampoco en esta ocasión se declara ajeno a la operación del Padre aunque haya dicho: La claridad que me has dado, porque también El se la dio a sí mismo. Ni tampoco aleja de sus obras al Padre aunque diga: Se la di a ellos, porque también el Padre se la dio. Inseparables son las operaciones no sólo del Padre y del Hijo, mas también las del Espíritu Santo. Y así como con su oración al Padre por todos los suyos quiso alcanzar que todos sean una sola cosa, así también con este beneficio suyo del que dice: ha claridad que a mí me has dado, se la he dado yo a ellos, quiso hacer lo que a continuación dijo: Que sean una cosa, como nosotros lo somos.

 

4. Luego añadió: Yo en ellos y tú en mí, a fin de que sean consumados en la unidad. Brevemente se insinúa aquí como Mediador entre Dios y los hombres; mas no quiere decir esto que el Padre no esté en nosotros o que nosotros no estemos en el Padre, habiendo dicho El en otro lugar: Vendremos a él y haremos  morada dentro de él. Mas no dijo antes: Yo en ellos y tú en mí, como dijo ahora: Ellos en mí y yo en ti, sino que dijo: Tú en mí y yo en ti, y ellos en nosotros. En cuanto a lo que ahora dice: Yo en ellos y tú en mí, lo dice en calidad de mediador, conforme a las palabras del Apóstol: Vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Mas en cuanto añadió: A fin de que sean consumados en la unidad, nos declara que la reconciliación hecha por el Mediador nos conduce a la perfecta bienaventuranza, a la cual nada se puede añadir. Por consiguiente, creo que estas palabras: Para que el mundo conozca que tú me enviaste, no deben ser tomadas como si otra vez dijera: Para que el mundo crea, porque a veces se pone el verbo conocer por el verbo creer, como cuando dijo más arriba: Y han conocido que yo salí de ti y creyeron que tú me enviaste, donde lo mismo significa creyeron que conocieron. Pero, cuando se refiere a la consumación, entonces hay que tomar ese conocimiento por el conocimiento por la visión, y no por el conocimiento por la fe. Y este orden parece guardar en lo dicho anteriormente: Para que el mundo crea, y en lo dicho ahora: Para que el mundo conozca. Porque aunque allí haya dicho: Para que todos sean una sola cosa y sean una cosa en nosotros, no obstante, no dice que sean consumados en la unidad, sino que termina así la frase: Para que el mundo crea que tú me enviaste; aquí, en cambio, dice: Para que sean consumados en la unidad; y no añadió: Para que crea el mundo, sino: Para que conozca el mundo que tú me enviaste. Mientras creemos, no vemos: aún no estamos tan consumados como cuando merezcamos ver lo que ahora creemos. Muy bien, pues, dice allí: Para que el mundo crea, y aquí: Para que el mundo conozca, y tanto allí como aquí: Que tú me enviaste, a fin de que entendamos que ahora debemos creer en la inseparabilidad del amor del Padre y del Hijo, cuyo conocimiento pretendemos conseguir por la fe. Pero, si solamente hubiese dicho: Para que conozcan que tú me enviaste, tendría el mismo valor que Para que el mundo conozca. Pues el mundo son ellos, no el que permanece enemigo, cual es el mundo predestinado a la condenación, sino el mundo convertido de enemigo en amigo, por el cual Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo; y por eso dijo: Yo en ellos y tú en mí; como si dijera: Yo en aquellos a quienes me enviaste, y tú en mí, reconciliando contigo al mundo por mi intermedio.

 

5. Por este motivo continúa diciendo: Y tú los has amado, como me has amado a mí. El Padre nos ama en el Hijo, porque en El nos ha elegido antes de la formación del mundo. El que ama al Unigénito, ama también a sus miembros, adoptados en El y por El. Pero no vayamos a creernos iguales al Hijo unigénito, que nos creó y nos conserva, por haber dicho: Los has amado como a mí; porque no siempre indica igualdad quien dice que esto es como aquello, sino que a veces quiere decir solamente: Por ser esto así, también aquello, o: Por ser esto, que sea también aquello. Porque ¿quién osará decir que Cristo envió a los apóstoles al mundo del mismo modo que El fue enviado por el Padre? Pasando por alto otras diferencias, cuya enumeración sería muy prolija, diré que ellos fueron enviados siendo ya hombres mas Cristo fue enviado para hacerse hombre, y, no obstante, un poco antes dice: Como tú me enviaste al mundo, así también yo los he enviado al mundo; como diciendo: Ya que tú me has enviado a mí, yo los he enviado a ellos. De la misma manera en este pasaje: Los has amado a ellos, como me has amado a mí quiere decir: los has amado a ellos porque me has amado a mí. Pues, amando al Hijo, no podía dejar de amar a sus miembros, ni tener otra razón para amarlos sino la de amarle a El. Ama al Hijo según la divinidad, por haberle engendrado igual a Sí mismo, y le ama también en cuanto hombre, porque el mismo Verbo unigénito se hizo carne, y por el Verbo le es muy cara la carne del Verbo; mas a nosotros nos ama porque somos miembros de su Amado, y para que lo fuésemos nos amó antes de que existiésemos.

 

6. El amor con que Dios ama es incomprensible y, al mismo tiempo, inmutable. Porque no comenzó a amarnos desde cuando fuimos con El reconciliados por la sangre de su Hijo, sino que nos amó antes de la formación del mundo para que, juntamente con su Hijo, fuésemos hijos suyos, cuando nosotros no éramos absolutamente nada. Pero, al decir que hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, no debemos oírlo ni tomarlo como si el Hijo nos haya reconciliado con El para comenzar a amar a quienes antes odiaba, al modo que un enemigo se reconcilia con otro enemigo para hacerse amigos, amándose después los que antes se odiaban; sino que fuimos reconciliados con el que ya nos amaba y cuyos enemigos éramos por el pecado. De la verdad de ambas cosas da testimonio el Apóstol, diciendo: Recomienda Dios su amor hacia nosotros porque Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores. Nos amaba aun cuando nosotros obrábamos la maldad valiéndonos de la enemistad en contra suya, y, no obstante, con toda verdad se dijo de El: Odiaste, Señor, a todos los que obran la maldad. Y así, de un modo admirable y divino nos amaba cuando nos odiaba, porque odiaba en nosotros lo que El no había hecho; mas, porque nuestra iniquidad no había destruido por completo su obra, en cada uno de nosotros odiaba nuestra obra y amaba la suya. Y en este sentido debe entenderse aquello que con toda verdad se ha dicho de El: No has tenido odio a nada de cuanto has hecho. De ningún modo hubiese querido que existieran las cosas por El odiadas ni hubieran existido las que el Omnipotente no hubiera querido, si en las mismas cosas que odia no hubiera algo que El pudiera amar. Con razón tiene odio al vicio y lo reprueba como ajeno al canon de su arte; pero ama en las mismas cosas viciosas, o su beneficio en enderezarlas, o su juicio en condenarlas. Y así Dios no tiene odio a ninguna de sus obras, porque, siendo el Creador de las naturalezas, no de los vicios, odia los males, que El no ha hecho; y buenas son las mismas cosas que El hace, ya corrigiendo el mal por su misericordia, ya permitiéndolo por sus secretos juicios. No teniendo, pues, odio a cosa alguna de las que El ha hecho, ¿quién podrá medir con exactitud el amor que tiene a los miembros de su Unigénito, y mucho menos el que tiene al Unigénito mismo, por el cual fueron creadas tanto las cosas visibles como las invisibles, a las que ama rectísímamente según la ordenación de sus naturalezas? Y con la abundancia de su gracia conduce a los miembros de su Unigénito a la igualdad con los santos ángeles; mas el Unigénito, por ser el Señor de todas las cosas, ciertamente es el Señor de los ángeles, y por su naturaleza divina es igual, no a los ángeles, sino al Padre mismo; y por la gracia que tiene en cuanto hombre, ¿cómo no ha de exceder la excelencia del ángel más encumbrado, siendo una sola persona el hombre y el Verbo?

 

7. No faltan quienes nos hacen superiores a los ángeles, diciendo que por nosotros, y no por los ángeles, murió Cristo. Pero ¿qué significa esto sino querer gloriarse de la maldad? Porque, según dice el Apóstol, Cristo en el tiempo determinado murió por los impíos. En lo cual resplandece la misericordia de Dios y no nuestros merecimentos. ¿Cómo puede uno gloriarse de haber contraído por sus vicios una enfermedad que sólo puede ser curada con la muerte del médico? No es la muerte de Cristo premio de nuestros méritos, sino la medicina de nuestras enfermedades. ¿Nos tendremos por superiores a los ángeles porque nada se hizo por ellos para borrar su pecado? Como si a nosotros se nos hubiese dado más que a ellos. Y aun concediendo que esto sea así, puede preguntarse si fue porque nosotros éramos más excelentes o porque nos hallábamos en profundidades más desesperadas. Mas al ver que el Creador de todos los bienes no concedió a los ángeles malos gracia alguna para reparar su desgracia, ¿por qué no hemos de ver que tanto más condenable fue su culpa cuanto era su naturaleza más excelente? Tanto menos que nosotros debieron pecar cuanto fueron mejores que nosotros. Pero, en cambio, tanto más execrable fue su ingratitud ofendiendo al Creador cuanto fueron creados más llenos de gracia; ni se contentaron con su deserción, sino que se han convertido en nuestros falsarios malhechores. Grande, pues, es el beneficio que nos ha hecho Aquel que nos amó como amó a Cristo, hasta el punto de concedernos que por Aquel cuyos miembros quiso que fuéramos, seamos iguales a los santos ángeles, inferiores a los cuales fuimos creados en naturaleza y por el pecado nos hemos hecho más indignos de estar siquiera en su compañía.

 

 

TRATADO 111

 

DESDE ESTAS PALABRAS DEL SEÑOR: "PADRE, QUIERO QUE DONDE YO ESTOY ESTÉN CONMIGO TAMBIÉN AQUELLOS QUE ME HAS DADO", HASTA ESTAS: "PARA QUE EL AMOR QUE ME HAS TENIDO A MÍ ESTÉ TAMBIÉN EN ELLOS"

 

1. Es tan grande la esperanza que el Señor Jesús da a los suyos, que no puede haberla mayor. Escuchad y gózaos con esa esperanza en virtud de la cual esta vida no debe ser amada, sino tolerada, a fin de que podáis sobrellevar con paciencia sus tribulaciones. Escuchad, digo, y ved adonde ha de dirigirse nuestra esperanza. Cristo Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, coeterno e igual al Padre, que por nosotros se hizo hombre, mas no falaz como es todo hombre; que es el camino, la verdad y la vida; que venció al mundo de aquellos para quienes lo venció, dice: Escuchad, creed, esperad y desead lo que dice: Padre, quiero que aquellos que me has dado estén conmigo donde yo estoy. ¿Quiénes son estos que el Padre le ha dado? ¿No son aquellos de quienes dice en otro lugar Nadie viene a mí si el Padre, que me envió, no le trajere? Ya sabemos, si es que hemos sacado algún provecho de este Evangelio, que todo cuanto dice ser hecho por el Padre lo hace también El mismo con el Padre. Los que El recibió del Padre son los mismos que El escogió del mundo y los eligió para que no fuesen ya del mundo, como El no es del mundo; mas de manera que ellos formen también parte del mundo que cree y conoce que Cristo fue enviado por el Padre para que el mundo fuese liberado del mundo, a fin de que el mundo que ha de ser reconciliado con Dios no perezca con el mundo su enemigo irreconciliable. Dice en el exordio de esta oración: he has dado poder sobre toda carne, esto es, sobre todos los hombres, a fin de que a todos los que le has dado les dé la vida eterna. En estas palabras declara que recibió poder sobre todos los hombres para que El salve y condene a los que quisiere, como juez de vivos y muertos; mas éstos le han sido dados para que El les dé la vida eterna. Así lo dice: Para que a todos los que le has dado les dé la vida eterna. Por consiguiente, no le han sido dados aquellos a quienes no ha de dar la vida eterna, aunque sobre ellos también tenga poder Aquel a quien ha sido dado poder sobre toda la carne, esto es, sobre todos los hombres. Y así el mundo reconciliado será libertado del mundo enemigo, cuando contra él ejerza su poder, enviándole a la muerte eterna, haciendo a éste suyo para darle la vida eterna. A todas sus ovejas el buen pastor, a todos sus miembros la magna cabeza, prometió este premio: que también nosotros estemos con El donde El está, y no pueden dejar de cumplirse los deseos que el Hijo omnipotente manifestó al Padre omnipotente. Allí está también el Espíritu Santo, igualmente eterno, igualmente Dios, un solo Espíritu de ambos y sustancia de las voluntades de uno y otro. Porque aquello que se lee haber dicho cercano a su pasión: Mas no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú, ¡oh Padre!, quieres; como si una fuere o hubiere sido la voluntad del Hijo y otra la del Padre; no es más que un sonido acomodado a nuestra flaqueza, aunque creyente, que tomó sobre sí nuestra cabeza cuando tomó sobre sí también nuestros pecados. Pero hemos de creer religiosamente que una sola es la voluntad del Padre y del Hijo, cuyo Espíritu es también uno solo, y conocer en los tres a la Trinidad, aunque nuestra flaqueza no pueda aún comprenderlo.

 

2. Pero, como ya hemos dicho, de acuerdo con la brevedad del sermón, a quiénes y cuan firme es la promesa que hizo, veamos ahora, según nuestros alcances, qué es lo que El se ha dignado prometernos. Quiero, dice, que aquellos que me has dado estén conmigo donde yo estoy. En cuanto a su humanidad, que procedía de la sangre de David según la carne, no estaba aún donde había de estar; pero dijo donde yo estoy, para darnos a entender que pronto subiría al cielo, diciendo que ya estaba donde luego había de estar. Pudo decirlo también en el sentido que antes había dicho hablando con Nicodemo: Nadie sube al cielo sino aquel que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Tampoco allí dijo estará, en atención a la unidad de persona por la cual es Dios-Hombre y Hombre-Dios. Prometió, pues, que nosotros hemos de estar en el cielo, adonde fue elevada la forma de siervo, que tomó de la Virgen, y colocada a la derecha del Padre. Por la esperanza de tanto bien dice el Apóstol: Dios, que es rico en misericordia, por el mucho amor que nos ha tenido, cuando estábamos muertos por el pecado, nos dio la vida en Cristo, con cuya gracia nos hizo salvos, y con El nos resucitó y con El nos hizo sentar en las mansiones celestiales en Cristo Jesús. Esto puede entenderse que dijo el Señor: Que donde yo estoy, ellos estén también conmigo. De sí mismo afirmó que ya estaba allí; de nosotros dijo que quería que estuviésemos allí con El, no que ya estuviésemos. El Apóstol habló como si ya estuviese hecho lo que el Señor quería que se hiciese. Porque no dice que ha de resucitar y ha de hacer sentar en los cielos, sino que resucitó e hizo sentar en las celestes mansiones, considerando como ya ejecutado fielmente lo que no duda que ha de realizarse. Mas, si quisiéramos entender estas palabras: Quiero que donde yo estoy estén ellos también conmigo, haciendo referencia a la forma de Dios, en la cual es igual al Padre, debe estar lejos de nuestra alma todo pensamiento de imágenes corpóreas, con exclusión de cuanto es largo, ancho, corpóreo, colorado por cualquier luz corporal, difundido por cualesquiera espacios finitos o infinitos; de todas estas cosas, en cuanto es posible, retire la vista de su contemplación o pensamiento. Y no intente buscar el lugar donde está el Hijo igual al Padre, porque nadie puede hallar lugar donde no esté. Pero, si alguno quiere buscar, busque más bien estar con El, no en todas partes, como El, sino dondequiera que pueda estar. Aquel que a un hombre que pendía cumpliendo condena, y que saludablemente confesaba, dijo: Hoy estarás conmigo en el -paraíso, en cuanto era hombre, su alma había de estar en el limbo, su cuerpo en el sepulcro; mas, en cuanto era Dios, ciertamente estaba en el paraíso. Y así, el alma del ladrón, desatada de sus antiguos crímenes y ya beatificada por su gracia, aunque no podía estar, como El, en todas partes, podía, no obstante, estar aquel día con El en el paraíso, de donde El, que está en todas partes, no se había apartado. Por lo cual no consideró suficiente decir: Quiero que ellos estén también donde yo estoy, sino que añadió conmigo. Grande bien es estar con El. Pues los infelices pueden estar donde está El, porque dondequiera que ellos estén, allí está El; mas los bienaventurados solos están con El, porque no pueden ser bienaventurados sino participando de su bienaventuranza. ¿No ha de ser verdad lo que se dice a Dios: Si subiere al cielo, allí estás tú; y si bajare al infierno, allí estás presente? Y Cristo, ¿no es la Sabiduría de Dios, que está en todas partes con su claridad? Pero da luz en las tinieblas, y las tinieblas no la entienden. Pongamos un pequeño ejemplo, tomado de una cosa visible, aunque muy desemejante: como un ciego, aunque esté allí donde hay luz, él no está con la luz, sino que está ausente de la que tiene presente, así el infiel y el impío, y aun el fiel y religioso, incapaz de contemplar la luz de la sabiduría, aunque no pueda estar donde no esté también Cristo, no está con Cristo, al menos por la contemplación. Porque no se puede dudar que el piadosamente fiel está con Cristo por la fe, según aquella sentencia: El que no está conmigo, está contra mí. Mas cuando decía a Dios Padre: Quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy, se refería absolutamente a aquella visión en la cual le veremos como El es.

 

3. Y para que las nubes de la contradicción no empañen la serenidad del sentido, vienen las palabras siguientes a corroborar las precedentes. Porque, habiendo dicho: Quiero que ellos estén conmigo donde yo estoy, añade a continuación: A fin de que vean mi claridad, que tú me has dado, porque me has timado antes de la creación del mundo. Vara que vean, dijo; no para que crean. Esta visión no es la fe, es el premio de la fe. Si con toda exactitud fue definida la fe en la Epístola a los Hebreos como el convencimiento de cosas que no se ven, ¿por qué el premio de la fe no se ha de poder definir: La visión de las cosas que por la fe eran esperadas? Cuando veamos la claridad que el Padre dio al Hijo, aunque entendamos que habla aquí no de la claridad que el Padre con la generación dio al Hijo igual a El, sino la que dio al Hijo hecho hombre, después de la muerte de cruz; cuando, pues, veamos esa claridad del Hijo, entonces se hará el juicio de los vivos y de los muertos; entonces será retirado el impío para que no vea la claridad del Señor, ¿cuál sino aquella por la cual es Dios? Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; mas porque los impíos no son limpios de corazón, por eso no verán a Dios. Y entonces irán al suplicio eterno, y de este modo serán retirados para que no vean la claridad del Señor; mas los justos irán para la vida eterna. ¿En qué consiste esa vida eterna? En que te conozcan, dice, a ti y a tu enviado Jesucristo, un solo Dios verdadero; pero no como le conocieron los mismos no limpios de corazón, que pudieron ver en el juicio la forma de siervo glorificada, sino como ha de ser conocido por los limpios de corazón el Hijo con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios verdadero, porque la Trinidad es un solo Dios verdadero. Si, pues, tomamos estas palabras: Quiero que ellos estén conmigo donde yo estoy, dichas en cuanto el Hijo de Dios es Dios coeterno e igual al Padre, estaremos con Cristo en el Padre, El como El y nosotros como nosotros, dondequiera que se halle nuestro cuerpo. Si llamamos lugares a las mansiones de los espíritus, y cada cosa tiene su lugar donde ella está, el lugar eterno de Cristo, donde siempre está, es el Padre mismo, y el lugar del Padre es el Hijo, según sus mismas palabras: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí; y también en esta oración: Como tú, ¡oh Padre!, estás en mí y yo en ti; y el lugar nuestro son ellos mismos, según lo que sigue diciendo: Para que ellos en nosotros sean una sola cosa; siendo nosotros también lugar de Dios, porque somos su templo, y así lo pide para nosotros quien murió por nosotros y vive por nosotros, para que nosotros seamos en ellos una sola cosa, porque fijó su lugar en la paz y su morada en Sión, que somos nosotros. Mas ¿quién será capaz de pensar en estos lugares o en las cosas que hay en ellos, independientemente de capacidades espaciales y extensiones corpóreas? No es pequeño adelanto si se niegan, descartan y reprueban tales representaciones y se piensa una luz en la que hay que negar, rechazar y reprobar todo cuanto se ve con los ojos. Se conoce cuan cierta e indefectible es, y se desea resucitar en ella y penetrar en su interior; lo cual no siendo posible al alma débil y menos pura que esa luz, tiende a ella con gemidos amorosos y lágrimas producidas por el deseo; sufre con paciencia mientras se purifica por la fe y se prepara con santas costumbres para poder habitar en ella.

 

4. ¿Cómo, pues, no hemos de estar con Cristo donde El está cuando estemos con El en el Padre, en quien El está? Por eso el Apóstol no nos lo ocultó a nosotros, que, no teniéndolo en la realidad, tenemos la esperanza de tenerlo. Dice él: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; gustad las cosas de arriba y no las de la tierra. Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Entretanto, por la fe y por la esperanza nuestra vida está donde está Cristo y está con El, porque está con Cristo en Dios. Aquí tenéis como ya realizado lo que El pidió que se realizase cuando dijo: Quiero que ellos estén conmigo donde yo estoy; pero ahora por la fe. ¿Cuándo será en realidad? Cuando, dice, haya aparecido Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis vosotros con El en la gloria. Entonces apareceremos como entonces seremos, porque entonces aparecerá que no de balde lo hemos creído y esperado antes que lo fuésemos. Y esto lo hará Aquel a quien, después de haber dicho: Para que vean la claridad que tú me has dado, le dice a continuación: Porque me has amado antes de la creación del mundo. En El nos amó también a nosotros antes de la formación del mundo, y entonces predestinó lo que había de hacer en el fin del mundo.

 

5. ¡Oh Padre justo!, dice, el mundo no te ha conocido. No te ha conocido porque eres justo. Por sus méritos no te ha conocido el mundo predestinado a la condenación; mas el mundo con El reconciliado por medio de Cristo, le conoció, no por sus méritos, sino por su gracia. ¿Y qué otra cosa es conocerle sino la vida eterna? Esta vida la negó al mundo condenado y la dio al mundo reconciliado. Porque eres justo no te ha conocido el mundo, y por sus méritos le has negado tu conocimiento; y porque eres misericordioso te ha conocido el mundo reconciliado, y no por sus méritos, sino por tu gracia le has dado tu conocimiento. Luego añade: Mas yo te he conocido. La fuente misma de la gracia es Dios por naturaleza, y por una gracia inefable es hombre, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen. Finalmente, ya que la gracia de Dios viene por Jesucristo, Señor nuestro, por El mismo éstos también han conocido, dice, que tú me has enviado. Este es el mundo reconciliado. Pero te han conocido porque tú me has enviado; luego te han conocido por una gracia.

 

6. Dice: Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer. Se lo he dado a conocer por la fe y se lo daré a conocer por la visión. Se lo he dado a conocer en su peregrinación temporal y se lo daré a conocer en el reino eterno. Para que el amor que me has tenido esté en ellos y yo en ellos. No es ésta una locución usual: El amor que has amado a mí; corrientemente se diría: El amor con que me has amado. Está traducida del griego, pero también en latín hay locuciones semejantes; así decimos: Sirvió un servicio fiel, militó denodada milicia, cuando parece que debería decirse: Sirvió con un servicio fiel, militó con denodada milicia. De una locución semejante hizo uso el Apóstol cuando dijo: He -peleado buena pelea. No dice: He peleado en buena pelea, lo cual sería más corriente y más elegante. Mas ¿cómo la dilección que el Padre tiene al Hijo está en nosotros, sino porque somos miembros suyos y en El somos amados cuando El es amado totalmente, esto es, como cabeza y cuerpo? Por eso añadió: Y yo en ellos, como diciendo: porque yo estoy en ellos. De un modo está en nosotros como en su templo, y de otro por ser nosotros miembros suyos, ya que, siendo nuestra cabeza por haberse hecho hombre, nosotros somos su cuerpo. Ha terminado la oración del Salvador y da comienzo su pasión. Terminemos también nosotros este sermón, para tratar en otros de la pasión según las luces que El se digne concedernos.

 

 

TRATADO 112

 

ACERCA DE LO QUE SIGUE: "HABIENDO DICHO JESÚS ESTAS COSAS, SALIÓ CON SUS DISCÍPULOS", ETC., HASTA ÉSTAS: "PRENDIERON A JESÚS Y LO ATARON"

 

1. Concluido este largo y trascendental sermón que el Señor, próximo a derramar su sangre por nosotros, dirigió a sus discípulos que con El entonces estaban, después de haber añadido la oración que dirigió al Padre, el evangelista San Juan da comienzo a su pasión con este exordio: "Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos hacia el otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró El con sus discípulos. Judas, que lo entregaba, conocía también aquel lugar, porque frecuentemente acudía Jesús a él con sus discípulos." La entrada del Señor con sus discípulos en el huerto de la que habla el evangelista, no siguió inmediatamente a la terminación de su oración, refiriéndose a la cual dice: Habiendo dicho Jesús estas cosas; sino que tuvieron lugar otras intermedias, calladas por éste, mas consignadas por los otros evangelistas, como también en este evangelio se hallan muchas que los otros pasaron por alto en sus narraciones. Mas, cómo todos concuerdan entre sí y cómo la verdad consignada por uno no es rebatida por los otros, si alguno desea conocerlo, acuda, no a estos sermones, sino a otros escritos más laboriosos, y apréndalo, no oyéndolo de pie, sino leyéndolo sentado y prestando mucha atención a su lectura. No obstante, crea, antes de saber, ya sea que pueda saberlo en esta vida, ya sea que no lo pueda por algún impedimento, que en ninguno de los evangelistas existe escrito, de los recibidos por la Iglesia con autoridad canónica, contrario a la verdad de la propia narración no menos que a la veracidad de los otros. Ahora, pues, sin compararlo con los otros, vamos a ver la narración de este santo varón, Juan; no deteniéndonos en las cosas claras para poder detenernos en las que lo exijan. Y así, no tomemos estas palabras: Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos para el otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que penetró El con sus discípulos, como si inmediatamente después de aquellas palabras hubiese entrado en el huerto, sino que valgan estas palabras: Habiendo dicho Jesús estas cosas, para no imaginar que penetró en el huerto antes de concluir aquella plática.

 

2. Conocía, dice, Judas el traidor aquel lugar. El orden de las palabras es éste: Judas, que le entregaba, conocía aquel lugar. Porque frecuentemente, dice, acudía allí Jesús con sus discípulos. Allí el lobo, cubierto con la piel de oveja y tolerado por el Padre de familia en sus altas disposiciones, aprendió dónde por breve tiempo podía dispersar el rebaño, tendiendo asechanzas al pastor. Y sigue diciendo: Judas, pues, habiendo tomado una cohorte y ministros de parte de los príncipes y fariseos, fue allá con linternas, teas y armas. La cohorte no fue de judíos, sino de soldados. Por tanto, debemos entender que fue enviada por el presidente como para prender a un reo, guardado el orden del poder legítimo, a fin de que nadie osase oponerse a quienes le llevaban, aunque se había reunido tan grande pelotón y tan bien armado, que era capaz de aterrar y rechazar a cualquiera que se atreviera a defender a Cristo. De este modo escondía su poder y manifestaba su debilidad, pareciendo esto a sus enemigos necesario contra quien nada fuera suficiente sino lo que El quisiese; utilizando el bueno a los malos y sacando bienes de los males, para hacer de los malos buenos y separar a los buenos de los malos.

 

3. Sigue diciendo el santo evangelista: "Y Jesús, que sabía todas las cosas que habían de venir sobre El, se adelantó y díjoles: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús Nazareno. Díceles Jesús: Yo soy. Con ellos estaba también Judas, que le entregaba. No bien les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra." ¿Dónde están ahora las cohorte de soldados y los ministros de los príncipes y fariseos? ¿Dónde el terror y el amparo de las armas? Sólo una voz de quien dice: Yo soy, sin dardos hirió, rechazó y postró a una numerosa turba, feroz en su odio y terrible por sus armas. Dios estaba oculto en aquella carne; y el Día sempiterno tanto se escondía de sus miembros humanos, que con ayuda de teas y linternas era buscado por las tinieblas para sacrificarlo. Yo soy, dice, y derriba a los impíos. ¿Qué hará cuando venga a juzgar, si esto hizo cuando iba a ser juzgado? ¿Cuál no será el poder del que ha de reinar, si tal fue el del que iba a morir? También ahora en todas partes, por medio del Evangelio, dice Cristo: Yo soy, mientras los judíos esperan al anticristo para echarse atrás y caer por tierra, por desear lo terreno despreciando lo celestial. Para prender a Jesús vinieron con el traidor los perseguidores, encontraron al que buscaban, le oyeron decir: Yo soy; ¿por qué no le prendieron, antes retrocedieron y cayeron, sino porque así lo quiso quien pudo hacer lo que quiso? Y si jamás les permitiese prenderle, nunca ellos pudieran realizar el intento que allí les había llevado; ni tampoco El ejecutaría la obra para cuya realización había venido. Ellos buscaban con odio al que querían matar; El nos buscaba a nosotros con su muerte. Y así, porque manifestó su poder a quienes querían y no podían prenderle, préndanle ya, para que El haga su voluntad por medio de quienes la ignoraban.

 

4. "De nuevo preguntóles Jesús: ¿A quién buscáis? Respondieron ellos: A Jesús Nazareno. Replicóles Jesús: Ya os dije que soy yo. Si, pues, me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Para que se cumpliese la palabra que había dicho: N o he perdido a ninguno de los que me diste. Si, pues, me buscáis a mí, dejad marchar a éstos." Tiene delante a sus enemigos, y ejecutan cuanto les ordena: dejan marchar a quienes no quiere que perezcan. ¿Acaso no habían de morir después? ¿Por qué, si morían entonces, los perdía, sino porque aún no creían como creen los que no perecen?

 

5. Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió a un siervo del príncipe de los sacerdotes y le cortó la oreja derecha. Este siervo se llamaba Maleo. Este solo evangelista consignó el nombre de este siervo, así como sólo Lucas dijo que el Señor tocóle la oreja y lo curó. Maleo quiere decir que ha de reinar. ¿Qué significa la oreja amputada en defensa del Señor y restablecida por El, sino que el oído, desprendido de lo viejo, ha sido renovado para que esté en la renovación del espíritu, amputada ya la vetustez de la letra? Y ¿quién dudará que ha de reinar con Cristo aquel a quien Cristo hizo este beneficio? La calidad de siervo pertenece a aquella vetustez que engendra esclavos, que es Agar. Mas, cuando recibe la salud, es figura de la libertad. No obstante, el Señor recriminó ej hecho a Pedro, prohibiéndole pasar más adelante, diciendo: Mete la espada en la vaina. ¿No he de beber el cáliz que me dio el Padre? Con su acción quiso el discípulo defender al Maestro, sin detenerse a pensar en sus consecuencias. Por eso fue necesario exhortarlo a la paciencia y consignarlo para enseñanza nuestra. Mas, al decir que el cáliz de la pasión se lo ha dado el Padre, ciertamente alude a aquello del Apóstol: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El cual no perdonó a su propio Hijo, entregándole por todos nosotros. Pero también es autor de este cáliz el mismo, que lo bebe. Y así dice el Apóstol: Cristo nos amó y se entregó por nosotros, como oblación y víctima, a Dios en olor de suavidad.

 

6. Mas la cohorte, el tribuno y los ministros de los judíos prendieron a Jesús y lo ataron. Prendieron al que no se habían acercado, porque El permaneció día y ellos permanecieron tinieblas; ni escucharon estas palabras: Acercaos a El y seréis iluminados. Si a El se acercasen, no le prenderían con sus manos para matarlo, sino con su corazón para recibirle. Mas, al prenderle de este modo, se alejaron más de El, y ataron a Aquel por quien más bien ellos debieran querer ser desatados. Y quizá entre aquellos que pusieron a Cristo sus ataduras estaban quienes, por El después libertados, dijeron: Rompiste mis cadenas. Por hoy sea esto suficiente; lo restante será tratado, con el favor de Dios, en otros sermones.

 

 

TRATADO 113

 

DESDE LA LECTURA DE ESTAS PALABRAS: "Y LO CONDUJERON PRIMERAMENTE A ANAS", HASTA ÉSTAS: "OTRA VEZ LO NEGÓ PEDRO Y AL PUNTO CANTÓ EL GALLO"

 

1. Después que los perseguidores hubieron prendido, por la traición de Judas, y hubieron atado al Señor, que nos amó y se entregó por nosotros, y al cual el Padre no perdonó, entregándolo por todos nosotros, y para que entendamos que Judas no es digno de alabanza por la utilidad de su traición, sino execrable por su voluntad criminal, lo llevaron, según cuenta el evangelista San Juan, primeramente a Anas. Y especifica el motivo, diciendo que era suegro de Caifás, que era el pontífice en aquel año. Era Caifás quien había dado el consejo a los judíos, diciendo que convenía que un hombre muriese por el pueblo. Queriendo San Mateo abreviar su narración, dice que fue conducido a Caifás, ya que antes le llevaron a Anas por ser suegro de Caifás, lo cual puede entenderse hecho por voluntad de Caifás.

 

2. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. No es fácil la identificación de este discípulo, ya que no se dice su nombre. Mas acostumbraba San Juan a nombrarse de esta manera, añadiendo: al que amaba Jesús. Quizá este discípulo sea él mismo. Pero, cualquiera que sea, pasemos adelante. "Ese discípulo era conocido del pontífice y entró con Jesús en el atrio del pontífice; mas Pedro se quedó a la puerta por la parte de fuera. Salió el discípulo que era conocido del pontífice y habló con la portera, e introdujo a Pedro. Dícele entonces a Pedro la criada portera: ¿No eres tú de los discípulos de ese hombre? El contesta: No soy". Ahí tenéis a la columna firmísima temblando de arriba a abajo al impulso de un ligero viento. ¿Dónde están sus audaces promesas y tanta confianza en sí mismo? ¿Dónde están aquellas palabras suyas: Por qué no te puedo seguir ahora? ¿Es seguir al Maestro negar ser discípulo suyo? ¿Así se da la vida por el Señor, teniendo miedo de la voz de una sirvienta para no darla? Mas ¿cómo puede causar admiración, si Dios había predicho la verdad y el hombre había presumido de la falsedad? Evidentemente, en esta ya comenzada negación del apóstol Pedro debemos advertir que no solamente niega a Cristo quien dice que no conoce a Cristo, sino también quien niega ser cristiano. No dijo el Señor a Pedro: Negarás que eres discípulo mío, sino: Me negarás a mí. Y así le negó a El cuando negó ser discípulo suyo. ¿Qué otra cosa hizo con esto sino negar que él era cristiano? Pues aunque los discípulos de Cristo aún no eran llamados con este nombre, ya que por primera vez se dio el nombre de cristianos a los discípulos de Cristo en Antioquía después de la Ascensión, ya entonces existía la realidad que posteriormente había de tener este nombre, ya entonces había discípulos que después se llamarían cristianos, y este nombre común, como común era la fe, transmitieron a los venideros. El que negó ser discípulo de Cristo, negó la misma realidad por la que se da el nombre de cristiano. ¡Cuántos después, no digo ancianos y ancianas, quienes, por el cansancio de la vida, pudieron con mayor facilidad despreciar la muerte en la confesión de Cristo; ni jóvenes de uno y otro sexo, de cuya edad justamente puede exigirse la fortaleza; sino niños y niñas y un ejército innumerable de santos mártires, que entraron con valor y con violencia en el reino de los cielos, pudieron lo que entonces no pudo este que recibió las llaves de su reino! Ved el motivo de haber dicho: Dejad que éstos se vayan, cuando por nosotros se entregó quien con su sangre nos redimió, para dar cumplimiento a lo que El había dicho: De los que me has dado no he perdido a ninguno. Porque, si Pedro se hubiese marchado después de haber negado a Cristo, ¿qué le sucedería sino perecer?

 

3. Los siervos y los ministros estaban a la lumbre, porque hacía frío, y se calentaban. No era el invierno, y, sin embargo, hacía frío, según suele suceder algunas veces en el equinoccio de primavera. "Estaba también Pedro con ellos de pie y calentándose. Mientras, el pontífice interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y su doctrina. Respondióle Jesús: Yo abiertamente he hablado al mundo, yo siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, adonde acuden todos los judíos, y no he dicho nada en privado, ¿por qué me preguntas a mí? Pregunta a quienes oyeron lo que les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho." De aquí nace una cuestión que no debe ser pasada por alto: en qué sentido dijo el Señor: Yo abiertamente he hablado al mundo, y, sobre todo, en privado no he dicho nada, ¿No dijo a los discípulos en este reciente sermón que les dirigió después de la cena: Estas cosas os he dicho en parábolas; llega la hora de no hablaros ya en parábolas, sino claramente os anunciaré al Padre? Si, pues, a sus más allegados discípulos no les hablaba abiertamente, sino que les prometía la hora de hacerlo, ¿cómo habló abiertamente al mundo? Y si esos mismos discípulos suyos, según el testimonio autorizado de los otros evangelistas, cuando estaba con ellos solos, lejos de las turbas, les hablaba con más claridad que a los otros que no eran sus discípulos, ya que entonces les declaraba las parábolas que a los otros veladamente proponía, ¿por qué dice: No he dicho nada en privado? Mas debemos entender que El dijo: Abiertamente he hablado al mundo, como si dijera: Muchos me oyeron. Abiertamente, en un sentido era abiertamente, en otro no lo era. Era abiertamente en cuanto que muchos le oían, y no lo era, en cuanto no le entendían. Y, hablando aparte a los discípulos, no hablaba ocultamente. ¿Quién puede decir que habla ocultamente cuando habla delante de tantos hombres, estando escrito que por la palabra de dos o tres testigos se declara toda la verdad, máxime cuando se dice a pocos lo que se quiere que por ellos lo sepan muchos, conforme dice el Señor a los pocos que aún tenía: Lo que os digo en las tinieblas, anunciadlo a la luz del día, y lo que oís al oído, decidlo sobre el terrado? Luego esto mismo que parecía decir ocultamente, en cierto modo no lo decía ocultamente, ya que no lo decía con el fin de que los que lo habían oído lo callasen, sino más bien para que lo predicasen por todas partes. De este modo se puede decir una cosa abiertamente y no abiertamente, ocultamente y no ocultamente, al modo que se dijo: Para que viendo vean y no vean. ¿Cómo han de ver sino porque es abierto y no oculto, y cómo esos mismos no han de ver sino porque es oculto y no abierto? Pero las cosas que habían oído y no habían entendido eran tales, que con justicia y con verdad no podían reprenderse. Y cuantas veces lo interrogaron maliciosamente para hallar de qué acusarle, les contestó de este modo, para embotar todos sus engaños y frustrar sus calumnias. Por eso decía: ¿Por qué me preguntas? Pregunta a quienes oyeron lo que les he hablado; ellos saben lo que yo he dicho.

 

4. Habiendo dicho El esto, uno de los ministros asistentes dio a Jesús una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al pontífice? Replicóle Jesús: Si he hablado mal, da testimonio de lo mal dicho; pero si he hablado bien, ¿por qué me hieres? ¿Puede darse algo más verdadero, manso y justo que esta respuesta? Fue dada por Aquel de quien estaba profetizado: Camina y avanza con prosperidad y reina por la verdad, la mansedumbre y la 'justicia. Si miramos al que recibió la bofetada, ¿no quisiéramos que aquel que le hirió fuese abrasado por fuego bajado del cielo, o que se abriese la tierra y lo tragase, o que fuese revolcado por los demonios como un condenado, o que fuera castigado con otra pena semejante o aún más cruel? ¿Qué cosa de éstas no hubiese podido ordenar con su poder Aquel por quien fue creado el mundo, si no hubiera preferido enseñarnos la paciencia, con la cual se vence al mundo? Mas quizá alguno diga: Y ¿por qué no hizo lo que El mismo mandó? En vez de responder así, debió presentar la otra mejilla. Mas ¿qué hay que decir de su respuesta verdadera, mansa y justa, y de que no sólo preparó la otra mejilla para ser de nuevo herida, sino todo su cuerpo para ser enclavado? Con esto demostró más bien lo que debía demostrar, es decir, que sus grandes preceptos de paciencia debían ser ejecutados con la preparación del corazón mejor que con manifestaciones corporales. Porque bien puede suceder que uno presente visiblemente la otra mejilla, pero que lo haga lleno de ira. ¿Cuánto mejor no será responder con sosiego la verdad y con ánimo tranquilo estar preparado para mayores ofensas? Bienaventurado aquel que, en todo cuanto por la justicia padece, puede decir con verdad: Preparado está, ¡oh Dios!, mi corazón, preparado está; con lo cual se obtiene lo que signe: Cantaré y salmearé; como lo hicieron Pablo y Bernabé en sus prisiones.

 

5. Pero sigamos la narración evangélica. Y Anas lo envió atado al pontífice Caifás. Según dice San Mateo, ya de inicio era conducido a Caifás, porque era en aquel año el príncipe de los sacerdotes. Ya que se debe saber que cada año alternativamente ejercían su ministerio los príncipes de los sacerdotes, que en aquel tiempo eran Anas y Caifás, mencionados por San Lucas cuando consigna la época en que el precursor del Señor, Juan Bautista, comenzó a predicar el reino de los cielos. Dice así: Bajo los príncipes de los sacerdotes Anas y Caifás fue hecha la palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto, etcétera. Y así estos dos pontífices hacían sus veces por años alternos, y a Caifás correspondía aquel año en que padeció Cristo. Por eso dice San Mateo que, cuando Jesús fue preso, fue conducido a él; mas, según San Juan, fue llevado antes a Anas, no por ser su colega, sino por ser su yerno. Y es de creer que esto fue hecho de acuerdo con la voluntad de Caifás o también porque sus casas estaban de tal forma colocadas, que no podían dejar de pasar por la casa de Anas.

 

6. Después de haber dicho el evangelista que Anas lo envió atado a Caifás, vuelve al punto de su narración en que dejó a Pedro, para explicar lo sucedido en casa de Anas referente a sus tres negaciones. Y dice: Estaba de pie Simón Pedro y se calentaba. Recapitula lo que ya había dicho antes y añade lo que sucedió a continuación: Dijéronle, pues: ¿Acaso no eres tú de sus discípulos? El lo negó, diciendo: No soy. Ya le había negado una vez; ésta es la segunda. Después, para completar las tres, dice uno de los siervos del pontífice, pariente de aquel cuya oreja cortó Pedro: ¿Acaso no te vi yo con El en el huerto? Otra vez negó Pedro, y al punto cantó el gallo. Ya está cumplida la predicción del Médico y convicta la presunción del enfermo. No se realizó lo que éste había dicho: Daré mi vida por ti; sino que se cumplió lo que El había predicho: Me negarás tres veces. Completas ya las tres negaciones de Pedro, terminamos ya este sermón, para considerar en otro sermón las cosas que después pasaron en casa de Pondo Pilato.

 

 

TRATADO 114

 

DESDE AQUEL PASAJE: "LE CONDUCEN A CAIFÁS AL PRETORIO", HASTA ÉSTE: "PARA QUE SE CUMPLIESE LO QUE JESÚS DIJO, MANIFESTANDO CON QUÉ MUERTE HABÍA DE MORIR"

 

1. Veamos ahora lo sucedido con el Señor, o acerca de Nuestro Señor Jesucristo, en casa del presidente Poncio Pilato, según la narración del evangelista San Juan. Vuelve al lugar donde había dejado su narración, para explicar la negación de Pedro. Ya antes había dicho que Anas le envió atado al pontífice Caifás, y, volviendo a donde había dejado a Pedro calentándose a la lumbre en el atrio, y después de terminar toda su negación, que fue trina, dice: Conducen a Jesús a Caifás al pretorio. Había dicho que le llevaron a Caifás desde la casa de Anas, su colega y su yerno. Pero, si a Caifás, ¿por qué al pretorio? Con lo cual indica que fue llevado a donde habitaba el presidente Pilato. A no ser que por algún motivo urgente, desde la casa de Anas, adonde ambos se habían reunido para oír a Jesús, Caifás se hubiese marchado al pretorio del presidente, dejando con su suegro a Jesús para ser interrogado; o bien que en la casa de Caifás tenía Pilato el pretorio, por ser la casa tan grande, que en una parte habitase y en otra separada celebrase los juicios.

 

2. Era de mañana, y ellos, esto es, los que conducían a Jesús, no entraron en el pretorio, es decir, en aquella parte de la casa que tenía Pilato, si es que era la casa de Caifás. Y, exponiendo el motivo de no entrar en el pretorio, añade: Para no contaminarse, porque tenían que comer la pascua. Había dado comienzo el día de los Ázimos, y en estos días consideraban una contaminación entrar en casa de los extraños. ¡Oh ceguera impía! ¿Se contaminarían entrando en casa ajena, y no temían contaminarse con el propio crimen? Temían contaminarse en el pretorio de un juez extranjero, y no temían contaminarse con la sangre de un hermano inocente, por no decir más bien del reato que tenían en su conciencia. No carguemos su conciencia, sino achaquemos a su ignorancia el que el Señor fuese por su impiedad conducido a la muerte y fuese sacrificado el autor de la vida.

 

3. Salió, pues, afuera Pilato y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Respondieron y dijéronle: Si no fuese malhechor, no te lo hubiésemos entregado. Sean interrogados y respondan los libertados de los espíritus inmundos, los enfermos curados, los sordos que oyen, los mudos que hablan, los ciegos que ven, los muertos que resucitan y, lo que está sobre todo esto, los necios hechos sabios, si Jesús es un malhechor. Mas estas cosas las decían aquellos de quienes ya había predicho el profeta: Me devolvían males por los bienes.

 

4. Dijoles, pues, Pilato: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley. Contestáronle los judíos: A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie. ¿Qué es lo que dices, oh vesana crueldad? ¿Acaso no matabais a quien ofrecíais a la muerte? ¿Acaso la cruz no mata? De este modo desbarran quienes no siguen, sino persiguen a la sabiduría. ¿Qué significa: A nosotros no nos es lícito dar muerte a nadie? Si es un malhechor, ¿por qué no os es lícito? ¿No les manda la ley que no perdonen a los malhechores, y más aún a los seductores, que apartan de su Dios, como a éste le juzgan? Pero debe entenderse que a ellos no les era lícito a causa de la santidad del día festivo, que ya había comenzado, y por cuyo motivo temían contaminarse con la entrada en el pretorio. ¿Tanto os habéis endurecido, israelitas falsos? ¿Tan faltos estáis de todo sentido por el exceso de malicia, que os tengáis por inocentes en el derramamiento de la sangre inocente por haber entregado a otro su fusión? ¿Irá Pilato a matar con sus manos al que vosotros entregáis a su poder para darle la muerte? Si no quisisteis que fuese muerto, si no le tendisteis asechanzas, si no comprasteis con dinero su entrega, si no le prendisteis, si no lo maniatasteis, si no lo llevasteis, si no lo ofrecisteis para ser muerto con las manos ni lo pedisteis con vuestras voces, entonces podéis jactaros de que no le habéis matado vosotros. Mas si, después de haber precedido todos esos actos vuestros, aún gritasteis: Crucifícalo, crucifícalo, escuchad lo que contra vosotros clama el profeta: Rejones y flechas son los dientes de los hijos de los hombres, y su lengua tajante espada. Esas son las armas, las flechas y la espada con que habéis dado muerte al justo, cuando decíais que no os era lícito matar a nadie. De aquí es que, no habiendo ido los príncipes de los sacerdotes, sino que enviaron a otros a prender a Jesús, el evangelista Lucas, en el mismo pasaje de su narración, dice: Dijo, pues, Jesús a los príncipes de los sacerdotes, magistrados del templo y ancianos que habían venido a prenderle: Como a prender a un ladrón vinisteis, etc. Y así como los príncipes de los sacerdotes no fueron ellos mismos, sino enviaron a otros a prender a Jesús—¿no vinieron éstos por mandato de su autoridad?—, así los que con sus gritos pidieron la crucifixión de Cristo no le mataron ellos directamente, mas ellos lo hicieron por medio de aquel a quien con sus voces impulsaron a perpetrar crimen tan nefando.

 

5. En cuanto a lo que añade el evangelista San Juan: Para que se cumpliera la palabra dicha por Jesús, indicando con qué muerte había de morir, si en ellas queremos ver la muerte de cruz, diciendo que los judíos dijeron: A nosotros no nos es lícito matar a nadie, porque una cosa es crucificar y otra matar, no veo cómo lógicamente puede entenderse esto, cuando así respondieron ellos a Pilato, que les había dicho: Tomadlo vosotros y juzgadle según vuestra ley. ¿No podían ellos tomarlo y crucificarlo, si con este suplicio deseaban verse libres de la muerte de un hombre? ¿Quién no ve cuan absurdo es que tengan poder para crucificar y no lo tengan para matar? ¿Quién no ve cuan absurdo es que les sea lícito crucificar a cualquiera y no les sea lícito dar muerte a nadie? ¿Cómo es que Cristo llama también sacrificio a su muerte, es decir, a la muerte de cruz, según se lee en San Marcos: "He aquí que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte, lo entregarán a los gentiles, le escarnecerán, le escupirán, le azotarán, lo matarán, y al tercer día resucitará?" Diciendo estas cosas, manifestó el Señor con qué género de muerte había de morir, no porque con ellas diera a entender la muerte de cruz, sino porque los judíos le habían de entregar a los gentiles, esto es, a los romanos. Pues Pilato era romano y como presidente le enviaron los romanos a Judea. Para que se cumpliesen estas palabras de Jesús, esto es, que los gentiles le darían muerte después de serles entregado, como El había predicho; por eso Pilato, que era juez romano, quiso devolvérselo a ellos, a fin de que lo juzgasen de acuerdo con su ley; mas no quisieron recibirlo, diciendo: A nosotros no nos es lícito matar a nadie. De este modo se cumplió la palabra de Jesús acerca de su muerte, que, entregado a los gentiles, éstos le darían la muerte, siendo su crimen menos grave que el de los judíos, que de esta manera quisieron aparecer como ajenos a su muerte, no para demostrar su inocencia, sino para poner en claro su demencia.

 

 

TRATADO 115

 

DESDE ESTA FRASE: "POR SEGUNDA VEZ ENTRÓ PILATO EN EL PRETORIO", HASTA ÉSTA: "ERA BARRABÁS UN LADRÓN"

 

1. Vamos a tratar en este sermón de lo que dijo Pilato a Cristo y de lo que Cristo respondió a Pilato. Después de decir a los judíos: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley, y haber oído su respuesta: A nosotros no nos es lícito matar a nadie, "por segunda vez entró Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y contestóle Jesús: ¿Dices esto por ti mismo o es que otros te lo han dicho de mí?" Muy bien conocía Jesús tanto su pregunta como la respuesta que le había de dar Pilato, pero quiso que fuera expresada con palabras, no para que El la conociera, sino para que quedase escrito lo que quiso que nosotros supiéramos. "Respondió Pilato: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los príncipes te han entregado a mí; ¿qué es lo que has hecho? Replicó Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, sin duda mis siervos lucharían para que no fuese yo entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de acá". Esto es lo que el Maestro bueno quiso que nosotros supiéramos; pero antes era necesario manifestarnos la vana opinión que acerca de su reino tenían los hombres, tanto gentiles como judíos, de quienes lo había oído Pilato; como si fuese reo de muerte por haber pretendido un reino que no le pertenecía, o por la envidia que tienen los que reinan a los que van a reinar, y había que prevenir que su reino no fuese contrario ni a los romanos ni a los judíos. Bien pudo el Señor haber referido su respuesta: Mi reino no es de este mundo, a la primera interrogación del presidente: ¿Eres tú el rey de los judíos? Pero, al preguntar El, a su vez, si esto lo decía por sí mismo o por haberlo oído a otros, quiso demostrar con la respuesta de Pilato que éste era el crimen que le imputaban los judíos ante él, manifestándonos que El conocía la vanidad de los pensamientos de los hombres; respondiendo con más claridad y oportunidad, después de la contestación de Pilato, a los judíos y a los gentiles: Mi reino no es de este mundo. Porque, si hubiese contestado inmediatamente a la pregunta de Pilato, podría parecer que no respondía también a los judíos, sino solamente a los gentiles, que así opinaban acerca de El. Pero al responder Pilato: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han entregado a mí, alejó toda sospecha de que pudiera creerse que por sí mismo había dicho que Jesús fuese rey de los judíos, indicando con claridad que lo había oído a los judíos. Y diciendo después: ¿Qué es lo que has hecho?, dejó al descubierto que de ese crimen le acusaban; como si dijera: Si dices que no eres rey, ¿qué otro crimen has cometido para que te entreguen a mí? Como si no fuera para admirar que se lo entregasen al juez para castigarlo por llamarse rey; y si no se decía rey, debía preguntársele qué otra cosa había hecho por la que mereciese ser entregado al juez.

 

2. Escuchad, pues, judíos y gentiles, los de la circuncisión y los del prepucio; oíd todos los reinos de la tierra: No estorbo vuestro terreno dominio en este mundo, mi reino no es de este mundo. No os entreguéis a vanos temores, como fueron los de Herodes el Grande ante la noticia del nacimiento de Cristo, dando muerte a tantos infantes para exterminarlo, acuciada su crueldad más por el temor que por la ira. Mi reino, dice, no es de este mundo. ¿Queréis más? Venid al reino que no es de este mundo: venid llenos de fe y no le persigáis llenos de temor. Así habla de Dios Padre en la profecía: Yo he sido constituido por El rey sobre Sión, su monte santo. Pero esa Sión y ese monte santo no son de este mundo. ¿Cuál es su reino sino los que en El creen, de los que dice: Vosotros no sois del mundo, como yo no soy del mundo? Aunque quisiera que ellos estén en el mundo, por lo cual dijo al Padre: No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal. Por eso aquí no dice: Mi reino no está en este mundo, sino no es de este mundo. Y probándolo con estas palabras: Si mi reino fuese de este mundo, mis siervos lucharían para no ser entregado a los judíos, no dice: Mi reino no está aquí, sino no es de acá. Aquí está su reino hasta el fin del tiempo, entremezclado con la cizaña hasta la época de la siega, que es el fin del mundo, cuando vendrán los segadores, esto es, los ángeles, y de su reino recogerán todos los escándalos, cosa que no pudiera ser si su reino no estuviese aquí. Sin embargo, no es de aquí, porque es peregrino en el mundo, según El dice a su reino: No sois del mundo, mas yo os he elegido del mundo. Del mundo eran cuando no eran su reino, y pertenecían al príncipe del mundo. Del mundo era cuanto, creado por el Dios verdadero, fue engendrado por la viciada y condenada estirpe de Adán, y se convirtió en reino no de este mundo cuanto fue regenerado por Cristo. Por El Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasplantó en el reino del Hijo de su amor; de este reino dice: Mi reino no es de este mundo, o mi reino no es de aquí.

 

3. Díjole, pues, Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú lo has dicho que yo soy rey. No es que temiera declararse rey, sino que puso el contrapeso de esta palabra: Tú lo dices, de modo que no niega ser rey (porque es rey del reino que no es de este mundo), ni confiesa que sea tal rey cuyo reino se crea ser de este mundo, como era la opinión de quien le preguntara: ¿Luego tú eres rey?, y al cual respondió: Tú dices que yo soy rey. Dijo: Tú dices; como si hubiese dicho: Siendo tú carnal, hablas según la carne.

 

4. A continuación añade: Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad. No debe hacerse larga la sílaba de este pronombre, sino breve, como si dijera: Para esta cosa he nacido o para esto he nacido, conforme dice: para esto vine al mundo. En el Evangelio griego no hay lugar a esta ambigüedad. Y así es claro que habla aquí de su nacimiento temporal, por el cual, ya encarnado, vino al mundo, y no de aquel sin principio en el cual era Dios y por quien el Padre creó al mundo. Por esto dice que ha nacido y ha venido al mundo, naciendo de una virgen, para dar testimonio de la verdad. Pero, como no todos tienen fe, añadió: Todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz. La oye ciertamente con los oídos interiores, esto es, obedece a mi voz, lo cual tanto vale como si dijese: me cree. Cuando, pues, Cristo da testimonio de la verdad, da testimonio de sí, porque voz suya es: Yo soy la verdad; y en otro lugar dijo: Yo doy testimonio de mí. Mas en cuanto dice: Todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz, manifiesta la gracia, con la que llama según la predestinación. De la cual dice el Apóstol: Sabemos que, a quienes aman a Dios, todas las cosas cooperan para el bien, a aquellos que, según el propósito de Dios, son llamados; a saber, según el propósito de quien los llama, no de los llamados; lo cual en otro lugar se dice más claramente: Colabora conmigo en el Evangelio según la virtud de Dios, que nos hace salvos y nos llama con su vocación santa, no de acuerdo con nuestras obras, sino de acuerdo con su propósito y gracia. Porque, si nos fijamos en la naturaleza en que hemos sido creados, habiendo sido todos creados por la verdad, ¿quién no procede de la verdad? Mas no todos reciben de la verdad la facultad de escuchar la verdad, esto es, de obedecer a la verdad y creer en la verdad, desde luego sin méritos precedentes, para que la gracia no deje de ser gracia. Si hubiese dicho: Todo el que oye mi voz, pertenece a la verdad, pudiera ser que se creyese que pertenece a la verdad porque obedece a la verdad; mas no dijo esto, sino: Todo aquel que pertenece a la verdad, oye mi voz. Por tanto, no pertenece a la verdad porque oye su voz, sino que oye su voz porque pertenece a la verdad, es decir, porque de la verdad ha recibido este don. Y esto, ¿qué quiere decir sino que cree en Cristo porque Cristo le ha dado ese don?

 

5. Díjole Pilato: ¿Qué es la verdad? Pero no esperó la respuesta; mas, habiendo dicho esto, salió otra vez a los judíos y les dijo: Yo no hallo ningún delito en este hombre. Es costumbre entre vosotros que os suelte a uno en la Pascua, ¿queréis que os suelte al rey de los judíos? Creo que, al decir Pilato: ¿Qué es la verdad?, le vino al pensamiento la costumbre de los judíos de que uno fuera puesto en libertad en la Pascua, y por eso no esperó a que Jesús respondiese, para no dejar pasar el recuerdo de la costumbre, haciendo posible su libertad, pues no cabe dudar que él así lo deseaba. Pero no pudo arrancar de su corazón que Jesús era el rey de los judíos, como si esto lo hubiera grabado en él, como un título, la verdad, de la cual preguntó qué era. Mas, oído esto, gritaron otra vez todos diciendo: No a éste, sino a Barrabás. Barrabás era un ladrón. No os reprendemos, ¡oh judíos!, el querer libertar a un malhechor por la Pascua, sino el haber dado muerte al inocente, a pesar de que, sí no lo hicierais, no habría verdadera Pascua. Pero los judíos, ignorantes, conservaban la sombra de la verdad, mientras, por una disposición admirable de la divina sabiduría, por medio de hombres falaces se cumplía la verdad de la sombra; porque, para que se hiciera la verdadera Pascua, Cristo era inmolado como una oveja. De aquí provienen las injurias que después hicieron a Cristo Pilato y su cohorte, de las cuales trataremos en otro sermón.

 

 

 

TRATADO 116

 

ACERCA DE ESTO QUE SIGUE: "ENTONCES TOMÓ PILATO A JESÚS Y LO AZOTÓ", HASTA ESTO: "TOMARON A JESÚS Y LO SACARON"

 

1. Habiendo pedido los judíos a Pilato que con motivo de la Pascua no les soltase a Jesús, sino a Barrabás; no al Salvador, sino al criminal; no al dador, sino al arrebatador de la vida: Entonces tomó Pilato a Jesús y le azotó. No se ha de creer que Pilato hizo esto sino con intención de que los judíos, saciados con sus injurias, se diesen por satisfechos y desistiesen de perseguirlo hasta hacerle morir. Por este motivo, el presidente permitió a su cohorte hacer las cosas que siguen, o quizá lo mandó, aunque el evangelista lo haya callado. Dice a continuación lo que hicieron los soldados, mas no dice que Pilato lo mandara. Dice: Y los soldados, tejiendo una corona con espinas, la pusieron sobre su cabeza y le envolvieron en un manto de púrpura. Y se llegaban a El y decían: Salve, rey de los judíos, y le daban de bofetadas. De este modo se cumplía lo que de sí había predicho Cristo; así se informaban los mártires para sufrir cuanto fuese del agrado de sus perseguidores; así, ocultado por breve tiempo su tremendo poder, recomendaba la imitación de su paciencia; así el reino que no era de este mundo vencía al mundo soberbio, no con la atrocidad de la lucha, sino con la humildad del sufrimiento; así aquel grano que había de ser multiplicado era sembrado entre tanta contumelia para que floreciese con gloria admirable.

 

2. De nuevo salió Pilato juera, y les dice: He aquí que os lo saco fuera para que conozcáis que yo no hallo en El ningún delito. Salió, pues, Jesús llevando la corona de espinas y el vestido de púrpura. Y díceles: Ved aquí al Hombre. Por donde se ve que Pilato no ignoraba lo hecho por los soldados, bien con su mandato, bien con su autorización, por aquel motivo que dije antes, a fin de que sus enemigos bebiesen todos aquellos escarnios con agrado y no sintiesen ya la sed de su sangre. Se presenta Jesús a su vista elevando la corona de espinas y el vestido de púrpura, no en la gloria de su imperio, sino lleno de oprobio, y se les dice: Ved ahí al Hombre; si tenéis animosidad contra el rey, perdonadle ya viéndole tan abatido: fue azotado, fue coronado de espinas, fue cubierto con un vestido de escarnio, fue escarnecido con amargos improperios, fue abofeteado; ante el hervor de la ignominia, quede enfriada la envidia. Mas ésta no se enfría, sino que se enardece y se inflama.

 

3. "Al verlo los pontífices y los ministros, gritaban diciendo: Crucifícalo, crucifícalo. Díceles Pilato: Tomadle vosotros y crucificadle, pues yo no hallo delito alguno en El. Respondieron los judíos: Nosotros tenemos la ley y, según la ley, debe morir, porque se hizo Hijo de Dios". He ahí otro motivo de mayor envidia. Parecíales pequeña aquella de la regia potestad, pretendida con ilícito atrevimiento, y, sin embargo, ninguna de ambas cosas usurpó Jesús falsamente, porque una y otra son verdaderas: es el Hijo unigénito de Dios, y por El fue constituido rey sobre Sión, su monte santo; y con esto dio pruebas de que, cuanto más poderoso era, tanto prefería ser más paciente.

 

4. Habiendo oído esto Pilato, fue mayor su temor, y, entrando otra vez en el pretorio, dice a Jesús: ¿De dónde eres? Pero Jesús no le responde. Cotejadas las narraciones de los evangelistas, se ve que este silencio de Nuestro Señor Jesucristo no tuvo lugar una vez sola: calló ante los príncipes de los sacerdotes: calló ante Herodes, a quien, según indica San Lucas, le envió Pilato; calló ante el mismo Pilato. Y así no fue vana la profecía que a El hace referencia: Como cordero mudo ante el esquilador, así El no abrió su boca, cuando no respondió a quienes le interrogaban. Y, aunque respondió a algunas preguntas, fue, sin embargo, comparado con el cordero en vista de aquellas que no quiso responder, para manifestar con su silencio, no su culpabilidad, sino su inocencia. Cuando, pues, al ser juzgado, no abrió su boca, se asemejó al cordero; esto es, no la abrió, como si, consciente de su maldad, quedase convicto de sus delitos, sino como manso cordero, que se inmola por los ajenos.

 

5. Dícele, pues, Pilato: ¿A mí no me contestas? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte y poder para soltarte? Respondió Jesús: No tuvieras poder alguno sobre mí si de arriba no te hubiese sido dado; por esto, el que me entregó a ti tiene mayor pecado. En esta ocasión respondió; mas, cuando no respondió, no lo hizo como reo o como falsario, sino como cordero, esto es, como sencillo e inocente. En consecuencia, cuando no respondía, callaba como un cordero; mas, cuando respondía, enseñaba como pastor. Aprendamos su enseñanza, transmitida también por el Apóstol, de que no hay poder que no venga de Dios, y que mayor es el pecado de quien por envidia entrega a la justicia al inocente, para ser sacrificado, que el de la misma justicia dándole muerte por miedo a un poder superior. Tal era el poder que Dios había otorgado a Pilato, dejándolo también bajo el poder de César. Y así dice: No tuvieras sobre mi poder alguno, cualquiera que sea la potestad que tienes, si ésta misma que tienes no te hubiese sido dada de arriba. Mas, porque yo conozco su extensión, no es tan grande, que tengas libertad absoluta; por eso, quien me entregó a ti tiene mayor pecado. El por envidia me entregó a ti, y tú por cobardía lo ejerces contra mí. Ni por temor debe matar un hombre a otro inocente; pero matarlo por envidia es mucho peor que hacerlo por temor. Por eso el Maestro de la verdad no dice que el que me entregó a ti tiene pecado, como si Pilato estuviese exento de él; sino que dijo que tiene mayor pecado, dándole a entender que también él tenía pecado. Pues por eso es mayor el pecado de aquél, porquetambién éste lo tiene.

 

6. Desde ese momento procuraba Pilato darle libertad. ¿Qué significa decir desde ese momento, como si antes no lo procurase? Lee lo anterior y verás que ya antes intentaba soltar a Jesús. Así que desde ese momento se ha de entender por esto, por esta causa, con el fin de no incurrir él en el pecado matando al inocente puesto en sus manos, aunque es menor su pecado que el de los judíos que se lo habían entregado para quitarle la vida. Desde ese momento, pues, esto es, por no hacer ese pecado, no ahora por primera vez, sino desde el principio buscaba oportunidad de darle libertad.

 

7. Mas los judíos gritaban diciendo: Si sueltas a éste, no eres amigo de César; porque todo aquel que se hace rey, va en contra de César. Pensaron que mayor terror le infundirían con el temor de César que con lo que antes dijeron: Nosotros tenemos la ley, y, según la ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. No le amedrentó su ley para darle muerte, sino el temorde que fuese el Hijo de Dios. Pero ahora no pudo manifestar desprecio a César, que era el autor de su potestad, como lo manifestó por la ley de un pueblo extraño.

 

8. Y sigue diciendo el evangelista: Oyendo Pilato estas palabras, sacó a Jesús afuera y se sentó, como juez, en un lugar, llamado litóstrotos, gábbata en hebreo. Era en la parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta. En qué hora fue sacrificado el Señor, ante el testimonio de otro evangelista, que dice: Era la hora de tercia y le crucificaron, suele dar origen a grandes discusiones, que trataremos, con el favor de Dios, cuando lleguemos al pasaje donde se narra la crucifixión. Habiéndose, pues, sentado Pilato en el tribunal, dice a los judíos; Aquí tenéis a vuestro Rey. Mas ellos gritaban: Quítale, quítale; crucifícale, crucifícale. Díjoles Pilato: ¿He de crucificar a vuestro Rey? Aún intenta sobreponerse al temor de César, que ellos le habían infundido, queriendo doblarlos a la vista de su facha ignominiosa, diciendo: ¿He de crucificar a vuestro Rey?, ya que no los pudo doblegar ante la ignominia de Cristo. Mas luego es vencido por el temor.

 

9. Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino a César. Entonces se lo entregó para ser crucificado. Parecía ir abiertamente en contra de César si, después de haber ellos confesado que no tenían más rey que a César, intentase ponerles otro rey, soltando al que por estas aspiraciones le habían ellos entregado para que le condenase a muerte. Se lo entregó, pues, para ser crucificado. Pero ¿tendría acaso otras intenciones, tanto cuando anteriormente decía: Tomadle vosotros y crucificadle, como cuando también anteriormente dijo: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley? ¿Por qué ellos se resistieron tanto diciendo: A nosotros no nos es lícito matar a nadie; mostrando tanto interés en que fuera muerto, no por ellos, sino por el presidente, y rehusando tomarlo para darle la muerte, si ahora lo reciben para matarlo? Y si esto no es así, ¿por qué dice ahora: "Entonces se lo entregó para ser crucificado"? ¿Hay en esto alguna diferencia? Pues no está escrito: "Entonces se lo entregó" para que le crucificasen, sino: "para ser crucificado", esto es, para ser crucificado por sentencia y potestad del presidente. Mas el evangelista dijo que les fue entregado para demostrar que también ellos estaban implicados en el crimen, del cual pretendían aparecer ajenos; no hubiera hecho esto Pilato sino para satisfacer lo que veía, que ellos tanto deseaban. Lo que sigue: Tomaron a Jesús y lo sacaron, puede referirse a los soldados, ministros del presidente, según más claramente se dice después: Habiéndole crucificado los soldados; y, aunque el evangelista se lo atribuye todo a los judíos, no lo hace sin razón, porque ellos recibieron lo que con tantas ansias pidieron, y ellos hicieron todo cuanto obligaron a hacer. Pero de esto trataremos en otro sermón.

 

 

TRATADO 117

 

DESDE LAS PALABRAS SIGUIENTES: "Y LLEVANDO A CUESTAS SU CRUZ, SALIÓ PARA EL LUGAR LLAMADO DE LA CALAVERA", HASTA ÉSTAS: "RESPONDIÓ PILATO: LO ESCRITO, ESCRITO"

 

1. Juzgando y condenando Pilato desde su tribunal a Nuestro Señor Jesucristo, hacia la hora de sexta lo tomaron y lo sacaron. Y llevando la cruz a cuestas, salió para el lugar llamado de la Calavera, Gólgota en hebreo, donde le crucificaron. ¿Por qué San Marcos dice que era la hora de tercia y le crucificaron, sino porque en la hora de tercia fue crucificado por las lenguas de los judíos, y en la hora de sexta por las manos de los soldados? Debemos entender que, pasada ya la hora quinta, había dado comienzo la hora sexta, cuando Pilato se sentó en el tribunal, como dice San Juan: Hacia la hora sexta; y cuando era conducido y crucificado con los dos ladrones, y junto a la cruz sucedían las cosas que se narran sucedidas, quedaba completa la hora sexta; y desde esta hora hasta la hora nona, oscurecido el sol, según la autoridad de los tres evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, quedó el mundo envuelto en tinieblas. Mas porque los judíos quisieron a todo trance responsabilizar a los romanos, esto es, a Pilato y a sus soldados, del crimen de la muerte de Cristo, dada por ellos, por eso San Marcos, sin mencionar la hora en que los soldados crucificaron a Cristo, que fue ya entrada la hora sexta, anotó la hora tercera, acordándose de ella particularmente, en la cual puede suponerse que clamaron ante Pilato: Crucifícale, crucifícale, entendiendo que no sólo le crucificaron los soldados que le suspendieron de la cruz en la hora sexta, sino también los judíos, que en la hora tercera pidieron que fuese crucificado.

 

2. Puede darse otra solución a esta dificultad, diciendo que no se trata aquí de la hora sexta del día, ya que San Juan no dice que era hacia la hora sexta del día, o simplemente hacia la hora sexta, sino que dice: Era en la parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta. Parasceve en latín quiere decir preparación; y de esta palabra griega hacen uso con más agrado los judíos en estas observaciones, aun aquellos que hablan más en latín que en griego. Era, pues, en la preparación de la Pascua. Cristo, dice el Apóstol, ha sido inmolado por Pascua nuestra. Si tomamos como punto de partida de la preparación de esta Pascua la hora nona de la noche (ya que a esa hora parece que los príncipes de los sacerdotes pronunciaron la inmolación de Cristo, diciendo: Reo es de muerte, cuando era oído en la casa del pontífice; por lo que puede creerse que entonces comenzó la preparación de la verdadera Pascua, cuya sombra era la Pascua de los judíos, es decir, de la inmolación de Cristo, cuando los sacerdotes decretaron que debía ser inmolado), ciertamente desde esa hora de la noche, que parece ser la nona, hasta la hora tercera del día, en que, según San Marcos, fue Cristo crucificado, hay seis horas, tres nocturnas y tres diurnas. Por tanto, en esta parasceve de la Pascua, esto es, en la preparación de la inmolación de Cristo, que había comenzado en la hora nona de la noche, ya era hacia la hora sexta, es decir, pasada la hora quinta, ya había comenzado la hora sexta cuando Pilato subió al tribunal: aún era la misma preparación, que había comenzado en la hora nona de la noche, hasta que se completase la inmolación de Cristo, que se preparaba, y la cual tuvo lugar, según San Marcos, en la hora tercera, no de la preparación, sino del día; y esa misma hora era la sexta de la preparación, no del día; o sea, contadas seis horas desde la hora nona de la noche hasta la hora tercera del día. De estas dos soluciones dadas a esta difícil cuestión, cada cual elija la que mejor le parezca. Mejor elección podrá hacer quien lea la obra acerca de la Concordancia de los evangelistas, donde están ampliamente discutidas estas cuestiones.

 

3. Tomaron a Jesús y lo sacaron, y con la cruz a cuestas salió para el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron. Marchaba, pues, Jesús para el lugar donde debía ser crucificado, llevando su cruz. Extraordinario espectáculo: a los ojos de la impiedad, grande irrisión; a los ojos de la piedad, grande misterio; a los ojos de la impiedad, grande documento de ignominia; a los ojos de la piedad, firmísimo cimiento de la fe; a los ojos de la impiedad, la mofa de un rey que lleva por cetro el madero de su suplicio; a los ojos de la piedad, un rey que lleva, para en ella ser crucificado, la cruz que había de fijar en la frente de los reyes; en ella había de ser despreciado por los ojos de los impíos, y ella ha de ser la gloria del corazón de los santos, como diría después San Pablo: No quiero gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. El recomendaba su cruz llevándola sobre sus hombros; llevaba el candelabro de la lucerna encendida, que no debía ser puesta debajo del celemín. Llevando a cuestas la cruz, salió para el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con El a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Según la narración de los otros evangelistas, estos dos con los cuales y en medio de los cuales fue crucificado Jesús eran dos ladrones, cumpliéndose así la profecía acerca de Jesús: Y fue contado entre los malvados.

 

4. "Escribió Pilato un letrero y lo puso sobre la cruz. Decía la escritura: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Este letrero lo leyeron muchos de los judíos, porque estaba cercano a la ciudad el lugar donde fue crucificado Jesús. Y estaba escrito en hebreo, en griego y en latín: Rey de los judíos". Estas tres lenguas eran las principales entre los concurrentes: el hebreo por los judíos, que se gloriaban de la Ley del Señor; el griego por los gentiles ilustrados, y el latín por los romanos, que extendían su imperio a casi todas las naciones.

 

5. Decían, pues, a Pilato: No escribas Rey de los judíos, sino que El dijo: Soy el Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está. ¡Oh fuerza inefable de la acción divina aun sobre el corazón de los ignorantes! ¿No daba una voz oculta sus clamores silenciosos en el interior de Pilato, consignada tanto tiempo hacía en los Salmos: No alteres la inscripción del letrero? El no la cambia: Lo escrito, escrito está. Pero ¿qué decían los pontífices, que querían que fuese cambiada la inscripción? No escribas Rey de los judíos, sino que El dijo: Soy el Rey de los judíos. ¿Qué decís, mentecatos? ¿Por qué os oponéis a la ejecución de lo que no podéis alterar? ¿Acaso por decirlo Jesús deja de ser verdad que El es Rey de los judíos? Si no puede alterarse lo que Pilato escribió, ¿podrá alterarse lo que dijo la Verdad?Pero Cristo, ¿es sólo Rey de los judíos o lo es también de los gentiles? También de los gentiles. Pues, habiendo dicho por el profeta: Yo he sido constituido por el Rey sobre Sión, su monte santo, para predicar la Ley del Señor, a fin de que por el monte de Sión nadie llegase a pensar que Cristo solamente había sido constituido Rey de los judíos, en seguida añadió: El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado; pídemelo y te daré a las gentes por heredad tuya y tus posesiones hasta los confines de la tierra. Por eso El por su propia boca dice a los judíos: Tengo otras ovejas que no son de este redil; conviene que yo traga también a éstas, y ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. ¿Por qué queremos ver encerrado un gran misterio en esta inscripción Rey de los judíos, si Cristo es también Rey de las gentes? Porque el acebuche ha sido hecho participante del jugo del olivo, y no el olivo partícipe del amargor del acebuche. Y en cuanto a la verdad con que de Cristo se escribió el título Rey de los judíos, ¿qué judíos son éstos sino la semilla de Abrahán, los hijos de la promesa, que son también los hijos de Dios? Porque, según dice el Apóstol, no son hijos de Dios los que son hijos de su carne, sino los que en su semilla son hijos de la promesa. Y gentiles eran a quienes decía: Si sois de Cristo, sois semilla de Abrahán y herederos suyos según la promesa. Cristo es, pues, Rey de los judíos, pero de los judíos de corazón circunciso; judíos en el espíritu, no en la letra, cuya alabanza no procede de los hombres, sino de Dios; los que pertenecen a la Jerusalén libre, nuestra madre eterna en los cielos, la Sara espiritual, que arroja fuera de la casa de la libertad a la esclava y a sus hijos. Por eso Pilato lo que escribió, escribió; porque Cristo lo que dijo, dijo.

 

 

TRATADO 118

 

SOBRE ESTAS PALABRAS: "Los SOLDADOS, DESPUÉS DE HABERLE CRUCIFICADO, TOMARON SUS VESTIDOS", ETC.

 

1. Contando con la ayuda de Dios, vamos a tratar en este sermón de lo sucedido junto a la cruz después de crucificado el Señor. "Los soldados, pues, después de haberle crucificado, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro lotes, uno para cada soldado, y la túnica. La túnica era de un solo tejido de arriba abajo; dijéronse, pues, unos a otros: No la dividamos, sino echemos suertes para ver de quién será. Para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes". Se ejecutó lo que pretendieron los judíos: no fueron ellos, sino los soldados de Pilato y por sentencia suya, quienes crucificaron a Jesús. Sin embargo, si consideramos las voluntades, las celadas, los manejos, la entrega y, finalmente, los gritos para arrancar la sentencia, más bien fueron los judíos quienes crucificaron a Jesús.

 

2. Mas no hemos de tratar a la ligera de la repartición y sorteo de sus vestidos. Y, aunque todos los evangelistas mencionan este hecho, lo hacen con mayor brevedad que San Juan: aquéllos lo hacen en un tono velado, éste con toda claridad. Mateo dice: Después que le crucificaron, repartieron sus vestidos, echando suertes. Marcos: Y habiéndole crucificado, repartieron sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué llevaba cada cual. Lucas: Dividiendo sus vestidos, echaron suertes. Juan en cambio, dice también en cuántos lotes dividieron sus vestidos esto es, en cuatro, para que cada cual llevase el suyo. De donde se sigue que fueron cuatro los soldados que le crucificaron bajo las órdenes del presidente. Abiertamente dice: Los soldados, después de crucificarle, tomaron sus vestidos e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica, hay que sobrentender tomaron; y así, el sentido es éste: Tomaron sus vestidos e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y tomaron también la túnica. Mas nada dice de la suerte sobre los vestidos, sino solamente sobre la túnica, que tomaron juntamente con los otros vestidos, sin dividirla, como aquéllos. De ella dice que era inconsútil, tejida por completo de arriba abajo. Y narrando por qué echaron suertes sobre ella, dice: Dijéronse, pues, unos a otros: No la dividamos, mas echemos suertes para ver quién se la lleva. Aparece claro que en los otros vestidos tuvieron partes iguales sin necesidad de la suerte; mas en la túnica no podían tener partes iguales sin dividirla, no sacando utilidad de sus trozos, para lo cual, de común acuerdo, sortearon su propiedad. Con la narración de este evangelista concuerda el testimonio del profeta, por él inmediatamente mencionado: Vara que se cumpliese la Escritura, que dice: Se repartieron mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes. No dice sortearon, sino repartieron; ni tampoco: Por suerte repartieron, sino que, sin mencionar la suerte sobre los otros vestidos, añade: Y sobre mi vestidura echaron suertes, refiriéndose a la túnica que quedaba. De ella hablaré lo que el Señor me inspirare, después que haya deshecho la calumnia que puede surgir sobre la discrepancia de los evangelistas, demostrando que ninguno de ellos es contrario a la narración de San Juan.

 

3. Mateo, al decir que dividieron sus vestidos, echando suertes, incluye en esas divisiones la túnica, sobre la cual echaron suertes; porque, repartiendo todos los vestidos, entre ellos estaba la túnica, que sortearon. Muy parecido es lo que dice Lucas: Dividiéndose sus vestidos, echaron suertes; haciendo las divisiones, llegaron a la túnica, que fue sorteada para completar el reparto de los vestidos. ¿Qué importa que se diga: Dividiendo echaron suertes, como dice Lucas, o se diga: Dividieron echando suerte, como dice Mateo? Solamente que Lucas pone el plural por el singular, diciendo suertes; locución no desusada en las Santas Escrituras, aunque algunos códices dicen suerte, y no suertes. Únicamente Marcos parece suscitar alguna dificultad, porque al decir: Echando suerte sobre ellos para ver lo que llevaría cada uno, parece indicar que la suerte recayó sobre todos los vestidos y no sólo sobre la túnica. También aquí la concisión hace el pasaje más oscuro. Dice: Echando suerte sobre ellos, como si dijera: Echando la suerte, cuando eran divididos, que fue lo que hicieron. Porque no sería completa la división de todos los vestidos si la suerte no aclarase quién había de llevar la túnica, para dar fin a la contienda entre ellos o para que no surgiese. En cuanto a decir: Qué es lo que cada uno ha de tomar, cuando esto se encomienda a la suerte, no ha de referirse a todos los vestidos repartidos, ya que la suerte fue echada para ver cuál de ellos llevaría la túnica; mas como no explicó en su narración la contextura de la túnica y cómo quedó sola fuera de los lotes, para sortearla sin dividirla, al decir: Qué ha de tomar cada cual, es como decir, refiriéndose al total: Dividieron sus vestidos, echando suertes sobre ellos, para ver quién llevaría la túnica, que estaba fuera de los lotes.

 

4. Quizá alguno pregunte qué significa la división de los vestidos en tantas partes y el sorteo de la túnica. Esa cuádruple división de los vestidos de Nuestro Señor Jesucristo fue figura de su Iglesia, dividida en cuatro partes por estar esparcida por las cuatro partes del mundo, e igualmente, es decir, pacíficamente distribuida. Por eso dice en otro lugar que enviará sus ángeles para recoger de los cuatro vientos a sus escogidos; ¿y esto qué es sino de las cuatro partes del mundo, Oriente, Occidente, Aquilón y Mediodía? La túnica sorteada significa la unidad de las cuatro partes, que se halla en el vínculo de la caridad. Hablando de ella, el Apóstol dice: Os enseño un camino más excelente; y en otro lugar: Conocer la excelente caridad de la sabiduría de Cristo; y en otro: Sobre todo esto tened caridad, que es el vínculo de la perfección. Si, pues, la caridad es el camino más excelente, es mayor que la sabiduría y está sobre todos los preceptos, con razón la vestidura que la representa está tejida en una sola pieza. No tiene costuras para que no se descosa, y se la lleva uno solo, porque reúne a todos en una unidad. Y así como entre los apóstoles, que componían el número de doce, esto es, cuatro grupos de tres, al ser interrogados, solamente Pedro respondió: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo; y a él le dijo: A ti te daré las llaves del reino de los cielos; como si él sólo hubiese recibido el poder de atar y desatar porque, habiendo respondido en nombre de todos, recibió este poder como representante de aquella unidad. Uno por todos, porque hay unión entre todos. Por eso, después de decir tejida de arriba abajo, añade por todo. Si esto lo referimos a lo que ella significa, nadie que pertenece al todo está fuera de él, y de este todo, según lo indica la lengua griega, le viene el nombre de católica a la Iglesia. ¿Qué se recomienda en la suerte sino la gracia de Dios? De este modo, en uno llegó a todos, cuando la suerte fue del agrado de todos; y la gracia de Dios en la unidad a todos llega; y cuando se echa la suerte, es concedida, no a la persona o méritos de uno, sino según los juicios ocultos de Dios.

 

5. No habrá quien diga que estas cosas no significan bien alguno por haber sido ejecutadas por los malos, es decir, no por quienes siguieron a Cristo, sino por quienes le persiguieron. ¿Qué diremos entonces de la misma cruz, que sin duda fue fabricada y destinada a Cristo por los enemigos y por los impíos? Sin embargo, a ella se aplica lo que dice el Apóstol: Cuál sea la largura, la anchura, la altura y la profundidad. La anchura, en el palo transversal, sobre el cual se extienden los brazos del Crucificado; y significa las obras buenas en la anchura de la caridad. La largura, desde el palo transversal hasta la tierra, en el cual se fijan los pies y la espalda; significa la perseverancia a lo largo del tiempo hasta el fin. La altura, en el vértice, desde el palo transversal hasta arriba, significa el fin sobrenatural, al que todas las obras deben dirigirse, porque todo cuanto a lo largo y a lo ancho se hace con perseverancia, debe hacerse por la altura de los premios divinos. La profundidad es la parte que está metida en la tierra: allí se oculta y no puede ser vista, pero de allí salen todas las partes que se ven y sobresalen, así como todos nuestros bienes proceden de la gracia de Dios, que no puede ser comprendida ni discernida. Y aunque la cruz de Cristo no tuviera otro significado que el señalado por el Apóstol: Quienes son de Jesucristo, tienen crucificada su carne con todas sus pasiones y concupiscencias, ¿no es éste un bien extraordinario? Y esto no lo hace sino el espíritu bueno, que codicia en contra de la carne, pues aquella cruz de Cristo fue fabricada por el enemigo, es decir, por el espíritu malo. Finalmente, y como todos saben, ¿cuál es la señal de Cristo sino la cruz de Cristo? Sin el uso de esta señal, ya en la frente de los fieles, ya en el agua que los regenera, ya en el crisma con que son ungidos, ya en el sacrificio con que son alimentados, ninguna de estas cosas queda totalmente terminada. ¿Cómo, pues, podemos decir que ningún bien se encierra en lo que hacen los malos, cuando la cruz de Cristo, que los malos fabricaron, es en la celebración de los sacramentos la señal de todo el bien que de El nos viene? Y basta con esto. Lo que sigue lo discutiremos en otras ocasiones si Dios nos presta su ayuda.

 

 

TRATADO 119

 

DESDE ESTAS PALABRAS QUE SIGUEN: "Y ESTO ES LO QUE HICIERON LOS SOLDADOS", HASTA ÉSTAS: "E INCLINADA LA CABEZA, ENTREGÓ EL ESPÍRITU"

 

1. Crucificado el Señor y terminada la repartición de sus vestidos con la suerte echada, sigamos la narración del evangelista San Juan, que continúa diciendo: "Esto es lo que hicieron los soldados. De pie junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María de Cleofás y María Magdalena. Habiendo visto Jesús de pie a su Madre y al discípulo que El amaba, dice a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo; después dice al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora la recibió el discípulo en su casa." Esta es aquella hora de la cual dijo a su Madre cuando iba a convertir el agua en vino: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mi? No ha llegado aún mi hora. Había predicho esta hora, que entonces aún no había llegado, en la cual, estando para morir, reconocería a aquella de la cual había nacido a esta vida mortal. Cuando entonces obraba divinas maravillas, rechazaba como a desconocida a la madre, no de su divinidad, sino de su debilidad; mas ahora, en medio de sufrimientos humanos, con afecto filial recomienda a la que le había dado su carne humana. Entonces el que había creado a María brillaba por su poder; ahora estaba colgado de la cruz Aquel a quien María había dado a luz.

 

2. Es una lección de moral. Hace lo que recomienda hacer, y, como buen Maestro, alecciona a los suyos con su ejemplo, a fin de que los buenos hijos tengan cuidado de sus padres; como si aquel madero que sujetaba sus miembros moribundos fuese también la cátedra del Maestro, que enseñaba. En esta sana doctrina aprendió el apóstol San Pablo lo que enseñaba cuando decía: Quien no se cuida de los suyos, y sobre todo de sus domésticos,  ha negado la fe y es más detestable que los infieles. Y ¿quiénes más domésticos que los padres para los hijos, y los hijos para los padres? A El mismo se pone por modelo de este saludable precepto el Maestro de los santos, cuando se cuidó de darle un hijo que hiciera sus veces, no como Dios a una sierva suya, a la cual había creado y gobernaba, sino como hombre a la madre, que le había dado el ser y a la cual ahora abandonaba. El motivo de esto lo indica el evangelista en lo que sigue diciendo: Desde aquella hora la recibió el discípulo en su casa, refiriéndose a sí mismo. Porque suele nombrarse diciendo al que amaba Jesús, quien ciertamente amaba a todos, pero a él le amaba con más familiaridad que a los otros, hasta hacerle reclinar su cabeza sobre su pecho en la Cena, para recomendar, según creo, más vivamente la excelencia del Evangelio, que éste había de predicar.

 

3. Pero ¿en qué casa suya recibió Juan a la Madre del Señor? Era de aquellos que dijeron al Señor: Hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido. Mas al mismo tiempo oyó: Quien deja todo esto por mí, lo recibirá centuplicado en esta vida. Así, pues, tenía este discípulo centuplicadas las cosas que había dejado, donde poder recibir a la Madre de Aquel que se las había dado. En aquella sociedad, donde nadie llamaba nada suyo, sino que todo era de todos, había recibido el bienaventurado Juan el céntuplo, según se lee en los Hechos de los Apóstoles, quienes, sin tener nada, lo tenían todo. ¿Cómo, pues, el discípulo y siervo recibió en su casa a la Madre de su Maestro y Señor, cuando nadie reñía nada propio? ¿Será acaso por lo que poco después se lee en el mismo libro: Quienes poseían terrenos y casas, los vendían y traían su precio a los pies de los apóstoles, los cuales lo distribuían según las necesidades de cada uno; debiendo entender que a este discípulo se le distribuyó lo necesario, añadiéndole la porción correspondiente a la bienaventurada Virgen María, como a madre suya; y así haya que tomar en este sentido: La recibió el discípulo en su casa, correspondiéndole el cuidado de proporcionarle lo necesario? En consecuencia, debemos entender que la recibió, no en su casa, que no tenía, sino a sus cuidados, que él mismo providenciaba.

 

4. A continuación añade: "Después de esto, sabiendo Jesús que todas las cosas estaban cumplidas, para que se cumpliese la profecía, dijo: Tengo sed. Estaba allí puesto un vaso lleno de vinagre, y ellos, poniendo una esponja empapada en una caña, se la acercaron a su boca. Y, habiendo recibido Jesús el vinagre, dijo: Todo está consumado. E inclinada la cabeza, entregó el espíritu". ¿Quién puede disponer cuanto hace, como dispuso este hombre cuanto padeció? Pero este hombre es el mediador entre Dios y los hombres; es un hombre del que está escrito: Es un hombre, mas ¿quién lo reconocerá? Porque los hombres que ejecutaban todas estas cosas no reconocían al Hombre-Dios. Aparecía la humanidad del que escondía su divinidad. Lo que aparecía padecía todo esto, mas lo que en El estaba oculto disponía todas estas cosas. Vio, pues, que ya estaban cumplidas todas las cosas que convenía se cumplieran antes de gustar el vinagre y entregar su espíritu; y a fin de cumplir también esto, que estaba predicho en la Escritura: En mi sed me dieron a beber vinagre, dijo: Tengo sed; como diciendo: Esto es lo que no habéis hecho; dadme lo que sois. Los mismos judíos eran el vinagre, degenerado del vino de los patriarcas y de los profetas, y llenos, como un vaso repleto, de la iniquidad de este mundo, tenían el corazón como una esponja, lleno de engaños, con cavernas y tortuosos escondrijos. El hisopo sobre el cual pusieron la esponja empapada en vinagre, por ser una hierba humilde, que sirve de purgante, representa la humildad de Cristo, que ellos cercaron y creyeron haber bloqueado. Por esto dice el Salmo: Me rociarás, Señor, con el hisopo, y quedaré limpio. Porque por la humildad de Cristo somos limpiados, ya que, si no se hubiese humillado a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte de cruz, su sangre no hubiese sido derramada para la remisión de los pecados,

es decir, para nuestra limpieza.

 

5. Ni ha de extrañaros cómo pudo la esponja ser aplicada a su boca, estando en la cruz levantado sobre la tierra. Según se lee en los otros evangelistas, y éste no lo dice, se valieron de una caña para que la bebida en que estaba empapada la esponja pudiera ser elevada hasta lo más alto de la cruz. La caña era símbolo de la Escritura, que con este hecho quedaba cumplida. Y así como se da el nombre de lengua a la griega o latina, o a cualquiera otra que expresa el sonido que emite la lengua, así se puede dar el nombre de caña a la letra escrita con la caña. Corrientemente llamamos lengua a los sonidos de la voz humana; mas dar el nombre de caña a la Escritura, cuanto es menos usado, tanto mayor es su místico significado. Ejecutaba estas cosas el pueblo impío, y las padecía Cristo misericordioso. Quien las ejecutaba no sabía lo que hacía, mas el que las padecía, no sólo sabía lo que se hacía y por qué se hacía, sino también sacaba el bien de quienes hacían el mal.

 

6. Habiendo, pues, recibido el vinagre, dijo: Todo está consumado. ¿Qué, sino todo lo predicho en las profecías? Y como ya nada quedaba de lo que debía cumplirse antes de morir, y como quien tenía poder para dar su vida y volverla a tomar, cumplidas todas las cosas cuya realización le detenía, inclinada la cabeza, entregó el espíritu. ¿Quién puede dormirse cuando quiere, como Jesús murió cuando quiso? ¿Quién puede vestirse cuando quiere, como El se despojó de su carne cuando quiso? ¿Quién se va cuando quiere, como El murió cuando quiso? ¡Cuánto debe esperarse o temerse el poder del que vendrá a juzgar, cuando tan grande apareció cuando iba a morir!

 

 

TRATADO 120

 

DESDE ESTO QUE SIGUE: "LOS JUDÍOS, COMO ERA LA PARASCEVE", ETC., HASTA ESTO: "NO CONOCÍAN AÚN LA ESCRITURA, QUE CONVENÍA QUE EL RESUCITASE DE ENTRE LOS MUERTOS"

 

1. Después que el Señor Jesús, cumplidas ya todas las cosas que tenía previstas para antes de su muerte, entregó, cuando quiso, su espíritu, veamos en la narración del evangelista las cosas que siguieron. Dice: "Como era la Parasceve, los judíos, para que no quedasen los cuerpos en la cruz durante el sábado (pues era grande aquel día del sábado), pidieron a Pilato que les fueran quebrantadas las piernas y se quitasen de allí". No quiere decir que se les quitasen las piernas, sino que fuesen retirados de la cruz aquellos cuyas piernas se quebraban para que muriesen, a fin de que, estando colgados de la cruz, no enturbiasen aquel día festivo con los horrores de su prolongado suplicio.

 

2. "Llegaron, pues, los soldados y quebrantaron las piernas del primero y las del otro que fue crucificado con él. Mas, al acercarse a Jesús y verle ya muerto, no quebrantaron sus piernas; pero uno de los soldados abrió su costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua". De una palabra muy estudiada hizo uso el evangelista, al no decir que hirió, golpeó u otra cosa parecida, sino abrió, para dar a entender que allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra a la vida que es verdadera vida. Aquella sangre fue derramada para la remisión de los pecados; aquella agua templa el cáliz de la salvación; el agua sirve para lavar y para beber. Esto es lo que anunció el mandato dado a Noé de abrir una puerta en el arca, por la que debían entrar los animales que no debían perecer en el diluvio, la cual era figura de la Iglesia. Por esto la primera mujer fue formada del costado del varón dormido, y fue llamada vida y madre de los vivientes. En lo cual dejó la señal de un grande bien antes del grande mal de la prevaricación. Este segundo Adán se durmió en la cruz para que de allí le fuese formada una esposa por haber salido del costado del que dormía. ¡Oh muerte que da vida a los muertos! ¿Qué cosa más pura que esta sangre? ¿Qué herida más saludable que ésta?

 

3. Y sigue diciendo: Quien lo presenció, dio testimonio de ello, y su testimonio es verdadero. El sabe que dice la verdad para que vosotros creáis. No dijo: Para que vosotros lo sepáis, sino: Para que vosotros lo creáis. Lo sabe quien lo vio cuyo testimonio debe creer quien no lo vio. Más propio es de la fe el creer que el ver. Pues ¿qué es creer sino dar fe? Todas estas cosas fueron así ejecutadas para dar cumplimiento a la Escritura, que dice: No quebrantaréis ninguno de sus huesos. Y la misma Escritura dice en otra parte: Verán al que traspasaron. Con dos testimonios de la Escritura refuerza los hechos que ha narrado. A lo que había dicho: Mas al acercarse a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebrantaron sus piernas, se refiere al testimonio: No le quebrantaréis hueso alguno; lo cual fue ordenado a quienes en la ley antigua se mandó celebrar la Pascua inmolando una oveja, que era sombra adelantada de la pasión del Señor. Y así nuestra Pasma es Cristo inmolado, de quien había predicho el profeta Isaías: Fue conducido como una oveja al sacrificio. Y a lo que dijo: Mas uno de los soldados abrió su costado con una lanza, se refiere el testimonio: Verán al que traspasaron, que es una promesa de que Cristo ha de venir con la carne que fue crucificada.

 

4. "Después de esto, José de Arimatea (que era discípulo oculto de Jesús por miedo a los judíos) pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo entregó. Vino también Nicodemo, que había venido primeramente a Jesús de noche, trayendo una mezcla de mirra y áloe, "como unas cien libras". No debe leerse: Trayendo primeramente unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe, sino refiriendo el adverbio primeramente a la frase anterior. Había venido Nicodemo a ver a Jesús por primera vez de noche, como cuenta el mismo San Juan en anteriores pasajes de su Evangelio. Por esta frase no debemos entender que solamente entonces vino Nicodemo a Jesús, sino que entonces vino por vez primera, y después vino con frecuencia para hacerse discípulo suyo, oyéndole, lo cual queda bien patente a todos con el hallazgo del cuerpo del bienaventurado San Esteban. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en sabanillas y aromas, a la usanza del entierro de los judíos. Me parece que no en vano quiso el evangelista mencionar la usanza del entierro de los judíos. Si no me engaño, quiso con esto recomendar la observancia de las costumbres de cada pueblo en el entierro de sus difuntos.

 

5. Había un huerto en el lugar donde fue crucificado, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido puesto. Así como en el seno de María Virgen, ni antes ni después de El, ninguno fue concebido, así en este sepulcro nadie, ni antes ni después de El, fue sepultado. "Allí, pues, pusieron a Jesús a causa de la Parasceve de los judíos, ya que estaba cerca el sepulcro". Da a entender que se aceleró el sepelio antes de que atardeciese, cuando, a causa de la Parasceve, a la que más corrientemente los judíos entre nosotros llaman en latín cena pura, no era lícito ejecutar tales ministerios.

 

6. En el día primero de la semana por la mañana, citando aún había tinieblas, vino María Magdalena al sepulcro y vio la piedra retirada del sepulcro. Ese día primero de la semana es el que, en memoria de la resurrección del Señor, los cristianos tienen por costumbre llamar el día del Señor, y al que Mateo solo, entre los evangelistas, llamó primer día de la semana. Echó a correr y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y les dice: Llevaron al Señor del sepulcro y no sabemos dónde le han puesto. En algunos códices griegos está escrito: Llevaron a mi Señor, lo cual parece dicho a causa del más vivo afecto de su amor y de su servicio; mas esto no lo he hallado en los numerosos códices que he tenido a la mano.

 

7. Así, pues, salieron Pedro y aquel otro discípulo y vinieron al sepulcro. Corrían ambos simultáneamente, pero aquel otro discípulo corrió más que Pedro y vino primero al sepulcro. Hay que advertir aquí y tener muy en cuenta la recapitulación que hace volviendo a lo que había dejado, poniéndolo, no obstante, como sucedido después. Porque, habiendo dicho que llegaron al sepulcro, se vuelve atrás para decir cómo llegaron: Corrían los dos simultáneamente, etc. Donde manifiesta que, corriendo con mayor velocidad, llegó primero aquel otro discípulo, que, siendo él mismo, lo cuenta todo como si se tratase de otro.

 

8. "Y, habiéndose inclinado, vio colocadas las envolturas, mas no entró. Vino en pos de él Simón Pedro y entró en el sepulcro, y vio allí puestas las envolturas y el sudario que había estado sobre su cabeza, colocado, no con las envolturas, sino separado y enrollado en otro lugar". ¿Vamos a pensar que estas cosas no tienen significación alguna? Jamás lo hubiera yo pensado. Pero vamos apresuradamente a otras cosas en las que nos obliga a detenernos la necesidad de resolver alguna dificultad o de dar alguna aclaración. Detenerse a averiguar el significado de cada una de estas cosas es ciertamente delicioso; pero para aquellos que disponen del tiempo que a nosotros nos es tan escaso.

 

9. "Entonces entró también aquel discípulo que había llegado primero al sepulcro. Llegó el primero, mas entró el segundo. Tampoco esto está vacante de misterio, pero para esto yo no estoy vacante. Dice: Y vio y creyó. Algunos, leyendo con poca atención, juzgan que Juan creyó que Jesús había resucitado, mas no lo indica así lo que sigue. Porque ¿qué indica lo que después añadió: No conocían aún la Escritura, que era conveniente que El resucitase de entre los muertos? Luego no creyó que había resucitado, ya que no sabía que era conveniente que El resucitase. Pues ¿qué vio, qué creyó? Vio el sepulcro vacío y creyó lo que la mujer había dicho: que le habían llevado del sepulcro. Aún no conocían la Escritura de que convenía que resucitase de entre los muertos. Por eso, cuando oían al Señor hablar de esto, aunque lo decía con toda claridad, y acostumbrados a oírle hablar en parábolas, no lo entendían, y creían que quería dar a entender otra cosa. Y dejemos lo siguiente para otro sermón.

 

 

TRATADO 121

 

DESDE ESTO QUE SIGUE: "LOS DISCÍPULOS VOLVIERON OTRA VEZ A REUNIRSE CON LOS SUYOS", HASTA ESTO: "BIENAVENTURADOS QUIENES NO VIERON Y CREYERON"

 

1. María Magdalena había anunciado a los discípulos Pedro y Juan que habían llevado del sepulcro al Señor. Viniendo ellos al sepulcro, hallaron solamente las sábanas con que había sido envuelto su cuerpo; mas ¿qué otra cosa pudieron creer sino lo que ella había dicho y creído? Volviéronse los discípulos a ellos mismos, es decir, al lugar donde habitaban y de donde salieron para ir al sepulcro. María, empero, estaba fija junto al sepulcro del lado de fuera, llorando. Al volverse los hombres, un afecto más fuerte sujetaba al sexo más débil en el mismo lugar. Y los ojos que habían buscado al Señor sin encontrarle, se deshacían en lágrimas, sintiendo mayor dolor por haber sido llevado del sepulcro que por haber sido muerto en la cruz, porque ya no quedaba recuerdo del excelente Maestro, cuya vida les había sido arrebatada. Este dolor sujetaba a la mujer al lado del sepulcro. Estando llorando, se inclinó y miró al sepulcro. No sé qué la movió a hacer esto. Porque ya sabía que a quien ella buscaba no estaba allí, puesto que ella dijo a los discípulos que lo habían llevado, y ellos, viniendo al sepulcro, y no sólo viendo, sino también entrando, no habían hallado el cuerpo del Señor, que buscaban. ¿Qué significa, pues, que ésta, llorando, vuelve a inclinarse para mirar otra vez al sepulcro? ¿Acaso la violencia de su dolor no le permitía dar crédito a sus ojos ni a los de ellos? ¿O es que miró de nuevo, arrastrada por una inspiración divina? Miró, sí. Y vio a dos ángeles vestidos de blanco y sentados, uno a la cabeza y otro a los pies en donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. ¿Qué significa que uno estuviera sentado a la cabeza y otro a los pies? ¿Acaso, porque los que en griego se llaman ángeles y en latín nuncios, querían indicar de este modo que el Evangelio de Cristo debía de ser anunciado desde la cabeza hasta los pies, o sea, desde el principio hasta el fin? Dícenle ellos Mujer, ¿por qué lloras? Ella les responde: Porque llevaron a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Los ángeles le prohibían llorar, y con esto, ¿qué otra cosa anunciaban sino una futura alegría? Dijeron: ¿Por qué lloras?, como si dijesen: No llores. Mas ella, pensando que ellos preguntaban sin saber lo que pasaba, les da la razón de sus lágrimas: Porque llevaron a mi Señor; llamando Señor suyo al cuerpo exánime de su Señor, tomando la parte por el todo. Y así todos confesamos que Jesucristo, Hijo único de Dios y Señor nuestro, que es a la vez Verbo, alma y cuerpo, fue crucificado y sepultado, habiéndolo sido solamente su cuerpo. Y no sé dónde le han puesto. Esta era la causa de su mayor aflicción, porque no sabía adonde ir para dar consuelo a su dolor. Mas ya había llegado la hora en que el gozo sucediera al llanto, como ya de alguna manera lo anunciaran los ángeles prohibiéndola llorar.

 

2. Finalmente, "habiendo dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, sin saber que era Jesús. Dícele Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? Ella, pensando que era el hortelano, le dice: Señor, si tú le llevaste, dime dónde le has puesto, y yo le llevaré. Dícele Jesús: María; volviéndose ella, le dice: Rabboni, que quiere decir Maestro". Nadie reprenda a la mujer haber llamado señor al hortelano, y Maestro a Jesús. Allí suplicaba, aquí reconocía; allí honraba al hombre a quien pedía un favor, aquí reverenciaba al Maestro, del cual aprendía a discernir las cosas humanas de las divinas. Llamaba señor a aquel de quien no era esclava, para poder llegar hasta Aquel cuya sierva era. Y así de un modo diferente llamó Señor cuando dijo: Llevaron a mi Señor, y cuando dijo: Señor, si tú le llevaste. También los profetas llamaron señores a quienes eran hombres solamente; pero de modo distinto del que llamaban Señor a Aquel cuyo nombre es Señor. Mas esta mujer, que ya se había vuelto para ver a Jesús, cuando le tomó por el hortelano y hablaba con él, ¿por qué se dice que se volvió otra vez para decirle: Rabboni, sino porque entonces se volvió con el cuerpo, imaginando lo que no era, y ahora se volvió con el corazón, reconociendo lo que era?

 

3. "Dícele Jesús: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios". Hay en estas palabras algo que, aunque brevemente, debemos tratarlo con grande atención. Jesús enseñaba la fe a aquella mujer que le reconoció y llamó Maestro, cuando así le contestó. Y aquel Hortelano, como en su huerto, sembraba en su corazón el grano de mostaza. ¿Qué significa, pues: No me toques? Y como si le fuera exigido el motivo de tal prohibición, añadió: Porque no he subido aún a mi Padre. ¿Qué significa esto? Si, estando en la tierra no es tangible, ¿cómo, sentado en el cielo, será tocado por los hombres? Ciertamente que antes de subir al cielo se dejó tocar por sus discípulos, según el testimonio de San Lucas: Palpad y ved, que los espíritus no tienen huesos y carne, como veis que yo tengo; y también cuando dijo a su discípulo Tomás: Mete aquí tu dedo y ve mis manos; trae tu mano y métela en mi costado. ¿Habrá algún mentecato que diga que verdaderamente quiso ser tocado por los discípulos antes de subir al Padre, mas no quiso que le tocasen las mujeres hasta no haber subido? Y si alguno lo intentase, no se le permitiría desbarrar de esta manera. Porque escrito está que también las mujeres después de la resurrección y antes de subir al Padre tocaron a Jesús, entre las cuales estaba María Magdalena, como afirma San Mateo diciendo que salió Jesús a su encuentro y les dijo: Salve; y ellas se le acercaron y se abrazaron a sus pies y le adoraron. San Juan no lo dice, pero San Mateo dice la verdad. Sólo queda pensar que en estas palabras se esconde algún misterio; y de ello debemos estar persuadidos, veámoslo o dejemos de verlo. A no ser que dijera: No me toques, porque no he subido aún a mi Padre, porque aquella mujer figuraba a la Iglesia de la gentilidad, que no creyó en Cristo sino después de haber subido al Padre, o bien porque así quería Jesús que se creyese en El, esto es, quería ser espiritualmente tocado, de modo que se creyese que El y el Padre son una sola cosa. En cierta manera sube al Padre con sus sentidos internos aquel quetanto ha progresado en El, que le reconoce igual al Padre; de otro modo no es tocado rectamente, es decir, no se cree en El rectamente. Pudiera ser que María le creyera de esta manera, teniéndole por desigual al Padre, lo cual le prohíbe cuando le dice: No me toques; esto es: No me creas así como aún me juzgas: no detengas tus sentidos en aquello que por ti me he hecho, sin pasar a aquello por lo cual has sido creada. Y ¿cómo dejaría de creer en El de este modo carnal, cuando aún le lloraba como a hombre? No he subido aún a mi Padre: entonces me tocarás, cuando me hayas creído como Dios igual al Padre. Vete, pues, a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre. No dice: Al Padre nuestro. Luego de un modo es mío y de otro modo vuestro: mío por naturaleza, vuestro por gracia. A mi Dios y vuestro Dios. Tampoco aquí dice: Nuestro Dios. Luego también aquí de un modo es mío, y de otro modo, vuestro. Dios mío, bajo quien estoy también yo como hombre; y Dios vuestro, entre el cual y vosotros soy yo el mediador.

 

4. "Vino María Magdalena anunciando a los discípulos: Vi al Señor y me dijo estas cosas. Aquel mismo día, primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban reunidos los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús y se puso de pie en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado". Los clavos taladraron sus manos, y la lanza abrió su costado, y en ellos conservó las señales de sus heridas para curar la duda de sus corazones. Las puertas cerradas no fueron obstáculos a la mole de aquel cuerpo, en el cual estaba la divinidad. Sin abrirlas solamente pudo entrar Aquel que en su nacimiento conservó intacta la integridad de la Virgen. Gozáronse los discípulos con la vista del Señor. Díjoles, pues, otra vez: La paz sea con vosotros. Esta repetición es la confirmación. El mismo dio la paz sobre la paz, prometida por el profeta. Luego dice: Así como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros. Ya sabemos que el Hijo es igual al Padre, mas aquí reconocemos las palabras del Mediador. El se ha puesto en el medio, diciendo: El a mí y yo a vosotros. Y habiendo dicho esto, sopló y díjoles: Recibid al Espíritu Santo. Con ese soplo manifestó que el Espíritu Santo es no sólo Espíritu del Padre, sino también suyo. A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos. La caridad de la Iglesia, que por el Espíritu Santo es infundida en nuestros corazones, perdona los pecados de quienes de ella participan, reteniéndoselos a quienes de ella no participan; y por eso, después de decir: Recibid al Espíritu Santo, inmediatamente añadió esto sobre la remisión y retención de los pecados.

 

5. "Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Mas él les dijo: Si no viere en sus manos las hendiduras de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no lo creeré. Y, pasados ocho días, de nuevo hallábanse dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús estando las puertas cerradas, se puso de pie en medio de ellos y dijo: La paz sea con vosotros. Luego dice a Tomás: Mete aquí tu dedo y ve mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y dijo: Señor mío y Dios mío". Veía y tocaba al hombre y confesaba a Dios, a quien no veía ni tocaba; pero, arrancada ya la duda, por esto que veía creía aquello. Dícele Jesús: Porque me has visto, has creído. No le dice: Porque me has tocado, sino: Porque me has visto, ya que la vista es en cierta manera un sentido general. Así suele emplearse ése por otro sentido, como cuando decimos: Escucha y ve qué bien suena, huele y ve qué bien huele, gusta y ve qué bien sabe, toca y ve qué caliente está. En todos estos casos se dice ve, aunque no negamos que la vista es propia de los ojos. Por eso aquí también el Señor dice: Mete aquí tu dedo y ve mis manos; ¿qué otra cosa quiere decir, sino toca y ve? N o tenía ojos en los dedos. Luego, sea viendo, sea tocando, porque me has visto, has creído. Aunque bien pudiera decirse que el discípulo no se atrevió a tocarle cuando para esto se le ofrecía, porque no está escrito que Tomás le tocó. Mas, bien sea viéndole solamente, bien sea también tocándole, que vio y creyó; lo que sigue ensalza y recomienda más la fe de las gentes: Bienaventurados quienes no vieron y creyeron. Usa los verbos en pretérito, como quien en su predestinación conocía como ya hecho lo que aún era futuro. Mas hay que cortar ya la extensión de este sermón. Dios nos concederá poder discutir lo que resta en otras ocasiones.

 

 

TRATADO 122

 

DESDE ESTO QUE SIGUE: "OTRAS MUCHAS SEÑALES HIZO JESÚS", HASTA ESTO: " Y CON SER TANTOS, NO SE ROMPIÓ LA RED"

 

1. Después de la narración del hecho en que Tomás, su discípulo, por las cicatrices de las llagas, que fue invitado a tocar en la carne de Cristo, vio lo que no quería creer y lo creyó, inserta el evangelista lo siguiente: "Otras muchas maravillas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro. Mas todas estas cosas han sido escrita para que vosotros creáis que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios vivo, a fin de que, creyéndolo, tengáis la vida en su nombre". Este capítulo parece indicar el final de este libro, pero en él se narra aún la manifestación del Señor junto al mar de Tiberíades, y cómo en la captura de los peces se recomienda el misterio de la Iglesia, y cómo ha de ser la futura resurrección de los muertos. Creo que contribuye a dar valor a esta recomendación el que esta conclusión sirviese de prólogo a la narración siguiente, para dejarla, en cierto modo, en un lugar más destacado. Comienza así esta narración: "Después se manifestó Jesús junto al mar de Tiberíades, y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Cana de Galilea, y los hijos del Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Díceles Simón Pedro: Voy a pescar. Ellos le replican: Vamos también nosotros contigo".

 

2. Con ocasión de esta pesca de los discípulos suele preguntarse por qué Pedro y los dos hijos del Zebedeo volvieron al mismo oficio que tenían antes de ser llamados por el Señor, pues eran pescadores, cuando les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Entonces ellos, dejándolo todo, le siguieron para entregarse a su magisterio; mientras tanto, se alejaba de El aquel rico a quien había dicho: Vete, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme; por lo cual le dijo Pedro: Nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido. ¿Por qué, pues, ahora, como abandonando el apostolado, vuelven a ser lo que eran y vuelven a tomar lo que habían dejado, como olvidados de las palabras que habían escuchado: Nadie que ponga sus manos en el arado y mire para atrás es apto para el reino de los cielos? Si hubiesen hecho esto después de haber muerto Jesús y antes de haber resucitado de entre los muertos (lo cual no hubieran podido hacerlo entonces, porque el día que fue crucificado los tenía suspensos hasta la hora de la sepultura, que fue antes de las vísperas, y al día siguiente era sábado, en que la costumbre de sus padres no les permite trabajo alguno; y en el día tercero ya resucitó el Señor y les devolvió la esperanza, que habían comenzado a perder), si entonces lo hubieran hecho, pensaríamos que lo hicieron en virtud de aquella desesperación que se había apoderado de sus ánimos. Mas ahora, después de tenerle entre los vivos, después de la evidencia de su carne, vuelta a la vida y ofrecida a sus ojos y a sus manos, no sólo para que la viesen, sino también para que la tocasen y palpasen; después de haber visto los lugares de las llagas, hasta llegar a la confesión del apóstol Tomás, que había dicho que de otra manera no creería; después de haber recibido al Espíritu Santo por su insuflación; después de aquellas palabras pronunciadas por su boca en sus mismos oídos: Como mi Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros: a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos, repentinamente se hacen pescadores, no de hombres, sino de peces, como antes lo fueron.

 

3. A quienes por esto se turban, hay que responderles que no les fue prohibido agenciarse lo necesario por medio de un arte lícito y concedido, conservando la integridad de su apostolado, si no tenían otro recurso para obtener lo necesario para vivir. A no ser que a alguno se le ocurra pensar o decir que San Pablo no tuvo la perfección de aquellos que, dejando todas las cosas, siguieron a Cristo, porque, para no ser gravoso a ninguno de aquellos a quienes predicaba el Evangelio, él mismo con sus manos se procuraba su manutención, siendo así que más bien en él se cumplía lo que dice: He trabajado más que todos ellos; añadiendo: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo; de manera que a la gracia de Dios atribuye el poder entregarse en cuerpo y alma más que todos ellos al trabajo, hasta el punto de no cesar en la predicación del Evangelio, y, no obstante, no tener necesidad del Evangelio para sostener su vida, cuando con mayor extensión y fruto lo sembraba en tantas naciones que no habían oído el nombre de Cristo. Allí demuestra que a los apóstoles no les fue impuesta la obligación de vivir, es decir, de sacar del Evangelio su sostenimiento, sino que se le dio esa facultad. De esta facultad hace mención el Apóstol cuando dice: "Si nosotros hemos sembrado en vosotros bienes espirituales, ¿será mucho que recojamos vuestros bienes materiales? Si otros participan de vuestras haciendas, ¿no tenemos nosotros mayor derecho? Yo nunca he usado de este derecho". Y poco después añade: "Quienes sirven al altar, en el altar tienen su parte; y así ordenó el Señor a los predicadores del Evangelio que vivan del Evangelio: yo no he hecho uso de estas facultades". Queda, pues, bien claro que no fue un precepto, sino una facultad concedida a los apóstoles no vivir de otra cosa que del Evangelio; y de aquellos en quienes con la predicación del Evangelio sembraban bienes espirituales, recogiesen los materiales, esto es, lo necesario para su corporal sustento, y, como soldados de Cristo, recibiesen de sus proveedores la soldada. Con este motivo, este mismo soldado de Cristo había dicho poco antes acerca de esto: ¿Quién sirve en la milicia a sus propias expensas? Y esto es lo que él hacía, porque trabajaba más que todos. Si, pues, San Pablo, por no hacer uso, como ellos, de aquella facultad que le era común con los otros predicadores del Evangelio, sino para militar a sus expensas y no escandalizar a los gentiles, tan ajenos al nombre de Cristo, pareciéndoles venal su doctrina y teniendo él otra educación, aprendió oficios que no conocía para no ser gravoso a sus oyentes y vivir del trabajo de sus manos, ¿cuánto mejor San Pedro, que antes había sido pescador, volvió a ejercer lo que ya conocía, si en aquella ocasión no hallaba otro modo de procurarse el sustento?

 

4. Quizá alguno pudiera objetar: ¿Cómo es que no tenía, si el Señor lo había prometido, cuando dijo: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura? En esta ocasión cumplió Dios su promesa. Porque ;quién reunió allí los peces que pescaron? Y puede pensarse que El los redujo a aquella penuria que los obligó a pescar, porque quería hacer a su vista aquel milagro, con el que, a la vez que daba el alimento a los predicadores de su Evangelio, recomendaba el mismo Evangelio con el misterio encerrado en el número de los peces. Y ahora, con el favor de Dios, voy a deciros algo sobre esta pesca.

 

5. Dice Simón Pedro: Voy a pescar. Dícenle quienes con él estaban: Vamos también nosotros contigo. Salieron y subieron a la barca, y en aquella noche no pescaron nada. Hecha ya la mañana, se presentó Jesús en la playa, sin conocer los discípulos que era Jesús. Díceles, pues, Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo para comer? Respondiéronle: No. Les dice: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, y no podían arrastrar la red por la cantidad de peces. Dice entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús a Pedro: Es el Señor. Pedro, habiendo oído que era 'el Señor, se vistió la túnica, porque estaba desnudo, y se lanzó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca (porque no estaban lejos de la tierra, como unos doscientos codos) arrastrando la red con los peces. Luego que tomaron tierra, vieron unas brasas preparadas y sobre ellas un pez, y un pan. Díceles Jesús: Traed de los peces que habéis cogido ahora. Subió Simón Pedro y arrastró la red a la tierra con ciento cincuenta y tres peces de gran tamaño. Y, con ser tantos, no se rompió la red.

 

6. Este es el gran misterio en el gran Evangelio de San Juan, y para más encarecerlo, escrito en el último lugar. El haber sido siete los discípulos que tomaron parte en esta pesca: Pedro, Tomás, Natanael, los dos hijos del Zebedeo y otros dos cuyos nombres calló, con su número septenario, indican el fin del tiempo. Todo el tiempo da vueltas en los siete días. A esto se refiere el estar Jesús en la playa ya hecha la mañana, porque la playa es el término del mar, y así significa el fin del tiempo, representado también por la extracción de la red hacia la tierra, esto es, hacia la playa por Pedro. Lo cual explicó el mismo Señor cuando expuso la parábola de la red lanzada al mar, y la traen, dice, al litoral. Y exponiendo el significado del litoral, dice: Así será el fin del tiempo.

 

7. Mas aquélla era una parábola por vía de ejemplo: no era un hecho. Con este hecho quiso el Señor dar a entender cómo será la Iglesia en el fin del tiempo; y con aquella parábola, cómo es la Iglesia en el tiempo presente. Por haber dicho aquélla al principio de su predicación y haberse ejecutado esta pesca después de su resurrección, dio a entender que aquella captura de peces significaba a los buenos y a los malos que ahora hay en la Iglesia, y ésta representa solamente a los buenos, que tendrá siempre al fin del mundo y después de la resurrección de los muertos. En aquélla, finalmente, Jesús no estaba de pie en la playa, como en ésta, cuando mandó pescar, sino que, subiendo a una de las naves, que era la de Simón Pedro, le rogó que la retirase un poco de la tierra, y, sentándose en ella, enseñaba a las turbas. Cuando cesó de hablar, dijo a Simón: Rema hacia adentro y lanzad las redes para pescar. Lo que entonces pescaron, fue recogido en las naves, no como ahora, que fue extraída la red hacia la tierra. Por estas señales y otras que quizá puedan hallarse, aquélla representaba a la Iglesia en este mundo, y ésta a la Iglesia en el fin del mundo. Por eso aquélla tuvo lugar antes y ésta después de la resurrección del Señor, porque en aquélla representó Cristo nuestra vocación, y en ésta nuestra resurrección. Allí no se lanza la red, ni a la derecha, para no significar solamente a los buenos, ni a la izquierda, para no entender solamente a los malos; sino de un modo general: Lanzad, dice, las redes para pescar, dando a entender que están mezclados los buenos con los malos; mas aquí dice: Echad la red a la derecha de la nave, para significar que a la derecha estaban solamente los buenos. Allí la red se rompía, recordando los cismas; mas aquí, como entonces no habrá cismas en aquella paz suma de los santos, tuvo el evangelista cuidado de anotar que, siendo tantos, es decir, tan grandes, no se rompió la red; como acordándose de cuando se rompió, y encareciendo este bien en comparación de aquel mal. En aquélla fue tan grande la multitud de peces, que, llenas las dos naves, se sumergían, esto es, amenazaban sumergirse; no se hundieron, pero estaban en peligro. ¿De dónde hay tantos males en la Iglesia, sino de que no es posible hacer frente a la avalancha que para hundir la disciplina entra en sus costumbres, enteramente opuestas al camino de los santos? En ésta lanzaron la red a la derecha de la nave y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. ¿Qué significa que no podían arrastrarla sino que los que pertenecen a la resurrección de la vida, esto es, a la derecha, y terminan su vida dentro de las redes del nombre cristiano, no aparecerán sino en la playa, es decir, cuando hayan resucitado en el fin del mundo? Por eso no fueron capaces de arrastrar las redes y descargar en la embarcación los peces cogidos, como hicieron con los otros, que rompieron las redes y pusieron en peligro a las naves. A estos que salen de la derecha los guarda la Iglesia en el sueño de la paz, después de salir de esta vida mortal, como escondidos en lo profundo, hasta que llegue a la playa adonde es arrastrada como a unos doscientos pasos. Lo que allí era representado por las dos naves, es decir, la circuncisión y el prepucio, creo que aquí está representado por los doscientos codos en atención a las dos clases de elegidos, ciento de la circuncisión y ciento del prepucio, porque el número, sumadas las centenas, pasa a la derecha. Finalmente, en aquella pesca no se expresa el número de los peces, como si allí se verificase lo que dice el profeta: Prediqué y hablé y se multiplicaron sin número; mas aquí no excede ninguno del número, que se fija en ciento cincuenta y tres. Con la ayuda del Señor os daré la razón de este número.

 

8. Si quisiéramos representar a la Ley por un número, ¿cuál sería sino el diez? Sabemos muy bien que el decálogo de la Ley, esto es, aquellos diez conocidísimos mandamientos, fueron primeramente escritos por el dedo de Dios en dos tablas de piedra. La Ley, sin la ayuda de la gracia, da origen a los prevaricadores, y se queda sólo en la letra. Por esto principalmente dice el Apóstol: La letra mata, mas el espíritu vivifica. Júntese el espíritu a la letra para que la letra no mate a quien el espíritu no da vida. Cumplamos los preceptos de la Ley, apoyados no en nuestros méritos, sino en la gracia del Salvador. Cuando a la Ley se une la gracia, es decir, el espíritu a la letra, se añaden siete al número diez. Y que este número septenario significa al Espíritu Santo, lo atestiguan documentos de las Sagradas Escrituras dignos de consideración. La santidad o santificación pertenecen propiamente al Espíritu Santo; y así, siendo Espíritu el Padre y Espíritu el Hijo, porque Dios es Espíritu; y siendo Santo el Padre y Santo el Hijo, el nombre propio del Espíritu de ambos es Espíritu Santo. Y ¿dónde por primera vez sonó en la Ley la palabra santificación sino en el séptimo día? No santificó el día primero, en que creó la luz; ni el segundo, en que creó el firmamento; ni el tercero, en que separó el mar de la tierra, y la tierra brotó las plantas y los árboles; ni el cuarto, en el cual fueron hechos los astros; ni el quinto, en el cual dio el ser a los animales que viven en las aguas y vuelan por los aires; ni el sexto, en que creó los animales que pueblan la tierra y al mismo hombre; sólo santificó al día séptimo, en el cual descansó de todas sus obras. Convenientemente, pues, el número séptimo representa al Espíritu Santo. Asimismo, el profeta Isaías dice: Reposará en mi el espíritu del Señor. Y a continuación, recomendándolo bajo una operación o don septenario, añade: Espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y le llenará el Espíritu del temor de Dios. Y en el Apocalipsis, ¿no se mencionan los siete espíritus de Dios, no siendo más que un solo Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como quiere? Esta operación septenaria fue así llamada por el mismo Espíritu, que asistía al escritor para mencionar a los siete espíritus. Uniéndose, pues, a la Ley el Espíritu Santo con el número septenario, se forma el número diecisiete; y este número, creciendo con la suma de todos los números que lo componen, da la suma de ciento cincuenta y tres. Así, si a uno le añades dos, dan tres; si a tres le sumas tres y cuatro, son diez; y si después vas añadiendo los números siguientes hasta diecisiete, se llega al número antes dicho; esto es, si a diez, formado por el tres y cuatro a partir del uno, le añades cinco, son quince; súmale seis, y tienes veintiuno; a éste añádele siete, y tendrás veintiocho; súmale sucesivamente ocho, nueve y diez, y serán cincuenta y cinco; añade ahora once, doce y trece, y tendrás noventa y uno; vuelve a sumarle catorce, quince y dieciséis, y sumarán ciento treinta y seis; a éste añádele el que queda, y del cual tratamos, que es el diecisiete, y se completará el número de los peces. Mas no quiere decir esto que sólo ciento cincuenta y tres justos han de resucitar a la vida eterna, sino todos los millares de santos que pertenecen a la gracia del Espíritu Santo. Esta gracia hace como un convenio con la Ley de Dios, como con un adversario, para que, dando vida el espíritu, no mate la letra, antes con la ayuda del espíritu sea cumplida la letra, y si en algo no se cumple, sea perdonado. Cuantos pertenecen a esta gracia son figurados por este número, es decir, son significados figurativamente. Ese número incluye además tres veces al quincuagenario, y tres más por el misterio de la Trinidad. El cincuenta se forma multiplicando siete por siete y añadiéndole uno, porque siete por siete son cuarenta y nueve. Y se le añade uno para indicar que es uno el que se manifiesta a través de las siete operaciones; y sabemos que el Espíritu Santo, cuya venida fue ordenado a los discípulos esperar, fue enviado cincuenta días después de la resurrección del Señor.

 

9- No de balde, pues, se dijo de estos peces que fueron tantos y tan grandes, esto es, ciento cincuenta y tres, y grandes. Y arrastró hasta la tierra la red con ciento cincuenta y tres grandes peces. Porque, habiendo dicho el Señor: No vine a abolir la Ley, sino a cumplirla, y debiendo dar al Espíritu Santo poder cumplirla, como sumando siete a los diez, interpuestas algunas pocas palabras, dijo: Quien desatare el más pequeño de estos preceptos y así lo enseñare a los hombres, éste será llamado mínimo en el reino de los cielos; mas quien los cumpla y enseñe a cumplirlos, será grande en el reino de los cielos. Ese mínimo que con su ejemplo destruye lo que dice con sus palabras, puede representar a la Iglesia, significada en aquella primera pesca, compuesta de los buenos y de los malos, pues a ella se la llama reino de los cielos; y así dice: El reino de los cielos es semejante a la red lanzada a la mar, que recoge toda clase de peces. Donde quiere incluir a los buenos y a los malos, que después en el litoral, esto es, en el fin del mundo, serán separados. Finalmente, para hacernos ver que estos mínimos son los réprobos, que predican el bien con la palabra y lo destruyen con su mala vida, y que no sólo como mínimos, sino que en manera alguna han de estar en el reino de los cielos; después de decir: Será llamado mínimo en el reino de los cielos, añade en seguida: Os digo que, si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esos son los verdaderos escribas y fariseos, que se sientan en la cátedra de Moisés, de los cuales dice: Haced lo que dicen, mas no hagáis lo que ellos hacen, -porque dicen y no hacen; enseñan con sus predicaciones lo que deshacen con sus costumbres. Y, por consiguiente, quien es mínimo en el reino de los cielos, como entonces será la Iglesia, no entrará en el reino de los cielos, cual entonces será la Iglesia; porque, enseñando lo que no pone en práctica, no pertenecerá a la compañía de los que hacen lo que enseñan, y, por lo tanto, no estará en el número de los peces grandes, pues quien cumple y enseña a cumplir, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Y porque éste será grande, estará allí donde el mínimo no podrá estar. Allí serán tan grandes, que el menor de ellos es mayor que el más grande de acá. Sin embargo, quienes acá son grandes, es decir, en el reino de los cielos, donde la red coge a los buenos y a los malos, y hacen lo que enseñan, en aquella eternidad del reino de los cielos serán mayores, perteneciendo a la derecha y a la resurrección de la vida, significados por los peces de esta pesca. Sigue ahora la narración de la comida del Señor con los siete discípulos y de las palabras que dijo después de la comida y la conclusión de este Evangelio. De todo ello trataremos, si Dios nos lo permite; mas no he de abreviarlo en este sermón.

 

 

TRATADO 123

 

DESDE LO QUE DIJO JESÚS: "VENID Y COMED", HASTA: "ESTO LE DIJO, INDICANDO LA MUERTE CON QUE HABÍA DE GLORIFICAR A DIOS"

 

1. Con la tercera aparición a sus discípulos después de su resurrección termina el Evangelio de San Juan. Ya hemos tratado, como nos ha sido posible, de la primera parte, hasta donde se cuenta que fueron cogidos ciento cincuenta y tres peces por los discípulos a quienes se apareció, y que, con ser grandes, no se rompió la red. Vamos ahora a considerar lo que sigue y a discutirlo, según los auxilios que el Señor se digne concedernos. Terminada aquella pesca, díceles Jesús: Venid y comed. Y ninguno de los que estaban recostados se atrevía a preguntarle: ¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor. Si lo sabían, ¿qué necesidad tenían de preguntar? Y si no era necesario, ¿por qué dice que no se atrevían, indicando que era necesario, mas no se atrevían por algún temor? Así, pues, el sentido es éste: Tanta era la evidencia de la verdad con que Jesús aparecía a aquellos discípulos, que ninguno de ellos se atrevía, no ya a negarlo, mas ni siquiera a dudarlo; porque, si alguno dudase, debiera preguntarlo. Dice que nadie se atrevía a preguntarle: Quién eres; como si dijera: nadie se atrevía a dudar que era El.

 

2. Acércase Jesús y toma el pan y se lo da a ellos, e igualmente el pez. Señala cuál era la comida, de la cual diremos también nosotros algo suave y saludable, si El nos alimenta también a nosotros. En la narración anterior se dijo que estos discípulos, al bajar a tierra, vieron unas ascuas -preparadas y un pez puesto sobre las brasas, y un pan. No debe entenderse que el pan estuviese igualmente puesto sobre las brasas, sino que ha de sobrentenderse el verbo vieron. Y poniendo este verbo en su lugar, tendremos formada así la frase: Vieron unas brasas preparadas y sobre ellas un pez, y vieron un pan. O mejor así: Vieron unas brasas y un pez puesto sobre ellas y vieron también un pan. Por mandato del Señor trajeron también de los peces que allí habían pescado, y, aunque no diga que ellos lo ejecutaron, dice expresamente que el Señor lo ordenó, pues dijo:Traed de los peces que habéis cogido ahora. Y ¿quién va a creer que ellos no hicieron lo que el Señor les mandó? Con esto hizo el Señor una comida para aquellos siete discípulos suyos, a saber, con el pez que habían visto sobre las brasas y con algunos de los que habían cogido y con el pan que ellos habían visto, según la narración. El pez asado es Cristo sacrificado. El mismo es el pan bajado del cielo. A este pan se incorpora la Iglesia para participar de la eterna bienaventuranza. Por eso dice: Traed de los peces que ahora habéis cogido, para que cuantos abrigamos esta esperanza podamos, por medio de estos siete discípulos, en los cuales se puede ver figurada la totalidad de todos nosotros, tomar parte en tan excelente sacramento y quedar asociados a la misma bienaventuranza. Esta es la comida del Señor con sus discípulos, con lo cual el evangelista San Juan, aun teniendo otras muchas cosas que decir de Cristo, y absorto, según mi parecer, en alta contemplación de cosas excelsas, concluye su Evangelio. En esta captura de los ciento cincuenta y tres peces es figurada la Iglesia tal como ha de ser en los buenos: y a cuantos creen, esperan y aman estas cosas, por la comida se les declara su participación en tan excelente bienaventuranza.

 

3. Esta es la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitado de entre los muertos. Lo cual debemos referirlo, no a las apariciones, sino a los días, esto es, en el día de la resurrección, ocho días después, cuando el discípulo Tomás vio y creyó, y hoy, cuando hizo esto con los peces; aunque no dice después de cuántos días sucedió. En el día primero no fue visto una vez sola, como se demuestra por el cotejo de todos los evangelistas. Y así, como hemos dicho, han de contarse las manifestaciones por días, de modo que ésta es la tercera. La primera debe considerarse como una sola, aunque en el mismo día se manifestó varias veces; la segunda, ocho días después; y ésta la tercera, y posteriormente cuantas veces quiso hasta el día cuarenta, en que subió al cielo, aunque no todas estén consignadas.

 

4. "Después de haber comido, dice a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Dícele: Así es, Señor; tú sabes que te amo. Y le dice: Apacienta mis corderos. Vuelve a decirle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le contesta: Así es, Señor; tú sabes que te amo. Dícele: Apacienta mis corderos. Y le dice por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Entristecióse Pedro por preguntarle por tercera vez ¿me amas?, y le dice: Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que yo te amo. Dícele: Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías y caminabas por donde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te conducirá a donde tú no quieres. Esto dijo manifestando con qué muerte había de glorificar a Dios". Este fue el fin de aquel negador y amador: engreído con la presunción, postrado con la negación; purgado con las lágrimas, coronado con la pasión; este fin halló: morir en caridad perfecta por el nombre de Aquel con quien había prometido morir, arrastrado por una perversa precipitación. Confirmado con su resurrección, realice lo que a destiempo su flaqueza prometía. Convenía que Cristo muriese antes para salvar a Pedro y después muriese Pedro por la predicación de Cristo. Sucedió en segundo lugar lo que había comenzado a osar la humana temeridad, siendo éste el orden dispuesto por la Verdad. Pensaba Pedro morir por Cristo, cuando debía ser libertado por el Libertador; habiendo venido Cristo a dar su vida por todas sus ovejas, entre las cuales estaba Pedro, esto ya estaba realizado. Ahora debemos armarnos con la verdadera fortaleza del corazón, para recibir la muerte por el nombre del Señor, contando con su asistencia, sin presumir de falso valor a la vista de nuestros yerros. Ahora no debemos temer perder esta vida, porque con la resurrección del Señor ha precedido el modelo de la otra. Ahora es, Pedro, cuando no debes tener miedo a la muerte, porque vive Aquel a quien tú llorabas muerto, y, llevado de tu amor carnal, no querías que muriese por nosotros. Osaste ir delante de tu guía, temblaste ante el que le perseguía. Derramado por ti el precio de su sangre, puedes ahora seguir a tu Redentor, y seguirle hasta la muerte de cruz. Ya has oído las palabras de Aquel cuya veracidad has experimentado; predijo tu pasión el mismo que predijo tu negación.

 

5. Mas antes pregunta el Señor lo que El ya sabía, y no sólo una vez, sino dos y tres veces, si Pedro le amaba, y otras tantas veces le oye decir que le ama, y otras tantas no le recomienda otra cosa que el apacentamiento de sus ovejas. La triple negación es compensada con la triple confesión, para que la lengua no fuese menos esclava del amor que del temor y a fin de que no pareciese que la inminencia de la muerte le obligó a decir más palabras que la presencia de la vida. Sea oficio del amor apacentar la grey del Señor, ya que fue indicio de temor haber negado al Pastor. Quienes apacientan las ovejas de Cristo con ánimo de hacerlas suyas propias y no de Cristo, claramente manifiestan que se aman a sí mismos y no a Cristo, haciéndolo con vistas a la gloria, al predominio o a la codicia, y no por el amor de obedecer, hacer el bien y agradar a Dios. Contra estos tales nos pone en guardia la voz insistente de Cristo, y de ellos se lamenta el Apóstol de que buscan sus intereses y no los de Cristo. Porque ¿qué otra cosa quiere decir: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas, sino: Si me amas, no pienses en apacentarte a ti, sino a mis ovejas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, y no la tuya; mi dominio, y no el tuyo; mis intereses, y no los tuyos; no te juntes con quienes pertenecen a tiempos peligrosos, amantes de sí mismos, y otros consectarios anejos al comienzo de esta desgracia? Pues habiendo dicho el Apóstol: "Habrá hombres amantes de sí mismos", añadió a continuación: "Amantes del dinero, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, criminales, impíos, detractores sin rubor, deshonestos, crueles, faltos de benignidad, traidores, procaces, obcecados, amantes de los placeres más que de Dios, con apariencias de piedad, pero faltos de su espíritu". Como de una fuente, todos estos males provienen del principio puesto anteriormente: del amor a sí mismos. Con razón, pues, se dice a Pedro: ¿Me amas?, y responde: Te amo; y a esto se refiere: Apacienta mis corderos; y así por segunda y tercera vez. Con lo cual se demuestra que una sola cosa son el amor y la dilección, ya que el Señor en la última vez no dice: ¿Me quieres?, sino: ¿Me amas? No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a El; y en el apacentamiento de sus ovejas no busquemos nuestros intereses, sino los suyos. No sé por qué motivo inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a Dios no se ama a sí mismo; y, en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, se ama a sí mismo. Quien no puede vivir por sí, muere amándose a sí mismo; pues no se ama quien se ama para no vivir. Mas cuando se ama a Aquel por quien se vive, no amándose a sí mismo, ama más, porque no se ama a sí por amar a Aquel que es su vida. No se aman a sí mismos quienes apacientan las ovejas de Cristo, apacentándolas no como propias, sino como suyas; ni pretendan sacar de ellas sus propias ganancias, como los amantes del dinero; ni quieran ejercer sobre ellas su dominio, como los altaneros; ni se gloríen con los. honores que de ellas reciben, como los soberbios; ni avancen tanto que vengan a formar herejías, como los blasfemos; ni se aparten de los santos Padres, como los desobedientes a sus padres; ni devuelvan mal por el bien que les hace quien les corrige por no verlos perecer, como los ingratos; ni den la muerte a sus almas y a las de otros, como los criminales; ni desgarren las entrañas maternales de la Iglesia, como los impíos; ni ensucien la fama de los buenos, como los detractores; ni dejen de refrenar sus pasiones perversas, como los disolutos; no se metan en pendencias, como los fieros; no sepan socorrer, como los inhumanos; ni descubran a los enemigos de los buenos lo que se les debe ocultar, como los traidores; no perturben la verecundia humana con desvergonzados devaneos, como los procaces; ni dejen de saber lo que dicen ni dejen de tener conocimiento de lo que afirman, como los obcecados; ni antepongan los deleites carnales a los goces espirituales, como los amantes de los placeres más que de Dios. Todas estas cosas y otros vicios semejantes, bien se hallen reunidos todos en una persona, bien unos en unos y otros en otros, provienen del amor propio, como los tallos salen todos de una misma raíz. Pero el vicio que más deben evitar quienes apacientan las ovejas de Cristo, es buscar sus propios intereses, y no los de Jesucristo, convirtiendo en utilidad propia a aquellos por quienes derramó su sangre Cristo. En aquel que apacienta las ovejas de Cristo debe crecer su amor espiritual hacia El, tanto, que supere al temor natural de la muerte, despreciando la muerte, cuando queremos vivir en Cristo. El Apóstol dice que tiene deseos de ser desatado para estar con Cristo; gime bajo sus ataduras, mas no quiere ser despojado de ellas, sino ponerse otra vestidura para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y así dice el Señor a este amante suyo: Cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieres. Esto le dijo manifestando con qué género de muerte había de glorificar a Dios. Extenderás tus manos, dice; esto es, serás crucificado. Y para que llegues a esto, otro te ceñirá y te conducirá, no a donde tú quieras, sino a donde tú no quieres. Primero dijo que sucedería, y después, cómo sucedería. Pues, no cuando estaba crucificado, sino cuando iba a ser crucificado, fue llevado a donde no quería; porque, ya crucificado, se fue, no a donde no quería, sino a donde deseaba ir. Desatado del cuerpo, quería estar con Cristo; pero, si fuera posible, deseaba la vida eterna sin pasar por esas molestias mortales a las cuales fue conducido en contra de su voluntad, y de las cuales salió conforme a sus deseos. Sin quererlo, llegó a ellas, y queriéndolo las venció y se despojó de este afecto de debilidad con que todos huyen de la muerte, tan natural, que ni la vejez se lo arranca al bienaventurado Pedro, a quien fue dicho: Cuando seas viejo serás llevado a donde tú no quieres. Y, para nuestro consuelo, el Salvador tomó sobre sí este afecto, diciendo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; siendo así que El había venido precisamente para morir sin tener necesidad de morir, sino por su voluntad, teniendo poder para dar su vida y para volverla a tomar. Pero las molestias de la muerte, por grandes que sean, han de ser vencidas por la fuerza del amor hacia Aquel que, siendo nuestra vida, quiso padecer hasta la misma muerte por nosotros. Porque, si en la muerte no hubiese molestia alguna, aunque pequeña, no fuera tan grande la gloria de los mártires. Y si el Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas, hizo a tantas ovejas suyas mártires suyos, ¿cuánto más deben luchar por la verdad y en contra del pecado, hasta derramar la sangre, aquellos a quienes encarga el apacentamiento de sus ovejas, esto es, su enseñanza y gobierno? Por eso, y ante el ejemplo de su pasión, ¿quién no ve que más deben imitar al Pastor los pastores, cuando tantas ovejas le han imitado, bajo cuyo cayado y en un solo rebaño los mismos pastores son también ovejas? A todos hizo ovejas suyas; por todas ellas padeció, porque, para padecer por ellas, El mismo se hizo oveja.

 

 

TRATADO 124

 

DESDE ESTE PASAJE: "Y HABIENDO DICHO ESTO, LE DICE: SÍGUEME", HASTA EL FINAL DEL EVANGELIO

 

1. No es pequeña la dificultad nacida de por qué en la tercera manifestación del Señor a los discípulos dijo a Pedro: Sígueme, y refiriéndose al apóstol Juan: Así quiero que permanezca hasta que yo venga; ¿a ti qué? A la discusión o a la solución de esta dificultad dedicaremos, con la ayuda del Señor, el último tratado de esta obra. Habiendo ya anunciado el Señor a Pedro el género de muerte con el que había de glorificar a Dios, le dice: Sígueme. Y, volviéndose Pedro, vio que le seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el cual en la Cena estuvo también recostado en su pecho, y preguntó al Señor: ¿Quién te ha de entregar? Viendo, pues, Pedro a éste, dice a Jesús: Señor, y éste ¿qué? Jesús le contesta: Quiero que éste permanezca así hasta que yo venga; a ti ¿qué? Tú sígueme. Comenzó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no muere. Y no le dijo Jesús: No muere, sino: Quiero que permanezca así hasta que yo venga; ¿qué te importa a ti? Ya veis la extensión de la dificultad de este pasaje del Evangelio, cuya profundidad tortura no poco la inteligencia de quien la considera. ¿Por qué solamente a Pedro le dice: Sígueme, y no a todos los presentes conjuntamente? Porque no cabe dudar que también ellos, como discípulos, seguían al Maestro. Y si esto lo tomamos por el martirio, ¿fue solo Pedro quien sufrió por la verdad cristiana? ¿No estaba entre aquellos siete el otro hijo del Zebedeo y hermano de Juan, a quien después de la Ascensión dio muerte Herodes? Dirá alguno, y no le falta razón, que Santiago no fue crucificado, y que con razón se dijo a Pedro: Sígueme, que no solamente padeció la muerte, sino, como Cristo, la muerte de cruz. Aceptemos esta interpretación si no se halla otra más conveniente. ¿Por qué entonces se dice de San Juan: Quiero que así permanezca hasta que yo venga; ¿a ti qué?, y luego repite: Tú sígueme, como si Juan no le siguiese por querer que así permaneciese hasta que El venga? ¿Quién dejaría de pensar lo que pensaron los hermanos presentes, a saber, que aquel discípulo no moriría, sino que permanecería en esta vida hasta que Jesús volviese? El mismo San Juan deshizo este pensamiento, diciendo que no fue esto lo que dijo el Señor. Porque ¿qué motivos tenía para añadir: No dijo Jesús: No muere, sino para evitar que la falsedad se pegase al corazón de los hombres?

 

2. Mas quien así lo desee, puede no conformarse aún con esto, diciendo que es verdad lo que dice Juan: que no dijo el Señor que aquel discípulo no muere; pero con estas palabras no quiso decir más que lo que el Señor dijo, y afirme que el apóstol San Juan aún vive, y que en aquel sepulcro suyo que se halla en Éfeso duerme más bien que yace muerto. Puede aducir como argumento que allí paulatinamente la tierra se levanta y parece bullir, y asegure con insistencia o con pertinacia que esto es debido a su respiración. No faltarán quienes lo crean, como no faltan quienes dicen que aún vive Moisés, porque está escrito que no se halla su sepulcro y porque apareció con el Señor en el monte donde también estuvo Elías, de quien sabemos por la Escritura que no murió, sino que fue arrebatado. Como si el cuerpo de Moisés no pudiera haber sido ocultado en cualquier lugar ignorado de los hombres y de allí, por algunas horas, hubiera sido sacado por el poder divino cuando apareció junto con Elías, del mismo modo que muchos cuerpos de los justos resucitaron por algún tiempo cuando padeció Cristo y, según está escrito, aparecieron a muchos en la Ciudad Santa después de su resurrección. Esto no obstante, si, como había comenzado a decir, algunos niegan que ha muerto Moisés, de quien dice la Escritura que no se encuentra su sepultura, aun cuando claramente afirma que murió, ¿cuánto más, a la vista de estas palabras del Señor: Quiero que así permanezca hasta que yo venga, no se ha de creer que éste duerme con vida bajo la tierra? De él se dice también (según se lee en algunas Escrituras, aunque apócrifas) que, cuando mandó hacerse su sepulcro, estuvo él presente y enteramente sano, y, después de abierto y convenientemente preparado, se colocó en él como en un lecho y al punto dejó de existir; en vista de lo cual, quienes así entienden estas palabras del Señor, creen que no murió, sino que se acostó, aparentando haber fallecido, y que creyéndolo difunto, fue sepultado dormido, y que así ha de estar hasta que Cristo venga, siendo indicio de su vitalidad el movimiento de la tierra, que, según se cree, es impelida del fondo a la superficie por el hálito del que bajo ella reposa. No voy a perder el tiempo refutando esta opinión. Quienes conozcan el lugar, vayan a ver si allí la tierra hace o en ella se verifica lo que se dice, porque esto lo he oído a personas de verdadera honorabilidad.

 

3. Dejemos, entretanto, esa opinión, que no puedo refutar con argumentos ciertos, para evitar algo que nosotros pudiéramos preguntar: ¿Por qué parece vivir y en cierto modo respirar la tierra puesta sobre un muerto enterrado? Pero ¿acaso quedará resuelta esta magna dificultad diciendo que por un milagro extraordinario, como puede hacerlos el Omnipotente, un cuerpo vivo yace aletargado debajo de la tierra hasta que llegue el fin del mundo? Lejos de esto, se hace mayor y más difícil. ¿Por qué a su discípulo, a quien amaba más que a los otros, hasta el punto de permitirle reposar sobre su pecho en la Cena, Jesús le había de regalar un sueño tan prolongado en su cuerpo, cuando a San Pedro, por la gloria inmensa de sn martirio, le libertó de la carga de su cuerpo, concediéndole aquello que San Pablo dijo que tanto deseaba, y así lo dejó escrito: Deseo ser desatado para estar con Cristo? Y si, lo que es más creíble, San Juan dice que el Señor no dijo: No muere, con la intención de que se sacase esta consecuencia de las palabras que dijo; y si su cuerpo yace en el sepulcro exánime como el de los otros muertos, sólo resta decir que, si es cierto el rumor de que la tierra de abajo sube arriba, esto se verifica para ponderar la preciosa muerte de aquel que no tiene la gloria del martirio (ya que el perseguidor no le dio la muerte por la fe de Cristo) o por otra causa de nosotros desconocida. Queda, pues, en pie la dificultad de por qué el Señor dijo de un hombre que había de morir: Quiero que así permanezca hasta que yo venga.

 

4. Y entre estos dos apóstoles, Pedro y Juan, ¿quién no se mueve a preguntar por qué el Señor amó más a Juan, habiendo sido más amado por Pedro? Pues en todos los lugares en que San Juan se menciona sin expresar su nombre, para darse a entender dice que le amaba Jesús, como si él solo fuera amado, para distinguirle por esta señal de los otros, a quienes sin duda amaba, ¿qué quiere decir con esto sino que era el más amado? Y no podemos dudar que ésta es la verdad. Porque ¿qué mayor prueba de su amor más acendrado hacia él pudo darle Jesús que, siendo un hombre, compañero de los otros condiscípulos en la obra de la salvación, sólo él reposase sobre el pecho del mismo Salvador? Y que el apóstol Pedro amó más a Cristo, puede probarse con multitud de testimonios; mas para no ir más lejos en su busca, en la misma narración de la tercera aparición del Señor, leída poco antes, y precedente a ésta, aparece con evidencia, cuando, interrogándole el Señor, le dijo: ¿Me amas más que éstos? Bien lo sabía el Señor, y, no obstante, le interrogaba, para que también nosotros, que leemos el Evangelio, conociésemos el amor de Pedro por la pregunta del Señor y por la respuesta de éste. En cuanto a que Pedro en su respuesta no añadió: Más que éstos, se debe a que él sólo contestó lo que él sabía de sí mismo. Pues no podía saber cuánto le amaba cada uno de los otros, porque no veía sus corazones. Aun así, diciendo anteriormente: Así es, Señor, tú lo sabes, claramente dio a entender que el Señor sabía lo que preguntaba. Sabía, pues, el Señor que no sólo le amaba, sino que le amaba más que los otros. Sin embargo, si nos proponemos indagar cuál de los dos era el mejor, el que amaba más o el que amaba menos a Cristo, ¿quién dudará en contestar que el que más amaba? Y si preguntamos cuál de los dos es mejor, el que es más o el que es menos amado por Cristo, no dudaremos afirmar que el que es más amado por Cristo. En la primera de las comparaciones propuestas, Pedro es antepuesto a Juan; mas en la segunda Juan aventaja a Pedro. Por eso propongo una tercera: ¿cuál de los dos es el mejor, el que ama menos a Cristo que su condiscípulo, pero es más amado de Cristo, o el que ama más a Cristo, pero es menos amado por Cristo? Aquí se detiene la respuesta y crece la dificultad. Por mi parte, con facilidad daría esta respuesta: que es mejor el que más ama a Cristo, y más feliz el que es más amado por Cristo, y ya vería el modo de defender la justicia de nuestro Libertador, que ama menos a quien más le ama y ama más a quien le ama menos.

 

5. Apoyado en la misericordia manifiesta de Aquel cuyos juicios son ocultos, voy a tratar de resolver esta tremenda cuestión de acuerdo con las fuerzas que El se digne concedernos. Hasta ahora la he propuesto, no la he expuesto. Sea éste el preámbulo para su exposición; acordémonos que vivimos una vida mísera en este cuerpo mortal que pesa sobre el alma. Pero quienes hemos sido ya redimidos por el Mediador y hemos recibido en prenda al Espíritu Santo, tenemos en esperanza la vida bienaventurada, aunque no la tenemos en posesión. La esperanza que ve, no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ve? Y si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con paciencia. La paciencia es necesaria para soportar los males que a cada uno aquejan, no en los bienes de que se goza. Y, aunque la causa primera de las miserias de esta vida haya sido el pecado, todos los hombres se ven forzados, aun después de perdonados sus pecados, a tolerar esta vida, de la cual está escrito: ¿No es la vida humana una tentación sobre la tierra, en la cual clamamos diariamente: Líbranos del mal? Más larga es la pena que la culpa, para que no se considere pequeña la culpa si con ella se terminase la pena. Y por esta razón, ya sea para demostrar la miseria adeudada, ya sea para la enmienda de una vida laudable, o bien para ejercicio de la paciencia necesaria, la pena retiene temporalmente al hombre a quien la culpa no retiene como reo de eterna condenación. Esta es la condición, digna de ser llorada, mas no de ser reprendida, de estos días malos que pasamos en esta vida mortal, aunque anhelemos ver en ella días buenos. Porque llega la justa ira de Dios, de la cual dice la Escritura: El hombre, nacido de mujer, es de corta vida y está lleno de ira, sin que la ira de Dios sea como la del hombre, esto es, una perturbación del ánimo excitado, sino una tranquila determinación del castigo justo. En medio de su ira, Dios, que, según está escrito, no detiene el curso de sus misericordias, además de otros consuelos que no cesa de proporcionar al género humano, en la plenitud del tiempo en que El sabía que debía ser ejecutado, envió a su Hijo unigénito, por el cual creó todas las cosas, para que, permaneciendo Dios, se hiciese hombre y fuese el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús; y cuantos creen en El, libres ya por el lavado de regeneración del reato de todos los pecados, es a saber, del original, contraído por la generación, y contra el cual principalmente fue instituida la regeneración, y de los otros, contraídos por las malas obras, quedasen libres de la condenación eterna y viviesen de la fe, de la esperanza y de la caridad, peregrinando por este mundo; y, consolados espiritual y corporalmente por Dios en sus laboriosas tentaciones y peligros, caminasen hacia su presencia por el camino que se hizo Cristo. Y porque, aun yendo por ese camino, no están exentos de pecados, nacidos de la flaqueza de esta vida, les concedió el remedio saludable de la limosna, con la cual ayudasen a sus oraciones, cuando nos enseñó a decir: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esto hace la Iglesia feliz con esa esperanza durante esta vida trabajosa. De esta Iglesia, por la primacía de su apostolado, llevaba Pedro la representación en toda su universalidad. En cuanto a sus propiedades personales, por la naturaleza era un hombre, por la gracia un cristiano, por una gracia mayor un apóstol, y el primero de ellos; mas cuando le fue dicho: A ti te daré las llaves del reino de los cielos; lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo, representaba a toda la Iglesia, que en esta vida mortal es sacudida por diversas tentaciones, como lluvias, ríos y tempestades, pero no cae, porque está fundamentada sobre una piedra firme, de donde le viene el nombre de Pedro. Pues no se deriva la piedra de Pedro, sino Pedro de la piedra, como Cristo no viene de cristiano, sino cristiano de Cristo. Por eso dice el Señor: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; porque Pedro había dicho: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo. Sobre esta piedra que él confesó, edificaré mi Iglesia. La piedra era Cristo, y sobre ese fundamento estaba edificado también Pedro. Nadie puede poner otro fundamento distinto del que está puesto, que es Cristo Jesús. Y así la Iglesia, fundamentada en Cristo, recibió de El, en la persona de Pedro, las llaves del reino de los cielos, esto es, el poder de atar y desatar los pecados. Lo que propiamente es la Iglesia en Cristo, eso es figurativamente Pedro en la piedra; y en esta figura, Cristo es la piedra, y Pedro es la Iglesia. Mas esta Iglesia, figurada por Pedro, mientras vive entre males, amando a Cristo, se libra de los mismos males. Y le sigue más de cerca en la persona de aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte. Así, pues, a ese conjunto universal se dice: Sígueme, porque por él padeció Cristo, del cual dice el mismo Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Por esto le fue dicho: Sígueme. Pero hay otra vida inmortal, en la que no hay males; allí veremos faz a faz lo que aquí vemos en espejo y en figuras cuando se ha progresado mucho en la verdad. Así, pues, la Iglesia tiene conocimiento de dos vidas que le han sido predicadas y encomendadas por divina inspiración, de las cuales una vive en la fe y la otra en la contemplación; la una en el tiempo de peregrinación, la otra en la eternidad de la mansión; la una en el trabajo, la otra en el descanso; la una en el camino, la otra en la patria; la una en el trabajo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación; la una se aparta del mal para obrar el bien, la otra no tiene mal alguno que evitar y tiene un grande bien de que gozar; la una se bate con el enemigo, la otra reina sin enemigo; la una se hace fuerte en las adversidades, la otra no siente nada adverso; la una refrena las concupiscencias carnales, la otra se entrega a deleites espirituales; la una se afana por conseguir la victoria, la otra vive segura en la paz de la victoria; la una necesita ayuda en las tentaciones, la otra sin tentación alguna se goza en su protector; la una socorre al necesitado, la otra está donde no hay necesidades; la una perdona los pecados ajenos para que le sean perdonados los propios, la otra no tiene qué perdonar ni qué le sea perdonado; la una es sacudida por los males para que no se engría en los bienes, la otra por la plenitud de la gracia carece de todo mal para que sin peligro alguno de soberbia esté adherida al sumo Bien; la una debe discernir entre el mal y el bien, la otra sólo contempla el bien; en conclusión, la una es buena, pero aún llena de miserias; la otra es mejor y bienaventurada. Esta es figurada por el apóstol Pedro; aquélla, por Juan. Esta se desenvuelve totalmente aquí hasta el fin del mundo y allí encuentra su fin; aquélla será completa después de esta vida, pero en la otra vida no tendrá fin. Por eso se le dice a éste: Sígueme; de aquél, en cambio: Quiero que así, permanezca hasta que yo venga; ¿a ti qué? Tú sígueme. ¿Qué significa esto? ¿Qué ha de significar, según mis alcances y entendimiento, sino: Tú sígueme por la imitación, sufriendo los males temporales, y él quédese hasta que venga a daros los dones sempiternos? Más claramente puede decirse de este modo: Sígame una actividad perfecta, informada con el ejemplo de mi pasión; mas la contemplación, ya incoada, permanezca así hasta que yo venga, para completarla cuando yo haya venido. Sigue a Cristo la plenitud piadosa de la paciencia llegando hasta la muerte; mas la plenitud de la sabiduría, que entonces se ha de manifestar, permanece en este estado hasta la venida de Cristo. Aquí, en la tierra de los mortales, se toleran los males de este mundo; allí, en la tierra de los vivos, se contemplan los bienes del Señor. Pero en cuanto dice: Quiero que él permanezca hasta que yo venga, no ha de entenderse en el sentido de quedar o permanecer, sino en el sentido de esperar; porque lo que por él se significa, no se verificará ahora, sino cuando Cristo viniere. Mas en cuanto a lo que se significa por aquel a quien se dijo: Tú sígueme, si no se realiza durante esta vida, no se llegará a la vida que se espera. En esta vida activa, cuanto más amamos a Cristo, tanto más fácilmente nos libramos del mal; El, empero, nos ama menos en este estado, y nos saca de este estado para que no seamos siempre así. Allí nos ama más, porque ya no habrá en nosotros cosa que le desagrade y que tenga que arrancar; mas aquí no nos ama sino con el fin de curarnos y apartarnos de las cosas que El no ama. Luego nos ama menos aquí, donde no quiere que permanezcamos, y nos ama más allí, adonde quiere que pasemos y de donde no quiere que jamás caigamos. Ámele, pues, Pedro para que nos veamos libres de esta mortalidad, y sea amado por Juan para que seamos conservados en aquella inmortalidad.

 

6, Y de este modo queda demostrado por qué Cristo amó más a Juan que a Pedro; mas no queda claro por qué Pedro amó a Cristo más que Juan. Pues no porque Cristo nos ame en la vida futura, en la que sin fin viviremos con El, más que en ésta, de la cual somos sacados para vivir siempre en aquélla, allí le amaremos menos, cuando seremos mejores, ya que no podemos hacernos mejores sino amándole más a El. ¿Por qué, pues, Juan le amaba menos que Pedro, si él representaba aquella vida en la que ha de ser amado mucho más, sino porque se dijo: Quiero que él permanezca, esto es, espere hasta que yo venga, para indicar que aún no tenemos ese mismo amor, que entonces será mucho mayor, mas esperamos tenerlo en el futuro, cuando El haya venido? Y por eso dice el mismo apóstol en su Epístola: No ha aparecido aún lo que seremos, porque sabemos que cuando esto aparezca, seremos semejantes a El, porque le veremos como El es. Entonces amaremos más lo que veremos. Pero el Señor, sabiendo cuál ha de ser en nosotros aquella nuestra vida futura, la ama más en su predestinación, para llevarnos a ella con su amor hacia nosotros. Por lo cual, siendo todos los caminos del Señor misericordia y verdad, reconocemos nuestra miseria presente, porque la sentimos; y por eso amamos más la misericordia del Señor, que deseamos nos conceda para vernos libres de nuestra miseria, y diariamente se la pedimos principalmente para la remisión de los pecados, siéndonos por El concedida. Y esto es lo significado por el apóstol Pedro, que ama más, pero es menos amado, porque Cristo nos ama menos en nuestra miseria que en nuestra bienaventuranza. También nosotros amamos menos la contemplación de la verdad, como entonces la tendremos, porque aún no la conocemos ni la poseemos. Esta es figurada por Juan, menos amante; y por eso espera que tanto ella como el amor, que a El es debido, se completen en nosotros cuando venga el Señor; es, no obstante, más amado, porque por él es figurado lo que le hace bienaventurado.

 

7. Pero nadie separe a estos dos insignes apóstoles. Ambos estaban en lo que Pedro representaba y ambos habían de estar en lo que Juan figuraba. En figura le seguía aquél y permanecía éste; mas por la fe ambos toleraban los males de esta miseria, y ambos esperaban los bienes de aquella bienaventuranza. Y no sólo ellos, sino toda la Iglesia, Esposa de Cristo, hace esto para verse libre de estas tentaciones y guardarse para aquella felicidad. Estas dos vidas fueron figuradas por Pedro y por Juan, una cada uno; pero ambos temporalmente caminaron en ésta por la fe, y ambos gozaron de aquélla por la contemplación. Pedro, el primero de los apóstoles, recibió las llaves del reino de los cielos para atar y desatar los pecados a todos los justos pertenecientes inseparablemente al cuerpo de Cristo, para sostener el gobernalle de esta vida tempestuosa. Y en representación de esos mismos justos, destinados al pacatísimo seno de aquella vida secretísima, Juan el Evangelista estuvo recostado sobre el pecho de Cristo. Porque no solamente Pedro ata y desata los pecados, sino la Iglesia entera; como tampoco solamente Juan bebió en las fuentes del divino pecho que en el principio el Verbo Dios estaba en Dios y todas las otras cosas sublimes acerca de la divinidad de Cristo y de la Unidad y Trinidad de la divinidad, que en aquel reino se han de contemplar cara a cara, mas ahora, hasta que el Señor venga, son vistas como en un espejo y en figura, cosas que El dejaría escapar en su predicación. Mas también el Señor mismo difundió por todo el mundo su Evangelio para que todos, cada uno según su capacidad, bebiesen de él. Hay, además, otros intérpretes de las Sagradas Letras, y ciertamente de mucho peso, que dicen que el apóstol San Juan fue más amado del Señor por ser castísimo desde su niñez y no estar ligado con los lazos del matrimonio. Mas esto no aparece con evidencia en las Escrituras canónicas; no obstante, favorece mucho a esta opinión el hecho de que en aquella vida por él figurada no se dan los casamientos.

 

8. Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas son las que hizo Jesús que, si se escribiesen una por una, creo que los libros que habían de escribirse no podría contenerlos el mismo mundo. No debe entenderse que no podría contenerlos el mundo espacialmente, porque ¿cómo podría escribirse en el mundo, si el mundo no fuera capaz de contener los escritos? Sino que quizá no pudieran ser comprendidos por la capacidad de los lectores; porque, aun quedando a salvo la veracidad de las cosas, frecuentemente las palabras parecen exceder esa realidad. Mas no sucede esto cuando se exponen las cosas dudosas u oscuras, aduciendo las causas y razones, sino cuando lo que es claro y abierto se aumenta o se disminuye sin salirse de los linderos de la verdad. Porque entonces las palabras de tal modo exceden a la realidad de las cosas por ellas indicadas, que aparece clara la voluntad de quien habla sin intención de falsearlas, y quien escucha conoce bien hasta qué punto deben ser creídas. A este modo de hablar llaman hipérbole los maestros de las letras griegas, como también los maestros de las latinas. Y esta manera dé decir se halla no solamente en este pasaje, sino en otros muchos de las Divinas Letras, como por ejemplo: Pusieron su boca en el cielo; La punta del cabello de quienes caminan en sus delitos, y otros muchos, que no escasean en las Sagradas Escrituras, así como otros tropos, o sea, modos de decir. De ellos hablaría con mayor extensión si no me viese obligado a concluir este sermón, a la vez que el evangelista concluye su evangelio.