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LECTIO DIVINA JUNIO DE 2015

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Lunes de la 9ª semana del Tiempo ordinario o San Justino 

Liturgia de las Horas de hoy

Justino nació en Flavia Neapolis (actual Nablus, Jordania), hijo de colonos griegos. Era filósofo y se convirtió a los treinta años. En el año 150 escribió la Primera apología de la religión cristiana, a la que pronto le siguió la Segunda apología. Entre los años 152 y 153 fue atacado por el filósofo cínico Crescendo. En 160 compuso el Diálogo con Trifón, un judío con el que debate la hipótesis del establecimiento de un puente entre judaísmo y cristianismo. Fue decapitado en Roma en torno al año 165. Es patrono de los filósofos.

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 1,3; 2,1-9

11 Historia de Tobit, de la tribu de Neftalí,

2 que en tiempos de Salmanasar, rey de Asiría, fue deportado, pero aunque se encontraba en el exilio no abandonó el camino de la verdad.

2,1 Una vez, durante nuestra fiesta de pentecostés, la santa fiesta de las siete semanas, me prepararon un buen banquete y yo me senté a comer.

2 Cuando me habían puesto la mesa, con abundantes manjares, dije a mi hijo Tobías: -Hijo mío, ve y, cuando encuentres a un pobre entre los hermanos nuestros deportados en Nínive que sea fiel al Señor de todo corazón, te lo traes para que coma conmigo. Anda, hijo mío, te espero hasta que vuelvas.

3 Tobías salió a buscar un pobre entre nuestros hermanos y, cuando volvió, dijo: -Padre. Yo le contesté: -Dime, hijo mío. Y él me dijo: -Mira, padre, uno de nuestro pueblo ha sido asesinado y está tirado en plena plaza; ahora mismo acaba de ser estrangulado.

4 Me levanté y dejé la comida sin haberla probado. Lo retiré de la plaza y lo puse en una habitación pequeña hasta que se pusiera el sol para enterrarlo.

5 Cuando regresé, me lavé y me puse a comer todo apenado.

6 Entonces me acordé de las palabras que había pronunciado el profeta Amos contra Betel: «Vuestras fiestas se cambiarán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones». Y me eché a llorar.

7 Cuando se puso el sol fui, cavé una fosa y lo enterré.

8 Mis vecinos me criticaban diciendo: -Todavía no ha escarmentado. Y eso que lo buscaron para matarlo por una cosa así, y tuvo que huir. Pues mira, ya está de nuevo enterrando muertos.

9 Tobit, sin embargo, como temía más a Dios que al rey, continuaba sacando los cuerpos de lo muertos y los escondía en su propia casa para enterrarlos en la noche cerrada.

 

**• El nombre Tobit significa al pie de la letra «mi bondad». Pero puede tratarse de la abreviatura de una frase en la que el sujeto de la bondad no es Tobit, sino el Señor; por consiguiente, significaría «el Señor es bueno» o, también, «el Señor es mi bien».

El libro de Tobías no es una narración histórica, sino didáctica y de carácter edificante. Abundan en ella los rasgos maravillosos y las exhortaciones morales. El propósito del libro es transmitir una enseñanza moral a través de un relato ficticio y parabólico. Aparecen perfiladas dos figuras. En primer lugar, la de un Dios que no cesa de proveer a sus fieles y que si los somete a prueba es para premiarles después. Y, en segundo lugar, la figura del verdadero creyente, que se señala por la observancia rigurosa de la Ley del Señor y por la caridad con sus hermanos.

Al héroe de la narración se le presenta de inmediato como un judío que, aunque se encuentra en el exilio, no ha abandonado «el camino de la verdad» (1,1). En el exilio, entre personas de cultura diferente y de costumbres distintas, hostiles por lo general, resulta fácil olvidar (o esconder) la propia identidad moral y religiosa. A Tobit, no: él permanece firmemente instalado e n las tradiciones de los padres. Tobit se muestra hospitalario y, en las solemnidades, acostumbra invitar a comer a algún indigente de su pueblo. Su familia es, por consiguiente, una familia abierta, tal como la Biblia recomienda con frecuencia. Durante una de estas solemnidades, cuando ya está preparada la comida, su hijo le dice que ha sido estrangulado un judío y han echado su cadáver en la plaza. Al enterarse de la noticia, corre a recoger el cadáver para poder enterrarlo dignamente cuando se haya puesto el sol. Se trata de un gesto peligroso. Tobit ya ha sido amenazado de muerte por realizar otros gestos similares. Sus parientes se lo reprochan, no quieren que se exponga, pero Tobit obedece a Dios antes que al rey. La observancia de la ley es lo primero. La fe de Tobit está presentada como una fe valiente.

 

Evangelio: Marcos 12,1-2

En aquel tiempo,

1 Jesús les contó a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos esta parábola: -Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después, la arrendó a unos labradores y se ausentó.

2 A su debido tiempo, envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña.

3 Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías.

4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste lo descalabraron y lo ultrajaron.

5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron.

6 Finalmente, cuando ya sólo le quedaba su hijo querido, se lo envió, pensando: «A mi hijo lo respetarán».

7 Pero aquellos labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia».

8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los labradores y dará la viña a otros.

10 ¿No habéis leído este texto de la Escritura:

La piedra que rechazaron los

constructores

se ha convertido en piedra angular;

11 esto es obra del Señor,

y es admirable ante nuestros ojos?

12 Sus adversarios estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que Jesús había dicho la parábola por ellos. Sin embargo, lo dejaron y se marcharon, porque tenían miedo de la gente.

 

**• Esta parábola de Jesús, si queremos comprenderla, hemos de leerla a la luz de un doble fondo. En primer lugar, un fondo literario, a saber: la alegoría de la viña de Is 5,1-7. Con ella, el profeta sintetiza toda la historia de Israel: por una parte, el asiduo cuidado de Dios; por otra, el obstinado pecado del pueblo, una historia que no puede continuar así indefinidamente y que acabará con un veredicto de condena («Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada»). Y, en segundo lugar, un fondo histórico: el pueblo de Dios ha rechazado siempre a sus profetas. La parábola, leída desde este doble contexto, se convierte en una interpretación de lo acontecido con Jesús, rechazado por Israel y acogido por los paganos.

Entre la suerte corrida por los profetas y la suerte corrida por Jesús existe, pues, una lógica común, una continuidad. Pero existe también una profunda diferencia: Jesús no es simplemente uno de los siervos, sino el Hijo amado, y su misión es la última. Frente al canto de la viña de Isaías, la parábola se precia de una novedad decisiva: Dios ha enviado a su Hijo, no sólo a los profetas; el pueblo ha rechazado al Hijo, no sólo a los profetas. El dueño es paciente y se muestra tan obstinado que incluso envía precisamente a su hijo. Espera hasta el final: «A mi hijo lo respetarán» (v. 6). Ahora bien, su paciencia también tiene un límite, y no puede aceptar que la violencia de los labradores continúe de manera indefinida.

Si bien el tema principal de la parábola es cristológico, también va unido a él el tema del juicio: la parábola se convierte en advertencia. Dios es fiel y paciente, pero no carece de verdad: los labradores son castigados y la viña pasa a otros (v. 9). El juicio muestra que Dios toma en serio la responsabilidad del hombre, su libertad. Y, sin embargo, tampoco es aquí la amenaza, sino la esperanza, la última palabra: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular» (v. 10). Esta cita no pertenece a la parábola, sino al comentario de la misma realizado por Jesús o por la comunidad. Es una clara alusión a la resurrección y a la fidelidad de Dios: la última palabra de la historia de Jesús no es el rechazo que padeció, sino la intervención de Dios en solidaridad con su profeta. Y precisamente aquel a quien los hombres han rechazado se transforma en instrumento de salvación. Dios escoge a aquel a quien los hombres descartan.

 

MEDITATIO

«Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandamientos». Tobit es este hombre dichoso «que no abandonó el camino de la verdad». Su servicio a Dios, su temor de Dios, no es cobardía, no es miedo a un juicio severo por parte del Altísimo. Tobit tiene un corazón grande porque está orientado siempre al bien y, como no se preocupa por el juicio de los hombres, actúa con libertad y rectitud de intención. Tobit no es capaz de gozar solo y, por otra parte, siente como suyo el drama del pueblo.

Es capaz de sufrir en su propia carne las consecuencias del mismo. No vacila frente al riesgo -real- que supone la persecución. Su fidelidad no es integrismo -mientras no están en juego los valores en que cree, está al servicio «del rey»-, ni legalismo exterior, sino práctica asidua de la acogida, de la misericordia, de la benevolencia respetuosa con la dignidad de todo hermano.

El evangelio nos presenta, en la persona de los labradores, primero infieles y homicidas después, otro modo de hacer frente a la vida: acapararla y explotarla al máximo para su propio beneficio. Ni Tobit ni los labradores de la parábola navegan, evidentemente, en otra galaxia. Están muy cerca. A lo largo de nuestros caminos cotidianos, en cada bifurcación que la vida nos presenta de continuo, están presentes las dos imágenes: a nosotros nos corresponde elegir.

 

ORATIO

Señor, tú conoces nuestra debilidad innata y nuestra incapacidad para perseverar en el bien que deseamos. Concédenos la fuerza de tu Espíritu para que seamos capaces de ser fieles, a pesar de toda presión en sentido contrario, a través de todas las vicisitudes de la vida, a tu verdad, a tu voluntad. Abre nuestro corazón a una compasión universal que se traduzca en gestos concretos de acogida y de amor. Concédenos un sentir abierto a la captación de todas las vibraciones del dolor y de la esperanza humana. Haz surgir de la conciencia de nuestra pequeñez la santa audacia de dar testimonio de ti con un amor intrépido.

 

CONTEMPLATIO

Apenas vean los mundanos que quieres seguir una vida devota, descargarán sobre ti mil habladurías y murmuraciones: los más malignos calumniarán tu mudanza de hipocresía, superstición y artificio, y dirán que te ha puesto mala cara el mundo y, a falta de él, te acoges a Dios; tus amigos se empeñarán en hacerte muchísimas reconvenciones, muy prudentes y caritativas a su parecer; te dirán que estás expuesta a llenarte de hipocondría, que perderás el crédito con todo el mundo, que te harás insufrible, que te haces vieja antes de tiempo y que todo lo pagarán los negocios de tu casa. «En el mundo -dirán- se ha de vivir como en el mundo, y no son menester tantos misterios para salvarse.» A este tenor te dirán otras muchas frioleras.

Filotea mía, todas son habladurías necias y vanas, pues a todas esas gentes lo que menos les importa es tu salud y tus negocios. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que era suyo -decía el Salvador-, pero como no sois del mundo, por eso él os aborrece. ¡A cuántos caballeros y señoras hemos visto pasar una noche, o quizá muchas noches seguidas, jugando al ajedrez o a los naipes, que es la ocupación más cansada, melancólica y triste que puede haber, y con todo nada han tenido que decir los mundanos ni que sentir sus amigos! ¡Y porque ven que tenemos una hora de meditación o que madrugamos un poco más de lo acostumbrado para prepararnos para comulgar, ya quieren llamar al médico para que nos cure la hipocondría y la ictericia! Se pasarían treinta noches continuas bailando sin que ninguno se queje y, por haber velado sólo una noche de Navidad, todos toserán y se quejarán al día siguiente (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, IV, 1, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 344-345).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo» {cf. Sal 111,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Honorable señor director de La Provincia di Brescia. En el número 188 de su periódico leo lo que sigue: «El Rvdo. Tovini representa a la secta clerical en todo lo que ésta tiene de más antipatriótico y más antiitaliano. El es la lanza rota de la curia episcopal reducida, como ya vimos, a manipulaciones de tristes agitadores, fanatizados por el odio contra las instituciones y contra la misma integridad de la patria».

A estas acusaciones de ser antipatriota y antiitaliano responde mi vida privada y pública. No disimulo que en el día de hoy, al parecer de algunos, para ser patriota es preciso ser contrario al papa, a los obispos, a la Iglesia e incluso a la religión y que, por consiguiente, basta con que alguien se muestre católico para ser calificado enseguida de antipatriota y antiitaliano. Y si también su señoría se hubiera visto inducido a formularme esa acusación, le declaro que en este caso su acusación me honra, porque el catolicismo fue profesado por los más grandes italianos; y me consuelo porque me proporciona la ocasión de tener que ser despreciado por amor a esa fe por la que también daría la vida. El ser católico nunca me ha impedido ser italiano ni querer como tal la libertad, independencia y grandeza de la patria, como tampoco el ser católico me impide, por otra parte, querer y desear la libertad e independencia absoluta del sumo pontífice, sin la cual considero imposible el bien veraz y estable tanto de Italia como de la sociedad [...]. Éstas son mis convicciones, y las sostengo siempre a cara descubierta y ningún puesto de consejero me haría sacrificarlas.

Confío en que su señoría tendrá la amabilidad de publicar esta carta mía como respuesta a cuanto escribió sobre mí, contra lo que, con la debida consideración, protesto (Quella FEDE per la auale darei anche la vita. Carta de Giuseppe Tovini al director ael periódico La Provincia di Brescia, 10 de junio de 1882).

 

 

Día 2

Martes 9ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 2,10-23

Un buen día, Tobit,

10 cansado de tanto enterrar, regresó a su casa, se tumbó al pie de la tapia y se quedó dormido;

11 mientras dormía, le cayó en los ojos excremento caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego.

12 Dios permitió que le sucediese esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia.

13 Como desde niño había temido a Dios, guardando sus mandamientos, no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera,

14 sino que siguió imperturbable en el temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida.

15 Y lo mismo que a Job le insultaban los reyes, también los parientes y familiares de Tobit se burlaban de él y le decían:

16 Te ha fallado la recompensa que esperabas cuando dabas limosna y enterrabas a los muertos.

17 Pero Tobit respondía: -No digáis eso,

18 que somos descendientes de un pueblo santo y esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe.

19 Ana, la mujer de Tobit, iba todos los días a hacer labores textiles para ganarse el sustento con el trabajo de sus manos.

20 Un día le dieron un cabrito y se lo llevó a casa.

21 Su marido, al oír los balidos, dijo: -¿No será acaso robado? Devuélveselo a sus dueños, porque no podemos comer, ni siquiera tocar nada robado.

22 Su mujer replicó, enfadada: -Sí, tu esperanza se ha visto frustrada; ya ves de lo que te ha servido hacer limosnas.

23 Y continuó ofendiéndole con estas palabras y otras por el estilo.

 

**• Tobit es hospitalario y observante y practica la Ley de Dios, aunque esto ponga en peligro su vida. En consecuencia, es un hombre al que Dios debería proteger y premiar. Sin embargo, no es así. Las cosas de la vida parecen suceder frecuentemente sin sentido, indiferentes al tipo de justicia que nosotros desearíamos. Ya le pasó a Job y ahora le pasa lo mismo a Tobit.

Tras haber perdido la vista, sometido a la prueba, es insultado y escarnecido por sus amigos: ¿de qué te han servido tu caridad y tu obediencia? ¿Vale la pena poner en peligro la propia vida por la Ley del Señor? Sin embargo, Tobit no se lamenta; permanece firme en su fe e incluso en la prueba sigue dando gracias al Señor. Justamente como Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!». También su mujer se burla de él: ¿éste es el fruto de tus limosnas? Está claro que tu fidelidad ha sido inútil.

Así le sucede con frecuencia al justo en la prueba: sufre golpes y es incomprendido. Al dolor de la desgracia se le añade el dolor de la soledad. Es el momento de la tentación, que procede de sus propios amigos, que son precisamente quienes deberían apoyarle. Es en estos momentos cuando se verifica la solidez de la fe y la fuerza de la paciencia. Esta última es la virtud de la roca: puedes pisotearla, golpearla, pero no se deja modificar. Así es la fe de Tobit.

 

Evangelio: Marcos 12,13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos

13 le enviaron unos fariseos y unos herodianos con el fin de cazarlo en alguna palabra.

14 Llegaron éstos y le dijeron: -Maestro, sabemos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas, sino que enseñas con verdad el camino de Dios. ¿Estamos obligados a pagar tributo al cesar o no? ¿Lo pagamos o no lo  pagamos?

15 Jesús, dándose cuenta de su mala intención, les contestó: -¿Por qué me ponéis a prueba? Traedme una moneda para que la vea.

16 Se la llevaron, y les preguntó: -¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le contestaron: -Del cesar.

17 Jesús les dijo: -Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta los dejó asombrados.

 

**• Los fariseos y los herodianos -enviados por las autoridades-, quieran o no, trazan un cuadro muy positivo de Jesús. Han venido para someterle a insidias, pero se ven obligados a reconocer su fuerte personalidad (w. 13ss). Jesús es un hombre «sincero» y transparente, sin trampas ni hipocresías. Es alguien que dice lo que verdaderamente piensa. No es parcial con nadie. Justo lo contrario es la figura de las autoridades que les envían y la de los mismos que le interrogan. Fingiendo interés, intentan poner a Jesús en una situación embarazosa: son unos hombres astutos, hipócritas, dedicados a poner trampas. Pero vayamos al asunto.

La afirmación central está constituida por estas palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). Los fariseos y los herodianos plantearon a Jesús una cuestión candente. Si respondía de manera negativa, habría suscitado la reacción de la autoridad romana. Si respondía afirmativamente, habría perdido la simpatía de las muchedumbres.

En torno a si era o no lícito pagar los tributos al emperador romano había posiciones diferentes: los herodianos eran favorables a los romanos; los celotas, por el contrario, predicaban abiertamente el rechazo y la resistencia armada; los fariseos rechazaban la rebelión abierta y pagaban los tributos para evitar lo peor. La respuesta de Jesús es completamente inesperada y coge por sorpresa a sus interlocutores, porque se sustrae a la lógica de las diferentes formaciones. No se trata de una respuesta evasiva. Escapa al dilema, pero no por miedo a comprometerse. Lleva el discurso más hacia atrás, justo al lugar donde se encuentra el centro inspirador, es decir, la concepción justa de la dependencia de Dios y, por consiguiente, la justa libertad frente al Estado. Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al cesar en el mismo plano.

En las palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios», el acento recae en la segunda parte. Lo que le preocupa a Jesús es, antes que nada, salvaguardar los derechos de Dios en cualquier situación política. El Estado no puede erigirse en valor absoluto: ningún poder político -romano o no, cristiano o no- puede arrogarse derechos que sólo competen a Dios, no puede absorber todo el corazón del hombre, no puede reemplazar a la conciencia. El hombre del Evangelio se niega a hacer coincidir su conciencia con los intereses del Estado. Se niega a caer en la lógica de la «razón de Estado» y es por eso, en su raíz, un posible «objetor de conciencia».

 

MEDITATIO

Una desgracia, un accidente... algo que, sea como sea, quiebra las ya frágiles seguridades de una vida experta en dolor. Y todo esto le pasa al hombre fiel, a alguien que «temía a Dios». ¿No es acaso un escándalo, una provocación, una injusticia? ¿Cuántas veces se habrá presentado el mismo espectáculo ante nuestros ojos? ¿Cuántas veces nos habremos encontrado nosotros mismos en una situación semejante? A nuestras reacciones de murmuración y de rebelión, a nuestros sobresaltos de desconcierto y de angustia, a la vacilación de nuestra misma fe le suena desconcertante la respuesta de Tobit, que casi nos parece de otro mundo: «Dándole gracias todos los días de su vida». Los amigos se burlan de él, su mujer le insulta, la ceguera le reduce a la impotencia, le sitúa entre la incomprensión y el escarnio de sus más allegados, pero él bendice a Dios.

Nuestra tentación consistiría en archivar el asunto como algo absurdo, imposible. Sin embargo, si hacemos callar el tumulto de los sentimientos y de las reacciones de defensa y nos ponemos a escuchar en un clima de verdad en el fondo de nuestro corazón, podremos volver a encontrar un acuerdo con la armonía de Tobit. Comprenderemos que ese hombre, humanamente hablando destruido, se encuentra en el punto justo cuando no se rebela y bendice a Dios. A buen seguro, esta actitud no se improvisa: Tobit «desde la niñez había temido a Dios y observado sus mandamientos».

Una fe débil, «dominical», podríamos decir, no basta para permanecer firmes en los momentos difíciles. Sin embargo, una fe madura, purificada en el crisol de la cruz, vivida en fidelidad a las cosas pequeñas de cada día, en el «sí» disponible repetido en cada situación, nos permite llegar incluso a gestos extremos.

 

ORATIO

Señor, Dios justo, purifícanos para que en nuestro obrar no nos mueva la búsqueda del favor o de las complacencias humanas, sino sólo el deseo de hacer tu voluntad y complacerte. Ilumina y fortalece nuestro corazón con tu Espíritu para que, a través de las pruebas de la vida, pueda permanecer firme en tu santo temor.

Cuando el sufrimiento, la soledad, el peso y la fatiga del camino diario nos resulten más pesados, enséñanos a dejarnos ayudar por ti, a unirnos más a ti, sin hacerte preguntas, sin exigir explicaciones, fiándonos de ti cuando más oscuro se vuelva nuestro cielo. Entonces también en nuestra oscuridad brillará la luz de la esperanza que no defrauda y el canto silencioso de la acción de gracias a ti, Dios bueno y fiel.

 

CONTEMPLATIO

Sin embargo, no quiero decir que no se pueda pedir [la curación] a nuestro Señor como a aquel que nos la puede dar, con la condición de que digamos: si ésa es tu voluntad; en efecto, siempre debemos decir: «Fiat voluntas tua» (Mt 6,10).

No basta con estar enfermos y padecer sufrimientos porque Dios lo quiera, sino que es preciso estarlo como él quiera, cuando lo quiera, durante el tiempo que lo quiera y del modo en que le plazca que lo estemos, sin elegir ni rechazar el mal o la aflicción, sea el que sea, aunque pueda parecemos abyecto o deshonroso; en efecto, el mal y la aflicción, sin abyección, hinchan el corazón, en vez de humillarlo. Sin embargo, cuando sufrimos un mal sin honor, o incluso con deshonor, envilecimiento y abyección, son muchas las ocasiones que se nos presentan de ejercitar la paciencia,  la humildad, la modestia y la mansedumbre de espíritu y de corazón.

Debemos llevar, por consiguiente, gran cuidado, como la suegra de Pedro, en conservar nuestro corazón en la mansedumbre, sacando provecho, como ella, de nuestras enfermedades. En efecto, «ella se levantó» en cuanto nuestro Señor hizo que desapareciera su fiebre, «se puso a servirle» (Mt 8,15). No cabe duda de que en esto demostró una gran virtud y el provecho que había obtenido de la enfermedad. En efecto, una vez liberada de aquélla, quiso usar la salud sólo para servir a nuestro Señor (Francisco de Sales, / trattenimentti XXI, 6ss, Roma 1990, p. 352 [edición española: Obras de sanFrancisco de Sales, BAC, Madrid 1954]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El corazón del justo está firme en el Señor» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»: son las palabras con las que Jesús pone voz a su actitud de ofrenda, de rendición ante el misterio; más allá y dentro de la oscuridad del misterio. Esta entrega de sí mismo, que nada quita a la oscuridad en que se vive, no libera del miedo a los elementos amenazadores que sentimos a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, pero expresa en nuestra vida el absoluto de Dios. Tal vez no exista en el vocabulario humano palabra más universal ni más censurada que la palabra «sufrir»: es universal, porque la experiencia del sufrimiento pertenece a todos los hombres, pero es también un término censurado, porque el sufrimiento evoca dentro de nosotros la conciencia de nuestra fragilidad.

Del vocabulario del sufrimiento forman parte palabras como «enfermedad» y «muerte», con sus corolarios cíe «debilidad», «miedo», «decadencia», «impotencia». Está la experiencia de la fraternidad traicionada: el hambre, la injusticia, la violencia [...]; éstas se manifiestan en formas antiguas, aunque también a través de formas típicas de este tiempo nuestro: el dolor de los niños, la soledad de los ancianos y de los pobres, el aislamiento de muchos jóvenes que no consiguen insertarse en la sociedad...

En el misterio del corazón humano, es la conciencia del dolor y de sus razones lo que, a veces, hace más agudo el sufrimiento: tocamos con la mano la conciencia de nuestra propia fragilidad; con frecuencia, las preguntas sobre el sufrimiento representan un dolor más profundo que el mismo dolor; perforan la conciencia, engendran un sentido de soledad que nos hace tocar con la mano el misterio: porque el sufrimiento es también siempre experiencia del misterio. Es inútil pretender descifrar y explicar el misterio; éste sólo puede ser custodiado en el corazón, con la expectativa de que un día se revele (P. Bignardi, // vangelo del quotidiano, Roma 2000, pp. 113ss).

 

 

 

Día 3

San Carlos Lwanga y compañeros

Liturgia de las Horas de hoy

 

Pocos años después de la llegada de los misioneros, los padres blancos, al reino de Buganda (hoy parte de Uganda), se desencadenó una sangrienta persecución contra los cristianos, tanto católicos como anglicanos, éstos últimos llegados poco después. El cristianismo había sido abrazado también por personas con cargos de responsabilidad en la corte del rey Mwanga.

Molesto con la moral cristiana, que prohibía tanto la trata de esclavos como la pederastia, e impulsado por un consejero que odiaba a los cristianos, el rey consideró que debía extirpar esta nueva religión.

El 29 de octubre de 1885, fueron matados cruelmente en una emboscada, por orden suya, los misioneros anglicanos, y ese mismo año hizo decapitar al mayordomo de la casa real y a un juez del reino por ser católicos y mostrarse críticos con estas decisiones.

El 3 de junio de 1886, fueron condenados a la hoguera los dieciséis pajes de su corte que habían resistido a sus demandas, apoyados e instruidos por Carlos Lwanga. Fueron matados en la colina de Namugongo. A los cristianos se les llamaba «los que rezan». Fueron veintidós los mártires ugandeses canonizados por Pablo VI en 1964.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 3,1-11.24-25a

En aquellos días, Tobit se echó a llorar; rezaba entre sollozos y decía: Señor, tú eres justo y justas son tus sentencias; actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia. Señor, acuérdate de mí; no me castigues por mis pecados, no tengas en cuenta mis culpas ni las de mis padres. Por desobedecer tus mandamientos nos entregaste al saqueo, al destierro y a la muerte; nos hiciste refrán y burla de las naciones donde nos dispersaste. Señor, tus sentencias son graves, pues no cumplimos tus mandamientos ni nos portamos lealmente contigo. Señor, haz de mí lo que quieras, hazme expirar en paz, que prefiero la muerte a la vida.

Aquel mismo, día Sara, hija de Ragüel, vecino de Ragés, ciudad de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; en efecto, Sara se había casado siete veces, y el demonio Asmodeo había ido matando a todos sus maridos apenas se acercaban a ella. Pues bien, Sara regañó a la criada con razón, pero ésta replicó así: ¡Que no veamos nunca sobre la tierra hijo ni hija tuya, asesina de tus maridos! ¿Es que quieres matarme también a tú, lo mismo que mataste ya a siete hombres?

Al oír esto, Sara subió al piso de arriba de su casa y estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber; lloraba y rezaba sin cesar, pidiéndole a Dios que la librase de semejante baldón. Por entonces llegaron las oraciones de los dos a la presencia gloriosa del Dios Altísimo y fue enviado el santo ángel Rafael a curarlos a los dos, que habían elevado sus oraciones a Dios al mismo tiempo.

 

*• Ambas oraciones -la de Tobit y la de la joven Sara figuran entre las cosas más bellas de todo el libro. La oración de Tobit nace del dolor, es una oración hecha entre lágrimas (¡ante Dios también se puede llorar!); en cierto modo, es la plegaria de un hombre desanimado, que ve cerrado su futuro. La oración es estar ante Dios con nuestra propia verdad: a veces en medio de la alegría, a veces en medio del dolor, a veces sumergidos en el desánimo. Pero enseguida aparecen dos notas que hemos de señalar en la oración de Tobit. Aunque su vida carece de salidas, continúa creyendo que Dios es justo, misericordioso y leal. A Dios no hay que reprocharle nada. La segunda nota que caracteriza la oración de Tobit es que le pide a Dios lo único que le parece posible: en su dolor sin salidas, pide la muerte, como hizo también el profeta Elias (1 Re 19). Pero Dios es más grande y va más allá de las peticiones del hombre. Dios no le da a Tobit la muerte, sino la vida. Para Dios, nunca hay una situación sin salidas. Y, afortunadamente, no siempre nos da lo que le pedimos.

La oración de Sara, desesperada e insultada, también sin futuro en la vida, se produce al mismo tiempo que la de Tobit. Tampoco Sara cae en la desesperación, sino que se pone ante el Señor, le suplica entre lágrimas y le pide ser liberada de su desgracia, una desgracia que parece acompañarle como una maldición: se ha casado siete veces y todas ellas ha muerto su marido en la noche de bodas. Sara no pide la muerte -tal vez era demasiado joven para hacerlo-, sino la liberación.

No siempre acaban bien las cosas en la vida. Esta última conoce también el silencio -aparente- de Dios. Pero aquí,en el relato edificante, todo acaba bien. Dios acoge la oración de Tobit y de Sara y les envía a su ángel para socorrerles.

 

Evangelio: Marcos 12,18-27

En aquel tiempo,

18 se le acercaron unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

19 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere y deja mujer, pero sin ningún hijo, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia al hermano difunto.

20 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y al morir no dejó descendencia.

21 El segundo se casó con la mujer y murió también sin descendencia. El tercero, lo mismo,

22 y así los siete, sin que ninguno dejara descendencia. Después de todos, murió la mujer.

23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

24 Jesús les dijo: -Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios.

25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como ángeles en los cielos.

26 Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

27 No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.

 

*+• Los saduceos -que tenían la mayoría de sus seguidores en las filas de la aristocracia sacerdotal- se distinguían de los fariseos, desde el punto de vista religioso, en dos temas: en primer lugar, negaban todo valor a las tradiciones - a las que los fariseos, en cambio, estaban muy apegados- y afirmaban que sólo era vinculante la Ley escrita; y, en segundo lugar, negaban la resurrección de los muertos, citando a este respecto algunos textos bíblicos, como por ejemplo Gn 3,19 («eres polvo y al polvo volverás»). En este último punto echaban mano también de la ironía (w. 19-23): si una mujer se ha casado con siete maridos, ¿de quién será la esposa en la resurrección?

Los fariseos, sin embargo, afirmaban la resurrección, citando también ellos textos bíblicos muy conocidos, como por ejemplo Ez 37,8 y Job 10,11. Arrastrado a la discusión, Jesús -como de costumbre no se deja encerrar en los términos en que se planteaba el debate: los rompe, los hace estallar desde dentro. La resurrección está afirmada en la Escritura -y de ahí que los saduceos cometan un grave error al negarla-, pero no es cuestión de citar un texto u otro. Para Jesús, hemos de captar la Escritura en su centro, allí donde atestigua que Dios es el Dios de los vivos, el Dios de la vida y no de la muerte (Ex 3,6). Ésta es la razón que autoriza la fe en la resurrección: Dios es fiel y ama la vida, y no se puede pensar que haya creado al hombre con sed de vida para abandonarlo, después, a la muerte. Hasta aquí, la respuesta de Jesús va contra los saduceos. Pero -en parte- va también contra los fariseos, porque algunos de ellos concebían la resurrección en unos términos supersticiosos, materiales, prestándose así a la ironía de los saduceos. La vida de los resucitados -declara Jesús no tiene que ser pensada según los esquemas de este mundo presente. Se trata de una vida diferente: «Ni ellos ni ellas se casarán».

 

MEDITATIO

Una vez u otra o tal vez muchas, nos encontramos todos en el límite extremo del dolor o en un punto en el que lo sentimos como tal. Como Tobit, como Sara. Sin embargo, ¡qué diversidad de comportamientos, de intentos de solución, de reacciones, podemos encontrar!

Está la del que vive el sufrimiento como algo que atenaza el alma, como algo que se cierne hasta encerrarle bajo una capa que le sofoca. Entonces se debate, se siente perdido, se agita como un pez sacado del agua y echado sobre la arena, exige respuestas, busca caminos de salida -tal vez en la distracción o en la búsqueda del «culpable» de la situación-... y si levanta la mirada al cielo es, en ocasiones, incluso para lanzarle a Dios una requisitoria, quizás para acusarle y pedirle una reparación. El comportamiento de Tobit y de Sara es diferente. Y precisamente por ser tan universal y estar tan cerca de cada uno de nosotros la experiencia del dolor y la perspectiva de la muerte, es bueno para nosotros observarlos de más cerca. Para aprender.

Tobit y Sara oran. Primera indicación preciosa. Se abren al Otro, a ese Otro de quien saben que dependen como criaturas. Se dirigen a Dios, y no precisamente para contarle en primer lugar su dolor, sino para expresarle su adoración, la admiración que sienten por su grandeza y justicia, su ilimitada confianza en él; para confesar su propio límite, su pecado. Saben que Dios tiene el corazón «más grande», que es el Dios de la vida. Su oración no es individual, privada. Viven profundamente su drama, pero sienten que se inserta en el drama más general del pueblo. Esta apertura constituye una segunda y preciosa indicación para nosotros, que nos encerramos con tanta frecuencia en el círculo de nuestros problemas.

 

ORATIO

Dios de piedad, rico en compasión, enséñanos a orar, a orar siempre, a orar incluso cuando todo parece perdido para nosotros y ya no podemos contar con nada para vivir. Tú, que estás cerca de quien tiene el corazón abatido y escuchas el deseo de los pobres, concédenos la capacidad de abandonarnos a ti y poner en ti nuestra confianza, más allá de toda humana esperanza.

Tú, que respondiste de una vez por todas a toda nuestra desesperación enviando a tu Hijo hasta el abismo último de nuestra muerte, haz que cuando la vida se vuelva insoportable y demasiado amarga para nosotros seamos capaces de mirar a él clavado en la cruz por amor a nosotros. Mirándole y entregándonos a él, también nosotros experimentaremos entonces que «sólo el llanto más profundo conoce la alegría». Y sobre las ruinas de todo nuestro morir surgirá el alba de la vida resucitada, porque tú nos amas, en Jesús, desde siempre y para siempre.

 

CONTEMPLATIO

Quien pretenda pertenecer del todo a nuestro Señor debe examinar con frecuencia su propio corazón, para ver si está apegado a algo de esta tierra; y, si descubre que no hay nada que no esté dispuesto a dejar para cumplir la voluntad de Dios, será señal de que ha alcanzado una gran fidelidad, gracias a la cual debe permanecer en paz, ocupándose sólo de tomar con sencillez todo lo que le pase, como si le viniera de la mano de Dios.

Lo único que está siempre en nuestro poder es el simple acto de fe. Por consiguiente, no debemos turbarnos cuando no podamos hacer más que esto: debemos esperar todo de la voluntad de Dios. Por lo que respecta a la confianza, basta con que reconozcamos nuestra debilidad y digamos a nuestro Señor que pretendemos volver a poner toda nuestra confianza en él. La medida de la Providencia divina con respecto a nosotros es la confianza que tengamos en ella. ¡Oh Dios! Reposamos enteramente en esta Providencia sagrada y permanecemos entre sus brazos como un niño en brazos de su madre.

Es preciso adherirnos al fin, que es Dios, y a su voluntad, y no a los medios: los medios deben ser amados de una manera suficiente, pero no hasta el punto de perder la paz si Dios los suprime (Francisco de Sales, Tutte le lellere, Roma 1967, III, 848 [edición española: Cartas a religiosas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia» (cf. Tb 3,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios no tiene nada que ver; Dios no quiere el sufrimiento de los hombres; Dios no quiere la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida. Me enfado cuando oigo implicar a Dios: «Te envía el cáncer...». ¡Pero si es imposible! «Sea lo que Dios quiera»... ¡Pero si Dios no quiere el cáncer de ninguna manera! Lo que quiere es que yo esté sano y viva. No quiere la muerte; quiere la vida. Ciertamente, queremos comprender y encontrar respuestas y cuando nos encontramos sumidos en el dolor, en el sufrimiento, no siempre razonamos como es debido, por lo que todos deben ser respetados, pero sobre todo hay que respetar a Dios. Porque Dios manifiesta -para quien cree- que su único modo de respuesta a todas estas problemáticas más que dramáticas y trágicas es que te envía a Jesucristo. Y éste viene a decirnos: «Vengo a sufrir contigo, vengo a compartir tu condición, vengo a llevar la cruz contigo».

Por consiguiente, Dios participa. Más aún, Dios asume en sí mismo el dolor. «Varón de dolores», experto en el sufrimiento [...]. Por eso, a pesar de que haya gritado hacia él, continúo componiendo, predicando, infundiendo fe y esperanza en el Reino que debe venir, con la trepidante expectativa de saber si Él me acogerá con una sonrisa o me abrazará contra su pecho como al hijo después de su prolongadísima ausencia (texto de D. M. Turoldo recogido en Allegato Lettera END 109 [2000] 8).

 

 

Día 4

Jueves 9ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 6,10-11 a; 7,1.9-17; 8,4-10

En aquellos días, Tobías dijo al ángel: -¿Dónde quieres que nos quedemos? El ángel respondió:

-Aquí vive un tal Ragüel, de tu tribu y pariente tuyo; tiene una hija que se llama Sara.

Y fueron a casa de Ragüel, que los recibió encantado. Después de cruzar las primeras palabras, mandó Ragüel que mataran un carnero y preparasen un banquete. Cuando les invitó a sentarse a la mesa, dijo Tobías:

-Yo no pienso probar bocado si antes no me concedes lo que te pido y me prometes la mano de Sara, tu hija.

Ragüel se asustó al oír esto, sabiendo lo que les había pasado a los siete hombres que se habían acercado a ella; le entró miedo de que a éste le fuera a suceder lo mismo. Ragüel se quedó cortado, sin soltar prenda. Entonces intervino el ángel:

-Puedes darle la mano de tu hija sin reparo; a éste, que teme a Dios, le corresponde como esposa; por eso ningún otro ha podido tenerla.

Entonces dijo Ragüel:

-No cabe duda, Dios ha acogido en su presencia mis rezos y mis lágrimas; creo que precisamente por eso os ha traído a mi casa, para que mi hija se case con un pariente suyo, según la ley de Moisés; así que no lo dudes un momento: te concedo a mi hija.

Tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, diciendo:

-El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob está con vosotros; que él os una y os llene de bendiciones.

Cogieron papel e hicieron la escritura matrimonial. Acto seguido, celebraron el banquete, bendiciendo a Dios. Luego, Tobías le dijo a la novia:

-Levántate, Sara; vamos a rezar a Dios hoy, mañana y pasado; estas tres noches las pasamos unidos a Dios y luego viviremos nuestro matrimonio. Somos descendientes de un pueblo santo y no podemos unirnos como los paganos, que no conocen a Dios.

Se levantaron los dos y, juntos, se pusieron a orar con fervor, pidiendo a Dios su protección. Tobías dijo:

-Señor, Dios de nuestros padres, que te bendigan el cielo y la tierra, el mar, las fuentes, los ríos y todas las criaturas que en ellos se encuentran. Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda. Ahora, Señor, tú lo sabes: si yo me caso con esta hija de Israel, no es para satisfacer mis pasiones, sino solamente para fundar una familia, en la que se bendiga tu nombre por siempre.

Y Sara, a su vez, dijo:

-Ten compasión de nosotros, Señor, ten compasión. Que los dos, justos, vivamos felices hasta nuestra vejez.

 

**• Las aventuras que leemos en el libro de Tobías –unas veces agradables, otras veces repletas de humor y otras (¿por qué no decirlo?) también repetitivas y aburridas siguen el ritmo de largas oraciones, que revelan, tal vez más que las otras páginas, la verdadera enseñanza del libro.

En la primera lectura de hoy encontramos dos oraciones: la primera de ellas, más breve, es la que acompaña a la celebración del matrimonio; la segunda, más extensa, es la oración de ambos esposos. La celebración del matrimonio es de lo más sencillo. Ragüel, el padre: «Tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, diciendo: 'El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob está con vosotros; que él os una y os llene de bendiciones'» (7,15). Puede sorprender el hecho de que el matrimonio sea considerado en Israel un acontecimiento laico y profano. Su celebración no tiene lugar en el templo o en la sinagoga, sino en familia, y no requiere la mediación de sacerdotes ni un ritual litúrgico. Sin embargo, el matrimonio es vivido como un acontecimiento profundamente religioso, en el que se renueva la acción creadora de Dios. El valor religioso no se añade al matrimonio desde el exterior, sino que brota de su íntima estructura creacional: el amor humano entre el hombre y la mujer es el lugar del Amor de Dios.

Una vez solos, ambos esposos oran, y esto es ya algo importante: la comunidad familiar es una comunidad de amor, pero también de oración. Los esposos no están nunca solos, porque Dios está siempre con ellos. Y el proyecto que realizan no es suyo, sino de Dios. No se puede excluir a Dios de la relación matrimonial, ni de la relación de amistad, ni del proyecto de vida. Pero además del hecho de que rezan, también es interesante cómo rezan. Se trata de una oración que pide, como es justo que suceda en toda oración: los dos jóvenes esposos piden la salvación y piden que su amistad llegue hasta la vejez. Sin embargo, es sobre todo una oración en la que ambos esposos recuerdan lo que Dios realizó al comienzo de la creación. A través de este recuerdo es como comprenden el sentido de su matrimonio. Para la Biblia, el significado más profundo de una cosa se encuentra en su origen. Fue en la primera pareja donde Dios creó la estructura esencial y perenne del matrimonio, que revive desde entonces en cada uno de ellos.

La estructura del matrimonio es ante todo el amor, pero no sólo el amor de la esposa por el esposo y viceversa, sino el de Dios, que ha hecho nacer -de una manera gratuita- el amor entre ambos. El matrimonio ha de ser vivido como un don: «Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda» (8,8). Este amor profundo, don de Dios, es muy diferente a la simple pasión: «Si yo me caso con esta hija de Israel, no es para satisfacer mis pasiones» (8,9). Ahora bien, la estructura natural del matrimonio incluye también el deseo de los hijos (la pareja está constituida para convertirse en familia), recordando, no obstante, que los hijos son para el Señor, no para los padres: «Fundar una familia, en la que se bendiga tu nombre por siempre».

 

Evangelio: Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo,

28 un maestro de la Ley se acercó y le preguntó: -¿Cuál es el mandamiento más importante?

29 Jesús contestó: -El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.

30 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos.

32 El maestro de la Ley le dijo: -Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él;

33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34 Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.

 

**• El intento de recoger los muchos preceptos en una síntesis no es nuevo. El objetivo de este intento no es hacer un resumen de la Ley, sino más bien indicar su centro y su esencia. Jesús, al responder a la pregunta del maestro de la Ley, cita dos textos que se repiten con frecuencia en la oración y en la meditación de Israel; un pasaje del Deuteronomio («Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas») y un pasaje del Levítico {«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»). El Maestro invita al hombre a no perderse en el laberinto de los preceptos, porque la esencia de la voluntad de Dios es simple y clara: amar a Dios y a los hombres. Es justo que la ley se ocupe de los muchos y variados casos que se presentan en la vida, a condición sin embargo, de que no pierda de vista el centro que da impulso a toda la estructura. Este centro es el amor.

Jesús responde al maestro de la Ley que el primero de los mandamientos no es uno solo, sino dos: estrictamente unidos, como las dos caras de una misma realidad.. En la capacidad de mantener unidos los dos amores –el amor a Dios y el amor al prójimo- reside la medida de la verdadera fe y de la genialidad cristiana. Hay quien para amar a Dios se aparta de los hombres, y hay quien para estar al lado de los hombres se olvida de Dios. La experiencia bíblica se declara convencida de que estas dos actitudes introducen en la vida de los hombres y de las comunidades una profunda mentira: allí donde se separan los dos amores hay siempre falsedad e idolatría. En consecuencia, es importante captar el vínculo entre las primeras palabras («Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor») y las que siguen («Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón»). La afirmación de que Dios es el único Señor constituye la base de donde brota el deber de amarle. Un deber que se reviste inmediatamente de dos cualidades: la totalidad y la gratitud. La totalidad: Dios es el único Señor, y esto incluye el rechazo de cualquier otro que -sustituyéndole- pretendiera nuestro asentimiento incondicional; la pertenencia al Señor no es divisible con la pertenencia a cualquier otro; no se va a Dios con algo de nosotros, sino enteramente, con todas nuestras raíces. Y la gratitud: Dios es nuestro Señor, Aquel que nos ama, nos libera y nos espera. Si bien es verdad que el hombre pertenece a Dios, también lo es que Dios pertenece al hombre. El señorío de Dios no es extraño a nuestro ser, a nuestra libertad o a nuestra identidad. Es, al contrario, la meta a la que tiende nuestro ser, y de la que tenemos una irreprimible nostalgia. Por todo esto, el amor a Dios (precisamente en el sentido de una adhesión incondicional) no es esclavitud, sino gratitud y recuperación de nuestra propia identidad.

Los dos amores (a Dios y al prójimo) están, tal como hemos visto, estrechamente unidos: el uno es la verificación del otro. Sin embargo, también son diferentes. La medida de nuestro amor a Dios es la totalidad; la medida del amor al prójimo, no («como a ti mismo»). A Dios le corresponde la pertenencia total e incondicionada; al hombre, no. El prójimo no es el Señor, no es la razón última de nuestra búsqueda.

 

MEDITATIO

¿Un cuadro de vida de otros tiempos? ¿Una meta imposible de proponer o que incluso no se debe proponer? ¿La colocación exacta del amor entre el hombre y la mujer? Probemos a tomar estas páginas del libro de Tobías y a someterlas a una comparación con las muchas -incluso demasiadas- páginas que se extienden ante nuestros ojos. Desde la televisión a la prensa, al cine, a Internet, al lenguaje, a la publicidad más trivial de cualquier producto, estamos amenazados por una avalancha de imágenes y de palabras, por un verdadero mercado en el que el sexo, mezclado con todos los posibles ingredientes, se ha convertido en una moneda ahora devaluada. Hasta tal punto que quien desea obtener cierto efecto «hiriente» recurre a la presentación de las más aberrantes desviaciones. Y todo ello en nombre de la libertad, de la madurez, de la autonomía del hombre... Ahora bien, ¿dónde está el hombre en esta zarabanda de pésimo gusto? ¿A qué ha quedado reducido?

También el matrimonio se resiente de ello, incluso el sellado con el sello del sacramento. Una vez venido a menos el sentido de la indisolubilidad, los contrayentes acceden a él reservándose una puerta de salida para tomarla en la primera dificultad: y todo se hunde.

Ningún creyente, ninguna persona recta, puede permanecer indiferente. Sin embargo, el remedio no puede consistir sólo en organizar cruzadas puritanas o en restablecer deberes y prohibiciones. La propuesta que presentan hoy Tobías y Sara se plantea en otro ámbito, el de las motivaciones profundas, y suena cautivadora como un reclamo y provocadora como un desafío. Ambos se sitúan, en el umbral de su vida de pareja, con el respeto, la ansiedad y la admiración de quien sabe que recibe un don inestimable. No buscan la realización de un proyecto suyo, sino que se ofrecen, como instrumentos dóciles y responsables, a la realización de un designio que está por encima de ellos y, al mismo tiempo, les interpela y les compromete. Se saben pensados el uno para la otra por un amor más grande, son conscientes de que su amor recíproco, que florece en el tiempo, es eco y respuesta a un amor más grande que les ha precedido. Su relación se abre con la bendición de Dios, el «tercero» presente y operante en su acontecer.

 

ORATIO

Bendito seas, Dios, Señor y autor de la vida, vida y belleza eterna. Bendito seas por todo lo que vive y muestra un reflejo de tu belleza y de tu sabiduría. Bendito seas por habernos otorgado el don de la vida. Bendito seas por habernos llamado a ser tus colaboradores conscientes en tu continua obra de creación y de redención.

Bendito seas por habernos creado a tu imagen y semejanza, capaces de entregar y de recibir amor, capaces de abrirnos al otro y de acogerlo en la veneración de su misterio. Bendito seas por haber depositado en nosotros una chispa de aquella energía viva, de amor, que arde en tu eterno secreto. Tú nos la diste para que, con la alegría de los hijos, fuésemos sus administradores fieles y responsables.

Bendito seas, Padre, fuente de todo amor fecundo, bendito seas, Hijo, esposo ardiente de la humanidad, bendito seas, Espíritu Santo, sello de caridad y de unión.

 

CONTEMPLATIO

Con el mayor encarecimiento posible exhorto a los casados a que se profesen el mutuo amor que tanto os encomienda el Espíritu Santo en las divinas Escrituras. Deciros que os améis uno a otro con amor natural es lo mismo que nada, porque otro tanto hacen las pareadas tortolillas; ni basta decir que os améis con amor humano, pues también los gentiles se profesan este amor. Yo os diré con el apóstol de las gentes: Esposos, amad a vuestras esposas como ama Jesucristo a su Iglesia, Esposas, amad a vuestros maridos como la Iglesia ama a Jesucristo. Dios, que llevó a Eva a la presencia de nuestro primer padre, Adán, y se la dio por esposa, es quien, con su invisible diestra, ha echado el nudo de las sagradas ataduras de vuestro matrimonio, amados míos; Él es quien os ha entregado unos a otros, ¿pues cómo no os amáis con un amor enteramente santo, sagrado y divino?

Es el primer efecto de este amor la unión indisoluble de los corazones. Cuando se encolan dos pedazos de pino uno con otro, si es buena la cola queda tan firme la unión que más presto se partirá la madera por otras partes que no por la pegadura; así pues, como Dios une con su propia sangre el marido a la mujer, por eso es tan firme la unión, que antes se ha de separar el alma del cuerpo de uno u otro que no el marido de su mujer, pero esto se entiende no tanto de la unión del cuerpo cuanto del corazón, del afecto y del amor.

Ha de ser el segundo efecto de este amor la inviolable fidelidad de uno a otro consorte. Antiguamente se grababan los sellos en los anillos que se llevaban en el dedo, como la misma Escritura Santa lo acredita, y ve aquí la significación de una ceremonia que se hace en las bodas; bendice la Iglesia, por mano del sacerdote, un anillo que se le entrega primero al esposo en testimonio de que sella y cierra su corazón con este sacramento para que en adelante jamás pueda entrar en él ni el nombre ni el amor de alguna otra mujer mientras viva la que Dios le ha dado; después, el esposo pone el anillo en la mano de su esposa para que ella igualmente entienda que jamás ha de entrar en su corazón afecto a otro hombre mientras viva sobre la faz de la tierra el que nuestro Señor acaba de darle.

El tercer fruto del matrimonio es la procreación y crianza de los hijos. Grande honra es para vosotros, casados, el que Dios, queriendo multiplicar las almas que pueden bendecirle y alabarle por toda una eternidad, os hace cooperadores de obra tan digna, por medio de la producción de los cuerpos, en los que Él reparte, como gotas de celestial rocío, las almas que cría e infunde dentro de ellos (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, III, 38, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 319-321).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que temen al Señor» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué significa amar a otra persona? El afecto recíproco, la compatibilidad intelectual, la atracción sexual, compartir unos ideales, un contexto financiero, cultural y religioso común: todas estas cosas pueden ser un factor importante para engendrar una buena relación, pero no pueden garantizar el amor.

Conocí una vez a dos jóvenes que querían casarse. Los dos eran guapos, muy inteligentes, sus marcos familiares eran muy semejantes y estaban muy enamorados. Habían pasado muchas horas con psicoterapeutas expertos para indagar sobre su pasado psicológico y afrontar directamente sus fuerzas y sus debilidades emotivas. En todos los aspectos parecían estar bien preparados para casarse y vivir juntos y felices. Sin embargo, la pregunta seguía en pie: ¿serán capaces de amarse estas dos personas mutuamente del modo adecuado, no sólo durante un tiempo o durante algunos años, sino para toda la vida? Para mí, que recibí la petición de acompañar a estas dos personas, la cosa no era tan obvia como para ellos. Se conocían desde hacía bastante tiempo y estaban seguros de sus recíprocos sentimientos de amor, pero ¿habrían sido capaces de hacer frente a un mundo en el que hay tan poco apoyo para las relaciones duraderas? ¿De dónde sacarían la fuerza necesaria para permanecer fieles el uno a la otra en el momento del conflicto, de la presión económica, de un dolor profundo, de la enfermedad y de las necesarias separaciones? ¿Qué significaría para este hombre y para esta mujer amarse como marido y mujer hasta la muerte?

Cuanto más reflexiono, más me percato de que el matrimonio es, antes que nada, una vocación. Dos personas son llamadas al mismo tiempo para realizar la misión que Dios les ha dado. El matrimonio es una realidad espiritual, o sea: un hombre y una mujer se unen para la vida no sólo porque experimentan un profundo amor el uno por la otra, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. Amar significa encarnar ef infinito de Dios en una comunión fiel con otro ser humano (H. J. M. Nouwen, Vivere nello spiríto, Brescia 1995, pp. 123ss [edición española: Aquí y ahora: viviendo en el espíritu, San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

 

Día 5

Viernes 9ª semana del Tiempo ordinario  o San Bonifacio

Liturgia de las Horas de hoy

  

          Bonifacio nació hacia el año 680, en el territorio de Wessex (Inglaterra). Su verdadero nombre era Winfrido. Ordenado sacerdote, en el año 716 con dos compañeros se encaminó a Turingia; pero aún no era la hora de su apostolado. Regresó a su monasterio y en el año 718 viajó a Roma para solicitar del papa Gregorio II autorización de misionar en el continente. El Sumo Pontífice lo escuchó complacido y, en el momento de otorgarle la bendición, le dijo: "Soldado de Cristo, te llamarás Bonifacio". Este nombre significa "bienhechor". En 719 se dirigió a Frislandia. Allí estuvo tres años; luego se marchó a Hesse, convirtiendo a gran número de bárbaros. En Amoneburg, a orillas del río Olm, fundó el primer monasterio. Regresó a Roma, donde el papa lo ordenó obispo. En su segunda visita a Roma, el papa lo elevó a la dignidad de arzobispo de Maguncia. Prosiguió su misión evangelizadora y se unieron a él gran cantidad de colaboradores. También llegaron desde Inglaterra mujeres para contribuir a la conversión del país alemán, emparentado racialmente con el suyo. Entre éstas se destacaron santa Tecla, santa Walburga y una prima de Bonifacio, santa Lioba. Este es el origen de los conventos de mujeres. Prosiguió fundando monasterios y celebrando sínodos, tanto en Alemania como en Francia, a consecuencia  de lo cual ambas quedaron íntimamente unidas a Roma.

           El anciano predicador había llegado a los ochenta años. Deseaba regresar a Frisia (la actual Holanda). Tenía noticias de que los convertidos habían apostatado. Cincuenta y dos compañeros fueron con él. Atravesaron muchos canales, hasta penetrar en el corazón del territorio. Al desembarcar cerca de Dochum, miles de habitantes de Frisia fueron bautizados. El día de pentecostés debían recibir el sacramento de la confirmación.

         Bonifacio se encontraba leyendo, cuando escuchó el rumor de gente que se acercaba. Salió de su tienda creyendo que serían los recién convertidos, pero lo que vio fue una turba armada con evidente determinación de matarlo. Los misioneros fueron atacados con lanzas y espadas. "Dios salvará nuestras almas", grito Bonifacio. Uno de los malhechores se arrojó sobre el anciano arzobispo, quien levantó maquinalmente el libro del evangelio que llevaba en la mano, para protegerse. La espada partió el libro y la cabeza del misionero. Era el 5 de junio del año 754. Es el apóstol de  Alemania y el patriarca de los católicos de ese país.

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 11,5-17

En aquel tiempo, Ana iba a sentarse todos los días en la cima de un otero, junto al camino, desde donde dominaba el paisaje. Un buen día, mientras estaba allí, mirando a ver si venía su hijo, lo divisó a lo lejos y lo reconoció al instante. Echó a correr y le dijo a su marido: -Oye, tu hijo está llegando.

Rafael le había dicho a Tobías:

-Nada más entrar en tu casa, adoras al Señor, tu Dios, y le das gracias; te acercas a tu padre y le besas; luego le frotas los ojos con la hiel de ese pez que llevas contigo. Ten la seguridad de que en seguida se le abrirán los ojos a tu padre y podrá ver la luz del cielo, y al verte se pondrá muy contento.

Entonces el perro que llevaban durante el viaje salió corriendo delante de ellos y, como si fuera un mensajero llegado a su destino, exteriorizaba su alegría haciendo carantoñas con el rabo. El padre de Tobías, ciego como era, se levantó y echó a correr a trompicones. De la mano de un criado salió al encuentro de su hijo. Él y su mujer le recibieron con besos y rompieron a llorar de alegría. Luego adoraron a Dios, le dieron gracias y se sentaron.

Tobías frotó los ojos de su padre con la hiel del pez. Aguardó cosa de media hora y empezó a salir de sus ojos una telilla blanca, como la fárfara de un huevo. Tobías la cogió y se la extrajo de los ojos, y así recobró la vista. Entonces él, su mujer y todos los vecinos glorificaron a Dios. Tobías dijo:

-Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo Tobías.

 

*+ La página que nos propone hoy la liturgia es, a buen seguro, una historia edificante, hermosa, pero el lector podrá objetar que no siempre sucede así en la vida. La Biblia es un libro sincero, a veces incluso rudo, repleto de preguntas inquietantes. No es uno de esos libros religiosos edificantes en los que siempre salen bien las cuentas. Hacer que salgan las cuentas es el deseo del hombre, pero no siempre el verdadero modo de manifestarse de Dios. Con todo, también en la Biblia, como ocurre precisamente en el libro que estamos leyendo estos días, hay páginas espléndidas de hagiografía edificante.

No constituyen la osamenta del discurso bíblico, pero lo embellecen. También las páginas edificantes tienen su verdad y su poesía. No siempre captan la vida en lo que tiene de problemático, pero sí dicen, ciertamente, cómo la quisiéramos. También el soñar puede formar parte de una auténtica relación con el mundo y con Dios, y tanto más por el hecho de que también es verdad -si se tiene la mirada profunda de la fe- que Dios siempre hará que las cuentas salgan bien. Tal vez no a nuestra manera, quizás no siguiendo nuestros tiempos, pero es seguro que saldrán. El cristiano sabe que las cuentas no han de salir, necesariamente, en este mundo.

Pero volvamos al relato que hemos leído. Su primera característica es la alegría, la alegría coral de una familia que explota cuando el hijo que se había ido lejos vuelve y cuando el anciano padre se cura. Se trata de una alegría sana, humanísima, que se expresa con lágrimas de alegría, con abrazos afectuosos y, lo más importante, con la oración de agradecimiento al Señor.

También la lección que subyace en el relato es límpida y humanísima, consoladora: el Señor pone a prueba, pero no para castigar, no para destruir, sino siempre y sólo para purificar y dar más.

 

Evangelio: Marcos 12,35-37

En aquel tiempo,

35 Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo: -¿Cómo dicen los maestros de la Ley que el Mesías es hijo de David?

36 David mismo dijo, inspirado por el Espíritu Santo:

Dijo el Señor a mi Señor:

Siéntate a mi derecha

hasta que ponga a tus enemigos

debajo de tus pies.

37 Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo? La multitud lo escuchaba con agrado.

 

**• En el debate de hoy es Jesús el primero en pasar al ataque. Ya no son los otros quienes le interrogan, sino él quien plantea la pregunta. Se trata de una pregunta decisiva, una pregunta que no se pierde en aspectos secundarios, sino que va al centro de la fe cristiana: ¿quién es Jesús? Esta pregunta ya había sido planteada en 8,27ss, pero allí sólo a los discípulos; ahora la hace a todos, especialmente a los maestros de la Ley y a los fariseos. Y la plantea Jesús en el templo, en el corazón del judaísmo.

Seguimos estando en el terreno de las Escrituras. El Mesías no puede ser simplemente hijo de David, dado que el mismo David le llama «mi Señor» en el Sal 110. La argumentación es apretada. Pero ¿qué es lo que hay detrás de este debate? ¿Por qué es tan importante? Porque la expresión «hijo de David» era un título mesiánico que no sólo evocaba el origen (el origen del Mesías, de la estirpe de David), sino también un proyecto mesiánico (una restauración religiosa y política que habría llevado

de nuevo a Israel al esplendor de los tiempos de David). Lo que está en juego, por tanto, no es sólo si Jesús es Mesías e Hijo, sino qué Mesías y qué Hijo.

 

MEDITATIO

La historia de Tobías y Sara llega ahora a su conclusión. Llega el día en que, desde lo alto del otero, la mirada de Ana, que ardía en deseos, recorriendo el horizonte percibe unas figuras que avanzan. Su corazón reconoce al hijo. Y se pone en marcha todo un movimiento de exultación: corre Ana, corre el ciego Tobit; la misma naturaleza -corre también el perro moviendo la cola- participa en la fiesta de estos pobres de Israel que ven colmada, por encima de toda esperanza, sus expectativas. En efecto, Tobías vuelve con Sara liberada del espíritu maligno, Tobit recobra la vista, se recompone la unidad de la familia: un final feliz, como no hay muchos en nuestras crónicas. Incluso demasiado bello para ser verdad, podría objetar alguno...

«Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado»: la oración que eleva Tobit a Dios en la reapaciguada intimidad familiar, mientras sus ojos vuelven a ver a su hijo, nos permite penetrar más allá de las imágenes vivaces e ingenuas para captar su significado profundo. Sí, Dios ha escuchado la oración de Tobit, no ha defraudado su confianza, una confianza que ha sido capaz de perseverar -y hasta de crecer- en la prueba.

La vida de Tobit se había visto sacudida por una tempestad de acontecimientos trágicos, destructores, desde el punto de vista humano. Pero él supo verlos como una prueba enviada por Dios, supo ver en ellos la presencia de su Dios, que quería poner a prueba su fidelidad. Tobit no ha defraudado a Dios: le «hizo quedar bien», para usar una expresión de san Francisco de Sales. Tobit, traqueteado por las olas y los vientos contrarios, ha sido capaz de confiar y creer, más allá de la sensatez humana. Y no se encontró en sus labios más que palabras de bendición y de alabanza al Dios justo. Ahora le toca ¡i Dios. Y Dios, que no defrauda la esperanza humilde, confiada, orante de su siervo, le recompensa con su divina largueza.

 

ORATIO

Te bendigo, Señor, porque después de haberme probado me has curado. Te adoro presente en mi historia. Sé que me amas.

Eres tú, mi Dios, quien me visitas en el dolor; eres tú, mi Dios, quien me das la alegría. Eres tú quien me visita en la oscuridad de la noche sin estrellas, en la mañana risueña de las promesas. Eres tú quien me visita en la angostura del camino y tú, también, en los claros horizontes. Tú eres el apoyo del débil, la luz del ciego. Tú eres la patria del desterrado, el consuelo del que está solo.

Que mi vida, visitada por tu bendición, pueda alabarte y bendecirte por siempre.

 

CONTEMPLATIO

Bendecir a Dios y darle las gracias por todos los acontecimientos, que su Providencia ordena, es, en verdad, una ocupación muy santa, pero, cuando dejamos a Dios el cuidado de querer y de hacer lo que le plazca en nosotros, sobre nosotros y de nosotros, sin atender a lo que ocurre, aunque lo sintamos mucho, procurando desviar nuestro corazón y aplicar nuestra atención a la bondad y a la dulzura divina, bendiciéndolas no en sus efectos ni en los acontecimientos que ordenan, sino en sí mismas y en su propia excelencia, entonces hacemos, sin duda, un ejercicio mucho más eminente [...].

Oh Dios, ¿qué almas son esas que, entre tantos inconvenientes, siempre son capaces de conservar su atención y su afecto dirigidos a la eterna bondad, para adorarla y amarla por siempre? [...] Mandó Dios al profeta Isaías que se desnudase, y así lo hizo, y anduvo caminando y predicando de esta guisa durante tres días enteros, como dicen algunos, o durante tres años, como creen otros; después volvió a tomar sus vestiduras, una vez transcurrido el tiempo que Dios le había señalado. También nosotros nos hemos de desnudar de nuestros afectos, pequeños y grandes, y debemos examinar con frecuencia nuestro corazón, para ver si está dispuesto a despojarse, como hizo Isaías, de todas las vestiduras; mas, después, a su debido tiempo, hemos de volver a tomar los afectos convenientes para el servicio de Dios, a fin de morir en cruz, desnudos, con nuestro divino Salvador, y de resucitar, después, con Él, en hombre nuevo. El amor es fuerte como la muerte, para hacer que lo dejemos todo, pero es magnífico como la resurrección, para revestirnos de gloria y de honor (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IX, 15ss, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 551-559, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado» (cf. Tb 11,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú creaste, oh Señor, todas las cosas «en número, peso y medida», y lo que sucede acaece en el orden de tu sabiduría. Le diste al hombre la libertad, para que actúe por su propia voluntad. Pero en cuanto ha realizado su obra, ésta se hace realidad; ya no puede quitarla de en medio; debe ir más allá. Tú has tejido así su existencia. En todo deben resplandecer tu justicia y tu bondad; sin embargo, el hombre se ha desviado de ti y ha cambiado el orden de tu amor por la oscura imagen del destino. Ahora bien, en Cristo, tu Hijo, nos has revelado, oh Padre, tu rostro y has empezado una obra nueva. El ha vencido al destino y nos ha mostrado tu providencia en los acontecimientos.

Ahora todo debe ser para nosotros una disposición de tu amor. Esto nos ha sido dado como consuelo, pero también como tarea. El mensaje no es un permiso para dejar discurrir las cosas con indolencia o para cerrar los ojos ante su gravedad, sino amonestación para un santo obrar. Tu Reino debe ser para nosotros lo único necesario. Que venga tu Reino y que se cumpla tu justicia: eso es a lo que deben tender nuestros propósitos y nuestras preocupaciones. Entonces podremos estar seguros de que todo, hasta las cosas más oscuras, nos ha sido dado para que nos salvemos. Debemos elevar con fe en el marco de tu providencia cualquier experiencia que nos depare el destino, superar nuestra ignorancia con confianza y colaborar en tu obra con amor. Ayúdame, oh Señor, a ¡luminar la confusión de las cosas con la claridad de la fe y a transformar con la fuerza de la confianza la dificultad de todo lo que pesa sobre mí. Y que tu Espíritu Santo pueda atestiguar en mi corazón que soy verdaderamente hijo tuyo y que hago bien al aceptar todos los acontecimientos de tu mano.

Haz que encuentren respuesta en la certeza de tu amor aquellas preguntas a las que ninguna sabiduría humana puede responder. Que tú me amas es la respuesta a cualquier pregunta; haz que lo sienta cuando llegue la hora de la prueba. Amén (R. Guardini, Preghiere teologiche - La Prowidenza, Brescia 1986, 47ss [edición española: Oraciones teológicas, Ediciones Cristiandad, Madrid 1966]).

 

 

Día 6

Sábado 9ª semana del Tiempo ordinario o San Norberto

Liturgia de las Horas de hoy

 

         San Norberto, nacido en Alemania, estaba emparentado con el emperador. Era culto y brillante. De joven fue dado a los deleites del mundo. Se afanaba por el buen vestir y por alagar a las damas con sus poesías. Su conversión, ocurrió a raíz de una tormenta que le sorprendió cuando viajaba a Westfalia, poco antes de cumplir los treinta años. Cayó un rayo a los pies de su caballo y Norberto fue tirado al suelo. Quedó inconsciente por una hora y al despertar decidió dejar atrás la vanidad de su vida pasada. Se retiró a un monasterio para hacer penitencia y repartió todas sus riquezas entre los pobres. Fue ordenado sacerdote y recibió del Papa la misión de ir a evangelizar. Recorrió para ello el norte de Francia descalzo y sin dinero. En muchas partes lo rechazaron y hasta en ocasiones tuvo que marcharse para evitar la violencia. Asistió al concilio de Rheims y se le encomendó que fundara un monasterio, lo cual hizo en el Valle de Prémontré. Es por eso que los miembros de la orden que el fundó se llaman los premonstratienses. Tuvo éxito y la orden se extendió por toda Europa. Tuvo que dejar el monacato al ser nombrado arzobispo de Magdeburgo.  Como obispo supo gobernar sin ser ni blando ni transigente. Trataron de varias veces de matarlo. Murió sin embargo de muerte natural, en 1134.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 12,1.5-15.20

En aquellos días, Tobit llamó a su hijo y le dijo:

-¿Qué podríamos darle a este santo varón que ha venido contigo?

Le llamaron aparte, padre e hijo, y le rogaron que aceptara la mitad de todo lo que habían traído.

Y él les dijo en secreto:

-Bendecid al Dios del cielo y proclamadle ante todos los vivientes, porque ha sido misericordioso con vosotros. Es bueno guardar el secreto del rey, y es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Buena es la oración con el ayuno. Mejor es hacer limosna que atesorar dinero, porque la limosna libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Los que cometen pecados y maldades son enemigos de sí mismos. Os diré toda la verdad, no os ocultaré ningún hecho: Cuando tú orabas con lágrimas y dabas sepultura a los muertos; cuando dejabas la comida para esconder de día los muertos en tu casa y sepultarlos de noche, yo presentaba tu oración al Señor. Eras agradable al Señor, por eso tuviste que pasar por la prueba. Ahora el Señor me ha enviado para que te cure y libre del demonio a Sara, la mujer de tu hijo. Yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que estamos en presencia del Señor. Pero ya es hora de que regrese al que me envió. Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas.

*+• La historia de Tobit y de su hijo Tobías es un canto a la divina providencia. Pero es también un canto a la generosidad, como indica la palabra «limosna», que se repite más veces aquí y en todo el libro.

Oración, ayuno y limosna eran las tres prácticas esenciales de la piedad judía. Pero la más importante de las tres era la limosna, que expresa la atención a los necesitados, la compasión y la simpatía respecto a ellos, la ayuda activa y generosa.

Tres son las ventajas de la limosna o, como se dice en muchos otros pasajes bíblicos, de la caridad: libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Tres ventajas que, tal vez, se reducen a una. Podemos expresarla así: la generosidad nos hace vivir y respirar, arranca al hombre del cercado de sí mismo y lo lleva al aire libre. Se trata de una experiencia profundamente verdadera. No es sólo cuestión de vida eterna, sino de la vida en toda su extensión. La generosidad es el mejor modo de vivir en el presente.

En nuestra lectura de hoy hay también una segunda enseñanza importante: la benevolencia de Dios tiene que ser contada, para que todos puedan alegrarse, esperar y alabar al Señor: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (v. 20). Los dones de Dios no son nunca sólo para nosotros: debemos darlos a conocer. No se trata de contar lo que tú has hecho por Dios, sino lo que Dios ha hecho por ti.

 

Evangelio: Marcos 12,38-44

En aquel tiempo,

38 decía Jesús a la muchedumbre mientras enseñaba: -Tened cuidado con los maestros de la Ley, que gustan desasearse lujosamente vestidos y de ser saludados por la calle.

39 Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes.

40 Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

41 Jesús estaba sentado frente al lugar de las ofrendas y observaba cómo la gente iba echando dinero en el cofre. Muchos ricos depositaban en cantidad.

42 Pero llegó una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor.

43 Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: -Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás.

44 Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

 

**• El pasaje evangélico de hoy está compuesto por dos cuadros contrapuestos: por una parte, el comportamiento de los maestros de la Ley; por otra, el comportamiento de una viuda pobre. Los dos cuadros representan la falsa v la verdadera religiosidad.

«Tened cuidado con los maestros de la "Ley» (v. 38): vanidad, ostentación, una práctica religiosa contaminada por la avidez y por la hipocresía, éstas son las tres deformaciones de los maestros de la Ley contra las que Jesús quiere ponernos en guardia. La expresión «tened cuidado con» pone de relieve la gravedad particular del peligro en el que pueden caer los discípulos. Marcos, en 8,15, usa la misma expresión para poner en guardia contra la levadura de los fariseos y de Herodes, y en 13,15, para poner en guardia contra los falsos profetas.

«Sentado frente al lugar de las ofrendas» (v. 41): en el atrio del templo, al que también podían acceder las mujeres, estaban alineadas las cestas en las que se echaban las monedas. Probablemente, los oferentes declaraban en voz alta al sacerdote que estaba de servicio la entidad del don y la finalidad para la que lo ofrecían. De este modo, el gesto se hacía público y se prestaba a la vanidad.

«Jesús llamó entonces a sus discípulos» (v. 43): hay muchos ricos que hacen opíparas ofrendas, y hay una viuda pobre que ofrece sólo dos monedas de escaso valor, todo lo que posee. Jesús se da cuenta y llama la atención de los discípulos con unas palabras que el evangelio reserva para las enseñanzas más importantes:

«Os aseguro que». Jesús ha encontrado un gesto auténtico y quiere que sus discípulos lo aprendan. Lo que ha sorprendido a Jesús no es sólo la falta de ostentación, sino sobre todo la totalidad del don: esa mujer no ha dado lo superfluo -es decir, lo que le sobra después de haber asegurado su vida dentro de unos amplios márgenes de seguridad-, sino «todo lo que tenía para vivir» (v. 44).

 

MEDITATIO

Tobit nos sale al encuentro en esta página del evangelio con toda su plenitud humana. Su prolongada costumbre de llevar una vida abierta al otro, atenta a sus necesidades, generosa y olvidada de sí; la práctica asidua de la caridad, de esa limosna que «libra de la muerte» pagada con la propia sangre; la constante disposición a vivir remitiéndose a Dios en la oración -bendición, alabanza, súplica o lamento-: todo esto ha ido madurando en él una profunda capacidad de gratitud y la necesidad de expresarla en gestos concretos.

No se había cerrado antes, replegado en su dolor; no se cierra ahora, satisfecho, en su felicidad. El dolor que había experimentado en primera persona le había vuelto capaz de una compasión más amplia. La alegría, acogida como don de Dios, le impulsa ahora al agradecimiento al que había sido el instrumento y mediador.

Las palabras solemnes del ángel -todavía de incógnito- ponen el sello al reconocimiento divino de «toda esta vida» objeto de la misericordia de Dios y en la que Dios puede llevar a cabo sus obras. Tobit sabe dar las gracias porque sabe reconocer que ha recibido la gracia. No siente nada como si le fuera debido, para él lodo es don.

Y sabe decir «gracias» no sólo a Dios, fuente de «todo buen regalo», sino también al hermano, al compañero de viaje, al que se ha hecho dócil ministro de este don. Se trata de una dimensión que hemos de redescubrir

o, en cualquier caso, mantener viva para nosotros, que, con frecuencia, atrapados en los engranajes de la prisa, de la eficiencia, encallados en la superficialidad, corremos el riesgo de olvidar esta capacidad de gratitud que es como la otra cara de la gratuidad. Sólo quien sabe recibir todo como don y da gracias por ello es capaz a su vez de ofrecerse gratuitamente como don al otro.

 

ORATIO

Adoramos, oh Dios, tu inaprensible misterio y bendecimos tu inagotable misericordia. Tú, con sabia providencia, quieres tejer la trama de nuestra vida como una historia de amor y nos invitas, a través de los acontecimientos del tiempo, a una perenne mañana de fiesta, junto a ti, en la luz.

Que tu Espíritu abra nuestros ojos, para que sepamos leer ya desde ahora las situaciones de la vida desde tu punto de vista y configure nuestros corazones a imagen del tuyo: unos corazones anchos, abiertos, compasivos y fecundos en bien para nuestros hermanos. De suerte que de la comunión de nuestras vidas, empapadas de misericordia, suba incesante la alabanza a ti, el Misericordioso que realiza grandes cosas para quienes se confían a él.

 

CONTEMPLATIO

Es tan débil el espíritu humano que, cuando quiere investigar con excesiva curiosidad las causas y las razones de la voluntad divina, se embaraza y enreda entre los hilos de mil dificultades, de los cuales, después, no puede desprenderse. Se parece al humo que, conforme sube, se hace más sutil y acaba por disiparse. A fuerza de querer remontarnos con nuestros discursos hacia las cosas divinas, por curiosidad, nos envanecemos en nuestros pensamientos y, en lugar de llegar al conocimiento de la verdad, caemos en la locura de nuestra vanidad.

Pero, de un modo particular, respecto a la Providencia divina somos caprichosos en lo que atañe a los medios que ella reparte para atraernos a su santo amor y, por su santo amor, a la gloria. Porque nuestra temeridad nos impele siempre a indagar por qué Dios da más medios a unos que a otros, por qué no hizo entre los tirios y sidonios las mismas maravillas que en Corozaín y en Betsaida, pues tan gran provecho hubieran sacado de ellas; en una palabra, por qué atrae a su amor a unos con preferencia a otros.

¡Ah, amigo mío, Teótimo!, jamás, jamás hemos de permitir que nuestro espíritu sea arrebatado por el torbellino de este viento de locura, ni hemos de pensar en encontrar una razón mejor de los designios de la voluntad de Dios que su voluntad misma, la cual es soberanamente razonable; mejor dicho, es la razón de todas las razones, la regla de toda bondad, la luz de toda equidad. Y aunque el Espíritu Santo, hablando en la sagrada Escritura, da en muchos lugares la razón de casi todo lo que podemos desear acerca del proceder de su Providencia en la dirección de los hombres hacia el santo amor y hacia la salud eterna, es cierto, sin embargo, que en muchas ocasiones declara que, en manera alguna, nos liemos de apartar del respeto debido a su voluntad y que hemos de adorar sus propósitos, sus decretos, su beneplácito y sus resoluciones, cuyos motivos, como supremo y justísimo juez que es, no es razón que manifieste, sino que basta con que los dé a conocer. Si debemos tanto honor a los fallos de los supremos tribunales, compuestos de jueces corruptibles de la tierra, y ellos mismos terrenos, de suerte que hemos de creer que no se han pronunciado sin motivo, aunque no sepamos cuál sea éste, ¡oh Dios mío!, ¡con cuánta reverencia no hemos de adorar la equidad de vuestra suprema providencia, la cual es infinita en justicia y en bondad! (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IV, 7, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 251-252).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (Tb 12,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra inteligencia no está en absoluto en condiciones de aferrar en su totalidad esta única e infinita perfección de Dios. Estamos frente a un misterio insondable, que nos exige adoración: «Que todo espíritu alabe al Señor, dándole todos los nombres más excelsos que se pueda encontrar; y sea cual sea la alabanza que estemos en condiciones de tributarle, confesemos que nunca podrá ser alabado de manera suficiente». Cada vez que recitamos el «Padre nuestro» y decimos: «Santificado sea tu nombre», proclamamos la grandeza de Dios y nos ponemos frente a él tal como somos, en nuestra pequeñez, con toda confianza.

La adoración nos pide aún más. No se trata de reconocer la grandeza de un Dios disperso entre las nubes; se trata más bien de proclamar su presencia activa en el mundo y de confesar su soberanía tanto en la tierra como en el cielo. En efecto, Dios es creador, pero la creación no tuvo lugar de una vez por todas al comienzo de los tiempos: Dios sigue siendo creador también hoy, y mañana, y para la eternidad. Existe una fuerte tentación de ignorar esta acción creadora de Dios que se prolonga en el tiempo. Sabemos bien que muchos hombres y mujeres están prisioneros de una visión estrechamente materialista del mundo. La investigación científica tiende a descubrir, cada vez mejor, cómo se ha ido constituyendo el mundo y a comprender, de un modo cada vez más profundo, las leyes que lo regulan, pero se muestra impotente para tener en cuenta el sentido de las cosas. Dios ha sido expulsado por completo de la existencia de los que se declaran ateos y no encuentra sitio en su explicación del mundo material. Ahora bien, «si el hombre existe es porque Dios lo ha creado por amor, y por amor no cesa de hacerle existir. Esto vale para el hombre y para todo el universo, fruto del amor de Dios creador» (Cl. Morel, // nostro é un Dio di gioia, Milán 1993, pp. 16 ss).

 

Día 7

Santísimos Cuerpo y Sangre de Cristo (Domingo después de la Santísima Trinidad)

Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 24,3-8

En aquellos días:

3 Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: -Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

4 Moisés puso entonces por escrito todas las palabras del Señor. Al día siguiente se levantó temprano y construyó un altar al pie del monte; erigió doce piedras votivas, una por cada tribu de Israel.

5 Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofrecieran holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión en honor del Señor.

6 Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unas vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar.

7 Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: -Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo diciendo: -Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros según las cláusulas ya dichas.

 

**• Este pasaje marca la cima y la conclusión de la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Ex 18-24). Es Dios quien toma la iniciativa, ofrece un pacto a los hijos de Israel y escoge a Moisés como intermediario entre él y el pueblo, que deberá comprometerse a observarlo (vv. 3.7). Como sello del pacto suscrito se erige un altar a los pies del monte, símbolo de la doce tribus de Israel, y, tras haber elegido a algunos jóvenes inocentes y puros, se sacrifican las víctimas tal como se hacía entre los antiguos, en recuerdo del acontecimiento (cf. Jos 4,2-9; Gn 28,10.28; 33,15). Se asperja además al pueblo con la sangre de las víctimas, que, en la mentalidad judía, era considerada como la sede de la vida; con ello, el pueblo, purificado, adquiría la fuerza vital que eliminaba el pecado y el mal, y podía contraer una alianza con el «Puro» por excelencia.

La expresión «sangre de la alianza» volverá en las palabras pronunciadas por Jesús en la institución de la eucaristía durante la última cena. «Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos» (Mc 14,24; Mt 26,28). Este pacto de alianza garantiza al pueblo elegido autonomía nacional, protección y seguridad, porque Dios se ha vinculado a sus promesas. Es un vínculo que subsistirá mientras el pueblo se mantenga fiel y observe sus cláusulas. Por eso grita el pueblo dos veces con juramento: «Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor» (vv. 3.7). Esta alianza, infringida muchas veces y hecha ineficaz por Israel, será superada por la nueva alianza, no escrita ya en tablas de piedra, sino en el corazón del hombre.

 

Segunda lectura: Hebreos 9,11-15

Hermanos:

11 Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Es la suya una tienda de la presencia más grande y más perfecta que la antigua, y no es hechura de hombres, es decir, no es de este mundo.

12 En ese santuario entró Cristo de una vez para siempre no con sangre de machos cabríos ni de toros, sino con su propia sangre, y así nos logró una redención eterna.

13 Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y las cenizas de una ternera con las que se rocía a las personas en estado de impureza tienen poder para restaurar la pureza exterior,

14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a Dios como víctima sin defecto, purificará nuestra conciencia de sus obras muertas para que podamos dar culto al Dios vivo!

15 Por eso, Cristo es el mediador de la nueva alianza, pues él ha borrado con su muerte las transgresiones de la antigua alianza, para que los elegidos reciban la herencia eterna que se les había prometido.

 

**• El nuevo pacto está concluido también mediante un intermediario: Jesucristo, «sumo sacerdote de los bienes definitivos» (v. 11) y «mediador de la nueva alianza» (v. 15). Y así como en el Sinaí la iniciativa era de Dios, gratuita y destinada a todos, también ocurre lo mismo en el Nuevo Testamento, aunque de un modo inmensamente superior y más excelente. En el ritual judío, concretamente en la «Fiesta de la expiación», el sumo sacerdote entraba solo en el «santo de los santos» y ofrecía a Dios el sacrificio, expiando las culpas de sus hermanos y permaneciendo al servicio del pueblo.

Del mismo modo, Cristo, sacerdote-víctima, aunque «una sola vez» (9,28; 10,12) y con un solo sacrificio (v. 14; cf. 10,14), ha reparado el pecado de toda la humanidad (9,14.28). Ha entrado en la esfera divina y, permaneciendo solidario con nosotros, nos ha vuelto a dar la vida, nos ha regenerado como humanidad nueva, haciéndonos dignos de ofrecer al Padre un culto espiritual muy superior al sacrificio de expiación, porque con la ofrenda de su sangre ha hecho posible un sacrificio-alianza; sin embargo, ese sacrificio no ha sido derramado sobre las partes de la víctima, sino que es ofrecido como alimento y bebida en el banquete eucarístico, asumiendo así, tal como afirma Ignacio de Antioquía, «el fármaco de la inmortalidad y el antídoto contra la muerte».

En efecto, Jesús se ofrece en el cenáculo a sus discípulos como la «nueva alianza» y quiere que todos participen de él para obtener la unidad indisoluble con él, con el Padre y con el Espíritu Santo, y con todos los hombres entre sí. De este modo ha llevado a cabo la reconciliación del hombre caído con Dios, ha restablecido el orden destruido por el pecado y ha vuelto a crear la posibilidad de que la humanidad vuelva a vivir de nuevo en contacto con Dios; más aún, nos ha proporcionado la alegría de poderle llamar «Abba-Padre».

 

Evangelio: Marcos 14,12-16.22-26

12 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus discípulos preguntaron a Jesús: -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?

13 Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle

14 y, allí donde entre, decid al dueño: El Maestro dice: «¿Dónde está la sala en la que he de celebrar la cena de pascua con mis discípulos?».

15 Él os mostrará en el piso de arriba una sala grande, alfombrada y dispuesta. Preparadlo todo allí para nosotros.

16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron todo tal como Jesús les había dicho y prepararon la cena de pascua.

22 Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: -Tomad, esto es mi cuerpo.

23 Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella.

24 Y les dijo: -Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos.

25 Os aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.

26 Después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

 

**• En Marcos, la institución de la eucaristía, celebrada en el marco de la última cena del Señor con sus discípulos, está tan ligada a la muerte del Señor que es, además de una anticipación sacramental, también una profecía de la misma.

En efecto, Jesús, en la intimidad del cenáculo y antes de su pasión, tanto con la palabra como con los gestos, realiza lo que anuncia. El pan partido y la copa que ofrece a sus discípulos, como requería la costumbre de la pascua judía, constituyen el anuncio del nuevo pacto, sellado con su sangre, que, como «cordero sin mancha», ofrece por la salvación de todos. E impone a los suyos que renueven esta acción por todos hasta que él vuelva de nuevo (v. 25; cf. Le 22,19ss).

La Iglesia, obediente a este mandato, realiza este sacrificio y así «anuncia la muerte del Señor, proclama su resurrección y espera su venida en la gloria». Cristo, de modo admirable, sigue estando en medio de los suyos, les hace participar en el sacrificio de la redención y se hace alimento y bebida para su alimento espiritual. Alimentados con el cuerpo y la sangre de su Redentor, todos los redimidos se convierten en «un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo».

Todo esto tiene lugar a través del poder del Espíritu, que hace que todos los creyentes lleguen a ser, en Cristo, un sacrificio vivo para gloria de Dios Padre. La eucaristía es el preanuncio de la plena participación en la vida de Dios en la eternidad y la prenda de la vida eterna, porque quien come su cuerpo y bebe su sangre tiene ya en él la vida eterna y la tendrá plenamente en la eternidad.

  

MEDITATIO

«Tomad y comed; esto es mi cuerpo... Tomad y bebed; ésta es mi sangre... Mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida...» Estas palabras de Jesús sintetizan todo el misterio eucarístico. También Pablo dirá: «Prestad atención antes de acercaros a este alimento y a esta bebida: que no os ocurra la desgracia de comer y beber sin alimentaros y sin calmar vuestra sed». También la Iglesia nos recomienda precisamente esta toma de conciencia cuando nos dice «saber-pensar a quién se va a recibir». En realidad, si lo pensamos bien, el alimento es tal en la medida en que «se pierde-desaparece-muere para convertirse-llegar-a-ser» carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Para expresarlo con la imagen evangélica: si el grano de trigo se niega a morir enterrado, se vuelve imposible la espiga. Con la participación en el Pan eucarístico, el hombre viejo debe morir-dejarse asimilar por el Hombre nuevo, o el-alimento- ya-no-es-tal. La eucaristía es una «angostura» tremenda que no perdona. Jesús dirá: «Quien se alimenta de mí debe vivir-de-mí, por-mí». Tal vez sean éstas las palabras más graves, las palabras que implican mayor responsabilidad para quienes participan activamente en la eucaristía. Es la madre que vive-de/para-los-hijos, de/para-el-esposo porque está toda unificada-gravitada-concentrada.

De este modo, los pensamientos-puntos de vista-centros de interés-mentalidad de quienes participan (= tomar parte) en la eucaristía «deben» convertirse en los de Cristo: para que podamos llamarnos «cristianos».

 

ORATIO

Jesús, me dices que tu cuerpo «es verdadero alimento» y tu sangre «verdadera bebida»: cómo quisiera que estas palabras fueran verdaderamente creativas, es decir, que produjeran lo que significan. Cómo quisiera llegar a ser una humanidad añadida a la tuya: dejarme asimilar por ti de manera que pudiera decir con Pablo: «Ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo el que vive en mí». Ya no soy yo quien piensa-habla-actúa, sino que eres tú el que piensas-hablas-actúas en mí y conmigo. Comprendo bien que tú eres «el Verbo de la vida» y que, por eso, sólo en la medida en que me adhiera a ti será verdadera mi vida, porque estará llena de ti. Tú me dices: «Si alguien se alimenta de mí, yo estoy en él y él en mí»: cómo quisiera trabajar-pensar-hablar permaneciendo en ti. Tú me dices: «Sin mí no podéis hacer nada»: cómo quisiera no hacer verdaderamente «nada» sin estar inspirado-mandado- informado por ti.

Si todo en mí fuera «cristomandado», mi voz, con tanta frecuencia alterada y nerviosa, iría asumiendo poco a poco el timbre dulce y suave, dócil y apacible de la tuya, de la voz del buen pastor.

 

CONTEMPLATIO

Los evangelios nos recuerdan que de la humanidad de Jesús salía una «virtud mágica» que curaba a todos: dicen que los enfermos se le echaban encima para «tocar » al menos el borde de su manto; dicen que la mujer enferma estaba segura de que, si conseguía «tocar su ropa», se curaría; y Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado? He notado que salía de mí una virtud». Quien comulga debe tener las mismas disposiciones que la mujer del evangelio. Aquella virtud curadora no ha cesado de irradiar, no ha cesado de curar, de hacer milagros: todavía está en activo, sólo que se exige aquella fe y aquel amor. La carne de Cristo -enseñan los maestros de la vida cristiana- es «verbizante», es «vivificadora», sigue ejerciendo todavía cierto influjo «cristificante» que cura todo, destruye todo, purifica todo, santifica todo, cristifica todo, edifica todo. La eucaristía es calmante, reconstituyente, relajante: hace bien no sólo al alma, sino también al  cuerpo. Es una doctrina común afirmada por todos los grandes de la educación cristiana.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (cf. Jn 6,55).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Vivir la misa. La expresión se ha vuelto ya un lugar común. Pero nunca es suficiente: especialmente en un período como el nuestro, en el que cristianismo está sometido a un trabajo de esencialización, en el que se ve disminuida toda estructura y ayuda desde el exterior, se hace más urgente que nunca la insistencia en estas ideas «esenciales». Urge enseñar de qué modo concreto puede y debe ser introducida la eucaristía en la vida de cada día, de qué manera puede y debe convertirse verdaderamente en aquella luz que explica y da su significado a los acontecimientos humanos.

Quien no tiene nada para ofrecer-sufrir no puede «participar» en la eucaristía: Cristo sufre y se inmola; también nosotros debemos sufrir-inmolarnos con él. Y estos sentimientos de víctima constituyen el alma de la misa. ¿Cómo se puede aplicar a la vida esta doctrina? Con un método muy sencillo: a menudo nuestras ¡ornadas laborales están llenas de cruces: el frío, el calor, el cansancio; contratiempos, fracasos, incomprensiones; enfermedades, fastidios, soledades; desánimos, depresiones, angustias: todo esto constituye un material preciosísimo para ofrecer durante la misa, que -para decirlo con el Concilio de Trento asume valor en virtud de los dolores de Cristo; es ofrecido por Cristo al Padre y por amor a la pasión de Cristo es aceptado por el Padre. Saber aceptar la vida con paciencia es vivir el sacrificio de la misa.

Vivir la comunión. Se trata de otro axioma clásico que implica convertir en «mística» la unión sacramental durante la jornada laboral: ésta debe llegar a ser un continuo «permanecer en Cristo». De este modo se prolonga «místicamente» la comunión: debemos adquirir la costumbre de trabajar, hablar, pensar por-con-en Cristo; se trata de adquirir la costumbre de hacerlo todo bajo el influjo, lo más actual-continuo que sea posible, de Cristo.

Es menester que nos ejercitemos en preguntarnos con frecuencia: «¿Cómo se comportaría Cristo si estuviera en mi lugar?». Es preciso que adquiramos la costumbre de «conmesurarnos» con él (A. Dagnino, La vita cristiana o il mistero pasquale del Cristo místico, Gnisello B. 19887, pp. 509-511; 534-539, passim).

 

 

Día 8

Lunes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 1,1-7

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los creyentes de la provincia entera de Acaya.

2 Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo.

4 Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados.

5 Porque si es cierto que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, no es menos cierto que Cristo nos llena de consuelo.

6 Si tenemos que sufrir es para que vosotros recibáis consuelo y salvación; si somos consolados es para que también vosotros recibáis consuelo y soportéis los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.

7 Y lo que esperamos para vosotros tiene un firme fundamento, pues sabemos que si compartís nuestros sufrimientos compartiréis también nuestro consuelo.

 

**• La segunda carta de Pablo a los Corintios sale de Éfeso a finales del año 57. Esa fecha se sitúa en un periodo afligido por repetidas preocupaciones, desilusiones, angustias, gravísimas persecuciones sobre la aguda y vibrátil sensibilidad de Pablo, entre las que figura la sublevación que le obliga a huir de Éfeso y el primer arresto en Jerusalén en la fiesta de pentecostés del año 58. También la comunidad de Corinto -al menos algunos personajes de la misma- tuvo reprobables responsabilidades en las tristezas del apóstol, fundador de esta Iglesia: denigraciones, malentendidos, conflictividad, crisis éticas. De ahí que también la actual segunda carta a los Corintios pueda considerarse escrita -como una precedente que se da por perdida- «con gran congoja y angustia de corazón, y con muchas lágrimas» (2 Cor 2,4).

Con todo, los corintios también le habían procurado alegrías, en particular el «éxito» de aquella carta dura, o sea, la respetuosa reconciliación y recuperación de la confianza recíproca. Por eso reconoce el consuelo que le viene del mismo Dios y que es posible transmitir a los hermanos. Los versículos que siguen (8-11, omitidos en el leccionario) enumeran algunos sufrimientos padecidos y liberaciones obtenidas también a través de la oración de muchos.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

*+• Según la redacción del evangelista Mateo, el llamado «sermón del monte» constituye el auténtico exordio de la enseñanza del joven rabí itinerante Jesús de Nazaret. En él anticipa el estilo de su magisterio, innovador, promocional, explosivo, que configura el germen de posteriores erupciones y maduraciones. Admitiendo que las bienaventuranzas y el comentario a las mismas pertenezcan a una sola acción didáctica, se trataría del primer discurso articulado de Jesús y del informe más extenso de los cronistas sinópticos (en efecto, sólo Jn 13-17 lo supera en amplitud de lenguaje).

Las notas de Mateo refieren palabras anteriores pronunciadas por Jesús en público, fundamentales aunque sucintas, como las iniciales del «arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos» (Mt 4,17), y aquellas con las que llamó a los primeros discípulos: «Seguidme» (4,19); se trata de un esbozo del seguimiento: «discípulo» coincide con «bienaventurado». Esta interpretación de los desarrollos magisteriales de Jesús, en la línea de las conexiones o de la progresión, equivale a afirmar que, en el principio de toda vocación cristiana, se encuentra la conversión a las bienaventuranzas evangélicas (prescindiendo de si el discípulo tiene o no mucha conciencia y de la calidad del seguimiento, que irán progresando).

Que el adjetivo sustantivado «bienaventurado» equivale a la denominación de «discípulo» que aparece en el evangelio es algo que se puede deducir también de la estadística lexical. De los tres sinópticos, Mateo y Lucas emplean no menos de catorce veces cada uno la palabra traducida al griego por makários y al latín por beatus (que aparece en singular y plural, masculino y femenino) y la sitúan en contextos compatibles con los atributos y el carácter visible del seguimiento (excepto en un par de situaciones paradójicas). Las nueve bienaventuranzas enumeradas por Mateo configuran la pluralidad de los aspectos de la identidad del discípulo, unificada en la unicidad de la referencia a Dios (y en primer lugar al Espíritu, que hace comprender y obrar), así como a su Reino. En la continuación del sermón se encuentran una serie de explicitaciones operativas preanunciadas en los nueve aforismos de presentación del proyecto evangélico.

 

MEDITATIO

Esta semana litúrgica y la siguiente están iluminadas por los pensamientos que el apóstol Pablo nos confía en la segunda carta a la comunidad cristiana de Corinto; y están animadas por el desafío lanzado por Jesús a los discípulos con el «sermón del monte», o sea, con las nueve bienaventuranzas y el comentario a las mismas según la redacción del evangelista Mateo (capítulos 5-7).

Precisamente el estilo de desafío constituye el elemento de convergencia entre los dos mensajes: un desafío parte de la imagen paulina del siervo del Evangelio, trazado con el robusto orgullo autobiográfico del «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios»; el otro es el desafío de la identidad del discípulo evangélico, colocado por Jesús, más allá de lo ordinario, en la dimensión de la bienaventuranza.

El comienzo de la carta de Pablo y el del sermón de Jesús coinciden asimismo en el anuncio y en la experiencia de una felicidad. El apóstol Pablo identifica la felicidad con el consuelo recibido como don de Dios, Padre misericordioso, y compartido con los hermanos. El maestro Jesús identifica la felicidad con la bienaventuranza como conciencia de unos dones confiados a él en cuanto persona humana convertida en «discípulo». Esta felicidad se puede traducir mediante los matices de algunos sinónimos: alegría, serenidad, exultación, bienestar, fortuna, consuelo y bienaventuranza precisamente. La felicidad es anhelo inagotable e insaciable del corazón humano: un corazón individual, colectivo, universal.

 

ORATIO

«Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él» (del salmo responsorial). Te bendecimos, Señor, en todo momento porque tú mismo has querido ser nuestro refugio y en ti encontramos nuestro consuelo. En nuestra boca, Señor, florece siempre tu alabanza, porque tú nos has enseñado los caminos de las bienaventuranzas, un camino que recorre el que se refugia en ti.

Te damos gracias, Señor, Dios nuestro, por el camino de la pobreza iluminada por el Espíritu; gracias por el camino de la aflicción serenada por los consuelos recibidos; gracias por el camino de la mansedumbre y de la paz frecuentada por tus hijos; gracias por el camino de la justicia espaciada por la experiencia de tu gracia que nos sacia; gracias por el camino de la misericordia alegrada por el compartir la misericordia; gracias por el camino de la pureza de corazón orientada a visiones divinas; gracias por el camino de las cruces custodias de las huellas de tu Hijo crucificado, Jesucristo el resucitado, que ahora vive glorioso por los siglos eternos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Aquellos que anhelan y desean ser consolados por Dios [...] poseen ya, sin duda, un gran motivo de consuelo en el solo hecho de que piensan desear y anhelar ser consolados por Dios. Este propósito suyo puede ser muy bien causa de gran consuelo por una razón especial. Antes que nada, están buscando el consuelo donde no tienen más remedio que encontrarlo, puesto que Dios puede darles el consuelo y se lo quiere dar. Lo puede, porque es omnipotente; lo quiere, porque es bueno y porque él mismo lo ha prometido: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7).

El que tiene fe -y el que quiere ser consolado debe tenerla por fuerza- no puede dudar de que Dios mantendrá su promesa. Por eso, digo, tiene un firme motivo de consuelo al pensar que anhela ser consolado por Aquel que, como le garantiza su fe, no dejará de consolarle (Tomás Moro, // dialogo del conforto nelle tribolazioni, 3 [edición española: Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, Ediciones Rialp, Madrid 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará» (Mt 5,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La opción por la pobreza, con la renuncia a la ambición del tener, implica la pérdida de nuestra propia reputación. En un sistema basado en la posesión del dinero, el pobre sólo merece desprecio; por consiguiente, a quien voluntariamente elige la pobreza se le considera sólo como un loco. Ahora bien, precisamente en eso que, a los ojos de la sociedad, es considerado como escándalo e insensatez se manifiesta «el poder de Dios» (cf. 1 Cor 1,18-23). La cruz se convierte así en el paso inevitable e indispensable para los «pobres-perseguidos» que permanecen fieles a Jesús en el camino de la verdad hacia la libertad [cf. Jn 8,32). Sólo quien es completamente libre puede amar de verdad y ponerse al servicio de todos (cf. 1 Cor 9,19; Mt 18,1 -3).

Perder la propia reputación es el único modo de ser totalmente libres y, en consecuencia, animados plenamente por el Espíritu (cf. 2 Cor 3,17). Y el leño de la cruz, de estéril instrumento de destrucción del hombre, se transforma en el vivificante «árbol de la vida» (Ap 2,7; cf. Gn 2,9) que alimenta en el creyente la savia vital que le permite llevar a cabo el proyecto de Dios sobre el hombre: «Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48; cf. Ef 4,13) (A. Maggi, Padre dei poveri..., Asís 1995, pp. 182ss).

 

 

Día 9

 Martes de la 10ª semana del Tiempo ordinario o San Efrén

Liturgia de las Horas de hoy

         San Efrén alcanzó gran fama como maestro, orador, poeta, comentarista y defensor de la fe. Es el único de los Padres sirios a quien se honra como Doctor de la Iglesia Universal, desde 1920.  En Siria, tanto los católicos como los separados de la Iglesia lo llaman "Arpa del Espíritu Santo" y todos han enriquecido sus liturgias respectivas con sus homilías y sus himnos.  A pesar de que no era un hombre de mucho estudio formal, estaba empapado en las Sagradas Escrituras y tenía gran conocimiento de los misterios de la fe: A San Efrén debemos, en gran parte, la introducción de los cánticos sagrados en los oficios y servicios públicos de la Iglesia, como una importante característica del culto y un medio de instrucción.

 

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 1,18-22

Hermanos:

18 Dios es testigo de que nuestras palabras no son un ambiguo juego de síes y noes.

19 Como tampoco Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien os hemos anunciado Silvano, Timoteo y yo, ha sido un sí y un no; en él todo ha sido sí,

20 pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él. Por eso el amén con que glorificamos a Dios lo decimos por medio de él.

21 Y es Dios quien a nosotros y a vosotros nos mantiene firmemente unidos a Cristo, quien nos ha consagrado,

22 nos ha marcado con su sello y nos ha dado su Espíritu como prenda de salvación.

 

**• La perícopa de hoy constituye un fragmento reducido del contexto autobiográfico en el que Pablo vuelve; evocar hechos recientes conocidos de los corintios y, sobre todo, reivindica la corrección y la honestidad de su propio comportamiento en todas partes y cada vez más respecto a ellos (w. 12-17, omitidos por el leccionario).

El incipit del fragmento se conecta con el amago de orgullo de hace poco, referido a la criticada modificación del viaje a Corinto: «Al proponerme esto, ¿obré con ligereza? ¿Creéis que me lo propuse con miras humanas, jugando arteramente con el sí y el no?». El estribillo de los adverbios inconciliables «sí»-«no» parece agradarle a Pablo, convencido de que el eco no resbalará de manera ineficaz sobre la receptividad de sus lectores. Es probable que el apóstol aprendiera de Jesús este aforismo

recogido del evangelio: «Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37: en las lecturas del sábado próximo). También el apóstol Santiago emplea el mismo dicho de Jesús (cf. Sant 5,12).

El orgullo de Pablo se levanta sobre constataciones realistas relativas a su propia identidad. Él es «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios» (2 Cor 1,1); en la comunidad de Corinto es un colaborador, no un déspota (v. 24); comparte la confirmación por parte de Dios en Cristo (v. 21), hecha visible en el bautismo que transformó su propia personalidad, como él mismo recuerda (Hch 22,16; 26,15ss y contextos); hace uso de su patrimonio personal de la «unción», del «sello», de la «prenda del Espíritu» (v. 21ss). Estas tres palabras perfilan –a la luz de pasajes paralelos, por otra parte no apodícticos- la misión de la evangelización injertada en la de Cristo (Le 4,18), la participación en la identidad sacerdotal del mismo Cristo (Jn 6,27: interpretación «eucarística»), algunos carisnias en los que el Espíritu se muestra generoso y que para Pablo son el apostolado, el ministerio, la Palabra, la enseñanza (Rom 12,5-7), así como el carisma más grande, a saber: la caridad (1 Cor 13,13). Esa caridad que el apóstol muestra precisamente también a los hermanos de Corinto (2 Cor 2,8-11: versículos no recogidos por el leccionario).

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

 

**• Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y ejemplificación -en la que el mismo Jesús se compromete- de los nueve aforismos introducidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben tener los discípulos de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo». El «vosotros» con el que comienzan los dos períodos interpela precisamente a los discípulos, interlocutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la muchedumbre.

El «sermón del monte», a diferencia de otros contextos, es el único sitio en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su discípulo. Y es también el único contexto en el que emplea el vocablo «Sal».

        La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la enseñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo Testamento, señaladamente en la perspectiva cristológica, en la que resultan esenciales al menos un par de citas: la autobiográfica de Jesús («Yo soy la luz del mundo»: Jn 8,12; cf. 12,35.46), y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas.

Así pues, la alegoría de la sal parece tener una identidad autónoma. Forma parte de la responsabilidad autónoma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, transferir al orden de las acciones humanas y evangélicas las características de la sal: dar sabor, conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es una responsabilidad autónoma con riesgo: la sal puede perder su propia cualidad (si seguimos el aviso de Jesús, en verdad un tanto forzado, puesto que, de por sí, la composición química de la sal permanece íntegra si no es manipulada)y, al perder también su propia utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguridad de ser reverbero de una luz que no se extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad del iluminar: el discípulo es reverbero de la luz verdadera que es Cristo.

Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza de bienaventuranza para los discípulos: «Bienaventurados vosotros, que sois sal de la tierra y luz del mundo».

 

MEDITATIO

«Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8) es la bienaventuranza sobre la que se desarrolla la alegoría evangélica de la luz. El ver tiene necesidad de la luz. Jesús, el Señor, es luz (cf. 1 Jn 1,5.7). Del corazón -la interioridad individual- purificado e iluminado procede la interpretación de nosotros mismos como testigos de la luz que es Dios, que es Cristo, que son los dones divinos (Sant 1,17). La conciencia de tal testimonio nos exhorta a la vigilancia del siervo evangélico, de modo que no se demore en saborear elogios dirigidos a sí mismo; no ha de orientar la atención de los otros a él, sino a la Fuente de la luz y al origen de todo don.

Una evidencia de que damos testimonio de la luz de Cristo es la coherencia, ese ser «sí» escandido por el apóstol Pablo en sintonía discipular con Cristo, el cual no fue «sí» y «no», es decir, ambigüedad, penumbra, incoherencia, sino que «en él todo ha sido sí». La prueba evidente de que damos testimonio de la luz del Espíritu es la custodia y la activación de esos dones a los que Pablo alude como cualidad de la propia personalidad que los ha recibido como prenda del Espíritu.

En nuestros días, el testimonio radical perfilado en el marco de la perícopa paulina y la identidad discipular ejemplificada en la alegoría evangélica de la sal y de la luz se concentra en la frecuentada y preciosa palabra «visibilidad». Ahora bien, la Palabra de Jesús no permite equívocos: no se trata de la visibilidad de ti mismo o de tus bondades, sino que la visibilidad del Padre que está en el cielo -o sea, de cuanto es él y de él recibe la vida, empezando por Cristo- es el servicio que te cualifica como discípulo y te premia con la bienaventuranza evangélica.

 

ORATIO

«Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo» (del salmo responsorial). La visión de tu rostro, Señor, es maravillosa: reflejar en él nuestro rostro es nuestra nostalgia cotidiana.

Te damos gracias porque, con la Palabra de Jesús, tu Hijo, nos animas a hacer visible en esta tierra, a través de nuestras obras buenas, tu gloria, Padre que estás en el cielo, que eres amor y misericordia, que iluminas con tu Palabra revelada y que inundas de alegría a cuantos aman tu nombre. Salvaguárdanos de la despreocupación y del indiferentismo insípido, de la ambigüedad enredadora y de la incompletitud opaca en nuestro servicio al Evangelio. Perdónanos la estimación excesiva de nuestra personalidad de creyentes y la valoración maximalista de nuestras buenas acciones. Escucha estas invocaciones, para que, a través de Jesucristo, suba a ti, oh Dios, nuestro «amén», nuestro «sí».

 

CONTEMPLATIO

¿Acaso está dividido Jesucristo? (1 Cor 1,13). A buen seguro que no, puesto que es un Dios de paz y no de división (1 Cor 14,33), como iba enseñando san Pablo por todas las iglesias. En consecuencia, no es posible que en la verdadera Iglesia haya discordia o que esté dividida a causa de la credibilidad y de la doctrina, porque, de este modo, Dios dejaría de ser el artífice y el esposo y, como un reino dividido en sí mismo (cf. Mt 12,25), tendría fin.

En cuanto Dios se adquiere un pueblo, como ha hecho con la Iglesia, le concede de inmediato la unidad de corazón y de camino. La Iglesia no es más que un cuerpo del que los fieles, bien trabados y unidos por medio de todos los ligamentos (Ef 4,16), son miembros; no hay más que una fe y un espíritu que anima a este cuerpo. Dios se encuentra en su lugar santo, hace que su casa esté habitada por personas del mismo género e inteligencia (Sal 68,6ss); por consiguiente, la verdadera Iglesia de Dios debe estar unida, ligada, conjuntada y estrechada al mismo tiempo por una misma doctrina y un mismo depósito de la fe (Francisco de Sales, Controversia, Brescia 1993, p. 122).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres para que den gloria a vuestro Padre» (cf. Mt 5,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Habéis pensado alguna vez que lo primero que se puede decir de la sal es que se disuelve, que se funde, que se con-funde? Es más, si no se funde, la comida no está buena. «Vosotros sois la sal», debéis desaparecer, confundiros. Primero está la imagen de lo que desaparece y después de lo que se ve: vosotros sois la sal que desaparece, vosotros sois la luz que aparece. ¿Veis la mecánica, la dialéctica? Lo primero que puede decirse de la sal es que se disuelve, y cuanto más se disuelve más sabor da, más da sentido a la vicia, más da gusto; del mismo modo que el gusto de la comida, el gusto de la vida depende siempre de la sal. A continuación, conserva, preserva, desinfecta, mata los microbios, cicatriza las heridas, purifica. «Vosotros sois la sal de la tierra».

Señor, ¡qué valor! Cuanto más se cumple esto, más se cumple la segunda imagen: «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria». He aquí apenas una huella de las indicaciones para reflexionar, para meditar y para esperar que todo esto se cumpla (D. M. Turoldo, Oltre la foresta aelle feai, Cásale Monf. 1996, pp. 139ss).

 

 

 

Día 10

Miércoles de la 10ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 3,4-11

Hermanos:

4 Esta confianza que tenemos en Dios nos viene de Cristo.

5 Y no presumimos de poder pensar algo por nosotros mismos; si algo podemos, se lo debemos a Dios,

6 que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, basada no  en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu, porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida.

7 Y si aquel instrumento de muerte que fue la ley, grabada letra a letra sobre piedras, se proclamó con tal gloria que los israelitas no podían mirar fijamente el rostro de Moisés a causa de su resplandor -que era pasajero-, 8 ¡cuánto más gloriosa será la acción del Espíritu!

9 En efecto, si lo que es instrumento de condenación estuvo rodeado de gloria, mucho más lo estará lo que es instrumento de salvación.

10 Y así, lo que fue glorioso en otro tiempo ha dejado de serlo, eclipsado por esta gloria incomparable.

11 Porque si lo pasajero fue glorioso, mucho más lo será lo permanente.

 

**• Tras sobrevolar la totalidad del capítulo 2 y los tres primeros versículos del capítulo 3 -una perícopa marcadamente autobiográfica y confidencial, sobre todo en lo referente a los sentimientos y emociones personales-, la partida ex abrupto del leccionario exige el pensamiento del apóstol Pablo inmediatamente precedente: «Sois una carta de Cristo redactada por nosotros y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón» (v. 3). Semejante conexión ilumina la naturaleza de la confianza que tiene Pablo, que permanecería incierta en la incertidumbre del adjetivo «esta» que abre el pasaje de hoy. Se trata de una confianza compuesta, entremezclada: confianza en sí mismo en cuanto servidor del Evangelio; confianza en los hermanos de la comunidad de Corinto, más dúctiles y disponibles para recibir los mensajes -pese a las incomprensiones transitorias- que un pergamino con tinta, y con un corazón palpitante y sensible; confianza en el Dios vivo, en Cristo, en el Espíritu.

En este punto abandona Pablo -por ahora- la aspereza y la insistencia en volver a abrir heridas, y emprende un vuelo alto -por ahora-, exteriorizando la convencida y ventajosa comparación entre la alianza antigua (la de la «letra que mata») y la alianza nueva (la del «Espíritu que da la vida»). Pero no desmiente el orgullo que le proporciona su identidad. Es consciente de sus propias capacidades y de la relevancia de su personalidad de «ministro apto»; con todo, reconoce que esa individualidad ha sido plasmada por Dios. Semejante consideración de sí mismo, junto con la admisión de una evolución personal, recuerda el paso del monolitismo perentorio, conquistado con mucha escuela y un enorme celo por aquel que fue Saulo, al realismo humilde de aquel en que se ha transformado Pablo. Él mismo confiesa de manera repetida su paso o «conversión»: recurriendo a las fuentes autobiográficas, además de a otros recuerdos (incluso a esta segunda carta a los Corintios: capítulos 11-12, referidos en parte en las lecturas de los próximos días), queda iluminada la identidad del «Dios» -nombrado en el v. 5 - del que procede la «capacidad» del apóstol. Dios es el Padre que le llamó con su gracia y le reveló a su Hijo (Gal l,15ss): Dios es Jesús, el Señor que le deslumhra, le fascina, le envía como testigo (Hch 22,8.21; 26,15ss); Dios es el Espíritu Santo que también le reserva para sí, en vistas a su obra de apostolado (Hch 13,2ss). Pablo activa la «capacidad» que le ha sido dada dedicándose enteramente al apostolado de la nueva alianza, permanente y definitiva, consumación de la antigua, gloriosa pero efímera.

 

Evangelio: Mateo 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

17  No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

 

**• El respeto a la ley por parte de Jesús corresponde a la actitud normal de cualquier judío. En su casa paterna (y materna) aprendió desde pequeño a someterse a la ley (Le 2,22-24.39-40.41-42.52). Su postura en la función de rabí confirma su propia «cultura», respetuosa con todos los detalles de la ley. La perícopa de hoy constituye una confirmación verbal de lo que decimos- Si esta perícopa fuera un dicho aislado de cualquier docto rabino, éste habría sido etiquetado de tradiciónalista, fariseo, legalista, maximalista.

Las palabras de Jesús, engastadas en el proyecto evangélico de las bienaventuranzas, tienden precisamente al maximalismo. Este vocablo es moderno, no pertenece al lenguaje bíblico; sin embargo, en un sentido positivo, algunos aforismos como los que constituyen estas palabras evangélicas están impregnados claramente de maximalismo. El género literario de la contraposición entre lo «mínimo» y lo «grande», y la evidente preferencia por lo «grande» no dejan dudas sobre la filonomia (amor a la ley) por parte de Jesús, que se manifiesta aquí como un verdadero «máximalista».

En efecto, Jesús no teorizó nunca sobre la desobediencia a la ley, nunca instigó a la transgresión de la misma. Personalmente, nunca fue cogido contraviniendo lo más mínimo los preceptos de la Tora, a diferencia de sus discípulos, acusados de no lavarse las manos tal como mandaba la ley (Mt 15,2), o cogiendo espigas y comiendo sus granos en el día inviolable del sábado (12,lss). A decir verdad, se alegaron contra Jesús acusaciones de subversión y sublevación, por otra parte genéricas y en absoluto detalladas (Le 23,2.14); fue descalificado también como alguien que no observaba el sábado y que, por consiguiente, no podía venir de Dios (Jn 5,16.18; 9,16), pero los que hicieron esas cosas no sabían que «el Hijo del hombre es señor del sábado», no querían admitir que no es el hombre el que ha sido hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf Mt 12,8; Me 2,27).

No existe contradicción entre las palabras y los hechos de Jesús. La posición innovadora de Jesús en relación con la ley es su consumación. El texto griego del v. 17 (traducción más antigua) utiliza la forma verbal plerósai (en latín, adimplere), que transmite un proyecto de plenitud, de maximalismo precisamente. La «consumación» de la ley, con la convicción y con el estilo de Jesús, es el empleo de ésta, dentro de los límites de una libertad madura, para el servicio de la persona humana, para la consumación de un proyecto de vida, en vistas a la realización de nuestra propia persona y de una comunidad social.

 

MEDITATIO

El apóstol Pablo afirma de una manera decidida: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). El rabí Jesús afirma de un modo resuelto: «No  penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias» (Mt 5,17). La contradicción verbal entre ambas posiciones magisteriales es evidente.  La convergencia entre ambas se sitúa en la superación de la dicotomía formal, más allá de la superficie lexical, en la profundidad esencial del Evangelio, del que primero Jesús y, después, Pablo son pregoneros. La esencia del Evangelio es la Buena Noticia (o «noticia de lo bueno»). Ambas expresiones -concisas, según el estilo rabínico- contienen un elemento positivo: lo bueno que hemos de salvaguardar como viático sustancial y como esencia del proyecto existencial. La Buena Noticia de Jesús es ésta: «Yo voy a llevar hasta sus últimas consecuencias, a su consumación»; la Buena Noticia de Pablo es ésta: «El Espíritu da vida». El lado oscuro –el negativo- que hemos de señalar como función pedagógica y propedéutica por parte de Jesús es: «No he venido a abolir», y por parte de Pablo: «La letra mata». La clave que deshace los nudos de la tensión entre la letra y el espíritu, entre la libertad y la observancia, entre la ley y la gracia, es el acontecimiento irreversible y renovado de la nueva alianza de la que Dios es protagonista.

Pablo cuenta con una experiencia personal de la vitalidad y la plenitud del Espíritu {cf., por ejemplo, Hch 9,17: el día de la «conversión»; 2 Cor 3,17ss: en las lecturas de mañana). Jesús es, verdaderamente, consumación y plenitud: en la plenitud del tiempo, y nacido bajo la ley, fue enviado por el Padre para rescatar a los que estaban sometidos a la ley y concederles la filiación (cf. Gal 4,4ss); su existencia discurre como consumación de las Escrituras (Mt 2,23; 26,24; Le 4,21...); en su último aliento susurra: «Todo está consumado» (Jn 19,30); una vez resucitado, se interpreta a sí mismo como un ser obediente bajo la guía de la Ley y de los profetas (Le 24,25-27.44-48; Hch 1,16).

Esta paráfrasis del axioma de Pablo podría resultarle agradable a la mentalidad de hoy: «Si te quedas en la superficie de la letra, corres el riesgo de bloquear la vitalidad del Espíritu, y, por consiguiente, remitido a la profundidad de la creatividad espiritual». Y lo mismo cabe decir del axioma de Jesús: «Ve siempre más allá, madurando en la libertad de quien, en obediencia y con su testimonio, sirve al Reino de los Cielos».

 

ORATIO

«Santo es el Señor, nuestro Dios» (del salmo responsorial).

Reconocemos, Señor, tu santidad en tu amor por la justicia y en tu voluntad, que ha establecido lo que es recto.

Te damos gracias por la paciencia con que perdonas nuestras superficialidades, los usos despreocupados y los abusos de nuestras míseras libertades, la presunción de abolir detalles e incluso fragmentos sustanciosos de leyes y profetas. Fortalece nuestra disponibilidad, unas veces tímida y otras enérgica, para seguir a quienes nos vas enviando como guías que reflejan en su rostro el fulgor del Espíritu y como testigos de la gran importancia que tiene perseverar en la custodia laboriosa de tu alianza con nosotros y de nuestra alianza contigo, que eres el Santo, Señor, Dios nuestro.

Que nos acompañen Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor, en el cumplimiento del servicio en el Reino de los Cielos, y el vigor de tu Santo Espíritu, en la maduración de la vida verdadera que él nos da.

 

CONTEMPLATIO

Qué admirable es el Espíritu Santo y qué grande y poderoso se muestra en sus dones. Vosotros, que estáis reunidos aquí, pensad un poco cuántas almas somos. Y él obra en cada una de la manera apropiada: presente en medio de vosotros, ve las disposiciones de cada uno, conoce los pensamientos y la conciencia, todo lo que decimos y lo que pensamos. Considerad, vosotros que tenéis una mente iluminada por él, cuántos cristianos hay en esta parroquia, cuántos en toda la provincia y cuántos en toda Palestina. Extended ahora la mirada a todo el Imperio romano y, desde el Imperio, a todo el mundo: persas, indios, godos, sármatas, galos, hispanos, moros, libios, etíopes y todos los otros cuyo nombre ignoramos. Ved ahora en cada uno de estos pueblos los obispos, sacerdotes, diáconos, monjes, vírgenes y otros laicos, y fijaos en el gran Pastor dispensador de las gracias. Fijaos cómo, en todo el mundo, a uno le da la pureza, a otro el amor a la pobreza, a otro aún el poder de expulsar a los espíritus. Y del mismo modo que la luz ilumina con un solo rayo, así ilumina el Espíritu a todos los que tienen ojos para ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡El testimonio! Aquí se encuentra el verdadero desafío que se pide al hombre de hoy para ser creíble. No se pide hoy grandes «maestros», sino más bien «testigos» válidos, en la realidad del tejido familiar, eclesial, cultural y social [...]. Hoy nos viene desde más partes la invitación a que seamos creíbles y a que demos testimonio con la vida de aquello en que creemos [...]. Jesús dijo varias veces a sus discípulos que fueran a anunciar la paz y se sentaran a la mesa con los otros en nombre de la paz, compartiendo los bienes. Aquí se encuentra el núcleo esencial del testimonio cristiano, que tiene como raíz el compartir con los pobres nuestros propios recursos, pensando que somos hijos del mismo Padre y tenemos derecho a alimentarnos de las mismas cosas, fruto del amor de Dios. Y sobre esto seremos juzgados un día: sobre cómo hemos tratado a los pobres, a los necesitados, a los olvidados, a los marginados, a los prófugos, a todos los que han sido golpeados por las injusticias y se ven obligados a languidecer en la pobreza más negra (A. Bertacco, La vita come awentura nel perímetro della riostra storia, Vicenza 2000, pp. 182-184, pass/m).

 

 

Día 11

San Bernabé (11 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

José, apodado Bernabé, que significa «hijo de la consolación», recibe el nombre de apóstol, aunque no fue uno de los Doce. Y recibe este nombre precisamente porque desarrolló un papel decisivo en la difusión del Evangelio. Como se dice en los Hechos de los apóstoles, fue un hombre de gran fe, y, al entrar en la comunidad cristiana, vendió todos sus bienes y los puso a disposición de los apóstoles (4,36ss). Colaboró con Pablo en la evangelización de los paganos. Desarrolló su actividad misionera sobre todo en la ciudad de Antioquía, desde donde partió con Pablo para el primer viaje misionero. Murió mártir en la tierra donde había nacido, en la isla de Chipre.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 11,21b-26; 13,1-3

En aquellos días,

11,21 fue grande el número de los que creyeron y se convirtieron al Señor.

22 La noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.

23 Cuando éste llegó y vio lo que había realizado la gracia de Dios, se alegró y se puso a exhortar a todos para que se mantuvieran fieles al Señor,

24 pues era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor.

25 Después fue a Tarso a buscar a Saulo.

26 Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía, y estuvieron juntos un año entero en aquella iglesia, instruyendo a muchos. En Antioquía fue donde se empezó a llamar a los discípulos «cristianos».

13,1 En la iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé, Simón el Moreno, Lucio el de Cirene, Manaén, hermano de leche del tetiarca Herodes, y Saulo.

2 Un día, mientras celebraban la liturgia del Señor y ayunaban, el Espíritu

Santo dijo: -Separadme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he encomendado.

3 Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron.

 

*+• Incluso desde el punto de vista histórico, son más que preciosas las noticias que Lucas nos ofrece en esta primera lectura. En primer lugar, tienen que ver con las relaciones entre la Iglesia madre de Jerusalén y la comunidad cristiana de Antioquía. Bernabé, «hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe», puede ser considerado muy bien como el trait d'union entre Jerusalén y Antioquía. De este modo, colaboró no sólo en la evangelización, sino también en la edificación de la Iglesia.

En segundo lugar, Bernabé fue también importante en la vida de la Iglesia naciente porque fue él quien tomó a Pablo como colaborador, aunque Pablo le superara después en su intento de inculturar la fe. Ambos, conjuntamente, constituyen una pareja de misioneros, a cuya iniciativa y genialidad debe mucho la comunidad cristiana de todos los tiempos.

Pero son sobre todo las noticias históricas relativas a la ciudad de Antioquía y a la presencia en ella de los primeros cristianos las que tienen una importancia de primer orden. Antioquía constituye, en efecto, el punto de partida y el punto de llegada de los viajes misioneros de Pablo, después de que éste pudiera formarse en ella, compartiendo su vida con Bernabé y con muchos otros «profetas y doctores» que hacían extremadamente interesante aquella experiencia de fe. En Antioquía, además, se empezó a llamar por vez primera «cristianos» (11,26) a los discípulos de Jesús. Esta noticia, en su descarnada sencillez, nos dice qué viva y vivaz era la fe que los primeros creyentes vivían en aquella ciudad que se asomaba al Mediterráneo.

 

Evangelio: Mateo 10,7-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

 

**• Esta página evangélica pertenece al llamado «discurso misionero» que, según Mateo, Jesús dirigió a sus apóstoles durante su ministerio público.

Vale la pena recordar, en primer lugar, el contexto en el que el evangelista sitúa este discurso: Jesús está recorriendo las ciudades y los pueblos de su tierra, anuncia el Evangelio del Reino y cura a los enfermos. Al mismo tiempo, constata que las muchedumbres están abatidas y abandonadas a sí mismas, «como ovejas sin pastor» (Mt 9,35-38). Entonces llama a sus doce discípulos, les da poder para expulsar a los espíritus inmundos y les envía en misión. Según la perspectiva de Mateo, esta misión está dirigida sólo a las ovejas dispersas de la casa de Israel: como Jesús, también sus discípulos –por ahora- deben concentrar sus energías en el interior de un horizonte muy limitado, en espera de aperturas mucho más grandes, requeridas por la Pascua del Señor.

Tras el contexto, vale la pena señalar el método que recomienda Jesús a sus misioneros. Éste se caracteriza por dos notas típicas. Los misioneros del Reino deben continuar propagando lo que Jesús ha dicho y lo que Jesús ha hecho, nada más. Pero, sobre todo, deben imprimir la más absoluta gratuidad al ministerio que están emprendiendo: no es el oro o la plata lo que debe constituir el centro de su atención, sino sólo el deseo de bendecir y beneficiar. Eso es exactamente lo que afirmará san Pedro en uno de sus famosos discursos: «No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6).

 

MEDITATIO

La invitación a la gratuidad que caracteriza, en primer lugar, al método misionero recomendado por Jesús a sus discípulos y apóstoles constituye el objeto de nuestra meditación. Es incluso demasiado fácil trivializar el tema de la gratuidad, considerándolo sólo desde el punto de vista material, aunque esta dimensión no debe ser en absoluto desatendida, ya que es muy apreciada en el ambiente social en el que viven hoy los cristianos. La gratuidad, sin embargo, expresa algo bien diferente, impulsa mucho más allá: requiere una claridad interior y un coraje que no es ciertamente patrimonio de la mayoría.

La gratuidad es, antes que nada, fruto de un corazón educado evangélicamente, de un corazón que late en plena sintonía con el de Jesús. Por eso, sólo puede decir que tiene una actitud gratuita quien, honestamente, pueda decir que tiene un corazón «manso y humilde» (cf. Mt 11,29). Gratuita, también, es la actitud de quien  está dispuesto a dar, tanto material como espiritualmente, sin esperar nada a cambio. El verdadero discípulo de Jesús se contenta y goza con dar, sin esperar nada a cambio, recordando la enseñanza de Jesús: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Gratuita es, por último, la acción de quien abre la mano para dar y no la cierra nunca, incluso ante quien rechaza el don y no manifiesta ninguna gratitud. Esa mano permanece siempre abierta porque su corazón se ha dejado educar en la escuela del Evangelio.

 

ORATIO

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido. Los juguetes que rompes son los juguetes de los niños desheredados; el alimento que malgastas es el alimento del que está desnutrido; los utensilios que tiras son los utensilios de quien no tiene casa; las obras de caridad que no haces son otras tantas injusticias que cometes (Basilio de Cesárea, «Cuando el rico es un ladrón», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, p. 59).

 

CONTEMPLATIO

Comoquiera, pues, que estoy convencido y siento íntimamente que, habiéndoos dirigido muchas veces mi palabra, sé que anduvo conmigo el Señor en el camino de la justicia, y me veo también yo de todo punto forzado a amaros más que a mi propia vida, pues grande es la fe y la caridad que habita en vosotros por la esperanza de su vida (Tit 3,6); considerando, digo, que de tomarme yo algún cuidado sobre vosotros para comunicaros alguna parte de lo mismo que yo he recibido, no ha de faltarme la recompensa por el servicio prestado a espíritus como los vuestros, me he apresurado a escribiros brevemente, a fin de que, juntamente con vuestra fe, tengáis perfecto conocimiento.

Ahora bien, tres son los decretos del Señor: la esperanza de la vida, que es principio y fin del juicio; el amor de la alegría y regocijo, que son el testimonio de las obras de la justicia. En efecto, el Dueño, por medio de sus profetas, nos dio a conocer lo pasado y lo presente y nos anticipó las primicias del goce de lo por venir.

Y pues vemos que una tras otra se cumplen las cosas como él les dijo, deber nuestro es adelantar, con más generoso y levantado espíritu, en su temor («Carta de Bernabé», I, 4-7, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 771-772).

 

ACTIO

Repite con frecuencia durante la jornada estas palabras del Señor: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La salvación, por parte de Cristo, es pura gracia. Si esto valía para los judíos que se dirigían a Cristo, tanto más evidente era esto en los paganos. Bernabé se dio cuenta de ello enseguida, en cuanto admiró la Iglesia surgida en Antioquía como por encanto. Comprendemos muy bien que pudiera sentirse lleno de alegría y que, frente a la acción de la gracia, no le quedara otra cosa que hacer que «amonestar a todos a perseverar en el Señor» [...]. Flota, sin duda, en el aire cierto aire de tragedia en el hecho de que Pedro -dado su particular temperamento-, junto San Bernabé 343 con Bernabé, precisamente en Antioquía, se pusiera en una situación difícil, haciéndose merecedor de la censura de Pablo, como este último nos dice en su Carta a los Gálatas (cf. 2,11 ss).

La gracia de Dios no excluye la libertad humana, pero engendra a menudo un estado de tensión entre lo humano y lo divino, del que se sirve para despejar el camino de la Iglesia y guiarla hasta su meta.

Bernabé no había perdido de vista a Saulo. «Fue a Tarso a buscar a Saulo». Experimentamos una extraña sensación al leer estas palabras. Ahora bien, ¿dónde estaba Saulo? Había tenido que dejar Jerusalén como fugitivo después de su primer encuentro con la comunidad: los hermanos le habían hecho partir para Tarso (9,23-30). No sabemos lo que hizo Pablo durante estos años de ausencia. ¿Estuvo inactivo por completo? Pero Bernabé no ha olvidado a Pablo. Fue él quien hizo en su momento de intermediario, en Jerusalén, de aquel hombre cuando acababa de llegar de Damasco, y había intentado granjearle la confianza de la comunidad madre, atestiguando el encuentro de Saulo con el Señor (9,27).

Los Hechos de los apóstoles no nos dicen cómo Bernabé estaba tan bien informado respecto a Pablo. Fue una disposición providencial, y como tal siguió la amistad de estos dos hombres.

El Espíritu que guía a la Iglesia se sirve de vínculos humanos personales para el bien de la sociedad. Volvemos a preguntarnos qué habría pasado si Bernabé, durante su estancia en Antioquía, no se hubiera acordado de Saulo. ¿Por qué fue a buscarle? A buen seguro, no por su propio interés. Pensaba ya en Pablo desde hacía tiempo, como podemos presumir, y sabía que su amigo sufría por estar tan alejado de aquella obra a la que parecía llamado. No sin motivo nos dice nuestro texto que Bernabé era «un hombre de bien» (J. Kürzinger, Commenti spirítuali del Nuovo Testamento. Att¡ degli Apostoli, Roma 21969, I, pp. 304ss).

 

 

Día 12

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Oseas 11,  1-3-4.8c-9
1 Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. 
3 Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. 
4 Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. 
8  Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. 
9 No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo, y no vendré con ira.
 

        Concédenos, Señor Jesús, el poder tener una postura de atenta escucha a tu Palabra. Ayúdanos a no tener prisas, a no tener la mente inmersa en la superficialidad y en la distracción. Si somos capaces de meditar tu palabra, ciertamente tendremos la experiencia de estar inundados por el río de ternura, de compasión, de amor, que de tu Corazón traspasado fluye para la Humanidad. Haznos comprender el simbolismo de la sangre y del agua que brotan de tu Corazón. Haz que podamos recoger, también nosotros, aquella agua y aquella sangre para participar en tu infinita pasión de amor y de sufrimiento con la que has cargado con todo nuestro sufrimiento físico y moral. El meditar sobre estos símbolos de tu pasión rompa nuestros egoísmos, nuestra frialdad, nuestra tibieza. Que aquella agua y sangre de las cuáles nos habla el evangelio de hoy, mitigue nuestras ansias y angustias, lave nuestra vanagloria, purifique nuestros deseos, transforme nuestros miedos en esperanzas, nuestras tinieblas en luz. Mientras nos abrimos allá fuerza de tu Palabra te decimos con el corazón y la vida: “Jesús, tú eres verdaderamente la revelación del amor”.

 

 Isaías 12,2; 4cd; 5-6

12,2 He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahvé es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación.»

4,c,d «Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre.

5 Cantad a Yahvé, porque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra.
6 Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

 

        El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación.

        La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua.

        A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Éxodo iniciado por Jesús,

 

Efesios 3, 8-12. 14-19

8 A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo,

9 y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas,

10 para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia,

11 conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro,

12 quien, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios.

14 Por eso doblo mis rodillas ante el Padre,

15 de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra,

16 para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior,

17 que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor,

18 podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad,

19 y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios.

        Aquellos a quienes Dios avanza a tareas honorables, se hace bajo sus propios ojos; y donde Dios da gracia a los humildes, no le da a todos los demás la gracia necesaria. Cómo altamente habla de Jesucristo; las inescrutables riquezas de Cristo! Aunque muchos no se enriquecen con estas riquezas; pero qué gran favor de tenerlos predicaron entre nosotros, y para tener una oferta de ellos! Y si no se enriquecen con ellos es nuestra propia culpa. La primera creación, cuando Dios hizo todas las cosas de la nada, y la nueva creación, mediante el cual los pecadores son hechos nuevas criaturas por la gracia de conversión, son de Dios por medio de Jesucristo. Sus riquezas son inescrutables, y tan seguro como siempre, sin embargo, mientras los ángeles adoran la sabiduría de Dios en la redención de su iglesia, la ignorancia de los hombres autónomos sabio y carnales considere la totalidad de ser una tontería.

Evangelio Juan 19,31-37

31 Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne- rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.

32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.

33 Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas,

34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.

35 El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.

36 Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno.

37 Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

        El pasaje del evangelio comienza con la mención de la Pascua de los “judíos” y con una pregunta de Pilatos (19,31) Tal episodio tiene para el evangelista una importancia extraordinaria. El corazón del pasaje evangélico es la herida del costado de la que mana sangre y agua. Se debe tener en cuenta en la narración el cúmulo de símbolos: la sangre que es figura de la muerte, símbolo del amor infinito; el agua, de la que viene la vida, símbolo del amor demostrado y comunicado. En el contexto de la Pascua tales símbolos indican la sangre del Cordero que vence la muerte y el agua, la fuente que purifica. La carga simbólica de la narración quiere evidenciar que este amor (sangre) salva dando la vida definitiva (agua-Espíritu). Cuanto el evangelista ha visto, es el fundamento de la fe. La narración está así articulada. Ante todo la obligación del descanso festivo del día después de la pascua provoca la pregunta hecha por Pilatos de que los cuerpos deben ser descolgados (19,31); sigue la escena que se desarrolla en la cruz, en la que un soldado atraviesa el costado de Jesús (19,32-34); finalmente el testimonio del evangelista, basado en la Ley y los profetas (19,35-37).

        Los dirigentes judíos, en fuerza de la pureza legal pedida por la Pascua ya cercana y preocupados porque la ejecución de la muerte de Jesús pudiese profanar el día de sábado o la misma fiesta de la Pascua, “rogaron a Pilatos que les rompiesen las piernas y los quitasen” . Ellos ni siquiera sospechaban que su Pascua había sido sustituida por la de Jesús. Es significativa la mención de los cuerpos. No sólo, el de Jesús, sino también el de los que estaban crucificados con Él. Como expresando la solidaridad de Jesús hacia los que estaban crucificados con Él y hacia todo hombre.
        El cuerpo de Jesús en la cruz que lo hace solidario con todos los hombres, es para el evangelista el santuario de Dios (2,21). Los cuerpos de los crucificados no podían permanecer en la cruz el día de sábado, estaba en juego la preparación de la fiesta más solemne de la tradición hebrea. Pero de la misma manera la fiesta quedará privada de su contenido tradicional y sustituido por el de la muerte y resurrección de Jesús.
“Los judíos” van a Pilatos con peticiones concretas: que se rompiesen las piernas de los cuerpos de los crucificados para acelerar su muerte y se quite el estorbo que ellos representan en este momento especial. Ninguna de estas peticiones se cumplen en cuanto se refiere a Cristo: los soldados no le quiebran las piernas; ni siquiera lo bajarán de la cruz.

        De hecho, los soldados rompen las piernas a los que están con Jesús, pero llegando a Jesús, como lo vieron “que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas”. Es muy significativo que los soldados quiebren las piernas a los que están crucificados con Jesús. Ellos que están vivos, ahora que Él ha muerto, también pueden ya morir. Es como decir, que Jesús precediéndoles con su muerte les ha abierto el camino hacia el Padre, y ellos lo pueden seguir. Cuando afirma que no le quebraron las piernas, el evangelista parece decir: Ninguno puede quitar la vida a Jesús, él la da por su propia iniciativa (10,17s; 19,30). “Uno de los soldados, con una lanza, le atravesó el costado y al instante salió sangre y agua”. El lector se queda sorprendido por el gesto del soldado, porque si ya estaba muerto ¿qué necesidad había de atravesarlo? Evidentemente la hostilidad continúa después de la muerte: al atravesarlo con la punta de la lanza quiere destruirlo para siempre. Este gesto de odio permite a Jesús dar amor que produce vida. El hecho es de una importancia excepcional y posee una gran riqueza de significado. La sangre que sale del costado abierto de Jesús simboliza su muerte, que Él acepta para salvar la humanidad; es expresión de su gloria, de su amor hasta el extremo (1,14;13,1); es la entrega del pastor que se da por las ovejas (10,11) es el amor del amigo que da la vida por sus amigos (15,13). Esta extrema prueba de amor, que no se rinde ante el suplicio de la muerte en cruz, es objeto de contemplación para nosotros en este día de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. De su costado abierto fluye el amor, que al mismo tiempo es inseparablemente suyo y del Padre. También el agua que brota representa, a su vez, al Espíritu, principio de vida. La sangre y el agua evidencian su amor demostrado y su amor comunicado. La alusión a los símbolos del agua y del vino en las bodas de Caná es claro. Ha llegado la hora en la que Jesús ofrece el vino de su amor. Ahora empiezan las bodas definitivas. La ley del amor extremo y sincero (1,17) que Él manifiesta en la cruz, revalidado por su mandamiento “como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (13,34), viene infusa en el corazón de los creyentes con el Espíritu. El proyecto divino del amor se completa en Jesús en el brotar de la sangre y el agua (19,28-30); ahora se espera que se realice en los hombres. En esto el hombre será ayudado por el Espíritu que emerge del costado atravesado de Jesús que, transformándolo en un hombre nuevo, le dará la capacidad de amar y de llegar a ser hijos de Dios (1,12)

 

MEDITATIO

En las tres lecturas esta presente el tema del amor: Dios elige a Israel y lo consagra como pueblo de su heredad porque lo ama. Dios envía a su Hijo unigénito y dona el Espíritu Santo porque Dios es amor; nos ama enormemente y, a través del envío del Hijo y el don del Espíritu, se manifiesta como amor caridad, ágape. En el texto evangélico, Dios revela los misterios del Reino a los pequeños, y no a los sabios y entendidos, porque los ama. Jesús repone los ánimos de quienes acuden a él porque es sencillo y humilde de corazón, porque es amable y ama.

El centro y el vértice de la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús esta en el culto al amor salvífico por nosotros; en él se encuentra la raíz de todas las gracias, de todos los favores, de todas las bondades que continuamente recibimos. Sobre todo, el don de la vida divina, de la filiación divina a través del bautismo, perfeccionada en la confirmación, nutrida en la eucaristía, recobrada en el perdón y vertida abundantemente en todos los sacramentos que derivan de la pasión y muerte de Cristo, el acto supremo de amor, ya que <<nadie tiene amor mas grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

 

ORATIO

Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros, sino para él, que por nosotros murió y resucité, envié, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo (plegaria eucarística IV).

 

CONTEMPLATIO

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador, en cierto modo, refleja la imagen de la divina Persona del Verbo y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no solo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos tanto el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el apóstol: Cristo ama a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la Palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni casa semejante, sino siendo santa e inmaculada (Ef 5,25-27).

Cristo ha amado a la Iglesia y la sigue amando intensamente (1 Jn 2,1) con ese amor que le mueve a hacerse nuestro abogado para proporcionarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7,25). La plegaria, que brota de su inagotable amor; dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna (Pío XII, encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, III, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Aprended de mi que soy sencillo y humilde de corazón>> (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Oh Señor Jesús, [haciéndote hombre] nos has mostrado el inmenso amor de Aquél que te ha enviado, tu Padre celestial! A través de tu corazón humane vislumbramos tenuemente el amor divino con el que somos amados y con el cual tu nos amas, porque tu y el Padre sois uno.

¡Es tan difícil para mí creer plenamente en el amor que surge de tu corazón...! Soy inseguro y timorato, estoy indeciso y desalentado. Mientras que de palabra digo que creo plena e incondicionalmente en tu amor, sigo buscando afecto, apoyo, aceptación y elogios entre los demás, esperando de los mortales aquello que solo tu me puedes dar. Oigo claramente tu voz: <<Venid a mi todos los que estéis fatigados y agobiados y yo os aliviaré... que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt.11,28ss); sin embargo, corro en otras direcciones, como si no confiara en ti y, de alguna manera, me sintiera más seguro en compañía de personas que tienen el corazón dividido y, a menudo, confuso.

Oh Señor; ¿por que deseo con ansia recibir halagos y cumplidos de las demás personas, incluso cuando la experiencia me enseña lo limitado y condicionado que es el amor que viene del corazón humano? Son tantos quienes me han demostrado su amor y su cariño, tantos los que me han dirigido palabras consoladoras y estimulantes, tantos los que han sido tan amables y me han manifestado su perdón..., pero nadie ha llegado al hondón, a ese lugar profundo y recóndito donde residen mis temores y esperanzas. Solo tú conoces aquel sitio, Señor [...]. Tu corazón esta tan deseoso de amarme, tan inflamado de fervor que me reaviva. Quieres darme un techo, un sentido de pertenencia, un lugar pora vivir, un cobijo donde resguardarme y un refugio donde me sienta seguro. Confío en ti, Señor, sigue ayudándome en los momentos de duda y desengaño (H. J. M. Nouwen, De cuore a cuore. Preghiere al Sacro Cuore di Gesu, Brescia *2000, 19—30).

 

Día 13

INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: 2 Cor 5, 14-21.

14 Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron.

15 Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

16 Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así.

17 Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.

18 Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.

19 Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación.

20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!

21 A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él.

             **• Hoy leemos un texto ardiente como lava en fusión. Pablo nos confía su secreto: por qué vive. Su tarea de apóstol es exaltante: construir un mundo nuevo con Dios. Bastaría leer lentamente cada una de esas frases y dejar que resonasen en nosotros.

             -Hermanos, el amor de Cristo nos apremia, cuando pensamos que uno solo murió por todos.

             Todo empieza y termina aquí: amar a alguien, amar apasionadamente a Cristo. La imagen es fuerte: Pablo se acuerda a menudo del camino de Damasco, donde fue literalmente «atrapado».

             ¡Cuán lejos estoy, yo, de esta pasión! ¡Cuán fría es mi fe! ¡Haznos descubrirte, Señor! ¡Apodérate de nosotros! Que comprenda al fin que «has muerto por mí», que has «dado tu vida» porque nos amas.

             -Cristo murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

             Estas palabras han sido incluidas en una de las nuevas «plegarias eucarísticas» de la misa. Es una de las verdades esenciales de nuestra Fe. Es uno de los sentidos esenciales de la misa y cada vez, una de sus funciones en nosotros.

             El hombre no es un ser para vivir «para sí»... el hombre es un ser «para los demás». Así lo hizo Cristo. Muerto por amor. Muerto para todos. Cristo murió para liberarnos de «vivir para nosotros mismos»: para que «no vivan para sí los que viven»... a fin de permitirnos que nosotros amemos así y entreguemos nuestra vida.

             ¿Qué haré HOY en ese sentido?

             El hombre no fue hecho solamente para amar a sus hermanos de la tierra, fue hecho también para amar a Dios, para amar «a aquel que murió y resucitó por él».

             ¿Has muerto por mí, Señor? ¿Cómo permanecería yo indiferente?

 

Evangelio Lc 2, 41-51

41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.

42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta

43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres.

44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos;

45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.

46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles;

47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.

48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»

49 El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»

50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

MEDITATIO

 Jesús espera de los discípulos la claridad de convicciones y la determinación del «sí-sí» y del «no-no» en su conducta. De su vocabulario y de su conducta está excluido el «ni sí ni no», una expresión nueva que representa una síntesis puntual de ciertas corrientes invasoras dotadas de una mentalidad de equilibrismo, indeterminaciones y medias tintas, de nebulosos dejar para mañana, de la holgazanería de personalidades plasmadas en la solidez del ectoplasma. La exigencia de responsabilidad y coherencia por parte del rabí de Nazaret roza la intolerancia: lo que está más allá del «sí-sí» / «no-no» viene del maligno. El «pero yo os digo» remite a la autoridad de sus palabras y, sobre todo, a la autoridad de su personalidad.

El apóstol Pablo descubrió que, en Jesús, «todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor l,19ss). La concisión adverbial de Jesús y de Pablo se dilata en la catequesis -en parte implícita sobre la responsabilidad activa y existencia! individual. Pablo ilumina un ámbito concreto y también visible de esa responsabilidad: «Ate apremia el amor de Cristo». La construcción sintáctica tanto en griego como en latín, y también en español, permite una doble interpretación completiva: nos apremia el amor que tiene Cristo y nos impulsa el amor que tenemos a Cristo. La intuición paulina capta la sinergia Señor Jesús-discípulo, Cristo Señor-Iglesia. El amor que tiene Cristo consigue la reconciliación sacando del hombre el pecado-situación y cargándolo en la cruz de su muerte (aunque el pecado episodio subsiste como herencia y «tentación» o prueba).

El amor que tenemos a Cristo nos apremia a dar valor a la reconciliación, convirtiéndonos por medio de él en justicia de Dios y poniéndonos a su servicio como embajadores de Cristo.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Padre amó tanto al mundo que te envió a ti, su Hijo unigénito, para que creamos en ti y no muramos, sino que tengamos la vida eterna (Jn 3,16): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que habías venido no para condenar, sino para salvar al mundo (Jn 12,47): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Consolador –el Espíritu de la verdad- convencerá al mundo de pecado, que no cree en ti (Jn 16,7ss): escúchanos, Señor.

Señor, tú eres bueno y grande en el amor: escucha la confesión de nuestros pecados cotidianos y perdónalos; escucha nuestra disponibilidad al servicio de tu Reino y acompáñanos; escucha nuestra sed de conocimiento espiritual e ilumínanos.

 

CONTEMPLATIO

Dijo después [Dios]: «Quiero mostrarte algo de mi poder». Al instante se me abrieron los ojos del alma. Y vi la plenitud de Dios, en la cual abrazaba a todo el mundo, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás. Y en todo esto no discerní más que el poder divino de un modo inenarrable.

El alma, llena de admiración, gritó diciendo: «Este mundo está repleto de Dios». Y abracé el mundo entero como si fuera una cosa pequeña, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás, como si fuera poca cosa, pero el poder de Dios excedía y lo llenaba todo. Y me dijo: «De este modo te he mostrado algo de mi poder». Comprendí que de aquí en adelante comprendería mejor el resto. Entonces me dijo: «Ahora mira la bajeza». Y vi una bajeza tan profunda del hombre respecto a Dios, que el alma, comparando aquel poder inenarrable y aquella profunda bajeza, estaba llena de admiración y se consideraba a sí misma como nada y en su nada no veía en sí misma más que soberbia (Angela de Foligno, // libro delle rivelazioni, 9: Contemplazione della potenza divina).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pero yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15,9-10.12). Podemos pensar: ¡lo importante es amar! («El que ama al prójimo ha cumplido la ley»: Rom 13,8).

En realidad, no es posible una comprensión plena del amor al prójimo si no lo insertamos en el marco más amplio del amor a Dios. Es el amor a Dios el que pone en movimiento el dinamismo eficaz y amplio que tiende a llegar a todos los hombres.

Por consiguiente, el amor brota de la voluntad originaria del Padre (G. Pasini, Ai di sopra di tuno. Meditazioni per una carita incarnata nella storia, Molfetta 1996, p. 13).

 

 

Día 14

11° domingo del tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 17,22-24

22 Esto dice el Señor: También yo tomaré la copa de un cedro, de sus ramas cimeras tomaré un tallo, y lo plantaré en un monte muy alto;

23 lo plantaré en un monte alto de Israel; y echará ramas y dará frutos, y se hará un cedro magnífico. Toda clase de pájaros anidarán en él, y habitarán a la sombra de sus ramas.

24 Y sabrán todos los árboles del bosque que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol pequeño, hago secarse el árbol verde y reverdecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.

 

**• El texto de Ezequiel aparece como anticipación profética del evangelio de hoy: son idénticas las imágenes que aparecen en ambos textos (imágenes que hablan de crecimiento) e idéntico el tema que se desarrolla: la extensión sin límites del Reino de Dios. La perícopa tiene un evidente sentido mesiánico: se trata del anuncio de la «restauración» del reino de Israel tras la experiencia de la deportación de muchos a Babilonia (por obra de Nabucodonosor, el año 597), aunque también después de la experiencia del alejamiento de Dios y de su alianza por parte de otros que se habían quedado en la patria.

Con todo, nada de eso impide a Dios permanecer fiel a su alianza. La alegoría del cedro expresa con imágenes la promesa de un renacimiento y de un nuevo crecimiento maravilloso: como hace el agricultor, Dios tomará un «tallo» (un descendiente de David) de «la copa de un cedro» (la casa de David), para plantarlo en un monte alto de Israel, de suerte que pueda convertirse en «un cedro magnífico» (vv. 22ss). Esto equivale a decir que Dios es el gran protagonista de la historia, el que, a pesar del pecado, es capaz de ofrecer al hombre un futuro diferente y nuevo. La iniciativa del renacimiento y del crecimiento no corresponde a los hombres, sino que es de Dios, que se presenta como alguien que no disminuye en su amor.

Éste es el núcleo central del texto alegórico, que se completa con la afirmación final: «Y sabrán todos los árboles del bosque que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol pequeño» (v. 24). ¿Cómo no recordar la imagen evangélica, evocada por Lucas en el Magníficat, del Dios que «derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes» (Lc 1,52) o este dicho de Jesús: «El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Lc 14,11).

Ésta es la lógica del Reino de Dios en la historia de los hombres. Por eso, el justo se puede reconocer en el hecho de «proclamar por la mañana tu misericordia y por la noche tu fidelidad» (Sal 91, empleado en la liturgia de hoy como salmo responsorial).

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,6-10

Hermanos:

6 Así pues, en todo momento tenemos confianza. Sabemos que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos lejos del Señor,

7 y caminamos a la luz de la fe y no de lo que vemos.

8 Pero estamos llenos de confianza y preferimos dejar el cuerpo para ir a habitar junto al Señor.  

9 Sea como sea, en este cuerpo o fuera de él, nos esforzamos en serle gratos,

10 ya que todos nosotros hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el premio o castigo que le corresponda por lo que hizo durante su existencia corporal.

 

         *» El texto de la segunda lectura prosigue con los estímulos (presentes ya en la segunda lectura del domingo precedente) dirigidos a los cristianos para que mantengan firme la mirada en los bienes «invisibles», que son «eternos». La perspectiva del que ha optado por ponerse a seguir a Cristo no es, en efecto, de este mundo: la fe y la esperanza en Cristo resucitado llevan a mirar hacia un horizonte que está «más allá» de la dimensión terrena.

Esta conciencia se traduce, en el pasaje que acabamos de leer, en tres tipos de pensamientos: en primer lugar, tenemos una comprensión de nuestro «habitar en el cuerpo» como si viviéramos en un exilio «lejos del Señor» (v. 6). Lo que caracteriza la existencia terrena del cristiano es la fe, no aún la visión. De esta dialéctica fe-visión brota la actitud propia del creyente: la confianza.

Éste es el término fundamental (aparece dos veces en las líneas iniciales del texto), y resume la identidad del creyente: éste es alguien que se «confía» plenamente; mejor aún, alguien que se «confía» al único que considera digno de confianza. La vida del creyente está orientada así hacia su destino de consumación en Dios.

En segundo lugar, se levanta acta de que lo que cuenta en el hoy terreno, vivido a la luz de la fe, es el esfuerzo por «serle gratos» (v. 9b). No se trata de una simple lógica de prestaciones o de confianza en nuestros méritos: no son éstos, en efecto, los que nos procuran la salvación. La expresión remite más bien al compromiso activo de llevar nuestra propia vida siempre bajo la mirada de Dios.

Y por último, en tercer lugar, está el pensamiento de tener que «comparecer ante el tribunal de Cristo» (v. 10). Pero ésta ya no es una perspectiva que engendre ansia o miedo; es sólo la expectativa de la consumación esperada y la conclusión de una vida vivida en el abandono en Dios.

 

Evangelio: Marcos 4,26-34

En aquel tiempo,

26 decía también Jesús a la gente: -Sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en la tierra.

27 Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo.

28 La tierra da fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga.

29 Y cuando el fruto está a punto, en seguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

30 Proseguía diciendo: -¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?

31 Sucede con él lo que con un grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas.

32 Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.

33 Con muchas parábolas como éstas Jesús les anunciaba el mensaje, acomodándose a su capacidad de entender.

34 No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado.

 

        *•• El discurso sobre el Reino de Dios, propuesto por Jesús en parábolas a los hombres de todos los tiempos, responde a una doble pregunta: ¿qué lógica rige el funcionamiento del Reino de Dios? ¿Alcanzará éste su objetivo?

        Las dos parábolas que recoge el texto de hoy hablan de un «grano» echado en tierra: en la primera parábola el crecimiento del grano no depende del trabajo del hombre {«Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece»: v. 27), sino únicamente de la fertilidad del suelo.

        La primera lectura se mostraba todavía más explícita: no es el hombre el que trabaja para edificar el Reino de Dios, sino sólo Dios. En la segunda parábola aparece una idea ulterior: el minúsculo grano de mostaza –que carece de toda vistosidad- «se hace mayor que cualquier hortaliza» (v. 32). Se trata de una grandiosa visión plena de esperanza, que anima a los creyentes a mantener una actitud de paciencia. Dios obra en la historia, a pesar de que las apariencias digan lo contrario. La realización de su Reino no depende de la eficiencia, ni de las instituciones, ni de los individuos; no es cuestión de programas o de obras, sino de una escucha atenta de la Palabra de Dios y de la disponibilidad para dejarla crecer en nosotros. El mensaje central de la parábola no es, a pesar de todo, una invitación al quietismo o a la falta de compromiso. Al contrario, presenta al creyente una mentalidad nueva, la de no escuchar tanto sus deseos y sus ganas de hacer y mantenerse disponible, con paciencia y humildad, para crear las condiciones en las que la Palabra de Dios pueda dar fruto libremente.

 

MEDITATIO

        La Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes, tiene la misión de ser «sacramento» del Reino de Dios aquí, en la tierra: ha sido convocada para ser, con sus palabras y sus acciones, «signo eficaz» de este Reino que, como la pequeña simiente echada en tierra, puede crecer sin límites.

        En efecto, esta experiencia, en cuanto experiencia de comunión y de justicia, no es algo individual, sino que liga a las personas entre sí y, uniéndolas en torno a la persona de Cristo, constituye su Iglesia: así, la realidad histórica de la Iglesia se convierte en manifestación de la reconciliación querida y otorgada por Dios en Jesús, el gran acontecimiento de reconciliación que marca la historia de los hombres a partir de Jesús y hasta su consumación final. Por eso la Iglesia no se identifica nunca con el Reino de Dios, ni puede considerarse nunca, de una manera triunfalista, como el Reino de Dios realizado en el mundo, sino que es siempre y únicamente un signo, un camino a través de la historia humana, que gradualmente se vuelve, en Jesús, por Jesús y con Jesús, «historia de salvación».

        Esta experiencia interesa a toda la humanidad: «por nosotros los hombres y por nuestra salvación...», profesamos en el credo. Toda persona, en el presente de su existencia, se siente interpelada por esta exigencia, se siente llamada a entrar en el Reino de Dios, en el sentido de que mediante una continua «conversión» (originariamente, «seguir a Jesús» significaba unirse a él, vivir con él) se ofrece realmente esta posibilidad: en todo momento en que el hombre intenta dar un sentido a su propia vida, comprometiendo de manera concreta su libertad en la historia, le es posible comprometerse por un camino que no es manifestación del mal, sino manifestación del Reino de Dios. En esta dimensión «sacramental» de la vida cristiana se resuelve la tensión entre el ya y el todavía-no de la esperanza: este continuo tender es el signo y la actitud que distingue al cristiano.

 

ORATIO

        Padre, de quien procede todo don, que sigues sembrando y haciendo crecer tu Reino de paz y amor entre nosotros, haznos colaboradores de esta obra tuya a través de la fe que suscitas en nosotros.

        Haz que seamos siempre conscientes de que no son nuestros medios ni nuestras fatigas los que difunden en el mundo el Evangelio de tu Cristo, que lleva al hombre a la salvación.

        Mantennos unidos a él, que nos ha hecho sus testigos, y concédenos la fuerza de su santo Espíritu para que seamos capaces de asumir compromisos animosos en tu santa Iglesia, a fin de renovarla con humildad y paciencia.

 

CONTEMPLATIO

        Como Jesús había dicho que las tres cuartas partes de la semilla se perderían, que sólo una parte se salvaría y que en el resto se producirían tan graves daños, era bastante lógico que sus discípulos le preguntaran quiénes y cuántos serán los fieles. Jesús les quita el temor induciéndoles a la fe mediante la parábola del grano de mostaza y mostrándoles que la predicación de la Buena Nueva se difundirá por toda la tierra.

        Escoge para este fin una imagen que representa bien esa verdad. «Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas». Cristo quería presentar el signo, la prueba de su grandeza. Así -explica- ocurrirá también con la predicación de la Buena Nueva. En realidad, los discípulos eran los más humildes y débiles entre los hombres, inferiores a todos, pero, dado que en ellos había una gran fuerza, su predicación se difundió por todo el mundo (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 46,2).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Habitaré en la casa del Señor todos los días de mi vida» (cf. Sal 26,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La Iglesia es el «sacramento originario» de la salvación preparada para los hombres según el eterno consejo de Dios. Una salvación que, por otra parte, no es monopolio de la Iglesia, sino que, en virtud de la redención obrada por el Señor, que murió y resucitó «para la salvación de todo el mundo», está ya de hecho presente de una manera eficaz en todo este mundo [...].

        Esto equivale a decir que, en ella, se hace audible y se vuelve visible lo que está presente «fuera de la Iglesia», allí donde hombres de buena voluntad se adhieren de hecho, personalmente, al ofrecimiento divino de la gracia y la hacen suya, aunque no de un modo reflexivo o temático.

        Precisamente en cuanto sacramento de salvación, ofrecido a todos los hombres, la Iglesia es el «sacramento del mundo»: es la esperanza no sólo para los que se han adherido a ella, sino que es, simplemente, la spes mundi, la esperanza para todo el mundo. En ella aparece plenamente y está presente, como en una profecía, el misterio de la salvación que Dios lleva a cabo a lo largo de toda la historia humana, y que en ella -gracias al dato imperecedero de la viviente profecía de la Iglesia- no cesará nunca de realizarse. Podríamos decir que la Iglesia es la manifestación de la salvación existencial del mundo; revela el mundo a sí mismo; le muestra al mundo lo que es y lo que aún puede llegar a ser en virtud del don de la gracia de Dios. Por eso la Iglesia espera no sólo por sí misma, sino por el mundo entero, a cuyo servicio está (E. Schillebeeckx, Cott-Kirche-Welt, Mainz 1970, vol. II).

 

Día 15

 Lunes 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 6,1-10

Hermanos:

1 Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios.

2 Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.

3 Por nuestra parte, a nadie damos motivo alguno para que pueda desacreditar el ministerio;

4 antes bien, en toda ocasión nos comportamos como ministros de Dios, aguantando mucho, sufriendo, pasando estrecheces y angustias;

5 soportando golpes, prisiones, tumultos, duros trabajos, noches sin dormir y días sin comer.

6 Procedemos con limpieza de vida, con conocimiento de las cosas de Dios, con paciencia, con bondad, penetrados del Espíritu Santo, con un amor sincero,

7 apoyados en la Palabra de verdad y en la fuerza de Dios; y en todo atacamos y nos defendemos con las armas que nos depara la fuerza salvadora de Dios.

8 Unos nos ensalzan y otros nos denigran; unos nos calumnian y otros nos alaban. Se nos considera impostores, aunque decimos la verdad;

9 quieren ignorarnos, pero somos bien conocidos; estamos al borde de la muerte, pero seguimos con vida; nos castigan, pero no nos alcanza la muerte;

10 nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, poro enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, poro lo poseemos todo.

 

**• El leccionario sigue presentando la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios. Prescinde, sin embargo, de las palabras «ya que somos sus colaboradores, os exhortamos...». Son palabras que conectan con la robusta cristología perfilada en la perícopa precedente y que justifican la exhortación actual: como «colaborador» , Pablo declara que obra como «embajador de Cristo» es como si Dios mismo exhortara por medio de él (5,20). Esas palabras perfilan un método de evangelización: no se trata de una iniciativa individual, sino de una habilitación por parte de Dios. La robustez de la diaconía brota de la autoridad del Señor y madura en el orgullo del servicio al Evangelio.

La autoridad y el orgullo los toma el apóstol del esbozo autobiográfico del «siervo evangélico». La articulación del «siervo» con la arquitectura del «ministerio» aparece como el diseño de una «geometría psicológica y actitudinal». Sin sospechar esos posibles encasillamientos posteriores, en la pluma de Pablo (a quien de todos modos le complacen los reconocimientos, por así decirlo,  periscópicos) se deslizan estas enumeraciones: el único propósito -aquí- es la vigilancia para no dar «motivo alguno... que pueda desacreditar el ministerio»; el «gran orgullo» se ramifica en nueve duras contingencias; hay seis tipologías óptimas de comportamiento; tres son los apoyos decisivos de auxilio; dos más siete son las conjeturas desafortunadas en el exterior, pero faustas en la gestión.

La frialdad de semejante enumeración cuantitativa ayuda, casi a contrapaso, como paso a la consideración del vigor cualitativo de un servicio al Evangelio, con el que Pablo se siente honrado y del que insiste en ser delegado, convirtiendo cada día en «momento favorable» para exhortar a no recibir en vano la gracia de Dios y hacer madurar progresivamente la salvación. La exhortación de un profeta antiguo (Is 49,8) se salda con la novedad de un colaborador nuevo -como es Pablo- en el ministerio de la reconciliación.

 

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto;

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

 

**• La «ley del talión» citada por Jesús para ejemplificar sólo un par de casos es, de una manera transversal, Palabra de Dios. En efecto, la pena del talión fue una forma de hacer justicia que entró en el Antiguo Testamento -Palabra de Dios a Israel- unos ciento cincuenta años después de la promulgación de un prototipo babilónico (el conocido código de Hammburabi: 1792-1750 a. de C.) como prescripción de la justicia atribuida a la voluntad de YHWH y preocupada por salvaguardar la corrección de las relaciones sociales y, por consiguiente, el progreso del pueblo. El sustantivo actual que interpreta esa solución es «talión» (con una raíz etimológica incierta del latín: tal vez talis - tale [neutro], a saber: «igual, idéntico»). La Biblia formalizó el «talión» repetidamente: en Ex 21,24ss, donde se presenta una casuística más extensa que la proporcionada por Jesús, a saber: «ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe»; simplificada en Lv 24,19ss; relanzada en Dt 19,21, que recalca una intransigencia: «En un caso así, no tendrás piedad: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». La historia de este tipo de «venganza» (justicia «vindicativa») facilita la comprensión de la Palabra innovadora de Jesús.

Tanto el «talión» veterotestamentario como la solución de Jesús son Palabra de Dios historizada. La antigua «venganza» era -por así decirlo- tolerada por YHWH en espera de la superación mesiánica de esas -y también de otras- soluciones relaciónales desde la perspectiva de una justicia y de una paz universal (cf. Is 2,2-4; 9,1-6...). Jesucristo no abolió ni una coma de la Ley y los profetas (Mt 5,17); por consiguiente, tampoco la «ley del talión». En torno a ella no disertó ni a favor ni en contra: se limitó simple y drásticamente a inutilizarla superando todas las soluciones «vindicativas» y llevando a cumplimiento las finalidades de aquella antigua y provisional Palabra de YHWH, proponiendo la evolución de un camino radical y óptimo a lo largo del recorrido personalizado de las bienaventuranzas evangélicas, Palabra de Dios en los labios de Jesús. Compasión y misericordia, generosidad, magnanimidad de ánimo, renuncia a las reivindicaciones, serenidad a la hora de saber perder... son la respuesta de los discípulos de Jesús a las incómodas contingencias individuales, y son también soluciones  para cualquier conflicto.

 

MEDITATIO

Las bienaventuranzas como las de la paz, que identifica a los hijos de Dios; la humildad, que se extiende sobre la tierra; la misericordia recompensada (novedad del «talión»), constituyen la sustitución y el soporte de todo tipo de «talión» y «venganza». La Palabra de Dios en los labios de Jesús es, verdaderamente, la consumación y la elevación al máximo de la Ley y los profetas: de esta Palabra de Dios no pasará nada de ahora en adelante sin que se cumpla, de modo que quien la transgreda o enseñe a transgredirla se quedará en el umbral del Reino de los Cielos, a diferencia de quien la cumpla y enseñe a cumplirla, que será considerado como grande en el Reino de los Cielos (Mt 5,18ss).

Jesús es hombre de palabra y su palabra es Palabra de Dios: él mismo da testimonio de la coherencia del proyecto de sus bienaventuranzas a través de comportamientos ocasionales consecuentes (Jn 18,22ss) y, sobre todo, con la opción fundamental de la aceptación de la cruz en cumplimiento de las Escrituras (Le 24,27; Hch 2,22-24; 1 Pe 2,21-25). Al perder la vida, Jesús ganó la resurrección.

También Pablo, en este fragmento autobiográfico, se presenta como testigo de la superación de un estilo reivindicativo y justiciero, moviéndose con fuerza, es cierto, pero también con transparencia, con sensatez, con tolerancia, con sinceridad en el amor. Es el estilo vencedor del hombre evangélico, que es capaz de perder algo de lo suyo para beneficiar a muchos; es la «cultura» del discípulo de Jesús, que es capaz de llevar la cruz como momento favorable, como día de salvación.

ORATIO

«El Señor da a conocer su victoria» (del salmo responsorial). Señor, has revelado a nuestros ojos que todo momento es favorable para la maduración de tu gracia: te alabamos, Señor.

Señor, has manifestado en nuestros días que te acuerdas de tu amor hecho visible en el Evangelio de las bienaventuranzas: te alabamos, Señor.

Señor, has accedido a nuestra confianza haciéndote presente en los tiempos de la alegría y de la buena fama y, también, en los tiempos de necesidad y de angustia: te alabamos, Señor.

Cristo Jesús, me han abofeteado y he llorado, me han humillado y me he enfadado: Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús, me han insistido para que perdiera parte de mi tiempo con ellos, pero yo, presuroso e irritado, me he negado: Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús, me han pedido prestado algo mío y a mí mismo, y no he regalado nada, sino que he pedido la restitución con intereses: Cristo, ten piedad.

Señor, enséñanos a anunciar y a comunicar tu misericordia al malvado: escúchanos, Señor.

Señor, enséñanos palabras y comportamientos que nunca sean motivo de escándalo ni representen un obstáculo a la eficacia de las bienaventuranzas evangélicas: escúchanos, Señor.

Señor, enséñanos a ser y a dar siempre «mucho» en tu nombre: escúchanos, Señor.

 

CONTEMPLATIO

Contó el padre Daniel que, en Babilonia, la hija de un alto funcionario estaba poseída por el demonio. Su padre era muy amigo de un monje, que le dijo: «Nadie puede curar a tu hija, excepto unos anacoretas que conozco. Mas, si los invitas a venir, no vendrán por humildad. Procedamos así: cuando vengan al mercado, finge que quieres comprar su mercancía. Y, cuando vengan a cobrar el precio, les diremos que oren, y creo que curará». Fueron al mercado y encontraron a un discípulo de los padres sentado para vender su mercancía, y le hicieron venir a llevar sus cestas y a retirar el dinero.

Cuando el monje entró en la casa, la endemoniada le salió al encuentro y le dio una bofetada. Él puso también la otra mejilla, siguiendo el precepto del Señor. El demonio quedó atormentado y gritó «¡Ay de mí!, el mandamiento de Jesús me expulsa con violencia». Y enseguida la muchacha quedó limpia. Cuando llegaron los padres, les contaron lo sucedido. Glorificaron a Dios por ello diciendo: «Siempre le sucede así a la soberbia del diablo, que cae frente a la humildad del precepto de Cristo» {Vida y dichos de los padres del desierto, vol. I, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal» (Mt 5,39).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos ha dicho: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Estas palabras suyas no deberían ser sólo una luz para nosotras, sino una verdadera llama que consuma el egoísmo que nos impide crecer en santidad. Jesús nos amó hasta el final, hasta el extremo del amor, hasta la cruz. Este amor debe proceder del interior, de nuestra unión con Cristo. Debe ser la sobreabundancia de nuestro amor por Dios. Amar debe ser para nosotras algo tan natural como vivir y respirar, día tras día, hasta la muerte. Dijo Teresa del Niño Jesús: «Cuando actúo y pienso con caridad, siento que es Jesús quien actúa en mí». Para comprender y practicar todo esto tenemos una gran necesidad de la oración, de una oración que nos una a Dios y que nos impulse de continuo hacia los otros. Nuestras obras de caridad no son otra cosa que el derramamiento al exterior del amor de Dios que hay dentro de nosotras. Por eso, quien más unido está a Dios, más ama a su prójimo (Madre Teresa de Calcuta, La mia regola, Milán 1997, pp. 131 ss).

 

Día 16

Martes 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 8,1-9

1 Queremos haceros saber, hermanos, la gracia que Dios ha concedido a las iglesias de Macedonia.

2 Porque han sido muchas las tribulaciones con que han sido probadas, y, sin embargo, su gozo es tal que, a pesar de su extrema pobreza, han derrochado generosidad.

3 Porque doy testimonio de que han contribuido según sus posibilidades y aun por encima de ellas.

4 Por propia iniciativa nos pedían con gran insistencia que les permitiéramos participar en esta ayuda a los creyentes.

5 Superando incluso nuestras esperanzas, se entregaron en persona primero al Señor y luego a nosotros, pues tal era la voluntad de Dios.

6 Por eso hemos rogado a Tito que, ya que él la comenzó, sea también él quien lleve a feliz término esta obra de caridad entre vosotros.

7 Puesto que sobresalís en todo -en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de solicitud y hasta en el cariño que os profesamos-, sed también los primeros en esta obra de caridad.

8 No digo esto como una orden, sino para que, a la vista de la solicitud de los demás, pueda yo comprobar la autenticidad de vuestro amor.

9 Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.

 

**• Prescindiendo de una extensa sección, todavía autobiográfica, de hechos y tumultos, de emociones y afectos, confiados por el apóstol Pablo a la comunidad eclesial de Corinto (2 Cor 6,11-7,16), el leccionario se detiene únicamente en el contexto de la colecta emprendida en favor de los hermanos de Jerusalén. La perícopa contiene un acontecimiento de solidaridad ejemplar para la organización y válido en sus motivaciones.

Los historiadores han reconstruido este acontecimiento, atendiendo sobre todo a Hch 24,17; Rom 15,25-28, 1 Cor 16,1-4, además de al texto que hemos leído hoy. La pequeña comunidad de Jerusalén había iniciado su propia aventura evangélica poniendo voluntariamente en común los bienes de cada uno de los hermanos, de suerte que no hubiera necesitados entre ellos (Hch 2,44ss; 4,32.34ss). Pero el apagado fervor y los condicionamientos de la organización habían agravado un tanto la situación económica de la comunidad (Hch 5,lss; 6,1).

El año 58 hubo una carestía en Judea (diez años antes había habido otra). Las comunidades cristianas que había entre los «paganos» acudieron en ayuda de sus hermanos de Jerusalén con el fruto de una conmovedora colecta. Entre los organizadores sobresalieron Pablo y Tito. Pablo subirá en persona a Jerusalén: «Al cabo de muchos años vine a mi nación para traer limosnas» (Hch 24,17). Tito, discípulo del apóstol y «hermano» queridísimo (2 Cor 2,13), había sido enviado también a Corinto para implicar también a esta comunidad en la colecta, «obra generosa que él mismo había comenzado», al decir del mismo apóstol (2 Cor 8,6).

El método sugerido por Pablo a los corintios y también a otras comunidades se mueve entre la razón pedagógica y la sensatez económica: «Que los domingos aporte cada uno lo que haya podido ahorrar» (1 Cor 16,2). Las razones proceden de una convencida comunión de bienes: los hermanos de Macedonia y Acaya «han tenido a bien hacer una colecta en favor de los creyentes necesitados de Jerusalén. Han tenido a bien, aunque en realidad se trataba de una deuda, pues si los paganos han participado de sus bienes espirituales, justo es que los ayuden en lo material (Rom 15,26ss). El apóstol insiste, confiado, en que la colecta dé fruto también en la comunidad de Corinto, aduciendo razones de comunión eclesial, de comunión de bienes, testimonios y gratitud con Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor 8,9).

 

Evangelio: Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.

45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen también eso los publicanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

**• La perícopa de hoy está traducida a partir del texto griego no original. Este texto contiene vocablos que permiten lecturas con distintos matices que completan o precisan el pensamiento que indujo a Jesús a hablar de aquel modo, así como el mensaje que los discípulos intentan metabolizar.

El dicho «ama a tu prójimo y odia a tu enemigo» no se encuentra como tal al pie de la letra en la Escritura veterotestamentaria. Amar al prójimo es, verdaderamente, un mandamiento de YHWH (LV 19,18), y fue ratificado también por Jesús como «grande» por ser semejante al de amar a Dios (Mt 22,37-40). «Amar» es la traducción del verbo griego agapáó, que significa también tratar con afecto, acoger con afabilidad, gozar con el otro; en el vocabulario neotestamentario recuerda al sustantivo agápé, que es uno de los nombres de Dios (1 Jn 4,8). El «prójimo» es aquel que está cerca, que está al lado y al mismo tiempo. Odiar al enemigo, en cambio, no se encuentra en ningún repertorio de pasajes paralelos ni de concordancias. El Antiguo Testamento y la cultura de Israel no se mostraban pródigos, es cierto, en frases tiernas con los enemigos, pero tampoco instigaban al odio permanente con expresiones procedentes del durísimo verbo «odiar»: los comportamientos oscilaban entre la tolerancia y la solidaridad con el «extranjero», del que, no obstante, era preciso defenderse de vez en cuando, desencadenando incluso guerras, hostilidades, devastaciones que llegaban hasta el «exterminio» (Jos 6: suerte emblemática corrida por Jericó).

El sustantivo griego que traducimos por «enemigo» significa también «odiado», «aquel que odia»; por consiguiente, una interpretación menos drástica y más acorde con la mentalidad bíblica veterotestamentaria global podría ser: «odia a quien te odia», una variante en el mundo afectivo y motivacional de la ley del talión. En consecuencia, odiar podría significar «no te preocupes de amar» a los extranjeros, a los gójim; no te involucres con ellos; dales largas.

El proyecto de Jesús -que lleva a cabo un forzamiento lexical en su aforismo y lo justifica pedagógicamente - pretende invalidar y superar la mentalidad de hostilidad y desinterés, así como los matices conectados con ella. Su proyecto se fundamenta en un solo verbo: «amad» (agapáte: imperativo-exhortativo). El sustantivo «enemigo» sigue formando parte de su vocabulario: sin embargo, el discípulo no ha de ser enemigo de nadie (ha de amar a su enemigo); desde su punto de vista, nadie ha de ser enemigo, aunque el «otro» quiera seguir siendo enemigo y seguir odiando.

 

MEDITATIO

Jesús sigue perfilando su fascinante e intrigante proyecto evangélico elevando cada vez más el nivel de calidad hasta la igualdad con el Padre celestial. Jesús, que es el Hijo de Dios, pero también hijo del hombre, se atreve a desafiar el valor y la osadía humanos hasta lanzarlos hacia una perfección como la divina. A decir verdad, Jesús no emplea el sustantivo «perfección» (que designaría una «cosa» o una idea exterior), sino un adjetivo que se refiere a una situación personal: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». La palabra griega original, además de «perfectos/perfecto», significa también «completo», «maduro», «el que cumple con lo que tiene que hacer y lo hace a fondo».

El lugar del Padre es el cielo: símbolo de elevación, de limpieza, de inmensidad y espacio del Reino. Estos símbolos entran en la calidad del amor discipular a cada uno, no se afanan por bloquear a los otros en las categorías de prójimo-enemigo, aliados-perseguidores, malvados- buenos, amigos-hermanos. Es una selección prohibida a todo el que pretenda ser y seguir siendo hijo del Padre. Si el otro persiste como enemigo o perseguidor y malvado, rezarás por él, le favorecerás. Jesús no entra en sutilezas en lo que afecta al riesgo de caer en lo genérico, como el oceánico «querámonos bien», el indiferenciado e insignificante «amar a todos por igual y no amar a nadie en concreto». La categoría de concreto aparece repetida y abundantemente detallada en el mensaje neotestamentario. «Orar», «beneficiar» (imagen del sol y de la lluvia), son también signos de concreción. La colecta emprendida por Pablo es otra nota de concreción por parte de quien no olvida un compromiso sustancial de la Iglesia: acordarse de los pobres (Gal 2,10).

La perícopa evangélica, al señalar maduraciones de bienaventuranzas como las de la humildad y la misericordia, los pacíficos y los perseguidos, alcanza una cima del radicalismo evangélico verdaderamente maximalista: la calidad de los perfectos como la del Padre celestial perfecto. Un término inaudito en labios humanos: concreto en los labios de Jesús, hijo divino y hermano humano.

 

ORATIO

Señor, gracias por tu misericordia, que se muestra benéfica conmigo cuando me ve bueno y cuando me ve malvado. Señor, recompensa como yo no sé hacer a todos los que me aman y me hacen bien; reconcilia conmigo a quienes me persiguen y me odian.

Señor, acrece el conocimiento y el testimonio de la gracia de Jesucristo, que, de rico como era en cuanto Hijo de Dios, se hizo pobre por mí, para que yo llegara a ser rico por medio de su empobrecimiento como hombre. Escúchanos, Señor, para que te alabemos mientras vivamos.

 

CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28). ¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu! ¡Cuan seco y duro eres sin Jesús! Cuan necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

Ama a todos por amor a Jesús, mas a Jesús por sí mismo; sólo a Jesucristo se debe amar singularísimamente, porque Él solo se halla bueno y fidelísimo, más que todos los amigos.

Por El y en Él debes amar a amigos y enemigos, y rogarle por todos para que lo conozcan y lo amen. Nunca codicies ser loado y amado singularmente, porque eso sólo a Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que alguno ocupe contigo su corazón, ni tú ocupes el tuyo con el amor de nadie; mas sea Jesús en ti y en todo hombre bueno (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, II, 8, 1.4, San Pablo, Madrid 1997).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alabaré al Señor mientras viva» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es una cualidad específica del amor cristiano no tener en cuenta ni la diversidad ni el carácter negativo de una persona (cf. 1 Cor 13,5). En una palabra, el amor cristiano arranca del rostro del prójimo cualquier elemento que lo muestre como diferente o como adversario. Cuando el cristiano haya purificado así sus propios ojos, no verá en nadie el rostro de un enemigo.

Nadie le será ya enemigo; todos se le presentarán como personas humanas; más aún, como hermanos, porque son en todo iguales a él. La mirada purificada ve un mundo humano diferente, que no es otra cosa sino el mundo verdadero. El absurdo de «amar a los enemigos» se transforma en la lógica de amar a cada uno de los seres con quienes compartírnosla humanidad.

En ese momento, que puede ser calificado de negativo, alcanza el Evangelio una serie de elementos positivos, y a partir de ellos se hace manifiesto que el perdón ha cancelado por completo del ánimo cristiano toda sombra de venganza y de resentimiento, y el corazón se ha reconciliado por completo, para derramar sobre los enemigos todo tipo de bienes [...]. Dirigirse a Dios para obtener de El el bien para los enemigos es, innegablemente, signo de perdón otorgado y de ánimo reconciliado (M. Masini, // Vangelo del perdono, Milán 2000, pp. 153ss).

 

 

Día 17

Miércoles 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-11

Hermanos:

6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.

7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.

8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.

9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.

10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

11 Colmados así de riqueza, podréis ser generosos en todo, lo cual, por mediación mía, producirá acción de gracias a Dios.

 

*•• El argumento exclusivo de la perícopa de hoy sigue siendo la participación en la colecta de los cristianos de Corinto. Éstos, que figuraban entre los primeros promotores de la mencionada colecta, son estimulados por Pablo a llevarla a término.

La perícopa referida «cuenta» la razón que indujo al apóstol a enviar a Corinto, antes de su proyectada llegada a esta ciudad, a Tito -compañero y colaborador suyo como guía de una delegación, para organizar la conclusión de la empresa y recoger lo que cada uno hubiera decidido dar según los medios de que dispusiera (probablemente dinero). Pablo lanza una llamada al orgullo de sus discípulos: conoce su buena voluntad y su carácter ejemplar, confía en su prontitud y está seguro de que en nada de esto se verá desmentido (2 Cor 9,2-5). Recuerda algo que es obvio, pero adecuado para incentivar: el que siembra de modo miserable, sólo miseria recogerá. Ni que decir tiene que hay que optar por una siembra abundante, que producirá una abundante cosecha.

La insistencia en ciertos resortes psicológicos representa, en el estilo pedagógico de Pablo y también en el contexto en el que nos movemos, una pausa en las argumentaciones antropológicas utilizadas como motivación ulterior para centrar el objetivo de la solidaridad entre gentes unidas en la fe, aunque forjadas en diferentes etnias, como son los cristianos de Jerusalén y los de Corinto: también éstos sabían que cuantos han sido bautizados en un solo Espíritu forman un solo cuerpo, ya sean judíos o griegos (1 Cor 12,13). También hay razones humanas que inducen a apoyar ciertas empresas, como es el caso de la solidaridad en contingencias desfavorables. Con todo, siguen teniendo prioridad las coordenadas teológicas (las convicciones en torno a la identidad de Dios, que «ama al que da con alegría») y teologales (la convicción de que el pensar y el obrar con misericordia también es don de Dios, que tiene poder para «colmaros de dones»).

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No hagáis el bien para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará.

2 Por eso, cuando deis limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

4 Así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,

18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que está en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará.

 

        **• El primero de los cuatro aforismos de Jesús indica el parámetro evangélico para las motivaciones comportamentales en las obras buenas como la limosna, la oración y el ayuno. Por desgracia, la búsqueda de la admiración humana impide la recompensa del Padre celestial. Jesús se muestra drástico: o el hombre o Dios. A la impugnación de la hipocresía (rebatida en confrontaciones con otros, como los maestros de la Ley y los fariseos en Mt 23,5, por ejemplo), añade Jesús su propia propuesta positiva, alternativa y cualificativa.

Primera alternativa: la discreción. La limosna debe ir acompañada de la discreción. La limosna es con frecuencia un gesto público (Me 12,41-44: en el templo; Me 10,46: a lo largo del camino). Jesús ejemplifica la discreción denunciando dos actitudes negativas: la publicidad (no tocar las trompetas) y el narcisismo {«que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha»: se trata de una especie de autopublicidad, de un remirar en el espejo nuestra propia silueta de hombres generosos). La discreción redunda también en beneficio de quien recibe la limosna, una persona que ya está atribulada y no tiene ninguna necesidad de ulteriores sufrimientos, como la publicidad de su estado precario y la humillación de proteccionismos solapados o de miradas desdeñosas. La discreción es el espacio en el que Dios recompensa: es el secreto de la conciencia.

Segunda alternativa: la soledad. A la oración le conviene la soledad. Jesús conoce y nos anima a la oración en común, como en la liturgia, las peregrinaciones, los sacrificios. La impugnación del exhibicionismo, incluso eucológico (conjunto de oraciones contenidas en un formulario litúrgico), apunta a volver a colocar la relación en su posición correcta: la centralidad no ha de recaer en el orante, sino en Dios. El diálogo personal con Dios en la oración encuentra su espacio óptimo en el secreto de la intimidad, significada también en el retiro logístico. El mismo Jesús se retirará a menudo para orar al Padre en la soledad, que es intimidad (Me 1,35; Mt 14,23; Le 5,16). La soledad no es aislamiento, ni exclusión, rechazo de los otros o del que vive con nosotros, hacia los cuales ha de volver el orante recompensado por el Padre, o sea, con la gracia potenciada de la filiación y con un madurado sentido de la fraternidad.

Tercera alternativa: la normalidad. El ayuno como signo penitencial debe ir acompañado de la normalidad exterior, que debe conservar una singularidad existencial (el ayuno no es una práctica habitual y ferial, por lo general). El ayuno es, sobre todo, un signo penitencial y un entrenamiento ascético en el que la austeridad, el control autocrítico, los proyectos de un futuro reestructurado se verían disturbados por el exhibicionismo, el simbolismo exasperado, la sorpresa y la compasión o conmiseración de los otros, por una finalidad egoísta y egocéntrica. Jesús mismo ayunó en soledad (Mt 4,2), aun cuando tanto él como sus discípulos se sentían libres respecto a la fórmula envejecida por las tradiciones (Mt 9,15), si bien estaba convencido de que cierto tipo de demonios no pueden ser expulsados más que con la oración y el ayuno (Me 9,29).

El eje de sustentación que unifica y da valor a las alternativas innovadas por Jesús es la recompensa por parte del Padre: el «secreto» no es la «ocultación» de la clandestinidad, ni tiene nada de esotérico ni de oculto; es, más bien, la intimidad de una experiencia personalísima que se vive y no se llega a decir: se atestigua.

 

MEDITATIO

De los cuatro aforismos de Jesús referidos en el primer evangelio, el segundo de ellos tiene que ver con empresas semejantes a la fomentada en el fragmento paulino. Mateo dice: cuando des limosna, no hagas tocar las trompetas. El término griego empleado por Mateo expresa la limosna como el paso de un óbolo de la mano del donante a la del que pide, pero ilustra también una actitud de compasión, una motivación de beneficio y protección. Pablo se sirve de perífrasis y emplea una sola vez la palabra «colecta» (1 Cor 16,1), para definir la acción a la que ésta alude literalmente, a saber: la recogida de fondos en beneficio de los pobres (los hermanos de Jerusalén).

Jesús impugna la publicidad dada a la limosna cuando la acción buena es objeto de alarde por el orgullo de la propia imagen. Pablo pide la participación pública en una buena acción análoga situada en una perspectiva comunitaria. Ambos, Jesús y Pablo, motivan el gesto caritativo situando la satisfacción y la recompensa de la limosna secreta en Dios Padre, según Jesús; y de la colecta comunitaria, en Dios y, concretamente, en el Señor Jesús, según Pablo. Jesús confirma la validez de la limosna, pero le quita e impugna las motivaciones egocéntricas y equívocas, reconociendo la fragilidad de la recompensa recibida de la alabanza de los hombres y garantizando, en cambio, la solidez de la recompensa secreta por parte del Padre celestial.

La naturaleza de tal recompensa no se nos revela. A buen seguro, tiene recompensa, desde la perspectiva maximalista del Evangelio, el testimonio dado a favor de Dios Padre, y esa recompensa la recibe ante todo el que da limosna. Una obra buena recompensada con este testimonio es, ciertamente, la limosna en sentido literal, aunque también toda palabra y todo gesto de misericordia, de comunión, de solidaridad que comunica el amor de Dios y la máxima recompensa.

Las palabras de Pablo abundan todavía más en la motivación de la recompensa otorgada por el mismo Cristo y por Dios. El fragmento de hoy señala una espléndida: «Dios ama al que da con alegría». Dios es el primero en dar; por consiguiente, él mismo está en la alegría, está alegre. Y, en consecuencia, prefiere y aprueba «al que da con alegría»: esta formulación del texto original eleva la calidad de la persona. Dios ama no sólo a quien da con alegría, sino sobre todo al donante alegre, o sea, al que tiene una personalidad alegre y oferente al mismo tiempo. Y este pasar del hacer dones con alegría (episodios de bondad) a ser donante feliz (continuidad) supone otro «máximo».

 

ORATIO

Señor, te bendecimos por Jesús, don de tu compasión hacia nosotros, menesterosos de tu caridad: reaviva en nosotros, que hemos encontrado misericordia, la bienaventuranza de los misericordiosos como tú eres misericordioso, Dios Padre nuestro.

Señor, te bendecimos por Jesús, hermano, que en nombre nuestro te ha tributado alabanza e intercede de continuo por nosotros ante ti: reaviva en nosotros la bienaventuranza del corazón puro, para que al orar podamos verte a ti, Dios, Padre nuestro, en lo secreto de nosotros mismos y en los signos de tus criaturas.

Señor, te bendecimos por Jesús, hombre fuerte que con el ayuno superó en nombre nuestro las provocaciones del maligno: reaviva en nosotros la bienaventuranza del hambre y de la sed de justicia, para que podamos saciarnos con toda palabra que sale de tu boca, Dios, Padre nuestro.

 

CONTEMPLATIO

El que, habiendo dado limosna a cien, despide a otros muchos -que se lo piden y gritan- a los que también puede dar limosna y de comer y de beber, es juzgado por Cristo como alguien que no le ha dado de comer a él, puesto que en todos ellos está él, que es alimentado por nosotros en cada uno de los más pequeños.

El que ofrece hoy a todos todo lo necesario para el cuerpo pero, mañana, pudiendo hacerlo, desatiende a algunos hermanos y deja que perezcan de hambre, de sed, de frío, no se ha preocupado de que era él quien moría y ha despreciado precisamente al que le dice: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

Quien ha recibido la orden de considerar al prójimo como a sí mismo (cf. Le 19,18) no debe considerarlo así solamente un día, sino toda la vida; a quien se le ha ordenado que dé a todo el que le pida {cf. Mt 5,42) se le ha ordenado hacerlo toda la vida, y a quien desea que los otros le hagan el bien que desea {cf. Mt 7,12) se le pedirá que haga también él esto mismo a los otros (Simeón el Nuevo Teólogo, Capitoli pratici e teologici, pp. 112-113.115).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto» (Mt 6,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De la oración obtengo una certeza, una palabra «para mí», una semilla de luz y de calor, que deposito en lo vivo del alma. A lo largo de la ¡ornada, ya en el trabajo, en la carrera en medio de los hombres, vuelve a tomar vigor esta certeza. Esta palabra «para mí» escuchada de nuevo, esta semilla de vida y de amor la mantengo viva como punto de referencia y de confrontación continua para lo que digo y escucho, para lo que hago y vivo, para lo que veo hacer y vivir. Así, voy adquiriendo poco a poco una atención interior que es capaz de resistir cada vez más a la distracción, a las insinuantes invasiones de la superficialidad, a los golpes violentos y agotadores del comportamiento mecánico. Poco a poco, el esfuerzo fragmentario se vuelve actitud permanente, casi un «hilo conductor» que desde dentro se desata y ata y sostiene las horas, los sentimientos, los gestos, las opciones, las responsabilidades. Crece el gusto por lo auténtico y lo profundo, crece el disgusto por lo convencional y lo adulterado.

En esta maduración de la sensibilidad y de la atención humana, echa sus raíces y se dilata la capacidad de ver y de interpretar todavía más «desde lo alto». La fe se convierte cada vez más en un modo natural y en un movimiento espontáneo de ver y de juzgar según Dios, de afrontar la realidad y decidir siguiendo una conciencia clara y vigorosa, sencilla y recta, como la que el Evangelio exige y da (U. Vivarelli, La difficile fede cristiana, Sotto il Monte 1982, pp. 80ss).

 

 

Día 18

Jueves 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 11,1-11

Hermanos:

1 ¡Ojalá me disculpéis si desvarío un poco! Estoy seguro de que lo haréis,

2 pues mis celos por vosotros son celos a lo divino, ya que os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como si fuerais una virgen casta.

3 Pero temo que, así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así también se perviertan vuestros pensamientos y os aparten de la sinceridad y pureza que debéis a Cristo.

4 De hecho, si viene alguno y os anuncia a un Jesús distinto del que os hemos anunciado, o recibís un espíritu distinto del que recibisteis, o un Evangelio diferente del que habéis abrazado, lo soportáis tan a gusto.

5 ¡Pues creo que no soy nada inferior a esos superapóstoles!

6 Y si carecemos de elocuencia, no nos faltan conocimientos, como os lo hemos demostrado cumplidamente en las más diversas circunstancias.

7 ¿Es que he cometido un pecado al anunciaros de balde el Evangelio de Dios, humillándome yo para que vosotros fueseis ensalzados?

8 He tenido la sensación de despojar a otras iglesias al aceptar de ellas un salario para serviros a vosotros.

9 Y cuando estaba entre vosotros y me encontré necesitado, a nadie fui gravoso; los hermanos venidos de Macedonia fueron los que me atendieron en mis necesidades. Me he cuidado muy mucho de seros gravoso, y me seguiré cuidando.

10 Por Cristo, en quien creo, os aseguro que nadie en todas las regiones de Acaya me arrebatará este motivo de orgullo.

11 ¿Acaso habré hecho esto porque no os amo? Bien sabe Dios que os amo.

 

        **• La perícopa de hoy y las dos siguientes siguen a Pablo en el itinerario de una justificación autobiográfica frente a la comunidad de Corinto. Forzando de una manera deliberada -y también por razones de captatio benevolentiae- rasgos de su propia personalidad (a buen seguro incontrolable e imprevisible y excesiva, pero en modo alguno «loca», como denunciaría una traducción excesivamente literal del versículo inicial), Pablo declara su sentido de la responsabilidad con una comunidad eclesial que él mismo, según la gracia que le ha sido concedida, ha edificado como «sabio arquitecto» (1 Cor 3,10). Es, y se precia de serlo, el mediador del desposorio de aquella Iglesia con Cristo. El símbolo del amor matrimonial constituye un soporte básico que figura entre los más fructuosos en la eclesiología cristológica de Pablo: aunque él es célibe (lo deducimos de 1 Cor 7,7), conoce las situaciones matrimoniales y las emplea en su magisterio {cf. Ef 5,25b-27).

Cristo es el esposo, la Iglesia es la esposa: el connubio sirve como signo del amor oblativo, liberador, purificador. Pablo, mediador de esas nupcias, permanece vigilante para que la esposa (o prometida) -la Iglesia de Corinto- persevere en la firmeza del vínculo con Cristo sancionado con la acogida del Evangelio. Pablo tiene miedo de que la fragilidad de la fe de los corintios en ese Evangelio les haga correr el riesgo de ser disuadidos de la sencillez y pureza iniciales, en las que fueron formados por él. Parece bien informado del riesgo que supone la presencia en la comunidad de un predicador de poco fiar «sobrevenido» (literalmente: «el que viene», un predicador itinerante) y de la seducción producida por ciertas catequesis evangélicas discordantes de las suyas. No sabemos a ciencia cierta si estas palabras son un aviso previo o si tuvo lugar la intrusión de los «superapóstoles» (con el adverbio puesto irónicamente como prefijo del sustantivo). De todos modos, la prevención sigue siendo un método eficacísimo en el recorrido de la evangelización.

La defensa de la indisolubilidad de la unión eclesialcristológica y la salvaguarda de seducciones catastróficas como aquella en la que tropezó Eva {cf v. 3) hacen comprensibles los «celos a lo divino» que atosigan al apóstol (la frase se podría traducir también, a la luz del contexto, de este modo: «Os considero felices con una felicidad de Dios»). Pablo llega siempre a declaraciones de amor dirigidas, además de a Cristo, a discípulos como los cristianos de Corinto: «¿Acaso habré hecho esto porque no os amo? Bien sabe Dios que os amo» (v. 11).

 

Evangelio: Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Y al orar, no os perdáis en palabras, como hacen los paganos creyendo que Dios les va a escuchar por hablar mucho.

8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis.

9 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre;

10 venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos;

12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial.

15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

 

**• En el marco del evangelio de Mateo, el pasaje evangélico de hoy se encuentra insertado entre las perícopas presentadas en el leccionario para el día de ayer y precisamente como continuación y ejemplificación de la oración secreta. La oración peculiar de los discípulos de Jesús es el Padre nuestro. Mateo recoge la fórmula más larga, acogida en la liturgia y ofrecida espontáneamente por el Maestro. Lucas (11,1-4) transmite una fórmula más reducida, entregada por Jesús a petición de alguno de los discípulos, probablemente seducido por el ejemplo del Maestro, que se había retirado a orar. Esta ubicación configura una interpretación del hecho: la oración del Padre nuestro es un don de Jesús y una necesidad de los discípulos.

La visión sinóptica de ambas fórmulas (primero la de Mateo y después la de Lucas) mueve a reflexiones y comentarios inmediatos:

Padre nuestro, que estás en el cielo, Padre, santificado sea tu nombre; santificado sea tu nombre

10 venga tu Reino; venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos; danos cada día el pan que necesitamos

12 perdónanos nuestras ofensas, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos porque también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; a todo el que nos ofende,

13 no nos dejes caer en la tentación y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

 

MEDITATIO

La intuición y la experiencia de las comunidades eclesiales han empezado y terminado por colocar el mensaje de la oración que Jesús enseñó a sus discípulos en el centro de la relación con Dios y de las motivaciones de su proyección en la vida. La fe y el diálogo con Dios, el Padre, constituyen la experiencia y la enseñanza de Jesucristo, el Hijo del Padre. La voz humana sube de la tierra al cielo confiando en Dios, nuestro Padre: no se dirige a una divinidad absoluta e indistinta, sino al Dios paterno (y materno). La liturgia dialoga desde siempre con el Padre en Cristo por el Espíritu.

La revelación manifestada por Jesucristo de que Dios es padre -«mi padre y vuestro padre»- remite la palabra y la acción a la vida: el cielo y la tierra constituyen el espacio de la sintonía y de la sinergia entre Dios y los hijos de Dios. La oración de Jesús, al evitar la convicción de que la sobreabundancia de palabras es indispensable para ser escuchados, más que un ritual es un estilo, una manera de situarse en el hoy de cara al futuro. La oración del Padre nuestro es una profesión esencial de fe, una animosa declaración de intenciones. La ubicación contextual en el evangelio sugiere la concreción de la «cultura del Padre nuestro»: antes y después del Padre nuestro está el carácter visible de unas coherencias concretas en el orden cotidiano de los asuntos de la vida humana y en el carácter real de las personas, que son hijos de nuestro Padre y se han convertido en hermanos nuestros.

Así pues, la oración de Jesús puede germinar en el corazón y florecer en los labios de cualquier hombre y mujer: con la única, coherente y visible condición de estar convencido de que Dios es padre y de que todos los hijos de Dios son hermanos.

 

ORATIO

Padre nuestro. Padre de todos nosotros, hombres y mujeres que vivimos hoy porque somos tus hijos. Nosotros renovamos ahora nuestra fe en ti, que desde tu cielo vigilas atento sobre nosotros. Renovamos nuestra confianza en tu nombre santo de Dios paterno y materno. Renovamos nuestro propósito de secundar laboriosos sobre nuestra tierra tu voluntad, que baja del cielo. Te estamos agradecidos porque cada día nos ofreces, para que nos saciemos, el viático del sustento de tu amor repleto de energía. Reconocemos que no somos acreedores tuyos, sino sólo deudores respecto a ti, en cuanto pecadores, y te garantizamos que aprenderemos de ti a olvidar, apaciguados, las deudas de nuestros deudores.

Nosotros, que caminamos por caminos accidentados de buscadas y súbitas tentaciones, te suplicamos que no nos abandones a la compañía del maligno. Así sea, Padre nuestro.

 

CONTEMPLATIO

La oración es el estado de ánimo que nos uniforma con Dios y, en cierto sentido, un diálogo familiar y piadoso, una pausa de la mente iluminada para gozar de la compañía de Dios todo lo que le está permitido.

El agradecimiento es, en la percepción y en el conocimiento de la gracia de Dios, la tensión inflexible de la buena voluntad hacia Dios, aun cuando, en ocasiones, la acción exterior o el estado de ánimo interior lleguen a faltar o se debiliten. Ésa es precisamente la situación de la que afirma el apóstol: «El querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo, no» (Rom 7,18). Es como si dijera: existe siempre, pero en ocasiones yace inerte y, por consiguiente, ineficaz, puesto que deseo realizar obras buenas, pero no lo consigo. Ésa es la caridad que nunca desmaya.

Ésta es la oración ininterrumpida, o la acción de gracias, de la que dice el apóstol: «Orad en todo momento. Dad gracias por todo» (1 Tes 5,17ss). Ésta es, en efecto, la inagotable bondad de un corazón y de un ánimo bien dispuesto y, en los hijos de Dios para con el Padre, una especie de semejanza con su bondad (Guillermo de Saint-Thierry, La lettera d'oro, pp. 179-181).

 

ACTIO

Celebra -no «recites»- y vive hoy la Palabra: «Padre nuestro, que estás en el cielo...» (Mt 6,9ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La escuela de oración de Jesús presupone su escuela de vida. Para comprender la oración de Cristo no basta con conocer el mensaje del Reino; es preciso sentir hasta el fondo sus intereses y vivir su misma aventura.

El Padre nuestro no es una oración para todos; es una oración para los apóstoles, revelada antes que a nadie a aquellos que dejaron casa, familia y profesión y lo arriesgaron todo para seguir, sin reservas, a este curandero itinerante. «"Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Jesús les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre"» (Le 11,1). Vosotros, discípulos; vosotros, grupo mío que buscáis el Reino; vosotros, amigos de los pequeños. También hoy, para poder rezar la oración de Jesús, es preciso ser de los suyos; sólo pueden rezarla los que se esfuerzan por vivir, siguiendo el ejemplo de los primeros discípulos, una vida de seguimiento. La escuela de oración de Jesús no nos dice por qué debemos orar, sino cómo debemos ser y vivir para poder orar de ese modo. La escuela de oración de Jesús presupone su escuela de vida: vivir proyectados hacia el Otro, existir para Dios, para curar la vida. Jesús no nos ha revelado una oración, sino que nos ha revelado a nosotros mismos a través de una oración (E. Ronchi, // canto del pane, Bornato 19953, pp. 18ss).

 

 

 

Día 19

 Viernes 11ª semana del Tiempo ordinario o San Romualdo

Liturgia de las Horas de hoy

          Fue el fundador de la orden de los Camaldulenses y figura destacada en el "renacimiento del ascetismo eremítico" del siglo XI.Según la vita de Pedro Damián, escrito aproximadamente quince años después de la muerte de Romualdo, Romualdo nació en Rávena en el seno de la familia aristocrática Onesti. Se dice que de joven cayó en los placeres y pecados propios de un noble del siglo X. Después de ver a su padre, Sergius, matar a un oponente en un duelo, Romualdo a la edad de 20 años, esta profundamente afectado y huye a la basílica de San Apollinare en Classe. Tras unas dudas iniciales, Romualdo decidió hacerse monje allí. Guiado por el deseo de llevar una vida más estricta de la que encontró en aquella comunidad, tres años más tarde se hizo ermitaño en una isla remota de la región acompañado únicamente por otro monje de mayor edad, Marinus. Romualdo fue capaz de integrar diferentes tradiciones monásticas y establecer una orden monástica propia. Durante toda su vida se sintió atraído por el establecimiento de monasterios y ermitas a lo largo de Italia.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 11,18.21-30

Hermanos: Pero son tantos los que presumen de glorias humanas que también yo presumiré.

21 ¡Vergüenza me da haber sido tan respetuoso con vosotros! Pero a lo que cualquier otro se atreva -ya sé que hablo como un necio- me atrevo también yo.

22 ¿Son hebreos? También yo. ¿Israelitas? También yo. ¿Descendientes de Abrahán? También yo.

23 ¿Ministros de Cristo? Voy a decir un desatino: más que ellos lo soy yo. Les aventajo en fatigas, en prisiones, no digamos en palizas y en las muchas veces que he estado en peligro de muerte.

24 Cinco veces he recibido de los judíos los treinta y nueve golpes de rigor;

25 tres veces he sido azotado con varas, una vez apedreado, tres veces he naufragado; he pasado un día y una noche a la deriva en alta mar.

26 Los viajes han sido incontables; con peligros al cruzar los ríos, peligros provenientes de salteadores, de mis propios compatriotas, de paganos; peligros en la ciudad, en despoblado, en el mar; peligros por parte de falsos hermanos.

27 Trabajo y fatiga, a menudo noches sin dormir, hambre y sed, muchos días sin comer, frío y desnudez.

28 Y a todo esto añádase la preocupación diaria que supone la solicitud por todas las iglesias.

29 Porque ¿quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién es puesto en trance de pecar sin que yo me abrase por dentro?

30 Aunque, si es preciso presumir, presumiré de mis flaquezas.

 

*+• Mientras se encamina hacia el epílogo de la segunda carta a los Corintios, Pablo atraviesa un punto culminante de la dialéctica entre el orgullo de su propia identidad y la debilidad de aquella comunidad eclesial.

        La perícopa de hoy es una antología documentaría de esto. El apóstol es consciente de que lo que está diciendo no lo dice según el Señor, sino como alguien que desvaría en la confianza de poder presumir (v. 17). Se trata de unas palabras (omitidas por el leccionario) que, en última instancia, iluminan la psicología del apóstol y clarifican su método de evangelización. Consiste éste en la implicación de la persona en su humanidad integral; en la distinción del carácter gradual de la autoridad de la Palabra (en el caso que nos ocupa, la justificación autobiográfica y las aclaraciones sobre los comportamientos no forman parte del Evangelio, no coinciden con la Palabra de Dios); en la defensa de su propia personalidad a modo de defensa de la validez del mensaje transmitido.

Pablo está persuadido de que semejante criterio sigue siendo indispensable para salvaguardar el Evangelio entregado por él a los corintios, gente oscilante y proclive a recoger todo y lo contrario de todo; tormento del apóstol, que les recrimina con palabras fuertes, incluso duras (omitidas en el leccionario), que, sin embargo, revalidan la robustez de su amor por el Evangelio, por la Iglesia de Corinto, por su propia diaconía apostólica (v. 21). Por esas precisas razones se avergüenza de haberse mostrado débil con la comunidad.

Su presumir roza el desafío con la jactancia de otros (los «superapóstoles» del pasaje de ayer) que molestan a los corintios y exhiben presunciones - a su juicio- para abrirse brecha en la comunidad, desacreditar al apóstol y manipular su enseñanza evangélica. Ese «presumir» insistente podría parecer una falta en la limpia y transparente corrección de Pablo. Éste emplea también con frecuencia otros términos conexos con esa actitud: jactarse (Rm 5,2), jactancia (Flp 2,16), razón para la jactancia (1 Tes 2,19). La rehabilitación pulida de esta actitud ya la había empleado Pablo en otras ocasiones para enseñar a los corintios: «El que presuma, que presuma en el Señor» (1 Cor 1,31; 2 Cor 10,17).

 

Evangelio: Mateo 6,19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

19 No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas, y donde los ladrones socavan y roban.

20 Acumulad mejor tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas, y donde los ladrones no socavan ni roban.

21 Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

22 El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado;

23 pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tiniebla, ¡qué grande será la oscuridad!

 

**• Con otros dos aforismos perfila el evangelio de Mateo otros dos ámbitos del proyecto evangélico de Jesús confiado a los discípulos. En ellos encontrarán también los proyectos sociales y los comportamientos individuales un próspero fundamento como cultura de lo esencial y mentalidad de la transparencia.

Los dos apotegmas son, desde el punto de vista didáctico, independientes entre sí. El primero incentiva la acumulación cualificada. El verbo «acumular» está repetido, señal de insistencia. El texto griego usa la fórmula sintáctica del acusativo interno: «No acumuléis tesoros» (v. 19). Este verbo ilumina actitudes como depositar en el tesoro (en nuestros días, los institutos de crédito), reunir-recoger-coleccionar, conservar; ese sustantivo designa todo lo que se tiene en custodia o en depósito, multiplicidad, acumulación. La variedad de significados se ramifica en pluralidad de comportamientos.

La razón aducida por Jesús para no acumular parece ajena a motivaciones ascéticas, místicas, espirituales, y estar apoyada más bien en razones de sagacidad y en cálculos bien terrenos: presta atención, los objetos de tu opulencia atraen a los efractores y a los atracadores. Y esto es una verdad evidente en las crónicas de sucesos. Sin embargo, la razón del «sí» a la acumulación es de naturaleza espiritual: deposita tus bienes en el cielo, donde están garantizados, salvaguardados, incrementados seguramente con los intereses. La razón de la alternativa pone de manifiesto las razones de la vida: la personalidad (el corazón) está plasmada por la interpretación y por la colocación de los valores (tesoro).

El segundo dicho de Jesús tiene que ver con la rectitud global del individuo. También ese modo de ser parece ajeno a motivaciones místicas y ascéticas: está engastado en el evangelio como un elemento precioso de la «cultura» humana, como modelo de evaluación y plasmación de la psicología de la persona. La alegoría de la luz/tinieblas y del ojo nos ayuda a comprender un mensaje sencillo y profundo: presta atención a los condicionamientos que modifican tu personalidad. El ojo es una puerta de entrada y de salida: introduce lo exterior en el interior, lee lo exterior con las gafas del interior. Jesús nos orienta a comprobar si nuestro ojo está sano (literalmente, sencillo, franco, veraz), o sea, a controlar la corrección de nuestra relación con la realidad; nos amonesta a vigilar si nuestro ojo está enfermo (literalmente, malo, perjudicial, defectuoso, estropeado, vicioso), o sea, a controlar la distorsión individualista de la realidad. La conclusión, lanzada como una alarma, nos mueve a la elección definitiva: la opción radical y positiva que Jesús nos propone.

 

MEDITATIO

Estos dos apotegmas de Jesús no dicen en qué consisten ni el tesoro ni la luz  ni las tinieblas. La razón es que los destinatarios del mensaje son sus discípulos, y éstos los conocen bien y van aumentado sus conocimientos de los mismos.

Saben que el tesoro no son los bienes terrenos, que, aunque son preciosos, son caducos, inertes, transeúntes (Le 12,21; Mt 13,52). Saben que el tesoro es el patrimonio que plasma la propia «cultura», que forja la mentalidad y condiciona los comportamientos (Mt 12,35). Saben que el tesoro es el Reino de los Cielos, para comprar el cual vale la pena vender todo lo que tienen, es decir, apostar más por él que por otras cosas de este mundo ambiguas e impracticables (Mt 13,44). Y saben asimismo que el Reino se hace visible siguiendo a Cristo en la pobreza evangélica compensada por «un tesoro en el cielo» (Mt 19,21). El cielo, como lugar de depósito y de reapropiación del tesoro, es, qué duda cabe, «la vida eterna en el paraíso», pero también la maduración de ésta en el «Reino de los Cielos», que equivale a discipulado del Evangelio, seguimiento de Cristo, comunidad eclesial en la historia.

Los discípulos saben que el Verbo de Dios es la luz verdadera venida al mundo para iluminar a todo hombre (Jn 1,4.9; 3,19). Han aprendido de labios del mismo Jesús que él es la «luz del mundo», de suerte que quien le sigue «no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12); han aprendido que ellos mismos son la luz del mundo y a tener dispuesto el empeño para dar testimonio de su brillo (Mt 5,14-16). Los discípulos saben que la tiniebla es la ajenidad o el exilio del Reino, esto es, de los valores evangélicos, así como lejanía y rechazo existencial de Cristo, donde se encuentran las tinieblas, el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22,13; 25,30).

 

ORATIO

«El Señor libra a los justos de todas sus angustias» (del salmo responsorial).

Perdona toda nuestra vanagloria, Señor, para que poseamos el don de la fe y la capacidad de servir a diario en el Reino de los Cielos: enséñanos a colaborar con los otros servidores del Evangelio en la bienaventuranza de cuantos tienen hambre y sed de tu salvación.

Señor, perdona nuestra codicia de acumular para nosotros mismos los bienes de la tierra y los bienes de la espiritualidad: enséñanos a compartir los dones de la bienaventuranza de la pobreza para la que nos capacita el Espíritu Santo.

Señor, perdona nuestras miradas torvas, codiciosas y pesimistas sobre nuestra vida diaria y sobre lo que nos rodea: enséñanos la bienaventuranza de los limpios de corazón que ven lo bueno, huella de tu belleza y de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo, y por ventura de quien nos espantamos podríamos bien depender en lo principal, y en la compostura exterior y en su manera de trato le hacemos ventajas. Y no es esto lo de más importancia, aunque es bueno, ni hay para qué querer luego que todos vayan por nuestro camino ni ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe qué cosa es, que con estos deseos que nos da Dios, hermanas, del bien de las almas podemos hacer muchos yerros, y así es mejor llegarnos a lo que dice nuestra Regla: «En silencio y esperanza procurar vivir siempre», que el Señor tendrá cuidado de sus almas. Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad, haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre bendito (Teresa de Ávila, Moradas del castillo interior, III, cap. 2, 13, BAC, Madrid 91997, p. 494).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Aunque, si es preciso presumir, presumiré de mis flaquezas» (2 Cor 11,30).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Otra libido fundamental que nos caracteriza es la libido possidendi. No cabe duda de que el hombre tiene no sólo el derecho, sino también el deber de vivir una relación con las cosas y con los bienes: sin esta relación que le permite satisfacer la necesidad del pan, de la casa y del vestido, el hombre no se construye a sí mismo ni vive esa plenitud que le corresponde en cuanto hombre y que la fe cristiana considera como vocación a ser pastor, rey, señor en el interior del orden creado.

Sin embargo, en esta relación con las «cosas» existe una grandísima tentación idolátrica: la seducción del ansia de posesión. ¿Y cuándo se vuelve idolátrica la relación con las cosas? Cuando la posesión llega a ser un fin en sí misma, justificando incluso el recurso a cualquier medio para obtenerlas; cuando se desea afirmar «lo mío» y «lo tuyo», contradiciendo una elemental exigencia de justicia e ignorando el destino universal de las cosas: entonces es cuando surge la idolatría.

A buen seguro, el ansia de poseer responde a un tipo de angustia y de lucha contra la muerte, a una búsqueda de omnipotencia y de seguridad que proceden de la sensación de poder adquirir todo, ae eliminar las necesidades satisfaciéndolas de inmediato (E. Bianchi, Da forestiero nella compagnia degli uomini, Milán 1997, pp. 72-74).

 

 

Día 20

Sábado 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 12,1-10

Hermanos:

1 ¿Hay que seguir presumiendo? Aunque es del todo inútil, me referiré a las visiones y revelaciones del Señor.

2 Conozco a un cristiano que hace catorce años -si fue con cuerpo o sin cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo.

3 Y me consta que ese hombre -si fue con cuerpo o sin cuerpo no lo sé, Dios los sabe-

4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar.

5 De ese hombre presumiré, porque, en cuanto a mí, sólo presumiré de mis flaquezas.

6 Y eso que, si quisiera presumir, no estaría diciendo desatinos, sino la pura verdad. Pero me abstengo de hacerlo, para que nadie me considere por encima de lo que ve o escucha de mí,

7 a causa de tan sublimes revelaciones. Precisamente para que no me sobreestime, tengo un aguijón clavado en mi carne, un agente de Satanás encargado de abofetearme para que no me enorgullezca.

8 He rogado tres veces al Señor para que apartase esto de mí,

9 y otras tantas me ha dicho: «Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad». Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo.

10 Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil es cuando soy fuerte.

 

*+• Con las líneas de hoy se despide del apóstol Pablo el leccionario, agotando las propuestas de escucha de la segunda carta a los Corintios. En este pasaje prosigue el apóstol la apología de sí mismo, insistiendo a contraluz con la intención de defender la calidad del Evangelio y la validez de su servicio apostólico. Los versículos suprimidos perfilan la misma trama (2 Cor 1 l,31ss; 12,11-13,10).

El apóstol no se preocupa lo más mínimo de si molestará a los lectores con la repetición de las noticias autobiográficas destinadas a justificar «la necesidad de presumir». Más aún, llega incluso a confiar experiencias místicas propias, a las que llama «visiones y revelaciones del Señor». Los dos términos que emplea son complementarios en el griego original y fijan el itinerario de la mística, o sea, la meta de un itinerario ascensional del hombre (las «visiones» son precisamente un ver, un mirar) y de un itinerario de descenso de una entidad trascendental (la «revelaciones» son manifestación, atendiendo al término griego). El sujeto de estas visiones y manifestaciones es el Señor; más aún, el protagonista de la acción mística es el Señor, que se revela, mientras que la persona humana tiene un papel secundario de «vidente».

No han podido averiguarse las circunstancias de la ascensión al tercer cielo, que habría tenido lugar hacia el año 43, del que la cronología paulina no nos transmite nada relevante. Ciertamente, la existencia «cristiana» de Pablo estuvo intercalada por episodios de ascesis y de mística. El primero fue el encuentro con el Señor Jesús -a quien Saulo estaba persiguiendo- con la luz cegadora y la escucha de la voz, un acontecimiento que determinó su futuro (Hch 9,3-7; 22,6-10; 26,12-18; Gal 1,15ss). También fue importante la «elección» realizada por el Espíritu Santo durante la celebración del culto y el ayuno, una etapa visible de mística y de ascesis (Hch 13,2ss).

El carácter realista del apóstol completa el autorretrato con el esbozo de sus propias fragilidades humanas, a las que alude con metáforas indescifrables como «aguijón clavado en mi carne», los agentes de Satanás, y una lluvia de debilidades. Toda búsqueda de respuestas se detiene ante una puerta atrancada: detrás están escondidas una serie de debilidades definibles únicamente como «debilidades paulinas». Sin embargo, el realismo con tendencia al optimismo de un hombre fuerte y débil, orgulloso y decepcionado, titubeante y esperanzado como es el Pablo autor de las cartas a los cristianos de Corinto canta al final victoria: «Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad». Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil es cuando soy fuerte» (w. 9-10).

 

Evangelio: Mateo 6,24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.

25 Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?

26 Fijaos en las aves del cielo: ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

27 ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?

28 Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no se afanan ni hilan,

29 y, sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos.

30 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?

31 Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?

32 Ésas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis.

33 Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás.

34 No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.

 

*» El tono de esta perícopa, como el de las otras, es sapiencial. El «inventario» de lugares paralelos del Antiguo Testamento documenta la búsqueda del don de la sabiduría tanto en el Israel antiguo como en el Israel nuevo, así como el injerto del pensamiento específico de Jesús en la línea sapiencial; con todo, se diferencia de aquélla porque la enseñanza se entrega a los discípulos y porque la perspectiva teológica se fija en Dios, el Padre que está en el cielo.

La riqueza es fortuna, pero no está exenta de riesgos: «Dichoso el rico que es hallado sin tacha y que no se afana tras el oro» (Eclo 31,8). Jesús lanza un inderogable aut-aut. La codicia tiene la gravedad de un afán: «No te afanes en adquirir riquezas, sé sensato y no pienses en ellas» (Prov 23,4). Jesús enseña un camino de liberación.

Las aves sirven en algunas ocasiones como imágenes para expresar las relaciones con Dios: Israel sabe que YHWH le ha llevado como sobre alas de águila para acercarlo a él (cf Ex 19) y sabe asimismo que es feliz quien habita en la casa del Señor, una casa acogedora como el nido de los pajarillos (Sal 84,4). Jesús advierte que el hombre vale más que muchos pajarillos (Mt 10,31). El lirio es una flor que gusta a mucha gente: es símbolo de ternuras amorosas (Cant passim); los lirios son una alegoría de los «hijos santos» enfervorizados por hacer brotar flores como el lirio, esparcir perfume, entonar un canto de alabanza y bendecir al Señor por todas sus obras (Eclo 39). A Jesús le produce más admiración la belleza del lirio que toda la famosa magnificencia de Salomón.

El siervo del Señor le reza para que alivie sus angustias y sus afanes (Sal 25,17), cargándolos precisamente sobre el Señor (Sal 55,23). Jesús asegura que el Padre es consciente de todo lo que sus hijos necesitan (Mi 6,8). El futuro constituye una seducción incesante, una preocupación penosa: el Señor conoce los proyectos que tiene respecto a su pueblo y está empeñado en concederle un futuro de esperanza (Jr 29,1 I); el hombre, sin embargo, está avisado para que no se jacte del mañana, porque no sabe ni siquiera lo que se está engendrando hoy (Prov 27,1). Jesús considera prioritaria la búsqueda del Reino, que madura en el futuro.

 

MEDITATIO

La distribución en seis escalones de un único pensamiento centrado en la confianza constituye una razón para darnos cuenta de su importancia, una importancia iluminada por los matices didácticos compaginados por Jesús. Aparecen ejemplificadas bienaventuranzas como la de los hambrientos y sedientos del Reino de Dios y de su justicia; la de los pobres guiados por el Espíritu; la de los limpios de corazón que ven a Dios en la belleza de las flores y en la libertad de los pajarillos que vuelan en el cielo, no trafican en la tierra y los alimenta la providencia; la de los afligidos por los afanes del mañana, que encontrarán consuelo precisamente en la confianza. Cada uno de los aforismos transmite un mensaje abierto y juez sobre la actualidad.

«Nadie puede servir a dos amos»: el equilibrismo y los compromisos que se dan en las relaciones humanas no son ni admisibles ni se pueden plantear en las relaciones con Dios y con sus antítesis.

«Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?». Es la vida la que merece atención y entrega; los corolarios constituyen el soporte variable y el desenlace del dinamismo individual y colectivo.

«Fijaos en las aves del cielo: ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta». A diferencia de las aves y de otros animales que «encuentran» el alimento, los hijos de Dios que confían en él «reciben» de él los dones de los que está tejida la vida y, conscientes de ello, «activan» todas sus propias capacidades en una confiada y filial sinergia.

«Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no se afanan ni hilan, y, sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos». Las bellezas naturales gratuitas superan la fascinación de los acontecimientos que son obra de manos humanas, huellas de la belleza divina, espacio ilimitado de contemplación que infunde serenidad y respetuosa salvaguarda.

«Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al homo Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?». La poca fe condiciona la percepción de la multitud de los dones divinos; los afanes efímeros nos apartan por sorpresa y con alegría, en su empleo cotidiano, de la prodigalidad de un Dios paterno (y materno) visible en la vida, en su gracia, en los talentos, en las amistades y amores, en los días y las noches, en el sol y en los astros, en el agua y en el fuego, en la tierra fértil...

«Buscad ante todo el Reino de Dios». La salvación definitiva y completa del hombre y de su historia únicamente está disponible en el Reino de Dios, y consiste en tener conciencia de Dios Padre, de la «justificación» en el Hijo, de la comunidad de los hermanos, del testimonio en el Espíritu.

 

ORATIO

Santa María, mujer bienaventurada porque has creído, guía y sostén nuestra oración.

Virgen fiel, apoyo y defensa de nuestra fe, enséñanos a creer en el cumplimiento de las palabras del Señor.

Madre de la santa esperanza, disponible para el servicio a la Palabra de Dios, enséñanos a hacer lo que el Señor Jesús nos diga.

Reina de la misericordia, alegre por la fecunda presencia del Espíritu Santo en ti, enséñanos a saborear la mirada de nuestro Salvador sobre nosotros y a proclamar contigo la grandeza de su misericordia, que se extiende de generación en generación.

 

CONTEMPLATIO

La virtud tiene cuatro grados. El primero abre el paso y descarta del camino del hombre todas las cosas transitorias. El segundo las substrae por completo del hombre. El tercero no sólo las substrae, sino que se las hace olvidar por completo, como si nunca hubieran estado ahí, y esto es algo necesario. El cuarto grado está absolutamente en Dios y es Dios mismo. Si llegamos a este punto, «el rey deseará nuestra belleza» (cf. Sal 45,12) [...].

Se podría decir: entonces, si todas las cosas son mías de este modo y puedo gozarlas como ellos, ¿qué necesidad tengo de sufrir tanto y de ser tan desprendido? Deseo, ciertamente, tener una buena voluntad y ser una persona buena, pero también estar en paz, teniendo, no obstante, una parte en el cielo como todos los que hacen grandes esfuerzos para tenerla [planteamiento de la desordenada comunión de bienes del movimiento del «libre espíritu» del siglo XIV]. Yo te digo que posees tanto cuanto de lo que te has desprendido, nada más.

Ahora bien, si piensas que esos bienes deben pertenecerte y los tienes como meta, no obtendrás nada. En la medida en que me desprendo, en esa misma medida obtengo (Maestro Eckhart, La nobleza del espíritu, 74).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis» (Mt 6,3lss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nace de las cosas una fascinante irradiación particular que nos vence, como la luz encendida por la noche atrae a ciertos insectos que, de una manera estúpida, van hacia la llama y se queman, o bien se baten de continuo contra la lámpara porque están encandilados por la luz. Mientras permanezca activo y positivo en nosotros este poder de las cosas, no podremos pretender ascender en el ámbito de la oración. Dios es el absoluto.

No está vinculado por nada. Dios es la plenitud del ser. ¿Cómo podremos ascender en la plenitud del ser si estamos atados a una infinidad de pequeñas cosas terrenas, si estamos agitados por pequeñas y por grandes avideces? ¿Cómo podremos ascender en la plenitud del Espíritu Santo, en la plenitud de Dios y en la realidad de la oración? Cuando cedemos a esta fascinación, nos precipitamos en el caos de las cosas. Entonces, la Palabra de Dios no nos trae la luz gloriosa del sol, donde nuestra belleza se expresa con toda su exactitud y verdad. El Espíritu Santo, dado que nos invita al desprendimiento y nos sugiere actitudes de sabiduría respecto a las cosas, no puede hacer nada, porque nosotros no respondemos a sus invitaciones y nos dejamos convencer por otras fuerzas y por otros amores, por otras voces, y nos dirigimos hacia posiciones y metas diferentes de aquellas que nos sugiere el Espíritu de Dios, la Palabra de Dios (G. Vannucci, Esercizi spirituali, Milán 2000, pp. 125ss).

 

 

Día 21

12° domingo del tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Job 38,1-8-11

1 El Señor respondió a Job desde la tormenta y dijo:

8 ¿Quién encerró con doble puerta el mar cuando salía a borbotones del seno de la tierra,

9 cuando le puse las nubes por vestido y los nubarrones por pañales;

10 cuando le señalé un límite, le fijé puertas y cerrojos

11 y le dije: «No pasarás de aquí, aquí se romperá la soberbia de tus olas»?

 

**• En este breve fragmento, tomado del libro de Job, domina la imagen del mar: éste, en la antigüedad, era símbolo del enorme poder de la naturaleza, que suscitaba estupor e infundía terror cuando se desencadenaba; el mar era símbolo, por consiguiente, de un misterio profundo e impenetrable, aunque también de un mundo amenazador y destructivo.

Leído desde la perspectiva del evangelio de hoy (Jesús calmando la tempestad), este texto conduce a reconocer y a confesar el señorío de Dios sobre la naturaleza: Dios estaba presente cuando «salía a borbotones» el mar del «seno de la tierra» y le puso «nubarrones por pañales», del mismo modo que se protege a un niño sin defensas (vv. 8ss). Así Dios, ejerciendo su señorío, puede liberar al hombre del miedo que conduce a la idolatría (que implica sumisión) de las fuerzas naturales. El creyente puede invocar al Señor y abandonarse con confianza a su señorío protector: ésa es la actitud central que aparece en el evangelio, puesta asimismo de relieve por el salmo responsorial propuesto por la liturgia de hoy: «Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación» (Sal 106,6). De aquí brota también la oración agradecida: «Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres» (Sal 106,21).

Leído, en cambio, a partir de su contexto originario (el libro de Job), el pasaje pretende hacer reflexionar sobre el «sentido» del sufrimiento y del mal entre los hombres: ¿está Dios alejado y se muestra indiferente a los males de los hombres? La respuesta de Dios a Job orienta en la dirección contraria: Job, en cuanto criatura llena de límites, no puede pretender comprender el misterio del mal. Éste sigue siendo algo absurdo y un gran enigma para la razón del hombre. Pero esta misma conclusión remite también en otra dirección: el creyente no ha de esperar la posible respuesta de la «ciencia» del hombre, sino de la mirada religiosa. Los cristianos, en particular, han de buscar la respuesta en la muerte y resurrección -por tanto, en la vida- de Jesucristo.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,14-17

Hermanos:

14 nos apremia el amor de Cristo al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto.

15 Y Cristo ha muerto por todos para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos.

16 Así que ahora no valoramos a nadie con criterios humanos. Y si en algún momento valoramos así a Cristo, ahora ya no.

17 De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo.

 

*+• Los cristianos buscan en Cristo y, precisamente, en el hecho de que «Cristo ha muerto por todos para que los que viven no vivan ya para ellos...» (v. 15), la respuesta al problema del «sufrimiento» y del «mal» en el mundo.

La lectura pone así de manifiesto la primera gran consecuencia del vivir sub specie aetemitatis (cf. el motivo dominante del domingo precedente): mantener fija la mirada en las «cosas eternas» nos libera, en primer lugar, del egoísmo. Vivir para Cristo, «para el que ha muerto y resucitado por todos» (v. 15), implica en los cristianos capacidad de entrega a los otros: sólo de este modo se puede difundir en el mundo la vida del Resucitado. Hay dos afirmaciones en la lectura que nos ayudan a comprender el sentido cristiano de esta «entrega» a los otros: la primera nos dice que «ahora no valoramos a nadie con criterios humanos» (v. 16), o sea, según la lógica y los intereses terrenos. Es menester cambiar de «mirada» y pasar de las relaciones instrumentales, guiadas por la consideración de los otros sólo como medios para nuestros fines, a unas relaciones basadas en el ser, en la acogida a los otros como valores, como personas que tienen una dignidad inalienable.

La segunda habla de ser «una nueva criatura» (v. 17): ésa es la novedad radical introducida en el mundo por la fe en Cristo resucitado. La fe es principio de renovación en el sentido de que nos compromete a cambiarnos ante todo a nosotros mismos para cambiar después también el mundo. La acogida del Evangelio, que nos hace «uno en Cristo», no nos aísla de los otros ni de los problemas cotidianos, sino que nos da unos ojos diferentes y valor para luchar contra el mal difundido a través del bien que queremos reemplazar.

 

Evangelio: Marcos 4,35-41

35 Aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: -Pasemos a la otra orilla.

36 Ellos dejaron a la gente y le llevaron en la barca, tal como estaba. Otras barcas le acompañaban.

37 Se levantó entonces una fuerte borrasca y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse.

38 Jesús estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y le despertaron, diciéndole: -Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

39 Él se levantó, increpó al viento y dijo al lago: -¡Cállate! ¡Enmudece!. El viento amainó y sobrevino una gran calma.

40 Y a ellos les dijo: -¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?

41 Ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: -¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?

 

*•• El esquema literario del evangelio (semejante desde el punto de vista temático al fragmento de Job) parte de una situación de peligro (la tempestad), pasa a través de la invocación confiada de los discípulos asustados («Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» v. 38b) y concluye con la intervención «señorial» de Jesús sobre la naturaleza y con la doble pregunta sobre la fe: primero la de Jesús («¿Todavía no tenéis fe»: v. 40) y después la de los discípulos («¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?»: v. 41). La pregunta fundamental a la que conduce el relato es precisamente la última: ¿quién es Jesús?

El señorío de Jesús sobre las aguas que se agitan y muestran amenazadoras remite a buen seguro, en el lenguaje y en el simbolismo bíblico, a las aguas del éxodo, cuando Dios se reveló a su pueblo, a través de Moisés, como «liberador». En efecto, el evangelista Mateo, en su redacción del mismo episodio (Mt 8,25), recoge bien este paralelismo y emplea, a propósito de Jesús, el verbo «salvar»: Jesús se revela ahora como el verdadero «salvador». Marcos, sin embargo, deja en la penumbra esta conexión, para poner de relieve la «reacción » de los hombres: pone en el centro de la atención el tema de la fe. «¿Todavía no tenéis fe», pregunta Jesús a sus discípulos. Éstos se encuentran dominados aún por el miedo («¿Por qué sois tan cobardes?»: v. 40).

Es interesante señalar que parece haber en este texto una contradicción: Jesús pregunta a sus discípulos a propósito de su «fe» precisamente cuando se han dirigido a él aparentemente con fe («Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»). La aparente contradicción desaparece en cuanto reflexionamos sobre aquello que mueve la «fe» de los discípulos: éstos piden una intervención «interesada»; lo que les mueve es la preocupación por su propia piel, están dominados todavía por el interés en obtener «algo». Así son también muchas de nuestras oraciones de petición, expresión de una fe todavía muy imperfecta que pide «milagros». Casi se diría que Jesús, en el texto de Marcos, impulsa a los discípulos de todos los tiempos a proceder a una purificación de su fe y de la imagen de Dios que la fundamenta: el Dios del verdadero creyente está más allá del mundo de los intereses terrenos y de sus «leyes» y, por consiguiente, no puede ser alcanzado sólo a partir de este mundo.

 

MEDITATIO

Dios no es el «tapagujeros» de nuestras necesidades, no es alguien que podamos utilizar para colmar nuestras insuficiencias. Es propio de una religiosidad primitiva e «infantil» pretender plegar a Dios a nuestras necesidades del momento. Es propio de la religiosidad «madura» «dejar que Dios sea Dios» (K. Barth).

Ciertamente, Dios es el señor de la naturaleza, en el sentido de que, para el creyente, Dios es el principio del que todo toma su origen, en el que todo vive y al que todo tiende. Dios es la fuente de sentido para todo lo que es. El poder del hombre sobre la naturaleza ha aumentado mucho en nuestros días: hoy conocemos muchas de sus «leyes», sabemos transformarla, aunque en parte aún escapa a nuestro control. El Dios de la fe ha sido «liberado» de la imagen de un simple garante del «orden natural». Con todo, esto no es suficiente para «dejar que Dios sea Dios». El punto de partida de todo itinerario de fe auténtica es una experiencia de apertura a la Trascendencia.

¿Qué es lo que eso significa? En una visión dualista del mundo, que ha imaginado a Dios y al mundo, el cielo y la tierra, como realidades opuestas en términos espaciales, Dios ha sido pensado sólo como «exterior» al mundo, ha sido colocado fuera y lejos de él. Una de las consecuencias de esta imagen de Dios ha sido impulsar al hombre a mostrarse con mayor frecuencia pasivo, o bien le ha impulsado a experimentar «miedo» frente a Dios y frente a los fenómenos de la naturaleza o incluso a pretender someterlo a sus propios deseos (magia).

Ahora bien, el misterio de la encarnación, según el cual el hombre Jesús de Nazaret se ha mostrado como el rostro visible del Dios invisible, ha abierto una perspectiva diferente: la trascendencia de Dios es algo cualitativamente «diferente» en el interior de nuestra cotidianidad mundana. No se trata de un «fuera» espacial, sino de la experiencia de la proximidad de Dios y, por consiguiente, de la posibilidad de la aparición de «algo nuevo» en la historia misma.

La experiencia de la resurrección de Jesús es la revelación de esta trascendencia: una experiencia que compromete también al hombre a construir un orden diferente de relaciones, liberadas de todo tipo de miedo, en el interior del propio mundo.

 

ORATIO

Padre, fuente de la vida y fin último de toda criatura, manifiéstanos tu rostro de bondad y libéranos de nuestros miedos. Concédenos una fe sólida incluso en los momentos de tempestad, a fin de que seamos capaces de poner nuestra confianza no en los medios del poder humano, sino en ti, que estás presente junto a nosotros.

Haznos verdaderos discípulos de Jesucristo, que nos ha revelado tu rostro de padre, y haz que estemos atentos a los signos de su camino continuo en nuestra historia.

Haz que sepamos reconocerle en el amor y en el testimonio de muchos hermanos. Envíanos tu Espíritu, para que nos asista en la tarea de discernir tu proyecto sobre nosotros, nos ayude a cumplir tu voluntad, a fin de construir con confianza y paciencia ese mundo nuevo que tú nos dejas entrever en la resurrección de Jesús.

 

CONTEMPLATIO

Estamos sometidos, pues, a las tempestades desencadenadas por el espíritu del mal, pero, como bravos marineros vigilantes, llamamos al piloto adormecido.

Ahora bien, también los pilotos se encuentran normalmente en peligro. ¿A qué piloto deberemos dirigirnos entonces? A aquel a quien no superan los vientos, sino que los manda, a aquel de quien está escrito: «Él se despertó, increpó al viento y a las olas». ¿Qué quiere decir que «se despertó»"? Quiere decir que descansaba, pero descansaba con su cuerpo, mientras que su espíritu estaba inmerso en el misterio de la divinidad. Pues bien, allí donde se encuentra la Sabiduría y la Palabra, no se hace nada sin la Palabra, no se hace nada sin la prudencia.

Has leído antes que Jesús había pasado la noche en oración: ¿de qué modo podía dormir ahora durante la tempestad? Este sueño revela la conciencia de su poder: todos tenían miedo, mientras que sólo él descansaba sin temor. No participa, por tanto, [únicamente] de nuestra naturaleza quien no está expuesto a los peligros. Aunque duerme su cuerpo, su divinidad vigila y actúa la fe.

Por eso dice: «¿Por qué habéis dudado, hombres de poca fe?». Se merecen el reproche, por haber tenido miedo aun estando junto a Cristo, siendo que nadie puede perecer si está unido a él. De este modo corrobora la fe y vuelve a hacer reinar la calma (Ambrosio, Comentario al evangelio de Lucas, VI, 40-43).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, apaciéntalos y guíalos por siempre» (Sal 27,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fe es estar cogidos por aquello que tiene que ver con nosotros de una manera incondicional. El hombre, como cualquier otro ser vivo, se encuentra turbado porque le preocupan muchas cosas, sobre todo por aquellas cosas que condicionan su vida, como el alimento y la casa. Y, a diferencia de los otros seres vivos, el hombre tiene también necesidades sociales y políticas.

Muchas de ellas son urgentes, algunas muy urgentes, y cada una de ellas puede estar relacionada con las cosas cotidianas de importancia esencial tanto para la vida de cada hombre particular como para la de una comunidad. Cuando esto sucede, se requiere la entrega total de aquel que responde afirmativamente a esta pretensión, y eso promete una realización total, aun cuando todas las otras exigencias debieran quedar sometidas a ella o abandonadas por amor a ella.

La fe, en cuanto estar cogidos por aquello que tiene que ver con nosotros de una manera incondicional, es un acto de toda la persona. Tiene lugar en el centro de la vida personal y abarca todas sus estructuras. La fe es el acto más profundo y más completo de todo el espíritu humano [...]. Tocias las funciones del hombre están reunidas en el acto de fe (P. Tillich, Wessen und Wandel des Glaubens, Francfort 1961, pp. 9.12 [edición española: La razón y la revelación, Ediciones Sígueme, Salamanca 1982]).

 

 

Día 22

Lunes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 12,1-9

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Abrán: -Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré.

2 Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición.

3 Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra.

4 Partió Abrán, como le había dicho el Señor, y Lot marchó con él. Tenía Abrán setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

5 Tomó consigo a su mujer, Saray, y a su sobrino Lot, con todas sus posesiones y los esclavos que tenía en Jarán, y se pusieron en camino hacia la tierra de Canaán. Cuando llegaron,

6 Abrán atravesó el país hasta el lugar santo de Siquén, hasta el encinar de Moré. (Los cananeos vivían entonces en el país.)

7 El Señor se apareció a Abrán y le dijo: -A tu descendencia le daré esta tierra. Y Abrán levantó allí un altar al Señor, que se le había aparecido.

8 De allí siguió hacia las montañas, al este de Betel, y plantó su tienda, teniendo Betel al oeste y Ay al este. Allí levantó un altar al Señor e invocó su nombre.

9 Después, se trasladó por etapas al Négueb.

 

*+• Dios es el gran protagonista de lo que se cuenta en este fragmento, que contiene la palabra fundadora de toda la historia de la salvación. «Sal» (al pie de la letra sonaría más bien: «Vete») y «por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba», como dice la carta a los Hebreos (11,8).

La estructura narrativa del fragmento presenta tres momentos: la orden de Dios (w. 1-3), su ejecución (w. 4ss) y una ampliación del viaje que conduce a una nueva revelación de Dios mismo (w. 6-9).

La orden divina suscita una respuesta libre por parte de Abrahán. La Biblia no dice el porqué de tal elección: ésta es insondable, como el plan de Dios. Israel reflexionará ampliamente sobre el misterio de esta llamada que asocia a Abrahán con los grandes mediadores y profetas -más aún, que le convierte en el prototipo de todo creyente-, aunque no encontrará otra respuesta que la proporcionada en su misma elección: «El Señor se fijó en vosotros y os eligió... por el amor que os tiene» (Dt 7,7ss). No hay que preguntar, por tanto, el motivo de esta elección basada en el amor, sino responder a ella también con amor. Y en esta perspectiva se sitúa asimismo el autor sagrado al narrar lo acontecido a Abrahán, el cual, en cuanto nómada, habría encontrado absolutamente normal emigrar a otros lugares, pero su «salida» está leída y expresada con una gran carga de evocación simbólica que convierte su «éxodo» en la expresión de la totalidad de la experiencia humana, en el encuentro con el Dios vivo que le pide el abandono de toda seguridad humana. Poco importa que se trate de dejar la opresora esclavitud de Egipto o la vida fácil en Babilonia; al llamado se le pide que «salga». De este modo, el sabio narrador bíblico siente a Abrahán como contemporáneo suyo, del mismo modo que nosotros también podemos sentirlo ahora como tal.

Junto a la orden está la «promesa» de YIIWII. El término «bendición», repetido hasta cinco veces en los vv. 2ss, se refiere a Abrahán, pero alcanza a su descendencia y llega a todos los pueblos de la tierra. Dios bendice a Abrahán prometiéndole una posteridad y un nombre grande. El nombre que los constructores de la torre de Babel habían intentado construirse en vano, se ofrece aquí de una manera gratuita. Dios estará completamente de su parte, hasta el punto que afirma: «Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan».

Finalmente, esa bendición llegará a incluir a todas las estirpes de la tierra; en efecto, esa promesa tendrá su pleno cumplimiento en Cristo. Abrahán sigue la orden recibida y el Señor le indica como objeto de la promesa precisamente la tierra ocupada por unos habitantes ricos y poderosos, y se la hace recorrer de un extremo al otro, aunque el itinerario de Abrahán concluirá en el Négueb, una tierra árida y sin vida donde se establece, apoyado sólo en la Palabra de YHWH, que le pide que espere contra toda esperanza.

 

Evangelio: Mateo 7,1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No juzguéis, para que Dios no os juzgue,

2 porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás.

3 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

4 ¿O cómo dices a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo», si tienes una viga en el tuyo?

5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

**• El pasaje del evangelio de hoy empieza también con una orden: «No juzguéis», o dicho de una manera más literal: «Cesad de juzgar». Jesús, que sabe «muy bien lo que hay en el hombre» (Jn 2,25), nos ordena esto, si queremos vivir en relación con los hermanos la experiencia de la paternidad divina, en la que él mismo nos introduce al enseñarnos la oración filial por excelencia: el Padre nuestro. La perícopa propuesta hoy a nuestra consideración nos sitúa, efectivamente, en el corazón del mensaje evangélico, que, revelándonos a Dios, nos invita a abandonarnos de una manera confiada en su paternal providencia. En apariencia, no existe nexo alguno entre el «no juzgar» y tal actitud, pero, en realidad, no podemos pedirle nada a Dios si no nos mostramos nosotros mismos generosos a la hora de dar a los otros. Por lo demás, la petición de la oración dominical, «perdona nuestras ofensas», nos compromete precisamente a esta reciprocidad. El desarrollo del discurso, al considerar la actitud de quien ve la mota en el ojo del prójimo pero no ve la viga que hay en el suyo, va también en la misma línea. No podemos comprender a los otros si estamos llenos de prejuicios y de impedimentos.

La comparación entre la viga y la mota es evidente. Nos mostramos hipócritas y falsos cuando, cegados por nuestros vicios, pretendemos ver bien para corregir un defecto leve de nuestro hermano. Ser hijos del Padre de la luz nos pone al descubierto, pues no queda espacio para ninguna tiniebla.

 

MEDITATIO

Los pasajes que nos propone hoy la liturgia empiezan ambos con una orden: «Sal...» y «no juzguéis». A la primera va unida la misteriosa promesa de una tierra; a la segunda, el no ser a nuestra vez juzgados... Parece que no hay relación entre las dos realidades enunciadas, pero si consideramos desde más cerca los textos descubriremos un nexo profundo, puesto que la promesa hecha a Abrahán -el cual, según la paradójica afirmación de Jesús, «se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio y se llenó de gozo» (Jn 8,56)- es la tierra del amor perfecto, ésa en la que sólo se puede entrar a través del camino del reconocimiento del Padre de Jesús, nuestro Señor, que nos hace a todos hermanos.

Todo acto de desamor respecto a los otros nos perjudica a nosotros y a ellos, porque niega nuestra recíproca fraternidad basada en la filiación divina. El Señor nos ha dicho que no juzguemos, porque él no juzga, sino que salva, justifica. Jesús vino, en efecto, a dar la vida, dejándose juzgar y condenar por los hombres. Su verdadero juicio sobre el mundo es la cruz: un amor ilimitado y misericordioso por todos, sin excepción. Todo hombre reviste a sus ojos el valor del amor que Dios tiene por él, y tanto amó Dios al mundo que dio por nosotros a su Hijo amado. En consecuencia, el acto de no juzgar nos hace dar un paso, y un paso de gigante, en dirección hacia esa tierra prometida a la que nos conducen las más humildes manifestaciones de delicadeza, de amor y de respeto a nuestros hermanos. El Señor nos llama, en efecto, a desarraigarnos, a salir de nosotros mismos, sólo para que le encontremos, pero mientras dure nuestra peregrinación terrena sólo podemos verle en esos iconos suyos que son nuestros hermanos.

 

ORATIO

Dios de Abrahán, nuestro Padre en la fe, tú nos llamas cada día también a nosotros por nuestro nombre y nos empujas a lo largo de caminos desconocidos, a menudo misteriosos e imprevisibles. Danos un corazón dócil y obediente, para que nos dejemos guiar por tu voz y salgamos de las seguridades que nos aprisionan, para fiarnos únicamente de ti, que eres nuestro Padre. Enséñanos, a lo largo del camino, a amar a quien pongas a nuestro lado porque es nuestro hermano, para llegar juntos a la verdadera tierra prometida. Por Cristo, nuestro Salvador.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos: debemos tratar al prójimo con dulzura, estando atentos a no ofenderlo de ninguna manera. Cuando damos la espalda a alguien o le ofendemos es como si pusiéramos una piedra sobre nuestro corazón. Cuando nos acerquemos a alguien, debemos ser puros en palabras y en espíritu, iguales con todos: de otro modo, nuestra vida será inútil...

No debemos juzgar, ni siquiera si vemos con nuestros propios ojos que alguien está pecando e infringiendo un mandamiento divino. No nos corresponde a nosotros juzgar, sino al Juez supremo. No sabemos durante cuánto tiempo conseguiremos perseverar en la virtud.

Debemos considerarnos a nosotros mismos como los peores culpables, debemos perdonar a nuestro prójimo toda transgresión y odiar sólo al demonio, que le ha tentado. La puerta del arrepentimiento está abierta a todos y no sabemos quién será el primero en entrar por ella: si tú, que juzgas, o el que es juzgado por ti. Para no juzgar es preciso que nos mantengamos vigilantes sobre nosotros mismos. Júzgate a ti mismo y entonces dejarás de juzgar a los otros. No tenemos que vengarnos nunca de una ofensa, sea la que sea; al contrario, debemos perdonar de todo corazón a quien nos haya ofendido, aunque nuestro corazón se oponga a ello. Si te hieren, haz todo para perdonar, «y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames» (Le 6,30). Pensemos en todos los santos que han agradado a Dios, los cuales vivieron ignorando todo rencor. Si también nosotros vivimos así, podremos esperar que la luz divina brille en nuestros corazones y nos despeje el camino hacia la Jerusalén celestial (Serafín de Sarov, Scritti spirituali, Roma 1972, pp. 208-210 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No juzguéis, para que Dios no os juzgue» (Mt 7,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La historia de Abrahán comienza con una orden: «¡Sal!» (Gn 12,1) y termina con la misma orden (Gn 22,2). En ambos casos, «salió sin saber a dónde iba» (Heb 11,8). Para Abrahán, se trata siempre de volver a comenzar de nuevo, de volver a ponerse en camino hacia lo desconocido, de renunciar tanto a las garantías del pasado como a las promesas del futuro, desde el comienzo hasta el final de su vida... En consecuencia, el tema central de su historia fue éste: ¿cómo empezar? Y lo que hace paradójico este tema es que Abrahán, en el fondo, haya empezado tan tarde. ¿Qué significa esto? ¿Tal vez, que nunca es demasiado tarde para empezar? Yo diría más: que no acabamos nunca de empezar. Abrahán es el hombre capaz de volver a ponerse en camino en todas las edades de su vida.

Dios había hecho una promesa a Abrahán. Y éste, con lealtad, dio crédito a Dios, dio crédito a su Palabra. El verdadero comienzo de una vida espiritual es precisamente esta confianza, esta apertura de crédito, esta «salida» de nosotros mismos que nos hace fiarnos de otro. ¿Cómo se empieza? Con un acto de fe.

Empezar, para ser concretos, significa también levantarse muy de mañana. Tres veces leemos, en la historia de Abrahán, una observación aparentemente muy trivial; a saber: que «Abrahán se levantó muy de mañana». Abrahán, una vez que decide algo, lo hace, y lo hace pronto, con premura. Nosotros no sabemos, como tampoco sabía Abrahán, a dónde nos llevará el camino, pero sabemos qué debemos hacer durante el camino. Hay rostros en nuestro camino que suscitan nuestra premura, nuestra responsabilidad. Sólo si respondemos a las expectativas, a las necesidades de cuantos están a nuestro alrededor y comparten nuestra historia, seremos hombres, mujeres, que «se despiertan muy de mañana». Ahora bien, estas responsabilidades pesan, producen fatiga. Abrahán es alguien que siempre vuelve a empezar, cada mañana. ¿Tenemos nosotros la fuerza para levantarnos pronto, como Abrahán? (A. Mello, Abromo, l'uomo del mattino, en Parola, Spiríto e Vita 36 [ 1997], pp. 37-45, passim).

 

 

Día 23

Martes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 13,2.5-18

2 Abrán había adquirido muchos ganados, plata y oro.

5 También Lot, que acompañaba a Abrán, tenía rebaños, ganados y tiendas.

6 La región no podía albergar a los dos, pues tenían demasiados bienes para poder habitar juntos,

7 y surgieron disputas entre los pastores de Abrán y los de Lot. (Los cananeos y los pereceos vivían entonces en aquella región.)

8 Entonces Abrán propuso a Lot: -Evitemos las discordias entre nosotros y entre nuestros pastores, porque somos hermanos.

9 Tienes delante toda la tierra; sepárate de mí; si tú vas hacia la izquierda, yo iré hacia la derecha, y si vas hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda.

10 Lot levantó la vista y vio que todo el valle del Jordán hasta Soar era de regadío como el jardín del Señor y las tierras de Egipto (esto era antes de que el Señor destruyera Sodoma y Gomorra).

11 Lot escogió para sí todo el valle del Jordán y se dirigió hacia el este. Así se separaron el uno del otro.

12 Abrán se estableció en la tierra de Canaán, y Lot en las ciudades del valle, plantando sus tiendas hasta Sodoma.

13 Los habitantes de Sodoma eran muy malos y pecaban gravemente contra el Señor.

14 El Señor dijo a Abrán, después que Lot se separó de él: -Alza tus ojos y, desde el lugar donde te hallas, mira al norte, al sur, al este y al oeste.

15  Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre.

16 Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra; sólo el que pueda contar el polvo de la tierra podrá contar tu descendencia.

17 Levántate, pues, y recorre a lo largo y a lo ancho esta tierra que te voy a dar.

18 Levantó Abrán sus tiendas y decidió establecerse en el encinar de Mambré, cerca de Hebrón; allí levantó un altar al Señor.

 

*» Estamos frente a un relato que explica las relaciones entre los israelitas y los ammonitas/edomitas. Se habla de su sedentarización, pero so transcribe también con una nueva profundidad teológica, cuyo mensaje sigue siendo todavía actualísimo, el recuerdo originario de una lid entre estos clanes emparentados.

Abrahán se había vuelto muy rico: esto constituye un signo de la bendición divina derramada sobre él y sobre su sobrino Lot. Como buen jefe de clan, se preocupa de que haya bastantes pastos y pozos para su gente. Cuando éstos se vuelven insuficientes, ofrece a su sobrino la posibilidad de elegir. Las riquezas, evidentemente, les dejan el corazón libre y desprendido. Lot «levantó la vista» y tomó para él la mejor parte, que, sin embargo, se mostrará sin futuro. La belleza del valle del Jordán antes de la destrucción de Sodoma, enfatizada por la descripción (v. 10), incluye la carcoma de la corrupción de quienes lo habitan. Abrahán, que no tiene descendientes, acepta la tierra más pobre, y su corazón manifiesta, una vez más, que se apoya sólo en el Dios que le había llamado y que ve mucho más allá del presente. Abrahán, en efecto, escoge a YHWH y su promesa. El Señor invita entonces a Abrahán a levantar la vista y a recorrer a lo largo y a lo ancho la tierra -toda la tierra- que le va a dar (w. 14ss), y le asegura una descendencia numerosa, «como el polvo de la tierra» (v. 16).

Lot lo ha tenido todo, de inmediato, pero el presente se le manifiesta inconsistente. Abrahán cree en el futuro de Dios y su esperanza no se verá defraudada.

 

Evangelio: Mateo 7,6.12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen, se vuelvan contra vosotros y os destrocen.

12 Así pues, tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

13 Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él.

14 En cambio, es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran.

 

*•• Se nos proponen hoy varios versículos muy sabrosos. El primero tiene que ver con la llamada «disciplina del arcano», que sirve para proteger y para introducir en el misterio. Los «perros» y los «puercos» son los paganos para los judíos; en este caso, tratándose del evangelista Mateo, que se muestra solícito al anuncio a todos los hombres, es más probable que se refiera a los cristianos impenitentes, a los que no se debería ofrecer «lo santo» ni las «perlas» que constituyen el Pan y la Palabra.

El segundo versículo es la llamada «regla de oro», que, para Mateo, resume la enseñanza del Antiguo Testamento, la Ley y los profetas. Los discípulos, al contrario que los fariseos, que dicen pero no hacen (cf. 23,3), deben proceder como su Padre celestial, que se muestra benévolo con todos. Reconocerle como Padre equivale, en efecto, a establecer también una nueva relación con los demás hombres, amándolos como hermanos.

Los w. 13ss ratifican la importancia de todo lo que ha dicho Jesús: se trata de una «puerta estrecha». La Palabra de Jesús, más aún, Jesús mismo (cf. Jn 10,7), es la puerta que da entrada a la vida filial y fraterna, el camino angosto que conduce, sin embargo, a la plenitud de la vida (w. 13ss). Cualquier otra puerta o camino que no sea el amor al Padre y a los hermanos conduce a la perdición. El camino ancho y fácil es el que toman muchos; el camino angosto y exigente del Evangelio atrae, en cambio, sólo a los que se dejan guiar por el Espíritu filial que clama: «¡Ven al Padre!».

 

MEDITATIO

Los pasajes que nos propone hoy el leccionario nos invitan a reflexionar sobre la perenne situación en que se encuentra el hombre libre a quien se le propone una elección; siempre hay dos caminos abiertos ante él: uno conduce a la vida y el otro a la muerte.

Abrahán deja que elija Lot, y éste toma -como muchos- el camino ancho y fácil, en el que todo está dado de inmediato, hoy mismo. Es el camino que, dicho con palabras actuales, consiste en hacer lo que nos place, en satisfacer todos nuestros propios deseos sin preocuparnos de los demás. Jesús nos exhorta, sin embargo, a tomar el camino «angosto», porque el mal es ancho al principio, pero después se hace angosto y acaba ahogando en sus espiras a quienes se aventuran por sus fáciles accesos.

El bien, en cambio, se presenta duro, exigente al principio, y, después, ensancha cada vez más el corazón de quien lo hace. La historia de Abrahán nos da testimonio de ello. El patriarca, sólo y en una tierra avara, emprende el camino de la fe y, con un corazón libre y pobre, puede moverse libremente por la región ilimitada del amor verdadero y de la vida plena, a la que se accede dando siempre a los otros el primer puesto, reconociendo en cada uno el rostro de un hermano.

 

ORATIO

Oh Señor, danos tu Espíritu bueno, para que nos enseñe a discernir cuál es el camino adecuado que hemos de recorrer. Hoy nos sentimos más atraídos que nunca por muchas propuestas seductoras en las que parece que la felicidad está al alcance de la mano, a buen precio.

Habla tú en nuestro corazón y repítenos continuamente: «Soy yo, no temas», cuando ir contra la corriente y seguir el camino angosto nos parezca únicamente una gran estupidez. Que tu paz y tu alegría nos hagan estar siempre íntimamente seguros de que tú -el Dios fiel- no defraudas nunca y que por tus caminos, angostos al principio, corremos por la inexpresable suavidad del amor y llegamos a la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Podemos comparar toda nuestra existencia con un viaje de un solo día. Para nosotros, es fundamental no amar nada de aquí abajo; hemos de amar, en cambio, las cosas de lo alto; allí está la patria donde se encuentra nuestro Padre. No tenemos una patria en la tierra, porque nuestro Padre está en el cielo. En virtud de su omnipotencia y de la grandeza de su divinidad, está en todas partes, más hondo que el mar, más estable que la tierra, más extenso que el mundo, más puro que el aire y más elevado que el cielo, más resplandeciente que el sol. Y, sin embargo, sólo es visible en el cielo.

Llamemos a su puerta: se acerca y se da a conocer a todos en proporción a la pureza de cada uno. Llamemos fuerte, os digo, y mientras caminamos cantemos: «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo» (Sal 62,1). Ocupémonos de las cosas divinas para no seguir estando atados a las cosas humanas y, de este modo, como verdaderos peregrinos, esté siempre presente en nosotros en el anhelo de la patria. Allí, después, todas las generaciones que hayan hecho el camino tendrán diferentes suertes según sus méritos: los peregrinos buenos reposarán en la patria, los malvados serán expulsados de ella. No amemos, pues, más el camino que la patria: esta última es de tal condición que es nuestro deber amarla. Conservemos firme en nosotros esta convicción, de suerte que vivamos en el camino como viajeros, como huéspedes del mundo, sin apegarnos a ninguna pasión, sino de modo tal se colmen nuestras almas de la belleza de las realidades celestiales y espirituales. Esforcémonos por complacer a Aquel que está presente en todas partes, para que, con una buena conciencia, podamos pasar felizmente de este mundo a la bienaventurada morada eterna de nuestro Padre, de la tierra de los muertos a la de los vivos. Allí veremos cara a cara al Rey de reyes que reina con justicia, a nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Columbano, Instrucciones, IX, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La humildad es una virtud que no está de moda no sólo en la sociedad en general, sino ni siquiera entre muchos cristianos... Aquí interviene a fondo la locura del Evangelio. Al que quiere llegar a ser humilde, la locura del Evangelio le pide que se ejercite en considerar a los otros como superiores a él mismo (cf. Flp 2,3); le pide que prefiera una estima menor a otra mayor, las situaciones humildes a las más elevadas, el último al primer puesto.

No es posible decir la variedad de actitudes cotidianas a las que esta decisión nos compromete. Cuando dos hombres se disputan la misma ganancia y ésta no es divisible, cada uno de ellos se justifica diciendo: ¿por qué él y no yo? El hombre humilde, en cambio, se siente inclinado a decirse a sí mismo: en el fondo, ¿por qué yo y no él? Cuando se produce un fracaso, cada uno de los miembros del grupo busca un culpable: evidentemente, la culpa es de tal o cual. El hombre humilde, en cambio, se pregunta: ¿por qué tendría que ser más culpa de ellos que mía? Cuando nuestro ingenio y nuestros talentos permanecen desconocidos e inutilizados, exclamamos con disgusto: ¡qué injusticia! El hombre humilde, en cambio, se siente inclinado a decirse a sí mismo: después de todo, ¿soy verdaderamente tan indispensable?

Es un heroísmo querer hacer morir en nosotros todo tipo de orgullo. Para sentirnos dispensados de ello preferimos lanzar reproches, de una manera hipócrita, contra los peligros que la humildad cristiana supondría contra el desarrollo de nuestra personalidad. Pero nos engañamos, y si tuviéramos una sola brizna de lealtad deberíamos convenir en que si muchos, ¡ay de mí!, no consiguen llegar a ser hombres maduros, no se debe en absoluto a que hayan cultivado asiduamente la humildad; se debe más bien a que los mil diferentes tipos de orgullo les impiden participar en la humillación de Cristo para ser, por él y en él, convertidos, para que él nos haga crecer (A. M. Besnara, L'umiltá, en Letture patrístiche, Padua 1969).

 

 

Día 24

Natividad de san Juan Bautista (24 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el «precursor» de Jesús.

Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.

La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti».

4 Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

5 Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

6 Él dice: «No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra».

 

**• Entre los «cantos del siervo de YHWH», el que hemos leído se caracteriza porque pone muy de manifiesto el sentido y la naturaleza de la misión que se le confió a éste desde el día en que fue concebido en el seno de su madre: una circunstancia que corresponde bien a san Juan Bautista. El siervo de YHWH recibe del Señor un nombre, una llamada, una revelación. Se le reserva un trato especial en consideración a la misión -igualmente especial- que le espera. A él se le revela esa gloria que él deberá hacer resplandecer ante los que escucharán su palabra.

La misión del siervo de YHWH conocerá también, no obstante, las dificultades y las asperezas de la crisis, justamente como le sucederá a Juan el Bautista. El verdadero profeta, sin embargo, sólo espera de Dios su recompensa, y confía en la «defensa» que sólo Dios puede asegurarle. Por último, sorprende en esta lectura la apertura universalista de la misión del siervo de YHWH: será «luz de las naciones para que mi salvación llegue

hasta los confines de la tierra» (v. 6).

 

Segunda lectura: Hechos 13,22-26

En aquellos días, decía Pablo:

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de su venida, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia.

25 El mismo Juan, a punto ya de terminar su carrera, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a quienes se dirige este mensaje de salvación.

 

**• En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.

En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.

Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Ésta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66.80

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan.

61 Le dijeron: -No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque, efectivamente, el Señor estaba con él-

80 El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.

 

**• El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.

Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre -el de Juan- que es preludio de otro nombre: el de Jesús.

Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).

Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.

 

MEDITATIO

Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la perra meditar sobre el deber de preparar la servida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.

Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.

 

ORATIO

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a ser «voz»: concédenos reconocer tu Palabra, reconocer la única Palabra de vida eterna, para que anunciemos esta sola Verdad a los hermanos. Oh Dios de nuestros padres,

tú nos llamas a ser «el amigo del Esposo»; hazme solícito a preparar los corazones de los hombres, para que estén bien dispuestos a acogerlo.

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a señalar el Cordero de Dios a los hombres: haz que nunca me ponga sobre él, sino que él crezca y yo mengüe.

 

CONTEMPLATIO

Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto [...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas [...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Le 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre (Sofronio de Jerusalén, Le omelie, Roma 1991, pp. 159ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia hoy estas palabras referidas al Bautista: «Serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Le 1,76).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.

Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia.

Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ¡limitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y -por muy dura que pueda ser- con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo (A. von Speyr, // Verbo si fa carne, Milán 1982, I, pp. 64ss).

 

 

 

Día 25

Jueves de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 16,1-12.15ss

1 Saray, la mujer de Abrán, no le había dado hijos, pero tenía una esclava egipcia, llamada Agar.

2 Y Saray dijo a Abrán: -Mira, el Señor me ha hecho estéril; así que acuéstate con mi esclava, a ver si por medio de ella puedo tener hijos. A Abrán le pareció bien la propuesta.

3 Cuando Abrán llevaba diez años residiendo en la tierra de Canaán, Saray tomó a Agar, su esclava egipcia, y se la dio por mujer a su marido, Abrán.

4 Él se acostó con Agar, y ella concibió, pero cuando se vio encinta, empezó a mirar con desprecio a su señora.

5 Entonces Saray dijo a Abrán: -Tú tienes la culpa de esta afrenta. Yo puse a mi esclava en tus brazos y, en cuanto se ha visto encinta, me mira con desprecio. El Señor sabe que tengo razón.

6 Abrán respondió a Saray: -Tu esclava es cosa tuya; trátala como mejor te parezca. Y Saray la maltrató de tal modo que ella huyó de su presencia.

7 Un ángel del Señor la encontró en el desierto junto a un manantial, la fuente que está en el camino del sur,

8 y le dijo: -Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas? Ella respondió: -Huyo de la presencia de mi señora, Saray.

9 Y el ángel del Señor le dijo: -Vuelve al lado de tu señora y sométete a ella.

10 Y añadió: -Multiplicaré tu descendencia y será tan numerosa que no se podrá contar.

11 El ángel del Señor continuó: Estás encinta y darás a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción.

12 Será un hombre fiero e indómito, él contra todos, y todos contra él; vivirá enfrentado a todos sus hermanos.

15 Agar dio un hijo a Abrán, y Abrán le puso el nombre de Ismael.

16 Tenía Abrán ochenta y seis años cuando Agar le dio a Ismael.

 

**• En este relato compuesto, en el que confluye un rico material tradicional, está presente una interpretación teológica concreta que denuncia un celo excesivo a la hora de ver realizada la promesa de darle una descendencia hecha por Dios a Abrahán. En efecto, ante el retraso en el cumplimiento, Sara, la mujer estéril, obtiene el consentimiento de Abrahán para tener un hijo por medio de su esclava Agar. Este caso estaba previsto en el código de Hammurabi (par. 146) y, desde el punto de vista humano, no hubiera habido nada que objetar.

Sin embargo, lo que el narrador quiere sacar a la luz es que la promesa tiene que ser cumplida por Dios mismo, sin estratagemas o embrollos humanos. Agar se enorgullece por su nueva condición frente a Sara, pero ésta la maltrata hasta hacerla huir. Sara, al afirmar: «La injusticia cometida conmigo te concierne», como dice al pie de la letra el v. 5, se dirigía de hecho a Abrahán, porque de él dependía la solución jurídica del asunto.

El ángel del Señor que encuentra a Agar en el desierto la invita a volver y a permanecer sometida; por otra parte, da el nombre de Ismael -YHWH ha escuchado- al nascituro, que se convertirá en un indómito habitante del desierto. Dios, aunque protege a Ismael, no le considera el hijo de la promesa. Al hombre se le pide una fe absoluta en la Palabra del Señor, una palabra que se cumplirá «en el tiempo que él mismo ha fijado» (21,2); por consiguiente, no sólo es preciso creer en YHWH, sino aceptar asimismo las modalidades puestas por él para el cumplimiento de su promesa.

 

Evangelio: Mateo 7,21-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.

22 Muchos me dirán ese día: -¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23 Pero yo les responderé: -No os conozco de nada. ¡Apartaos de mí, malvados!

24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca.

25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.

28 Cuando Jesús terminó este discurso, la gente se quedó admirada de su enseñanza,

29 porque les enseñaba con autoridad, y no como sus maestros de la Ley.

 

**• La Palabra de Jesús se muestra muy exigente; no basta con decir, también es preciso cumplir la voluntad del Padre, que pide nuestra santificación en el amor:

«Misericordia quiero y no sacrificio» (Os 6,6). En efecto, el Maestro no reprocha la simple incoherencia, que nos sirve incluso de humillación y de motivo de constante conversión. Lo que Jesús denuncia es la autosuficiencia de quien se considera una persona de bien porque dice: «Señor, Señor», sin que Jesús sea en realidad el Señor de su vida. A la oración debe corresponderle un compromiso total con el cumplimiento de la voluntad del Padre «en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10). Al final, en efecto, «ese día», se verá cómo hemos construido.

Entre los vv. 24-27 se encuentra, tanto en Mateo como en Lucas, la parábola de la casa construida sobre la roca como ilustración de la actitud del verdadero creyente, es decir, del que pone en práctica la palabra que ha escuchado. Seremos necios o sensatos según dónde pongamos los fundamentos de nuestro edificio espiritual. El que los ponga en la arena se verá arrollado por las tempestades. Sólo el que construye sobre la roca de la Palabra, el que va edificando día tras día su vida, podrá convertir su morada en un lugar de encuentro con Dios y con los hermanos. Los w. 28ss subrayan el estupor de las muchedumbres ante la enseñanza de Jesús, que no remite, como hacían los maestros de la Ley, a una tradición precedente, sino que tiene en sí mismo la misma autoridad de Dios y lleva a cabo aquello para lo que Dios le ha enviado (cf. Is 55,11).

 

MEDITATIO

        «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Hacer la voluntad de Dios es, por consiguiente, el compromiso más importante del cristiano, su deber imprescindible. ¿Y cuál es la voluntad del Padre con nosotros, sino que pongamos en práctica la Palabra de Jesús; más aún, que nos convirtamos nosotros mismos en Palabra acogiéndola, custodiándola en nosotros, dejándonos transformar por su secreto dinamismo interior? Es éste un proceso lento, cuyos ritmos de crecimiento forman parte asimismo de la voluntad de Dios. Nosotros lo queremos todo y enseguida, y querríamos también que nuestra santificación tuviera lugar al mismo ritmo de la intensidad de nuestro deseo.

Sabiamente nos amonesta san Benito: «No hemos de querer que nos llamen santos antes de serlo». En efecto, podemos correr el riesgo de forzar los tiempos, de decir una gran cantidad de palabras hermosas que nos ilusionen a nosotros mismos y a los otros. El Señor crucificado se pone en silencio ante la mirada de nuestro corazón para recordarnos que no podemos hacer trampas con Dios. Tampoco podemos encontrar astucias o atajos.

        Suyo es el proyecto, suyos son los tiempos y las modalidades de la realización. A nosotros nos corresponde el humilde reconocimiento, en nuestra vida diaria, de su santidad, de su amor, que nos ha elegido «antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados ante él» (Ef 1,4).

 

ORATIO

Oh Señor, has querido vincularte a nosotros con una alianza perenne que nada ni nadie podrá romper, a no ser nuestro obstinado rechazo de tu amor. Enséñanos a descubrir en la vida de cada día los signos de tu presencia en medio de nosotros y renueva nuestro deseo de serte fieles, seguros del cumplimiento de toda palabra tuya, de toda promesa tuya, incluso cuando el horizonte se pone oscuro y no se vislumbran las luces de la aurora.

Concédenos esperar de ti sólo la alegría verdadera y perfecta, esa que nadie nos podrá arrebatar. No nos  dejes caer en la tentación de construirnos una felicidad con nuestras manos, bajando a compromisos con nuestra propia conciencia. Haznos pacientes como el labrador que sabe esperar el tiempo de la cosecha mientras la nieve cubre la tierra; haznos sabios como quien excava unos cimientos profundos para no ver su casa arrastrada por las aguas. Sé tú el único Señor de nuestra vida, a quien nos dirijamos confiados, seguros de ser escuchados si hacemos cuanto te complace.

 

CONTEMPLATIO

Es Jesús quien nos habla en el Evangelio, es la verdad eterna, infinita. Habla, le escuchamos y no hacemos nada. La fe no es bastante fuerte para vencer la prudencia humana, Jas ideas mundanas... Preferimos creer antes en nuestros pequeños razonamientos que en la Palabra de Jesús. Su Palabra nos parece «dura» (cf. Jn 6,60)... El Señor habla, sabemos que es la verdad, pero no creemos, porque su Palabra nos molesta. Endurecemos nuestros corazones para no oír, no tenemos fe. Si la tuviéramos, cumpliríamos su Palabra de una manera pura y simple.

Jesús nos da el ejemplo... Dios mío, dame la fe, para que cumpla esta Palabra que tú me dices, una palabra que es indispensable cumplir, puesto que, si no lo hacemos, no podremos decir que te amamos, ni que amamos al prójimo, ni que obedecemos, ni que practicamos el desprendimiento, y sólo habrá en nosotros avaricia, desobediencia, dureza, falta de fe y de caridad.

¡Oh! Dios mío, cuan bello es tu Evangelio, cuan brillante y luminoso, pero qué lejos está de los pensamientos del mundo y qué verdad es que «cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes» (Is 55,9). Dame la fe, para que rompiendo contra Cristo todos los razonamientos humanos, abrace con todo mi corazón esta sabiduría divina del Evangelio, que es locura a los ojos de los hombres, y cumpla todas sus enseñanzas (Ch. de Foucauld, Meditazioni suipassi evangelici, Roma 1984, pp. 81-84).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El tiempo es algo extremadamente precioso, porque es el ámbito donde se despliega nuestra vida, donde nos jugamos nuestro destino eterno. Cuando se van sumando los días y los años, y se vuelve pesada la monotonía, no resulta fácil mantener viva la llama inicial ni mantener intacta la fidelidad. Todo el mundo es capaz de un impulso momentáneo. Mantener la fidelidad a través del tiempo es saber aceptar las «lentitudes» de Dios. Lentitudes para nuestra prisa humana. Nuestra vida es breve, por eso tenemos prisa. Dios, en cambio, tiene todo el tiempo de su parte, hasta tiene la eternidad de su parte, y quiere que, por nuestra parte, tengamos paciencia. Esto parece agudizar la tensión.

Pero, después, de repente, un día, he aquí que llega la hora, el momento esperado. Así es el Reino de Dios. La espera es larga, pero, una vez colmada la medida escatológica, de la que nada sabemos, vendrá la hora. Parece que Jesús nos diga: Mirad al hombre del campo, espera con paciencia, pero la hora de la cosecha llega de una manera irresistible. La semilla está sembrada. Dios no deja nada inacabado. El, que ha empezado la obra buena, la llevará a término. El comienzo es la garantía de la consumación. Espera con paciencia y vuelve a comenzar la aventura de la fe. Atrévete a arriesgar, abandonándote a lo imprevisto de Dios, bajo la guía de su Espíritu, sin vacilaciones. Esta es la fidelidad que se experimenta a través del crisol del tiempo (M. Magrassi, Atterrati da Cristo, Noci 81991, pp. 98-100, passim).

 

 

 

Día 26

 Viernes de la 12ª semana del Tiempo ordinario o San Pelayo

Liturgia de las Horas de hoy

          Pelayo (o Paio), nació en Galicia en la actual diócesis de Tui-Vigo en el año 911, probablemente en la parroquia de Albeos. El cual confesando la fe católica, por órden de Abderramen, rey de los sarracenos, fue despedazado miembro por miembro con unas tenazas de hierro, consumando así gloriosamente su martirio.

          Eran los duros tiempos en los que España sentía sobre si el duro peso de la dominación musulmana, que tan poco aprecio siente por la virtud de la castidad. Y, de en medio de este mundo, Dios iba a elegir para si la flor pura del alma de Pelayo, cuando apenas si se había abierto a la vida. Junto con su tío, el obispo de Tui Hermigio fue apresado y llevado a Córdoba a raíz de la batalla de Valdejunquera, del año 920, permanece como rehén a fin de facilitar la liberación de su ilustre tío que a su retorno a Galicia debía conseguir una fuerte suma convenida.

          Allí, el califa se sintió torpemente atraído por la esbelta figura del muchacho de catorce años, horrorizado éste más por la monstruosidad de la proposición que por los posibles castigos que supondría su negativa, antepuso el amor de Dios a las seducciones del mundo y guardó el corazón limpio. Recibió el martirio el día 26 de junio del año 925. La sangre de los mártires ha hecho germinar siempre aquella tierra que ha recibido su riego, de ahí que el cuerpo sin vida del joven Pelayo haya recibido el culto desde muy pronto con gran respuesta de gracias por su parte. En un principio fue trasladado de Córdoba a León, pasando más tarde a Oviedo, donde recibe veneración en el monasterio de San Benito que lleva su nombre. Es Patrono del Seminario Menor de Tui.

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 17,14-5.9-10.15-22

1 Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: -Yo soy el Dios Poderoso. Camina en mi presencia con rectitud.

5 No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

9 Y el Señor añadió: -Guardaréis mi alianza tú y tus descendientes de generación en generación.

10 Ésta es la alianza que establezco con vosotros y con tus descendientes, y que habéis de guardar: circuncidad a todos los varones.

15 Dijo también Dios a Abrahán: -A tu mujer, Saray, ya no la llamarás Saray, sino Sara.

16 Yo la bendeciré y haré que te dé un hijo; la bendeciré y haré que se convierta en un pueblo numeroso y que de ella surjan reyes.

17 Cayó Abrahán rostro en tierra y se puso a reír pensando para sí: ¿Puede un hombre de cien años tener un hijo, y Sara ser madre a los noventa?

18 Y dijo Abrahán a Dios: -Me basta con que mantengas vivo a Ismael en tu presencia.

19 Pero Dios replicó: -Te digo que Sara, tu mujer, te dará un hijo; lo llamarás Isaac, y yo estableceré con él y con sus descendientes una alianza perpetua.

20 En cuanto a Ismael, acepto tu súplica: Yo lo bendigo; lo haré fecundo y lo multiplicaré inmensamente; engendrará doce príncipes y yo haré de él un gran pueblo.

21 Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que te dará Sara el año próximo por estas fechas.

22 Cuando Dios terminó de hablar con Abrahán, se marchó de su lado.

 

*+ El capítulo 17, del que están tomados los versículos que hemos leído, ha sido definido no como un relato, sino como una construcción literaria estructurada como relato a fin de dar un sentido propio a la circuncisión, práctica que se sigue en muchos pueblos.

Dios se autopresenta a Abrahán y le pide que camine en su presencia con rectitud, siendo completamente suyo. La alianza con Dios no está concebida, en efecto, como un código de leyes, sino más bien como respuesta humana que abarca toda la existencia. Abrahán se postra ante su Señor y recibe la renovación de la promesa de una descendencia numerosa. Dios le cambia también el nombre, acción que indica la soberanía de Dios respecto a Abrahán y marca una nueva estación en la vida del patriarca. Será «padre de una muchedumbre de pueblos».

El cambio de nombre de Sara tiene también un valor teológico: ella es ahora la destinataria de una bendición relacionada con la fecundidad. La reacción de Abrahán en los w. 17ss resulta extraña después de la postración solemne del v. 3, pero atestigua también el realismo de la trama de fe e incredulidad que teje la vida de todo creyente. El sentido común humano se levanta frente a lo imposible de Dios: está ya Ismael, que puede ser muy bien el destinatario de la bendición. Ahora bien, una vez más, los caminos de Dios no son nuestros caminos. La alianza está reservada precisamente a Isaac, al «hijo de la risa», que constituye -de muchos modos- una elocuente figura de Jesús, el verdadero Hijo de la promesa, que alegró a Abrahán (cf. Jn 8,56) con la esperanza de ver su día.

 

Evangelio: Mateo 8,1-4

1 Cuando Jesús bajó del monte, le siguió mucha gente.

2 Entonces se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: -Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Jesús extendió la mano, le tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra.

4 Jesús le dijo: -No se lo digas a nadie, pero ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que tengan constancia de tu curación.

 

**• El capítulo 8 de Mateo abre la serie de los milagros de curación de Jesús, milagros que muestran su autoridad, superior a la de los maestros de la Ley y dotada de un carácter sacerdotal. La primera intervención de Jesús es la purificación de un leproso, es decir, de una persona que, en cuanto afectada por la máxima modalidad de impureza, era considerada como excomulgada. Por consiguiente, se le impedía no sólo la convivencia con los hombres, sino también la comunión con Dios. Los evangelios, en efecto, a propósito de los leprosos, hablan siempre de «purificar», de «limpiar», no de «curar». Jesús deja que el leproso -que, a causa de su enfermedad, debería mantenerse a distancia de todos y gritar: «¡Impuro, impuro!»- se le acerque. Jesús es sacerdote y médico: no teme el contacto con la impureza y sana al leproso. Ahora bien, para que éste sea reintegrado en la asamblea de Israel, es preciso que el sacerdote lo declare limpio y lleve a cabo el rito de la purificación (Lv 14).

Jesús le envía, por tanto, a presentar la ofrenda en el templo, mostrando con ello que ha venido no a abrogar la ley, sino a llevarla a su plenitud. Curar la lepra es una acción exclusiva de Dios, señor de la vida y de la muerte. ¡Jesús es el Señor! El leproso curado, que manifiesta su fe en Jesús, Señor y Salvador, es figura de todo hombre que acude a Jesús para recibir el don de la vida, libre por fin de la muerte. Cristo ha venido precisamente a decirnos a cada uno de nosotros: «Quiero, queda limpio».

 

MEDITATIO

Dios ha creado al hombre para hacer con él un camino pleno y total. A Abrahán le mandó: «Camina en mi presencia con rectitud», o mejor aún, sé todo mío. En efecto, sólo a través de esta pertenencia puede realizarse plenamente el hombre a sí mismo y gozar de la felicidad que Dios ha pensado para él. Pero nadie puede acercarse a la santidad de Dios sin haber sido purificado, porque el hombre lleva inscrita en su corazón la carcoma de la rebelión, de la autosuficiencia; en suma, del pecado. En el Antiguo Testamento, la lepra era el símbolo de la impureza radical del hombre frente a la santidad de Dios. El milagro propuesto en el evangelio de Mateo representa no tanto una curación como una purificación ontológica y radical de aquel hombre llevada a cabo por Jesús. Sólo él, el Santo de Dios, venido a asumir nuestro pecado, está en condiciones de realizar todo lo que al hombre, con su única fuerza, le resulta imposible.

Nosotros no somos capaces de caminar con integridad ante Dios si Jesús no interviene con su voluntad de bien y de salvación para hacernos santos, para hacernos participar de su misma filial pureza y belleza. Para eso ha venido, para eso ha muerto. Ahora bien, ¿queremos de verdad que nos sane?

 

ORATIO

Señor, Dios compasivo y lento a la ira, por amor a Abrahán, por amor a todos los humildes, los puros, los justos de todos los tiempos y de todos los lugares, ten piedad de mí; purifícame de toda culpa y revísteme de tu santidad e inocencia, para que siempre esté dispuesto a seguirte a todas partes, dando testimonio de la alegría con la que colmas a los que acogen tu misericordia.

 

CONTEMPLATIO

Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos y con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo.

Pensad en los tesoros de su benignidad, pues, habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia; y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una vida fecunda.

Luego, se presentó él mismo, y clamaba con su propia voz: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados y les liberó en un instante de sus ansiedades: la Palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el hombre nuevo floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a ser sagrado y piadoso. Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor; contemplemos los evangelios y, al ver allí, como en un espejo, aquel ejemplo de diligencia y benignidad, tratemos de aprender estas virtudes. Allí encuentro, bosquejada en parábola y en lenguaje metafórico, la imagen del pastor de las cien ovejas que, cuando una de ellas se aleja del rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar tranquilamente, sino que sale en su busca, atraviesa valles y bosques, sube montañas altas y empinadas y va tras ella con gran esfuerzo, de acá para allá por los yermos, hasta que encuentra a la extraviada. Y, cuando la encuentra, no la azota ni la empuja hacia el rebaño con vehemencia, sino que la carga sobre sus hombros, la acaricia y la lleva con las otras, más contento por haberla encontrado que por todas las restantes. Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen.

Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor es un pastor como los demás, sino que significan algo más. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando están en peligro, ni seamos remisos en ayudarles, sino que, cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente (Asterio de Amasea, Homilía sobre el arrepentimiento, en PG 40, col. 356).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por eso, Señor, canto himnos de alegría a tu nombre» (Sal 17,50b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tal vez no nos demos cuenta de la grandeza y de la novedad de este hecho respecto a las religiones no bíblicas y a las diferentes filosofías: que Dios se manifiesta exclusivamente como Dios de alguien. No es el Dios del cielo, no es el Dios del país, sino el Dios de un arameo errante, es decir, de un hombre que no tiene patria y es extranjero en todas partes. Este hombre es tan querido por Dios que éste, en cierto sentido, toma su nombre.

En efecto, ¿qué significa «Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob», sino que Dios tiene un nombre sólo en referencia a aquellos a quienes ama? La historia de los patriarcas, y sobre todo la de Abrahán, nos muestra que éstos aceptaron sin vacilar a este Dios tan cercano y, al mismo tiempo, tan huidizo...

El Dios de Abrahán es la única divinidad del mundo antiguo sin rostro ni figura, pero también la única que habla y escucha. El Dios de Abrahán es, en efecto, el Dios que habla a Abrahán y al que Abrahán puede hablar. Mientras que todo el Antiguo Testamento desanima cualquier propósito de ver a Dios, está recorrido por la llamada divina: Stema', escucha. Si la visión de Dios no podía resolverse más que en la muerte, oírle es y sigue siendo misterio de alianza: la Palabra de Dios es oída por aquel que es objeto del amor divino. Y es oída porque Dios la pone en su corazón (Dt 30,14). Esta intimidad es recíproca: también Dios escucha, también Abrahán habla. No sin razón, cuando leemos con «delicadeza» el Antiguo Testamento tenemos la impresión de que Dios está siempre atento. Los profetas no cesan de manifestar el ansia que tiene Dios de ser verdaderamente, en cada generación, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob: «"¡Quiero contarte entre mis hijos, regalarte una tierra de delicias, la heredad más preciosa entre las naciones!" Pensaba: "Me llamarás Padre y no te separarás de mí"» (Jr 3,19) (P. de Benedetti, Ció che tarda verrá, Magnano 1992, pp. 52-55, passim).

 

 

Día 27

Sábado de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 18,1-15

En aquellos días,

1 el Señor se le apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, cuando estaba sentado ante su tienda a la hora del calor.

2 Alzó los ojos y vio tres hombres que estaban de pie delante de él. En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda

3 y, postrándose en tierra, dijo: -Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo.

4 Haré que os traigan agua para lavaros los pies y luego descansaréis bajo este árbol.

5 Voy a buscar un bocado de pan y así os repondréis antes de seguir adelante, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo. Ellos respondieron: -Haz como has dicho.

6 Abrahán fue de prisa a la tienda donde estaba Sara y le dijo: -Toma en seguida tres medidas de harina, amásalas y haz unos panecillos.

7 Luego fue corriendo a la vacada, tomó un becerro tierno y cebado y se lo dio a su siervo, que a toda prisa se puso a prepararlo.

8 Tomó después requesón, leche y el becerro ya preparado y se lo ofreció. Él se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían.

9 Ellos le preguntaron: -¿Dónde está Sara, tu mujer? Él respondió: -En la tienda.

10 El huésped le dijo: -Bien, dentro de un año volveré a verte y para entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo. Sara estaba escuchando a la entrada de la tienda detrás del que hablaba.

11 Abrahán y Sara eran muy viejos, y Sara no tenía ya la menstruación.

12 Así que Sara se echó a reír pensando en sus adentros: «Estando ya consumida, ¿voy a sentir placer con un marido tan viejo?».

13 Pero el Señor dijo a Abrahán: -¿Por qué se ha reído Sara diciendo: «Cómo voy a ser madre siendo tan vieja»?

14 ¿Hay algo imposible para el Señor? El año que viene por estas fechas volveré a verte y Sara tendrá un hijo.

15 Sara lo negó y dijo llena de miedo: -Yo no me he reído. Pero el otro dijo: -Sí que te has reído.

 

**• La liturgia nos propone hoy una página bellísima en la que se funden, de manera armoniosa, dos temas entrañables para la literatura extrabíblica: la visita de una divinidad y la promesa de un hijo a una pareja estéril (cf. también Jue 13,8ss). El nacimiento preanunciado aparece en este texto precisamente como don en pago a la gratuita hospitalidad ofrecida a tres misteriosos personajes.

El punto más difícil es establecer la relación entre estas figuras y YHWH. Los intérpretes, judíos o cristianos, han intentado comprender la razón de que el texto hable unas veces de «tres hombres», con sus respectivos verbos en plural, y otras de uno solo, o de Dios. La tradición midrásica identifica a los tres huéspedes con tres ángeles y atribuye a cada uno una función específica: Gabriel anuncia el nacimiento de Isaac; Miguel, la destrucción de Sodoma; Rafael cura a Abrahán después de la circuncisión. De todos modos, para el narrador, los ángeles son una manifestación de YHWH, una manifestación que ha sido leída con facilidad en clave cristiana como una velada anticipación del misterio trinitario.

La primera parte del relato (w. 1 -8) presenta a Abrahán como modelo de hospitalidad, pero el punió de interés de la narración se encuentra en la segunda parte (vv. 9-16), que está centrada en la risa de Sara ante la promesa de un hijo. En efecto, la mujer, ante el imposible nacimiento proyectado por Dios, cuando han desaparecido las condiciones humanas que lo harían posible, se manifiesta incrédula. Su escepticismo la convierte en figura de todo creyente puesto ante el misterioso obrar del Altísimo, puesto que, tal como se afirma en el v. 14 de este mismo texto: «¿Hay algo imposible para el Señor?». El «sí» de Dios al hombre choca con la mentira de la criatura, que no solamente no cree, sino que tiene asimismo miedo de asumir la responsabilidad de sus propios actos frente a Dios y entonces, como un niño, miente.

El relato, que se abrió con una visita de Dios al hombre, una visita portadora de vida precisamente a un lugar en el que faltaba la fecundidad, prosigue con la mentira del hombre, que no sabe abrirse al don de manera espontánea. Y este relato termina haciendo oir, exactamente un año después, la risa clara del pequeño Isaac, casi para recordar que Dios es magnánimo y mantiene su palabra sonriendo ante la incredulidad del hombre.

 

Evangelio: Mateo 8,5-17

En aquel tiempo,

5 al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole:

6 -Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente.

7  Jesús le respondió: -Yo iré a curarlo.

8 Replicó el centurión: -Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano.

9 Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve!, y va; y a otro: ¡ven!, y viene; y a mi criado: ¡haz esto!, y lo hace.

10 Al oírle, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: -Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande.

11 Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del Reino de los Cielos,

12 mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

13 Luego dijo al centurión: -Vete y que suceda según tu fe. Y en aquel momento el criado quedó sano.

14 Al llegar Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste acostada con fiebre.

15 Jesús tomó su mano y la fiebre desapareció. Ella se levantó y se puso a servirle.

16 Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos.

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

 

*»• El evangelista Mateo, tras la curación de un leproso, presenta como segundo milagro de Jesús la curación de un pagano. En esta narración se pone de manifiesto, en particular, la condición necesaria para que Dios obre respecto a nosotros: la fe. El centurión presentado por Mateo es un oficial subalterno que manda sobre la guarnición del presidio de Cafarnaún, una pequeña ciudad de cierta importancia en aquellos tiempos. Jesús -al ser interpelado- responde probablemente con una frase interrogativa: «¿Tengo que ir a curarlo?». Sin embargo, la fe del centurión es firme, y, frente a una posible resistencia de Jesús, dado que él era pagano, considera que el Señor, con una sola palabra, puede llevar a cabo el milagro. En efecto, como oficial, sabe lo que significa obedecer a una palabra y cree que Jesús tiene autoridad para sanar también a distancia.

«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra...» Maravillosa afirmación que, desde entonces, continúa resonando en la boca de los creyentes, llamados a acoger como huésped al Señor en el misterio eucarístico. Jesús exalta esta actitud de humildad y de fe, y acepta llevar a cabo lo que se le ha pedido, afirmando de manera abierta que la fe anula toda distinción entre judíos y paganos. Añade incluso que serán excluidos del Reino todos aquellos que, aun perteneciendo a la raza de Abrahán, no crean en el Hijo del hombre.

Viene, a continuación, el episodio relacionado con la suegra de Pedro. Se trata de una mujer y, por consiguiente, de la tercera categoría de personas excluidas de la plena participación en el culto de Israel. En el relato de Mateo no están presentes los personajes secundarios que dan vivacidad a la narración de Marcos (1,29-31). Aquí es Jesús quien parece entrar por sí solo en la casa de Pedro, ve a la suegra, se le acerca y le coge la mano. Es sorprendente, sobre todo, el hecho de que la mujer, tras levantarse del lecho, se ponga a servirle de inmediato. Según algunos exégetas, esa precisión nos ayuda a comprender que, con Jesús, ha cambiado el culto: también la mujer puede ofrecer un servicio personal y directo a su Señor. Ha sido curada, en efecto, para servir a los hermanos.

        El pasaje se cierra observando que le llevaron muchos a Jesús y que éste los curó a «todos». La suya es una autoridad absoluta, que está dotada del poder de curar con una palabra, con un simple contacto, y hace al hombre - a todo hombre- idóneo para servir al Señor, algo que es consecuencia del hecho de que Jesús se hizo cargo de nuestros males en la cruz. En efecto, quien ama, carga con el mal del amado. ¿Y quién nos ha amado más que Jesús?

 

MEDITATIO

«¿Hay algo imposible para el Señor?» (Gn 18,14). Son las mismas palabras que encontramos en el evangelio de Lucas en el momento del anuncio a María. Nuestro sincero deseo de adherirnos al Señor, de creer en él, se queda siempre corto comparado con la imprevisible iniciativa de Dios. Abrahán, padre de los creyentes, levanta los ojos y acoge con premura la inesperada visita de tres misteriosos personajes...

Y Dios entra así en la tienda nómada del patriarca y se deja hospedar. Un día, en la plenitud de los tiempos, volverá a estar entre los hombres, pero deberá nacer en un establo. Abrahán les lleva agua a sus huéspedes para que se puedan lavar los pies. Un día, Jesús mismo será quien lave humildemente los pies a sus discípulos. El mismo Abrahán corre a la vacada para matar un becerro tierno y cebado. Así hará el Padre -en la parábola evangélica- en el regreso del hijo que se había marchado lejos de su amor. Abrahán ofrece pan a sus huéspedes; Dios mismo nos ofrecerá a los hombres el Pan verdadero, bajado del cielo, para que al comerlo tengamos la vida en abundancia. Abrahán dispone el reposo de sus huéspedes a la sombra del árbol. También el Padre hará reposar a sus hijos debajo del árbol de la cruz. Al viejo Abrahán, anciano y solo, se le ofrece como don el hijo de la risa. También el Padre nos dará otro Isaac, nacido de una Madre virgen; sobre él serán cargados los pecados de todos; maltratado, padecerá en silencio el escarnio. ¿Hay, en efecto, algo imposible para el Señor?

 

ORATIO

Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero sé que tú no esperas, para venir, a que yo esté preparado para acogerte. Me sorprendes -como a Abrahán en la hora de más calor, en la hora de la fatiga, del cansancio, cuando ya no puedo más, y me pides –sin proferir palabra- que te acoja en alguien que viene a mi tienda.

Concédeme un corazón hospitalario, concédeme la inteligencia del amor que sabe intuir las necesidades del otro antes de que se las manifieste. Hazme capaz de escuchar, de perder mi tiempo, de salir de mí mismo para hacerte sitio a ti, que vienes sin decirme tu nombre. Sólo así entraré en el movimiento de la caridad y sabré reconocer en el otro tu visita, que hace fecunda y creativa mi esterilidad, que hace arder mi egoísmo en el fuego de tu amor y que me convierte, para los hermanos, en un signo de tu amable sonrisa y de tu compasión.

 

CONTEMPLATIO

El sacramento de la eucaristía tiene la virtud de suscitar en nosotros la oración devota, una oración que llega a Dios y obtiene lo que pide. Este sacrosanto misterio es un misterio de eterna novedad.

Jesucristo instituyó este sacramento porque su amor iba más allá que todas las palabras. Como ardía de amor por nosotros, quiso darse del todo a nosotros, y se puso allí dentro todo y para siempre, hasta la consumación de los siglos. Lo hizo para permanecer del todo con nosotros, siempre con nosotros. Si nosotros pudiéramos ver con un ojo puro, con cuánta reverencia nos acercaríamos a este sacramento, con cuánta humildad lo acogeríamos dentro de nosotros. Me parece que ningún alma que haya considerado bien esos misterios puede conservar en ella la rigidez del orgullo.

Este sacramento ha sido instituido por la Santa Trinidad en su infinita bondad, a fin de que, al mismo tiempo, la acogiéramos dentro de nosotros y fuéramos acogidos por ella, la lleváramos en nosotros y fuéramos llevados por ella. El Dios increado, que desciende en este sacramento con toda la perfección de su divinidad y de su humanidad, es la misma riqueza colmada que no puede dejar de dar.

En consecuencia, es preciso que vayamos hacia tanto y tal bien con un alma reverente, es preciso que nos acerquemos a la mesa de la eternidad con temor y temblor y, sobre todo, con un amor ardiente y dilatado. Pero también como a una fiesta gozosa, porque ramos hacia Aquel que es la suma belleza, alegría y dulzura de amor (Ángela de Foligno, // libro delle mirabili visioni, consolazioni e istruzioni, Florencia 1925, pp. 293-304, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y exulta mi espíritu en Dios, mi salvador» (Le 1,46).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Refieren los evangelios que Jesús estaba animado por la compasión: el sufrimiento producía un impacto en su cuerpo y en su afectividad. Su corazón sangraba ante las personas pobres, rechazadas, abandonadas y oprimidas. Sufría y sufre con todos los apenados, sea cual sea su clase social, adscripción religiosa o nacionalidad.

Jesús era un hombre de relación y de comunión: buscaba contactos personales, tocaba a las personas, las cogía de la mano, llamaba a cada uno a la confianza y a la fe, miraba a cada uno, amaba a cada uno, con todo su sufrimiento y su pobreza, revelándole su belleza y la predilección que Dios siente por él. Jesús cura al criado de un centurión romano (¡un enemigo, un pagano!). Admira la confianza y la fe que aquel oficial tenía en él: «Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande» (Le 7).

El corazón traspasado de Jesús está abierto a todos los que se sienten angustiados, culpables; a todos los que tienen sed de vida, de amor, de acogida. Viene a curar, a salvar, a liberar, a dar reposo, a permitir a cada uno, mediante la fe, ponerse en pie, ver, sentir y amar. La compasión de Jesús es la compasión del perdón. Tanto entonces como ahora, había muchas personas encerradas en la culpa, en una sensación de carecer de valor, y su corazón y su espíritu estaban destrozados. Tenían miedo de Dios, miedo de ser castigados, rechazados. Jesús vino a revelar el rostro misterioso de Dios, un Dios cuyo único deseo es revelar el amor y la comunión, no un Dios que condena y castiga. Perdonar es volver a llamar al otro y hacerle comprender que es amado, que es querido, que es importante para nosotros; perdonar es liberar de una imagen de uno mismo arruinada, destrozada por los sentimientos de culpa. Perdonar es volver a encontrar el abrazo de paz, el abrazo de la alianza, y celebrar la unidad (J. Vanier, Gesú, il dono dell'amore, Bolonia 1994, pp. 49-54, passim [edición catalana: Jesús, el do de l'amor, Editorial Claret, Barcelona 1994]).

 

 

 

Día 28

13° domingo del tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 1,13-15; 2,23-24

1,13 Dios no ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos.

14 Él lo creó todo para que subsistiese, y las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el imperio del abismo reina sobre la tierra.

15 Porque la justicia es inmortal.

2,23 Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propio ser;

24 mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y tienen que sufrirla los que le pertenecen.

 

**• El contexto literario en el que se encuentran estos versículos es el típicamente sapiencial de la comparación entre el justo y el impío. En particular en el capítulo 2 describe el autor bíblico la actitud de los malvados de una manera maravillosa. Les hace hablar en primera persona, dejando que sus mismas «vanidades» les condenen: «Discurriendo equivocadamente, dicen: "Corta y triste es nuestra vida, no hay remedio para el hombre cuando llega su fin; de nadie sabemos que haya vuelto del abismo. Vinimos al mundo por obra del azar, y después será como si no hubiéramos existido"» (vv. lss).

Así pues, la existencia que no tendrá fin de la que se habla en la lectura de hoy (l,14ss: la vida con Dios que se contrapone a la muerte espiritual) es algo que depende directamente de la «justicia» del hombre, es decir, de su actitud hacia la vida entendida como don de Dios: el justo, o bien el sabio, es el que se reconoce como criatura salida de las manos del Señor y necesita siempre de su ayuda, el que le «busca con corazón sincero» (1,1) y no razona de manera ambigua (cf. 1,3), buscando pretextos para hacer prevalecer su propia fuerza y su propio derecho sobre todo y sobre todos (cf. 2,10ss). Los que así piensan y actúan pertenecen al diablo (cf. v. 23), término con el que por vez primera en la Biblia se alude a la serpiente tentadora de Gn 3. El recurso a la imagen genesíaca proyecta el discurso sapiencial sobre el fondo de lo que fue en el origen, o bien forma parte constitutiva de la naturaleza humana, de la lucha entre la vida y la muerte que se desarrolla, en primer lugar, en el corazón de cada hombre.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 8,7.9.13-15

Hermanos:

7 Puesto que sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de solicitud y hasta en el cariño que os profesamos, sed también los primeros en esta obra de caridad.

9 Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.

13 Y tampoco se trata de que, para alimentar a otros, vosotros paséis estrecheces, sino de que, según un principio de igualdad,

14 vuestra abundancia remedie en este momento su pobreza, para que un día su abundancia remedie vuestra pobreza. De este modo reinará la igualdad,

15 como dice la Escritura: A quien recogía mucho, no le sobraba, y al que recogía poco, no le faltaba.

 

**• Los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios están dedicados a desarrollar el motivo de la colecta en favor de los hermanos necesitados de la Iglesia de Jerusalén. Pablo alterna el estilo exhortativo, destinado a animar y estimular a los corintios para que lleven a cabo esta obra buena, con el demostrativo, que es el adecuado para fundamentar su petición en el ser mismo de Dios en Cristo Jesús.

De ahí que, en el interior de nuestro pasaje, resulte central la afirmación del v. 9, que hace las veces de motivo cristológico sobre el que reposa toda la argumentación: el acontecer terreno de Jesús enseña a cada cristiano que la vida es fruto del expolio de sí mismo y que la resurrección se da a través de la muerte. Ahora bien, los cristianos de la Iglesia de Corinto experimentan en propia persona la gracia de vida que nace de ese amor a los hermanos que no se alimenta sólo de palabras o de buenas intenciones (Pablo alude otras veces a la intención expresada por los corintios hace más de un año, pero que nunca se había llevado a cabo: cf. 8,10; 9,2-4), sino que se vuelve activo pasando a través de la renuncia a algo que pertenezca a nosotros mismos, un amor que obra a causa de la necesidad que ve en el hermano.

 

Evangelio: Marcos 5,21-43

En aquel tiempo,

21 al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.

22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies

23 y le suplicaba con insistencia, diciendo: -Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.

24 Jesús se fue con él. Mucha gente le seguía y le estrujaba.

25 Una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años

26 y que había sufrido mucho con los médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor,

27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto.

28 Pues se decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, quedaré curada».

29 Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y sintió que estaba curada del mal.

30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó: -¿Quién ha tocado mi ropa?

31 Sus discípulos le replicaron: -Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién te ha tocado?

32 Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho.

33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad.

34 Jesús le dijo: -Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal.

35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga diciendo: -Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.

36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga: -No temas; basta con que tengas fe.

37 Y sólo permitió que le acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

38 Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos,

39 entró y les dijo: -¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.

40 Pero ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que le acompañaban y entró donde estaba la niña.

41 La tomó de la mano y le dijo: -Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate).

42 La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía doce años. Ellos se quedaron atónitos.

43 Y él les insistió mucho en que nadie se enterase de aquello y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

*+• El evangelio de hoy, tanto si se lee en la versión breve (vv. 21-24.35-43) como en la integral, se articula esencialmente en torno a los motivos de la salvación/ vida y de la fe. La situación inicial, en los dos casos que se narran, es la de una imposibilidad reconocida para salvar por parte de los hombres: tanto la niña como la mujer han sido tratadas inútilmente por la ciencia médica, hasta el punto de que la primera «está agonizando» y la segunda sólo ha conseguido empeorar. Para una persona razonable sólo queda una posibilidad: recurrir a Dios, que es el Señor de la vida, el Dios de los vivos (cf. 12,27).

En el caso de la mujer que llevaba enferma doce años, Jesús realiza una doble liberación. Por un lado, la curación física completa e inmediata y, al mismo tiempo, la liberación de un estado de subordinación social y religiosa en el que se encontraba obligada a vivir, dada su condición de mujer «impura», según la ley del Antiguo Testamento. La cosa tiene lugar en el mismo momento en el que Jesús plantea una pregunta que parece absurda: «¿Quién ha tocado mi ropa?» (v. 30), moviendo interiormente a la mujer a la que acaba de curar a salir al descubierto o bien a realizar un ulterior acto de fe en un Dios que no condena, que cura para dar la vida en plenitud. Así pues, la «fe que salva» (v. 34) no es sólo la que se manifiesta en el hecho de tocar el manto del Señor, sino también la que hace una abierta proclamación de la justicia de un Dios que socorre a los humildes y a los oprimidos, sea cual sea el nombre que la ley o la costumbre de los hombres les impone. Jesús ha restituido ahora a la mujer no sólo la salud, sino la dignidad de persona y la vuelve portadora de la verdad de Dios.

También la curación de la hija de Jairo se convierte en ocasión para la superación de una serie de obstáculos: la muerte, que se presenta en el camino de Jesús y sus discípulos hacia la casa del jefe de la sinagoga, y sobre todo la oposición de los que dicen: «Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro» (v. 35), que es como decir: «No hay nada que hacer...». Serán los mismos que celebren el funeral judío, con gran alboroto de flautas y lamentos, en torno al cuerpo de la niña, que para ellos ya es sólo un cuerpo de muerte. Frente a esta acendrada convicción (¿qué hay en este mundo más seguro que la muerte?), las palabras de Jesús aparecen como algo absurdo, como una trágica burla (cf. vv. 39ss), a menos que estemos dispuestos a confiar en él, como Jairo, a poner toda la confianza en su amor que no decepciona.

 

MEDITATIO

Las tres lecturas de hoy presentan como en un díptico la doble actitud del hombre frente a la revelación de Dios, una revelación que tiene que ver con la Vida, con la Vida que no pasa, plenitud de la comunión con él. El retrato de los necios/impíos hecho por los dos primeros capítulos del libro de la Sabiduría goza de una actualidad impresionante. En sus palabras se refleja plenamente la convicción de los que consideran la vida del hombre como algo absurdo, como algo que carece de todo sentido: «El hombre aparece echado en medio de la existencia como un par de dados. Todo en la vida parece obra de la casualidad: he sido elegido por casualidad, debo comportarme al azar, desapareceré al azar...» (G. Prezzolini). La vida no es otra cosa que un camino hacia la muerte, la única meta cierta de nuestro humano andar.

Las posibilidades frente al anuncio de que aquí no hay muerte, sino sólo un sueño que espera la resurrección, parecen ser también sólo dos en el Evangelio, y se manifiestan como dos movimientos opuestos (uno en dirección a la casa, para salvar; el otro es el de los que ¡Dientan bloquear la venida de Jesús): está la decisión del que tiene fe en la Palabra del Señor y es admitido a contemplar el milagro de la vida, y está el juicio del que considera esta Palabra como algo absurdo, quedándose a su vez prisionero de la muerte, de esa muerte para la que no hay resurrección.

En la carta de Pablo, el apóstol proyecta una luz nueva sobre el tema de la plena participación en la vida de Dios: el amor compartido en la solidaridad concreta es lo que nos permite participar en el don de la resurrección.

 

ORATIO

Oh Padre, reconocemos que tú has creado todo para la vida: has puesto en nosotros el germen divino de tu creación fecunda. A nosotros, los esposos, nos has concedido experimentarlo en el engendramiento de los hijos; a quienes se consagran a tu amor les has entregado la bendición para los pobres de la tierra; a los sacerdotes, el poder del cuerpo roto y de la sangre derramada de tu Hijo. Te pedimos hoy, Señor, que nos hagas una sola cosa en el amor, para que podamos alimentar en la mesa de la eucaristía todo lo que somos: nuestra mente, con el recuerdo de tu vida entregada en la cruz; nuestro corazón, dilatado por tu amor por cada hombre; nuestro cuerpo, consumido por la impaciencia de la caridad activa. Y, transformados de este modo, día tras día, a la medida de tu Hijo sacrificado, podremos saborear la bondad infinita de la vida.

 

CONTEMPLATIO

«¿Qué acuerdo puede haber entre Cristo y Beliar? ¿Qué relación entre el creyente y el incrédulo?» (2 Cor 6,15). Los mismos paganos, que tampoco creen en la resurrección, acaban por encontrar argumentos de consolación y dicen: «Soporta con coraje; no es posible eliminar cuanto ha sucedido, y con las lágrimas no ganas nada». Y tú, que escuchas palabras tanto más sublimes y consoladoras que éstas, ¿no te avergüenzas de comportarte de un modo más inconveniente que los paganos?

Nosotros no te exhortamos a soportar la muerte con firmeza, dado que ésta es inevitable e irremediable; al contrario, te decimos: «Ánimo, es absolutamente cierto que existe la resurrección: la niña duerme, no está muerta; reposa, no está perdida para siempre». Están dispuestas, efectivamente, para acogerla la resurrección, la vida eterna, la inmortalidad y la heredad misma de los ángeles. ¿No oyes el salmo que dice: «Alma mía, recobra la calma, que el Señor te ha agraciado » (Sal 116,7)? Llama Dios «gracia» a la muerte ¿y te lamentas? (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 31,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú cambiaste mi luto en danzas» (Sal 30,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si tuviera que vivir sesenta, setenta, noventa años como máximo, ¿de qué me aprovecharía? Cuando la vida es dura, ya es demasiado larga. Cuando es agradable, resulta demasiado corta. No he sido hecho para esto. Estoy hecho para la Vida, la Vida sin más ni menos. Y la vida no es la Vida si tiene que verse truncada un día. No, la Vida dura para siempre; de otro modo, no es la Vida. Justamente porque la muerte se ha infiltrado en mi cuerpo y tiende continuamente trampas a mi vida, ha decidido Dios venir él mismo entre nosotros para poner fin a esta intolerable injerencia en su obra, para hacer frente al asesino y eliminarlo de una vez por todas, en un implacable cuerpo a cuerpo [...]. Desde aquel día la muerte ya no es la muerte. Un perro puede morir, un árbol también, incluso una estrella. Pero el corazón del hombre no puede morir. Es imposible [...].

El embrión crece, alimentado de continuo por su madre. La sangre de Cristo alimenta en ti la Vida eterna, como afirma el sacerdote mientras introduce en el cáliz un fragmento de la hostia.

Así crece esta vida en ti por sí sola, como la semilla, sin que ni siquiera te des cuenta, con la sola condición de que sea continuamente alimentada. ¿Qué dice Jesús después de haber despertado a la pequeña de doce años y de haberla puesto en los brazos de su madre, que la creía muerta? «Dadle un pedazo de pan para comer». Es él mismo quien le da ese pedazo de pan para que morir sea sólo un dormirse. ¡Que ría también el mundo! ¿Acaso tiene un niño miedo de dormirse? ¿Es triste dormirse? (D. Ange, Le nozze di Dio dove il povero é re, Milán 1985, pp. 251 ss).

 

 

Día 29

San Pedro y san Pablo (29 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el colegio apostólico. A Simón Pedro, pescador de Betsaida (cf. Le 5,3; Jn 1,44), Jesús le llamó Kefas- Piedra y le dio el encargo de guiar y confirmar a los hermanos, a pesar de su frágil temperamento. Su característica distintiva es la confesión de la fe. Es uno de los primeros testigos del Jesús resucitado y, como testigo del Evangelio, toma conciencia de la necesidad de abrir la Iglesia a los gentiles (Hch 10-11).

Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.

Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 12,1-11

1 Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia.

2 Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan,

3 y, viendo que este proceder agradaba a los judíos, se propuso apresar también a Pedro. En aquellos días se celebraba la fiesta de pascua.

4 Así que lo prendió, lo metió en la cárcel y encomendó su custodia a cuatro escuadras de soldados, con intención de hacerle comparecer ante el pueblo después de la pascua.

5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia oraba por él a Dios sin cesar.

6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerle comparecer, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, mientras dos guardias vigilaban la puerta de la cárcel.

7 En esto, el ángel del Señor se presentó y un resplandor inundó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el costado y le despertó diciendo: -¡Deprisa, levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos.

8 El ángel le dijo: -Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo así, y el ángel le dijo: -Échate el manto y sígueme.

9 Pedro salió tras él, sin darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacía, pues pensaba que se trataba de una visión.

10 Después de pasar la primera y la segunda guardias, llegaron a la puerta de hierro que da a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado.

11 Y Pedro, volviendo en sí, dijo: -Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí.

 

*• Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Le 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Éste tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios manifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario. El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss).

En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5).

Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss

Querido hermano:

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

18 El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, [ha] concluido [su] carrera» (v. 7).

Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa» (v. 8).

La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

*•• La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (vv. 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.

La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).

A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.

 

MEDITATIO

La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef 2,19ss).

Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.

El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.

Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.

La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.

 

ORATIO

Dios omnipotente y eterno, que con inefable sacramento quisiste poner en la sede de Roma la potestad del principado apostólico, para que a través de ella la verdad evangélica se difundiera por todos los reinos del mundo, concede que lo que se ha difundido por su predicación en todo el orbe sea seguido por toda la devoción cristiana (Sacramentarium Veronense, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978, n. 292).

 

CONTEMPLATIO

[...] en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia orando con san Pedro y san Pablo: «El Señor me asistió y me confortó» (2 Tim 4,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad -o mejor aún, la comunidad- de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ib¡ Ecclesia», «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro (R. Cantalamessa, La Parola e la vita, Roma 1978, p. 307).

 

 

Día 30

 Martes de la 13ª semana del Tiempo ordinario o Santos protomártires de la Iglesia Romana

Liturgia de las Horas de hoy

          En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos. Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6).

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 19,15-29

En aquellos días,

15 al despuntar el alba, los mensajeros urgieron a Lot: -Vamos, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, no sea que perezcan en el castigo de la ciudad.

16 Y como él no se decidía, aquellos hombres lo agarraron de la mano a él, a su mujer y a sus hijas y, por la misericordia del Señor, lo sacaron fuera de la ciudad.

17 Mientras lo sacaban afuera, uno de los ángeles le dijo: -Ponte a salvo, no mires hacia atrás ni te detengas en parte alguna; huye a la montaña, para que no perezcas.

18 Respondió Lot: -Eso no, por favor.

19 Tu siervo ha gozado de tu protección y me has tratado con gran misericordia, conservándome la vida. Pero yo no puedo refugiarme en la montaña, porque me alcanzaría la desgracia y moriría.

20 Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña donde me puedo refugiar; permite que me refugie en ella para salvar mi vida.

21 Él respondió: -Bien, acepto tu súplica. No destruiré la ciudad de la que hablas.

22 Pero date prisa y refúgiate allí, porque yo no podré hacer nada hasta que tú hayas llegado. Por eso a aquella ciudad se la llamó Soar.

23 Salía el sol cuando Lot llegaba a Soar.

24 El Señor envió entonces desde el cielo una lluvia de azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.

25 Y destruyó estas ciudades y toda la llanura, todos los habitantes de las ciudades y toda la vegetación del suelo.

26 La mujer de Lot se volvió para mirar atrás y se convirtió en una estatua de sal.

27 Abrahán se levantó muy temprano y se dirigió al lugar donde había estado en presencia del Señor.

28 Volvió la vista hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la llanura y vio la humareda que subía de la tierra; era una humareda como la de un horno.

29 Cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, se acordó de Abrahán, y sacó a Lot de la catástrofe cuando arrasó las ciudades en las que éste había vivido.

 

*+• En el «ciclo de Lot» se recoge una antiquísima explicación del origen de un paisaje espectral situado al sur del mar Muerto y que todavía hoy sorprende e impresiona al visitante. Se trata, probablemente, de una verdadera reliquia histórica de algún desastre natural releída por el narrador en clave teológica. Se perfila aún mejor la contraposición entre la hospitalidad de Abrahán y la falta de hospitalidad de los habitantes de Sodoma.

Lot, que había elegido para él la mejor parte, pierde ahora todo: tierra, bienes, mujer, y sólo tendrá descendencia a través de un incesto con sus hijas; mientras que Abrahán, por haber confiado en la promesa de YHWH, tendrá una descendencia numerosa y poseerá la tierra. El fragmento de hoy se abre con una tensión dramática entre la urgencia de los mensajeros y la duda de Lot, que sigue siendo connotado por el autor del relato de una manera negativa. Sólo su parentesco con Abrahán es el que le hace objeto de «una gran misericordia» por parte del Señor. Dios, en efecto, le concede refugiarse en Soar, una ciudad del valle cuya denominación popular se explica de este modo («Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña»: v. 20).

El relato se cierra con Abrahán contemplando desde lo alto la zona del desastre. Su mirada marca no sólo una antítesis respecto a la mirada curiosa de la mujer de Lot, que queda convertida en estatua de sal; es también la mirada de quien se siente objeto de la «memoria» de Dios que le salva. Así es, porque Dios se acuerda siempre de «su santa alianza, del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán para concedernos que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor, con santidad y justicia en su presencia durante toda nuestra vida» (cf. Lc 2,72-75).

 

Evangelio: Mateo 8,23-27

En aquel tiempo,

23 Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron.

24 De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido.

25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole: -Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Él les dijo: -¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.

27 Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen».

 

**• El fragmento de hoy se abre con una nota que, en su aparente normalidad, encierra un elemento clave para la interpretación de este relato, conocido como milagro de la tempestad calmada. Jesús es el primero en subir a la barca, y sus discípulos le «siguen». El mismo Mateo relee el episodio como figura de la Iglesia, que atraviesa el mar tempestuoso de la historia con la presencia de Jesús, una presencia real, si bien escondida y silenciosa, aunque no por ello la exime de desconciertos

y miedos. Por otra parte, Mateo no habla propiamente de «tempestad», como sí hace, en cambio, el evangelista Marcos en su relato paralelo; usa el término «semós», que tiene un claro sabor apocalíptico: se trata, por consiguiente, de una gran tribulación a través de la cual debe pasar la barca de los discípulos de Jesús. Éstos, aterrorizados, le despiertan gritando: «.¡Señor, sálvanos!» (Kyrie, sóson), una invocación casi litúrgica y muy diferente de la referida por Marcos: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (4,38).

Hay otro detalle particular que nos ayuda a comprender la perspectiva eclesial de Mateo: Jesús - a diferencia del relato de Marcos y de Lucas-, antes de hacer el milagro, regaña a los discípulos por ser «pequeños de fe» (y. 26, literalmente), o sea, por su fe todavía incierta y vacilante. Sólo entonces es cuando Jesús «se levantó, increpó» a los vientos y al mar, como si fueran seres endemoniados (cf. asimismo Me 4,39). El pasaje se cierra con una nota de admiración frente al poder de Jesús, capaz de someter hasta los elementos cósmicos (v. 27). Él, y sólo él, puede dormir en medio de la tempestad porque reposa en el seno del Padre y se despierta en el poder de Dios, que nos salva no de la muerte, sino en la muerte, despertándonos a una vida nueva, resucitada, que durará para siempre.

 

MEDITATIO

Se puede percibir más de una analogía entre las lecturas propuestas por la liturgia de hoy. En ambas se habla de una situación tranquila que padece un cambio imprevisto: el fuego que baja del cielo y el desencadenamiento de los elementos naturales sobre el mar alborotado.

En ambos casos se ofrece al hombre aterrorizado una salvación misericordiosa por parte de alguien que le presta socorro. Ambas situaciones pueden ser tina gran metáfora de la condición humana, del viaje del hombre hacia la salvación, un viaje acechado por una gran cantidad de adversidades que hacen que, con frecuencia, el hombre sienta miedo frente a realidades que le superan, que le aplastan. ¿Y qué miedo es superior al de la muerte? Nosotros sabemos hoy que no estamos solos, y, aunque nos sintamos así, siempre podemos gritar «¡Señor, sálvanos!» a aquel que quiso pasar por nuestras mismas situaciones, que quiso dormir con nosotros el sueño de la muerte, para despertarnos con él en la vida sin fin. Se nos pide que no seamos «pequeños en la fe», que seamos audaces, constantes, perseverantes en la oración.

Estamos seguros, en efecto, de que a quien llame se le abrirá, a quien pida se le dará, y a quien ha sido bautizado en la muerte y resurrección del Señor Jesús no se le arrebatará la vida, sino que simplemente le será cambiada, porque «tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor». Él vino a compartir nuestra condición humana para darnos su paz, su alegría, su plenitud de vida. También nosotros, por tanto, aferrándonos al madero de su cruz, podemos atravesar todos los mares tempestuosos, seguros ahora de llegar incólumes con él a la tierra de los vivos.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú has llevado a cabo por nosotros, de una vez por todas, la gran travesía del mar tempestuoso de la historia apoyando suavemente tu cabeza entre los brazos del Padre en el leño de la cruz. De este modo, abriste para todos nosotros un camino grande y seguro, que nos permite atravesar incólumes el gran abismo del mal, que intenta atraparnos constantemente.

Haz que cada hombre te conozca y experimente que los sufrimientos del momento presente no son comparables a la alegría de la salvación que nos has preparado en el abrazo del Padre. Él nos ha querido desde siempre para ser uno con él y contigo en el amor.

 

CONTEMPLATIO

«El Señor está cerca de cuantos le invocan» (Sal 144,18). No hace acepción de personas. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos (cf. Jn 13,3). Esto con la condición de que nosotros le amemos a él, a nuestro Padre celestial, como hijos. El Señor escucha tanto a un monje como a un hombre de mundo, a un simple cristiano, con la condición de que amen a Dios en el fondo de su corazón y tengan una fe auténtica, una fe grande como un grano de mostaza. El Señor mismo nos ha dicho: «Todo es posible al que cree» (Me 9,23). Más sorprendentes todavía son estas palabras: «Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago e incluso otras mayores» (Jn 14,12).

Dios busca, ante todo, un corazón lleno de fe en él y en su Hijo unigénito, y como respuesta a esta fe envía, desde lo alto, la gracia del Espíritu Santo. El Señor busca un corazón repleto de amor por él y por el prójimo; éste es el trono sobre el que le gusta sentarse y manifestarse en la plenitud de su gloria. «Hijo, dame tu corazón, el resto te lo daré por añadidura» (Prov 23,26).

        Aunque las penas, las desgracias y las tribulaciones sean inseparables de nuestra vida terrena, el Señor nunca ha querido que éstas constituyeran toda la trama de nuestras vidas. Por eso nos recomienda, por boca del apóstol, que llevemos unos los fardos de los otros y obedezcamos de este modo a Cristo, que nos ha dado el mandamiento del amor recíproco. Confortados por este amor, nos parecerá menos difícil el camino doloroso por la senda estrecha que conduce a la patria celestial. ¿Acaso no ha bajado el Señor del cielo no para ser servido, sino para servir y dar su propia vida en rescate de muchos (cf. Mt 20,28)?

Compórtate del mismo modo, amigo de Dios, y, consciente de la gracia de la que has sido objeto, transmítela a todos los seres humanos, tomándote a pecho su salvación (Serafín de Sarov, Vita, colloquio con Motovilov, Turín 1981, pp. 182-184, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 26,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Yo estoy con vosotros». La frase es de una sencillez absoluta, pero el misterio que encierra es grande. Cuando se toma en serio esta afirmación, todo cambia. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida? ¿Quién es este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y decisiones? ¿Quién es este hombre invisible que dice estar siempre conmigo?

Es extraño: hay momentos en los que la suya es la presencia de alguien con el rostro velado. No sé nada de él. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como a un viejo amigo. Jesús está siempre con nosotros, pero eso no implica que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no tenemos garantizada la nuestra. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Le 18,8).

Jesús está siempre con nosotros: se trata de ser capaces de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca. El cielo del espíritu es todavía más mutable que el que tenemos sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Están los días de la alegría y los días de las lágrimas, los días de las tempestades y los días de la tranquilidad, los días aburridos y los días apasionados, los días del ofuscamiento y los días de los resplandores inesperados, los días de la exaltación y los días del cansancio metafísico. Pero no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica.

El invisible compañero de nuestro viaje es también un guía. Con él todo paso que demos, todo metro que avancemos por nuestro camino tiene una meta. Con él, ninguna etapa de nuestro camino está perdida: no hay extravío que al final no revele su motivación providencial; no hay vuelta ociosa que no aparezca lógicamente orientada (G. Biffi, Meditazioni sulla vita ecclesiale, Cásale Monf. 1993, pp. 59-63, passim).