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LECTIO DIVINA JUNIO DE 2014

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Ascensión del Señor

 

        Según la narración de San Lucas, la Iglesia celebra la Ascensión del Señor a los cuarenta días de su resurrección. Esta fiesta está dentro del tiempo pascual que consta de cincuenta días y concluye con la Venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. (Cf. Lc 24, 49-53; Hch 1, 3-11; 2, 1-41) La fiesta de la Ascensión no nos habla de un alejamiento de Cristo, sino de su glorificación en el Padre. Su cuerpo humano adquiere la gloria y las propiedades de Dios antes de encarnarse. Con la Ascensión, Cristo se ha acercado más a nosotros, con la misma cercanía de Dios. Es también una fiesta de esperanza, pues con Cristo una parte, la primicia de nuestra humanidad, está con Dios. Con él, todos nosotros hemos subido al Padre en la esperanza y en la promesa. En la Ascensión celebramos la subida de Cristo al Padre y nuestra futura ascensión con él. Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, recuerda que EL CIELO ES NUESTRA META y que la vida terrena es el camino para conseguirla.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11

1 Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio

2 hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado sus instrucciones bajo la acción del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido.

3 Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y habiéndoles del Reino de Dios.

4 Un día, mientras comían juntos, les ordenó:

- No salgáis de Jerusalén; aguardad más bien la promesa que os hice de parte del Padre;

5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días.

6 Los que le acompañaban le preguntaron:

- Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?

7 Él les dijo:

- No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder.

8 Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra.

9 Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista.

10 Mientras estaban mirando atentamente al cielo viendo cómo se marchaba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos

11 y les dijeron: - Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo vendrá como lo habéis visto marcharse.

 

**• Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte {«discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14).

Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s). Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13).

Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

Segunda lectura: Efesios 1,17-23

Hermanos:

17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente.

18 Que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados, cuál la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo,

19 y cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, manifestada a través de su fuerza poderosa.

20 Es la fuerza que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su derecha en los cielos,

21 por encima de todo principado, potestad, poder y señorío; y por encima de cualquier otro título que se precie de tal no sólo en este mundo, sino también en el venidero.

22 Todo lo ha puesto Dios bajo los pies de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia,

23 que es su cuerpo, y, por lo mismo, plenitud del que llena totalmente el universo.

 

**• La Carta a los Efesios se abre con la magna bendición en la que se contempla el maravilloso designio de Dios («El misterio de su voluntad»: v. 9), que abarca a toda la humanidad desde la eternidad (vv. 13s). Tras este exordio, la alabanza de Pablo se vuelve acción de gracias e intercesión por los cristianos de Éfeso, a fin de que se les conceda «un espíritu de sabiduría y una revelación», o sea, para que reciban -según el lenguaje apocalíptico- el don de comprender y gustar los misterios de Dios. En particular, pide para los fieles la luz espiritual, a fin de que vivan sabiendo lo que Dios ha predispuesto para ellos (v. 18) y va obrando con un poder extraordinario e infalible (v. 19).

La resurrección, la ascensión, la soberanía de Cristo sobre todas las realidades creadas, manifiestan la supereminente gloria de Dios, que, en él, ha vencido ya a la muerte y a cualquier potencia espiritual que se oponga al designio de la salvación (v. 21). El miedo ya no tiene razón de ser: Cristo, ascendido a la diestra del Padre, reina desde ahora. Él es la cabeza de toda la creación y, en particular, de la Iglesia, con la que forma una unidad indisoluble.

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

En aquel tiempo,

16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras:

- Dios me ha dado autoridad plena sobre el cielo y la tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

**• El evangelio según san Mateo concluye con la perícopa que narra la aparición del Resucitado a los Once en Galilea. Mientras el recorrido terreno de Jesús llega  a su término, comienza la misión de los apóstoles, y precisamente a partir de la «Galilea de los gentiles», donde había comenzado el ministerio de Jesús a favor de Israel (4,12).

En el grupo de los Once conviven la adoración y la duda, y recuerdan, significativamente, el episodio de Pedro caminando sobre las aguas (14,31-33). Jesús, como entonces, se acerca a él para pedirle la fe. Jesús se presenta a los suyos como el Hijo del hombre glorioso (v. 18; cf. Dn 7,14) que, en virtud de su resurrección, sube a Dios y, con plena autoridad, deja a los suyos la encomienda final de continuar su propia misión, haciendo «discípulos a todos los pueblos» (v. 19). Ese «discipulado» se llevará a cabo mediante la inserción en la realidad viva de Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- a través del bautismo y la observación de todo lo que Jesús ha mandado (cf. Jn 14,23).

Precisamente este vínculo hace que entre la historia y el Reino eterno ya no exista barrera alguna, sino continuidad. Cristo, resucitado y ascendido al cielo, no está, sin embargo, lejos de la tierra; o, mejor aún, gracias a la ascensión de Jesús, la tierra ya no está lejos del cielo. Mateo se abre con la «buena nueva» del nacimiento del Salvador, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y se cierra no con la partida de Cristo abandonando a los suyos, sino con la promesa de su permanencia hasta el final de los siglos: Jesús seguirá siendo para siempre el compañero de camino de la humanidad, hasta que ésta llegue a su meta gloriosa, en el seno de la Trinidad divina.

 

MEDITATIO

La atmósfera de la liturgia de la ascensión está penetrada siempre por una atormentadora nostalgia, porque nos pone en una fuerte tensión hacia el Cielo, verdadera patria del cristiano, y nos hace experimentar con mayor intensidad el deseo de la eternidad que también deberíamos sentir todos los días. En efecto, deberíamos consumirnos verdaderamente con la esperanza de contemplar sin velos el rostro de Dios. Sin embargo, con excesiva frecuencia advertimos que el peso de las realidades materiales nos mantiene pegados al suelo, nos despunta las alas, suscita en nosotros cansancio y duda.

Así se plantea un interrogante: ¿cómo llegar a gozar de realidades que no son terrenas, que escapan a la experiencia sensible? Necesitamos un gusto especial suscitado en nosotros por el Espíritu Santo. La «santa alegría» que el Espíritu suscita en nosotros es muy diferente de la que se nos pasa de contrabando como tal. Es la alegría de las bienaventuranzas, fruto del sufrimiento, porque brota de la muerte y resurrección de Cristo. Se trata de una alegría santa, porque, en Cristo ascendido al cielo, nuestra humanidad ha sido ensalzada, elevada, mucho más allá de nuestros estrechos horizontes. Es preciso que nos dejemos educar para ver lo invisible. ¿Cómo? Se ve creyendo, se siente esperando, se conoce amando. El misterio de la ascensión, tan bello y gozoso por el hecho de que nos presenta a Cristo vuelto de nuevo al seno del Padre, nos colma al mismo tiempo el corazón de sentimientos de humildad y bondad: Jesús permanece entre nosotros hasta el fin del mundo. Sólo ha cambiado de aspecto: lo encontramos en el pobre y en el que sufre. Por ahora no lo vemos glorioso. Lo conseguiremos sólo si antes lo reconocemos con verdadero amor en su humillación, acogiéndonos los unos a los otros.

 

ORATIO

Jesús, quisiéramos saber qué ha sido para ti volver al seno del Padre, volver a él no sólo como Dios, sino también como hombre, con las manos, los pies y el costado con esa llaga de amor. Sabemos lo que es entre nosotros la separación de las personas que amamos: la mirada los sigue todo lo que puede cuando se alejan...

El Padre nos concede también a nosotros, como a los apóstoles, esa luz que ilumina los ojos del corazón y que nos hace intuir que estás presente para siempre. Así podemos gustar ya desde ahora la viva esperanza a la que estamos llamados y abrazar con alegría la cruz, sabiendo que el humilde amor inmolado es la única fuerza adecuada para levantar el mundo.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh bondad, caridad y admirable magnanimidad! Donde esté el Señor, allí estará el siervo: ¿se puede dar una gloria más grande? [...] Ha asumido precisamente la naturaleza humana, glorificándola con el don de la santa resurrección y de la inmortalidad; la ha trasladado más arriba de todos los cielos y la ha colocado a su derecha. Ahí está toda mi esperanza, toda mi confianza: en él, en el hombre Cristo, hay, en efecto, una parte de cada uno de nosotros, está nuestra carne y nuestra sangre. Y allí donde reina una parte de mi ser, pienso que también reino yo. Allí donde es glorificada mi carne, allí está mi gloria. Aunque yo sea pecador, mi fe no puede poner en duda esta comunión.

No, el Señor no puede carecer de ternura hasta el punto de olvidar al hombre y no acordarse de lo que lleva en él mismo. Precisamente en él, en Jesucristo, Dios y Señor nuestro, infinitamente dulce, infinitamente benigno y clemente, en quien ya hemos resucitado, en quien ya vivimos la vida nueva, ya hemos ascendido al cielo y estamos sentados en las moradas celestes. Concédenos, Señor, por tu santo Espíritu, que podamos comprender, venerar y honrar este gran misterio de misericordia (Juan de Fécamp, Confessio theologica 11,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La fidelidad del Señor dura por siempre» (Sal 116,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Existe otro mundo. Su tiempo no es nuestro tiempo, su espacio no es nuestro espacio; pero existe. No es posible situarlo, ni asignarle una localización en ningún sitio de nuestro universo sensible: sus leyes no son nuestras leyes; pero existe.

Yo lo he visto lanzarse, con la mirada del espíritu, cual «fulguración silenciosa», como trascendencia que se entrega; en semejante circunstancia ve el espíritu, con deslumbrante claridad, lo que los ojos del cuerpo no ven, por muy dilatados que estén por la atención y a pesar de que subsista en ellos, después de todo, una especie de sensación residual.

Existe casi una contradicción permanente en hablar de este otro mundo, que está aquí y que está allí, como del «Reino de los Cielos» del evangelio, que puede hacerse inteligible sin palabras y visible sin figuras, que sorprende totalmente sin confundir; pero existe. Es más bello que lo que llamamos belleza, más luminoso que lo que llamamos luz; sería un grave error hacernos una representación fantasmal y descolorida del mismo, como si fuera menos concreto que nuestro mundo sensible.

Todos caminamos hacia este mundo donde se inserta la resurrección de los cuerpos; en él es donde se realizará, en un instante, esa parte esencial de nosotros mismos que se puso de manifiesto para unos por el bautismo, para otros por la intuición espiritual, para todos por la caridad; en él es donde volveremos a encontrar a los que creíamos haber perdido y están salvos. No entraremos en una forma etérea, sino en pleno corazón de la vida misma, y allí haremos la experiencia de aquella alegría inaudita que se multiplica por toda la felicidad que dispensa en torno a sí, y por el misterio central de la efusión divina (A. Frossard, Ce un altro mondo, Turín 1976, pp. 142s [trad. esp.: ¿Hay otro mundo? Rialp, Madrid 1981]).

 

 

 

Día 2

Lunes de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Éfeso después de haber recorrido las regiones montañosas. Allí encontró a algunos discípulos,

2 a quienes preguntó: - ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: - Ni siquiera hemos oído hablar de que exista un Espíritu Santo.

3 Él les dijo: - ¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos respondieron: - El bautismo de Juan.

4 Pablo les dijo: - Juan bautizaba para que se convirtieran, diciendo al pueblo que creyeran en el que iba a venir después de él, esto es, en Jesús.

5 Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor.

6 Entonces Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.

7 Eran unos doce hombres en total.

8 Durante tres meses, Pablo estuvo asistiendo a la sinagoga; allí hablaba del Reino de Dios con gran valentía y persuasión.

 

**• La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu.

El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona –quizás porque carece de ellas- informaciones más precisas.

No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan.

Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.

 

Evangelio: Juan 16,29-33

En aquel tiempo,

29 los discípulos dijeron a Jesús: Cierto, ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado.

30 Ahora estamos seguros de que lo sabes todo y de que no es necesario que nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios.

31 Jesús les contestó: - ¿Ahora creéis?

32 Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

33 Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo.

 

**• El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado» (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s).

Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Éstos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.

Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (y. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».

 

MEDITATIO

La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».

La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mis noches con la luz discreta de tu presencia. No me abandones en mis soledades, cuando todo parece hundirse a mi alrededor y cuando las presencias más familiares se me vuelven extrañas y son incapaces de consolarme. Tú también sabes, Jesús mío, lo terrible que es la soledad, cuando hasta el Padre se te hacía imposible de encontrar y te sentiste abandonado por él. Por esta terrible desolación por la que pasaste, ven en ayuda de mis desiertos, no me abandones cuando me siento abandonado por los otros.

Tú que sudaste sangre, alivia mis heridas. Tú que has resucitado, haz fecunda de vida la sensación de inutilidad y abandono. Por tu santa agonía, por tu gloriosa lucha contra el sentido de la derrota, llena mis momentos terribles, las horas y los días de vacío, para que yo pueda experimentarte como mi dulce salvador.

 

CONTEMPLATIO

En una noche oscura

con ansias, en amores inflamada

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada;

a escuras y segura

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y encelada,

estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía

a donde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que el alborada!

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

(Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 1994 14).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.

Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que -aun siendo penoso- te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 19972, pp. 58s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).

 

 

Día 3

San Carlos Lwanga y compañeros

 

Pocos años después de la llegada de los misioneros, los padres blancos, al reino de Buganda (hoy parte de Uganda), se desencadenó una sangrienta persecución contra los cristianos, tanto católicos como anglicanos, éstos últimos llegados poco después. El cristianismo había sido abrazado también por personas con cargos de responsabilidad en la corte del rey Mwanga.

Molesto con la moral cristiana, que prohibía tanto la trata de esclavos como la pederastia, e impulsado por un consejero que odiaba a los cristianos, el rey consideró que debía extirpar esta nueva religión.

El 29 de octubre de 1885, fueron matados cruelmente en una emboscada, por orden suya, los misioneros anglicanos, y ese mismo año hizo decapitar al mayordomo de la casa real y a un juez del reino por ser católicos y mostrarse críticos con estas decisiones.

El 3 de junio de 1886, fueron condenados a la hoguera los dieciséis pajes de su corte que habían resistido a sus demandas, apoyados e instruidos por Carlos Lwanga. Fueron matados en la colina de Namugongo. A los cristianos se les llamaba «los que rezan». Fueron veintidós los mártires ugandeses canonizados por Pablo VI en 1964.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,17-27

En aquellos días,

17 desde Mileto, Pablo mandó a buscar a los responsables de la iglesia de Efeso.

18 Cuando llegaron, les dijo: - Vosotros sabéis cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo desde el primer día de mi llegada a la provincia de Asia.

19 He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, en medio de las pruebas que me han ocasionado las asechanzas de los judíos,

20 y no he omitido nada de cuanto os podía ser útil. Os he dado avisos y enseñanzas en público y en privado,

21 he tratado de convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús, nuestro Señor.

22 Ahora, como veis, forzado por el Espíritu, voy a Jerusalén, sin saber qué es lo que me espera allí.

23 Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en todas las ciudades por las que paso que me esperan prisiones y tribulaciones.

24 Pero nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el ministerio que he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.

25 Ahora sé que ninguno de vosotros, entre quienes pasé anunciando el Reino de Dios, volverá a verme.

26 Por eso, quiero deciros hoy que no me hago responsable de lo que os suceda en adelante.

28 Porque nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios.

 

*• Tras la sublevación de los orfebres de Éfeso, reemprende Pablo sus viajes. Pasa a Grecia, se detiene en Tróade (donde devuelve la vida a un muerto durante una larguísima vigilia eucarística) y a continuación baja a Mileto, en las cercanías de Éfeso, desde donde manda llamar a los responsables de esta Iglesia. Con ellos mantiene una amplia conversación. Se trata del tercer gran discurso de Pablo referido por Lucas: el primero reflejaba la predicación dirigida a los judíos (capítulo 13); el segundo, la dirigida a los paganos (capítulo 17), y el tercero, la dirigida a los pastores de la Iglesia. Se trata de un discurso clásico de despedida o de un «testamento espiritual». Está dotado de una gran densidad humana y de una notable levadura espiritual. Es natural que haya sido muy comentado.

En él emerge la estatura de un misionero dedicado en cuerpo y alma a la causa del servicio del Señor. Un servicio total, exclusivo y continuado, que usa como criterio no la aprobación de los hombres, sino el designio de Dios. Entre las muchísimas notas que podríamos comentar, hay tres características de la acción de Pablo que parecen llamar la atención de la mirada de manera evidente. La humildad en el servicio del Señor: se trata de una virtud desconocida en el mundo pagano, engrandecida y hecha apetecible por el ejemplo del Señor Jesús, que vino a servir y no a ser servido; el valor: Pablo ha anunciado el Evangelio «con lágrimas, en medio de las pruebas», sin dejarse condicionar por las oposiciones; el desinterés, no sólo trabajando con sus propias manos, sino impulsándose hasta decir: «Nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera». El valor más importante es el Evangelio, no la conservación de la propia vida; para Pablo, lo más importante es lo que recogen las últimas palabras de la perícopa: «Nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios».

Para él personalmente, para Pablo, se perfila un futuro oscuro, un futuro cargado de prisiones y tribulaciones, iluminado por la certeza de ser «forzado por el Espíritu». Lo importante es «llevar a buen término mi carrera»; la evangelización es urgente, necesita impulso, empeño, concentración, dedicación exclusiva. Es demasiado importante como para no tomarla en serio. ¿Lo es también para mí?

 

Evangelio: Juan 17,1-11a

En aquel tiempo,

1 Jesús levantó los ojos y exclamó: - Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique.

2 Tú le diste poder sobre todos los hombres para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado.

3 Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado.

4 Yo te he glorificado aquí en el mundo cumpliendo la obra que me encomendaste.

5 Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera.

6 Yo te he dado a conocer a aquellos que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han aceptado tu Palabra.

7 Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti.

8 Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos han aceptado mi enseñanza. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo he venido de ti y han creído que fuiste tú quien me envió.

9 Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque te pertenecen.

10 Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.

11 Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti.

 

**• La primera parte de la «Oración sacerdotal» está compuesta por dos fragmentos (vv. 1-5 y vv. 6-1 la), unidos entre sí por el tema de la entrega de todos los hombres a Jesús por parte del Padre. Los w, 1-5 se concentran en la petición de la gloria por parte del Hijo. Estamos en el momento más solemne del coloquio entre Jesús y los discípulos. Jesús es consciente de que su misión está llegando a su término, y, con el gesto típico del orante -levantar los ojos al cielo, es decir, al lugar simbólico de la morada de Dios-, da comienzo a su oración.

Lo primero que pide es que su misión llegue a su culminación definitiva con su propia glorificación. Pero esa glorificación la pide sólo para glorificar al Padre (v. 2). Jesús ha recibido todo el poder del Padre, que ha puesto todas las cosas en sus manos, hasta el poder de dar la vida eterna a los que el Padre le ha confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en conocer al único Dios verdadero y a aquel que ha sido enviado por él a los hombres, el Hijo (v. 3). Como es natural, no se trata de la vida eterna entendida como contemplación de Dios, sino de la vida que se adquiere a través de la fe. Ésta es participación en la vida íntima del Padre y del Hijo. De este modo, al término de su misión de revelador, profesa Jesús que ha glorificado al Padre en la tierra, cumpliendo en su totalidad la misión que le había confiado el Padre.

Jesús no quiere la gloria como recompensa, sino sólo llegar a la plenitud de la revelación con su libre aceptación de la muerte en la cruz. A continuación, piensa Jesús en sus discípulos, a quienes ha manifestado el designio del Padre. Éstos han respondido con la fe y así glorificarán al Hijo acogiendo la Palabra y practicándola en el amor.

 

MEDITATIO

«La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3). Conocer al Dios de Jesucristo, conocer al Hijo y al Espíritu Santo, conocerlos no sólo con la mente, sino también con el corazón, conocerlos estando en comunión con ellos, conocerlos de modo que olvidemos todo lo demás: eso es la «vida eterna». Lo demás pertenece a las cosas que pasan, a la infinita vanidad del todo, a lo que carece de consistencia, a lo que tiene una vida efímera, a lo que no vale la pena aferrarse.

Mi vida ha de ser un continuo progreso en el conocimiento del Dios vivo y verdadero, un progreso en la sublime ciencia de Cristo, un caminar según el Espíritu, porque esta vida es ya vida eterna. Una vida, a veces, poco apetecible, porque la condición humana hay que vivirla en la carne y en la sangre, porque el mundo me envuelve y me condiciona, porque mi fe es todavía titubeante e insegura. Pero basta con que me detenga un poco a reflexionar en las palabras del Señor, basta con que invoque su Espíritu, para que reemprenda el camino hacia el inefable mundo de Dios y llegue a comprender la fortuna de haber escuchado, también hoy, estas palabras que me unen al Padre y al Hijo, en el vínculo del Espíritu, para pregustar algunas gotas del dulcísimo océano de la vida eterna.

 

ORATIO

Infunde en mi corazón, Señor, los dones de la ciencia y de la sabiduría, para que pueda conocerte cada vez mejor, para que pueda gustarte cada vez mejor, para que pueda amarte cada vez mejor, para que pueda poseerte cada vez mejor. Si me abandonas a mí mismo poco después de haber leído estas palabras luyas, consideraré más importante algo urgente que tenga que hacer y correré el riesgo de olvidarte.

Concédeme el don del consejo, para que te busque y te conozca incluso en medio de las ocupaciones que me esperan dentro de poco. Concédeme el don del discernimiento, para que pueda optar por ti en todas las cosas, según la enseñanza de tu Hijo. Concédeme ver brillar la luz de tu rostro en todo rostro humano, para que siempre te busque a ti y sólo a ti. Concédeme el instinto divino de buscar que seas glorificado y conocido, antes y más de lo que pueda serlo yo.

Y perdóname desde ahora si te olvido, si persigo de una manera impropia las cosas de esta tierra, si me lleno con frecuencia de nociones y sentimientos que no me unen a ti. No me abandones a mí mismo, Señor, porque tú eres mi vida, tú eres la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Nosotros ya hemos llegado a la fe, ya hemos creído en las cosas divinas que hemos oído, y amamos a aquel en quien creemos. Ahora bien, cuando estamos oprimidos por preocupaciones vanas, nos encontramos en la oscuridad y en la confusión. Y en semejante estado, cuando el Señor nos sugiere sentimientos justos respecto a él, es como si nos hiciera oír su voz desde una nube, pero a él no le vemos. Son, ciertamente, cosas sublimes las que aprendemos de él, pero a aquel que nos instruye con sus secretas inspiraciones no le vemos aún.

Oímos las palabras de Dios dentro de nuestro corazón, sabemos con qué fidelidad y empeño debemos responder a su amor y, sin embargo, débiles como somos, volvemos a recaer, desde la cima de nuestra reflexión interior, en las cosas de costumbre y nos sentimos tentados por la fastidiosa inoportunidad de nuestros pecados. Con todo, tampoco en esos momentos nos abandona Dios: enseguida vuelve a aparecer en la mente, disipa las nieblas de las tentaciones, infunde la lluvia de la compunción y vuelve a traer el sol de la inteligencia penetrante. Y así nos demuestra cuánto nos ama, porque no nos abandona ni siquiera cuando le rechazamos (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XXX,4s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La pregunta que orienta, durante nuestra breve existencia, gran parte de nuestro comportamiento es la siguiente: «¿Quién soy?». Es posible que nos planteemos en raras ocasiones esta pregunta de modo formal, pero la vivimos de una manera muy concreta en las decisiones que hemos de tomar todos los días. Las tres respuestas que solemos dar, por lo general, son éstas: «Somos lo que hacemos, somos lo que los otros dicen de nosotros, somos lo que tenemos» o, con otras palabras: «Somos nuestro éxito, nuestra popularidad, nuestro poder».

Es importante que nos demos cuenta de la fragilidad de una vida que dependa del éxito, de la popularidad y del poder. Su fragilidad deriva del hecho de que los tres son factores externos, unos factores que podemos controlar de un modo bastante limitado. Perder el trabajo, la fama o la riqueza depende a menudo de acontecimientos que escapan por completo a nuestro control; ahora bien, cuando dependemos de ellos, nos hemos malvendido al mundo, porque somos lo que el mundo nos da. Y la muerte nos quita todo eso. La afirmación final se convierte en ésta: «Cuando muramos, estaremos muertos», porque cuando muramos no podremos hacer ninguna otra cosa, la gente ya no hablará de nosotros y ya no tendremos nada. Cuando seamos lo que el mundo hace de nosotros, no podremos ser después de haber dejado este mundo.

Jesús vino a anunciarnos que una identidad basada en el éxito, en la popularidad y el poder es una falsa identidad: es una ilusión. Jesús dice alto y fuerte: «No seáis lo que el mundo hace de vosotros, sino hijos de Dios» (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 19984, pp. 131s).

 

 

Día 4

Miércoles de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38

En aquel tiempo, decía Pablo a los responsables de la Iglesia de Efeso:

28 Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño, pues el Espíritu Santo os ha constituido pastores para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su propio Hijo.

29 Yo sé que, después de mi partida, entrarán en medio de vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño.

30 Incluso de entre vosotros mismos saldrán algunos difundiendo doctrinas perniciosas, para arrastrar a los discípulos detrás de ellos.

31 Por eso, estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día, no me cansé de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros.

32 Ahora os encomiendo a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados.

33 A nadie he pedido plata, oro o vestidos.

34 Bien sabéis que con el trabajo de mis manos he ganado lo necesario para mí y para mis compañeros.

35 Siempre os he mostrado que es así como se debe trabajar para poder socorrer a los débiles, recordando las palabras de Jesús, el Señor, que dijo: «Hay más felicidad en dar que en recibir».

36 Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos.

37 Todos rompieron a llorar, abrazaban a Pablo y le besaban.

38 Estaban apenados sobre todo porque les había dicho que no le volverían a ver más. Después le acompañaron hasta el barco.

 

>*• Pablo se dirige a los responsables -presbíteros y obispos- de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia.

Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden.

El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor.

Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.

Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos.

Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.

 

Evangelio: Juan 17,11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró de este modo:

11 Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno.

12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura.

13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría.

14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno.

16 Ellos no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo.

17 Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad.

18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí.

19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.

 

**• El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración Sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo.

El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo (vv. 1 lb-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (vv. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe.

En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al mundo (vv. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo» (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.

 

MEDITATIO

Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo.

Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo", sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».

Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo.

Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.

 

ORATIO

Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos.

Pero es también el mundo donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación...

Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.

CONTEMPLATIO

«No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (.ln 17,14). Esta separación de los discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Éstos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado.

La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario.

La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras familias y nuestros amigos, las actividades y los proyectos, las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener ¡untos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás», que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafío que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto (H. J. M. Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 2002, pp. 44ss).

 

 

Día 5

Jueves de la séptima semana de pascua o San Bonifacio

  

          Bonifacio nació hacia el año 680, en el territorio de Wessex (Inglaterra). Su verdadero nombre era Winfrido. Ordenado sacerdote, en el año 716 con dos compañeros se encaminó a Turingia; pero aún no era la hora de su apostolado. Regresó a su monasterio y en el año 718 viajó a Roma para solicitar del papa Gregorio II autorización de misionar en el continente. El Sumo Pontífice lo escuchó complacido y, en el momento de otorgarle la bendición, le dijo: "Soldado de Cristo, te llamarás Bonifacio". Este nombre significa "bienhechor". En 719 se dirigió a Frislandia. Allí estuvo tres años; luego se marchó a Hesse, convirtiendo a gran número de bárbaros. En Amoneburg, a orillas del río Olm, fundó el primer monasterio. Regresó a Roma, donde el papa lo ordenó obispo. En su segunda visita a Roma, el papa lo elevó a la dignidad de arzobispo de Maguncia. Prosiguió su misión evangelizadora y se unieron a él gran cantidad de colaboradores. También llegaron desde Inglaterra mujeres para contribuir a la conversión del país alemán, emparentado racialmente con el suyo. Entre éstas se destacaron santa Tecla, santa Walburga y una prima de Bonifacio, santa Lioba. Este es el origen de los conventos de mujeres. Prosiguió fundando monasterios y celebrando sínodos, tanto en Alemania como en Francia, a consecuencia  de lo cual ambas quedaron íntimamente unidas a Roma.

           El anciano predicador había llegado a los ochenta años. Deseaba regresar a Frisia (la actual Holanda). Tenía noticias de que los convertidos habían apostatado. Cincuenta y dos compañeros fueron con él. Atravesaron muchos canales, hasta penetrar en el corazón del territorio. Al desembarcar cerca de Dochum, miles de habitantes de Frisia fueron bautizados. El día de pentecostés debían recibir el sacramento de la confirmación.

         Bonifacio se encontraba leyendo, cuando escuchó el rumor de gente que se acercaba. Salió de su tienda creyendo que serían los recién convertidos, pero lo que vio fue una turba armada con evidente determinación de matarlo. Los misioneros fueron atacados con lanzas y espadas. "Dios salvará nuestras almas", grito Bonifacio. Uno de los malhechores se arrojó sobre el anciano arzobispo, quien levantó maquinalmente el libro del evangelio que llevaba en la mano, para protegerse. La espada partió el libro y la cabeza del misionero. Era el 5 de junio del año 754. Es el apóstol de  Alemania y el patriarca de los católicos de ese país.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11

22,30 Al día siguiente, queriendo averiguar exactamente de qué le acusaban los judíos, el tribuno hizo que lo desatasen y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín; sacó después a Pablo y lo presentó delante de ellos.

23,6 Como Pablo sabía que parte de ellos eran saduceos y parte fariseos, gritó en el Sanedrín: - Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos.

7 Al decir él esto, se produjo una discusión entre los fariseos y los saduceos y se dividió la asamblea.

8 Pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso.

9 Así que se produjo un griterío inmenso. Algunos maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron en pie y afirmaron enérgicamente: - Nosotros no encontramos nada malo en este hombre. ¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel?

10 Como la discusión se hacía cada vez más fuerte, el tribuno tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y ordenó a los soldados que bajaran, para sacarlo de allí y llevarlo al cuartel.

11 La noche siguiente, el Señor se le apareció y le dijo: - Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma igual que lo has dado en Jerusalén.

 

**• Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitara aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana.

Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso. Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.

Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y oró de este modo:

20 No te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.

 

**• En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).

Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se   realiza,por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.

A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24).

En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.

 

MEDITATIO

«Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21): la «prueba» de que Jesús no es un charlatán, ni uno de tantos profetas, sino el enviado de Dios, está confiada a la fraternidad entre los discípulos. La fraternidad es el signo por excelencia del origen divino del cristianismo: eso es lo que dicen las palabras del Señor. Construir fraternidad es la apologética más segura y autorizada.

Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo.

Estas palabras han sido y son olvidadas con mucha frecuencia. Eso ha tenido como consecuencia que en la vida espiritual, en la misión, en la pastoral, se han cultivado otros ideales. Otra consecuencia ha sido el escaso carácter incisivo de esos programas, a los que el Señor no ha garantizado el valor de «signo probatorio» de su origen divino ni del origen divino de su mensaje.

 

ORATIO

¡Qué ciego estoy, Señor! Tus palabras pasan por encima de mí como si fueran piedras, sin dejar un signo permanente.

La razón de ello es que me he comprometido en mil cosas, y he olvidado lo que tú consideras prioritario para promover tu reino. He intentado hacer mucho, pero me he olvidado de sumergirme en la fraternidad, que es lo que tú, sin embargo, consideras como tu signo.

He de reconocerlo, Señor: con frecuencia tu mensaje no emerge, y no lo hace porque no brotan comunidades fraternas perfectamente realizadas. Señor, abre mis ojos para comprender el misterio de la fraternidad, la fuerza misionera de la comunión, capaz de vencer los recelos y las resistencias. Ayúdame a creer en el milagro de la fraternidad como punto de partida para toda misión. Ayuda a los cristianos a redescubrir el alcance revolucionario de estas palabras tuyas, para que se comprometan en este proyecto, que es, con toda seguridad, el tuyo. Otros proyectos son, probablemente, demasiado humanos.

 

CONTEMPLATIO

Revestidos del hábito religioso a los ojos de todos, hemos venido desde situaciones sociales diferentes para vivir juntos nuestra fe y escuchar la Palabra del Señor omnipotente, y, pecadores en diferentes grados, nos hemos reunido hasta formar un solo corazón en la santa Iglesia, de tal modo que se ve realizado con claridad lo que dice Isaías anunciando la Iglesia: «Serán vecinos el lobo y el cordero» (Is 11,6).

Sí, gracias a las entrañas de la santa caridad, el lobo vivirá junto al cordero, porque aquellos que en el mundo eran rapaces conviven en paz con los bondadosos y mansos. El leopardo se tumba junto al chivo porque un hombre, abigarrado por las manchas de sus pecados, acepta humillarse junto con quien se desprecia y se reconoce pecador (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4,3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos revela que hemos sido llamados por Dios para ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. ¿Qué supone todo esto para el matrimonio, para la amistad, para la comunidad? Supone que la fuente del amor que sostiene las relaciones no son los que las viven, sino Dios, que los llama al mismo tiempo. Amarse el uno al otro no significa aferrarse al otro para estar seguros en un mundo hostil, sino vivir ¡untos de tal modo que cada uno pueda reconocernos como personas que hacen visible el amor de Dios en el mundo.

No sólo toda paternidad y maternidad proceden de Dios, sino que también proceden de él toda amistad, toda asociación en matrimonio y toda comunidad. Cuando vivimos como si las relaciones humanas fueran sólo de naturaleza humana y, por consiguiente, sujetas a las transformaciones y a los cambios de las normas y de las costumbres, no podemos esperar otra cosa que la inmensa fragmentación y alienación que caracterizan a nuestra sociedad. Pero cuando invoquemos a Dios y lo reclamemos constantemente como fuente de todo amor, descubriremos el amor como un don de Dios a su pueblo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, 19984, pp. 125s).

 

 

Día 6

Viernes de la séptima semana de pascua o San Norberto

 

          San Norberto, nacido en Alemania, estaba emparentado con el emperador. Era culto y brillante. De joven fue dado a los deleites del mundo. Se afanaba por el buen vestir y por alagar a las damas con sus poesías. Su conversión, ocurrió a raíz de una tormenta que le sorprendió cuando viajaba a Westfalia, poco antes de cumplir los treinta años. Cayó un rayo a los pies de su caballo y Norberto fue tirado al suelo. Quedó inconsciente por una hora y al despertar decidió dejar atrás la vanidad de su vida pasada. Se retiró a un monasterio para hacer penitencia y repartió todas sus riquezas entre los pobres. Fue ordenado sacerdote y recibió del Papa la misión de ir a evangelizar. Recorrió para ello el norte de Francia descalzo y sin dinero. En muchas partes lo rechazaron y hasta en ocasiones tuvo que marcharse para evitar la violencia. Asistió al concilio de Rheims y se le encomendó que fundara un monasterio, lo cual hizo en el Valle de Prémontré. Es por eso que los miembros de la orden que el fundó se llaman los premonstratienses. Tuvo éxito y la orden se extendió por toda Europa. Tuvo que dejar el monacato al ser nombrado arzobispo de Magdeburgo.  Como obispo supo gobernar sin ser ni blando ni transigente. Trataron de varias veces de matarlo. Murió sin embargo de muerte natural, en 1134.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 25,13-21

13 Algunos días después, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesárea a saludar a Festo.

14 Como se detuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey el asunto de Pablo: - Hay aquí un hombre que Félix me dejó encarcelado.

15 Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una acusación contra él pidiendo su condena.

16 Yo les respondí que los romanos no acostumbran a entregar a ningún hombre antes que el acusado comparezca ante los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.

17 Reunidos, pues, aquí sin demora alguna, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a ese hombre.

18 Los acusadores comparecieron, pero no presentaron ninguno de los cargos que yo sospechaba.

19 Sólo le acusaban de ciertas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto y que, según Pablo, está vivo.

20 Perplejo yo ante cuestiones de este tipo, le dije si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí.

21 Pero entonces Pablo solicitó que se le reservara para el juicio de Augusto. Así que he ordenado que lo dejen en la cárcel hasta que se presente la oportunidad de remitirlo al César.

 

**• Han pasado dos años y Pablo sigue prisionero. Pero también ha llegado Festo, un magistrado mucho más honesto y solícito que el anterior. La lectura presenta una de las muchas vicisitudes por las que pasa el prisionero Pablo, que no pierde ocasión para anunciar lo que, para él, es lo más importante, incluso ante el rey y los príncipes, por muy indignos y poco ejemplares que sean, como la incestuosa pareja formada por Agripa y Berenice. El procurador Festo había comprendido bien el núcleo de la cuestión: lo que separaba a los judíos de Pablo no era una doctrina, sino un hecho, mejor aún: el testimonio sobre el hecho de la resurrección de Jesús.

Lucas parece un admirador del sistema jurídico romano e incluso saca a la luz algunos de sus principios rectores. Y pone de manifiesto la prontitud para explotar en favor del Evangelio este admirado ordenamiento jurídico. Pablo podrá ir a Roma gracias a su apelación al César. Irá como prisionero, es verdad, pero irá a Roma. Es interesante leer la continuación del relato, donde se presenta el encuentro de Pablo con la extraña pareja y con el representante del Imperio romano: también ellos están interesados en el asunto de Jesús y convierten la resurrección en tema de conversación. El valor de Pablo, que no teme exponerse, obliga a todo tipo de personas a ponerse frente al hecho de la resurrección, que ahora se ha convertido en el motivo fundador del nuevo camino de salvación.

 

Evangelio: Juan 21,15-19

En aquel tiempo, una vez se hubo manifestado a los discípulos,

15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos.

16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas.

18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir.

19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sígueme.

 

*•• La perícopa está totalmente centrada en la figura de Simón Pedro. El evangelista, con dos pequeños fragmentos discursivos, especifica cuál es el papel del apóstol en la comunidad eclesial: ha sido llamado para desempeñar el ministerio de pastor (vv. 15-17) y para dar testimonio con el martirio (vv. 18s). De ahí que el Señor, antes de confiar a Pedro el encargo pastoral de la Iglesia, le exija una confesión de amor. Ésa es la condición indispensable para poder ejercer una función de guía espiritual. Y el Señor requiere el amor de Pedro tres veces (vv. 15.16.17), con un ritmo creciente.

La insistencia de Jesús en el amor ha de ser leída como condición para establecer la relación de intimidad filial que Pedro debe mantener con el Señor. Antes que en cualquier dote humana, el ministerio pastoral de Pedro se basa en una confiada comunión interior y no en un puesto de prestigio o de poder: una intimidad que no puede ser apreciada con medidas humanas, sino que es reconocida por el Señor mismo, que escruta el corazón. Y el Hijo de Dios, que conoce bien el ánimo del apóstol, le responde confiándole la misión de apacentar a su rebaño: «Apacienta mis ovejas» (v. 17c).

Al ministerio pastoral le sigue después el testimonio del martirio. También Pedro debe refrendar su amor a Jesús con la entrega de su vida (cf. Jn 15,13). El fragmento concluye con algunas palabras redactadas por el autor sobre el tema del seguimiento. La misión de la Iglesia y de todos sus discípulos es siempre la del seguimiento de Jesús, único modelo de vida.

 

MEDITATIO

El evangelio del «discípulo amado» recupera, por así decirlo, el papel de Pedro en clave de amor. Sólo quien ama puede apacentar el rebaño recogido por el Amor. Sólo quien responde al amor de Cristo puede estar en condiciones de ser puesto al frente de su rebaño, porque debe ser testigo del amor.

La página que nos ocupa es de una enorme densidad y está empapada por el tema central de todo el evangelio de Juan: el amor. Por amor ha entregado el Padre al Hijo, por amor ha entregado el Hijo su vida, por amor ha reunido Cristo a los suyos; el amor es la ley de los discípulos, el amor debe mover a Pedro, y para dar testimonio de este amor ha escrito el discípulo amado su evangelio. Toda la historia divina y humana está movida por el amor, que nace del corazón de Dios, se revela en el Hijo, es atestiguado por los discípulos y se pide a quien «preside en el amor». Los acontecimientos humanos se iluminan y resuelven con esta pregunta: «¿Me amas?» y con esta respuesta: «Sí, te amo».

La historia de la Iglesia está basada en la pregunta que dirige Cristo a todos sus discípulos: «¿Me amas?», y en la respuesta: «Sí, te amo». Que el Espíritu, que es el Amor increado, nos permita entrar en este diálogo iluminador y beatificante.

 

ORATIO

No sé qué decirte, Señor, frente a este diálogo. En él se encuentra, simplemente, todo. Está toda la vida, todo su misterio, toda su luz, todo su sabor, todo su significado.

Todas las demás cuestiones se convierten en simples ocasiones para expresarte mi «sí». ¿Y cómo podría ser de otro modo? Tú me has creado para decirme que me amas y para pedirme que te ame. Me lo pides como un mendigo, enviándome a tu Hijo como siervo, para que no te ame por miedo o estupor frente a tu grandeza, sino para tocar las fibras secretas de mi corazón, para herirme con tu benevolencia, para conquistarme con la belleza de tu rostro desfigurado en la cruz.

Aunque como Pedro -pero más que él- siento a veces más de un titubeo para decirte que te amo (porque soy un pecador que persevera en su pecado), a pesar de todo, ahora, en este momento, ¿cómo puedo dejar de decirte que te amo? ¿Cómo puedo dejar de decirte que quisiera amarte toda la vida? ¿Cómo puedo no decirte que quiero amar todas las cosas y a todas las personas en ti? ¿Cómo no decirte que prefiero perder todas las cosas con tal de no perderte a ti? Oh, mi amadísimo Señor, haz que lo que te estoy diciendo no sea fuego de paja, sino una llama que no se extinga nunca.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué significan estas palabras: «¿Me amas?», «Apacienta mis ovejas»? Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio».

No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 123,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Me amas?» (Jn 21,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El misterio insondable de Dios consiste en que Dios es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: «Tú eres mi amado», sino que también nos dice: «¿Me amas?», y nos proporciona innumerables posibilidades para responder «sí». En eso consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder «sí» a nuestra verdad interior.

Comprendida de este modo, la vida espiritual cambia radicalmente todas las cosas. El hecho de haber nacido y crecido, haber dejado la casa paterna y buscado una profesión, ser alabado o rechazado, caminar y reposar, orar y jugar, enfermar y ser curado, vivir y morir..., todo puede convertirse en expresión de la pregunta divina: «¿Me amas?». Y en cualquier momento del viaje existe siempre la posibilidad de responder «sí» y de responder «no».

¿A dónde nos lleva todo esto? Al «sitio» de donde venimos, al «sitio» de Dios. Hemos sido enviados a esta tierra para pasar en ella un breve período y para responder, a través de las alegrías y los dolores durante el tiempo que tenemos a nuestra disposición, con un gran «sí» al amor que se nos ha dado y, al hacerlo, volver al que nos ha enviado con ese «sí» grabado en nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia 1999'4, pp. 108ss).

 

Día 7

Sábado de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31

16 Cuando entramos en Roma, se permitió a Pablo quedarse en una casa particular, con un soldado que lo custodiase.

17 Tres días después, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos. Cuando llegaron, les dijo: - Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, fui detenido en Jerusalén y entregado a los romanos.

18 Ellos, después de interrogarme, quisieron ponerme en libertad, ya que no había contra mí ningún cargo que mereciera la muerte.

19 Pero como los judíos se opusieron a ello, me vi obligado a apelar al César, aunque sin intención de acusar a mi pueblo.

20 Éste es, pues, el motivo de haberos llamado. Quería veros y conversar con vosotros, pues a causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas.

30 Pablo estuvo dos años enteros en una casa alquilada por él, y allí recibía a todos los que iban a verle.

31 Podía anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno.

 

*•• Entre la lectura de ayer y la de hoy está por medio el agitado viaje de Pablo: desde Cesárea a la isla de Creta, los catorce días de tempestad, la estancia en Malta, el viaje de Malta a Roma, la cálida acogida por parte de los hermanos. El fragmento de hoy es un resumen de su actividad en Roma, donde Pablo puede vivir en «régimen de libertad vigilada» en una casa privada. Comienza, como siempre, la predicación a los judíos con resultados alternos, podía «anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno».

Lucas ha alcanzado su objetivo: la carrera de la Palabra es imparable; el Evangelio ha llegado al corazón del mundo, es predicado con toda libertad y sin obstáculo alguno «hasta los confines de la tierra». Nada ha podido ni podrá detenerlo. Pablo es uno de los muchos testigos de Jesús, un campeón ejemplar, heroico y dotado de autoridad, pero no el único. Las vicisitudes personales de Pablo no parecen interesar demasiado a Lucas, que corta aquí su relato, sin informarnos sobre la suerte del campeón: lo que le importa de verdad es que Pablo haya culminado su propia misión, una misión que es la de todo cristiano, a saber: ser testigo de la resurrección, tener el valor de anunciarla por doquier, convertir cada situación, aun la más improbable, en una ocasión para decir que Jesús es el Señor y el Salvador. «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,8s). No hay ocasión en la que no pueda ser anunciada la Palabra de Dios.

 

Evangelio: Juan 21,20-25

En aquel tiempo,

20 Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».

21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: - Señor, y éste ¿qué?

22 Jesús le contestó: - Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.

23 Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».

24 Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad.

25 Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.

 

*•• El epílogo del evangelio de Juan está relacionado con la misión propia del discípulo amado. El fragmento está formado por dos pequeñas unidades, que también están subdivididas a su vez: predicción sobre el futuro del discípulo amado (vv. 20-23) y segunda conclusión del evangelio (vv. 24s). El redactor de este capítulo 21, a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo, pretende identificar de manera inequívoca al «otro discípulo al que Jesús tanto quería» (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). La pregunta que Pedro plantea, a continuación, a Jesús sobre la suerte del discípulo amado recibe de parte del Maestro una respuesta que no deja lugar a equívocos, en la que afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada hombre.

Pero quizás sea posible proyectar alguna luz sobre estos misteriosos versículos intentando poner de manifiesto cierto fondo histórico del tiempo en el que el autor los escribió. El texto no estuvo provocado realmente por las discusiones que tuvieron lugar en la Iglesia de los orígenes entre los discípulos de Pedro y los del discípulo amado sobre el «poder primacial» del primero. Más bien fue introducido por el redactor del capítulo para demostrar, sobre una base histórica, dos cosas: a) que carecía de fundamento la opinión difundida de que el discípulo amado no había muerto; b)  que esa muerte, una vez acaecida, tenía la misma importancia para el Señor que el martirio sufrido por el apóstol Pedro.

Por último, los versículos finales (vv. 24s) subrayan una cosa simple, pero verdadera: la revelación de Jesús, ligada al ministerio de su persona, es algo tan grande y profundo que escapa al alcance del hombre.

 

MEDITATIO – CONTEMPLATIO - LECTURA ESPIRITUAL

 

Podemos concentrar nuestra reflexión uniendo las tres partes en un espléndido fragmento de Agustín, donde el obispo de Hipona hace la comparación entre Pedro y Juan.

La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divina le ha enseñado y recomendado. Una de ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra reina sin más contrastes; una es fuerte en las desgracias, la otra no conoce la adversidad; una lucha para mantener frenadas las pasiones carnales, la otra reposa en las alegrías del espíritu; una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria; una pide ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría en el seno mismo de aquel que le ayuda; una corre en ayuda del indigente, la otra vive donde no hay necesidades; una perdona las ofensas para ser, a su vez, perdonada, la otra no sufre ninguna ofensa que tenga que perdonar, no tiene que hacerse perdonar ninguna ofensa; una está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no contempla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está representada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan.

El curso de la primera se extiende hasta la consumación de los siglos, y allí encontrará su fin; la realización cabal de la otra está remitida al final de los siglos y al mundo futuro, y no tendrá ningún término.

Por eso el Señor le dice a Pedro: «Sígueme», mientras que hablando de Juan dice: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme». ¿Qué significan estas palabras? Según lo que yo puedo juzgar y comprender, éste es el sentido: «Tú sígueme », soportando, como yo lo he hecho, los sufrimientos temporales y terrenos; aquél, sin embargo se queda hasta que yo venga a entregar a todos la posesión de los bienes eternos».

Aquí soportamos los males de este mundo en la tierra de los mortales; allá arriba veremos los bienes del Señor en la tierra de los vivos para siempre. Que nadie, sin embargo, piense separar a estos dos ilustres apóstoles. Ambos vivían la vida que se personifica en Pedro y ambos vivirían la vida que se personifica en Juan. En la imagen de lo que representaban, uno seguía a Cristo, el otro estaba a la espera. Ambos, sin embargo, por medio de la fe, soportaban las miserias de este mundo y esperaban, ambos también, la felicidad futura de la bienaventuranza eterna (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 124,5).

 ORATIO

Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus bienes en la tierra de los vivos.

 ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú sígueme» (Jn 21,22b). 

 

Día 8

Solemnidad de Pentecostés

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.

2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban.

3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.

4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse.

5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra.

6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

7 Todos, atónitos y admirados, decían:

- ¿No son galileos todos los que hablan?

8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna?

9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos,

10 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.

 

**• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. ls). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («.todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en

segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).

El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; cf. Ef 4,13).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 12,3b-7.12s

Hermanos:

3 Nadie puede decir: «Jesús es Señor» si no está movido por el Espíritu Santo.

4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo.

5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.

6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos.

7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos.

12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo.

13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también el mismo Espíritu.

 

**• Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v. 3b).

¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas -don del único Espíritu-, ministerios -servicios eclesiales confiados por el único Señor- y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (vv. 4-6). ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad?

Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4,13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (12,31-13,13).

 

Evangelio: Juan 20,19-23

19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros.

20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

21 Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

22 Sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo.

23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.

 

**• La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1,4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (19,3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (vv. 19.21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.

El Espíritu -como repite la Iglesia en la fórmula sacramental de la absolución- fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del mundo (1,29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (cf. Col 2,13s; Ef 2,15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2,38s).

 

MEDITATIO

El domingo de Pentecostés recoge toda la alegría pascual como un haz de luz resplandeciente y la difunde con una impetuosidad incontenible no sólo en los corazones, sino en toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo: todas las cosas tocadas por él quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, se vuelven incandescentes y transparentes ante la mirada de la fe. Ahora bien, ¿es posible decir que «Jesús es el Señor» sólo con la palabra?

Que Jesús es el Señor sólo puede ser dicho de verdad con la vida, demostrando de manera concreta que él ocupa todos los espacios de nuestra existencia. En él, todas las diferencias se convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía de la unidad en el amor. Hemos sido reunidos conjuntamente «para formar un solo cuerpo» y, al mismo tiempo, tenemos dones diferentes, diferentes carismas, cada uno tiene su propio rostro de santidad. El amor, antes que reducirlo, incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don para los otros. Sin embargo, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos paz en el corazón y si no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos, testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.

 

ORATIO

Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don en tus dones espléndido;

luz que penetras las almas;

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Ven, Espíritu enviado por el Padre,

en nombre de Jesús, el Hijo amado:

haz una y santa a la Iglesia

para las nupcias eternas del Cielo.

 

CONTEMPLATIO

Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca, viene con la abundancia de las bendiciones de Dios. Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios (cf. Sal 45,5) y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso ante la Palabra de Dios, reposará sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los sabios y a los prudentes de este mundo. Empezarán a resplandecer para ti aquellas cosas que la Sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la verdad completa.

Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto, como dice la verdad misma, «Dios es Espíritu» (Jn 4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad.

El Espíritu es -para los pobres de espíritu- la luz iluminadora, la caridad que atrae, la mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción, la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (Guillermo de Saint-Thierry, Speculum fidei, 46).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros «con gemidos inefables» y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña «toda verdad».

A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: «¡Ven!» (Pablo VI, Discurso del 29 de noviembre de 1972).

 

Día 9

Lunes  de la 10ª semana del Tiempo ordinario o San Efrén

         San Efrén alcanzó gran fama como maestro, orador, poeta, comentarista y defensor de la fe. Es el único de los Padres sirios a quien se honra como Doctor de la Iglesia Universal, desde 1920.  En Siria, tanto los católicos como los separados de la Iglesia lo llaman "Arpa del Espíritu Santo" y todos han enriquecido sus liturgias respectivas con sus homilías y sus himnos.  A pesar de que no era un hombre de mucho estudio formal, estaba empapado en las Sagradas Escrituras y tenía gran conocimiento de los misterios de la fe: A San Efrén debemos, en gran parte, la introducción de los cánticos sagrados en los oficios y servicios públicos de la Iglesia, como una importante característica del culto y un medio de instrucción.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 17,1-6

1 Elías, natural de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: -¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo, que en los próximos dos años no habrá lluvia ni rocío si yo no lo ordeno!

2 Luego el Señor le dirigió su palabra:

3 -Márchate de aquí en dirección a oriente y ve a esconderte en el torrente Querit, al este del Jordán.

4 Beberás el agua del torrente y yo enviaré a los cuervos para que te alimenten allí.

5 Marchó Elías y, siguiendo las órdenes del Señor, se fue al torrente Querit, al este del Jordán.

6 Los cuervos le traían pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía el agua del torrente.

 

        **• Reemprendemos hoy la lectura del libro Primero de los Reyes, que habíamos iniciado la cuarta semana del tiempo ordinario. En él se habla de la sucesión davídica, del reino de Salomón y del cisma político-religioso (931 a. de C.) entre las diez tribus del Norte (Israel, con capital en Samaría) y Judá y Benjamín (con capital en Jenisalén). El reino del Norte conoció la alternancia de una decena de casas reinantes, mientras que el del Sur fue regido siempre por la estirpe de David.

        Las lecturas de los libros de los Reyes siguen con el «ciclo de Elías». Procedía éste de Galaad (Transjordania), donde estaba vigente un yahvismo vigoroso. El profeta había sido enviado al rey Ajab (874-853), esposo de la fenicia Jezabel, hija del rey de Tiro y Sidón. Ésta había introducido en Samaría el culto de Baal, el dios de Tiro propiciador de la lluvia (1 Re 18,19), que, sin embargo, no está en condiciones de asegurarla a sus devotos.

        Elías, cuyo nombre significa «el Señor es mi Dios», es puesto a salvo y protegido directamente por el cielo. Como los judíos en el desierto, se alimenta de manera milagrosa con pan y carne. Los «profetas anteriores» (nuestros «libros históricos»), así llamados por la tradición judía, nos presentan una historia que se hace teología. En efecto, los libros de los Reyes constituyen una sección de la historia sagrada escrita con la intención de mostrar que la alianza entre Dios y su pueblo se rige por el principio de la retribución: si el pueblo es fiel, Dios lo bendice; si es infiel, lo abandona a un destino de muerte.

        El lector de estas páginas está invitado, no obstante, a ver en las calamidades que se abaten sobre el pueblo infiel «castigos» divinos destinados a la conversión. En nuestro caso, la sequía es signo de la reprobación divina de los cultos cananeos patrocinados por Jezabel, que se convirtió en símbolo del sincretismo religioso (Ap 2,20). De hecho, Israel estuvo siempre amenazado por los cultos paganos arraigados en la tierra de la que tomó posesión bajo la guía de Moisés y de Josué.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó, y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

        *+• Los capítulos 5-9 de Mateo constituyen una sección compacta, como se desprende de las dos frases, sustancialmente idénticas, que les sirven de marco (4,23 y 9,35). La sección abarca el «sermón del monte», verdadera carta magna del Reino (capítulos 5-7), y la narración de diez milagros (capítulos 8-9), presentándonos, por consiguiente, a Cristo maestro, cuya divina Palabra no sólo está dotada de autoridad, sino que es también eficaz.

        El evangelista Mateo considera a Cristo como el nuevo Moisés, como aquel que comunica la «nueva Ley» en el monte de las bienaventuranzas -el monte-, cuya imagen anticipadora era el Sinaí. El que estamos examinando es el primero de los cinco grandes discursos pronunciados por el Señor y comienza con la proclamación de las ocho bienaventuranzas del «Reino» (palabra que se repite en la primera y en la última), a las que se añade otra más. La inminencia del Reino apela a la conversión; la perspectiva escatológica que parece dominar la proclamación de las bienaventuranzas se traduce en un mensaje de salvación y se resuelve como imperativo moral, puesto que traza «un modo perfecto de vida cristiana» (Agustín).

        La expresión «pobres en el espíritu», si bien no se encuentra en el Antiguo Testamento (aunque aparece en los textos de Qumrán), refleja un aspecto fundamental: la espera del Reino por parte de los últimos. A ellos está

reservada la posesión de la tierra prometida (Sal 37,11) y, por consiguiente, del Reino, cuya instauración, según la esperanza bíblica, está destinada a registrar por lo menos un arranque ya desde aquí abajo: «... suyo es el Reino de los Cielos».

        El consuelo está presentado como un rasgo característico de Dios y como don mesiánico por excelencia (Is 61,2; cf. Le 2,25). El mismo Cristo se considera un Consolador, y con este título anuncia el don del Espíritu Santo (Jn 14,26; 15,26; 16,7). La «justicia» (término que se repite cinco veces en el sermón del monte) indica el recto cumplimiento de la voluntad divina, perseguido con impulso y determinación (hambre y sed), y, por consiguiente, connota el acceso a la salvación y constituirá la razón misma de la encarnación del Verbo: su nombre será «Señor-nuestra-Justicia» (Jr 23,6). De ahí se sigue el imperativo: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). La misericordia pasa a ser, de prerrogativa divina, aspecto cualificativo del discípulo: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). La misericordia, en efecto, prevalecerá sobre el juicio (cf. Sant 2,23).

        «Corazón puro» es una expresión que se repite en las Escrituras (Sal 24,3ss; 51,12; 73,13; Prov 22,11, etc.) y es sinónimo de «corazón sencillo» (cf. Sab 1,1; Ef 6,5), que no tiene doblez (Sant 4,8). Ésta es la condición que hace posible la visión de Dios, visión que no se concede al hombre en esta tierra (Ex 33,20), sino que está preparada para el cielo, cuando «lo veremos tal cual es» (1 Jn 3,2), «cara a cara» (1 Cor 13,12). «Constructor de la paz» es Dios mismo (Col 1,20), definido repetidamente por Pablo como «el Dios de la paz». A Cristo, su Enviado, se le anuncia como el rey mesiánico pacífico (Zac 9,9), «Príncipe de la paz» (Is 9,15), una paz que da a sus discípulos (Jn 14,27; 16,33; cf. Le 2,14). La paz constituye, por último, un «fruto del Espíritu» (Gal 5,22; Rom 14,17). Los «hijos de la paz» (cf. Le 10,6) no podrán dejar de ser, por consiguiente, «hijos de Dios».

        La persecución «a causa de la justicia» (Lc 6,22 precisa: «a causa del Hijo del hombre») no es otra cosa que el precio que hay que pagar por la coherencia y por el testimonio evangélico. La invitación a alegrarse en medio de la tribulación y en medio de las pruebas ha sido ampliamente recibida en la experiencia apostólica (Hch 5,41; 2 Cor 1,5; 12,10; Sant 1,2-4; 1 Pe 1,6; 4,12-16, etc.). La participación en los sufrimientos de Cristo, acogidos en beneficio de su Iglesia (Col 1,24), nos asocia a la gloria de la resurrección (Flp 3,10ss).

 

MEDITATIO

        El Verbo no nos habla ya a través de intermediarios, sino en persona («abriendo su boca»), y con su enseñanza restituye el hombre a sí mismo, lo hace más humano. La Ley nueva empieza sustituyendo el orgullo, triste herencia del pecado original, por la humildad, que es «principio de la bienaventuranza» (Glosa). Aquí reside la paradoja que atraviesa todo el sermón del monte, verdadero código de liberación, rechazado por el «hombre natural incapaz de percibir las cosas de Dios» (cf. 1 Cor 2,14). En efecto, «la bienaventuranza empieza allí donde para los hombres comienza la desventura» (Ambrosio). Las bienaventuranzas evangélicas abarcan el obrar y el padecer del creyente, que, por eso mismo, recibe el título real de «hijo de Dios».

        Me planteo algunas preguntas. ¿Me reconozco como un «mendigo» respecto al Señor? ¿Me considero antes que nada a mí mismo «tierra prometida», de la que debo «tomar posesión» a través de un camino de interioridad y de dominio de mí mismo? Y con respecto a la humanidad, ¿«hago duelo» por los males que la afligen? ¿Dejo aflorar esta triple actitud del espíritu que caracteriza al pueblo de las bienaventuranzas...?

 

ORATIO

        Señor Jesucristo, tú subiste al monte con tus discípulos para enseñar las cimas más altas de las virtudes, y desde allí, al transmitirnos las bienaventuranzas, nos enseñaste a llevar una vida virtuosa a la que prometiste el premio. Concédeme a mí, frágil criatura, escuchar tu voz, así como ejercitarme en la práctica de las virtudes, conseguir su mérito y, por tu misericordia, recibir el premio.

        Haz que pensando en la recompensa celestial no rechace su precio, sino que la esperanza de la salvación eterna mitigue en mí el dolor de la medicina terrena e inflame mi ánimo con el luminoso cumplimiento de obras buenas. Concédeme a mí, miserable criatura, la bienaventuranza fruto de la gracia en esta vida, para poder gozar de la bienaventuranza de la gloria en la patria celestial (Landulfo de Sajonia, Vita Jesu Christi).

 

CONTEMPLATIO

        Escuchemos con extrema atención las palabras del Señor. Fueron dichas, entonces, para todos los que estaban presentes, pero está claro que fueron escritas para todos aquellos que vendrían a continuación. Por eso se dirige Jesús en su sermón a los discípulos, pero no restringe lo que dice a sus personas; hablando en general y de modo indeterminado, declara «bienaventurados» a todos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 1).

        «Dichosos los pobres en el espíritu.» Jesús precisa: «en el espíritu». Quiere hacernos comprender que aquí se trata de la humildad, no de la pobreza material. Dichosos aquellos que, gracias a un don del Espíritu Santo, han perdido su propia voluntad. Es a este tipo de pobres a quienes se dirige el Salvador, hablando por la boca de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres» (Is 61,1) (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los pobres en el espíritu» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        También el mundo, Señor, proclama sus bienaventuranzas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los ricos que no se fijan en la miseria de los otros, sino que acumulan riquezas sólo para sí mismos.

        Hazme comprender, Señor, dónde está la verdadera riqueza esa que prometes a quienes te siguen.

        También el mundo, Señor, alardea sus promesas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los poderosos que no piensan en el débil necesitado de ayuda, sino que avanzan seguros por su camino.

        Hazme comprender, Señor, cuál es la fuerza invencible que das a tus fieles.

        También el mundo, Señor, ostenta su justicia, diametralmente opuesta a la tuya: dichosos los listos que no piensan en los otros, sino que los explotan para su propio éxito.

        Hazme comprender, Señor, dónde puedo encontrar la sensatez que tú garantizas a quien la busca.

También el mundo, Señor, presenta su manifiesto, diametralmente opuesto al tuyo: dichosos los vividores que no se preocupan del mañana, sino que buscan arrebatar el momento fugaz.

        Hazme comprender, Señor, cuáles son las verdaderas alegrías, esas que no permites que falten a tus hijos. (C. Ghidelli, Beatitudine evangeliche e spirítualitá laicale, Brescia 1996, pp. 21 ss).

 

 

Día 10

Martes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 17,7-16

En aquellos días,

7 al cabo de algún tiempo se secó el torrente a causa de la pertinaz sequía.

8 Entonces, el Señor le dijo:

9 -Levántate y vete a vivir a Sarepta de Sidón; yo ordenaré a una viuda de allí que te alimente.

10 Elías se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad, vio a una viuda recogiendo leña. La llamó y le dijo: -Por favor, tráeme un vaso de agua para beber.

11 Cuando ella iba por el agua, Elías le gritó: -Tráeme también un poco de pan.

12 Ella le dijo: -¡Vive el Señor, tu Dios, que no tengo una sola hogaza; sólo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza! Precisamente, estaba recogiendo estos palos para preparar algo para mi hijo y para mí; lo comeremos y luego moriremos.

13 Elías le dijo: -No temas; ve a casa y haz lo que has dicho, pero antes hazme a mí una hogaza pequeña y tráemela. Para ti y para tu hijo la harás después.

14 Porque así dice el Señor, Dios de Israel: No faltará harina en la tinaja ni aceite en la orza hasta el día en que el Señor haga caer la lluvia sobre la tierra.

15 Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, y tuvieron comida para él, para ella y para toda su familia durante mucho tiempo.

16 No faltó harina en la tinaja ni aceite en la orza, según la palabra que el Señor pronunció por medio de Elías.

 

**• La mano del Dios de Israel obra también en tierra pagana y guía a Elías hacia una localidad costera del Líbano, donde tendrá asegurado el alimento. El prodigio que realiza es el signo que da autenticidad a su misión. No es, por tanto, Jezabel y sus falsos dioses, sino una viuda inerme quien puede dar testimonio de la intervención de YHWH en favor de los que en él confían. Y, puesto que se trata de una extranjera, el episodio abre una perspectiva universalista que tomará cuerpo con el Nuevo Testamento: la viuda de Sarepta se convierte en el tipo de los paganos llamados a la mesa del Reino.

El sentido del episodio podemos tomarlo de la cita del mismo por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,24-26): el profeta a quien no escuchan los suyos tiene más crédito en tierras paganas. Por otra parte, podemos establecer una comparación entre la viuda de Sarepta y la del evangelio (Mc 12,41-44; Le 21,1-4), para subrayar su gran generosidad. Pero no sólo esto: la viuda se contrapone asimismo a Jezabel, cuya insaciable avidez condena el autor sagrado (cf. 1 Re 21,1 ss).

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

 

**• Quien sigue el nuevo código de vida encerrado en las bienaventuranzas será sal de la tierra y luz del mundo.

El «vosotros» enfático parece diferenciar la conducta cristiana de la conducta de los fariseos y los paganos, a quienes el sermón del monte hace referencia en más ocasiones. La responsabilidad del cristiano, por otra parte, tiene un valor cósmico, planetario.

La sal encierra una pluralidad de significados. Es un condimento insustituible. Posee propiedades conservantes. Se usaba en la realización de sacrificios (Lv 2,13) y, por consiguiente, asumía un carácter «consagratorio», y en caso de que hubiera perdido el poder de salar, era «pisoteada» con un gesto desacralizador. Por último, la sal alude a la sabiduría (Mc 9,50) y con ella debemos condimentar nuestras palabras (Col 4,6).

Los discípulos son «luz del mundo» no de modo diferente a Cristo, que es la fuente de la misma (Jn 8,12). «¿Acaso se trae la lámpara para taparla...», suena al pie de la letra el paralelo de Mc 4,21. Si la luz se pone bajo esa vasija de barro, bajo el moyo, un recipiente con el que se medía el grano, se apaga inevitablemente (eso es lo que se hacía en aquel tiempo para apagar una luz sin que hiciera humo). El evangelista volverá, a continuación, sobre la imagen de la luz (Mt 6,22ss).

 

MEDITATIO

        El hombre «ha sido creado para realizar obras buenas» (Ef 2,10), para irradiar la luz que Cristo derrama sobre él (cf. Ef 5,14). El Señor, que es la lumen illuminans, la luz que ilumina, nos transforma en lumen illuminatiuu, la luz que se refleja sobre nosotros (Gregorio Magno). La comunidad de los «iluminados» (Heb 6,4; 10,32) viene a constituir aquel candelabro de oro, imagen de la Iglesia, donde Cristo establece su morada (Ap 1,13). El candelabro de los siete brazos remite, en la tradición judía, a la totalidad del tiempo (la primera semana del Génesis) y a la totalidad de la persona, resumida, de manera simbólica, en los sentidos superiores con sus siete orificios (dos ojos, dos orejas, dos narices y la boca).

Meditaré reflexionando en qué medida irradian luz mis sentidos, a través de los que interactúo con la humanidad y con el cosmos. ¿En qué medida mis sentidos, encendidos por el fuego del Espíritu, se comunican con Dios?

 

ORATIO

        Señor, tú que has dicho: «Venid a mí y seréis iluminados» (cf. Sal 34,6), difunde tu luz en mi corazón. Enciende mis sentidos con el fuego del Espíritu de Pentecostés, para que pueda yo «caminar a la luz de tu rostro» (Sal 90,16). Concédeme irradiar tu luz en medio de los hombres, para hacer desaparecer las tinieblas de la ignorancia y del pecado.

 

CONTEMPLATIO

Después de haber exhortado, oportunamente, a sus apóstoles, los consuela Jesús de nuevo con sus alabanzas. Dado que los preceptos que les había dado eran muy elevados y estaban infinitamente por encima de la Ley antigua, para evitar que se quedaran asombrados y turbados y dijeran: «¿Cómo podremos cumplir estas grandes cosas?», afirma a renglón seguido esto: «Vosotros sois la sal de la tierra». Con estas palabras les muestra que era necesario darles aquellos grandes preceptos.

Dice, en sustancia, que esa enseñanza les será confiada a ellos no sólo para su vida personal, sino también para la salvación de todos los hombres. No os envío –parece decir- como fueron enviados los profetas en otros tiempos a dos ciudades, o a diez, o a veinte, o a un pueblo en particular, sino que os envío a la tierra, al mar, al mundo entero, a este mundo que vive en la corrupción. Al decir «Vosotros sois la sal de la tierra», da a entender que la sustancia de los hombres se ha vuelto insípida y se ha corrompido por los pecados. Por eso les exige sobre todo a sus apóstoles aquellas virtudes que son necesarias y útiles para convertir a muchos.

Cuando un hombre es sencillo, humilde, misericordioso y justo, no mantiene encerradas en sí mismo esas virtudes; hace que esas fuentes excelentes broten de su alma, se difundan en beneficio de los otros hombres.

Por otra parte, quien tiene un corazón puro, quien es pacífico, quien sufre persecuciones a causa de la verdad, pone su vida al servicio de todos [...]. Pues bien, si vosotros no tenéis suficiente virtud para comunicarla a los otros, parece concluir Jesús, tampoco tendréis bastante para vosotros mismos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 6).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois sal, sois luz» {cf. Mt 5,13ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Se impone la pregunta sobre cómo debemos entender hoy estas afirmaciones [de Jesús transmitidas por Mateo]. Más concretamente: ¿a quién se refiere: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois una ciudad situada en la cima de un monte»? Personalmente, me costaría mucho aplicarme a mí estas expresiones. Pero también se me plantean muchas dificultades a la hora de referirlas a la Iglesia de hoy. Pienso más bien en esas personas y comunidades que, dentro de la Iglesia - y fuera de la misma-, viven las bienaventuranzas o se esfuerzan en hacerlo: pienso en los pobres, en aquellos que se muestran solidarios con los oprimidos, en cuantos se comprometen con un mundo más justo sin recurrir a la violencia, y en otros más. Podría suceder que también yo forme parte de ésos. Lo espero. Podría ser que toda la Iglesia fuera un día sal de la tierra y luz del mundo. Lo espero. Ahora bien, si no pertenezco ya a esta categoría de bienaventurados, es importante que sepa que los destinatarios de las bienaventuranzas, los discípulos de Jesús hoy, podrían ser para mí luz, podrían ayudarme a descubrir el sentido de la solidaridad. Una cosa es cierta: quien quiera ser hoy sal de la tierra y luz del mundo no puede volverse él mismo mundo. Debe seguir unas huellas diferentes, las huellas dejadas por Jesús, aun cuando choque con el modo de ver y de juzgar de la sociedad y de la Iglesia (H. J. Venetz, // discorso aella montagna, Brescia 1990, p. 44).

 

Día 11

San Bernabé (11 de junio)

 

José, apodado Bernabé, que significa «hijo de la consolación», recibe el nombre de apóstol, aunque no fue uno de los Doce. Y recibe este nombre precisamente porque desarrolló un papel decisivo en la difusión del Evangelio. Como se dice en los Hechos de los apóstoles, fue un hombre de gran fe, y, al entrar en la comunidad cristiana, vendió todos sus bienes y los puso a disposición de los apóstoles (4,36ss). Colaboró con Pablo en la evangelización de los paganos. Desarrolló su actividad misionera sobre todo en la ciudad de Antioquía, desde donde partió con Pablo para el primer viaje misionero. Murió mártir en la tierra donde había nacido, en la isla de Chipre.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 11,21b-26; 13,1-3

En aquellos días,

11,21 fue grande el número de los que creyeron y se convirtieron al Señor.

22 La noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.

23 Cuando éste llegó y vio lo que había realizado la gracia de Dios, se alegró y se puso a exhortar a todos para que se mantuvieran fieles al Señor,

24 pues era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor.

25 Después fue a Tarso a buscar a Saulo.

26 Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía, y estuvieron juntos un año entero en aquella iglesia, instruyendo a muchos. En Antioquía fue donde se empezó a llamar a los discípulos «cristianos».

13,1 En la iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé, Simón el Moreno, Lucio el de Cirene, Manaén, hermano de leche del tetiarca Herodes, y Saulo.

2 Un día, mientras celebraban la liturgia del Señor y ayunaban, el Espíritu

Santo dijo: -Separadme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he encomendado.

3 Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron.

 

*+• Incluso desde el punto de vista histórico, son más que preciosas las noticias que Lucas nos ofrece en esta primera lectura. En primer lugar, tienen que ver con las relaciones entre la Iglesia madre de Jerusalén y la comunidad cristiana de Antioquía. Bernabé, «hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe», puede ser considerado muy bien como el trait d'union entre Jerusalén y Antioquía. De este modo, colaboró no sólo en la evangelización, sino también en la edificación de la Iglesia.

En segundo lugar, Bernabé fue también importante en la vida de la Iglesia naciente porque fue él quien tomó a Pablo como colaborador, aunque Pablo le superara después en su intento de inculturar la fe. Ambos, conjuntamente, constituyen una pareja de misioneros, a cuya iniciativa y genialidad debe mucho la comunidad cristiana de todos los tiempos.

Pero son sobre todo las noticias históricas relativas a la ciudad de Antioquía y a la presencia en ella de los primeros cristianos las que tienen una importancia de primer orden. Antioquía constituye, en efecto, el punto de partida y el punto de llegada de los viajes misioneros de Pablo, después de que éste pudiera formarse en ella, compartiendo su vida con Bernabé y con muchos otros «profetas y doctores» que hacían extremadamente interesante aquella experiencia de fe. En Antioquía, además, se empezó a llamar por vez primera «cristianos» (11,26) a los discípulos de Jesús. Esta noticia, en su descarnada sencillez, nos dice qué viva y vivaz era la fe que los primeros creyentes vivían en aquella ciudad que se asomaba al Mediterráneo.

 

Evangelio: Mateo 10,7-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciandoque está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

 

**• Esta página evangélica pertenece al llamado «discurso misionero» que, según Mateo, Jesús dirigió a sus apóstoles durante su ministerio público.

Vale la pena recordar, en primer lugar, el contexto en el que el evangelista sitúa este discurso: Jesús está recorriendo las ciudades y los pueblos de su tierra, anuncia el Evangelio del Reino y cura a los enfermos. Al mismo tiempo, constata que las muchedumbres están abatidas y abandonadas a sí mismas, «como ovejas sin pastor» (Mt 9,35-38). Entonces llama a sus doce discípulos, les da poder para expulsar a los espíritus inmundos y les envía en misión. Según la perspectiva de Mateo, esta misión está dirigida sólo a las ovejas dispersas de la casa de Israel: como Jesús, también sus discípulos –por ahora- deben concentrar sus energías en el interior de un horizonte muy limitado, en espera de aperturas mucho más grandes, requeridas por la Pascua del Señor.

Tras el contexto, vale la pena señalar el método que recomienda Jesús a sus misioneros. Éste se caracteriza por dos notas típicas. Los misioneros del Reino deben continuar propagando lo que Jesús ha dicho y lo que Jesús ha hecho, nada más. Pero, sobre todo, deben imprimir la más absoluta gratuidad al ministerio que están emprendiendo: no es el oro o la plata lo que debe constituir el centro de su atención, sino sólo el deseo de bendecir y beneficiar. Eso es exactamente lo que afirmará san Pedro en uno de sus famosos discursos: «No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6).

 

MEDITATIO

La invitación a la gratuidad que caracteriza, en primer lugar, al método misionero recomendado por Jesús a sus discípulos y apóstoles constituye el objeto de nuestra meditación. Es incluso demasiado fácil trivializar el tema de la gratuidad, considerándolo sólo desde el punto de vista material, aunque esta dimensión no debe ser en absoluto desatendida, ya que es muy apreciada en el ambiente social en el que viven hoy los cristianos. La gratuidad, sin embargo, expresa algo bien diferente, impulsa mucho más allá: requiere una claridad interior y un coraje que no es ciertamente patrimonio de la mayoría.

La gratuidad es, antes que nada, fruto de un corazón educado evangélicamente, de un corazón que late en plena sintonía con el de Jesús. Por eso, sólo puede decir que tiene una actitud gratuita quien, honestamente, pueda decir que tiene un corazón «manso y humilde» (cf. Mt 11,29). Gratuita, también, es la actitud de quien  está dispuesto a dar, tanto material como espiritualmente, sin esperar nada a cambio. El verdadero discípulo de Jesús se contenta y goza con dar, sin esperar nada a cambio, recordando la enseñanza de Jesús: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Gratuita es, por último, la acción de quien abre la mano para dar y no la cierra nunca, incluso ante quien rechaza el don y no manifiesta ninguna gratitud. Esa mano permanece siempre abierta porque su corazón se ha dejado educar en la escuela del Evangelio.

 

ORATIO

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido. Los juguetes que rompes son los juguetes de los niños desheredados; el alimento que malgastas es el alimento del que está desnutrido; los utensilios que tiras son los utensilios de quien no tiene casa; las obras de caridad que no haces son otras tantas injusticias que cometes (Basilio de Cesárea, «Cuando el rico es un ladrón», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, p. 59).

 

CONTEMPLATIO

Comoquiera, pues, que estoy convencido y siento íntimamente que, habiéndoos dirigido muchas veces mi palabra, sé que anduvo conmigo el Señor en el camino de la justicia, y me veo también yo de todo punto forzado a amaros más que a mi propia vida, pues grande es la fe y la caridad que habita en vosotros por la esperanza de su vida (Tit 3,6); considerando, digo, que de tomarme yo algún cuidado sobre vosotros para comunicaros alguna parte de lo mismo que yo he recibido, no ha de faltarme la recompensa por el servicio prestado a espíritus como los vuestros, me he apresurado a escribiros brevemente, a fin de que, juntamente con vuestra fe, tengáis perfecto conocimiento.

Ahora bien, tres son los decretos del Señor: la esperanza de la vida, que es principio y fin del juicio; el amor de la alegría y regocijo, que son el testimonio de las obras de la justicia. En efecto, el Dueño, por medio de sus profetas, nos dio a conocer lo pasado y lo presente y nos anticipó las primicias del goce de lo por venir.

Y pues vemos que una tras otra se cumplen las cosas como él les dijo, deber nuestro es adelantar, con más generoso y levantado espíritu, en su temor («Carta de Bernabé», I, 4-7, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 771-772).

 

ACTIO

Repite con frecuencia durante la jornada estas palabras del Señor: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La salvación, por parte de Cristo, es pura gracia. Si esto valía para los judíos que se dirigían a Cristo, tanto más evidente era esto en los paganos. Bernabé se dio cuenta de ello enseguida, en cuanto admiró la Iglesia surgida en Antioquía como por encanto. Comprendemos muy bien que pudiera sentirse lleno de alegría y que, frente a la acción de la gracia, no le quedara otra cosa que hacer que «amonestar a todos a perseverar en el Señor» [...]. Flota, sin duda, en el aire cierto aire de tragedia en el hecho de que Pedro -dado su particular temperamento-, junto San Bernabé 343 con Bernabé, precisamente en Antioquía, se pusiera en una situación difícil, haciéndose merecedor de la censura de Pablo, como este último nos dice en su Carta a los Gálatas (cf. 2,11 ss).

La gracia de Dios no excluye la libertad humana, pero engendra a menudo un estado de tensión entre lo humano y lo divino, del que se sirve para despejar el camino de la Iglesia y guiarla hasta su meta.

Bernabé no había perdido de vista a Saulo. «Fue a Tarso a buscar a Saulo». Experimentamos una extraña sensación al leer estas palabras. Ahora bien, ¿dónde estaba Saulo? Había tenido que dejar Jerusalén como fugitivo después de su primer encuentro con la comunidad: los hermanos le habían hecho partir para Tarso (9,23-30). No sabemos lo que hizo Pablo durante estos años de ausencia. ¿Estuvo inactivo por completo? Pero Bernabé no ha olvidado a Pablo. Fue él quien hizo en su momento de intermediario, en Jerusalén, de aquel hombre cuando acababa de llegar de Damasco, y había intentado granjearle la confianza de la comunidad madre, atestiguando el encuentro de Saulo con el Señor (9,27).

Los Hechos de los apóstoles no nos dicen cómo Bernabé estaba tan bien informado respecto a Pablo. Fue una disposición providencial, y como tal siguió la amistad de estos dos hombres.

El Espíritu que guía a la Iglesia se sirve de vínculos humanos personales para el bien de la sociedad. Volvemos a preguntarnos qué habría pasado si Bernabé, durante su estancia en Antioquía, no se hubiera acordado de Saulo. ¿Por qué fue a buscarle? A buen seguro, no por su propio interés. Pensaba ya en Pablo desde hacía tiempo, como podemos presumir, y sabía que su amigo sufría por estar tan alejado de aquella obra a la que parecía llamado. No sin motivo nos dice nuestro texto que Bernabé era «un hombre de bien» (J. Kürzinger, Commenti spirítuali del Nuovo Testamento. Att¡ degli Apostoli, Roma 21969, I, pp. 304ss).

 

Día 12

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

LECTIO

Primera lectura: Génesis 22,9-18

9 Llegados al lugar que le había dicho Dios, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara, encima de la leña.

10 Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.

11 Entonces le llamó el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo: ¡Abraham, Abraham!» El dijo: «Heme aquí.»

12 Dijo el Ángel: «No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único.»

13 Levantó Abraham los ojos, miró y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo.

14 Abraham llamó a aquel lugar «Yahveh provee», de donde se dice hoy en día: «En el monte "Yahveh provee"»

15 El Ángel de Yahveh llamó a Abraham por segunda vez desde los cielos,

16 y dijo: «Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único,

17 yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos.

18 Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz.»

         ***>Abraham está dispuesto a obedecer ciegamente a Dios. Siguiendo su mandato se dispone a matar a su hijo soñado: ¡Se acabó el hijo de la promesa, se acabó el propósito de su vida, se murió su ilusión! Pero no era esa la intención de Dios sino ponerle a prueba y  revelar el Plan de Redención para la humanidad. A través de esa experiencia, el Señor le reveló que Él entregaría a su Hijo Unigénito, y Él moriría como holocausto que pagaría por todos los pecados del mundo.  Por eso era importante que fueran a Moriah, donde hoy está Jerusalén, porque allí sería donde Jesús moriría en la cruz.

      

 

Evangelio Mt 26, 36- 42

36 Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»

37 Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.

38 Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.»

39 Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.»

40 Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?

41 Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»

42 Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.»

            ***> Como siempre, Jesús se aleja de los suyos para orar a solas con su Padre pero, en esta ocasión y sabiendo lo que le esperaba, solicita la compañía de sus tres discípulos predilectos a quienes confía su estado pero éstos le vuelven a fallar. Postrado en tierra en esta ocasión no se dirige al "Padre Nuestro" sino al "Padre mío" como lo haría después en la inmensa soledad de la cruz. El término arameo que utiliza es "Abba" que es una expresión más cercana y de confianza que el término "Padre", podría parecerse más a le expresión castellana "Papá".

          Con la inmensa confianza con su Padre, le pide pasar de su "copa" (sacrificio) pero, en todo caso, le solicita que se haga su Voluntad

 

MEDITATIO

La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...].

Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno.

Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?

Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el beato Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).

 

ORATIO

         Cogiste mi corazón de niño con ternura delicada y paternal, me sedujeron tu afecto y tu cariño y me dejé cautivar.

         Yo escuché tu llamada gratuita sin saber la complicación que me envolvía, me enrolé en tu caravana de tu mano sin pensar ni en las espinas ni en los cardos.

         Te fui fiel, aunque a jirones fui dejando en mi camino pedazos de corazón, hoy me encuentro con un cáliz rebosante de jazmines que potencian mis anhelos juveniles y me acercan más a Dios.

         En el ocaso de la carrera de mi vida siento el gozo de la inmolación a Tí. Tienes todos los derechos de exigirme, puedes pedir si me ayudas a decir siempre que ¡Sí!

         Necesitaste y necesitas de mis manos para bendecir, perdonar y consagrar;  quisiste mi corazón para amar a mis hermanos, pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

         Mis audacias yo te di sin cuentagotas, mi tiempo derroché enseñando a orar, gasté mi voz predicando tu palabra y me dolió el corazón de tanto amar.

         A nadie negué lo que me dabas para todos. Quise a todos en su camino estimular. Me olvidé de que por dentro yo lloraba, y me consagré de por vida a consolar.

         Muchos hombres murieron en mis brazos, ya sabrán cuánto les quise en la inmortalidad, me llenarán de caricias y de flores el regazo, migajas de los deleites de su banquete nupcial.

         Pediste que te prestara mis pies y te los ofrecí sin protestar, caminé sudoroso tus caminos, y hasta el océano me atreví a cruzar.

         Cada vez que me abrazabas lo sentía porque me sangraba el corazón, eran tus mismas espinas las que me herían y me encendían en tu amor.

         Fui sembrando de hostias el camino inmoladas en la cenital consagración: más de treinta mil misas ofrecidas han actualizado la eficacia de tu redención.

         No me pesa haber seguido tu llamada, estoy contento de ser latido en tu Getsemaní; sólo tengo una pena escondida allá en el alma: la duda de si Tú estás contento de mí.

         Mi gratitud hoy te canto, ¡Cristo de mi sacerdocio! Mi fidelidad te juro, Jesucristo Redentor. Ayúdame a enriquecer con jardines a tu Iglesia, que florezcan y sonrían aún en medio del dolor.

         Sean esos jardines para tu recreo y mi trabajo, multiplica tu presencia por los campos hoy en flor, que lo que comenzó con la pequeñez de un pájaro, se convierta en muchas águilas que roben tu Corazón.

(Oración Sacerdotal)

 

CONTEMPLATIO

El Señor plasmó al hombre de la tierra, pero nos ama como a verdaderos hijos suyos y nos espera con deseo. El Señor nos ha amado con un amor tal que se encarnó por nosotros y derramó por nosotros su sangre, con la que nos ha dado de beber, y nos ha dado su precioso cuerpo. Y así, por su carne y por su sangre, hemos llegado a ser sus hijos, a semejanza del Señor. Así como los hijos se parecen a su padre, y esto con independencia de la edad, así nosotros nos hemos vuelto semejantes al Señor en su humanidad, y el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que estaremos eternamente con él.

El Señor no cesa nunca de llamarnos: «Venid a mí y yo os haré descansar». Nos alimenta con su precioso cuerpo y su preciosa sangre. Nos instruye misericordiosamente con su palabra y por medio del Espíritu Santo. Nos ha revelado sus misterios. Vive en nosotros y en los sacramentos de la Iglesia y nos conduce al lugar donde contemplaremos su gloria. Ahora bien, cada uno contemplará esta gloria según la medida de su amor.

Quien ama más se lanza con mayor ardor para estar con el amado Señor, y por eso se le acerca más. Quien ama poco, también desea poco. ¡Qué maravilla! La gracia me ha hecho conocer que todos los que aman a Dios y observan sus mandamientos están llenos de luz y se asemejan al Señor. Y esto es algo natural. El Señor es luz, e ilumina a sus siervos (Archim. Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, p. 346).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús vino a la tierra para abrir un camino entre los hombres, para que éstos, a su vez, tomen este camino y sigan a Jesús. No hay otro camino posible para ningún hombre. Antes o después, de un modo o de otro, cada hombre se encuentra en el camino de Jesús, aunque probablemente sólo sea en la hora de su muerte.

Jesús habla a menudo de aquellos que le siguen y a los que llama discípulos. Les traza el camino, les indica las condiciones, los riesgos, las insidias. Los modos del seguimiento de Jesús son múltiples, pero todos los caminos tienen como desembocadura la misma entrega total de nosotros mismos a Jesús, a aquella obediencia que fue la suya, una obediencia hasta la muerte en una cruz, precio y camino de la resurrección. Seguir a Jesús es renegar de nosotros mismos, aceptar perder aparentemente nuestra propia vida. Una propuesta así sería no sólo arriesgada, sino también aberrante, si Jesús no hubiera añadido tres breves palabras que cambian radicalmente su sentido: «Por mi causa».

A causa de Jesús. Quien se atreve a hablar así lo hace por amor. Y quien habla por amor no propone un itinerario que conduce a la muerte, sino que se abre a la vida. El que ama se ha arrancado a sí mismo del objeto de su amor. Ya no es capaz de vivir replegado sobre sí mismo, porque el amor tiende a desplegar al máximo todas las posibilidades que hay en él. El amor les da dinamismo, decuplica sus fuerzas, fecunda sus palabras, sus acciones. ¿Y qué decir cuando se trata del amor de Jesús?

A causa de Jesús, podrá decir san Pablo, y para conocer la sublimidad de su amor se ha atrevido a considerar todas las cosas como basura (cf. Flp 3,8). A causa de Jesús. Estas cuatro breves palabras dicen aún otras cosas. En efecto, el amor no sólo potencia los recursos de aquel que ama, sino que hace entrar también en el misterio de aquel a quien se ama. A causa de Jesús equivale a decir quemados en lo íntimo por el amor que nos arrastra, pero también «como Jesús», o sea, empujados y arrastrados por el amor que él mismo siente por nosotros y cuya poderosa ternura no nos abandona un solo instante.

No hay ni un solo sufrimiento sembrado en nuestro cuerpo, en nuestro corazón e incluso en nuestro espíritu que no nos construya, por así decirlo, en plenitud, conduciéndonos a dar nuestros frutos más bellos. Y aquí se encuentra también la fuente de nuestra alegría. Sí, haciéndolo todo y soportándolo todo a causa de Cristo, exultaremos con una alegría inefable y llena de la gloria de Dios (A. Louf, Seúl l'amour suffirait, París 1982).

 

Día 13

San Antonio de Padua (13 de junio)

 

Se le llama «de Padua» por la ciudad en la que murió y en la que reposan sus reliquias, pero nació en Portugal en el año 1195 y fue bautizado con el nombre de Fernando. En 1210 entró en los canónigos regulares de san Agustín en el monasterio de San Vicente, cerca de Lisboa, y, dos años después, el deseo de llevar una vida más recogida le llevó a Santa Cruz de Coimbra.

Poco después de su ordenación sacerdotal, en el año 1220, tras haber visto los cuerpos de los primeros mártires franciscanos en Marruecos, manifestó su nueva vocación, y así fue como entró en los frailes menores con el nombre de Antonio.

En 1221, participó en el «capítulo de las Esteras» en la Porciúncula, y vio a Francisco. Tras pasar algunos años de vida retirada y oración, empezó por obediencia el apostolado de la predicación. Predicó, dirigiéndose al pueblo, contra los herejes en Italia y en Francia y obtuvo el fruto de conversiones.

San Antonio murió a los treinta y seis años de edad, en el lugar que hoy se llama Arcella, en Padua. Fue canonizado cuando todavía no había pasado un año de su muerte, el día de Pentecostés de 1232, en Spoleto, por el papa Gregorio IX.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,9a-ll-16

En aquellos días,

9 cuando Elías llegó al monte, entró en una gruta.

11 El Señor le dirigió su palabra: -Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor va a pasar! Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto.

12 Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Al fuego siguió un ligero susurro.

13 Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto y, saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de la gruta. Y una voz le preguntó: -¿Qué haces aquí, Elías?

14 Respondió: -Me consume el celo por el Señor todopoderoso, porque los israelitas han roto tu alianza, han destruido tus altares y han matado a tus profetas. Sólo he quedado yo, y me buscan para matarme.

15 El Señor le dijo: -Anda, regresa por el camino del desierto a Damasco, y a tu llegada unge a Jazael como rey de Siria;

16 a Jehú, hijo de Namsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abelmejolá, como profeta sucesor tuyo.

 

••*• A pesar del prodigio que había realizado, Elías sigue estando amenazado de muerte por Jezabel y de ahí que se aleje por el desierto al sur de Judá, deseándose la muerte por inanición. Pero el ángel del Señor le hace encontrar dos veces una hogaza de pan y una jarra de agua, y le dice que se alimente en vistas al largo camino que le llevaría al Horeb, es decir, al monte Sinaí, lugar tradicional de las revelaciones divinas. Una vez llegado, entra Elías en la gruta (¿la misma de Moisés, que todavía era venerada?) para pasar allí la noche.

Elías manifiesta la angustia que siente frente a la perversión de su pueblo; se ha quedado solo (w. 10 y 14) en la defensa de la religión de los padres. Pero Dios confirma su vocación por medio de una teofanía. Ahora bien, no se trata de una teofanía que se sitúe en la línea de las clásicas {cf. Ex 19; Hch 2), que implicaban una serie de fenómenos atmosféricos y telúricos excepcionales, sino que Dios se manifiesta en el «tenue murmullo del silencio» (así dice, al pie de la letra, el texto hebreo), como para volver a llevar a Elías a su propia interioridad, para que encuentre en la «gruta del corazón» al Señor en el que habría de encontrar la fuerza para reemprender el camino. El profeta se cubre el rostro en señal de respeto y con la conciencia de que nadie puede ver el rostro de Dios y seguir con vida.

La experiencia de Dios está destinada a que Elías reemprenda su propia misión. Y, en efecto, Elías ya no estará solo: le esperan «siete mil hombres», aquellos cuyas rodillas no se han doblado ante Baal y cuyos labios no lo han besado (v. 18). Por otra parte, deberá ocuparse de realizar algunas cosas importantes: la unción del

rey de Damasco {cf 2 Re 8,7-15), la de Jehú, rey de Israel (2 Re 9,1-13), que ordenará la muerte de Jezabel y de toda la familia real, así como la investidura profética de Eliseo. Estos hechos forman parte, sin embargo, del «ciclo de Eliseo».

 

Evangelio: Mateo 5,27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.

28 Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

29 Por tanto, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno.

30 Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser arrojado todo entero al fuego eterno.

31 También se dijo: El que se separe de su mujer que le dé un acta de divorcio.

32 Pero yo os digo que todo el que se separa de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada comete adulterio.

 

*+• Cristo, señala Juan Crisóstomo, «combatía los vicios con la gran autoridad de un legislador, empezando por los que son más comunes en nosotros, a saber: la ira y la concupiscencia (las pasiones que más nos tiranizan y son más inherentes a la naturaleza humana), reprimiéndolas con todo esmero». De ahí se sigue que la segunda y la tercera antítesis tienen que ver con el sexto y con el noveno mandamientos (Ex 20,14.17 y Dt 5,18.21).

Cristo asocia el adulterio del cuerpo al del corazón. Decir ojo derecho y mano derecha significa referirse a toda la persona a través de las funciones primarias del ver y del obrar. Prescindiendo además de que el lado derecho es considerado, por definición, como el más importante, está el hecho de que quien era minusválido de este lado era considerado inhábil. La doble amputación sirve para indicar el radicalismo con el que estamos  llamados a seguir los mandamientos divinos. Ese radicalismo se aplica asimismo en el caso del divorcio, consentido por la Ley antigua (Dt 24,lss), pero al que Cristo considera igualmente como adulterio legalizado {cf Mt 19,3ss). El único motivo que puede legitimar el repudio es el «caso de unión ilegítima» (aquí y en Mt 19,9). Esta cláusula, exclusiva de Mateo, es posible que indique simplemente el adulterio, con el que se infringe el carácter sagrado del vínculo matrimonial en el ámbito judeo-cristiano o las uniones consideradas como ilegítimas en el ámbito judío {cf Hch 15,20.29).

Debemos señalar que la toma de posición de Cristo tiene puesta la mirada en la defensa de las categorías más débiles y en el restablecimiento del orden social. No en vano la enseñanza impartida aquí en relación con las mujeres será recogida también respecto a los niños (Mt 18,1-10).

 

MEDITATIO

San Antonio, que estaba dotado de una extraordinaria preparación intelectual y de una gran capacidad de comunicación, había maravillado con su sabiduría evangélica, sorprendido a los herejes, convertido a los pecadores y fascinado al pueblo con sus virtudes y sus milagros. San Antonio, predicador itinerante, encarnó el Evangelio de Cristo, llevando de un sitio a otro su paz, con el estilo de una vida obediente a la voluntad de Dios, disponible a las incomodidades y a las fatigas de la misión y compasivo con toda realidad humana probada por el sufrimiento en todas sus formas. Lo atribuía todo al poder de la oración.

El testimonio de vida de san Antonio refleja la comprometedora belleza y profundidad de quien vive constantemente en íntima comunión con Dios, con el único deseo de cumplir su voluntad y manifestar su infinito amor a toda criatura. San Antonio, precisamente por ser humilde y pobre -y en esto se muestra como digno hijo de san Francisco-, deja aparecer los grandes prodigios de Dios: los milagros físicos y espirituales que el Altísimo realiza en los que confían sólo en él, en virtud de una fe cotidiana, auténtica e inquebrantable.

La luz y la creatividad de la Palabra escuchada, meditada y orada obraron en san Antonio los frutos de una caridad incansable, paciente, sin prejuicios de ningún tipo y, además, tenaz frente a las imprevisibles dificultades.

Lo que se tomó más a pecho fue anunciar la ternura de Dios, su bondad y la infinita misericordia con la que nos revela su corazón de Padre. San Antonio nos llama a lo esencial, a la amistad con Dios, fuente de todo bien; fuente de esa paz y alegría que nada ni nadie podrá quitarnos nunca. Meditando sobre su vida descubrimos las maravillas de la fidelidad de Dios, que sigue con amor el camino de quien busca su rostro, haciéndole participar de todos sus dones y colaborador de su proyecto de vida sobre la humanidad.

 

ORATIO

No temáis, no os alejéis, no abandonéis la Palabra de Dios; os aseguro que aquel en quien ponemos nuestra esperanzano permitirá que nada os turbe. (A. F. Pavanello, S. Antonio di Padova, Padua 1976, p. 86).

 

CONTEMPLATIO

La contemplación no está en poder del contemplativo,  sino que depende de la voluntad del Creador, que otorga la dulzura de la contemplación a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Hay dos tipos de contemplativos: unos se ocupan de los otros, se entregan a ellos; otros, en cambio, no se ocupan de los otros ni de ellos mismos y se sustraen incluso de las cosas necesarias.

Oh hermano, cuando sirves al prójimo, entrégate por completo a él; en cambio, cuando te unas a Dios, olvidando todo lo del pasado, sumérgete en la oración y deja de pensar en los servicios y beneficios que has ofrecido o vas a ofrecer. Los que no se ocupan de los otros ni de sí mismos, aíslen en la mente afectos breves y cortos, recójanse enteramente en sí mismos, de suerte que la mente, atenta a una sola cosa, pueda levantar el vuelo con mayor facilidad y fijar los ojos en el áureo fulgor del sol, sin quedar deslumbrada ("Antonio di Padova", en Dizionario francescano, Internet Mistici, Secólo XIII, Asís 1995, I, 993).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia la invocación de san Antonio de Padua: «Que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todos los ojos en el refectorio estaban fijos en el orador. El que hablaba lo hacía con una gran desenvoltura y sencillez unidas al fervor. Las citas del evangelio se sucedían copiosas, como si el orador tuviera el misal abierto delante de él.

¿Acaso no consiste nuestra tarea en seguir el ejemplo de nuestro Señor, en llevar paz y esperanza a los que caen en la tristeza y en la desesperación? Jesús ha venido para salvar a todos, pero nos ha llamado a nosotros para que le ayudemos en esta obra. Cuando multiplicó los panes y los peces, puso en las palmas de las manos de los apóstoles pequeñas porciones partidas, para que ellos, a su vez, las partieran y las pasaran a la gente. Dijo: «Alimentadlos». Se comportó así para mostrar que aunque él es el creador de la obra, ésta tiene que ser llevada a su culminación por medio de los hombres. Quiere que le imitemos.

Y cuando le imitamos, recibimos un poder que las acciones humanas comunes no tendrán nunca. Fijaos: sin él, todo parece hundirse en el mundo e ir a la ruina. En el mundo se desarrolla una lucha fratricida. Los hombres sufren y perecen, son como «ovejas sin pastor». Cuando nos apoyamos en él, todo crece y se multiplica. Basta con partir el pan recibido de Jesús para alimentar con él a multitudes enteras... (J. Dobraczynski, Gli uccelli cantono, i pesa ascoltano..., Padua 1987, p. 142).

 

Día 14

Sábado de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,19-21

En aquellos días,

19 Elías marchó de allí y fue en busca de Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando; tenía doce yuntas de bueyes, y él llevaba la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto.

20 Eliseo dejó la yunta, corrió detrás de Elías y le dijo: -Deja que me despida de mi padre y de mi madre; luego te seguiré. Respondió Elías: -Despídete, pero vuelve, porque te he elegido para que me sigas.

21 Eliseo se apartó de Elías, tomó la yunta de bueyes y la sacrificó. Coció luego la carne, sirviéndose de los aperos de los bueyes, y la distribuyó entre su gente, que comió de ella. Luego se fue tras Elías y se consagró a su servicio.

 

**- Comienza el «ciclo de Eliseo», rico propietario de tierras. La indumentaria es la expresión de quien la lleva y de sus prerrogativas. Eso explica la «investidura» de Eliseo por medio del manto de Elías, que constituye el signo de la vocación profética. El radicalismo de las elecciones de Dios está atestiguado por la despedida de Eliseo, que se deshace de los bueyes y del arado, dejando padres y oficio. Cristo será aún más exigente cuando advierta al que pretendía despedirse de los suyos antes de seguirle: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,62).

 

Evangelio: Mateo 5,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

33 También habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No jurarás en falso, sino que cumplirás lo que prometiste al Señor con juramento.

34 Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, que es el trono de Dios;

35 ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey.

36 Ni siquiera jures por tu cabeza, porque ni un cabello puedes volver blanco o negro.

37 Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no. Lo que pasa de ahí viene del maligno.

 

**• La cuarta antítesis tiene que ver con el segundo y el octavo mandamientos (Ex 20,7.16; Nm 30,3ss; Dt 23,22-24). En la sociedad judía se abusaba del recurso, con frecuencia en falso, al juramento (Mt 23,16-22).

Y dado que el nombre divino era sagrado e impronunciable, se eludía el obstáculo refiriéndose al cielo, a la tierra, a Jerusalén, a la propia cabeza del que juraba. Jesús exige la sinceridad más total, subrayando que las palabras que pronunciamos de más para falsificar la verdad proceden del maligno, de aquel que es «mentiroso por naturaleza y padre de la mentira» (Jn 8,44). No son pocas las páginas bíblicas que denuncian el daño de la palabra ociosa: Mt 12,36; Ef 4,29; 5,3-5.12; Sant 3,1-3.

La Carta de Santiago se hace eco de la enseñanza de Cristo: «Pero sobre todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni hagáis ningún otro tipo de juramento. Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para no incurrir en condenación» (Sant 5,12). «La verdad evangélica -señala Jerónimo- acepta el juramento, dado que la simple palabra del fiel equivale al juramento mismo».

 

MEDITATIO

«La boca dice lo que brota del corazón» (Mt 12,34). «Si uno piensa que se comporta como un hombre religioso y no sólo no refrena su lengua, sino que conserva pervertido su corazón, su religiosidad es vana» (Sant 1,26). De ningún otro comportamiento humano se dice que «hace vana» la religión (aquí, «vano» recuerda a los ídolos, considerados igualmente una nulidad total) como del hablar inútil y falso, cuya expresión más desconcertante es el recurso desconsiderado al juramento. Investigaré sobre las patologías de los dichos de mi boca, dado que «antes de oírle hablar no alabes a nadie, porque ahí es donde se prueba un hombre» (Eclo 27,7). ¿Son vacías, ociosas, insignificantes, embusteras, inexpresivas, estúpidas, expeditivas, vulgares mis palabras?

La asimilación vital de la Palabra divina me permitirá «hablar con las palabras de Dios» (1 Pe 4,11), «hablar con gracia» (Col 4,6), o sea, hablar bajo la inspiración del Espíritu Santo: «Pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros» (Mt 10,20).

 

ORATIO

Purifica, Señor, mis labios con el fuego de tu Espíritu. Que las palabras salidas de mi boca puedan ser el reflejo de tu eterna Palabra, viva y eficaz hasta el punto de penetrar en el alma de los hermanos como espada que revela los pensamientos del corazón y como bálsamo que alivia sus llagas.

 

CONTEMPLATIO

Lo que está más allá del «sí» y del «no» es el juramento, no el perjurio. Este último es tan claramente de origen diabólico, y no sólo superfluo, sino contrario y malvado, que no hace falta que nadie nos lo diga. «Lo que pasa de ahí» es, sin embargo, lo superfluo, lo que va más allá de lo necesario y se añade por redundancia: eso, precisamente, es el juramento. Pero ¿por qué dice Jesús, podréis preguntarme, que el juramento procede del maligno?

Y, si tiene tal origen, ¿por qué era admitido en la Ley antigua? Podríais preguntarme lo mismo a propósito del repudio de la mujer. ¿Por qué se considera ahora adulterio lo que en un tiempo estuvo permitido? ¿Qué podríamos responder a estas preguntas, a no ser que las leyes de entonces estaban adecuadas a la fragilidad y a la debilidad de aquellos que las habían recibido [...]? Pero ahora el repudio es considerado como adulterio y el juramento está prohibido porque proviene del maligno, puesto que Cristo nos ha proporcionado los medios para vivir con una mayor perfección la virtud (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 17, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El juramento es la prueba de la mentira que reina en el mundo. Si el hombre no pudiese mentir, el juramento sería innecesario. Por eso el juramento es un dique contra la mentira. Pero al mismo tiempo la fomenta, porque allí donde sólo el juramento reivindica la veracidad última, se concede, simultáneamente, un ámbito vital a la mentira, se le admite un cierto derecho a la existencia. La ley veterotestamentaria rechaza la mentira con el juramento. Jesús rechaza la mentira prohibiendo jurar. Tanto aquí como allí sólo se pretende una cosa: aniquilar la falsedad en la vida de los creyentes. El juramento que la antigua alianza colocaba contra la mentira quedó en manos de la mentira misma y fue puesto a su servicio. Quería asegurarse mediante él y crearse un derecho. Por eso Jesús debe atrapar la mentira en el mismo sitio donde se refugia, en el juramento. Este debe desaparecer porque se ha convertido en refugio de la mentira [...].

El precepto de la veracidad plena es sólo una nueva palabra en la totalidad del seguimiento. Sólo el que está ligado a Jesús en el seguimiento se encuentra en la verdad total. No tiene que ocultar nada ante su Señor. Vive descubierto en su presencia. Es reconocido por Jesús y situado en la verdad. Está patente ante Jesús como pecador. No es que él se haya manifestado a Jesús, sino que cuando Jesús se le reveló en su llamada se conoció a sí mismo en su pecado. La veracidad plena sólo existe al quedar descubiertos los pecados que también son perdonados por Jesús. Quien confesando sus pecados se encuentra ante Jesús en la verdad, es el único que no se avergüenza de ella, sea cual sea el lugar donde haya que proclamarla (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 87-88).

 

Día 15

La Santísima Trinidad

(Domingo después de Pentecostés)

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 34,4b-6.8-9

4 Subió Moisés al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en sus manos las dos losas de piedra.

5 El Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor

6 Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando:

- El Señor el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel.

8 Inmediatamente, Moisés cayó rostro a tierra

9 y le dijo:

- Mi Señor si gozo de tu protección, que venga mi Señor entre nosotros, aunque este sea un pueblo obcecado. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado y tómanos como heredad tuya.

 

¤• La renovación de la Alianza, después de ser quebrantada por el pueblo de Israel (el episodio del becerro de oro: Ex 31,18-32,35), es el contexto de la perícopa. La renovación de la Alianza conlleva tallar unas nuevas losas de piedra (las primeras las destruyó Moisés: 32,19), <<como las primeras>> (34,1.4). El Señor escribirá de nuevo la Ley en las losas de piedra. La nube es el símbolo de la presencia de Dios, la envoltura del misterio divino.

Este misterio es desvelado por la autopresentación del Señor que pasa proclamando el significado de su nombre: YHWH es misericordioso y  compasivo, adjetivos realzados por la endíadis <<gracia y fidelidad» (v. 6). La nube, de la que desciende Dios para ponerse junto a Moisés, se convierte en el ámbito para conocer al Señor su identidad, gracias a su revelación. La presencia de la nube hace que Moisés interceda invocando el nombre del Señor: Dios se manifiesta como el Dios del perdón, que está en medio de su pueblo (<<su heredad», v 9) acompañándolo. La imagen que reproduce el texto de YHWH es la del Dios amor que corrige la infidelidad. La actitud adecuada frente a este amor es la de la adoración y la invocación. Una actitud que expresa la reacción suscitada por la revelación de la identidad de Dios: desear que otros experimenten el perdón y la cercanía del Señor.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 13,11-13

11 Por lo demás, hermanos, estad alegres, buscad la perfección, dejaos guiar, tened un mismo sentir, vivid en paz; de este modo, el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

12 Saludaos unos a otros con el beso santo. Os saludan todos los hermanos en la fe.

13 La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios y la comunión en los dones del Espíritu Santo, estén con todos vosotros.

 

• Pablo, en la conclusión de la carta, quiere defender la autoridad de su ministerio ante algunos miembros de la comunidad que no la reconocen. La iglesia de Corinto estaba lacerada por las divisiones (cf l Cor 1,10-12).

Por eso, en la última exhortación, el apóstol les invita a vivir en la paz y en la concordia y a animarse mutuamente (v. 11): estas actitudes son el modo concreto de <<buscar la perfecci6n» y se convierten en la condición para experimentar la presencia del <<Dios del amor y de la paz». La designación de Dios tiene valor sintético y señala el objetivo de la acción de Dios en Jesucristo. Pablo recuerda que es el centro de su anuncio: la reconciliación (2 Cor 5,18-20). Todo se resume en la fórmula trinitaria final; la gracia, la paz y la comunión vienen atribuidas, respectivamente, a Jesucristo, a Dios y al Espíritu Santo. La distinción entre los tres términos mantiene su valor: la gracia indica la bondad gratuita que los creyentes experimentan en Jesucristo, particularmente en la cruz; el amor muestra la identidad de Dios y su correspondiente entrega a los hombres; la comunión es el resultado de la acción del Espíritu Santo en la comunidad. La fórmula, en su unidad, sugiere que la acción reconciliadora de Dios en Jesucristo encuentra su verificación en la comunión que la comunidad vive como fruto del Espíritu.

El texto relaciona la identidad y la acción de Dios con la vida de la comunidad: el misterio de Dios se muestra en sus efectos, y la acogida de la identidad de Dios se traduce en la paz, la concordia y la comunión.

 

Evangelio: Juan 3,16-18

16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único  para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

18 El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya esta condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

 

¤·• El fragmento del evangelio de Juan forma parte del <<comentario» del evangelista al diálogo de Jesús con Nicodemo (sin embargo, la lectura litúrgica introduce el texto con la expresión: <<En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo»). Consiste en la explicación de las palabras de Jesús referentes a tener vida eterna gracias a la fe en aquel que Dios ha levantado en alto (Jn 3,15). En el cuarto evangelio <<levantar» significa, al mismo tiempo, crucificar (ser levantado en la cruz) y ensalzar La repetición del dicho <<para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna>>, en el v. 16, subraya la relación entre creer en Jesús y obtener la vida. La afirmación manifiesta la intención de Dios, el amor tan grande al mundo, que incluso entrega a su Hijo unigénito para arrancar a la humanidad de la muerte. El verbo <<entregar» asume aquí la doble valencia de enviar al mundo al Hijo y de entregarlo hasta la muerte. Se recalca así que en la entrega de Jesús esta implicado el Padre. La humanidad (en este sentido la humanidad es el mundo), mediante el pecado, ha creado una separación entre ella y Dios, exponiéndose a la muerte. Dios quiere superar ese abismo. Y a la situación <<suicida» de la humanidad le contrapone el don de la vida, que requiere la fe. Es voluntad de Dios cumplir esta condición —repetida con insistencia— para salir del abismo y no (re)caer en él. El eventual juicio no depende, por tanto, de Dios, sino de la elección que cada uno hace ante aquel que se ha entregado. El juicio es correlativo a la incredulidad, lo contrario a la voluntad de Dios. La fe en el Hijo del hombre enviado es ya experiencia de vida, en cuanto que es apertura al amor vivificante de Dios.

 

MEDITATIO

La concepción que se tenga de Dios nace en buena parte de nuestra experiencia en las relaciones humanas. Generalmente, hay dos aspectos bien diferenciados: el fundamento que la sostiene y el misterio que la envuelve. La supremacía de un aspecto sobre el otro determina los sentimientos: si el predominio es el del primero, será de confianza, al sentirse protegido y cuidado; si la preponderancia es el del segundo, será de temor, al considerarse supeditado y dominado. Las dos impresiones se expresan de dos formas en la oración: la alabanza agradecida y la invocación perpleja. En toda vivencia religiosa, incluida la cristiana, conviven distintas sensibilidades y formas de orar; sin embargo, ¿no nos sentimos ante Dios protegidos y amenazados, al mismo tiempo, y gozosos de mantener una relación cordial con él y suspicaces ante el temor de quedar anulados en algún momento por fiarnos totalmente?

Los textos que la liturgia nos propone en la solemnidad de la Trinidad nos presentan una descripción de Dios que va más allá de la proyección en la que, a menudo, caemos al prestarles atención a los sentimientos espontáneos que nos surgen. La manifestación de Dios como amor quiere recordarnos insistentemente que él se dirige a nosotros con la dedicación y el cariño de quien esta en el corazón de nuestra vida. El perfil de una vida así no esta determinado por nuestros deseos, solo pálidamente. En efecto, nuestro deseo de vida, por muy grande que sea, no logra alcanzar la plenitud de cuanto Dios quiere entregarnos; se aproxima solamente, igual que se aproxima la concepción que podemos tener del amor de Dios manifestado en Jesús.

Este amor; que aparece como el verdadero rostro del misterio, causa un estupor indecible: sentirse el centro de la atención y de los cuidados de Aquel que es la vida misma, rebosante y salvadora. Así se aprende que no es encerrándose, sino dándose, como se obtiene verdaderamente la vida. La vida coincide con el amor entendido como entrega, y la plenitud de la vida se experimenta cuando, abrazados y transformados, por tal amor nos dirigimos a él en alabanza agradecida, signo de que el temor ha desaparecido definitivamente.

 

ORATIO

Gloria a ti, Dios, Padre, Hijo y Espíritu, que eres el término excelso de mis ambiciones y el manantial inagotable de mis deseos. Gloria a ti, que has querido entrar en nuestra historia, y en la mía, y mostrarme mi soledad derrotada y vencida la muerte. Gloria a ti, que destronas mi temor a perderme si te dejo espacio en mi corazón. Gloria a ti, que me envuelves en tu nube y en ella me desvelas tu misterio, que es el misterio de mi vida, ardientemente buscado. Gloria a ti, que eres el amor rebosante, que me acoges y me salvas en mi fragilidad. Gloria a ti, que me concedes entrar en comunión contigo y me revelas relaciones inimaginables. Gloria a ti, que me conduces por el camino de la entrega seduciendo mi Espíritu deseoso de plenitud. Gloria a ti, que eres el principio, el ámbito y la meta de todo cuanto puedo disfrutar. Gloria a ti, que lo eres Todo.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh, mi Dios, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mi, para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que a cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje jamás allí solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, entregada del todo a vuestra acción creadora.

Oh mi Cristo amado, crucificado por amor; quisiera ser una Esposa para vuestro Corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros... ¡hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y os pido <<revestirme de Vos mismo», identificar mi alma con todos los movimientos de la vuestra, sumergirme, invadirme, sustituirme Vos a mi, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como Adorador como Reparador y como Salvador;

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándoos; quiero estar atenta a vuestras enseñanzas, a fin de aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero estar fija siempre en Vos y permanecer bajo vuestra inmensa luz. ¡Oh, mi Astro amado!, fascinadme, para que no pueda ya salir de vuestra irradiación.

¡Oh fuego consumidor, Espíritu de Amor! <<descended a mi», para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para él como una humanidad complementaria, en la que renueve todo su misterio.

Y Vos, ¡oh Padre!, inclinaos ante vuestra pobre pequeña criatura, <<cubridla con vuestra sombra», no veáis en ella más que al <<Amado en quien Vos habéis puesto todas vuestras complacencias».

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! Yo me entrego a Vos como una presa. Encerraos en mi, para que yo me encierre en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas (Isabel de la Trinidad, <<Notas íntimas», en Obras selectas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2000, 110-112; traducción, Enrique Llamas).

 

ACTIO

Repite con frecuencia el signo de la cruz, pensando intensamente en el significado de estas palabras: <<En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si se pretendiese que una oración tuviera la precisión de un tratado de teología, entonces la oración a la Trinidad seria una cima casi inalcanzable. Sin embargo, la oración no es el fruto de unos razonamientos. En caso contrario, esperemos que la teología nos saque de esta contradicción. Ella, en efecto, ha creado el término técnico de circumincesión (o pericoresis, según la etimología griega) para hablar del <<movimiento inamovible>> de la presencio recíproca de las tres personas de la Trinidad -<<Lo mismo que tu estés en mi y yo en ti», le dice Jesús al Padre- en el rico <<tránsito» de la circulación del Amor. De la misma forma, la verdadera oración trinitaria, como cualquier oración cristiana pasa sin cesar de una Persona a la otra. De este modo, Cristo, desde el momento que lo contemplamos como Hijo de Dios, nos remite al Padre, que nos lo <<entrega», y el Padre, cuando le expresamos nuestra acción de gracias, nos remite al Espíritu que el Hijo nos da <<de parte>> del Padre, y así incesablemente, cualquiera que sea el orden que empleemos e indistintamente de la Persona a la que inicialmente nos dirijamos en nuestra oración. Porque la oración trinitario sigue la lógico del amor, que es compartido y comunicado (J. Moingt, I Tre Visitatori. Conversazioni sulla Trinitá, Brescia 2000, 105ss [edición española: Los tres visitadores. Conversaciones sobre la Trinidad, Mensajero, Bilbao 2000]).

 

Día 16

Lunes de la 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 21,1-16

En aquel tiempo,

1 después de esto, sucedió que Nabot, el jezraelita, tenía una viña en Jezrael, junto al palacio de Ajab, rey de Samaría.

2 Y Ajab dijo a Nabot: -Cédeme tu viña para hacer una huerta, pues está contigua a mi palacio. En su lugar te daré un huerto mejor o, si lo prefieres, su valor en dinero.

3 Nabot dijo a Ajab: -¡Líbreme el Señor de darte la heredad de mis antepasados!

4 Ajab regresó a palacio triste e irritado por la respuesta negativa de Nabot, el jezraelita. Se acostó, se volvió contra la pared y no quiso comer.

5 Su esposa Jezabel se acercó a la cama y le dijo: -¿Por qué estás de mal humor y no quieres comer?

6 Él respondió: -Es que he hablado con Nabot el jezraelita y le he dicho: «Véndeme tu viña o, si lo prefieres, te daré un huerto a cambio». Y él ha respondido: «No te la cederé».

7 Su mujer le dijo: -¿Eres tú realmente rey de Israel? Levántate, come y no te preocupes. Yo te daré la viña de Nabot, el jezraelita.

8 Ella escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello real y se las envió a los ancianos y notables de la ciudad de Nabot.

9 En las cartas decía: Proclamad un ayuno y haced que Nabot se siente delante de la asamblea.

10 Poned ante él dos hombres perversos que declaren contra él diciendo: «Ha maldecido a Dios y al rey». Sacadlo fuera y matadlo a pedradas.

11 Los ancianos y notables de la ciudad de Nabot procedieron como les había mandado Jezabel en las cartas.

12 Proclamaron un ayuno y llevaron a Nabot ante la asamblea.

13 Llegaron los dos hombres perversos, se sentaron frente a él y acusaron a Nabot ante el pueblo diciendo: -Nabot ha maldecido a Dios y al rey. Lo sacaron fuera de la ciudad y lo mataron a pedradas.

14 Y mandaron a decir a Jezabel: -Nabot ha muerto apedreado.

15 En cuanto lo supo Jezabel, dijo a Ajab: -Levántate y toma posesión de la viña de Nabot, el jezraelita, el que se negó a vendértela, pues ya no vive; ha muerto.

16 Al oír esto, Ajab se levantó, bajó a la viña de Nabot, el jezraelita, y tomó posesión de ella.

 

**• El rey Ajab no sólo confía más en los manejos políticos que en la protección divina (capítulo 20), sino que se mancha también con un doble y grave crimen por instigación de su mujer, Jezabel, ávida de extender las posesiones de la casa real. El hurto y el homicidio perpetrados a espaldas de Nabot, el campesino israelita atacado en su propia tierra, indican la degradación moral de la monarquía, a pesar del montaje que parece conferir legalidad a lo obrado por el rey: proclamación del ayuno y convocación de la comunidad, como se acostumbraba a hacer en estado de catástrofe nacional.

La maldición del rey, en no menor medida que la de Dios, implicaba la lapidación (Ex 22,27; Lv 24,16) siempre que estuviera acreditada por dos testigos (Nm 35,30; 1)1 17,6), que aquí resultan falsos.

 

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto;

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

 

*<»• La quinta antítesis consiste en la así llamada «ley del talión» (Ex 21,24; Lv 14,19ss; Dt 19,21), atestiguada en toda la Antigüedad (cf. el Código de Hammurabi, del siglo XVIII a. de C). Se basa esta ley en el principio de la retribución y en la exigencia de la reparación, poniendo un freno con ello a la retorsión (cf. Gn 4,23ss).

«Nuestro Señor, al abolir esta reciprocidad, corta de raíz el pecado. En la Ley está la pena; en el Evangelio, la gracia. Allí se castiga la culpa; aquí, en cambio, se desarraiga la fuente misma del pecado» (Jerónimo). Por eso nos enseña Jesús a ser tolerantes, a no oponernos con espíritu de venganza e intolerancia a quien nos pone en una situación de prueba, sabiendo que de ese modo se corta la espiral de la violencia y de la prepotencia. Y eso incluso cuando anda de por medio la integridad de nuestra propia persona y de nuestros propios bienes, empezando por el tiempo. La referencia al manto sirve para indicar la ropa con que la gente se protegía de la intemperie y se cubría en las horas de descanso. Los mil pasos era la distancia que se permitía recorrer en sábado.

Pablo recoge también la enseñanza de Cristo: «No devolváis a nadie mal por mal [...]. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal a fuerza de bien» (Rom 12,17.21). «Esto es lo más excelente de estos preceptos», comenta Juan Crisóstomo, «que mientras que nos persuaden a nosotros de que soportemos el mal, al mismo tiempo enseñan a quien ofende al amor mediante la virtud y la sabiduría», viendo nuestro comportamiento desprendido y tolerante. «Cristo quiere que sus discípulos sean como la sal, que se conserva a sí misma y mantiene también los otros elementos con los que se mezcla.»

 

MEDITATIO

El antiguo precepto «ojo por ojo, diente por diente» ponía ya un límite a la propagación de la venganza.

Ahora bien, Cristo pide un comportamiento que extirpa su misma raíz. Se trata del principio de la no-violencia, que neutraliza la «reacción en cadena» destinada a provocar un mal cada vez mayor. Me pregunto sobre la práctica de la tolerancia, que la Biblia latina registra como uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,22), y, por consiguiente, de la magnanimidad, que nos recuerda que «Dios ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7).

 

ORATIO

Qué difícil me resulta, Señor, saber perder en la vida. Qué celoso soy de mi tiempo, de mis cosas, de mi salud, de mis ideas, como si fuera su dueño absoluto y pudiera disponer de ellos según mi talento. Soy incapaz de ceder, de condescender, de adaptarme al juego del otro.

Estoy siempre a la defensiva y tutelo mis derechos (reales o presuntos) con la ilusión de tener siempre razón, de no cometer nunca errores, de conseguir imponerme siempre. Pero tú me pides que viva desarmado, que me mida con la impotencia, con la precariedad, con el fracaso, con la pérdida. Me pides que me mida con la cruz. Hazme comprender, Señor, que «encuentra lo mejor de sí mismo quien decide perder» (B. Háring).

 

CONTEMPLATIO

La historia de Nabot sucedió hace muchos siglos y, sin embargo, se sigue repitiendo todos los días. En efecto, todos los días los ricos siguen codiciando los bienes de los otros, siempre están insatisfechos con lo que ya poseen. Ajab no nació una sola vez. Sigue renaciendo continuamente y no desaparece nunca del mundo. Por un Ajab que muere, nacen mil. Tampoco Nabot es el único pobre que ha sido asesinado. Cada día aparece un Nabot apedreado, un pobre aniquilado.

¿Hasta dónde, ricos, os dejaréis llevar por vuestro loco egoísmo? ¿Queréis poseer vosotros todo el planeta? Los bienes del mundo pertenecen a todos: ¿quién os autoriza a monopolizar para vosotros el derecho de propiedad? La naturaleza nada sabe de ricos; ella nos hace a todos pobres. Cuando salimos del vientre materno estamos desnudos, no tenemos nada. Y cuando bajamos a la fosa es imposible que nos podamos llevar a ella nuestras propiedades. Sobre el ataúd del rico hay el mismo montón de tierra que sobre el ataúd del pobre. Aquel trozo de tierra, que antes no bastaba para la codicia del rico, ahora es incluso demasiado para albergar su cuerpo.

Todos nacemos iguales, todos morimos iguales. Ve y cava en el cementerio. Sólo esqueletos verás. Y te desafío a distinguir a los ricos de los pobres. En ocasiones, es cierto, son envueltos los cuerpos de los ricos con lujosos vestidos. Mas eso en nada ayuda a los muertos: únicamente complace a los vivos. Te vistan como te vistan, rico, cuando mueres pierdes la belleza externa sin adquirir la interior. No sólo eso; juegas también una mala pasada a tus herederos. Éstos, primero, pleitearán entre ellos; después, una vez hechas las partes, si son ahorradores conservarán con ansias y preocupaciones tu herencia, mientras que si son derrochadores la dilapidarán en poco tiempo. Ésa será tu culpa póstuma: inducir a tus herederos a repetir los pecados que le condenaron (Ambrosio de Milán, «Nabot, I», lss, en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 87-88).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No vuelvas la espalda al que te necesita» (cf. Mt 5,42).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El triunfo sobre el otro sólo se consigue haciendo que su mal termine muriendo, haciendo que no encuentre lo que busca, es decir, la oposición, y con esto un nuevo mal con el que pueda inflamarse aún más. El mal se debilita si, en vez de encontrar oposición, resistencia, es soportado y sufrido voluntariamente. El mal encuentra aquí un adversario para el que no está preparado.

Naturalmente, esto sólo se da donde ha desaparecido el último resto de resistencia, donde es plena la renuncia a vengar el mal con el mal. En este caso, el mal no puede conseguir su fin de crear un nuevo mal y queda solo.

El sufrimiento desaparece cuando es sobrellevado. El mal muere cuando dejamos que venga sobre nosotros sin ofrecerle resistencia. La deshonra y el oprobio se revelan como pecado cuando el que sigue a Cristo no cae en el mismo defecto, sino que los soporta sin atacar. El abuso del poder queda condenado cuando no encuentra otro poder que se le oponga. La pretensión injusta de conseguir mi túnica se ve comprometida cuando yo entrego también el manto, el abuso de mi servicialidad resulta visible cuando no pongo límites. La disposición a dar todo lo que me pidan muestra que Jesucristo me basta y sólo quiero seguirle a él. En la renuncia voluntaria a defenderse se confirma y proclama la vinculación incondicionada del seguidor a Jesús, la libertad y ausencia de ataduras con respecto al propio yo. Sólo en la exclusividad de esta vinculación puede ser superado el mal (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la arada. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 89-90).

 

Día 17

Martes de la 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 21,17-29

Después de que Nabot hubiera muerto,

17 el Señor dirigió su Palabra a Elías, el tesbita:

18 -Ve al encuentro de Ajab, rey de Israel, en Samaría. Está en la viña de Nabot y ha bajado para tomar posesión de ella. Le dirás: Esto dice el Señor: Has asesinado y, encima, expropias.

19 Y añadirás: Así dice el Señor: En el mismo lugar en el que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también la tuya.

20 Ajab dijo a Elías: -¿Otra vez me has sorprendido, enemigo mío? Elías respondió: -Te he sorprendido porque te has vendido y has ofendido con tu conducta al Señor.

21 Haré venir sobre ti la desgracia; barreré tu posteridad y no quedará un varón, ni esclavo ni libre, en Israel.

22 Trataré a tu familia como a la familia de Jeroboán, hijo de Nabat, y a la de Basa, hijo de Ajías, por haberme irritado y por haber arrastrado a Israel a pecar.

23 También contra Jezabel dice el Señor: Los perros comerán a Jezabel en la heredad de Jezrael.

24 Cualquier pariente de Ajab que muera en la ciudad será devorado por los perros, y el que muera en el campo será comido por las aves del cielo.

25 (Ciertamente, no hubo nadie que se vendiera como Ajab para ofender al Señor con su conducta, impulsado por su esposa Jezabel.

26 Se comportó de manera abominable, yendo tras los ídolos, como los amorreos que el Señor había expulsado de delante de los israelitas.)

27 Cuando Ajab oyó esto, rasgó sus vestiduras, se vistió de sayal y ayunó. Dormía con el sayal y andaba abatido.

28 El Señor dijo a Elías, el tesbita:

29 -¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que castigaré a su familia en vida de su hijo.

 

**• Elías desarrolla con Ajab, por encargo del Señor, el mismo papel de Natán con David. Dios venga -y lo hace a través de los profetas- de la injusticia y defiende al oprimido. El orden quebrantado tiene que ser reparado y Jezabel será la primera en pagar las consecuencias (2 Re 9,30ss). Por muy férreo que pueda ser, el principio de la retribución admite atenuantes en virtud del arrepentimiento del culpable y de la misericordia divina.

Con todo, eso no es obstáculo para que, siguiendo la lógica del Antiguo Testamento, se imponga de todos modos la reparación (cf. 2 Re 9ss).

El Libro primero de los Reyes dedica los dos últimos capítulos a ilustrar las nuevas y desdichadas empresas bélicas de Ajab, a pesar de la opinión contraria del profeta Miqueas, así como la sórdida muerte del desventurado soberano, cuyas llagas fueron lamidas por los perros.

 

Evangelio: Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.

45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen también eso los publícanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

**• La sexta antítesis tiene que ver con el mandamiento principal: el amor al prójimo (Lv 19,18). Cristo habla también del odio a los enemigos -expresión que no aparece en la Biblia, aunque sí en los últimos flecos del judaísmo: en Qumrán se mandaba odiar a todos los hijos de las tinieblas- para extender también a ellos el amor y la oración. Y esto a imitación del Padre celestial, de quien son hijos todos los hombres, que deben reconocerse como hermanos. De este modo se convertirán en imitadores del

Padre, imitando su perfección y, por consiguiente, su santidad (cf. Lv 19,2). El pasaje paralelo de Lc 6,36 nos dice en qué consiste la naturaleza de la perfección divina: en la misericordia. También aquí es preciso rebasar la medida (cf. Mt 5,20), que, esta vez, hace referencia a los tristemente famosos publícanos, los recaudadores de las tasas por cuenta de los romanos (Mt 18,17; 21,32), y a los paganos, ligados también ellos a un código que, no obstante, resulta absolutamente formal e interesado.

Sabemos asimismo que, en el mundo oriental, el saludo comporta mucho más que un simple intercambio de cumplidos; es considerado como intercambio de paz.

Mateo recupera (cf. 5,12) el término «recompensa» o mérito, que aparece más veces en el capítulo siguiente (6,1.2.5.16), donde se afirma que el Padre mismo nos premiará abiertamente (cf. variante de 6,4). Como es evidente, el comportamiento moral no va ligado a una visión retributiva: hago el bien cada día para tener un premio por ello. Más aún, esta visión está desmentida por el hecho de que el verbo está en presente («¿qué recompensa merecéis?). El comportamiento del cristiano no es otra cosa que la libre respuesta a un don de la gracia, y en esa respuesta está incluido ya el «premio», el don de la salvación.

 

MEDITATIO

Si lo que afirma Jerónimo -estos preceptos han de ser juzgados «con la inteligencia de los santos» y no «con nuestra estupidez»- vale para todo el sermón del monte, con mayor razón se aplica al mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir. Porque «si amar a los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de los cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene Gandhi, «si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley eterna del amor». Él nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no metafísica, por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque sea enemigo nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a los mismos que le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles: «Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros» (1 Tes 4,9).

Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi amor el amor de Dios. ¿Realizo un acto de amor hacia algún enemigo mío, depositando en su corazón el bálsamo de mi oración?

 

ORATIO

Señor Jesucristo, dulcísimo maestro de humildad y de paciencia, concédeme a mí, que soy el último de tus siervos, arraigarme en la humildad, considerarme inferior a los otros y merecedor de desprecio. Concédeme soportar con paciencia las aflicciones físicas y las dificultades materiales; que esté dispuesto a afrontar males todavía mayores y que sea capaz de salir al encuentro de quien me pide ayuda ya sea para el cuerpo o para el alma. Concédeme amar con el corazón, los labios y las obras no sólo a los amigos y a los enemigos, sino también a todos los que me persiguen, hacerles el bien y rezar por ellos. De este modo, por tu gracia, podré ser incluido entre tus hijos y figurar entre los elegidos. Señor Jesucristo, mientras que a los antiguos les prometiste bienes materiales, a nosotros nos aseguras bienes eternos para que sobreabunde nuestra justicia.

Concédeme irradiar en tu presencia y en la de los otros la luz de la Palabra y de las obras, así como no abolir, sino cumplir de manera sobreabundante, tu Ley. Guárdame de la ira y de ofender al prójimo, de modo que sea agradable ante ti la ofrenda del corazón, de los labios y de las buenas obras. Concédeme, oh Dios clementísimo, huir de la concupiscencia, de la mirada mala, y evitar todo juramento. Y que al abstenerme de injuriar al prójimo, no tenga que provocar tus castigos, sino que siempre pueda complacerte en todo (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Amad a vuestros enemigos... ¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino a añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. -¿Y qué hay -me dices superior a eso? -Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: No le aborrecerás, sino: Le amarás. Ni dijo: No le hagas daño, sino: Hazle bien.

Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor, aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud! Contémoslos de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica! De ahí también el espléndido premio que se le promete. Como el precepto es tan grande y pide un alma tan generosa y un esfuerzo tan levantado, también el galardón es tal como a ninguno de sus anteriores mandatos lo propuso el Señor. Porque aquí ya no habla de poseer la tierra, como se promete a los mansos; no de alcanzar consuelo y misericordia, como los que lloran y los misericordiosos; ni siquiera se nos habla del Reino de los Cielos, sino de algo más sublime que todo eso y que bien puede hacernos estremecer: se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres: A fin -dice- de que seáis semejantes a vuestro Padre, que está en los cielos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 18,3ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sed perfectos en el amor, como vuestro Padre celestial» (cf. Mt 5,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para amar a los que nos aman, para saludar a los que nos saludan, no tenemos necesidad de creer en ninguna religión. No tenemos necesidad de poner a Dios en medio. Es algo que hacen todos. Es «humano».

Precisamente porque el amor a los enemigos es tan «poco humano», precisamente porque supera la medida del hombre «normal», precisamente por eso, muestra, como ninguna otra exigencia del Nuevo Testamento, que aquí tenemos delante no algo humano, sino, en un sentido más profundo, algo divino. Se trata de algo que se encuentra también en las restantes antítesis [del sermón del monte], pero que aquí -en la antítesis del amor al enemigo- podemos captar del mejor modo posible: la soberanía de Dios, el Reino de Dios. No es que con el amor a los enemigos consigamos realizar el Reino de Dios. En efecto, con nuestras fuerzas no somos capaces de amar al enemigo. Es un «regalo» de la soberanía de Dios, antes de cualquier iniciativa nuestra, que nos libera y nos hace capaces de amar al enemigo.

Ahora bien, si la soberanía de Dios nos libera para que amemos al enemigo, para que le amemos de verdad, con todo lo que esto significa y comporta, entonces resulta verdaderamente claro que la soberanía de Dios ha irrumpido en efecto entre nosotros, entonces resulta claro lo que significa de verdad la soberanía de Dios, entonces resulta claro qué comporta ser hijos e hijas de aquél a quien llamamos, y es, nuestro Padre celestial y nuestra Madre celestial.

Amad a vuestros enemigos, jugaos el todo por el todo, amadlos con corazón indiviso, tratadlos con amor creativo (H. J. Venetz, // c/íscorso delta montagna, Brescia 1990, pp. 90ss).

 

Día 18

Miércoles de la 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 2,1.6-14

En aquellos días,

1 cuando el Señor se disponía a arrebatar a Elías en un torbellino al cielo, Elías y Eliseo se marcharon de Guilgal.

6 Elías dijo a Eliseo: -Quédate aquí; yo tengo que ir por orden del Señor hasta el Jordán. Eliseo de nuevo le dijo: -¡Por el Señor y por tu vida, que no te dejaré! Y se fueron los dos.

7 Cincuenta hombres del grupo de los profetas vinieron y se detuvieron enfrente, a cierta distancia, mientras Elías y Eliseo se detuvieron a la orilla del Jordán.

8 Elías se quitó el manto y, plegándolo, golpeó con él las aguas; éstas se dividieron y los dos pasaron a pie enjuto.

9 Y cuando pasaron a la otra orilla, Elías dijo a Eliseo: -Pídeme lo que quieras antes de que sea arrebatado de tu presencia. Eliseo le dijo: -Dame como herencia dos tercios de tu espíritu.

10 Elías le contestó: -¡Mucho pides! Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido; si no me ves, no se te concederá.

11 Mientras iban caminando y hablando, un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre los dos, y Elías fue arrebatado en un torbellino hacia el cielo.

12 Eliseo lo seguía con la vista y gritaba: -¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel! Cuando dejó de verlo, se quitó sus vestidos y los partió en dos.

13 Recogió el manto de Elías, que se le había desprendido, y se volvió a la orilla del Jordán.

14 Tomó el manto de Elías y golpeó con él las aguas, al tiempo que decía: -¿Dónde está el Señor, Dios de Elías, dónde está? Golpeó las aguas, que se dividieron, y Eliseo pasó el río.

 

**• Después de haber hablado de los sucesores inmediatos de Ajab y de los últimos acontecimientos de Elías, el Libro segundo de los Reyes pasa a ilustrar el «ciclo de Eliseo», cuya vocación fue anticipada en 1 Re 19,19-21.

       Eliseo, en un sentido no diferente al de Elías, estará revestido de un considerable papel político (2 Re 3,1 lss; 6,8ss; 8,7ss; 9,lss; 13,14ss) y se revelará como el mayor taumaturgo del Antiguo Testamento (2 Re 2,14-7,20 y 13,20ss recogen una decena de acciones milagrosas, incluso después de muerto). Eso explica la importancia de una investidura profética que Eliseo parece pagar al precio de una obstinada fidelidad al maestro. Eso le sitúa en primera línea entre los «hijos de profetas» (léanse también los w. 3-5, omitidos por la liturgia como si fueran pleonásticos). Según la ley de la primogenitura (cf. Dt 21,17), Eliseo reivindica dos tercios del espíritu de Elías, que le son concedidos al precio de su clarividencia («Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido»: v. 10).

El cambio de sus propios vestidos por el manto de Elías expresa la investidura que ha tenido lugar y la adquisición de las facultades a ella ligadas. Por eso peregrina Eliseo hasta el Jordán, dejando detrás a todos los otros «hijos de profetas». El recuerdo del Jordán, cuyas aguas había dividido Elías con el manto plegado a modo de bastón, remite a la experiencia del Éxodo, ligada a las figuras de Moisés (Ex 14,21) y de Josué (Jos 3,13).

En cuanto al rapto de Elías, no diferente al de Enoc (Gn 5,24), expresa el beneplácito divino hacia su persona, pero sobre todo la referencia a una misión futura.

        En todo caso, Elías desapareció de la vista de Eliseo en cuanto una llama de fuego («un carro de fuego con caballos de fuego») se interpuso entre ambos profetas.

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No hagáis el bien para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará.

2 Por eso, cuando des limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que les alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

4 Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que les vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea  que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,

18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que está en lo secreto. Y tu Padre, que ve hasta lo más secreto, te premiará.

 

        **• El principio de la interiorización (el «secreto»: w. 4.6.18), en no menor medida que el de lo extraordinario (Mt 5,20.47: superar la medida), recibe una amplia aplicación respecto a la práctica religiosa, resumida tradicionalmente en la oración, el ayuno y la limosna (Tob 12,8ss). Se contrapone aquí la conducta cristiana a la farisea («los hipócritas»: w. 2.5.16), aunque las buenas obras no han de ser mantenidas secretas (Mt 5,14), sino que deben suscitar en los hombres el reconocimiento del señorío divino. Comenta Jerónimo: «Quien toca la trompeta cuando hace limosna es un hipócrita; quien, al ayunar, desfigura tristemente su rostro para poder mostrar así que tiene el vientre vacío, es asimismo un hipócrita; quien reza en las sinagogas o en las esquinas de las plazas para que le vean los hombres, es un hipócrita. De todo esto se deduce que son unos hipócritas todos aquellos que hacen lo que hacen para ser glorificados por los hombres».

El valor de la limosna (Eclo 3,29; 29,12; Tob 4,9-11) podía quedar comprometido por la ostentación con la que se hacía pública. Lo mismo vale para la oración ostentada con frecuencia «en las esquinas de las plazas». En cuanto al ayuno, es conocida la toma de posición de los profetas (Is 58,5-7), compartida por Cristo.

La Ley prescribía el ayuno en el gran día de la purificación (elyóm kippur: Lv 16,29ss), que se celebraba al comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. De ahí la invitación del Señor a evitar los signos externos de una práctica que, para los israelitas devotos, se volvía a proponer dos veces a la semana (Lc 18,12). Quien ayuna debe asumir el mismo semblante alegre de los días de fiesta, cuando se unge la cabeza con perfume.

La oración incluye, por último, interioridad y secreto, bien expresados por el lugar donde ha de ser llevada a cabo: al pie de la letra en la «alacena», donde se ponían las provisiones para que estuvieran seguras, en un lugar sin ventanas y con una puerta provista de cerradura.

 

MEDITATIO

¿Quién puede considerarse cristiano sin estas tres cosas: limosna, oración y ayuno?» (Tertuliano). El ayuno allana el camino al paraíso, perdido a causa del «hambre orgullosa» de nuestros primeros padres. La limosna, a su vez, «hace que el ayuno no se resuelva en aflicción de la carne, sino en purificación del alma» (León Magno). De ahí se sigue que es «bienaventurado quien ayuna para alimentar al pobre» (Orígenes). El ayuno y la limosna han de estar inspirados y sostenidos por la oración, que nos permite obrar con rectitud de corazón y «ante Dios». San Bernardo se preguntaba si «era más impío el que practica la impiedad o quien simula la santidad».

Me examinaré sobre cómo vivo esta triple modalidad de toda auténtica experiencia religiosa. Acepto la invitación de Cristo a esparcir el corazón con la unción del Espíritu Santo, para que dé fragancia no sólo al ayuno, sino también a la limosna y a la oración.

 

ORATIO

Señor, tú desenmascaras la insidia farisaica que vuelve espuria e ilusoria mi práctica espiritual. Tú quieres que gane en interioridad y profundidad y exiges que el único punto de referencia sea el Padre, que ve en lo secreto y cuya recompensa es la única que debo esperar.

Señor Jesucristo, tú nos has dado ejemplo de humildad en todas tus acciones y nos has enseñado a rehuir de la vanagloria. Defiéndeme, interior y exteriormente, de las insidias de la soberbia, de modo que no dé ningún agarradero al enemigo de mi alma. Que no busque en la práctica de la limosna, de la oración y del ayuno, ni en ninguna obra buena, la alabanza de los hombres y el favor del mundo, sino que obre con pureza de corazón, por la gloria de Dios y la edificación del prójimo, y no busque nunca la inútil gloria terrena. Al no buscar la recompensa aquí abajo, podré obtener la verdadera recompensa en el mundo futuro y no seré víctima en absoluto de las penas eternas (Ludovico de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Si la puerta está abierta a los desvergonzados, a través de ella irrumpen dentro las cosas externas en bandadas y molestan a nuestra interioridad. Todas las cosas situadas en el tiempo y en el espacio se introducen a través de la puerta, es decir, a través del sentido exterior, en nuestros pensamientos y con la confusión de las distintas imaginaciones nos molestan mientras oramos. En consecuencia, es preciso cerrar la puerta, esto es, resistir al sentido exterior, a fin de que la oración procedente del espíritu se eleve al Padre, porque ésta se desarrolla en lo profundo del corazón, cuando oramos al Padre en lo secreto. «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.» La enseñanza [del Señor] debía terminar con una conclusión como ésta. En efecto, [Cristo] no nos exhorta a orar, sino a cómo debemos orar; y, antes, no a que hagamos limosna, sino que nos habla de la intención con la que debemos hacerla. De hecho, ordena purificar el corazón, y sólo lo purifica el único y sincero anhelo de la vida eterna con un amor único y puro de la sabiduría (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 3, 11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará» (Mt 6,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esta justicia mejor de los discípulos no debe ser un fin en sí mismo. Es preciso que esto se manifieste, es preciso que lo extraordinario se produzca, pero... cuidad de no hacerlo para que sea visto.

Es verdad que el carácter visible del seguimiento tiene un fundamento necesario: la llamada de Jesucristo, pero nunca es un fin en sí misma; porque entonces se perdería de vista el mismo seguimiento, intervendría un instante de reposo, se interrumpiría el seguimiento y sería totalmente imposible continuarlo a partir del mismo lugar donde nos hemos detenido a descansar, viéndonos obligados a comenzar de nuevo desde el principio. Tendríamos que caer en la cuenta de que ya no seguimos a Cristo.

Por consiguiente, es preciso que algo se haga visible, pero de forma paradójica: cuidad de no hacerlo para ser vistos por los hombres. «Brille vuestra luz ante los hombres... » (5, 16), pero tened en cuenta el carácter oculto. Los capítulos 5 y ó chocan violentamente entre sí. Lo visible debe ser, al mismo tiempo, oculto; lo visible debe, al mismo tiempo, no poder ser visto.

Sin embargo, ¿quién puede vivir haciendo lo extraordinario en secreto? ¿Actuando de tal forma que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha? ¿Qué amor es el que no se conoce a sí mismo, el que puede permanecer oculto a sí mismo hasta el último día? Es claro: por ser un amor oculto, no puede ser una virtud visible, un hábito del hombre.

Esto significa: cuidad de no confundir el verdadero amor con una virtud amable, con una «cualidad» humana. En el verdadero sentido de la palabra, es el amor que se olvida de sí mismo.

Pero, en este amor olvidado de sí mismo, es preciso que el hombre viejo muera con todas sus virtudes y cualidades. En el amor olvidado de sí, vinculado sólo a Cristo, del discípulo, muere el viejo Adán. En la frase «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha», se anuncia la muerte del hombre viejo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 101 -103).

 

 

Día 19

Jueves de la 11ª semana del Tiempo ordinario o San Romualdo

          Fue el fundador de la orden de los Camaldulenses y figura destacada en el "renacimiento del ascetismo eremítico" del siglo XI.Según la vita de Pedro Damián, escrito aproximadamente quince años después de la muerte de Romualdo, Romualdo nació en Rávena en el seno de la familia aristocrática Onesti. Se dice que de joven cayó en los placeres y pecados propios de un noble del siglo X. Después de ver a su padre, Sergius, matar a un oponente en un duelo, Romualdo a la edad de 20 años, esta profundamente afectado y huye a la basílica de San Apollinare en Classe. Tras unas dudas iniciales, Romualdo decidió hacerse monje allí. Guiado por el deseo de llevar una vida más estricta de la que encontró en aquella comunidad, tres años más tarde se hizo ermitaño en una isla remota de la región acompañado únicamente por otro monje de mayor edad, Marinus. Romualdo fue capaz de integrar diferentes tradiciones monásticas y establecer una orden monástica propia. Durante toda su vida se sintió atraído por el establecimiento de monasterios y ermitas a lo largo de Italia.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 48,1-14

1 Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha.

2 Él hizo venir sobre ellos el hambre, y en su celo los diezmó.

3 Por la Palabra del Señor cerró los cielos e hizo también bajar fuego tres veces.

4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién pretenderá parecerse a ti?

5 Tú que arrancaste a un muerto de la muerte y del abismo por la Palabra del Altísimo.

6 Tú que llevaste reyes a la ruina y arrojaste de sus lechos a hombres ilustres;

7 que escuchaste censuras en el Sinaí, decretos de venganza en el Horeb;

8 que ungiste reyes como vengadores y profetas que te sucedieron;

9 que fuiste arrebatado en torbellino ardiente en un carro con caballos de fuego.

10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Jacob.

11 Felices los que te vieron y murieron fieles al amor, porque también nosotros viviremos.

12 Cuando Elías fue arrebatado en el torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu. Durante su vida ningún príncipe le hizo temblar y nadie fue capaz de subyugarlo.

13 Nada fue demasiado difícil para él, e incluso muerto profetizó su cuerpo.

14 Durante su vida hizo prodigios y, una vez muerto, fueron admirables sus obras.

 

**• El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el reino del Norte (siglo IX a. de C), en un momento crítico para el yahvismo. De Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías (853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re 19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta, como se recuerda también en Mal 3,23ss.

De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el papel político y taumatúrgico que desempeñó (con una alusión al prodigio póstumo del que se habla en 2 Re 13,20ss). Este último aspecto ha sido repetido en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).

 

Evangelio: Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Y al orar, no os perdáis en palabras, como hacen los paganos, creyendo que Dios les va a escuchar por hablar mucho.

8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis.

9 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre;

10 venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos;

12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial.

15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

 

••» La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Le 11,1).

La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en los oídos del Señor como un desagradable bla-bla-bla. «Si el pagano habla mucho en la oración -observa Jerónimo-, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.

Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo sabe todo. A esos -apremia Jerónimo- se les puede responder de manera breve como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos, imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».

La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la oración» (orationis forma), contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta en guardia respecto a la oración farisaica (w. 5ss) y a la pagana. Esta última estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada por Jesús, más que intentar hacernos oír por Dios, nos compromete a escuchar a Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.

El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue la oración del mismo Cristo.

El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida, remisión de los pecados, liberación del maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos, intraducibies a las lenguas modernas, indican que los designios divinos ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y retrasos.

 

MEDITATIO

Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana, estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que «recitarlo»; mejor aún, «vivirlo ». En primer lugar, pensando en la triple señal de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en especial para el Padre nuestro.

Eso reviste un carácter sacramental, en la medida en que me hace hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga (segunda parte). Así pues, tomando conciencia de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y con los sentimientos de Cristo y acojo el «grito» del Espíritu de adopción. Al pronunciar las palabras «con una atención total» (Simone Weil), me detendré en cada frase hasta que «encuentre significados, comparaciones [con otros textos evangélicos], gustos y consuelos» (Ignacio de Loyola).

 

ORATIO

«Padre nuestro», excelso en la creación, suave en el amor, rico en la herencia, tú habitas «en el cielo» y eres espejo de eternidad, corona de júbilo, tesoro de felicidad.

«Santificado sea tu nombre», de suerte que se vuelva miel en la boca, melodía en el oído, devoción en el corazón. «Venga a nosotros tu Reino», alegre sin contrariedad, tranquilo sin turbación, seguro sin pérdidas.

«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», de suerte que rechacemos lo que tú abominas, que amemos lo que tú amas, de modo que cumplamos lo que te es grato. «Danos hoy nuestro pan de cada día», el pan de la doctrina, de la penitencia, de la virtud. «Perdona nuestras deudas», contraídas contigo, con el prójimo y con nosotros mismos. «Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», que nos han ofendido con palabras o en nuestra persona o en las cosas. «No nos dejes caer en la tentación» que procede del mundo, de la carne y del demonio. «Y líbranos del mal» presente, pasado y futuro. Amén (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes [...]. Y con este solo golpe, mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 19,4 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Como Palabra para repetir y vivir hoy con frecuencia, elíjase alguna de las invocaciones del Padre nuestro, la que produzca en nosotros una resonancia interior más intensa.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú. Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre y nuestra vocación de hijos a hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres [...].

Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad santa y amorosa.

La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida (B. Háring, // Padre nostro. Lode, preghiera, programma di vita, Brescia 1995, pp. 16 ss [edición española: El padrenuestro, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1996]).

 

Día 20

Viernes de la 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 11,1-4.9-18.20a

En aquellos días,

1 Atalía, madre de Ocozías, al ver que su hijo había muerto, fue y exterminó a toda la familia real.

2 Pero cuando los hijos del rey iban a ser asesinados, Josebá, hija de Jorán y hermana de Ocozías, se llevó furtivamente a Joás, hijo de Ocozías, y a su nodriza y los escondió en el dormitorio, ocultándolo de Atalía. Así evitó que lo asesinaran.

3 Joás estuvo escondido con ellas en el templo del Señor durante seis años, mientras Atalía gobernaba el país.

4 El año séptimo, Yoyadá convocó a los jefes de centuria de los carios y de la guardia real y les hizo venir al templo del Señor. Hizo con ellos un pacto y, previo juramento en el templo del Señor, les mostró al hijo del rey.

9 Los jefes de centuria cumplieron al detalle las órdenes del sacerdote Yoyadá; cada uno reunió a sus hombres, que se turnaban en el servicio de guardia el sábado, y se presentaron al sacerdote Yoyadá.

10 Éste les entregó las lanzas y los escudos del rey David, que se guardaban en el templo del Señor.

11 Los de la escolta real, con sus armas en la mano, se apostaron de sur a norte rodeando el altar y el templo para proteger al rey.

12 Entonces Yoyadá sacó al hijo del rey y le puso la corona y las insignias reales; después lo ungió y lo proclamó rey. Y todos entre grandes aplausos gritaron: -¡Viva el rey!

13 Cuando Atalía oyó el tumulto de los guardias y de la gente, fue al templo del Señor

14 y vio al rey de pie sobre el estrado, según la costumbre. Los oficiales y los que tocaban las trompetas estaban a su lado, mientras la gente gritaba jubilosa y resonaban las trompetas. Atalía se rasgó las vestiduras y gritó: -¡Traición, traición!

15 El sacerdote Yoyadá ordenó a los jefes de centuria que estaban al mando del ejército: -Sacadla fuera del recinto del templo y matad a todo el que la siga. Como el sacerdote había dicho que no la mataran en el templo del Señor,

16 la prendieron y, pasada la puerta de las caballerizas del palacio real, la mataron.

17 Yoyadá selló un pacto entre el Señor y el rey y el pueblo, por el cual éste se comprometía a ser el pueblo del Señor.

18 Inmediatamente, todo el pueblo irrumpió en el templo de Baal y lo demolió. Hicieron astillas sus altares e imágenes y degollaron a Matan, sacerdote de Baal, delante de los altares. Después, el sacerdote Yoyadá dejó guardias en el templo del Señor.

20 Todo el pueblo se llenó de júbilo y la ciudad recobró la calma.

 

**• La liturgia, omitiendo una amplia sección (2 Re 3-10) donde se habla de los reinados de Jorán (852-841) y de Jehú (841-814), que desarraigó el culto a Baal en Israel y cuya unción real ya había sido anunciada por Elías (1 Re 19,16), y donde se ilustra la actividad de Eliseo, la liturgia, decíamos, nos propone algunos pasajes adecuados para llevar a cabo una lectura teológica de la historia de Israel.

Desde el reino del Norte nos trasladamos al reino del Sur. Aquí Atalía, descendiente de Jezabel y mujer del rey Jorán (muertos ambos por Jehú a causa de sus perversiones), muerto su hijo Ocozías (841), heredero legítimo al trono, se apodera del Reino de Judá y elimina a la dinastía real superviviente. Ahora bien, Josebá, hija del rey Jorán y esposa del sumo sacerdote Yoyadá (2 Cr 22,11), cogió furtivamente a Joás, hijo de Ocozías, y lo escondió en el templo, de suerte que siete años después, y gracias a una estudiada conjura (w. 5-8, omitidos por la liturgia), éste fue proclamado rey (835-796) e instalado en el trono (v. 19, omitido por la liturgia).

La oposición a Atalía se debió a la línea baalista mantenida por la reina, en flagrante contradicción con la alianza yahvista, mientras que la iniciativa de la casta sacerdotal desbarata el peligro, destruye el templo de Baal levantando en el corazón de Jerusalén, elimina de la escena Atalía y permite la renovación de la alianza. Se trata de un acontecimiento que se repetirá en los momentos cruciales de la historia de Israel {cf. 2 Re 23).

 

Evangelio: Mateo 6,19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

19 No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones socavan y roban.

20 Acumulad mejor tesoros en el cielo, dónde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones no socavan ni roban. 21 Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

22 El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado;

21 pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tiniebla, ¡qué grande será la oscuridad!

 

*• «La totalidad de la enseñanza [de Cristo]», afirma el místico alemán Jakob Bohme, «no es otra cosa que la explicación del modo en que el hombre podría encender en él el divino mundo luminoso. Dado que éste se enciende de modo que la luz de Dios brille en el espíritu de las almas, todo el cuerpo posee la luz».

El principio de la recompensa evoca el «tesoro en el cielo» (cf. Tob 4,9; Eclo 29,11), «la mejor parte» que se asegura María (Lc 10,42), «las cosas de arriba» (Col 3,1) y las «riquezas mejores y más duraderas» (Heb 10,34) de que hablan los escritos paulinos, y brinda una regla infalible para el discernimiento: pregunta a tu corazón para saber cuál es tu tesoro. La continuidad del discurso es interrumpida por el dicho del Señor sobre la lámpara (cf. Lc 11,34-36).

La lámpara es el símbolo del ojo interior o espiritual, del que se transparenta la luz de la fe que esclarece la mente y suscita el impulso del amor en la voluntad. De modo más general, la lámpara es el símbolo del alma que irradia su luz a través del cuerpo. La antítesis se produce entre el ojo sano (Prov 22,9) y el enfermo -al pie de la letra entre el ojo «sencillo» y el «malo». El Nuevo Testamento (2 Cor 1,2; 11,3; Ef 6,5; Col 3,22; Sant 1,5) vuelve con frecuencia sobre la sencillez (que es falta de duplicidad, según el significado literal del término).

También condena con frecuencia al «ojo malo» (Mc 7,22; cf. Mt 20,15). Por último, para la antítesis luz-tinieblas, véase Jn 1,9; 3,19-21; 8,12; 12,46; Rom 13,12; 2 Cor 6,14; Ef 5,8ss; 1 Tes 5,5. La contraposición entre «hijos de la luz» e «hijos de las tinieblas» era uno de los aspectos cualificativos de la enseñanza en la comunidad de Qumrán.

 

MEDITATIO

El «sermón del monte» está atravesado por una continua y martilleante referencia al Reino. Debemos buscar el Reino de Dios (Mt 6,10.33), las cosas buenas (Mt 7,11), «tesoros en el cielo» (Mt 6,20) que consisten en los bienes eternos e incorruptibles. Para saber discernir de qué bienes se trata, necesitamos ese «ojo interior dotado de recta intención que dirige las acciones humanas» (Nicolás de Lira). Es indispensable el ojo sencillo: «unus et purus», unificado y puro, como se lee en la Glosa medieval. «La lámpara» que hace desaparecer las tinieblas «es la fe» (Cromacio de Aquileya).

Profundizo en esta palabra por medio de la meditación del símbolo cristiano por excelencia de la luz: el cirio pascual y las velas encendidas sobre el altar para la misa. Por encima de los significados más inmediatos, siguiendo la estela de la mística judía le asocio una llamada a mi persona y a sus dimensiones destinadas a «jerarquizarse». El cuerpo es comparable al cirio, desde el cual brota «la luz inferior, oscura, en contacto con la mecha de la que depende su misma existencia: se trata de los sentidos que son afectados por la dimensión física.

Cuando la luz oscura está bien consolidada en la mecha, se convierte en asiento para la luz blanca, superior», la esfera intelectivo-volitiva. «Cuando ambas están bien consolidadas, entonces es la luz blanca la que se convierte en asiento para la luz inaprensible, invisible e incognoscible irradiada por la luz blanca. Sólo entonces se vuelve la luz completa y perfecta»: se trata de la luz del Espíritu Santo (Zohar).

 

ORATIO

        Señor, dame un corazón sencillo que sepa discernir el verdadero bien y no se deje sugestionar por los bienes aparentes, ilusorios y pasajeros.

Dame, Señor, un corazón unificado que no alimente odios, que no se pliegue al mal, que no esté sometido a la sensualidad y al capricho. Hazme comprender que sólo tú eres el tesoro de mi corazón. Concédeme esta experiencia viva cuando te recibo en la eucaristía.

 

CONTEMPLATIO

Quien tiene los ojos enfermos ve muchas luces de manera confusa; el ojo sencillo y puro ve las cosas nítidas y puras. Interpretemos todo esto en sentido espiritual.

Pues bien, del mismo modo que el cuerpo está todo él en tinieblas cuando el ojo no es puro y sencillo, también el alma, cuando ha perdido su luminosidad, mantendrá en las tinieblas todas sus facultades.

Por consiguiente, si la luz que hay en ti se vuelve tinieblas, ¡qué grandes serán esas tinieblas! Si la inteligencia, que es luz, se oscurece por la oscuridad del alma, piensa un poco cuan densas serán las tinieblas que la rodean (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

El ojo purificado y que se ha vuelto sereno se mostrará hábil e idóneo para percibir y para expresar, lógicamente, su luz interior. Éste es el ojo del corazón. Y tiene un ojo semejante quien establece el fin de sus propias obras buenas, a fin de que sean buenas de verdad no para intentar que sean agradables a los hombres, sino que, aunque se dé cuenta de que son agradables, las referirá más bien a su salvación y a la gloria de Dios, no a su propia ostentación (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 22, 76).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt6,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida del discípulo se acredita en el hecho de que nada se interponga entre Cristo y él, ni la ley, ni la piedad personal, ni el mundo. El seguidor no mira más que a Cristo. No ve a Cristo y al mundo. No entra en este género de reflexiones, sino que sigue sólo a Cristo en todo. Su ojo es sencillo. Descansa completamente en la luz que le viene de Cristo; en él no hay ni tinieblas ni equívocos. Igual que el ojo debe ser simple, claro y puro, para que el cuerpo permanezca en la luz, igual que el pie y la mano sólo reciben la luz del ojo, igual que el pie vacila y la mano se equivoca cuando el ojo está enfermo, igual que el cuerpo entero se sumerge en las tinieblas cuando el ojo se apaga, lo mismo le ocurre al discípulo, que sólo se encuentra en la luz cuando mira simplemente a Cristo, y no a esto o aquello; es preciso, pues, que el corazón del discípulo sólo se dirija a Cristo. Si el ojo ve algo distinto de lo real, se engaña todo el cuerpo. Si el corazón se apega a las apariencias del mundo, a la criatura más que al Creador, el discípulo está perdido. Son los bienes de este mundo los que quieren apartar de Jesús al corazón del discípulo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 111 -112).

 

Día 21

San Luis Gonzaga

 

Luis nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglione delle Stiviere (Mantua). Fue el primogénito del marqués Don Ferrante, almirante del rey de España, y de Doña Marta, de los condes de Sántena (Turín). Después de pasar más de dos años en la corte de los Médici en Florencia y un año en la de los Gonzaga en Mantua, Luis permaneció durante mucho tiempo en la corte de Felipe II, en Madrid.

Sin embargo, al mismo tiempo, la gracia iba obrando en él proyectos muy diferentes, de modo que, vuelto a Castiglione en 1584, el prometedor condotiero soñado por Don Ferrante libró durante más de un año una batalla «completamente distinta»: contra su padre (aunque apoyado por su madre), a fin de realizar un sueño «completamente distinto», en la corte de un Rey crucificado.

Una vez vencida la oposición paterna, el 2 de noviembre del año 1585, y renunciado al marquesado en favor de su hermano Rodolfo, Luis entró en el noviciado romano de los jesuitas.

Estaba a punto de recibir la ordenación sacerdotal cuando, al estallar una epidemia de tifus petequial, fue contagiado mientras curaba a los «apestados» y, con sólo veintitrés años, murió el 21 de junio de 1591, en la octava del Corpus Christ¡, como había predicho.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Crónicas 24,17-25

17 Muerto Yoyadá, los jefes de Judá vinieron a rendir homenaje al rey, que esta vez siguió sus consejos.

18 Abandonaron el templo del Señor, Dios de sus antepasados, y se pasaron al culto idolátrico. Esto provocó la ira divina sobre Judá y Jerusalén.

19 El Señor les envió profetas para ver si se volvían a él, pero no hicieron caso a sus advertencias.

20 Zacarías, hijo de Yoyadá, sacerdote, movido por el espíritu de Dios, se presentó al pueblo y le dijo: -Esto dice Dios: ¿Por qué transgredís los mandamientos del Señor? Nada conseguiréis. Habéis abandonado al Señor, y él os abandonará a vosotros.

21 Pero ellos se conjuraron contra Zacarías y, por orden del rey, le apedrearon en el atrio del templo del Señor.

22 Así pues, el rey Joás olvidó la lealtad de Yoyadá, padre de Zacarías, y mandó matar a su hijo, que dijo al morir: -Que el Señor lo vea y te pida cuentas.

23 Pasado un año, el ejército de Siria atacó a Joás, penetró en Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y llevó todo su botín al rey de Damasco.

24 El ejército invasor era poco numeroso, pero el Señor entregó en sus manos un ejército mucho mayor, porque habían abandonado al Señor, el Dios de sus antepasados. Así dieron su merecido a Joás,

25 que, al retirarse el ejército sirio, quedó gravemente herido. Sus súbditos conspiraron contra él para vengar la muerte del hijo del sacerdote Yoyadá y lo mataron en su lecho. Murió y lo enterraron en la ciudad de David, pero no en el panteón real.

 

*•• Las vicisitudes de los dos reinos hasta la caída de Samaría (721), preludio de la caída de Jerusalén, narrada en 2 Re 12-16, son recuperadas y completadas en clave teológica llegando a las páginas paralelas de 2 Cr (se trata de la única lectura de este libro en la liturgia ferial). Muerto el sumo sacerdote Yoyadá, vengador del yahvismo, el rey Joás, consagrado por él, cede a las tendencias sincretistas de los «jefes de Judá», de suerte que recae en la idolatría. La requisitoria del profeta Zacarías fue en vano, y lo mataron para vengarse. Esto trajo consigo el castigo divino, siempre siguiendo el riguroso principio de la retribución, que se expresa en la invasión siria y en la muerte del rey.

 

Evangelio: Mateo 6,24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.

25 Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?

26 Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

27 ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?

28 Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo; no se afanan ni hilan,

29 y sin embargo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos.

30 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?

31 Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?

32 Ésas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis.

33 Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás.

34 No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.

 

**• La última sección del capítulo 6 pone de relieve la alternativa frente a la que se encuentra el cristiano, una alternativa que implica la elección de su propio «amo»: Dios o el dinero (el original cita la palabra aramea mammona). La palabra mammona incluye la idea de ganancia, dinero y, por consiguiente, los bienes del hombre, aunque también «la codicia» con la que el hombre los busca y los posee (Ireneo de Lyon). Afanarse o andar preocupado (término que se repite seis veces en el original griego) por los bienes materiales es señal de «poca fe», una denuncia que se repite con frecuencia en la pluma de Mateo (8,26; 14,31; 16,8; 17,20), para indicar la escasa confianza en el poder y en la providencia divinos. La martilleante invitación a que no andemos preocupados es justificada con una serie de alusiones a las criaturas animales y vegetales. «Debemos entender estas palabras en su sentido más sencillo», observa Jerónimo, «a saber: que si las aves del cielo, que hoy son y mañana dejan de existir, son alimentadas por la providencia de Dios, sin que deban preocuparse por ello, con mayor razón los hombres, a quienes ha sido prometida la eternidad, deben dejarse guiar por la voluntad de Dios».

La expresión «Reino y su justicia» constituye un endíadis; ambos términos están al servicio del cumplimiento de la voluntad divina, que constituye el fundamento del Reino. El «buscad ante todo» parece sugerir el principio de la jerarquización de las necesidades y, por consiguiente, de los bienes: en el primer puesto deben estar los espirituales, que dan el sentido y su justo valor a los materiales. Estos últimos nos serán dados por añadidura.

«Esta promesa se cumple en la comunidad de los hermanos, que multiplica los bienes (milagro moral bosquejado en la multiplicación de los panes), puesto que todos renuncian a todo y no les falta nada; más aún, buscando ante todo el Reino y la justicia de Dios, se dan cuenta de que están puestos en una condición de vida que, por ser conforme a la voluntad del Padre, incluye también las promesas; y todos juntos anticipan el tiempo en el que se extenderá el Reino de Dios sobre toda la tierra renovada y el hombre gozará de la paz sobre el monte del Eterno. Ésa es la perspectiva, no ascética, sino supremamente humana, del Evangelio, con la que coexiste, como es natural, mientras dure el tiempo presente y la victoria del Reino sólo sea virtual, la posibilidad de que quienes buscan apasionadamente el Reino y la justicia de Dios acaben siendo mártires por el Reino (Mc 10,30). Ahora bien, esta perspectiva no debe proyectar sombra sobre la magna y confiada verdad aquí anunciada: "Dios os dará lo demás"» (G. Miegge).

 

MEDITATIO

Ya en 1926, bicentenario de la canonización de san Luis Gonzaga, Pío XI señaló al santo como «verdadero lirio de pureza y verdadero mártir de la caridad», mientras que, en 1968, Pablo VI deseaba que el cuarto centenario de san Luis hiciera «justicia a tantos preconceptos sobre la genuina fisionomía de su personalidad» y fuera capaz de «ofrecer un modelo válido a la juventud de hoy, asediada por el materialismo y por el hedonismo, pero abierta también y disponible a los grandes ideales».

Pablo VI consideraba muy actual este mensaje de san Luis: «Concebir la existencia como entrega a Dios» (= la consagración, en diferentes formas), «que debemos gastar por los otros» (= el servicio de caridad con los hermanos).

Es un proyecto de vida exaltador, que Luis realizó sin demoras, aunque no a bajo precio, dado que debió superar, por gracia, notables dificultades externas e internas (de naturaleza y ambientales). Por eso es lícito decir que, en la medida en que Dios nos da la posibilidad de merecer -haciéndonos desear cuanto quiere concedernos-,

Luis mereció los dones recibidos, correspondiendo a ellos a lo grande. Sobre las dificultades y batallas externas, recordemos que la vocación de Luis es, paradójicamente, «cortesana», en cuanto que nació durante el bienio que pasó en la corte de los Médici –donde hacían estragos ciertas pasiones muy poco nobles, a las que Luis contrapuso el voto de castidad, emitido a los pies de la Santísima Anunciación-, se consolidó en el año transcurrido en la corte de los Gonzaga de Mantua -famosa por las trampas y violencias- y tomó su forma definitiva en la corte de Madrid, que destacaba por la arrogante presunción de sus vistosos personajes y la adulación de los sometidos, mientras que todos estaban convencidos de servir a la Iglesia.

Precisamente en este ambiente perfeccionó Luis su respuesta vocacional, yendo a contracorriente de una manera decidida: no sólo confirmando su renuncia al matrimonio, hecha con el voto de castidad formulado en Florencia, sino renunciando asimismo tanto a las carreras y a los honores mundanos -como prometía aquella corte- y optando por la vida religiosa, como a los mismos cargos honoríficos de la propia Iglesia, entrando en la recién nacida «mínima Compañía de Jesús», que, por sus estatutos, los rechazaba.

Éste es el «desprecio», para obtener una «ganancia» muy diferente que hemos visto en la lectio, añadiéndole, no obstante, el típico sens of humour de Luis, registrado de este modo por su primer biógrafo: «Cuando veía en los palacios de los príncipes, incluso eclesiásticos, los oros, los adornos, los obsequios de los cortesanos, apenas podía contener la risa, por lo viles que le parecían tales cosas».

Hay un dicho que sintetiza igualmente bien las mirabilia Dei en Luis: fue casto, a pesar de ser Gonzaga; pobre, a pesar de ser marqués; humilde, a pesar de ser jesuíta.

No por casualidad, María Magdalena de Pazzi -que probablemente rezó en Florencia, el año 1578, junto a Luis en la pequeña iglesia de S. Giovannino- exclamó en un éxtasis el 4 de abril de 1600: «Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso. Quisiera ir por todo el mundo y decir que Luis es un gran santo».

 

ORATIO

Los deseos que tienes debes encomendarlos a Dios no como están en ti, sino como son en el pecho de Cristo [recinto del Corazón de Jesús, al que Luis (como Magdalena de Pazzi) tuvo gran devoción], puesto que, si son buenos, estarán antes en Jesús que en ti y serán expuestos por él incomparablemente con mayor afecto al Padre eterno. Si tienes, a continuación, deseo de cualquier virtud [en particular], debes recurrir a los santos que más destacaron en ella: por ejemplo, para la humildad, a san Francisco; para la caridad a los santos Pedro y Pablo, etc. Porque así como el que quiere obtener una gracia relacionada con la milicia de un príncipe terreno la consigue con mayor facilidad si recurre al general o a sus coroneles, ¿qué no haría si recurriera al mayordomo de aquel príncipe? Así, si queremos obtener de Dios la fortaleza, debemos recurrir a los mártires; si queremos la penitencia, a los confesores, y así con cada una de las virtudes (Luis Gonzaga, Affetti di devozione, escritos en torno a 1589).

 

CONTEMPLATIO

Hagiógrafos y pintores nos muestran a Luis casi en éxtasis ante el Santísimo Sacramento, y, en verdad, desde su primera comunión (el 22 de junio de 1580, de manos de san Carlos Borromeo), su fervor eucarístico nunca se debilitó. Su primer biógrafo habla de la fuerza irresistible que le impulsaba -olvidando la habitual gravedad de su caminar- a correr por los corredores hacia la capilla. Y cuando, por el empeoramiento de su salud, se le prohibió permanecer durante mucho tiempo en la capilla, solía entrar repetidas veces en el ábside y, tras hacer la genuflexión, se retiraba deprisa: casi temiendo la atracción del tabernáculo. No menos contemplativa era su devoción a María: recordemos que en Florencia, cuando estaba en aquella corte, Luis entró definitivamente (con voto) en la más sublime Corte del Cielo, donde María es la Reina y los ángeles sus pajes.

 

ACTIO

        Repite hoy con frecuencia esta máxima entrañable a san Luis: «Quid hoc ad aeternitatem?» [¿Qué y cuánto ayuda esto para la eternidad?].

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Luis había adquirido en la corte de España una característica a contracorriente. No quería, ciertamente, ostentar su propia mortificación, como tantas señoras y señores a su alrededor, empinados y atrevidos, ostentaban su oficiosa piedad. Si se atrevía a hacer lo que hacía, a pesar de las quejas de su padre y a los ojos de los más feroces conformistas del siglo, lo hacía para romper la sugestión de aquel mismo conformismo ruinoso, y abrir la tenaza del lujo y de la etiqueta. No imaginaba dar, a los catorce años, una lección tan grande al mundo. Había en su modo de actuar algo más profundo que una reacción personal todo lo justificada y oportuna que se quiera, pero siempre fruto de un «yo» indignado. La realidad íntima que había en él era diferente: era un ingenuo poder de amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Luis actuaba por el simple, lineal y amoroso deseo de compensar a la gloria divina ofendida por tanto derroche del mundo. En esta reparación no admitía demoras ni subterfugios: era preciso reparar. En este sentido, Luis, que era, probablemente, el muchacho más dócil y sometido de Madrid, se convertía en un rebelde contra el mundo y en un revolucionario contra una sociedad adulterada y abusiva. Sólo Dios puede saber lo que le costó aquella «voluntad de llevar la contraria» [el agüere contra ignaciano] en un ambiente que, en el rondo, le atraía y le infundía respeto, como el de la corte de España (G. Papasogli, Ribelle di Dio. San Luigi Conzaga, Milán 1968, pp. 176ss [edición española: Joven, rebelde y santo, Salamanca 1977]).

 

Día 22

Santísimos Cuerpo y Sangre de Cristo

(Domingo después de la Santísima Trinidad)

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 8,2-3.14-16

Moisés habló al pueblo diciendo:

2 Acuérdate del camino que el Señor tu Dios, te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años a través del desierto, con el fin de humillarte y probarte, para ver si observas de corazón sus mandatos o no.

3 Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre; te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías ni habían conocido tus antepasados, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor

14   No te olvides del Señor tu Dios. Fue él quien te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud;

15 quien te ha conducido a través de ese inmenso y terrible desierto, lleno de serpientes venenosas y escorpiones, tierra sedienta y sin agua; fue él quien hizo brotar para ti agua de la roca de pedernal

16 y te ha alimentado en el desierto con el maná, un alimento que no conocieron tus antepasados.

 

*·> El trasfondo de la primera lectura nos introduce en la espantosa y asoladora aspereza del desierto sinaítico: el hambre atroz, la sed aterradora, la piedra pelada, los riesgos mortales, los estragos del camino, las alimañas, serpientes venenosas y alacranes temibles. En una palabra, un entorno de muerte donde el hombre no puede sobrevivir con sus solas fuerzas. De hecho, nadie, solo y por su cuenta, lo intenta. Se sentiría humillado en su altanería. Choca contra su propia debilidad y es incapaz de conseguirlo. Entonces advierte que la única confianza la puede encontrar exclusivamente en Dios. Uno solo no lo logra.

No en balde dice el texto: <<Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre» (v. 3) antes de darte el pan y el agua. Y, en efecto, solo Dios ha salvado a Israel. Le ha dado la <<Palabra que sale de la boca del Señor>>. La Palabra de Dios es el verdadero regalo del Señor. El maná es entendido como una demostración: <<No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios ».

La Palabra de Dios es la protagonista principal de esta historia en el desierto. Sin ella, el maná no habría aparecido en el árido peñascal del desierto. Sólo así, en el páramo del desierto, donde el hombre no puede subsistir con sus propios medios, sino que tiene que rendirse y depender de Dios, el maná y la Palabra divina se convierten en la misma realidad.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 10,16-17

Hermanos:

16 El cáliz de bendición que bendecimos ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿No nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?

17 Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo.

 

Pablo alude en los primeros versículos de la primera Carta a los Corintios a la misma experiencia de la primera lectura (vv. 16ss), aunque con un lenguaje distinto, el de la liturgia tradicional de la <<cena del Señor>>. Aquí, la humillación a la que es sometido el hombre por la falta de pan es vista según la dimensión personal y real de la <<comunión» (dos veces aparece en el texto). El hombre necesitado de pan y agua solo puede vivir de la relación con Dios y los hermanos. Para expresar este concepto, Pablo se vale de la experiencia eucarística que se vive en la comunidad de Corinto. La participación y la comunión del pan eucarístico, a través del cáliz y el pan del altar ayudan a entrar en una relación personal, profunda e intima, con <<el cuerpo de Cristo», es decir con su vida y su amor.

La lectura que nos propone la liturgia expresa la densa consecuencia que el apóstol deduce de esta unión, por medio de la fe, con <<el cuerpo de Cristo» (vv. 16ss). Puesto que el cuerpo de Cristo es <<un único pan>> para muchos, todos los que nos acercamos a la comunión formamos <<un solo cuerpo». Comiendo el cuerpo de Cristo nos convertimos en <<cuerpo de Cristo». O, dicho de otra forma, formamos entre nosotros, que nos comunicamos con Cristo, un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo: <<Incluso siendo muchos, somos un cuerpo solo».

    Puede parecer inverosímil, pero es verdad: <<Todos formamos un solo cuerpo>>

 

Evangelio: Juan 6,51-58

51 Jesús añadió:

- Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

52 Ésto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban:

- ¿Como puede éste damos a comer su carne?

53 Jesús les dijo:

—Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.

54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

55 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él.

57 El Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él. Así también, el que me coma vivirá por mí.

58 Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron, pero el que coma de este pan, vivirá para siempre.

 

*·• El evangelio se puede leer a la luz de la primera lectura, la dramática situación del pueblo en el desierto. Dios ha conducido a Israel a una situación horrorosa. No existe ningún camino, no tienen pan ni agua, no poseen mayor seguridad y nadie habla de una posible salvación. Solo mantienen una fe ciega en Dios y en su Palabra. La fe es suficiente. Es la premisa del milagro del maná.

El evangelio completa esta fusión entre la Palabra de Dios y el maná (pan) en la persona de Cristo, quien dándose a si mismo realiza la unidad de ambas. Solo aquel que lo recibe como alimento tiene en si la Palabra de Dios y a Dios mismo, en cierto sentido. Esto roza lo increíble. Jesús no explica como puede realizarse este milagro, superior al mana que comieron los antepasados en el desierto, que, después de comerlo y quedar saciados, <<murieron» (vi 58). Jesús quiere que, al participar en la eucaristía, pensemos que en el desierto de nuestra vida también podemos lanzarnos como hambrientos a los brazos de Dios.

Jesús no explica como tiene lugar el milagro. Sin embargo, si precisa como él es <<el pan de vida». Prepara a los discípulos, por medio de la fe, a una afirmación aun más asombrosa: el pan que le ofrece a los hombres para que realmente lo coman es él. Por esto dice: <<Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (v 55). Sorprendentes palabras, porque, de no ser así, comenta: <<No tendréis vida en vosotros» (xc 53). Se refiere a la muerte en cruz como ofrenda  sacrificial de su carne entregada por nosotros para que vivamos siempre con él. Jesús nos da a comer su propia carne inmolada en la cruz para que <<vivamos para siempre» (v. 58). Si nos tomamos en serio estas palabras, descubrimos que la carne de Jesús inmolada en la cruz se convierte en la comunión eucarística en la unión profunda de vida con él. Uniéndose a nosotros, a nuestra debilidad, Jesús se transforma en nuestro pan.

Todo esto es, efectivamente, una locura divina, y supera cualquier esfuerzo humano que intente captar su sentido insondable. Solo se comprende si concebimos que Dios es amor con sinceridad, preguntémonos si creemos real y verdaderamente en la vida eterna. La vida eterna no es otra que la vida de Dios. Y nuestra vida se encuentra en el amor de Dios, un amor tan grande que vence todas nuestras debilidades. Y precisamente porque somos débiles, Dios viene en nuestra ayuda.

 

MEDITATIO

Nos impresionan las palabras del Senior proclamadas en el evangelio de hoy. Significan que la <<muerte» no tiene ninguna posibilidad de acceso allí donde se come <<el pan de la vida». Sabemos que el pan de la vida es la carne de Jesús entregada para la vida del mundo. Quien come su carne vive en Cristo. Es transformado en una realidad eterna. Y desde ahora. Vive ya la vida eterna, que es propia de Dios.

Después, el futuro: <<Y yo lo resucitaré el último día». El horizonte de la eucaristía es la resurrección de los muertos: <<El que come mi carne y vive mi sangre tiene vida eterna». Nunca más el horror del desierto, la angustia de la noche y las insidias del camino, sino la vida eterna. Mejor aun, el misterio del amor que reina entre el Padre y el Hijo en la Santísima Trinidad. La vida eterna esta presente en quien come el cuerpo de Cristo. Es una realidad tangible. Es una vida que extiende y propaga el fuego inagotable de Dios y transforma al hombre, preparándolo para la <<boda eterna». Por cierto, siempre existe el riesgo de tropezar en las propias limitaciones. Pero el Señor es el <<pan vivo» que esta continuamente a nuestra disposición, El nos ayuda a vivir en la fe, esperanza y caridad y a gustar desde ahora, incluso sufriendo la soledad del desierto, la verdad de la resurrección. No por nada la vida eterna es la resurrección.

Ahora sólo nos queda corear el gozo y la alegría de haber encontrado en el corazón de nuestra vida un camino que no conocíamos. El camino que conduce a la resurrección. Desde ahora, y hasta el final, la resurrección esta aquí con nosotros: <<El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6,54).

 

ORATIO

Te damos gracias, Dios de eterno amor por el regalo de la eucaristía, comuni6n y uni6n con Cristo y los hermanos. Cuando participamos en la eucaristía no sólo nos unimos a Cristo y formamos una sola cosa con el (<<un solo cuerpo»), sino que nos ponemos en común unión entre nosotros y nos convertimos en <<un solo cue1po» con Cristo y los demás. Te pedimos perdón porque no siempre hemos experimentado el misterioso e irresistible atractivo de la eucaristía, porque a veces hemos gastado el tiempo en conseguir seguridades personales, embaucados por nuestros egoísmos y atrapados por la desconfianza y la desesperaci6n.

Te rogamos, Padre, que nos concedas el don de la sabiduría para que comprendamos que la fatigosa peregrinación por el desierto de nuestra vida es ya una confortable estancia en la patria del cielo. Porque <<no sólo de pan viva el hombre», sino de ese <<pan» que es él, en cuanto Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarlo. Te suplicamos que, comulgando del cuerpo de Cristo, nos convirtamos en lo que somos, como nos dice san Agustín: cuerpo de Cristo y miembros los unos de los otros. Este es el deseo profundo que queremos cultivar con la oración y en el corazón: dejar que tú, Señor, obres este milagro en nosotros. Tú eres el Señor; úu lo puedes todo. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El unigénito Hijo de Dios, queriendo que participáramos de su divinidad, asumió nuestra naturaleza y se hizo hombre para hacer de nosotros, hombres, dioses. Todo lo que asumió lo estimó para nuestra salvación. De hecho, le ofreció a Dios Padre su cuerpo como víctima sobre el altar de la cruz para nuestra reconciliación. Derramó su sangre haciéndola valer como justiprecio y no como simple aspersión, para que —redimidos de la humillante esclavitud— fuésemos purificados de todos los pecados con el fin de que quedara en nosotros un recuerdo constante de tan gran beneficio, les dejo a sus fieles su cuerpo como comida y su sangre como bebida, bajo las especies del pan y el vino.

¡Oh inapreciable y maravilloso banquete que a los comensales les da la salvación y la alegría sin fin! ¿Qué puede haber más grande que esto? No se ofrecen suntuosas carnes de becerros y machos cabríos, como en la antigua ley, sino a Cristo, verdadero Dios, como alimento. ¿Qué puede existir más sublime que este sacramento? En realidad, ningún sacramento es tan saludable como éste: por su virtud son borrados los pecados, crecen las buenas disposiciones, y la mente es enriquecida con todos los carismas espirituales. En la Iglesia, la eucaristía, habiendo sido instituida para la salvación de todos, es ofrecida por los vivos y por los muertos, para provecho de todos.

Nadie puede expresar la suavidad de este sacramento. Se gusta la dulzura espiritual en la misma Fuente y se hace memoria de la altísima caridad, que Cristo ha demostrado en su pasión (Santo Tomas de Aquino, Opusc. 57, en la fiesta del Corpus Christi, lect. 1-4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<El que come de este pan vivirá siempre» (Jn 6,51).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mi una pregunta angustiosa: <<¿Podré seguir celebrando la eucaristía?». Fue la misma pregunta que más tarde me hicieron los fieles. En cuanto me vieron, me preguntaron: <<Ha podido celebrar la santa misa?>>.

En el momento en que vino a faltar todo, la eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el pan de vida. <<El que come de este pan viviré siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo>> (Jn 6,51).

¡Cuántas veces me acordé de la frase de los mártires de Abitene (siglo IV), que decían: <<¡Sine Dominica nón possumus!» (<<No podemos vivir sin la celebración de la eucaristía>>).

En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la esperanza.

Eusebio de Cesarea recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: <<Cada lugar donde se sufría era para nosotros un sitio para celebrar…., ya fuese un campo, un desierto, un barco, una posada, una prisi6n...». El martiriológico del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la eucaristía en campos de concentración. ¡Porque sin la eucaristía no podemos vivir la vida de Dios! [...].

Cuando me arrestaron, tuve que marcharme en seguida, con las manas vacías. Al día siguiente me permitieran escribir a los míos para pedir lo más necesaria: ropa, pasta de dientes... Les puse: <<Por Favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago>>. Los fieles comprendieron en seguida. Me enviaron una botellita de vino de misa, con esta etiqueta: <<Medicina contra el dolor de estómago>>, y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad.

La policía me preguntó:

- ¿Le duele el estómago?

- Si.

- Aquí tiene una medicina para usted.

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Este era mi altar y ésta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: <<Medicina de inmortalidad, remedio para no morir; sino para vivir siempre en Jesucristo>>, como dice Ignacio de Antioquia.

A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de beber con él el cáliz más amago. Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida! (F.X. Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de S. S. Juan Pablo II, Ciudad Nueva, Roma 72000, 143-146; traducción, Juan Gil Aguilar).

 

Día 23

Lunes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 17,5-8.13-15a.l8

En aquellos días,

5 el rey de Asiria invadió todo el país y cercó Samaría por espacio de tres años.

6 El año noveno de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaría y se llevó cautivos a los israelitas, estableciéndolos en Jalaj, junto al Jabor, río de Gozan, y en las ciudades de Media.

7 Esto sucedió porque los israelitas pecaron contra el Señor, su Dios, que les había sacado de Egipto y les había librado del poder del faraón, rey de Egipto. Adoraron a otros dioses

8 y siguieron las costumbres de las gentes que el Señor había expulsado ante ellos, costumbres que habían introducido los reyes de Israel.

13 El Señor repetía insistentemente a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y videntes: «Convertíos de vuestra mala conducta y guardad mis preceptos y mandamientos, siguiendo en todo la Ley que di a vuestros antepasados y que os comuniqué por mis siervos, los profetas».

14 Pero ellos la desobedecieron, mostrándose más obstinados que sus antepasados. No creyeron en el Señor, su Dios,

15 menospreciaron sus leyes y la alianza que había hecho con sus antepasados, así como las instrucciones que les había dado.

18 El Señor, muy irritado contra Israel, lo arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.

 

**• Tras la muerte de Eliseo (2 Re 13,14ss), los reinos del Norte y del Sur conocieron una sucesión de acontecimientos alternos, con un ritmo creciente de dificultades que culminaron con la deportación en Babilonia (2 Re 12-16). La toma de Samaría, capital de Israel (722), por parte del rey de Asiria, después de tres años de asedio, suscita inmediatamente en el autor sagrado una reflexión sapiencial. El texto litúrgico ha sido resumido por razones de brevedad (además de los versículos intermedios, se han suprimido los w. 15b-17), pero muestra bien la gravedad del cisma religioso y del sincretismo que revolvieron Israel como una turbina. La alianza es un hecho bilateral: a la infidelidad del pueblo no puede dejar de corresponder el rechazo de Dios.

En el año noveno de Oseas (732-724), Salmanasar V (726-722) puso asedio a Samaría, que se había mostrado como vasalla indigna de confianza, preparando la conquista de la capital, que fue llevada a cabo por su sucesor Sargón II.

 

Evangelio: Mateo 7,1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No juzguéis, para que Dios no os juzgue;

2 porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás.

3 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

4 ¿O cómo dices a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo» si tienes una viga en el tuyo?

5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

*•• Según Agustín, todo el «sermón del monte» es un desarrollo de las bienaventuranzas. Este dato aparece, de modo particular, en la invitación a no juzgar. El juicio se entiende aquí en sentido fuerte, como condena, e incluye, por parte del hombre, la asunción de un papel que sólo compete a Dios. Por otra parte, Cristo «no nos prohíbe juzgar, sino que nos enseña cómo hacerlo» (Jerónimo).

En efecto, Jesús nos enseña que la medida del juicio divino se conformará con la que hayamos usado en nuestros juicios humanos. En la Antigüedad, la medida con que se medía la cesión de un bien era la misma con la que se aseguraba su restitución. Más tarde, los rabinos enseñaban que Dios se servía de un doble criterio para juzgar: la justicia y la bondad. «Aquel que juzga antes de la venida de Dios», afirma Atanasio Sinaíta, «es un anticristo, porque se apodera de lo que pertenece a Cristo».

La invitación a no juzgar se repite como un motivo martilleante en el Nuevo Testamento. Cristo mismo, según el testimonio que dio en su comportamiento con la adúltera (Jn 8,11) y con los que le crucificaban (Lc 23,34), se presenta no como alguien que viene a juzgar, sino a salvar (Jn 3,17). San Pablo, a su vez, nos pone en guardia contra el riesgo que comporta el juicio: «juzgando a otros tú mismo te condenas» (Rom 2,lss). En consecuencia, nos invita a remitirnos al juicio de Dios, que tendrá lugar al final de la vida (cf. 1 Cor 4,5).

No menos perentorio se muestra Santiago: «No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano y se erige en su juez está criticando y juzgando la Ley. Y si te eriges en juez de la Ley, ya no eres cumplidor de la Ley, sino su juez. Pero uno solo es el legislador y el juez: el que puede salvar y condenar. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?» (Sant 4,1 lss).

 

MEDITATIO

Debería bastar con la severa advertencia de Jesús sobre la medida del juicio para hacernos desistir de cualquier pretensión de erigirnos en censores del obrar de los otros. Agustín nos enseña que «si queremos reprochar a alguien, debemos preguntarnos antes si no somos nosotros semejantes a él». En efecto, a menudo reprochamos a otros algo que deberíamos reprocharnos antes a nosotros mismos.

Examinaré qué comportamientos de mi hermano provocan en mí con frecuencia un juicio negativo de inmediato.

Buscaré la razón de esto en mí mismo: intolerancia frente al que es distinto, perfeccionismo, arrogancia, mezquindad mental, rigidez, incomprensión, envidia, etc. Me las ingeniaré, por último, para contraponer siempre (al menos interiormente, mientras estoy orando) un juicio positivo a otro negativo, llevando a cabo todo un esfuerzo para identificarme con el otro e intentar comprenderle.

 

ORATIO

Señor Jesucristo, concédeme llevar a cabo lo que me has enseñado: a ser misericordioso con todos y a no juzgar a nadie. Y para que te podamos escuchar con la ayuda de tu gracia, nos exhortas a orar. En efecto, tú siempre nos invitas a pedir, para poder acoger nuestras peticiones. Por consiguiente, y dado que me lo mandas, pido; busco, puesto que me lo mandas; llamo, ya que me lo ordenas.

Tú que me has inducido a pedir, haz que yo sepa acoger; tú que me has dicho que buscara, haz que pueda encontrar; tú que me has enseñado a llamar, ábreme para que pueda entrar. Tú que suscitaste en mí el deseo, concédeme poder impetrar lo que espero. Dame todo lo que debo ofrecerte, sal garante de lo que exiges, para poder premiar aquello que tú mismo me das (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Es lo mismo que nos dio a entender aquí Cristo, y no sólo nos lo dio a entender, sino que nos infundió gran temor al amenazarnos con castigos inexorables: Porque con el juicio -dice- con que juzgareis seréis juzgados.

Como si dijera: No tanto le condenas a él, cuanto a ti mismo. A ti mismo te preparas un tribunal terrible y unas cuentas rigurosas. Como, en el caso del perdón de los pecados, el principio estaba en nuestra mano, así en este juicio, en nuestra mano nos pone el Señor la medida de la sentencia. Porque no hay que injuriar ni insultar, sino amonestar; no acusar, sino aconsejar; no atacar con orgullo, sino corregir con amor. Porque no a tu prójimo, sino a ti mismo te condenas a último suplicio si no le tratas con consideración cuando tengas que dar sentencia sobre lo que él hubiere pecado.

Mirad cómo estos dos mandamientos son no sólo ligeros, sino fuente de grandes bienes para quienes los siguen, así como, naturalmente, de grandes males para los que los desobedecen. Porque el que perdona a su prójimo, a sí mismo antes que a éste se absuelve de sus pecados, y eso sin trabajo ninguno; y el que con miramiento e indulgencia examina las faltas de los otros, para sí mismo se extendió también con su sentencia una cédula de perdón. -Pues ¿qué? -me dirás-. Si uno comete un acto deshonesto, ¿no voy a decir que la fornicación es un mal, ni podré corregir al lascivo? -Sí, corrígele en hora buena, pero no como quien le declara la guerra, no como enemigo que le pide cuentas, sino como médico que prepara una medicina. Porque no te mandó Cristo que no apartes a tu hermano del pecado, sino que no lo juzgues, es decir, que no seas para él un juez duro. Por otra parte, como ya he dicho, no se trata de pecados grandes y manifiestos, sino de menudencias que ni parecen pecados. Por eso dijo: ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano? Que es lo que ahora hacen muchos. Apenas ven a un monje que tiene un vestido de más, al punto le echan en cara la ley del Señor, cuando ellos están cometiendo rapiñas sin cuento y pasan el día entero en tratos de avaricia. Si le ven tomar una comida un poco más abundante, se convierten en jueces ásperos, cuando ellos se emborrachan y pasan los días en la crápula. Y, por otro lado, no advierten que, aparte de sus propios pecados, amontonan más fuego eterno con esos juicios y se cortan todo camino de defensa y excusa.

Tú mismo, al juzgar así a tu prójimo, te has puesto el primero para que se examinen también con todo rigor tus acciones. No tienes, pues, derecho a quejarte de que a ti también se te pida cuenta muy estrecha (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 1-2 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás» (Mt 7,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        ¿Podemos liberarnos de la necesidad de juzgar a los otros?

Sí, podemos hacerlo afirmando para nosotros mismos esta verdad: somos los hijos e hijas amados de Dios. Mientras continuemos viviendo como si fuéramos lo que hacemos, lo que tenemos y lo que los otros piensan de nosotros, seguiremos estando llenos de juicios, de opiniones, de valoraciones y de condenas. Seguiremos prisioneros de la necesidad de poner a las personas y las cosas en su «justo» lugar. En la medida en que abracemos la verdad de que nuestra identidad no está arraigada en nuestro éxito, en nuestro poder o en nuestra popularidad, sino en el amor infinito de Dios, en esa misma medida podremos liberarnos de nuestra necesidad de juzgar [...]. Sólo cuando afirmemos el amor de Dios, el amor que trasciende todo juicio, podremos superar todo temor al juicio. Cuando hayamos conseguido liberarnos por completo de la necesidad de juzgar a los otros, entonces conseguiremos liberarnos también por completo del miedo a ser juzgados.

La experiencia del no deber juzgar no puede coexistir con el miedo a ser juzgados; tampoco la experiencia del amor de un Dios que no juzga puede coexistir con la necesidad de juzgar a los demás. Eso es lo que entiende Jesús cuando dice: «No juzguéis y no seréis juzgados». El nexo entre las dos partes de esta Frase es el mismo nexo que existe entre el amor a Dios y el amor al prójimo. No se pueden separar. Ese nexo no es, sin embargo, un simple nexo lógico que podamos argumentar. Es antes que nada y sobre todo un nexo del corazón que establecemos en la oración (H. J. M. Nouwen, Vivere nello spiríto, Brescia 41998, pp. 54-5Ó, passim [edición española: Aquí y ahora: viviendo en el espíritu, San Pablo, Madrid 1998]).

 

Día 24

Natividad de san Juan Bautista (24 de junio)

 

Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el «precursor» de Jesús.

Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.

La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti».

4 Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

5 Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

6 Él dice: «No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra».

 

**• Entre los «cantos del siervo de YHWH», el que hemos leído se caracteriza porque pone muy de manifiesto el sentido y la naturaleza de la misión que se le confió a éste desde el día en que fue concebido en el seno de su madre: una circunstancia que corresponde bien a san Juan Bautista. El siervo de YHWH recibe del Señor un nombre, una llamada, una revelación. Se le reserva un trato especial en consideración a la misión -igualmente especial- que le espera. A él se le revela esa gloria que él deberá hacer resplandecer ante los que escucharán su palabra.

La misión del siervo de YHWH conocerá también, no obstante, las dificultades y las asperezas de la crisis, justamente como le sucederá a Juan el Bautista. El verdadero profeta, sin embargo, sólo espera de Dios su recompensa, y confía en la «defensa» que sólo Dios puede asegurarle. Por último, sorprende en esta lectura la apertura universalista de la misión del siervo de YHWH: será «luz de las naciones para que mi salvación llegue

hasta los confines de la tierra» (v. 6).

 

Segunda lectura: Hechos 13,22-26

En aquellos días, decía Pablo:

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de su venida, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia.

25 El mismo Juan, a punto ya de terminar su carrera, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a quienes se dirige este mensaje de salvación.

 

**• En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.

En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.

Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Ésta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66.80

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan.

61 Le dijeron: -No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque, efectivamente, el Señor estaba con él-

80 El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.

 

**• El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.

Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre -el de Juan- que es preludio de otro nombre: el de Jesús.

Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).

Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.

 

MEDITATIO

Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la perra meditar sobre el deber de preparar la servida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.

Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.

 

ORATIO

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a ser «voz»: concédenos reconocer tu Palabra, reconocer la única Palabra de vida eterna, para que anunciemos esta sola Verdad a los hermanos. Oh Dios de nuestros padres,

tú nos llamas a ser «el amigo del Esposo»; hazme solícito a preparar los corazones de los hombres, para que estén bien dispuestos a acogerlo.

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a señalar el Cordero de Dios a los hombres: haz que nunca me ponga sobre él, sino que él crezca y yo mengüe.

 

CONTEMPLATIO

Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto [...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas [...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Le 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre (Sofronio de Jerusalén, Le omelie, Roma 1991, pp. 159ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia hoy estas palabras referidas al Bautista: «Serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Le 1,76).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.

Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia.

Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ¡limitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y -por muy dura que pueda ser- con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo (A. von Speyr, // Verbo si fa carne, Milán 1982, I, pp. 64ss).

 

 

Día 25

Miércoles de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 22,8-13; 23,1-3

En aquellos días,

8 el sumo sacerdote Jelcías dijo al secretario Safan: -He encontrado el libro de la Ley en el templo del Señor. Se lo entregó a Safan, y él lo leyó.

9 Luego, fue a informar al rey y le dijo: -Tus siervos han recogido el dinero del templo y se lo han dado a los que dirigen las obras, a los responsables del templo del Señor.

10 Después le dio la noticia: -El sacerdote Jelcías me ha dado este libro. Y Safan lo leyó ante el rey.

11 Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley, rasgó sus vestiduras

12 y dio esta orden al sacerdote Jelcías, a Ajicán, hijo de Safan, a Acbor, hijo de Miqueas, al secretario Safan y a Asayá, ministro real:

13 -Id a consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá sobre las palabras del libro que acaba de ser encontrado. Tiene que ser grande la ira del Señor contra nosotros, porque nuestros antepasados no han obedecido las palabras de este libro ni han cumplido lo que está escrito en él.

23,1 El rey mandó convocar a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén.

2 Después subió al templo del Señor con toda la gente de Judá y todos los habitantes de Jerusalén: sacerdotes, profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. Leyó ante ellos todas las palabras del libro de la alianza encontrado en el templo del Señor

3 y, puesto de pie junto a la columna, selló ante el Señor una alianza, comprometiéndose a seguirlo, a guardar sus preceptos, mandamientos y leyes con todo su corazón y toda su alma, y a practicar las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro. Y todo el pueblo ratificó esta alianza.

 

*•• A Ezequías, curado milagrosamente por Isaías (2 Re 1,11; cf. Is 36-38), le sucedió el largo reinado de Manases (687-642), durante el que la apostasía llegó hasta el punto de que se perdieron las huellas del mismo libro de la alianza (2 Re 23,2.21): probablemente se trata de la sección legislativa del Deuteronomio, donde se reivindicaba un solo Dios y un solo templo. El «impío Manases», comparable a Ajab por su ferocidad, según la tradición hizo cortar en dos al profeta Isaías. Después de él vino Josías (640-609), tataranieto de Ezequías, bajo cuyo gobierno fue encontrado el libro de la Ley, y esto sonó a reproche por la conducta infiel del pueblo de Dios, de cuya parte la profetisa Juldá anunciaba un indefectible castigo (2 Re 22,14-20). Eso impulsó al rey a dar lectura de la Ley y a renovar la alianza, como ya sucedió en el Sinaí (Ex 24,7ss) y en Siquén (Jos 24,25-27), y también a convocar una celebración solemne de la pascua. Por otra parte, Josías continuó esperando la deseada reforma, aprovechando asimismo una menor presión Asiria (2 Re 23,4-30).

 

Evangelio: Mateo 7,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?

17 Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.

18 No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos.

19 Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego.

20 Así que por sus frutos los conoceréis.

 

*•• Jesús pone en guardia a sus discípulos contra los «falsos profetas» y les indica el criterio de la verdad de la conducta cristiana. Consiste éste en los «frutos» que se esté en condiciones de producir. Mateo denunciará de manera repetida, en el discurso escatológico del Señor, la insidia que constituyen los falsos profetas (Mt 24,11.24). La enseñanza de la Didajé no difiere de ésta (11, 4-8).

La imagen del árbol -y en particular del árbol de la vid- tiene aquí la función de indicar al pueblo de Dios y era una imagen que resultaba familiar a los oyentes de Jesús (cf. Is 5,lss; Jr 2,21; Mt 15,13; Jn 15,1-8). Por el fruto se reconoce el árbol, del mismo modo que también el árbol produce frutos conformes a su naturaleza: puede tratarse de un árbol bueno o de un árbol enfermo, viciado.

 

MEDITATIO

Jerónimo nos hace caer en la cuenta de que Jesús nos invita a no detenernos en el «vestido», en las apariencias, y a tomar como criterio de valoración de la conducta humana los «frutos» que produce. Puedo detenerme en la meditación sobre los frutos que acompañan a la vida del cristiano. Los encuentro en las cartas paulinas (Gal 5,22; Rom 14,17; Ef 5,9) y los dispongo siguiendo la triple referencia con la que presenta al ser humano la Escritura, referencia que gravita sobre el corazón, los labios y la mano. El corazón constituye el centro profundo de nuestro ser; la boca preside la comunicación, y la mano, verdadera prolongación de la conciencia, preside la acción.

Realizo un travelín introspectivo, deteniéndome en la meditación sobre los tres centros de gravedad: Corazón: caridad, magnanimidad, fidelidad, justicia. Boca: alegría, benevolencia, mansedumbre, verdad. Mano: paz, bondad, dominio de sí mismo, «dedo de la diestra de Dios».

 

ORATIO

Señor, soy un sarmiento injertado en ti, árbol de la verdadera vida. De ti me llega la linfa de la Palabra y de la eucaristía. Sólo en ti puedo dar frutos para la vida eterna. Concédeme aceptar las podas que el Padre obra en mí, para que pueda fructificar más.

 

CONTEMPLATIO

Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a la par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos.

Porque los más -nos dice- no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar, lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte de ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él. Por eso añade el Señor: ¡Cuidado con los falsos profetas! Porque vendrán a vosotros vestidos con piel de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. He aquí, a la par de los perros y de los cerdos, otro linaje de celada y asechanza, éste más peligroso que el otro, pues unos atacan franca y descubiertamente y otros entre sombras (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 6 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

«Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.» Estas palabras podemos referirlas a todos aquellos hombres que hablan y se las dan de comportarse de un modo, y luego obran de un modo completamente distinto. Pero, en particular, se refieren a los herejes, que presumen de continencia, castidad y ayuno, pero en su interior tienen un alma enferma que les lleva a engañar a los corazones simples de los hermanos. Por los frutos de su alma, con los que arrastran a los simples a la ruina, son comparados con los lobos rapaces [...].

Ésta es la verdad: mientras el árbol bueno no dé frutos malos da a entender que persevera en la práctica de la bondad; por su parte, el árbol malo continúa dando los frutos del pecado hasta que no se convierte a la penitencia.

En efecto, nadie que continúe siendo lo que ha sido puede empezar a ser lo que aún no es (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La separación entre el mundo y la comunidad se ha realizado. Pero la Palabra de Jesús penetra ahora en la comunidad misma, juzgando y separando. La separación debe realizarse, de forma incesantemente nueva, en medio de los discípulos de Jesús. Los discípulos no deben pensar que pueden huir del mundo y permanecer sin peligro alguno en el pequeño grupo que se halla en el camino angosto. Surgirán entre ellos falsos profetas, aumentando la confusión y la soledad.

Junto a nosotros se encuentra alguien que externamente es un miembro de la comunidad, un profeta, un predicador; su apariencia, su palabra, sus obras, son las de un cristiano, pero interiormente han sido motivos oscuros los que le han impulsado hacia nosotros; interiormente es un lobo rapaz, su palabra es mentira y su obra engaño. Sabe guardar muy bien su secreto, pero en la sombra sigue su obra tenebrosa. Se halla entre nosotros no impulsado por la fe en Jesucristo, sino porque el diablo le ha conducido hasta la comunidad. Busca, quizás, el poder, la influencia, el dinero, la gloria que saca de sus propias ideas y profecías. Busca al mundo, no al Señor Jesús. Disimula sus sombrías intenciones bajo un vestido de cristianismo, sabe que los cristianos forman un pueblo crédulo. Cuenta con no ser desenmascarado en su hábito inocente. Porque sabe que a los cristianos les está prohibido juzgar, cosa que está dispuesto a recordarles en cuanto sea necesario. Efectivamente, nadie puede ver en el corazón del otro. Así desvía a muchos del buen camino. Quizás él mismo no sabe nada de todo esto; quizás el demonio que le impulsa le impide ver con claridad su propia situación.

Ahora bien, tal declaración de Jesús podría inspirar a los suyos un gran terror. ¿Quién conoce al otro? ¿Quién sabe si detrás de la apariencia cristiana no se oculta la mentira, no acecha la seducción? Una desconfianza profunda, una vigilancia sospechosa, un espíritu angustiado de crítica podrían introducirse en la Iglesia. Esta palabra de Jesús podría incitarles a juzgar sin amor a todo hermano caído en el pecado. Pero Jesús libera a los suyos de esta desconfianza que destruiría a la comunidad. Dice: el árbol malo da frutos malos. A su tiempo se dará a conocer por sí mismo. No necesitamos ver en el corazón de nadie. Lo que debemos hacer es esperar hasta que el árbol dé sus frutos Cuando llegue su tiempo, distinguiréis los árboles por sus frutos.

Y el fruto no puede hacerse esperar mucho. Lo que se trata aquí no es la diferencia entre la Palabra y la obra, sino entre la apariencia y la realidad. Jesús nos dice que un hombre no puede vivir mucho tiempo de apariencias. Llega el momento de dar los frutos, llega el tiempo de la diferenciación. Tarde o temprano se revelará lo que realmente es. Poco importa que el árbol no quiera dar fruto. El fruto viene por sí mismo. Cuando llegue el momento de distinguir un árbol de otro, el tiempo de los frutos lo revelará todo. Cuando llegue el momento de la decisión entre el mundo y la Iglesia, lo que puede ocurrir cualquier día, no sólo en las grandes decisiones, sino también en las decisiones ínfimas, vulgares, entonces se revelará lo que es malo y lo que es bueno. En ese instante sólo subsistirá la realidad, no la apariencia (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 126-127).

 

 

Día 26

Jueves de la 12ª semana del Tiempo ordinario o San Pelayo

          Pelayo (o Paio), nació en Galicia en la actual diócesis de Tui-Vigo en el año 911, probablemente en la parroquia de Albeos. El cual confesando la fe católica, por órden de Abderramen, rey de los sarracenos, fue despedazado miembro por miembro con unas tenazas de hierro, consumando así gloriosamente su martirio.

          Eran los duros tiempos en los que España sentía sobre si el duro peso de la dominación musulmana, que tan poco aprecio siente por la virtud de la castidad. Y, de en medio de este mundo, Dios iba a elegir para si la flor pura del alma de Pelayo, cuando apenas si se había abierto a la vida. Junto con su tío, el obispo de Tui Hermigio fue apresado y llevado a Córdoba a raíz de la batalla de Valdejunquera, del año 920, permanece como rehén a fin de facilitar la liberación de su ilustre tío que a su retorno a Galicia debía conseguir una fuerte suma convenida.

          Allí, el califa se sintió torpemente atraído por la esbelta figura del muchacho de catorce años, horrorizado éste más por la monstruosidad de la proposición que por los posibles castigos que supondría su negativa, antepuso el amor de Dios a las seducciones del mundo y guardó el corazón limpio. Recibió el martirio el día 26 de junio del año 925. La sangre de los mártires ha hecho germinar siempre aquella tierra que ha recibido su riego, de ahí que el cuerpo sin vida del joven Pelayo haya recibido el culto desde muy pronto con gran respuesta de gracias por su parte. En un principio fue trasladado de Córdoba a León, pasando más tarde a Oviedo, donde recibe veneración en el monasterio de San Benito que lleva su nombre. Es Patrono del Seminario Menor de Tui.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 24,8-17

8 Jeconías comenzó a reinar a los dieciocho años y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre, Nejustá, era hija de Elnatán, natural de Jerusalén.

9 Ofendió con su conducta al Señor, como su padre.

10 En su tiempo, el ejército de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subió contra Jerusalén y sitió la ciudad.

11 El mismo Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó mientras su ejército sitiaba la ciudad.

12 Jeconías salió a su encuentro con su madre, sus cortesanos, sus jefes y sus criados. El rey de Babilonia los hizo prisioneros el año octavo de su reinado.

13 Como había dicho el Señor, se llevó todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio real y machacó todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el templo del Señor.

14 Deportó a toda Jerusalén, a todos los grandes y poderosos, en número de diez mil, y a todos los herreros y cerrajeros. Sólo dejó a la población más pobre del país.

15 Deportó a Jeconías y a su madre, a sus mujeres, a sus criados y a los nobles del país y los llevó cautivos de Jerusalén a Babilonia.

16 También se llevó a todos los ricos, que eran unos siete mil, a los herreros y cerrajeros, que eran unos mil, y a todos los hombres aptos para la guerra.

17 El rey de Babilonia puso en lugar de Jeconías a su tío Matanías, a quien puso el nombre de Sedecías.

 

*+• A la amenaza de Asiria (que mientras tanto se había apoyado en Egipto para contener el expansionismo babilónico) subintró el de Babilonia. Una vez caída Nínive (612), Nabucodonosor se convirtió en rey de Babilonia (605) y se apoderó del frágil reino de Jeconías.

Conquistó Jerusalén en la primavera del año 598 y procedió a una primera deportación en la que se vio implicado el profeta Daniel. En sustitución de Jeconías, un inepto para las armas, fue nombrado Sedecías (598-587) como rey de Judá. En esta situación se desarrolló la labor del profeta Jeremías (Jr 22,13-17).

El autor sagrado relaciona siempre los dramas de su pueblo con la infidelidad al Señor (v. 9, que recuerda los funestos acontecimientos acaecidos bajo Joaquín, padre de Jeconías, narrados al comienzo del capítulo 24).

 

Evangelio: Mateo 7,21-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.

22 Muchos me dirán ese día: -¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23 Pero yo les responderé: -No os conozco de nada. ¡Apartaos de mí, malvados!

24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca.

25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca.

26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.

28 Cuando Jesús terminó este discurso, la gente se quedó admirada de su enseñanza,

29 porque les enseñaba con autoridad, y no como sus maestros de la Ley.

 

**• La conclusión del «sermón del monte» incluye una puesta en guardia contra la presunción de salvarse en virtud de la invocación del nombre divino, sin que esta invocación vaya acompañada de un comportamiento coherente, o en virtud de acciones carismáticas que no van acompañadas por la caridad (cf. 1 Cor 13), aun cuando puedan ser signos de la propia fe, como nos enseña Me 16,17. «Profetizar, realizar milagros y expulsar demonios», sostiene Jerónimo, «no revela en ocasiones los méritos de quien realiza tales acciones: es la invocación del nombre de Cristo lo que hace posibles semejantes hechos, que son concedidos para condena de aquellos que invocan a Cristo y en beneficio de cuantos son testigos suyos. Los que realizan milagros, aunque desprecien a los hombres, honran, no obstante, a Dios, en cuyo nombre se llevan a cabo los prodigios». La alternativa frente a la que se nos pone está contenida entre los términos «decir» y «hacer».

Hay que señalar, a continuación, que Cristo se pone a sí mismo como referencia (Mc dirán...; estas palabras mías...) en el juicio final (cf. Mt 25). También resulta indicativo el subrayado del muchos: «Muchos me dirán...». En el texto original se lee un «entonces yo declararé» que es una clara alusión al «día del Señor», al día del juicio.

El hecho de que Cristo declare no conocer (como en la parábola de las vírgenes necias: Mt 25,12) a tales «obradores de iniquidad» (cf. Mt 13,41; 24,12, donde se repite el mismo término) recuerda la fórmula judía de excomunión pronunciada por el maestro, fórmula que comportaba la suspensión temporal del discípulo.

El sermón del monte vuelve a proponer el gran esquema de las bendiciones y de las maldiciones frente a las que se ponía al pueblo de la alianza (Lv 26; Dt 28) y termina con la expresión «su ruina fue grande», que establece un contraste singular con las palabras del comienzo: «Dichosos...». Hemos de señalar aún el simbolismo escondido en los términos «roca» (Cristo) y «casa» (Iglesia).

Por último, presenta Cristo una doble escucha: la superficial y no comprometida y la activa, así como el diferente desenlace de una y otra. No sin razón nos pone en guardia el Señor en el evangelio de Lucas, diciendo: «Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18). También Santiago vuelve en su Carta (1,22-25) sobre la doble escucha. «Por consiguiente, el hombre no teme de palabra las nubladas supersticiones, porque no se puede entender de manera diferente la lluvia cuando se usa como símbolo de un mal; no teme las charlas de los hombres que supongo en analogía con los vientos, o bien el río de esta vida que discurre, por así decir, sobre la tierra con los estímulos carnales. Quien se deja conducir por el curso favorable de estas tres eventualidades se ve arrollado por la inversión del curso. En cambio, no teme nada de la lluvia ni del viento quien ha construido su casa sobre la roca, o sea, quien no sólo escucha, sino que pone en práctica la Palabra del Señor. Y quien la escucha y no la pone en práctica se arriesga a todo esto; en efecto, carece de un fundamento firme; al escuchar y no practicar construye su caída» (Agustín).

 

MEDITATIO

        «Si alguien vive la Palabra de Dios, se convierte en hijo de Dios» (Jerónimo) y como tal será reconocido a su entrada en el Reino. Jesús censura a cuantos «enseñan bien y viven mal» {Glosa), a cuantos reconocen su señorío pero no cumplen sus leyes, a cuantos olvidan que «la santidad sólo es perfecta en quien cumple con las obras lo que enseña con la palabra» (Jerónimo). Cristo, con la intención de resumir su mensaje, nos presenta la parábola de la casa y de los dos terrenos sobre los que ha sido construida. San Atanasio escribe que la roca es el mismo Cristo; la casa construida sobre él es el edificio de nuestra fe; los vientos que la agitan son las fuerzas del mal; las aguas representan el conjunto de las tentaciones que amenazan con arrollar la vida de los justos.

No tengo más que preguntarme, en la meditación, sobre qué fundamento estoy construyendo mi edificio espiritual: «El día del Señor pondrá de manifiesto la obra de cada cual, porque ese día vendrá con fuego, y el fuego pondrá a prueba la obra de cada uno. Aquel cuyo edificio resista recibirá premio» (1 Cor 3,13-14).

 

ORATIO

Señor, ¿estaré entre aquellos a quienes alejarás de ti in remisión en el día del juicio? ¡Cuántas veces he invocado tu nombre! ¡Cuántas obras estruendosas he realizado en tu nombre! Sin embargo, la solidez de mi edificio espiritual no ha estado a la altura. La superficialidad, la incoherencia y la inconstancia me impiden construir una casa digna de convertirse en tu morada estable.

 

CONTEMPLATIO

        Cierto, insufribles son el infierno y el castigo que allí se padece. Sin embargo, aun cuando me pongas mil infiernos delante, nada me dirás comparable con la pérdida de aquella gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener que oír de su boca: No te conozco; de que nos acuse de que le vimos hambriento y no le dimos de comer. Cierto, más valiera que mil rayos nos abrasaran que no ver que aquel manso rostro nos rechaza y que aquellos ojos serenos no pueden soportar el mirarnos. Porque si, cuando yo era enemigo suyo y le aborrecía y le rechazaba, de tal modo me amó que no se perdonó a sí mismo y se entregó a la muerte por mí, ¿con qué ojos podré mirarle si después de todos esos beneficios, cuando le vi hambriento, no le di un pedazo de pan?

Mas considerad aún aquí su mansedumbre, pues no nos hace la enumeración de sus beneficios ni nos echa en cara que, después de tantos recibidos, le hemos despreciado.

No nos dice el Señor: «Yo soy el que te saqué del no ser al ser, yo te inspiré el alma, yo te constituí sobre todas las cosas de la naturaleza. Por ti hice la tierra y el cielo y el mar y el aire y cuanto existe, y tú me despreciaste y me tuviste en menos que al diablo. Y, sin embargo, ni aun así te abandoné, sino que, después de todo eso, inventé mil invenciones de amor y quise hacerme esclavo y fui abofeteado y escupido y crucificado, y morí con la más afrentosa de las muertes. Y por ti intercedo también en el cielo, y te hice gracia del Espíritu Santo, y te concedí por mi dignación mi propio Reino, y quise ser cabeza tuya; tu esposo, y tu vestido, y tu casa, y tu raíz, y tu alimento, y tu bebida, y tu pastor, y tu rey, y tu hermano, y tu heredero, y coheredero, y te saqué de las tinieblas al poder de la luz» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 8 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El hombre sensato edifica su casa sobre roca» (cf. MI 7,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pero la separación provocada por la llamada de Jesús al seguimiento es aún más profunda. Tras la separación del mundo y de la Iglesia, de los cristianos falsos y verdaderos, la separación se sitúa ahora en medio del grupo de los discípulos que confiesan su fe. Pablo afirma: «Nadie puede decir "Jesús es señor" sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Con la propia razón, con las propias fuerzas, con la propia decisión, nadie puede entregar su vida a Jesús ni llamarle su señor. Pero aquí se tiene en cuenta la posibilidad de que alguno llame a Jesús su señor sin el Espíritu Santo, es decir sin haber escuchado la llamada de Jesús.

Esto resulta tanto más incomprensible cuanto que en aquella época no significaba ninguna ventaja terrena llamar a Jesús su señor; al contrario, se trataba de una confesión que implicaba un gran peligro. «No todo el que me dice: "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos...». Decir «Señor, Señor» es la confesión de fe de la comunidad. Pero no todo el que pronuncia esta confesión entrará en el Reino de los Cielos.

La separación se producirá en medio de la Iglesia que confiesa su fe. Esta confesión no confiere ningún derecho sobre Jesús. Nadie podrá apelar nunca a su confesión. El hecho de que seamos miembros de la Iglesia de la confesión verdadera no constituye un derecho ante Dios. No nos salvaremos por esta confesión.

Jesús revela aquí a sus discípulos la posibilidad de una fe demoníaca, que le invoca a él, que realiza hechos milagrosos, idénticos a las obras de los verdaderos discípulos de Jesús, hasta el punto de no poder distinguirlos, actos de amor, milagros, quizás incluso la propia santificación, una fe que, sin embargo, niega a Jesús y se niega a seguirle. Es lo mismo que dice Pablo en el c. 13 de la primera carta a los corintios sobre la posibilidad de predicar, de profetizar, de conocerlo todo, de tener incluso una fe capaz de trasladar las montañas... pero sin amor, es decir, sin Cristo, sin el Espíritu Santo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 127-129).

 

Día 27

El Sagrado Corazón de Jesús

(Viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés)

       Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, que, siendo manso y humilde de corazón, exaltado en la cruz fue hecho fuente de vida y de amor, del que se sacian todos los hombres (elog. del Martirologio Romano)

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 7,6-1 1

Moisés habló al pueblo diciendo:

6 Tu eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, y a tí te ha elegido el Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la tierra.

7 El Señor se fijó en vosotros y os eligió no porque fuerais mas numerosos que los demás pueblos, pues sois el más pequeño de todos,

8 sino por el amor que os tiene y para cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados. Por eso os ha sacado de Egipto con mano fuerte y os ha librado de la esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto.

9 Reconoce, pues, que el Señor tu Dios, es un Dios fiel, que cumple sus pactos y tiene misericordia por mil generaciones con quienes le aman y cumplen sus mandamientos,

10 pero castiga a los que le odian y al punto los hace perecer; a quien le odia, él le castiga.

11 Guarda, pues, los mandamientos, las leyes y los preceptos que yo te prescribo hoy.

 

El libro del Deuteronomio consta de tres partes y la primera está formada por dos discursos de Moisés. El texto de esta lectura pertenece al segundo discurso, un relato histórico que se fija en los acontecimientos del Horeb, el Decálogo y el código legal deuteronomista. La perícopa tiene como tema central la elección del pueblo de Israel y la predilección de Dios, libre, gratuita y amorosa, por este pueblo. Las palabras iniciales del texto (v. 6) revelan la elección, la consagración y la santidad del pueblo. E, inmediatamente, destaca la motivación profunda de este privilegio: el amor libre y gratuito de Dios. El pueblo ha sido elegido y consiguientemente, ha sido santificado; ha sido consagrado al Señor para que sea su propiedad. No se trata de una cualidad intrínseca que posea en si mismo, sino de una condición particular de su existencia que deriva de la elección de Dios, es decir de la decisión de Dios de separarlo y consagrarlo a su servicio. Esta elección ha sido ratificada por la alianza. La teología de la elección es un tema característico del Deuteronomio y la revelación veterotestamentaria: Israel es, esencialmente, el pueblo de Dios, el pueblo separado, el pueblo consagrado a Dios; es el pueblo de la alianza.

La continuación del texto refiere las consecuencias que comporta la revelación del amor gratuito de Dios: pertenecer a Dios requiere una conducta digna, obliga a ser conscientes de la propia pequeñez y tomar conciencia de la elección, y exige reconocer a Dios como el único y verdadero Señor a quien hay que darle culto auténtico, observando los mandamientos, y corresponderle fielmente a su amor Al pueblo, ante el amor gratuito de Dios, le toca responden con admiración y entusiasmo, con gratitud laboriosa y cumplida lealtad.

 

Segunda lectura: 1 Juan 4,7-16

7 Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor

9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.

10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.

11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección.

13 En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu.

14 Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

15 Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

 

¤• El tema central de la primera carta de Juan es la comunión con Dios, y lo desarrolla siguiendo un movimiento en espiral. El autor parte de una convicción: los creyentes participan de la vida divina. Y, acto seguido, les indica a los destinatarios las condiciones para conseguir la vida eterna y los criterios para reconocerla.

La caridad, considerada anteriormente en la epístola en su aspecto parenético y cristológico, ahora es vista específicamente en su vertiente divina y teológica: <<Dios es amor>> (vv. 8.16). Dios es <<agàpe». No es ni una teoría sobre Dios ni una definición filosófica o metafísica de su naturaleza; es una descripción operativa y salvadora: <<Dios es amor» significa que Dios nos ama. Dios ama a Israel y le manifiesta su amor eligiéndolo; a nosotros nos ha manifestado de modo supremo su amor a través de su Hijo unigénito (<<Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él», v 9) y del Espíritu Santo (<<él nos ha dado su Espíritu», v. 13), dos dones inmensos.

El envío del Hijo y del Espíritu, a nosotros, marca la total y absoluta autodonación de Dios, la suprema revelación. Dios nos manifiesta el amor, la caridad, el agàpe. El Hijo, por su parte, manifiesta el amor haciéndose víctima sacrificial de expiación por nuestros pecados. Dios, siendo amor y donándose a través del Hijo y del Espíritu Santo, nos comunica la capacidad de amar con su mismo amor

 

Evangelio: Mateo 11,25-30

25 Entonces Jesús dijo:

-Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

•• El texto del evangelio de Mateo pertenece a la sección narrativa y presenta el rechazo que encontrará el Reino entre los hombres según la voluntad y el designio divinos.

El texto de la lectura se articula en tres partes. La primera (vv. 25ss) es el himno de bendición y alabanza que Jesús dirige al Padre por el designio de salvación elegido, consistente en revelar <<a los sencillos» los misterios del Reino y en escondérselos <<a los sabios y prudentes>>, es decir a los fariseos y a los escribas. El motivo profundo de esta elección es porque así le ha parecido bien (la eudokía, la complacencia). Dicho de otra forma, por su libertad para amar y elegir.

La segunda parte es la revelación de la relación íntima entre el Padre y el Hijo (v. 27). Esta relación la presenta como un <<conocimiento», entendido no solo como comunicación intelectual, sino como total intimidad de vida, con las siguientes características: exclusivo (nadie.,. sino... »), recíproco, permanente e idéntico. A la hora de revelarse, el Padre y el Hijo ostentan la mismísima condición divina, recíprocamente íntimos el uno al otro e inaccesibles para todos los demás. El Padre y el Hijo son iguales en dignidad. Es la revelación de la clara conciencia que tiene Jesús de ser semejante al Padre.

En la tercera parte (vv. 28-30), Jesús se presenta como <<sencillo y humilde de corazón>>, los mismos términos empleados para definir y calificar a los pobres. Jesús asume la actitud religiosa del <<sencillo y pobre de corazón>> y se ofrece como maestro de sabiduría y consuelo. Invita a los fatigados y agobiados por las penalidades y las angustias de la vida a encontrarse con él, que los aliviaré. La presencia del vocablo <<corazón», precisamente en este día de fiesta, ofrece un claro mensaje evangélico: en el corazón de Jesús reside la plenitud no solo de la humanidad, sino también de la divinidad.

 

MEDITATIO

En las tres lecturas esta presente el tema del amor: Dios elige a Israel y lo consagra como pueblo de su heredad porque lo ama. Dios envía a su Hijo unigénito y dona el Espíritu Santo porque Dios es amor; nos ama enormemente y, a través del envío del Hijo y el don del Espíritu, se manifiesta como amor caridad, agàpe. En el texto evangélico, Dios revela los misterios del Reino a los pequeños, y no a los sabios y entendidos, porque los ama. Jesús repone los ánimos de quienes acuden a él porque es sencillo y humilde de corazón, porque es amable y ama.

El centro y el vértice de la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús esta en el culto al amor salvífico por nosotros; en él se encuentra la raíz de todas las gracias, de todos los favores, de todas las bondades que continuamente recibimos. Sobre todo, el don de la vida divina, de la filiación divina a través del bautismo, perfeccionada en la confirmación, nutrida en la eucaristía, recobrada en el perdón y vertida abundantemente en todos los sacramentos que derivan de la pasión y muerte de Cristo, el acto supremo de amor, ya que <<nadie tiene amor mas grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

 

ORATIO

Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros, sino para él, que por nosotros murió y resucité, envié, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo (plegaria eucarística IV).

 

CONTEMPLATIO

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador, en cierto modo, refleja la imagen de la divina Persona del Verbo y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no solo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos tanto el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el apóstol: Cristo ama a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la Palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni casa semejante, sino siendo santa e inmaculada (Ef 5,25-27).

Cristo ha amado a la Iglesia y la sigue amando intensamente (1 Jn 2,1) con ese amor que le mueve a hacerse nuestro abogado para proporcionarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7,25). La plegaria, que brota de su inagotable amor; dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna (Pío XII, encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, III, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Aprended de mi que soy sencillo y humilde de corazón>> (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Oh Señor Jesús, [haciéndote hombre] nos has mostrado el inmenso amor de Aquél que te ha enviado, tu Padre celestial! A través de tu corazón humane vislumbramos tenuemente el amor divino con el que somos amados y con el cual tu nos amas, porque tu y el Padre sois uno.

¡Es tan difícil para mí creer plenamente en el amor que surge de tu corazón...! Soy inseguro y timorato, estoy indeciso y desalentado. Mientras que de palabra digo que creo plena e incondicionalmente en tu amor, sigo buscando afecto, apoyo, aceptación y elogios entre los demás, esperando de los mortales aquello que solo tu me puedes dar. Oigo claramente tu voz: <<Venid a mi todos los que estéis fatigados y agobiados y yo os aliviaré... que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt.11,28ss); sin embargo, corro en otras direcciones, como si no confiara en ti y, de alguna manera, me sintiera más seguro en compañía de personas que tienen el corazón dividido y, a menudo, confuso.

Oh Señor; ¿por que deseo con ansia recibir halagos y cumplidos de las demás personas, incluso cuando la experiencia me enseña lo limitado y condicionado que es el amor que viene del corazón humano? Son tantos quienes me han demostrado su amor y su cariño, tantos los que me han dirigido palabras consoladoras y estimulantes, tantos los que han sido tan amables y me han manifestado su perdón..., pero nadie ha llegado al hondón, a ese lugar profundo y recóndito donde residen mis temores y esperanzas. Solo tú conoces aquel sitio, Señor [...]. Tu corazón esta tan deseoso de amarme, tan inflamado de fervor que me reaviva. Quieres darme un techo, un sentido de pertenencia, un lugar pora vivir, un cobijo donde resguardarme y un refugio donde me sienta seguro. Confío en ti, Señor, sigue ayudándome en los momentos de duda y desengaño (H. J. M. Nouwen, De cuore a cuore. Preghiere al Sacro Cuore di Gesu, Brescia *2000, 19—30).

 

Día 28

INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

          María, Madre de Jesús y nuestra, nos señala hoy su Inmaculado Corazón. Un corazón que arde de amor divino, que rodeado de rosas blancas nos muestra su pureza total y que atravesado por una espada nos invita a vivir el sendero del dolor-alegría.

          La Fiesta de su Inmaculado Corazón nos remite de manera directa y misteriosa al Sagrado Corazón de Jesús. Y es que en María todo nos dirige a su Hijo. Los Corazones de Jesús y María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad...

 

 

LECTIO

Primera lectura: Lamentaciones 2,2. 10-14,18-19

10 En tierra están sentados, en silencio, los ancianos de la hija de Sión; se han echado polvo en su cabeza, se han ceñido de sayal. Inclinan su cabeza hasta la tierra las vírgenes de Jerusalén.
11 Se agotan de lágrimas mis ojos, las entrañas me hierven, mi hígado por tierra se derrama, por el desastre de la hija de mi pueblo, mientras desfallecen niños y lactantes en las plazas de la ciudad.
12 Dicen ellos a sus madres: "¿Dónde hay pan?", mientras caen desfallecidos, como víctimas, en las plazas de la ciudad, mientras exhalan el espíritu en el regazo de sus madres.
13 ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen, hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar?
14 Tus profetas vieron para ti visiones de falsedad e insipidez. No revelaron tu culpa, para cambiar tu suerte. Oráculos tuvieron para ti de falacia e ilusión.
18 ¡Clama, pues, al Señor, muralla de la hija de Sión; deja correr a torrentes tus lágrimas, durante día y noche; no te concedas tregua, no cese la niña de tu ojo!
19 ¡En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza la ronda; como agua tu corazón derrama ante el rostro del Señor, alza tus manos hacia él por la vida de tus pequeñuelos (que de hambre desfallecen por las esquinas de todas las calles)!

 

       ***> En los cinco poemas de Lamentaciones, el recuerdo de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor y las tropas babilónicas en 587/86 a.C. todavía es muy vivo (2 Reyes 25:8-21), y no hay esperanza de una liberación inminente, lo cual es típico de los textos proféticos al final del exilio. Por lo tanto, es común fechar los poemas en los inicios del exilio, en las décadas después de la destrucción (585-550 a.C.). Lamentaciones expresa el profundo duelo de los sobrevivientes en Palestina y procura explicar la tragedia. Interpreta el triunfo del enemigo opresor como justo castigo divino por los pecados de Judá y Jerusalén, e insiste en que el poder soberano de Yahvé siempre operaba detrás del poder imperial babilónico. Esta convicción provee la base para los inicios de una renovada esperanza.

 

Evangelio: Mateo 8,5-17

5 Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó

6 diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.»

7 Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.»

8 Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.

9 Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.»

10 Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.

11 Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos,

12 mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

13 Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído.» Y en aquella hora sanó el criado.

14 Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre.

15 Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle.

16 Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos,

17 para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: " El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. "

 

*•• ¡Nada maravilla tanto a Jesús como la fe! El encuentro en Cafarnaún con el centurión tiene su centro precisamente en la manifestación de su fe y en el gran elogio proclamado por Jesús. Es paradójica la identidad del que reclama la ayuda de Jesús: se trata nada menos que de una persona impura, puesto que es un pagano, un soldado representante del poder responsable de la ocupación de la tierra de Israel. Y, sin embargo, explícita su propia fe convencida, concreta, acompañada por un profundo sentido de su propia indignidad siendo consciente de no poder presentar ninguna excusa (v. 8).

Reconoce la elección de Israel, pero en su fe auténtica sabe que el poder de la Palabra de Dios, manifestado en Jesús, no tiene fronteras. Y como él experimenta en su vida ordinaria la eficacia de sus órdenes como centurión, con mayor razón será eficaz la palabra de Jesús contra la enfermedad del siervo.

Aquí aparece la reacción de Jesús, estupefacto y asombrado, que alaba la fe de este "pagano" como auténtica fe salvífica. El evangelista, al conservar esta narración, propone en el comportamiento del oficial romano un ejemplo del camino de fe del discípulo; se pasa de la confianza en Jesús que puede y quiere curar, a la acogida de su persona como enviado de Dios, a la apertura sincera y total de la fe.

Mateo añade una frase evocando el banquete al final de los tiempos en que también participarán los paganos. No es un pagano quien lo escribe, sino que es Mateo el hebreo, que pretende espabilar y animar a sus propios hermanos, quizás muy seguros de su elección.

 

MEDITATIO

En Jesús, dirigiéndose a la casa del centurión, descubro el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad. Y si Dios manifestado en el Nazareno es aquel que quiere entrar en mi casa, en mi vida, también es el que -como indica el profeta Isaías- desea llevar a cada uno de nosotros a morar en su casa, a compartir su propia vida. Si acepto su Palabra poniéndome en camino, me abrirá la intimidad de su morada. Su amor actúa para formar en mí, en mis hermanos y hermanas una humanidad que olvide el odio, las guerras y el pecado en cualquiera de sus manifestaciones y se dirija hacia la meta de una reconciliación con él y hacia una renovada unión y comunión entre las personas, los grupos y los pueblos.

Dios me invita a colaborar con su sueño, sobre todo acogiéndolo con fe, amando su voluntad y deseando sus promesas. La fe no es herencia étnica, cultural o algo por el estilo, ni siquiera un habitas religioso de algunos, sino la decisión de mi libertad humana por ser alumno en la escuela de la Palabra de Dios que me atrae a sí. Entonces, como el centurión, experimentaré en mi interior sentimientos de humildad y confianza.

Humildad renunciando a salvarme por mis propios medios en un delirio de autosuficiencia; confianza consciente de que el Señor puede salir a mi encuentro en cualquier situación dirigiendo mis pasos por sus caminos de vida y de luz.

 

ORATIO

" Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía, 
yo me ofrezco enteramente a tu Inmaculado Corazón
y te consagro mi cuerpo y mi alma,
mis pensamientos y mis acciones.

Quiero ser como tu quieres que sea, 
hacer lo que tu quieres que haga.
No temo, pues siempre estas conmigo.
Ayúdame a amar a tu hijo Jesús, 
con todo mi corazón y sobre todas las cosas.

Pon mi mano en la tuya para que este siempre contigo."

 

CONTEMPLATIO

Señor, Dios mío, dime por tu misericordia quién eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salvación (Sal 34,3).

Dilo de modo que lo oiga. Ante ti están los oídos de mi corazón, Señor; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu salvación». Que corra tras esta voz y me una a ti. No me escondas tu rostro: que muera porque no muero para verlo.

La casa de mi alma es demasiado estrecha para que puedas entrar: dilátala. Está en ruinas: repárala. Está llena de trastos que no te agradan: lo sé, no lo niego, ¿quién podrá purificarla? A quién sino a ti gritaré: Purifícame, Señor, de mis culpas ocultas, líbrame de mis faltas.

Creo, por eso hablo, Señor, tú lo sabes (San Agustín, Confesiones, 1,5-6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       La historia de la devoción del Inmaculado Corazón se inicia en el siglo XVII, como consecuencia del movimiento espiritual que procedía de San Juan Eudes.

       Más adelante, en diciembre del año 1925 la Virgen Santísima se le apareció a Lucía Martos, vidente de Fátima, y le prometió asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos, se confesasen, recibieran la Sagrada Comunión, rezasen una tercera parte del Rosario, con la intención de darle reparación.

       En la tercera aparición de Fátima, Nuestra Madre le dijo a Lucía: "Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra.... Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes.... Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz.... Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz."

       En un diálogo entre Lucía y Jacinta, ella, de diez años, dijo a Lucía: "A mí me queda poco tiempo para ir al Cielo, pero tú te vas a quedar aquí abajo para dar a conocer al mundo que nuestro Señor desea que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María".

       "Diles a todos que pidan esta gracia por medio de ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado juntamente con el Corazón de su Madre. Insísteles en que pidan la paz por medio del Inmaculado Corazón de María, pues el Señor ha puesto en sus manos la paz del mundo."

       El Papa Pío XII, el 31 de Octubre de 1942, al clausurarse la solemne celebración en honor de las Apariciones de Fátima, conforme al mensaje de éstas, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. Asimismo, el 4 de mayo de 1944 el Santo Padre instituyó la fiesta del Inmaculado Corazón de María, que comenzó a celebrarse el 22 de Agosto. Ahora tiene lugar el Sábado siguiente al Segundo Domingo de Pentecostés.

 

Día 29

San Pedro y san Pablo (29 de junio)

 

Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el colegio apostólico. A Simón Pedro, pescador de Betsaida (cf. Le 5,3; Jn 1,44), Jesús le llamó Kefas- Piedra y le dio el encargo de guiar y confirmar a los hermanos, a pesar de su frágil temperamento. Su característica distintiva es la confesión de la fe. Es uno de los primeros testigos del Jesús resucitado y, como testigo del Evangelio, toma conciencia de la necesidad de abrir la Iglesia a los gentiles (Hch 10-11).

Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.

Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 12,1-11

1 Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia.

2 Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan,

3 y, viendo que este proceder agradaba a los judíos, se propuso apresar también a Pedro. En aquellos días se celebraba la fiesta de pascua.

4 Así que lo prendió, lo metió en la cárcel y encomendó su custodia a cuatro escuadras de soldados, con intención de hacerle comparecer ante el pueblo después de la pascua.

5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia oraba por él a Dios sin cesar.

6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerle comparecer, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, mientras dos guardias vigilaban la puerta de la cárcel.

7 En esto, el ángel del Señor se presentó y un resplandor inundó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el costado y le despertó diciendo: -¡Deprisa, levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos.

8 El ángel le dijo: -Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo así, y el ángel le dijo: -Échate el manto y sígueme.

9 Pedro salió tras él, sin darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacía, pues pensaba que se trataba de una visión.

10 Después de pasar la primera y la segunda guardias, llegaron a la puerta de hierro que da a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado.

11 Y Pedro, volviendo en sí, dijo: -Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí.

 

*• Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Le 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Éste tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios manifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario. El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss).

En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5).

Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss

Querido hermano:

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

18 El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, [ha] concluido [su] carrera» (v. 7).

Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa» (v. 8).

La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

*•• La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (vv. 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.

La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).

A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.

 

MEDITATIO

La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef 2,19ss).

Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.

El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.

Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.

La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.

 

ORATIO

Dios omnipotente y eterno, que con inefable sacramento quisiste poner en la sede de Roma la potestad del principado apostólico, para que a través de ella la verdad evangélica se difundiera por todos los reinos del mundo, concede que lo que se ha difundido por su predicación en todo el orbe sea seguido por toda la devoción cristiana (Sacramentarium Veronense, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978, n. 292).

 

CONTEMPLATIO

[...] en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia orando con san Pedro y san Pablo: «El Señor me asistió y me confortó» (2 Tim 4,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad -o mejor aún, la comunidad- de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ib¡ Ecclesia», «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro (R. Cantalamessa, La Parola e la vita, Roma 1978, p. 307).

 

Día 30

Lunes de la 13ª semana del Tiempo ordinario o Santos protomártires de la Iglesia Romana

          En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos. Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6).

LECTIO

Primera lectura: Amos 2,6-10.13-16

6 Así dice el Señor: A Israel, por tres pecados, y por el cuarto, no le perdonaré. Porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias;

7 porque aplastan contra el polvo de la tierra a los humildes y no hacen justicia a los indefensos; porque hijo y padre se acuestan con la misma muchacha, profanando así mi santo nombre;

8 porque se echan junto a cualquier altar sobre ropas tomadas en prenda y beben en la casa de su dios vino comprado con multas.

9 A pesar de todo, yo exterminé ante ellos a los amorreos, altos como los cedros y fuertes como las encinas; destruí su fruto por arriba y sus raíces por abajo.

10 Yo os saqué de Egipto y os conduje por el desierto  durante cuarenta años, hasta ocupar la tierra de los amorreos.

13 Pues yo haré que os atasquéis, como se atasca una carreta cargada de gavillas.

14 El veloz no podrá huir, ni el fuerte valerse de su fuerza, ni podrá salvarse el valiente;

15 el arquero no resistirá, el de ágiles piernas no conseguirá escapar, el jinete no logrará salvarse,

16 y el más intrépido entre los valientes huirá desnudo aquel día.

 

**• Con el más típico procedimiento de la sabiduría, es decir, mediante la sucesión numérica progresiva del tres y el cuatro, que sirve para indicar la medida colmada del delito, aparece solemnemente en Amos el «juicio contra la nación» de Israel. Un procedimiento que tuvo gran fortuna en la literatura profética posterior. Aquí, a la denuncia del pecado le sigue el recuerdo de los beneficios divinos y, por último, la amenaza del castigo. El pecado constituye la alteración de las relaciones de justicia y de respeto entre los hombres, la sustitución de las personas por cosas, la opresión del pobre, la pérdida de la dignidad en las relaciones. La profecía no puede dejar de recordar todo lo que Dios había garantizado a Israel, dándole este último la espalda. Ahora llama Dios la atención sobre la vanidad del cierre de Israel; nadie podrá resistir por sus propios méritos si se ha sustraído a la relación con Dios, una relación que se afianzará en el día establecido.

La petición de perdón por la infidelidad del pueblo atraviesa la denuncia del salmo conexo, que se cierra aludiendo a la feliz relación entre Dios (que muestra la salvación) y el hombre que honra a Dios (caminando por el camino recto).

 

Evangelio: Mateo 8,18-22

En aquel tiempo,

18 viendo Jesús que le rodeaba una multitud de gente, mandó que lo llevaran a la otra orilla.

19 Se le acercó un maestro de la Ley y le dijo: -Maestro, te seguiré dondequiera que vayas.

20 Jesús le dijo: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

21 Otro de sus discípulos le dijo: -Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre.

22 Jesús le dijo: -Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

 

**• El pasaje del evangelio de hoy se abre con la orden de Jesús de «que lo llevaran a la otra orilla». Sin embargo, la ejecución de la orden está interrumpida por dos episodios que faltan en el evangelio de Marcos y que están colocados en otro lugar en el de Lucas. Ambos ilustran las condiciones requeridas para seguir a Jesús, las exigencias de la fe. La posibilidad del seguimiento debe asumir el sufrimiento, las adversidades y la pasión como paso obligado. La frase «las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» está construida siguiendo el uso oriental de hacer seguir una imagen negativa a dos positivas: el término «Hijo del hombre», que tampoco tiene un significado unívoco, indica aquí la precariedad de Jesús, su carecer de casa y de raíces, de referencia y de refugio. La contraposición entre Jesús y los «muertos» expresa de manera adecuada la ruptura que «el que vive» inserta en la trama de la experiencia del hombre.

Aquel que es la «Vida» indica el «Camino». No tener dónde reclinar la cabeza (para dormir o para morir) es la condición para restituir su verdad a la vida.

 

MEDITATIO

Profeta es quien deja un nuevo espacio a la Palabra de Dios, quien permite que Dios pueda volver a hablar, hacerse oír aún, llegar a ser de nuevo significativo. Esta palabra, que es palabra de libertad y de amor, es también, por necesidad, una palabra exigente. Puesto que el hombre olvida los beneficios de Dios, su liberación, los cuidados que le ha dispensado, y prefiere celebrar el odio, la injusticia, el abuso. Ante a la declaración: «Yo os saqué de Egipto», los hombres oscilan entre dos excesos: «Antes estábamos mejor», o bien: «Siempre hemos sido libres».

La infidelidad a la libertad recibida como don se parece mucho a la facilidad (casi a la manera «facilona») con que se piensa la posibilidad de la fidelidad. Seguir a nuestro Maestro por donde vaya -como pretendía el maestro de la Ley- significa alcanzar arduamente lo que se requiere para el Reino de Dios. Ahora bien, ese empeño, ofrecido de manera gratuita y asumido de manera responsable, es la libertad de la fe, la gratuidad de la obediencia, la resurrección a través de la cruz.

 

ORATIO

          Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo. 

 

CONTEMPLATIO

¡Ea!, pues, Señor Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si tú no estás aquí, ¿dónde te buscaré ausente? Si estás en todas partes, ¿por qué nunca te veo presente? [...]. Mira, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros.

Vuelve a darte a nosotros para que estemos bien: sin ti estamos muy mal. Ten piedad de nuestras fatigas, de nuestros esfuerzos para contigo: sin ti no valemos nada. Enséñame a buscarte y muéstrate cuando te busco: no puedo buscarte si tú no me enseñas, ni encontrarte si tú no te muestras. Que yo te busque deseándote y te desee buscándote, que te encuentre amándote y te ame encontrándote (Anselmo de Canterbury, Proslogion, 1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» (Mt 8,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

     Dejemos el ejemplo de los antiguos y vengamos a considerar los luchadores más cercanos a nosotros; expongamos los ejemplos de magnanimidad que han tenido lugar en nuestros tiempos. Aquellos que eran las máximas y más legítimas columnas de la Iglesia sufrieron persecución por emulación y por envidia y lucharon hasta la muerte.

     Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, que, por una hostil emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida. Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia.

     A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo. Por envidia fueron perseguidas muchas mujeres que, cual nuevas Danaides y Dirces, sufriendo graves y nefandos suplicios, corrieron hasta el fin la ardua carrera de la fe y, superando la fragilidad de su sexo, obtuvieron un premio memorable. La envidia de los perseguidores hizo que los ánimos de las esposas se retrajesen de sus maridos, trastornando así aquella afirmación de nuestro padre Adán: ¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! La emulación y la rivalidad destruyó grandes ciudades e hizo desaparecer totalmente poblaciones numerosas.

     Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra obligación, sino también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Por esto, debemos abandonar las preocupaciones inútiles y vanas y poner toda nuestra atención en la gloriosa y venerable regla de nuestra tradición, para que veamos qué es lo que complace y agrada a nuestro Hacedor.

     Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció todo el mundo la gracia de la conversión

(Carta del papa San Clemente I a los Corintios)