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LECTIO DIVINA MES DE AGOSTO DE 2013

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

 

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Día 1

San Alfonso María Ligorio

 

Alfonso nació en Nápoles el año 1696 y murió en Nocera dei Pagani (Salerno) el 1 de agosto de 1787. Era abogado del foro de Nápoles, pero dejó la toga para abrazar la vida eclesiástica.

Fue obispo de S. Ágata dei Goti (entre 1762 y 1775) y fundador de los redentoristas (1732); atendió con gran celo a las misiones populares y se dedicó a los pobres y a los enfermos. Es maestro de las ciencias morales, a las que inspira criterios de prudencia pastoral, basada en la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, aunque también se muestra sensible a las necesidades y a las situaciones de la conciencia. Compuso escritos ascéticos de gran resonancia. Como apóstol del culto a la eucaristía y a la Virgen, guió a los fieles a la meditación de los novísimos, a la oración y a la vida sacramental.

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 40,16-21.34-38

En aquellos días:

16 Moisés hizo todo cuanto el Señor le había ordenado.

17 El día primero del primer mes del año segundo fue montada la morada.

18 Moisés levantó la morada, asentó las basas, colocó los tableros y los varales y puso en pie los soportes.

19 Y sobre la morada extendió la cubierta tal como el Señor le había ordenado.

20 Tomó las tablas del testimonio y las colocó dentro del arca, puso los varales al arca y situó la plancha de oro encima del arca;

21 metió el arca en la morada, colgó el velo de separación y con él ocultó el arca del testimonio, como el Señor le había ordenado.

34 Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó la morada.

35 Moisés no podía entrar en la tienda del encuentro, porque la nube estaba encima de ella, y la gloria del Señor llenaba la morada.

36 Durante el tiempo que duró su caminar, los israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba de la morada.

37 Si la nube no se levantaba, no partían hasta el día en que se levantaba,

38 porque la nube del Señor se posaba de día sobre la morada, y de noche brillaba como fuego a la vista de todo Israel, durante todas las etapas de su camino.

 

*+• El texto que hemos leído pertenece a la tradición sacerdotal y, cuando lo examinamos atentamente, hace pensar en el ordenamiento del culto de la comunidad del segundo templo, aunque la matriz sigue siendo la fuente sinaítica. Estamos frente al santuario del desierto, en sintonía con la marcha del pueblo tras la experiencia del Sinaí. Moisés, siguiendo lo que le había mandado, construye la tienda (la Morada) para el Señor (w. 16-21)

y Dios se establece en medio de su pueblo elegido (w. 34-38). Tras el Sinaí, ahora será la tienda la que constituya la continuidad de la revelación de Dios a los hombres.

Aquí se fija el lugar ideal en el que cada individuo puede entrar en contacto con el Señor y dialogar con él. Dios, Padre de la tierra y del cielo, decide ubicarse, habitar en la «morada» (cf. v. 35; Ex 25,8; Ez 37,27; Jl 4,17), entre las tiendas de su pueblo, y comunicarse con Moisés, mediador carismático. De este modo, Moisés podía hacer llegar a su pueblo todo lo que Dios le había ordenado.

El signo visible del Dios invisible, aunque presente y operante entre los hombres, era la «nube», que regulaba las etapas del camino del pueblo en el desierto hacia la tierra prometida. La presencia de Dios, que llenaba la tienda del santuario, recibía el nombre de «gloria», esto es, manifestación del amor salvífico de Dios en su poder y santidad, por parte de la tradición sacerdotal. En el judaísmo posterior, la «presencia» de Dios en el templo de Jerusalén recibirá el nombre de Shekhinah, «la Presencia» por excelencia. Pues bien, las tres letras fundamentales de esta palabra hebrea, s-k-n, figuran también en la raíz del verbo griego usado por el cuarto evangelista: eskénosen. En efecto, para Juan, la humanidad de Cristo es la nueva tienda santa, el nuevo templo en el que reside toda la plenitud de la sabiduría, la gracia y la verdad, en donde se manifiesta la presencia perfecta del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y nosotros, nuevo pueblo en camino, ¿estamos dispuesto a seguirle cada vez que el Señor nos invite a ir detrás de él?

 

Evangelio: Mateo 13,47-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces;

48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.

49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos

50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

51 Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Habéis entendido todo esto? Ellos le contestaron: -Sí.

52 Y Jesús les dijo: -Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.

53 Cuando Jesús acabó de contar estas parábolas, se marchó de allí.

 

**• Mateo refiere la parábola de la red echada al mar que recoge todo tipo de peces, buenos y no buenos, como en la parábola de la cizaña y la buena semilla. Ahora bien, la reflexión del evangelista en nuestro texto pone el acento en la situación que se creará al final del mundo. El Reino de Dios será cribado en todos sus componentes, se arrastrará la red a la orilla y se examinará el contenido de la pesca. Entonces la suerte de los malvados recibirá su justo castigo y quedará eliminado el mal; esto equivale a decir que todos los hombres pecadores deben reflexionar, mientras tienen tiempo, sobre esta realidad futura y obrar en consecuencia de cara a una adecuada conversión de vida.

La enseñanza de Jesús es clara: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52); es decir, que el nuevo discípulo del Reino de Dios debe atesorar los bienes recibidos. Y discípulo de Jesús es aquel que ha escuchado la Palabra y comprende los misterios del Reino. Por consiguiente, es como la tierra buena que recibe la semilla y la hace fructificar después de haber acogido el don de la Palabra del Padre. Posee, en efecto, no sólo la revelación de las Escrituras relativas a la primera alianza, sino también el conocimiento del misterio del Reino y la vida misma del Reino, que es la palabra del Evangelio. De todo este inmenso tesoro debe servirse tanto para ser personalmente un testigo creíble de la voluntad salvífica de Dios como para conducir a los otros al conocimiento

de la verdad plena y hacerla vivir en la obediencia de la fe.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios encontró una respuesta decidida en san Alfonso. Éste se sintió elegido, llamado, y siguió su vocación humana y cristiana con una disponibilidad plena y constante. Disponibilidad que expresaba con las frases típicas de su ascética: «Hacer la voluntad de Dios»; «Concordancia con la voluntad de Dios». La voluntad de Dios, «el mandamiento nuevo», es el amor al prójimo. Aquí se encuentra el secreto de todas las opciones de Alfonso: fue abogado para defender a los otros, se hizo sacerdote para salvar a las almas, fundó la Congregación de los Redentoristas para anunciar el Evangelio a los abandonados; como obispo, sintió la solicitud pastoral por su Iglesia local y por todas las Iglesias.

Hizo una amplia exposición del mandamiento nuevo en su mejor libro: Práctica del amor a Jesucristo. Del amor brotaba su alegría, una cualidad característica de Alfonso; es la alegría de sentirse amado por Dios, con lo que se vencen todas las adversidades. «Alegremente» es la palabra que se repite en su epistolario. Existe en Alfonso un humor a lo Tomás Moro, templado por el sentido común del napolitano. La alegría procede asimismo de la certeza de que no hay condena alguna para los que han sido salvados por Jesucristo. Aquí se pone de relieve el compromiso fundamental de Alfonso, teólogo y moralista: se sintió llamado a defender el amor misericordioso de Dios contra las nefastas teorías de los jansenistas y de los rigoristas, los cuales, negando la universalidad de la redención y acentuando las exigencias de la justicia de Dios, sumergían a los hombres en la angustia y la desesperación. A ellos opuso Ligorio el mensaje salvífico del Evangelio y la presencia activa del Espíritu Santo, que nos arranca de la esclavitud de la Ley y nos lleva a la libertad de los hijos de Dios.

 

ORATIO

Cristiano, levanta los ojos y mira a Jesús muerto sobre ese patíbulo, con el cuerpo lleno de llagas que todavía manan sangre. La fe te enseña que él es el Creador, tu salvador, tu vida, tu liberador. Es alguien que te ama más que nadie, es alguien que sólo puede hacerte feliz.

Sí, Jesús mío, lo creo: tú eres alguien que me ha amado desde la eternidad, sin ningún mérito por mi parte; es más, previendo mi ingratitud, sólo por tu bondad me diste el ser. Tú eres mi salvador, y con tu muerte me has liberado del infierno que tantas veces he merecido. Tú eres mi vida por la gracia que me has dado, sin la cual yo estaría muerto para siempre. Tú eres mi padre y mi padre amoroso; perdonándome con tanta misericordia las injurias que te he hecho. Tú eres mi tesoro y me enriqueces con muchas luces y favores en vez de los castigos que he merecido. Tú eres mi esperanza, pues fuera de ti no puedo esperar ningún bien de otros. Tú eres mi verdadero y único amador; basta con decir que has llegado a morir por mí. Tú, en suma, eres mi Dios, mi sumo bien, mi todo (Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la pasión).

 

CONTEMPLATIO

Ésta es, por tanto, la meta a la que deben tender nuestros deseos, nuestros suspiros, todos los pensamientos y todas nuestras esperanzas: ir a gozar de Dios en el paraíso para amarlo con todas las fuerzas y gozar del gozo de Dios. Gozan, a buen seguro, de su felicidad los bienaventurados en aquel Reino de delicias, mas su gozo principal, el que absorbe todos los otros defectos, será el de conocer la felicidad infinita de que goza su amado Señor, mientras ellos aman a Dios inmensamente más que a sí mismos. Todo bienaventurado, en virtud del amor que tiene a Dios, seguiría estando contento aunque perdiera todos sus goces, y padecería toda pena con tal de que no le faltara a Dios -si es que pudiera faltarle- una mínima parte de la felicidad de que goza. Por eso, en ver que Dios es infinitamente feliz y que esta felicidad nunca puede faltarle, en esto consiste su paraíso.

Así se entiende lo que dice el Señor a toda alma al darle posesión de la gloria: «Toma parte en la alegría de tu señor» (Mt 25,21).

No es ya el gozo el que entra en el bienaventurado, sino que éste entra en el gozo de Dios, mientras que el gozo de Dios es objeto del gozo del bienaventurado. De modo que el bien de Dios será el bien del bienaventurado, la riqueza de Dios será la riqueza del bienaventurado y la felicidad de Dios será la felicidad del bienaventurado (Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día este pensamiento de san Alfonso: «Quien ora se salva ciertamente, quien no ora ciertamente se condena».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Alfonso es un napolitano maravilloso, y tanto en su vida como en su ingenio aflora más de una vez, e incluso con gran frecuencia, su llaneza con una frescura y una jovialidad increíbles.

Quien le convierte en un santo pedante, petulante, aburrido, cruel, no le conoce ni de vista. Quien le convierte, en virtud de su moral, en una especie de casuista monomaniaco y sin aliento, no conoce a san Alfonso.

Fue músico, pintor, poeta, un hombre de espíritu y de garbo, capaz de resolver una cuestión con una salida y de enderezar un mundo invertido con una sonrisa; tuvo algo de la dolorida profundidad de Vico y algo de la vivacidad profunda de Galian¡.

En sus acciones y en sus obras aparece siempre superior a lo que hace y a lo que dice, dueño de sí y de lo que trata. Entre las muchas vías abiertas que se presentan a quien actúa y escribe, toma siempre la suya propia, una que se abre a él por vez primera. Despierto, despejado, resuelto y resolutivo, sigue su camino sin la mínima vacilación, y este camino se abre a muchos.

Por lo que respecta a la moral, sabido es que la Iglesia camina justamente por el camino abierto por san Alfonso. Por lo que respecta a la devoción, durante ciento cincuenta años cientos de miles de almas se han puesto a caminar por el camino trazado por Alfonso.

Esta agilidad, gracia y sencillez hacen de él alguien cordialísimo, alguien al que se trata con placer. Habría que verlo. Habría que saber verlo y hacerlo ver entre los recuerdos que de él nos quedan, entre sus libros, en su correspondencia: hallaríamos gestos bellísimos y originales, reflexiones agudas y divertidas, fragmentos cálidos y brillantes, salidas de una milagrosa bonhomía y profundidad, tomaduras de pelo caritativas pero tremendas, réplicas vivaces y repentinas, como se da una bofetada a un bribón.

 

 

 

Día 2

Viernes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34b-37

El Señor dijo a Moisés:

4 Éstas son las fiestas del Señor, las asambleas santas que convocaréis en las fechas establecidas.

5 El día catorce del mes primero, al atardecer, es la pascua del Señor.

6 Y el día quince del mismo mes es la fiesta de los panes ácimos en honor del Señor. Durante siete días comeréis pan sin levadura.

7 El primer día tendréis asamblea santa y no haréis ningún trabajo servil.

8 Durante siete días ofreceréis sacrificios en honor del Señor. El día séptimo será día de asamblea santa y no haréis en él ningún trabajo servil.

9 El Señor dijo a Moisés:

10 Di a los israelitas: Cuando hayáis entrado en la tierra que os voy a dar y seguéis la mies, llevaréis al sacerdote una gavilla de espigas como primicia de vuestra cosecha.

11 El sacerdote la ofrecerá delante del Señor con el rito de balanceo para que sea aceptada; hará el balanceo el día siguiente al sábado.

15 A partir del día siguiente al sábado, esto es, del día en que hayáis ofrecido la gavilla del balanceo, contaréis siete semanas completas.

16 Contaréis cincuenta días hasta el día siguiente al séptimo sábado y, entonces, ofreceréis al Señor una ofrenda de granos nuevos.

34  El día diez del mismo mes séptimo es el día de la expiación; tendréis asamblea santa, ayunaréis y ofreceréis sacrificios en honor del Señor. El día quince de este mes séptimo se celebrará durante siete días la fiesta de las tiendas en honor del Señor.

35 El primer día habrá asamblea santa y no haréis en él ningún trabajo servil.

36 Durante siete días ofreceréis sacrificios en honor del Señor; el día octavo tendréis asamblea santa y ofreceréis sacrificios al Señor; es día de asamblea solemne; no haréis en él ningún trabajo servil.

37 Éstas son las fiestas del Señor, en las cuales convocaréis asambleas santas, para ofrecer sacrificios en honor del Señor, holocaustos con ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones: cada una en el día prescrito.

 

*•• El texto considera el ciclo litúrgico de las diferentes fiestas anuales según la redacción sacerdotal, vinculada con los medios de Jerusalén y encuadrada en la «ley de santidad». Consideradas bajo esta luz, las fiestas judías aparecen como asambleas del pueblo en el lugar santo, en presencia del Dios tres veces santo, y recuerdan su sucesión durante el ciclo anual para su digna celebración. Estas fiestas tienen la finalidad de hacer salir al individuo de su autosuficiencia, para insertarlo en una vida de dimensión comunitaria: cada hombre, en efecto, pertenece al pueblo, es una expresión del mismo y, a través de él, pertenece a Dios. Los elementos constitutivos de las fiestas de Israel son, esencialmente, dos: la convocación de la santa asamblea del pueblo y el descanso del trabajo. El primero marca el ritmo de la vida del pueblo y hace revivir, especialmente en la celebración litúrgica, el recuerdo de las maravillas llevadas a cabo por Dios en la historia judía; el segundo aleja al pueblo de las cosas materiales y cotidianas y lo introduce en el tiempo fuerte de Dios, donde toma conciencia del discurrir de la vida y de su significado de salvación.

Las fiestas judías, herencia cananea, siguen el ritmo agrario de las cosechas. La fiesta de la pascua es la fiesta que se celebra en honor de Dios a fin de asegurar la prosperidad de los rebaños, pero celebra todavía más la salvación que el pueblo ha conocido en su historia. El Señor, que cada año concede los frutos de la tierra y del ganado, es el mismo que ha manifestado su poder salvador para liberar a Israel. De este modo, la fiesta pascual se funde con los ácimos a fin de recordar la liberación de la esclavitud y la posesión de la tierra fértil. La fiesta de las semanas o de Pentecostés celebra la cosecha del trigo y también la entrega de la Ley por parte de Dios. La fiesta de las chozas recuerda la vendimia y el paso de Israel a través del desierto. En realidad, todas las fiestas cristianas se inspiran en las fiestas judías, aunque enriquecidas con el nuevo contenido cristiano.

 

Evangelio: Mateo 13,54-58

En aquel tiempo,

54 fue Jesús a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía: -¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?

55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas?

56 ¿No están todas sus hermanas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?

57 Y los tenía escandalizados. Pero Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

58 Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

 

**• Tras el «discurso de las parábolas» {cf. 13,1-52), Mateo nos presenta a Jesús en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret, rechazado por sus paisanos (cf. Me 6,1-6). Éstos, desde la admiración inicial por su sabia enseñanza (v. 54), pasan a preguntarse por la predicación del «hijo del carpintero», por María, su madre, por sus hermanos y hermanas (w. 55ss), e incluso se escandalizan de él. Con las palabras «y los tenía escandalizados» (v. 57), Mateo nos introduce en el misterio de la persona de Jesús. Sus paisanos quieren comprender a Jesús partiendo únicamente del aspecto humano, como habían hecho también, en otras circunstancias, sus mismos parientes (cf. Me 3,21). Su conocimiento humano se vuelve para los naturales de Nazaret un obstáculo para penetrar en la persona de Jesús y acogerle, para creer en él como el mesías esperado: «¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (v. 56b).

Frente a este rechazo explícito, Jesús constata la verdad del proverbio: « Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa» (v. 57b). La suerte que le espera a cada profeta verdadero, como la de Jesús y la de todo verdadero discípulo, es la incomprensión, el desprecio, el escarnio y la persecución, llevada hasta el sacrificio de la muerte a causa de la verdad. Serán precisamente la incomprensión y la falta de fe de sus paisanos las que impedirán a Jesús hacer allí muchos milagros, porque sólo la fe permite la comprensión del misterio de su persona de mesías e hijo de Dios.

 

MEDITATIO

El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la necesidad de captar la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Es probable que los paisanos de Jesús estuvieran acostumbrados a encontrar a Dios en las grandes solemnidades festivas y en medio de las convocaciones de las que habla la primera lectura. En ellas, entre el incienso de las imponentes celebraciones y la sangre de los sacrificios ofrecidos en su honor, captaban la majestuosa presencia del Dios que había liberado a sus antepasados de la esclavitud de Egipto y les había guiado paso a paso, a través del desierto, en la conquista de la tierra prometida.

Por otra parte, también estaban acostumbrados desde hacía años al trato familiar con «el hijo del carpintero», Jesús, a quien habían visto crecer entre ellos como uno de tantos. Conocían a su madre, a sus hermanos y hermanas. Y ahora le veían ante ellos, pronunciando en la sinagoga unos discursos que les dejaban desconcertados. No conseguían conectar la vida cotidiana de un Jesús «ordinario y común» con la manifestación de su Dios. No conseguían ir más allá de lo habitual para captar lo que no era habitual en él. Y así andaban escandalizados por su causa, sin llegar a la fe en él. Con ello perdieron la ocasión de un encuentro de salvación con Dios, un encuentro que habría podido cambiar definitivamente su vida.

Esto mismo supone también un riesgo constante para nosotros: esperar encontrar a Dios sólo en circunstancias extraordinarias, en aquello que, según cierto modo de pensar, nos puede parecer que está más de acuerdo con su modo divino de ser, y no captar su presencia en la vida diaria. Sin embargo, precisamente por medio de Jesús, Dios nos ha hecho saber que manifiesta su presencia en la totalidad de la existencia, que hasta las cosas más pequeñas están penetradas por su presencia, porque él no es un Dios lejano, sino muy próximo. El desafío que brota de aquí es el de conseguir descubrirle y acogerle con gozo. Lo que en apariencia es obvio y se da por descontado, lo que pertenece a la vida de todos los días, lo que ya no llama la atención en las personas y en las cosas a las que estamos acostumbrados, es, para quien cree, como una especie de «sacramento» de la presencia benévola de Dios. La vigilancia a la que tantas veces nos invita Jesús en el Evangelio se refiere también a esto: es preciso que mantengamos los ojos bien abiertos, para no dejar escapar la dimensión divina que tienen todas las cosas. La fe las hace todas transparentes, mientras que su falta las hace todas opacas.

 

ORATIO

Te pedimos, oh Señor, que nos des unos ojos para ver tu presencia y tu acción salvífica dirigida a cada uno de nosotros en las realidades más comunes y ordinarias de la vida. Captar tu presencia en ciertos momentos extraordinarios de la vida no es demasiado difícil; es algo que se impone en cierto modo por sí mismo. Lo difícil es descubrirte en «el hijo del carpintero», en aquel a quien la vida nos ha acostumbrado y ya no nos llama la atención. Es una tarea difícil, pero también muy fecunda y gozosa para quien, en la fe, se confía a tu misterio.

Con tu ayuda, con el «colirio» que puedes aplicar a nuestros ojos (cf. Ap 3,18), «recuperaremos la vista» y podremos descubrirte hasta en las más pequeñas y acostumbradas cosas de la vida. Y entonces celebraremos una fiesta, como hicieron Jesús y nuestros hermanos y hermanas santos. Señor, danos un corazón sencillo y humilde que consiga captar tu paso en la brisa ligera, en el rostro de un pobre y de un niño, igual que en el cielo silencioso de una noche plena de estrellas y de tu presencia inconfundible y llena de paz.

 

CONTEMPLATIO

Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrá de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán.

Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador (Agustín de Hipona, Las confesiones, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 51968, pp. 73-74).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo» (Le 7,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En su ambiente [Jesús] chocaba con muchas almas acostumbradas que creían conocer a Dios porque habían oído hablar mucho de él. La gran paradoja de la historia cristiana consiste en esto: cuando Dios se manifestó al pueblo que se estaba preparando desde hacía dos mil años, casi nadie le reconoció, le recibió y le siguió hasta el final. Creían desde hacía tanto tiempo que ya no creían. El hábito de creer se había ido cambiando, de una manera insensible, en el hábito de no creer. Rezaban desde hacía tanto tiempo que ya no hacían otra cosa más que recitar oraciones. Esperaban desde hacía tanto tiempo que ya estaban seguros de que nada vendría a descomponer esa costumbre de esperar que se había ido convirtiendo, poco a poco, en una costumbre de no esperar nada.

Hay en esto una advertencia terrible para todos aquellos que, como nosotros, se creen familiarizados con las cosas divinas, piensan que están garantizados por su ascendencia o por su educación, se imaginan que la frecuentación de las iglesias o la práctica de los sacramentos constituyen un testimonio seguro de su pertenencia a Dios.

Nadie puede poner su confianza en las estructuras religiosas [...]. Ahora bien, todo el problema consiste en saber si somos nosotros quienes servimos a estas estructuras, las conservamos, las respetamos, o si, en cambio, nos servimos de ellas de una manera activa y personal. Ninguna estructura, por muy santa que sea, puede salvar por sí misma. Las estructuras son indispensables. A buen seguro, repugna una institución sin inspiración, pero toda inspiración engendra una institución. No hay matrimonio sin amor, pero un verdadero amor crea un verdadero matrimonio. No hay Iglesia sin Espíritu vivificador, pero el Espíritu se muestra visible y activo sólo en una comunidad fraterna: «Mirad cómo se aman» (L Evely, Meditazioni sul vangelo, Asís 1975, pp. 224-226).

 

 

Día 3

Sábado de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 25,1-8-17

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Moisés en el monte Sinaí:

8 Contarás siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años.

9 El día diez del séptimo mes harás sonar la trompeta. El día de la expiación haréis que resuene la trompeta por toda vuestra tierra.

10 Declararéis santo este año cincuenta y proclamaréis la liberación para todos los habitantes del país. Será para vosotros año jubilar y podréis volver cada uno a vuestra propiedad y a vuestra familia.

11 El año cincuenta será para vosotros año jubilar; no sembraréis, no segaréis las mieses crecidas espontáneamente ni vendimiaréis las viñas sin cultivar,

12 pues es año jubilar, y será santo para vosotros; comeréis en él lo que crezca espontáneamente en los campos.

13 En el año jubilar cada uno recobrará sus propiedades.

14 Si vendéis o compráis alguna cosa a vuestro prójimo, no os defraudaréis entre hermanos.

15 Comprarás a tu prójimo en proporción al número de años transcurridos después del año jubilar y, en razón de los años de cosecha que le quedan, él te fijará el precio de venta;

16 cuantos más queden, más le pagarás; cuantos menos queden, menos le pagarás, porque es un determinado número de cosechas lo que te vende.

17 No os defraudéis entre hermanos; temed a vuestro Dios. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

 

** Además de las fiestas judías, la «ley de santidad» enumera también las normas de orden social para los años santos, es decir, tanto para el año sabático de cada siete años (una semana de años) como para el año jubilar de cada cincuenta años (siete semanas de siete años), realzando así el valor del día del sábado y el esquema septenario de la semana. En esta estructura económico-social subyacen, sin embargo, algunos elementos teológicos que ponen de relieve el desarrollo de la revelación divina. Al concepto religioso de Dios, creador y señor de la historia y del mundo, se vinculan los temas del rescate y de la remisión de las deudas.

Sobre el año jubilar, de carácter social aunque con un fundamento religioso, se habla sólo en este texto, en Nm 36,4 y en Ez 46,17. Éste había ido madurando tras la experiencia positiva del año sabático. La ley judía prescribía, en efecto, algunas normas relativas a la liberación de los esclavos, a la condonación de la deuda y a la misma restitución de las tierras a sus respectivos dueños, cosas que permitían vivir como hombres libres.

Estas normas tendían a resolver y a corregir algunos males y disfunciones sociales inherentes a la vida agrícola y urbana. Se deseaba eliminar, por ejemplo, el desequilibrio práctico sobre el problema de la riqueza caída en manos de unos pocos y la pobreza extendida, por el contrario, a la mayoría. Muchos de estos fenómenos, con frecuencia fruto de extorsiones y robos, creaban malestar entre el pueblo y desequilibrios en la sociedad, que se extendían asimismo al campo de la vida religiosa.

El fundamento religioso de estas leyes sociales, que se revelaron sabias, aunque no siempre se llevaron a la práctica de modo pleno, estaba en la concepción judía según la cual los bienes del mundo son iguales para todos: la tierra pertenece a Dios, que liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto; los hombres son hermanos, y la libertad de la persona es un bien inalienable. Estos temas encuentran su verdadera realización en Jesús,  que será quien libere a la humanidad del mal y conceda el perdón de los pecados.

 

Evangelio: Mateo 14,1-12

1 Por entonces, el tetrarca Herodes oyó hablar de Jesús

2 y dijo a sus cortesanos: -Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos; por eso actúan en él los poderes milagrosos.

3 Es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo.

4 Pues Juan le decía: -No te es lícito tenerla por mujer.

5 Y, aunque quería matarlo, tuvo miedo al pueblo, que lo tenía por profeta.

6 Un día que se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público y agradó tanto a Herodes

7 que éste juró darle lo que pidiese.

8 Ella, azuzada por su madre, le dijo: -Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

9 El rey se entristeció, pero, por no romper el juramento que había hecho ante los comensales, mandó que se la dieran,

10 después de enviar emisarios para que cortaran la cabeza a Juan en la cárcel.

11 Trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, la cual a su vez se la llevó a su madre.

12 Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús.

 

**• El relato del martirio de Juan el Bautista se inserta en la historia del tiempo de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande. El precursor del Mesías, profeta de una fuerte personalidad moral, había denunciado, en nombre de Dios, el pecado de Herodes. Herodías, amante de este último, recurriendo a una intriga sutil y perversa, consigue hacer ajusticiar al Bautista, aprovechando un juramente que su hija Salomé, muy grata al rey, había obtenido de Herodes. Mateo lleva buen cuidado en destacar que la figura del profeta, defensor de la Ley de Dios, perseguido y muerto, estará modelada a partir del mismo camino que recorrerá Cristo, cuya muerte anuncia (cf 17,2).

Ambos profetas, en efecto, fueron condenados por haber dado testimonio de la verdad, sin descender ni a compromisos ni a componendas de ningún tipo. La muerte de Juan el Bautista, que los mismos discípulos del Bautista comunicaron a Jesús, es la conclusión lógica de una vida empleada de modo coherente con su propia misión de precursor: «Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús» (v. 12). Y este anuncio constituye para Jesús un indicio cierto de que él realizará su propia misión recorriendo el mismo camino de incomprensión y de muerte, siguiendo la lógica de los profetas rechazados por el pueblo. El hecho de que los discípulos se dirigieran a Jesús significa, por otra parte, para el evangelista Mateo, que Jesús se queda como el verdadero punto de referencia, como el testigo fiel del Padre.

 

MEDITATIO

Una de las cosas que sorprende en la narración evangélica es el poco valor que los poderosos atribuyen a la vida humana: para satisfacer la veleidad de una mujer, a la que estaba unido de manera adúltera, y para salvar la cara ante unos invitados, Herodes no dudó en hacer decapitar a Juan el Bautista. Precisamente, lo contrario que anunciaba ya en el Antiguo Testamento un salmo que esboza la figura ideal del rey de Israel: «Porque él librará al pobre que suplica, al humilde que no tiene defensor; tendrá piedad del pobre desvalido y salvará la vida de los pobres. Los librará de la violencia y la opresión, pues sus vidas valen mucho para él» (Sal 72,12-14).

Jesús, tal como se deduce de los evangelios, se batió hasta el final para defender la vida y la dignidad de todos y cada uno de los hijos de Dios, en particular de cada uno de los que menos tenían en la vida y no gozaban de una dignidad reconocida: los pecadores, que eran excluidos y marginados automáticamente por los llamados justos (cf. Le 18,8; Mt 9,13); los pobres y los sencillos, a quienes los ricos y los poderosos desatendían con indiferencia o incluso explotaban (cf. Le 16,19-21; 20,47); las mujeres, cuya igualdad en dignidad respecto al hombre era ignorada y estaba ofuscada de muchos modos (cf. Mt 19,3; 22,24-26)... Jesús intentó rescatarlos «de la violencia y del abuso», porque verdaderamente «su sangre era preciosa ante sus ojos». Al hacer suya la espiritualidad del jubileo proclamado en la primera lectura de hoy (cf. Le 4,18), llegó hasta el punto de derramar su propia sangre en la cruz por ellos. Su mensaje fue un mensaje de fraternidad universal, que daba la vuelta a toda actitud que estuviera en línea con la de Caín, asesino de su hermano. A la pregunta lanzada de una manera insolente a Dios por este último: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), Jesús respondió con la parábola del buen samaritano: ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? [...] Vete y haz tú lo mismo» (cf. Le 10,36ss).

Hoy hemos crecido, indiscutiblemente, en sensibilidad hacia la vida y la dignidad de todos, y, en particular, de los más débiles y excluidos. El Concilio Vaticano II, en el documento Dignitatis humanae, sancionó con claridad esta nueva sensibilidad también en el interior de la Iglesia. Diferentes tomas de posición del Magisterio eclesial de estos últimos años están claramente impregnadas por esta visión evangélica. Con todo, queda aún mucho por hacer en este campo. Hay todavía millones y millones de personas cuya vida y dignidad «no cuenta», hombres y mujeres que son pisoteados en su dignidad más elemental y cuya sangre no es «preciosa» a los ojos del mundo... ¿Puede quedarse tranquilo ante esta realidad quien se considera discípulo de Jesús?

 

ORATIO

Haz que no nos quedemos tranquilos, oh Padre santo, ante el inmenso campo de trabajo que tenemos frente a nuestros ojos. Haz que, como Jesús, también nosotros asumamos la «espiritualidad del jubileo» y nos comprometamos seriamente, sin abandonos, en la defensa de la vida y la dignidad de todos nuestros hermanos y hermanas, sin excepción. Queremos ser solidarios en particular, oh Señor, con tus pobres, o sea, con aquellos -todavía muchos- cuya sangre no es preciosa a los ojos del mundo, como sí lo es, en cambio, a tus ojos.

Señor, Dios nuestro, tus profetas, como Juan el Bautista y tantos otros, pagaron un precio elevado por la fidelidad a su misión de servicio a los hermanos, y el valor que esa misión les imponía les llevó al sacrificio de su vida. Concédenos el coraje de la verdad, aunque tenga que costamos caro, y, siguiendo el ejemplo de Jesús, nuestro hermano, haz que le imitemos en la franqueza con la verdad y la justicia.

 

CONTEMPLATIO

Consagrémonos a la lectura de la santa Biblia, atraquemos en ella nuestras almas como en un muelle. De hecho, es un puerto al abrigo de la violencia de las olas, un muro que nada puede destruir, una torre que nunca puede caer, una gloria que nadie nos arrebatará, una armadura que resiste todos los golpes, una paz imperturbable, una alegría sin fin.

La Escritura nos preserva del desánimo, mantiene el alma serena, hace al pobre más rico que el rico, da la santidad a los pecadores y ayuda a los santificados. En nuestro caso, la Escritura nos ilumina sobre la riqueza

y sobre la pobreza, de suerte que la riqueza no abra en nosotros la herida de la envidia y la pobreza no nos espante. Esto es así porque la Biblia, haciéndonos conocer la auténtica naturaleza de las cosas, nos impulsa a dejar de lado las sombras para abrazar la verdad. La sombra, aunque parece más grande que el cuerpo, sigue, no obstante, siendo sombra. Su misma grandeza no es sino apariencia: depende de los rayos del sol. Es tanto más grande cuanto más lejos están los rayos. A mediodía, cuando el sol brilla justamente sobre nuestras cabezas, la sombra se hace más pequeña, hasta desaparecer.

Lo mismo cabe decir de las cosas de la vida humana. Mientras están lejos de la Escritura, parecen grandes; sin embargo, cuando nos ponemos bajo la luz de la Palabra de Dios, parecen mezquinas y caducas, semejantes al agua del río, que apenas vemos un instante porque se va. Nos lo dice aquí el salmista. Se dirige a los desdichados, a los abatidos, a los pobres, que experimentan estupor ante el fasto y miedo ante los ricos. Para liberarlos de este temor, para inspirarles desprecio hacia esos pretendidos tesoros, escribe estas palabras (Juan Crisóstomo, «La Palabra de Dios es como el sol de mediodía», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, pp. 71-72).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor tenga piedad de nosotros y nos bendiga» (Sal 66,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Ay de mí!, todavía una vez más, todos los días, se derrama sangre inocente a nuestro alrededor. Celebramos la eucaristía cada día, pero todos debemos recuperar el valor de ofrenda de nosotros mismos implícito en estas palabras de Jesús: «Mi cuerpo ofrecido por vosotros; mi sangre derramada por vosotros» [cf. Me 14,22-24). Con demasiada frecuencia, desde hace cuatro años, hemos encontrado, en la comunidad cristiana o en la sociedad argelina, hombres y mujeres que salían por la mañana para ir a su puesto de trabajo o que volvían a sus casas por la noche asumiendo valerosamente un riesgo asimilable al «cuerpo ofrecido y a la sangre derramada».

Y eso porque esas personas se negaban a someterse a una presión contraria a su conciencia y querían asumir sus fidelidades cotidianas, a pesar de los riesgos. Y, lo que es más doloroso aún, ¿qué decir de aquellos que deben aceptar los mismos riesgos no por lo que respecta a ellos mismos, sino por lo que respecta a la vida de alguno de sus vecinos, a la de su marido, de su mujer, de un hermano o una hermana, de un hijo o una hija? La ofrenda de la propia vida hecha por Jesús se convierte entonces para nosotros, los cristianos, en el signo y el tipo de la multitud de «pasiones» infligidas a los inocentes por los conspiradores de la violencia. ¡Qué valor de verdad colectiva asume entonces la eucaristía en los actuales desórdenes del mundo que acontecen en muchos países, sobre todo en el continente africano!

Jesús vio crecer la oposición a su alrededor porque su libertad interior ponía en peligro las tradiciones religiosas de su pueblo. Permaneció fiel a sí mismo. No podía hacer otra cosa, si no quería renegar de sí mismo. Esta religión «en espíritu y en verdad» era, en efecto, su mismo ser. También ella nació del mismo amor por sus hermanos que le llevará a la entrega de sí mismo y que expresa el discurso de después de la cena: «Padre, que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos» (Jn 17,26) Afortunadamente, hay vidas que se ofrecen sin derramamiento de sangre. Sin embargo, entre el sacrificio de Jesús y los ofrecimientos de nuestra vida diaria existe continuidad. La celebración eucarística de la ofrenda de sí mismo aceptada por Jesús nos arrastra en su movimiento interior de «entrega al Padre y a los hermanos». Aquí es donde nace la Iglesia «en espíritu y en verdad», la que manifiesta el mundo nuevo, cuya plena venida anticipamos cuando asumimos su sabor compartiendo el pan del Reino y viviendo la comunión con Cristo y con todos los hermanos. Sin embargo, la nueva creación es un don de Dios para todo el pueblo, porque es una ofrenda a todos los hombres «con los medios que Dios conoce» (H. Teissier, Accanto a un amico, Magnano 1998, pp. 41 y 44ss).

 

 

 

Día 4

18º domingo del tiempo ordinario

 San Juan María Vianney

        Juan María Vianney nació cerca de Lyon (Francia) el 8 de mayo de 1786. Descubrió pronto su vocación para el sacerdocio, pero fue excluido del seminario por falta de aptitud para los estudios. Le ayudó el párroco de Ecully y, cuando ya estaba casi en los treinta años, fue ordenado sacerdote en Grenoble. En 1819 fue destinado a la parroquia de Ars, a la que transformó con su bondad, abnegación pastoral y santidad de vida. Murió el 4 de agosto de 1859. Es patrono de los párrocos desde 1929.

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23

12 Vanidad de vanidades, dice Qohélet, vanidad de vanidades; todo es vanidad.

2,21 Porque hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado. También esto es vanidad y grave daño.

22 Pues ¿qué le queda al hombre de todos los trabajos y afanes que persiguió bajo el sol?

23 Todos sus días son sufrimiento, disgusto sus fatigas, y ni de noche descansa. También esto es vanidad.

 

**• «Vanidad» (en hebreo, hevel) es la palabra característica de Qohélet. La sitúa al comienzo del libro y la repite cinco veces en el primer versículo después del título (v. 2). El término se repite setenta y tres veces en el Antiguo Testamento, de las que treinta y ocho (por consiguiente, más de la mitad) corresponden al libro de este sabio que vivió unos doscientos años antes de Cristo.

La palabra significaba en su origen «soplo de viento» o «exhalación»; en sentido traslaticio significa «realidad inconsistente y transitoria». Decir que las cosas son «vanidad» significa que son evanescentes, caducas o efímeras. La palabra ya era conocida por la tradición: «El hombre es como un soplo», se dice, por ejemplo, en Sal 39,6; 62,10; 144,4; pero Qohélel la convierte en un estribillo en sus reflexiones sobre el hombre, sobre sus obras y sobre las cosas en general: «Todo es vanidad» (1,2); «He observado todas las obras que se hacen bajo el cielo y me he dado cuenta de que todo es vanidad y caza de viento» (1,14); «¿Quién sabe lo que es bueno para el hombre en la vida, en los días contados de su frágil vida, que pasan como una sombra?» (6,12). El ámbito en el que «vanidad» significa vacuidad, ilusión y engaño, como cuando se aplica a los falsos dioses, es el de quien trabaja mucho y se apega a las riquezas como a un ídolo, pues «tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado» (2,21). Es el texto que hemos leído como primera lectura, y prepara el evangelio, pero el tema está desarrollado también en otros pasajes (cf. 2,17.19.26; 4,7.8; 5,9; 6,2). Después de esta reflexión se vuelve más apremiante la búsqueda de lo que verdaderamente cuenta.

 

Segunda lectura: Colosenses 3,1-5.9-11

Hermanos:

3,1 Así pues, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios;

4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.

5 Destruid, pues, lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, liviandad, malos deseos y codicia, que es una especie de idolatría.

9 No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo y de sus acciones

10 y revestíos del hombre nuevo que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su creador.

11 Ya no existe distinción entre judíos y no judíos, circuncidados y no circuncidados, más y menos civilizados, esclavos y libres, sino que Cristo es todo en todos.

 

**• Señalemos tres momentos de nuestra unión con el Señor Jesús: «Habéis resucitado con Cristo», «vuestra vida está escondida con Cristo», «también vosotros apareceréis gloriosos con él». El bautismo nos hace partícipes de la resurrección de Cristo, nos hace morir al pecado y compartir la vida humilde y escondida de Cristo, y, por último, tomar parte en su glorificación: «Apareceréis gloriosos con él». Durante esta vida tenemos el compromiso de desarrollar los dos primeros momentos: el que nos hace morir «a las cosas de la tierra», a los comportamientos malos que derivan de la naturaleza humana corrupta (v. 5), y el que busca «las cosas de arriba», mediante el cual el cristiano se renueva de continuo y se convierte en «imagen» viva cada vez más semejante al Padre, junto al cual se ha sentado el Señor resucitado (w. 1.10).

Señalemos en particular dos cosas negativas que debemos evitar. La primera es mentirnos recíprocamente. Ese modo de actuar ya no tiene ninguna razón de ser: los otros no son extraños, como eran los griegos para los judíos y los bárbaros para los griegos, sino que en virtud del bautismo son hermanos, en los que está presente Cristo que «es todo en todos» (w. 9.11). Los cristianos, a través de sus relaciones fraternas, deben cultivar la sinceridad y la lealtad. La segunda realidad negativa que debemos hacer morir es la «codicia, que es una especie de idolatría» (v. 5). La amonestación es un punto de conexión entre esta perícopa y las otras dos lecturas litúrgicas.

 

Evangelio: Lucas 12,13-21

En aquel tiempo,

13 uno de entre la gente le dijo: -Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

14 Jesús le dijo: -Amigo, ¿quién me ha hecho juez o árbitro entre vosotros?

15 Y añadió: -Tened mucho cuidado con toda clase de avaricia; que aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas.

16 Les dijo una parábola: -Había un hombre rico, cuyos campos dieron una gran cosecha.

17 Entonces empezó a pensar: «¿Qué puedo hacer? Porque no tengo donde almacenar mi cosecha».

18 Y se dijo: «Ya sé lo que voy a hacer; derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes,

19 y me diré: Ahora ya tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y pásalo bien».

20 Pero Dios le dijo: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?».

21 Así le sucede a quien atesora para sí, en lugar de hacerse rico ante Dios.

 

*• Un hombre le dice a Jesús: «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (v. 13). Una mujer le había pedido que interviniera ante su hermana: «Dile, pues, que me ayude» (Lc 10,40). Dos contextos diferentes, pero una petición análoga. En ambos casos se niega Jesús a hacer de «mediador». Sin embargo, aprovecha la ocasión para dar al hombre y a la mujer una lección referente, en el fondo, a la misma «preocupación», que puede presentarse con formas diferentes: «La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez» (Lc 8,14). Aquí, los cardos que amenazan con apagar la vida del hombre son la «avaricia», la avidez del tener. Jesús nos indica el motivo por el que debemos evitarla: porque «la vida no depende de las riquezas» (v. 15). Lo explica con una parábola donde quien ha alcanzado la abundancia y proyecta gozar de ella -«descansa, come, bebe y pásalo bien» (v. 19)- de repente se ve privado de la vida, con una amarga consecuencia: «¡Insensato! [...] ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?» (v. 20). Se repite la triste situación vista ya por Qohélet (2,21): «Porque hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado. También esto es vanidad y grave daño».

Los bienes, y la vida para obtenerlos y gozarlos, son ambos «un don de Dios» (Ecl 5,17ss). Ese hombre ha hecho las cuentas para él solo, no «ante Dios». Ha olvidado al dueño de la vida y se ha encerrado en la abundancia de los bienes. Ésta ha demostrado ser incapaz de garantizarle la vida, que está en las manos de Dios. Sólo él es la roca sobre la que es posible apoyarse. Dios establece también los criterios de cómo usar la riqueza: los tiene en cuenta quien se enriquece «ante Dios», se olvida de ellos el que acumula tesoros «para sí» (12,21).

En esta parábola, «un hombre rico» (v. 16) olvida la dimensión vertical de la vida. En Le 16 aparecen otras dos parábolas que ilustran la dimensión horizontal de la riqueza: uno la usa en beneficio del prójimo y el otro la goza olvidando a los pobres. Un hombre rico tenía un administrador astuto, que pensó tiempo atrás qué haría cuando fuera despedido y, haciendo descuentos a los deudores de su dueño, se aseguró el futuro: con ello se muestra que haciendo el bien a los otros con las riquezas puestas a nuestra disposición nos aseguramos un porvenir feliz junto a Dios. El otro «hombre rico» es el epulón, que no se da cuenta del pobre Lázaro que está a la puerta de su casa y pretende en el más allá que Lázaro sobrevuele por encima del abismo para venir a refrescarle la lengua.

 

MEDITATIO

En la primera lectura y en el evangelio vamos a poner de relieve dos mensajes que iluminan nuestra vida. El primero es el de la vanidad de los bienes de este mundo y hasta de las mismas obras humanas, aunque estén realizadas «con sabiduría, ciencia y acierto» (Ecl 2,21). No prolongan la vida del que las hace; ellas mismas están condenadas a perecer. La arqueología descubre fatigosamente ciudades y civilizaciones que durante un tiempo fueron lamosas y de las que después han desaparecido hasta sus mismas huellas. Grandes catástrofes naturales muestran la fragilidad de obras maestras y de monumentos considerados como imperecederos. Una enfermedad imprevista hace añicos los proyectos de un hombre o de una familia, como una estatua de bronce con pie de barro golpeada por una piedra (cf. Dn 2,31-34). A veces, basta con una circunstancia imprevisible para hacer partir en humo un sueño, para dejar en nada una enorme inversión financiera. Son muchos los que, cuando llegan a determinada edad, experimentan un profundo sentido de inutilidad y de frustración en sus distintas actividades -incluido el ministerio pastoral-, en las que se habían comprometido con entusiasmo. Y todo ello antes incluso de que lleguen «los días tristes» de la vejez, cuando digamos: «No me gustan» (Ecl 12,1).

El término «vanidad» puede atravesar, por tanto, como una nube oscura las experiencias de nuestra vida. Ahora bien, esa reflexión es ambivalente. Puede engendrar depresión y dejar sin motivación cualquier iniciativa, pero puede llevar también a la «sabiduría del corazón» (Sal 90,12), por lo que aparece justamente como un estribillo en un libro sapiencial como es el Eclesiastés. Ahora bien, con tal de que se lea hasta el final, donde se encuentra la clave para proceder a una reflexión equilibrada: «Conclusión del discurso: Todo está oído. Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque en esto consiste ser hombre» (12,13). Éste es el segundo mensaje, que nos viene sobre todo del evangelio: el hombre no debe ser «insensato», como el agricultor rico. Había olvidado que la vida depende de Dios (Lc 12,20) y no esperaba a su señor vigilando «con la cintura ceñida y las lámparas encendidas» (12,35). Ése es el riego que corremos nosotros en la actual sociedad consumista: «Acumular tesoros para sí» teniendo puestos los ojos en los bienes de la tierra. El Creador no está contra la tierra, que confió al hombre «para que la cultivara» (Gn 2,15). Sin embargo, el dueño sigue siendo Dios, que busca en el hombre «un administrador fiel y prudente», capaz de hacer fructificar los talentos. La relación con Dios, el obrar según sus leyes, da un sentido positivo a las realidades terrenas, aunque sean caducas, y convierte el trabajo en un instrumento de felicidad: «Dichoso el siervo a quien su señor, cuando llegue, le encuentre trabajando» (Lc 12,43). El hombre no está condenado a la vanidad y a la pobreza, sino que está llamado a «enriquecerse ante Dios» (12,21).

Eso no significa acumular riquezas ante los ojos de un Dios «lejano» e indiferente, sino administrar todo lo que sirve para vivir, pero buscando por encima de todo el Reino de Dios y su justicia, confiando en la Providencia y abriendo el corazón a la solidaridad (12,29-34).

 

ORATIO

Aplicándonos a nosotros mismos las reflexiones precedentes, se nos invita a alabar al Padre por la luz que difunde sobre nuestra vida. Le damos gracias por habernos hecho comprender el sentido positivo que le ha dado. Le pedimos perdón si hemos gastado el tiempo casi únicamente en acumular bienes para nosotros, «sin temor de Dios», planteando nuestro modo de vivir como si él no existiera y no nos hubiera dirigido nunca su palabra de amor y de orientación para nuestra vida. Si es así, pidámosle el don de convertirnos, de cambiar de mentalidad.

Imploremos «la sabiduría del corazón», que nos proporciona el sentido de la relatividad de las cosas humanas y, al mismo tiempo, de su importancia como instrumentos de nuestra relación con Dios. El «nuevo humanismo», que incluye ser sabios en la administración responsable de las realidades de este mundo según la ley de Dios, para nuestra utilidad y para la de los hermanos, es una gracia que debemos impetrar {cf. GS 31.55).

 

CONTEMPLATIO

La primera lectura y el evangelio nos ofrecen estímulos no sólo para la meditación y la oración, sino también para obtener una visión más amplia de las cosas en Dios.

El drama de la «vanidad» consiste en el hecho de que las cosas tienen su belleza y su bondad, que atraen el ojo y el corazón del hombre, el cual, en un segundo momento, experimenta con decepción su falacia. De este proceso habla el autor del libro de la Sabiduría. Para él, está claro el principio fundamental: «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su Creador» (13,5). Sin embargo, los hombres corren el riesgo de mostrarse miopes: «Se dejan seducir por la apariencia» y «maravillados por su belleza, las tomaron por dioses». De ahí el reproche: «Verdaderamente necios...» (13,1.3.6.7). El espíritu humano, «si se libera de la esclavitud de las cosas» (GS 57), puede pasar de una manera expedita de la admiración por ellas a la contemplación del Creador: «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rom 1,20).

El Dios creador es el mismo Dios salvador que nos ha enviado a su Hijo. En el evangelio de hoy, meditado a la luz de su contexto inmediato y el del capítulo siguiente (16), Jesús nos abre de una manera gradual los ojos hacia un horizonte cada vez más extenso, un horizonte que nos introduce en la visión de Dios y de su plan sobre el hombre. Si Qohélet se inclinaba a equiparar a hombres y bestias -«No ha superioridad del hombre sobre las bestias, porque todo es vanidad» (3,19)-, Jesús nos revela, en cambio, que existe una gran diferencia: «La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.. y vosotros valéis mucho más que los pajarillos» (12,23ss). Nos muestra sobre todo que la administración de esta vida, aunque esté revestida de fragilidad, es decisiva para la futura: «Enriquecerse ante Dios» significa tratar con desprendimiento los bienes de la tierra para hacernos «un tesoro inagotable en los cielos» (12,33). Jesús no nos pide que despreciemos las riquezas de este mundo, sino que las valoremos en relación con un bien inmensamente mayor: la vida eterna.

Dios nos ha mostrado que la vida del hombre es preciosa a sus ojos al dejar que su Hijo diera su vida por nosotros. De este modo, el Hijo ha liberado de la «vanidad» a los hijos de Dios y a toda la creación, indicando su sentido último (cf. Rom 8,19-25). Al bordar con «las obras buenas» el tejido de las frágiles realidades humanas, nos preparamos una «feliz esperanza» (Tit 2,13ss). Ahora bien, el arco iris que une la vida presente con la futura sólo es visible para quien cree en el Señor Jesús, muerto y resucitado: el Padre «por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable» (1 Pe l,3ss).

Realizar la experiencia de la contemplación a partir de las lecturas de hoy, tras haber meditado y orado sobre ellas, significa, por tanto, pasar de la reflexión sobre la Palabra de Jesús, que nos ilumina sobre la necia y la prudente administración de los bienes, a la visión de la «extraordinaria riqueza de la gracia» de Dios preparada «para nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2,7).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nuestra vida no depende de nuestros bienes» (cf. Lc 12,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer.

Hoy es el hombre y mañana no parece.

En quitándolo de la vista, presto se va también de la memoria.

¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente y no se cuida de lo por venir!

Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.

Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte.

Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.

Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana?

Mañana es día incierto, ¿y qué sabes si amanecerás mañana?

¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos?

¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda; antes muchas veces añade pecados.

¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!

Muchos cuentan los años de su conversión, pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda.

Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir mucho.

Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.

Si has visto alguna vez morir un a hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar.

Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche; y cuando fuere de noche, no te atrevas a prometerte la mañana.

Por eso, estáte siempre prevenido y vive de tal manera que nunca te halle la muerte inadvertido.

Muchos mueren de repente, porque «en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del Hombre» (Lc 12,40).

Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada y te dolerás mucho de haber sido tan negligente y perezoso.

¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo cual desea que lo halle Dios en la muerte!

Porque el perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la observancia, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, la abnegación de sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor deCristo, aran confianza te darán de morir felizmente.

Muchas cosas buenas puedes hacer cuando estás sano, pero, cuando enfermo, no sé qué podrás. Pocos se enmiendan en la enfermedad, y los que andan en muchas romerías, tarde se santifican.

No confíes en amigos ni en vecinos, ni dilates para después tu salvación, porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres.

Mejor es ahora, con tiempo, prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el socorro de otros.

S¡ tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después?

Ahora es el tiempo muy precioso; «ahora son los días de salud; ahora es el tiempo aceptable» (2 Cor 6,2).

Pero, ¡ay dolor!, que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él ganar con qué vivir eternamente.

Vendrá cuando desearías un día o una hora para enmendarle, y no sé si te será concedida.

¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar y de cuan grave espanto salir si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado para ella!

Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer.

Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo.

Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo.

Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, para que entonces puedas tener confianza cierta.

¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro?

¡Cuántos se han engañado y han sido separados del cuerpo cuando no lo esperaban!

¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de lo alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedo pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a mano de ladrones, y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente.

¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto?

Haz ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás; no sabes lo que te acaecerá después de la muerte.

Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales.

Nada pienses fuera de tu salvación y cuida solamente de las cosas de Dios.

«Granjéate ahora amigos», venerando a los santos de Dios e imitando sus obras, «para que cuando salieres» de esta vida «te reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

Trátase como huésped y peregrino sobre la tierra a quien no le va nada en los negocios del mundo.

Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí «no tienes domicilio permanente» (Heb 13,14) (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, I, 23).

 

 

 

Día 5

Lunes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 11,4b-15

4 En aquellos días, los israelitas se pusieron a llorar diciendo: -¡Ojalá tuviéramos carne para comer!

5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos y melones, de los puerros, cebollas y ajos!

6 y ahora languidecemos, pues sólo vemos maná.

7 El maná era como la semilla del coriandro, y su color, como el del bedelio.

8 El pueblo se esparcía para recogerlo, y lo molían en molinos o lo machacaban en el almirez. Después lo cocían en una caldera y hacían tortas que sabían a pasta amasada con aceite.

9 Cuando el rocío caía sobre el campo por la noche, caía sobre él el maná.

10 Oyó Moisés cómo el pueblo se quejaba, reunido por familias a las puertas de las tiendas, provocando gravemente la ira del Señor, y muy contrariado se dirigió al Señor diciendo:

11 -¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu confianza y echas sobre mí la carga de todo este pueblo?

12 ¿Acaso lo he concebido yo o lo he dado a luz para que me digas: «Llévalo sobre tu regazo como lleva la nodriza a su criatura y condúcelo hacia la tierra que prometí a sus padres?

13 ¿Dónde puedo yo encontrar carne para todo este pueblo, que  viene a mí llorando y me dice: «Danos carne para comer»?.

14 Yo solo no puedo soportar a este pueblo; es demasiada carga para mí.

15 Si me vas a tratar así, prefiero morir. Pero si todavía gozo de tu confianza, pon fin a mi aflicción.

 

**• Reemprendemos el camino de Israel por el desierto. El pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, está cansado. No ha llegado aún a la tierra prometida. El desierto se convierte en el lugar de la tentación y de la prueba, de la murmuración y de la revuelta. Más que tener la mirada puesta en la salvación obtenida y en el don recibido de Dios, mira hacia atrás con nostalgia, hasta adoptar la inverosímil actitud de añorar los alimentos que comían en Egipto. ¡Mejor esclavos en Egipto que libres en el desierto con el maná de Dios! Un alimento ligero que sabía a pasta amasada con aceite y no llenaba el estómago; un pueblo descontento, prácticamente incapaz de reconocer los dones de Dios: la libertad y el alimento que viene del cielo.

Y con el pueblo, precisamente porque está ligado visceralmente a su destino, aparece la profunda crisis de Moisés, el caudillo decepcionado por su gente, que se queja a Dios. Es la suerte del mediador que debe identificarse con el destino de su pueblo y permanecer fiel a su Dios. La oración de Moisés, que anticipa los lamentos del salmista y de los profetas, es significativa también por su realismo. El amigo de Dios también puede enfadarse con él. Y es que el pueblo es del Señor, no de Moisés. Por esa razón, el audaz lamento del caudillo de Israel pone en tela de juicio, como una razón extrema, la fidelidad paterna y materna de Dios. Moisés le pide a Dios, de una manera indirecta, que sea padre y madre del pueblo que ha engendrado.

 

Evangelio: Mateo 14,22-36

En aquel tiempo, después de haber saciado a la muchedumbre,

22 Jesús mandó a sus discípulos que subieran a la barca y fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo.

24 La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían: -Es un fantasma. Y se pusieron a gritar de miedo.

27 Pero Jesús les dijo en seguida: -¡Animo! Soy yo, no temáis.

28 Pedro le respondió: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

29 Jesús le dijo: -Ven. Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús.

30 Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: -¡Señor, sálvame!

31 Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: -¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

32 Subieron a la barca, y el viento se calmó.

33 Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo: -Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

34 Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret.

35 Al reconocerlo los hombres del lugar, propagaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron todos los enfermos.

36 Le suplicaban que les dejara tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que la tocaban quedaban sanos.

 

*• El evangelio de hoy nos presenta otra jornada de la vida de Jesús. En este pasaje se narran aspectos de su vida diaria que la tradición sinóptica ha recogido. Nos referimos a los momentos de oración y de soledad que pueblan la vida del Maestro. «Después de despedirla [a la muchedumbre], subió al monte para orar a solas. Al llegarla noche estaba allí solo» (v. 23). La semejanza con la perícopa referida a Moisés, como orante y amigo de Dios, nos sugiere la aproximación de ambos personajes.

Ahora bien, aquí se trata de Jesús; no de un amigo, sino del Hijo mismo orando. Una oración intensa, que dura toda una noche. Un fragmento paralelo de Lucas (6,12), en el que se alude a que Jesús pasó una noche en oración antes de la elección de los discípulos, confirma esta costumbre del Señor, una costumbre que despertaba admiración en los discípulos.

Sobre el fondo de esta presentación del Maestro, que vive el misterio de su relación orante con Dios, se manifiesta asimismo su trascendencia divino-humana, caminando sobre las aguas. Las palabras del Maestro tranquilizan a los discípulos, que están llenos de miedo. El instintivo Pedro, acostumbrado a su mar de Galilea, quiere caminar sobre las aguas como Jesús. Prueba a hacerlo, pero está a punto de hundirse. El miedo a la muerte hace brotar de él una oración sentida y profunda, una oración en la que implora la salvación: «¡Señor, sálvame!» (v. 30). Con su reacción, Jesús, que reprocha a Pedro su miedo y denuncia su falta de fe (v. 31), se presenta a nuestros ojos como Salvador, a la luz de la revelación de su superioridad divina.

 

MEDITATIO

Los dos fragmentos de la Escritura ponen el acento en la presencia y en la intervención de Dios en la vida cotidiana. Es una presencia fuerte, que podríamos definir muy bien como teofánica, «manifestadora de Dios».

Una presencia majestuosa en la que nos demuestra que él se encuentra situado en el centro de la vida y de la historia y que le alcanzamos, siempre a una equidistancia entre su presencia y su trascendencia, a través del diálogo de la oración. Moisés aparece, en la primera lectura, como el confidente de Dios. La tienda aparece como el lugar visible donde Dios viene al encuentro de su pueblo y se deja encontrar. El Dios afable, dialogante, que toma la defensa de Moisés, manifiesta también su calidad de Dios amigo, dispuesto a defender a su elegido. Y también solícito a la hora de escuchar su oración.

Jesús, el Hijo predilecto, más grande que Moisés, es también un orante; más aún, es el lugar de la oración, la nueva tienda del encuentro donde Dios se hace presente, el nuevo templo donde Dios se reúne con los hombres. Jesús, mientras ora durante la noche, se convierte en la tienda del encuentro, misteriosamente iluminada por la columna de nube, por la gloria del Señor. Una gloria que le envuelve, aunque sea en pocos momentos -como en la Transfiguración-, y en la que se manifiesta

a los ojos de sus discípulos en toda su grandeza. El Jesús que camina sobre las aguas es el Dios del éxodo liberador, el Creador que domina sobre su criatura. Y es también el Dios que se manifiesta con el realismo de un hombre, no de un fantasma, a pesar del estupor que despierta verle caminar sobre las aguas del lago. De ahí que Jesús, ante esta revelación, pida fe en él, confianza en su persona. En la oración de Moisés se manifiesta nuestra oración de intercesión, que nos hace amigos y confidentes. En la oración de Pedro se manifiesta nuestra necesidad de salvación.

 

ORATIO

Señor, nos gustaría vivir en tu presencia, como Moisés, tu siervo amigo; como Jesús, tú Hijo amadísimo. Sabemos que, para Moisés, la tienda era el lugar del encuentro.

Mas para Jesús, también el cosmos era la tienda cubierta por la bóveda celeste, iluminada por las estrellas brillantes, lugar de la presencia de nuestro inmenso Padre y Creador.

Concédenos experimentar en la oración, prolongada también algunas veces durante la noche, tu viva participación en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana; concédenos sentir que siempre estás despierto para escuchar y acoger nuestra súplica. Queremos ser como Moisés, que hablaba contigo como un amigo habla con su amigo. Más aún, como Jesús, inmerso en tu corazón de Padre.

Concédenos la sabiduría de una oración de súplica como la de Pedro: «¡Señor, sálvame!». Pero también la generosa intercesión de la oración de Moisés por todas aquellas personas a las que amamos y queremos que se salven en el cuerpo y en el espíritu: «¡Oh Dios, sánalas, por favor!».

 

CONTEMPLATIO

Y Jesús subió a la montaña, a orar en un lugar apartado. ¿A orar por quién? Por las muchedumbres, a fin de que, después de haber comido los panes de la bendición, no hicieran nada contrario a la despedida que habían recibido de Jesús; y también por los discípulos, a fin de que, obligados por él a subir a la barca y a precederle en la orilla opuesta, no tuvieran que sufrir ningún mal en el mar, ni por parte de las olas que sacudían la barca, ni por parte del viento contrario.

Y me atrevería a decir que, gracias a la oración de Jesús, dirigida al Padre por sus discípulos, éstos no sufrieron ningún mal, a pesar de la furia del mar, de las olas y del viento que soplaba en contra suya [...]. Si un día tenemos que debatirnos en medio de pruebas ineludibles, recordemos que fue Jesús quien nos obligó a subir a la barca porque quería que le precediéramos en la otra orilla. No es posible, en efecto, llegar a la otra orilla sin sostener las pruebas de las olas y de los vientos contrarios. Después, cuando nos veamos rodeados de muchas y penosas dificultades y estemos cansados de navegar entre ellas durante tanto trecho con nuestras modestas fuerzas, deberemos pensar que nuestra barca está, precisamente en ese momento, en medio del mar, agitada por olas que quieren hacernos naufragar en la fe o en cualquier otra virtud [...]. Y cuando veamos que se nos aparece el Logos, nos sentiremos turbados hasta que hayamos comprendido claramente que el Salvador ha venido a nosotros [...].

Él nos hablará enseguida y nos dirá: «¡Animo! Soy yo, no temáis». Inmediatamente después, mientras Pedro esté todavía hablando y diciendo: «¡Señor, sálvame!», el Logos extenderá su mano, le ayudará, lo cogerá en el momento en que empieza a hundirse y le reprenderá por su poca fe y por haber dudado. Con todo, observa que no dice: «Incrédulo», sino: «¡Hombre de poca fe!», y que añade también: «¿Por qué has dudado y, aun teniendo la fe, te has inclinado hacia el lado contrario? (Orígenes, Commento al vangelo di Matteo I, Roma 1998, pp. 194-197, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Practicamos con una gran frecuencia la intercesión; oramos por nuestros padres, por aquellos que nos aman. Sin embargo, nuestra intercesión se limita, con excesiva frecuencia, a una llamada dirigida a Dios, aunque se trate de una llamada afligida y sincera: «¡Mira, Señor!», «¡Señor, ten piedad!», «¡Señor, ayúdanos! ¡Ven en ayuda de los que están necesitados!» [...]. Lo que hacemos es una especie de recordatorio, dirigido a Dios, de lo que sigue siendo imperfecto en este mundo. Pero ¿cuántas veces estamos dispuestos a hablar como hace Isaías cuando oye preguntar a Dios: «¿A quién enviaré?» (Is 6,8)? ¿Cuántas veces estamos dispuestos a levantarnos y a decir: «Aquí estoy, Señor, envíame»? Sólo de este modo puede convertirse nuestra intercesión en lo que es por naturaleza.

Interceder no quiere decir hablar al Señor en favor de aquellos que se encuentran en necesidad; significa dar un paso, un paso que nos lleva al corazón mismo de una situación, que nos leva allí de una manera definitiva y hace que no podamos echarnos atrás de ninguna manera, porque ahora nos hemos entregado y pertenecemos a esta situación. En una situación de máxima tensión, el corazón es el punto donde el choque se vuelve más violento y el tormento más cruel: ahí es donde se sitúa el acto de intercesión. Todo compromiso que se vuelve intercesión implica una solidaridad de la que ya no queremos prescindir.

Esta solidaridad la encontramos en Dios: él se compromete en el mismo instante en que nos llama con su Palabra a la existencia, sabiendo que le abandonaremos, que le perderemos y que será él quien deba encontrarnos de nuevo no allí donde él está, sino allí donde nos encontremos nosotros, con todo lo que eso implica (de una conferencia del metropolita A. Bloom, citado en E. Bianchi [ed.], Letture per ogni giorno, Leumann 1980, pp. 412ss).

 

 

Día 6

Transfiguración del Señor (6 de agosto)

 

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también en la Iglesia romana, pero no fue  introducida oficialmente hasta el año 1457, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y ví venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

*•• Al profeta se le revela, en una visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez humana se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente {cf. v. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el «Anciano» confía a la obra de un misterioso «Hijo de hombre» que viene sobre las nubes (vv. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste.

Ya no se trata del Mesías davídico esperado para restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo del hombre inaugurará un Reino que, aunque se inserta en el tiempo, «no es de este mundo» (Jn 18,36).

Éste triunfará al final sobre los imperialismos mundanos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a menudo en su predicación y, en particular, en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a morir en la cruz.

 Evangelio:  Mateo 17,1-9

En aquel tiempo,

1 tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a un monte alto a solas.

2 Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

3 En esto, vieron a Moisés y a Elías que conversaban con Jesús.

4 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres hago tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

5 Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo.

6 Al oír esto, los discípulos cayeron de bruces, aterrados de miedo.

7 Jesús se acercó, los tocó y les dijo: -Levantaos, no tengáis miedo.

8 Al levantar la vista no vieron a nadie más que a Jesús.

9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

 

*» Mateo conecta la transfiguración con la promesa que hace Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey» (16,28). La promesa se cumple, al menos como prenda, «seis días después» (17,1). La transfiguración viene a confirmar así la fe de los apóstoles expresada por Pedro en Cesárea de Filipo (16,16), y a superar su oposición a la perspectiva de la pasión predicha por Jesús. Éste pide a quien quiera seguirle la participación en sus sufrimientos (16,21-27). El desenlace del camino es, no obstante, glorioso, y este acontecimiento extraordinario lo prueba. Pedro, Santiago y Juan pueden ver con sus propios ojos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre glorioso, que concluirá la historia inaugurando el Reino de Dios. Pueden constatar que, en Jesús, llegan a su cumplimiento las expectativas de Israel: junto a él aparecen Moisés y Elías, testigos privilegiados de Dios en el Sinaí, que han forjado y sostenido la fe del pueblo.

Mientras la nube luminosa de la presencia de YHWH envuelve a los presentes, una voz revela la identidad absolutamente única e incomparable de Jesús. La invitación a escucharle es así extraordinariamente comprometedora: la palabra del Hijo predilecto será más vinculante que las palabras de la Ley de Moisés, más penetrante que las palabras de los profetas que invitan a la conversión... En efecto, Mateo presenta aquí a Jesús como el nuevo Moisés que asciende al monte a encontrarse con Dios: Moisés recibe la llamada a entrar en la nube «tras seis días de espera» (Ex 24,15-18a) y, tras haber hablado con Dios, la piel del rostro se le vuelve radiante (Ex 34,28-35). Se comprende bien así el sagrado temor de los apóstoles frente a esta teofanía que manifiesta a Jesús como el Revelador de Dios (v. 5), y cuya palabra es la ley perfecta y definitiva: «No vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8). Ahora bien, esta anticipación de la gloria del Maestro no debe hacer olvidar a los apóstoles el camino ya trazado: el Hijo del hombre atravesará las tinieblas de la muerte y será su radiante vencedor (v. 9).

 

MEDITATIO

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.

Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.

 

ORATIO

Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.

Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios.

Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.

 

CONTEMPLATIO

Antes de tu cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre, aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable».

Tú, Dios Verbo, que existes antes de los siglos, tú que te revistes de luz como de un manto, transfigurándote delante de tus discípulos, oh Verbo, refulgiste más que el sol. Estaban junto a ti Moisés y Elías, para indicar que eres el Señor de vivos y de muertos y para dar gloria a tu economía inefable, a tu misericordia y a tu gran condescendencia, por la que salvaste al mundo, que se perdía por el pecado.

Nacido de nube virginal y hecho carne, transfigurado en el monte Tabor,  Señor, y envuelto por la nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz del Padre te manifestó distintamente como Hijo amado, consustancial y reinante con él. De ahí que Pedro, lleno de estupor, exclamara: «¡Qué bien estamos aquí!», sin saber lo que decía, oh misericordiosísimo Benefactor (Anthologhion di tutto l'anno, Roma 2000, IV, pp. 871ss).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «A tu luz vemos la luz» (Sal 35,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997).

 

Día 7

Miércoles de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 13,l-3a.25b-14,l-26-30ss

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Moisés:

2 -Envía a algunos hombres, un jefe de cada tribu, para que exploren la tierra de Canaán que voy a dar a los israelitas.

3 Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor. 25 A los cuarenta días regresaron los exploradores de la tierra.

26 Se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de los israelitas en el desierto de Farán, en Cades; les informaron detalladamente y les mostraron los frutos de la tierra.

27 Éste fue su informe: -Fuimos a la tierra a la que nos enviasteis. Es una tierra que mana leche y miel; fijaos en sus frutos.

28 Pero el pueblo que la habita es fuerte y las ciudades están fortificadas y son grandes; hemos visto, incluso, descendientes de Anac.

29 Los amalecitas ocupan el desierto del Négueb; los hititas, los jobuseos y los amorreos habitan la montaña; y los cananeos, la costa y la ribera del Jordán.

30 Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés diciendo: -Iremos a conquistarla, pues somos capaces de ello.

31 Pero los que habían ido decían: -No podemos combatir contra ese pueblo; es más fuerte que nosotros.

32 Y empezaron a hablar mal entre los israelitas de la tierra que habían explorado diciendo: -La tierra que hemos explorado devora a sus habitantes. Los hombres que hemos visto son de gran estatura.

33 Hemos visto gigantes, descendientes de Anac. Nosotros a su lado parecíamos saltamontes, y así nos veían ellos.

14,1 Entonces toda la comunidad empezó a gritar, y el pueblo se pasó la noche llorando.

26  El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

27 -He oído las murmuraciones de los israelitas, ¿hasta cuándo tendré que soportar a esta comunidad malvada que murmura contra mí?

28 Respóndeles: Por mi vida, Palabra del Señor, que os trataré como merecen vuestras murmuraciones.

29 En este desierto caerán los cadáveres de todos los mayores de veinte años que fuisteis registrados y habéis murmurado contra mí.

30 Ninguno de vosotros entrará en la tierra en la que había jurado estableceros con mi poder; sólo entrarán Caleb, hijo de Jefoné, y Josué, hijo de Nun.

31 Cargaréis con vuestra culpa durante cuarenta años, es decir, tantos como días estuvisteis explorando la tierra: año por día. Sabréis por experiencia lo que significa haberos alejado de mí.

32 Yo, el Señor, lo he dicho. Así trataré yo a esta comunidad perversa que se ha confabulado contra mí.

 

**• La forma fragmentaria con la que el leccionario nos presenta este pasaje nos invita a una lectura personal de toda la perícopa bíblica. Se trata de una perícopa compuesta de diferentes tradiciones y que presenta algunas contradicciones con el conjunto de los textos paralelos. Sobresalen aquí cuatro momentos: el envío de representantes de las doce tribus de Israel, por parte de Moisés, para que exploren la tierra prometida y la realización del mandato; la vuelta de los exploradores que traen los frutos de la tierra prometida y el relato de los mismos; el miedo del pueblo a causa de los aspectos negativos y exagerados relacionados con los habitantes de la tierra de Canaán y sus ciudades (tendrán que enfrentarse con hombres fuertes y con ciudades fortificadas, elementos que desaniman al pueblo a seguir su marcha hacia adelante); el lamento del pueblo y la nuevas nostalgias de la tierra de Egipto, con la consiguiente falta de confianza en Dios y en sus promesas.

En medio de las contradicciones, Moisés mantiene su fidelidad al Señor, señala al pueblo la tierra prometida y sus frutos, y pronuncia las palabras-clave de este relato -no incluidas en la lectura propuesta por el leccionario-, unas palabras que suponen una exhortación a la confianza basada en la fidelidad de Dios: «El Señor está de nuestra parte; él nos hará entrar en ella y nos la dará; es una tierra que mana leche y miel. No os rebeléis contra el Señor ni temáis a los habitantes de esa tierra, pues serán para nosotros pan comido. Ellos se han quedado sin defensa, y con nosotros está el Señor; no los temáis» (Nm 14,8ss). En estas palabras se manifiesta toda la confianza de Moisés en la fidelidad de Dios, capaz de vencer todo temor ante el oscuro panorama descrito por los exploradores, a pesar de la apetecible conquista de aquel territorio por los magníficos frutos que produce; un territorio presentado como una «tierra que mana leche y miel», la fórmula clásica para describir la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 15,21-28

En aquel tiempo,

21 Jesús se marchó de allí y se retiró a la región de Tiro y Sidón.

22 En esto, una mujer cananea venida de aquellos contornos se puso a gritar: -Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.

23 Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían: -Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.

24 Él respondió: -Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

25 Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó: -¡Señor, socórreme!

26 Él respondió: -No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos. Ella replicó:

27 -Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

28 Entonces Jesús le dijo: -¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides. Y desde aquel momento quedó curada su hija.

 

**• El fragmento evangélico que hemos leído prolonga la visión de la predicación de Jesús y de sus destinatarios, dirigida a una tierra prometida que se encuentra más allá de los confines de la nación y de los habitantes que hasta ahora han escuchado la voz de Jesús. Tiro y Sidón están situadas en los confines de Galilea, más allá de la frontera que hoy recibe el nombre de Rash-en-Naqura, en la frontera entre Israel y el Líbano. Es tierra de paganos, de fenicios. Jesús se desplaza hacia el norte, buscando tal vez un momento de distensión y de descanso tras el intenso ritmo de la predicación en Galilea. Se trata de un desplazamiento simbólico que anuncia la universalidad de la salvación. El encuentro con la mujer cananea, en este marco general, constituye un episodio emblemático. Es un encuentro entre un rabí y una mujer, una mujer que, por añadidura, es pagana. La actitud del Maestro expresa, al comienzo, la distancia y la desconfianza normal entre el pueblo elegido y los pueblos paganos. La insistente petición de la mujer cananea, absolutamente preocupada por la salud física y psíquica de su hija, expresa afecto materno y, al mismo tiempo, confianza en Jesús.

A las tres intensas imploraciones de la mujer le siguen tres actitudes de distanciamiento por parte de Jesús, actitudes casi incomprensibles para nosotros, a no ser por su alcance pedagógico. A la invocación de la mujer: «Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David» (v. 22), Jesús no le responde ni con una palabra. Al segundo intento insistente de mediación por parte de los discípulos sólo le responde con un rechazo que acentúa las distancias entre Israel y los demás pueblos (w. 23b-24). A la renovada petición de la cananea, que se postra ante Jesús, le corresponde una respuesta dura y enigmática: «No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos» (v. 26). Sin embargo, el instinto materno capta en el duro lenguaje empleado por Jesús una rendija de esperanza, y transforma la objeción del Maestro en una razón ineludible para obligarle a hacer el milagro: «También los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos» (v. 27). Su fe ha quedado probada. Ha superado el examen de amor. «¡Mujer, qué grande es tu fe!» (v. 28). El Reino de Dios se dilata con el amor de aquellos que han acogido, acogen y acogerán a Jesús más allá de todo límite terreno.

 

MEDITATIO

Los dos fragmentos de la Escritura que nos presenta la liturgia de hoy nos ofrecen la posibilidad de meditar sobre algunos aspectos de la realidad de nuestro Dios: su fidelidad y nuestra confianza. Dios es fiel a sus promesas; más aún, a fin de que no esperemos al último momento para ser confirmados en las pruebas por parte de su fidelidad, Dios anticipa en nuestra vida el goce de los bienes prometidos. Del mismo modo que los israelitas, cuando todavía estaban en el árido desierto, pudieron gozar de los frutos de la tierra prometida, gracias a los exploradores que confirmaron la verdad de las promesas de Dios, también con nosotros se muestra el Señor espléndido en sus dones definitivos y nos los hace probar de manera anticipada. Tenemos las primicias y la prenda de nuestra esperanza ya en este mundo. Sin embargo, todavía no hemos llegado a la meta; queda margen para la esperanza, puesto que los bienes prometidos no los poseemos plenamente, y delante de nosotros se presenta todavía un arduo camino, lleno de asechanzas y dificultades.

La confianza ilimitada de la cananea, la mujer extranjera que se confía a Jesús y desafía con su decidida perseverancia al corazón del Maestro, también supone para nosotros un motivo de ánimo. Dios espera de nosotros que mostremos una gran esperanza en él. Las primeras respuestas, aunque no sean definitivas, son ya un camino propedéutico para atrevernos a más. También las pruebas ahondan en nosotros el verdadero sentido de la confianza y purifican las motivaciones egoístas de nuestras preguntas, para convertirse en preguntas de salvación.

 

ORATIO

Señor, a menudo, en la experiencia cotidiana de nuestra vida, tenemos necesidad de saborear los frutos que nos tienes prometidos, de tener un anticipo de los signos de tu presencia en nuestra vida. En un mundo que se nos presenta todavía hoy frecuentemente como un desierto y no nos permite vislumbrar la tierra prometida, como un desierto vacío de tu presencia, hostil al mismo Evangelio, tenemos necesidad de alguna prueba efectiva de que estás con nosotros. Con todo, sabemos que «la esperanza no defrauda», porque tú mismo has infundido en nuestro corazón el Espíritu Santo, que es prenda de los bienes futuros.

Concédenos creer constantemente en tu amor, un amor que se revela siempre más grande que nuestro corazón. Haz que nuestro deseo engendre una fe más grande, como la fe de la mujer cananea, a la que tú mismo reconociste con admiración como merecedora del don que había implorado. Que también la prueba suponga para nosotros un motivo de esperanza y el incomprensible rechazo de nuestras oraciones por tu parte sea un motivo de purificación y de renovada audacia en nuestro creer en tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Muchas veces he pensado si, como el sol estándose en el Cielo, que sus rayos tienen tanta fuerza que no mudándose él de allí de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que son una misma cosa, como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto, con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de Justicia, alguna parte superior salir sobre sí misma. En fin, yo no sé lo que digo, lo que es verdad es que con la presteza que sale la pelota de un arcabuz cuando le ponen el fuego, se levanta en lo interior un vuelo, que yo no sé otro nombre que le poner, que, aunque no hace ruido, se hace movimiento tan claro que no puede ser antojo en ninguna manera; y muy fuera de sí misma, a todo lo que puede entender, se le muestran grandes cosas; y cuando torna a sentirse en sí, es con tan grandes ganancias y teniendo en tan poco todas las cosas de la tierra, para en comparación de las que ha visto, que le parecen basura; y desde ahí adelante vive en ella con harta pena, y no ve cosa de las que le solían parecer bien que no le haga dársele nada de ella. Parece que le ha querido el Señor mostrar algo de la tierra adonde ha de ir, como llevaron señas los que enviaron a la tierra de promisión los del pueblo de Israel, para que pase los trabajos de este camino tan trabajoso, sabiendo adonde ha de ir a descansar.

Aunque cosa que pasa tan de presto no os parecerá de mucho provecho, son tan grandes los que deja en el alma que si no es por quien pasa no se sabrá entender su valor. Por donde se ve bien no ser cosa del Demonio; que de la propia imaginación es imposible, ni el Demonio podría representar cosas que tanta operación y paz y sosiego y aprovechamiento dejan en el alma, en especial tres cosas muy en subido grado: conocimiento de la grandeza de Dios, porque mientras más cosas viéremos de ella, más se nos da a entender: propio conocimiento y humildad de ver cómo cosa tan baja, en comparación del Criador de tantas grande/as, la ha osado ofender, ni osa mirarle; la tercera, tener en muy poco todas las cosas de la tierra, si no fueren las que puede aplicar para servicio de tan gran Dios (Teresa de Avila, «Moradas del castillo interior», VI, 5,9-10, en Obra completa de santa Teresa de Jesús, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 91998, pp. 542-543).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis» (Mt 7,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es preciso pasar a través del desierto y morar en él para recibir la gracia de Dios; es allí donde nos vaciamos, donde expulsamos de nosotros todo lo que no es Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejarle todo el sitio a Dios. Los judíos atravesaron el desierto. Moisés vivió en él antes de recibir su misión. San Pablo, cuando salió de Damasco, fue a pasar tres años en Arabia. También san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon en el desierto. Es indispensable [...]. Es un tiempo de gracia. Es un período a través del que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto [...]. Le hacen falta este silencio, este recogimiento y este olvido de todo lo creado en medio de los cuales pone Dios en el alma su Reino y forma en ella el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios a través de la fe, de la esperanza, de la caridad [...]. Los frutos que pueda producir el alma más tarde serán exactamente proporcionales a la medida en que se haya formado en ella el nombre interior (Ch. de Foucauld, Opere spirítuali, Milán 1960, p. 761, passim [edición española: Obras espirituales, Ediciones San Pablo, Madrid 1998]).

 

Día 8

 

Santo Domingo de Guzmán

 

Nació en Caleruega (Burgos), en España, en 1172. Hacia 1196 se convirtió en canónigo del capítulo de la catedral de El Burgo de Osma (Soria). Acompañó al obispo Diego en una importante misión por el norte de Europa. Al pasar por el sur de Francia, vio claramente el daño que la herejía cátara estaba haciendo entre los fieles y maduró el designio de reunir a algunas personas que se dedicaran a la evangelización a través de la predicación pobre, estable y organizada del Evangelio.

Este proyecto, aprobado por vez primera por Inocencio III, fue reconocido definitivamente por Honorio III el 22 de diciembre de 1216. Este último llamó «Hermanos Predicadores» a sus miembros. Domingo diseminó de inmediato a los hermanos que le siguieron por las regiones más remotas de Europa. Solía decir: «No es bueno que el grano se amontone y se pudra».

Precisó en dos congregaciones generales los fundamentos y los elementos arquitectónicos de su familia religiosa: vida en común pobre y obediente, la oración litúrgica, el estudio asiduo de la Verdad ordenado a la predicación, entendida como contemplación en voz alta, participación en la misión propia de la Iglesia, sobre todo en las tierras todavía no  evangelizadas.

Hombre genial, sabio, misericordioso, era «tierno como una madre y fuerte como el diamante» (Lacordaire). Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221. Gregorio IX lo canonizó el 3 de julio de 1234.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Números 20,1-13

En aquellos días,

1 la comunidad de Israel en su totalidad llegó al desierto de Sin el primer mes, y el pueblo acampó en Cades. Allí murió María, y allí fue sepultada.

2 No había agua para la comunidad, y ésta se amotinó contra Moisés y Aarón.

3 El pueblo se quejaba contra Moisés diciendo: -¡Ojalá hubiéramos muerto con nuestros hermanos ante el Señor!

4 ¿Por qué habéis traído a la asamblea del Señor a este desierto, para que muramos nosotros y nuestros ganados?

5 ¿Por qué nos sacasteis de Egipto para traernos a este lugar maldito, donde no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni ganados, ni siquiera agua para beber?

6 Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad hacia la entrada de la tienda del encuentro. Cayeron rostro a tierra y se les manifestó la gloria del Señor.

7 El Señor dijo a Moisés:

8 -Toma el bastón y reúne a la comunidad. Cuando esté reunida, ordenad a la roca tú y tu hermano Aarón que dé agua, y harás brotar para ellos agua de la roca, y les darás de beber a ellos y a sus ganados.

9 Moisés tomó el bastón que estaba ante el Señor, como él le había ordenado,

10 convocó, junto con Aarón, a la comunidad delante de la roca y les dijo:

-¡Oíd, rebeldes! ¿Podremos nosotros hacer brotar agua de esta roca?

11 Entonces Moisés alzó el brazo y golpeó dos veces la roca con el bastón. Brotaron de ella aguas en abundancia, y bebieron todos, junto con sus ganados.

12 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: -Por no haber creído en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no seréis vosotros quienes introduzcan a este pueblo en la tierra que yo le doy.

13 Éstas son las aguas de Meribá (es decir, de la Querella), donde los israelitas se querellaron con el Señor y él les mostró su santidad.

 

*•• Prosiguiendo el camino del pueblo de Israel por el desierto, según la narración sacerdotal del libro de los Números, nos encontramos con un conocido episodio del que también se habla en Ex 17,1-17. Es diferente el lugar: aquí se trata de Cades, donde fue sepultada María; según la versión del libro del Éxodo, fue Masa y Meribá, literalmente el lugar de la murmuración y de la prueba. Los dos caudillos, Moisés y Aarón, tienen que vérselas con las murmuraciones del pueblo: esta vez, después de aquella otra relacionada con el maná, la murmuración está relacionada con la subsistencia del pueblo por la falta de agua, cosa obvia en el largo trayecto que recorrieron por el desierto. De nuevo aparecen lamentaciones y maldiciones, la insoportable acusación contra los dos jefes que les llevaron al desierto, aunque en realidad la protesta va dirigida contra YHWH.

También esta vez se dirigen Moisés y Aarón al Señor, presente en la tienda del encuentro, lugar visible de la presencia y la proximidad de Dios. También esta vez el Dios condescendiente y compañero de viaje ofrece un remedio milagroso a la sequía: ordena a Moisés que golpee la roca con el bastón y brota de ella agua en abundancia tanto para el pueblo como para el ganado. Pero, esta vez, al episodio de Ex 17,1-17 se le añade un detalle: la duda de Moisés y de Aarón al ejecutar la orden del Señor (aunque el texto no lo diga de una manera explícita).

Se habla, en efecto, del castigo por su incredulidad y se anticipa ahora la suerte futura de Moisés y de Aarón: no entrarán en la tierra prometida. La conclusión de este episodio, señalada por el texto en el v. 13, es importante: los israelitas se han atrevido a contender con su Dios, pero éste es un Dios santo y fiel.

Pablo recuerda la lección enlazando el episodio del maná y el del agua de la roca, y los aplica a la vida cristiana: «Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual; [...] Sin embargo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios y fueron por ello aniquilados en el desierto» (1 Cor 10,3-5). Se trata de una invitación a permanecer fieles al Señor hasta el final.

 

Evangelio: Mateo 16,13-23

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: -Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

23 Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: -¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

 

**• Este fragmento evangélico contiene el conocido e importante texto de la confesión de Pedro. Se desarrolla en cuatro momentos, con una fuerte tensión entre ellos. El primero está constituido por la pregunta de Jesús; el segundo, por las respuestas de los apóstoles y de Pedro, que se erige en portavoz de los discípulos con su acto de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. Viene, a continuación, la solemne promesa hecha a Pedro y, en él, a quien le suceda a la cabeza de la Iglesia. Todo concluye con un episodio de lo más enigmático: al oír las palabras de Jesús referentes a su suerte futura, Pedro, al que poco antes Jesús le había dirigido palabras de revelación de gran honor y responsabilidad, quiere disuadir al Maestro de ese destino y recibe de éste un reproche con palabras duras: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo» (v. 23).

He aquí algunas indicaciones para realizar una lectura fructuosa de este conocido pasaje. El marco en el que se desarrolla este episodio es, según muchos exégetas, Banias, lugar situado en las fuentes del Jordán, donde se encuentra una gran roca, evocada por Jesús en la frase que dirige a Pedro. Este último aparece aquí, tal como ocurre en otros episodios del evangelio, como el «corifeo», como el portavoz de la fe de los apóstoles. Las palabras de la confesión son esenciales, y contienen los títulos de Jesús: Mesías e Hijo de Dios (cf. v. 16). Las palabras de la respuesta de Jesús, que son fruto de la gracia del Padre, son solemnes: expresan el aprecio de la confesión del jefe de los discípulos y el cambio del nombre: de piedra, «Pedro». Y, sobre todo, contienen una serie de promesas expresadas con palabras constitutivas: sobre Pedro y sobre la roca de su fe edifica Jesús la casa, el templo de su asamblea o Iglesia (qahal en hebreo, ekklesía en griego). Hay aquí una referencia al nuevo templo {«edificaré»: v. 18) donde se reúne la nueva asamblea del Señor. Por consiguiente, Pedro es el fundamento y centro de la unidad y la comunión. Ahora bien, Pedro, a su vez, tiene como fundamento a Cristo, pues es Cristo el centro de la comunión eclesial.

El teólogo ortodoxo S. Boulgakov, muy cercano a la Iglesia católica, decía de este texto que su significado pleno se encuentra en la Iglesia católica, y la única razón que garantiza de hecho la existencia de la Iglesia católica es este texto. Ahora bien, a Pedro, en su confesión de fe, Jesús le pide fidelidad y la aceptación de su destino de cruz y de gloria.

 

MEDITATIO

Domingo, fiel a la consigna del Señor, exigía que la predicación de sus hermanos brotara de la comunión en la verdad y de la contemplación. Pedía realizar la verdad, configurarse a ella en la vida y en el anuncio, no como se acostumbra a hacerlo en un lugar o en otro, sino como lo exige la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia. Quería que antepusieran la verdad a la oportunidad, de modo que la verdad amada, contemplada, celebrada, estudiada, anunciada, alabada, constituyera el marco de su vida.

La verdad tiene sus exigencias imprescindibles. Se abre camino por convencimiento, no por constricción, y por eso exige una profunda comunión de vida, celebración ferviente de su belleza, asiduo estudio de sus expectativas, vida ejemplar. La convicción es fruto de una inteligencia amorosa y desemboca en el obrar por el deseo de semejanza con el ser amado. No pasa de una persona a otra; se engendra en cada persona que llega a ella bajo el estímulo de la palabra y del ejemplo. Esto hace, ciertamente, que el mensajero del Evangelio sea un mendicante de verdad, con todo el rigor del término.

La verdad que anuncia no es suya, no puede hacer lo que quiera con ella; implora que le sea dada, la admira, la estudia, la contempla, hace todo para que sea amada, realizada. Ora e implora a fin de que los corazones humanos no se cierren a la escucha, aunque sabe que esto deriva preponderantemente del consentimiento de la persona a la gracia. Cuando lo ha hecho todo se siente un siervo inútil y, junto a la persona que cree, alaba al Dios de la misericordia y de la luz. Esta orientación de vida ha sido traicionada con frecuencia. Los resultados negativos de esta omisión agudizan la nostalgia de que el anuncio del Evangelio se inspire siempre en el ejemplo de los apóstoles vivificados por el Espíritu y vaya acompañado por la imploración del perdón y de la misericordia.

 

ORATIO

En tu Providencia, oh Dios, enviaste a la humanidad sedienta a santo Domingo, heraldo de tu verdad, tomada de la fuente del Salvador. Sostenido siempre por la Madre de tu Hijo y abrasado de celo por las almas, asumió para sí y para sus discípulos, recogidos por el Espíritu Santo, el ministerio del Verbo, llevando a Cristo con la doctrina y con el ejemplo a innumerables hermanos.

Atento a hablar contigo y de ti, creció en la sabiduría y, haciendo brotar el apostolado de la contemplación, se consagró totalmente a la renovación de la Iglesia...

Para el esplendor y la defensa de la misma, quisiste que restableciera la vida de los apóstoles. Él, siguiendo las huellas del Cristo pobre, con la predicación volvió a llamar a los errantes a la verdad evangélica y conquistó para Cristo a innumerables hermanos; reunió con sabiduría en torno a sí a otros discípulos, a fin de que sostenidos por la luz de la ciencia se consagraran a la salvación de la humanidad (de los dos Prefacios del rito dominicano, que celebran la gloria de santo Domingo).

 

CONTEMPLATIO

[Habla Dios Padre:] Y si miras la barquilla de tu padre Domingo, hijito mío amado, él la ordenó con un orden perfecto y quiso que atendiera sólo a mi honor y a la salvación de las almas con la luz de la ciencia. Sobre esta luz quiso constituir su principio, sin estar privada, no obstante, de la pobreza verdadera y voluntaria. Incluso la tuvo, y en señal de que la tenía y le disgustaba lo contrario, dejó en testamento a los suyos como herencia su maldición, si poseían o tomaban posesión alguna, en particular o en general, como señal de que había elegido como esposa a la reina de la pobreza.

Sin embargo, como su objeto más propio tomó la luz de la ciencia, a fin de extirpar los errores que se habían levantado en aquel tiempo. Tomó el ministerio de mi Hijito el Verbo unigénito. Aparecía directamente en el mundo un apóstol que con mucha verdad y luz sembraba mi palabra, levantando las tinieblas y dando la luz. Fue una luz que se puso en el mundo por medio de María, puesto en el cuerpo místico de la santa Iglesia como extirpador de las herejías. ¿Por qué dije «por medio de María»? Porque le dio el hábito, el ministerio de mi bondad encomendado a ella... Hizo que su barquilla estuviera atada con estas tres cuerdas: la obediencia, la continencia y la verdadera pobreza; la hizo completamente generosa, alegre, olorosa: un jardín repleto de todo deleite en sí mismo (Catalina de Siena, Diálogo, Siena 1995, pp. 539ss [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día esta expresión gemidora de santo Domingo: «Ten piedad, Señor, de tu pueblo; si no, ¿qué será de los pecadores?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer modo de orar consistía en humillarse ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente, y no sólo a través del símbolo. Se comportaba así en conformidad al siguiente fragmento del libro de Judit: Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes (Jdt 9,1 ó). Por la humildad obtuvo la cananea cuanto deseaba (Mt 15,21-28), y lo mismo el hijo pródigo (Le 15,11-32). También se inspiraba en estas palabras: Yo no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8,8); Señor, ante ti me he humillado siempre (Sal 146,61). Y así, nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser, considerando su condición de siervo y la excelencia de Cristo. Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad.

Mandaba también a los frailes que se humillaran de este modo ante el misterio de la Santísima Trinidad, cuando se cantara el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. [...]

Después de esto, santo Domingo, ante el altar de la iglesia o en la sala capitular, se volvía hacia el crucifijo, lo miraba con suma atención y se arrodillaba una y otra vez; hacía muchas genuflexiones, a veces, tras el rezo de completas y hasta la media noche, ora se levantaba, ora se arrodillaba, como hacía el apóstol Santiago, o el leproso del evangelio que decía, hincado de rodillas: Señor, si quieres, puedes curarme (Mt 8,2); o como Esteban, que, arrodillado, clamaba con fuerte voz: No les tengas en cuenta este pecado (Hcfi7,60). El padre santo Domingo tenía una gran confianza en l a misericordia de Dios, en favor suyo,  en bien de todos los pecadores y en el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. [...] Enseñaba a los frailes a orar de esta misma manera, más con el ejemplo que con las palabras (I. Taurisano, / nove mod¡ di pregare di san Dominico, ASOP 1922, pp. 9óss).

 

Día 9

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

 

       Virgen de la Orden de las Carmelitas Descalzas y mártir,la cual, nacida y educada en la religión judía, después de haber enseñado filosofía con grandes dificultades, recibió por el bautismo la nueva vida en Cristo, prosiguiéndola bajo el velo de las vírgenes consagradas hasta que, en tiempo de un régimen hostil a la dignidad del hombre y de la fé, fue encarcelada lejos de su patria, y en el campo de exterminio de Auschwitz, cercano a Cracovia, en Polonia, murió en la cámara de gas

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

 

**• También esta parábola gira en torno al tema de la vigilancia, como confirma la invitación final: «Así pues, vigilad, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13). Sin embargo, ésta, en su procedimiento narrativo, contiene ciertas particularidades que la hacen única.

En primer lugar, el escenario nupcial: la fiesta por excelencia, en el Antiguo Oriente, es la que se celebra con ocasión de las bodas. En ella todo debe concurrir a comunicar el lenguaje de la alegría y de la vida. El banquete, las luces, los trajes, la música, las danzas y, no precisamente en último lugar, el cortejo nupcial que acompaña al esposo a lo largo del camino: todo está al servicio de los esposos, todo se hace en su honor. Sabemos por el evangelio que la falta de vino (cf. el episodio de las bodas de Cana: Jn 2,lss) podía representar un grave motivo de vergüenza y de vituperio para la familia recién constituida, pues era como decir que no estaba en condiciones de ocupar el puesto que se le había asignado en la comunidad.

No era anormal que el esposo se retrasara bastante; tal como discurren las cosas en Oriente, no es posible prever con certeza en estas ocasiones un tiempo para su llegada, y por eso era justificable el adormecimiento después de horas y horas de espera en el camino. Pero la luz de las lámparas debía permanecer encendida para salir al encuentro del esposo en el momento en que se señalara su presencia. Sólo las jóvenes sensatas estarán preparadas en el momento oportuno, mientras que las otras, al ver languidecer la luz de sus lámparas, no podrán hacer otra cosa que ir en busca de aceite, en un último intento desesperado... aunque inútil.

Llega el esposo, se forma el cortejo, entra en el banquete, se cierra la puerta. El llanto de las excluidas obtiene como respuesta un «os aseguro que no os conozco» (v. 12), expresión que subraya la distancia, la interrupción de las relaciones, la no comunión entre ellas y el esposo.

 

MEDITATIO

Lo que está en juego en una ceremonia nupcial es, en cierto modo, el equilibrio de toda una sociedad, la sociedad tradicional, con su división y respeto de los papeles asignados desde siempre. Ésa es la razón de que las jóvenes del cortejo nupcial que se olvidaron del aceite de reserva para las lámparas sean llamadas «necias»: han olvidado lo que está en juego, han despreciado el sentido del estar juntos.

También a los cristianos les acecha fuertemente el riesgo de perder de vista la meta, el fin del camino: la busca afanosa del éxito, la posesión de cosas, la satisfacción de las pasiones, todo lo que atrae a «nuestra carne» nos distrae e induce un sueño profundo en el alma. Hemos olvidado que la vida es expectativa, que debemos vigilar nuestras lámparas, porque lo que está en juego es la salvación definitiva. Olvidarlo significa despreciar a Dios mismo (cf. 1 Tes 4,8).

Con el espíritu estamos llamados a determinar la meta: Jesús. Con la mente, a prever lo necesario para la espera o todas las virtudes cristianas. Con el cuerpo, a actualizar la vigilancia en el presente, a través de la renuncia a gestos, palabras e imágenes que nos hagan olvidar

quiénes somos, por dónde estamos andando. La santidad consiste en vivir el momento presente como si fuera el último, el instante en que llegará el esposo. Es  salirle al encuentro en una carrera que dura toda la vida.

 

ORATIO

Cuando se oiga el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro», queremos estar preparados, Señor. Como jóvenes que esperan participar en la fiesta de su vida, la esperada e imaginada desde hace mucho tiempo, no queremos faltar a la cita.

Hoy te prometemos, solemnemente, que estaremos allí. Allí nos encontrarás, a lo largo de tu camino, y seremos tu cortejo de honor... Ahora bien, velar es fatigoso, estar preparados en el momento oportuno requiere una atención constante, disciplina del cuerpo y de la mente. Nuestra debilidad es grande; tú conoces, oh Dios, la fragilidad de nuestra carne. Envía, pues, oh Padre, tu santo Espíritu para que vele sobre nosotros, para que no sea en vano nuestra espera del día glorioso de tu Hijo.

 

CONTEMPLATIO

Desear sufrir no equivale simplemente al piadoso recuerdo de los sufrimientos del Señor. El sufrimiento aceptado voluntariamente como expiación es lo que nos une de verdad al Señor, y realmente lo hace hasta el fondo. Pero éste nace sólo de una unión con Cristo que ya esté en acto [...].

El amor a la cruz no está en absoluto en contradicción con la alegría de nuestro ser hijos de Dios. Brindar nuestra contribución a llevar la cruz de Cristo es fuente de una alegría vigorosa y pura, y aquellos a quienes se les ha concedido y lo hacen -los constructores del Reino de Dios- son hijos de Dios en el sentido más verdadero y más pleno. De ahí que sentir predilección por el camino de la cruz no signifique en absoluto negar que el viernes santo haya pasado ni que la obra de la redención ya esté realizada. Sólo pueden llevar la cruz los redimidos, los hijos de la gracia. El sufrimiento humano toma su poder reparador sólo de la unión con nuestra Cabeza divina. Sufrir y, en medio del sufrimiento, ser felices (E. Stein, «L'amore della croce», en Edith Stein. Store davanti a Dios per tutti, Roma 1991, pp. 280ss). 

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así pues, vigilad» (Mt 25,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una vez más, se nos presenta el reto de mirar nuestra vida desde arriba. Cuando Jesús ha venido a ofrecernos la plena comunión con Dios, haciéndonos partícipes de su muerte y resurrección, ¿qué otra cosa podemos desear, sino dejar nuestros cuerpos mortales para alcanzar la meta final de nuestra existencia?

La única razón que puede haber para permanecer en este valle de lágrimas es continuar la misión de Jesús, que nos ha enviado al mundo como su Padre lo envió al mundo. Mirada desde arriba, esta vida es una misión corta y a menudo doloroso, llena de ocasiones de trabajar en favor del Reino de Dios, y la muerte es la puerta abierta que nos conduce a la sala del banquete, donde el mismo rey nos servirá. Esto parece que es vivir poniéndolo todo del revés. Pero es el camino de Jesús y el camino que nosotros tenemos que seguir. No hay nada morboso en esto. Al contrario, es una visión alegre de la vida y de la muerte. Mientras estemos en nuestro cuerpo, ocupémonos del cuerpo, de manera que podamos llevar la paz y la alegría del Reino de Dios a aquellos con quienes nos encontramos a lo largo del viaje. Pero cuando llegue el momento de nuestra muerte, alegrémonos de poder entrar en casa y unirnos a quien nos llama «amados» (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 41995, pp. 149-150).

 

 

Día 10

San Lorenzo

 

Lorenzo nació en Huesca (España). El papa Sixto II le recibió en Roma. Fue archidiácono al servicio de la Iglesia en tiempos de persecución. Cuando el 6 de agosto del año 258 fue llevado el papa al suplicio, le recomendó que distribuyera entre los pobres los bienes de la Iglesia y le profetizó el martirio, lo que tuvo lugar el 10 de agosto. El emperador Valeriano le condenó a morir en una parrilla. Sus reliquias se encuentran en San Lorenzo Extramuros.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-10

Hermanos:

6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.

7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.

8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.

9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.

10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

 

*»• Son muchas las pobrezas humanas: espirituales, materiales, culturales, morales. Mas no hay ninguna a la que no pueda llegar y colmar la caridad. Dios mismo se muestra siempre espléndido, como fuente de su seno trinitario, en todo impulso dinámico y consiguiente fecundidad de frutos. La criatura se convierte en su instrumento.

Cuanto más da, más goza del amor divino, porque éste se trasvasará aún en mayor cantidad y se verterá en ella al encontrar una plena consonancia. Por eso recogerá con largueza: Dios mismo cultivará cuanto siembra y hará fructificar la obra del justo realizada con su amor.

 

Evangelio: Juan 12,24-26

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.

25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.

26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.

 

**• Unirse al Hijo es entrar en la dinámica de amor que le hace una sola cosa con el Padre. «Servir» al Hijo significa «reinar» en él y con él en el corazón del Padre, y constituirá la complacencia de su paternidad divina.

Servir al Hijo es asociarse a él y a su obra redentora. Jesús no deja sobrentendidos a la exigencia de tal seguimiento: por amor al Padre y al hombre, el Hijo se entrega por completo, da su propia vida en una muerte destinada al misterio de una fecundidad que inserta la inmediatez histórica en un horizonte trascendente. También el discípulo se ve llamado así a perpetuar en el tiempo un acto de amor de valor eterno y divino.

 

MEDITATIO

Cuando el emperador le ordenó entregar las riquezas de la Iglesia, el diácono Lorenzo se presentó al juez con los pobres de Roma, declarando: «¡Aquí están los tesoros de la Iglesia!». De inmediato dio la orden de torturarle hasta la muerte. La Passio cuenta que, invitado aún a sacrificar a los dioses, respondió: «Me ofrezco a Dios como sacrificio de suave olor, porque un espíritu contrito es un sacrificio a Dios». El papa Dámaso (384) escribió en la inscripción que hizo poner en la basílica dedicada al mártir: «Sólo la fe de Lorenzo pudo vencer los azotes del verdugo, las llamas, los tormentos, las cadenas. Por la súplica de Dámaso, colma de dones estos altares, admirando el mérito del glorioso mártir».

El papa Juan Pablo II, en la memoria jubilar de los mártires del siglo XX, dijo en el Coliseo comentando el texto de Jn 12,25: «Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia, como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor» (Juan Pablo II, Homilía, 7 de mayo de 2000).

 

ORATIO

El Soberano y Señor te ha dado, oh mártir, como ayuda el carbón ardiente: quemado por él, dejaste pronto la tienda de barro y heredaste la vida y el Reino inmortales. Por eso celebramos nosotros, con gozo, tu fiesta, oh bienaventurado Lorenzo coronado.

Resplandeciendo por el Espíritu divino como carbón encendido, Lorenzo victorioso, archidiácono de Cristo, quemaste la espina del engaño: por eso fuiste ofrecido en holocausto como incienso racional a aquel que te exaltó, llegando a la perfección con el fuego. Protege, por tanto, de toda amenaza a cuantos te honran, oh hombre de mente divina {de un antiguo texto de la Iglesia bizantina).

 

CONTEMPLATIO

[San Lorenzo], como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia [la de Roma]. En ella administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. [...] Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.

También nosotros, hermanos, si amarnos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. [...]

Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. [...] Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar (Agustín de Hipona, Sermón 304).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El perfume agradable corresponde, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la dimensión estrictamente constitutiva de la teología del sacrificio. En Pablo, es expresión de una vida que se ha vuelto pura, de la que no se desprende ya el mal olor de la mentira y de la corrupción, de la descomposición de la muerte, sino el soplo refrescante de la vida y del amor, la atmósfera que es conforme a Dios y sana a los hombres. La imagen del perfume agradable está unida también a la del hacerse pan: el mártir se ha vuelto como Cristo; su vida se ha convertido en don. De él no procede el veneno de la descomposición del ser vivo por el poder de la muerte; de él emana la fuerza de la vida: edifica vida, del mismo modo que el buen pan nos hace vivir. Su entrega en el cuerpo de Cristo ha vencido el poder de la muerte: el mártir vive y da vida precisamente con su muerte y, de este modo, entra él mismo en el misterio eucarístico. El mártir es fuente de fe.

La representación más popular de esta teología eucarística del martirio la encontramos en el relato de san Lorenzo sobre la parrilla, que ya desde tiempos remotos fue considerado como la imagen de la existencia cristiana: las angustias y las penas de la vida pueden convertirse en ese fuego purificador que lentamente nos va transformando, de suerte que nuestra vida llegue a ser don para Dios y para los hombres (J. Ratzinger, Conferenza per ¡I XXIII Congresso eucarístico nazionale, Bolonia 1997).

 

Día 11

Santa Clara de Asís (11 de agosto)

 

Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido  comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio de San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 18,3.6-9

[La noche de la liberación]

3 en lugar de estas tinieblas, a los tuyos les diste la columna de fuego, como guía para un camino desconocido, un sol que no hacía daño para su gloriosa emigración.

6 Aquella noche les fue preanunciada a nuestros antepasados para que, sabiendo bien a qué juramento habían dado fe, se sintiesen seguros.

7 Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los enemigos.

8 Pues con el castigo de nuestros adversarios nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.

9 Los piadosos descendientes de los justos habían ofrecido sacrificios en secreto, y unánimes establecieron este pacto divino: que tus fieles compartirían igualmente bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.

 

**• La última sección del libro de la Sabiduría (capítulos 10-19) presenta una «relectura teológica» de la historia de la salvación a partir del primer hombre, plasmado por Dios, hasta el paso del mar Rojo. La primera lectura de esta liturgia de la Palabra presenta exactamente algunos momentos de la magna epopeya que fue el Éxodo, que se llevó a cabo sobre todo en la noche de la liberación.

Es bastante probable que el autor del libro de la Sabiduría, que vive en Egipto, esté pasando por la experiencia de la celebración pascual con el rito de las hierbas amargas, del pan partido y de la cintura ceñida. Lo que escribe para consuelo de sus hermanos en la fe tiene valor de «memoria» y, al mismo tiempo, de «actualización ». Con estos dos registros pone de relieve el primado de la acción del Dios revelador y liberador, con plena conciencia de que cada intervención de Dios en la historia del hombre tiene como fin primero poner en el centro de la vida del hombre la persona y la acción de Dios. De este modo pretende alimentar y sostener la fe de sus contemporáneos, incluso en la difícil situación histórica de quien debe preservar de las múltiples tentaciones del momento el precioso tesoro de la fe.

Para el autor de este libro bíblico, el Éxodo puede y debe ser releído también como «juicio» de Dios sobre toda la humanidad. Ese juicio está descrito plásticamente por medio de una clara contraposición: por un lado, están «los tuyos», «tu pueblo» -los justos, glorificados por Dios, los hijos de los justos y los santos, a los que Dios les da la luz de su ley y a sí mismo como dulce compañía- y, por otro, están los adversarios que el Señor se ve obligado a castigar porque se resisten a su invitación. Al juzgar, Dios no necesariamente condena, aunque no puede dejar de sustraerse al amor de quien le ha excluido del horizonte de su vida.

 

Segunda lectura: Hebreos 11,1-2.8-19

Hermanos:

1 La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve.

2 Por ella obtuvieron nuestros antepasados la aprobación de Dios.

8 Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba.

9 Por la fe vivió como extranjero en la tierra que se le había prometido, habitando en tiendas. Y lo mismo hicieron Isaac y Jacob, herederos como él de la misma promesa.

10 Vivió así porque esperaba una ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

11 Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje, porque se fió del que se lo había prometido.

12 Por eso, de un solo hombre, sin vigor ya para engendrar, salió una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena de la orilla del mar.

13 Todos estos murieron sin haber alcanzado la realización de las promesas, pero a la luz de la fe las vieron y saludaron de lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

14 Los que así hablan ponen de manifiesto que buscan una patria.

15 Indudablemente, si la patria que añoraban era aquella de donde habían salido, oportunidad tenían para volverse a ella.

16 Pero a lo que aspiraban era a una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse su Dios, porque les ha preparado una ciudad.

17 Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac; y era su hijo único a quien inmolaba, el depositario de las promesas,

18 aquel a quien se había dicho: De Isaac te nacerá una descendencia.

19 Pensaba Abrahán que Dios es capaz de resucitar a los muertos. Por eso el recobrar a su hijo fue para él como un símbolo.

 

*+• Como el libro de la Sabiduría, también el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos no es otra cosa que una «relectura teológica» de la historia de la salvación desde Abrahán hasta los profetas. La segunda lectura de esta liturgia de la Palabra se concentra en el acontecer de Abrahán, nuestro padre en la fe, destacando en él, sobre todo, su actitud de fe.

«Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió... Por la fe vivió como extranjero en la tierra que se le había prometido... Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac...»: este estribillo basta para comprender que no sólo la historia de Abrahán, sino la de todos los hombres tiene que ser leída e interpretada a la luz de la fe, entendida como fuente de nueva luz, como viático para nuestro camino. «Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje...»: junto a la historia del patriarca Abrahán, el autor de la Carta a los Hebreos se preocupa de narrar asimismo la historia de la «matriarca» Sara. Ambos son destinatarios de la misma

promesa; ambos reciben de Dios un don extraordinario; ambos asumen ante Dios una actitud de fe; por eso, ambos son herederos de la promesa.

Lo que significa ser hombres y mujeres de fe lo obtenemos claramente en las dos historias trenzadas de  Abrahán y de Sara: su obediencia se convierte en una disponibilidad total a la acción de Aquel que los ha elegido para una historia de salvación universal, una historia que supera a sus personas y su destino. Su pobreza personal se convierte, de una manera sorprendente, en riqueza-don de Dios; su soledad, todavía más triste por la falta de un heredero, se resuelve en una indeterminada multitud de herederos; por último, el sacrificio de su hijo único se convierte en símbolo de ese sacrificio que, en la plenitud de los tiempos, Jesús, el Hijo de Dios, ofrecerá por la salvación de toda la humanidad.

 

Evangelio: Lucas 12,32-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

32 No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el reino.

33 Vended vuestras posesiones y dad limosna. Acumulad aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón se acerca ni la polilla roe.

34 Porque donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón.

35 Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas.

36 Sed como los criados que están esperando a que su amo vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame.

37 Dichosos los criados a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue. Os aseguro que se ceñirá, les hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirlos.

38 Si viene a media noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.

39 Tened presente que, si el amo de la casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón, no le dejaría asaltar su casa. 40 Pues vosotros estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

41 Pedro dijo entonces: -Señor, esta parábola ¿se refiere a nosotros o a todos?

42 Pero el Señor continuó: -Vosotros sed como el administrador fiel y prudente a quien el dueño puso al frente de su servidumbre para distribuir a su debido tiempo la ración de trigo.

43 ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!

44 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

45 Pero si ese criado empieza a pensar: «Mi amo tarda en venir», y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse,

46 su amo llegará el día en que menos lo espere y a la hora en que menos piense, lo castigará con todo rigor y lo tratará como merecen los que no son fieles.

47 El criado que conoce la voluntad de su dueño pero no está preparado o no hace lo que él quiere recibirá un castigo muy severo.

48 En cambio, el que sin conocer esa voluntad hace cosas reprobables recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho se le podrá exigir mucho, y a quien se le confió mucho se le podrá pedir más.

 

**• La página evangélica de esta liturgia de la Palabra comienza con una de las más bellas declaraciones de Jesús (w. 32-34). De ella podemos obtener luz para nuestro camino de fe y consuelo para nuestra esperanza de peregrinos. La invitación a no temer y el hecho de tratarnos de «pequeño rebaño», además de la idea del «tesoro» que atrae nuestro corazón, nos las ofrece Jesús como otras tantas verdades capaces de garantizar nuestra fidelidad a la alianza.

Después de habernos tratado por lo que somos, pero, sobre todo, después de habernos indicado lo que complace a Dios, nuestro Padre (su complacencia consiste en hacernos participar en su Reino), Jesús nos confía algunas recomendaciones, que podemos resumir en la actitud de vigilancia. Vigilar, en la jerga bíblica, es una actitud que corresponde a los siervos frente a su señor, e implica expectativa del retorno del Señor, prontitud para recibirle cuando llegue, disponibilidad total en el servicio, plena docilidad a sus mandamientos y, por último, alegría de participar, aunque sea como siervo, en la alegría de las bodas del Señor. «Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas» (v. 35): si la consideramos bien, no se trata de una invitación genérica a una fidelidad igualmente genérica, sino de un deseo vigoroso por parte del Señor de tener a su lado y en su séquito «siervos buenos y fieles», que no se cansen inútilmente ni se instalen en cómodas posiciones ni, mucho menos, se distraigan del objeto de su espera. Al contrario, sabiendo que el Señor viene cuando menos se le espera, viven el tiempo de la vigilancia y de la espera con ansia extrema y santo temor de Dios. En efecto, aunque los siervos no conocen la hora del regreso, sí conocen la voluntad del señor y saben que es una persona buena e indulgente, pero, al mismo tiempo, justa y exigente.

MEDITATIO

Le place a Dios confiar sus tesoros a quienes no se consideran con derecho a recibirlos y a quienes no parecen ser especialmente idóneos para la tarea. ¡Extraña lógica la de Dios! De hecho, a menudo no la comprendemos, y ahí están nuestras opciones para demostrarlo. Para nosotros, es absurdo no perseguir el poder, la riqueza, el prestigio, no intentar afirmarnos sobre los otros.

Dios ha recorrido un camino diferente, aun siendo omnipotente y omnisciente y origen de todas las cosas. De este modo, el Padre nos quiere hacer comprender que él no puede ser asido ni poseído por el hombre, sino recibido como don. Cuanto más llenos estemos de nosotros mismos, en peores condiciones de acogerlo nos encontraremos.

Mirando a Francisco de Asís, Clara comprendió la verdad de este modo de ser del Dios de Jesús, comprendió su belleza. Su vida pobre, defendida con pasión y humilde tenacidad, se nos ofrece ahora a nosotros como ejemplo. Clara escogió la pobreza porque es el medio que eligió primeramente el Señor Jesús para hacernos conocer su amor y el del Padre sin posibilidad de equívocos.

Este amor fue vivido por Clara con las hermanas que se le unieron, y lo irradiaba por encima de los muros del monasterio: «Clara callaba, mas su fama era un clamor. Se recataba en su celda, mientras su nombre y su vida se pronunciaban en las ciudades», escribía el papa en la bula de canonización. Pobre de bienes, débil por la larga enfermedad, Clara encontró reposo en el Señor vivo y presente, como ella misma dijo al final de su vida: «Desde que conocí la gracia de Dios por medio de su siervo Francisco, ninguna tribulación ha sido dura, ninguna fatiga...».

 

ORATIO

«Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te creó, antes te santificó y, después de que te creó, puso en ti el Espíritu Santo, y siempre te ha mirado como la madre al hijo a quien ama». Y añadió: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!» («Proceso de canonización de santa Clara», 3,20, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.332).

 

CONTEMPLATIO

Oh reina nobilísima: Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.

Porque, si sufres con él, reinarás con él (Rom 8,17); si con él lloras, con él gozarás; si mueres con él en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos, y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres (2 Tim 2,11-12).

Y así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del Reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos y vivirás por los siglos de los siglos (Clara de Asís, «Segunda carta a Inés de Praga», 20-23, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.288).

 

ACTIO

Repite a menudo durante el día la oración de santa Clara: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tanto para Clara como para Francisco, el primado se lo lleva el señorío de Dios sobre toda la vida y todas las cosas; la centralidad de toda la vida, la voluntad y la acción está constituida por Cristo; la dinámica de la vida de penitencia o de conversión sólo la da y sólo hemos de buscarla en el Espíritu Santo; pero esto es más que suficiente para definir la contemplación auténticamente cristiana [...].

Clara no hace coincidir nunca contemplación y clausura, la contemplación como conocimiento amoroso de Cristo y un hecho material como la clausura. Tanto para Clara como para Francisco (es cierto, no obstante, que los acentos de Clara son femeninos), la contemplación es asiduidad con la palabra leída en las sagradas Escrituras, aunque también escuchada y recibida por los hermanos como comida y alimento de la fe y del alma; la contemplación es oración continua atendiendo al Señor y a todas las criaturas.

Es propio y específico de Clara haber dado a la contemplación una dimensión propiamente evangélica: no era para ella una actividad extraordinaria, reservada a una élite, a los privilegiados de la cultura, sino una actitud cotidiana en el ámbito de la humilde realidad de las cosas, de las labores cotidianas. La contemplación, para Clara, es vida en Cristo, es sacrificio vivo y espiritual ofrecido al Señor. Es significativo que la única referencia que hace Clara a la página del encuentro de Jesús con María y Marta [cf. Lc 10,38-42), que se había convertido en su tiempo en un lugar clásico para afirmar el primado de la vida contemplativa sobre la activa, determina lo único necesario de este culto de la vida a Dios [cf. Rom 12,1) y no entrevé ninguna oposición entre acción y contemplación.

La contemplación, por tanto, para Clara y Francisco, no es sólo conocer a Dios, sino también ver a los hombres y a las criaturas como los ve Dios. Clara llama a Inés «alegría de los ángeles » [Carta tercera 3, 11) y registra de un modo nuevo las cosas de Dios, las criaturas de las que siempre ve brotar una alabanza, una acción de gracias al Dios altísimo y creador (E. Bianchi, La cont&nplazione ¡n Francesco e Chiara a'Asshi, Magnano 1995).

 

Día 12

Lunes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 10,12-22

En aquellos días, habló Moisés al pueblo diciendo:

12 Y ahora, Israel, ¿qué es lo que te pide el Señor, tu Dios, sino que le honres, que sigas todos sus caminos, lo ames y sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma,

13 observando los mandamientos y las leyes del Señor que yo te prescribo hoy para que seas feliz?

14 Del Señor, tu Dios, son los cielos, aun los más altos, la tierra y cuanto hay en ella.

15 Sin embargo, sólo en tus antepasados se fijó el Señor, y esto por amor; y después de ellos eligió a su descendencia, a vosotros mismos, entre todas las naciones, hasta el día de hoy.

16 Circuncidad vuestro corazón y no seáis tercos,

17 pues el Señor, vuestro Dios, es el Dios de los dioses y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible que no hace acepción de personas ni acepta sobornos;

18 que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al emigrante, suministrándole pan y vestido.

19 Amad vosotros también al emigrante, ya que emigrantes fuisteis vosotros en el país de Egipto.

20 Honrarás al Señor, tu Dios, lo servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás.

21 Él es tu gloria y tu Dios, y ha hecho por ti los terribles portentos que has visto con tus propios ojos.

22 Cuando tus antepasados bajaron a Egipto no eran más que setenta personas, pero ahora el Señor, tu Dios, te ha multiplicado como las estrellas del cielo.

 

*•• El camino semanal se abre con una lectura fuerte desde el punto de vista teológico y espiritual. Es el segundo discurso dirigido por Moisés a los israelitas, y está totalmente dedicado a confirmar la fidelidad al Señor.

La primera parte del fragmento de hoy resume, como es usual en la pedagogía bíblica, la parte central del discurso anterior: amar y servir a Dios con todo el corazón y con toda el alma, observando sus mandamientos. Ahora bien, al primer mandamiento -amar a Dios y observar sus mandamientos- se añade ahora, con toda lógica, el segundo: el amor al prójimo. El discurso está introducido a partir del amor que Dios tiene a todos. Tras una serie de títulos teológicos de YHWH -Dios de los dioses, Señor de los señores, Dios grande, fuerte y temible- aparece la afirmación de su amor universal, especialmente por los más menesterosos: no hace acepción de personas, no acepta sobornos, hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al emigrante, suministrándole pan y vestido (w. 17b-18). Salen aquí a la luz tres categorías de pobreza a las que Dios socorre con su benevolencia: huérfanos, viudas y emigrantes. El comportamiento de Dios es una invitación dirigida al pueblo para que obre del mismo modo, manteniendo siempre vivo el recuerdo de cuanto YHWH ha hecho por Israel (v. 19). Esta imitación del comportamiento de YHWH es expresión de una santidad histórica y social.

En el centro del discurso figura, por último, una insinuación de gran valor teológico: no hay que hacer de la circuncisión, signo de la alianza, ni una ocasión de jactancia ni una praxis material que garantiza la pertenencia al Señor y al pueblo. Con una expresión que se remonta más bien a la tradición profética, se habla de la circuncisión del corazón (v. 16): no hay que tener un corazón endurecido, sino un corazón de carne, limpio de toda superficialidad, siempre dispuesto para la alabanza del Señor y para mostrar ternura con los menesterosos.

 

Evangelio: Mateo 17,22-27

22 Un día que estaban juntos en Galilea, les dijo Jesús: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres,

23 y le darán muerte, pero al tercer día resucitará. Y se entristecieron mucho.

24 Cuando llegaron a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y le dijeron: -¿No paga vuestro maestro el impuesto?

25 Pedro contestó: -Sí. Al entrar en la casa, se anticipó Jesús a preguntarle: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿a quiénes cobran los impuestos y contribuciones: a sus hijos o a los extraños?

26 Pedro contestó: -A los extraños. Jesús le dijo: -Por tanto, los hijos están exentos.

27 Con todo, para que no se escandalicen, vete al lago, echa el anzuelo y saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti.

 

**• El texto contiene un segundo anuncio de la futura y próxima pasión de Jesús. El Maestro, tanto en los sinópticos como en Juan, se muestra siempre lúcidamente consciente de su propio destino, camina con los ojos abiertos hacia Jerusalén -ésta es la nota típica de Lucas-, es soberanamente libre en su cumplimiento de la voluntad del Padre. No puede decirse que la pasión haya sido para Jesús un incidente político, un precio pagado por su ingenuidad, un fracaso anunciado. En el fondo -no lo olvidemos- se encuentra siempre la perspectiva final de la resurrección, algo que los discípulos ni comprenden ahora ni comprenderán después. No fueron capaces de esperar hasta el fatídico tercer día anunciado.

Sobre el fondo de este anuncio se inserta el episodio del pago del impuesto religioso para el mantenimiento del templo, de sus estructuras, de su culto, de los encargados de este último. Jesús, libremente soberano, verdadero templo de Dios e Hijo del Dios vivo (el Dios del templo de Jerusalén), paga el impuesto religioso.

El discurso retórico de Jesús dirigido a Pedro da a entender que se trata más de un gesto de condescendencia que de una obligación que tenga que satisfacer. Pero aparece también un signo, una acción profética de Jesús que manifiesta de modo claro su poder, el hecho de que es el Hijo del Dios del templo. Pedro, en efecto, echa el anzuelo y coge un pez que lleva una moneda de plata en la boca. Con ella paga su impuesto y el de Jesús. Éste manda también sobre la naturaleza y demuestra que vive en el templo del cosmos para alabanza de su Padre. Y, en un acto de solidaridad, salda de manera abundante la deuda religiosa en su propio nombre y en el de sus discípulos, que son su nueva familia.

 

MEDITATIO

Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma significa entrar en plena comunión con sus sentimientos y sus afectos: amar lo que él ama, y hacerlo con la pureza y gratuidad que es propia de su santidad. De este modo, tal como hemos observado en el fragmento del Antiguo Testamento, Israel comprende, siguiendo una lógica divina, la unidad de las dos tablas de la ley –el amor a Dios y el amor al prójimo- con una atención particular dirigida a los más menesterosos.

Nosotros, en nuestra experiencia cotidiana, sentimos a menudo la tentación de disociar estos dos preceptos: o bien con una referencia a Dios que no tiene en cuenta a los hermanos, o bien consagrando nuestra atención a los otros sin que haya de por medio una fuerte motivación teologal, un vínculo indisoluble entre Dios y todo lo que es de Dios, sin convenir en que nosotros debemos amar lo que Dios mismo ama. Dios, sin embargo, nos educa para la fraternidad, para la comprensión, para la atención al otro.

Jesús se identifica con Pedro porque considera a sus discípulos como su grupo, como su comunidad, como su familia. Nos enseña a vivir esa fraternidad del corazón y esos vínculos de fraternidad que van más allá que los de la sangre; unos vínculos que nos han llevado, de una manera espontánea, a hablar de amor fraterno, de amor «de fraternidad» entre los cristianos. El corazón circunciso es también un corazón en carne viva, capaz de amar y de servir. Como el corazón de Cristo.

Se ha dicho que entre los ideales de la modernidad, expresados en la tríada revolucionaria -pero, en el fondo, evangélica- de libertad, igualdad y fraternidad, el más difícil de instaurar es el de la fraternidad. Tal vez sea porque exige toda la fuerza del Evangelio, toda la entrega de la verdadera caridad cristiana.

 

ORATIO

Quisiera, Señor, que tú ocuparas siempre el primer puesto en mi vida. Que fueras el primero en recibir el pensamiento de la alabanza por la mañana y el último en ser recordado con amor al final de la jornada.

Quisiera sentir casi de una manera inconsciente, del mismo modo que respiro sin pensar en ello y late mi corazón sin que yo lo procure, que estoy siempre en comunión contigo, en una indisoluble amistad y en una constante presencia.

Quisiera pensarte y encontrarte presente en cada persona que me roza, en la gente con que me encuentro, en las personas con las que trabajo. Y especialmente en aquellos que cargan con el peso del sufrimiento y de la decepción, con un corazón de carne que compadece y alivia, que hace compañía y consuela.

También quisiera hacer de mi vida una memoria perenne de tu presencia, y de mi oración y mi caridad una alabanza sin fin dirigida a ti, la confesión de que te amo, Señor, con todo mi corazón y todas mis fuerzas. Pero sin olvidar a los hermanos, que constituyen asimismo tu presencia, que son el camino y la vía que nos llevan a la comunión contigo.

 

CONTEMPLATIO

Cuando alguien está unido al prójimo, está igualmente unido a Dios. Quiero presentaros una imagen de los Padres para que comprendáis mejor el sentido de lo que estoy diciendo.

Suponed que hay un círculo en el suelo [...]. Pensad que este círculo es el mundo, el centro del círculo es Dios, y las líneas que van desde el círculo al centro son los caminos, o sea, los modos de vivir de los hombres. Así pues, en cuanto los santos avanzan hacia el interior, deseando acercarse a Dios, a medida que van avanzando se acercan a Dios y se acercan entre sí los unos a los otros, y cuanto más se acercan a Dios más se acercan los unos a los otros, y cuanto más se acercan los unos a los otros más se acercan a Dios. Imaginad también, de manera semejante, la separación. En efecto, cuando se alejan de Dios y se dirigen hacia el exterior, está claro que cuanto más se alejan los unos de los otros tanto más se alejan también de Dios.

Mirad, ésta es la naturaleza del amor. Cuanto más fuera estemos y no amemos a Dios, igualmente estaremos distantes del prójimo; en cambio, si amamos a Dios, cuanto más nos acerquemos a Dios por medio del amor a él, igualmente nos uniremos al amor al prójimo, y en la medida en que estemos unidos al prójimo tanto más unidos estaremos a Dios (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali, Roma 1979, pp. 124ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Recordad: a mí me lo habéis hecho» (cf. Mt 25).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para los cristianos de los primeros siglos, el sacramento del altar y el del hermano constituían las dos caras del mismo misterio. Cristo ha reconstituido la unidad humana, rota por el orgullo del hombre, por su voluntad de apropiarse de la creación y, por consiguiente, de la muerte -del estado de muerte- que deriva de esta separación. Cristo no está separado de nada ni de nadie. Con la eucaristía entramos en esta inmensa unidad, somos miembros los unos de los otros, responsables los unos de los otros, y cada uno de nosotros lleva en sí toda la humanidad.

El «sacramento del pobre» no sustituye al del altar [...], sino que se arraiga en él, deriva de él, lo expresa. El pan eucarístico no instaura sólo un vínculo entre el Resucitado y cada uno de nosotros, no fundamenta sólo la unidad visible de la Iglesia; nos introduce en la unidad -en el ser de toda la humanidad-. Compartido, hace de nosotros los hombres del compartir [...]. En la Iglesia primitiva no había una moral social, sino más bien una concepción sacramental de la solidaridad humana. Partían de la idea del Cuerpo de Cristo en el que la vida trinitaria, vida en comunión, debe difundirse para irrigar de una manera misteriosa el género humano (O. Clément, La rívolta dello Spiríto, Milán 1980, pp. 135ss).

 

Día 13

Martes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 31,1-8

En aquellos días,

1 Moisés dirigió estas palabras a todo Israel: -Ya tengo ciento veinte años y no puedo moverme. Además, el Señor me ha dicho: «No pasarás el Jordán».

3 El Señor, tu Dios, irá delante de ti; él aniquilará ante ti a estas naciones, para que puedas expulsarlas. A la cabeza, como te ha dicho el Señor, irá Josué.

4 El Señor los destruirá, como hizo con Sijón y con Og, reyes de los amorreos, y con su país;

5 os entregará estas naciones y las trataréis como yo os he mandado.

6 Tened ánimo y valor, no las temáis ni os asustéis ante ellas, porque el Señor, tu Dios, va contigo; no te dejará ni te abandonará.

7 Después, Moisés llamó a Josué y le dijo en presencia de todo Israel:

-Ten ánimo y valor, porque tú vas a introducir a este pueblo en la tierra que el Señor juró dar a sus antepasados; tú harás el reparto de su heredad.

8 El Señor irá delante de ti y estará contigo, no te dejará ni te abandonará; no temas ni te acobardes.

 

*+• Estamos en las escenas finales de la vida de Moisés, tal como nos las cuenta el libro de Deuteronomio. Manteniéndose siempre en un clima teologal que remite a Dios, Moisés, tejedor de la trama de la historia del pueblo, habla de su vejez y de su muerte inminente. La tierra prometida está cerca, al otro lado del Jordán, pero sabe que no pasará el límite, según la Palabra del Señor: «No pasarás el Jordán» (v. 2). Sin embargo, Dios estará siempre con el pueblo, le abrirá caminos y le procurará la victoria. Aun en ausencia de su caudillo, al pueblo le acompañará constantemente una certeza: Dios estará presente. YHWH es aquel que está cerca, precede y acompaña al pueblo, precisamente como ha hecho hasta ese momento.

Es la hora de las consignas. Josué, elegido también por Dios para conducir al pueblo a la tierra prometida, será el heredero de Moisés. Pasan los mediadores humanos, pero Dios permanece. Esta certeza, que Moisés ha experimentado a lo largo de toda su vida, pretende dar seguridad a Josué. Las promesas hechas al pueblo también valen para él. Dios sigue siendo el protagonista de una historia que lleva adelante entre las contradicciones de los hombres y su probada fidelidad. Moisés garantiza a Josué esta presencia tras haberle impuesto las manos, signo de la transmisión de poderes, junto con el don del espíritu de sabiduría (Dt 34,9).

Dios es siempre aquel que camina delante. Siempre estará presente, junto al pueblo y a su cabeza. Será fiel. Es una garantía que abre un futuro de esperanza.

 

Evangelio: Mateo 18,1-5.10.12-14

1 En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: -¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?

2 Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos

3 y dijo: -Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos.

4 El que se haga pequeño, como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

5 El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.

10 Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.

12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá a buscar la descarriada?

13 Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron.

14 Del mismo modo, vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

 

**• En el fragmento evangélico de hoy se enlazan dos temas con dos géneros literarios de catequesis. En el primero encontramos una acción demostrativa de Jesús, que responde de manera clara e inesperada a una pregunta, un poco fuera de lugar, de los discípulos. Éstos no han comprendido todavía las exigencias del Reino. Quieren saber quién será el más grande en ese Reino de los Cielos que el Maestro está anunciando como próximo e incluso como ya presente.

La respuesta visual es la acción profética de Jesús, que acompaña su Palabra con un gesto elocuente: pone en el centro a un niño -un ser pequeño, menesteroso, sin malicia-, y lo pone como modelo efectivo de acogida al Reino de los Cielos; la acogida en él se produce por don y no por mérito, lo cual significa volver a una pobreza ontológica, original, para dejarse formar también por la novedad inédita del Reino que Jesús proclama. 

Volver a ser niño es convertirse a Dios. La figura del niño se une aquí a la doctrina paulina del nuevo nacimiento, al mensaje joáneo de los hijos nacidos de Dios. Existe armonía entre la teología joánea, la de los sinópticos y la de Pablo. Ahora bien, la visión del niño suscita en Jesús una doble enseñanza que tiene que ver con el niño mismo como figura simbólica de todo ser menesteroso, pobre, frágil, al que debemos brindar nuestra acogida. Hasta tal punto que quien acoge a uno de estos pequeños acoge al mismo Jesús, que se ha identificado con los últimos. Viene, a continuación, la advertencia de que no debemos despreciar a los que se hacen como niños. Dios se ocupa de su defensa, y los ángeles que los custodian cuidan de ellos. En este contexto, aunque como una enseñanza añadida, presenta Mateo la parábola del buen pastor que va en busca de la oveja perdida, parábola que está descrita mejor en el evangelio de Lucas. La bienaventuranza del Reino pertenece también a los últimos, a quienes Dios busca con todo el corazón, como un pastor que no quiere que se pierda ninguno. Jesús, buen pastor, constituye una esperanza para todos.

 

MEDITATIO

Podríamos contar toda la historia de la salvación a la luz de la categoría de presencia, tal como hemos podido constatar a lo largo de las páginas del Éxodo y del Deuteronomio.

De la presencia de Dios en la creación se pasa a una presencia todavía más próxima en la tienda y en el arca. Dios, cuyo nombre -YHWH- significa también el «Dios presente», «Aquel que precede, sigue y acompaña», es siempre el Dios cercano, hasta el punto de hacer exclamar a Moisés: «Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? (Dt 4,7).

La certeza que posee el pueblo de Israel en atravesar el umbral de la tierra prometida se basa también en la promesa de esta presencia. Una presencia que, a su tiempo, tendrá una sede en el templo, en el Santo de los Santos, y que no cesará ni siquiera con la destrucción del templo. El Señor «emigrará», en efecto, con su pueblo al exilio. En la cima de la presencia de Dios en el Nuevo Testamento tenemos al Verbo encarnado. Él es la tienda y el templo, él es la presencia todavía más cercana, en nuestra carne, en nuestra compañía.

Sin embargo, tal como nos enseña el Evangelio, Jesús mismo ha querido trasladar, por así decir, su presencia también al hombre, a todo hombre, a los pequeños del Reino, que deben ser tratados y acogidos como el mismo Cristo. Quien acoge a un pequeño del Reino - a un niño, a un pobre, a un menesteroso- acoge a Jesús, presente en él, porque lo que le hagamos al más pequeño a Jesús mismo se lo hacemos (cf. Mt 25,40).

 

ORATIO

Tú eres un Dios presente, Señor. Te complaces en vivir no sólo en tu cielo altísimo, sino también en medio de nosotros. ¿Cómo habrías de ser un Dios de la historia si no marcharas con nosotros por los caminos de la vida? Esta presencia tuya es signo de ilimitada bondad y de amistad divina. Un amigo es una persona que está presente, un rostro cercano, un corazón cuyo latido próximo sentimos y con cuya conversación e intimidad gozamos.

Sin embargo, tu presencia está escondida y velada. Necesitamos el suplemento de la luz de la fe para captar tu presencia, que se esconde y se revela a mismo tiempo: en la naturaleza, en la historia, en la Palabra, en la eucaristía. Existe también una presencia a través de la cual quieres ser acogido, amado, reverenciado, servido.

Es tu presencia en los pequeños, en los que sufren, en los necesitados. Debes atraer en cierto modo nuestro amor hacia los hermanos, de manera que, aunque siga siendo verdadero en su orientación a ti, se dirija a todos aquellos a quienes tú amas, con quienes te has identificado y en los que quieres ser servido.

Concédenos una fe limpia para vislumbrar tus rasgos en el rostro de los hermanos pequeños y pobres, y un amor grande para servirte en aquellos que se han convertido en tu presencia mística: así nos atraerás para que amemos y sirvamos como tu amaste y serviste en nosotros a aquellos que te dio el Padre.

 

CONTEMPLATIO

¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que sea objeto de desprecio en sus miembros, es decir, en los pobres, que carecen de paños para cubrirse. No lo honres aquí, en la iglesia, con telas de seda mientras que fuera lo olvidas cuando sufre por el frío y la desnudez.

El que ha dicho: «Éste es mi cuerpo», confirmando el hecho con la palabra, ha dicho también: «Me visteis hambriento y no me disteis de comer» (cf. Mt 25,35) y «Os aseguro que, cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo» (Mt 25,45) [...].

Aprendamos, pues, a pensar en honrar a Cristo como él quiere. En efecto, el honor más agradable que podemos rendir a aquel a quien queremos venerar es el que él mismo quiere, no el que nos inventemos nosotros [...]. Haz que los hombres se beneficien de tus riquezas.

Dios no tiene necesidad de vasos de oro, sino de almas de oro [...]. Por consiguiente, mientras adornas el lugar del culto, no cierres tu corazón al hermano que sufre. Éste es un templo vivo más precioso que aquél (Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de Mateo, 50, 3ss: en PG 58, cois. 508ss).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Acoge el Reino de Dios en ti como un niño, acoge a cada niño como al mismo Cristo».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De hecho, no es raro que, en el mundo actual, nos sintamos perdedores. Pero la aventura de la esperanza nos lleva más allá. Un día encontré escritas en un calendario estas palabras: «El mundo es de quien lo ama y mejor sabe demostrarlo». ¡Qué verdaderas son estas palabras! En el corazón de las personas hay una sed infinita de amor, y nosotros, con el amor que Dios ha infundido en nuestros corazones (cf. Rom 5,5), podemos saciarla, Pero es preciso que nuestro amor sea «arte», un arte que supera la capacidad de amar simplemente humana. Mucho, por no decir todo, depende de esto.

Yo he visto este arte, por ejemplo, en la madre Teresa de Calcuta. Quien la veía, la amaba. También en Juan XXIII, que ha sido proclamado beato recientemente. Aunque han pasado muchos años desde su muerte, su memoria está muy viva en la gente. Al entrar en un convento, en un centro diocesano o en nuestras oficinas, no siempre se encuentra este arte que hace al cristianismo hermoso y atrayente. Se encuentran, por el contrario, caras tristes y aburridas debido a la rutina de todos los días. ¿No dependerá también de esto la falta de vocaciones? ¿Y la escasa incidencia de nuestro testimonio? ¡Sin un amor fuerte no podemos ser testigos de esperanza!

Aunque seamos expertos en materia de religión, corremos el riesgo cíe tener una teoría del amor y no poseer suficientemente su arte. Como un médico que tiene ciencia pero no el arte de la relación amable y cordial. La gente le consulta porque lo necesita, pero, cuando se cura, ya no vuelve más.

Jesús era como nadie maestro en el arte de amar. Igual que un emigrante que se ha marchado al extranjero, aunque se adapte a la nueva situación, lleva siempre consigo, al menos en su corazón, las leyes y las costumbres de su pueblo, así él al venir a la tierra se trajo, como peregrino de la Trinidad, el modo de vivir de su patria celestial, «expresando humanamente los comportamientos divinos de la Trinidad» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 470) (F. X. Nguyen Van Thuan, Testigos de es' peranza, Ciudad Nueva 52001, pp. 82-83).

 

Día 14

San Maximiliano María Kolbe (14 de agosto)

 

Nació en Polonia en 1894. A los 13 años entró en los menores conventuales. Una vez terminados sus estudios filosóficos y teológicos en Roma, instituyó en ella la «Milicia de la Inmaculada», en 1917. Tras ser ordenado sacerdote en 1927, fundó en su patria la «Ciudad de la Inmaculada», centro de vida espiritual y de actividad editorial. Ejerció como misionero en Japón y volvió a Polonia en 1936, donde prosiguió su intensa obra de apostolado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió al ofrecer su vida por la de un compañero de prisión, el 14 de agosto de 1941. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado con el título de mártir por Juan Pablo II en 1 982.

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 34,1-12

En aquellos días,

1 Moisés subió desde los llanos de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisga, enfrente de Jericó, y el Señor le mostró toda la tierra: desde Galaad hasta Dan.

2 Todo Neftalí, la tierra de Efraín y Manases, toda la tierra de Judá hasta el mar Mediterráneo,

3 el Négueb, el distrito del valle de Jericó, la Ciudad de las Palmeras, hasta Segor,

4 y le dijo: -Ésta es la tierra que prometí a Abrahán, Isaac y Jacob, diciendo: Se la daré a tu descendencia. Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella.

5 Moisés, siervo del Señor, murió allí, en la tierra de Moab, como había dispuesto el Señor.

6 Lo enterraron en el valle, en tierra de Moab, enfrente de Bet Peor. Nadie hasta hoy conoce su sepultura.

7 Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían apagado sus ojos, ni se había debilitado su vigor.

8 Los israelitas lloraron a Moisés durante treinta días en los llanos de Moab, cumpliendo así los días de luto por su muerte.

9 Josué, hijo de Nun, estaba lleno de espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. Los israelitas le obedecieron, como el Señor había mandado a Moisés.

10 No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara.

11 Nadie ha vuelto a hacer los milagros y maravillas que el Señor le mandó hacer en el país de Egipto contra el faraón, sus siervos y su territorio.

12 No ha habido nadie tan poderoso como Moisés, pues nadie ha realizado las tremendas hazañas que él realizó a la vista de todo Israel.

 

*•• Las alturas del monte Nebo, desde donde se divisa el bellísimo y extenso panorama de la tierra prometida, se nos han vuelto familiares desde que, el 20 de marzo de 2000, Juan Pablo II, en su peregrinación jubilar a Tierra Santa, se asomó desde las alturas del templo dedicado a Moisés para conmemorar lo que hoy nos propone la Escritura. Por parte del Señor, que habla una vez más a Moisés, la tierra es como el sello de la fidelidad a él, al pueblo, pero también a los patriarcas que han recibido las promesas: Abrahán, Isaac, Jacob...

También en este momento se muestra Dios fiel a sí mismo y a sus propias palabras y promesas: «Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella» (v. 4b). A continuación, tiene lugar la muerte y la sepultura de Moisés. Éste es el «siervo del Señor», en la doble acepción que tiene este término en la Escritura: el honor de la elección para servir al Señor y ejecutar sus designios; la entrega total y efectiva a su plan de salvación. El libro sagrado sella la narración de la muerte del gran caudillo con el elogio típico dedicado a los hombres que han dejado huella en la historia, pero con los rasgos característicos e irrepetibles de Moisés, aquel «con quien el Señor trataba cara a cara» (v. 10), signo máximo de familiaridad.

Moisés fue el hombre de los grandes signos y milagros, en especial el hombre del éxodo, de la pascua de la libertad y de la liberación. Su tumba queda como un memorial, y su persona se acerca ahora a la estirpe de los antiguos patriarcas. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es también el Dios de Moisés. Y Josué asume ahora la responsabilidad de conducir al pueblo hasta la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 18,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Por eso, si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

16 Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.

17 Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

18 Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

19 También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial.

20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

**• El capítulo 18 de Mateo lleva, en algunas ediciones de la Biblia, el significativo título de «discurso eclesiástico». Este capítulo introduce, en efecto, temas típicamente eclesiales, en el sentido primitivo de cuestiones referentes a la comunidad de Jesús, a la nueva comunidad que él ha fundado. Tras las instrucciones encaminadas a acoger el Reino como los niños y a la conversión -ésta es la condición para entrar en la familia de Jesús y vivir según sus enseñanzas- y el discurso sobre la salvación de todos, encontramos algunas enseñanzas esenciales y progresivas.

La primera tiene que ver con la corrección fraterna en la comunidad de Jesús, un momento importante en una comunidad de pecadores para llegar a la conversión. Se trata de una actitud que manifiesta el cuidado que los hermanos y las hermanas de la familia de Jesús deben tener los unos de los otros en un clima de amor verdadero, exento de hipocresía y que llega incluso a la corrección fraterna. Aparecen tres momentos progresivos de gran finura psicológica: la corrección en privado, la corrección en compañía de un testigo, a fin de reforzar la autoridad de la corrección con la presencia de un hermano, y, por último, el recurso a la asamblea. El límite final es la expulsión de la persona indigna de la comunión como un remedio medicinal extremo, casi para provocar -en la soledad y en la lejanía- la nostalgia del retorno a la comunión fraterna.

La segunda enseñanza refuerza la conciencia de una comunidad en la que la autoridad del amor de Cristo se transmite a los responsables. Con las palabras clásicas, de indudable sabor semítico, «atar» y «desatar» indica Jesús el poder que transmite a los suyos. Por último, Jesús habla de la oración en común, una oración que será escuchada por el Padre si se hace en su nombre, en unión con Él y en Él. A esta oración unánime y unida le garantiza Jesús su presencia y la eficacia de su intercesión celestial.

 

MEDITATIO

El sugestivo final del fragmento de Mateo constituye una fuente de meditación. Jesús promete su presencia espiritual en medio de aquellos que se hayan reunido en su nombre: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (v. 20). Estas palabras hacían exclamar a Orígenes que donde dos o más estén reunidos en nombre de Cristo, aunque sean laicos, allí está la Iglesia. Muchos cristianos, en tiempos de persecuciones, tanto ayer como hoy, han experimentado esta sencilla y esencial constitución de la Iglesia en virtud de la presencia de Cristo. Juan Crisóstomo, por su parte, exaltaba estas palabras de Jesús a fin de hacer reconocer su presencia en medio de la asamblea litúrgica, y para expresar que con esa presencia toda celebración es una fiesta.

Estar unidos en nombre de Jesús significa estar unidos en fidelidad a su enseñanza, en comunión con su persona, siendo fieles a su ejemplo, especialmente en el amor recíproco. De este modo se crea una atmósfera espiritual completamente repleta de la presencia de Cristo, que une por la certeza de constituir un lugar habitado, o un espacio teologal donde vive el Resucitado. Esta presencia asegura la unidad entre el cielo y la tierra, la eficacia de la oración, la alegría del Padre celestial. Eso significa que la primera condición que hemos de buscar necesariamente, en la vida cotidiana, en toda relación con aquellos que comparten nuestra misma fe, es la misma unidad en el nombre de Cristo. Pero significa también que la condición de todo testimonio y toda misión es garantizar por nuestra parte a los otros la comunión con el Señor, a fin de que él se haga presente y sea escuchada y vivida la Palabra del Evangelio.

 

ORATIO

Señor, tú has convertido a la Iglesia en el lugar de tu presencia. Qué grato es habitar en tu casa, aunque seamos indignos; recibir de los hermanos la ayuda necesaria para caminar en tu presencia, incluso la gracia de la corrección fraterna cuando nos encontramos en el error. Con tu Iglesia estamos seguros de contar con tu presencia y tu gracia, incluso por medio de aquellos que te representan, a los cuales les has dado el poder atar y desatar en tu nombre, con un amor que procede de ti.

Pero, sobre todo, vemos en la Iglesia una anticipación de la vida celestial, una tierra de promisión que como a Moisés -más aún, más que a Moisés desde el monte Nebo- tú mismo nos haces ver y gozar, en una Iglesia que ya es también un poco del cielo en la tierra, en virtud de tu presencia que une el cielo, donde estás con el Padre, y la tierra, donde estás con nosotros. Concédenos la gracia de asegurar siempre entre nosotros el amor recíproco que nos convierte en ámbito donde moras.

 

CONTEMPLATIO

Si nos mantenemos unidos, Jesús está entre nosotros. Y esto es valioso. Vale más que cualquier otro tesoro que pueda poseer nuestro corazón: más que la madre, que el padre, que los hermanos, que los hijos. Vale más que la casa, que el trabajo, que la propiedad; más que las obras de arte de una ciudad como Roma; más que nuestros negocios; más que la naturaleza que nos rodea con flores y prados, el mar y las estrellas; más que nuestra alma.

Es él quien, inspirando a sus santos con sus eternas verdades, hizo época en cada época. También ésta es su hora: no tanto de un santo, sino de él; de él entre nosotros, de él vivo en nosotros, edificando -en unidad de amor- su Cuerpo místico. Pero es preciso dilatar a Cristo, hacerle crecer en otros miembros; hacernos portadores de fuego como él. Hacer uno de todos y en todos el Uno. Y entonces viviremos la vida que él nos da momento a momento en la caridad.

El del amor fraterno es un mandamiento de base. Por él vale todo lo que es expresión de sincera caridad fraterna. Nada de lo que hacemos vale si no está presente en ello el sentimiento del amor a los hermanos: Dios es Padre y en el corazón tiene siempre y únicamente hijos (C. Lubich, L'attrattiva del mondo moderno. Scritti spirituali, Roma 1978, I, 50 [edición española: El atractivo de nuestro tiempo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Qué admirables son tus obras!» (Sal 65,3a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Mateo refiere esta promesa de Jesús: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Aquí no hemos de pensar sólo en la asamblea litúrgica, sino en toda situación en la que dos o más cristianos están unidos en el Espíritu, en la caridad de Jesús. Y tampoco hemos de pensar sólo en la simple omnipresencia del Cristo resucitado en todo el cosmos.

Escribe un exégeta de nuestros días: «Mateo piensa en una presencia "personalizada". Jesús está presente como crucificado resucitado, es decir, en la apertura de donación total vivida en la cruz, donde él, con toda su humanidad, se abre a la acción divinizante del Padre y se entrega totalmente a nosotros, comunicándonos su espíritu, el Espíritu Santo. La presencia del Resucitado no es, pues, una presencia estática, un estar-aquí y nada más, sino una presencia relacional, una presencia que reúne y unifica y que, en consecuencia, espera nuestra respuesta, la fe.

Brevemente, la proximidad de Cristo reúne a "los hijos de Dios dispersos" para hacer de ellos la Iglesia». Desde la alianza sellada en el Sinaí con Israel, Yahvé se revela como el que interviene eficazmente en la historia. El liberó a los hebreos de la esclavitud de Egipto, hizo de ellos su pueblo. «Yo estoy en medio de vosotros», es la palabra que identifica la primera alianza: una presencia que protege, guía, consuela y castiga...

Con la llegada del Nuevo Testamento, esta presencia adquiere una densidad especial y nueva. La promesa de la presencia definitiva de Dios, o sea, la promesa ae la Alianza definitiva, halla su cumplimiento en la resurrección de Jesús. En la comunidad cristiana, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es «el salvador de su Cuerpo», la Iglesia (cf. Ef 5,23). Presente en medio de los suyos, él convoca y reúne no sólo a Israel, sino a toda la humanidad [cf. Mt 28,19-20). Vivir con Jesús «en medio», según la promesa de Mt 1 8,20, significa actualizar desde ahora el designio de Dios sobre toda la historia de la humanidad. Pero ¿cómo hacer visible la presencia permanente del Resucitado?

Cuando, tras la caída del Muro de Berlín, se reunió la primera asamblea especial del Sínodo de Obispos para Europa y se preguntó sobre la nueva evangelización del continente, un religioso húngaro subrayó que la única Biblia que leen los llamados «alejados» es la vida de los cristianos. Y podríamos añadir: somos nosotros, es nuestra vida, la única eucaristía de la que se alimenta el mundo no cristiano. Por la gracia del bautismo, y especialmente por la eucaristía, estamos injertados en Cristo, pero es en la fraternidad vivida donde la presencia de Jesús en la Iglesia se manifiesta y resulta operante en la existencia cotidiana.

En el silencio, dos o tres creyentes pueden testimoniar en el amor recíproco lo que constituye su identidad profunda: ser Iglesia en la atención a los débiles, en la corrección fraterna, en la oración en unidad, en el perdón sin límites (F. X. Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva 52001, pp. 155-157).

 

Día 15

Asunción de la Virgen María (15 de agosto)

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,l-6a.l0a-b

11  Se abrió entonces en el cielo el templo de Dios y dentro de él apareció el arca de su alianza.

12,1 Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

2 Estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor.

3 Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas.

4 Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se puso al acecho delante de la mujer que iba a dar a luz, con ánimo de devorar al hijo en cuanto naciera.

5 La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a regir todas las naciones con vara de hierro, el cual fue puesto a salvo junto al trono de Dios,

6 mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios.

10 Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: Ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios. Ya está aquí la potestad de su Cristo.

 

**• El pasaje que hemos leído presenta una visión del apocalipsis. En ella se mezclan figuras y realidades de tal modo que no siempre es fácil interpretar con exactitud el significado de las imágenes empleadas. Por otra parte, en el lenguaje profético y apocalíptico conviene con frecuencia detenerse en el nivel de la sugerencia, a fin de comprender mejor el texto mismo. Este último puede ser presentado así como uno de nuestros sueños reveladores, un sueño en el que salen a flote nuestros miedos y nuestras certezas, nuestras necesidades y nuestros deseos...

Este sueño está compuesto antes que nada de cielo. Se está llevando a cabo algo que está por encima de nosotros, algo que nos incluye. La lucha entre la mujer, el niño, el dragón y los ejércitos angélicos no tienen que ver con acontecimientos al margen de nosotros, sino que se cumplen en nuestro mismo cielo. Más aún, se trata de una lucha final, porque en ella se juega nuestra vida o la muerte. Lo muestra bien la señal de la mujer (12,lss). Ésta es casi una reina, soberana sobre la luna (es decir, sobre el «otro» lado de nuestra conciencia, sobre nuestra naturaleza más inconsciente) y sobre las estrellas (las doce estrellas se refieren a las doce tribus de Israel, o sea, que esta figura también es soberana de la historia, que, aun sin saberlo nosotros, está a nuestra espalda). Esta señal constituye el lado vivo de nuestra realidad; más aún, el lado más fecundo, el lado que nos impulsa a continuar la vida, la señal que nos permite albergar la esperanza de un día nuevo.

Sin embargo, esta señal no está exenta de dolor y de peligro (12,3ss). La mujer grita por los dolores del parto y, al mismo tiempo, teme al dragón que quiere devorar al niño. Si nos dejamos cautivar por este sueño, sentiremos lo que significa que nuestro sueño de una vida nueva esté en peligro, nos daremos cuenta de hasta qué punto están temblando por dentro nuestros deseos, nos preguntaremos si conseguiremos ver de verdad la luz,  experimentaremos el dolor que la nueva vida provoca en nosotros... La lucha se está produciendo precisamente en nuestro instante de vida.

Y el niño nace y, contrariamente a las expectativas negativas, es arrebatado al cielo para defenderlo del dragón, que es derrotado por los ejércitos angélicos (12,5ss). Podría parecer un consuelo barato en nuestro sueño. Sin embargo, si creemos que nuestro sueño expresa una verdad, comprenderemos de inmediato que no se trata de esto: se trata de la exacta percepción, del presentimiento confiado de que, de verdad, precisamente en nuestra vida, «ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios» (12,10).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 15,20-26

Hermanos:

20 Cristo ha resucitado de entre los muertos como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte.

21 Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos.

22 Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo todos retornarán a la vida.

23 Pero cada uno en su puesto: como primer fruto, Cristo; luego, el día de su gloriosa manifestación, los que pertenezcan a Cristo.

24 Después tendrá lugar el fin, cuando, destruido todo principado, toda potestad y todo poder, Cristo entregue el reino a Dios Padre.

25 Pues es necesario que Cristo reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.

26 El último enemigo a destruir será la muerte.

 

**• Pablo subraya también en otras ocasiones que el anuncio de la resurrección se encuentra en el centro del mensaje cristiano (cf. Rom 1,4; Gal 1,2-4; etc.): «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Cor 15,17).

También en este caso, después de haber vuelto a llamar a los fieles a compartir un mismo camino de fe, les vuelve a presentar el evangelio inicial, el que anuncia que «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y resucitó el tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15,3ss). Como corolario, intenta dar posibles explicaciones de la resurrección, frente a posibles objeciones.

En el fragmento que nos presenta la liturgia de hoy, la resurrección está vinculada con su acontecimiento primero: Jesucristo. En efecto, el «primer» hombre, Adán, es figura de un ser para la muerte, que introduce la muerte-pecado en la naturaleza humana; el hombre «nuevo» Jesús, en cambio, trae la vida y a través de él tiene lugar la resurrección. La lectura cristológica de la resurrección no es obvia; más aún, sirve para valorarla como un acontecimiento de gracia y evitar lecturas simplemente naturalistas o moralistas. La resurrección es el don de la vida de Dios en Cristo: no se trata de un premio para quien se ha portado bien o de la evolución natural de las cosas... La resurrección es la Vida nueva que irrumpe en nuestra vida, es la Vida de la gracia, que transforma todo nuestro ser y hace que nuestro espíritu y nuestro cuerpo puedan ver el rostro de Dios y seamos elevados al cielo. Éste es el verdadero anuncio de la derrota definitiva de la muerte, que ya no es considerada como pecado y dolor, sino que se convierte en la puerta santa, en el último paso hacia el encuentro con el Señor de nuestra vida.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

43 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*»• El encuentro entre dos madres se convierte, en los relatos de la infancia del evangelio según Lucas, en un momento importante de conexión y de continuidad entre la historia de la salvación contada en el Antiguo Testamento y la nueva historia que está a punto de empezar con el nacimiento de Jesús; por eso, Isabel saluda en María a la madre «de su Señor» (cf. v. 43) y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo (w. 41-45). La presencia misteriosa del Espíritu nos muestra ya que ambas madres forman parte de un mismo plan de salvación, mediante el cual el designio de Dios sobre el mundo encuentra su cumplimiento no a través de las grandes gestas de la historia -aunque sí en su interior-, no a través de las glandes intuiciones de los filósofos o de los matemáticos griegos -aunque sí junto a ellos-, sino a través de la esperanza de dos mujeres de Israel, que reconocen en lodo lo que les está pasando una obra que les supera. No por nada se convierte el cántico mariano en elenco de esta historia que está por detrás y frente a la historia de los manuales, exaltando a su Autor misterioso (v. 47).

La «humildad de su sierva», a la que el Señor dirige su mirada (cf. w. 48-50), no se queda en una simple indicación exterior. Se trata de la humildad de quien está tan bajo que ve mejor la semilla que está a punto de nacer, de quien se pone en una posición de pura acogida (cf. Lc 1,38), de modo que consigue ver la profundidad de todo lo que está sucediendo y no se deja distraer por otros acontecimientos más ruidosos pero menos reales.

En el fondo, se trata de la humildad de quien acoge en sí la verdad de la historia. Precisamente por eso, la humildad de María no le impide reconocerse incluso como destinataria privilegiada del amor de Dios y profetizar que la historia la recordará por esto (y con ello se inserta una vez más en el ejército de todos los orantes del Antiguo Testamento). De esta perspectiva parte el recuerdo de las obras realizadas por el verdadero Señor de la historia (w. 51-53).

Y esta historia se cumple en la salvación llevada a quienes históricamente no tienen salvación -los humildes, los hambrientos- y en la dispersión de cuantos tienen una salvación confeccionada por ellos a su medida y, por eso, no pueden confiar en la obra de Otro (como los soberbios, los poderosos, los ricos...). Estos dos aspectos de la historia parecen combatirse recíprocamente: Desplegó la fuerza de su brazo» (v. 51) es una expresión dotada de connotaciones militares (cf. Sal 118,16); sin embargo, la profecía de María descubre, en realidad, en la historia un único aspecto de salvación; a saber: la proximidad del Señor. Tanto más por el hecho de que este Señor demuestra ser fiel también a sus propias promesas (w. 54ss) y, por consiguiente, digno asimismo de confianza. Para quien tiene ojos humildes, capaces de ver la humildad de la historia de la salvación, el Dios en quien se puede confiar permanece como confirmación de la bendición que él mismo ha dirigido a Israel y a su pueblo, de la promesa que el niño que da saltos en el seno de Isabel y el niño que está creciendo en el seno de María llevan con ellos.

 

MEDITATIO

La persona de María encierra y realiza en sí misma un camino particular de fe a pesar de la elección que la consideró no afectada por el pecado original y que la hizo Madre de Dios, «la que avanzaba "en la peregrinación de la fe"» (Redemptoris Mater 25). Este avanzar por el camino de la fe la convierte también en un posible modelo para todo el que quiere comprender lo que significa reconocer el total señorío de Dios sobre su propia vida.

Este señorío encuentra su realización ya en el ámbito de nuestro camino de crecimiento humano. A medida que el señorío de Dios entra en nuestra historia conseguimos ver con unos ojos nuevos la realidad que nos rodea. Nuestros ojos no ven ya sólo los abusos, las injusticias de quienes oprimen al débil, las mentiras de quienes tienen la soberbia en su propia lengua, la riqueza que se convierte en muerte del pobre... Poco a poco nuestros ojos se vuelven semejantes a los de María, a esos ojos que la hacen capaz de reconocer el poder de Dios que actúa en la historia en favor de la justicia y de la paz, y nos damos cuenta de cómo nosotros mismos podemos volvernos, a nuestra vez, historia de liberación, precisamente como María, si nos confiamos a este anuncio.

El señorío de Dios encuentra también su realización en nuestro camino de fe. Con María nos damos cuenta de que somos «siervos del Señor», llamados a proclamar la obra del Señor y sus maravillas, llamados a «engrandecer» su presencia en nuestra vida. Con María no tenemos miedo a reconocer frente al mundo nuestra elección, no tenemos miedo a llamarnos siervos e hijos de Dios, no tenemos miedo a la obra que el Espíritu Santo está realizando en nosotros. Este camino se realiza a través de la oración, a través del servicio y a través del testimonio, junto con María, que fue capaz de hacer efectivos, en su propia carne, su oración del Magníficat, su servicio a los otros (la visitación fue antes que nada respuesta a una necesidad de Isabel) y su anuncio de liberación.

El último anuncio de este señorío de Dios sobre nuestra vida tiene lugar cuando conseguimos comprender que éste no permanece extraño a nuestra corporeidad. Lo podemos intuir ya en el anuncio de la encarnación o sentirlo en nuestra vida a través de la corporeidad de los distintos sacramentos. La realidad de la resurrección, que para nuestra naturaleza humana se vuelve ya eficaz en la asunción de María al cielo, es la última llamada a abandonar asimismo nuestro cuerpo al poder del Reino de Dios. Hasta nuestro cuerpo, con sus necesidades ínfimas y con sus deseos más elevados, con sus gritos de «¡tengo hambre!» y sus «¡te amo!», está incluido en el Reino de Dios. El cuerpo de María, que llevó en él el cuerpo del Verbo encarnado e hizo frente también al dolor de la historia, se vuelve en su asunción la promesa y la realización del hecho de que nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras necesidades, no puedan apartarse de la presencia divina que

ha tocado nuestra vida.

 

ORATIO

Te doy gracias, oh Padre, porque has elegido a María, mujer humilde y pobre, para dar cumplimiento a tus promesas, a las promesas que hiciste a Abrahán, que «tuvo fe y esperó contra toda esperanza» (cf. Rom 4,18). En ella nos has mostrado cómo obras, puesto que no miras el exterior o la grandeza, sino que actúas simplemente por tu amor. Ayúdame a darme cuenta de que también yo estoy llamado a este amor y a confiarme a este anuncio sin miedos.

Te doy gracias, Verbo eterno, porque en María, con tu encarnación, has tocado nuestro cuerpo mortal y, en ti, lo has hecho capaz de acoger la santidad de Dios. Todo lo que has hecho en la historia, con tus palabras y con tus acciones, se convierte para nosotros en llamada y promesa de un mundo nuevo, de un mundo que sea de verdad el reino del Padre. Ayúdanos a creer en ti, ayúdanos a sentir que tu historia es la historia verdadera del mundo, la historia capaz de vencer nuestras ansias, nuestras necesidades.

Te doy gracias, Espíritu del Padre y del Hijo, porque tu acción misteriosa ha cambiado el sentido de la historia. Tu poder tocó el seno de María y la preparó para la venida del Verbo de Dios. Tu poder ha transformado las palabras de una pobre mujer en un anuncio capaz de revolucionar la historia, en una profecía de verdadera liberación. Tu poder santificó un cuerpo destinado al polvo y lo convirtió en un cuerpo glorioso, capaz de lo infinito. Que tu poder nos ayude también a nosotros a confiar nuestros sueños y nuestros deseos a este anuncio de resurrección, para que consigamos rea lizar también en nuestra vida el acto de fe total que fue el de María.

 

CONTEMPLATIO

Nuestra celebración consiste, en realidad, más en la indicación del misterio que en su explicación. Y aunque yo quisiera anteponer el silencio al habla, ésta última se ve forzada por el afecto, dando lugar a las palabras, y cede a éstas, aunque no tengan coraje y no ignoren su debilidad, que es demasiado grande respecto a la posibilidad de satisfacer de una manera adecuada el arcano del prolongado silencio [...].

Por eso, ¡ánimo!, obedecedme a mí, que soy buen consejero, y corred al encuentro con la Madre de Dios. Y mientras ahora estáis relucientes por la acción y por la palabra, y resplandecéis por todos lados gracias a la belleza de la virtud, quiera el mismo Cristo recogeros y recibiros al mismo tiempo en el místico banquete. Y os lo muestra claramente con el hecho de que hoy traslada a su Madre siempre virgen, de cuyo seno, y aun siendo Dios, tomó arcanamente nuestra forma, de los lugares terrenos como reina de nuestra naturaleza, dejando el poder del misterio sin anuncio, aunque no del todo incomunicable.

En efecto, ella vino en el nacimiento y, sin embargo, tuvo una condición extraordinaria. Aquella que procuró la vida, sube para un viaje de nueva vida y se traslada al lugar incorruptible, principio de vida (Andrés de Creta, Omelie mañane, Roma 1987, pp. 133, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

María, en su canto de alabanza, no engrandeció a Dios sólo de una manera abstracta por haber «levantado a los humildes» y haber «llenado de bienes a los hambrientos», sino que lo hizo indudablemente también porque conocía esta bajeza ante Dios mejor que cualquier otra criatura: Dios, el poderoso, en efecto, «ha mirado la humildad de su sierva», y por esa mirada proyectada sobre ella, no por su ensalzamiento, ella se alegra por «la grandeza del Señor». Si bien María era materialmente pobre, no se alegra por los dones materiales que le fueron concedidos [...], sino por el don inaudito de una maternidad mesiánica, que no era tanto un don hecho a ella personalmente como un acto de misericordia hacia su «siervo Israel», que ha obtenido la «semilla de Abrahán» por la que había suspirado tanto tiempo. En su opción en favor de los pobres, María es perfectamente ella misma, no se ha alienado en absoluto en «otra María».

Sabe que ha llegado a ser Madre de una manera única e incomparable por pura gracia, y Madre no sólo de su único Hijo, sino, en él, de todos aquellos que mediante él y en él se han convertido en hijos e hijas de Dios en la Iglesia. (Y cuando aquí hablamos de Iglesia, sus confines permanecen indefinidos, porque la gracia de la redención de Cristo ha llegado, en efecto, a todos los hombres que nacieron antes que él y después de él.) «La mediación de María está ligada, efectivamente, a su maternidad, posee un carácter específicamente materno» (Redemptoris Mater 38) y, por eso, ella es el centro de la «comunión de los santos», «está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos» (Redemptoris Mater 41), de esa capacidad de ser-para-los-otros en el Reino de Dios como coronamiento sobrenatural de la estupenda posibilidad ya en el plano natural, o sea, de la capacidad de poderse apoyar y ayudar recíprocamente (H. U. von Balthasar, «Commento all'enciclica "Redemptoris Mater"», en H. U. von Balthasar - J. Ratzinger, María. II si di Dios all'uomo. Introduzione e commento alfencíclica «Redemptoris Mater», Brescia 31988, pp. 5óss, passim).

 

Día 16

Viernes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,1-13

En aquellos días,

1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y oficiales. Todos se presentaron ante Dios.

2 Josué dijo a todo el pueblo: -Así dice el Señor, Dios de Israel: Vuestros antepasados, Teraj, padre de Abrahán y de Najor, vivían antiguamente en Mesopotamia y servían a otros dioses.

3 Pero yo tomé a vuestro padre Abrahán de Mesopotamia y le hice recorrer toda la tierra de Canaán; multipliqué su descendencia y le di a Isaac.

4 A Isaac le di a Jacob y a Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto.

5 Envié después a Moisés y a Aarón, y castigué a Egipto realizando prodigios. Después os saqué de allí.

6 Saqué de Egipto a vuestros padres y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con carros y caballos hasta el mar Rojo.

7 Ellos clamaron al Señor, y él interpuso densas tinieblas entre vosotros y los egipcios e hizo irrumpir contra ellos el mar, que los anegó. Con vuestros propios ojos habéis visto lo que yo hice en Egipto. Después vivisteis mucho tiempo en el desierto.

8 Os introduje en la tierra de los amorreos, que viven al otro lado del Jordán; ellos combatieron contra vosotros, pero yo os los entregué; ocupasteis su tierra, porque yo los exterminé ante vosotros.

9 Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, salió a combatir contra Israel y mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijese.

10 Pero yo no escuché a Balaán, y él no tuvo más remedio que bendeciros; así os libré de su poder.

11 Después, pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; los jefes de Jericó combatieron contra vosotros, así como los amorreos, pereceos, cananeos, hititas, guergueseos, jeveos y jebuseos, pero yo os los entregué.

12 Mandé delante de vosotros tábanos que pusieron en fuga a los dos reyes amorreos. Esto no se lo debéis a vuestra espada ni a vuestro arco.

13 Os he dado una tierra por la que vosotros no habíais sudado, unas ciudades que no edificasteis y en las que ahora vivís; coméis los frutos de las viñas y de los olivos que no habéis plantado.

 

**• Memoria, reconocimiento, gratuidad. En los libros sagrados del Antiguo Testamento se recuerda a menudo la historia del pueblo a partir de Abrahán, que es su padre en la fe y en torno al cual se vuelven a enlazar constantemente los hilos de la memoria. En la magna asamblea de Siquén, celebrada cuando el pueblo se ha adentrado ya en la tierra prometida, se renueva de manera solemne la alianza con YIIWII. Con cierta estructura ritual, y antes de la renovada adhesión de fe por parte del pueblo, Josué traza las grandes líneas de la historia de Israel, presidida siempre por la presencia del Señor; transmite la memoria de las admirables obras realizadas por el Señor, en su nombre, como una historia llevada a cabo por Dios mismo con sus siervos. Se trata del relato de todo lo que YIIWII ha ido haciendo a lo largo de una peregrinación que arranca con los antepasados de Abrahán, hasta el momento presente, en el que se ven realizadas las promesas que le fueron hechas al amigo de Dios, a nuestro padre en la fe. En una síntesis vertiginosa se pasa revista a los padres y a los patriarcas de la historia del pueblo: Abrahán, Isaac, Jacob y sus hijos, que bajaron a Egipto. Después se recuerda el acontecimiento maravilloso de la liberación de Egipto, presente siempre en la memoria, como acontecimiento clave de la historia de Dios con el pueblo, la entrada en la tierra prometida y las dificultades superadas como los habitantes de esta tierra.

Todo es historia de Dios en favor del pueblo, que debe captar siempre y en todo la gratuidad de los dones de Dios, a fin de responder también con un corazón repleto de gratitud. Con este sentimiento se concluye la profesión de fe, memoria histórica de las obras de Dios. El pueblo tiene ahora una tierra que no ha sudado, habita en ciudades que no ha edificado, come el fruto de viñas y olivos que no ha plantado (v. 13).  Todo es don de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,3-12

En aquel tiempo,

3 se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: -¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo?

4 Jesús respondió: -¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra,

5 y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo?

6 De manera que ya no son dos, sino uno sólo. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

7 Replicaron: -Entonces, ¿por qué mandó Moisés que el marido diera un acta de divorcio a su mujer para separarse de ella"?

8 Jesús les dijo: -Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así.

9 Ahora yo os digo: El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra comete adulterio.

10 Los discípulos le dijeron: -Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse.

11 Él les dijo: -No todos pueden hacer esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede.

12 Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para ello; otros, porque los hombres los incapacitaron; y otros eligen no casarse por causa del Reino de los Cielos. Quien pueda poner esto en práctica que lo haga.

 

*+• No falta en la predicación de Jesús una precisión relativa a los temas más fundamentales de la vida. Jesús no rehúye la confrontación con la realidad humana, sino que ilumina con una nueva luz los puntos críticos de la vida de los hombres.

En el caso que nos ocupa se trata del matrimonio en el proyecto original del Creador. El Maestro, a la luz del relato fundacional del Génesis, recuerda la dualidad y la reciprocidad de la naturaleza humana creada por Dios en la pareja complementaria: «varón y hembra». La pareja es signo de un don recíproco, manifestado en la unión conyugal, que expresa la entrega total de ambas personas, la una a la otra. Se trata de un proyecto de Dios que no puede separar el hombre. En la práctica, es la afirmación del proyecto original de un matrimonio único e indisoluble.

Jesús ratificó esta misma doctrina siguiendo el itinerario de lo que había venido a realizar: cumplir la ley y no abolirla. Ahora bien, se trata de un reconocimiento que no siempre se ha llevado a cabo; es más, una sociedad demasiado machista ha hecho prevalecer sobre la debilidad de la mujer el repudio de ésta, como si sólo ella pudiera ser culpable. El restablecimiento del equilibrio de los derechos y de los deberes entre el hombre y la mujer en el matrimonio es también propio de Jesús.

Por otra parte, el Maestro -célibe por decisión propia, aunque esto era un hecho muy singular en su cultura afirma de su propia cosecha, con fórmulas que encierran algo de enigmático, que se puede optar también por el celibato: no por la comodidad de no tener problemas, sino para dedicarse por completo al servicio del Reino. Sin embargo, esta opción, según nos explica Jesús, es un don que viene de lo alto.

 

MEDITATIO

Uno de los aspectos fundamentales de la oración bíblica es el agradecimiento. El recuerdo agradecido de las obras realizadas por Dios en la historia del pueblo de Israel suscita la alabanza de bendición. Toda modalidad de oración que, con razón, se llama berakhah, «bendición» dirigida a Dios por sus beneficios, es una memoria. Antes incluso de ser una oración de súplica es una invocación de alabanza.

Como se dice con frecuencia, la oración judía es narrativa, cuenta la historia de Dios a través de la historia del hombre, a diferencia de la oración de los paganos dirigida a sus dioses, que era una súplica interesada, una invocación destinada a obtener beneficios, dado que, en verdad, poco podían contar de las cosas hechas por los dioses en favor de los hombres. No ocurre así con Israel, un pueblo que sabía orar y que, de hecho, oraba relatando, poniendo ante su Señor y ante el pueblo las maravillas de Dios, las grandes obras realizadas por él. Por eso el «Credo» del pueblo que aparece en la lectura del libro de Josué es una narración de sus obras.

Asimismo, sólo a partir de este principio de la gratuidad de Dios se puede comprender la lección que nos presenta el Evangelio. El matrimonio y la virginidad son dos vocaciones, dos proyectos de amor, en el designio de Dios. Tanto el uno como la otra no son opción del hombre, sino proyecto de Dios. Más aún, son un proyecto complementario de dos vocaciones que, si sólo fueran opción del hombre, serían dos deformaciones, sujetas a sus veleidades. Así, quien vive la gracia del matrimonio, único e indisoluble, acepta y respeta la vocación del propio cónyuge. Y quien vive la virginidad por el Reino de Dios no lleva a cabo una opción egoísta o se resigna a un expediente de impotencia de amar. Viven todos, a partir de Dios, una opción de amor y de servicio recíproco en la comunidad que Jesús vino a fundar.

 

ORATIO

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. Todas tus obras destinadas a nosotros son acciones de amor y de misericordia. También hoy te bendecimos con nuestra acción de gracias, que tiene la eucaristía como su momento culminante.

En realidad, la historia de la salvación tiene como meta y síntesis la encarnación, la pasión y la resurrección de Jesús, tu amadísimo Hijo. En él se han cumplido todas las promesas, nos han sido dados todos los bienes, se han aclarado todos los enigmas, se han realizado todas las profecías.

Te damos gracias, oh Padre, por nuestra pequeña historia de salvación, hecha a partir de acontecimientos, de encuentros, de relaciones. Todo nos dice que eres tú quien teje con nosotros una historia de amor y que llevas a su cumplimiento, con la fuerza de tu Espíritu, tu designio de misericordia. Haz que cada uno de nosotros sepa reconocer en cada acontecimiento tu presencia y pueda decir, de verdad, que todo es gracia, porque «es eterna tu misericordia».

También te damos gracias por el don precioso del matrimonio y de la virginidad, por las familias y por las personas consagradas. Haz que seamos fieles a tu designio de amor, de un amor que es santo y fecundo.

 

CONTEMPLATIO

En este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado -mejor dicho, que ha de ser salvado, ya que ahora está salvado sólo en esperanza, porque en esperanza fuimos salvados-, en este mundo, pues, que es la Iglesia, que sigue a Cristo, el Señor nos dice a todos: El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo.

Este precepto no se refiere sólo a las vírgenes, con exclusión de las casadas; o a las viudas, excluyendo a las que viven en matrimonio; o a los monjes y no a los casados; o a los clérigos, con exclusión de los laicos: toda la Iglesia, todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, de acuerdo con su función propia y específica, debe seguir a Cristo. Sígale, pues, toda entera la Iglesia única, esta paloma y esposa redimida y enriquecida con la sangre del Esposo. En ella encuentra su lugar la integridad virginal, la continencia de las viudas y el pudor conyugal.

Todos estos miembros, que encuentran en ella su lugar, de acuerdo con sus funciones propias, sigan a Cristo; niéguense, es decir, no se vanaglorien; carguen con su cruz, es decir, soporten en el mundo por amor de Cristo todo lo que en el mundo les aflija. Amen a Aquel que es el único que no traiciona, el único que no es engañado y no engaña; ámenle a Él, porque es verdad lo que promete. Tu fe vacila, porque sus promesas tardan. Mantente fiel, persevera, tolera, acepta la dilación: todo esto es cargar con la cruz (Agustín de Hipona, Sermón 96,9, en PL 38, col. 588).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Porque es eterna su misericordia» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los Cielos.

En efecto, dice acertadamente san Juan Crisóstomo: «Quien condena el matrimonio priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente en comparación con un mal no es un gran bien, pero lo que es mejor aún que bienes por todos considerados tales, es ciertamente un bien en grado superlativo».

En la virginidad, el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ésta en la plena verdad de la vida eterna. La persona virgen anticipa así en su carne el mundo nuevo de la resurrección futura. En virtud de este testimonio, la virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento. Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre, «hasta encenderlo mayormente de caridad hacia Dios y hacia todos los hombres», la virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor aunque sea grande; es más, que hay que buscarlo como el único valor definitivo. Por esto, la Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios. Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios (Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 16).

 

Día 17

Sábado de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,14-19

En aquellos días, dijo Josué a todo el pueblo:

14 Así pues, respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y en Egipto, y servid al Señor.

15 Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir, si a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis. Yo y los míos serviremos al Señor.

16 El pueblo respondió: -Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses.

17 El Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto a nosotros y a nuestros padres. Él ha hecho ante nuestros ojos grandes prodigios y nos ha protegido durante el largo camino que hemos recorrido y en todas las naciones que hemos atravesado.

18 Él ha expulsado delante de nosotros a todos los pueblos y a los amorreos, que viven en el país. Así que también nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios.

19 Josué dijo al pueblo: -Vosotros no seréis capaces de servir al Señor, porque él es un Dios santo, un Dios celoso que no tolerará vuestras transgresiones ni vuestros pecados. 20 Si abandonáis al Señor para servir a dioses extraños, Él se volverá contra vosotros y, después de haberos hecho tanto bien, os hará el mal y os exterminará.

21 El pueblo respondió: -Nosotros queremos servir al Señor.

22 Josué les dijo: -Sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirlo. Ellos respondieron: -Lo somos.

23 Y Josué añadió: -Entonces quitad de en medio de vosotros los dioses extraños e inclinad vuestros corazones al Señor, Dios de Israel.

24 El pueblo respondió: -Serviremos al Señor, nuestro Dios, y obedeceremos su voz.

25 Aquel día, Josué hizo una alianza con el pueblo y le dio leyes y preceptos en Siquén.

26 Josué escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios, tomó una gran piedra y la erigió allí, debajo de la encina que había en el santuario del Señor,

27 y dijo a todo el pueblo: -Esta piedra será un testimonio contra nosotros, porque ella ha oído todo lo que el Señor nos ha dicho; será un testimonio contra vosotros para que no reneguéis de vuestro Dios.

28 Después, Josué despidió al pueblo, y cada uno se volvió a su heredad.

29 Algún tiempo después, murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento diez años.

 

*•• Con este episodio concluye el libro de Josué y termina, idealmente, la toma de posesión de la tierra prometida por parte de todo el pueblo que se dirige, según las tribus, al territorio en el que debe habitar. El momento es solemne. Se concluye una alianza que consta de tres momentos esenciales.

El primero es la invitación lanzada por Josué al pueblo para que se adhiera por completo al Señor, con integridad y verdad, en un servicio total, renunciando a todos los ídolos, incluso a los ancestrales, que habían permanecido en la memoria colectiva, así como a los nuevos ídolos a los que el pueblo se había dirigido en el desierto (y tal vez también en la nueva tierra). El cabeza da ejemplo en nombre de su casa y de su tribu. Viene a continuación la respuesta del pueblo en una magna purificación de la memoria y con una renuncia colectiva a los ídolos para servir a Dios.

Hay aún un segundo momento ritual: Josué anuncia la realidad del Dios de Israel, el Dios de la alianza, que es santo y celoso a la vez, como ha demostrado en otros momentos a lo largo del camino por el desierto. Y lo hace con una amenaza que refuerza el temor de Dios: éste podría dar la espalda al pueblo y, tras haberle procurado sus beneficios, podría repudiarlo.

Por último, en un tercer momento, resuena dos veces la profesión de fe del pueblo, referida ya en otro lugar a petición de Moisés. Se trata de una promesa de alianza diligente y concreta de palabra y de obra (v. 24: «Serviremos al Señor, nuestro Dios, y obedeceremos su voz»). A pesar de la fuerza de la adhesión, ésta seguirá siendo débil y endeble, como demostrará la historia posterior. Sin embargo, Dios seguirá siendo fiel a la promesa y al establecimiento de una nueva alianza. El servicio de Dios, el Fiat, el sí de la colaboración incondicionada, el eco fiel de la promesa de los padres, será personificado al final de los tiempos por la Hija de Sión, María, la sierva del Señor, la mujer que representa a todo el Israel de Dios.

 

 

Evangelio: Mateo 19,13-15

En aquel tiempo,

13 le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase. Los discípulos les regañaban,

14 pero Jesús dijo: -Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.

15 Después de imponerles las manos se marchó de allí.

 

**• El breve pasaje evangélico que acabamos de leer nos presenta a Jesús en contacto con los pequeños, con los niños. Ellos pertenecen al Reino no sólo en virtud de un hecho de carácter sociológico -en cuanto incluidos asimismo en la relación hombre-mujer, como fruto de la paternidad y de la maternidad, en cuanto forman parte del pueblo-, sino precisamente en virtud de su persona, que tiene un gran valor a los ojos de Dios. Presentan a Jesús un grupo de niños, probablemente por sus madres, para que el Maestro les dispense algún gesto de benevolencia y de bendición, una caricia y una oración (v. 13a). La reacción de los discípulos, además de un comportamiento tosco, aunque espontáneo, para intentar liberar al Maestro de una incómoda turba de mocosos (v. 13b), revela tal vez un dato cultural de la época: la poca atención que se prestaba a los pequeños, lo poco que contaban los niños en cuanto niños. En realidad, los adultos despreciaban a los pequeños en la cultura de aquel tiempo.

También en lo que respecta a esta categoría social restablece Jesús el sentido de la dignidad original; más aún, se refiere a ella con un trato de predilección: «Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí» (v. 14).

Jesús confirma su disponibilidad para la acogida del Reino no sólo como una cualidad moral, como quien se hace pequeño y se convierte, sino también por una situación existencial, por su inocencia y su disponibilidad, no resquebrajada por la malicia de ulteriores experiencias personales. También Jesús aceptó vivir una experiencia humana de niño y le dio un sentido a este momento de la vida humana. Hay, por consiguiente, en las palabras del Maestro una advertencia sobre la proximidad entre él y los niños, entre la existencia de los niños en medio de nosotros y el destino de todos, desde pequeños, a la persona de Jesús, a quien pertenecen, y a su Reino.

 

MEDITATIO

«Serviremos al Señor, nuestro Dios». La ratificación de la alianza en Siquén está expresada con una fórmula que indica bien la interioridad del compromiso que asume el pueblo ante Dios. Se trata de la actitud, al mismo tiempo interior y exterior, de una entrega total. «Servir al Señor» supone una donación total de la propia vida, una dedicación de nuestro propio ser y de nuestras propias cualidades a la plena realización de su designio de amor en favor de la humanidad. Es abrir nuestra propia existencia a la voluntad del Señor, expresada en los preceptos de la alianza no como puras normas de conducta, sino más bien como senderos de santidad personal, comunitaria y social.

El Señor ha puesto remedio a la insuficiencia de la ley antigua y de la alianza mosaica con la nueva alianza en el Espíritu. El obsequio de la mente y de la voluntad, el suave plegarse de lo humano a lo divino, constituye la novedad de un servicio en el que el amor y el temor, la condición de siervos y de hijos, el mandamiento exterior y la libertad interior, la adhesión plena de amor a la voluntad salvífica de Dios, se manifiestan como la ley nueva del Espíritu en el corazón del creyente.

De este modo, la persona humana ofrece a Dios su propia libertad y la hace omnipotente. La dignidad de la persona humana alcanza su cima cuando con amor, con libertad y sin miedo sirve al Señor. El modelo de esta entrega libre lo tenemos en María, la madre y la sierva del Señor.

 

ORATIO

Queremos vivir, Señor, con alegría la espiritualidad del servicio, la amorosa adhesión a tu voluntad. No es un mandamiento despótico el que nos propones, sino la guía amorosa y paterna de una vía real la que tú nos indicas.

Doblega con la fuerza amorosa de tu Espíritu la dureza de nuestro corazón, llena de tu soplo divino nuestro ser, para que podamos ofrecerte con libertad y con un profundo sentido de gratitud todo lo que somos.

Haznos como niños del Reino, totalmente confiados en tu plan de amor por nosotros, totalmente abiertos a tus inspiraciones. Haz que cada vez que recitemos la oración del Padrenuestro sintamos que se renueva la alianza de nuestro bautismo. Que nuestra oración sea una consagración total de nuestra existencia a servirte con amor, para que venga tu Reino a nosotros y al mundo. Con la mirada dirigida a tu Sierva, también nosotros decimos: «Hágase en mí según tu palabra».

 

CONTEMPLATIO

Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero, unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf. Jn 8,29). Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él y, así, cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes). Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo, sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada fiel que ora que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice: «Que tu voluntad se haga» en mí o en vosotros, sino: «En toda la tierra», para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2825).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Serviremos al Señor, nuestro Dios» (Jos 24,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Del mismo modo que una gavilla cogida por el centro se prolonga hacia sus extremos, así la vida de María está concentrada en torno a su «sí», que le confiere sentido y forma, y desde aquí se despliega tanto hacia atrás como hacia adelante. Su «sí» da pleno sentido a cada momento, a cada gesto, a cada oración de la Madre del Señor. Ésta es, en efecto, la naturaleza de un «sí»: liga a quien lo pronuncia, pero le concede al mismo tiempo plena libertad de realización. También la infancia de

María está esclarecida por la luz de su «sí». La infancia representa siempre un momento preparatorio de concentración en vistas a la acción decisiva que seguirá en una segunda fase, y será, en el caso de María, nada menos que el «sí» capaz de determinarlo todo.

Su «sí» es, sobre todo, gracia. No representa sólo su respuesta humana a la propuesta de Dios; es una gracia tan grande que es, al mismo tiempo, la respuesta divina a toda su vida. María pronuncia la respuesta esperada por la gracia y acepta así la llamada de Dios. Su aceptación significa para ella ponerse a disposición de esta llamada con una entrega plena; entregarse con toda la fuerza y con la profundidad de su ser y de sus facultades.

Dios no ha concedido a nadie un poder de colaboración más grande que el que concedió a María. La sierva se vuelve Madre, y la Madre, Esposa. Desde este momento en adelante, el Fiat se extiende a todos: se convierte en un bien de la Iglesia en forma de oración al Padre que adquiere su carácter católico y eucarístico; así como en su difusión cuando el Hijo entrega a los  hombres su oración personal al Padre, recibida de la Madre.  Ella está viva en cada Fiat particular que se pronuncia en la comunidad del Señor (A. von Speyr, L'Ancella del Signore María, Milán 1986, pp. 7-10, 15ss, passim [edición española: La esclava del Señor, Encuentro Ediciones, Madrid 1991 ]).

 

Día 18

20° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 38,4-6.8-10

En aquellos días,

4 los jefes fueron a decir al rey: -Este hombre es reo de muerte, porque desalienta con semejantes palabras a los combatientes que quedan en esta ciudad y a todo el pueblo. Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.

5 El rey Sedecías respondió: -Lo dejo en vuestras manos, pues el rey no puede oponerse a vuestros deseos.

6 Así que ellos fueron y, bajándolo con cuerdas, arrojaron a Jeremías al aljibe del príncipe Malquías, situado en el patio de la guardia. En el aljibe no había agua, sino sólo fango, y Jeremías se hundía en él.

8 Salió Abdemélec del palacio real y le dijo:

9 -Oh rey, mi señor; esos hombres hacen mal tratando así al profeta Jeremías; lo han arrojado al aljibe, donde va a morir de hambre, pues ya no hay pan en la ciudad.

10 El rey dio al etíope Abdemélec esta orden: -Toma unos cuantos de estos hombres contigo y saca a Jeremías del aljibe antes de que muera.

 

*• Por la misión que había recibido y por las circunstancias históricas que hubo de vivir, podemos decir que Jeremías fue una profecía hecha persona. Precisamente por eso la tradición cristiana le considera como figura e imagen del Jesús de la pasión.

Jeremías conoció, en primer lugar, la persecución, que le hizo sufrir hasta el espasmo y le aisló de su pueblo; que le expuso a la calumnia de sus adversarios y le hizo conocer la cárcel y el exilio; que le quitó el favor del rey y le hizo pasar hambre. Ésta fue la pasión que le acompañó durante toda la vida y que ha dejado también una señal en el libro de sus profecías. En él son bastante conmovedoras las páginas que exteriorizan el drama interior del profeta y nos hacen conocer algunas «confesiones» que dejan aparecer su profunda y genuina espiritualidad.

Ahora bien, Jeremías encuentra asimismo un amigo que intercede por él ante el rey y se pone de su parte, aunque esto le expone al peligro; un amigo que, en cierto modo, comparte su pasión. Aunque el poder de los prepotentes desarraiga a Jeremías de su pueblo, no consigue, sin embargo, cortar por completo este vínculo. Un profeta lo es siempre para su pueblo, incluso cuando eso implique perder el favor del rey y exponerse a un peligro de muerte. Al final, Jeremías queda libre, aunque sea de manera provisional, y esto sirve para atestiguar que, en los asuntos humanos, la última palabra sólo corresponde y corresponderá siempre a Dios.

 

Segunda lectura: Hebreos 12,1-4

Hermanos:

1 Por tanto, también nosotros, ya que estamos rodeados de tal nube de testigos, liberémonos de todo impedimento y del pecado que continuamente nos asedia y corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros,

2 fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.

3 Pensad, pues, en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no os dejéis abatir por el desaliento.

4 No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado.

 

**• El autor de esta carta establece, al comienzo del capítulo 12, una relación con aquella «relectura teológica» de la historia que ya habíamos meditado el domingo pasado. El gran número de testigos que nos rodea (v. la) no es otro que la serie de personajes (Abrahán, Sara, etc.) cuya fe ha sido alabada antes. A partir de su ejemplo, el autor formula para los destinatarios de su carta una serie de invitaciones que son otras tantas exhortaciones al recto sentir, a la recta conducta y a la recta orientación de su vida. Esas exhortaciones se sirven de algunas imágenes, bastante expresivas y de inmediata comprensión.

«Corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros» (v. Ib): la vida cristiana puede ser imaginada muy bien como una carrera en la que todos participan no por libre iniciativa, sino por haber sido llamados por el único Señor. Una carrera cuesta arriba, si queremos, precisamente porque se trata de seguir a Jesús, que sube hacia el Calvario, cargado con el leño de la cruz.

«Fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe» (v. 2): como Jesús mantuvo fija su mirada sobre Jerusalén mientras subía hacia la ciudad santa (cf. Le 9,51), así tampoco el cristiano puede apartar su mirada de Aquel que nos precede a todos, como cabeza, por el camino que lleva a Jerusalén; más aún, que tira de la carrera con determinación interior y con un coraje extremo.

«Pensad, pues, en aquel que soportó en su persona...» (v. 3): es menester poner nuestra mente en Jesús, pensar en él con pasión, poner o mantener sólo a él en el centro de nuestro corazón, si queremos conservar las energías necesarias para proseguir la carrera y para llegar a la meta. En caso contrario, nos cansaremos y perderemos el ánimo, es decir, abandonaremos nuestro propósito, elaboraremos hipótesis alternativas y nos adentraremos por otros caminos.

La exhortación final del autor es más extraordinaria que nunca, porque expresa también un juicio que nos afecta a todos: «No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado» (v. 4). La vida cristiana, sea cual sea la vocación en que se encarne, es siempre una lucha a campo abierto, una batalla que hemos de sostener, una continua resistencia al mal, cueste lo que cueste, hasta el derramamiento de sangre.

 

Evangelio: Lucas 12,49-57

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

49 He venido a prender fuego a la tierra, y ¡cómo desearía que ya estuviese ardiendo!

50 Tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y estoy angustiado hasta que se cumpla.

51 ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división.

52 Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres.

53 El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.

54 Y a la gente se puso a decirle: -Cuando veis levantarse una nube sobre el poniente decís en seguida: «Va a llover», y así es.

55 Y cuando sentís soplar el viento del sur, decís: «Va a hacer calor», y así sucede.

56 ¡Hipócritas! Si sabéis discernir el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis discernir el tiempo presente?

57 ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?

 

**• Esta página, en el contexto del capítulo 12 del evangelio de Lucas, está también al servicio del gran tema de la espera. El cristiano, para poder decir que vive realmente esperando a Aquel que viene, no sólo debe adoptar las actitudes de la vigilancia (Lc 12,35-40) y de la fidelidad (Lc 12,41-48), sino que también debe darse cuenta del carácter trágico del momento que está viviendo: éste es el tema de la liturgia de la Palabra de hoy (Lc 12,49-53), al que el evangelista le añade el otro tema, igualmente importante, de la obligación de discernir los llamados «signos de los tiempos», una tarea de la que el cristiano no puede sustraerse en absoluto.

El carácter trágico de la espera lo expresa Lucas con las imágenes del fuego y del bautismo: Jesús expresa su vivo deseo de pasar a través de las aguas purificadoras del sacrificio de la cruz y de este modo se presenta como el modelo al que debemos atender y adecuarnos como creyentes. En efecto, de nada valdría darse cuenta del carácter trágico del momento histórico si no nos decidiéramos a seguirle a él con las mismas intenciones y con la misma determinación que le sostuvieron durante toda su vida terrena. Yendo más allá de las imágenes, Jesús concede a sus discípulos una nueva posibilidad de interpretar el sentido de su presencia en el mundo: «¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división» (v. 51). No podría haber palabras más claras para hacernos comprender el carácter dramático del momento, tanto para nosotros como para él.

No obstante, para sostener esta descomunal tarea, Jesús ofrece a la gente de su tiempo una clave de lectura, con la finalidad de vencer una serpenteante y difusa «ignorancia y ofrecer un criterio hermenéutico seguro para la lectura de los «signos de los tiempos». El tono de estas palabras de Jesús es, en verdad, un tanto polémico: Jesús no se ocupa aquí de la ciencia meteorológica, en aquel tiempo tal vez menos desarrollada que en nuestros días, sino que pone de manifiesto la distancia que existe entre ésta y el verdadero conocimiento de este  tiempo, enriquecido con la presencia de Jesús y, por ello, decisivo para la salvación. Para Jesús, la de sus interlocutores no es sólo incapacidad, sino que es hipocresía, porque los signos están ahí -y clarísimos-; sin embargo, muchas personas de su tiempo, como del nuestro, se niegan a verlos e interpretarlos. Los signos del tiempo, en efecto, se dejan captar y comprender no en el sol, en la luna y en las estrellas, sino en la vida de Jesús, sobre todo en su misterio pascual. Y quien no posee esta clave de lectura nunca conseguirá captar el sentido de la historia.

 

MEDITATIO

¿Qué paz vino a traer a la tierra Jesús, que fue llamado «el príncipe de la paz» y a quien Pablo presenta como aquel que, derribando el muro de separación, ha inaugurado los tiempos de la paz mesiánica? Resulta incluso demasiado fácil edulcorar el don de la paz mesiánica, intentando empobrecerla y adaptarla a nuestras miopes visiones, a nuestras expectativas egoístas. Una paz a medida del hombre no siempre corresponde al don de la paz que Dios, por medio de Jesucristo, quiere asegurar a toda la humanidad.

La paz que Jesús anuncia y da es una paz que divide. Es capaz de provocar divisiones incluso en el interior de cada persona. Desde este punto de vista, son altamente significativos los acontecimientos que le tocó vivir al profeta Jeremías. Éste, por la palabra de su Señor, fue arrancado de sí mismo, de sus proyectos humanos, hasta de sus deseos legítimos, para ser catapultado totalmente hacia la historia de su pueblo.

La paz que Jesús anuncia y da es una paz que divide. Provoca divisiones en el interior de las relaciones humanas: lo afirma Jesús de modo claro en otros lugares de su evangelio y vuelve a afirmarlo también aquí de un modo bastante vigoroso: «De ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres». No es difícil entrever el primado absoluto de la Palabra de Dios en la vida del creyente, así como la extrema eficacia de una vocación evangélica cuando ésta debe chocar con una lógica terrena que obedece a criterios muy diferentes.

La paz que Jesús anuncia y da es una paz que divide. Provoca divisiones entre unos grupos y otros, entre unas comunidades y otras, entre unos pueblos y otros, precisamente por la novedad que trae al mundo y por el escándalo de ese «misterio pascual» que -tanto para nosotros como para él- constituye el criterio primero e insustituible de todo comportamiento humano.

 

ORATIO

Soy pobre, Señor, y con frecuencia mis pobrezas me deprimen y me envilecen. Pero tú, Señor, eres mi riqueza, porque eres infinitamente superior a mis fuerzas, ilimitadamente bueno, hasta el extremo de querer extirpar en mí la raíz de toda pobreza: el pecado. Soy infeliz, Señor, y en ocasiones mi infelicidad me lleva al borde de la desesperación. Pero tú, Señor, eres mi alegría, porque con tu Palabra iluminas mi camino, con tu presencia colmas mi soledad, con tu gracia me sostienes a lo largo del camino de mi vida.

He esperado en ti, Señor, precisamente cuando me asaltaba la desesperación. He esperado en tu Palabra, Señor, precisamente mientras una tremenda sordera espiritual intentaba cerrar mi corazón a tu escucha. He esperado en tu ayuda, Señor, precisamente cuando mis fuerzas me abandonaban y vacilaban mis pies. Pero tú, Señor, te inclinaste hacia mí, aseguraste mis pasos, me liberaste del fango del pantano, me estableciste en una roca firme, porque tú eres mi Dios, el Dios de mi esperanza, el Dios de mi alegría, el Dios de mi consolación.

Tú me has liberado, Señor, y has puesto en mis labios un cántico nuevo, del mismo modo que has puesto en mi corazón una esperanza nueva y has abierto ante mí un camino nuevo. Cantaré ante todos el canto nuevo de los redimidos; cantaré tu canto, oh Señor, para que todos vean y oigan y te alaben a ti, Dios de los vivientes.

 

CONTEMPLATIO

Los apóstoles, instruidos por la palabra y por el ejemplo de Cristo, siguieron el mismo camino. Desde los primeros días de la Iglesia, los discípulos de Cristo se esforzaron en convertir a los hombres a la fe de Cristo Señor no por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por la virtud de la Palabra de Dios. Anunciaban a todos resueltamente el designio de Dios Salvador, «que quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4), pero, al mismo tiempo, respetaban a los débiles, aunque estuvieran en el error, manifestando de este modo cómo «cada cual dará a Dios cuenta de sí» (Rom 14,12), debiendo obedecer a su conciencia.

Al igual que Cristo, los apóstoles estuvieron siempre empeñados en dar testimonio de la verdad de Dios, atreviéndose a proclamar cada vez con mayor abundancia, ante el pueblo y las autoridades, «la Palabra de Dios con confianza» (Hch 4,31). Pues defendían con toda fidelidad que el Evangelio era verdaderamente la virtud de Dios para la salvación de todo el que cree. Despreciando, pues, todas «las armas de la carne», y siguiendo el ejemplo de la mansedumbre y de la modestia de Cristo, predicaron la Palabra de Dios confiando plenamente en la fuerza divina de esta palabra para destruir los poderes enemigos de Dios y llevar a los hombres a la fe y al acatamiento de Cristo. Los apóstoles, como el Maestro, reconocieron la legítima autoridad civil: «No hay autoridad que no venga de Dios», enseña el apóstol, que, en consecuencia, manda: «Toda persona esté sometida a las potestades superiores..., quien resiste a la autoridad resiste al orden establecido por Dios» (Rom 13,12). Y al mismo tiempo no tuvieron miedo de contradecir al poder público cuando éste se oponía a la santa voluntad de Dios: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Este camino lo siguieron innumerables mártires y fieles a través de los siglos y en todo el mundo.

La Iglesia, por consiguiente, fiel a la verdad evangélica, sigue el camino de Cristo y de los apóstoles cuando reconoce y promueve la libertad religiosa como conforme a la dignidad humana y a la revelación de Dios. Conservó y enseñó en el decurso de los tiempos la doctrina recibida del Maestro y de los apóstoles (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, llss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división» (Lc 12,51).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Creo que la vida no es una aventura que debamos vivir según las modas que corren, sino con un compromiso encaminado a realizar el proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros: un proyecto de amor que transforma nuestra existencia.

Creo que la mayor alegría de un hombre es encontrar a Jesucristo, Dios hecho carne. En él, todo -miserias, pecados, historia, esperanza- asume una nueva dimensión y un nuevo significado.

Creo que cada hombre puede renacer a una vida genuino y digna en cualquier momento de su existencia. Cumpliendo hasta el final la voluntad de Dios no sólo puede hacerse libre, sino también derrotar al mal (Thomas Merton).

 

 

Día 19

San Juan Eudes (19 de agosto)

 

Juan Eudes nació en 1601 en Normandía. Fue ordenado sacerdote el día 20 de diciembre de 1625. Centrado en Cristo sacerdote, su deseo era «restaurar en su esplendor el orden sacerdotal». Con algunos sacerdotes más fundó una congregación dedicada, además de a los ejercicios de las misiones, a la formación espiritual y doctrinal de los sacerdotes y de los candidatos al sacerdocio. Así comenzó la Congregación de Jesús y María. También fundó la orden de Nuestra Señora de la Caridad, para acoger y ayudar a las mujeres y a las jóvenes maltratadas por la vida. Hizo amar a Cristo y a la Virgen María, hablando sin cesar de su corazón. Murió el 19 de agosto de 1680. El papa Pío XI lo canonizó el 31 de mayo de 1925.

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 2,11-19

En aquellos días,

11 los israelitas ofendieron al Señor con su conducta y dieron culto a los ídolos.

12 Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados, que les había sacado de Egipto; se fueron tras los dioses de los pueblos vecinos y los adoraron, provocando con ello la ira del Señor.

13 Abandonaron al Señor y dieron culto a Baal y Astarté.

14 La ira del Señor se encendió contra Israel; los entregó en manos de salteadores que los saquearon, los dejó vendidos a sus enemigos del contorno, y no fueron capaces de resistirlos.

15 Siempre que emprendían una expedición, el Señor se ponía en contra de ellos y fracasaban, como el mismo Señor les había dicho y jurado. Llegaron a una situación desesperada.

16 Entonces el Señor suscitó jueces que los libraron de las bandas de salteadores.

17 Pero tampoco hacían caso a los jueces. Se prostituyeron ante otros dioses y los adoraron. Se apartaron pronto del camino que habían seguido sus antepasados; ellos habían sido dóciles a los mandamientos del Señor, pero no les imitaron.

18 Cuando el Señor hacía surgir jueces, él estaba con el juez y los libraba de sus enemigos mientras vivía el juez, porque el Señor se compadecía al oírlos gemir bajo la tiranía de sus opresores.

19 Pero cuando moría el juez, volvían a pecar y se comportaban peor que sus antepasados; se iban tras otros dioses, les daban culto y los adoraban, sin abandonar sus maldades ni su conducta obstinada.

 

**• Comenzamos hoy la lectura del libro de los Jueces, que se prolongará hasta el próximo jueves. Narra la historia del establecimiento de Israel entre las poblaciones de la tierra de Canaán y los cambios que todo esto acarreó: el paso de la vida nómada del desierto al aprendizaje de la agricultura -que requiere estabilidad- y a la red de relaciones con pueblos desconocidos que tenían unas estructuras religiosas, sociales y políticas consolidadas.

La tarea era cualquier cosa menos sencilla: se trataba de encontrar el propio espacio, de custodiar y ahondar la propia identidad, proporcionándole un rostro socialmente significativo, mientras convivían con otros pueblos que, con sus tradiciones, sus cultos sugestivos, sus instituciones, constituían una continua provocación y una invitación a integrarse en su sistema de vida. Vivir en esta situación, sin perder la propia identidad, requeriría antes que nada la transmisión genuina y la acogida sincera del patrimonio constituido por los acontecimientos de la historia del pueblo con Dios, algo que –de hecho- había ido apagándose.

La Palabra de hoy presenta el marco teológico en el que se lee la historia de Israel. El don de la tierra debería reavivar continuamente la conciencia de la alianza, de la fidelidad de YHWH y de la pertenencia a él, como pueblo suyo, con una misión. La realidad, sin embargo, es diferente. Después de la generación de los ancianos, que sobrevivieron a Josué, surgió otra generación «que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel» (v. 10).

Con una expresión cargada de sufrimiento, se retrata el comportamiento del pueblo de Dios: «Los israelitas ofendieron al Señor con su conducta y dieron culto a los ídolos. Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados»  (w. 1 lss). El pecado -la idolatría- conduce a la disgregación, a las luchas intestinas, a la depravación moral, y engendra todo tipo de dolor, hasta llegar a la pérdida de la libertad y a nuevas experiencias ¿olorosas de esclavitud.

En esta situación, tras probar el castigo, y con una función educativa, madura la exigencia de cambio de vida y nace la oración de invocación a Dios para que salve a su pueblo. Dios escucha la oración, y su intervención liberadora se concreta en la elección y el envío de un «juez» (liberador, salvador).

Sobre este fondo emerge de nuevo el amor misericordioso y la fidelidad de YHWH. Eso es lo que la Palabra transmite, como experiencia que supera los confines del espacio y el tiempo, para reconducir a la comunión con Dios, fuente de vida, de bendición, de futuro. Así es la pedagogía divina: Dios está presente en el dolor del pueblo y de cada uno de sus miembros, y ofrece de nuevo, a su libertad, el bien de la comunión con él, de la justicia y de la paz. El castigo no es sólo retribución por el pecado, sino también lugar de visitación y de revelación del amor misericordioso de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,16-22

En aquel tiempo,

16 se acercó uno a Jesús y le preguntó: -Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?

17 Jesús le contestó: -¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

18 Él le preguntó: -¿Cuáles? Jesús contestó: -No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio;

19 honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

20 El joven le dijo: -Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?

21 Jesús le dijo: -Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.

22 Al oír esto, el joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes.

 

*+• Jesús prosigue con decisión el camino hacia Jerusalén junto con los suyos, a quienes ya ha anunciado la pasión y el acontecimiento de la resurrección, pero éstos no comprenden. A lo largo del camino prosigue la obra de formación de sus discípulos. Además, tiene que hacer frente a los escribas y a los fariseos, que, como siempre, intentan cogerle con engaños; acoge a los más pequeños y enseña con autoridad.

El evangelio de hoy nos hace tomar parte en el encuentro de Jesús con un joven rico. Éste lleva en sí mismo la exigencia de una vida cada vez más elevada, pero siente que todavía le falta algo. Su pensamiento, según la educación que ha recibido y según la tradición, sigue  la lógica del hacer, la lógica de las «obras buenas». Le pide al Maestro alguna indicación nueva, adecuada a sus aspiraciones y capaz de saciar su insatisfacción. De ahí la pregunta que plantea: «¿Qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?» (v. 16). Anda buscando. Jesús le ayuda a emprender un camino. Lo esencial no es preguntarse qué se puede hacer de bueno; lo esencial es buscar a aquel que es bueno, a Dios, observando los mandamientos y amando al prójimo como a sí mismo (v. 17). Jesús quiere introducirle en una relación más verdadera con Dios -«entrar en la vida»- proponiéndole de nuevo, entre los mandamientos, punto de referencia para el joven, los que rigen nuestra relación con los otros, y añade lo que se dice en el Levítico (19,18), para hacerle pasar de la atención a sí mismo a la atención a los demás, al prójimo. Ante la insistencia del joven: «¿Qué me falta aún?», Jesús le responde ofreciéndole el don del seguimiento de la criatura nueva: «Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme».

Se trata de un paso radical: la puerta estrecha que conduce a la vida y hace entrar en el Reino de Dios y participar en la salvación. Jesús habla a la libertad del joven -las dos indicaciones del Maestro están introducidas con un «si quieres»- para que decida en su corazón. La respuesta va acompañada por un adjetivo doloroso: «El joven se fue muy triste». Su tesoro estaba constituido por las riquezas y por todo lo que está ligado a ellas y ellas hacen posible. ¿Acaso no son los bienes un signo de la bendición de Dios, tal como le había enseñado? De hecho, se han convertido en su verdadero ídolo, aunque practique los mandamientos. No es libre por dentro. Da limosna a los pobres, pero no comparte con ellos sus bienes y su vida. Nos viene a la mente el encuentro de Jesús con los pequeños a lo largo del mismo camino que le lleva a Jerusalén: «De los que son como ellos es el Reino de los Cielos» (v. 14).

 

MEDITATIO

El Dios de los Padres no sustrae a su pueblo de los condicionamientos sociales ni de los riesgos de la debilidad humana en su encuentro con otras culturas y religiones.

Educa y perdona: educa en el sufrimiento y en el perdón, para que su pueblo pueda descubrir que la fuente de la libertad, interior y social, se basa en la relación de comunión, confianza y abandono entre sus manos y en el amor al prójimo.

«Escucha, Israel» (Dt 6,4). El pecado de idolatría, que puede tener muchísimos rostros, nos separa de Dios y nos divide a unos de otros. En consecuencia, tanto el hombre como el pueblo caen en la esclavitud de sí mismos y, por eso, se convierten en esclavos de otros. El verdadero peligro no son los pueblos de alrededor, ni sus tradiciones, ni siquiera las mismas riquezas; el peligro está en la división que llevamos en nosotros y que alimentamos entre nosotros. Está en apartar la mirada del Señor. No podemos ser fuente si no estamos unidos al manantial. Ésa es la razón de que no baste con la observancia de los mandamientos: es posible observarlos y no conocer ni a Dios ni su designio.

Y cuando, como dice el evangelista, el Maestro presenta al joven el verdadero rostro de Dios y le invita a seguirle, el joven se aleja porque el ídolo de la riqueza le ha vuelto esclavo e invidente. A causa de sus obras y de sus bienes, se niega a pasar por la «puerta estrecha» que conduce a la vida: «Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme». Así es como se habría encarnado en el joven el amor al prójimo y al primero de sus prójimos, que era el Maestro a quien se había dirigido y el que le había mirado con una mirada llena de amor.

El mensaje sigue siendo actual. Nos invita a la vigilancia y a la humildad que, en medio del pecado y del dolor, no tiene miedo de elevar una voz sincera que implora la reconciliación y la vida: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo» (estribillo del salmo responsorial).

 

ORATIO

Enséñanos, Padre, a amar nuestra época, una época maravillosa y dramática. Haz que, escuchando a tu Hijo, aprendamos a acoger a nuestro prójimo, a dialogar con todas las personas, con todas las culturas y con todas las religiones. La humanidad de hoy es la tierra donde tu habitas y obras, invitándonos a «venderlo» todo para seguirte. Danos unos ojos que sepan ver tu presencia, unos oídos que oigan tu Palabra y los gemidos de los pobres, un corazón colmado de sabiduría y amante, dócil y fuerte. ¡Custódianos! Los ídolos de nuestra sociedad son atrayentes, fascinan y destruyen. Custodia a tu Iglesia y alimenta en todos el fuego que ardía en el corazón de tu Hijo: dar la vida para que la humanidad se transforme en tu familia, rica de alegría y de Espíritu Santo.

 

CONTEMPLATIO

Y como la Ley había enseñado desde antaño a los seres humanos que debían seguir a Cristo, éste lo aclaró a aquel que le preguntaba qué debía hacer para heredar la vida, respondiendo: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Y como él le preguntase: «¿Cuáles?», el Señor continuó: «No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,17-19). De este modo exponía por grados los mandamientos de la Ley, como un ingreso a la vida para quienes quisieran seguirlo: diciéndoselo a uno, se dirigía a todos. Y habiéndole él respondido: «Todo esto he cumplido» -aunque tal vez no lo había hecho, pues le había dicho: «Guarda los mandamientos»-, Jesús lo probó en sus apetitos, diciéndole: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y, luego, ven y sígueme» (Mt 19,20-21).

A quienes esto hicieren les prometió la parte que corresponde a los apóstoles, y no predicó a otro Dios Padre a aquellos que lo seguían, fuera de aquel al que la Ley había anunciado desde el principio; ni a otro Hijo; ni a otra Madre, Entimesis del Eón que provino de la pasión y el desecho; ni la Plenitud de treinta Eones, que, como ya hemos probado, es inconsistente y vacía; ni toda esa fábula que los demás herejes han fabricado. Más bien, les enseñaba a observar los mandamientos que Dios estableció desde el principio, a fin de vencer la concupiscencia con obras buenas y seguir a Cristo. Y como distribuir entre los pobres lo que se posee deshace las viejas avaricias, Zaqueo puso en claro: «Desde hoy doy la mitad de mis bienes a los pobres, y, si en alguna cosa he defraudado a alguno, le devuelvo cuatro veces más» (Lc 19,8) (Ireneo de León, Adversus haereses IV, 12, 5).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt6,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que se indica con el término bíblico «corazón» no coincide en absoluto con el centro emocional de los psicólogos. Los judíos pensaban con el corazón, ya que éste integra todas las facultades del espíritu humano; la razón y la intuición no son nunca extrañas a las opciones y a las simpatías del corazón. El hombre es un ser visitado, la verdad habita en él y lo plasma desde el interior, precisamente en la fuente de su ser. Su relación con el contenido de su propio corazón, lugar de la «inhabitación », constituye su conciencia moral, y es allí donde el Verbo le habla. El hombre puede hacer que su propio corazón se vuelva «lento para creer» (Lc 24,25), cerrado, duro hasta el punto de doblarse a fuerza de dudas (Sant 1,8), y puede llegar incluso a la descomposición demoníaca en «muchos» (cf. Me 5,9). La separación de la raíz trascendente es locura en sentido bíblico.

«Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21). El hombre se define por el contenido de su propio corazón, por el objeto de su propio amor. San Serafín de Sarov llama al corazón «altar de Dios», lugar de su presencia y órgano de su receptividad. Haciéndose eco de Descartes, decía el poeta Baratynskij: «Amo ergo sum». El corazón tiene el primado jerárquico en la estructura del ser humano, sólo si en él se vive la vida posee una intencionalidad originaria imantada como la aguja de una brújula: «Nos has creado para ti, Señor, y sólo en ti encontrará su paz nuestro corazón», dice san Agustín (P. Evdokimov, La donna e la salvezza del mondo, Milán 1989, pp. 46.48 [edición española: La mujer y la salvación del mundo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1980]).

 

Día 20

San Bernardo de Claraval

 

Bernardo, primer abad de Clairvaux (Claraval) y doctor de la Iglesia, nació el año 1090 en el seno de una familia noble de Borgoña. Inflamado por el Espíritu y enardecedor de almas desde su juventud, entró a los 20 años en el monasterio de Cíteaux, conquistando para el ideal monástico a muchos jóvenes nobles.

Tras ser nombrando en 1115 abad de Claraval, convirtió muy pronto su monasterio en un cenáculo de vida espiritual y en un auditorio del Espíritu Santo. Fue llamado por príncipes, obispos y papas, refutó herejías, defendió los derechos de la Iglesia y al papa legítimo. Como doctor de la unión mística con el Verbo y cantor sublime de la Virgen María, es autor de numerosos tratados, cartas y sermones. Murió en 1.153, llorado en Claraval por más de 700 monjes y siendo padre de más de 160 monasterios.

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 6,11-24a

En aquellos días,

11 el ángel del Señor vino a sentarse bajo el terebinto de Ofrá, que pertenecía a Joás de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar para ocultárselo a Madián.

12 El ángel del Señor se le apareció y le dijo: -El Señor está contigo, valiente guerrero.

13 Gedeón le respondió: -Por favor, mi señor, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos pasa todo esto? ¿Qué ha sido de todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando nos dicen que el Señor nos sacó de Egipto? Ahora nos ha abandonado y nos ha entregado en poder de Madián.

14 El Señor le miró y le dijo: -Vete, que con tu fuerza salvarás a Israel del poder de Madián. Yo te envío.

15 Gedeón respondió: -Por favor, Señor, ¿cómo salvaré yo a Israel? Mi familia es la más insignificante de Manases y yo soy el último de la familia de mi padre.

16 Respondió el Señor: -Yo estaré contigo, y tú derrotarás a Madián como si fuese un solo hombre.

17 Gedeón insistió: -Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien me habla.

18 Por favor, no te vayas de aquí hasta que yo vuelva. Yo traeré mi ofrenda y la depositaré ante ti. Él le dijo: -Me quedaré aquí hasta que vuelvas.

19 Gedeón se fue, aderezó un cabrito y, con una medida de harina, hizo panes sin levadura; puso la carne en su cesta y el caldo en una olla, los llevó bajo el terebinto y se lo presentó.

20 El ángel de Dios le dijo: -Toma la carne y los panes sin levadura, ponlos sobre esta piedra y vierte el caldo. Gedeón lo hizo así.

21 Entonces el ángel del Señor extendió el bastón que tenía en su mano y tocó la carne y los panes sin levadura. Salió fuego de la roca y consumió la carne y los panes sin levadura, y el ángel del Señor desapareció de su vista.

22 Gedeón se dio cuenta de que era el ángel del Señor y dijo: -¡Ah, Señor, Señor! ¿He visto cara a cara al ángel del Señor?

23 El Señor le respondió: -La paz sea contigo. Nada temas, no morirás.

24 Gedeón levantó allí un altar al Señor y lo llamó Señor de la Paz.

 

** «Los israelitas ofendieron al Señor con su conducta, y el Señor los entregó en poder de Madián durante siete años» (6,1). Los acontecimientos relacionados con Gedeón que se narran en la lectura de hoy sacan de nuevo a la luz los criterios de lectura de la historia: pecado-castigo, invocación-salvación, a lo que sigue un períodocde paz. El pecado de los israelitas es la infidelidad a la alianza: no escuchan la voz del Señor y veneran a los dioses de los amorreos (v. 7). El pecado está difundido y habita incluso en la casa de Joás, padre de Gedeón, donde había construido un altar a Baal y plantado un árbol sagrado (v. 25). Las incursiones de los madianitas son leídas como castigos de Dios. Son cada vez más duras y despiadadas, hasta el punto de que, por miedo a ellos, los israelitas «tuvieron que refugiarse en las cuevas, cavernas y refugios que hay en los montes» (v. 2), a fin de poder defenderse; utilizaban, además, lugares escondidos para desgranar el trigo y protegerse de los robos. En este clima de degradación moral y religiosa, de gran pobreza y de miedo, había crecido Gedeón. Sin embargo, también él había vibrado ante las palabras del profeta enviado por Dios para despertar a su pueblo (w. 7-10). Y había invocado a gritos la salvación.

El encuentro de Gedeón con el ángel del Señor tiene lugar en este contexto de dolor y de esperanza. El diálogo en el que se teje la narración de su vocación nos ofrece un ejemplo de la relación de amor de Dios con su pueblo y de confianza, como educador, respecto a la persona que ha elegido para la misión de juez, es decir, para salvar a su pueblo. Invita a Gedeón a derribar el altar construido por su padre, a cortar el árbol sagrado y a construir un nuevo altar «al Señor, su Dios», en la cima de la roca, donde ofrece un cabrito en holocausto, consumido con el fuego de la leña del árbol sagrado. El temor queda vencido por la certeza interior de la presencia del Señor -«Yo te envío», «Yo estaré contigo»-, madurada en la relación con él en momentos significativos: el sacrificio ofrecido bajo el terebinto, el fuego que devora la carne y los panes sin levadura, el altar testigo del encuentro con el ángel del Señor, los signos del vellón de lana y del rocío, la prueba de fe en el poder de Dios, que le pedía que hiciera frente con trescientos hombres al poder de los madianitas. Los israelitas gozaron del bien de la paz durante la vida de Gedeón, pero, después de su muerte, «volvieron a dar culto a los ídolos y eligieron como dios a Baal Berit» (8,33).

 

Evangelio: Mateo 19,23-30

En aquel tiempo,

23 Jesús dijo a sus discípulos: -Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos.

24 Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

25 Al oír esto, los discípulos se quedaron impresionados y dijeron: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?

26 Jesús les miró y les dijo: -Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.

27 Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo: -Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?

28 Jesús les contestó: -Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando todo se haga nuevo y el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

29 Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.

30 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

*• El encuentro con el joven y su desenlace reavivan una cuestión que asalta al hombre desde siempre: ¿puede entrar un rico en el Reino de los Cielos? La liturgia de hoy nos proporciona la respuesta de Jesús. Presenta ésta un realismo desconcertante y nos abre a un «más allá» imposible para la mente humana, revelador del poder de Dios. Éste es el horizonte sobre el que están llamados a moverse sus discípulos. La paradoja pone de manifiesto el obstáculo que constituyen las riquezas para entrar en el Reino cuando se convierten en el «amo» del hombre. En el fondo, el obstáculo es la idolatría; al dios-dinero se le puede llegar a rendir «culto» una vez más con sacrificios humanos: ¡el prójimo! ¿Acaso fue por esto por lo que el Maestro le recordó el pasaje de Lv 19,18 al joven rico? También nos viene a la mente Mt 25,31-45. Los discípulos se quedan consternados. ¿Quién podrá salvarse, si se pone en relación la debilidad humana, en la que figura el apego a la riqueza, con las exigencias de radicalismo propias del Reino?

La salvación es un don amoroso por parte de Dios; ningún hombre -por pobre o rico que sea- puede salvarse a sí mismo. El compromiso personal, incluido el dejarlo todo, no puede ser el precio que tiene la conquista de la salvación, sino expresión de acogida del don. No hay lugar en el Reino para una mentalidad fiscal que se preocupa de la recompensa. Los discípulos llevan todavía sobre sí signos de esta mentalidad: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?». ¿Cuál será nuestra recompensa?

El Maestro lleva a los Doce al interior del designio de Dios: el don de la salvación para ellos es la participación en la misma gloria del Hijo del hombre, cuando haya llegado a su plenitud la regeneración del mundo; se sentarán con él a juzgar al pueblo de Israel, porque han compartido su misión con él. Y ya desde ahora tendrán cien veces más, porque lo han dejado todo «por su causa», para ser sus discípulos. Los criterios para evaluar quién será el primero y quién el último no siguen la lógica humana ni la clasificación llevada a cabo por los hombres, sino la del Reino: la relación vital con Cristo, el único verdadero tesoro, el don del Padre.

 

MEDITATIO

«Para Dios todo es posible». Nada es imposible para Dios (cf. Mt 19,26; Gn 18,14; Jr 32,17); ni siquiera el mal que el pueblo hizo ante sus ojos (cf. Jue 6,1) pudo detener su amor ni debilitar su paciente acción de padre que cuida de su propio hijo (cf. Os 11,1-7). La elección de Gedeón, como la de los otros jueces, es expresión de este amor indomable y respetuoso con la libertad. Transforma el sufrimiento en ámbito de llamada a la comunión para la reconquista de nuestra propia dignidad; suscita entre el pueblo a hombres y mujeres repletos de su Espíritu, para que sean apoyo y guía, salvadores de los enemigos y obreros de la paz. Los forma.

Gedeón ha sido guardado ya de las contaminaciones idolátricas en su casa paterna. Dios lo va forjando en la prueba hasta el absurdo de pedirle que crea en la victoria sobre Madián cuando no cuenta con un fuerte ejército, sino sólo con un reducido número de hombres fuertes de su misma fe.

Mateo nos muestra al Maestro en una delicada acción educativa, con la que conduce a sus discípulos a mirar en lo profundo de su corazón y a abrirse a perspectivas de futuro. El Señor Jesús ve a los suyos a la luz del designio del Padre sobre ellos, sentados ya a su lado, porque creen y aman, le siguen a pesar de sus debilidades y de una sensibilidad circunscrita a los confines de la experiencia humana. Estos confines no son el freno, sino que son el lugar de la presencia del médico divino que ha venido a sanar. El obstáculo es la huida («tuvieron que refugiarse en las cuevas, cavernas y refugios que hay en los montes»: Jue 6,2) o bien el «volvieron a dar culto a los ídolos y eligieron como dios a Baal Berit» (8,33), el «corazón endurecido». El canto al Evangelio hace resonar en la comunidad de los creyentes la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» Éste es el camino del discípulo del «corazón nuevo», que conoce, cree y ama.

 

ORATIO

Te pido, Señor, junto con mis hermanos y mis hermanas,  el don del silencio, para acoger tu misterio y tu persona. Concédenos la sabiduría del corazón y danos la fuerza de ánimo para superar la tentación diaria de aprisionar en nuestra inteligencia tu Palabra y tu inmenso amor o de estar hartos de la observancia fría y desinteresada de tus mandamientos.

Tú eres nuestra esperanza, Señor. Concédenos un corazón capaz de acoger cada día tu invitación a venderlo todo para seguirte, capaz de transformar la comunión contigo en servicio a los hermanos. La Iglesia, tu esposa, llama a grandes voces para reavivar la fe de sus hijos y para anunciar con alegría la «Buena Noticia» a todo el mundo. Haz descender sobre nosotros tu Espíritu como descendió sobre los dones ofrecidos por Gedeón y los consumió. Que tu fuego transforme nuestra vida en hostia agradable a ti para la salvación del mundo.

 

CONTEMPLATIO

 La lección evangélica, hermanos, que hace poco resonó en nuestros oídos, más bien que expositor, necesita ejecutor.

¿Hay algo más diáfano que estas luminosas palabras: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos? ¿Qué voy, pues, a decir yo? Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

¿Quién no ama la vida?, pero ¿quién hay con voluntad de guardar los mandamientos? Y si no quieres observar los mandamientos, ¿cómo quieres la vida? Si eres perezoso para el trabajo, ¿por qué te apresuras al salario?

El joven rico dice haber guardado los mandamientos y entonces se le proponen otros mandamientos superiores: Si quieres ser perfecto, una cosa te falta: anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Nada perderás en ello; más bien, tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme. ¿De qué te aprovecharía si, haciéndolo, no me siguieres?

Retiróse, pues, mohíno y descontento, según oísteis, por tener grandes riquezas. Ahora, pues, lo que a él se le dice a nosotros se nos dice. Es el Evangelio la boca de Cristo, quien, sentado ya en el cielo, no deja de hablar en la tierra. No seamos nosotros sordos...

Alejóse triste aquel rico, y dijo el Señor: ¡Qué difícil es la entrada en el Reino de los Cielos para quien tiene riquezas!

Y hasta qué punto es ello difícil lo mostró en una semejanza donde la dificultad es verdadera imposibilidad. Porque todo lo imposible es difícil, mas no todo lo difícil es imposible.

La dificultad aquí mírala en la semejanza: Verdaderamente os digo que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que la entrada de un rico en el Reino de los Cielos. ¡Un camello por el ojo de una aguja! Si dijera una pulga, ya sería imposible.

Oyendo esto, los discípulos, se atristaron y dijeron: Si es así, ¿quién podrá salvarse? ¿Quién de los ricos?

Escuchad los pobres a Cristo. En este pueblo de Dios a quien yo hablo son la mayoría pobres. ¡Oh pobres! Entrad, a lo menos vosotros, en el Reino de los Cielos. Oídme, sin embargo, una palabra. Cualesquiera que seáis los que de pobres os gloriáis, huid de la soberbia, para que no se la acaparen los ricos piadosos; guardaos de la impiedad, para que no os venzan los ricos humildes; guardaos de la impiedad, para que no os venzan los ricos piadosos; guardaos de la ebriedad, para que no os venzan los ricos sobrios. Si ellos no deben gloriarse de sus riquezas, no vayáis a gloriaros vosotros de vuestra pobreza.

Oigan los ricos, si alguno hay aquí, oigan al apóstol: Mándales a los ricos de este mundo. Porque hay ricos del otro: los pobres son los ricos del otro mundo; los apóstoles eran ricos, los ricos del otro mundo, pues decían: Como quienes nada tienen y todo lo poseen.

Al objeto de concretar a qué suerte de ricos se refiere, puso lo de este mundo. Oigan, por ende, al apóstol los ricos de este mundo: Mándales, dice, a los ricos de este mundo que no alberguen sentimientos de altanería. La soberbia es el gusano principal de las riquezas, polilla dañosa que todo lo roe y hace polvo. Mándales, pues, que no alberguen sentimientos de altanería ni pongan su esperanza en la riqueza, tan insegura que, a lo mejor, te acuestas rico y te levantas pobre. No pongan su esperanza en la riqueza, tan insegura (son palabras del apóstol), sino en Dios vivo, dice.

El ladrón te quita el oro; a Dios, ¿quién te lo quita? ¿Qué tiene un rico si a Dios no tiene? ¿Qué no tiene un pobre si tiene a Dios? No pongan, en consecuencia, la esperanza en las riquezas, sino en Dios vivo, que nos provee de todo con abundancia para que disfrutemos, y, junto con todas las cosas, se nos da también a sí mismo (san Agustín, «Sermón 85», 1-3, en Servir a los pobres con alegría, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, pp. 70-73).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada día podemos constatar que el Evangelio se revela con mayor profundidad, gracia y discernimiento a los corazones sencillos que cuentan con una fe firme. El Evangelio, sin embargo, no revela la verdad como una hipótesis global que deba ser aceptada o rechazada en bloque. Al contrario, se dirige a cada corazón de una manera específica y personal, revelando a cada hombre la verdad de un modo adecuado a su estructura espiritual, al nivel de su fe, a su grado de aceptación de la verdad, en un flujo continuo de revelación que crece con el crecimiento de la fe y el paso del tiempo.

Es oportuno que el lector del evangelio se acerque a la verdad contenida en él desde la perspectiva y con el espíritu que adoptaron los evangelistas, de modo que reciba las palabras del Espíritu allí contenidas. No es ciertamente intención nuestra hacer más ardua la tarea del lector; al contrario, le estamos  proporcionando la clave de lectura del misterio del Evangelio. Si el  lector obedece al Espíritu del Evangelio, si se compromete a consentirlo y somete su propia mente a la verdad, entonces es la verdad misma la que se transfigurará ante él, haciéndose igual a la contemplada por el evangelista. Entonces infundirá al lector el soplo del Espíritu del Evangelio y su flujo inefable, que le trasladarán con la mente y con el corazón directamente de la palabra al cara a cara con la persona de Jesucristo.

De esta manera se realiza el milagro del Evangelio: «Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Aquí queda transfigurada la historia y Cristo se manifiesta como Dios por el testimonio del Espíritu en nuestros corazones (Matta El Meskin, Comunione nell'amore, Magnano 1999, pp. 85ss).

 

Día 21

San Pío X (21 de agosto)

 

Giuseppe Sarto nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en el seno de una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Giuseppe fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo en Treviso; en 1884, obispo de Mantua; en 1893, patriarca de Venecia, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue «renovar todo en Cristo». Murió el 20 de agosto de 1914. Su Catecismo se hizo célebre.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 9,6-15

En aquel tiempo,

6 todos los nobles de Siquén y los de Bet Miló se reunieron y proclamaron rey a Abimélec junto al terebinto que hay en Siquén.

7 Informado de esto, Yotán subió a la cumbre del monte Garizín y desde allí gritó: ¡Oídme, nobles de Siquén, y que Dios os escuche!

8 Una vez, los árboles quisieron elegirse un rey. Dijeron al olivo: «Sé nuestro rey».

9 Pero el olivo les respondió: «¿Voy a renunciar yo al aceite con el cual se honra a Dios y a los hombres para ir a balancearme sobre los árboles?».

10 Entonces dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros».

11 Pero la higuera respondió: «¿Voy a renunciar yo a la dulzura de mi fruto para ir a balancearme sobre los árboles?».

12 Entonces dijeron a la vid: «Ven tú y reina sobre nosotros».

13 Pero la vid respondió: «¿Voy yo a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los hombres, para ir a balancearme sobre los árboles?».

14 Entonces dijeron a la zarza: «Ven tú y reina sobre nosotros».

15 Y la zarza les respondió: «Si de verdad queréis que sea vuestro rey, venid y cobijaos bajo mi sombra; y, si no, que salga fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano».

 

**• El deseo de seguridad y de un guía fuerte impulsa a los israelitas a pedir a Gedeón que se convierta en rey (8,22). La respuesta de Gedeón remite a los israelitas a la verdad de su ser como pueblo cuyo único rey es Dios (8,23), pero, a pesar de ello, la presión psicológica ejercida por las poblaciones presentes impulsa a Israel a querer un rey. De ahí surge una dolorosa experiencia: Abimélec, hijo de Gedeón, nacido de una mujer cananea, se hace proclamar rey después de haber matado, «sobre una misma piedra» (9,5), a sus hermanos. Sólo se salvó el hijo pequeño, Yotán, «porque se había escondido». El pasaje que nos propone hoy la liturgia recoge el discurso dirigido por este último a los señores de Siquén.

Yotán intenta convencerles de la inutilidad -más aún, de la peligrosidad- de un rey. Para ello echa mano de una fábula tomada de la sabiduría popular. La negativa del olivo, de la higuera y de la vid y la aceptación de la zarza pretenden demostrar la peligrosidad del tirano y la ruina a la que conduce su dominio. Pero nadie le escuchó. La realeza de Abimélec resultará destructora para la gente de Siquén y será ruinosa para el mismo Abimélec, muerto por la mano de una mujer y por la espada de un joven. La narración recuerda el señorío de Dios, en el que sólo el pueblo goza de plena dignidad y ve atendidos sus propios deseos de paz y de libertad.

 

Evangelio: Mateo 20,1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Por eso, con el Reino de los Cielos sucede lo que con el dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña.

2 Después de contratar a los obreros por un denario al día, los envió a su viña.

3 Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo

4 y les dijo: «Id también vosotros a la viña y os daré lo que sea justo».

5 Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde e hizo lo mismo.

6 Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: «¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?».

7 Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a la viña».

8 Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros».

9 Vinieron los de media tarde y cobraron un denario cada uno.

10 Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más, pero también ellos cobraron un denario cada uno.

11 Al recibirlo, se quejaban del dueño,

12 diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor».

13 Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario?

14 Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti,

15 ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

16 Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

 

**• El marco de referencia de la parábola es la misión de Jesús siguiendo el mandato recibido del Padre (cf. Jn 3,15-17). Él, como peregrino, está realizando su «santo viaje» (Sal 84,6) hacia Jerusalén, donde tendrá lugar «su hora». El Maestro, con fino arte pedagógico, partiendo de una experiencia que está a la vista de todos, quiere revelar una vez más el verdadero rostro de Dios, rico en misericordia y bondad. La experiencia es la del dueño que se acerca al lugar de reunión de los pobres que esperan que alguien en busca de obreros los contrate para su viña. En función de la necesidad, llama en diferentes horas, desde muy de mañana hasta media tarde. Ya había convenido con los primeros el salario de la jornada, pero a los últimos les paga lo mismo. Y este comportamiento del dueño suscita una reacción de queja (v. 12): ese comportamiento no es aceptable, es injusto.

El diálogo pone de manifiesto el verdadero problema: en el fondo, no es la cuestión del salario lo que irrita a los obreros que se quejan, sino el verse equiparados a los últimos. Se quejan, por envidia, de la «bondad» del dueño. Ése es el verdadero objeto del conflicto. La parábola cuenta la experiencia de Jesús, que acoge y llama a los pecadores, a los publícanos, a las prostitutas, a los que andan por las calles y las plazas: todos ellos están invitados a entrar en el Reino de Dios, como los fariseos y los maestros de la Ley. Pero éstos, los primeros que fueron contratados para trabajar en la viña, no se quedan; se sienten superiores, se quejan, se niegan por envidia y por celos. Es el misterio del corazón endurecido. Son como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo o de la misericordia (Lc 15,25-32), que no comprende a su padre y no acepta que perdone al hermano tránsfuga y dilapidador. Jesús prosigue mostrando con esta parábola la acción amorosa y salvífica de Dios. Presenta el nuevo mensaje formativo para los suyos.

No olvidemos que Jesús está en camino hacia Jerusalén. Quiere preparar a sus discípulos para entrar en la visión del Padre y para que hagan suya la lógica del amor universal. Inmediatamente después de esta parábola (Mt 20,17-19), Mateo coloca el tercer anuncio de la pasión. Jerusalén, en efecto, va a ser el lugar de la plena manifestación del amor de Dios, el lugar donde el ágape divino, destruyendo todo muro de división, se convierte en el principio vital de una nueva solidaridad entre todos, a la manera de la Trinidad. Ya no hay primeros ni últimos, sino que todos son hijos y obreros corresponsables en la viña del Señor, la humanidad.

 

MEDITATIO

«...en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (DV 21). La primera lectura es una palabra de verdad a la luz del amor clarividente. Nos conduce a dialogar como hijos con el Padre que ha salido a nuestro encuentro para decidir de nuevo con él: «¿Quién es nuestro rey?». La respuesta no puede recorrer con el pensamiento la doctrina aprendida en los bancos de la escuela o en la universidad. La respuesta es vivir bajo el señorío de Dios en la peregrinación cotidiana. Es un salto de fe renovado y confiado. La tentación de buscar a una persona fuerte que dé seguridad o de elaborar proyectos nuestros a los que «obedecer» está siempre al alcance de la mano, y hoy de un modo agudo, apremiante y solapado.

El Padre se muestra celoso de nuestra libertad. Quiere que sea una conquista nuestra a través de una opción de comunión con él y con los hermanos. «El Señor reinará sobre vosotros» (Jue 8,23). «Yo, Abimélec, reinaré sobre vosotros» (cf. Jue 9,1-6). Ésta es la opción existencial. Es doloroso constatar a dónde llevan el orgullo, el poder y la violencia que se refugia en el corazón. La «zarza» proclamada rey ha ahogado toda la vida. «¡Mató incluso a sus hermanos!». ¡Inhumano! ¿Qué sociedad puede hacer de semejante rey, de un líder cegado por el poder o -lo que es más- dependiente de su propia necesidad de afirmación? ¿Por qué no se escucha la voz de quien, iluminado por su Señor, como Yotán, el hermano menor escapado del exterminio, ve con amplitud de miras y teniendo en cuenta en su corazón el bien de su propia gente?

 

ORATIO

Señor, he comprendido la belleza de la oración que has puesto en nuestro corazón: Padre, venga a nosotros tu Reino. Es un Reino de justicia, de amor y de paz, de verdad y de vida; es la humanidad transformada por el amor en familia de Dios. He comprendido, Señor, la belleza de la basílica de San Pedro: es la casa donde tú reúnes a todos los pueblos, el templo de la unidad y de la comunión, el lugar de oración y de encuentro contigo, donde cada uno, unido a tu Madre, canta las obras admirables del Padre en su propia lengua y todos, juntos, manifiestan la belleza del Evangelio del amor. El camino, Señor de la esperanza, es largo, fatigoso, erizado de obstáculos nuevos y oscuros. En primer lugar dentro de nosotros mismos. Parece más lógico y democrático escoger un rey, con el deseo inconsciente de poder condicionarlo a nuestros propios fines. Tú, Señor de la vida, sana esta necedad nuestra, individual y colectiva. Que tu amor no se dé por vencido, a pesar de la dureza de nuestros corazones. Continúa llamando a cada uno por su nombre, a cualquier hora. Que no haya discriminaciones dentro de nuestro ánimo, sino que todos tengan sitio, como obreros de tu viña e hijos del Padre que está en los cielos. La lógica de tu amor fascina. Que esté en ti el estilo y la respiración de nuestro «santo viaje» hacia la plenitud de la vida y de la historia.

 

CONTEMPLATIO

Desde todos los ángulos resulta evidente que la parábola del dueño de la viña y los obreros va dirigida tanto a los que desde la primera edad se dan a la virtud como a los que se dan en edad avanzada e incluso más tarde.

A los primeros, para que no se ensoberbezcan ni insulten a los que vienen a la undécima hora; a los últimos, para que sepan que pueden recuperarlo todo en breve tiempo. Puesto que, en efecto, el Señor había hablado antes de fervor y de celo, de renuncia a las riquezas, de desprecio a todo lo que se posee -lo cual requiere un gran esfuerzo y un ardor juvenil- para encender en los que le escuchaban la llama del amor y dar tono a su voluntad, demuestra ahora que también los que han llegado tarde pueden recibir la recompensa de toda la jornada.

Ahora bien, no lo dice de una manera explícita por temor a que éstos se ensoberbezcan y se muestren negligentes y descuidados; muestra, en cambio, que todo es obra de su bondad y que, gracias a ella, no serán olvidados, sino que recibirán también bienes inefables. Esta es la finalidad principal que se propone Cristo en la presente parábola (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo di Matteo, 64,3ss).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente» (Ef 1,17).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El «espíritu de sabiduría y de revelación» que nos permite conocer plenamente al Padre de la gloria se nos da en Cristo mediante el sello del Espíritu Santo. Nosotros podemos ver ahora todas las cosas en Jesús no en virtud de una particular luz intelectual  (esto será el don del entendimiento), sino por connaturalidad, por instinto divino -como diría santo Tomás-, desde el momento en que estamos en Jesús, que se encuentra en el centro del misterio de la salvación, y estamos en Dios, que se encuentra en el origen, en lo alto. El conocimiento por connaturalizad ha sido comparado a menudo, en la tradición patrística y espiritual, al gusto. Noto que un alimento está dulce o salado no por un razonamiento, ni siquiera por el análisis químico de los componentes de la sal o del azúcar; lo noto por una sintonía connatural entre la sal, el azúcar y mis papilas gustativas. De modo análogo sucede con el don de la sabiduría: noto que un hecho, una acción, un comportamiento, un pensamiento, concuerda con el plan de Dios porque estoy en Jesús, que se encuentra en el centro de ese plan, porque amo al Padre, que es el autor de ese designio.

En consecuencia, la sabiduría está ligada más bien a la caridad que a la fe; la sabiduría es el refluir de un grandísimo amor al Padre y a Jesús que se convierte en gusto del misterio de Dios. Pablo, en la carta a los Efesios (1,16c), pide esa sabiduría precisamente para los suyos y para nosotros (C. M. Martini, Uomin¡ e donne dello Spirito, Cásale Monf. 1998, pp. 69ss [edición española: Hombres y mujeres del Espíritu: meditaciones sobre los dones del Espíritu Santo, Sal Terrae, Santander 1998]).

 

Día 22

Santa María Virgen, Reina (22 de agosto)

 

La inserción de una memoria de María Reina o de la realeza de María en la liturgia fue auspiciada por algunos congresos marianos a partir del celebrado en 1900. Tras la institución de la fiesta de Cristo Rey en 1925 por obra del papa Pío XI, como paralelo mariológico de ésta y en respuesta a múltiples iniciativas devotas, el papa Pío XII, como conclusión del centenario del dogma de la Inmaculada Concepción, el año 1954, anuncia la fiesta litúrgica de María Reina, situada el 31 de mayo como coronación del mes de María. La reforma del calendario romano ha fijado la memoria del 22 de agosto, en la octava de la Asunción.

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces ll,29-32.33b-39a

En aquellos días,

29 el espíritu del Señor se apoderó de Jefté,  que recorrió Galaad y Manases, llegó a Mispá de Galaad y desde allí pasó al territorio de Amón.

30 Jefté hizo el siguiente voto al Señor: -Si entregas en mi poder a los amonitas,

31 el primero que salga por la puerta de mi casa para venir a mi encuentro,  cuando regrese vencedor, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.

32 Jefté marchó a la guerra contra los amonitas, y el Señor los entregó en su poder.

33 Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron humillados ante los israelitas.

34 Cuando Jefté regresaba a su casa de Mispá, salió a su encuentro su hija danzando y tocando el pandero. Era hija única, pues Jefté no tenía más hijos.

35 Al verla, rasgó sus vestidos y gritó: -¡Ah, hija mía, me has destrozado; tú eres la causa de mi desgracia, porque me he comprometido ante el Señor y no puedo desdecirme!

36 Ella le dijo: -Si te has comprometido ante el Señor, padre mío, cumple tu promesa respecto a mí, ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los amonitas.

37 Y añadió: -Concédeme esta gracia: déjame libre dos meses; durante ellos recorreré los montes con mis compañeras, llorando por tener que morir sin hijos. Él le dijo: -Vete.

38 Y la dejó libre durante dos meses. Ella y sus compañeras recorrieron los montes llorando, porque iba a morir sin hijos.

39 Pasados los dos meses, volvió a su casa, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho.

 

**• La lectura de hoy suscita en nosotros sentimientos  de incomodidad y de desconcierto frente a la decisión irreflexiva de Jefté. Una vez más, nos encontramos sumergidos en la experiencia de infidelidad del pueblo de Dios y en el sufrimiento que sigue a su pecado: «Los israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y Astarté, a los dioses de Aram, Sidón, Moab, de los amonitas y de los filisteos. Abandonaron al Señor y no le dieron culto. Entonces, el Señor se encolerizó contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los amonitas. Éstos afligieron y oprimieron durante dieciocho años a todos los israelitas» (Jue 10,6-8). Desde lo hondo del dolor del pueblo se levanta la plegaria de invocación al Señor unida al reconocimiento de su propio pecado y a las acciones de liberación de los falsos dioses (cf. 10,15ss).

La elección de un liberador por parte de Dios recae en Jefté, hijo de una prostituta, convertido en jefe de un grupo de aventureros con los que llevaba a cabo sus correrías, tras haber sido desheredado y expulsado de la casa de los suyos. A él se dirigen los ancianos de Galaad para combatir contra los amonitas. La narración señala que «el espíritu del Señor se apoderó de Jefté» (11,29) y los amonitas fueron humillados ante los israelitas (v. 33).

El voto de Jefté de sacrificar una vida humana nos desconcierta, aunque se puede explicar por la contaminación de los usos del tiempo; es algo que contrasta con la prohibición de los sacrificios humanos según la ley del Señor. Todo esto muestra el largo camino que deberá recorrer el pueblo todavía para liberarse de ciertos tipos de religiosidad peligrosos y equívocos, que no respetan a la persona humana ni la relación con Dios nacida de la alianza del Sinaí. El verdadero culto que Dios acepta, tal como celebra la comunidad en el salmo responsorial, es la obediencia a la Palabra: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio; entonces yo digo: 'Aquí estoy"... Y llevo tu ley en las entrañas» (Sal 40,7.9).

 

Evangelio: Mateo 22,1-14

En aquel tiempo,

1 Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola:

2 -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo.

3 Envió a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir.

4 De nuevo envió otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda».

5 Pero ellos no hicieron caso, y unos se fueron a su campo y otros a su negocio.

6 Los demás, echando mano a los criados, los maltrataron y los mataron.

7 El rey entonces se enojó y envió sus tropas para que acabasen con aquellos asesinos e incendiasen su ciudad.

8 Después dijo a sus criados: «El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos.

9 Id, pues, a los cruces de los caminos y convidad a la boda a todos los que encontréis».

10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y la sala se llenó de invitados.

11 Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda.

12 Le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». El se quedó callado.

13 Entonces el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes».

14 Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.

 

*» El fragmento de hoy forma parte de una nueva sección del evangelio de Mateo, la última antes de los acontecimientos de la pasión (Mt 21,1-25,46). Jesús está en el templo. Se dirige a los judíos, que, de una manera malévola, le han preguntado con qué autoridad enseña y realiza sus obras. Les dirige tres parábolas muy fuertes: la parábola de los dos hijos (21,28-32), la de los viñadores homicidas (21,33-46) y, por último, la del banquete de bodas (22,1-14). Esta última es la que hemos escuchado en el evangelio proclamado hoy. Las imágenes a las que hace referencia Jesús son bien conocidas de todo buen israelita: las bodas y el banquete, es decir, las imágenes con las que se describe el Reino anunciado por los profetas, unas imágenes que preludian la comunión gozosa y definitiva de Dios con su pueblo {cf. 25,1-12).

A diferencia de la versión de Lucas (14,16-24), en la de Mateo no se trata ya de una invitación a una «gran cena» (Lc 14,16), sino al banquete organizado por el rey para celebrar las bodas de su propio hijo. Esto hace más grave e injustificada la negativa por parte de los invitados, que rechazan el plan de Dios. El Antiguo Testamento había prometido la unión nupcial entre Dios y su pueblo {cf., por ejemplo, Jr 2,2; 31,3; Ez 16,1-43.59-63); el nombre de «Esposo» es uno de los títulos que Dios se da a sí mismo (Is 54,5). La parábola referida por Mateo presenta a Jesús como el Esposo prometido {cf. 9,15) y pone el acento en la gravedad del comportamiento de los invitados. Las motivaciones del rechazo son mezquinas: mi trabajo es más importante que el banquete. A algunos les fastidia hasta tal punto el banquete que llegan a insultar e incluso matar a los siervos que les llevan la invitación. La indignación del rey y su intervención de castigo no detiene su amor por su hijo. La invitación al banquete de bodas del hijo se dirige ahora a invitados insospechados. Jesús pretende revelar que la salvación, rechazada por su pueblo, se ofrece ahora a los paganos. Este discurso les resulta duro a los judíos, que ni le aceptan a él ni aceptan tampoco su enseñanza ni el universalismo de su invitación a formar parte del Reino.

Mateo llama la atención de la comunidad cristiana sobre un aspecto decisivo: la invitación, la llamada, es gratuita, pero es también exigente. Describe este aspecto mostrando al rey que honra a sus invitados saludando a cada uno y agradeciéndole la asistencia, como es costumbre. Pero uno de los invitados no se ha puesto el traje de boda (w. 11-14). La intervención del rey también aquí se muestra severa. Mateo pretende dar a entender que, para entrar en el mundo nuevo y ser discípulo de Cristo, no basta con recibir la invitación externamente; es preciso revestirse por dentro del traje que expresa la novedad de vida: creer, ser fieles, escuchar la voluntad divina y ponerla en práctica, vigilar, realizar obras de justicia. Eso es lo que recuerda el canto al evangelio {cf 19,7-9), óptima clave de lectura del texto de Mateo para nosotros.

 

MEDITATIO

En la celebración de Santa María Virgen, reina, contemplamos a aquella que, sentada junto al rey de los siglos, brilla como reina e intercede como madre (cf. Marialis cultas, 6).

La figura de la reina madre permanece en muchísimas culturas populares como prototipo de solemnidad, señorío, cordialidad, benevolencia. El culto y la misma iconografía -el carácter visible de su meditación y contemplación- representan a María espontáneamente en la posición de una reina, cubierta de vestidos preciosos, con enorme frecuencia sentada en un trono y enjoyada con estrellas, siendo ella misma trono para su hijo, el Señor niño, al que tiene en brazos.

La liturgia remarca esta imagen de María como madre y reina. La liturgia lee la conexión de María sierva con el Señor Dios como participación en la realeza de Cristo: una realeza que es servicio, porque el Señor ha traído la salvación a la humanidad, y a ello ha colaborado la madre. El servicio de Jesús, hijo de María, ha costado el paso por la cruz, junto a la cual estuvo presente y en la que participó la madre. La realeza de Cristo se pagó a un precio elevado: la realeza configura a María también como reina afligida.

Las insistentes afirmaciones sobre la participación de María en la realeza de Cristo recuerdan la jaculatoria: «Reina de la paz». Ésta traduce en el orden de la devoción un rasgo de la identidad del personaje pronosticado en el oráculo isaiano como «príncipe de la paz»- Jesucristo es nuestra paz (cf. Ef 2,14). María es la madre del príncipe de la paz. El niño nacido por nosotros, el fruto bendito del seno de María es el Señor, fuente de paz sin fin. La paz es sueño y utopía. Ambos invitan a la acogida de este Señor de la paz, encarnado en Jesucristo, hijo de María, mujer pacificada y obradora de paz; invitan no sólo a creer en él, sino a hacer las obras de la paz, que son su testamento y don del Espíritu.

 

ORATIO

Santa María, generosa madre del Señor del universo, rey de paz y de justicia, salve. Mujer humilde, recibida más allá de nuestra tierra, en el cielo del altísimo amor del Padre, inspira nuestro servicio en la edificación del Reino de Cristo en comunidad de caridad evangélica.

Madre bienaventurada por haber creído, quédate cerca para guardar con nosotros encendida la lámpara de la fe, alimentada por la obediencia a la divina Palabra.

Virgen amiga del Espíritu, enséñanos a perseverar en las obras de bondad, de justicia, de paz. Reina del cielo que proteges nuestro camino cotidiano y el paso a la otra orilla de la vida de aquí abajo, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia; ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos. El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo (Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio según Lucas 2,19-22).

 

ACTIO

Sustituyamos hoy el saludo de costumbre por el deseo evangélico: «La paz del Señor sea contigo».

 

PARA. LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada una [de las hermanas del instituto] ¡mita a María en su propio camino hacia Cristo: aprende de su fíat a recibir la Palabra de Dios, y de su vida con Jesús en Nazaret, el sentido de su propia inserción en la sociedad; por su participación en la misión redentora del Hijo se ve llevada a comprender, a elevar y a dar valor a los sufrimientos humanos. Se consagra a que la Virgen, ejemplo ale confianza en el Señor, constituya para todos los hombres inseguros y divididos de nuestro tiempo un signo de esperanza y de unidad.

En ella, expresión de los más altos valores femeninos, se inspira para realizarse plenamente como mujer y para comprometerse en un servicio de amor que llega incluso al sacrificio. A ella se dirige siempre con devoción y confianza filial. Con ella se hace voz de alabanza a Dios por todos los hombres.

Inspírate en el servicio que María prestó y presta al mundo, y obra en medio de la paz, sin el ansia de quien cree sólo en su acción [Regola di vita dell'lstituto secolare «Regnum Maríae», 1994, arts. 7 y 47).

 

Día 23

Santa Rosa de Lima [23 de agosto (30 de agosto en América)]

 

Santa Rosa de Lima nació en la capital de Perú en 1586. Su nombre de pila es Isabel. Cuando el obispo Toribio de Moqrovejo la confirmó, le impuso el nombre de Rosa. Sus padres, además de ser pobres y humildes, sufrieron un revés de fortuna y Rosa colaboró con todas sus fuerzas al sostenimiento de la familia. Cuando sus padres le instaron a que se casase, ella se resistió. Quería vivir consagrada al Señor e hizo voto de virginidad.

Cuando conoció la historia de santa Catalina de Siena, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo como ella. Esto le causó no pocas incomprensiones y burlas de sus parientes y conocidos, pero ella todo lo soportaba con benevolencia. Su propia salud se vio dañada por la austeridad con la que vivía. El 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, murió en casa de un dignatario del gobierno, donde servía desde hacía tres años.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Rut l,1.3-8a.14b-16.22

1 Una vez, en tiempo de los jueces, hubo hambre en Palestina, y un hombre de Belén de Judá emigró al país de Moab con su mujer y sus dos hijos.

3 Murió Elimélec, marido de Noemí, y quedó ella sola con sus dos hijos,

4 que se casaron con dos moabitas, una llamada Orfá y la otra Rut. Vivieron allí unos diez años,

5 al cabo de los cuales murieron también Majlón y Kilión, quedando sola Noemí, sin hijos y sin marido.

6 Al enterarse de que el Señor había bendecido a su pueblo, proporcionándole alimento, Noemí se dispuso a abandonar Moab en compañía de sus dos nueras.

7 Partió con las dos del lugar en el que residían y emprendieron el regreso hacia el país de Judá.

8 Entonces Noemí les dijo: -Volveos a casa de vuestra madre.

14 Después, Orfá besó a su suegra y regresó a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.

15 Noemí le dijo: -Mira, tu cuñada se vuelve a su pueblo y a su dios; vete tú también con ella.

16 Rut le dijo: -No insistas más en que me separe de ti. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, viviré; tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios.

22 Así fue como Noemí regresó de Moab con su nuera Rut. Cuando llegaron a Belén, empezaba la siega de la cebada.

 

*•• El relato del libro de Rut está ambientado en el tiempo de los jueces (v. 1), es decir, en un período en el que el camino del pueblo, nacido de la alianza del Sinaí, conoce graves conflictos en su interior y con las poblaciones de la tierra de Canaán, experimenta las fatigas de la maduración de su propia identidad y carga con las consecuencias de las mezclas religiosas. El contenido de la lectura es la historia de una familia obligada a dejar a su propia gente a causa de una carestía, para buscar refugio y sostén en otra parte. El texto de hoy presenta a Elimélec y Noemí con sus dos hijos, que se casan con dos moabitas, Orfá y Rut. La atención se centra en esta última y en su relación con Noemí después de la muerte del cabeza de familia y de sus dos hijos a continuación. Su prematura desaparición induce a pensar que la descendencia de Elimélec se ha extinguido y que a Noemí no le queda más que el recuerdo de los sueños de futuro.

El relato conduce con delicadeza al lector a seguir los pasos interiores de Rut, las decisiones que la llevan a compartir la fe y la vida de Noemí y de su gente, a descubrir el designio de Dios sobre ella y sobre el pueblo. Rut dará descendencia a la familia de Elimélec, y esta «extranjera» se convertirá en antepasada de David: su hijo Obed se convierte en padre de Jesé, padre de David. Mateo inserta a Rut en la genealogía que conduce a José «el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo » (Mt 1,5.16). Todo nace de una decisión tomada en un clima de respeto y de amor entre dos criaturas, Rut y Noemí, como signo del resto de Israel fiel a su Señor; se trata de la decisión de Rut de abandonar a su propia gente para ir a donde la lleva el Señor: «Tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios» (v. 16).

Rut es una de las figuras bíblicas que causan asombro no sólo por la dignidad de su persona y por su amor atento respecto a Noemí, sino también porque revela el amor universal de Dios, que implica a cada persona en la realización de su designio de amor. El Señor ha puesto su mirada en ella, en una extranjera. Se trata de un acto educativo destinado a ir abriendo poco a poco los horizontes de su pueblo a todas las gentes. Todos son hijos suyos.

 

Evangelio: Mateo 22,34-40

En aquel tiempo,

34 cuando los fariseos oyeron que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron,

35 y uno de ellos, experto en la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 -Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?

37 Jesús le contestó: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.

38 Éste es el primer mandamiento y el más importante.

39 El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo.

 40 En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas.

 

*+• Jesús se encuentra todavía en el templo. La confrontación con los fariseos se vuelve cada vez más áspera. El contexto del evangelio de hoy está marcado por la voluntad de los fariseos de tender una trampa más a Jesús para obligarle a tomar posición frente a un tema religioso, como ya intentaron hacer con la cuestión del tributo al César (Mt 22,15-22) y, posteriormente, los saduceos con el problema de la resurrección de los muertos (w. 23-33).

Señala Mateo que los fariseos se habían reunido para decidir el argumento; el que interviene es, por consiguiente, su portavoz (w. 34ss). El objeto de la pregunta está tomado de un debate que estaba de actualidad en las escuelas rabínicas: ¿cuál es, entre todos, el primero de los mandamientos? Quieren conocer la opinión del nuevo maestro sobre cuál es el principio que inspira la ley. Nada más simple y correcto, a primera vista. La respuesta de Jesús está montada sobre dos citas: una tomada del Deuteronomio (6,5) y otra del Levítico (19,18). Esos dos textos constituían el corazón de la espiritualidad del pueblo de Israel. El primero, el mandamiento del amor total a Dios, estaba escrito en las jambas de las puertas, bordado en las mangas, y era recitado por la mañana y por la noche, para que estuviera siempre presente en el ánimo del creyente, como celebración continua de la alianza. El auditorio no podía dejar de estar de acuerdo.

La novedad que aporta Jesús se encuentra en los versículos 39 y 40. Se trata del vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo, a los que declara inseparables y de igual importancia. Por otra parte, está la relación del mandamiento del amor con toda la revelación bíblica de la voluntad de Dios con su pueblo; los dos mandamientos constituyen el punto de apoyo, el centro de donde brota todo lo demás, el que ilumina, purifica y transforma todo.

Una ley tiene valor si está penetrada por el amor. Las buenas obras tienen valor en la medida en que son obras de amor a Dios y al prójimo. Eso es lo que proclamaban los profetas cuando llamaban a la conversión del corazón. Jesús lo puede afirmar porque «conoce al Padre» {cf. Jn 7,29). Él no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento; por consiguiente, es su intérprete autorizado y el realizador de la ley de vida expresada en la voluntad del Padre (cf. Mt 5,17.20; 7,29). Lo mostrará en su entrega en la cruz. El conflicto se convierte, una vez más, en lugar de revelación y en acontecimiento formativo para los suyos.

MEDITATIO

Los textos bíblicos proclamados en este día de Santa Rosa de Lima han sido seleccionados porque marcaron para ella la dirección de su vida. Conocido Cristo, no quiso saber nada de otros esposos. Luchó contra el deseo de sus padres de que se casara e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Viendo lo que Cristo sufrió y el valor de la pasión, ella misma dijo: «Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos si conociera cuál es la balanza con la que los hombres han de ser medidos». Y ella misma se fijó con un alfiler al cuero cabelludo la corona de rosas que su madre le puso en la cabeza un día de fiesta familiar. La unión a Jesús, como el sarmiento a la vid, la llevó a vivir en plenitud el mandamiento del amor. Un día en que su madre le reprendió por atender en casa a pobres y enfermos, Rosa le contestó: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».

       Amante de la soledad, dedica gran parte del tiempo a la contemplación y desea introducir también a otros en los arcanos de la «oración secreta», divulgando para ello libros espirituales. Anima a los sacerdotes para que atraigan a todos al amor a la oración. Recluida frecuentemente en la pequeña ermita que se hizo en el huerto de sus padres, abrirá su alma a la obra misionera de la Iglesia con celo ardiente por la salvación de los pecadores y de los «indios». Por ellos desea dar su vida, y se entrega a duras penitencias para ganarlos a Cristo. Durante quince años soportará una gran aridez espiritual como crisol purificador. También destaca por sus obras de misericordia con los necesitados y oprimidos.

 

ORATIO

Señor, tú has querido que santa Rosa de Lima, encendida en tu amor, sin apartarse del mundo, se consagrara a ti en la penitencia; concédenos por su intercesión que, siguiendo en la tierra el camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de los gozos eternos.

 

CONTEMPLATIO

«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte si conociera las balanzas con que los hombres han de ser medidos» (de los escritos de santa Rosa de Lima).

 

ACTIO

Pide hoy la paz, la justicia y la salud para todos los peruanos y, con santa Rosa de Lima, repite con frecuencia: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo: «Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan de que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas.

Guárdense las personas de pecar y de equivocarse. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!».

Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo, y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma».

Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces para anunciar la grandeza, la hermosura y la riqueza de la gracia (de los escritos de santa Rosa de Lima al médico Castillo).

 

Día 24

San Bartolomé (24 de agosto)

 

A Bartolomé, de Cana de Galilea, uno de los Doce, se le identifica habitualmente con Natanael, el amigo del apóstol Felipe (Jn 1,43-51; 22,2). Carecemos de noticias históricas precisas sobre su actividad apostólica. Diversas tradiciones le sitúan en diferentes regiones del mundo y eso hace pensar que, efectivamente, su radio de acción fue muy amplio. Una tradición refiere que Bartolomé habría sido desollado vivo, según la costumbre penal de los persas, y que de este modo habría consumado su martirio. Recibe veneración en Roma, en la isla Tiberina.

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 21,9b-14

El ángel se dirigió a mí y me dijo:

9 «¡Ven! Te mostraré la novia, la esposa del Cordero».

10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios,

11 resplandeciente de gloria. Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino.

12 Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.

13 Tres puertas daban al oriente y tres al septentrión; tres al mediodía y tres al poniente.

14 La muralla de la ciudad tenía doce pilares, en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

 

*»• El libro del Apocalipsis define a la Iglesia como la ciudad santa, como don de Dios: en ella se recogen las doce tribus de Israel, esto es, el nuevo Israel de Dios.

Las murallas de esta ciudad se apoyan sobre el cimiento de los doce apóstoles. Según el mismo Juan, la Iglesia puede ser llamada también «la novia, la esposa del Cordero», para indicar el vínculo de amor único e irrepetible que une a Dios con la humanidad, a Cristo con la Iglesia.

El apóstol, todo apóstol, participa asimismo de este amor y se convierte en testigo de él con su ministerio apostólico, pero sobre todo con la entrega de su sangre.

Esa es la razón de que, al final de la lectura, se llame expresamente a los Doce «apóstoles del Cordero»: si la Iglesia es apostólica, lo es no sólo por el ministerio confiado por Jesús a los Doce, sino también y sobre todo por la participación de los Doce en el misterio pascual de Jesús.

 

Evangelio: Juan 1,45-51

En aquel tiempo,

45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo: -Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.

46 Exclamó Natanael: -¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: -Ven y lo verás.

47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió: -Antes de que Felipe te llamara, te ví yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te ví debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

 

*•• El elogio de Natanael formulado por Jesús es claro e inequívoco: «Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna» (v. 47). Del contexto inmediato se infiere el significado más amplio y más profundo que posee esta afirmación de Jesús. En Natanael no se excluye sólo la doblez, sino que se afirma sobre todo el amor a la verdad. De este modo, Jesús nos ofrece también a nosotros una rendija para comprender el fondo del alma de este apóstol.

Natanael se revela ante todo como un hombre que busca: se manifestará también así con ocasión de la primera aparición del Señor resucitado. De la búsqueda pasa Natanael enseguida al acto de fe. Su inteligencia se abre al misterio que se desvela; su ánimo se abre al descubrimiento de un bien mayor, un bien del que desde hace tiempo está sediento.

Natanael se convierte así en imagen viviente de todo verdadero creyente que, a la luz de la Palabra de Dios, aguza su capacidad visual interior y, por medio de la fe, reconoce en Jesús a su único Salvador.

 

MEDITATIO

También Natanael, como otros apóstoles antes que él, llega al descubrimiento de Jesús no sin una cierta fatiga.

En su caso, debe superar, en primer lugar, el handicap de su excesivo conocimiento veterotestamentario. Es justamente verdad -como leemos en el Eclesiastés- que el saber excesivo engendra dolor: sólo cuando haya alcanzado a la sencillez y a la transparencia del encuentro personal, podrá reconocer Natanael en Jesús al Hijo de Dios.

En segundo lugar, Natanael debe superar asimismo una especie de desconcierto, el que provocó en él su primer encuentro con Jesús, quien demuestra conocerle muy bien. Mas Natanael tiene necesidad de entablar un diálogo con aquel que le sorprende y, al mismo tiempo, le cautiva. Sólo el diálogo interpersonal es la vía segura para el conocimiento recíproco, el conocimiento que lleva a la experiencia y a la entrega de nosotros mismos en el amor.

Ahora bien, yo diría que Natanael debe superar también la mediación del amigo Felipe, respecto a la cual, de primeras, muestra cierto escepticismo. Sólo cuando haya tomado la decisión de ir al encuentro del Nazareno, le reconocerá por lo que Jesús es verdaderamente. La amistad puede ser, a buen seguro, una gran ayuda para el descubrimiento de la verdad, pero, cuando la verdad es Alguien, sólo el encuentro personal puede satisfacer la búsqueda.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú naciste en Belén, «la más pequeña de las cabezas de partido de Judea». Allana ante mí el camino que conduce hasta ti, pequeño entre los pequeños, verdadero hombre entre los hombres, hijo de María y José.

Señor Jesús, te criaste en Nazaret, un pueblo del que nadie esperaba nada bueno. Enséñame también a mí, como revelaste a tus otros discípulos, el secreto de la espiritualidad de Nazaret, pueblo donde viviste durante treinta años, secreto del que se desprende el mensaje del silencio, del amor, del trabajo.

Señor Jesús, tú quisiste elegir Jerusalén como ciudad de tu martirio y de tu pascua: dame el valor de subir contigo y detrás de ti hasta la ciudad santa, en donde deben morir los verdaderos profetas, ciudad amada por todos tus discípulos.

Señor Jesús, tú recorriste los caminos de Palestina, país pequeño e insignificante a los ojos de los grandes, pero elegido, amado y privilegiado por ti. Enséñame a valorar las cosas según tus criterios, según tus proyectos.

 

CONTEMPLATIO

Ved ahí cómo, según los preceptos del Evangelio, debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor a los apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis [...], porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas.

Velad por vuestra vida; [...] los que perseveren en la fe serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta y, en tercer lugar, la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos». ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo! (Didaché,  según la versión de E. Backhouse y C. Tylor, Historia de la Iglesia primitiva, Editorial Clie, www.clie.es).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día esta Palabra: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El cristiano cree, gracias a la Palabra de Dios, que el hombre es inmortal, que toda la humanidad está destinada a la eternidad.

El cristiano cree en la resurrección de todos los muertos de la humanidad, de todos los cuerpos. Cree en la humanidad inmortal. Pero cree en virtud de la Palabra de Dios, no de una especie de prestidigitación mágica... y grotesca. Cree en la prolongación de los misterios de la vida más allá de la muerte, en la consumación de la vida mediante la muerte; cree que la misma muerte tiene una razón de ser; cree que la muerte sigue siendo atroz, pero no que sea absurda.

Como todo hombre razonable, el cristiano ve su propia vida, desde el nacimiento a la muerte, como un devenir continuo acompañado de una destrucción continua. Sin embargo, el cristiano cree que en este y por este devenir se consuma la germinación, el desarrollo del hombre inmortal que hay en él, pero que se va haciendo en él cada día y que permanecerá tal como haya llegado a ser, en la eternidad, para la eternidad.

Este hombre inmortal se hace en cada uno a través de sus opciones. Aquello por lo que opta es lo que fija al hombre inmortal en su pleno vigor o en lo peor de la miseria humana. En la hora de su muerte, el hombre se habrá convertido en alguien que vivirá con Dios para siempre o en alguien que existirá lejos de Dios para siempre (Madeleine Delbréf).

 

 

Día 25

21° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 66,18-21

Así dice el Señor:

18 Yo inspiraré sus obras y pensamientos, vendré a congregar a pueblos y naciones; vendrán y contemplarán mi gloria.

19 Pondré en medio de ellos una señal y mandaré algunos de sus supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia, Lidia, Mosoc, Ros, Tubal y Javán, y a los pueblos lejanos que nunca oyeron hablar de mí ni han visto mi gloria. Y anunciarán mi gloria entre las naciones.

20 Y traerán de todos los pueblos, como ofrenda al Señor, a todos vuestros hermanos: montados en caballos, carros, literas, mulos y dromedarios. Los traerán a mi monte santo en Jerusalén -dice el Señor-, lo  mismo que los israelitas traen ofrendas en vasos purificados al templo del Señor.

21 Y también de entre ellos me escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-.

 

*• El último capítulo del libro de Isaías pertenece a una unidad literaria que tiene características absolutamente propias. Una de ellas es la gran apertura universalista que caracteriza al proyecto de Dios respecto a la humanidad. De proyecto se trata aquí, en efecto, y, para demostrarlo, en esta página profética todos los verbos están en tiempo futuro: «Inspiraré, vendré, vendrán, contemplarán, pondré, mandaré, anunciarán, traerán, elegiré...».

El autor de esta parte del libro profético se pone, por consiguiente, no sólo al servicio de una historia de la salvación que pertenece al pasado, sino que, precisamente a partir de ella, hunde su mirada en un futuro que pertenece únicamente a Dios, pero que, no obstante, irrumpe ya en el presente. Ésta es la actitud que como verdaderos creyentes estamos llamados a asumir cuando leemos y meditamos las profecías del Viejo Testamento.

Empleando términos más modernos, se diría que con esta profecía el Señor quiere abrir nuestra mente a las dimensiones de la convivencia interétnica, intercultural e interreligiosa que nos interpela hoy a todos como un auténtico desafío. Ahora bien, lo que importa subrayar, al considerar el problema con los ojos de la fe, es que tal situación no es absolutamente nueva ni debe ser considerada como algo inédito en la historia de la humanidad.

Al contrario, corresponde exactamente al proyecto del Dios creador y libertador, que quiere hacer de todos los pueblos un solo pueblo, de todos los hombres una sola familia, de todos los grupos una sola comunidad. Eso únicamente será posible si todos reconocemos que el Señor es el único Dios, que a él se remonta cualquier iniciativa de salvación, que sólo él puede llevar a buen fin los proyectos humanos, haciéndolos converger hacia una única meta.

 

Segunda lectura: Hebreos 12,5-7.11-13

Hermanos:

5 Habéis olvidado aquella exhortación que se os dirige como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desalientes cuando él te reprenda,

6 porque el Señor corrige a quien ama y castiga a aquel a quien recibe como hijo.

7 Dios os trata como a hijos y os hace soportar todo esto para que aprendáis. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?

11 Es cierto que toda corrección, en el momento en que se recibe, es más un motivo de pena que de alegría, pero después aporta a los que la han sufrido frutos de paz y salvación.

12 Robusteced, pues, vuestras manos decaídas y vuestras rodillas vacilantes

13 y caminad por sendas llanas, a fin de que el pie cojo no vuelva a dislocarse, sino que, más bien, pueda curarse.

 

**• Remitiéndose a una exhortación contenida en el libro de los Proverbios (3,1 lss), el autor de la Carta a los Hebreos formula algunos pensamientos que dejan ver un fin declaradamente pedagógico. No es difícil captar esa pedagogía divina que brota de toda la Biblia, aunque de modo especial de los libros sapienciales. Es ésta una clave de lectura muy importante: con ella podemos comprender que la Escritura no contiene sólo la memoria de la historia de la salvación, sino también un código de comportamiento que procede de esa historia y que le da cumplimiento.

La exhortación apostólica se desarrolla en dos direcciones: en primer lugar, hacia el sentido del sufrimiento humano, en todas sus expresiones. Para quien cree, nada acaece en la vida por casualidad o por necesidad, sino en virtud de una providencia, la cual, aunque en ocasiones resulte difícil identificarla, está, no obstante, siempre presente y activa en la historia de los hombres. Y por «sentido» se entiende aquí tanto significado como orientación. En efecto, todo hombre tiene necesidad de comprender para saber a dónde ir; la orientación de su vida no puede dejar de depender de las convicciones que consigue elaborarse. Dios respeta plenamente esta exigencia nuestra y, también con la Biblia, sale al encuentro de nuestra necesidad de luz y de claridad.

En segundo lugar, la exhortación apostólica tiende a dar fuerza y valor a cuantos se encuentran comprometidos todavía en una lucha sin fronteras contra las fuerzas del mal. Nosotros, en efecto, no encontramos sólo momentos de debilidad y de enervamiento, sino que también estamos expuestos al peligro de tomar caminos torcidos, alternativos y que nos desvían. La corrección tiene, en esos casos, un fin altamente terapéutico, como cualquier corrección paterna; y es que, según una ley de la naturaleza, todo hijo tiene la obligación de caminar por el mismo camino, con las mismas intenciones y por los mismos motivos que inspiraron la vida del Padre. Según la enseñanza de la carta, el Señor emplea con cada uno de nosotros una corrección que puede provocarnos, en ese momento, tristeza y dolor, pero que todavía es más capaz de provocar reacciones fuertes y animosas, de dar alegría y de producir frutos de paz y de justicia. Es como decir que la corrección de Dios, cuando es acogida con un corazón filial, sincero y dócil, abre el horizonte a ulteriores etapas en la historia de cada hombre, en vistas a metas cada vez más apetecibles y satisfactorias.

 

Evangelio: Lucas 13,22-30

En aquel tiempo,

22 mientras iba de camino hacia Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por los que pasaba.

23 Uno le preguntó: -Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús le respondió:

24 -Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

25 Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, vosotros os quedaréis fuera y, aunque empecéis a aporrear la puerta gritando: «¡Señor, ábrenos!», os responderá: «¡No sé de dónde sois!».

26 Entonces os pondréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas».

27 Pero él os dirá: «¡No sé de dónde sois! ¡Apartaos de mí, malvados!».

28 Entonces lloraréis y os rechinarán los dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera.

29 Pues vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el Reino de Dios.

30 Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

 

**• La página evangélica de hoy nos presenta dos grandes imágenes que sólo esperan ser interpretadas a la luz del contexto que las envuelve. Por una parte, está la imagen de la puerta estrecha, por la que hemos de esforzarnos en pasar, si queremos entrar; por otra, está la imagen del gran cortejo que se forma desde todas las partes de la tierra hacia aquella ciudad bendita en la que tiene lugar el banquete del Reino de Dios.

Con la primera imagen, Jesús no intenta ofrecernos una respuesta directa a los que le han preguntado si «son pocos los que se salvan»; se limita a invitarnos a la lucha, al compromiso, a la resistencia. Y es bastante significativo que, en este contexto, Lucas no pase, como Mateo, de la «puerta estrecha» a la «puerta ancha», sino de la «puerta estrecha» a la «puerta cerrada», con lo que acentúa el carácter dramático de un desenlace que podría revelarse absolutamente negativo. Jesús afirma una vez más con claridad que seguirle por el camino del Evangelio es una cosa muy seria, algo que requiere una opción fundamental y, sobre todo, un esfuerzo continuado. El verbo griego correspondiente a «esforzaos», en modo imperativo además, expresa la idea de lucha, de prontitud y de urgencia. No sólo es menester hacer acopio de todas las energías posibles, sino que no podemos perder ni un segundo de tiempo.

La segunda imagen le sirve al evangelista para desarrollar un segundo pensamiento, el que contrapone las pretensiones de unos pocos a la sorpresa de muchos. También aquí detectamos un tono polémico en las palabras de Jesús: ya tuvo que reaccionar otras veces contra la jactancia de los judíos, que se enorgullecían de sus tradiciones y, sobre todo, de su identidad nacional. Y es que para Jesús ya no existe ahora ninguna situación de vida que pueda poner a alguien por encima de otro. Dios mismo no hace acepción de personas (cf. Hch 10,34; véase también Le 20,21). Ni siquiera tiene importancia el conocimiento personal del Jesús terreno; lo único que vale es seguirle con todo el esfuerzo, con plena libertad y con una disponibilidad total. La escena final, tan bien dibujada por esta página evangélica, nos pone ante una gran peregrinación en la que pueden participar todos los que, aunque no tengan vínculos de sangre con Abrahán, han heredado el don de la fe.

 

MEDITATIO

Esta liturgia de la Palabra nos pone ante dos grandes verdades, ambas relacionadas con Dios y su proyecto de salvación. Debemos detener nuestra atención sobre ellas, a fin de hacer crecer en nosotros la conciencia del gran don y del gran compromiso que van unidos a nuestra fe.

El amor de Dios es un amor exigente: ¡es un amor de Dios! Ahora bien, es evidente que tal exigencia está dictada sólo por el amor. No puede ser signo de una voluntad despótica ni, mucho menos, indicio de una autoridad que no deja espacio a la libertad de los otros. También nosotros conocemos las exigencias del amor, unas exigencias que no son menos fuertes que las exigencias de la autoridad. No por ello nos producirá cansancio considerar las exigencias de Dios como signo manifestador de su amor absoluto e incondicionado, preveniente e indulgente. El amor de Dios es un amor universal: no puede ser constreñido dentro de categorías o límites humanos, sino que quiere moverse libremente sobre todos los tiempos y en todos los lugares, a fin de alcanzar a toda la humanidad. A diferencia del nuestro, el amor de Dios no disminuye cuando es participado; es más, cuando se comunica se realiza en plenitud.

Para el creyente, Dios está en el vértice de toda atención y de todo proyecto. Todo lo que constituye la red y el trenzado de nuestras relaciones adquiere significado y valor sólo si, de algún modo, deriva de nuestra relación con Dios y conduce a él. Esta verdad constituye algo así como una fuerza vital que es capaz de regenerar y de motivar todas nuestras decisiones. Para el creyente, Dios está en el centro de todo su pensamiento y de todos sus proyectos; en caso contrario, ya no se podría hablar de fe. Tener a Dios en el centro de nuestra propia vida significa, en concreto, no olvidarle nunca y, sobre todo, no sustituirle nunca con cualquier tipo de ídolos.

 

ORATIO

¡Es fuerte, oh Señor, tu amor por nosotros! Haznos sentir, oh Señor, la fuerza de este amor tuyo, capaz no sólo de trasladar los montes, sino hasta de enternecer nuestros corazones.

Haznos comprender, oh Señor, la grandeza de este amor tuyo, capaz de abrazar no sólo a tus fieles, sino a todos los habitantes de la tierra.

Haznos intuir, oh Señor, la profundidad de este amor tuyo, que esconde misterios abismales y también nos revela verdades consoladoras.

Haznos ver, oh Señor, los signos de este amor tuyo, con los que quieres iluminar nuestras mentes, revigorizar nuestra voluntad y orientar nuestros pasos.

Haznos experimentar, oh Señor, la dulzura de este amor tuyo, un amor capaz de disipar las excesivas amarguras de nuestra vida y de hacernos saborear esa alegría que no acabará nunca.

 

CONTEMPLATIO

La caridad que baja de Dios se transforma en caridad que sube a Dios, y del hombre tiende a volver a Dios. Este proceso de la caridad debería caracterizar la conclusión de nuestro sínodo ecuménico. Nosotros deberíamos capacitarnos lo más posible para realizarlo en nosotros mismos, a fin de dar a este momento de plenitud vital de la Iglesia su más alto significado y su valor más eficiente. De la unidad debemos sacar el estímulo y la guía hacia la verdad, que aquí deseamos poner de manifiesto, y hacia los propósitos que queremos hacer; verdad y propósitos que, anunciados por este concilio, órgano él mismo de la más alta y la más amorosa autoridad pastoral, no podrán menos de ser expresiones de caridad. Hacia esta búsqueda de verdad, así doctrinal como normativa, nos dirige el amor, acordándonos de la luminosa sentencia de san Agustín: «Ninguna cosa se conoce perfectamente si no se ama perfectamente».

Y no parece difícil dar a nuestro concilio ecuménico el carácter de un acto de amor, de un grande y triple acto de amor: a Dios, a la Iglesia, a la humanidad (Pablo VI, Discurso pronunciado con motivo de la apertura de la cuarta y última sesión del concilio, 10 de septiembre de 1965).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si deseo intentar expresar quién es este «tú» que me busca, que me llama -como se manifiesta en la conciencia de quien cree-, puedo dar algunas de sus características, que son también un intento de descripción de la experiencia de fe, aunque no la agotan, y no son sino el esfuerzo por decir algo que está más allá de nuestras palabras.

El «tú» que busca al creyente se presenta, en primer lugar, como un misterio indisponible, sobre el que no podemos poner las manos, que está siempre más allá de cuanto pensamos haber comprendido o captado de él. Se presenta asimismo con la característica de don, o sea, algo que no podemos pretender, sino que se da, y cuyo darse nos sorprende, porque tiene siempre la connotación de lo gratuito, de lo no debido.

Se presenta aún como alguien que habla, que dice palabras de consuelo, de aliento, incluso de juicio, pero que siempre levantan y hacen caminar de nuevo. Se presenta como alguien que atrae con una atracción que suscita una búsqueda continua. Quien cree, cuando reflexiona sobre su fe, siente como muy verdaderas las palabras del salmo: «Como busca la cierva corrientes de agua, asi, Dios mío, te busca todo mi ser» (Sal 42), o bien: «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo; estoy sediento de ti» (Sal 63). Y este «tú» misterioso, que se hace buscar, que nos atrae continua y misteriosamente, se presenta también como un aliado, como alguien que está de mi parte, que me permite decir en cualquier circunstancia: «Dios me ama y no temo ningún mal».

Se presenta como alguien que abre siempre nuevas perspectivas, nuevos horizontes de acción, y, por consiguiente, suelta de continuo los lazos de la vida, plantea nuevas vías de salida, nuevos posibles comienzos. Por último, se presenta como alguien que se entrega, que se comunica, que se manifiesta, que ofrece una comunicación de experiencia.

El que conoce un poco la Biblia se da cuenta de que en cada página vibra la presencia de un «tú» que continuamente nos sorprende, nos impulsa, estimula la vida cotidiana y la abre a la novedad. Y el que cree, cuando lee las palabras bíblicas, siente de una manera eficaz su verdad para su vida; vive, por así decirlo, su confirmación (C. M. Martini, «Le ragioni del mió credere», en Cattedra dei non credenti, Milán 1992).

 

 

Día 26

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, virgen y patrona de la ancianidad

 

Teresa Jornet e Ibars nació en Aytona (Lérida), en el año 1843, en el seno de una familia de labradores de recia fe cristiana. Siendo aún adolescente, se sintió llamada a ayudar a la sociedad de su tiempo, cuyo ambiente racionalista y anticlerical tuvo que padecer. La ciudad aragonesa de Fraga fue clave en su formación: en ella cursó los estudios de Magisterio, que empezó a ejercer en Argensola, pueblecito de la diócesis de Vich Barcelona). Ingresó en las Clarisas de Briviesca  (Burgos). Una f¡gura clave en su vocación fue la del padre Saturnino López Novoa: él concibió el proyecto que llevó a cabo la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados junto con un grupo de jóvenes en Barbastro (Huesca) el 1 1 de octubre de 1872. A su muerte, acaecida en Liria (Valencia) en 1897, la orden ya contaba con 103 asilos en España y América. La «sembradora de amor» fue beatificada por Pío XII en 1958 y canonizada por Pablo VI en 1974. Ha sido declarada patrono de la ancianidad.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses l,2b-5.8b-10

Hermanos:

2 Siempre os recordamos en nuestras oraciones.

3 Ante Dios, que es nuestro Padre, hacemos sin cesar memoria de la actividad de vuestra fe, del esfuerzo de vuestro amor y de la firme esperanza que habéis puesto en nuestro Señor Jesucristo.

4 Conocemos bien, hermanos amados de Dios, cómo se realizó vuestra elección.

5 Porque el Evangelio que os anunciamos no se redujo a meras palabras, sino que estuvo acompañado de la fuerza del Espíritu Santo y de una convicción profunda. Sabéis de sobra que todo lo que hicimos entre vosotros fue para vuestro bien.

8 Por todas partes se ha extendido la fama de vuestra fe, de suerte que nada tenemos que añadir por nuestra parte.

9 Ellos mismos refieren la acogida que nos dispensasteis y cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero

10 y para vivir con la esperanza de que su Hijo, Jesús, a quien resucitó de entre los muertos, se manifieste desde el cielo y nos libere de la ira que se acerca.

 

**• La primera carta a los Tesalonicenses es la más antigua de las cartas atribuidas con seguridad al apóstol Pablo. La liturgia nos ofrece una lectura casi continua de la misma, permitiéndonos así conocer de más cerca un texto bíblico que puede ser considerado como un testigo esencial de lo que hay en los fundamentos de nuestra fe. En apariencia, el desarrollo de la carta parece ceñirse más bien a la resolución de una serie de cuestiones prácticas y su tono es preponderantemente exhortativo. Pablo anima, elogia, agradece; en alguna ocasión reprende y llama a la observancia de los principios fundamentales de la fe en Cristo. En realidad, todo el escrito está impregnado por un único sentimiento, por una misma expectativa: que Cristo vuelva pronto en su gloria. Esto es mucho más que una verdad abstracta a la que haya que adherirse. Es la certeza basada en la experiencia desconcertante del Espíritu Santo, comunicada a través de la predicación apostólica.

Esto es lo que aparece confirmado por la argumentación central del pasaje que nos presenta la liturgia de hoy (v. 5): el anuncio del Evangelio llevado a cabo por el apóstol ha suministrado a los tesalonicenses la prueba de la presencia y de la acción del Espíritu de Jesús resucitado; en particular, éste se ha manifestado en la fuerza (dynamis) de los prodigios y signos milagrosos y en la «convicción profunda» o plenitud de la fe en Cristo con la que Pablo ha hablado y actuado. Es la misma fe que une al apóstol con los destinatarios de la misiva, una fe íntegra que apunta directamente a la meta, Jesús, objeto de una «firme esperanza» (v. 3), capaz de orientar el compromiso cotidiano en la comunidad, tanto de Pablo {«Sabéis de sobra que todo lo que hicimos entre vosotros fue para vuestro bien»: v. 5) como de los mismos tesalonicenses (v. 8).

El origen y el «motor» de todo esto es el amor de Dios: el lenguaje de la elección (v. 4) pretende significar la absoluta libertad de la iniciativa divina; se trata de la libertad del amor de Dios, que es absolutamente imprevisible y gratuito. Un amor libre y que libera, así es el Cristo esperado en la gloria de su última venida (v. 10).

 

Evangelio: Mateo 23,13-22

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

13 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que cerráis a los demás la puerta del Reino de los Cielos! Vosotros no entráis, y a los que quieren entrar no les dejáis.

15 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y cuando llega a serlo lo hacéis merecedor del fuego eterno, el doble peor que vosotros!

16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el santuario no compromete, pero si uno jura por el oro del santuario queda comprometido!».

17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que santifica el oro?

18 También decís: «Jurar por el altar no compromete, pero si uno jura por la ofrenda que hay sobre él queda comprometido».

19 ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que la santifica?

20 Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que hay encima;

21 el que jura por el santuario, jura por él y por quien lo habita;

22 el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él.

 

*+• La liturgia nos propone estos días uno de los textos más ásperos de todo el Nuevo Testamento, un texto duro que, aparentemente, se concilia mal con el mensaje de acogida y perdón destinado a todos los hombres, en especial a los enemigos, propio del cristianismo de Jesús. Es opinión difundida entre los intérpretes que los «ayes» de Mateo tienen que ser leídos sobre el fondo del «sermón del monte», que representa, en cierto modo, su imagen especular. Ahora bien, el motivo por el que palabras de tal alcance pueden entrar a justo título en el anuncio de la Buena Noticia está escondido por el evangelista en una breve nota que encontramos al comienzo del capítulo: el discurso, que tiene por objeto a los maestros de la Ley y a los fariseos, está dirigido por Jesús «a los discípulos y a la muchedumbre» (Mt 23,1). Asume, por tanto, un doble valor: es una polémica abierta con la sinagoga, que juzga como herética a la comunidad mateana, pero es, al mismo tiempo, una autocrítica que debe ser aplicada en el interior de la comunidad.

La hipocresía o falsedad (hypokrités era en su origen el actor, el que se pone una máscara) anda al acecho cada vez que se propone como única verdadera religión a una que, en realidad, prescinde de Dios, sustituyéndolo por la casuística de los «comportamientos que salvan». ¿De qué se ocupan los hipócritas? De cosas importantes como el templo, el oro, el altar, la ofrenda... y olvidan a Aquel que habita en el templo, a Aquel que está sentado en el trono (cf. w. 21ss).

 

MEDITATIO

Es necesario volver a redefinir de vez en cuando en nuestra mente y alma lo que el desgaste del lenguaje va reduciendo a pasajeros o acalorados sentimientos ante necesidades puntuales del prójimo. Éste es el caso del «amor» que nos evocan las lecturas de hoy. Meditar en el Amor, más que en mi necesidad de amar, ha de ser una constante en la vida cristiana. Es volver al Amor de la fuente, del origen. Hasta el amor, que parece que nos nace, hemos de aprender a recibirlo. Si nos nace, no es divino, porque amar no es grato en principio; el amor a lo divino es otra cosa. El amor en el hombre es fruto de una transformación y un arrobamiento previos que Dios mismo produce cuando se da a conocer a una persona.

Hay que retorcer el propio modo de ser, dejarse cambiar, sufrir -si es preciso- antes de estar preparado para amar como Dios ama. Así fue en los profetas y santos y en el mismo Hijo.

La experiencia cristiana enseña que lo que le cuesta al hombre conseguir es cosa que Dios ha de dar. Y por lo mismo, lo que Dios regala por su inmensa misericordia es lo que al hombre más le cuesta acoger. Vivir en el amor no es «sentirme realizado»; es abrir en mí caminos del Espíritu por los que el prójimo transite con la dignidad que Dios le ha otorgado. Y al tiempo, con el prójimo me llega Dios mismo. Este amor supone un nuevo giro en mis «sentimientos» espontáneos. La vida de las hermanitas fundadas por Teresa Jornet tiene esta esencial razón de ser: nace y se da como un camino entre la asistencia (estar presente para lo que falta) a Dios y la religión (re-ligarse con alguien) con el hermano. En la vida de Teresa Jornet se entrecruzan con diáfana claridad el Amor con que se siente amada por Dios y la necesidad de corresponderle, pero ¿cómo?: haciendo nacer lo mismo en los ancianos. No es una asistencia social: es amar al anciano abandonado con el mismo Amor con el que Dios le ama para que él mismo lo acoja. Por eso funda una familia de consagradas a

Dios, «por» llamada de Dios, en el servicio a los más abandonados en su momento. No «para» resolver una concreta necesidad social del siglo XLX, que hoy quedaría más o menos resuelta por los servicios sociales. Motivo de más para definir bien la vocación de Hermanita de Ancianos Desamparados cuando los diversos grupos e iniciativas sociales asumen sus deberes con los mayores y ancianos. Su vocación es consagrarse a Dios, y eso permanecerá aunque un día (¡ojalá!) todos los ancianos estén debidamente atendidos por la sociedad civil.

 

ORATIO

Que la eucaristía sea el centro de vuestra vida y de toda vuestra actividad; que la presencia de Jesús sacramentado sea vuestro imán de atracción íntima y renovadora; que la participación en su santo sacrificio, como actualización de su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección constituya el momento culminante y renovador de vuestra vida; que la comunión eucarística condicione y transforme toda vuestra personalidad en la mayor semejanza con Cristo (de los sermones del padre López Novoa).

 

CONTEMPLATIO

Hoy más que nunca, en esta época de gigantescos progresos, estamos asistiendo al drama humano, a veces desolador, de tantas personas llegadas al umbral de la tercera edad que ven aparecer a su alrededor las densas nieblas de la pobreza material o de la indiferencia, del abandono, de la soledad. Nadie mejor que vosotras, amadísimas hijas, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, conoce lo que ocultan los pliegues recónditos de tan triste realidad. Vosotras habéis sido y sois las confidentes de esa especie de vacío interior q u e no pueden llenar, ni siquiera con la abundancia de recursos materiales, quienes están desprovistos y necesitados de afecto humano, de calor familiar. Vosotras habéis devuelto al rostro angustiado de personas venerables por su ancianidad la serenidad y la alegría de experimentar de nuevo los beneficios de un hogar. Vosotras habéis sido elegidas por Dios para reiterar ante el mundo la dimensión sagrada de la vida, para repetir a la sociedad con vuestro trabajo, inspirado en el espíritu del Evangelio y no en meros cálculos de eficiencia o comodidad humanas, que el hombre nunca puede considerarse bajo el prisma exclusivo de un instrumento rentable o de un árido utilitarismo, sino que es entitativamente sagrado por ser hijo de Dios y merece siempre todos los desvelos por estar predestinado a un destino eterno.

¡Oh! Si pudiéramos penetrar en vuestras comunidades y residencias, allí sorprenderíamos a tantas hijas de la nueva santa que, como ella, están difundiendo caridad: caridad encerrada en un gesto de bondad, en una palabra de consuelo, en la compañía comprensiva, en el servicio incondicional, en la solidaridad que solicita de otros una ayuda para el más necesitado (Pablo VI, homilía de la canonización de santa Teresa Jornet e

Ibars)

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras de la primera carta de san Juan: «El mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros» (1 Jn 3,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sí, la espiritualidad de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados es cristocéntrica. Toda la existencia de Teresa Jornet gravitó en torno a Jesucristo y la misión que el Espíritu confió a la joven de Aytona. Jesús fue su amor preferente.

Creyó y amó a Jesús como mediador y revelador del amor misericordioso. Ella ha decidido ser su mediadora ¡unto a los ancianos. La espiritualidad de Teresa es verdaderamente cristocéntrica.

«Hay que vivir cada día y hacerse fuertes en el amor de Dios». La santa fundadora vivía en armonía con la Iglesia: «Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en la que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio a la Iglesia» (Juan Pablo II, exhortación apostólica Vita Consecrata, n. 93c).

Es indudable que Teresa y su congregación, guiadas por el  Espíritu, sirven con amor a Cristo y a l a «Iglesia de los pobres». La santa catalana alimentaba su espiritualidad escuchando, conociendo y amando a Jesucristo, Palabra de Dios y revelación de su Amor universal. Ya en su tiempo vivía lo que nos recuerda la Iglesia: «Estar a la escucha de la Palabra de Dios, que es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana, sobre todo de los evangelios, que son el corazón de todas las Escrituras» [ibíd. n. 94). Este encuentro con Jesucristo consolidaba su espiritualidad y le hacía ponerse en contacto directo con «la humanidad doliente»: los ancianos. Junto a ellos se curtía y templaba y se mostraba la verdad de la espiritualidad de la santa fundadora: «Cuiden con esmero a los ancianos y háganlo con el recto fin de agradar a Dios. No hagan las cosas por respeto humano».

No lo dudemos, la vida de Teresa, su espiritualidad, su «biografía personal», es una historia de amor a Jesucristo y de compasión misericordiosa hacia los ancianos. Ése fue el fruto de su espiritualidad auténtica. Para entretejer y escribir esa «biografía», Teresa se entregó ella misma. Su salud, su tiempo, su cultura, su trabajo, sus «talentos»... fueron los hilos de su bordado de amor en beneficio de los ancianos. Así rubricó ella su verdadero amor a Jesucristo. Esa misma actitud de entrega generosa es lo que pide y espera de sus hijas: «Una cosa les encargo, y es que amen y quieran mucho a nuestro amadísimo Jesús, que tanto sufrió Él por nosotras». Y en las Constituciones leemos: «Recuerden las hermanitas que nuestro Señor Jesucristo, Maestro y Modelo divino de perfección, predicó la santidad...» (Const. n. 3) (T. de Bustos, o. p., Hermanitas de los ancianos desamparados: «Su carisma y su espiritualidad», Palencia 2003, pp. 42-43).

 

Día 27

Santa Mónica (27 de agosto)

 

Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 o 332, en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.

Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. «Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana» [Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del «hijo de tantas lágrimas».

Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia»: «Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu» (/feícUX, 10,24).

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,1-8

1 Pues bien sabéis, hermanos, que nuestra estancia entre vosotros no fue estéril.

2 A pesar de los sufrimientos y ultrajes que, como sabéis, padecimos en Filipos, os anunciamos el Evangelio en medio de muchas dificultades, pero llenos de confianza en nuestro Dios.

3 Y es que nuestra exhortación no se inspiraba en el error, en turbias intenciones o en engaños.

4 Por el contrario, puesto que Dios nos ha juzgado dignos de confiarnos su Evangelio, hablamos no como quien busca agradar a los hombres, sino a Dios, que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser.

5 Dios es testigo, y vosotros lo sabéis, de que nunca nos movieron la adulación o la avaricia;

6 tampoco hemos buscado glorias humanas, ni de vosotros ni de nadie.

7 Y aunque podríamos haber dejado sentir nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, nos comportamos afablemente con vosotros, como una madre que cuida de sus hijos con amor.

8 Tanto os queríamos que ansiábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas. ¡A tal punto llegaba nuestro amor por vosotros!

 

*+• La primera lectura representa para los destinatarios de Pablo una auténtica lección sobre el modo de transmitir el Evangelio. En tiempo de la primera comunidad cristiana eran muchos los que se presentaban «en nombre de la verdad» para anunciar que el fin estaba cerca y proponer algún camino para conseguir la salvación: retóricos, filósofos ambulantes, seudoprofetas, maestros de toda clase. Lo primero que desea Pablo es demostrar su propia diferencia radical respecto a ellos: su comportamiento no tiene nada que ver con el de quien, en nombre de una reconocida autoridad, adelanta pretensiones de todo tipo.

Pablo empieza hablando de sus interlocutores como de personas que le han sido confiadas. Cuida de ellas como una madre (v. 7) que sabe ser amorosa sin tener necesidad de pronunciar palabras de falsa adulación (v. 5), sabiendo a ciencia cierta que todo lo que dice y hace no está guiado por ningún otro interés que el bien de sus hijos, de su crecimiento en Cristo. La autoridad que Pablo hace valer aquí no es la autoridad de un simple ministerio, aunque fuera el más noble entre todos (cf. 1 Cor 12,28), sino la pretensión del amor.

El apóstol -parece decir Pablo- es alguien que tiene por modelo a Cristo crucificado, de ahí que no pueda hacer otra cosa que darse a sí mismo con igual absolutidad, sin tener nada para sí. ¿Cuál es entonces esta pretensión? El amor pide ser reconocido, pero no para «agradar a los hombres» (v. 4), y ser restituido, aunque no a sí mismo. La diferencia sustancial consiste, en efecto, en que el «remitente» no es el evangelizador: es un simple testigo. El origen último de todo don es Jesús, que murió y resucitó por nosotros.

 

Evangelio: Mateo 23,23-26

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

23 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Hay que hacer esto sin descuidar aquello.

24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

25 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera el vaso y el plato, mientras que por dentro siguen llenos de rapiña y ambición!

26 ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso, para que también por fuera quede limpio!

 

**• Continúa la serie de los «ayes» del evangelio de Mateo, que ya habíamos empezado a meditar ayer. El discurso de Jesús entra hoy en lo específico de algunas prescripciones particulares de las que sólo se encuentra una remota huella en el Antiguo Testamento (cf. Nm 18,12; Dt 14,22; Lv 27,30), pero que conocían muy bien los fariseos de estricta observancia.

El diezmo sobre las hierbas era una interpretación de la Ley que indica un celo más que refinado, así como la cuidadosa limpieza de la vajilla para la comida común era un rasgo representativo de la atención profusa dedicada al desarrollo de las prácticas más cotidianas, con el espíritu de la pureza ritual prevista por la antigua alianza. Ahora bien, el corazón de la Tora se encuentra en otra parte: en la regla de oro o en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 7,12; 22,40), o bien en la tríada «justicia, misericordia, fe» del v. 23.

Cada una de estas formulaciones no es más que la posible expresión de un único y mismo significado, que el auténtico conocedor de la Ley no podía ignorar. El que, entre los «maestros de la Ley», ignora estas cosas no puede ser más que de mala fe, pues no anda en busca de la verdad, sino de su propia vanagloria. Por consiguiente, es un hipócrita y su corazón es como un cáliz cargado de avidez y deseos egoístas («rapiña y ambición»: 26).

MEDITATIO

Mónica es una «santa»; por tanto, una «mujer» verdadera.

En ella convergen y se encarnan la belleza virginal de la «mujer virtuosa» del libro del Eclesiástico y la materna compasión de la «viuda» del Nuevo Testamento, que convierte su vida en una intercesión por la vida de su hijo. La santidad de Mónica nos lleva al corazón de la vocación y de la misión de la mujer (léase Mulieris dignitatem VIII, 30). Esta misión de «guardián del hombre» la realizó Mónica a fondo. Hizo frente con una gran dignidad e inteligencia, con esa «genialidad absolutamente femenina», a las dificultades de una convivencia matrimonial con un hombre «pagano» dotado de un carácter muy difícil, «al que -dice de manera cruda Agustín- «fue entregada» (Confesiones IX, 9,19). Sin perder nunca el gusto por el bien, incluso en las adversidades (un arte más que difícil), «se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos» (ibíd.).

Desplegando «las grandes energías del espíritu femenino», sostuvo, con las lágrimas y la oración de una vida totalmente consagrada a Dios, una verdadera y propia lucha por la fe de su hijo Agustín. La lucha que es «la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación [...], la lucha por su fundamental "sí" o "no" a Dios y a su designio eterno sobre el hombre» (Mulieris dignitatem VIII, 30).

El mismo Agustín, que también fue su mayor biógrafo, dirá más tarde de ella: «Creo sin la menor incertidumbre que por tus oraciones, madre, Dios me concedió no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» {De Ordine II, 50,52). Mónica es la madre, por tanto, de una «doble maternidad»: «Me engendró en la carne, para que naciera a la luz temporal, y en su corazón, para que naciera a la luz eterna» (Confesiones VIII, 17).

Si, en la relación hombre-mujer, la mujer representa el punto de encuentro de la humanidad con Dios, precisamente por la humanidad de que es portadora, en Mónica, en su ser madre en plenitud, la paternidad de Dios ha podido actuar con una maravillosa alianza.

 

ORATIO

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.

¡Oh casa luminosa y bella!, amado de tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha creado en ti. [...] Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón, de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la de mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía! (Confesiones X, 27,38; XII, 16, 21.23).

 

CONTEMPLATIO

Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.

Allí solos conversábamos dulcísimamente, y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió.

Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti- para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado, levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.

Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia  que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas (Agustín de Hipona, Confesiones IX, 10,23-24,passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de Agustín: «Quien es feliz tiene a Dios» {De vita beata II, 11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Entre finales de octubre y primeros de noviembre del año 386 se retiró Agustín con su madre, Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, su amigo Alipio [...] a la villa de su amigo Verecundo en Cassiciaco. En la paz campestre de Brianza, entre el susurrar de las hojas y de los arroyos, con los Alpes como paisaje, se preparó Agustín para el bautismo. La comitiva africana vivía en un clima de intensa espiritualidad, ocupando gran parte de su tiempo en disputas de filosofía, de una filosofía sometida ahora a la fe y deseosa de conocer su contenido.

En esta comitiva, Mónica hacía un poco de madre de todos, hacía unas veces de solícita y enérgica ama de casa, otras de maestra sabía y experta. Cuando los que discutían se olvidaban de comer, Mónica les invitaba a hacerlo y, si era necesario, les impulsaba con tanta fogosidad que les obligaba a interrumpir la discusión. Cuando la invitaban a tomar parte en la misma discusión, daba respuestas tan discretas que suscitaba la admiración de todos. Como cuando declaró que la verdad es el alimento del alma; o, sin saberlo, definió la felicidad con las mismas palabras de Cicerón; o sostuvo que sin sabiduría nadie puede ser feliz; o recordó, por último, que sólo la fe, la esperanza y la caridad pueden conducirnos a la vida bienaventurada.

Agustín, que estaba alegremente sorprendido de tanta sabiduría, afirma que su madre ha «alcanzado la cumbre de la filosofía» y se declara discípulo suyo. La «filosofía» de Mónica es la sabiduría del Evangelio, una sabiduría que no ha conquistado con el estudio, sino con la virtud, la oración, la docilidad al Espíritu. La posee ahora en un grado eminente. Es intrépida. No teme ni la desventura ni la muerte. A saber: ha llegado a una disposición interior dificilísima, aunque importantísima, que constituye -por consenso unánime- la cima de la sabiduría. Rica de amor a Dios y al prójimo, que es el fundamento de la sabiduría evangélica, puede prescindir de la ciencia de los filósofos y recoger sus frutos. Por eso Agustín se declara discípulo suyo y confía a las oraciones de ella la consecución del ideal de sabiduría al que aspira (A. Trape, S. Agostino. Mia madre).

 

Día 28

San Agustín de Hipona (28 de agosto)

 

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un ¡oven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aquí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.

Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,9-13

9 Recordad, hermanos, nuestras penas y fatigas; recordad cómo trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el Evangelio de Dios.

10 Vosotros sois testigos, y Dios lo es también, de que nuestra conducta fue limpia, justa e irreprochable con vosotros los creyentes.

11 Sabéis que tuvimos con cada uno de vosotros la misma relación que un padre tiene con sus hijos,

12 exhortándoos, animándoos y urgiéndoos a llevar una vida digna del Dios que os ha llamado a su Reino y a su gloria.

13 Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues, al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes.

 

**• Estas palabras del apóstol Pablo ponen claramente de manifiesto que la predicación del Evangelio entre los tesalonicenses se ha convertido ahora en una experiencia común de vida, en una especie de «libro abierto» capaz de hablar a los creyentes el lenguaje de Dios.

Pablo no tiene necesidad de recurrir a argumentaciones refinadas, a demostraciones de tipo filosófico. Le basta con traer a la memoria de sus hermanos en Cristo lo que ha sufrido y trabajado entre ellos, su oficio humilde (tejedor de tiendas) pero digno, que le ha permitido no tener necesidad del favor de nadie, para estar libre de todo y al servicio del Evangelio. Del mismo modo que los discípulos y las muchedumbres habían sido testigos de los «signos» realizados por Jesús, así también la vida misma del apóstol se convierte en signo que da testimonio de la misión que ha recibido de Dios ante los hombres de su tiempo.

Como sello de la autenticidad de tal misión están la gratitud y la alabanza que brotan del corazón de Pablo: el apóstol contempla la obra del Señor que se lleva a cabo a través de su trabajo entre los hombres, restituyéndolos a la dignidad de hijos de Dios. Ésta es la recompensa para quien anuncia el Evangelio, la alegría de las bodas de Cana, del agua transformada en vino, palabra de hombre que el Espíritu transforma, dentro de los corazones, en Palabra que salva.

 

Evangelio: Mateo 23,27-32

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

27 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre!

28 Lo mismo pasa con vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad.

29 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los mausoleos de los justos!

30 Decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado en la muerte de los profetas».

31 Pero lo que atestiguáis es que sois hijos de quienes mataron a los profetas.

32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros antepasados!

 

*• Los sepulcros de los que habla el evangelio de hoy eran en realidad los llamados «osarios», o sea, los lugares donde se guardaban los restos mortales de los difuntos aproximadamente un año después de haber sido enterrados; en esas «moradas» el hombre había perdido ya por completo sus propios rasgos: era sólo un montoncito de huesos, sin forma.

La imagen recuerda de manera poderosa la visión de los «huesos secos» del profeta Ezequiel (cf. Ez 37,1-14), con la diferencia de que aquí los restos mortales están ocultos a la vista por la blancura de la cal de los sepulcros. Del mismo modo, el aspecto imponente de los monumentos levantados a los profetas intenta ocultar las injusticias y las abominaciones realizadas contra ellos por los antepasados. Sepulcros para esconder, monumentos para no recordar, para desviar la atención de algo que, sin embargo, puede ser aún Palabra poderosa de Dios que llama a la conversión, la palabra de los profetas.

MEDITATIO

Las palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.

De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como «suspiro de identidad»; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él «el orden del amor» y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.

 

ORATIO

A ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.

Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.

Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.

Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.

Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.

Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.

Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3).

 

CONTEMPLATIO

No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.

Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.

Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día esta expresión de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras» {Comentario a la primera carta de Juan VII, 8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.

En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].

Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasione e traduzioni).

 

Día 29

Martirio de san Juan Bautista (29 de agosto)

 

El «más grande de entre los nacidos de mujer» murió mártir, víctima de la fe y de la misión que había desarrollado. Su decapitación tuvo lugar en la fortaleza de Maqueronte, en el mar Muerto, lugar de vacaciones del vicioso rey Herodes. La sangre de Juan el Bautista selló su testimonio en favor de Jesús: con su misma muerte completó su misión de precursor. La fecha de hoy recuerda tal vez la dedicación de la antigua basílica erigida en Sebaste (Samaría) en honor del precursor del Mesías.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 3,7-13

7 Por eso, hermanos, en medio de todas las tribulaciones y congojas que hemos tenido que soportar por vosotros, nos hemos sentido confortados por vuestra fe,

8 hasta el punto de que ahora comenzamos a vivir de nuevo, al saber que vosotros os mantenéis fieles al Señor.

9 ¿Cómo podremos agradecer a Dios suficientemente esta alegría desbordante con la que, gracias a vosotros, nos regocijamos delante de nuestro Dios?

10 Día y noche rogamos a Dios con insistencia que nos conceda veros personalmente para completar lo que aún falta a vuestra fe.

11 ¡Que Dios, nuestro Padre, y Jesús, nuestro Señor, dirijan nuestros pasos hacia vosotros!

12 ¡Que el Señor os haga crecer y sobreabundar en un amor de unos hacia otros y hacia todos tan grande como el que nosotros sentimos por vosotros!

13 En fin, que cuando Jesús, nuestro Señor, se manifieste junto con todos sus elegidos os encuentre interiormente fuertes e irreprochables como consagrados delante de Dios, nuestro Padre.

 

*•• Por fin, al regreso de Tito de la «visita pastoral» a los cristianos de Tesalónica, Pablo consigue tener la confirmación del progreso realizado por éstos en el camino de la fe. Sólo entonces las nubes que oscurecían su ánimo con presentimientos angustiosos dejan el sitio al consuelo, el mismo que puede experimentar el corazón de un padre al saber que sus hijos están bien, que están seguros.

Hay, con todo, un deseo en el corazón de Pablo que espera aún ser escuchado: no estará en paz hasta que haya podido ver de nuevo en persona a la comunidad, reemprendiendo el hilo del diálogo que ciertas circunstancias dolorosas interrumpieron (probablemente fue a causa de la hostilidad de los judíos) al obligar a los misioneros a dejar la ciudad. El amor que el anuncio del Evangelio ha suscitado en el corazón del apóstol es como una espada que lo traspasa día y noche: su mente, sus sentimientos, su memoria, están habitados por una inquietud irreprimible por el bien de aquellos a quienes la Palabra engendró en un tiempo a la vida de la gracia. Ahora lo pone todo en manos de Dios, dándole gracias e intercediendo entre lágrimas, puesto que es el Señor de todo.

Dado que tal amor no procede del hombre, sino que es la presencia misma del Señor en la tierra, la medida de su santidad entre los hombres, Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a que se conviertan en imitadores suyos, como él lo es de Cristo: en su caridad todos serán transformados a su imagen, de día en día, hasta que venga el Señor.

 

Evangelio: Marcos 6,17-29

En aquel tiempo,

17 Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.

18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,

20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.

22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.

23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.

24 Ella salió y preguntó a su madre: -¿Qué le pido? Su madre le contestó:

-La cabeza de Juan el Bautista.

25 Ella entró enseguida y a toda prisa donde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.

27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,

28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

 

**• El relato evangélico del martirio de Juan el Bautista está situado en el camino de Jesús hacia Jerusalén como una etapa fundamental. Con él no sólo se concluye el ciclo de la vida del Bautista, sino que también es preludio del martirio de Jesús.

No debemos dejarnos impresionar sólo por los detalles narrativos, muy sugestivos por otra parte, que nos presenta esta página de Marcos. Al evangelista no le interesa poner de manifiesto ni el vicio de Herodes ni la malicia de Herodías, ni siquiera la ligereza de su hija.

Su intención es proporcionar el debido relieve a la figura de Juan el Bautista, el «mentor» -podríamos decir del Nazareno, y mostrar cómo este gran profeta pone término a su vida del mismo modo y por los mismos motivos que morirá Jesús.

Éste es el pequeño «misterio pascual» de Juan el Bautista, el cual, tras haber conocido la adversidad de los enemigos del Evangelio, conoce ahora el silencio del sepulcro en espera de la resurrección.

 

MEDITATIO

Los recuerdos bíblicos relativos a Juan el Bautista nos invitan a meditar sobre el don de la profecía, en particular sobre la figura del profeta. ¿Cuál es exactamente su función en el pueblo de Dios? ¿Cuáles son las opciones que le califican claramente como profeta? ¿De qué modo se sitúa ante sus contemporáneos como signo de una presencia superior, como portavoz de una Palabra divina?

El profeta se manifiesta como tal por su modo de hablar, por el estilo que caracteriza su predicación. La palabra no lo es todo, pero ya es capaz de manifestar el sentido de una presencia, incómoda pero ineludible, con la que todos deben contar. El profeta se manifiesta como tal, también y sobre todo, con las opciones de vida que lleva a cabo. De este modo demuestra que ha percibido que el tiempo en el que vive es precisamente aquel en el que Dios le llama a ser-para-los-otros. No se puede sustraer a esta llamada (deberíamos leer, a este respecto, el c. 17 de Jeremías), so pena de ser infiel a su misión. Por último, el profeta manifiesta la autenticidad de su misión con el valer de dar la vida por aquel que le ha llamado y por aquellos a quienes ha sido enviado. O se es profeta con la vida, con la vida entregada por amor, o no se es profeta en absoluto.

 

ORATIO

«Levántate y les dirás todo lo que te ordene».

«No tengas miedo: he aquí que te pongo como ciudad fortificada».

«Yo estoy contigo para salvarte».

«Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».

«No te es lícito tener la mujer de tu hermano».

«¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente?».

«Dad frutos que prueben vuestra conversión».

«El amigo del esposo exulta de alegría a la voz del esposo».

«Ahora mi alegría es completa».

«Él debe crecer; yo, en cambio, disminuir».

 

CONTEMPLATIO

Todo lo que [Juan] dijo dio testimonio de la verdad o  sirvió de reproche a los que se le oponían; sus obras de justicia las respetaban incluso los que no le amaban.

¿Acaso el respeto del modo de vida de los hombres le hizo desviarse, ni siquiera un poco, a él, que llevó una vida solitaria desde niño, de la vía de la virtud? Y, sin embargo, ese hombre acabó su vida derramando su sangre, tras pasar un largo tormento de cárcel.

Predicaba la libertad de la patria celestial y fue encarcelado por los impíos; había venido a dar testimonio de la luz, había merecido que le llamaran lámpara ardiente y resplandeciente precisamente de la luz que es Cristo, y fue encerrado en la oscuridad de la cárcel; nadie entre los nacidos de mujer había sido más grande que él, y fue decapitado a petición de unas mujeres sumamente perversas, y fue bautizado con su propia sangre aquel a quien se le había dado bautizar al Redentor del mundo, escuchar la voz del Padre sobre él, ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él (Beda el Venerable, Omelie sulvangelo, Roma 1990, pp. 492ss).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día estas consoladoras palabras: «Yo estoy contigo para salvarte» (Jr 1,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Vos estáis obligado -añadió el arzobispo de Canterbury- a deponer la duda de vuestra insegura conciencia que recusa el juramento, y a tomar el partido seguro de obedecer a vuestro príncipe, y jurar».

Entonces, aunque yo era de la opinión de que este argumento no podía adaptarse a mi caso, se me presentó, no obstante, de improviso tan sutil y, sobre todo, sostenido por tanta autoridad, al venir de la boca de un tan noble prelado, que no pude replicar nada, a no ser que estaba íntimamente seguro de que así no habría obrado bien, porque en mi conciencia era éste uno de esos casos en que mi deber era no obedecer a mi príncipe, sea cual fuere la opinión de los otros (cuya conciencia y doctrina no habría condenado ni habría aceptado juzgar) a este respecto: en mi conciencia la verdad se me presentaba diferente.

Entonces el abad de Westminster me dijo que de cualquier modo que la cuestión apareciera en mi mente, tenía motivos para temer que precisamente mi mente estuviera en el error, con sólo que considerara que el Parlamento del reino se pronunciaba en sentido opuesto, y que, por consiguiente, debía cambiar la posición de mi conciencia. A esto respondí que si sólo fuera yo el que sostenía mi tesis y todo el Parlamento sostuviera la otra, verdaderamente tendría miedo de apoyarme en mi parecer, yo solo contra tantos. Mas, por otra parte, sucede que para algunos de los motivos por los que me niego a jurar tengo yo de mi parte -como confío tener- un consejo igualmente grande, e incluso más, y entonces no estoy ya obligado a cambiar mi conciencia y conformarla al consejo de un reino, contra el consejo general de la cristiandad (Tomás Moro).

 

Día 30

Viernes de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,1-8

1 Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el nombre de Jesús, el Señor, a que pongáis en práctica lo que aprendisteis de nosotros en lo que al comportaros y agradar al Señor se refiere, para que progreséis más y más cada día.

2 Sabéis qué normas os dimos de parte de Jesús, el Señor.

3 Porque ésta es la voluntad de Dios: que viváis como consagrados a él y huyáis de la impureza.

4 Que cada uno de vosotros viva santa y decorosamente con su mujer,

5 sin dejarse arrastrar por la pasión, como se dejan arrastrar los paganos, que no conocen a Dios.

6 Y que en este punto nadie haga injuria o agravio a su hermano, porque el Señor toma venganza de todo esto,  como ya os lo dejamos dicho y recalcado.

7 Pues no nos llamó Dios a vivir impuramente, sino como consagrados a él.

8 Por tanto, el que desprecia esta norma de conducta no desprecia a un hombre, sino a Dios, que es quien os da su Espíritu Santo.

 

**• Tras haber recordado el pasado, agradeciendo a Dios todo lo que ha tenido a bien obrar en la comunidad, Pablo mira ahora hacia el futuro. Para ello recurre sobre todo al lenguaje de la exhortación.

La «santificación» (haghiasmós) de la que se habla en este fragmento de la carta consiste precisamente en el proceso que tiene como resultado final la haghiosyne, o sea, la «santificación» auténtica. Nos encontramos en la definición de una actividad que todavía está en pleno desarrollo, en la que concurren, por un lado, el compromiso y la libre adhesión del creyente y, por otro, la obra del Espíritu Santo, que interviene configurando a la criatura a imagen de Dios. Todo esto tiene lugar en el «cuerpo» del hombre, está inscrito en su carne y habla el lenguaje que le corresponde desde la creación.

El santo, por consiguiente, no es alguien que viva fuera de la realidad terrena, en una dimensión inmaterial. Es más bien alguien que toma sobre sí, día a día, la voluntad de Dios, haciendo que toda su vida se adhiera a ella. El tema de la pornéia se refiere a todo lo que tiene que ver con las pasiones carnales en el ámbito sexual; se trata, por tanto, de algo muy concreto en lo que el cristiano está llamado a practicar una opción que va a contracorriente, según la mentalidad del tiempo, y a custodiar su cuerpo como un don recibido de Dios, preparándolo ya desde ahora para recibir en plenitud el Espíritu Santo en la vida eterna.

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

 

**• También esta parábola gira en torno al tema de la vigilancia, como confirma la invitación final: «Así pues, vigilad, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13). Sin embargo, ésta, en su procedimiento narrativo, contiene ciertas particularidades que la hacen única.

En primer lugar, el escenario nupcial: la fiesta por excelencia, en el Antiguo Oriente, es la que se celebra con ocasión de las bodas. En ella todo debe concurrir a comunicar el lenguaje de la alegría y de la vida. El banquete, las luces, los trajes, la música, las danzas y, no precisamente en último lugar, el cortejo nupcial que acompaña al esposo a lo largo del camino: todo está al servicio de los esposos, todo se hace en su honor. Sabemos por el evangelio que la falta de vino (cf. el episodio de las bodas de Cana: Jn 2,lss) podía representar un grave motivo de vergüenza y de vituperio para la familia recién constituida, pues era como decir que no estaba en condiciones de ocupar el puesto que se le había asignado en la comunidad.

No era anormal que el esposo se retrasara bastante; tal como discurren las cosas en Oriente, no es posible prever con certeza en estas ocasiones un tiempo para su llegada, y por eso era justificable el adormecimiento después de horas y horas de espera en el camino. Pero la luz de las lámparas debía permanecer encendida para salir al encuentro del esposo en el momento en que se señalara su presencia. Sólo las jóvenes sensatas estarán preparadas en el momento oportuno, mientras que las otras, al ver languidecer la luz de sus lámparas, no podrán hacer otra cosa que ir en busca de aceite, en un último intento desesperado... aunque inútil.

Llega el esposo, se forma el cortejo, entra en el banquete, se cierra la puerta. El llanto de las excluidas obtiene como respuesta un «os aseguro que no os conozco» (v. 12), expresión que subraya la distancia, la interrupción de las relaciones, la no comunión entre ellas y el esposo.

 

MEDITATIO

Lo que está en juego en una ceremonia nupcial es, en cierto modo, el equilibrio de toda una sociedad, la sociedad tradicional, con su división y respeto de los papeles asignados desde siempre. Ésa es la razón de que las jóvenes del cortejo nupcial que se olvidaron del aceite de reserva para las lámparas sean llamadas «necias»: han olvidado lo que está en juego, han despreciado el sentido del estar juntos.

También a los cristianos les acecha fuertemente el riesgo de perder de vista la meta, el fin del camino: la busca afanosa del éxito, la posesión de cosas, la satisfacción de las pasiones, todo lo que atrae a «nuestra carne» nos distrae e induce un sueño profundo en el alma. Hemos olvidado que la vida es expectativa, que debemos vigilar nuestras lámparas, porque lo que está en juego es la salvación definitiva. Olvidarlo significa despreciar a Dios mismo (cf. 1 Tes 4,8).

        Con el espíritu estamos llamados a determinar la meta: Jesús. Con la mente, a prever lo necesario para la espera o todas las virtudes cristianas. Con el cuerpo, a actualizar la vigilancia en el presente, a través de la renuncia a gestos, palabras e imágenes que nos hagan olvidar quiénes somos, por dónde estamos andando. La santidad consiste en vivir el momento presente como si fuera el último, el instante en que llegará el esposo. Es  salirle al encuentro en una carrera que dura toda la vida.

 

ORATIO

Cuando se oiga el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro», queremos estar preparados, Señor. Como jóvenes que esperan participar en la fiesta de su vida, la esperada e imaginada desde hace mucho tiempo, no queremos faltar a la cita.

Hoy te prometemos, solemnemente, que estaremos allí. Allí nos encontrarás, a lo largo de tu camino, y seremos tu cortejo de honor... Ahora bien, velar es fatigoso, estar preparados en el momento oportuno requiere una atención constante, disciplina del cuerpo y de la mente. Nuestra debilidad es grande; tú conoces, oh Dios, la fragilidad de nuestra carne. Envía, pues, oh Padre, tu santo Espíritu para que vele sobre nosotros, para que no sea en vano nuestra espera del día glorioso de tu Hijo.

 

CONTEMPLATIO

«Llamad y se os abrirá», dice el Señor justamente (Mt 7,7c). El Señor nos ordena que llamemos a la puerta de la vida y a los batientes del Reino de los Cielos.

Pues si, al pedir lo que es santo, lo recibimos y, buscando lo que es celestial, lo encontramos, fácilmente –si nos preceden los méritos de la fe- también cuando llamemos se abrirá la puerta del Reino de los Cielos. No se abre, en efecto, a todos, sino sólo a aquellos que están recomendados por justos méritos y por una vida adornada por una conducta íntegra. No por casualidad hemos leído que las bien conocidas vírgenes necias y negligentes llamaron también para entrar. Dijeron, en efecto: «Señor, señor, ábrenos» (Mt 25,11). Pero éste les respondió: «Alejaos de mí. Os aseguro que no os conozco» (Mt 25,12). Así pues, a fin de que el Señor, cuando llamemos a la puerta, se digne abrirnos, hemos de abrirle antes nosotros mismos nuestro corazón a él, que nos llama. El mismo Señor, en efecto, dice así en el Apocalipsis: «Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Por consiguiente, si abrimos con fidelidad nuestros corazones al Señor que llama, no cabe duda de que también él, cuando seamos nosotros quienes llamemos, se dignará abrirnos los batientes del Reino de los Cielos (Cromacio de Aquileya, Comentario al evangelio según Mateo XXXIII, 4ss, passini). 

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así pues, vigilad» (Mt 25,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una vez más, se nos presenta el reto de mirar nuestra vida desde arriba. Cuando Jesús ha venido a ofrecernos la plena comunión con Dios, haciéndonos partícipes de su muerte y resurrección, ¿qué otra cosa podemos desear, sino dejar nuestros cuerpos mortales para alcanzar la meta final de nuestra existencia?

La única razón que puede haber para permanecer en este valle de lágrimas es continuar la misión de Jesús, que nos ha enviado al mundo como su Padre lo envió al mundo. Mirada desde arriba, esta vida es una misión corta y a menudo doloroso, llena de ocasiones de trabajar en favor del Reino de Dios, y la muerte es la puerta abierta que nos conduce a la sala del banquete, donde el mismo rey nos servirá. Esto parece que es vivir poniéndolo todo del revés. Pero es el camino de Jesús y el camino que nosotros tenemos que seguir. No hay nada morboso en esto. Al contrario, es una visión alegre de la vida y de la muerte. Mientras estemos en nuestro cuerpo, ocupémonos del cuerpo, de manera que podamos llevar la paz y la alegría del Reino de Dios a aquellos con quienes nos encontramos a lo largo del viaje. Pero cuando llegue el momento de nuestra muerte, alegrémonos de poder entrar en casa y unirnos a quien nos llama «amados» (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 41995, pp. 149-150).

 

Día 31

 

Sábado de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,9-12

Hermanos:

9 Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros.

10 Y así lo practicáis con todos los hermanos que residen en Macedonia. Sin embargo, hermanos, os exhortamos a que progreséis más y más

11 y a que os apliquéis a vivir pacíficamente, ocupándoos cada uno en lo vuestro y trabajando con vuestras propias manos como os lo tenemos recomendado.

12 Así os ganaréis el respeto de los que no son cristianos y no tendréis necesidad de nadie.

 

** La caridad descrita por Pablo en este pasaje de la primera carta a los Tesalonicenses tiene un carácter específico que dice mucho sobre la naturaleza de la santidad cristiana. Amarse los unos a los otros, poner en práctica el «amor fraterno», significa, en primer lugar, «vivir pacíficamente» (v. 11), o sea, no ir en busca de pretextos para litigios y choques en el interior de la comunidad. Más concretamente aún, «ocuparse cada uno de lo suyo» (cf v. 11): la enemistad surge con frecuencia de  las habladurías, de la intromisión en los asuntos de los otros, del hablar fútil de la gente.

«.Trabajando con vuestras propias manos» (v. 11) significa hacer que vayan bien las cosas que tienen que ver con nosotros, de modo particular en el oficio que se nos ha encargado. La anotación «con vuestras propias manos » podría pretender poner el acento en la nobleza del trabajo manual, el mismo que desarrollaba Pablo (probablemente, tejía tiendas), a pesar de ser despreciado por los que lo consideraban cosa de esclavos y preferían dedicarse al ocio para no ensuciarse las manos. Es el ocio lo que engendra las malas tendencias en la comunidad, como en cualquier otra sociedad humana. Pablo lo sabe y por eso da una orden precisa al respecto. Motivo: dar testimonio, ante los no creyentes, de la integridad de la opción cristiana, con una vida ordenada y activa, y dar testimonio del amor, ante los hermanos en la fe, de una manera concreta, que empieza por no ser una carga para nadie.

 

Evangelio: Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

14 Sucede también con el Reino de los Cielos lo que con aquel hombre que, al ausentarse, llamó a sus criados y les encomendó su hacienda.

15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y se ausentó.

16 El que había recibido cinco talentos fue a negociar en seguida con ellos y ganó otros cinco.

17 Asimismo, el que tenía dos ganó otros dos.

18 Pero el que había recibido uno solo fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

19 Después de mucho tiempo, volvió el amo y pidió cuentas a sus criados.

20 Se acercó el que había recibido cinco talentos, llevando otros cinco, y dijo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado».

21 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

22 Llegó también el de los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado».

23 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

24 Se acercó finalmente el que sólo había recibido un talento y dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

25 tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo».

26 Su amo le respondió: «¡Criado malvado y perezoso! ¿No sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí?

27 Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses.

28 Así que quitadle a él el talento y dádselo al que tiene diez.

29 Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

30 Y a ese criado inútil arrojadlo fuera a las tinieblas. Allí llorará y le rechinarán los dientes».

 

**• La situación descrita presenta un cuadro bastante familiar en las costumbres domésticas del antiguo Próximo Oriente, a no ser por un detalle particular: la enormidad de las cantidades confiadas a los criados, lo que hace pensar en un Señor grande y confiere más peso al juicio final.

Era costumbre que el amo que salía para un largo viaje confiara sus riquezas a los más fieles de sus siervos. El dinero lo confiaba a los más despabilados, a los que pudieran hacer buenos negocios que beneficiaran al señor. No debe extrañarnos que se otorgara tanta confianza a unos simples esclavos: no era raro que éstos fueran personas de cierta cultura y capacidad, como atestigua la misma Biblia (pensemos, por ejemplo, en José en Egipto, que se convirtió en administrador de todos los bienes del faraón: cf. Gn 37ss). El hombre de la parábola distribuye, en efecto, su dinero en función de las capacidades que atribuye a sus criados (v. 15) y es obvio que en los tres casos espera que éstos lo hagan fructificar con los medios lícitos que tienen a su disposición (el más común: una especie de «depósito bancario»; cf. v. 27).

Mientras que la obra de los dos primeros criados no suscita ningún asombro particular (hacen lo que el amo esperaba de ellos), la obra del tercero aparece como algo insensato. ¿Qué significa el gesto de enterrar el talento? Según la legislación rabínica, si alguien robaba el dinero enterrado no tenía que ser restituido a su legítimo propietario, por lo que tal vez el criado pensaba ponerse así al abrigo de posibles sorpresas desagradables. Ciertamente, no parece tomarse a pecho la causa de su rico señor. De este siervo no sabemos nada, pero sí sabemos lo que no le interesa: hacer negocios para su Señor. El motivo del miedo (v. 25) parece más bien una excusa aducida para justificar la ineptitud de su comportamiento, pues lo que alega es también contradictorio (cf. v. 26: si el siervo hubiera tenido miedo de verdad, habría tenido un motivo más para despabilarse y desviar de él la ira de su amo). La sentencia final (w. 28-30) proyecta el relato sobre el fondo del juicio escatológico.

 

MEDITATIO

El evangelio de Mateo trata una vez más de la cuestión del tiempo que transcurre entre la pascua y el fin de los tiempos; en particular, del uso que hacemos del mismo. El tiempo de la ausencia del amo no puede ser un pretexto para vivir de manera ociosa, sin hacer nada.

No, se trata más bien de un ámbito útil para hacer fructificar los bienes que nos han sido entregados. Una vida entregada al servicio es una vida útil y rica de sentido. La santidad a la que está llamado el creyente consiste en poner en acto las propias capacidades, por pequeñas o grandes que sean, para beneficio de la comunidad. Comunidad de creyentes, antes que nada, donde cada uno está llamado a dar pruebas de la entrega de sí mismo para el bien del hermano. Pero también comunidad

civil, en la que el cristiano puede aportar unos valores que confieren sentido al vivir entre los hombres.

La historia es testigo de cómo han encarnado los cristianos, en las diferentes épocas, la exhortación bíblica a trabajar con nuestras propias manos. De este trabajo ha resultado la edificación de la sociedad, la impregnación de la cultura, en particular la occidental, de los valores cristianos. Todavía hoy se distinguen los cristianos en el mundo (pensemos en los países del Tercer Mundo) por su participación en el esfuerzo destinado a llevar una vida decorosa para ellos y para sus propios hijos. Todo eso demuestra que quien encarna el espíritu del Evangelio es una persona que se toma a pecho el bien de sus hermanos en la fe y el de todos los hombres, contribuyendo así a la venida del Reino de Dios a la tierra.

 

ORATIO

Oh Padre, te damos gracias por habernos llamado a construir tu Reino: a cada uno de nosotros le has confiado una tarea, según sus capacidades. Sólo nos pides una cosa, no permanecer inertes, no dejarnos vencer por el desánimo y por la desconfianza. «¿Para qué esforzarse tanto, si no sirve para nada?», parecen decir muchos cristianos de hoy, confundidos entre la masa de los que se dejan vivir y piden a los otros que se encarguen de la tarea de construir la sociedad.

Tú, en cambio, Señor, nos quieres activos, dispuestos a arriesgar en primera persona en tu lugar, por ti, como los siervos de la parábola que recibieron el mandato de su señor. Sí, porque tú has sido capaz, has querido arriesgar; te pusiste en juego cuando decidiste nacer del seno de una mujer y no te echaste atrás frente al desprecio y a la muerte: hiciste tu parte como hombre, en esta tierra, en tu tiempo. Ahora nos toca a nosotros, para que tu nombre sea glorificado para siempre entre los hombres.

 

CONTEMPLATIO

Si lo consideramos bien, hermanos, nuestro oficio [episcopal] es en verdad un comercio, y la función del ministerio sacerdotal es, en cierto sentido, la de un comercio espiritual [...]. Más aún, la tarea de todos los cristianos es una especie de negocio, y la función de los sacerdotes es un comercio precioso. Todos hemos recibido, en efecto, los dones del Señor, es decir, las palabras del Salvador, para distribuirlas a la gente. Y a estas palabras se refiere el Señor en el Evangelio cuando habla a aquel obstinado e incapaz negociante: «¡Criado malvado y perezoso! Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses» {cf Mt 25,26ss). Se le reprocha haber custodiado callando los preceptos del Señor que le habían sido confiados, siendo que debía haberlos multiplicado con la predicación.

Se le reprocha -repito- no haber sembrado distribuyendo las enseñanzas para poder recoger en la cosecha. Dice, por tanto, el Señor: «Y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses». Comprende, pues, que se trata de un comercio, en el que se exige un interés a título de rédito. Pero no el interés mediante el cual se apacigua el ánimo de los avaros con la restitución lucrosa del dinero, en la que se salda la deuda al acreedor sin extinguirla nunca, sino que se exige el interés en el que se computa la calidad de la conducta, en el que se indaga sobre el «capital» de la salvación. Somos, en efecto, deudores, y estamos ligados a la deuda no por una letra de cambio escrita, sino por la de los pecados. De este [tipo de] deudor hace mención el Señor en el evangelio cuando dice que debe ser entregado al recaudador, echado en la cárcel y no ser liberado hasta que no pague el último céntimo {cf. Mt 5,25ss) (Máximo de Lyon, Sermoni XXVII, lss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bien, criado bueno y fiel: entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,21.23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La espera no es una actitud muy popular. La espera no es algo en lo que la gente piensa con gran simpatía. En efecto, la mayoría de la gente considera la espera como una pérdida de tiempo. Para muchos, la espera es un desierto árido que se extiende entre el lugar en que se encuentran y aquel al que quieren ir. Y a la gente no le gusta demasiado un lugar así.

En realidad la espera es activa, La mayoría de nosotros piensa en la espera como algo muy pasivo, como un estado sin esperanza determinado por acontecimientos completamente fuera de nuestras manos. ¿Se retrasa el autobús? No podemos hacer nada, no nos queda más remedio que sentarnos y esperar. Sin embargo, no hay nada de esta pasividad cuando se nos habla en la Escritura de espera. Los que están a la espera están llamados a hacerlo de una manera activa. Espera significa estar plenamente presentes en el momento, con la convicción de que algo está sucediendo allí donde te encuentras y que quieres estar presente en ese momento. Una persona que está esperando es alguien que está presente en el momento, que cree que ese momento es el momento. Entonces la espera no es pasiva. Incluye alimentar ese momento, como una madre alimenta al niño que está creciendo en su seno. Es mantenerse vigilantes, atentos a la voz que dice al hablar: «¡No temáis! Va a suceder algo. Prestad atención».

Esperar en tiempo indeterminado es una actitud enormemente radical hacia la vida. Es tener confianza en que nos sucederá algo que está mucho más allá de nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, en la que estamos a la espera, activamente presentes en el momento, esperando que nos sucedan cosas nuevas, cosas nuevas que están mucho más allá de nuestra capacidad de previsión. Esta es la razón por la que Simone Weil, una escritora judía, ha dicho: «Esperar pacientemente con esperanza es el fundamento de la vida espiritual» (H. J. M. Nouwen, // sentiero dell'attesa, Brescia 21997, pp. 6-18, pass/m).