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LECTIO DIVINA MES DE NOVIEMBRE DE 2013

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

 

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Día 1

Todos los Santos

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 7,2-4.9-14

Yo, Juan,

2 vi otro ángel que subía del oriente; llevaba consigo el sello del Dios vivo y gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar:

3 -No hagáis daño a la tierra, ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente con el sello a los servidores de nuestro Dios.

4 Y oí el número de los marcados con el sello: eran ciento cuarenta y cuatro mil procedentes de todas las tribus de Israel.

9 Después de esto, miré y vi una muchedumbre enorme que nadie podía contar. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie delante del trono y del Cordero. Vestían de blanco, llevaban palmas en las manos 10 y clamaban con voz potente, diciendo: A nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero se debe la salvación.

11 Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono, alrededor de los ancianos y de los cuatro seres vivientes cayeron rostro a tierra delante del trono y adoraron a Dios,

12 diciendo: Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

13 Entonces, uno de los ancianos tomó la palabra y me preguntó: -Éstos que están vestidos de blanco ¿quiénes son y de dónde han venido?

14 Yo le respondí: -Tú eres quien lo sabe, Señor. Y él me dijo: - Éstos son los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero.

 

**• El vidente del Apocalipsis introduce una pausa en este fragmento. Están a punto de abrirse los sellos de la historia (cf. Ap 8ss), o sea, se está desvelando el secreto más íntimo de la historia, y, en la visión, la historia está a punto de alcanzar su íntimo cumplimiento. Sin embargo, la escena se detiene y no puede continuar. Mientras los cuatro ángeles retienen los vientos antes de la catástrofe final (cf. Ap 7,1), se pone en escena un rito de tipo litúrgico: «El sello del Dios vivo» (v. 2; cf. Ap 9,4) queda impreso en la frente de los servidores de Dios (cf. v. 3). De inmediato tiene lugar la convocación de los salvados (w. 4-9a) y prosigue el mismo rito (w. 9b-12) con una explicación introducida recurriendo al artificio de un diálogo (w. 13-17). Esta consideración de conjunto nos permite afrontar ahora la lectura de algunos aspectos particulares.

En primer lugar, dirigimos nuestra atención al «sello del Dios vivo». La imagen está ligada a una profecía del Antiguo Testamento, la que alude a un ángel que debe signar la frente de los que no se han entregado a la idolatría, salvándolos del castigo divino (cf. Ez 9), aunque –más allá todavía- también podría estar conectada con el signo puesto sobre las dos jambas y el dintel de las casas de los israelitas la noche de la pascua, que impidió al ángel exterminador entrar en las casas para herir a los judíos (cf. Ex 12). De todos modos, permaneció como signo de la comunidad de los salvados. En particular, después, en algunos fragmentos del Nuevo Testamento se identifica prácticamente con el Espíritu Santo (cf. Ef l,13ss; 4,30). En consecuencia, podríamos decir que es precisamente el Espíritu Santo el que constituye el sello de pertenencia al ejército de los salvados.

Esta comunidad está descrita antes que nada por medio de las doce tribus de Israel (doce mil salvados por cada tribu), a fin de formar el número simbólico de los ciento cuarenta y cuatro mil y determinar, de este modo, un envío a la raíz histórica de la fe cristiana (cf. Ap 7,5-8). Sin embargo, como los acontecimientos de la visión no se refieren sólo a unos pocos elegidos, sino a toda la creación, se nombra, a continuación, «una muchedumbre enorme que nadie podía contar» (v. 9). En la imagen de esta muchedumbre acontece el paso de una salvación particular, destinada a unos pocos elegidos por «raza, pueblo y lengua» (v. 9), a una salvación dirigida a todos, a una salvación verdaderamente universal. El rito, en el que todos -incluidos los ángeles- participan, es una liturgia de alabanza. Se proclama que la única fuente de salvación (para los individuos y para la historia) procede de Dios y de Jesucristo (el «Cordero»: w. 10.14; cf. 7,17). No se trata de un simple reconocimiento exterior frente a alguien que se muestra más fuerte que nosotros, como si fuera una oración que dejara el tiempo que encuentra, sino de un acontecimiento que transforma a cuantos en ella participan, convirtiéndolos en un solo coro de acción de gracias y de alabanza.

 

Segunda lectura: 1 Juan 3,1-3

Carísimos:

1 considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a él.

2 Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

3 Todo el que tiene en él esta esperanza se purifica a sí mismo, como él es puro.

 

*+ Ya hemos oído anunciar, en el evangelio de san Juan, la posibilidad de que alguien renazca «del agua y del Espíritu» como condición para entrar en el Reino de Dios (cf. Jn 3,5). Estas palabras proceden de la misma experiencia que se refiere en el fragmento de la primera carta de Juan. Hablar de filiación divina equivale a reconocer que esta posibilidad es real en la vida de cada cristiano y de cada cristiana («y en verdad lo somos»: v. 1).

La justificación de esta conclusión procede, en el fragmento que nos presenta la liturgia, de la constatación de que «ser cristiano» coincide con «conocer a Dios». El conocimiento de Dios no afecta sólo a la esfera intelectual, ni siquiera únicamente al comportamiento moral, sino que se convierte en la realidad que sirve de soporte a la misma existencia, pues no es posible conocer a Dios y permanecer extraños a él. Más aún, el conocimiento de Dios tiene que ser vivido antes que nada como un don, puesto que el mundo «no lo ha conocido a él» (v. 1). No hay ninguna otra posibilidad de conocer a Dios, sino que

él mismo se revele, que entre en comunión con nosotros.

Nuestro ser hijos e hijas de Dios por gracia constituye un camino progresivo, a cuyo término se nos dice que veremos a Dios «tal cual es» (v. 2). Como es evidente, no podemos precisar mejor el misterio de Dios ni comprender a qué se refiere exactamente esta expresión. Con todo, sí podemos comprender que nuestra mirada, en la visión, estará completamente penetrada y transformada por aquel a quien veremos, sin mediación de criatura alguna, sino totalmente penetrados por el amor que nos ha engendrado.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12a

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó, y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos.

 

**• La complicación de nuestro modo de razonar y la cautela de nuestro modo de expresarnos quedan fuera de lugar ante la simplicidad del Evangelio. Quisiéramos más distinciones capaces de ayudarnos a comprender, más razonamiento, más espacio para nosotros.

La franqueza de las palabras evangélicas, en cambio, nos invita a ponernos simplemente a la escucha, sin ninguna pretensión. Por eso es preciso retomar siempre desde el principio cada uno de los términos que caracterizan a las bienaventuranzas, para hacerlos eficaces en nuestra propia vida.

«Pobres en el espíritu»: es una expresión a la que tal vez nos hemos acostumbrado y que ahora ya no molesta en exceso. A veces preferimos la expresión de Lucas (Lc 6,20a), pero, si nos fijamos bien, ambas bienaventuranzas tienen el mismo objeto. Más aún, Mateo ahonda en el vínculo entre pobreza y camino de fe: no se trata tanto, en electo, de ser pobres «en el espíritu» para eludir el hecho de que somos de todos modos ricos; se trata de que nos demos cuenta de que la libertad del propio espíritu se compone también de libertad respecto a nuestro propio éxito personal, respecto a lo que poseamos

o no poseamos...

«Los que están tristes»: Efraím y Simeón, dos padres de la Iglesia de Siria, casi a modo de comentario de esta bienaventuranza, proponían que las lágrimas fueran consideradas como un sacramento de la Iglesia: la presencia del dolor y de la aflicción puede ser una señal indicativa de nuestra presencia en el Reino. Llorar a causa del pecado presente en el mundo es ya un modo de darnos cuenta, por una parte, del camino que todavía nos queda por recorrer y, por otra, de la eficacia de la gracia de Dios presente ya en nuestra vida.

«Los humildes»: por lo general, posee la tierra aquel que la ha conquistado por medio de la violencia; aquí, por el contrario, la tierra es de los humildes, puesto que la tierra es antes que nada propiedad de Dios (cf. Sal 24,1; Lv 25,23). La humildad es, al mismo tiempo, anuncio de esto y esperanza de que la violencia desaparezca de la tierra.

«Los que tienen hambre y sed de justicia»: desde un punto de vista espiritual, cada uno de nosotros puede haber experimentado la verdad de esta afirmación en el mismo momento en que ninguna realización personal nos hace justos. La justificación sólo tiene lugar gracias a una acción gratuita de Dios (cf. Rom 5). Sobre la base de esta justicia se reaviva nuestra esperanza de una justicia que tenga lugar también en la historia humana.

«Misericordiosos»: ser misericordiosos es mostrar al mundo el rostro del Hijo de Dios y también nuestro rostro de criaturas nuevas, regeneradas por el Padre. En efecto, la misericordia es el segundo rostro de la justicia de Dios (cf. Mt 9,13). De modo análogo, ser misericordiosos significa adoptar la única actitud que nos salva y salva nuestra vida: la actitud del perdón.

«Los que tienen un corazón limpio»: quienes tienen unos ojos limpios consiguen ver la belleza del mundo (cf. Le 11,34). Sólo con estos ojos podemos contarnos, recíprocamente, nuestra verdadera historia, esa que acostumbramos a poner detrás de nuestra máscara diaria. Ojos limpios y corazón limpio son lo que nos permite aprehender la verdad de nuestra historia con plena confianza, tener una visión total del mundo, en el que Dios continúa actuando.

«Los que construyen la paz»: construir la paz no es simplemente estrecharse la mano después de un litigio, probablemente para contentar a otros. La paz es un bien demasiado precioso para confiarla simplemente a nuestra buena voluntad. Construir la paz significa, más bien, introducir en las estructuras de nuestra historia y de nuestra sociedad la semilla de la paz de Dios, que es plenitud de vida.

«Los perseguidos por la justicia»: esta última llamada a la justicia nos obliga a tomar posición respecto a las palabras de Jesús. No podemos leer la Palabra de Dios tapándonos los ojos. Éstos deben estar muy abiertos a la esperanza que estamos realizando, al amor que estamos dando, a la confianza de la que estamos viviendo. Sólo de este modo dejaremos de correr el riesgo de que nuestras acciones queden pagadas por el éxito y conseguiremos acoger cualquier respuesta sin dejarnos atropellar y permaneciendo firmes en la fe que nos salva.

 

MEDITATIO

Es probable que hayamos oído repetir un montón de veces que somos hijos e hijas de Dios. Sin embargo, la simplicidad de este anuncio y el hecho de estar acostumbrados a oírlo no deberían impedirnos comprender que esta filiación divina se realiza en nosotros como un camino, cada uno según su propia vida y su propia llamada.

Para algunos, ese camino empieza «por haber oído hablar de él». Hemos oído decir que todos participamos de un mismo origen divino... Encontramos huellas de este anuncio en nuestra común humanidad: podemos encontrar en el diálogo la razón para vivir juntos y para respetarnos, podemos encontrarnos en el ámbito de la amistad y del afecto como personas dotadas de una misma mirada y una misma voluntad, también podemos comprendernos más allá de las palabras y experimentar las mismas necesidades en nuestro cuerpo como una herencia común: «tengo hambre», «tengo sed», pueden convertirse de este modo en un primer paso para afrontar juntos el camino hacia el misterio de nuestra existencia.

Sin embargo, esto no basta, porque hay un aspecto oscuro de nuestra vida que no nos permite unirnos al otro sólo con nuestras fuerzas. La revelación de Dios en Jesucristo viene en nuestra ayuda: con las palabras y los gestos de Jesús nos sentimos llamados a nuestra verdadera realidad, sentimos que sus palabras y sus gestos entran en nuestra existencia no simplemente como las palabras y los gestos de cualquier maestro, sino con toda la simplicidad y la articulación de nuestra misma vida. La reacción que experimentamos frente a las bienaventuranzas constituye un ejemplo muy claro de lo que experimenta nuestro ser frente a la figura de Jesús: las bienaventuranzas nos desconciertan y, sin embargo, renuevan nuestra esperanza, pues ahora sabemos lo que significa ser hijos de Dios y queremos confiarnos al sello del Espíritu Santo para conseguir realizar y llevar a cabo esta bienaventuranza en el mundo.

El grado de dificultad de este camino de nuestra filiación depende de la situación en la que nos encontremos cada uno; sin embargo, tampoco en este punto resulta siempre fácil vivir en nuestra propia carne los valores que nos enseña el Evangelio... y nos encontramos, una vez más, esperando una realización ulterior, cuando realmente nuestra filiación puede hacernos de verdad semejantes al Padre en los cielos (cf. Mt 5,48). Podría tratarse de una llamada superior a nuestras fuerzas, o bien de un ideal que nos imponemos para ir adelante, o bien, más sencillamente, de la realización misma del designio que somos nosotros en la historia y en la voluntad de Dios.

 

ORATIO

Padre, que estás en el cielo, te alabamos porque nos has llamado para que seamos tus hijos y tus hijas; nos has creado hombres y mujeres para vivir juntos en la historia y para construir juntos un mundo de justicia y de paz. Haznos capaces de proyectar una mirada limpia, que pueda ver más allá de la oscuridad que está al comienzo del día o de la herida que nos impide esperar.

Hijo unigénito del Padre, enviado por él para anunciarnos que la salvación es posible para todos, te alabamos por tus palabras, que nos llaman a la santidad de nuestra vida; te alabamos porque has dado forma a nuestra humanidad; te alabamos porque has dado comienzo al Reino de Dios. Sostén nuestra naturaleza y danos la fuerza necesaria para confiarnos a tu anuncio que nos proclama hijos e hijas de Dios.

Espíritu Santo, tú que eres el sello de nuestra relación con Dios, tú que te posaste sobre nosotros el día de nuestro bautismo y desde entonces nos persigues con tu soplo ligero, para recordarnos la gran cantidad de gracia que tenemos todavía en nuestro corazón y cuánto camino nos queda aún por recorrer: enséñanos la verdad de nuestra vida y refuerza la fe, la esperanza y el amor que inspiras en nuestros corazones, para que consigamos al final de nuestro camino encontrar en ti la ayuda necesaria para sostener la mirada del Padre.

 

CONTEMPLATIO

La subida del Señor al monte es una invitación dirigida a los discípulos para que dejen de lado las cosas de la tierra, para que se eleven -incluso físicamente- a las realidades supremas; está a punto de presentarles los mandamientos de las promesas celestiales, está a punto de ofrecerles como don las divinas bendiciones prometidas.

Saca las consecuencias: si también tú pretendes tener parte en las bendiciones del Señor, deja un modo de vivir que sea terreno; dirige tu mirada a una vida puesta en lo alto; sube a las alturas de la fe, como se sube a un monte, de suerte que merezcas con razón la bendición del Señor [...].

Por eso, mantengamos fija la mirada en el premio de la gloria que nos ha sido puesta delante; estemos preparados para hacer frente a cualquier prueba que pueda poner en duda nuestra fe robusta; es el precio que debemos pagar si pretendemos tener parte en la misma gloria que han conseguido los profetas y los apóstoles. Lograremos conseguirla por medio de Cristo, nuestro Señor, bendito por todos los siglos de los siglos (Cromacio de Aquileya, Commento al vangelo di Matteo / 1, Roma 1984, pp. 159ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos vosotros... porque será grande vuestra recompensa en los cielos» (Mt 5,1 lss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La meditación del bautismo de Jesús (Lc 3,21 ss) supuso para mí un intento de hacerme consciente del amor de Dios. Jesús baja al Jordán, al agua cargada con la culpa de las muchas personas que iban al Jordán a que Juan las bautizara. Mientras baja, se abren sobre él los cielos y Dios le promete: «Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido». También esta frase –que somos hijos e hijas amados de Dios- la escuchamos hoy de una manera suficiente en los discursos espirituales, pero lo más frecuente es que estas palabras nos resbalen. Son justas, pero no provocan nada. Siempre será un don el hecho de que estas palabras alcancen nuestro corazón de modo que se sienta realmente amado, sanado y cambiado por el amor [...].

Experimenté en la meditación la realidad de este amor cuando referí la frase: «Eres mi hijo amado», precisamente en mi miedo, en mi oscuridad, en mi rechazo, en mi mediocridad, en las mentiras de mi vida. Sólo cuando referí a mi vida concreta la palabra que me dice que soy un hijo amado, me tocó en lo más profundo de mi ser y me proporcionó paz interior. Todos los discursos sobre el amor de Dios nos resbalarán si no llegan a tocar las experiencias de nuestra vida de cada día (A. Grün, Abitare nella casa dell'amore, Brescia 2000, pp. 50ss, passim).

 

 

 

Día 2

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 

Creemos por fe que la muerte no es el final de la existencia humana, sino la entrada en una condición de vida nueva y definitiva: en Dios y ¡unto con todos los redimidos. La realidad de la comunión de los santos nos da la certeza de que los hermanos todavía no purificados del todo pueden recibir ayuda y consuelo por medio de nuestra oración. Por eso la Iglesia, acogiendo una antigua tradición monástica, ha dedicado un día entero a la oración de sufragio por los fieles difuntos, fijando su fecha en el 2 de noviembre, inmediatamente después de la fiesta de Todos los santos.

 

LECTIO

Primera lectura: Job 19,l-23-27a

1 Job tomó la palabra y dijo:

23 ¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en el bronce!

24 ¡Ojalá con punzón de hierro y plomo se esculpieran para siempre en la roca!

25 Pues yo sé que mi defensor está vivo y que él, al final, se alzará sobre el polvo;

26 y después que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios.

27 Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño, y en mi interior suspirarán mis entrañas.

 

*•• No resulta fácil compartir el sufrimiento de otro. Los amigos de Job no le ofrecen más que discursos hechos a partir de tópicos y frustrados por una sabiduría demasiado fácil. Muy distintas son las palabras de su respuesta. En efecto, cuando se encuentra casi en el umbral de la muerte y la soledad le destroza el corazón (vv. 19-22), Job intuye que Dios es su redentor, su go'el, o sea -siguiendo la práctica jurídica judía-, el pariente cercano que debe comprometerse a rescatar corriendo con los gastos (o vengar) a su pariente en caso de esclavitud, de pobreza, de asesinato. Así pues, Job puede apelar a Dios como a su último defensor, como al ser vivo que se compromete a sí mismo en favor del hombre que muere, puesto que entre Dios y el hombre existe una especie de parentesco, un vínculo indisoluble.

Job lo afirma con vigor (vv. 26ss): sus ojos contemplarán a Dios con la familiaridad de quien no es extraño a su vida.

 

Segunda lectura: Romanos 5,5-11

Hermanos:

5 Una esperanza que no engaña porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.

6 Estábamos nosotros incapacitados para salvarnos, pero Cristo murió por los impíos en el tiempo señalado.

7 Es difícil dar la vida incluso por un hombre de bien, aunque por una persona buena quizá alguien esté dispuesto a morir.

8 Pues bien, Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores.

9 Con mayor razón, pues, a quienes ha puesto en camino de salvación por medio de su sangre los salvará definitivamente del castigo.

10 Porque si siendo enemigos Dios nos reconcilió consigo por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, nos salvara para hacernos partícipes de su vida.

11 Y no sólo esto, sino que nos sentimos también orgullosos de un Dios que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de nuestro Señor Jesucristo.

 

*•• La esperanza del hombre frente al enigma de la muerte no es vana. Como ya había intuido Job, Dios es realmente nuestro «Redentor», porque nos ama. Se ha comprometido a rescatarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte pagando el precio de la sangre de su Hijo (vv. 6-9), de un modo absolutamente gratuito. Nosotros, en efecto, éramos pecadores, impíos, enemigos, pero el Señor nos ha reconocido como «suyos» y ha muerto por nosotros, arrancándonos de la muerte eterna.

Por medio del bautismo, y participando en el misterio pascual de Cristo, es como acogemos esta gracia. Su muerte nos ha reconciliado con el Padre, su resurrección nos permite vivir como salvados. Rompiendo continuamente los lazos con el pecado y dejándonos guiar por el Espíritu derramado en nuestros corazones, actualizamos cada día la gracia de nuestro nuevo nacimiento.

 

Evangelio: Juan 6,37-40

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

37 Todos los que me da el Padre vendrán a mí, y yo no rechazaré nunca al que venga a mí.

38 Porque yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

39 Y su voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día.

40 Mi Padre quiere que todos los que vean al Hijo y crean en él tengan vida eterna, y yo los resucitaré en el último día.

 

**• El verdadero centro de esta perícopa es la voluntad de Dios, a cuyo cumplimiento está orientada por completo la misión de Jesús (v. 38). Esa voluntad es un designio de vida y de salvación ofrecido a todo hombre («todos»: v. 40) a través de la mediación de Cristo, a fin de que nadie se pierda (v. 39). El designio de Dios manifiesta así su ilimitada gratuidad y, al mismo tiempo, la afectuosa atención de su caridad con cada uno. Para recibirla, es preciso responder con el libre consentimiento de la fe: quien cree en el Hijo tiene ya desde ahora la vida eterna, porque se adhiere a aquel que es la resurrección y la vida, y sólo él puede llevarnos consigo más allá del insuperable límite de la muerte.

 

MEDITATIO

Ante la muerte se impone el silencio, ese silencio que, haciéndonos entrar en el diálogo de la eternidad y revelándonos el lenguaje del amor, nos pone en una comunicación profunda con este insondable misterio. Existe un vínculo fortísimo entre aquellos que han dejado de vivir en el espacio y en el tiempo y los que se encuentran aún inmersos en ellos. Si bien la desaparición física de las personas queridas nos hace sufrir su inalcanzable lejanía, mediante la fe y la oración experimentamos una más íntima comunión con ellos. Cuando parece que nos dejan es en realidad el momento en el que se establecen más firmemente en nuestra vida: siguen estando presentes en nosotros, forman parte de nuestra interioridad, los encontramos en esa patria que ya llevamos en el corazón, allí donde habita la Trinidad.

San Pablo nos anima a vivir de una manera positiva el misterio de la muerte, haciéndole frente día tras día, aceptándola como una ley de la naturaleza y de la gracia, para ser despojados progresivamente de lo que debe perecer hasta encontrarnos ya milagrosamente transformados en aquello en que debemos convertirnos. La «muerte cotidiana» se revela así más bien como un nacimiento: el lento declinar y el ocaso desembocan en un alba luminosa. Todos los sufrimientos, las fatigas y las tribulaciones de la vida presente forman parte de este necesario, de este cotidiano morir, a fin de pasar a la vida inmortal. Debemos vivir fijando nuestra mirada en el objeto de la bienaventurada esperanza, apoyándonos únicamente en la fidelidad del Señor, que nos ha prometido la eternidad.

Si vivimos así, cuando lleguemos al ocaso de esta vida no veremos caer las tinieblas de la noche, sino que aparecerá ante nosotros -una expectativa sorprendente, no obstante-, el alba de la eternidad y tendremos la inefable alegría de sentirnos una sola cosa con el Señor.

Después de una larga fatiga seremos plenamente suyos y esa pertenencia será plenitud de bienaventuranza en la visión cara a cara.

 

ORATIO

Señor, cada día se eleva desde la tierra una acongojada oración por aquellos que han desaparecido en el misterio: la oración que pide reposo para el que expía, luz para el que espera, paz para quien anhela tu amor infinito.

Descansen en paz: en la paz del puerto, en la paz de la meta, en tu paz, Señor. Que vivan en tu amor aquellos a los que he amado, aquellos que me han amado. No olvides, Señor, ningún pensamiento de bien que me haya sido dirigido, y el mal, oh Padre, olvídalo, cancélalo.

A los que pasaron por el dolor, a los que parecieron sacrificados por un destino adverso, revélales, contigo mismo, los secretos de tu justicia, los misterios de tu amor. Concédenos esa vida interior para que en la intimidad nos comuniquemos con el mundo invisible en el que están: con ese mundo fuera del tiempo y del espacio que no es lugar, sino estado, y no está lejos de nosotros, sino a nuestro alrededor; que no es de muertos, sino de vivos (Primo Mazzolari).

 

CONTEMPLATIO

Señor, Señor Jesús, tú eres la vida eterna de la patria verdadera y eterna, puesto que tú nos la has procurado.

Tú eres la lámpara de la casa paterna que ilumina suavemente, tú eres el sol de la justicia en la tierra, tú eres el día que no llega nunca al término, tú eres el lucero del alba. Allí sólo tú eres el templo, el sacerdote y la víctima.

Tú sólo el rey y el jefe, el Señor y el maestro; tú eres el sendero de la unificación, tú eres el manantial y la paz, tú eres la dulzura infinita. Allí todos los que te pertenecen te siguen, y tú estás siempre, no te vas nunca, diriges la casta danza sobre los prados de la alegría...

Por eso, cuando se despierta en nosotros la nostalgia de la vida eterna, de la patria verdadera, de la comunión con todos los santos allá arriba en la ciudad que está sobre los montes elevados, entonces debemos convertirnos aquí abajo en humildemente pequeños en la casa del Señor, debemos cargar sobre nosotros la aflicción junto con nuestra Madre dolorosa, la Iglesia (Quodvultdeus de Cartago, cit. en K. Rahner, Mater Ecclesiae, Milán 1972, p. 108).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia esta oración: «Dales, Señor, el descanso eterno; brille para ellos una luz perpetua. Descansen en paz- Amén».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No se debe morir cuando se ama. La familia no debería conocer la muerte. Se unen para la eternidad, y para la eternidad dan la vida a otras personas. La muerte no es sólo el huésped que no se puede evitar. Se podría decir que es un miembro de la familia, un miembro celoso que, cuando llega, aleja a otros.

Sea quien sea la persona que veamos alejarse, la vida queda cambiada. Toda muerte lacera la carne común. La familia, precisamente porque es preparación para la vida, es también preparación para la muerte, y en esta cita común con el misterio no es posible saber quién será llamado el primero.

¿Por qué no se nos permite morir al mismo tiempo? Éste sería el deseo más vivo del amor, una nueva bendición nupcial a la que consentiríamos con alegría. Pero ese caso es muy raro. La Providencia tiene otros fines. Algunos de ellos son evidentes, otros se nos escapan. Por eso es difícil la fe. Nos creemos víctimas de la fatalidad, y no pensamos que, también con la muerte, sigue siendo el amor un don insigne. En una casa hay desgracias mucho más graves que la muerte. ¡Cuántas tragedias ocurren sin que nadie haya desaparecido, y cuánta ternura conservada en ausencia de las personas queridas!

La muerte no es siempre una enemiga. Mientras la padece, el amor es capaz de vencerla. Vivir significa con frecuencia separarse; morir significa, en cambio, reunirse. No es una paradoja: para aquellos que han llegado al amor más grande, la muerte es una consagración y no una ruptura. En el rondo, nadie muere verdaderamente, porque nadie puede salir de Dios. Ese que nos parece haberse detenido de improviso continúa su camino. Ha sido como pasar una página, mientras escribía su vida. De él hemos perdido lo que poseíamos de una manera temporal, pero se posee para la eternidad sólo lo que se ha perdido. La vida y la muerte no son más que aspectos diferentes de un único destino; cuando se entra en él con el corazón, ya no se distingue (A. G. Sertillanges, Nos disparus, París 1970, pp. 5-10, passím).

 

 

Día 3

31° domingo del tiempo ordinario

San Martín de Porres

      San Martín de Porres nació en Lima, Perú, el 9 de diciembre de 1579. Sus padres fueron Juan, un caballero español, y Ana, una negra libre panameña. Pasó unos años de su infancia en Ecuador. De regreso con su madre en Lima, a los 12 años trabaja de aprendiz de peluquero y asistente de sacamuelas. Conoce al dominico fray Juan de Lorenzana y éste le invita a entrar en el convento. La legislación de entonces le impedía ser religioso por el color y por la raza. Martín ingresa como donado. En una visita que hace su padre al convento, habla con el padre superior y fray Martín pasa a ser hermano cooperador. El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios con la profesión religiosa en la orden de Predicadores. Su anhelo es «pasar desapercibido y ser el último». La escoba y la cruz serán las compañeras inseparables de su vida conventual.

Muere el 3 de noviembre de 1639. El 6 de mayo de 1963, 300 años después de su muerte, fue canonizado por su buen devoto el papa Juan XXIII.

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 11,22-12,2

Señor,

11,22 el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra.

23 Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.

24 Porque amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.

25 ¿Cómo subsistiría algo si tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo hubieras creado?

26 Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque todas son tuyas, Señor, amigo de la vida.

12,1 Pues tu soplo incorruptible está en todas las cosas.

2 Por eso corriges poco a poco a los que caen, los amonestas y les recuerdas su pecado, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor.

 

**• En el interior del primer díptico, que representa el Éxodo como historia de la salvación e historia de condena simultáneamente, el autor del libro de la Sabiduría encuentra un espacio para esbozar el rostro de Dios, «amigo de la vida» (11,26). Resulta sorprendente que este particular no haya sido insertado en la tabla del díptico que habla de la salvación de Israel, sino en la que representa la condena de los egipcios. Si éstos adoraban a los animales como dioses, YHWH, casi respetando la ley del contrapaso, ha enviado contra ellos pequeños bichos para que les piquen y les molesten (11,15ss; cf Ex 8,1-2.13-14.20 y 10,12-15). El autor se pregunta la razón de que envíe estos pequeños animalitos y no leones, osos o dragones, que los hubieran devorado de un solo bocado (11,17-19). ¿Por qué Dios no ha acabado de inmediato la partida con Egipto? La respuesta es que a Dios le gusta perder tiempo con el pecador, ronda a su alrededor con su pedagogía, le hace sentir el escozor y la molestia del pecado, en vistas a engendrar en él el arrepentimiento y el deseo de emprender una vida más bella.

Para el sabio israelita, el hecho de que haya también otras naciones que siguen los pasos del pueblo elegido es síntoma de la bondad infinita de Dios. Hubiera podido barrerlas como granos de arena, pero Dios, «el señor de la fuerza, juzga con mansedumbre y gobierna con indulgencia» (12,18). Su verdadera justicia consiste en encontrar una estrategia que le permita al pecador seguir en vida, mientras sea posible. Por consiguiente, si los enemigos de Israel todavía subsisten, es porque Dios es demasiado bueno y tiene también compasión de ellos. La reflexión sapiencial sobre los hechos del Éxodo le permite a Israel salir de su particularismo y darse cuenta de que el amor de Dios se extiende a todas las criaturas. ¿Se puede criticar esta justicia divina?

 

Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 1,11-2,2

Hermanos:

11 Por eso oramos sin cesar por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de su llamada y con su poder lleve a término todo buen propósito o acción inspirados por la fe.

12 Así, el nombre de nuestro Señor Jesucristo será glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.

21 Sobre la venida de nuestro Señor Jesucristo y el momento de nuestra reunión con él,

22 os rogamos, hermanos, que no os alarméis por revelaciones, rumores o supuestas cartas nuestras en las que se diga que el día del Señor es inminente.

 

**• El fragmento contiene una oración (1,11 ss) y un ruego dirigido a los tesalonicenses (2,lss). La primera concluye la parte de la acción de gracias; la segunda abre la explicación del apóstol, contenida en la parte central de la carta.

Pablo ora para que, también en las fatigas y en las tribulaciones, pueda responder la Iglesia de Tesalónica a la llamada que le ha sido dirigida por medio de un apóstol y que Dios le renueva día a día. La comunidad está invitada a vivir en el orden concreto su pertenencia al señorío de Jesucristo y a traducir su fe en gestos animosos. Ya desde las primeras líneas de su carta, Pablo invita a los tesalonicenses a no huir de las fatigas del presente, por angosto y difícil que sea, y a no dejarse vencer por la tentación de evadirse fuera del tiempo, reclamando como inminente la venida del día del Señor.

El nombre del Señor Jesús, que en el presente les procura molestias y penalizaciones, será glorificado sólo si el cristiano lo acepta como propio. La «glorificación del nombre» pasa por la cruz de la prueba y por tomar opciones de vida que cuestan. En la oración pide que sea Dios el que favorezca la plena asimilación entre Cristo y el cristiano. Gracias a la complacencia de Dios, el deseo de bien que nace en el corazón del hombre produce frutos buenos, también gracias a Dios se traduce la fe en testimonio del Evangelio. El apóstol sabe bien que, sin la gracia de Dios, el camino de la comunidad de Tesalónica no llegará lejos.

Una comunidad tan joven, en la que Pablo sólo pudo pasar un breve tiempo, está expuesta además a la persecución y a las falsas doctrinas sobre el inminente retorno del Señor. La fuer/a y la fascinación que ciertos discursos ejercen sobre los miembros de la comunidad son tan grandes que les hacen perder la cordura. Los instrumentos de persuasión son también múltiples: inspiración, discursos y cartas atribuidas falsamente a la autoridad del apóstol. Respecto a la parusía y a la reunión con Jesucristo, Pablo se ve obligado a repetir la enseñanza de la primera carta que envió a los cristianos de Tesalónica y a completarla a lo largo de esta segunda misiva.

 

Evangelio: Lucas 19,1-10

En aquel tiempo,

1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

2 Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico,

3 que quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío.

4 Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí.

5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

6 Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento.

7 Al ver esto, todos murmuraban y decían: -Se ha alojado en casa de un pecador.

8 Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo: -Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.

9 Jesús le dijo; -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán.

10 Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

 

**• El Salvador, llegado al final de su éxodo, obtiene la más sensacional de las victorias en la ciudad de Jericó, que es, desde siempre, símbolo de conquista prodigiosa» de victoria, puerta de acceso a la tierra prometida (cf- Jos 6,1-21). Si Josué asistió a la caída de los muros de aquella ciudad, Jesús nos habla de lo difícil que resulta la entrada de un rico en el Reino: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios» (Lc 18,25). Esta página le sirve a Lucas para declarar ahora la derrota del imperio de Mammón (16,13), contra el cual lucha Jesús a lo largo de todo su evangelio, y de modo particular en la llamada «gran inclusión» (9,51-19,28). La victoria ha obtenido la salvación de un rico, le ha hecho hijo de Abrahán en nombre de la gratuidad, de la hospitalidad y de la acogida, que recuerdan las prerrogativas del patriarca {cf. Gn 18,1-15)- En Jesús, Dios restituye al hombre la pureza del corazón (Zaqueo significa «puro»), cambia el corazón de piedra por un corazón de carne, hace surgir hijos de Abrahán hasta de las piedras (Lc 3,8).

Gracias a que ha visto a Jesús, el mal considerado Zaqueo verá también a todo Lázaro que esté tumbado en su puerta porque tiene hambre y sed (cf. 16,19-31); verá, a fin de cuentas, el camino concreto para restablecer la justicia (19,8). El jefe de los recaudadores de impuestos, acostumbrado a extorsionar hasta el último céntimo, ha sido rescatado por Jesús y, además, sin pagar nada por haber sido liberado de tantas desgracias (6,24ss). La gratuidad, la amistad, la comunión con el Salvador, le hacen feliz, alegre, abierto, como las puertas de su casa, a la fiesta del perdón. Sin embargo, Lucas repite una vez más el gran interrogante: ¿entrarán los otros, los justos, a celebrar la fiesta con Zaqueo? ¿Aceptarán comer con él los hermanos mayores, querrán estrecharle la mano para congratularse (cf. 15,28)? Si Jesús se sienta a la mesa con publicanos y pecadores, Lucas pide a sus lectores que hagan caer los muros de separación entre los que se consideran justos y los pecadores, entre judíos y paganos, para que se reconozca la universalidad de la salvación en el hoy del encuentro personal con Jesús.

 

MEDITATIO

Acogida. Ésta podría ser la palabra clave de la liturgia de este domingo. Zaqueo es su intérprete. Acoger a Jesús significa para él recibir la salvación de Dios, su amistad y su perdón. Junto con Zaqueo también son artífices de la acogida los tesalonicenses, que han dejado espacio y tiempo al anuncio del Evangelio y que están llamados a preparar el momento de su encuentro con Jesús a través de la fidelidad y la disponibilidad a realizar lo que está bien a los ojos de Dios en un tiempo difícil, en un tiempo en el que sería más conveniente no exponerse con el nombre de cristiano.

Acogida significa, para el libro de la Sabiduría, buscar los caminos para abrirse al diálogo con hombres de diferente origen y cultura, que forman parte de la creación y se encuentran bajo la mirada compasiva de Dios. Su existencia bajo el mismo cielo, querida por el Creador del universo, cancela la distinción entre puro e impuro, entre seres de primera y de segunda categoría, y trae consigo el reconocimiento de una fraternidad universal.

Acogida significa, para nosotros, anular las distancias que nos separan todavía de Jesús. Es demasiado fácil ser espectadores, sentados y sin ser molestados, ante el paso de Jesús. Es mejor bajar y permitir que Jesús nos conozca mejor, entre las paredes de nuestra casa, en las estancias del corazón. Es allí donde nace una relación de amistad y de amor con él, es allí donde nos encontraremos en condiciones de hablarle de nuestra vida. La acogida no es un adorno ni una cuestión de formalidad: es esencial para que nazca una relación cualitativamente diferente con Jesús y con las personas que encontremos. La familiaridad con Jesús nos permite, además, desprendernos de la sed del beneficio, del deseo de riquezas y de las preocupaciones que éstas suscitan (cf. Le 8,14; 10,38-42): «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (12,34). Si estamos en condiciones de acoger a Jesús en nuestra vida cotidiana, con opciones concretas de conversión, podremos salirle al encuentro en la gloria, en el momento de su vuelta como Señor y Juez del universo.

 

ORATIO

Concédenos, Señor Jesús, la misma gloria que experimentó Zaqueo cuando te recibió en su casa.

Concédenos la alegría de tu perdón y de tu amistad.

Concédenos poder dar con alegría nuestras riquezas a los pobres, ser amigos suyos en el cielo y en la tierra.

Concédenos la alegría de acogerte en el pobre, en el extranjero, en el enfermo, en las personas que no conseguimos soportar.

Concédenos un corazón libre y puro, capaz de amar.

Concédenos el tesoro de estar contigo en el Reino del Padre.

 

CONTEMPLATIO

Es cierto que cada uno de nosotros hace bien a su propia alma cada vez que socorre con misericordia las necesidades de los otros. Nuestra beneficencia, por tanto, queridos hermanos, debe ser pronta y fácil, si creemos que cada uno de nosotros se da a sí mismo lo que otorga a los necesitados. Oculta su tesoro en el cielo el que alimenta a Cristo en el pobre. Reconoce en ello la benignidad y la economía de la divina piedad: ha querido que tú estés en la abundancia a fin de que por ti no esté el otro en necesidad y de que por el servicio de tu buena obra liberes al pobre de las necesidades y a ti mismo de la multitud de tus pecados. ¡Oh admirable providencia y bondad del Creador, que ha querido poner en un solo acto la ayuda para dos!

El domingo que viene, por tanto, tendrá lugar la colecta. Exhorto y amonesto a vuestra santidad que os acordéis todos de los pobres y de vosotros mismos y, según las posibilidades de vuestras fuerzas, veáis a Cristo en los necesitados; a Cristo, que tanto nos ha recomendado a los pobres, que nos ha dicho que en ellos vestimos, acogemos y le alimentamos a él mismo (León Magno, Sermones, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (19,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy os hablaré de la pobreza. Debemos permanecer fieles, de manera simultánea, al pensamiento mismo de Cristo y a la solicitud concreta de nuestro amor por los que sufren las injusticias y la miseria. Por consiguiente, es a la luz de una comprensión cada vez más profunda del Evangelio, que debemos redescubrir cada día, como debe ir formándose poco a poco en el fondo de nuestro corazón, en nuestros reflejos, en nuestros juicios -en una palabra, en todo nuestro comportamiento-, el verdadero pobrecito de Jesús, tal como él lo desea, tal como él lo quiere. Una pobreza así está llena de alegría y de amor, y debemos esmerarnos en evitar oponer a esta pobreza, que es cosa delicada y divina, una falsificación humana que tal vez tuviera su apariencia, que tal vez pudiera hasta parecer a algunos más «materialmente» auténtica, pero correría el riesgo de resolverse en dureza, en juicios sumarios, en condenas, en desunión, en rupturas de la caridad. Seremos pobres porque el espíritu de Jesús estará en nosotros, porque sabemos que Dios es infinitamente sencillo y pobre de toda posesión y, sobre todo, porque queremos amar como él a los pobres y compartir su condición [….]

Recordad siempre que el amor consuma todo en Dios, que el amor condujo a Cristo a la tierra y que los hombres siempre tienen sed de amor. Si vuestra pobreza no es simplemente un rostro de amor, no es auténticamente divina. Las exigencias de la pobreza no pueden estar por encima de las exigencias de la caridad: desconfiad de las falsificaciones demasiado humanas de la pobreza. La tentación del pobre son la envidia, los celos, la aspereza del deseo, la condena de todos los que poseen más que él (R. Voillaume, Come loro, Cinisello B. 1987, pp. 412ss).

 

 

 

Día 4

Lunes de la 31ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 11,30-36

Hermanos:

30 También vosotros erais en otro tiempo rebeldes a Dios, pero ahora, por la desobediencia de los israelitas, habéis alcanzado misericordia.

31 De igual modo, ellos son ahora rebeldes debido a la misericordia que Dios os ha concedido, para que también ellos alcancen misericordia.

32 Porque Dios ha permitido que todos seamos rebeldes para tener misericordia de todos.

33 ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos!

34 Porque ¿Quién conoce el pensamiento del Señor? ¿Quién ha sido su consejero?

35 ¿Quién le ha prestado algo para pedirle que se lo devuelva?

36 De él, por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por siempre. Amén.

 

       *•• Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), y esto sólo puede tener lugar a través de la obediencia de la fe, prestando oído a la Palabra y acogiendo el Evangelio de Cristo. Es el Evangelio que libera la vida. Si ahora todos, judíos y paganos, pasan por la experiencia de la rebeldía y de la desobediencia de la incredulidad, es para que brille la «misericordia» de Dios, que hace concurrir todo para el bien de los hombres.

       Así, por la desobediencia de los judíos -su rechazo al Evangelio- se ha dirigido a los paganos el anuncio de la salvación, y estos últimos han conocido la misericordia divina. Y, a la inversa, la misericordia usada con los paganos podrá servir de incitación a los judíos para que rivalicen con ellos en la fe, acogiendo lo que desde el principio han rechazado, puesto que Dios se reserva «tener misericordia de todos» (v. 32).

       Por consiguiente, la experiencia de la desobediencia por la que pasan todos los pueblos y cada hombre puede ser considerada un instrumento del plan de salvación de Dios, dado que, al fin y al cabo, ayuda a la reconciliación de todos. Y en verdad, los dones y la llamada de Dios constituyen un punto firme, lo mismo que su amor por Israel a causa de los padres (Rom 11,28): es algo que a Dios le importa y en lo que no dará marcha atrás. Nace así, de manera espontánea, el canto paulino (vv. 33-36) que alaba la profundidad y el carácter inescrutable de la sabiduría de Dios: el amor gratuito y misericordioso por el que existen todas las cosas y que llena de sentido la existencia.

 

Evangelio: Lucas 14,12-14

En aquel tiempo,

12 dijo Jesús al jefe de los fariseos que le había invitado: -Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos, no sea que ellos a su vez te inviten a ti y con ello quedes ya pagado.

13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados y a los ciegos.

14 ¡Dichoso tú si no pueden pagarte! Recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten.

 

       **• Jesús ha sido invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos (cf. Le 14,1): en este marco sitúa el evangelista Lucas algunos de los discursos que, aprovechando la ocasión que le proporciona el convite, plantean interrogantes profundos a la vida. En los w. 12-14 se trata la cuestión de la selección de los invitados y, en consecuencia, el tema de la gratuidad.

       Sabemos que Jesús está en contra de la hipocresía de los fariseos (cf. Le 12,1), de la presunción que manifiestan al considerarse justos -con el consecuente desprecio que dirigen a los otros (cf. 18,9)- y de su apego a la riqueza (cf. 16,14). La actitud de los fariseos respecto a Jesús oscila entre la hostilidad -por lo que intentan cogerle en fallo mediante alguna palabra «comprometedora» salida de su boca (cf. 11,54)- y el deseo de escucharle, por tratarse de un personaje de relieve que entusiasma a la gente (cf. 14,25): se trata, a buen seguro, de un invitado especial.

       Jesús, reflexionando sobre los criterios que presiden la elección de los invitados a las comidas, exhorta a no convidar a aquellos de los que sea normal esperar que nos correspondan: «Tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos» (v. 12). El amor gratuito es el amor que se entrega a cambio de nada, el que se da sin esperar nada (cf. Le 6,32-35), sin esperar nada a cambio. El primer paso del seguimiento es incluso odiar/renunciar (cf. 14,26.33) a cuanto estimamos (afectos y riquezas).

       En consecuencia, es preciso invitar «a los pobres, a los lisiados y a los ciegos» (v. 13). El secreto de la bienaventuranza (v. 14) consiste en dar prioridad a los pobres, a los que sólo saben estar acurrucados para llorar (cf. Le 7,38) o para gritar (cf. 18,38) su nada. Será entonces cuando, allí donde florece la gratuidad, recibiremos la recompensa (v. 14), que será el fruto espontáneo de cuanto hayamos dado con un amor libre y desinteresado.

 

MEDITATIO

       El lenguaje de la gratuidad consigue pronunciar palabras liberadoras y expresar gestos vivos y vivificantes. Es un lenguaje al que, tal vez, no estemos acostumbrados, deslumbrados como estamos por los espejismos de lo útil, de lo eficiente, de lo productivo, que nos fascinan con sus lógicas del beneficio; un beneficio, sin embargo, que con frecuencia se nos pudre en el corazón y le impiden latir con regularidad, siempre y por todos. Nos capturan, invadiendo cada aspecto de nuestra existencia y -nos demos cuenta o n o - nos hacen asumir actitudes discriminadoras, nos inducen a usar a los otros, a convertirlos en instrumentos para nuestro mezquino interés...

       La gratuidad es uno de los atributos de Dios. Dios es gratuidad: entrega y se entrega, y no sería Dios-amor si no fuera así. Él nos ha creado a su imagen: eso significa que nosotros no somos verdaderamente humanos si no hacemos crecer y fructificar esa semilla de misericordia que nos hace semejantes a nuestro Creador y Padre. El amor no busca más que el amor. «Amo porque amo. Amo para amar», dice san Bernardo. Conscientes del don del amor de Dios que hemos recibido de manera gratuita, podemos entrar en la lógica sabia de la misericordia divina, una lógica de libertad y de alegría.

 

ORATIO

       ¡Qué grande es, oh Dios, tu amor por mí! Es un amor misericordioso, porque me toma como soy donde estoy: cojo, en la profundidad de mis errores; pobre, con las llagas desoladas de mi falta de sentido; ciego, en las nieblas opresoras de mis dudas, de mis fatigas. El tuyo es un amor gratuito, porque no está sometido a condiciones ni esconde chantajes ni intereses sutiles. Amar y sólo amar es tu alegría, es tu vida misma.

       Me estás diciendo que es lo mismo para mí. Señor, me ves: a menudo me dejo seducir por ese egoísmo que me separa de los otros y de mí mismo; con la ilusión de darme fuerza, me hace débil. Dios de misericordia y de gratuidad, que amar y sólo amar sea mi alegría. Al escuchar tu Palabra y al considerar tu ejemplo lo comprendo: amar y sólo amar es vivir.

 

CONTEMPLATIO

       Tu puerta, Señor, está abierta, pero nadie entra; tu gloria es manifiesta, pero nadie fija en ella sus ojos; tu luz ha surgido en las pupilas, pero no queremos ver; tu mano está tendida para dar, pero nadie toma; tú nos incitas a través de seducciones, pero no consentimos; tú nos asombras con cosas terribles mezcladas con la misericordia, pero no acudimos a ti.

       Dios nuestro, bueno, ten piedad de nuestra miseria. Creador nuestro, dulce, venda nuestras heridas. Padre nuestro, repleto de clemencia, persuádenos para que nos obliguemos a acercarnos a ti, dado que no queremos persuadirnos nosotros mismos.

       Haz salir nuestra alma, Señor, de la prisión en la que estamos encerrados, hacia la luz verdadera, aunque no queramos.

       Que prevalezca tu fuerza, Señor, sobre nosotros y nos haga salir del torpor al que somos propensos. Levanta, Señor, de delante de nuestros ojos todos los velos de los que está cubierta la vista de nuestra alma y le impiden ver tu verdadera luz (Juan de Dalyatha, Mostrami la tua belleza, Magnano 1996, p. 18).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!» (Rom 11,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Ya hemos visto una cosa: la gracia debe venir al hombre. Éste, con sus solas fuerzas, puede llegar, a lo sumo, hasta la puerta, pero nunca entrar. Además, la gracia puede venir a él sin que él la busque, sin que él la quiera.              La gracia es el Espíritu de Dios que se rebaja hasta el alma humana. Por consiguiente, el amor misericordioso puede rebajarse hasta llegar a cada individuo. La gracia puede limitarse a llamar, y hay almas que se abren ya a esta queda llamada. Otras no hacen caso. En esos casos, la gracia puede infiltrarse en el alma y difundirse cada vez más en ella. Cuanto más grande es el espacio que ella, de una manera tan ¡legítima, ocupa, tanto más inverosímil se vuelve el hecho de que el alma se cierre respecto a la gracia. En ese caso, la fe en el carácter ilimitado del amor y de la gracia divina justifica también la esperanza en la universalidad de la redención...

       La bajada de la gracia al alma humana es una acción libre del amor divino, y no hay límites para su difusión. Cuáles son los caminos que elige para su actividad, por qué busca un alma e induce a otra a buscarla, cómo y cuándo está actuando incluso allí donde nuestros ojos no notan efecto alguno..., son preguntas a las que no es posible responder con la razón (E. Stein, // mistero della vita interiore, Brescia 1999, pp. 80-83, passim).

 

 

 

Día 5

Martes de la 31ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 12,5-16a

Hermanos:

5 Así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo al quedar unidos a Cristo, y somos miembros los unos de los otros.

6 Puesto que tenemos dones diferentes, según la gracia que Dios nos ha confiado, el que habla en nombre de Dios hágalo de acuerdo con la fe;

7 el que sirve, entréguese al servicio; el que enseña, a la enseñanza;

8 el que exhorta, a la exhortación; el que ayuda, hágalo con generosidad; el que atiende, con solicitud; el que practica la misericordia, con alegría.

9 Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno.

10 Amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima.

11 No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor.

12 Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración.

13 Compartid las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad.

14 Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis.

15 Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran.

16 Vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos; antes bien, poneos al nivel de los sencillos.

 

       *•• Del anuncio de gracia -la buena noticia de que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, la novedad del amor gratuito del Padre- hace derivar Pablo el código de la nueva humanidad: si Dios es amor gratuito, también los hombres deben concebir su vida como don... De la gracia a la gratuidad, de la cháris a los charísmata.

       Los cristianos constituyen, en Cristo, los muchos y diversos miembros de un único cuerpo. A cada uno de ellos se le da un don, una manifestación diferente de la gracia, un modo específico de vivir la gratuidad. Lo que importa es entender el don como don, no como posesión: como algo dado para la utilidad común (cf. 1 Cor 12,7), para edificar la comunidad en la caridad, para que cada uno camine con los otros hacia la plena humanidad de Cristo (cf. Ef 4,11-16). Es preciso cultivar, por tanto, la humildad y la caridad. La «humildad» (v. 16) consiste en tener una justa valoración de nosotros mismos (cf. Rom 12,3), para servir al Señor en la comunidad llevando a cabo lo que nos corresponde con pasión y con sencillez. La «caridad» es el modo y el fin del servicio: una actitud bendecidora respecto a cada hombre, una compasión que comparte los «sentimientos » del otro acogiendo sus alegrías y sus dolores, una confianza serena y perseverante en la oración que atraviesa las estaciones de la tribulación y de la esperanza. La caridad excluye la hipocresía (v. 9: farsa) para animar de manera auténtica las fibras de nuestra existencia.

 

Evangelio: Lucas 14,15-24

En aquel tiempo,

15 uno de los convidados le dijo a Jesús: -Dichoso el que pueda participar en el banquete del Reino de Dios.

16 Jesús le respondió: -Un hombre daba una gran cena e invitó a muchos.

17 A la hora de la cena, envió a su criado a decir a los invitados: «Venid, que ya está todo preparado».

18 Pero todos, uno tras otro, comenzaron a excusarse. El primero le dijo: «He comprado un campo y necesito ir a verlo; te ruego que me excuses».

19 Otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me excuses».

20 Y otro dijo: «Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir».

21 El criado regresó y refirió lo sucedido a su señor. Entonces el señor se irritó y dijo a su criado: «Sal de prisa a las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres y a los lisiados, a los ciegos y a los cojos».

22 El criado dijo: «Señor, se ha hecho como mandaste, y todavía hay sitio».

23 El señor le dijo entonces: «Sal por los caminos y las veredas y convence a la gente para que entre, hasta que se llene mi casa.

24 Pues os digo que ninguno de aquellos que habían sido invitados probará mi cena».

 

       **• En la comida a la que le habían invitado en casa del fariseo, Jesús, apoyándose en las palabras de uno de los comensales, se inspira una vez más en el contexto de la comida para contar una parábola que trata del tema de la urgencia de responder a la llamada del Reino. La parábola habla de un hombre que dio una «gran cena e invitó a muchos» (v. 16). Todos los invitados, sin embargo, se justifican «a la hora de la cena» y no se presentan (cf. w. 17ss). El señor se irritó y, como deseaba que su casa se llenara, mandó llamar «a los pobres y a los lisiados, a los ciegos y a los cojos» (v. 21).

       La cena preparada (v. 17) puede muy bien referirse a la Pascua preparada para los discípulos antes de la pasión y, en definitiva, al banquete del Reino (cf. Le 22,7ss): si todo está preparado y la invitación es gratuita, sólo es preciso estar disponible. La hora de la cena (v. 17) es el hoy de la salvación - un tema entrañable al evangelista Lucas-, que pide una respuesta pronta a la llamada del Señor.

       Hay mucho «sitio» (v. 22) en la sala del banquete, pero es fácil encontrar excusas, aducir pretextos. Así, muchos se dejan tentar por la invitación (Lc 9,57-62), pero luego sienten otras voces más fuertes, dan prioridad a otros bienes, materiales o afectivos: campos, bueyes, mujer (cf w. 18-20). De éstos dice Jesús, en otro lugar: «Nadie que haya puesto la mano en el arado y vuelva la vista atrás es apto para el Reino de Dios»; sólo el que paga el precio de la renuncia recibirá cien veces más (cf. Le 18,28-30).

       Los que no responden a la invitación son reemplazados con facilidad por otros, recogidos por las calles y plazas e incluso por las «veredas» (v. 23: ¿alusión a los que estaban fuera de Jerusalén?): vendrán de todas partes y «se sentarán a la mesa en el Reino de Dios» (Lc 13,29). Está claro que la bienaventuranza de quien come el pan del Reino (v. 15) es para todos: no es un privilegio, sino algo puramente gratuito que sólo espera ser acogido. Pero ninguno de los que la rechazan (v. 24) podrá saborear la alegría del convite.

 

MEDITATIO

       Estamos hechos de tal modo que nadie está completo por sí solo, nadie tiene todas las capacidades y todas las competencias posibles, nadie puede bastarse a sí mismo. Dios, que es Trinidad y Unidad, nos ha creado a imagen suya: somos «uno» no como individuos, sino sólo en la comunión, es decir, en la entrega recíproca. Cada uno de nosotros es único: si falla a la llamada de la entrega de sí, todos los demás quedan empobrecidos. Dar y darse no es, por consiguiente, un gesto de magnanimidad particular, sino la manera de ser personas humanas auténticas.

       El Señor nos invita a descubrir y vivir esta vocación humana fundamental. Y esto es tanto más urgente cuanto más vacíos de humanidad sufrimos. Muchas veces nos damos cuenta de que somos incapaces de «sentir» con el otro, de participar con verdad (y no de fachada o por conveniencia) tanto de sus dolores como de sus alegrías. Y, por otra parte, lamentamos la misma incapacidad de los demás respecto a nosotros.

       Dilatar la mirada y los espacios del corazón más allá de los asuntos que nos ocupan y preocupan en las situaciones contingentes, ciñéndonos a nosotros mismos; hacer sitio al otro con la misma atención que prestaríamos a esa parte de nuestro cuerpo que es más débil o sufre más; hacerlo a nuestra manera personalísima, según el carácter típico e irrepetible de las actitudes que tiene cada uno de nosotros... A esto nos exhorta hoy la Palabra del Señor. ¡No dejemos vacío nuestro sitio!

 

ORATIO

       Libérame, Señor, del mal del individualismo. Seca la fuente de donde tomo las justificaciones para eludir tu invitación a compartir lo que soy y tengo, a participar en la fiesta de la comunión que tú deseas para tus hijos. ¡Qué necesidad apremiante de entrar en tu casa, de vivir como miembro de tu cuerpo como soy!

       Por eso, te pido con las palabras de san Pablo: sostén mi compromiso de vivir la caridad sin ficciones, amando a los otros con afecto fraterno, estimándoles, dispuesto a socorrerles en sus necesidades, atento a acogerles. Concédeme tu Espíritu, que me ponga en sintonía con tu voluntad y con el corazón de los otros.

       Será hermoso entonces gozar juntos y sufrir juntos, esperar y orar, apoyarnos en la dificultad, no presumir de nosotros mismos, sino confiarnos con sencillez a tu misericordia, que no se cansa de preparar a cada uno el sitio en el banquete de la amistad.

 

CONTEMPLATIO

       Ésta es la sabiduría: ayudar a alguien mejor que perjudicar, y estar contento con la condición de que Dios nos ha dispensado también según el mérito de la fe de cada uno y no acaparar lo que uno ve que no se le ha concedido. Esto es no estimarse en más, porque a una misma persona no se le puede conceder todo. En efecto, si alguien lleva una vida buena, no por ello deberá pretender también la ciencia de la enseñanza, o no porque tenga experiencia de la ley deberá reclamar para sí el obsequio que corresponde a los diáconos. El apóstol exhorta, por tanto, y enseña por la gracia que se le ha dado. Esta gracia ha de ser entendida como experiencia de la doctrina del Señor, en virtud de la cual nos transmite que es preciso buscar la humildad y la justicia [...].

       Con el ejemplo del cuerpo nos enseña el apóstol que nosotros, por separado, no podemos hacerlo todo, porque somos miembros los unos de los otros, de modo que uno tiene necesidad del otro, y que debemos cuidarnos recíprocamente los unos a los otros sin oponernos entre nosotros, porque todos necesitamos mutuamente nuestros servicios. Esto será amar a Cristo: que los miembros se exhorten entre sí a colmar la medida por la que el cuerpo es perfecto en Cristo (Ambrosiaster, Commento alia lettera ai Romani, Roma 1984, p. 264, passirn).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amaos unos a otros como hermanos» (Rom 12,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Cuando el cristiano reconoce, gracias a la irrupción de los otros en su vida, a Dios que le interpela, encuentra en este encuentro -que no excluye nunca la lucha- el comienzo de una reconciliación real con Dios y con los hombres, puesto que por el mismo camino será conducido al uno y a los otros. Esta paz le viene ante todo de un asentimiento más profundo a la tarea que Dios le fija. Con el conflicto aparece, en efecto, la heterogeneidad: la de los temperamentos, la de las situaciones, la de los intereses, la de los grupos. Las diferencias rompen la uniformidad que el egoísmo del fuerte, el conformismo del débil o la ideología de la utopía quisieran imponer o mimar. Éstas resisten a una asimilación. Ahora bien, además de esta purificación negativa, el hecho de las divergencias no puede dejar de imponer al cristiano una visión al mismo tiempo más religiosa y más realista de su situación. Si las condiciones de su tarea, sus responsabilidades de todo tipo y las necesidades de los hombres que ha convertido en sus prójimos le impiden traicionar un deber, descubre en este deber un sentido nuevo: las determinaciones de su carácter y de su trabajo, las posibilidades propias de que dispone le indican una vocación particular a la que no puede faltar sin caer en infidelidad a Dios.

       Ha recibido, entre otras cosas, una fuerza y una misión, y éstas le indican cómo debe colaborar en la obra común. El vigor (la «virtud») requerido por esta fidelidad al deber de estado ya no le permiten las cóleras que simulan o apuntan a la supresión de los otros. Al contrario, el respeto a la tarea que le ha sido confiada consigue dominar esta violencia exclusiva, precisamente porque se basa en la exigencia de una vocación particular. Del mismo modo que no autoriza el abandono, tampoco autoriza la agresividad. Allí donde los sentimientos son superficiales y las pasiones totalitarias, la fidelidad religiosa, definida como responsabilidad o tareas objetivas, requiere una fuerza incompatible tanto con una paz ficticia que evita al otro, como con una violencia que busca destruirle (M. de Certeau, Ma¡ senza l'altro, Magnano 1993, pp. 47-49, passirn).

 

 

Día 6

Mártires del Siglo XX en España

 

          El 28 de octubre de 2007 Benedicto XVI, beatificó 498 mártires del siglo XX en España. Son numerosos, y aún estamos a la espera de que la Iglesia proclame beatos a otros muchos. En los mártires encontramos un ejemplo de identificación con Cristo también en el camino de la muerte. Fueron obedientes, porque no negaron a su Señor ni aún ante las amenazas de la muerte. Por el contrario, aceptaron el sufrimiento, y lo vivieron con amor. Muchos de ellos entregaron la vida perdonando a sus verdugos. De esa manera querían conducirlos también a la reconciliación con Dios, a la felicidad que ellos ya experimentaban y que gozan ahora más plenamente en el cielo. Pidamos su intercesión para que también nosotros alcancemos una identificación tan grande con Cristo.

LECTIO

Primera lectura: Romanos 13,8-10

Hermanos:

8 Con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley.

9 En efecto, los preceptos de no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro que pueda existir, se resumen en éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

10 El que ama no hace mal al prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la ley.

 

       *•• Tras haber recordado que es bueno dar a cada uno lo que se le debe {cf. Rom 13,7), Pablo nos recuerda la existencia de una «deuda» que nunca puede ser liquidada y que no es preciso cansarse en pagar: el amor recíproco. El amor «resume» los mandamientos y «es la plenitud de la ley». Según el Talmud, también Hillel, padre de Gamaliel, maestro de san Pablo -en el comentario a Tob 4,15-, enseñaba lo siguiente (aunque de forma negativa): «Lo que detestes para ti, no se lo hagas al prójimo: en eso consiste toda la ley; el resto no es más que explicación».

       San Pablo dedica un gran espacio a valorar críticamente la función de la ley; ahora bien, para que se cumpla la justicia de la ley no hay, en última instancia, más que un camino: el amor gratuito de Cristo, que, precisamente, ha venido para darle cumplimiento y no para aboliría. Consiste este amor en mostrarse sencillo a la hora de hacer el bien, en no cerrar los ojos a las contiendas y los celos devolviendo mal por mal, que es dejarse vencer por el mal, pues se vence al mal con el bien (cf. 12,17-21). Amor al otro (v. 8), a cualquier otro (cf Gal 3,28): un amor del que Cristo, en quien Dios ha querido resumirlo todo, nos ha dado ejemplo y con el que es necesario que conformemos nuestra propia vida para participar en la plenitud de Dios (cf. Ef 1,10; 3,17-19). Porque, si el amor resume y cumple la ley, es Cristo quien resume y realiza de manera cabal nuestra humanidad.

 

Evangelio: Lucas 14,25-35

En aquel tiempo,

25 como le seguía mucha gente, Jesús se volvió a ellos y les dijo:

26 -Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

27 El que no carga con su cruz y viene detrás de mí no puede ser discípulo mío.

28 Si uno de vosotros piensa construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y a ver si tiene para acabarla?

29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que le vean se pongan a burlarse de él,

30 diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».

31 O si un rey está en guerra contra otro, ¿no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que le va a atacar con veinte mil?

32 Y si no puede, cuando el enemigo aún está lejos, enviará una embajada para negociar la paz.

33 Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío.

 

       **• La Palabra de Jesús y las «maravillas que realizó» (Lc 13,17) le procuraron que le siguiera mucha gente: ahora le vemos insistiendo en las exigencias que implica el seguimiento. En primer lugar, es preciso volver a apostar por la gratuidad y poner en cuestión nuestros propios vínculos afectivos e incluso nuestra propia vida (v. 26: nuestro texto traduce «renunciar» en vez del «odiar» que aparece literalmente en el texto original, porque «odiar» es un hebraísmo que implica un desprendimiento radical). El hombre de la parábola de Le 14,15-24 había comprendido bien que estaba justificado no poder corresponder a una invitación a cenar: «Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir» (Lc 14,20). Es preciso renunciar, además, «a todo lo que tiene» (v. 33).

       Si lo más urgente es buscar el Reino de Dios (cf. Lc 12,31), el seguimiento asume entonces la forma de la pobreza (pobreza de afectos, pobreza de bienes materiales): dejarlo «todo» (característica del relato de la llamada a los discípulos de Le 5,1-11) para ponerse «detrás» de uno (cf. 9,23), llevando la propia cruz (v. 27). No se trata de odiar, sino -como explica de manera adecuada Le 16,13- de la imposibilidad de servir a dos señores, de tener dos absolutos en nuestra propia vida. Parecerá que estamos perdiendo la vida, pero es el único modo de salvarla, y esto, en efecto, resulta evidente si nos preguntamos qué es aquello de lo que depende la vida: a buen seguro, no de los bienes (Lc 12,15).

       Es verdad, sin embargo, que la decisión de seguir a Cristo debe ser meditada de manera adecuada: del mismo modo que es necesario valorar los recursos disponibles para construir una torre y la oportunidad de hacer frente a un enemigo declarándole la guerra o preparando la paz (w. 28-32). Es preciso calcular nuestra propia fuerza/capacidad (w. 28-32), pero sabiendo - a ejemplo del Maestro, del fuerte que tuvo necesidad de consuelo (cf. Lc 3,16; 22,43)- que «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27).

 

MEDITATIO

       La Palabra del Señor interpela mi libertad y me provoca a elegir: ¿por quién y por qué vivo? Estoy invitado a hacer que brille la verdad dentro de mí, a decirme cuál es el valor absoluto que jerarquiza mi vida. Jesús nos dice claramente que la opción por él no puede estar subordinada a nada más. No se trata de una pretensión por parte del Señor, sino de una indicación preciosa: el hombre se convierte en tal cuando se unifica a sí mismo en torno a un polo; si no lo hace, se dispersa, asume mil rostros y se encuentra dividido. El radicalismo que el Señor me propone es la condición necesaria para llevar una vida auténtica.

       Pero me dice algo más: que es preciso que yo sea consciente de la opción que realizo. En esto consiste la invitación a conocerme a mí y a conocerle a él. No tiene sentido elegir «al azar» o hacerlo siguiendo la onda emotiva de cualquier experiencia «fuerte», por exaltadora o decepcionante que sea.

       Jesús quiere ser seguido por personas libres y responsables, que asuman de una manera coherente las consecuencias de la opción que han tomado. En el seguimiento de Jesús está implicado todo lo que soy, porque se trata de una cuestión de amor, de un amor que no es ciego, sino inteligente, de un amor auténtico y no de un amor trivial, de un amor que sabe atravesar los amplios espacios de la fidelidad, de la perseverancia, de

la gratuidad.

       Fidelidad, perseverancia, gratuidad: son palabras que con excesiva frecuencia me dejan turbado, palabras que tengo miedo de llevar a la práctica, palabras con las que me parece que casi pierdo la vida. Jesús me repite que precisamente este amor es la realización cabal –no la pérdida- de la vida. ¿Qué elijo?

 

ORATIO

       Oh Dios, concédeme el valor de experimentar el amor que tú nos has mostrado con tu ejemplo. Me ves titubeante, reacio a soltar las amarras con las que acostumbro a anclar mis días en una seguridad hecha a mi medida. El amor que tú propones lo conoce el que te sigue, porque tú lo has dado a conocer con tus palabras y tu ejemplo; ese amor me parece como el océano, cuyos límites no logro ver y me parece imposible surcar.

       Te doy gracias, Dios mío, porque me hablas con claridad, porque no me engañas ni, más aún, me invitas a engañarme a mí mismo, con mis fáciles entusiasmos y los igualmente fáciles derrotismos. Quieres que reflexione antes de decirte: «Aquí estoy, Señor», porque me quieres como protagonista responsable de mi historia.

       Pero, precisamente porque quieres para mí un bien infinito, me recuerdas -y me lo recuerdas siempre- que sólo el amor me hace persona humana, que sólo el amor me da esa plenitud que tanto busco: el amor que aprendo de ti, siguiéndote.

 

CONTEMPLATIO

       Quien sólo se posee a sí mismo no posee nada, porque no subsiste sin muchos (otros).

       En efecto, sin los miembros, no subsiste el alma en el cuerpo, y sin ellos no recibe la recompensa por sus fatigas.

       El alma tiene necesidad de los miembros, aunque sea alma.

       El hombre aún tiene más necesidad del otro.

       El hombre lleva a cabo el camino de la justicia con el otro, y si es justificado sin el otro no es un hombre.

       El hombre no puede llegar a ser hombre sin el otro, y la justicia sin el hombre no es justicia.

       Tú, hombre, que intentas ser justo y bueno: haz a tus compañeros lo que deseas que te hagan a ti.

       Quieres recibir el salario por tus fatigas en el día de la recompensa: paga a tu compañero la deuda del amor y recibirás la recompensa.

       Deseas encontrar al esposo celestial revestido de luz: haz resplandecer tu rostro ante tus amigos y lo habrás encontrado.

       Quieres entrar con los sabios en esta felicidad: instruye a los necios y estarás a la cabeza de los sabios.

       Nadie entra en ese sitio hasta que no lleva a alguien con él: eso es lo que se pide a lo que entran (Narsai di Edessa, L'olio della misericordia, Magnano 1997, p. 33).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo» (Rom 13,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       El amor, para llegar a su cabal realización, exige la entrega mutua de las personas. Sólo de este modo puede ser el amor un «sí» pleno, porque una persona sólo se abre a la otra en la entrega. Sólo cuando llegan a ser una sola cosa es posible el verdadero conocimiento de las personas. El amor en esta forma suya, que es la más elevada, incluye por e so el conocimiento. Es, al mismo tiempo, recepción y acción libre; por consiguiente, incluye asimismo la voluntad y es satisfacción del deseo [...]. Ahora bien, debe ser siempre entrega para ser amor auténtico. Un deseo que sólo quiera sacar ventajas para sí, sin entregarse, no merece el nombre de amor. Podemos decir, tranquilamente, que el espíritu finito alcanza su vida más elevada y más plena en el amor...

       Si, en su realización más elevada, el amor es entrega mutua y un llegar a ser una sola cosa, eso incluye una pluralidad de personas. El «apego» a nuestra propia persona y la autoafirmación de nosotros mismos -típicos del amor a nosotros mismos equivocado- constituyen exactamente lo contrario de la esencia divina, que es entrega de sí. La única realización perfecta del amor es la misma vida divina, la mutua entrega de las personas divinas. Aquí cada persona encuentra en la otra a sí misma, y puesto que su vida es, como su esencia, una, así el amor recíproco es, al mismo tiempo, amor de sí mismas, es un «sí» dicho a la propia esencia y a la propia persona (E. Stein, // mistero della vita interiore, Brescia 1999, pp. 75-77, passim).

 

Día 7

Jueves de la 31ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 14,7-13

Hermanos:

7 Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo;

8 si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor.

9 Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.

10 Entonces, ¿cómo te atreves a juzgar a tu hermano? ¿Cómo te atreves a despreciarlo, si todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios?

11 Porque dice la Escritura: Por mi vida, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y todos darán gloria a Dios.

12 Así pues, cada uno de nosotros rendirá cuentas a Dios de sí mismo.

13 Por tanto, dejemos ya de criticarnos los unos a los otros. Procurad, más bien, no ser ocasión de caída y de pecado para el hermano.

 

       **• «Así pues, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor» (v. 8): la vida nueva del cristiano brota de un sentido de pertenencia {cf. también 1 Cor 3,23), de la decisión de estar de Yaparte de Cristo, acogido como Señor de nuestros propios días. En los pasajes de Is 45,23 y 49,18 leemos el reconocimiento del señorío de Dios, que se extiende a todo el universo: un señorío de misericordia y escucha, al que el pueblo de Israel gozaba con volver.

       La necesidad de dar cuentas ante el «tribunal de Dios» se convierte así en una invitación a mirar con ojos profundos nuestra propia existencia, reorientándola en virtud de una pasión (vivir para el Señor, morir para el Señor: v. 8), que es lo único que le puede dar sentido.

       La calidad de una vida que se desarrolla enteramente ante el Señor induce, por consiguiente, a superar el prejuicio mediante la acogida de la diversidad y de la debilidad. La modalidad más profunda de hospitalidad (Rom 12,13) es la acogida del otro icf. 14,1; 15,7). El prójimo es hermano.

       De la pertenencia a Cristo Señor, de la conciencia de que con su muerte y resurrección ha rescatado nuestra vida del absurdo, a la pertenencia cultivada en la vida de un modo cada vez más totalizador: ninguna vida puede encerrarse y replegarse en sí misma, sino que –en un clima de respeto a los caminos personales- cada uno de nosotros está llamado a abrirse a unas relaciones de caridad de las que Cristo mismo es fuente en última instancia.

 

Evangelio: Lucas 15,1-10

En aquel tiempo,

1 todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle.

2 Los fariseos y los maestros de la Ley murmuraban: -Éste anda con pecadores y come con ellos.

3 Entonces Jesús les contó esta parábola:

4 -¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra?

5 Y cuando da con ella, se la echa a los hombros lleno de alegría

6 y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «¡Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!».

7 Pues os aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

8 O ¿qué mujer, si tiene diez monedas y se le pierde una, no enciende una lámpara, barre la casa y la busca con todo cuidado hasta encontrarla?

9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: «¡Alegraos conmigo, porque he encontrado la moneda que se me había extraviado!».

10 Os aseguro que del mismo modo se llenarán de alegría los ángeles de Dios por un pecador que se convierta.

 

       **• Jesús, que se junta con pecadores y come con ellos (v. 2), se atrae las críticas y las murmuraciones de los fariseos y de los maestros de la Ley. Por tanto, las tres parábolas que forman el capítulo 15 del evangelio de Lucas van dirigidas a ellos: son las llamadas «parábolas de la misericordia», porque ilustran la misericordia de Dios, que acoge a cuantos se acercan para escuchar su Palabra (v. 1) y, además, es el primero en salir en busca del hombre.

       De estas tres parábolas hemos leído hoy dos. La primera (w. 4-7) narra la recuperación de una «oveja» por parte de un pastor; la segunda (w. 8-10), la recuperación de una moneda, concretamente un dracma (moneda griega que corresponde al denario romano y equivale al salario de una jornada de trabajo de un jornalero agrícola). La estructura de ambas es análoga. De «cien» ovejas se pierde «una»; de diez «dracmas» se pierde «uno». Es digno de señalar el cuidado con el que se lleva a cabo la búsqueda del bien perdido, olvidando todo lo demás; el evangelista lo subraya describiendo las acciones del que se pone a buscar: el pastor «deja» las otras ovejas (por otra parte, el lugar donde pastan normalmente los rebaños en Palestina es el desierto) y «va a buscar» a la descarriada; la mujer «enciende» la lámpara, «barre» la casa y «busca con cuidado». La reacción ante la recuperación es idéntica: el pastor vuelve a casa «alegre» con la oveja sobre los hombros (Is 49,22 describe de la misma forma el regreso de los hijos de Israel del exilio), y la mujer llama a sus amigas y vecinas para invitarlas a compartir la alegría del feliz desenlace de la búsqueda.

       Algunos breves rasgos, de una buena eficacia plástica, expresan el cuidado amoroso y la preocupación sincera de Dios, que va en busca del hombre que se ha perdido, así como la alegría porque uno -uno sólo- se haya convertido y haya vuelto a dirigir su mirada al Padre. Está también la alegría del que escucha, de quien ya tiene experiencia de este Dios que no sabe quedarse esperando, sino que sale al encuentro, se conmueve, corre (cf. Le 15,20) «a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).

 

MEDITATIO

       Vivimos: es un hecho que damos por descontado, tan por descontado que no es raro trivializarlo o incluso sentirnos aburridos, de suerte que, sin llegar a gestos extremos, sobrevivimos sin «ganas de vivir». Si no consigo apreciar mi vida, muy difícilmente podré estimar y valorar la de los otros.

       La imagen del pastor atento a su oveja pretende comunicarme la pasión de Dios por mi vida. No se siente en paz hasta que no me ha recuperado, después de que yo me haya alejado de él, y desborda de alegría apenas me dejo abrazar. Tal vez sea éste precisamente el mensaje que estoy esperando: que alguien se interesa por mí. Más aún, alguien, mi Creador, no desea otra cosa sino que esté vivo y me sienta seguro.

       Necesito estar disponible para dejarme buscar, para «ver» la alegría que Dios siente por mí. Así podré captar algo de la belleza de la vida, que no es un terreno de rapiña para explotar lo más posible, sino un don para celebrar.

       Dios me ha dado la vida y recurre a todo para que yo la viva en plenitud. Ésa es su misericordia. Es inútil que me engañe a mí mismo: viviendo con él y para él es como la vida tiene sentido y sabor. Junto a él aprendo a no poner obstáculos a la vida de los otros y, más aún, a ser yo mismo «dador» de misericordia. Es posible que entonces la vida se vuelva consistente también para mí, y no será ése un valor evanescente, ese ave fénix que aparece a veces, sino que será la experiencia de la comunión.

 

ORATIO

       He recorrido senderos escarpados, Señor, en mi huida... Una carrera afanosa e inquieta la mía. Pero ¿hacia dónde?

       A tientas agarro tu mano, la descubro siempre tendida hacia mí; y me aplaco. Dejo que mi corazón se caliente con la chispa de alegría de tus ojos, Señor de mi vida. Ahora te reconozco: tú eres mi respiración, mi luz, mi quietud, mi alegría. Si vivo es porque tú me mantienes en la vida. ¿Qué tengo que no haya recibido? En mi rendimiento a tu misericordia, me descubro con una mirada diferente hacia los otros: también eres la respiración, la luz, la quietud y la alegría para ellos.

       Y te ruego: ayúdanos, a todos, a no juzgarnos. Haz que sepamos darnos, recíprocamente, el bien más precioso que hemos recibido: tu misericordia. Haz que sepamos gozar de la alegría que sientes por cada uno de nosotros.

 

CONTEMPLATIO

       Esta manera de amar es la que yo querría que tuviésemos nosotras; aunque a los principios no sea tan perfecta, el Señor la irá perfeccionando. Comencemos en los medios, que aunque lleve algo de ternura, no dañará, como sea en general.

       Es bueno y necesario algunas veces mostrar ternura en la voluntad, y aún tenerla, y sentir algunos trabajos y enfermedades de las hermanas, aunque sean pequeños; que algunas veces acaece dar una cosa muy liviana tan gran pena como a otra daría un gran trabajo, y a personas que tienen de natural apretarle mucho pocas cosas. Si vos le tenéis al contrario, no os dejéis de compadecer. Y por ventura quiere nuestro Señor reservarnos de esas penas y las tememos en otras cosas; y de las que para nosotras son graves -aunque de suyo lo sean- para la otra serán leves. Ansí que en estas cosas no juzguemos por nosotras ni nos consideremos en el tiempo que, por ventura sin trabajo nuestro, el Señor nos ha hecho más fuertes, sino considerémonos en el tiempo que hemos estado más flacas.

       Mirad que importa este aviso para sabernos condoler de los trabajos de los prójimos, por pequeños que sean, en especial a almas de las que quedan dichas: que ya éstas, como desean los trabajos, todo se les hace poco, y es muy necesario traer cuidado de mirarse cuando era flaca y ver que si no lo es, no viene de ella; porque podría por aquí el demonio ir enfriando la caridad con los prójimos y hacernos entender es perfección lo que es falta. En todo es menester cuidado y andar despiertas, pues él no duerme; y en los que van en más perfección, más, porque son muy más disimuladas las tentaciones, que no se atreve a otra cosa, que no parece que se entiende el daño hasta que está ya hecho, si -como digo no se trae cuidado. En fin, que es menester siempre velar y orar, que no hay mejor remedio para descubrir estas cosas ocultas del demonio y hacerle dar señal que la oración. Procurad también holgaros con las hermanas cuando tienen recreación, con necesidad de ella, y el rato que es de costumbre, aunque no sea a vuestro gusto, que, yendo con consideración, todo es amor perfecto (Teresa de Jesús, Camino de perfección, 7, 5-6 (códice de Valladolid), Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 91997, p. 269).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os aseguro que del mismo modo se llenarán de alegría los ángeles de Dios por un pecador que se convierta» (Lc 15,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Es, pues, de importancia suprema que consintamos en vivir para otros y no para nosotros mismos. Cuando hagamos esto, podremos enfrentarnos a nuestras limitaciones y aceptarlas. Mientras nos adoremos en secreto, nuestras deficiencias seguirán torturándonos con una profanación ostensible. Pero si vivimos para otros, poco a poco descubriremos que nadie cree que somos «dioses». Comprenderemos que somos humanos, iguales a cualquiera, que tenemos las mismas debilidades y deficiencias, y que estas limitaciones nuestras desempeñan el papel más importante en nuestras vidas, pues por ellas tenemos necesidad de otros y los otros nos necesitan. No todos somos débiles en los mismos puntos, y por eso nos complementamos y nos suplementamos mutuamente, cada uno rellenando el vacío del otro [...].

       Todo hombre es un pedazo de mí mismo, porque yo soy parte y miembro de la humanidad. Todo cristiano es parte de mi cuerpo, porque somos miembros de Cristo. Lo que hago, para ellos y con ellos y por ellos lo hago también. Lo que hacen, en mí y por mí y para mí lo hacen. Con todo, cada uno de nosotros permanece responsable de su participación en la vida de todo el cuerpo. La caridad no puede ser lo que se pretende que sea si yo no comprendo que mi vida representa mi participación en la vida de un organismo totalmente sobrenatural al que pertenezco.

       Únicamente cuando esta verdad ocupa el primer sitio, encajan las otras doctrinas en su contexto adecuado. La soledad, la humildad, la negación a uno mismo, la acción y la contemplación, los sacramentos, la vida monástica, la familia, la guerra y la paz: nada de esto tiene sentido sino en relación con la realidad central que es el amor de Dios viviendo y actuando en aquellos a quienes él ha incorporado en su Cristo (Th. Merton, Nessun uomo é un'isola, Milán 1956, 19ss, passim [versión española tomada de www.feyrazon.org]).

 

Día 8

 

Viernes de la 31ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 15,14-21

14 Estoy convencido, hermanos míos, de que estáis llenos de bondad, repletos de todo conocimiento, preparados para amonestaros unos a otros. 15 Con todo, os he escrito un tanto atrevidamente, con la intención de recordaros algunas cosas. Lo hago en virtud de la gracia que Dios me ha concedido,

16 de ser ministro de Cristo Jesús entre los paganos, ejerciendo el oficio sagrado de anunciar el Evangelio, a fin de que la ofrenda de los paganos, consagrada por el Espíritu Santo, sea agradable a Dios.

17 Podría enorgullecerme en Cristo Jesús de la tarea llevada a cabo al servicio de Dios,

18 pero sólo me atreveré a hablar de lo que Cristo ha realizado sirviéndose de mí, para que, con la palabra o con la acción,

19 a través de signos y prodigios, y con la fuerza del Espíritu Santo, los paganos acogieran la fe. Así que desde Jerusalén y en todas direcciones hasta llegar a Iliria he dado a conocer el Evangelio de Cristo.

20 Eso sí, he procurado no proclamar el Evangelio allí donde Cristo ya era conocido, para no edificar sobre fundamento ajeno,

21 pues como dice la Escritura: Los que nada conocían de él, lo verán y los que nada habían oído, entenderán.

 

       *»• Con extrema delicadeza justifica san Pablo, en la conclusión de su carta dirigida a los cristianos de Roma, el atrevimiento {cf v. 15) con el que se ha dirigido a ellos. Reconoce, por consiguiente, que también ellos son ricos en «bondad» y «conocimiento», capaces de crecer en la ayuda mutua para edificarse recíprocamente según el pensamiento del Señor, e interpreta su ministerio como el de quien ayuda a recordar lo que ya se ha aprendido.

       Apelando a la «gracia» que Dios le ha concedido de ser predicador del Evangelio entre los paganos, describe su propio ministerio empleando términos propios de un auténtico ministerio litúrgico (v. 16): Pablo es el liturgo de Cristo, alguien que ejerce el «oficio sagrado», y aquellos a quienes ha llegado su predicación constituyen la «oblación» a Dios. La liturgia del apóstol {cf Rom 1,9) presenta el modo propio en el que da culto a Dios con su vida, algo que ya había exhortado a hacer a los cristianos de Roma {cf. 12,1). Ese culto nace de la conciencia de estar en «deuda» {cf 1,14): la deuda de quien sabe que ha recibido de Cristo una gracia particular a la que intenta corresponder prestando su propia «debilidad» al «poder» del Evangelio. De este modo, el apóstol Pablo se convierte en instrumento de Dios, «con la palabra y con la acción», confirmado «a través de signos y prodigios», «con la fuerza del Espíritu Santo» (w. 18s).

       San Pablo predicó el Evangelio de Cristo en la zona comprendida entre la frontera extrema de Jerusalén (sudeste) y la Iliria (noroeste), para llevar a todos a la «obediencia», a la escucha de la Palabra, esforzándose por llegar en particular a cuantos todavía no habían sido evangelizados por otros (cita a Is 52,15, en el v. 21; cf. 2 Cor 10,15s). La comunidad cristiana de Roma, a decir verdad, había sido fundada por otros -y eso había constituido un impedimento para una eventual visita del apóstol {cf Rom 1,13; 15,22)-, pero, ahora que tiene la ocasión, desea ir a visitar a los romanos para recoger algún fruto entre ellos (Rom 1,13), recibir ayuda y gozar de su presencia (15,24), descansando entre ellos (15,32) antes de salir para España.

 

Evangelio: Lucas 16,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 -Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante su amo de malversar sus bienes.

2 El amo lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque no vas a poder seguir desempeñando ese cargo».

3 El administrador se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita la administración? Cavar ya no puedo; pedir limosna me da vergüenza.

4 Ya sé lo que voy a hacer para que alguien me reciba en su casa cuando me quiten la administración».

5 Entonces llamó a todos los deudores de su amo y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?».

6 Le contestó: «Cien barriles de aceite». Y él le dijo: «Toma tu recibo, siéntate y escribe en seguida cincuenta».

7 A otro le dijo: «Y tú ¿cuánto debes?». Le contestó: «Cien sacos de trigo». Él le dijo: «Toma tu recibo y escribe ochenta».

8 Y el amo alabó a aquel administrador inicuo, porque había obrado sagazmente. Y es que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su propia gente que los que pertenecen a la luz.

 

       *» Tras haberse dirigido en particular a los maestros de la Ley y a los fariseos {cf Le 15,3), Jesús habla ahora también a sus discípulos (16,1) y les cuenta ellos la parábola del hombre rico y de su administrador. Este último, acusado de haber malversado los bienes de su amo (v. 1), reflexiona (v. 3) sobre lo que debe hacer en caso de que sea despedido del cargo. Fruto de esta reflexión, decide llamar a los que tienen deudas contraídas con su señor, para condonarles una parte de ellas; de este modo, se asegura su reconocimiento y la posibilidad de ser acogido en sus casas (w. 4-7) cuando lo necesite. Es posible que la deuda condonada correspondiera al interés que el administrador retenía habitualmente para él -y es en esta especulación donde debemos buscar la raíz de la injusticia y de la malversación-, pero la renuncia a los barriles de aceite (lit. bat: ¿entre 21 y 45 litros?) y a los sacos de trigo (lit.: kor: ¿corresponde a unos 10 bat?) constituye una actitud astuta.

       Del mismo modo que es preciso evaluar los gastos para la construcción de una torre o la oportunidad de declarar la guerra o pactar la paz (Lc 14,28-32), el administrador evalúa sus propias fuerzas (v. 3) y se procura amigos (cf 16,9) con su clemencia (imitación, aunque sea también interesada, de la misericordia de Dios; cf.7,41ss).

       Lejos de parecerse al rico necio (12,29) al que la muerte cogió sin estar preparado, se puede decir de este administrador que es astuto, aunque no sea «fiel» (cf. 12,42), pues en el limitado horizonte en el que se mueve (v. 8: «con su propia gente») sabe hacerse amar, pensando en el futuro: así, aunque no sepan mirar lejos, «los que pertenecen a este mundo son más sagaces» que «los que pertenecen a la luz» (Dios es luz: cf. 1 Jn 1,5), puesto que son capaces de darse cuenta de la urgencia del momento y comportarse con prudencia (= de manera previsora; cf. Mt 10,16).

 

MEDITATIO

       La Palabra de Dios nos puede dejar desconcertados: ¿acaso nos está diciendo que el fin justifica los medios? ¿Que los pillos son los que salen ganando? ¿Qué debemos preferir el arte de buscar arreglos a la honestidad? En ese caso, nuestro mundo sería ejemplar en más aspectos.

       Las provocadoras palabras de Jesús nos «obligan» a escucharlas de manera profunda. Está el modo de proceder ingenioso de quien obra de manera deshonesta y en- ganosa, que es una actitud que implica análisis, inventiva, abnegación. Es posible que los discípulos de Jesús no se caractericen por el mismo grado de compromiso, porque en ocasiones ceden en seguida frente a los imprevistos, a las dificultades, y se presentan con el rostro demacrado, con el paso apático...

       Tenemos que sentirnos interpelados: se trata de una invitación a verificar la calidad de nuestro apostolado. La Palabra del Señor que hemos escuchado hoy nos ofrece un modelo: Pablo y su apasionada y agotadora carrera evangelizadora. Ser discípulos del Señor significa ser hombres y mujeres vivos y creativos, que se han reconocido a sí mismos en la relación vital con Jesucristo, una relación nueva y renovada cada día. Se trata de dejarle vivir a él en nosotros y de arreglárnoslas para estar activamente con él y con los hermanos en él. Entonces, todos los fragmentos cotidianos de nuestra existencia se compondrán con armonía; como escribió santa Clara de Asís, «que, al vivir, tu vida sea una alabanza al Señor».

 

ORATIO

       ¡Ven, Espíritu Santo, fuerza creadora de Dios, fuente siempre fluyente! Enséñanos la fantasía del amor: que seguir a Jesús sea lo que me tome más a pecho y para ello esté dispuesto a todo.

       ¡Ven, Espíritu Santo, sabiduría fecunda de Dios, luz que brilla para siempre! Hazme comprender qué es el bien y cómo puedo conseguirlo, sin reparar en medios, poniendo en juego las capacidades que me has dado. Espíritu Santo, Espíritu santificador, que mi vida sea restituida a Dios y que, gracias también a mi contribución, puedan conocer los hermanos qué bello y deseable es ser discípulos tuyos.

 

CONTEMPLATIO

       Estar arraigados y fundados en el amor, ésta es, a mi modo de ver, la condición para cumplir dignamente mi oficio de Laudem gloriae [...].

       Para que pueda realizar personalmente este plan divino, una vez más viene san Pablo en mi ayuda y me traza él mismo mi regla de vida: «Camina en Jesucristo, me dice, arraigada en él, edificada sobre él, consolidada en la fe, creciendo de continuo en él mediante la acción de gracias». Caminar en Jesucristo me parece que equivale a salir de sí, perderse de vista, desprenderse de uno mismo para entrar más profundamente en él en cada instante que pase, de un modo tan profundo que estemos arraigados en él y poder lanzar en cada acontecimiento, en cada cosa, este hermoso desafío: «¿Quién me separará de la caridad de Cristo?». Cuando el alma está fijada en él a tales profundidades, cuando todas sus raíces han penetrado en él, la linfa divina fluye de manera copiosa en ella y todo lo que es vida imperfecta, trivial, natural, queda destruido. Entonces, según el lenguaje del apóstol, «lo que es mortal es absorbido por la vida». Despojada así de ella misma y revestida de Jesucristo, el alma no tiene que temer ya ni los contactos de fuera ni las dificultades de dentro.

       Estas cosas, lejos de serle un obstáculo, no hacen más que «arraigarla más profundamente en el amor» de su Maestro [...]. Ahora bien, estoy convencida de que el «cántico nuevo» capaz de hacer las delicias y cautivar a mi Dios por encima de cualquier otra cosa es el de un alma despojada y libre de sí misma en la que pueda reflejar todo lo que es y hacer todo lo que quiere. Esta alma se mantiene bajo el toque de su mano como una lira, y todos sus dones son otras tantas cuerdas que vibran para cantar día y noche la alabanza de su gloria (Isabel de la Trinidad, «Ultimo ritiro di Laudem gloriae», en id., Opere, Roma 1967, pp. 646.656-658, passim [edición española: Obras completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 21964]).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que tu Espíritu, Señor, actúe también por medio de nosotros» (cf. Rom 15,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       ¿Qué se nos dice sobre el contenido del seguimiento? Sígueme, ven detrás de mí. Esto es todo. Ir detrás de él es algo desprovisto de contenido. Realmente, no es un programa de vida cuya realización podría aparecer cargada de sentido, no es un fin, un ideal, hacia el que habría que tender. No es una causa por la que, desde un punto de vista humano, merecería la pena comprometer algo, incluso la propia persona.

       ¿Y qué pasa? El que ha sido llamado abandona todo lo que tiene no para hacer algo especialmente valioso, sino simplemente a causa de la llamada, porque, de lo contrario, no puede marchar detrás de Jesús. A este acto no se le atribuye el menor valor. En sí mismo sigue siendo algo completamente carente de importancia, indigno de atención. Se cortan los puentes y, sin más, se continúa avanzando. Uno es llamado y debe salir de la existencia que ha llevado hasta ahora; tiene que «existir», en el sentido más estricto de la palabra.

       Lo antiguo queda atrás, completamente abandonado. El discípulo es arrancado de la seguridad relativa de la vida y lanzado a la inseguridad total (es decir, realmente, a la seguridad y salvaguarda absolutas en la comunidad con Jesús); es arrancado del dominio de lo previsible y calculable (o sea, de lo realmente imprevisible) y lanzado al de lo totalmente imprevisible, al puro azar (realmente, al dominio de lo único necesario y calculable); es arrancado del dominio de las posibilidades finitas (que, de hecho, son infinitas) y lanzado al de las posibilidades infinitas (que, en realidad, constituyen la única realidad liberadora).

       Esto no es una ley general; más bien, es exactamente lo contrario de todo legalismo. Insistamos en que sólo significa la vinculación a Jesucristo, es decir, la ruptura total de toda programática, de toda abstracción, de todo legalismo. Por eso no es posible ningún otro contenido: porque Jesucristo es el único contenido. Al fado de Jesús no hay otro contenido. Él mismo es el contenido (D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, p. 27).

 

Día 9

Dedicación de la basílica de Letrán

           La basílica del Santísimo Salvador y de San Juan fue fundada por el papa Melquíades (311 -314) sobre la colina romana de Letrán, en un terreno cedido para tal fin por el emperador Constantino. Desde el siglo XII se viene celebrando el aniversario de su dedicación con una fiesta litúrgica, primero sólo en Roma y después en todas las Iglesias de rito romano, por ser considerada la «iglesia madre de todas las iglesias de la urbe y del orbe».

LECTIO

Primera lectura: Romanos 13,8-10

Hermanos:

8 Con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley.

9 En efecto, los preceptos de no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro que pueda existir, se resumen en éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

10 El que ama no hace mal al prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la ley.

 

       *•• Tras haber recordado que es bueno dar a cada uno lo que se le debe {cf. Rom 13,7), Pablo nos recuerda la existencia de una «deuda» que nunca puede ser liquidada y que no es preciso cansarse en pagar: el amor recíproco. El amor «resume» los mandamientos y «es la plenitud de la ley». Según el Talmud, también Hillel, padre de Gamaliel, maestro de san Pablo -en el comentario a Tob 4,15-, enseñaba lo siguiente (aunque de forma negativa): «Lo que detestes para ti, no se lo hagas al prójimo: en eso consiste toda la ley; el resto no es más que explicación».

       San Pablo dedica un gran espacio a valorar críticamente la función de la ley; ahora bien, para que se cumpla la justicia de la ley no hay, en última instancia, más que un camino: el amor gratuito de Cristo, que, precisamente, ha venido para darle cumplimiento y no para aboliría. Consiste este amor en mostrarse sencillo a la hora de hacer el bien, en no cerrar los ojos a las contiendas y los celos devolviendo mal por mal, que es dejarse vencer por el mal, pues se vence al mal con el bien (cf. 12,17-21). Amor al otro (v. 8), a cualquier otro (cf Gal 3,28): un amor del que Cristo, en quien Dios ha querido resumirlo todo, nos ha dado ejemplo y con el que es necesario que conformemos nuestra propia vida para participar en la plenitud de Dios (cf. Ef 1,10; 3,17-19). Porque, si el amor resume y cumple la ley, es Cristo quien resume y realiza de manera cabal nuestra humanidad.

 

Evangelio: Lucas 14,25-35

En aquel tiempo,

25 como le seguía mucha gente, Jesús se volvió a ellos y les dijo:

26 -Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

27 El que no carga con su cruz y viene detrás de mí no puede ser discípulo mío.

28 Si uno de vosotros piensa construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y a ver si tiene para acabarla?

29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que le vean se pongan a burlarse de él,

30 diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».

31 O si un rey está en guerra contra otro, ¿no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que le va a atacar con veinte mil?

32 Y si no puede, cuando el enemigo aún está lejos, enviará una embajada para negociar la paz.

33 Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío.

 

       **• La Palabra de Jesús y las «maravillas que realizó» (Lc 13,17) le procuraron que le siguiera mucha gente: ahora le vemos insistiendo en las exigencias que implica el seguimiento. En primer lugar, es preciso volver a apostar por la gratuidad y poner en cuestión nuestros propios vínculos afectivos e incluso nuestra propia vida (v. 26: nuestro texto traduce «renunciar» en vez del «odiar» que aparece literalmente en el texto original, porque «odiar» es un hebraísmo que implica un desprendimiento radical). El hombre de la parábola de Le 14,15-24 había comprendido bien que estaba justificado no poder corresponder a una invitación a cenar: «Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir» (Lc 14,20). Es preciso renunciar, además, «a todo lo que tiene» (v. 33).

       Si lo más urgente es buscar el Reino de Dios (cf. Lc 12,31), el seguimiento asume entonces la forma de la pobreza (pobreza de afectos, pobreza de bienes materiales): dejarlo «todo» (característica del relato de la llamada a los discípulos de Le 5,1-11) para ponerse «detrás» de uno (cf. 9,23), llevando la propia cruz (v. 27). No se trata de odiar, sino -como explica de manera adecuada Le 16,13- de la imposibilidad de servir a dos señores, de tener dos absolutos en nuestra propia vida. Parecerá que estamos perdiendo la vida, pero es el único modo de salvarla, y esto, en efecto, resulta evidente si nos preguntamos qué es aquello de lo que depende la vida: a buen seguro, no de los bienes (Lc 12,15).

       Es verdad, sin embargo, que la decisión de seguir a Cristo debe ser meditada de manera adecuada: del mismo modo que es necesario valorar los recursos disponibles para construir una torre y la oportunidad de hacer frente a un enemigo declarándole la guerra o preparando la paz (w. 28-32). Es preciso calcular nuestra propia fuerza/capacidad (w. 28-32), pero sabiendo - a ejemplo del Maestro, del fuerte que tuvo necesidad de consuelo (cf. Lc 3,16; 22,43)- que «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27).

 

MEDITATIO

       La Palabra del Señor interpela mi libertad y me provoca a elegir: ¿por quién y por qué vivo? Estoy invitado a hacer que brille la verdad dentro de mí, a decirme cuál es el valor absoluto que jerarquiza mi vida. Jesús nos dice claramente que la opción por él no puede estar subordinada a nada más. No se trata de una pretensión por parte del Señor, sino de una indicación preciosa: el hombre se convierte en tal cuando se unifica a sí mismo en torno a un polo; si no lo hace, se dispersa, asume mil rostros y se encuentra dividido. El radicalismo que el Señor me propone es la condición necesaria para llevar una vida auténtica.

       Pero me dice algo más: que es preciso que yo sea consciente de la opción que realizo. En esto consiste la invitación a conocerme a mí y a conocerle a él. No tiene sentido elegir «al azar» o hacerlo siguiendo la onda emotiva de cualquier experiencia «fuerte», por exaltadora o decepcionante que sea.

       Jesús quiere ser seguido por personas libres y responsables, que asuman de una manera coherente las consecuencias de la opción que han tomado. En el seguimiento de Jesús está implicado todo lo que soy, porque se trata de una cuestión de amor, de un amor que no es ciego, sino inteligente, de un amor auténtico y no de un amor trivial, de un amor que sabe atravesar los amplios espacios de la fidelidad, de la perseverancia, de

la gratuidad.

       Fidelidad, perseverancia, gratuidad: son palabras que con excesiva frecuencia me dejan turbado, palabras que tengo miedo de llevar a la práctica, palabras con las que me parece que casi pierdo la vida. Jesús me repite que precisamente este amor es la realización cabal –no la pérdida- de la vida. ¿Qué elijo?

 

ORATIO

       Oh Dios, concédeme el valor de experimentar el amor que tú nos has mostrado con tu ejemplo. Me ves titubeante, reacio a soltar las amarras con las que acostumbro a anclar mis días en una seguridad hecha a mi medida. El amor que tú propones lo conoce el que te sigue, porque tú lo has dado a conocer con tus palabras y tu ejemplo; ese amor me parece como el océano, cuyos límites no logro ver y me parece imposible surcar.

       Te doy gracias, Dios mío, porque me hablas con claridad, porque no me engañas ni, más aún, me invitas a engañarme a mí mismo, con mis fáciles entusiasmos y los igualmente fáciles derrotismos. Quieres que reflexione antes de decirte: «Aquí estoy, Señor», porque me quieres como protagonista responsable de mi historia.

       Pero, precisamente porque quieres para mí un bien infinito, me recuerdas -y me lo recuerdas siempre- que sólo el amor me hace persona humana, que sólo el amor me da esa plenitud que tanto busco: el amor que aprendo de ti, siguiéndote.

 

CONTEMPLATIO

       Quien sólo se posee a sí mismo no posee nada, porque no subsiste sin muchos (otros).

       En efecto, sin los miembros, no subsiste el alma en el cuerpo, y sin ellos no recibe la recompensa por sus fatigas.

       El alma tiene necesidad de los miembros, aunque sea alma.

       El hombre aún tiene más necesidad del otro.

       El hombre lleva a cabo el camino de la justicia con el otro, y si es justificado sin el otro no es un hombre.

       El hombre no puede llegar a ser hombre sin el otro, y la justicia sin el hombre no es justicia.

       Tú, hombre, que intentas ser justo y bueno: haz a tus compañeros lo que deseas que te hagan a ti.

       Quieres recibir el salario por tus fatigas en el día de la recompensa: paga a tu compañero la deuda del amor y recibirás la recompensa.

       Deseas encontrar al esposo celestial revestido de luz: haz resplandecer tu rostro ante tus amigos y lo habrás encontrado.

       Quieres entrar con los sabios en esta felicidad: instruye a los necios y estarás a la cabeza de los sabios.

       Nadie entra en ese sitio hasta que no lleva a alguien con él: eso es lo que se pide a lo que entran (Narsai di Edessa, L'olio della misericordia, Magnano 1997, p. 33).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo» (Rom 13,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       El amor, para llegar a su cabal realización, exige la entrega mutua de las personas. Sólo de este modo puede ser el amor un «sí» pleno, porque una persona sólo se abre a la otra en la entrega. Sólo cuando llegan a ser una sola cosa es posible el verdadero conocimiento de las personas. El amor en esta forma suya, que es la más elevada, incluye por e so el conocimiento. Es, al mismo tiempo, recepción y acción libre; por consiguiente, incluye asimismo la voluntad y es satisfacción del deseo [...]. Ahora bien, debe ser siempre entrega para ser amor auténtico. Un deseo que sólo quiera sacar ventajas para sí, sin entregarse, no merece el nombre de amor. Podemos decir, tranquilamente, que el espíritu finito alcanza su vida más elevada y más plena en el amor...

       Si, en su realización más elevada, el amor es entrega mutua y un llegar a ser una sola cosa, eso incluye una pluralidad de personas. El «apego» a nuestra propia persona y la autoafirmación de nosotros mismos -típicos del amor a nosotros mismos equivocado- constituyen exactamente lo contrario de la esencia divina, que es entrega de sí. La única realización perfecta del amor es la misma vida divina, la mutua entrega de las personas divinas. Aquí cada persona encuentra en la otra a sí misma, y puesto que su vida es, como su esencia, una, así el amor recíproco es, al mismo tiempo, amor de sí mismas, es un «sí» dicho a la propia esencia y a la propia persona (E. Stein, // mistero della vita interiore, Brescia 1999, pp. 75-77, passim).

 

 

Día 10

32° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Macabeos 7,1-2.9-14

En aquellos días,

1 siete hermanos apresados junto con su madre fueron forzados por el rey a comer carne de cerdo, prohibida por la ley, y azotados con látigos y nervios de toro.

2 Uno de ellos dijo en nombre de todos: -¿Qué quieres sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar las leyes patrias.

9 Cuando estaba a punto de expirar dijo: -Criminal, tú me quitas la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por su ley.

10 A continuación fue torturado el tercero.

11 Le mandaron sacar la lengua; la sacó en seguida y extendió valientemente las manos, al tiempo que decía: -De Dios he recibido estos miembros, por sus leyes los sacrifico, y de él espero recobrarlos.

12 El rey y los que estaban con él se maravillaron del valor del joven, que no tenía miedo a los tormentos.

13 Muerto éste, torturaron al cuarto con el mismo suplicio.

14 Y cuando estaba a punto de morir dijo: -Los que mueren a manos de los hombres tienen la dicha de poder esperar en la resurrección. Sin embargo, para ti no habrá resurrección a la vida.

 

*•• En la «sala de tortura» del capítulo 7 del segundo libro de los Macabeos, en lugar de los gritos de dolor y de sufrimiento de los prisioneros, se proclama en voz alta la fe de Israel y, por primera vez, la certeza de la resurrección y del premio que se concederá a los mártires.

El período histórico corresponde al de la dominación de Antíoco IV Epífanes (175-164 a. de C), que pretendía difundir el culto de las divinidades griegas entre la población judía. Este soberano llegó incluso a introducir en el interior de la parte más sagrada del templo la estatua de Zeus olímpico (167 a. de C). Esto supuso un enorme sufrimiento para todos los que se mostraban observantes del culto y de la ley, según la tradición de los padres, y se manifestaban contrarios, en cambio, al proceso de helenización que llevaban adelante los dominadores de tumo, los seléucidas. Este relato constituirá muy pronto un modelo para las posteriores actas de mártires y hará surgir entre la población un vivo sentido de resistencia frente a la persecución religiosa que tiene lugar.

Los cuerpos mutilados no pierden su identidad; más aún, la mantienen clara en todos aquellos que llegan al conocimiento de este relato edificante. Israel, incluso despedazado y diseminado por toda la tierra, gracias al ejemplo dado por estos héroes, no se confundirá en medio de las naciones. El fragmento que hemos leído se detiene en las confesiones del segundo, del tercero y del cuarto de los siete hermanos, que afirman la fe en la resurrección de los cuerpos y por eso no temen ver desgarrados sus miembros. El número siete indica que el fragmento considera una familia completa, enteramente destruida, que ya no tiene posibilidad de permanecer en vida en la tierra. La figura de la madre, que asiste a la muerte de sus hijos, remite a la nueva vida que éstos esperan del Creador. ¿Se debe tal vez a esto el hecho de que no se haga ninguna referencia en el fragmento al padre?

 

Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 2,16-3,5

Hermanos:

16 El mismo Señor, nuestro Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una esperanza espléndida,

17 os consuelen en lo más profundo de vuestro ser y os confirmen en todo lo bueno que hagáis o digáis.

1 Por lo demás, hermanos, rogad por nosotros para que la Palabra del Señor siga extendiéndose y sea glorificada como lo es ya entre vosotros.

2 Rogad también para que nos veamos libres de los hombres perversos y malvados, porque no todos aceptan la fe.

3 Pero el Señor es fiel. Él os fortalecerá y os librará del maligno.

4 En cuanto a vosotros, estamos seguros de que, gracias al Señor, cumplís y seguiréis cumpliendo lo que os mandamos.

5 Que el Señor dirija vuestros corazones para que améis a Dios y os mantengáis constantes en la espera de Cristo.

 

*»• Después de haber descrito, casi en términos apocalípticos, la llegada, todavía no completada, del poder de la iniquidad, Pablo lanza un suspiro de alivio al constatar que Dios ha establecido en Tesalónica una comunidad que es primicia de los salvados y de los fieles de Cristo. Él ha sido el instrumento elegido por Dios para que esto sucediera (cf. 2,13ss).

En el pasaje que hemos leído, el apóstol recuerda el valor de las «parádosis» (consignas, tradiciones) a que los tesalonicenses deben permanecer ligados, y lo hace a través del «consuelo» de Dios, para que los santos de Tesalónica no dejen de estar unidos fielmente a su enseñanza. El evangelizador, amado por Dios y sostenido por su Espíritu, pide que la fuerza que él ha experimentado a lo largo de su vida pueda sostener a los fieles de Tesalónica. Que la «esperanza» que ha sostenido su camino hacia el Señor no les deje inactivos en la realización del bien con todo el corazón. Pablo, por último, hace partícipe a la comunidad de sus fatigas apostólicas: pide que oren por él, para que se vea libre de las insidias de los que atenían contra su vida. La «carrera de la palabra» deberá escapar a las trampas que han sido puestas a lo largo del camino, a fin de llegar a la meta, en medio de los cantos de exultación de aquellos que todavía la recibirán, tal como hicieron un día los tesalonicenses.

Como si se olvidara de sí mismo, vuelve a pensar en la situación de sus hermanos. Éstos experimentarán la credibilidad del Señor Jesús en su acción de custodia y de protección del «maligno»: un elemento presente también en la oración de Jesús (Mt 6,13) y que continúa estándolo también en las oraciones del apóstol en favor de una comunidad cogida en el torbellino de los atentados contra su existencia. El amor de Dios y la perseverante espera del Señor Jesús son los principales dones que Pablo pide en la oración por los tesalonicenses.

 

Evangelio: Lucas 20,27-38

27 se acercaron unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

28 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere dejando mujer sin hijos, su hermano debe casarse con la mujer para dar descendencia a su hermano.

29 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin hijos.

30 El segundo

31 y el tercero se casaron con la viuda, y así hasta los siete. Todos murieron sin dejar hijos.

32 Por fin murió también la mujer.

33 Así, pues, en la resurrección, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

34 Jesús les dijo: -En la vida presente existe el matrimonio entre hombres y mujeres,

35 pero los que logren alcanzar la vida futura, cuando los muertos resuciten, no se casarán,

36 y es que ya no pueden morir, pues son como los ángeles; son hijos de Dios, porque han resucitado.

37 El mismo Moisés da a entender que los muertos resucitan, en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

38 No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por él.

 

**• Los saduceos, más bien cerrados a la posibilidad de la resurrección y a interpretaciones nuevas de la ley, pero muy abiertos a la búsqueda del poder y a las alianzas políticas ventajosas, apoyándose en el precepto mosaico del levirato reivindican sus privilegios (cf. Dt 25,5-10): ellos son los legítimos descendientes de Sadoc, y podrán serlo para siempre gracias a esta norma, ocupando eternamente sus poltronas (cf. 1 Re 2,35; Ez 40,46; 43,19; 44,15; 48,11); Jesús, sin embargo, está a punto de irse sin dejar huella. Después de su muerte, ahora próxima, no podrá contar con ningún hijo después de él. Para los saduceos, lo que cuenta en esta tierra es la imagen, el nombre, el poder y la fama; después, nada. En esas condiciones, conviene dejar un gran patrimonio y actuar de modo que no se disperse. Lo que cuenta es acumular para los hijos, para los nietos. Sobrevive quien más deja.

Jesús recupera de la ley, lo único vinculante para los saduceos, al Dios de la zarza que ardía sin consumirse, al Dios de la alianza y de la fidelidad, que no deja que se apague su amor por el pueblo. El Dios de la zarza es el mismo Dios de los patriarcas, y éstos saben bien que sus respectivas descendencias son fruto de la bendición y de la promesa de Dios. Las historias de los patriarcas indican que la vida pertenece a Dios y no depende de las capacidades engendradoras del hombre, de los árboles genealógicos o de las estrategias dinásticas. Jesús se propone a sí mismo como verdadera imagen del Hijo que ha recibido la vida del Padre, que entrega la vida al Padre en su muerte y que será llamado por el Padre a la vida en la resurrección. Su muerte es un acto de amor y obediencia, pues realiza el proyecto divino de redención de la esclavitud de la muerte. La cruz es el tálamo en el que el Esposo ha dado la vida por la esposa. De la muerte nace la vida.

Los que estén con Jesús en una muerte semejante a la suya, es decir, dispuestos a perder la vida por amor, serán, «como los ángeles», llamados a la gloria de los que viven en Dios. Gozarán de la condición de hijos en el esplendor del Reino. Como los ángeles, vivirán para Dios, para su gloria, eternamente.

 

MEDITATIO

Los siete hermanos de la primera lectura y del evangelio murieron. De ellos y de sus siete esposas se esperaba un futuro y la continuación de la vida. Como en el caso de los Macabeos, se elige a menudo el exterminio como solución de un mal: una nación elige acabar con la vecina, un grupo elimina a otro que le hace la competencia. Hacer desaparecer de la tierra, hacer desaparecer las huellas del otro para poder reinar sin ser molestados y sin resistencias, es la lógica del Maligno, su torbellino de violencia y de canalladas que destruyen la vida.

La muerte, por otra parte, daría la razón a quien intenta acaparar la vida a cualquier precio -la propia y la de los otros-, como es el caso de los saduceos. La muerte sería la garantía de la licitud de todo intento de manipulación de la vida, a fin de que ésta sea perfecta, sin arrugas, siempre bella y acolchada. La muerte tiene el poder de sofisticar la vida y desnaturalizar su verdadero sabor. El engaño de la muerte consiste en esto: en la necesidad de dejar una huella duradera de nosotros mismos. Educa para acumular, para después tener que dejarlo todo: ¿cuántos hombres siguen vivos por sus «legados»?

La resurrección, para el cristiano, es la resurrección de Jesús, o sea, el hecho de que Dios haya constituido «Señor y Cristo» al Crucificado, a aquel que murió de una muerte violenta, el que murió y fracasó. Es la relación con el Resucitado y con el Viviente lo que da valor a nuestra vida, es la esperanza del encuentro con él lo que nos lleva cada día a obrar bien, buscando perder la vida para encontrarla después, no mantenerla atada a nosotros. La muerte ya no es entonces dejar, sino encontrar, recibir, contemplar al autor de la vida, a aquel que nos la dio y la custodia en sus manos. Ser «ángeles» del Resucitado, anunciadores de su Señorío sobre el mundo: ésa es nuestra vida. Él, que fue despertado por el Padre la mañana del tercer día, vendrá a despertarnos del sueño de la muerte. En ese momento, ésta ya no tendrá poder alguno y todos sus encantamientos se desvanecerán porque la vida resurgirá para siempre.

 

ORATIO

Señor Jesús, también a nosotros, como un día a tus discípulos, nos resulta difícil comprender tu anuncio de pasión-muerte-resurrección. También nosotros nos comportamos más como saduceos, buscando de todas las maneras afirmarnos en la vida, que como cristianos capaces de perder la vida por tu causa y por el Evangelio.

Tú, que has venido a darnos a conocer al Dios de la zarza, haznos testigos animosos de tu pascua y lleva a cabo en nosotros la bienaventurada esperanza de estar contigo siempre en la gloria del Reino de Dios, nuestro Padre.

 

CONTEMPLATIO

Así pues, resucitará la carne: idéntica, completa e íntegra. Dondequiera que se encuentre, será depositada junto a Dios, por obra del fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios al hombre y el hombre a Dios, el espíritu a la carne y la carne al espíritu: ha unido ya ambos en su persona (... |.

Eso que tú consideras un exterminio es una simple partida. No sólo el alma se aleja, sino que también la carne se retira mientras tanto: al agua, al fuego, a los abismos, a las fieras. Cuando parece disolverse así, es como si fuera transfundida en vasos. Si después también los vasos desaparecen, porque se disuelven y son reabsorbidos en lo tortuoso de su madre la tierra, de ésta será formado de nuevo Adán, el cual oirá de Dios estas palabras: «¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros!» (Gn 3,22). Entonces será verdaderamente consciente del mal del que ha escapado y del bien en el que ha confluido. ¿Por qué, alma, sientes odio por la carne? Nadie te es tan prójimo ni a nadie debes amar tanto, después de Dios; nadie es tan hermana tuya, porque también contigo nace ella en Dios (Tertuliano, La resurrección de la carne, 63).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona» (Lc 24,39).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Entre las diferentes formas de la corporeidad existe un abismo imposible de colmar a veces: una piedra no se convierte en pájaro. Otras formas corpóreas, sin embargo, aunque presentan diferencias, están en una relación vital, constituyen las fases de un único desarrollo, como por ejemplo la semilla y la planta que de ella nace. En este caso, el abismo queda superado por el misterio del grano que germina. Sin embargo, para superarlo es necesario lo que Pablo llama «el morir». La semilla debe entrar en la tierra y morir en ella, es decir, perder su forma, a fin de que pueda nacer la nueva planta. Y he aquí el paso: lo mismo sucede en el hombre. También en el hombre está presente la corporeidad en dos formas: la terrena y la celestial; de ellas, la primera es semilla de la segunda. También ellas están separadas por la muerte. El cuerpo deberá ser depositado en la tierra y descomponerse; sólo entonces se convertirá en el cuerpo nuevo, celestial. Pero he aquí la diferencia: la planta «nace» verdaderamente «de la semilla», de sus virtualidades y funciones; no así, en cambio, el cuerpo celestial del terrestre. A través de su descomposición, la semilla vive de una manera directa en la nueva planta. El cuerpo humano será resucitado después de la muerte. Aquí domina otro poder, que no brota del interior de la estructura humana, sino de la libertad de Dios (R. Guardini, Le cose ultime, Milán 21997, pp. 69ss).

 

Día 11

San Martín de Tours

 

Martín, nacido en Panonia (Hungría) en el año 316, fue destinado por su padre a la carrera militar. Siendo todavía catecúmeno, dio pruebas de coherencia cristiana y de amor a los pobres. Dejó las armas, bajo la guía de san Hilario de Poitiers, y se consagró a Dios profesando la vida monástica. Llevó, primero, una vida eremítica; más tarde, por consejo del mismo Hilario, fundó en Ligugé el primer monasterio de Occidente. En el año 373 fue elegido obispo de Tours, y hasta su muerte, acaecida el 397, se consagró con una solicitud incansable a la formación del clero, a la pacificación de los pueblos y a la evangelización. Fue uno de los primeros santos no mártires en ser honrado en la liturgia de la Iglesia.

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 1,1-7

1 Amad la justicia los que gobernáis la tierra, tened rectos pensamientos sobre el Señor y buscadlo con sencillez de corazón.

2 Porque se manifiesta a quienes no exigen pruebas, se revela a quienes no desconfían.

3 Los pensamientos torcidos alejan de Dios, y el poder, puesto a prueba, confunde a los necios.

4 La sabiduría no entra en alma perversa ni habita en cuerpo esclavo del pecado.

5 Pues el santo espíritu que nos educa huye de la doblez, se aleja de los pensamientos sin sentido, es rechazado cuando sobreviene la injusticia.

6 La sabiduría es un espíritu que ama a los hombres, pero no dejará sin castigo a los labios blasfemos, porque Dios es testigo de su conciencia, es vigilante veraz de su corazón, y escucha lo que su boca profiere.

7 Pues el espíritu del Señor llena el universo, lo abarca todo y tiene conocimiento de cuanto se dice.

 

        **• El autor del libro de la Sabiduría –probablemente un judío residente en Egipto que escribía en griego hacia la mitad del siglo I a. de C - se dirige a los reyes de la tierra (cf. v. 1), pero, al margen de la ficción literaria, se dirige a todos cuantos pretenden participar del don de la sabiduría: una cualidad que se requiere, qué duda cabe, a los gobernantes, pero que necesita asimismo todo el mundo para llevar una vida feliz.

        La primera invitación que formula es que amemos la justicia. Esto no es difícil de entender, porque «en el sendero de la justicia está la vida, el camino torcido conduce a la muerte» (Prov 12,28): sabio es el justo, el impío es necio. Dios y la Sabiduría -figura personificada de origen y naturaleza divinos- y la necedad/injusticia se rechazan inexorablemente: se expulsan (Sab 1,3.5) recíprocamente.

        Se describen algunas características de los necios: no creer, poner a prueba a Dios (w. 2ss; pensemos también en la relectura de la historia de Israel en clave de incredulidad del Sal 78) y obrar el mal. Los «pensamientos torcidos» y los «pensamientos sin sentido» (w. 3 y 5; cf. 2, lss) conducen a los necios a la muerte, cosa que ellos mismos eligen, porque la consideran amiga {cf. 1,16), siendo que sólo la sabiduría, a la que desprecian, conduce a la vida: y es que Dios ama la vida y «en el temor del Señor está la sabiduría; en apartarse del mal, la inteligencia» (Job 28,28).

        Por consiguiente, la sabiduría -y no la muerte o la vida impía- «es un espíritu que ama a los hombres» (v. 6). Bien lo sabe Dios, que, por haber plasmado el corazón del hombre (cf. Sal 33,15; 138), es testigo veraz de los pensamientos de su corazón y de las palabras de su boca (v. 6), pues él «tiene conocimiento de cuanto se dice» (v. 7) y es el único que está en condiciones de guiarnos por el camino de la vida.

 

Evangelio: Lucas 17,1-6

En aquel tiempo,

1 Jesús dijo a sus discípulos: -Es inevitable que haya ocasiones de pecado, pero ¡ay de quien las provoque!

2 Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar, antes que ser ocasión de pecado para uno de estos pequeños.

3 ¡Estad atentos! Si tu hermano llega a pecar, repréndelo, pero si se arrepiente, perdónale.

4 Y si peca contra ti siete veces al día y otras siete viene a decirte: «Me arrepiento», perdónale.

5 Los apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe.

6 Y el Señor dijo: -Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: «Arráncate y trasplántate al mar», y os obedecería.

 

        **• «¡Estad atentos!» (v. 3) es la exhortación que dirige hoy Jesús a sus discípulos. Sus enseñanzas están relacionadas con la vida fraterna, lugar de escándalos y de contraste: es algo «inevitable» (v. 1). Ahora bien, si la fragilidad es el camino del hombre, en la vigilante atención a nosotros mismos y en la incansable acogida al hermano (v. 3) se juega el primado de Dios, la opción por servirle.

        El discernimiento de la caridad es un recorrido delicado: incluye la preocupación amorosa por los «pequeños» (v. 2: los débiles, los sencillos, en cualquier acepción que queramos darle; cf. Le 10,21) y no excluye la corrección fraterna, sino que hace que el perdón sobreabunde sobre todo (v. 4: «siete veces» simboliza un perdón ilimitado que resiste a una debilidad que perdura).

        Se confirma así que, en el interior de la trama de las relaciones cotidianas, la atención principal debe centrarse en nosotros mismos y en nuestro propio camino, un camino marcado, a buen seguro, por las dificultades, aunque también por la esperanza de poder experimentar, incluso en los inevitables contrastes, la alegría de la mirada del hermano que vuelve a dirigirse a nosotros (esto es el «arrepentirse» de los w. 3ss).

        Así es como la fe, que aunque sea tan pequeña «como un grano de mostaza» (v. 6) engendra y acoge milagros, es no sólo don invocado, sino compromiso de caridad que transforma la confianza en Dios en confianza recíproca.

 

MEDITATIO

        A lo largo de la vida ocurren muchas cosas que nos indignan. A pesar de todo, pensamos que debe existir un mundo bueno, aunque en realidad no existe y no existirá nunca. Dios debería encargarse de hacer bueno este mundo, pero no lo hace. Por nuestra parte, probablemente nos consideremos exonerados de ayudar para mejorar un mundo que, por otro lado, sigue adelante del mismo modo que lo hacía antes sin nosotros.

        La consecuencia más obvia es que «vamos tirando», sin atender a nadie más que a nosotros mismos. Ahora bien, ¿eso es vida? Nos responde la Palabra del Señor. El arte de vivir, de «gobernarnos» a nosotros mismos, se aprende con la sencillez de la confianza, no con razonamientos torcidos. No es obrar por nuestro propio interés empleando la falsedad y el subterfugio lo que construye la vida, sino el respeto al otro y la acogida renovada continuamente a quienes tenemos a nuestro lado, conscientes de no ser por eso mejores que ellos. A través del perdón otorgado, a través de la atención a no ser un obstáculo para el hermano con actitudes o con palabras, a través de la transparencia de los sentimientos y de los pensamientos es como llegamos a ser lo que somos: semejantes a Dios. Y de este modo es también como lo imposible se vuelve posible.

 

ORATIO

        Tú no estás, Señor, en los complejos remolinos de mis oleadas interiores, ni te escondes en las intrincadas espesuras del raciocinio.

        No moras allí donde se responde al mal con el mal allí donde la acerba perversión de los grandes golpea al niño.

        No encuentras reposo en el corazón que te levanta barreras y se hace la ilusión de bastarse a sí mismo, desprecia al hermano y se burla de la fuerza de tu amor, La confianza sencilla te atrae, suma sabiduría que sabe guardar tu amistad.

 

CONTEMPLATIO

        Los verdaderos creyentes, que se mantienen firmes en la esperanza en Dios, se alegran en sus corazones esperando sus beneficios y están llenos de la alegría del Espíritu, necesitan, en primer lugar, ceñirse del amor de Dios. En él se engrandece y se dilata la magnífica construcción de su justicia [...].

        Feliz el hombre de amor, que hace habitar en su corazón al Dios que es amor.

        Feliz el corazón, aunque sea humilde y estrecho, que pone dentro de sí, espiritualmente, como en una mora da tranquila, a aquel que ni el cielo ni la tierra puede contener [...].

        El amor crece y se dilata en aquellos que están ligados por una pasión natural, estando el uno junto al otro. Y en el connubio de las miradas permanece vigilante su pasión. Y crece y se vigoriza por el intercambio de palabras de pasión. Y la memoria permanece siempre vigilante, bajo los alicientes de la gran fuera del amor.

        Así, por el morar incesante junto a él, por la mirada sencilla de la inteligencia y la contemplación espiritual de éste y por el diálogo incesante con su recuerdo y la meditación de sus palabras, se dilata en el hombre la

pasión por Dios [...].

        El que se encuentra consumado por el amor de Dios dirige hacia él el impulso de su carrera y vuela por encima de todo. (Martyrios [Sahdona], Sull'amore perfetto per Dio e per glialtri, Magnano 1993, l l s s , passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amad la justicia y buscad al Señor con sencillez de corazón» (cf. Sab 1,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Dios mío, tú, que me has enriquecido tanto, permíteme también dar a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, Dios mío, en un largo diálogo. Cuando me encuentro en un rincón del campo, con los pies plantados en tu tierra y los ojos elevados hacia tu cielo, tengo a menudo el rostro inundado de lágrimas, único exutorio de mi emoción interior y de mi gratitud. También por la noche, cuando, acostada en mi litera, me recojo en ti, Dios mío, lágrimas de gratitud inundan a veces mi rostro, y ésa es mi oración.

        Estoy muy cansada desde hace algunos días, pero es una cosa que pasará como todo lo demás. Todo progresa siguiendo un ritmo profundo, un ritmo propio en cada uno de nosotros.

        Debería enseñarse a la gente a escuchar y a respetar ese ritmo: es lo más importante que un ser humano puede aprender en esta vida. No lucho contigo, Dios mío. Mi vida no es más que un largo diálogo contigo. Es posible que no llegue a ser nunca la gran artista que quisiera ser, pues estoy demasiado bien resguardada en ti, Dios mío. En ocasiones, quisiera grabar con un buril pequeños aforismos y pequeñas historias vibrantes de emoción. Mas la primera palabra que me viene a la mente, siempre la misma, es: Dios. Contiene todo y hace inútil todo lo demás. Toda mi energía creadora se convierte en diálogos interiores contigo. El oleaje de mi corazón se ha vuelto más ancho desde que estoy aquí, más animado y más apacible a la vez, y tengo la impresión de que mi riqueza interior se incrementa sin cesar (E. Hillesum, Diario: 1941-1943, Milán 1996, pp. 253ss [tomado de Paul Lebeau, Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam, 1941 - Auschwitz, 1943, Sal Terrae, Santander 2000, pp. 200-201]).

 

Día 12

San Josafat

          Nació en Vladimir de Volhinia por el año 1580 de padres ortodoxos; se convirtió a la fe católica e ingresó en la Orden de san Basilio. Ordenado sacerdote en el rito bizantino en 1609. Ordenado obispo de Vitebsk 1617, meses mas tarde, Arzobispo de Polotzk, Lituania. Trabajó infatigablemente por la unidad de la Iglesia. Perseguido a muerte por sus enemigos, sufrió el martirio el año 1623. Protomártir de la re-unificación de la cristiandad. Canonizado en 1867.

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 1,1-7

1 Amad la justicia los que gobernáis la tierra, tened rectos pensamientos sobre el Señor y buscadlo con sencillez de corazón.

2 Porque se manifiesta a quienes no exigen pruebas, se revela a quienes no desconfían.

3 Los pensamientos torcidos alejan de Dios, y el poder, puesto a prueba, confunde a los necios.

4 La sabiduría no entra en alma perversa ni habita en cuerpo esclavo del pecado.

5 Pues el santo espíritu que nos educa huye de la doblez, se aleja de los pensamientos sin sentido, es rechazado cuando sobreviene la injusticia.

6 La sabiduría es un espíritu que ama a los hombres, pero no dejará sin castigo a los labios blasfemos, porque Dios es testigo de su conciencia, es vigilante veraz de su corazón, y escucha lo que su boca profiere.

7 Pues el espíritu del Señor llena el universo, lo abarca todo y tiene conocimiento de cuanto se dice.

 

        **• El autor del libro de la Sabiduría –probablemente un judío residente en Egipto que escribía en griego hacia la mitad del siglo I a. de C - se dirige a los reyes de la tierra (cf. v. 1), pero, al margen de la ficción literaria, se dirige a todos cuantos pretenden participar del don de la sabiduría: una cualidad que se requiere, qué duda cabe, a los gobernantes, pero que necesita asimismo todo el mundo para llevar una vida feliz.

        La primera invitación que formula es que amemos la justicia. Esto no es difícil de entender, porque «en el sendero de la justicia está la vida, el camino torcido conduce a la muerte» (Prov 12,28): sabio es el justo, el impío es necio. Dios y la Sabiduría -figura personificada de origen y naturaleza divinos- y la necedad/injusticia se rechazan inexorablemente: se expulsan (Sab 1,3.5) recíprocamente.

        Se describen algunas características de los necios: no creer, poner a prueba a Dios (w. 2ss; pensemos también en la relectura de la historia de Israel en clave de incredulidad del Sal 78) y obrar el mal. Los «pensamientos torcidos» y los «pensamientos sin sentido» (w. 3 y 5; cf. 2, lss) conducen a los necios a la muerte, cosa que ellos mismos eligen, porque la consideran amiga {cf. 1,16), siendo que sólo la sabiduría, a la que desprecian, conduce a la vida: y es que Dios ama la vida y «en el temor del Señor está la sabiduría; en apartarse del mal, la inteligencia» (Job 28,28).

        Por consiguiente, la sabiduría -y no la muerte o la vida impía- «es un espíritu que ama a los hombres» (v. 6). Bien lo sabe Dios, que, por haber plasmado el corazón del hombre (cf. Sal 33,15; 138), es testigo veraz de los pensamientos de su corazón y de las palabras de su boca (v. 6), pues él «tiene conocimiento de cuanto se dice» (v. 7) y es el único que está en condiciones de guiarnos por el camino de la vida.

 

Evangelio: Lucas 17,1-6

En aquel tiempo,

1 Jesús dijo a sus discípulos: -Es inevitable que haya ocasiones de pecado, pero ¡ay de quien las provoque!

2 Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar, antes que ser ocasión de pecado para uno de estos pequeños.

3 ¡Estad atentos! Si tu hermano llega a pecar, repréndelo, pero si se arrepiente, perdónale.

4 Y si peca contra ti siete veces al día y otras siete viene a decirte: «Me arrepiento», perdónale.

5 Los apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe.

6 Y el Señor dijo: -Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: «Arráncate y trasplántate al mar», y os obedecería.

 

        **• «¡Estad atentos!» (v. 3) es la exhortación que dirige hoy Jesús a sus discípulos. Sus enseñanzas están relacionadas con la vida fraterna, lugar de escándalos y de contraste: es algo «inevitable» (v. 1). Ahora bien, si la fragilidad es el camino del hombre, en la vigilante atención a nosotros mismos y en la incansable acogida al hermano (v. 3) se juega el primado de Dios, la opción por servirle.

        El discernimiento de la caridad es un recorrido delicado: incluye la preocupación amorosa por los «pequeños» (v. 2: los débiles, los sencillos, en cualquier acepción que queramos darle; cf. Le 10,21) y no excluye la corrección fraterna, sino que hace que el perdón sobreabunde sobre todo (v. 4: «siete veces» simboliza un perdón ilimitado que resiste a una debilidad que perdura).

        Se confirma así que, en el interior de la trama de las relaciones cotidianas, la atención principal debe centrarse en nosotros mismos y en nuestro propio camino, un camino marcado, a buen seguro, por las dificultades, aunque también por la esperanza de poder experimentar, incluso en los inevitables contrastes, la alegría de la mirada del hermano que vuelve a dirigirse a nosotros (esto es el «arrepentirse» de los w. 3ss).

        Así es como la fe, que aunque sea tan pequeña «como un grano de mostaza» (v. 6) engendra y acoge milagros, es no sólo don invocado, sino compromiso de caridad que transforma la confianza en Dios en confianza recíproca.

 

MEDITATIO

        A lo largo de la vida ocurren muchas cosas que nos indignan. A pesar de todo, pensamos que debe existir un mundo bueno, aunque en realidad no existe y no existirá nunca. Dios debería encargarse de hacer bueno este mundo, pero no lo hace. Por nuestra parte, probablemente nos consideremos exonerados de ayudar para mejorar un mundo que, por otro lado, sigue adelante del mismo modo que lo hacía antes sin nosotros.

        La consecuencia más obvia es que «vamos tirando», sin atender a nadie más que a nosotros mismos. Ahora bien, ¿eso es vida? Nos responde la Palabra del Señor. El arte de vivir, de «gobernarnos» a nosotros mismos, se aprende con la sencillez de la confianza, no con razonamientos torcidos. No es obrar por nuestro propio interés empleando la falsedad y el subterfugio lo que construye la vida, sino el respeto al otro y la acogida renovada continuamente a quienes tenemos a nuestro lado, conscientes de no ser por eso mejores que ellos. A través del perdón otorgado, a través de la atención a no ser un obstáculo para el hermano con actitudes o con palabras, a través de la transparencia de los sentimientos y de los pensamientos es como llegamos a ser lo que somos: semejantes a Dios. Y de este modo es también como lo imposible se vuelve posible.

 

ORATIO

        Tú no estás, Señor, en los complejos remolinos de mis oleadas interiores, ni te escondes en las intrincadas espesuras del raciocinio.

        No moras allí donde se responde al mal con el mal allí donde la acerba perversión de los grandes golpea al niño.

        No encuentras reposo en el corazón que te levanta barreras y se hace la ilusión de bastarse a sí mismo, desprecia al hermano y se burla de la fuerza de tu amor, La confianza sencilla te atrae, suma sabiduría que sabe guardar tu amistad.

 

CONTEMPLATIO

        Los verdaderos creyentes, que se mantienen firmes en la esperanza en Dios, se alegran en sus corazones esperando sus beneficios y están llenos de la alegría del Espíritu, necesitan, en primer lugar, ceñirse del amor de Dios. En él se engrandece y se dilata la magnífica construcción de su justicia [...].

        Feliz el hombre de amor, que hace habitar en su corazón al Dios que es amor.

        Feliz el corazón, aunque sea humilde y estrecho, que pone dentro de sí, espiritualmente, como en una mora da tranquila, a aquel que ni el cielo ni la tierra puede contener [...].

        El amor crece y se dilata en aquellos que están ligados por una pasión natural, estando el uno junto al otro. Y en el connubio de las miradas permanece vigilante su pasión. Y crece y se vigoriza por el intercambio de palabras de pasión. Y la memoria permanece siempre vigilante, bajo los alicientes de la gran fuera del amor.

        Así, por el morar incesante junto a él, por la mirada sencilla de la inteligencia y la contemplación espiritual de éste y por el diálogo incesante con su recuerdo y la meditación de sus palabras, se dilata en el hombre la

pasión por Dios [...].

        El que se encuentra consumado por el amor de Dios dirige hacia él el impulso de su carrera y vuela por encima de todo. (Martyrios [Sahdona], Sull'amore perfetto per Dio e per glialtri, Magnano 1993, l l s s , passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amad la justicia y buscad al Señor con sencillez de corazón» (cf. Sab 1,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Dios mío, tú, que me has enriquecido tanto, permíteme también dar a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, Dios mío, en un largo diálogo. Cuando me encuentro en un rincón del campo, con los pies plantados en tu tierra y los ojos elevados hacia tu cielo, tengo a menudo el rostro inundado de lágrimas, único exutorio de mi emoción interior y de mi gratitud. También por la noche, cuando, acostada en mi litera, me recojo en ti, Dios mío, lágrimas de gratitud inundan a veces mi rostro, y ésa es mi oración.

        Estoy muy cansada desde hace algunos días, pero es una cosa que pasará como todo lo demás. Todo progresa siguiendo un ritmo profundo, un ritmo propio en cada uno de nosotros.

        Debería enseñarse a la gente a escuchar y a respetar ese ritmo: es lo más importante que un ser humano puede aprender en esta vida. No lucho contigo, Dios mío. Mi vida no es más que un largo diálogo contigo. Es posible que no llegue a ser nunca la gran artista que quisiera ser, pues estoy demasiado bien resguardada en ti, Dios mío. En ocasiones, quisiera grabar con un buril pequeños aforismos y pequeñas historias vibrantes de emoción. Mas la primera palabra que me viene a la mente, siempre la misma, es: Dios. Contiene todo y hace inútil todo lo demás. Toda mi energía creadora se convierte en diálogos interiores contigo. El oleaje de mi corazón se ha vuelto más ancho desde que estoy aquí, más animado y más apacible a la vez, y tengo la impresión de que mi riqueza interior se incrementa sin cesar (E. Hillesum, Diario: 1941-1943, Milán 1996, pp. 253ss [tomado de Paul Lebeau, Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam, 1941 - Auschwitz, 1943, Sal Terrae, Santander 2000, pp. 200-201]).

 

Día 13

Miércoles de la 32ª semana del Tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 6,1-11

1 Escuchad, pues, reyes, y entended; aprended quienes regís los confines de la tierra.

2 Prestad oído los que domináis a muchedumbres y os sentís orgullosos de la multitud de vuestros pueblos.

3 Porque el Señor os ha dado el poder, y la soberanía procede del Altísimo. El juzgará vuestras acciones y examinará vuestros designios.

4 Porque, siendo ministros de su Reino, no gobernasteis rectamente, no respetasteis la ley ni pusisteis en práctica la voluntad de Dios.

5 Terrible y repentino caerá él sobre vosotros, porque un juicio inexorable espera a los grandes.

6 Al pequeño se le perdona por piedad, pero los grandes serán examinados con rigor.

7 Pues el Señor de todos no retrocede ante nadie, ni la grandeza lo intimida, porque él hizo al pequeño y al grande, y cuida de todos por igual;

8 pero a los poderosos les espera un riguroso examen.

9 A vosotros, pues, soberanos, se dirigen mis palabras, para que aprendáis sabiduría y no pequéis.

10 Porque los que se conducen según las leyes santas serán reconocidos como santos, y los que se dejen instruir por ellas tendrán en ellas su defensa.

11 Así pues, desead mis palabras, anheladlas y seréis instruidos.

 

        *•• El autor, renovando la invitación lanzada ya al comienzo del libro, se dirige a los que gobiernan la tierra y dominan a las muchedumbres (w. ls) para que escuchen: esa escucha -que es principio de sabiduría- tiene por objeto la ley/sabiduría (según la identificación recogida, por ejemplo, en Bar 4,1), y es una escucha eficaz, que realiza lo que ha oído, configurando la vida a la Palabra del Señor (v. 4).

        La perspectiva en la que se sitúa esta exhortación es la del juicio de Dios (v. 3): toda autoridad viene de Dios (cf. 1 Cro 29,12: «La riqueza y la gloria proceden de ti. Tú eres el dueño de todo, en tu mano están la fuerza y el poder, la estabilidad y consistencia de todo»), y los soberanos son «ministros» -o sea, servidores- «de su Reino», de modo que serán juzgados según la fidelidad al servicio prestado, que, en última instancia, es el servicio al hombre. El juicio de Dios es imparcial -Job diría que él «no prefiere el pobre al rico» (Job 34,19), pues «ha creado al pequeño y al grande» (v. 7)-, pero su rigor está proporcionado a la responsabilidad de cada uno.

        Así pues, Dios «cuida» (v. 7) de todos, garantiza la justicia a los pequeños, pero mira con amor vigilante todo camino y, precisamente por eso, pide a cada uno según el poder (de servir) que se le ha concedido: por eso el mensaje, la invitación a la sabiduría que aparece en este fragmento, va dirigido a todos.

        La «defensa» (v. 10) y la «instrucción» (v. 11) del sabio es la Sabiduría, esposa ideal {cf. Sab 8,2ss), porque su compañía abre el camino de la inmortalidad, de la vida.

        No sorprende, por tanto, leer, en los versículos de la conclusión del fragmento (w. 9-12), los verbos del deseo y de la búsqueda amorosa: la sabiduría, mucho más que una filosofía, es un itinerario místico; encuentra y se hace encontrar, dejando satisfecha la pasión de quien «vela por ella» (6,15).

 

Evangelio: Lucas 17,11-19

11 De camino hacia Jerusalén, Jesús pasaba entre Samaría y Galilea.

12 Al entrar en una aldea, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

13 y comenzaron a gritar: -Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.

14 Él, al verlos, les dijo: -Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino quedaron limpios.

15 Uno de ellos, al verse curado, volvió alabando a Dios en voz alta,

16 y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano.

17 Jesús preguntó: -¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?

18 ¿Tan sólo ha vuelto a dar gracias a Dios este extranjero?

19 Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

 

        *» El evangelista Lucas nos propone en la perícopa de hoy el relato de un milagro hecho por Jesús: la curación de diez leprosos. La indicación «de camino hacia Jerusalén» (v. 11) recuerda a las que aparecen en Lc 9,51 y 13,22: el episodio narrado se desarrolla en el camino que conduce a Jesús hacia la cruz y la gloria de la resurrección, hacia la consumación de su vida; a lo largo de este recorrido, no cesa de enseñar a sus discípulos, de palabra y con obras.

        Diez leprosos salen al encuentro de Jesús y, gritando a voces (habla el dolor del hombre: cf. Le 4,33; 8,28; 23,46), piden su intervención piadosa (w. 12ss). Le llaman «maestro», nombre típico empleado por los discípulos, que, frecuentemente, es invocación y reconocimiento del poder de Jesús (cf. Le 5,5; 8,33; 9,33-49).

        Mientras van «a los sacerdotes» (v. 14), según el ritual de la purificación de Lv 14,2), quedan curados. Sin embargo, sólo uno vuelve y se echa a los pies de Jesús para darle las gracias (w. 15ss). Se trata de «un samaritano» (v. 16), de un «extranjero», por tanto (v. 18): para subrayar la condición de marginalidad en la marginación experimentada ya en la vida (v. 12: según Lv 13,45ss, los impuros estaban excluidos de la comunidad). Únicamente de él se dice que, por su «fe», no sólo ha sido curado, sino también y sobre todo «salvado» (v. 19). Como él, también los discípulos están llamados a vivir la fe como reconocimiento: con la capacidad de reconocer y, por consiguiente, de agradecer al Señor que se hace presente en la vida y en las muchas curaciones que realizó, venciendo la ignorancia que se abandona al goce de la saciedad del presente (cf. Jn 6,26).

 

MEDITATIO

        Puedo reconocerme en uno de los leprosos con los que se encontró Jesús; también yo he implorado su benévola intervención, también yo he sido curado, puesto que existo gracias a su misericordia.

        ¿Y qué más? ¿Puedo reconocerme también en el único que volvió sobre sus pasos y fue capaz de agradecer el favor recibido? La invitación a reflexionar y a verificar en qué medida la gratitud marca mis acciones me alcanza y me agita. No es fácil dar las gracias. Hay agradecimientos de conveniencias que casi oprimen a quien los recibe. Más frecuente es el silencio que expresa con elocuencia que «todo se me debe». Es ésta una actitud interior semejante a la del que, teniendo algún poder sobre otros, se arroga el derecho a hacer la ley.

        El Señor nos repite que no tiene acepción de personas, que cuida de todos y de cada uno. Las diferencias las marcamos nosotros: diferencias que se convierten en juicio. Si nos apropiamos de los dones de Dios –sean cuales sean-, nos excluimos del abrazo de su misericordia. Si nos mostramos agradecidos, manifestamos que nos reconocemos como criaturas, atentas a no enviar al vacío las palabras del Creador y Señor, contentas de poder servirle a él y a los hermanos.

 

ORATIO

        Hoy, mi oración, Señor, no puede ser más que agradecimiento. Gracias, porque me permites conocer lo que te gusta y eso es lo que me hace vivir. Gracias, porque no me juzgas siguiendo un arbitrio arcano, sino que dejas que mis obras mismas sean mi juicio. Gracias, porque tienes cuidado de todas las personas y lo manifiestas sobre todo dando tu Palabra que salva, que cura el mal profundo en cada uno.

        Gracias, porque tú mismo te has hecho para mí «acción de gracias», eucaristía. Cada vez que me alimento del pan y del vino eucarístico entro en comunión contigo: que, junto a ti, mi vida, toda ella, se convierta en una acción de gracias al Padre.

 

CONTEMPLATIO

        Hijo mío, acoge la disciplina y la sabiduría. No huyas de la disciplina y de la sabiduría, sino que si te es enseñada la sabiduría, acógela con alegría, y si te corrige en algo, haz lo que está bien. Mediante la corrección harás una corona para tu guía interior. Cíñete la santa sabiduría como un vestido; ten la nobleza de una buena conducta. Adquiere la austeridad de la disciplina; júzgate sólo a ti mismo como un juez sabio. No descuides mi enseñanza ni seas presa de la ignorancia, para que no extravíes a tu pueblo. No huyas de lo divino ni de la sabiduría que hay en ti, porque quien te instruye te ama mucho y te impondrá una austeridad adaptada a tu medida. Envía lejos la naturaleza animal que hay en ti y no permitas que entre en ti el pensamiento malvado.

        Está bien que llegues a saber el modo en el que te formo en la sabiduría. Si, como ves, está bien gobernar las cosas visibles, ¡cuánto mejor será que tú, que eres grande en toda la asamblea y en todo el pueblo, gobiernes cada cosa y te eleves de todas las maneras posibles mediante un Logos divino, una vez que te hayas convertido en señor de todo poder que da muerte al alma!

        Hijo mío, ¿acaso es normal que uno desee hacerse esclavo? ¿Por qué hay en ti esa mala turbación? Hijo mío, a nadie temas, excepto sólo a Dios, el Altísimo. Rechaza lejos de ti la astucia del diablo. Acoge la luz en tus ojos y rechaza lejos de ti las tinieblas. Vive en Cristo y conquistarás un tesoro en el cielo. No te conviertas en una selva de muchas cosas inútiles ni en guía de tu ignorancia, que es ciega (Abba Silvano el Egipcio, Voi siete miei amici, Magnano 1999, llss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así pues, desead mis palabras, anheladlas y seréis instruidos» (Sab6,ll).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En primer lugar, debemos comprender bien lo que se dice aquí a propósito del retorno. Sabemos que el retorno se encuentra en el centro de la concepción judía del camino del hombre: tiene el poder de renovar al hombre desde el interior y de transformar su ámbito en el mundo de Dios, hasta el punto de que el hombre del retorno es ensalzado por encima del zaddik perfecto, el cual no conoce el abismo del pecado. Ahora bien, retorno significa aquí algo mucho más grande que arrepentimiento y penitencia; significa que el hombre que está extraviado en el caos del egoísmo -en el que él mismo era siempre la meta prefijada- encuentra, a través de un viraje de todo su ser, un camino hacia Dios, a saber: el camino hacia la realización de la tarea particular a la que Dios le ha destinado precisamente a él, ese hombre particular (M. Buber, // Cammino dell'uomo, Magnano 1990, p. 51).

 

Día 14

Jueves de la 32ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 7,22-8,1

7,22 La sabiduría posee un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, límpido, diáfano, impasible, amante del bien, agudo,

23 expedito, benéfico, amigo de los hombres, estable, firme, libre de inquietudes, que todo lo puede, todo lo vigila y penetra en todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles.

24 Pues más móvil que todo movimiento es la sabiduría, y con su pureza todo lo atraviesa y lo penetra.

25 Es ella un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente; por eso nada manchado entra en ella.

26 Es una irradiación de la luz eterna, un espejo inmaculado de la actividad de Dios, una imagen de su bondad.

27 Aunque es una, lo puede todo; sin salir de sí, todo lo renueva, y, entrando en cada época en las almas santas, hace amigos de Dios y profetas.

28  Porque Dios sólo ama al que vive con la sabiduría.

29 Ella es más bella que el sol y supera a todas las constelaciones. Comparada con la luz sale vencedora,

30 porque la luz tiene que dejar paso a la noche, pero no hay maldad que prevalezca sobre la sabiduría.

8.1 Ella despliega su fuerza de un extremo a otro, y todo lo gobierna acertadamente.

 

        *• El autor, en la línea de algunos precedentes veterotestamentarios y con el respaldo de la tradición profético-sapiencial (véase, por ejemplo, Prov 8,22), procede a la personificación de la sabiduría, de la que elabora un elogio multiforme.

        La describe, de entrada, con una sucesión de veintiún atributos (w. 22ss), cifra simbólica que expresa la perfección absoluta, dado que se obtiene de multiplicar siete (número de la perfección) por tres (plenitud). Hay quien ha leído en el Nuevo Testamento la atribución a Cristo de las mismas características: pensemos, entre otras, en la agudeza (Ap 1,16), en el poder benéfico (Hch 10,38), en la filantropía (Tit 3,4)...

        En consecuencia, se ponen de manifiesto el origen y la naturaleza divinos de la sabiduría, utilizando (w. 25ss), en parte, la terminología bíblica y, en parte, la filosófica: en particular, hálito, emanación e irradiación expresan, aunque sea con diferentes matices, el origen y la consustancialidad con Dios; espejo e imagen expresan la identidad de la naturaleza (en la distinción). Por último, se trata de la actividad de la sabiduría, que se explica o bien haciendo «amigos de Dios y profetas», o bien (creando) renovando y gobernando «todo», puesto que la sabiduría lo mantiene todo unido {cf. Sab 1,7).

        En la teología posterior, el «espíritu de sabiduría» (Is 11,2) informará la acción de Cristo, a quien se atribuirá el primado en la creación (cf. Col 1,15-29) con las mismas funciones indicadas aquí y de quien se señalará su existencia, iluminada por el escándalo de la cruz, como «sabiduría de Dios» (cf. 1 Cor 1,24.30).

 

Evangelio: Lucas 17,20-25

En aquel tiempo,

20 a una pregunta de los fariseos sobre cuándo iba a llegar el Reino de Dios, respondió Jesús: -El Reino de Dios no vendrá de forma espectacular,

21 ni se podrá decir: «Está aquí o allí», porque el Reino de Dios ya está entre vosotros.

22 Después, dijo a sus discípulos: -Llegará el día en el que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo veréis.

23 Entonces os dirán: «Está aquí, está allí»; no vayáis ni los sigáis.

24 Porque como el relámpago brilla desde un punto a otro del cielo, así se manifestará el Hijo del hombre en su día.

25 Pero antes es preciso que sufra mucho y sea rechazado por esta generación.

 

        **• La perícopa de Lc 17,20-37, a la que pertenece el fragmento que acabamos de leer, constituye una especie de «pequeño apocalipsis lucano» (en Le 21,5-36 se encuentra una intervención más amplia) que se ocupa de la cuestión de la venida del Reino de Dios (w. 20ss) y del Hijo del hombre (w. 22-25).

        Ya está cerca Jerusalén, la meta del viaje de Jesús, y los discípulos «creían que el Reino de Dios debía manifestarse de un momento a otro» (Lc 19,11). Sin embargo, son los fariseos quienes interrogan a Jesús respecto al «cuándo» (v. 20): tras la experiencia del exilio de Babilonia (cf. Jr 25,11; 29,10) lo esperaban evaluando los tiempos y los signos (cf. Dn 9,2; 12,lss). En lo que respecta al Hijo del hombre, hay que mantener un discurso análogo.

        Con todo, tanto en un caso como en el otro -y ésta es la advertencia de Jesús- nadie puede decir: «Está aquí o está allí» (v. 21 y también en el v. 23). Es una invitación a acoger el Reino que ya está presente «entre vosotros» (v. 23) en la persona de Cristo («dedo de Dios»: Le 11,20), aunque no sea fácil reconocer la visita del Señor dentro de la historia, en los acontecimientos.

        Por lo que se refiere al retorno escatológico de Cristo, se llevará a cabo de improviso -especialmente para los que se dejen coger sin estar preparados-, pero será visible «desde un punto a otro del cielo» (v. 24). Ahora bien, antes es preciso que se cumpla el tiempo de la pasión y del rechazo por parte de los hombres (como está preanunciado en Le 9,22 y ratificado en 18,31-33).

        Hemos de recorrer todos los días de la vida, con su carga de sufrimientos y contradicciones: no puede haber historia de la salvación fuera de la misma historia.

 

MEDITATIO

        Dios está en medio de nosotros y está como Señor de lo que existe, porque él lo ha creado todo, porque lo ha redimido todo en la Pascua de Jesús. Sin embargo, el mundo funciona y sigue adelante sin él. Por otra parte, no hay necesidad de Dios como justificación de la realidad; ya Dietrich Bonhoeffer declaraba el final del «Dios-tapaagujeros».

        Con todo, precisamente ese mundo «autónomo» respecto a Dios, confiado a la técnica como nuevo espacio de «salvación», siente una gran voracidad de milagrería, de anuncios apocalípticos y corre allí donde el «santón» de turno proclama algo extraordinario. Viejos y nuevos milenarismos siguen atrayendo con gran fragor.

        La Escritura nos dice hoy que Dios está presente y actúa: nada ni nadie está excluido de su acción salvadora. La suya es una obra de amor, una acción que da valor de eternidad a lo que nosotros hacemos en el tiempo. Es una obra en favor nuestro: hace más significativo nuestro vivir y afirma nuestra dignidad de hijos suyos. ¡Dios está aquí! No para sustituirnos a nosotros, sino para hacer eterno nuestro vivir en el tiempo. Dios está aquí  no para poner un remiendo a nuestras insuficiencias, sino para que no se pierdan ni siquiera las migajas de nuestra existencia.

        Abramos los ojos, el corazón y las manos a él, que con la fuerza suavísima de su Espíritu colma de sí mismo toda realidad y la lleva a su consumación definitiva.

 

ORATIO

        Señor Dios, que acoges cada deseo de tus hijos y haces que dé frutos de vida, concédeme tu sabiduría, amante del bien, para que yo sepa reconocer el bien que hay en mí y a mi alrededor, semilla fecunda de tu Reino que está aquí.

        Concédeme tu sabiduría, amiga del hombre, para que yo sepa acoger y ofrecer una amistad sincera y fiel, profecía de tu Reino que está aquí.

        Concédeme tu sabiduría, estable, segura, sin afanes, para que yo sepa arraigarme en la roca de tu Palabra y consiga la certeza y la confianza en tu providencia, signo de tu Reino que está aquí.

 

CONTEMPLATIO

         [...] Este apetito tiene siempre el alma de entender pura y claramente las verdades divinas; y cuanto más ama, más adentro de ellas apetece entrar, y por eso pide lo tercero, diciendo: Entremos más adentro en la espesura.

        En la espesura de tus maravillosas obras y profundos juicios, cuya multitud es tanta y de tantas diferencias que se puede llamar espesura; porque en ellas hay sabiduría abundante y tan llena de misterios que no sólo la podemos llamar espesura; más aún, cuajada, según lo dice David, diciendo: Mons Dei, mons pinguis. Mons coagulatus, mons pinguis, que quiere decir: el monte de Dios es monte grueso y monte cuajado. Y esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro, por cuanto es inmensa y sus riquezas incomprehensibles, según lo exclama san Pablo, diciendo: O altitudo divitiarum sapientiae, et scientiae Dei: quam incomprehensibilia sunt judicial ejus, et investigabiles viae ejus! (¡Oh alteza de riquezas de sabiduría y ciencia de Dios, cuan incomprehensibles son sus juicios e incomprehensibles sus vías!). Pero el alma en esta espesura e incomprehensibilidad de juicios desea entrar, porque le mueve el deseo de entrar muy adentro del conocimiento de ellos, porque el conocer en ellos es deleite inestimable que excede todo sentido. De donde, hablando David del sabor de ellos, dijo: Judicia Domini vera, justificata tu semetipsa. Desiderabilia super aurum, et lapidem praetiosum multum: et dulciora super mel, et favum. Etenim servus tuus custodit ea, que quiere decir: los juicios del Señor son verdaderos y en sí mismos tienen justicia. Son más agradables y codiciados que el oro y que la preciosa piedra de gran estima, y son dulces sobre la miel y el panal; tanto, que tu siervo los amó y guardó. Por lo cual desea el alma en gran manera engolfarse en estos juicios y conocer más adentro en ellos, y a trueque de esto le sería gran consuelo y alegría entrar por todos los aprietos y trabajos del mundo y por todo aquello que le pudiese ser medio para esto, por dificultoso y penoso que fuese, y por las angustias y trances de la muerte, por verse más dentro en su Dios. De donde, también por esta espesura en la que aquí el alma desea entrarse, se entiende harto propiamente la espesura y multitud de los trabajos y tribulaciones en que desea esta alma entrar, por cuanto le es sabrosísimo y provechosísimo el padecer, porque ello es medio para entrar más adentro en la espesura de la deleitable sabiduría de Dios, porque el más puro padecer trae más puro e íntimo entender, y por consiguiente más puro y subido gozar, porque es de más adentro saber. Por tanto, no se contentando con cualquier manera de padecer, dice: «Entremos más adentro en la espesura»; es a saber, hasta los aprietos de la muerte por ver a Dios. De donde, deseando el profeta Job este padecer por ver a Dios, dijo: Quis detur veniat petitio mea: et quod expecto, tribuat mihi Deus? Et qui coepit, ipse me conterat: solvat manum suam, et succidat me? Et haec mihi sit consolatio, ut afligens me dolore, nan parcat, que quiere decir: ¿quién me dará que mi petición se cumpla y que Dios me dé lo que espero, y que el que me comenzó ése me desmenuce, y desate su mano y me acabe, y tenga yo esta consolación, que, afligiéndome con dolor, no me perdone? ¡Oh si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la espesura y sabiduría de las riquezas de Dios, que son de muchas maneras, sino es entrando en la espesura del padecer de muchas maneras, poniendo en esto el alma su consolación y deseo, y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina, desea primero el padecer en la espesura de la cruz para entrar en ella! Que por eso san Pablo amonestaba a los de Efeso que no desfalleciesen en las tribulaciones, que estuviesen fuertes y arraigados en la caridad, para que pudiesen comprehender con todos los santos qué cosa sea la anchura y la largura y la altura y la profundidad, y para saber también la supereminente caridad de la ciencia de Cristo: In chántate radicati, et fundati, ut possitis comprehendere cum ómnibus Sanctis, quae sit latitudo, et longitudo, et sublimitas, et profundum: scire etiam supereminentem scientiae charitatem Christi; y para ser llenos de todo henchimiento de Dios: Ut impleamini in omnem plenitudinem Dei. Porque para entrar en esta riquezas de sabiduría la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear entrar por ella es de pocos, mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos (Juan de la Cruz, Cántico espiritual B, estrofa 36, nn. 9-12).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La sabiduría hace amigos de Dios y profetas» (Sab 7,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Cuando yo era joven, la «religiosidad» era para mí la excepción. La «religiosidad» me alejaba por sí misma. Por otra parte estaba la existencia habitual, con sus negocios, aquí, en cambio, imperaba el arrobamiento, la iluminación, el éxtasis, sin tiempo ni causalidad. No tuvo lugar nada de particular: un día, tras una mañana de exaltación «religiosa», recibí la visita de un ¡oven desconocido, sin estar presente allí, no obstante, con toda el alma... No había venido a mí por casualidad, sino enviado por el destino no para una charla, sino para tomar una decisión, y precisamente a mí, precisamente en aquel momento.

        ¿Qué esperamos cuando estamos desesperados, pero buscamos también una persona? Probablemente, una presencia a través de la cual se nos diga que, pese a todo, la cosas tienen sentido. Desde entonces abandoné esa «religiosidad» que es solamente excepción, extrañamiento, evasión, éxtasis, o tal vez fui yo el abandonado por ella. Ahora no tengo más que la vida cotidiana de la que nunca me distraigo. El misterio ya no se pronuncia, se ha sustraído o bien mora aquí, donde todo sucede tal como sucede. Ya no conozco otra plenitud que la de cada hora mortal compuesta de pretensiones y responsabilidades. Muy lejos de estar en las alturas, sé, no obstante, que en la pretensión se me dirige la palabra y que puedo responder de manera responsable. Sé quién habla y me pide una respuesta. No sé mucho más. Si esto es religión, entonces la religión es todo, la totalidad vivida simplemente en su posibilidad de diálogo (M. Buber, Incontro. Frammenti autobiografía, Roma 1994, pp. 73ss, passim).

 

Día 15

San Alberto Magno

 

San Alberto nació en 1206 en el seno de una familia noble en Lauingen, en la Baviera alemana. Quien lo conoció dice de él que «era de buena talla y bien dotado de formas físicas. Poseía un cuerpo formado con bellas proporciones y perfectamente moldeado para todas las fatigas del servicio de Dios». Su familia soñaba con que fuera un hombre de leyes, pues no le faltaba ni dinero ni talento. Estudió en las mejores universidades que existían en Europa. Conoció a un gran predicador compatriota suyo y, movido por su oratoria y por el espíritu de sus sermones, decidió ingresar, con la oposición de su familia, en la orden de predicadores. Muy joven, fue enviado como profesor a su tierra, a Colonia, y más tarde a París. En la Sorbona tuvo como discípulo ilustre y predilecto a santo Tomás de Aquino. El papa Alejandro IV le nombró obispo, pero a los dos años, con nostalgia de su vida conventual dominicana, renunció al obispado. El 15 de noviembre de 1280, debilitado física y mentalmente, murió con serenidad y paz sobre su mesa de trabajo.

San Alberto Magno fue un místico que descubría a Dios en el encanto de la creación. Y un místico mariano, con una sencilla y profunda devoción a la Virgen María. Fue canonizado por Pío Xl el 16 de diciembre de 1931.

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 13,1-9

1 Totalmente insensatos son todos los hombres que no han conocido a Dios, los que por los bienes visibles no han descubierto al que es, ni por la consideración de sus obras han reconocido al artífice.

2 En cambio, tomaron por dioses, rectores del mundo, al fuego, al viento y al aire sutil; a la bóveda estrellada, al agua impetuosa y a los luceros del cielo.

3 Pues, si embelesados con su hermosura los tuvieron por dioses, comprendan cuánto más hermoso es el Señor de todo eso, pues fue el mismo autor de la belleza el que lo creó.

4 Y si tal poder y energía los llenó de admiración, entiendan cuánto más poderoso es quien los formó,

5 pues en la grandeza y hermosura de las criaturas se deja ver, por analogía, su Creador.

6 Éstos, con todo, merecen más ligero reproche, porque quizás se extravían buscando a Dios y queriendo hallarlo.

7 Se mueven entre sus obras y las investigan, y quedan seducidos al contemplarlas, ¡tan hermosas son las cosas que contemplamos!

8 De todas formas, ni siquiera éstos son excusables,

9 porque, si fueron capaces de escudriñar el universo, ¿cómo no hallaron primero al que es su Señor?

 

        **• «Los cielos cuentan la gloría de Dios» (Sal 19,2), pero los hombres no siempre han sido capaces de leer lo que cuenta la creación. Y así, el autor del libro de la Sabiduría, que vive en un contexto en el que la cultura helenística sirve de fondo a los cultos paganos politeístas, se encuentra reflexionando con el lenguaje filosófico de la analogía sobre cómo la grandeza y la belleza de la naturaleza no pueden hacer otra cosa que remitir a su autor. Es posible que se trate de una reflexión nacida de la meditación de los relatos del Génesis sobre el origen del cosmos (el todo armónico y bello), explicitado aquí, no obstante, por vez primera de esta forma. No es nueva la consideración de la grandeza de lo creado y del poder de Dios que a través de ella se expresa (v. 4; cf. Job 36,22-26; Is 40,12-14), pero sí es digno de señalar el acento que se pone en la belleza del mismo (v. 3).

       El autor nos invita a remontarnos al Señor de todas las criaturas, al que ha formado todo lo que existe, puesto que «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas» (Rom 1,20), y él, aun dejando que «cada pueblo siguiera su camino» (Hch 14,16), ha dejado en la creación sus huellas para que todos puedan encontrarle. Sin embargo, no siempre los hombres le reconocieron (v. 1): no le han encontrado (v. 9), se han equivocado (v. 6) dejándose seducir por las apariencias y por la belleza de las cosas (v. 7), llegando a considerar en ocasiones como dioses a los elementos de la naturaleza (v. 2). Su ignorancia (v. 1) no es, en definitiva, excusable (v. 8), «pues lo que se puede conocer de Dios lo tienen claro ante sus ojos, por cuanto Dios se lo ha revelado» (Rom 1,18).

 

Evangelio: Lucas 17,26-37

       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

26 Cuando venga el Hijo del hombre sucederá lo mismo que en tiempos de Noé.

27 Hasta que Noé entró en el arca, la gente comía, bebía y se casaba. Pero vino el diluvio y acabó con todos.

28 Lo mismo sucedió en los tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban.

29  Pero el día en el que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y acabó con todos.

30 Así será el día en el que se manifieste el Hijo del hombre.

31 Ese día, el que esté en la azotea y tenga en casa sus enseres que no baje a tomarlos; igualmente, el que esté en el campo que no vuelva atrás.

32 Acordaos de la mujer de Lot.

33 El que intente salvar su vida la perderá, pero el que la pierda la salvará. 34 Os aseguro que esa noche estarán dos juntos en la misma cama: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán.

35 Estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

37 Ellos le preguntaron: -¿Dónde, Señor? Y les contestó: -Donde esté el cadáver, allí se reunirán los buitres.

 

       *•• En el marco de la reflexión sobre los últimos tiempos, Jesús se remite a los acontecimientos de Noé (cf. Gn 6-8) y de Lot con su consorte (cf. Gn 19,24.26) para caracterizar los días del Hijo del hombre. Como en tiempos de Noé (w. 26ss) y de Lot (w. 28ss) el diluvio y el fuego, respectivamente, sorprendieron a los hombres, ocupados en comer, beber, casarse, trabajar, también es posible que ahora la venida del Señor nos coja sin estar preparados.

       Es preciso mirar bien a qué se dirige principalmente nuestra atención: comer, beber y darse a la alegría es el proyecto -frustrado por la muerte- del rico necio de Lc 12,19. No son los «enseres» (v. 31), las realidades materiales, lo que nos dará la vida; al contrario, tras haber convertido a Dios en el fulcro de nuestra vida, es preciso renunciar a ellas, sin echar la vista atrás, como hizo la mujer de Lot (v. 31; cf. Le 9,62). Recogiendo ahora lo que ya había dicho en Le 9,23, Jesús afirma: «El que intente salvar su vida la perderá, pero el que la pierda la salvará» (v. 33). Nótese que, en el primer caso, salvar (peripoiéomai) tiene el valor de conservar lo que se tiene; en el segundo caso, salvar (zoogonéo) implica no la conservación, sino la generación de una vida nueva que se produce en la pérdida.

       Hombres y mujeres (v. 34) tienen que estar preparados: «dónde» (v. 37), donde cada uno se encuentre, porque allí donde cada uno desarrolla su vida, allí le visita el Señor {cf. Ap 19,17 e Is 18,6; 34,15ss; Jr 7,33; 12,9; 15,3 para la imagen de las aves rapaces).

 

MEDITATIO

       La Palabra de Jesús nos dice hoy que él volverá, aunque no sabemos cuándo. Volverá, y entonces comprenderemos que nuestra vida vale en cuanto la entregamos a él, la gastamos en las ocupaciones diarias junto a él. Estar preparados es un hecho cotidiano: no puede sorprendernos la venida de aquel con quien estamos en continua relación.

       El orden creado, en su multiplicidad de formas y manifestaciones, nos ofrece el espacio de la relación con Dios. Y no sólo eso: las criaturas dicen algo del Creador. De esta suerte, la creación es el primer relato de la belleza y del amor de Dios y es también la primera palabra con la que respondemos a tanto amor. Hoy se habla mucho de «medio ambiente», de «naturaleza», de «ecología », y se habla con razón, porque nuestro sistema económico y nuestro estilo de vida occidental están devastando, alterando, suprimiendo lo que constituye nuestro espacio vital. Con todo, no tiene sentido convertirlo en un ídolo. No es en sí misma una cuestión de fina sensibilidad ecológica -aunque esta atención al orden creado tenga un valor-, sino que está en juego nuestra conciencia de criaturas en relación con el Creador. Estar preparados para el encuentro definitivo con él significa asimismo haber aprendido a encontrarle en las criaturas, respetándolas, admirándolas y promoviendo la vida particular y específica de cada uno.

 

ORATIO

       Hoy, Señor mío, quiero orarte haciendo mías las palabras de san Francisco. Como él, quiero unir mi voz a la de las otras criaturas para alabarte, Creador y Señor del universo.

¡Alabado seas, mi Señor, en todas las creaturas tuyas, especialmente el señor hermano Sol, por quien nos das el día y nos alumbras, y es bello y radiante con grande esplendor: de ti, Altísimo, es significación! ¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana Luna y las estrellas: en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas! ¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Viento, por el Aire y la Nube, por el Cielo sereno y todo Tiempo: por ellos a tus creaturas das sustento! Alabado seas, mi Señor, por la hermana Agua, la cual es muy útil y humilde, preciosa y casta! ¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Fuego: por él nos alumbras la noche, y es bello y alegre, vigoroso y fuerte! ¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra, que nos mantiene y sustenta, y produce los variados frutos con las flores coloridas y las hierbas!

       Y quiero invocarte: envía tu Espíritu para que nosotros, criaturas humanas, comprendamos la importancia de poner todos los medios para no apagar la voz de los seres que, con nosotros, pueblan este mundo: cada uno

por su parte refleja algo de tu belleza, preparado para estar contigo en la eternidad.

       ¡Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal, de quien ningún hombre viviente puede escapar! ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal! ¡Bienaventurados los que encuentre cumpliendo tu muy santa voluntad, pues la muerte segunda no les podrá hacer mal!

 

CONTEMPLATIO

       Dios, a causa de su caridad, hizo de modo que cuantos estaban lejos de él [...] percibieran su caridad con ellos y se [le] acercaran gracias a la mediación de las criaturas, puestas como escritura por su Poder y por su Sabiduría, es decir, por su Hijo y por su Espíritu. A través de las criaturas, pues, no sólo perciben la caridad de Dios Padre con ellas, sino también su Poder y su Sabiduría.

       En efecto, así como el que lee una escritura percibe a través de ella su belleza, junto con la voluntad de su redactor, el poder y la inteligencia de la mano y del dedo que la han escrito, así también quien observa a las criaturas de modo intelectual percibe la mano y el dedo de su creador junto con su voluntad, o sea, su caridad [...].

       Ahora bien... del mismo modo que la cosa escondida en la escritura está oculta a los que no saben leer esta [última], aunque la miren, así también quien carece de inteligencia de las criaturas visibles carece [también] de la percepción intelectual escondida en ellas, aunque las mire. En cambio, el que en virtud de su solicitud y pureza está instruido en ellas, sabe que todas le revelan a él [en su interioridad], y, cuando haya percibido estas cosas, entonces también él anunciará la sabiduría y el poder de su propia constitución y proclamará incesantemente la voluntad de la Caridad incomprensible, a la que sirven el Poder y la Sabiduría [...].

       Y si la escritura, que sirve a los alejados, puede hacer saber lo que ha sucedido y lo que sucederá, cuánto más la Palabra y el Espíritu conocerán y anunciarán todo al intelecto, su «cuerpo». Y digo en verdad: muchas puertas, llenas de diversas distinciones, me han salido al encuentro en este lugar... (Evagrio Póntico, Lo scrigno Della sapienza, Magnano 1997, pp. lóss, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que intente salvar su vida la perderá, pero el que la pierda la salvará» (Lc 17,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       El sentido de lo bello, aunque mutilado, deformado, ensuciado, permanece, a pesar de todo, como un impulso poderoso en el corazón humano. Está presente en todas las preocupaciones de la vida profana. Si se volviera auténtico y puro, transportaría toda la vida profana como un solo bloque a los pies de Dios y así haría posible la encarnación total de la fe. Por lo demás, la belleza del orden creado es, en general, la vía más común, la más fácil y natural. Como Dios se precipita a cada alma en cuanto ella parece abierta, para amar y servir a través de ella a los desventurados, así se precipita también para amar y admirar a través de ella la belleza sensible de su propia creación.

       Con todo, lo contrario es todavía más verdad: la tendencia natural del alma a amar la belleza es la trampa más frecuente de la que se sirve Dios para abrirla al soplo que viene de lo alto. La belleza del orden creado es la sonrisa de ternura que nos dirige Cristo a través de la materia. El está realmente presente en la belleza del universo. También éste, por tanto, se asemeja a un sacramento.

       El amor físico, en todos sus aspectos, desde el más noble -tanto el verdadero matrimonio como el amor platónico- hasta el más bajo, incluso hasta el vicio, tiene por objeto la belleza del orden creado. El deseo de amar en un ser humano la belleza de la creación es, en su esencia, el deseo de la encarnación. El amor físico, en todos sus aspectos, se siente atraído unas veces más y otras menos por la belleza -y las excepciones tal vez sean sólo aparentes-, porque la belleza de un ser humano lo hace aparecer a la imaginación como algo equivalente a la belleza del orden creado. Por eso son graves los pecados en ese campo: constituyen una ofensa a Dios por el hecho mismo de que el alma, sin saberlo, está buscando a Dios (S. Weil, Attesa di Dios, Milán 1991, pp. 123ss, passim [edición española: A la espera de Dios, Editorial Trotta, Madrid 1996]).

 

Día 16

Sábado de la 32ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 18,14-15b; 19,6-9

18,14 Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su veloz carrera,

15 tu omnipotente palabra se lanzó desde el cielo, desde el trono real, cual implacable guerrero, sobre aquella tierra destinada al exterminio.

19,6 porque toda la creación, obediente a tus mandatos, tomaba nuevas formas en su misma naturaleza, para guardar de todo mal a tus hijos:

7 se vio a la nube dar sombra al campamento y de lo que antes era agua emerger la tierra seca. El mar Rojo se convirtió en un camino transitable y el oleaje impetuoso en una llanura verdeante,

8 por donde pasó un pueblo entero, protegido por tu mano, contemplando prodigios admirables.

9 Parecían caballos pastando en la pradera, y retozaban como corderillos mientras te alababan a ti, Señor, su libertador.

 

       *•• El autor del libro de la Sabiduría, recorriendo en sus etapas principales la historia del pueblo de Israel, lee en ella la obra de la Sabiduría, que obra de acuerdo con la voluntad de Dios. En los pasajes que hemos leído hoy, se detiene a considerar los acontecimientos del éxodo. En los w. 14-16 del capítulo 18 relata, en una escena de sabor apocalíptico, la muerte de los primogénitos egipcios, atribuida a Dios por mano del ángel exterminador: signo decisivo que abre el camino a la salida del pueblo de Israel de Egipto (cf. Ex 11-12). Se hace una mención particular del tiempo («la noche llegaba a la mitad»: v. 14; cf. Ex 11,4.12.29) en el que se dio ese signo.

       La Sabiduría es identificada con la Palabra eficaz de Dios {cf. Is 11,4; 55,11): como el guerrero que produce un «exterminio» con su espada afilada (v. 15), la Palabra de la Sabiduría que llena el universo actúa en favor del pueblo de Dios, en una noche de tragedia y libertad.

       En los w. 6-9 del capítulo 19 se pone la atención en la travesía del mar Rojo. Y aparece casi una nueva creación donde al «espíritu» que «aleteaba sobre las aguas» del caos primordial (Gn 1,2) le corresponde la «nube» que acompaña en su camino al pueblo (Nm 9,15-23) y fecunda como «sombra» (cf. Le 1,35) sus etapas: aparecen entonces la «tierra seca», la «llanura verdeante» y el «camino libre» para el paso de los hombres protegidos por la mano de Dios (Ex 14,21ss como en Gn 1,9-12).  En definitiva, no sólo la naturaleza lleva en sí misma las huellas de Dios, que la ha creado, sino que toda la historia está surcada por su presencia, como se dirá, con mirada sintética, al final de este libro: «Por todos los medios, Señor, engrandeciste y cubriste de gloria a tu pueblo y no dejaste de asistirlo en todo tiempo y lugar» (19,22).

 

Evangelio: Lucas 18,1-8

En aquel tiempo,

1 para mostrarles la necesidad de orar siempre sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola:

2 -Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres.

3 Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: «Hazme justicia frente a mi enemigo».

4 El juez se negó durante algún tiempo, pero después se dijo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie,

5 es tanto lo que esta viuda me importuna que le haré justicia, para que deje de molestarme de una vez».

6 Y el Señor añadió: -Fijaos en lo que dice el juez inicuo.

7 ¿No hará, entonces, Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les hará esperar?

8 Yo os digo que les hará justicia inmediatamente. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?

 

       *» «Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre» (Lc 21,36). Jesús, para ilustrar la necesidad de «orar siempre» (18,1), cuenta la parábola del juez inicuo y la viuda importuna.

       Si la verdadera religión es «socorrer a los huérfanos y las viudas» (Sant 1,27), el juez del relato es verdaderamente un juez inicuo -ni teme a Dios ni se preocupa por nadie (w. 2 y 4)-; sin embargo, la insistencia de la viuda, que, en su necesidad, continúa importunándole (recuerda al amigo importuno de Lc 11,1-8), logra triunfar sobre su indiferencia. Del mismo modo, es preciso que nos dirijamos continuamente (v. 5) a Dios, seguros de que escuchará a quien grita a él «día y noche» (v. 7; cf. La relación que existe entre la justicia divina y la oración del humilde en Eclo 35,11-24). También san Pablo, que se ocupa en diferentes ocasiones del tema de la oración incesante (cf. Ef 6,18; 1 Tes 5,17), subraya que la oración es una auténtica lucha con Dios (cf. Rom 15,30).

       Ahora bien, la condición es que tengamos «fe» (v. 8): el riesgo que se cierne ahora es que estemos tan preocupados por otras cosas (cf. Le 17,27ss: comer, beber...) que olvidemos buscar, en primer lugar, el Reino de Dios. Dios hace justicia (expresión repetida en otras ocasiones: vv. 3,5,7ss) a quien no se cansa de pedirla; escucha y abre la puerta, incluso cuando la noche ya está avanzada, a quien no deja de insistir.

 

MEDITATIO

       No existe -posiblemente- ninguna persona que, en algún momento de su existencia, no haya deseado percibir de una manera sensible la presencia de Dios, tener signos inequívocos que prueben que se interesa por nosotros y que nuestra fatigosa oración llega a él.

       Es posible que también yo lo haya deseado, pero tal vez me he quedado perplejo y decepcionado. ¡Qué difícil es entrar en relación con Dios! ¡Qué difícil es estar en relación con él, una relación en la que me escapa el «tú»... Pero la Palabra de Dios -puesto que él me habla en las Escrituras- me recuerda hoy algo que olvido con frecuencia: Dios me cita en la historia, en ella puedo tejer una relación con él. No son los espacios indefinidos de experiencias esotéricas los que me conducen al encuentro con Dios, sino que son los acontecimientos concretos que forman mi vivir y el vivir humano los que me dicen algo de Dios, los que me revelan algo de él, los que me evocan algo de su acción misericordiosa y salvadora. Dios no «maniobra» en la historia: la custodia y la sostiene, hace que todo concurra a la realización de su obra de salvación.

       Todo esto interpela a mi fe. ¿Acaso pienso que la relación con Dios es algo distinto a la fe? ¿Acaso pienso que la relación con Dios es un hecho que se produce por necesidad, el reflejo de un ímpetu emotivo? El Señor -que tanta importancia a da mi relación con él- me lo repite una vez más: si creo en él, le descubriré presente; si creo en él, me daré cuenta de que me escucha. La fe no inventa algo que no es, sino que nos hace capaces de ver lo que escapa a la mirada presurosa, superficial, encerrada en sí misma, y nos hace capaces de ver lo que es verdaderamente real.

 

ORATIO

       Quisiera tener, oh Dios, la fuerza suficiente para no cesar nunca de importunarte; quisiera esa inquietud que no encuentra reposo hasta que no llega a ti. Sé tú, Señor, el interlocutor de mis peticiones en esta historia que, en ocasiones, parece enloquecida y, muchas otras, me resulta incomprensible. Dime cómo hacer para vislumbrar tus huellas en nuestros caminos envueltos en nieblas, fangosos, tortuosos...

       ¡Dios de la historia, haz crecer mi fe! Te pido esa fe sencilla que no tiene miedo de reconocerte entre las curvas de nuestro andar; que es capaz de verte obrando como roca que sostiene todo el lodo de nuestro vivir; que es capaz de verte vivo, como luz radiante que disipa nuestras nieblas en un destino de vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

       La causa también por que el alma no sólo va segura cuando va así a oscuras, sino aun se va más ganando y aprovechando, es porque comúnmente, cuando el alma va recibiendo mejoría de nuevo y aprovechando, es por donde ella menos entiende; antes muy de ordinario piensa que se va perdiendo, porque, como ella nunca ha experimentado aquella novedad que le hace salir y deslumbrar y desatinar de su primer modo de proceder, antes piensa que se va perdiendo que acertando y ganando, como ve que se pierde acerca de lo que sabía y gustaba, y se ve por donde no sabe si gusta. Así como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas, va por nuevos caminos no sabidos ni experimentados, que [camina no] guiado por lo que sabía antes, sino en dudas y por el dicho de otros, y claro está que éste no podría venir a nuevas tierras ni saber más de lo que antes sabía si no fuera por caminos nuevos nunca sabidos, y dejados los que sabía. Ni más ni menos el que va sabiendo más particularidades en un oficio o arte, siempre va a oscuras no por su saber primero, porque si aquél no dejase atrás nunca saldría de él ni aprovecharía en más.

       Así, de la misma manera, cuando el alma va aprovechando más, va a oscuras y no sabiendo. Por tanto, siendo (como habernos dicho) Dios [aquí] el maestro y guía de este ciego del alma, bien puede ella -ya que lo ha venido a entender (como aquí [decimos])- con verdad alegrarse y decir: a escuras y segura (Juan de la Cruz, «Noche oscura», II, 16, n. 8, en id., Obras completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 141994, pp. 560-561).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú escuchas, Señor, el grito de nuestra fe» (cf. Lc 18,7ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Es necesario que encontremos el silencio de Dios no sólo en nosotros mismos, sino también en el otro. Si los otros no nos hablan con palabras que proceden de Dios y comunican con el silencio de Dios que hay en nuestras almas, permaneceremos aislados en nuestro mismo silencio, del que Dios tiende a sustraerse.

       Y es que el silencio interior depende de una búsqueda continua, de un arito incesante en la noche, de un repetido inclinarse sobre el abismo. Si nos adherimos a un silencio que pensamos haber encontrado para siempre, desistimos de la búsqueda de Dios y muere el silencio en nosotros. Un silencio en el que ya no buscamos a Dios cesa de hablarnos de él. Un silencio del que Dios no parece ausente amenaza de manera peligrosa su continua presencia. Y es que lo encontramos cuando le buscamos, y cuando no le buscamos huye de nosotros. Lo oímos sólo cuando esperamos oírle, y si dejamos de escucharle, creyendo que nuestra esperanza ya se ha realizado, él deja de hablar; su silencio ya no es vida, sino que se convierte en muerte, aunque lo carguemos de nuevo con el eco de nuestro estrépito emotivo (Th. Merton, Pensieri nella solitudine, Roma 1959, p. 83 [edición española: Pensamientos de la soledad, Edhasa, Madrid 1971]).

 

Día 17

33° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Malaquías 3,19-20a

Así dice el Señor:

19 Ya viene el día, abrasador como un horno; todos los arrogantes, todos los malvados, no serán entonces más que paja. Ese día que está llegando, dice el Señor todopoderoso, los abrasará y no dejará de ellos ni rama ni raíz.

20 Pero sobre vosotros, los que honráis mi nombre, se alzará un sol de justicia.

 

*•• El fragmento que hemos leído, tomado de la sección sexta del libro (3,13-21), está iluminado por la llegada de un día cuyo calor abrasará hasta la raíz de los árboles que dan frutos venenosos, sin que puedan volver a germinar. Sin embargo, un «sol de justicia» extenderá sus rayos como alas para recubrir y calentar a quienes todavía experimentan los escalofríos ante los crímenes y los delitos.

Ese día, una vez eliminados los asesinos, se podrá salir, por fin, de casa y vivir con alegría, como terneros que salen del cercado. Ese día, por tanto, permite recuperar la calidad de la vida para aquellos que apuestan por ser personas rectas ante Dios, mientras que marcará el fracaso de los que buscan ganar explotando a los miembros de su pueblo, conspirando junto con los criminales que encuentran.

También en otros libios de la Biblia se habla del «día del Señor» como día de salvación y de condena (Mal 3,2; Is 2,6-22; Am 5,18-20; Sof 1,15-18). Malaquías también habla de él porque quiere que el pueblo, una vez vuelto del exilio, recupere su cualidad más pura: en el culto, en la vida, en sus valores más elevados. No se contenta con la mediocridad, no le basta, por ejemplo, que se haya reconstruido el templo. Quiere que, empezando por el templo, todo se haga bien, en un clima de respeto al mismo Dios. Quiere que todo el pueblo esté preparado para contemplar el sol de su justicia y no dude de que éste permanecerá aunque, en plena tempestad, se acumulen las nubes ((cf. 2,18).

 

Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 3,7-12

Hermanos:

7 Conocéis perfectamente el ejemplo que os hemos dado, porque no hemos vivido ociosamente entre vosotros

8 ni hemos comido de balde el pan de nadie; al contrario, hemos trabajado con esfuerzo y fatiga día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros.

9 ¡Y no es que no tuviéramos derecho a ello! Pero quisimos daros un ejemplo que imitar.

10 Porque ya cuando estábamos entre vosotros os dábamos esta norma: El que no quiera trabajar que no coma..

11 Pues bien, tenemos noticia de que algunos de vosotros viven ociosamente, sin otra preocupación que curiosearlo todo.

12 De parte de Jesucristo, el Señor, les mandamos y exhortamos a que trabajen en paz y se ganen el pan que comen.

 

**• Tras la ortodoxia, en la última parte de la segunda Carta a los Tesalonicenses se recomienda la ortopraxis. Un pasaje como éste está dictado por el comportamiento extravagante de algunos miembros de la comunidad que habían abandonado su puesto de trabajo en nombre del Evangelio, tal vez a causa de la fe en una inminente manifestación del Señor. Este cristianismo vivido entre las nubes no ayudaba al crecimiento de la comunidad ni a su credibilidad en el ambiente de Tesalónica.

Pablo había encontrado ya muchos vagabundos dedicados a procurar molestias al prójimo y se había visto obligado a demostrar, trabajando, que no era como ellos. Por consiguiente, no había necesidad de tener otros precisamente dentro de la comunidad. El apóstol, que aunque estaba revestido de la autoridad de guía se había «camuflado» en Tesalónica entre los trabajadores y no se había avergonzado de ganarse el pan como ellos, no quiere que nadie deje de trabajar y viva sin esquemas de referencia. Propone, más bien, la mimesis-es decir, la imitación- de su propia conducta.

En efecto, el mismo Pablo les suministra la más evidente demostración de la viabilidad del mensaje cristiano en todos los ambientes de vida. Las palabras de la carta recuerdan los dichos del Evangelio sobre el siervo fiel y vigilante que el señor encuentra despierto. Éste recibirá su recompensa precisamente porque no ha abandonado su ocupación, sino que, por estar seguro de la vuelta del Señor, le hace encontrar todo en orden y a él mismo dispuesto (cf. Le 12,35-48).

 

Evangelio: Lucas 21,5-19

En aquel tiempo,

5 al oír a algunos que hablaban sobre la belleza de las piedras y exvotos que adornaban el templo, dijo:

6 -Vendrá un día en que todo eso que veis quedará totalmente destruido; no quedará piedra sobre piedra.

7 Entonces le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo será eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder?

8 Él contestó: -Estad atentos, para que no os engañen. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy, ha llegado la hora». No vayáis detrás de ellos.

9 Y cuando oigáis hablar de guerras y de revueltas, no os asustéis, porque es preciso que eso suceda antes, pero el fin no vendrá inmediatamente.

10 Les dijo además: -Se levantará nación contra nación y reino contra reino.

11 Habrá grandes terremotos y, en diversos lugares, hambres, pestes, apariciones terroríficas y grandes portentos en el cielo.

12 Pero antes de todo eso, os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre.

13 Esto os servirá para dar testimonio.

14 Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa,

15 porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios.

16 Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos, y a algunos de vosotros os matarán.

17 Todos os odiarán por mi causa.

18 Pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.

19 Si os mantenéis firmes, conseguiréis salvaros.

*»• Las piedras del templo caerán bajo los golpes de las legiones romanas en el año 70, después de que el fuego de los dominadores extranjeros se inflame para incendiar los paramentos sagrados. La comunidad cristiana de los orígenes, sostenida por la Palabra de su Señor, reflexiona sobre estos acontecimientos y verifica su capacidad de resistencia en este trance delicado de la historia.

La enseñanza de Jesús nos lleva a comprender que el final del templo no coincide ni con el final del tiempo ni con la parusía. Si bien desde muchos lugares se habían elevado voces en este sentido por parte de personajes que se presentaban con prerrogativas mesiánicas, en la comunidad cristiana resuena con fuerza la voz de aquel que dice «Yo soy» en el hoy salvífico de la historia, incluso en medio de la confusión producida por los desbarajustes políticos y bélicos. Lo que tienen que hacer los  discípulos, en medio de tantos falsos profetas de mal agüero, es ser testigos del verdadero Señor de la historia, sus siervos fieles que saben esperar, soportar, perseverar en el trabajo humilde y sencillo de cada día (Lc 17,10).

Como siervos proclamarán unas palabras tan verdaderas ante los jefes de las sinagogas, los gobernadores y los reyes que éstos no sabrán qué responder. En consecuencia, se hace justicia a la sabiduría tanto en el tiempo de la fiesta como en el tiempo del llanto y del luto (7,35). Bendito sea, pues, el Padre celestial, que ha revelado a los pequeños el misterio de su Reino {cf. 10,21). Lo hace ahora, con la Palabra de Jesús, y lo hará siempre a lo largo de la historia, con la palabra repetida y predicada por los apóstoles y por los discípulos. Es una palabra de aliento: «Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá» (Lc 21,18; cf. 12,7). La capacidad de aguante debe ser entendida, pues, no como victimismo, sino como alegría en el martirio (cf Esteban en Hch 7,59), paz en la hora de la disidencia doméstica, deseo de dar la vida por el Señor. Aunque el templo haya sido destruido, Dios no deja de construir su Reino, no permite que su pueblo, reunido por Cristo, sea presa del pánico.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios presenta la posibilidad de hacer, de construir, de trabajar en torno a un proyecto como algo real en cada momento de la historia, incluso en los más tenebrosos. Ante el hundimiento de cierto modelo de vida y la disgregación de los valores tradicionales, sería un acto de desconfianza decir: «No puedo hacer nada». Sería, además, vivir fuera del tiempo intentar volver a poner en pie viejas instituciones, echando de menos con nostalgia la vida de un tiempo pasado, mostrándonos incapaces de dialogar con el mundo actual.

El compromiso que tenemos es el de construir el Reino de Dios en el hoy, reconociéndolo como tiempo de salvación en el que Dios nos pide que trabajemos en su nombre. Pablo, en un pasaje de la primera Carta a los Corintios, habla de la obra de edificación de la comunidad, de trabajar con el mejor material, que será cribado y varado al final (1 Cor 3,12-17). Del mismo modo que las construcciones son sometidas a prueba en los cataclismos, así los desbarajustes de la historia ponen a prueba la resistencia de una comunidad cristiana, el aguante de nuestra fe. En determinados momentos se ve cómo hemos construido, qué material hemos empleado, en qué proyectos está basado. ¿Se apoya nuestra casa en la roca que es Cristo (cf. Mt 7,24-27)?

La certeza de que habrá un final no puede llevarnos a dejar de remar, sino a garantizar un futuro a nuestros hermanos, a obrar de modo que todos se sientan inflamados y alegrados por la aparición del «sol de justicia». De ahí la imposibilidad de huir de este tiempo. El trabajo cotidiano, sea del tipo que sea, es el lugar de la fiel espera de la intervención definitiva de Dios por parte del hombre, es el lugar donde, como cristianos, estamos llamados a dar un buen testimonio de Cristo. La vida cotidiana, el silencio, la sencillez, son los caminos que hemos de escoger, en este tiempo, para hablar de la sabiduría ante los poderosos del mundo.

 

ORATIO

Señor Jesús, concédeme hoy tu espíritu de perseverancia, para llevar adelante los compromisos que me han sido confiados.

Concédeme poder amar a los que me persiguen y haz que, a tu vuelta, me puedas encontrar dispuesto.

Que yo pueda resplandecer por tu justicia delante de los hombres gracias a tu luz en el momento de tu venida.

Te ruego también por mis compañeros de trabajo y por aquellos que, a causa de su profesión, están lejos de sus seres queridos. Llena de valor su corazón y recompénsales por sus fatigas.

 

CONTEMPLATIO

Vemos, un mar turbado desde los abismos, navegantes que flotan muertos sobre las olas y otros sumergidos, las tablas de los barcos sueltas, las velas desgarradas, los mástiles destrozados, los remos sueltos de las manos de los remeros, los pilotos no sentados al timón, sino en el puente, con las manos entre las rodillas: gimen por su impotencia frente a los elementos, gritan, se lamentan, sollozan; no se divisa ni el cielo ni el mar, sino sólo las tinieblas profundas, impenetrables y turbias, hasta tal punto que ni siquiera se puede ver al vecino, y de todas partes caen monstruos marinos sobre los navegantes.

Pero ¿por qué intento describir lo que no se puede? Aunque busque cualquier imagen que exprese los males presentes, mi discurso queda superado por la realidad y retrocede. Sin embargo, aunque lo vea bien, no renuncio a la buena esperanza, pensando en el piloto de todo el universo, que no supera la borrasca con su arte, sino que deshace el huracán con un ademán. No lo hace de buenas a primeras o de inmediato, sino que acostumbra a actuar así: no aniquila los males al principio, sino cuando han crecido, cuando llegan al extremo, cuando los más ya desesperan: entonces realiza sus prodigios y sus maravillas, mostrando de este modo su poder y ejercitando en la paciencia a aquellos sobre quienes han caído los males.

No te abatas por tanto. Una sola cosa, oh Olimpia, hay que temer, una sola es la tentación verdadera: el pecado. Nunca he cesado de repetir este discurso a tus oídos: todo lo demás son fábulas, aunque se hable de insidias, de hostilidades, de engaños, de calumnias, de insultos, de acusaciones, de confiscaciones, de exilio, de espadas afiladas, de mar, de guerra en toda la tierra. Por muy glandes que sean estas tribulaciones, son temporales, limitadas; subsisten sólo en el cuerpo mortal y no perjudican al alma vigilante. Por eso, el bienaventurado Pablo, queriendo mostrarnos la mezquindad de lo que es útil y de lo que es doloroso en la vida presente, lo resume todo con una sola expresión diciendo: «Las realidades que se ven son transitorias». ¿Por qué, entonces, tienes miedo de lo que es transitorio y discurre como la corriente de un río? Así son, en efecto, las realidades presentes, sean favorables o molestas (Juan Crisóstomo, Carta a Olimpia, 1,1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nos visitará el sol que nace de lo alto» (Lc 1,78).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hemos sido testigos silenciosos de acciones malvadas, conocemos una más del diablo, hemos aprendido el arte de la simulación  y del discurso antiguo, la experiencia nos ha hecho desconfiar de los hombres y con frecuencia hemos quedado en deuda con ellos en lo que respecta a la verdad y a la palabra libre, conflictos insostenibles nos han vuelto dóciles o tal vez incluso cínicos: ¿podemos ser útiles todavía? No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos. ¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y de la rectitud? (D. Bonhoeffer, Resistenza e resa, Cinisello B. 21988, pp. 73ss [edición española: Resistencia y sumisión, Ediciones Sígueme, Salamanca 1983]).

 

Día 18

Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo

 

En este día se celebra, desde el siglo IV, una fiesta en honor de los templos dedicados a los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo. Han sido tantas las peregrinaciones a estos lugares, donde, según la tradición, murieron estos dos santos, que se ha reservado este día para festejar y venerar la basílica de san Pedro, en el Vaticano, y la de san Pablo, en la vía Ostiense.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Macabeos 1,10-15.41-43.54.62-64

En aquellos días,

10 de aquellos generales salió un retoño impío, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y comenzó a reinar el año 137 de la era de los griegos.

11 Por entonces surgieron israelitas apóstatas que sedujeron a muchos diciendo: -Pactemos con los pueblos de alrededor, pues desde que nos hemos separado de ellos nos han venido muchos males.

12 Les pareció bien la propuesta,

13 y algunos del pueblo - fueron a ver al rey. El rey les autorizó a seguir las costumbres paganas

14 y, siguiendo dichas costumbres, edificaron un gimnasio en Jerusalén,

15 disimularon la circuncisión, abandonaron la alianza santa para asociarse a los paganos y se vendieron para hacer el mal.

41 El rey ordenó que todos sus súbditos formaran un solo pueblo

42 y que cada uno abandonara sus costumbres propias. Todos los gentiles aceptaron la orden del rey,

43 y muchos israelitas se acomodaron a la religión oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.

54 El quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, Antíoco mandó colocar un altar sacrílego encima del altar del sacrificio y edificó altares en las ciudades judías de los alrededores.

55 En las puertas de las casas y en las calles se ofrecía incienso;

56 rasgaban y quemaban los libros de la ley que encontraban.

57 Al que le encontraban el libro de la alianza y al que observaba la ley se les condenaba a muerte de acuerdo con el decreto real.

62 Pero hubo muchos israelitas que se mantuvieron firmes y decidieron no comer alimentos impuros.

63 Prefirieron morir antes que contaminarse con tales alimentos y profanar la alianza santa, y efectivamente murieron.

64 Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

 

       ** El primer libro de los Macabeos, del que sólo tenemos la versión griega, relata los acontecimientos de la insurrección judía contra Antíoco IV de Siria, en el siglo II a. de C. Los fragmentos que constituyen la lectura de hoy presentan la figura del rey perseguidor, así como la de los impíos que, entre los mismos israelitas, abandonaron la fe de los padres para seguir la idolatría del dominador.

       Antíoco IV es definido, desde el mismo momento de su ascensión al trono, como un «un retoño impío» (y. 10). Sin embargo, la atención se concentra de inmediato en los judíos que se pusieron de parte del rey pagano, que eran, por tanto, todavía más condenables que él: éstos traicionaban esperando obtener ventajas personales, y por eso se dice de ellos que se «vendieron» (v. 15). Fueron ellos quienes introdujeron los usos paganos en la ciudad santa: construyeron el gimnasio, renegaron de la alianza, ocultaron de una manera artificial el signo sagrado de la circuncisión. Los w. 41-43 refieren el decreto del rey que unificaba a los pueblos sometidos aboliendo las leyes particulares y las autonomías: es una unidad buscada en oposición a la voluntad del Señor, como en el mito de la torre de Babel. Fueron muchos los judíos que aceptaron la imposición y abandonaron la ley del Señor, particularmente el precepto del sábado.

       El colmo de la profanación se produjo cuando Antíoco hizo colocar un ídolo sobre el altar del templo de Jerusalén y ordenó hacer sacrificios a los ídolos en todas las ciudades de Judá. La persecución se abatió sobre los judíos fieles: la simple posesión de libros sagrados, que tenían que ser destruidos, era castigada con la muerte (w. 54-57). Con todo, muchos conservaron la fe a pesar de la persecución: siguieron escrupulosamente la observancia de las disposiciones alimentarias por ser el símbolo de una fidelidad que se debía conservar incluso a costa de la vida. Esta perseverancia de los creyentes desencadenó el furor de los perseguidores (w. 62-64).

 

Evangelio: Lucas 18,35-43

35 Cuando se acercaba Jesús a Jericó, un ciego, que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna,

36 oyó pasar gente y preguntó qué era aquello.

37 Le dijeron que pasaba Jesús, el Nazareno.

38 Entonces él se puso a gritar: -Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.

39 Los que iban delante le reprendían diciéndole que se callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: -Hijo de David, ten compasión de mí.

40 Jesús se detuvo y mandó que se lo trajesen. Cuando lo tuvo cerca, le preguntó:

41 -¿Qué quieres que haga por ti? El respondió: -Señor, que recobre la vista.

42 Jesús le dijo: -Recóbrala; tu fe te ha salvado.

43 En el acto recobró la vista y siguió dando gloria a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, se puso a alabar a Dios.

 

       **• Los dos personajes, Jesús y el ciego, se perfilan sobre el fondo de la muchedumbre, que sirve de contraste. El movimiento de ambos es opuesto y convergente: el ciego «estaba sentado» con una actitud de inactividad pasiva y resignada (pide limosna), de marginación y aislamiento (junto al camino); Jesús se hace prójimo, «se acercaba» a la ciudad rodeado por la gente que se apiña, tal vez sólo por curiosidad, a su alrededor.

       El ciego, sin embargo, parece ir despertando de manera progresiva a la vida: de la curiosidad (v. 36) a la petición insistente (v. 38ss), hasta la fe y el seguimiento (vv. 41-43). Se distingue de la muchedumbre no ya por su enfermedad, sino porque toma conciencia de su propia condición y pide ayuda: intentan hacerle callar, pero él grita cada ve/ más fuerte. Jesús, por el contrario, pasa del movimiento a la detención: «se detuvo» para oírle y le escucha casi en sordina, sólo después de su petición (v. 41), sin realizar ninguno de los gestos que acompañan a menudo a los milagros. Parece como si quisiera ceder al ciego el papel principal: «¿Qué quieres que haga por ti?» y «tu fe te ha salvado» son dos expresiones que ponen el acento voluntariamente en la oración y en la fe, más que en las dotes extraordinarias del taumaturgo.

       El protagonista es el ciego, figura y modelo de la humanidad necesitada de salvación: se produce en él un cambio interior, una conversión, más importante que la curación, que es sólo una manifestación externa. La transformación del hombre convertido y salvado tiene consecuencias sobre los que asisten a ella: la muchedumbre de los curiosos, que antes le reprendía por lo molesto de sus gritos, «al verlo, se puso a alabar a Dios» (v. 43).

 

MEDITATIO

       Hay muchos modos de ser ciegos y muchos modos de ver. «Lo esencial es invisible a los ojos», dice el principito de Saint-Exupéry, y tal vez por eso el ciego de Jericó parece tener gancho. Tiene necesidad de los otros para saber quién es el que pasa seguido de tanta gente, pero, a diferencia de los otros, no se detiene en la primera apariencia -«le dijeron que pasaba Jesús, el Nazareno»-, sino que va más allá del reconocimiento de la identidad de Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí».

       Así pues, en la primera lectura, la astucia ilusoria de los impíos, que siguen un «razonamiento» aparentemente clarividente y prudente -«pactemos con los pueblos de alrededor»-, se contrapone a la «locura» de los que prefieren morir antes que romper la alianza con el Señor.

       El Evangelio impone una opción de vida: o con él o contra él. Impone un vuelco, un dar la vuelta a nuestros modos de ver, un cambio radical en el modo de pensar y actuar, una conversión. Ésta es la verdadera vida que los testigos de la fe saben elegir y la que les hace fuertes y capaces de afrontar el martirio. Esta es la curación obrada por Jesús, que abre los ojos al ciego y nos los puede abrir también a nosotros, que somos ciegos sin saber que lo somos.

 

ORATIO

       Te lo ruego, Señor, haz que vea. Que vea quién eres, que sepa reconocerte entre la multitud cuando pases mezclado con los desconocidos de los que no me preocupo, cuando te escondas en el mendigo que me importuna o en la persona cansada a la que no quiero ceder el asiento en el autobús.

       Te lo ruego, Señor, haz que reconozca mi debilidad. Que reconozca que tengo necesidad de ti, que sea capaz de invocar tu ayuda y pedirte perdón cuando te escondes en los hermanos a los que he ofendido, en los que me resultan antipáticos, en los rivales a los que tal vez intento enredar en mi propio beneficio.

       Te lo ruego, Señor, haz que acepte cambiar. Que acepte convertirme, que no pretenda que no tengo necesidad, que siempre acierto en mis convicciones y mis hábitos. Que sea capaz de levantarme del cómodo rincón que me  he creado, para seguirte por tu camino, el único que lleva a la vida.

 

CONTEMPLATIO

       El ciego es símbolo de todo el género humano, expulsado del paraíso terrenal en la persona de su primer padre, Adán. Desde entonces, los hombres han dejado de ver el esplendor de la luz eterna. A pesar de todo, la humanidad está iluminada por la presencia de su Salvador, de suerte que puede ver -al menos con el deseo- el gozo de la luz interior y caminar con los pasos de las buenas obras por el camino de la vida. Mientras nuestro autor se acerca a Jericó, el ciego recobra la vista. Eso quiere decir que cuando el Señor asume la debilidad de nuestra naturaleza, el género humano recobra la luz que había perdido. La respuesta al gesto de Dios, que empieza a padecer las debilidades humanas, es el nuevo modo de ser del hombre, elevado a alturas divinas.

       El que ignora el esplendor de la luz eterna es ciego, y el que cree en el Redentor se sienta junto al camino. Sin embargo, si, aun creyendo, se olvida de pedir para recibir la luz eterna, es un ciego que se sienta junto al camino sin mendigar. Por eso, todo el que reconoce las tinieblas de su propia ceguera invoca con todas las fuerzas del alma: «Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí».

       Insistamos con vigor en la oración, detengamos en nuestra alma a Jesús, que pasa. Cuando insistimos con fuerza en la oración, Jesús se detiene para volver a darnos la luz. En consecuencia, queridos hermanos, si conocemos ya la ceguera de nuestro peregrinar; si, con la fe en el misterio de nuestro Redentor, ya estamos sentados junto al camino; si, con la oración cotidiana, pedimos la luz de nuestro autor; si, además, después de la ceguera, somos iluminados por el don de la luz que penetra en nosotros, esforcémonos en seguir con las obras al Jesús que conocimos con la inteligencia. Observemos a dónde se dirige el Señor y, con la imitación, sigamos sus huellas. En efecto, sólo sigue a Jesús quien le imita... (Gregorio Magno, Homilías sobre los evangelios II, 1-8, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí» (Lc 18,38ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       La experiencia de la luz en la luz nos hace intuir una presencia que no vemos con sus contornos, puesto que el Señor no tiene limitaciones. Sin embargo, «gustamos» su presencia. Todas las manifestaciones de Dios en la Biblia van en este sentido. Existe una presencia, Dios habla, pero no le vemos (Ex 3,1-6; 33,18-23). El hombre lo siente, participa de su luz, pero no ve al Señor (Ex 34,29; 2 Cor 3,7-4,6). La experiencia de una presencia que no se ve es luz porque se «siente» que el Señor es el Dios «misericordioso y piadoso, lento a la rica y rico en gracia y fidelidad» (Ex 34,6ss). Como a Moisés, esta experiencia nos lleva a invocarle «mientras está cerca» (Is 55,6) con una certeza confiada de que seremos oídos, porque él es «rico en misericordia con los que le invocan» (Sal 85,8; Rom 10,12) y no deja a nadie sin respuesta (Eclo 2,12). De hecho, como su grandeza, así es su misericordia (Ecl 2,18; Sab 7,7).

       Es luz porque se percibe la presencia de una Bondad que nos envuelve y que antes no conocíamos. Por consiguiente, es un nuevo modo de ser, puesto que esta «presencia» nos libera de nuestras tinieblas, de nuestra soledad. Instaura una nueva relación con nosotros mismos. Nos damos cuenta de que somos diferentes porque somos amados, algo que antes no era posible.

       Estábamos ciegos, había una oscuridad en la que estábamos sumergidos. Ahora existe la luz, la luz del amor. «En un tiempo fuisteis tinieblas, ahora sois luz en el Señor.» Y la luz, como decíamos, no se puede expresar en cuanto tal; se percibe en la luz, pero su expresión necesita concretarse. Por eso «el fruto de la luz consiste en toda bondad» (Ef 5,8ss). Se trata de la experiencia de la bondad del Señor, que ilumina el corazón y se difunde en todo nuestro ser.

       La experiencia de esta Bondad se convierte, si así podemos llamarla, en oración. Es oración en el sentido de que el amor quiere crecer, la alegría quiere ser completa y la alabanza quiere ser simplemente exultación. Es oración porque la prenda requiere la compleción (B. Boldini, Dal profondo a te grido, Mondoví 1984, pp. 84ss [edición española: Desde lo hondo a ti grito, Ediciones San Pablo, Madrid 1986]).

 

 

Día 19

Martes de la 33ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Macabeos 6,18-31

En aquellos días,

18 a Eleazar, uno de los principales maestros de la Ley, de avanzada edad y aspecto venerable, querían obligarle a comer carne de cerdo, abriéndole a la fuerza la boca.

19 Pero él prefirió una muerte gloriosa a una vida infame: escupió la carne y afrontó voluntariamente el suplicio,

20 como deben hacer, aún jugándose la vida, los que tienen el valor de rechazar los alimentos prohibidos.

21 Los que presidían el impío banquete, llevados por la antigua amistad que tenían con él, lo llevaron aparte y le rogaron que trajera manjares permitidos, preparados por él mismo, para simular que había comido de los manjares de los sacrificios, como mandaba el rey.

22 Haciendo esto, se libraría de la muerte. Le hacían este favor por la antigua amistad que tenían con él.

23 Pero él tomó una noble determinación, digna de su edad y de su venerable ancianidad, de sus canas y de su conducta ejemplar desde la infancia y, sobre todo, de las leyes santas establecidas por Dios. Respondió que prefería que lo enviasen pronto al lugar de los muertos.

24 Y añadió: -Es indigno de mi edad simular y fingir, ya que los jóvenes podrían decir que Eleazar, a sus noventa años, se había pasado al paganismo;

25 serían inducidos a error a causa de mi mal ejemplo, y todo por un poco de vida que me queda. Esto me acarrearía vergüenza y oprobio en mi vejez.

26 Pues, aunque pudiera escapar de las manos de los hombres, ni vivo ni muerto escaparía de las manos del Dios Omnipotente.

27 Por tanto, moriré valientemente y me mostraré digno de mi ancianidad,

28 dejando a los jóvenes un ejemplo noble para morir voluntaria y generosamente por nuestras venerables y santas leyes. Dicho esto, se dirigió prontamente al suplicio.

29 Los que lo conducían cambiaron su benevolencia por odio, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar.

30 A punto de morir por los golpes que le daban, les decía entre gemidos: -El Señor, que todo lo sabe, es testigo de que, habiendo podido librarme de la muerte, estoy sufriendo en mi cuerpo los atroces tormentos de la flagelación, pero todo esto lo sufro con gusto por su santo temor.

31 Eleazar murió, dejando no sólo a los jóvenes sino a todos sus compatriotas un ejemplo de nobleza, un monumento de valentía y un recuerdo de virtud.

 

       **• El segundo libro de los Macabeos cuenta, de una manera absolutamente independiente del primero, la insurrección de Judas Macabeo contra Antíoco IV, con diferentes episodios de heroísmo y martirio.

       El fragmento que vamos a examinar presenta al personaje ejemplar de Eleazar, un anciano irreprensible, que hace frente con serenidad al martirio antes que transgredir las normas alimentarias. Eleazar no se preocupa de su propia salvación, no es víctima de una religiosidad formal y rígida, de un legalismo excesivo: cuando se le propone fingir para salvar su propia vida, sin comer las carnes prohibidas, se niega, por temor a que su ficción pueda constituir un mal ejemplo para los israelitas jóvenes.

       El relato se abre con la noble figura del anciano, que opone un firme rechazo a las imposiciones del rey pagano. Viene, a continuación, la propuesta de los perseguidores, encargados de hacerle comer las carnes de los sacrificios: le sugieren alimentarse de carnes puras, fingiendo comer las prohibidas. Pero ese comportamiento habría parecido una traición a los judíos, y eso es lo que Eleazar no puede permitir: se insiste aquí en la figura del anciano y en la conducta irreprensible seguida por él durante toda la vida {cf. v. 23). El discurso de Eleazar (w. 24-28) es límpido: los jóvenes creerían que se ha pasado a los ídolos, y este ejemplo negativo pesaría sobre su conciencia como una traición. Por consiguiente, prefiere afrontar la muerte.

       Las últimas palabras del mártir contraponen el dolor físico a la alegría del corazón (v. 30). El versículo final (v. 31) se une al primero (18) para proponer a Eleazar como ejemplo para todo el mundo.

 

Evangelio: Lucas 19,1-10

En aquel tiempo,

1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

2 Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publícanos y rico,

3 que quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío.

4 Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí.

5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

6 Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento.

7 Al ver esto, todos murmuraban y decían: -Se ha alojado en casa de un pecador.

8 Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo: -Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y, si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.

9 Jesús le dijo: -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán.

10 Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

 

       *+• El episodio de Zaqueo está casi calcado del precedente (el ciego de Jericó). También aquí se ve interrumpido un movimiento de Jesús (que atravesaba la ciudad) por la iniciativa de un hombre. Esta vez no se trata de un mendigo, sino de un rico publicano; sin embargo, es también un marginado (los publicanos eran despreciados), golpeado asimismo por una inferioridad física (era pequeño de estatura) y, sobre todo, necesitado también de redención. Zaqueo pasa de una curiosidad inicial (ver quién era Jesús: v. 3) a un movimiento (se subió a una higuera: v. 4), a la acción febril y alegre con la que recibió a Jesús en su casa (v. 6) y, por último, a la conversión y al cambio de vida (v. 8).

       Jesús se detiene, pero en esta ocasión, en vez de una pregunta, dirige a Zaqueo una orden: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (v. 5). Zaqueo no pide ningún milagro, exteriormente no parece que se encuentre en ninguna necesidad; sin embargo, Jesús responde a su petición implícita, porque la atención y la premura con las que obra muestran ya el comienzo de la fe. La muchedumbre, con la murmuración en contra de Jesús (v. 7), sirve también aquí de contrapunto, pero no reacciona a la conversión de Zaqueo.

       También este episodio valora la iniciativa humana: el deseo de Zaqueo es algo más que una simple curiosidad: le impulsa a realizar un gesto impropio de un hombre conocido. El poder de Jesús se expresa con su simple presencia y con la palabra: llama a Zaqueo por su nombre (v. 5), y esto basta para suscitar en él la alegría (v. 6), el arrepentimiento y la reparación (v. 8); en pocas palabras, la vida nueva. Con Jesús ha entrado la salvación en casa de Zaqueo, y el mismo Jesús da testimonio de ello.

 

MEDITATIO

       «Hoy ha llegado la salvación a esta casa»: el don de la gracia se muestra sobreabundante, mayor de lo que Zaqueo se habría atrevido a esperar. Sin embargo, el movimiento sincero de su corazón, el deseo de «ver a Jesús», tal vez haya sido el resorte que impulsó a Jesús a salir a su encuentro.

       En la liturgia de hoy aparecen dos figuras muy diferentes. El anciano Eleazar, que había llevado una larga vida irreprensible a la sombra de la Ley, parece que no tiene nada en común con el pequeño funcionario de los impuestos, sometido al extranjero y avezado en las componendas y en los fraudes. Sin embargo, les une el coraje necesario para tomar una decisión importante: la de poner toda su vida y su propia muerte bajo el juicio de la Palabra de Dios. Eleazar podría salvar tanto su propia fidelidad a la Ley como su propia vida: ¿qué importa fingir que se venera a los ídolos, si los ídolos no son nada? Zaqueo podría seguir con su oficio, despreciado pero rentable: ¿qué le importaban a él las discusiones entre los rabinos del judaísmo? Sin embargo, Eleazar sabe que un solo gesto hipócrita, una sola debilidad, anularía años de fidelidad; sabe que prolongar su vida a costa de su propia conciencia significaría condenarse a una muerte peor que la del suplicio. A Zaqueo le basta con cruzar su mirada con la de Jesús -él, pequeño, mira desde arriba, desde la higuera; el Maestro levanta los ojos para encontrar los suyos- para comprender al momento que todo el dinero que ha ganado no vale lo que una sola hora con Jesús en su casa.

 

ORATIO

       Cuántas veces, Señor, me diriges tu mirada y yo no me doy cuenta. Me lamento y protesto porque no escuchas mis oraciones; sin embargo, soy yo el incapaz de levantarme por encima de mi pequeña estatura para intentar verte.

       Señor, concédeme la sencillez de corazón de Zaqueo y la firmeza de Eleazar. Pierdo mi vida corriendo detrás de muchas cosas que me distraen, presto oído a las lisonjas del mundo y a las murmuraciones de los holgazanes, tengo miedo de exponerme al juicio de la gente...

       Señor, hazme comprender lo que quieres de mí, qué es lo verdaderamente importante. Hazme comprender que la vida tiene sentido y nos da alegría sólo si correspondemos a tu voluntad.

 

CONTEMPLATIO

       Reconoce a Cristo: él está lleno de gracia. Quiere verter en ti todo aquello de lo que él está lleno. Te dice esto: busca mis dones, olvida tus méritos, porque si yo buscara tus méritos, no alcanzarías mis dones. No te exaltes; sé pequeño, sé Zaqueo.

       Pero dirás: Si he de ser Zaqueo, no podré ver a Jesús a causa de la muchedumbre. No te pongas triste, sube al árbol donde por ti pendía Jesús y le verás. Ahora mira a mi Zaqueo, obsérvale, te lo ruego, mientras quiere ver a Jesús en medio de la muchedumbre y no puede. Zaqueo era humilde, la muchedumbre era soberbia. La muchedumbre hace que no se vea a Jesús, sirve de obstáculo para que no se vea a aquel que, crucificado, dice: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En efecto, a causa de la cruz de Cristo, los sabios de este mundo nos insultan y dicen: «¿Qué sabiduría tenéis vosotros, que adoráis a un Dios crucificado?». ¿Qué sabiduría tenemos? A buen seguro, no es la vuestra. La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. No tenemos en verdad vuestra sabiduría, pero vosotros decís que nuestra sabiduría es necedad. Decid también lo que queréis; nosotros podemos subir a la higuera y ver a Jesús. Que se a Ierre Zaqueo a la higuera, que suba humilde a la cruz. Y el Señor vio precisamente a Zaqueo. Fue visto y vio, pero si no hubiera sido visto, no habría visto.«Y a los que desde el principio destinó, también los llamó» (Rom 8,30).

        [...]. Hemos sido vistos para que podamos ver; hemos sido amados para que podamos amar. Ahora, pues, el Señor, que había acogido a Zaqueo en el corazón, se ha dignado ser hospedado en su casa. Dice Zaqueo a Cristo: «Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más». Como si dijera: «Por eso me quedo una mitad no como posesión, sino para tener de qué dar». Eso es en realidad lo que significa recibir a Cristo, acogerle en el corazón (Agustín de Hipona, Sermón 134, 3-5, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       En el camino de Jericó hay mucha gente, pero sólo emerge uno, aunque «pequeño de estatura». Como Zaqueo, somos siempre demasiado «pequeños», aunque nos creamos «alguien», y, como él, demasiado impedidos por una muchedumbre, que es nuestro mundo, del que tomamos los juicios y opiniones. No son muchos los que están desprendidos de su propia «suficiencia» y del modo común de pensar de su propio ambiente, de suerte que podamos enumerarlos entre los hombres libres y, por consiguiente, entre los dispuestos a aceptar cualquier invitación de la verdad. Eso es lo que vemos hacer a Zaqueo. Éste, sin importarle poco o nada el nombre, el censo o el cargo, desafía el ridículo para ver a Jesús, subiendo, con la espontaneidad y la humildad de un niño, a una higuera, y de este modo reconquista esa inestimable libertad por la que puede ser él mismo también frente a Jesús.

       Los hombres sencillos permanecen siempre libres y, como los niños, que participan de algún modo en el poder liberador del Hijo de Dios, que es la sencillez, nos ayudan a encontrar nuestra libertad. Zaqueo no se siente a disgusto en ese lugar en el que está acurrucado, no le inquieta la muchedumbre, que, a medida que Jesús se acerca, se nace cada vez más numerosa. Ni siquiera lleva cuidado. Se ha vuelto niño («Dejad que los niños se acerquen a mi»), y casi le vendrían ganas de cantar si el Señor no viniera ya por el camino, por aquel camino. La libertad es el aire de la caridad. «Echó a correr hacia delante y se subió a una higuera para verlo». «Correr» y «subir» son dos modalidades de la búsqueda. Existe el riesgo de la aventura y el riesgo de ser echados fuera, lo que nos hace pensar en el riesgo del grano de trigo que debe podrirse si quiere germinar...

       El riesgo es, por consiguiente, una palabra cristiana. Arriesga quien «tiene hambre y sed de justicia y de verdad». He sido creado para «ver a Dios». Zaqueo sube a la higuera para «ver a Jesús». Uno lo ve fuera, si lo ha visto dentro, y entonces, lo ve en todas partes-, en cada criatura, en cada nombre (P. Mazzolari, Zaccheo, Vicenza 1960, pp. 19-26, passim).

 

Día 20

Miércoles de la 33ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Macabeos 7,1.20-31

En aquellos días,

2,7 siete hermanos apresados junto con su madre fueron forzados por el rey a comer carne de cerdo prohibida por la ley y fueron azotados con látigos y nervios de toro.

20 La madre, mujer admirable y digna de gloriosa memoria, al ver morir a sus siete hijos en un día, lo soportaba con valor, gracias a su esperanza en el Señor.

21 Exhortaba a cada uno en la lengua materna llena de un noble valor y, uniendo la fuerza varonil a la ternura femenina, les decía:

22 -Yo no sé cómo habéis aparecido en mi seno, pues no he sido yo la que os he dado el aliento vital, ni he tejido yo los miembros de vuestro cuerpo.

23 Dios, creador del universo, que hizo el género humano y ha creado todo lo que existe, os devolverá misericordiosamente la vida, ya que por sus santas leyes la despreciáis.

24 Antíoco pensó que le insultaba y que se burlaba de él con esas palabras. Y como todavía quedaba con vida el más joven, intentó convencerlo, prometiéndole con juramento que lo haría rico y feliz, que lo haría su amigo y le daría un alto cargo si renegaba de sus tradiciones.

25 Pero como el muchacho no le hacía caso, el rey llamó a la madre y la exhortó para que le diese consejos saludables.

26 Tanto le insistió el rey, que la madre accedió a convencer a su hijo.

27 Se inclinó hacia él y, burlándose, del cruel tirano, dijo al niño en su lengua materna: -Hijo mío, ten piedad de mí, que te he llevado en mi seno nueve meses, te he amamantado tres años, te he alimentado y te he educado hasta ahora.

28 Te pido, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra y lo que hay en ella; que sepas que Dios hizo todo esto de la nada y del mismo modo fue creado el hombre.

29 No temas a este verdugo; muéstrate digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo te recobre con ellos en el día de la misericordia.

30 Cuando ella terminó de hablar, el joven exclamó: -¿Qué esperáis? No obedezco las órdenes del rey, sino a la ley dada a nuestros antepasados por Moisés.

31 Tú, autor de todos estos males contra los hebreos, no podrás huir del castigo de Dios.

 

       **• De nuevo, un relato de martirio de tiempos de la insurrección de Judas Macabeo. El personaje en el que se concentra aquí la atención es el de la madre de los siete mártires, que soporta heroicamente asistir a su muerte antes de morir ella a su vez. «La madre, mujer admirable y digna de gloriosa memoria» (v. 20), sufrió, en efecto, por cada uno de sus hijos más que por sí misma, pero no cedió y hasta exhortó y animó a sus hijos hablándoles en la lengua sagrada cuyo uso estaba prohibido.

       El discurso de la mujer (w. 22ss) es una admirable profesión de fe en el Dios de la vida: el Creador, que ha plasmado de una manera misteriosa a los seres humanos, sabrá restituir, a buen seguro, la vida a quienes la han perdido por serle fieles. Esta es la expresión más precisa, en todo el Antiguo Testamento, de la fe en la resurrección. Antíoco IV está irritado por esta resistencia y se encarniza contra el más joven de los hermanos, el único que seguía vivo. Como no le hacen efecto las lisonjas (v. 24), vuelve el rey a la carga con la madre, para que persuada a su hijo a ceder (v. 25). Echando mano a una argucia, el narrador hace creer que ésta acepta (v. 26), para mostrar de inmediato la burla: la mujer dirige en hebreo a su hijo exactamente la misma exhortación opuesta a la petición del rey (w. 27-29). Se afirma una vez más la fe en la resurrección: «Para que yo te recobre con ellos en el día de la misericordia» (v. 29).

       El fragmento concluye con la valiente profesión de fe del joven («No obedezco las órdenes del rey, sino a la ley dada a nuestros antepasados por Moisés»: v. 30) y con el anuncio de la condena del rey («Tú, autor de todos estos males contra los hebreos, no podrás huir del castigo de Dios»: v. 31).

 

Evangelio: Lucas 19,11-28

En aquel tiempo,

11 mientras la gente lo escuchaba, les contó otra parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos creían que el Reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente.

12 Les dijo, pues: -Un hombre noble marchó a un país lejano para ser coronado como rey y regresar después.

13 Llamó a diez criados suyos y a cada uno le dio una importante cantidad de dinero, diciéndoles: «Negociad con ello hasta que yo vuelva».

14 Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron tras él una embajada a decir que no lo querían como rey.

15 Cuando regresó, investido del poder real, mandó venir a sus criados, a quienes había dado el dinero, para saber cómo había negociado cada uno.

16 El primero se presentó y dijo: «Señor, tu dinero ha producido diez veces más».

17 Él dijo: «Muy bien, has sido un buen criado; puesto que has sido fiel en lo poco, recibe el gobierno de diez ciudades».

18 Vino el segundo y dijo: «Tu dinero, señor, ha producido cinco veces más».

19 Y también a este le dijo: «Tú recibirás el mando sobre cinco ciudades». 20 Vino el otro y dijo: «Señor, aquí tienes tu dinero; lo he tenido guardado en un pañuelo

21 por temor a ti, que eres un hombre severo, pues exiges lo que no diste y quieres cosechar lo que no sembraste ».

22 El señor le replicó: «Eres un mal criado, y tus mismas palabras te condenan. ¿Sabías que soy severo, que exijo lo que no he dado y cosecho lo que no he sembrado?

23 Entonces, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco para que, al volver, lo recobrase con los intereses?».

24 Y dijo a los que estaban presentes: «Quitadle lo que le di y dádselo al que lo hizo producir diez veces más».

25 Le dijeron: «Señor, ¡pero si ya tiene diez veces más!».

26 Pues yo os digo: «Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que tiene.

27 En cuanto a mis enemigos, ésos que no me querían como rey, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia».

28 Y dicho esto, Jesús siguió su camino, subiendo hacia Jerusalén.

 

       *»• La parábola de las minas {«una importante cantidad de dinero» en nuestro texto), comparada con la de los talentos (Mt 25,14-30), se presenta en Lucas más compleja y une dos temas diferentes: el comportamiento de los discípulos obedeciendo las disposiciones recibidas (w. 13.15b-26), y el tema del rey rechazado por sus súbditos (w. 12.14-15a.27). El fragmento está encerrado entre dos versículos (11 y 28) que se refieren a Jerusalén o a la inminente conclusión de la vida terrena de Jesús. La alusión a la manifestación del Reino, que los discípulos creían ya próxima, precisa la clave de lectura escatológica de toda la parábola. El señor que confía el dinero a sus siervos está destinado aquí a recibir la investidura real (v. 12), en contraste con la oposición que le viene de sus mismos conciudadanos (v. 14).

       El contraste queda superado (v. 15), no obstante, y el juicio del rey sobre sus enemigos será terrible (v. 28). Puede tratarse de una referencia histórica inmediata a Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que obtuvo el reino de los romanos, a pesar de la oposición de una parte de los judíos, pero el evangelista tiene, seguro, en su mente la segunda venida de Jesús (cf. v. 13b), que establecerá el Reino definitivamente y hará justicia a los cristianos perseguidos y a sus perseguidores.

       En la parábola de Lucas, a diferencia de la de Mateo, cada servidor recibe una mina: existe, por tanto, una igualdad inicial que hace resaltar aún más su diferente comportamiento. El premio y la alabanza del señor van dirigidos a los que han trabajado con empeño, mientras que el siervo perezoso es condenado no tanto por la pereza como por el miedo, que le hace perder la confianza en el señor. El siervo es juzgado por sus mismas palabras (v. 22): el señor, como ha sido considerado como un hombre «severo», muestra toda su severidad. La conclusión de la parábola es sorprendente: la mina arrebatada al siervo holgazán pasa a enriquecer al más rico de los otros, lo que parece injusto desde el punto de vista humano. Pero así funciona la «banca» de la gracia: sobreabunda y se multiplica en quien la recibe y la acoge, y se seca hasta desaparecer en quien se aleja de ella.

 

MEDITATIO

       La vida no nos pertenece. Somos simplemente sus administradores y nos ha sido confiada por un amo exigente, que nos pedirá cuentas de cómo la hemos empleado.

       Ahora bien, es también un amo liberal y generoso: será él quien nos pague los intereses, quien nos restituya la posesión perpetua de lo que hayamos sido capaces de rendirle al final del depósito. La parábola de las minas sorprende por la desproporción del trato, un trato que no se corresponde con nuestros criterios de justicia: el amo da al siervo más rico lo que quita al siervo miedoso.

       ¿Qué es lo que se premia aquí: la iniciativa económica, la eficiencia, la despreocupación? Nos ilumina la comparación con la historia ejemplar de los siete hermanos mártires con su madre en tiempos de la insurrección macabea. Su comportamiento es irresponsable y necio a los ojos de los paganos: se juegan la vida, «invierten» los talentos que han recibido, al apostar por lo que parece una pérdida segura, pues serán torturados y muertos. Sin embargo, la lúcida conciencia de la madre apunta a un «título» que no les defraudará: precisamente por arriesgarlo todo, el Dios de la vida les devolverá todo, ¡y con intereses!

       El siervo holgazán no es castigado por desconocer cómo se opera en la bolsa; es castigado porque no confía en el Señor, le imagina cruel y despiadado y prefiere mantenerse aferrado a su mina: quiere conservar su vida para sí mismo, como si fuera suya, pero por eso la perderá. En cambio, dar la vida, sin temores ni cálculos, generosamente, nos permitirá recibirla como don, para siempre, «en el día de la misericordia».

 

ORATIO

       Señor, tengo miedo.

       Tengo miedo de sufrir, tengo miedo de arriesgar y perder, tengo miedo de no estar a la altura de mis tareas, tengo miedo de fracasar. No sé cuántas monedas me has confiado, Señor, y me afano en contarlas: no quisiera perder un solo instante de mi vida, me gustaría realizar grandes empresas...

       Ayúdame, Señor. Hazme comprender que todas estas preocupaciones no tienen ninguna razón de ser. Hazme capaz de realizar, día a día, con sencillez, las pequeñas cosas que pueden contentar a las personas con las que me encuentro. Hazme capaz de recorrer cada día el pedacito de camino que me pones por delante, sin pretender ser un héroe, sin cálculos ni temores. Hazme capaz de confiarte mi vida con generosidad y seguridad, porque tú eres el Señor de la vida.

 

CONTEMPLATIO

       El justo, sembrando en el espíritu, recogerá la vida eterna. El justo, en efecto, pertenece a Dios. Diremos, pues, así: el justo ha sembrado, ha dado a los hombres, y el Señor recogerá para sí todo lo que el justo ha sembrado de este modo. Cosechando lo que no ha sembrado y recogiendo lo que no ha esparcido, juzgará como ofrendas para él todas las cosas que han sido sembradas o esparcidas entre los pobres, diciendo a los que han beneficiado a su prójimo: «Venid, benditos de mi Padre...» (Mt 25,34ss). Y puesto que quiere cosechar donde no ha sembrado y recoger donde no ha esparcido, cuando no encuentre nada dirá a los que no le han dado esta posibilidad: «Apartaos de mí...» (Mt 25,41ss). Se muestra verdaderamente duro, como dice Mateo, y severo, como lo define Lucas (19,21), pero con los que abusan de la misericordia de Dios por su propia negligencia.

       Si alguien, sin embargo, está convencido de que Dios es bueno y espera ser perdonado si se convierte a él, Dios se muestra bueno con ése. Ahora bien, con el que lo considera tan bueno que no se preocupa de los pecados de los hombres, Dios no se mostrará bueno, sino severo. Así pues, Cristo cosechará lo que no hayamos sembrado y recogerá lo que no hayamos esparcido. Sembremos en el espíritu, distribuyamos nuestros bienes a los pobres y no escondamos bajo tierra el talento de Dios. Este temor no es bueno ni nos libera de las tinieblas exteriores, donde seremos condenados como siervos malvados e indolentes.

       Malvados, por no haber usado la preciosa moneda de las palabras del Señor, con las que podríamos haber podido difundir la doctrina del cristianismo y penetrar en los profundos misterios de la bondad de Dios; indolentes, por no haber negociado con la Palabra de Dios para nuestra salvación y la de los otros. En efecto, toda riqueza, es decir, toda palabra que lleva la impronta real de Dios y la imagen de su Verbo, es un auténtico tesoro (Orígenes, Commento su Matteo 68ss,passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Creador del mundo os devolverá misericordiosamente la vida» (cf. 2 Mac 7,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Los hombres, en las pocas páginas del evangelio, son bastante numerosos: son paganos e hijos de Israel, son jóvenes y hombres maduros, tal vez incluso ancianos, hombres del culto y hombres que sólo tienen la religión del poder y del dinero. Sobre todo, hay hombres afligidos por enfermedades... Hay hombres que tienen necesidad o, por el contrario, están satisfechos de sí mismos. En el fondo, se pueden dividir en hombres que entran en relación con Cristo y hombres que la rechazan. Parece que es precisamente ésta, fundamentalmente, la diferencia entre ellos. Pueden negarse por orgullo, resistirse a la atracción de la persona de Cristo, alejarse porque es demasiado lo que les pide.

       Por el contrario, pueden amarle, implorar su ayuda, seguirle. Él mismo proclama que es el camino, la luz del mundo, la verdad, la vida y hasta la resurrección. Es el pan, la fuente de agua viva, el esposo que ha venido a la fiesta de las bodas. Quienes le acogen experimentan lo que dice de sí mismo.

       El Evangelio es el mensaje de la salvación, un mensaje que se identifica prácticamente con la persona de Cristo. Ahora bien, así como la obra de Cristo es su presencia, la obra del hombre es creer en él; ninguna obra del hombre podría sustituir esa fe por la que se adhiere a Cristo y se confía a él. Cuando el hombre descubre que la razón de su vida es Dios, abandona cualquier otra búsqueda.

       Lo afirmaba ya el anciano Simeón al comienzo del evangelio: está puesto como «señal de contradicción». La relación con él puede ser positiva en la fe, en el amor, y puede ser negativa en la resistencia a ultranza, en el odio mortal. De este modo, el evangelio nos descubre, el drama de la vida humana que se desarrolla en el tiempo. Ésta es la verdadera realidad de la vida, éste es el contenido verdadero de la historia, éste es el combate que se desarrolla en el corazón de cada hombre, en el corazón e la humanidad (D. Barsotti, L'uomo nel Vangelo, Roma 1998, Pp. 127-130).

 

Día 21

Presentación de la Santísima Virgen María

 

Sólo los apócrifos imaginan y se extienden en la descripción de la presentación de María en el templo de Jerusalén. Junto a este templo decretó construir el emperador Justiniano una iglesia mariana, que fue dedicada el 21 de noviembre del año 543 y destruida setenta años después.

Esta memoria se instauró como celebración litúrgica en Constantinopla en el siglo VIII. Su difusión en Occidente fue lenta y tuvo lugar primero en el ámbito local; en 1472, fue extendida a toda la Iglesia latina. Ésta figura entre las memorias que, «prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones» (Marialis cultus, 8).

LECTIO

Primera lectura: 1 Macabeos 2,15-29

En aquellos días,

15 los emisarios del rey, encargados de promover la apostasía y organizar los sacrificios, llegaron a Modín.

16 Muchos israelitas se unieron a ellos, pero Matatías y sus hijos se mantuvieron apartados.

17 Entonces los emisarios del rey dijeron a Matatías: -Tú eres un personaje importante y famoso en esta ciudad y estás respaldado por tus hijos y parientes.

18 Acércate, pues, tú el primero y cumple el decreto del rey, como hacen todos los hombres, incluidos los de Judá y los que residen en Jerusalén. Tú y los tuyos seréis amigos del rey y él os recompensará con plata, oro y muchos regalos.

19 Matatías les respondió enérgicamente: -Aunque todos los pueblos del reino obedezcan al rey, renuncien a la religión de sus antepasados y cumplan vuestras órdenes,

20 yo, mis hijos y mis parientes seremos fieles a la alianza de nuestros antepasados.

21 Dios nos libre de abandonar la ley y sus preceptos.

22 No obedeceremos las órdenes del rey ni nos apartaremos lo más mínimo de nuestra religión.

23 Cuando terminó de hablar, se acercó un judío al altar para ofrecer un sacrificio delante de todos, conforme al decreto real.

24 Matatías, al verlo, se indignó, se estremeció y, en un arrebato de santa ira, se abalanzó sobre él y lo mató sobre el altar.

25 Al mismo tiempo, mató al emisario del rey que obligaba a ofrecer sacrificios y, después destruyó el altar.

26 Su afán por defender la ley fue como el de Pinjas con Zimrí, hijo de Salú.

27 Después, Matatías hizo esta proclama en la ciudad: -El que quiera defender la ley y ser fiel a la alianza que me siga.

28 Él y sus hijos huyeron a los montes, abandonando todo lo que tenían en la ciudad.

29 Entonces, muchos que deseaban vivir rectamente de acuerdo con la ley se fueron al desierto.

 

       *• Estamos en la cima de la dominación de Antíoco IV Epífanes sobre Judá, en su intento de erradicar la religión de Israel y de establecer el culto pagano en Jerusalén. Matatías y su familia se han establecido en Modín, cuando llegan allí los mensajeros del rey para obligar a la apostasía a los israelitas. La táctica de los perseguidores es siempre la misma: comienzan por las lisonjas, intentando atraerse a los hombres influyentes de la ciudad, para pasar a continuación a las amenazas y a la fuerza.

       Tenemos, por consiguiente, un elogio de Matatías y la promesa de ciertos beneficios por parte del rey (w. 17ss) y, de inmediato, la respuesta indignada y firme del israelita (w. 19-22): aunque todos siguieran al rey, Matatías y su familia permanecerían fieles a la alianza, sin desviarse de los caminos del Señor. El lenguaje empleado recuerda al del Deuteronomio.

       Sigue, a continuación, el golpe de efecto que da comienzo a la insurrección. Un judío se acerca al altar para sacrificar a los ídolos, y Matatías, estremecido por la indignación, no puede contenerse: mata al apóstata y a los mensajeros del rey y destruye el altar (w. 24ss). Llegados a este punto, se toma la decisión: Matatías y los suyos escapan: no por miedo, sino para organizar la resistencia en los montes (v. 28). Sus palabras son una verdadera declaración de guerra: «El que quiera defender la ley y ser fiel a la alianza que me siga» (v. 27). Y fueron muchos los que le siguieron (w. 29ss).

 

Evangelio: Lucas 19,41-44

En aquel tiempo,

41 cuando Jesús se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella

42 y dijo: -¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de la paz! Pero tus ojos siguen cerrados.

43 Llegará un día en el que tus enemigos te rodearán con trincheras, te cercarán y te acosarán por todas partes;

44 te pisotearán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán piedra sobre piedra en tu recinto, por no haber reconocido el momento en el que Dios ha venido a visitarte.

 

       *•• El lamento de Jesús por Jerusalén, muy arcaico en el tono y en la lengua, parece remontarse a una fuente muy próxima al Jesús histórico. Es uno de los poquísimos episodios en los que Jesús llora, mostrando la profunda humanidad de sus sentimientos. El destino de la ciudad santa, que simboliza el destino de todo el pueblo, es considerado como el cumplimiento de una voluntad superior, de un juicio divino ineluctable («tus ojos siguen cerrados» para el camino de la paz: en la pasiva del lenguaje bíblico se sobreentiende que Dios es el sujeto activo de la acción).

       El lenguaje escatológico de Jesús, que recuerda las invectivas proféticas, contrapone «este día», el de la posible salvación, a los «días» del juicio que vendrán. Salvación y juicio se conjugan en la expresión «el momento en el que Dios ha venido a visitarte» (v. 44): la «visita», en efecto (episcopé) puede significar en su raíz hebrea paqadh «castigo», pero también «gracia».

       La destrucción de Jerusalén es claramente una profecía ex eventu: Lucas escribe después del año 70. Sin embargo, eso no disminuye su valor: Jesús fue ejecutado, como ya lo habían sido muchos profetas, también a causa de sus palabras sobre la suerte del templo y del pueblo (cf. Mt 26,61). El episodio tiene valor no como demostración de una capacidad adivinatoria, sino como clave de lectura para interpretar el significado de la historia vivida por la comunidad a la que se dirige el evangelista.

 

MEDITATIO

       El cuadro apocalíptico de la destrucción de Jerusalén, castigada por su infidelidad, se contrapone a la figura ejemplar de Matatías, que escoge la lucha armada contra el opresor antes que transgredir la ley del Señor.

       Se trata de unas imágenes crudas, imágenes que nuestra sensibilidad tiende a rechazar: la ciudad santa, cegada por una decisión divina que la condena de una manera inexorable; el gesto sanguinario de Matatías, que golpea con la misma violencia contra el altar profanado y contra los profanadores... Ahora bien, por encima del lenguaje, es el radicalismo de la decisión de fe lo que cuenta.

       El «día de la salvación» y el «día del juicio» coinciden: es el día de la elección absoluta, día que corresponde en nuestro caso a toda la vida y se condensa en el instante de la muerte. Se trata del día en el que hemos de decidir si estamos «con él» o «contra él», y no valen medias tintas, componendas, vacilaciones, distinciones. La persecución es gracia siempre que se convierta en ocasión de un testimonio de fe. El Señor «visita» para salvar. Si su visita se transforma en condena, es sólo obra nuestra.

 

ORATIO

       Lloraste por tu ciudad, Señor. Lloraste por tu gente. Señor, que yo te encuentre como amigo junto a mí en el día de tu «visita». Que yo no cierre ni el corazón ni la mente, de suerte que no sea capaz de leer en los acontecimientos el signo de tu voluntad. Haz que te reconozca presente en los hermanos, a lo largo de los caminos y en los acontecimientos de este mundo atormentado, para que el juicio no recaiga sobre mí como recayó sobre la ciudad que fue incapaz de reconocer a tus profetas. Haz que yo opte siempre por ti, incluso cuando esta opción exija una buena dosis de valor. Haz que no pierda ni la confianza ni la esperanza aunque se presenten graves obstáculos a la manifestación de mi fe.

 

CONTEMPLATIO

       El hombre había sido creado para servir a su Creador. ¿Qué puede haber más justo para ti que servir a aquel por el que has sido creado y sin el cual no puedes existir? ¿Y qué puede ser más bello y sublime, si servir es reinar? «No serviré», dijo el hombre a su Creador.

       «Pues bien, te serviré yo», dijo el Creador al hombre. «Reposa, tomaré sobre mí tus males, me cargaré con tus debilidades. Usa de mí como te plazca, según tus necesidades; no sólo como de tu esclavo, sino incluso como de un asno... Si estás cansado, yo te llevaré para ser el primero en cumplir mi ley, que dice: "Llevad los unos las cargas de los otros». Si te reducen a esclavitud o si quieren venderte, aquí estoy, véndeme... Si estás enfermo y temes la muerte, yo moriré en tu lugar y con mi sangre tendrás el remedio que da vida».

       ¡Oh siervo bueno y fiel! Has servido realmente; has servido con fidelidad y realidad; has servido con paciencia y longanimidad; sin tibieza, puesto que te has lanzado como un gigante a correr por el camino de la obediencia; sin murmuración, puesto que, flagelado, no abriste la boca. ¡Qué detestable es el orgullo humano que desdeña servir! No podía ser doblegado de ningún otro modo que con el ejemplo del servicio -¡y qué servicio!- rendido por nuestro Señor. ¡Oh, si al menos hubiera valido ese ejemplo! ¡Si se diera gracias por tanta humildad y bondad! Sin embargo, aún me parece oír el lamento del Señor, que llora por la ingratitud... Ciertamente, Señor mío, has sufrido mucho por servirme. Sería verdaderamente justo y una obligación que al menos de ahora en adelante tú reposaras y tu siervo te sirviera: ha llegado tu turno. Tú has triunfado, Señor; has triunfado sobre los rebeldes. Tiendo mis manos a las tuyas y pongo mi cuello bajo tu yugo. Permíteme servirte y poder sufrir algunas penas por ti (Guerrico dlgny, Primer sermón para el domingo de Ramos, 1-3, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios nos libre de abandonar la ley y sus preceptos» (1 Mac 2,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       «Convertirse» significa seguir a Jesús, ir con él, por su camino. Consiste, esencialmente, en esta decisión, en que el hombre cesa de ser su propio creador, cesa de buscarse sólo a sí mismo y de buscar su autorrealización, y acepta su dependencia del verdadero Creador. Fundamentalmente, existen sólo estas dos posibilidades: la autorrealización, en la que el hombre intenta crearse a sí mismo para poseer su ser completamente para él, y la opción de la fe y del amor. Esta opción es, al mismo tiempo, la decisión en pro de la verdad. Por ser criaturas, no lo somos por nosotros mismos; sólo si «perdemos» la vida, podemos ganarla.

       Esta alternativa corresponde a la elección fundamental entre la muerte y la vida: una civilización del tener y una civilización de la muerte; sólo una cultura del amor es también una cultura de la vida: «Quien quiera salvar su propia vida la perderá, pero quien la pierda la salvará» (Me 8,35). Podemos decir asimismo que la alternativa entre autorrealización y amor corresponde a la alternativa entre el poder terreno y la cruz, entre una redención que consiste sólo en el bienestar y una redención que se abre y se confía a la infinidad del amor divino. La conversión exige que no sólo de una manera general, sino día a día, en las pequeñas cosas, la verdad, la fe y el amor se vuelvan más importantes que nuestra vida biológica, que el bienestar, que el éxito, que el prestigio y que la tranquilidad de nuestra vida. De hecho, el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la comodidad son los falsos dioses que mayormente impiden la verdad y el verdadero progreso en la vida personal y en la vida social (J. Ratzinger, // cammino pasquale, Milán 1985, pp. 19ss,  oassim [edición española: El camino pascual, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1990]).

 

Día 22

Santa Cecilia

 

Al igual que la de otros mártires de los primeros siglos cristianos, la vida de santa Cecilia nos es casi desconocida. Las Actas del martirio (siglos V-VI), aunque no tienen un carácter histórico y calcan esquemas hagiográficos típicos, reciben, no obstante, la confirmación de la historicidad de la mártir por el culto que se le atribuía ya antes del año 313, atestiguado por la inserción del nombre de Cecilia en los antiguos martirologios y en el canon romano, por la dedicación de la basílica homónima en el Trastevere y por la dotación del sarcófago que inicialmente contuvo sus restos (siglo III).

A Cecilia se la considera patraña de la música y del canto a causa de la interpretación que la piedad popular dio a la expresión de las Actas: «Actibus organis Caecilia decantabat ¡n corde suo».

LECTIO

Primera lectura: 1 Macabeos 4,36-37.52-59

En aquellos días,

36 Judas y sus hermanos dijeron: -Nuestros enemigos han sido vencidos; vayamos a purificar y consagrar el templo.

37 Reunieron todo el ejército y fueron al monte Sión.

52 El veinticinco del mes de Casleu del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron de madrugada

53 y ofrecieron un sacrificio según la ley en el altar de los holocaustos que habían hecho.

54 El altar fue inaugurado al son de himnos, cítaras, arpas y címbalos, en el mismo día y hora en que había sido profanado por los paganos.

55 Todo el pueblo se postró rostro en tierra, adoró y bendijo a Dios, que les había dado la victoria,

56 y celebraron la dedicación del altar durante ocho días, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de acción de gracias.

57 Adornaron la fachada del templo con coronas de oro y con escudos; restauraron las entradas y salas y pusieron puertas;

58 el pueblo se alegró muchísimo y quedó borrado el oprobio causado por los paganos.

59 Judas, sus hermanos y toda la asamblea de Israel acordaron que la dedicación del altar se celebrase con alegría y regocijo cada año, durante ocho días, a partir del veinticinco de Casleu.

 

       **• El fragmento cuenta la purificación y la nueva consagración del templo después de las primeras victorias de Judas Jacobeo (vv. 36ss). Tras el lamento y el luto por la desolación a la que había sido reducido el santuario, se decide lo que van a hacer y se procede a los trabajos de reconstrucción.

       Por último, llega el momento del rito. Por la mañana se ofrecen sacrificios sobre el altar reconstruido, consagrado de nuevo con cantos y músicas (w. 52-54). El pueblo se postra en adoración dando gracias al Señor (v. 55) y prosiguen los ritos durante ocho días (v. 56). El templo ha sido renovado por completo y ha quedado cancelada la vergüenza de la dominación pagana (w. 57ss). Judas establece que la fiesta se celebre cada año, durante ocho días, con alegría (v. 59).

 

Evangelio: Lucas 19,45-48

En aquel tiempo,

45 Jesús entró en el templo e inmediatamente se puso a expulsar a los vendedores,

46 diciéndoles: -Está escrito: Mi casa ha de ser casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.

47 Jesús enseñaba todos los días en el templo. Los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los principales del pueblo trataban de acabar con él.

48 Pero no encontraban el modo de hacerlo, porque el pueblo entero estaba escuchándolo, pendiente de su palabra.

 

       **• Los sinópticos colocan el episodio de la purificación del templo casi para introducir los relatos de la última cena y de la pasión. En este pasaje evangélico de Lucas se distinguen dos unidades: la expulsión de los vendedores (w. 45ss) y la enseñanza de Jesús, que provoca la reacción de sus adversarios (w. 47ss). En ambos casos entra Jesús en el templo como cualquier judío observante, pero actúa con una autoridad que sorprende y desconcierta. Lucas no insiste en la descripción de los detalles particulares, sino que se limita simplemente a decir «los vendedores», reuniendo así todos los comportamientos que, aunque no estén prohibidos, representan un ultraje para el lugar sagrado. Jesús los expulsa con dos citas proféticas, una de Isaías y otra de Jeremías. En la segunda parte, se dice simplemente que Jesús «enseñaba todos los días»: la normalidad de su presencia en el templo y la serenidad de su actividad de maestro hacen resaltar el contraste entre los jefes y el pueblo. En efecto, mientras este último le escucha y le sigue, los jefes buscan un pretexto para condenarle a muerte, aunque no saben cómo arreglárselas. La Palabra de Jesús es, una vez más, el «signo de contradicción» que revela los pensamientos secretos de los corazones y distingue a los creyentes de los incrédulos.

 

MEDITATIO

       Los documentales y las adaptaciones de los relatos evangélicos favorecen la creación de una imagen edulcorada y desteñida de la actividad pública de Jesús, una imagen que nos ha sido transmitida más por la costumbre que por la tradición. Nos sorprende que también Lucas, el más dócil de los evangelistas, muestre, sin embargo, en Jesús una actitud firme e incluso ruda, una decisión que desorienta a sus adversarios y los reduce al silencio.

       Mantenerse fieles a la Palabra, sin ceder a componendas, impone decisiones difíciles: el Reino de los Cielos se conquista con la violencia, dice Mateo (11,12), y precisamente Lucas afirma, en el momento decisivo, la necesidad de no sustraerse al combate: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome, y lo mismo el que tenga alforja, y el que no tenga espada que venda su manto y se la compre» (22,36).

       Nos impresiona Judas Macabeo, que consagra el templo casi con las manos aún sucias de la sangre de los enemigos. También nos impresiona Jesús cuando no vacila en molerse contra los poderosos, sabiendo que también el pueblo lo dará la espalda en seguida. Se requiere valor y fuerza para sostener posiciones impopulares, pero dictadas por la conciencia y por el Evangelio. Se requiere discernimiento, humildad y un prolongado trato con la Palabra de Dios para conjugar el rigor de los principios con la atención a las personas.

 

ORATIO

       Señor, hazme fuerte.

       Haz que no enmascare mi cobardía con la mansedumbre, que no confunda el respeto a las opiniones ajenas con la incapacidad de dar testimonio del Evangelio.

       Concédeme el discernimiento necesario para reconocer lo que es sagrado porque tú lo has querido, distinguiéndolo de lo que nosotros hemos revestido de un carácter sagrado porque así convenía a nuestros intereses humanos.

       Concédeme el valor de hablar cuando es necesario y de callar cuando es bueno hacerlo, sin que mi palabra y mi silencio estén guiados por el miedo o por el deseo de obtener ventajas para mí.

       Guíame tú, Señor, en todo instante de mi vida y en todo lugar, porque el mundo entero es sagrado para ti, como y más que los templos o las iglesias.

 

CONTEMPLATIO

       La oración auténtica es oración de la Iglesia: una oración sincera obra algo en la Iglesia y es la Iglesia misma la que ora, porque el Espíritu Santo que la anima es también el que en cada alma «intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26). Ésta es la verdadera oración, porque «nadie puede decir: "Jesús es Señor" si no está movido por el Espíritu Santo» (1 Cor 12,3). ¿Qué sería la oración de la Iglesia si no fuera don de los que aman con un gran amor al Dios que es amor? El don total de nuestro corazón a Dios es el estado más elevado accesible a nosotros, el grado más alto de la oración. Las almas que lo han alcanzado constituyen verdaderamente el corazón de la Iglesia: en ellas vive el amor sacerdotal de Jesús. Difunden en otros corazones el amor divino que las posee y colaboran así a la perfección de todos.

       Todo es unitario para las almas bienaventuradas que han llegado a la unidad profunda de la vida divina: reposo y acción, contemplar y actuar, callar y hablar. Mientras estamos en camino, y más aún mientras la meta está lejana, permanecemos bajo la ley de la vida temporal y, sin embargo, estamos seguros de que, en el Cuerpo místico, la vida divina en plenitud llegará a ser realidad para nosotros en virtud del mutuo y recíproco progresar de los miembros.

       Las formas tradicionales de oración también son necesarias, y debemos participar en el culto público, tal como lo establece la Iglesia, para que nuestra vida interior se sienta estimulada, permanezca en su justo equilibrio y se exprese del modo adecuado. La alabanza solemne de Dios debe tener sus santuarios en la tierra, para ser celebrada con toda la perfección de la que los hombres son capaces.

       En ellos y en nombre de toda la Iglesia, puede subir al cielo, actuar sobre todos los miembros, mantener despierta la vida interior y estimular su esfuerzo fraterno (E. Stein, Lapriére de l'Église, París 1965, pp. 51-55).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi casa ha de ser casa de oración» (Lc 19,46).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       La Iglesia tiene como única misión hacer presente a Jesucristo en medio de los hombres. Debe anunciarlo, mostrarlo, darlo a todos. El resto está de sobra. Sabemos que no puede faltar a esta misión. La Iglesia es y será siempre, con toda verdad, la Iglesia de Cristo: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Ahora bien, es menester que lo que la Iglesia es en sí misma lo sea también en sus miembros. Lo que ella es para nosotros debe serlo también por medio de nosotros. También nosotros debemos ser anunciadores de Cristo, dejándole aparecer continuamente a través de nuestro ser. Todo esto es algo más que una obligación; es, podemos decir, una necesidad orgánica.

       ¿Responden siempre a ello nuestros hechos? ¿Anuncia la Iglesia, verdaderamente, a Jesucristo a través de nosotros? [...]. ¿Ha conservado nuestro mensaje la pureza de los primeros anunciadores? No por ello está siempre, necesariamente, iluminado o libre de consideraciones humanas un celo activo y sincero.

       La fe de quien procede puede no ser suficientemente pura [...]. Creamos, y sostenemos después, obras de todo tipo, y cada una de ellas responde a una necesidad indiscutible. Están las técnicas para cristianizar, técnicas que, por consiguiente, hemos de conocer antes que nada [...]. Hay una imponente variedad de tareas especializadas que requieren dotes adecuadas y requieren entrega, oscura o brillante. Todas estas cosas tal vez sean necesarias. Sin embargo, hemos de estar atentos siempre a presentar la Iglesia - y antes que nada a comprenderla- en su verdad total. En la Iglesia y a través de ella nos preocupamos constantemente por escuchar a aquel a quien ella anuncia, de remontarnos hasta aquel que es la única razón de su existencia.

       Cada uno de nosotros es miembro del único Cuerpo. Cada uno de nosotros, en el modesto sector en el que se mueve, es la Iglesia. La Iglesia debe anunciar el Evangelio por medio de cada uno de nosotros; debe hacer brillar su luz a los ojos de cada hombre que viene a este mundo, como el candelabro que sostiene la antorcha (H. de Lubac, Meditazioni sulla Chiesa, Milán 1993 [edición española: Meditación sobre la Iglesia, Encuentro Ediciones, Madrid 1980]).

 

Día 23

Sábado de la 33ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Macabeos 6,1-13

En aquellos días,

1 el rey Antíoco recorría las regiones del norte, cuando se enteró de que Elimaida, en Persia, era una ciudad famosa por su riqueza en oro y plata

2 y de que había en ella un templo riquísimo, con armaduras de oro, corazas y armas que había dejado Alejandro, hijo de Filipo, rey de Macedonia, primer rey de los griegos.

3 Fue e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla, pero no pudo, porque los de la ciudad se enteraron de sus planes

4 y salieron contra él para atacarlo. Antíoco tuvo que huir, contrariado, para volver a Babilonia.

5 Estando en Persia, le llegó la noticia de las derrotas que habían sufrido los ejércitos enviados a Judea;

6 que Lisias, aunque había ido con un ejército poderosísimo, había sido puesto en fuga, y que los judíos se habían reforzado con las armas y el abundante botín tomado a los ejércitos vencidos;

7 que habían derribado el altar sacrílego levantado por él sobre el altar de los holocaustos que está en Jerusalén y habían rodeado el templo de altas murallas, igual que antes, así como la ciudad de Betsur, ciudad que pertenecía al rey.

8 Al oír esto, se aterró, se conmovió profundamente y cayó enfermo en cama con una gran depresión, porque las cosas no le habían salido como quería.

9 Así estuvo muchos días, profundamente deprimido. Dándose cuenta de que se iba a morir,

10 llamó a sus amigos y les dijo:  -El sueño ha huido de mis ojos y mi corazón desfallece de angustia.

11 Me pregunto: ¿A qué estado de tribulación he llegado y en qué mar de tristeza me encuentro, yo, que era feliz y amado cuando era poderoso?

12 Ahora me acuerdo de los males que hice en Jerusalén, de los objetos de plata y oro que robé y de los habitantes de Judea que exterminé sin motivo.

13 Por eso me han venido estas desgracias y me muero de tristeza en tierra extraña.

 

       **• El fragmento narra la derrota y la muerte de Antíoco IV, presentada, según el estilo del primer libro de los Macabeos, como manifestación del juicio divino. El comienzo (w. lss) insiste en la codicia del rey, que intenta apoderarse de una rica ciudad, seguro de que se apropiará

en seguida de ella, pero el v. 3 muestra de inmediato la inversión de la suerte de Antíoco: «No pudo porque los de la ciudad se enteraron de sus planes». Es una primera derrota (v. 4), a la que pronto siguen otras malas noticias: tras vencer a las tropas de Lisias en Judá (w. 5ss), los israelitas han destruido los ídolos y fortificado el santuario (v. 7).

       La derrota golpea al rey como una enfermedad (w. 8ss): Antíoco es la personificación del mal, anulado por completo en su misma vida física cuando ya no consigue llevar a buen fin sus malvados proyectos. El rey, sintiéndose a punto de morir, toma conciencia del merecido castigo (w. 10-13). No es un verdadero arrepentimiento el que muestra a sus amigos, sino más bien la resignación y el reconocimiento de que la desgracia que se abate sobre él es la justa consecuencia de la profanación cometida contra Israel: «Por eso me han venido estas desgracias y me muero de tristeza en tierra extraña» (v. 13).

 

Evangelio: Lucas 20,27-40

En aquel tiempo,

27 se acercaron entonces unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

28 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere dejando mujer sin hijos, su hermano debe casarse con la mujer para dar descendencia a su hermano.

29 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin hijos.

30 El segundo

31 y el tercero se casaron con la viuda, y así hasta los siete. Todos murieron sin dejar hijos.

32 Por fin murió también la mujer.

33 Así pues, en la resurrección, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

34 Jesús les dijo: -En la vida presente existe el matrimonio entre hombres y mujeres;

35 pero los que logren alcanzar la vida futura, cuando los muertos resuciten, no se casarán,

36 y es que ya no pueden morir, pues son como los ángeles, son hijos de Dios porque han resucitado.

37 Y el mismo Moisés da a entender en el episodio de la zarza que los muertos resucitan, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

38  No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por él.

39 Entonces unos maestros de la Ley intervinieron diciendo: -Maestro, has respondido muy bien.

40 Y ya nadie se atrevía a preguntarle nada.

 

       **• Los saduceos que se acercan a Jesús para plantearle una pregunta tendenciosa eran uno de los grupos religiosos que existían en aquellos tiempos en Israel. Ligados a la clase sacerdotal y al culto del templo, y más tradicionalistas que los fariseos en el cumplimiento de la ley, los saduceos desaparecieron tras la destrucción del año 70 d. de C. Lucas observa que no creían en la resurrección (v. 27), una doctrina surgida hacía poco en la historia de Israel.

       La pregunta (w. 28-33) está planteada con el estilo típico de las disputas rabínicas, presentando un caso y pidiendo al rabí, aquí Jesús, que proponga la solución; se trata, claro está, de un caso límite, pensado a propósito para poner en dificultades a Jesús: ¿de quién será esposa la mujer que se ha casado con siete maridos?

       Jesús, como suele hacer con frecuencia, responde trasladando el ámbito de la cuestión a otra dimensión, la suya, la del Reino de los Cielos: después de la resurrección, las relaciones humanas ya no son comparables

a las de esta vida (vv. 34-36). En la segunda parte de su respuesta (w. 37ss) Jesús expone un argumento bíblico en favor de la resurrección, remitiendo de este modo a los saduceos a lo que ya deberían saber, si leyeran con espíritu puro las palabras de Moisés (cf. Ex 3,2-6): el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob no es un Dios de muertos, y esto significa que Abrahán, Isaac y Jacob viven en él.

       Ante la respuesta de Jesús, los que le habían interrogado enmudecen y ya no se atreven a dirigirle otras preguntas (w. 39ss): una observación característica de Lucas.

 

MEDITATIO

       La muerte es la línea divisoria que separa, sin posibilidad de confusión, lo verdadero de lo falso. Es el momento culminante de la vida, más importante que el mismo nacimiento, del que no éramos conscientes, crisol en el que se templan las decisiones fundamentales que determinan nuestro destino. La vida de cada uno de nosotros dura lo necesario para prepararnos a morir, y el modo como lo hayamos hecho decidirá la calidad de la vida nueva que nos está preparada desde siempre.

       La «novela» de los Macabeos lo muestra a su manera, con la tardía toma de conciencia de Antíoco IV: «Por eso me han venido estas desgracias y me muero de tristeza en tierra extraña», reconocimiento de una justicia cruel, pero irreprochable. La palabra liberadora del Evangelio le ha quitado a la muerte su «aguijón» {cf 1 Cor 15,55), restituyéndole su auténtica característica de paso de una vida imperfecta y precaria a la vida plena y eterna según el proyecto del Creador.

 

ORATIO

       Señor, ayúdame a vivir esperándote.

       Tengo miedo de la muerte, Señor. Tengo miedo de la muerte de los otros, de las personas queridas de las que no podré prescindir. Dame unos ojos puros para que sea capaz de ver más allá de las apariencias, más allá del «muro de sombra» que me separa de ti. Concédeme un corazón sencillo para que no sucumba ante las preguntas sin respuesta.

       No busco, Señor, razonamientos profundos ni soluciones geniales. Pero tengo necesidad de encontrar un sentido a la vida y a la muerte, la tengo cada vez que la mirada de un hermano que sufre se cruza con la mía. Ayúdame a aceptar el silencio y la falta de respuestas. Ayúdame a creer que eres tú el Señor de la vida, aun cuando la vida sea una cosa frágil y se me escape de las manos.

 

CONTEMPLATIO

       Oh Jerusalén celestial, casa luminosa y espléndida, amo desde siempre tu belleza y el lugar donde habita la gloria de mi Señor. Por ti suspira mi peregrinación. He ido errante como oveja perdida, pero sobre los hombros de mi pastor -de tu arquitecto- espero ser llevado de nuevo a ti. Jerusalén, morada eterna de Dios, que no se olvide de ti mi alma; sé tú mi alegría; que el dulce recuerdo de tu nombre dichoso me alivie de la tristeza y de lo que me oprime. No está, en efecto, aquí abajo nuestra ciudadanía estable: nuestra patria está en los cielos, de donde esperamos al Señor Jesucristo, que transfigurará nuestro miserable cuerpo mortal para configurarlo con su cuerpo glorioso.

       Jerusalén santa, te suplico por la caridad de la que eres madre que no te olvides nunca de la Iglesia que anda todavía peregrina por la tierra. No te canses de rezar por esta parte de ti y sostenía con tu protección para que un día consiga unirse a ti para siempre.

       Felices santos de Dios que ya habéis cruzado el mar turbulento de esta condición mortal y ya habéis llegado al puerto de la quietud infinita, de la seguridad y de la paz: vosotros, que ahora estáis seguros, tened cuidado de nosotros. Os lo suplico: acordaos de nosotros, miserables, sacudidos todavía en el mar de esta vida por las olas que se levantan a nuestro alrededor. Interceded y rogad por nosotros, y que en los brazos de vuestras oraciones podamos ser llevados también nosotros a nuestro Dios. Somos frágiles, hombres de nada, sin virtud. Lo sabéis bien. Nos sostiene en realidad el leño de la cruz, y en él tenemos la esperanza de realizar la travesía hasta el puerto. Que, por vuestros méritos y vuestras santas oraciones, se nos conceda llevar salva la nave e íntegra su carga hasta la entrada en el puerto tranquilo de la gloria eterna. Tú sobre todo. Reina del cielo y Señora de la tierra, siempre Virgen santísima, Madre de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, ora por nosotros e intercede asiduamente por tus hijos (Juan de Fécamp, Confessione teológica, Milán 1986).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por él» (Lc 20,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Ante nosotros se impone esta alternativa: o persuadirnos de que, más allá del tiempo, no existe una eternidad que nos espera, y entonces este caminar nuestro sobre la tierra -más aún, este correr nuestro- se quedaría sin meta y por consiguiente sin justificación y sentido, o convencernos de que, más allá del tiempo, hay para nosotros un atracadero, un destino de plenitud, una casa última y segura tras la continua mudanza del espíritu, y entonces sólo a la luz de la eternidad debemos valorar todos los actos y todos los acontecimientos.

       Hay quien considera que el pensamiento de la vida eterna impide saborear plenamente las alegrías de la vida presente. La verdad es lo contrario: encuentro más gusto en vivir los días que me son dados aquí abajo cuando sé que tienen un sentido y un objetivo, cuando sé que no constituyen una carrera hacia la nada; vivo con mayor placer cuando estoy persuadido de que no vivo para nada.

       Nunca ha estado el hombre sumergido como hoy en lo llamativo y en lo efímero, y nunca como hoy ha tenido necesidad de lo que es sustancioso y no perecedero. Se deja trastornar por ritmos y sonidos que le quitan la capacidad de reflexionar, se deja encaminar de una manera pasiva y estólida hacia la catástrofe de la muerte, y nunca como hoy ha sentido tantos deseos de vivir. Tiene necesidad de una vida verdadera, no de un frenesí que remedie sólo exteriormente la exuberancia del espíritu; tiene necesidad de una vida plena, no de sensaciones epidérmicas que proporcionan la ilusión de la satisfacción, mientras que el corazón permanece árido y la mente está desierta de toda verdad y toda certeza.       La «vida eterna» -esa que ya puede ser nuestra desde ahora-, según nos ha dicho el Señor, es ésta: «Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a aquel que has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). No se trata de dos conocimientos: es el mismo e idéntico conocimiento que conduce, a quien ha descubierto de una manera existencial al Señor Jesús y se ha entregado a él, a la comunión de vida con el Creador de todo, principio y meta de toda aventura humana (G. Biffi, La meraviglia del)'evento cristiano, Cásale Monf. 199ó, pp. 436-438).

 

Día 24

Jesucristo, rey del universo (34° domingo)

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 5,1-3

En aquellos días,

1 todas las tribus de Israel acudieron entonces a David, en Hebrón, y le dijeron: -Somos de tu misma carne y sangre.

2 Ya antes, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien guiabas a Israel. El Señor te ha dicho: «Tú apacentarás a mi pueblo; tú serás el jefe de Israel».

3 Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel a Hebrón, donde estaba el rey. David hizo con ellos un pacto en Hebrón ante el Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

 

**• Es la tercera unción que recibe el gran rey, ahora solemnemente reconocido también por las tribus de Israel (cf. 2 Sam 2,4). El texto presenta a David como figura ideal de soberano, y lo hace a través de algunos elementos que encierran un particular significado. «Somos de tu misma carne y sangre» (cf. 19,13ss; Gn 2,23; 29,14) es una expresión que indica los lazos familiares que mantiene el soberano con todo el pueblo, el vínculo de sangre, el típico de los clanes patriarcales, recordados por la ciudad de Hebrón, donde están sepultados Abrahán y sus descendientes (cf. Gn 23; 49,31; 50,13). La gran epopeya de David prevé que todas las tribus –tanto las del norte corno las del sur- se reúnan bajo la guía de un único soberano y se reconozcan entre ellas como «de tu misma carne y sangre». En David se crea la unidad y la cohesión de todo el pueblo. Las palabras de los israelitas legitiman, por otra parte, la sucesión de David respecto a Saúl, tras la eliminación del descendiente de este último, contada en el capítulo precedente.

El soberano tiene una tarea pastoral: proteger la vida de todo el pueblo y guiarlo al bienestar sobre la tierra (cf. Sal 23; 72). Esta misión no le es requerida sólo por los representantes de las tribus del norte, sino por el mismo Dios, que ha dirigido su promesa al hijo de Jesé (cf. 1 Sam 16,1-13; 2 Sam 7,8). Sobre la base del juramento de Dios se estipula ahora el pacto entre el rey y las tribus, un pacto de fidelidad y de lealtad que remite a las mismas prerrogativas de Dios, el verdadero rey que está por encima de todos los hombres. Así pues, toda soberanía sobre el pueblo de Dios remite a la soberanía de Dios y no puede seguir otros modelos monárquicos, basados en la divinización del rey (cf. Ez 28,1). David, para poder estar al frente de todas las tribus y guiarlas como jefe, debe estar ante el Señor y ser guiado por su Palabra.

 

Segunda lectura: Colosenses 1,12-20

Hermanos:

12 Demos gracias al Padre, que nos ha hecho dignos de compartir la herencia de los creyentes en la luz.

13 Él es quien nos arrancó del poder de las tinieblas y quien nos ha trasladado al reino de su Hijo amado,

14 de quien nos vienen la liberación y el perdón de los pecados.

15 Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura.

16 En él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles: tronos, dominaciones, principados, potestades, todo lo ha creado Dios por él y para él.

17 Cristo existe antes que todas las cosas, y todas tienen en él su consistencia.

18 Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Él es el principio de todo, el primogénito de los que triunfan sobre la muerte, y por eso tiene la primacía sobre todas las cosas.

19 Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud

20 y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz.

 

*» El fragmento se abre con una acción de gracias, última de una serie de actitudes que los colosenses deben adoptar para agradar a Dios (cf. 1,10-12): dar fruto, aumento del conocimiento, fortaleza en la tolerancia y en la paciencia, el agradecimiento.

El autor invita a los colosenses a dar gracias al Padre, que ha llevado a cabo en ellos el paso del reino de las tinieblas al señorío del «Hijo de su amor» (así al pie de la letra). A ellos les ha sido asignada la misma suerte de los ángeles y de todos los que están junto a Dios, una vez obtenidos, «en Cristo», el rescate y el perdón de los pecados. El momento crucial está determinado, pues, por la presencia del Hijo, que la carta escruta a fondo. Comprenderle a él significa comprender todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (cf. 2,3). La confesión cristológica pretende garantizar al cristiano la certeza de su liberación. Toda potestad depende de la acción creadora y redentora de Cristo y encuentra en él su origen. Nadie tiene capacidad para anular la obra del Hijo, porque nadie es como él. En consecuencia, la Iglesia no puede inclinarse ante otras cabezas o tenerles miedo, dado que la única «cabeza» es Cristo, su Señor. La primacía de Cristo tenemos que entenderla no sólo como antecedente -está «antes» de todos-, sino sobre todo como preeminencia y excelencia «cualitativa» de su ser. Sin él no habría posibilidad de vida, de unidad y de armonía en el interior de la creación y del universo.

La serie de títulos aplicados a Cristo {«imagen» o icono, «primogénito», cabeza, «reconciliador») en este texto es notable y apunta hacia la unicidad del ser de aquel por medio del cual y por el cual fueron hechas todas las cosas.

 

Evangelio: Lucas 23,35-43

En aquel tiempo,

35 el pueblo estaba allí mirando. Las autoridades, por su parte, se burlaban de Jesús y comentaban: -A otros ha salvado, ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido!

36 También los soldados le escarnecían. Se acercaban a él para darle vinagre

37 y decían: -Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

38 Habían puesto sobre su cabeza una inscripción que decía: «Éste es el rey de los judíos».

39 Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros.

40 Pero el otro intervino para reprenderle, diciendo: -¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio?

41 Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo.

42 Y añadió: -Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.

43 Jesús le dijo:-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

 

**• Lucas pinta la escena de la coronación de Jesús con un admirable juego de perspectiva. En el fondo encontramos al pueblo, que está mirando; más cerca, los jefes y los soldados, a los pies de la cruz, burlándose de Jesús; en primer plano, los dos malhechores que hablan con él y, por último, sus palabras de salvación. El pueblo constituye el numeroso público que asiste al espectáculo.

En relación con las frases dichas por los otros protagonistas, representa un motivo más para que el rey decida responder a las peticiones que seguirán. La primera es la de los jefes, que tientan a Jesús con la tercera de las argumentaciones de Satanás (cf. 4,9): le ponen a prueba recordándole que es el protegido, el amado, el ungido de Dios. Se mofan a partir de una realidad muy seria: la relación Padre-Hijo. Los soldados recuerdan el valor político del título de mesías: un rey dispone de poder; ya se lo había insinuado Satanás a Jesús en la segunda de las tentaciones, cuando intentó corromperle con la posesión de todos los reinos de la tierra, no sólo del de los judíos (cf. 4,6ss). El malhechor colgado en la cruz al lado de Jesús presenta la tentación más fuerte, porque también él está sufriendo en la cruz junto a Jesús. La escena está cargada de pathos: ¿por qué el Salvador de los hombres, que se ha conmovido ante los sufrimientos humanos, no responde al grito de los míseros de la tierra? Ésta es la más diabólica de las pruebas, porque, una vez más, intenta romper la unión Padre-Hijo: «¿No eres tú el Mesías?». Desaparece la Palabra de Dios, la referencia a su voluntad; se afirma el instinto de supervivencia a toda costa (cf. 4,3).

Por último, la escena culmina en la inauguración solemne del Reino en el hoy: el «buen ladrón» -como le llamamos tradicionalmente- roba el paraíso en el último instante de su vida, confiándose a Jesús, del mismo modo que éste se entregará confiadamente en los brazos del Padre (cf. 23,46).

 

MEDITATIO

El pasaje de la Carta a los Colosenses nos pregunta si podemos prescindir de Cristo, dado que él es el artífice de la vida, de la nuestra y de la del mundo. Dado que hemos sido introducidos en su Reino, ¿podemos rechazar su primacía o escoger otras? Sería verdaderamente difícil comprender el sentido de nuestra vida. Es como si debiéramos actuar sin un modelo de referencia, sin una base, sin un principio unificador de nuestras capacidades: de la mente, del corazón, del cuerpo. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito, el principio, la cabeza, el primado, el pacificador. En él está la plenitud de la vida divina. El «buen ladrón» decide confiarse a Jesús pidiéndole entrar a formar parte de su Reino. Reconoce la justicia de este rey precisamente en la hora en que parte para su más largo viaje, como en la parábola (cf. Le 19,11-27). Jerusalén, sin embargo, que no ha reconocido ni acogido a Jesús, está a punto de hundirse (13,34ss; 19,41-44). Tenía el tesoro entre sus murallas, pero no lo apreció. No obstante, dejó que su rey fuera reconocido por todas las tribus de la tierra, lo ofreció en rescate por toda la humanidad. Según Lucas, el artífice de toda la creación llevó a cabo su designio desde Jerusalén, desde el centro de la historia de la salvación y del universo, reconciliando todo desde el interior de la creación. Ahora, todas las tribus de la tierra se reúnen en torno a él para ser pacificadas de nuevo en su sangre.

El mundo y el universo pueden tomar del tesoro de Cristo la sabiduría necesaria para crear las condiciones fundamentales para la vida de todo ser vivo. La fiesta de Cristo Rey es, pues, la fiesta de toda criatura que no encuentra espacio en esta tierra porque está aplastada por lógicas que no responden a la verdadera Sabiduría, lógicas de poder y de beneficio, lógicas que responden a la ley del más fuerte y no a la ley del perder la vida para que todos la tengan en abundancia.

 

ORATIO

Señor Jesús, hijo del amor de Dios, no por nuestros méritos hemos obtenido en herencia formar parte de tu Reino, sino que nos lo ha concedido el Padre, precisamente él, que mediante ti y por ti creó todas las cosas.

Tú, que padeciste la injusticia humana para encontrar a un condenado a muerte, ayúdanos a realizar hoy la justicia de tu Reino: el perdón del pecador, la fiesta para cada hombre arrebatado al reino de la muerte.

Aleja de nosotros la tentación de la violencia que reprime la violencia, el deseo de venganza, la voluntad de hacernos justicia nosotros mismos.

Haz que nuestros ojos, cegados por los espejismos del beneficio, puedan contemplar el tesoro de tu sabiduría; que nuestras mentes necias puedan intuir políticas de desarrollo y de paz; que nuestros corazones endurecidos se apasionen de nuevo ante el misterio de la vida contenido en el universo; que nuestras manos ensangrentadas trabajen en la construcción de tu Reino. A ti, Señor, el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El Hijo de Dios es el rey de los cielos. Más aún, por ser la verdad misma y la misma sabiduría y justicia, con razón afirmamos que se identifica con el mismo Reino.

Este Reino, por tanto, no tiene sede ni por debajo ni por encima de nuestra dimensión, sino en todo lo que recibe el nombre de «cielo». En efecto, aunque eliminases aquel pasaje en el que se lee: «De ellos es el Reino de los Cielos» (Mi 5,3), podrías afirmar, no obstante, que el reino de ésos -mientras dura- es Cristo mismo, dado que extiende su poder incluso sobre cada uno de los pensamientos de aquel que deja de ser esclavo del pecado; ese pecado que, por el contrario, de señor lo convierte en el cuerpo mortal de aquellos que están prostituidos. Al decir, pues, que Cristo domina sobre cada pensamiento de alguien, pretendo dar a entender que allí donde haya justicia y sabiduría y verdad junto con todas las otras virtudes, allí ejerce el Señor su poder sobre aquel que se ha convertido él mismo en «cielo», llevando en sí mismo la imagen de realidades celestiales (Orígenes, Comentario

al evangelio de Mateo, 14, 7).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Acuérdate de mí cuando vengas como rey» (Lc 23,42).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es menester que pidamos la gracia de sentir el cielo a través de la mirada de Cristo, que nos dice: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús ha abierto las puertas, y desde ahora en adelante podemos ser poseídos por su gloria en la oscuridad de la fe. Ahora empezamos a entrever el misterio de la misericordia.

Se cuenta, entre los Padres del desierto, la historia de un miserable zapatero remendón de Alejandría al que un ángel había presentado al gran san Antonio como un hombre más adelantado que él, a pesar de los esfuerzos heroicos del eremita, apasionado, fuertemente preocupado por hacer progresos. No poco desconcertado por esta revelación, Antonio se fue enseguida a la ciudad de perdición para aprender de labios del zapatero el secreto de su perfección: «¿Qué haces de extraordinario para santificarte en semejante ambiente?». «¿Yo? Hago zapatos». «Sin duda. Pero debes de tener algún secreto. ¿Cómo vives?». «Divido mi vida en tres ámbitos: la oración, el trabajo y el sueño». «Yo oro siempre, lo que haces tú no está bien. ¿Y la pobreza?». «También en este caso hago tres partes: una para la Iglesia, otra para los pobres y otra para mí». «Pues yo he dado todo lo que tenía... Debe de haber alguna otra cosa. ¿No crees?». «No». «¿Y consigues soportar a todas estas personas que ya no saben distinguir el bien del mal, que se dirigen claramente al infierno?». «Ah, eso no lo hago, no lo soporto. Pido a Dios que me haga bajar vivo al infierno con tal de que ellos se salven». San Antonio se retiró de puntillas confesado: «No soy así».

La misericordia es el desconcierto de los que están en el cielo frente a los que no lo están. Para conocer esta reacción es necesario haber accedido al Reino de los Cielos y mirar a los que están excluidos de él. Ya no se «ejercita» en la misericordia y en la contrición. Todo lo que se puede hacer es aceptar (o rechazar) que la misericordia haga dar la vuelta a nuestra barca, lo que no es poco, puesto que barre todo a su paso. Entonces podremos escribir con santo Domingo: «¿Qué será de los pecadores?», y con el mísero zapatero: «Que yo baje al infierno, pero que ellos se salven». Teresa estaba poseída por este espíritu de misericordia. Todo lo que podemos hacer es no resistirnos demasiado cuando se presente esta locura. Pidamos la gracia de no decir: «Es interesante; de momento, déjeme su dirección. Ahora no puedo comprometerme. ¿Qué vamos a hacer? Tengo que defender un equilibrio» (M.-D. Molinié, Chi comprenderá ¡I cuore di Dio? Meditazioni per ¡I tempo di Pasqua, Cásale Monf. 2000, pp. 140-142).

 

 

Día 25

Lunes de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 1,1-6.8-21

1 El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, Nabucodonosor, rey de Babilonia, se dirigió contra Jerusalén y la sitió.

2 El Señor entregó a Joaquín, rey de Judá, en poder de Nabucodonosor, quien se apoderó también de parte de los utensilios del templo de Dios, los llevó al país de Senaar y los agregó al tesoro del templo de sus dioses.

3 El rey ordenó a Aspenaz, jefe del personal de palacio, que escogiera entre los israelitas de estirpe real o de familias nobles

4 a jóvenes sin ningún defecto físico, de buen parecer, bien instruidos, cultos, inteligentes y aptos para servir en el palacio real, y que les enseñara la lengua y la literatura de los caldeos.

5 El rey les asignó una ración diaria de la mesa real y del vino que él bebía. Ordenó también que fuesen educados convenientemente durante tres años, al cabo de los cuales entrarían al servicio del rey.

6 Entre estos jóvenes estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, todos ellos de la tribu de Judá.

8 Daniel se propuso no contaminarse con los manjares ni con el vino de la mesa real y suplicó al jefe de palacio que no le obligara a contaminarse.

9 Hizo Dios que Daniel se granjeara la simpatía del jefe del personal de palacio,

10 quien dijo a Daniel: -Tengo miedo de que el rey, mi señor, que os ha asignado lo que debéis comer y beber, encuentre vuestros rostros más flacos que los de los jóvenes de vuestra edad, y así pongáis en peligro mi cabeza ante él.

11 Entonces Daniel dijo al inspector a quien el jefe del personal de palacio había confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misad y Azarías:

12 -Por favor, haz con nosotros una prueba durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber.

13 Después, compara nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen manjares de los que se sirven al rey y trátanos según el resultado.

14 Él aceptó la propuesta y los puso a prueba durante diez días.

15 Al cabo de diez días tenían mejor y más sano aspecto que todos los jóvenes alimentados con los manjares que se servían al rey.

16 Así que el inspector les retiró su ración de comida y de vino y les daba sólo legumbres.

17 Concedió Dios a estos cuatro jóvenes un profundo conocimiento de la literatura y de todas las ramas del saber; en cuanto a Daniel, era experto en interpretar toda clase de visiones y sueños.

18 Cuando se cumplió el plazo fijado por el rey, el jefe de personal de palacio presentó a los jóvenes ante Nabucodonosor.

19 El rey conversó con ellos y, entre todos, no encontró ni uno que pudiera compararse con Daniel, Ananías, Misael y Azarías, así que fueron admitidos al servicio del rey.

20 En todos los asuntos que requerían sabiduría e inteligencia, y sobre los que el rey les pedía su parecer, los halló diez veces mejor preparados que todos los adivinos y magos de todo su reino.

21 Daniel estuvo allí hasta el año primero del rey Ciro.

 

       **• El libro de Daniel, colocado entre los profetas en el canon católico y entre los «Escritos» en el canon judío, une narraciones de tipo sapiencial y oráculos del género apocalíptico. El protagonista no es un personaje histórico, sino una figura simbólica, modelo de sabiduría y de fidelidad a la Ley. La historia está retrotraída, de una manera ficticia, a la época del exilio, aunque la composición del libro, que incluye también tradiciones anteriores, se remonta al siglo III, aproximadamente.

       El capítulo 1 ambienta los hechos en tiempos de la deportación de Nabucodonosor (w. lss), siguiendo, con algunas incongruencias históricas, los relatos de los libros de las Crónicas. Al autor sólo le interesa presentar

el cuadro sobre el que hacer resaltar la figura de Daniel. El rey ordena escoger a algunos jóvenes israelitas, nobles y bien dotados, e instruirlos para que presten servicio en la corte. Entre ellos está Daniel, junto con otros tres compañeros, todos de la tribu de Judá (w. 3-6). Daniel muestra de inmediato (v. 8) su personalidad y su decisión de no transgredir la ley. En el exilio, era esencial para los judíos mantenerse fieles a los poco preceptos que podían ser observados también fuera de la Tierra Santa, y que los distinguían de los paganos: la circuncisión, el sábado, las prescripciones alimentarias.

       El relato procede como una fábula. El buen aspecto de los cuatro jóvenes, exonerados de los alimentos impuros, es un prodigio que les preserva de transgredir la ley. Se les presenta como «sabios», según la tradición bíblica (v. 17), y entran al servicio del rey, de quien se convertirán en los principales consejeros.

 

Evangelio: Lucas 21,1-4

1 Estaba Jesús en el templo y veía cómo los ricos iban echando dinero en el cofre de las ofrendas.

2 Vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de poco valor.

3 Y dijo: -Os digo en verdad que esa viuda pobre ha echado más que todos los demás,

4 porque ésos han echado de lo que les sobra, mientras que ésta ha echado, de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

 

       **• Son cuatro versículos sencillos; el primer par, para mostrar dos comportamientos que contrastan fuertemente entre sí, el segundo, para extraer una enseñanza.

       Jesús «observaba» (anablépsas) y «veía» (éiden, de horáó, dos veces) dos actitudes diferentes frente al cofre de las ofrendas del templo. La primera es la de aquellos que echan de manera habitual sus ofrendas, calificados con un simple adjetivo que, en su carácter genérico, implica un juicio: «ricos». La segunda es un gesto único y ejemplar; a la persona que lo realiza se la califica de inmediato con precisión: una mujer, «viuda», «pobre», que echa dos monedas de poco valor.

       El segundo par de versículos muestra que el «ver» de Jesús no se queda nunca en la superficie, sino que penetra en los corazones hasta descubrir las motivaciones profundas del obrar humano. Al verbo «ver» que se encuentra al comienzo del v. 1 y del v. 2 le corresponde, al comienzo del 3, el verbo «decir», acompañado del adverbio «en verdad»: lo que Jesús ve, y revela, es la verdad del ánimo humano, que ni la hipocresía de los ricos ni la humilde modestia de la viuda logran esconder. Y ésta es la enseñanza: el valor del don no ha de ser medido con criterios contables, sino en función de la generosidad y de las condiciones de partida del donante. La medida es dar sin medida: «Toda la vida que posees» (así, al pie de la letra, el v. 4).

 

MEDITATIO

       La adhesión a la ley no es nunca puro formalismo. Nosotros somos muy acomodaticios, y nos parece excesivo el firme rechazo que Daniel y sus compañeros oponen a la orden de alimentarse con alimentos impuros de la mesa del rey. No sabemos leer el valor simbólico de las normas alimentarias, que ponen aparte al pueblo consagrado al Señor para dar testimonio de la veracidad de su Palabra: nos parecen preceptos de escasa importancia.

       Damos importancia a lo que se ve, no al significado profundo e interior de las cosas: para nosotros, vale más la ofrenda de los ricos, y despreciamos la modesta moneda de la viuda pobre.

       Sin embargo, Jesús y -antes que él- las Sagradas Escrituras de Israel nos enseñan a leer en el interior de los corazones y a considerar el sentido auténtico de cada gesto. Nos hacen comprender que también es posible arriesgar la vida para dar testimonio de la fidelidad a un pequeño precepto, que procede, no obstante, de la boca del Señor; nos hacen comprender que lo importante es darnos a nosotros mismos, dar nuestra vida, y no simplemente el dinero que nos sobra o que no nos sirve, aun cuando se trate de una gran cantidad.

 

ORATIO

       Concédeme, Señor, el discernimiento necesario para reconocer el verdadero valor de las cosas. Es demasiado fuerte la tentación de dejarme llevar por las opiniones que corren, de seguir la moda del «es lo que hacen todos», de ceder al vivir tranquilo.

       La responsabilidad de dar testimonio de tu Palabra me resulta, con frecuencia, demasiado dura. Ayúdame a serte fiel, Señor. También yo tengo miedo de que el seguimiento de tus mandatos me debilite a los ojos del mundo; también yo admiro y sigo a los ricos y no a los pobres. Perdona mi fragilidad y mi incoherencia.

 

CONTEMPLATIO

       Carísimos: no nos mostremos avaros con lo que tenemos como si fuera nuestro, sino hagámoslo producir como si nos hubiera sido dado como préstamo. Nos ha sido confiada, en efecto, la administración y el uso temporal de los bienes comunes, no la posesión eterna de una cosa privada. Recordad a los que, en el Evangelio, habían recibido los talentos del Señor y lo que el padre de familia, a su vuelta, dio a cada uno como recompensa: entonces os daréis cuenta de que es más ventajoso poner en la mesa del Señor el dinero que nos da, para que lo hagamos fructificar, que conservarlo intacto.

       Acordémonos de aquella viuda que, olvidándose de sí misma por amor a los pobres, echó todo cuanto tenía para vivir, pensando sólo en el futuro. Ofreció todo lo que tenía para poseer los bienes invisibles. Aquella pobrecita no despreció las normas establecidas por Dios en orden a la conquista del premio futuro; por eso el mismo legislador no se olvidó de ella; más aún, el juez del mundo anticipó su sentencia y preanunció en el evangelio que sería coronada en el día del juicio.

       Hagamos, pues, deudor a Dios con sus mismos dones. Nada poseemos que él no nos haya dado. Y, sobre todo, ¿cómo podemos pensar que tenemos algo nuestro, nosotros, que no nos pertenecemos a nosotros mismos por tener contraída una obligación particular con Dios, no sólo porque hemos sido creados por él, sino también redimidos? Alegrémonos porque hemos sido comprados de nuevo a un precio elevado (cf. 1 Cor 6,20) con la sangre del mismo Señor y por eso hemos dejado de ser personas viles como esclavos; en efecto, querer ser independientes de la ley divina es una libertad más despreciable que la esclavitud.

       Restituyamos, por consiguiente, al Señor los dones que son suyos; démoselos a él, que recibe en la persona de cada pobre; démoselos con alegría, lo repito, para recibir de él en la exultación, como él mismo dijo (cf. Sal 125,5) (Paulino de Ñola, Lettere 34, 2-4).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ha echado, de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir» (Lc 21,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Dios está inclinado siempre hacia nosotros; es, podríamos decir, alguien que se entrega a sí mismo y se hace clon perfecto, total, eterno, y eso sin tregua. Somos nosotros, los destinatarios del don, los que estamos cerrados, los que no le acogemos, y por eso recibimos o no recibimos en absoluto lo que nunca cesa de ofrecérsenos. Pero él escucha todas las plegarias, realiza todos los milagros, consuma todos los misterios de la salvación.

       Somos nosotros quienes no estamos dispuestos a acogerlos. El don de Dios es infinito, se ofrece siempre, pero nosotros siempre podemos, por así decirlo, anularlo, restringirlo, rechazarlo [...]. No hay grandeza sino en el amor, en la entrega de uno mismo, y amar es, precisamente, vaciarnos de nosotros mismos, ser pobres de nosotros mismos, hacer de nosotros mismos un espacio en el que el otro pueda respirar su propia vida. Ahora bien, precisamente porque esa pobreza en su infinita fuente está en Dios, precisamente porque nosotros nunca podremos ser pobres como Dios, podemos encaminarnos hacia ese despojo y aumentar cada día nuestra generosidad, pero nunca conseguiremos ser pobres como lo es Dios. Por otra parte, si Dios nos llama a la alegría de la entrena total, lo hace justamente porque quiere nuestra grandeza, y la lleva a su colmo cuando nos confía su propia vida, cuando pone en nuestras manos su destino en la historia (M. Zundel, «Salvare Dio da noi stessi», en La Vie Sp/r/W/e725[1997],715ss).

 

 

Día 26

Martes de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 2,31-45

En aquellos días, dijo Daniel a Nabucodonosor:

31 Tú, rey, tuviste esta visión: una enorme estatua, de extraordinario esplendor y terrible aspecto, comenzó a levantarse frente a ti.

32 Su cabeza era de oro puro; el pecho y los brazos, de plata; el vientre y los lomos, de bronce;

33 las piernas, de hierro, y los pies, parte de hierro y parte de arcilla.

34 Mientras mirabas, una piedra se desprendió de un monte, sin intervención de mano alguna; vino a dar contra los pies de la estatua, que eran de hierro mezclado con arcilla, y los pulverizó.

35 Todo se hizo pedazos: hierro mezclado con arcilla, bronce, plata y oro; todo quedó pulverizado como la paja de la era en verano que el viento arrebata y se lleva sin dejar rastro. Pero la piedra que había chocado contra la estatua se convirtió en una gran montaña que llenó toda la tierra.

36 Éste fue el sueño; ahora se lo interpretaremos al rey.

37 Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado imperio, poder, fuerza y gloria,

38 en cuyas manos ha dejado todos los hombres, las bestias del campo y los pájaros del cielo, y a quien ha dado dominio sobre todo ello, tú eres la cabeza de oro.

39 Después de ti surgirá otro reino, inferior al tuyo, y luego un tercer reino de bronce, que dominará sobre toda la tierra.

40 Y por fin un cuarto reino, fuerte como el hierro; lo mismo que el hierro destroza y pulveriza todo, así ese reino destrozará y pulverizará a todos los demás.

41 Viste que los pies y los dedos eran parte de arcilla y parte de hierro; eso significa que será un reino dividido: en cierto modo, tendrá la solidez del hierro, pues, aunque mezclado con arcilla, viste hierro.

42 En cuanto a los dedos de los pies, que eran parte de hierro y parte de arcilla, significa que el reino será fuerte y frágil a la vez.

43 Viste el hierro mezclado con la arcilla, y eso significa que distintos linajes se mezclarán entre sí, pero sin llegar a fundirse, del mismo modo que el hierro y la arcilla no pueden fundirse.

44 En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo. Pulverizará

y aniquilará a todos los otros y él mismo subsistirá por siempre;

45 eso significa la piedra que viste desprenderse del monte, sin intervención de mano alguna y que pulverizó hierro, bronce, arcilla, plata y oro. El gran Dios ha revelado al rey los acontecimientos del futuro. El sueño es verdadero, y su interpretación es fidedigna.

 

       *• Daniel, consejero del rey e intérprete de sueños, se ofrece para explicar al rey un sueño en el que habían fracasado todos los adivinos del reino: Daniel sabe que la revelación del misterio le vendrá de Dios (v. 28). Nabucodonosor pone a prueba a los sabios pidiéndoles que adivinen su sueño antes de explicarlo; ninguno lo consigue, salvo Daniel. Es la visión de una estatua construida con materiales diversos: oro, plata, bronce, hierro y arcilla. Se desprende una piedra desde un monte y se precipita contra los pies de la estatua, pulverizándola. La enorme estatua se hunde y se hace añicos, mientras que la piedra se convierte en un monte que llena la tierra (w. 31-35).

       Sigue la explicación del sueño, o sea, la sucesión de cuatro reinos después de Nabucodonosor. Cada uno de ellos suplantará al anterior, en una progresiva decadencia hasta el último, debilitado por la amalgama imperfecta de hierro y arcilla (w. 36-43). Surgirá entonces, por obra de Dios, un reino eterno que aniquilará a los otros, un reino simbolizado por la piedra. Es posible que el autor piense en la disgregación del imperio de Alejandro Magno en los reinos de sus sucesores; se afirma el señorío eterno de Dios, que pone término a todo dominio humano con la imagen escatológica de la unificación mundial.

 

Evangelio: Lucas 21,5-11

En aquel tiempo,

5 al oír a algunos que hablaban sobre la belleza de las piedras y exvotos que adornaban el templo, dijo:

6 -Vendrá un día en el que todo eso que veis quedará totalmente destruido; no quedará piedra sobre piedra.

7 Entonces le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo será eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder?

8 Él contestó: -Estad atentos, para que no os engañen. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy, ha llegado la hora». No vayáis detrás de ellos.

9 Y cuando oigáis hablar de guerras y de revueltas, no os asustéis, porque es preciso que eso suceda antes, pero el fin no vendrá inmediatamente.

10 Les dijo además: -Se levantará nación contra nación y reino contra reino.

11 Habrá grandes terremotos y, en diversos lugares, hambres, pestes, apariciones terroríficas y grandes portentos en el cielo.

 

       *»• Es el comienzo del «discurso escatológico» del evangelio de Lucas. Jesús se encuentra en el templo, donde enseña públicamente, y ha tenido ya algunas disputas con los maestros de la Ley y con los saduceos. Su discurso se apoya precisamente en la admiración que le produce la belleza del templo (v. 5). La predicción es drástica y fulminante: «Vendrá un día...» (v. 6), hasta tal punto que provoca en sus oyentes la inmediata petición de signos premonitorios (v. 7). La respuesta de Jesús pone primero en guardia contra los falsos signos que pueden inducir a engaño a los discípulos (w. 8-11) y, a continuación, predice la persecución como signo inequívoco (w. 12-19). «Estad atentos, para que no os engañen» (v. 8): se trata de un verbo típico de la terminología apocalíptica. Son muchos, en electo, los que hablarán en nombre de Jesús, pero lo harán en falso; por eso las guerras y revoluciones no deberán asustar a los discípulos (v. 9a).

       Lucas escribe en una época en la que el «retraso de la parusía» supone ya un problema para la comunidad, que padece persecuciones y desgracias, pero no sabe cuándo vendrá el fin: de ahí que sea necesario reforzar la paciencia y la esperanza y tranquilizar respecto al cumplimiento del futuro. Todo esto, dice Jesús, deberá sucede antes del fin, pero el fin no «vendrá inmediatamente» (v. 9b). La descripción de los acontecimientos que precederán al fin es incluso detallada (w. lOss), para hacer entrever la posibilidad de un tiempo intermedio (el tiempo de la Iglesia) muy largo, en el que la comunidad deberá perseverar en el testimonio.

 

MEDITATIO

       Las visiones apocalípticas tienen siempre una fuerte carga simbólica. Es menester ir más allá de las imágenes coloridas para captar su sentido. Jesús nos invita a no quedarnos en las apariencias: por muy grandioso y espléndido que sea el templo, no quedará piedra sobre piedra de él. La enorme estatua aparecida en el sueño de Nabucodonosor se hace añicos, golpeada por una piedra pequeña. No siempre los signos resultan de fácil lectura; es más, también sobre esto nos pone en guardia Jesús.

       Quisiéramos saber siempre por anticipado lo que nos espera, y nos sentimos aterrorizados por los «profetas de mal agüero», como los llamaba el papa Juan XXIII. Jesús nos tranquiliza, pero sin permitirnos que nos hagamos ilusiones: habrá, es cierto, trastornos y desastres, pero el futuro está en manos del Señor y debemos confiarnos con sencillez a él. También el libro de Daniel, con sus descripciones de prodigios tremendos, resulta tranquilizador: la estatua se derrumbará y con ella desaparecerán los reinos de la tierra; la piedra pequeña simboliza el Reino eterno de Dios, preparado desde siempre para los justos. No hay ningún motivo para tener miedo.

 

ORATIO

       Señor, tengo miedo.

       Me gustaría parecer desinhibido y moderno y sonreír ante las terribles previsiones apocalípticas, como si fueran fábulas de otros tiempos. Sin embargo, tengo miedo del mañana, tengo miedo del sufrimiento, tengo miedo de lo que no conozco.

       También me gustaría preguntarte cuándo tendrá lugar todo esto, pero no me atrevo a hacerlo. Concédeme, Señor, unos ojos puros y un corazón sencillo, para que sepa situar cada cosa bajo el juicio de la Palabra y para que sepa leer los signos de los tiempos. Me gustaría pedirte que me ahorraras las calamidades de las que hablas.

       Me gustaría pedirte que alejaras de la tierra las guerras, las destrucciones, las carestías, las pestilencias. Hazme comprender, Señor, por qué es necesario que todo esto tenga lugar. Sostenme, Señor, para que la fe que me has dado me ayude a vencer el miedo.

 

CONTEMPLATIO

       Tiende, oh Padre, una vez más tus manos para acoger al pobre. Ensancha tu seno para acoger en él a un número mayor. Nosotros iremos junto a los que reposan en el Reino de Dios, junto con Abrahán, Isaac y Jacob [...].

       Iremos al lugar donde se encuentra el paraíso de las delicias, allí donde Adán, que tropezó con los bandidos, ya no tiene ninguna razón para llorar por sus heridas, allí donde el mismo ladrón se alegra por haber entrado a formar parte del Reino de los Cielos, allí donde no hay nubes ni truenos ni relámpagos, allí donde no hay tempestades de vientos, ni tinieblas, ni sombras, donde ni el verano ni el invierno cambiarán el curso de las estaciones; allí donde no hará frío, ni granizo o lluvia, ni habrá necesidad de este sol o de esta luna, ni habrá los globos de las estrellas, sino que sólo brillará el fulgor de la gloria de Dios, pues el Señor será la luz de todos, y la luz verdadera que ilumina a cada hombre resplandecerá sobre todos. Iremos al lugar donde el Señor Jesús ha preparado a sus siervos muchas moradas (Ambrosio de Milán, Tratado sobre el bien de la muerte, XII, 53, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Dios del cielo hará surgir un Reino que jamás será destruido» (Dn 2,44).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Desde el único acontecimiento del nacimiento-vida-muerte-resurrección de Jesús hasta la parusía, todos los años son ¡guales para nosotros los cristianos: nos encontramos, en efecto, en los últimos tiempos, entre un «ya», acaecido en Jesucristo, y un «todavía no», esperado por toda la humanidad. Estos «últimos tiempos» no tienen nada de amenazador, ni de catastrófico para el hombre ni para la creación: no son el chronos que devora a sus hijos, sino el kairós, el tiempo propicio iniciado por Cristo y que cualifica a todo el resto del tiempo. Deben aparecer, por consiguiente, como un tiempo de gracia, como el tiempo favorable, como el día de la salvación en el que acoger la fe y vivir de ella. En consecuencia, este tiempo es siempre un «hoy», el hoy de Dios en el hoy de nuestra vida vivida, el hoy que Dios fija de nuevo para nosotros [...].

       Así es como el cristiano conoce y vive el tiempo: éste es siempre un «hoy», es siempre un «tiempo favorable» (2 Cor 6,2), es siempre un tiempo dejado por Dios para la conversión y para vivir de un modo bello y bueno en comunión y solidaridad con todos los hombres. Eso significa aprovechar el tiempo y hasta, como escribe Pablo (cf. Ef 5,1 ó), redimir, rescatar, salvar el tiempo como hombres provistos de sabiduría. Y nuestro tiempo, precisamente porque está marcado por el hoy de Dios, es un tiempo abierto a la eternidad, a la vida para siempre [...]. Si Dios está en el inicio de mi tiempo, si el Dios-hombre está en la plenitud del tiempo, ¿cómo podría no estar al final de mi tiempo?

       Si Cristo «es el mismo ayer, hoy y siempre», ¿cómo podríamos no estar con él para siempre nosotros, que lo hemos conocido en el tiempo, hoy? Nuestros días tienen un término, pero tienen también una finalidad: el encuentro con el Dios que viene, la vida eterna (E. Bianchi, Da Forestiero, Cásale Monf. 1995, pp. 49-52).

 

Día 27

Miércoles de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28

1 El rey Baltasar celebró un gran banquete en honor de sus dignatarios, que eran unos mil, y en el decurso del banquete se sirvió vino en abundancia.

2 Excitado por el vino, mandó traer las copas de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, se había llevado del templo de Jerusalén, para que bebieran en ellas el rey, sus dignatarios, sus mujeres y sus concubinas.

3 Se trajeron las copas de oro y plata arrebatadas al templo, es decir, a la casa de Dios en Jerusalén, y el rey, sus dignatarios, sus mujeres y sus concubinas bebieron en ellas.

4 Bebían vino y alababan a sus dioses de oro y plata, bronce, hierro, madera y piedra.

5 En aquel momento aparecieron, frente al candelabro de la sala, unos dedos de mano humana que escribían sobre el revoque de la pared del palacio real. El rey, al ver la mano que escribía,

6 cambió de color, se le turbó la mente, le fallaron las articulaciones de sus caderas, y sus rodillas entrechocaban una con otra.

13 Daniel fue introducido en la presencia del rey, el cual le preguntó: -¿Así que tú eres Daniel, uno de los judíos que mi padre, el rey, trajo cautivos de Judea?

14 He oído decir que posees una inspiración divina, que tienes clarividencia, una inteligencia y una sabiduría superiores.

16 He oído decir que tú puedes dar interpretaciones y resolver problemas. Así pues, si consigues leer e interpretarme lo escrito, serás vestido de púrpura, llevarás al cuello un collar de oro y serás el tercero en el reino.

17 Daniel tomó la palabra y respondió al rey: -Guarda tus regalos y da tus obsequios a otro; en cualquier caso leeré e interpretaré para el rey lo escrito.

18 Te has alzado contra el Señor del cielo. Has mandado traer las copas de su templo, y tú, tus dignatarios, tus mujeres y concubinas habéis bebido en ellas. Has dado alabanza a los dioses de oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra, que ni ven ni oyen ni saben nada, y no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu vida y tus caminos.

23 Por eso él envió la mano que escribió esas palabras.

24 Lo escrito es: mene, tequel y peres.

25  Y ésta es la interpretación: Mene, es decir, «contado»: Dios ha contado los días de tu reinado y ha señalado un límite.

26 Tequel, es decir, «pesado»: has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso.

28 Peres, es decir, «dividido»: tu reino ha sido dividido y entregado a los medos y a los persas.

 

       *• Baltasar, señalado como hijo y sucesor de Nabucodonosor, no es una figura histórica. El relato tiene el desarrollo de una parábola. El rey da un banquete y ordena poner en la mesa las copas sagradas que Nabucodonosor había llevado de Jerusalén a Babilonia. La profanación de las copas sagradas, en las que beben el rey y sus invitados, provoca un prodigio que siembra el terror en la sala del banquete: una mano misteriosa escribe en la pared unas palabras incomprensibles (w. 1-6).

       Como sucediera con el sueño de Nabucodonosor, nadie está en condiciones de explicar el prodigio hasta que la reina sugiere llamar a Daniel. El rey reconoce la sabiduría del judío deportado (w. 13ss) y le promete una recompensa (v. 16). Sin embargo, Daniel no ejerce su poder de adivinación, que le viene de Dios, por amor a recompensas (v. 17). El sabio, recorriendo la historia del reino, muestra las consecuencias de la arrogancia y del sacrilegio del que el rey es culpable. El pecado de Baltasar consiste en haberse opuesto al Señor del cielo y haber adorado a los ídolos (v. 23). Por eso Dios ha pronunciado su juicio, un juicio que Daniel interpreta de este modo: el señorío de Baltasar acabará, su poder ya no tiene peso, su reino será dado a otros.

 

Evangelio: Lucas 21,12-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por  causa de mi nombre.

13 Esto os servirá para dar testimonio.

14 Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa,

15 porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios.

16 Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos, y a algunos de vosotros os matarán.

17 Todos os odiarán por mi causa,

18 pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.

19 Si os mantenéis firmes, conseguiréis salvar vuestras almas.

 

       **• El segundo de los «signos premonitorios» que precederán al fin es la persecución: también ésta es ya una realidad cuando Lucas escribe su evangelio. Antes que todo lo demás, antes de los cataclismos y de las guerras, los discípulos serán detenidos y llevados a juicio «por causa» del nombre de Jesús (v. 12). Esto les proporcionará, dice Jesús por medio de Lucas, la ocasión de dar testimonio (v. 13): es una lectura positiva de la persecución.

       Lucas dirige a los discípulos desorientados, que no saben cómo defenderse (v. 14), un mensaje de esperanza; más aún, les transmite la certeza de la victoria: Jesús mismo les dará el lenguaje y la sabiduría necesarios para contradecir las acusaciones (v. 15). El contraste entre el v. 12 y el v. 15 es paralelo al que se da entre los w. 16ss y los w. 18ss: a pesar de las traiciones, del odio y del aislamiento, «ni un cabello de vuestra cabeza se perderá», y las «almas» (psychás, las «vidas») de los discípulos se salvarán.

 

MEDITATIO

       El lenguaje imaginativo y fuertemente evocador de los textos apocalípticos infunde terror; sin embargo, su mensaje es de esperanza. Las persecuciones, los abandonos y las traiciones no podrán nada contra quien se confía con sencillez al Señor. Los días del adversario están contados, dice Daniel; yo os daré lenguaje y sabiduría, dice Jesús, para reanimar los corazones desconcertados de los discípulos.

       La Escritura no guarda silencio sobre las pruebas que pondrán en peligro la vida de los testigos, no se muestra engañosa o falsamente consoladora. Cuanto más vivo y realista es el cuadro de la catástrofe, tanto más resalta la firmeza de la fe: palidece de terror el arrogante Baltasar mientras resuenan seguras las palabras de Daniel: «Dios ha contado los días de tu reinado y ha señalado un límite».

 

ORATIO

       Señor, haz que no se turbe mi corazón, que no tiemble cuando se me pida que dé cuenta de mi fe. Me falta el valor, no sé hablar, mi mente está confusa. Necesito la confortación de los otros, no soporto estar abandonado y solo.

       Perdóname, Señor, pero también estoy atormentado por la duda: «Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá».

       Perdóname, Señor, pero tengo miedo de que sea sólo una piadosa ilusión.

       Sólo tú puedes darme fuerza, Señor. Sólo tú puedes darme la fe, volver a dar esperanza a mi ánimo marchito.

       Sólo tú puedes darme «lenguaje y sabiduría» para resistir los ataques de tus adversarios y de los míos.

       Gracias, Señor, por no haberlo dejado todo sobre mis frágiles espaldas. Gracias porque precisamente mi fragilidad prueba que sólo en ti hay vida y salvación.

 

CONTEMPLATIO

       Sedme fieles. No temáis: maestros de la Ley y fariseos, autoridades y poderosos serán vuestros enemigos. Pareceréis abandonados -en realidad, estaréis seguros-. ¿Dónde?  En lo más seguro que el Señor ha ofrecido: en la Providencia. Ya hemos visto una vez lo que significa Providencia: no es el orden de la naturaleza, que se impone de por sí, sino el que el Padre establece en el hombre, que se le da por fe, siempre que el hombre reconozca a Dios como su Padre, se confíe a él y se tome a pecho, como ninguna otra cosa, el celo por su Reino.

       De este modo, los apóstoles no se espantarán frente a la persecución, porque estarán protegidos, y aunque tuvieran que perecer, ni siquiera entonces temerán, pues estarán convencidos de que lo que cuenta es inviolable.

       Quien los mate matará sólo el cuerpo; no pueden perjudicar al alma, pues está recogida en la fe de Jesús.

       También al alma le llega la hora de decidir entre la vida y la muerte: ante Dios, en el tribunal supremo. Dios la puede lanzar a la muerte eterna. Esto es lo único que deben temer los discípulos. Pero si han optado por Jesús, están vivos ante Dios y gozan de la vida eterna. La decisión mediante la que alguien se pone de parte de Jesús se lleva a cabo en lo exiguo de un instante, pero funda la eternidad [...].

       ¿Cómo debe comportarse, entonces, el hombre? Concentrando el espíritu en lo que dura eternamente y dejando que las cosas caducas pasen su tiempo. En Dios, no en el tiempo, debe estar su posesión. Ahora bien, esto sólo es posible cuando se tiene fe en Cristo. Entonces el hombre, viviendo de esta fe, puede obtener frutos de inmortalidad en las mismas cosas terrenas (R. Guardini, II Si^nore, Milán, 1949, pp. 222-224, passim [edición española: El Señor, Rialp, Madrid 1964]).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo os daré lenguaje y sabiduría» (Lc 21,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Frente a la pérdida del sentido, los creyentes están llamados sobre todo a poner a Cristo en el centro, calificándose como discípulos suyos, apasionados por su verdad, lo único que libera y salva. «Ven y Sígueme» es la llamada que resuena hoy más que nunca para los creyentes, porque hoy más que nunca es menester decir con la vida que hay razones para vivir y para vivir juntos, y que estas razones no están en nosotros mismos, sino en ese último horizonte que la fe nos hace reconocer como revelado y dado en Jesucristo. Se trata de redescubrir el primado de Dios en la fe y, por consiguiente, el primado de la dimensión contemplativa de la vida, entendida como fiel unión a Cristo en Dios, manteniendo el corazón atento al horizonte último que se nos ofrece en él. Tenemos necesidad de cristianos adultos, convencidos de su fe, expertos en la vida según el Espíritu, dispuestos a dar razón de su esperanza. En este sentido, la caridad más grande que se pide hoy a los discípulos del Crucificado resucitado es ser, con su vida, discípulos y testigos de aquel que es el verdadero sentido que no defrauda, la verdad que salva. En segundo lugar, los cristianos están llamados, hoy más que nunca, a hacerse siervos por amor, viviendo el éxodo de sí mismos sin retorno, siguiendo al Abandonado, construyendo el camino en comunión, mostrándose solidarios especialmente con los más débiles y los más pobres de sus compañeros de camino. Si Cristo está en el centro de nuestra vida y de la vida de toda la Iglesia, si él es aquel al que estamos suspendidos, atados a su cruz, iluminados por su resurrección, entonces no podemos considerarnos fuera de la historia de sufrimiento y lágrimas a la que él ha venido y donde ha hincado su cruz, para extender en ella el poder de su victoria pascual. Los discípulos de la verdad que salva no están nunca solos; están con él, al servicio del prójimo, viviendo así en la compañía del Dios con nosotros (B. Forte, // laici nella Chiesa e nella societá avile, Cásale Monf. 2000, pp. 77-79, passim).

 

Día 28

Jueves de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 6,12-28

En aquellos días,

12 unos hombres hostiles entraron de repente y sorprendieron a Daniel orando e invocando a su Dios.

13 Inmediatamente se presentaron al rey y le recordaron el decreto real: -¿No has firmado una prohibición según la cual todo aquel que en el espacio de treinta días dirija una oración a cualquier dios u hombre, fuera de ti, majestad, será arrojado al foso de los leones? Respondió el rey: -Sí, así está establecido, según la ley de medos y persas, que es irrevocable.

14 Ellos replicaron: -Pues Daniel, ese deportado judío, no te respeta a ti ni a la prohibición que has firmado, sino que tres veces al día hace su oración.

15 Al oír esto, el rey se disgustó sobremanera y se propuso salvar a Daniel; hasta la puesta del sol estuvo buscando el modo de librarlo.

16 Pero aquellos hombres de nuevo acudieron al rey en tropel y le dijeron:

-Recuerda, rey, que, según la ley de medos y persas, ninguna prohibición o edicto dado por el rey puede ser revocado.

17  Entonces el rey ordenó traer a Daniel y arrojarlo al foso de los leones. El rey dijo a Daniel: -¡Que tu Dios, a quien sirves tan fielmente, te salve!

18 Trajeron una piedra, la colocaron en la boca del foso y el rey la selló con su anillo y con el de sus dignatarios, para que no se cambiara la sentencia dada contra Daniel.

19 El rey regresó a su palacio y no quiso comer ni admitir concubinas en toda la noche, ni pudo conciliar el sueño.

20 Al rayar el alba, el rey se levantó y fue a toda prisa al foso de los leones.

21 Al llegar junto a él, llamó a Daniel con voz angustiada: -Daniel, siervo de Dios vivo, ¿ha podido tu Dios, a quien sirves con tanta fidelidad, librarte de los leones?

22 Daniel respondió al rey: -¡Que el rey viva para siempre!

23 Mi Dios ha mandado a su ángel, que ha cerrado las fauces de los leones, y no me han hecho ningún daño, porque Dios sabe que soy inocente, y tampoco he hecho nada malo contra el rey.

24 Entonces el rey se alegró mucho y mandó sacar a Daniel del foso. Sacaron a Daniel y no tenía ni siquiera un rasguño, porque había confiado en su Dios.

25 Por orden del rey, fueron traídos y arrojados al foso de los leones los hombres que habían calumniado a Daniel, sus mujeres y sus hijos. Y aún no habían tocado el fondo del foso, cuando los leones se abalanzaron sobre ellos y trituraron todos sus huesos.

26 Entonces el rey Darío escribió a las gentes de todos los pueblos, naciones y lenguas que pueblan la tierra: -Que vuestra paz crezca sin cesar.

27 Ordeno que en todo mi imperio sea respetado y temido el Dios de Daniel, porque él es el Dios vivo que subsiste por siempre; su reino no será destruido y su imperio no tendrá fin.

28 El es quien libra y quien salva; el que realiza prodigios y signos maravillosos en el cielo y en la tierra; él ha salvado a Daniel de las garras de los leones.

 

       *•• El célebre episodio del foso de los leones muestra, una vez más, la figura ejemplar de Daniel, que, a pesar de la prohibición del rey, sigue orando al Señor. Sus enemigos le espían y le denuncian al rey (w. 12-14). El rey Darío queda entristecido, pero no puede salvar a Daniel, porque los decretos reales son irrevocables (y precisamente con esto contaban los autores de la denuncia: w. 15ss). Por consiguiente, el héroe es echado, como en las fábulas, en el foso, un foso que el mismo rey sella para evitar cualquier irregularidad, pero deseando que el Dios de Daniel intervenga para salvarle y hasta orando con su ayuno (w. 17-19).

       A la mañana siguiente, el rey se muestra ansioso por conocer el destino de Daniel y éste le responde desde el foso (w. 20-23). La fábula concluye, del modo más tradicional, con la liberación del héroe y el castigo de sus enemigos, que son descuartizados por los leones (w. 24ss).

       El acontecimiento queda sellado por el nuevo decreto del rey, que proclama por todo su reino el culto al Dios de Daniel (w. 26-28). Es el triunfo del monoteísmo de Israel sobre las naciones paganas, que acaban reconociendo, por sus prodigios, al Dios vivo.

 

Evangelio: Lucas 21,20-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

20 Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que se acerca su devastación.

21 Entonces los que estén en Judea que huyan a los montes; los que estén dentro de la ciudad que se alejen, y los que estén en el campo que no entren en la ciudad.

22 Porque son días de venganza en los que se cumplirá todo lo que está escrito.

23 ¡Ay de las que estén encintas y criando en aquellos días! Porque habrá gran tribulación en la tierra y el castigo vendrá sobre este pueblo.

24 Caerán al filo de la espada e irán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que llegue el tiempo señalado.

25 Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas.

26 Los hombres se morirán de miedo al ver esa conmoción del universo, pues las potencias del cielo quedarán violentamente sacudidas.

27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria.

28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

 

       *+• La caída de Jerusalén es una clásica profecía ex eventu: sabemos que Lucas escribe después del año 70 d. de C. La descripción, con fuertes tonos apocalípticos, recurre al lenguaje de los profetas y presenta un cuadro terrible de los acontecimientos que se producirán cuando se cumpla el juicio sobre la ciudad santa («días de venganza»: v. 22).

       La desolación golpeará sobre todo allí donde se opone a los signos de vida (las mujeres encintas, los niños de pecho); el destino de muerte atravesará los mismos confines del pueblo de Israel para golpear a los gentiles (v. 24a), «hasta que llegue el tiempo señalado», esto es, el tiempo de la Iglesia de los testigos y de los mártires (v. 24b).

       Los acontecimientos cósmicos se reflejan en la angustia de todas las naciones (v. 25) y en el temor de lo que está por llegar (v. 26). La inspiración universal de este lenguaje, que engloba a toda la creación, aleja la determinación del tiempo preciso en el que todo esto sucederá, y, de este modo, Lucas puede introducir el acontecimiento decisivo, cuyo momento no puede ser conocido: la venida del Hijo del hombre, juicio para algunos, liberación para los creyentes (w. 27ss).

 

MEDITATIO

       Parece que los enemigos de Daniel van a triunfar sobre él, pues provocan su condena, a pesar de la benevolencia del rey. Jerusalén está destruida, y exterminada la población de Judea, aunque se trate de la ciudad santa. Sin embargo, precisamente en lo profundo de estas espantosas desventuras, se invierten las suertes: los leones que han respetado a Daniel devoran a sus adversarios, y, mientras los hombres mueren de miedo, los discípulos de Jesús levantan la cabeza, porque está cerca su liberación.

       No olvidemos que tanto el autor del libro de Daniel como el evangelista Lucas escribieron estas páginas en tiempos de persecución, en unos tiempos en los que la solución positiva y el fin de las tribulaciones se presentaban inciertos y lejanos. Los w. 21-24 del capítulo 21 de Lucas no son fruto de la fantasía, sino más bien un artículo de corresponsal de guerra que describe lo que sucede ante sus ojos. Dejaríamos de llorar por nosotros a causa de nuestras dificultades cotidianas si tuviéramos sólo una brizna de la fe atestiguada por las lecturas de hoy.

 

ORATIO

       Señor, tu Palabra me hace temblar hoy. Estoy entre los perseguidos que huyen a los montes, abandonando la ciudad, aterrorizados por signos celestes y por el estruendo del mar. Huyo porque ahora cae la «ciudad santa» que me daba refugio: la piedad tradicional en la que he crecido ya no me basta, ya no encuentro respuestas a mis dudas.

       Ayúdame, Señor, a leer tu voluntad incluso dentro de estas calamidades. Ayúdame a hacerles frente con un corazón sereno, como Daniel a los leones: si tú estás conmigo, no me descuartizarán. Ayúdame a mirar más allá de los cielos descompuestos: si tú estas conmigo, mis ojos verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes y me darás la fuerza necesaria para levantar la cabeza.

 

CONTEMPLATIO

       En todo el mundo visible está inscrito el misterio del tránsito. El misterio de la muerte. Nadie duda de que las cosas de aquí abajo padecen la destrucción y que, de este modo, pasa el mundo visible. Nadie duda de que el hombre muere en este mundo - y de este modo pasa el hombre-. A través del pasar del mundo, a través de la muerte del hombre, se revela Dios, aquel que no pasa. Él no está sometido al tiempo. Es eterno. Es aquel que al mismo tiempo «es, era y viene» (cf. Ap 1,8). Aquel que es totalmente trascendente respecto al mundo, como Espíritu infinito, abarca al mismo tiempo todo lo que ha sido creado y todo lo que respira: «En él, en efecto, vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).

       Por consiguiente, no está sólo fuera del mundo, no está sólo en su inescrutable divinidad. Está al mismo tiempo en el mundo. El mundo está penetrado por su presencia. Y esa presencia habla siempre de su venida. De su venir. Así pues, Dios, como Creador y Señor del mundo, viene eternamente a este mundo, al que ha llamado de la nada a la existencia.

       Siempre vivimos en espera «de lo que deberá suceder sobre la tierra», como dice Cristo en el evangelio. Pues bien, Dios no está sólo «fuera del mundo». Entra en el destino del hombre sobre la tierra. Los hombres le verán como «Hijo del hombre» (Lc 21,27). «Redención» significa, precisamente, la presencia del Justo en medio de los pecadores. «Alcemos y levantemos la cabeza»: en efecto, en esta venida del Justo se encierra «nuestra salvación». La historia del hombre sobre la tierra no es sólo el tránsito hacia la muerte; es, sobre todo, una maduración para la vida en Dios (Juan Pablo II, Homilías, 1 de diciembre de 1985).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Esperar es mucho más que desear, pero nosotros confundimos a menudo lo uno con lo otro. Esperar es aguardar lo que la fe nos hace conocer: se trata, a buen seguro, de cosas oscuras, aunque incomparablemente más plenas. Esperar es aguardar con una confianza ilimitada lo que no conocemos, pero de parte de aquel cuyo amor sí conocemos. Recibimos en la misma medida con la que esperamos. Esperar así es amar, amar con amor de caridad a Dios y a los otros, porque es hacer nuestras las «ideas» de Dios sobre él y sobre lo que cada uno debe recibir de él. O esperar o actuar, según las circunstancias... En ambos casos nos pide el Señor radicalismo, esto es, o esperar a fondo o actuar a rondo. Esperar lo que no depende de nosotros es una buena ocasión para poner en Dios una confianza sin fisura.

       Cuando debemos intervenir en algo que verdaderamente supera nuestras posibilidades, es preciso confiarlo a Dios. Y confiarlo a Dios significa fiarse de él. Para que esta confianza sea real, efectivamente buena, no debemos dejar sitio en nosotros a la inquietud. Lo que el Señor nos pide es creerle Dios, esperar en él, porque él es tan poderoso como Dios. Esperar, de bruces sobre la tierra, inmóviles. Pero esperar con una esperanza vital, indestructible (M. Delbrél, Inaivisibile amore, Cásale Moni. 1994, pp. 77-79, passim).

 

Día 29

Viernes de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,2-14

2 Yo, Daniel, en mi visión nocturna pude ver cómo los cuatro vientos del cielo agitaban el inmenso mar

3 y cómo cuatro bestias gigantescas, diferentes una de otra, salían del mar.

4 La primera era como un león y tenía alas de águila. Mientras yo miraba, le arrancaron las alas, se alzó sobre el suelo, irguiéndose sobre sus dos patas como un hombre, y se le dotó de mente humana.

5 En esto, apareció una segunda bestia, semejante a un oso; se erguía sobre uno de sus costados, llevaba entre las fauces tres costillas y una voz le decía: «¡Anda, levántate, devora toda la carne que puedas!»

6 Después vi otra bestia, como un leopardo, con cuatro alas de ave en su dorso y cuatro cabezas; a ésta se le dio el poder.

7 Vi todavía en mis visiones nocturnas una cuarta bestia; era terrible, espantosa y muy fuerte. Tenía grandes dientes de hierro, lo devoraba y trituraba todo, y con sus pezuñas pateaba las sobras; era diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos.

8 Estaba yo observando los cuernos cuando entre ellos despuntó otro cuerno pequeño; para hacerle sitio hubieron de ser arrancados tres de los diez cuernos anteriores. Y vi que este pequeño cuerno tenía ojos como los de un ser humano y una boca que profería insolencias.

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un luego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

11 Estaba yo fascinado por las insolencias que profería aquel cuerno, cuando vi que mataron a la bestia, destrozaron su cuerpo y lo arrojaron a las llamas ardientes.

12 A las otras bestias se les quitó también el dominio, y sólo hasta un determinado momento se les permitió seguir con vida.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido.

 

       *•• La visión de Daniel forma parte del género literario apocalíptico. La revelación por medio de sueños es frecuente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

       Daniel describe con una dramática viveza el mar agitado y las cuatro bestias, monstruos terribles, que emergen de él. El mar tiene aquí un valor negativo: simboliza el caos primordial o el conjunto de las fuerzas que se oponen a Dios y a sus justos. También las bestias (el cuatro indica totalidad) representan las fuerzas enemigas o los reinos paganos, que, a pesar de su arrogancia, son simples instrumentos de los que se sirve Dios para llevar a cabo sus juicios. En las bestias podemos identificar el reino de Babilonia, el de los medos, el de los persas y, por último, en la cuarta y más terrible, el de los seléucidas de Siria. Siria se asimilaba antiguamente con Asiría, y aquí, en la visión de los diez cuernos (símbolo de poder) y del cuerno más pequeño y más arrogante, se superpone en la de Antíoco IV la imagen de Asur.

       La visión continúa ahora como una teofanía: aparece una especie de tribunal celestial presidido por un anciano con vestiduras blancas sobre un trono de fuego. La imagen del trono móvil provisto de ruedas remite a Ezequiel. La muchedumbre de los que sirven al anciano es innumerable, se abren los libros del juicio y matan a la cuarta bestia, mientras que a las otras se les deja, misteriosamente, un tiempo limitado de vida: el mal amenaza todavía a los fieles, pero su fin está marcado. La visión teofánica culmina con la aparición del Hijo del hombre, figura mesiánica a la que se entrega el señorío eterno sobre todos los pueblos y las naciones.

 

Evangelio: Lucas 21,29-33

En aquel tiempo,

29 puso Jesús también a sus discípulos esta comparación: -Mirad la higuera y los demás árboles.

30 Cuando veis que echan brotes, os dais cuenta de que está próximo el verano.

31 Así también vosotros, cuando veáis realizarse estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca.

32 Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo esto suceda.

32 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

 

       *»• «¿Cuándo sucederá todo esto?», preguntan los discípulos (21,7). Jesús se toma las cosas con calma, y casi parece querer evitar una respuesta directa; por último, proporciona un criterio muy simple, tomado de la experiencia.

       Una brevísima comparación o parábola en tres versículos relaciona la sabiduría campesina, que reconoce en los fenómenos naturales la llegada de las estaciones (w. 29ss), con la venida del Reino preanunciado por los fenómenos cósmicos que acaba de describir. Lo que cuenta para Lucas no es la previsión exacta de los tiempos, sino la proximidad del Reino (y de la liberación: cf. v. 28): el Reino está cerca, ya está incluso en medio de nosotros.

       La afirmación «os aseguro que no pasará esta generación antes que de todo esto suceda» (v. 32) se refiere, probablemente, a la caída de Jerusalén, de la que tanto Lucas como su comunidad ya han tenido experiencia; sin embargo, paradójicamente, también resulta verdadera aplicada a los acontecimientos escatológicos, porque la medida del tiempo resulta secundaria respecto al deber de la vigilancia y al valor eterno de la Palabra de Jesús (v. 33). La preocupación por conocer de manera anticipada lo que sucederá y cuándo tendrá lugar queda vaciada de sentido: responder a la llamada y adherirse a la Palabra introduce ahora y de inmediato al cristiano en la realidad nueva del Reino.

 

MEDITATIO

       Es sencillo comprender cuándo será el fin del mundo, nos dice Jesús con ironía. Basta con observar cuándo germina la higuera para saber que el verano está cerca.

       Es algo natural, algo que se repite todos los años, algo por lo que el campesino experto no se deja sorprender. No pasará nuestra generación antes de que tenga lugar: no se trata de fantasías milenaristas, sino que se trata de vivir plenamente nuestra vida, que nos ha sido dada precisamente para eso. No es preciso esperar al fin del mundo para convencernos de que su Palabra permanece para siempre y para optar, de una vez por todas, por confiarnos a él, antes que a las potencias de este mundo, que parecen mejor dispuestas.

       Las aterradoras bestias del sueño de Daniel no resisten la visión del trono radiante sobre el que se sienta el anciano de los días; Daniel, en cambio, la resiste muy bien con los ojos puros de la fe, y se le concede ver la conclusión positiva de la visión. El poder de las fuerzas del mal está limitado en el tiempo y en el espacio, a pesar de que infunda terror. Los creyentes han elegido otro poder, un poder que no tiene límites: es innumerable el ejército de los que sirven al anciano de los días, es eterno el reino entregado al Hijo del hombre.

 

ORATIO

       Señor, cada vez me sorprendes más. Me pierdo detrás de un montón de pensamientos enmarañados y no consigo comprender el sentido de las cosas, mientras tú me remites a los pequeños signos cotidianos y a la antigua sabiduría campesina. Hazme capaz de ver los brotes en las ramas, Señor; hazme capaz de volver a dar valor a las cosas sencillas y grandes que has preparado para nosotros.

       Tú has venido a nosotros «semejante a un hijo de hombre»: has llevado en nuestra propia carne el milagro sublime de tu presencia entre nosotros. Hazme capaz, Señor, de mirar a cada «hijo de hombre», a cada hermano, buscando en él tu imagen. Hazme comprender, Señor, que estás ya aquí, en medio de nosotros: no sirven los prodigios extraordinarios, nos basta con tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

       Sólo una vez al año, pero al menos una vez, el mundo que vemos deja aparecer sus posibilidades escondidas, en cierto sentido se manifiesta. Brotan hojas, yemas y flores en los árboles y nacen la hierba y el trigo en los campos.

       Es como una irrupción, imprevista y violenta, de la vida escondida que Dios ha introducido en el mundo material. Pues bien, todo esto es como una pequeñísima demostración de lo que el mundo puede hacer a una orden de Dios cuando él dice una palabra. Del mismo modo que ahora explota esta tierra en una primavera de hojas y yemas, así un día se abrirá, transformándose en un nuevo mundo de luz y de gloria, y veremos allí a los santos y a los ángeles que habitan en él.

       Así será la llegada de esa primavera eterna que todos los cristianos esperan. Vendrá ciertamente, aunque se retrase. Esperémosla, porque «es seguro que vendrá y no tardará» (Heb 10,37). Por eso nos decimos cada día: «Venga a nosotros tu Reino». Y eso significa: «Muéstrate, Señor, manifiéstate; tú que te sientas entre los querubines, muéstrate»; «Despierta tu poder y ven a salvarnos» (Sal 79,3). La tierra que está ante nuestros ojos no nos satisface: es sólo un comienzo, es sólo la promesa de algo que está más allá; incluso cuando está en completa fiesta con sus flores, incluso cuando muestra, de modo conmovedor, todo lo que vive escondido en ella, ni siquiera entonces nos basta. Sabemos que hay mucho más de lo que podemos ver. Un mundo de santos y de ángeles, un mundo lleno de gloria, la morada de Dios, el monte del Dios de los ejércitos, la Jerusalén celestial, el trono de Dios y de Cristo: todas esas maravillas que nunca tendrán fin, todo lo que es precioso, misterioso, incomprensible y está oculto en lo que vemos. Lo que podemos ver no es más que la envoltura de un Reino eterno, y hacia ese Reino se dirigen los ojos de nuestra fe (J. H. Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. IV, Sermón 13, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Su Reino jamás será destruido» (Dn 7,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Hay también algo más en este mundo, en este tiempo, en esta vida de vigilia. Dios no se retrasa en el último día, sino que viene ya: existe un futuro y existe un presente, un futuro que es una plenitud y una riqueza de esperanza, y un presente que posee ya una belleza, una plenitud, una felicidad única. Pues bien, estos encuentros, estos momentos de felicidad o de facilidad son momentos de Dios; allí donde hay belleza, riqueza, dulzura, bienaventuranza, tranquilidad, sentido de vida, verdadera claridad, allí hay presencia de Dios, porque Dios es todo eso.

       Debemos administrar bien esos momentos, del mismo modo que el viajante que caminara de noche y lamentara la oscuridad bendeciría la centella de un relámpago. Es un momento, pero a ese momento se le ha dado la certeza que da la luz, la certeza de que el camino por el que va es el bueno, de que no camina en vano.

       Así es la economía de Dios: el Señor concede relámpagos, resplandores, fulgores que orientan el corazón y le dan una advertencia y una orientación: es el toque de Dios, el digitus Dei, que nos indica cómo debemos caminar.

       Y, después, Dios vuelve a estar casi ausente, desaparece y calla. Este Amigo vigilante deja de hablar; está presente y calla. No importa. Si Tiernos gozado bien de los buenos momentos, no debemos temer a los oscuros, pues no son peligrosos. No serán momentos de plenitud, sino de deseo, de fidelidad, de amor no afectivo, sino efectivo; serán los documentos que prueban que deseamos amar al Señor aunque no nos dé sus dones. Le queremos a él, no sus dones. En un cielo que no tiene nombre, en una ebriedad que no tiene confines, en una luz que no tiene parangón posible, el último don es él mismo (G. B. Montini, Meditazioni, Roma 1994, pp. 131-134, passim).

 

Día 30

San Andrés

 

Andrés, que ya era discípulo de Juan el Bautista, se puso a seguir a Jesús cuando el precursor le señaló como «Cordero de Dios» {cf. Jn 1,35-40). Le comunicó a Pedro, su hermano, que había descubierto al Mesías [cf. Jn l,41ss). Ambos fueron llamados por Jesús a orillas del lago de Genesaret para ser «pescadores de hombres» (Mt 4,18ss). Fue Andrés el que, en la multiplicación de los panes, indicó a Jesús al niño que tenía los cinco panes y los dos peces (Jn ó,8ss). Junto con Felipe, Andrés le dijo al Nazareno que algunos griegos querían verle (Jn 12,20ss). Según la tradición, Andrés murió crucificado en Patrás; por eso se venera su memoria de un modo absolutamente especial en la Iglesia griega.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 10,9-18

Hermano:

9 si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás.

10 En efecto, cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios, y cuando se proclama con la boca se alcanza la salvación.

11 Pues dice la Escritura: Quienquiera que ponga en él su confianza no quedará defraudado.

12 Y no hay distinción entre judío y no judío, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que lo invocan.

13 En una palabra, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

14 Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquél en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él si no les ha sido anunciado?

15 ¿Y cómo va a ser anunciado si nadie es enviado? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias!

16 Pero no todos han aceptado la Buena Nueva. Isaías lo dice: Señor, ¿quién ha dado crédito a nuestro mensaje?

17 En definitiva, la fe surge de la proclamación, y la proclamación se verifica mediante la palabra de Cristo.

18 Y digo yo: ¿es que no han oído? ¡Todo lo contrario! A toda la tierra ha llegado la voz de los mensajeros y hasta los confines del mundo sus palabras.

 

**• Según el mensaje paulino, es la fe lo que conduce a la salvación, por el simple hecho de que con ella nos abandonamos libre y totalmente a Dios (cf. Dei Verbum 5), reconociéndole como Salvador. Ahora bien, a la fe se llega mediante la escucha de la predicación.

El objeto de ambas, de la fe y de la predicación, es el misterio de Jesús-Señor, muerto y resucitado por el poder de Dios Padre. Por eso, al creer, todo hombre y toda mujer de buena voluntad- se expropia de sí mismo y se convierte en propiedad de Dios, garantía y fundamento de toda posible confianza humana en él. Con todo, y siempre según la enseñanza de Pablo, también la predicación presupone un acontecimiento de gran importancia: un acontecimiento de carácter histórico, que aparece como absolutamente necesario. El que predica debe poder decir que ha sido enviado: la predicación presupone la misión, y ésta constituye el punto de amarre entre el que predica y el que es predicado, entre el enviado y el que envía.

El destino universal del mensaje evangélico pasa, por consiguiente, a través de un hecho histórico completamente particular: la elección que hizo Jesús de sus testigos y el envío de los mismos en misión.

 

Evangelio: Mateo 4,18-22

En aquel tiempo,

18 paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores.

19 Les dijo:

-Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres.

20 Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron.

21 Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo, reparando las redes. Los llamó también,

22 y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, lo siguieron.

 

*•• Jesús se apresura, al comienzo de su ministerio público, a reunir a su alrededor algunos discípulos, a los que dirige una enseñanza completamente particular, porque quiere que sean sus seguidores y sus testigos. A su tiempo, después de la resurrección de Jesús, serán enviados a todo el mundo, a fin de que el Evangelio pueda seguir su curso hasta el final. Los Doce, de pescadores de peces, se convertirán en pescadores de hombres.

No se trata de un simple juego de palabras, sino de lo que el mismo Jesús les dice: «Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron» (v. 19). Andrés, junto con su hermano Simón, fue uno de los primeros que escuchó la llamada de Jesús y le siguió con prontitud. Mateo otorga un relieve particular a la prontitud con la que Pedro y Andrés respondieron a la llamada de Jesús: «Y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, lo siguieron» (v. 20).

Un poco más adelante (v. 22), el mismo evangelista Mateo afirma que, en realidad, los primeros discípulos de Jesús no dejaron sólo las redes, la barca y su profesión, sino también a su padre. El seguimiento de Jesús, el auténtico que transforma la vida, no deja lugar a tergiversaciones ni concede descuento alguno: es, por propia naturaleza, radical y totalitario.

 

MEDITATIO

Nuestra reflexión se va a detener en un par de detalles que nos ofrece la página evangélica. En primer lugar, el hecho histórico según el cual los primeros discípulos siguieron a Jesús de dos en dos. No parece que haya que desatender esta información que nos ofrecen los evangelistas.

También hoy el seguimiento de Jesús mediante la experiencia de una compañía, de una auténtica amistad humana, es extremadamente positivo; puede favorecer la decisión, la adhesión y la perseverancia. Tal vez el mundo contemporáneo tenga también necesidad de este testimonio, un testimonio con el que los seguidores de Jesús muestran que son capaces de valorar todo lo que hay de bueno y santo en las relaciones amistosas.

La prontitud con la que los primeros discípulos de Jesús siguen a su maestro merece asimismo una atención especial. Decir prontitud significa desprendimiento de todo lo que puede lentificar el paso hacia Jesús, sobre todo de aquello que, en cierto modo, podría despistarnos del camino emprendido. Decir prontitud significa también la voluntad de establecer un atraque fuerte y decisivo en Jesús, único fin de nuestra propia vida, único destinatario de nuestro propio amor. Por eso, decir prontitud significa radicalidad evangélica; con ella, todo resulta bello y ligero al final; sin ella, todo resultaría fatigoso e insoportable en cada instante.

 

ORATIO

¿Por qué, Señor, son tan pocos los que prestan hoy oído a tu voz? ¿Por qué disminuye cada vez más el número de los que están dispuestos a seguirte por el camino de la radicalidad evangélica? ¿Acaso se ha apagado tu voz entre nosotros? ¿O tal vez es menos perceptible tu presencia entre los jóvenes de hoy? ¿Acaso estás tan escondido que es casi imposible reconocerte presente y cercano a cada uno de nosotros?

Sin embargo, oh Señor, tú estás en medio de nosotros, vives a nuestro lado, nos acompañas de una manera discreta, pero real, por los caminos que recorremos.

Haz, oh Señor, que tu Palabra resuene más eficaz que nunca hoy para todos nosotros. Haz, oh Señor, que tu presencia sea advertida y reconocida hoy más que nunca, sobre todo por los jóvenes. De este modo, el espinoso problema de la falta de vocaciones dejará de angustiarnos, porque todos nos abandonaremos a tu solicitud de pastor bueno.

 

CONTEMPLATIO

Ponerse en camino significa exteriorizarse, romper la costra del egoísmo, que intenta encerrarnos en nuestro propio «yo».

Ponerse en camino significa dejar de girar sobre uno mismo como si fuéramos el ombligo del mundo y de la vida.

Ponerse en camino significa no dejarse encerrar en el círculo de problemas del pequeño mundo al que pertenecemos. Por muy importantes que sean, la humanidad es más grande y es precisamente a esta humanidad a la que servimos.

Ponerse en camino no significa devorar kilómetros, atravesar océanos o alcanzar la velocidad supersónica. Significa, ante todo, abrirse a los demás, descubrirles, encontrarse con ellos (Dom Helder Cámara).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive durante la jornada la Palabra: «Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres» (Mt4,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el hombre actúan múltiples fuerzas: conociéndolas, puede abarcar todas las cosas que hay a su alrededor -estrellas y montañas, mares y ríos, plantas y animales, y toda la humanidad que está cerca de él, y de este modo puede enriquecer su mundo interior. Puede amarlas, puede odiarlas y rechazarlas; puede ponerse contra ellas o bien tender a ellas y atraerlas hacia sí.

Puede actuar sobre el mundo que le rodea y modificarlo según su propia voluntad. Un variado fluctuar de alegría y de codicia, de aflicción y de amor, de calma y de excitación acompaña el ritmo del corazón.

Sin embargo, su fuerza más noble es ésta: reconocer que hay algo más elevado por encima de él, venerar este algo más elevado e insertarse en él. El hombre puede conocer a Dios por encima de él, puede adorarle y puede ofrecerse a sí mismo «a fin de que Dios sea glorificado». Ésta es la ofrenda: que la sublimidad de Dios brille en el espíritu; que el hombre adore esta sublimidad; que no se detenga de una manera egoísta en sus propias posesiones, sino que las trascienda, que se comprometa a sí mismo a fin de que sea glorificado el excelso Dios. La fuerza más profunda del alma es su capacidad de ofrenda. Es en lo íntimo del hombre donde tienen su sede la calma y la limpidez de donde sube la ofrenda a Dios (Romano Guardini).