Dedícate a la Contemplación.....y recibirás los dones del Espíritu Santo


Inicio

 

Vida

Vocación

Biblioteca

La imagen

 

 

LECTIO DIVINA JUNIO DE 2017

Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí

Domingo Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
        01 02 03
04 05 06 07 08 09 10
11 12 13 14 15 16 17
18 19 20 21 22 23 24
25 26 27 28 29 30  

Descargar en formato epub

Oraciones

Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

 

 

 

 

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Jueves de la 7ª semana de Pascua,1 de junio, conmemoración de

San Justino

         Justino nació en Flavia Neapolis (actual Nablus, Jordania), hijo de colonos griegos. Era filósofo y se convirtió a los treinta años. En el año 150 escribió la Primera apología de la religión cristiana, a la que pronto le siguió la Segunda apología. Entre los años 152 y 153 fue atacado por el filósofo cínico Crescendo. En 160 compuso el Diálogo con Trifón, un judío con el que debate la hipótesis del establecimiento de un puente entre judaísmo y cristianismo. Fue decapitado en Roma en torno al año 165. Es patrono de los filósofos.

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11

22,30 Al día siguiente, queriendo averiguar exactamente de qué le acusaban los judíos, el tribuno hizo que lo desatasen y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín; sacó después a Pablo y lo presentó delante de ellos.

23,6 Como Pablo sabía que parte de ellos eran saduceos y parte fariseos, gritó en el Sanedrín: - Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos.

7 Al decir él esto, se produjo una discusión entre los fariseos y los saduceos y se dividió la asamblea.

8 Pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso.

9 Así que se produjo un griterío inmenso. Algunos maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron en pie y afirmaron enérgicamente: - Nosotros no encontramos nada malo en este hombre. ¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel?

10 Como la discusión se hacía cada vez más fuerte, el tribuno tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y ordenó a los soldados que bajaran, para sacarlo de allí y llevarlo al cuartel.

11 La noche siguiente, el Señor se le apareció y le dijo: - Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma igual que lo has dado en Jerusalén.

 

**• Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitara aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana.

Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso. Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.

Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y oró de este modo:

20 No te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.

 

**• En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).

Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se   realiza,por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.

A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24).

En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.

 

MEDITATIO

Justino pertenecía a la clase superior y cultivada del paganismo. Como filósofo cualificado, no sólo conocía las más importantes corrientes intelectuales de su tiempo, sino que, por ser también un incansable buscador de la verdad, en cierto modo las examinó de una manera sistemática y no encontró la paz interior hasta que reconoció en el cristianismo «la única filosofía segura y adecuada». Entonces se adhirió a ella por completo y consagró su vida a anunciarlo y a defenderlo.

El cristianismo de Justino tiene aún otro aspecto, menos influenciado por el intelectualismo filosófico, que se manifiesta sobre todo cuando habla de la vida cotidiana de los cristianos, de la que, como miembro de la Iglesia, forma parte. El elevado nivel moral de los cristianos es para él una prueba convincente de que poseen la verdad. Llevan una vida veraz y casta, aman a sus enemigos y, por sus convicciones, van con valor al encuentro con la muerte no porque las consideraciones filosóficas les hayan convencido de la importancia de estas virtudes, sino porque Jesucristo les ha pedido que lleven una vida de acuerdo con estos ideales (H. Jedin, Storia della Chiesa, Milán 1988, I, 229.231).

 

ORATIO

Instrúyeme en las Escrituras, oh Dios, para que podamos aceptar lo que tú dices. Sabemos que él «debe sufrir» y debe ser «conducido como mansa oveja al matadero »; demuéstranos que él debe ser crucificado y morir de una manera ignominiosa y de un modo no bello, en la maldición de la cruz. Nosotros ni siquiera logramos pensarlo... No digáis, pues, hermanos, ningún mal contra este crucificado; no os riáis de sus llagas, con las que todos pueden sanar, precisamente como hemos sido sanados nosotros (Justino, Diálogo con Trifón).

 

CONTEMPLATIO

Antes que nada, reza, para que se te abran las puertas de la luz.

Nosotros honramos a Dios y a su Cristo hasta la muerte, con nuestras obras, nuestra ciencia, nuestro corazón. Los que vivieron según el Verbo son cristianos, aunque pasaran por ateos.

Doce hombres se diseminaron desde Jerusalén por el mundo. Eran unos hombres sencillos, que no sabían hablar, pero en el nombre de Dios anunciaron a todos los hombres que habían sido enviados por Cristo para enseñar a todos la Palabra de Dios.

Nosotros no somos sólo un pueblo, sino un pueblo santo {de las obras de san Justino).

 

ACTIO

Repite con frecuencia la enseñanza del mártir Justino: «Empeño todas mis fuerzas para ser encontrado siempre cristiano».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El carácter de Justino, plenamente leal y de mentalidad abierta, se manifiesta con toda claridad en sus escritos. Su fe es ardiente e integral, y en el heroísmo se muestra sencillo, sin la mínima jactancia.

Con todo, hemos de señalar un defecto de Justino que se encuentra en su obra: tiene una seguridad sorprendente, y al mismo tiempo desconcertante, en el valor de su argumentación.

Es verdad que «dialoga» con Trifón, pero lo hace sin escuchar plenamente a su adversario. En nuestra época postconciliar, felizmente sensible a la cuestión judía, nos sorprenden ciertas posiciones de Justino, quien, sin embargo, nunca fue hostil, careció de orgullo e incluso se diría que estaba lleno de candor y de sencillez. Aunque cristiano, siguió siendo filósofo: «La filosofía pasa a Cristo», y le está subordinada. Antes que nada, es un hombre de fe, de una fe que dice ofrecer a los más humildes, a los ignorantes; de una fe a la que sacrifica su misma vida (G. Peters, / Padri della Chiesa, Roma 1984, I, p. 260).

 

 

 

Día 2

Viernes de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 25,13-21

13 Algunos días después, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesárea a saludar a Festo.

14 Como se detuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey el asunto de Pablo: - Hay aquí un hombre que Félix me dejó encarcelado.

15 Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una acusación contra él pidiendo su condena.

16 Yo les respondí que los romanos no acostumbran a entregar a ningún hombre antes que el acusado comparezca ante los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.

17 Reunidos, pues, aquí sin demora alguna, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a ese hombre.

18 Los acusadores comparecieron, pero no presentaron ninguno de los cargos que yo sospechaba.

19 Sólo le acusaban de ciertas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto y que, según Pablo, está vivo.

20 Perplejo yo ante cuestiones de este tipo, le dije si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí.

21 Pero entonces Pablo solicitó que se le reservara para el juicio de Augusto. Así que he ordenado que lo dejen en la cárcel hasta que se presente la oportunidad de remitirlo al César.

 

**• Han pasado dos años y Pablo sigue prisionero. Pero también ha llegado Festo, un magistrado mucho más honesto y solícito que el anterior. La lectura presenta una de las muchas vicisitudes por las que pasa el prisionero Pablo, que no pierde ocasión para anunciar lo que, para él, es lo más importante, incluso ante el rey y los príncipes, por muy indignos y poco ejemplares que sean, como la incestuosa pareja formada por Agripa y Berenice. El procurador Festo había comprendido bien el núcleo de la cuestión: lo que separaba a los judíos de Pablo no era una doctrina, sino un hecho, mejor aún: el testimonio sobre el hecho de la resurrección de Jesús.

Lucas parece un admirador del sistema jurídico romano e incluso saca a la luz algunos de sus principios rectores. Y pone de manifiesto la prontitud para explotar en favor del Evangelio este admirado ordenamiento jurídico. Pablo podrá ir a Roma gracias a su apelación al César. Irá como prisionero, es verdad, pero irá a Roma. Es interesante leer la continuación del relato, donde se presenta el encuentro de Pablo con la extraña pareja y con el representante del Imperio romano: también ellos están interesados en el asunto de Jesús y convierten la resurrección en tema de conversación. El valor de Pablo, que no teme exponerse, obliga a todo tipo de personas a ponerse frente al hecho de la resurrección, que ahora se ha convertido en el motivo fundador del nuevo camino de salvación.

 

Evangelio: Juan 21,15-19

En aquel tiempo, una vez se hubo manifestado a los discípulos,

15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos.

16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas.

18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir.

19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sígueme.

 

*•• La perícopa está totalmente centrada en la figura de Simón Pedro. El evangelista, con dos pequeños fragmentos discursivos, especifica cuál es el papel del apóstol en la comunidad eclesial: ha sido llamado para desempeñar el ministerio de pastor (vv. 15-17) y para dar testimonio con el martirio (vv. 18s). De ahí que el Señor, antes de confiar a Pedro el encargo pastoral de la Iglesia, le exija una confesión de amor. Ésa es la condición indispensable para poder ejercer una función de guía espiritual. Y el Señor requiere el amor de Pedro tres veces (vv. 15.16.17), con un ritmo creciente.

La insistencia de Jesús en el amor ha de ser leída como condición para establecer la relación de intimidad filial que Pedro debe mantener con el Señor. Antes que en cualquier dote humana, el ministerio pastoral de Pedro se basa en una confiada comunión interior y no en un puesto de prestigio o de poder: una intimidad que no puede ser apreciada con medidas humanas, sino que es reconocida por el Señor mismo, que escruta el corazón. Y el Hijo de Dios, que conoce bien el ánimo del apóstol, le responde confiándole la misión de apacentar a su rebaño: «Apacienta mis ovejas» (v. 17c).

Al ministerio pastoral le sigue después el testimonio del martirio. También Pedro debe refrendar su amor a Jesús con la entrega de su vida (cf. Jn 15,13). El fragmento concluye con algunas palabras redactadas por el autor sobre el tema del seguimiento. La misión de la Iglesia y de todos sus discípulos es siempre la del seguimiento de Jesús, único modelo de vida.

 

MEDITATIO

El evangelio del «discípulo amado» recupera, por así decirlo, el papel de Pedro en clave de amor. Sólo quien ama puede apacentar el rebaño recogido por el Amor. Sólo quien responde al amor de Cristo puede estar en condiciones de ser puesto al frente de su rebaño, porque debe ser testigo del amor.

La página que nos ocupa es de una enorme densidad y está empapada por el tema central de todo el evangelio de Juan: el amor. Por amor ha entregado el Padre al Hijo, por amor ha entregado el Hijo su vida, por amor ha reunido Cristo a los suyos; el amor es la ley de los discípulos, el amor debe mover a Pedro, y para dar testimonio de este amor ha escrito el discípulo amado su evangelio. Toda la historia divina y humana está movida por el amor, que nace del corazón de Dios, se revela en el Hijo, es atestiguado por los discípulos y se pide a quien «preside en el amor». Los acontecimientos humanos se iluminan y resuelven con esta pregunta: «¿Me amas?» y con esta respuesta: «Sí, te amo».

La historia de la Iglesia está basada en la pregunta que dirige Cristo a todos sus discípulos: «¿Me amas?», y en la respuesta: «Sí, te amo». Que el Espíritu, que es el Amor increado, nos permita entrar en este diálogo iluminador y beatificante.

 

ORATIO

No sé qué decirte, Señor, frente a este diálogo. En él se encuentra, simplemente, todo. Está toda la vida, todo su misterio, toda su luz, todo su sabor, todo su significado.

Todas las demás cuestiones se convierten en simples ocasiones para expresarte mi «sí». ¿Y cómo podría ser de otro modo? Tú me has creado para decirme que me amas y para pedirme que te ame. Me lo pides como un mendigo, enviándome a tu Hijo como siervo, para que no te ame por miedo o estupor frente a tu grandeza, sino para tocar las fibras secretas de mi corazón, para herirme con tu benevolencia, para conquistarme con la belleza de tu rostro desfigurado en la cruz.

Aunque como Pedro -pero más que él- siento a veces más de un titubeo para decirte que te amo (porque soy un pecador que persevera en su pecado), a pesar de todo, ahora, en este momento, ¿cómo puedo dejar de decirte que te amo? ¿Cómo puedo dejar de decirte que quisiera amarte toda la vida? ¿Cómo puedo no decirte que quiero amar todas las cosas y a todas las personas en ti? ¿Cómo no decirte que prefiero perder todas las cosas con tal de no perderte a ti? Oh, mi amadísimo Señor, haz que lo que te estoy diciendo no sea fuego de paja, sino una llama que no se extinga nunca.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué significan estas palabras: «¿Me amas?», «Apacienta mis ovejas»? Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio».

No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 123,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Me amas?» (Jn 21,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El misterio insondable de Dios consiste en que Dios es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: «Tú eres mi amado», sino que también nos dice: «¿Me amas?», y nos proporciona innumerables posibilidades para responder «sí». En eso consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder «sí» a nuestra verdad interior.

Comprendida de este modo, la vida espiritual cambia radicalmente todas las cosas. El hecho de haber nacido y crecido, haber dejado la casa paterna y buscado una profesión, ser alabado o rechazado, caminar y reposar, orar y jugar, enfermar y ser curado, vivir y morir..., todo puede convertirse en expresión de la pregunta divina: «¿Me amas?». Y en cualquier momento del viaje existe siempre la posibilidad de responder «sí» y de responder «no».

¿A dónde nos lleva todo esto? Al «sitio» de donde venimos, al «sitio» de Dios. Hemos sido enviados a esta tierra para pasar en ella un breve período y para responder, a través de las alegrías y los dolores durante el tiempo que tenemos a nuestra disposición, con un gran «sí» al amor que se nos ha dado y, al hacerlo, volver al que nos ha enviado con ese «sí» grabado en nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia 1999'4, pp. 108ss).

 

 

Día 3

Sábado de la séptima semana de pascua  o 3 de junio, conmemoración de los

Santos Carlos Luanga y compañeros

 

Pocos años después de la llegada de los misioneros, los padres blancos, al reino de Buganda (hoy parte de Uganda), se desencadenó una sangrienta persecución contra los cristianos, tanto católicos como anglicanos, éstos últimos llegados poco después. El cristianismo había sido abrazado también por personas con cargos de responsabilidad en la corte del rey Mwanga.

Molesto con la moral cristiana, que prohibía tanto la trata de esclavos como la pederastia, e impulsado por un consejero que odiaba a los cristianos, el rey consideró que debía extirpar esta nueva religión.

El 29 de octubre de 1885, fueron matados cruelmente en una emboscada, por orden suya, los misioneros anglicanos, y ese mismo año hizo decapitar al mayordomo de la casa real y a un juez del reino por ser católicos y mostrarse críticos con estas decisiones.

El 3 de junio de 1886, fueron condenados a la hoguera los dieciséis pajes de su corte que habían resistido a sus demandas, apoyados e instruidos por Carlos Lwanga. Fueron matados en la colina de Namugongo. A los cristianos se les llamaba «los que rezan». Fueron veintidós los mártires ugandeses canonizados por Pablo VI en 1964.

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31

16 Cuando entramos en Roma, se permitió a Pablo quedarse en una casa particular, con un soldado que lo custodiase.

17 Tres días después, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos. Cuando llegaron, les dijo: - Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, fui detenido en Jerusalén y entregado a los romanos.

18 Ellos, después de interrogarme, quisieron ponerme en libertad, ya que no había contra mí ningún cargo que mereciera la muerte.

19 Pero como los judíos se opusieron a ello, me vi obligado a apelar al César, aunque sin intención de acusar a mi pueblo.

20 Éste es, pues, el motivo de haberos llamado. Quería veros y conversar con vosotros, pues a causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas.

30 Pablo estuvo dos años enteros en una casa alquilada por él, y allí recibía a todos los que iban a verle.

31 Podía anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno.

 

*•• Entre la lectura de ayer y la de hoy está por medio el agitado viaje de Pablo: desde Cesárea a la isla de Creta, los catorce días de tempestad, la estancia en Malta, el viaje de Malta a Roma, la cálida acogida por parte de los hermanos. El fragmento de hoy es un resumen de su actividad en Roma, donde Pablo puede vivir en «régimen de libertad vigilada» en una casa privada. Comienza, como siempre, la predicación a los judíos con resultados alternos, podía «anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno».

Lucas ha alcanzado su objetivo: la carrera de la Palabra es imparable; el Evangelio ha llegado al corazón del mundo, es predicado con toda libertad y sin obstáculo alguno «hasta los confines de la tierra». Nada ha podido ni podrá detenerlo. Pablo es uno de los muchos testigos de Jesús, un campeón ejemplar, heroico y dotado de autoridad, pero no el único. Las vicisitudes personales de Pablo no parecen interesar demasiado a Lucas, que corta aquí su relato, sin informarnos sobre la suerte del campeón: lo que le importa de verdad es que Pablo haya culminado su propia misión, una misión que es la de todo cristiano, a saber: ser testigo de la resurrección, tener el valor de anunciarla por doquier, convertir cada situación, aun la más improbable, en una ocasión para decir que Jesús es el Señor y el Salvador. «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,8s). No hay ocasión en la que no pueda ser

anunciada la Palabra de Dios.

 

Evangelio: Juan 21,20-25

En aquel tiempo,

20 Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».

21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: - Señor, y éste ¿qué?

22 Jesús le contestó: - Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.

23 Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».

24 Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad.

25 Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.

 

*•• El epílogo del evangelio de Juan está relacionado con la misión propia del discípulo amado. El fragmento está formado por dos pequeñas unidades, que también están subdivididas a su vez: predicción sobre el futuro del discípulo amado (vv. 20-23) y segunda conclusión del evangelio (vv. 24s). El redactor de este capítulo 21, a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo, pretende identificar de manera inequívoca al «otro discípulo al que Jesús tanto quería» (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). La pregunta que Pedro plantea, a continuación, a Jesús sobre la suerte del discípulo amado recibe de parte del Maestro una respuesta que no deja lugar a equívocos, en la que afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada hombre.

Pero quizás sea posible proyectar alguna luz sobre estos misteriosos versículos intentando poner de manifiesto cierto fondo histórico del tiempo en el que el autor los escribió. El texto no estuvo provocado realmente por las discusiones que tuvieron lugar en la Iglesia de los orígenes entre los discípulos de Pedro y los del discípulo amado sobre el «poder primacial» del primero. Más bien fue introducido por el redactor del capítulo para demostrar, sobre una base histórica, dos cosas: a) que carecía de fundamento la opinión difundida de que el discípulo amado no había muerto; b)  que esa muerte, una vez acaecida, tenía la misma importancia para el Señor que el martirio sufrido por el apóstol Pedro.

Por último, los versículos finales (vv. 24s) subrayan una cosa simple, pero verdadera: la revelación de Jesús, ligada al ministerio de su persona, es algo tan grande y profundo que escapa al alcance del hombre.

 

MEDITATIO

«Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante» (Jn 12,24).

Es el misterio de la vida que continúa. Es el amor que alcanza a corazones y tierras para purificar, valorar, transformar, abrir nuevos horizontes de creatividad y de paz.

Sorprende constatar cómo el martirio acompaña al nacimiento de las comunidades cristianas y con qué fuerza y claridad cristianos de todas las edades dan la vida por Cristo y por su gente, seguros no sólo de recibir el bien prometido, sino de que con su muerte «a causa de Cristo» nace una nueva época para su pueblo. No nos corresponde a nosotros calcular los tiempos de maduración.

La semilla está sembrada y es de la misma naturaleza que el amor fecundo de la Trinidad.

Sorprende ver la juventud de esta Iglesia de África probada y nos sentimos atraídos por su fidelidad a Cristo Señor. Sacude la indiferencia y señala el camino.

La acción del Espíritu en los mártires no es sólo de consuelo, apoyo, custodia. El Espíritu de Cristo revela, en la kenosi del hombre nuevo, el designio de Dios y obra siguiendo la única lógica del amor. Amar con el corazón de Cristo no es sólo una ley espiritual o moral; es la nueva dignidad de la criatura partícipe, por don, del ágape divino y de la acción de Dios en la historia.

También los mártires de Uganda son para nosotros una imagen viviente. Son un desafío a construir, con claridad de identidad, como sarmientos unidos a la Vid, la sociedad contemporánea, y a «no dejar que falte en este mundo un rayo de la divina belleza para que ilumine el camino de la existencia humana» (Juan Pablo II).

 

ORATIO

Una vez que hemos conocido a Cristo, no es posible no darle todo. Es una alta dignidad compartir su vida y amar como él amó, hasta dar la vida. Esto lo he aprendido, Padre, fijando la mirada del corazón sobre estos jóvenes, cuyo valor revela tu presencia y muestra que es posible, incluso en las pruebas más duras, allí donde reina el odio y se humilla a la persona, dar a conocer a Cristo al mundo y sembrar la vida.

Su fuerza y su serenidad en el servicio en la corte del rey nacían de la oración, de la relación contigo, Padre, y con tu Hijo. No hay nombre más bello para definir a los cristianos: «Los que rezan». Por eso Carlos Lwanga y sus compañeros concluyeron su «santo viaje» (Sal 84) entrando en tu casa y en el corazón de muchos.

Con su muerte, la comunidad cristiana y su país dejaron de ser lo que eran antes, porque su sangre irrigaba y fecundaba todo desierto. Transforma, oh Padre, con el poder de tu Espíritu, a todos los que vivimos hoy en una sociedad compleja y contradictoria para convertirnos en verdaderos discípulos y testigos alegres de Cristo Señor, que es camino, verdad y vida.

 

CONTEMPLATIO

Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores que es el martirologio una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación. ¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Utica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos, hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días? ¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Lwanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.

Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.

África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma.

La tragedia que los devoró fue tan inaudita y expresiva que ofrece suficientes elementos representativos para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva -no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como esclava de sí misma- hacia una civilización abierta a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social (Pablo VI, «Homilía de la canonización de los mártires de Uganda»).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita hoy la Palabra del Señor: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El 3 de junio de 1886, dieciséis pajes de la corte del rey Mwanga, todos ellos menores de veinte años e hijos de notables, subían a la colina de Namugongo. Cada uno de ello s llevaba cargado a la espalda un haz de leña. Todos habían sido condenados a muerte, pero, según una antigua tradición, en el último momento, tres de ellos, extraídos a suerte, eran agraciados, mientras que los otros eran atados y quemados vivos en una única gran hoguera. Los tres supervivientes se convirtieron en preciosos testigos del martirio de sus compañeros.

Los supervivientes de los pajes martirizados en Namugongo contaron así el proceso de la condena a la hoguera. «El rey hizo comparecer ante él a seis de los pajes y les dijo: "Todos aquellos de vosotros que ya no quieran rezar que se queden junto al trono, y los que deseen rezar que se pongan contra aquella pared". Carlos Lwanga fue el primero en moverse, seguido de inmediato por los otros quince cristianos. El rey les preguntó: "Pero ¿vosotros rezáis de verdad?". "Sí, monseñor, nosotros rezamos de verdad», respondió en nombre de todos Carlos, que, con el presentimiento de lo que iba a suceder, se había pasado toda la noche en oración con sus compañeros. El rey preguntó aún: "¿Tenéis intención de seguir rezando?". "Sí, monseñor, siempre, hasta la muerte". El rey emitió la sentencia de muerte para todos los que no desistieran de su propósito. Fueron muchos los intentos encaminados a convencer a los jóvenes de que se sometieran a las órdenes del rey, pero todos ellos resultaron vanos».

Los mártires de Uganda canonizados por la Iglesia católica son veintidós: ocho ya habían sido muertos antes ae la matanza de Namugongo, y el último, Juan María Muzeyi, fue decapitado el 27 de enero de 1887 (E. Pepe, Martirí e santi del Calendario Romano, Roma 1999).

 

 

 

Día 4

Solemnidad de Pentecostés Ciclo A

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.

2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban.

3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.

4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse.

5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra.

6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

7 Todos, atónitos y admirados, decían:

- ¿No son galileos todos los que hablan?

8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna?

9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos,

10 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.

 

**• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. ls). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («.todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en

segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).

El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; cf. Ef 4,13).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 12,3b-7.12s

Hermanos:

3 Nadie puede decir: «Jesús es Señor» si no está movido por el Espíritu Santo.

4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo.

5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.

6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos.

7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos.

12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo.

13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también el mismo Espíritu.

 

**• Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v. 3b).

¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas -don del único Espíritu-, ministerios -servicios eclesiales confiados por el único Señor- y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (vv. 4-6). ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad?

Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4,13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (12,31-13,13).

 

Evangelio: Juan 20,19-23

19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros.

20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

21 Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

22 Sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo.

23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.

 

**• La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1,4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (19,3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (vv. 19.21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.

El Espíritu -como repite la Iglesia en la fórmula sacramental de la absolución- fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del mundo (1,29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (cf. Col 2,13s; Ef 2,15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2,38s).

 

MEDITATIO

El domingo de Pentecostés recoge toda la alegría pascual como un haz de luz resplandeciente y la difunde con una impetuosidad incontenible no sólo en los corazones, sino en toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo: todas las cosas tocadas por él quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, se vuelven incandescentes y transparentes ante la mirada de la fe. Ahora bien, ¿es posible decir que «Jesús es el Señor» sólo con la palabra?

Que Jesús es el Señor sólo puede ser dicho de verdad con la vida, demostrando de manera concreta que él ocupa todos los espacios de nuestra existencia. En él, todas las diferencias se convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía de la unidad en el amor. Hemos sido reunidos conjuntamente «para formar un solo cuerpo» y, al mismo tiempo, tenemos dones diferentes, diferentes carismas, cada uno tiene su propio rostro de santidad. El amor, antes que reducirlo, incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don para los otros. Sin embargo, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos paz en el corazón y si no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos, testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.

 

ORATIO

Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don en tus dones espléndido;

luz que penetras las almas;

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Ven, Espíritu enviado por el Padre,

en nombre de Jesús, el Hijo amado:

haz una y santa a la Iglesia

para las nupcias eternas del Cielo.

 

CONTEMPLATIO

Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca, viene con la abundancia de las bendiciones de Dios. Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios (cf. Sal 45,5) y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso ante la Palabra de Dios, reposará sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los sabios y a los prudentes de este mundo. Empezarán a resplandecer para ti aquellas cosas que la Sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la verdad completa.

Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto, como dice la verdad misma, «Dios es Espíritu» (Jn 4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad.

El Espíritu es -para los pobres de espíritu- la luz iluminadora, la caridad que atrae, la mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción, la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (Guillermo de Saint-Thierry, Speculum fidei, 46).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros «con gemidos inefables» y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña «toda verdad».

A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: «¡Ven!» (Pablo VI, Discurso del 29 de noviembre de 1972).

 

 

 

Día 5

Lunes 9ª semana del Tiempo ordinario o 5 de junio, conmemoración de

San Bonifacio

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 1,3; 2,1-9

11 Historia de Tobit, de la tribu de Neftalí,

2 que en tiempos de Salmanasar, rey de Asiría, fue deportado, pero aunque se encontraba en el exilio no abandonó el camino de la verdad.

2,1 Una vez, durante nuestra fiesta de pentecostés, la santa fiesta de las siete semanas, me prepararon un buen banquete y yo me senté a comer.

2 Cuando me habían puesto la mesa, con abundantes manjares, dije a mi hijo Tobías: -Hijo mío, ve y, cuando encuentres a un pobre entre los hermanos nuestros deportados en Nínive que sea fiel al Señor de todo corazón, te lo traes para que coma conmigo. Anda, hijo mío, te espero hasta que vuelvas.

3 Tobías salió a buscar un pobre entre nuestros hermanos y, cuando volvió, dijo: -Padre. Yo le contesté: -Dime, hijo mío. Y él me dijo: -Mira, padre, uno de nuestro pueblo ha sido asesinado y está tirado en plena plaza; ahora mismo acaba de ser estrangulado.

4 Me levanté y dejé la comida sin haberla probado. Lo retiré de la plaza y lo puse en una habitación pequeña hasta que se pusiera el sol para enterrarlo.

5 Cuando regresé, me lavé y me puse a comer todo apenado.

6 Entonces me acordé de las palabras que había pronunciado el profeta Amos contra Betel: «Vuestras fiestas se cambiarán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones». Y me eché a llorar.

7 Cuando se puso el sol fui, cavé una fosa y lo enterré.

8 Mis vecinos me criticaban diciendo: -Todavía no ha escarmentado. Y eso que lo buscaron para matarlo por una cosa así, y tuvo que huir. Pues mira, ya está de nuevo enterrando muertos.

9 Tobit, sin embargo, como temía más a Dios que al rey, continuaba sacando los cuerpos de lo muertos y los escondía en su propia casa para enterrarlos en la noche cerrada.

 

**• El nombre Tobit significa al pie de la letra «mi bondad». Pero puede tratarse de la abreviatura de una frase en la que el sujeto de la bondad no es Tobit, sino el Señor; por consiguiente, significaría «el Señor es bueno» o, también, «el Señor es mi bien».

El libro de Tobías no es una narración histórica, sino didáctica y de carácter edificante. Abundan en ella los rasgos maravillosos y las exhortaciones morales. El propósito del libro es transmitir una enseñanza moral a través de un relato ficticio y parabólico. Aparecen perfiladas dos figuras. En primer lugar, la de un Dios que no cesa de proveer a sus fieles y que si los somete a prueba es para premiarles después. Y, en segundo lugar, la figura del verdadero creyente, que se señala por la observancia rigurosa de la Ley del Señor y por la caridad con sus hermanos.

Al héroe de la narración se le presenta de inmediato como un judío que, aunque se encuentra en el exilio, no ha abandonado «el camino de la verdad» (1,1). En el exilio, entre personas de cultura diferente y de costumbres distintas, hostiles por lo general, resulta fácil olvidar (o esconder) la propia identidad moral y religiosa. A Tobit, no: él permanece firmemente instalado e n las tradiciones de los padres. Tobit se muestra hospitalario y, en las solemnidades, acostumbra invitar a comer a algún indigente de su pueblo. Su familia es, por consiguiente, una familia abierta, tal como la Biblia recomienda con frecuencia. Durante una de estas solemnidades, cuando ya está preparada la comida, su hijo le dice que ha sido estrangulado un judío y han echado su cadáver en la plaza. Al enterarse de la noticia, corre a recoger el cadáver para poder enterrarlo dignamente cuando se haya puesto el sol. Se trata de un gesto peligroso. Tobit ya ha sido amenazado de muerte por realizar otros gestos similares. Sus parientes se lo reprochan, no quieren que se exponga, pero Tobit obedece a Dios antes que al rey. La observancia de la ley es lo primero. La fe de Tobit está presentada como una fe valiente.

 

Evangelio: Marcos 12,1-2

En aquel tiempo,

1 Jesús les contó a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos esta parábola: -Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después, la arrendó a unos labradores y se ausentó.

2 A su debido tiempo, envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña.

3 Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías.

4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste lo descalabraron y lo ultrajaron.

5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron.

6 Finalmente, cuando ya sólo le quedaba su hijo querido, se lo envió, pensando: «A mi hijo lo respetarán».

7 Pero aquellos labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia».

8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los labradores y dará la viña a otros.

10 ¿No habéis leído este texto de la Escritura:

La piedra que rechazaron los

constructores

se ha convertido en piedra angular;

11 esto es obra del Señor,

y es admirable ante nuestros ojos?

12 Sus adversarios estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que Jesús había dicho la parábola por ellos. Sin embargo, lo dejaron y se marcharon, porque tenían miedo de la gente.

 

**• Esta parábola de Jesús, si queremos comprenderla, hemos de leerla a la luz de un doble fondo. En primer lugar, un fondo literario, a saber: la alegoría de la viña de Is 5,1-7. Con ella, el profeta sintetiza toda la historia de Israel: por una parte, el asiduo cuidado de Dios; por otra, el obstinado pecado del pueblo, una historia que no puede continuar así indefinidamente y que acabará con un veredicto de condena («Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada»). Y, en segundo lugar, un fondo histórico: el pueblo de Dios ha rechazado siempre a sus profetas. La parábola, leída desde este doble contexto, se convierte en una interpretación de lo acontecido con Jesús, rechazado por Israel y acogido por los paganos.

Entre la suerte corrida por los profetas y la suerte corrida por Jesús existe, pues, una lógica común, una continuidad. Pero existe también una profunda diferencia: Jesús no es simplemente uno de los siervos, sino el Hijo amado, y su misión es la última. Frente al canto de la viña de Isaías, la parábola se precia de una novedad decisiva: Dios ha enviado a su Hijo, no sólo a los profetas; el pueblo ha rechazado al Hijo, no sólo a los profetas. El dueño es paciente y se muestra tan obstinado que incluso envía precisamente a su hijo. Espera hasta el final: «A mi hijo lo respetarán» (v. 6). Ahora bien, su paciencia también tiene un límite, y no puede aceptar que la violencia de los labradores continúe de manera indefinida.

Si bien el tema principal de la parábola es cristológico, también va unido a él el tema del juicio: la parábola se convierte en advertencia. Dios es fiel y paciente, pero no carece de verdad: los labradores son castigados y la viña pasa a otros (v. 9). El juicio muestra que Dios toma en serio la responsabilidad del hombre, su libertad. Y, sin embargo, tampoco es aquí la amenaza, sino la esperanza, la última palabra: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular» (v. 10). Esta cita no pertenece a la parábola, sino al comentario de la misma realizado por Jesús o por la comunidad. Es una clara alusión a la resurrección y a la fidelidad de Dios: la última palabra de la historia de Jesús no es el rechazo que padeció, sino la intervención de Dios en solidaridad con su profeta. Y precisamente aquel a quien los hombres han rechazado se transforma en instrumento de salvación. Dios escoge a aquel a quien los hombres descartan.

 

MEDITATIO

«Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandamientos». Tobit es este hombre dichoso «que no abandonó el camino de la verdad». Su servicio a Dios, su temor de Dios, no es cobardía, no es miedo a un juicio severo por parte del Altísimo. Tobit tiene un corazón grande porque está orientado siempre al bien y, como no se preocupa por el juicio de los hombres, actúa con libertad y rectitud de intención. Tobit no es capaz de gozar solo y, por otra parte, siente como suyo el drama del pueblo.

Es capaz de sufrir en su propia carne las consecuencias del mismo. No vacila frente al riesgo -real- que supone la persecución. Su fidelidad no es integrismo -mientras no están en juego los valores en que cree, está al servicio «del rey»-, ni legalismo exterior, sino práctica asidua de la acogida, de la misericordia, de la benevolencia respetuosa con la dignidad de todo hermano.

El evangelio nos presenta, en la persona de los labradores, primero infieles y homicidas después, otro modo de hacer frente a la vida: acapararla y explotarla al máximo para su propio beneficio. Ni Tobit ni los labradores de la parábola navegan, evidentemente, en otra galaxia. Están muy cerca. A lo largo de nuestros caminos cotidianos, en cada bifurcación que la vida nos presenta de continuo, están presentes las dos imágenes: a nosotros nos corresponde elegir.

 

ORATIO

Señor, tú conoces nuestra debilidad innata y nuestra incapacidad para perseverar en el bien que deseamos. Concédenos la fuerza de tu Espíritu para que seamos capaces de ser fieles, a pesar de toda presión en sentido contrario, a través de todas las vicisitudes de la vida, a tu verdad, a tu voluntad. Abre nuestro corazón a una compasión universal que se traduzca en gestos concretos de acogida y de amor. Concédenos un sentir abierto a la captación de todas las vibraciones del dolor y de la esperanza humana. Haz surgir de la conciencia de nuestra pequeñez la santa audacia de dar testimonio de ti con un amor intrépido.

 

CONTEMPLATIO

Apenas vean los mundanos que quieres seguir una vida devota, descargarán sobre ti mil habladurías y murmuraciones: los más malignos calumniarán tu mudanza de hipocresía, superstición y artificio, y dirán que te ha puesto mala cara el mundo y, a falta de él, te acoges a Dios; tus amigos se empeñarán en hacerte muchísimas reconvenciones, muy prudentes y caritativas a su parecer; te dirán que estás expuesta a llenarte de hipocondría, que perderás el crédito con todo el mundo, que te harás insufrible, que te haces vieja antes de tiempo y que todo lo pagarán los negocios de tu casa. «En el mundo -dirán- se ha de vivir como en el mundo, y no son menester tantos misterios para salvarse.» A este tenor te dirán otras muchas frioleras.

Filotea mía, todas son habladurías necias y vanas, pues a todas esas gentes lo que menos les importa es tu salud y tus negocios. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que era suyo -decía el Salvador-, pero como no sois del mundo, por eso él os aborrece. ¡A cuántos caballeros y señoras hemos visto pasar una noche, o quizá muchas noches seguidas, jugando al ajedrez o a los naipes, que es la ocupación más cansada, melancólica y triste que puede haber, y con todo nada han tenido que decir los mundanos ni que sentir sus amigos! ¡Y porque ven que tenemos una hora de meditación o que madrugamos un poco más de lo acostumbrado para prepararnos para comulgar, ya quieren llamar al médico para que nos cure la hipocondría y la ictericia! Se pasarían treinta noches continuas bailando sin que ninguno se queje y, por haber velado sólo una noche de Navidad, todos toserán y se quejarán al día siguiente (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, IV, 1, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 344-345).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo» {cf. Sal 111,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Honorable señor director de La Provincia di Brescia. En el número 188 de su periódico leo lo que sigue: «El Rvdo. Tovini representa a la secta clerical en todo lo que ésta tiene de más antipatriótico y más antiitaliano. El es la lanza rota de la curia episcopal reducida, como ya vimos, a manipulaciones de tristes agitadores, fanatizados por el odio contra las instituciones y contra la misma integridad de la patria».

A estas acusaciones de ser antipatriota y antiitaliano responde mi vida privada y pública. No disimulo que en el día de hoy, al parecer de algunos, para ser patriota es preciso ser contrario al papa, a los obispos, a la Iglesia e incluso a la religión y que, por consiguiente, basta con que alguien se muestre católico para ser calificado enseguida de antipatriota y antiitaliano. Y si también su señoría se hubiera visto inducido a formularme esa acusación, le declaro que en este caso su acusación me honra, porque el catolicismo fue profesado por los más grandes italianos; y me consuelo porque me proporciona la ocasión de tener que ser despreciado por amor a esa fe por la que también daría la vida. El ser católico nunca me ha impedido ser italiano ni querer como tal la libertad, independencia y grandeza de la patria, como tampoco el ser católico me impide, por otra parte, querer y desear la libertad e independencia absoluta del sumo pontífice, sin la cual considero imposible el bien veraz y estable tanto de Italia como de la sociedad [...]. Éstas son mis convicciones, y las sostengo siempre a cara descubierta y ningún puesto de consejero me haría sacrificarlas.

Confío en que su señoría tendrá la amabilidad de publicar esta carta mía como respuesta a cuanto escribió sobre mí, contra lo que, con la debida consideración, protesto (Quella FEDE per la auale darei anche la vita. Carta de Giuseppe Tovini al director ael periódico La Provincia di Brescia, 10 de junio de 1882).

 

 

Día 6

Martes 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 2,9b-14

9b Un buen día, Tobit,

10 cansado de tanto enterrar, regresó a su casa, se tumbó al pie de la tapia y se quedó dormido;

11 mientras dormía, le cayó en los ojos excremento caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego.

12 Dios permitió que le sucediese esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia.

13 Como desde niño había temido a Dios, guardando sus mandamientos, no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera,

14 sino que siguió imperturbable en el temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida.

 

**• Tobit es hospitalario y observante y practica la Ley de Dios, aunque esto ponga en peligro su vida. En consecuencia, es un hombre al que Dios debería proteger y premiar. Sin embargo, no es así. Las cosas de la vida parecen suceder frecuentemente sin sentido, indiferentes al tipo de justicia que nosotros desearíamos. Ya le pasó a Job y ahora le pasa lo mismo a Tobit.

Tras haber perdido la vista, sometido a la prueba, es insultado y escarnecido por sus amigos: ¿de qué te han servido tu caridad y tu obediencia? ¿Vale la pena poner en peligro la propia vida por la Ley del Señor? Sin embargo, Tobit no se lamenta; permanece firme en su fe e incluso en la prueba sigue dando gracias al Señor. Justamente como Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!». También su mujer se burla de él: ¿éste es el fruto de tus limosnas? Está claro que tu fidelidad ha sido inútil.

Así le sucede con frecuencia al justo en la prueba: sufre golpes y es incomprendido. Al dolor de la desgracia se le añade el dolor de la soledad. Es el momento de la tentación, que procede de sus propios amigos, que son precisamente quienes deberían apoyarle. Es en estos momentos cuando se verifica la solidez de la fe y la fuerza de la paciencia. Esta última es la virtud de la roca: puedes pisotearla, golpearla, pero no se deja modificar. Así es la fe de Tobit.

 

Evangelio: Marcos 12,13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos

13 le enviaron unos fariseos y unos herodianos con el fin de cazarlo en alguna palabra.

14 Llegaron éstos y le dijeron: -Maestro, sabemos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas, sino que enseñas con verdad el camino de Dios. ¿Estamos obligados a pagar tributo al cesar o no? ¿Lo pagamos o no lo  pagamos?

15 Jesús, dándose cuenta de su mala intención, les contestó: -¿Por qué me ponéis a prueba? Traedme una moneda para que la vea.

16 Se la llevaron, y les preguntó: -¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le contestaron: -Del cesar.

17 Jesús les dijo: -Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta los dejó asombrados.

 

**• Los fariseos y los herodianos -enviados por las autoridades-, quieran o no, trazan un cuadro muy positivo de Jesús. Han venido para someterle a insidias, pero se ven obligados a reconocer su fuerte personalidad (w. 13ss). Jesús es un hombre «sincero» y transparente, sin trampas ni hipocresías. Es alguien que dice lo que verdaderamente piensa. No es parcial con nadie. Justo lo contrario es la figura de las autoridades que les envían y la de los mismos que le interrogan. Fingiendo interés, intentan poner a Jesús en una situación embarazosa: son unos hombres astutos, hipócritas, dedicados a poner trampas. Pero vayamos al asunto.

La afirmación central está constituida por estas palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). Los fariseos y los herodianos plantearon a Jesús una cuestión candente. Si respondía de manera negativa, habría suscitado la reacción de la autoridad romana. Si respondía afirmativamente, habría perdido la simpatía de las muchedumbres.

En torno a si era o no lícito pagar los tributos al emperador romano había posiciones diferentes: los herodianos eran favorables a los romanos; los celotas, por el contrario, predicaban abiertamente el rechazo y la resistencia armada; los fariseos rechazaban la rebelión abierta y pagaban los tributos para evitar lo peor. La respuesta de Jesús es completamente inesperada y coge por sorpresa a sus interlocutores, porque se sustrae a la lógica de las diferentes formaciones. No se trata de una respuesta evasiva. Escapa al dilema, pero no por miedo a comprometerse. Lleva el discurso más hacia atrás, justo al lugar donde se encuentra el centro inspirador, es decir, la concepción justa de la dependencia de Dios y, por consiguiente, la justa libertad frente al Estado. Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al cesar en el mismo plano.

En las palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios», el acento recae en la segunda parte. Lo que le preocupa a Jesús es, antes que nada, salvaguardar los derechos de Dios en cualquier situación política. El Estado no puede erigirse en valor absoluto: ningún poder político -romano o no, cristiano o no- puede arrogarse derechos que sólo competen a Dios, no puede absorber todo el corazón del hombre, no puede reemplazar a la conciencia. El hombre del Evangelio se niega a hacer coincidir su conciencia con los intereses del Estado. Se niega a caer en la lógica de la «razón de Estado» y es por eso, en su raíz, un posible «objetor de conciencia».

 

MEDITATIO

Una desgracia, un accidente... algo que, sea como sea, quiebra las ya frágiles seguridades de una vida experta en dolor. Y todo esto le pasa al hombre fiel, a alguien que «temía a Dios». ¿No es acaso un escándalo, una provocación, una injusticia? ¿Cuántas veces se habrá presentado el mismo espectáculo ante nuestros ojos? ¿Cuántas veces nos habremos encontrado nosotros mismos en una situación semejante? A nuestras reacciones de murmuración y de rebelión, a nuestros sobresaltos de desconcierto y de angustia, a la vacilación de nuestra misma fe le suena desconcertante la respuesta de Tobit, que casi nos parece de otro mundo: «Dándole gracias todos los días de su vida». Los amigos se burlan de él, su mujer le insulta, la ceguera le reduce a la impotencia, le sitúa entre la incomprensión y el escarnio de sus más allegados, pero él bendice a Dios.

Nuestra tentación consistiría en archivar el asunto como algo absurdo, imposible. Sin embargo, si hacemos callar el tumulto de los sentimientos y de las reacciones de defensa y nos ponemos a escuchar en un clima de verdad en el fondo de nuestro corazón, podremos volver a encontrar un acuerdo con la armonía de Tobit. Comprenderemos que ese hombre, humanamente hablando destruido, se encuentra en el punto justo cuando no se rebela y bendice a Dios. A buen seguro, esta actitud no se improvisa: Tobit «desde la niñez había temido a Dios y observado sus mandamientos».

Una fe débil, «dominical», podríamos decir, no basta para permanecer firmes en los momentos difíciles. Sin embargo, una fe madura, purificada en el crisol de la cruz, vivida en fidelidad a las cosas pequeñas de cada día, en el «sí» disponible repetido en cada situación, nos permite llegar incluso a gestos extremos.

 

ORATIO

Señor, Dios justo, purifícanos para que en nuestro obrar no nos mueva la búsqueda del favor o de las complacencias humanas, sino sólo el deseo de hacer tu voluntad y complacerte. Ilumina y fortalece nuestro corazón con tu Espíritu para que, a través de las pruebas de la vida, pueda permanecer firme en tu santo temor.

Cuando el sufrimiento, la soledad, el peso y la fatiga del camino diario nos resulten más pesados, enséñanos a dejarnos ayudar por ti, a unirnos más a ti, sin hacerte preguntas, sin exigir explicaciones, fiándonos de ti cuando más oscuro se vuelva nuestro cielo. Entonces también en nuestra oscuridad brillará la luz de la esperanza que no defrauda y el canto silencioso de la acción de gracias a ti, Dios bueno y fiel.

 

CONTEMPLATIO

Sin embargo, no quiero decir que no se pueda pedir [la curación] a nuestro Señor como a aquel que nos la puede dar, con la condición de que digamos: si ésa es tu voluntad; en efecto, siempre debemos decir: «Fiat voluntas tua» (Mt 6,10).

No basta con estar enfermos y padecer sufrimientos porque Dios lo quiera, sino que es preciso estarlo como él quiera, cuando lo quiera, durante el tiempo que lo quiera y del modo en que le plazca que lo estemos, sin elegir ni rechazar el mal o la aflicción, sea el que sea, aunque pueda parecemos abyecto o deshonroso; en efecto, el mal y la aflicción, sin abyección, hinchan el corazón, en vez de humillarlo. Sin embargo, cuando sufrimos un mal sin honor, o incluso con deshonor, envilecimiento y abyección, son muchas las ocasiones que se nos presentan de ejercitar la paciencia,  la humildad, la modestia y la mansedumbre de espíritu y de corazón.

Debemos llevar, por consiguiente, gran cuidado, como la suegra de Pedro, en conservar nuestro corazón en la mansedumbre, sacando provecho, como ella, de nuestras enfermedades. En efecto, «ella se levantó» en cuanto nuestro Señor hizo que desapareciera su fiebre, «se puso a servirle» (Mt 8,15). No cabe duda de que en esto demostró una gran virtud y el provecho que había obtenido de la enfermedad. En efecto, una vez liberada de aquélla, quiso usar la salud sólo para servir a nuestro Señor (Francisco de Sales, / trattenimentti XXI, 6ss, Roma 1990, p. 352 [edición española: Obras de sanFrancisco de Sales, BAC, Madrid 1954]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El corazón del justo está firme en el Señor» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»: son las palabras con las que Jesús pone voz a su actitud de ofrenda, de rendición ante el misterio; más allá y dentro de la oscuridad del misterio. Esta entrega de sí mismo, que nada quita a la oscuridad en que se vive, no libera del miedo a los elementos amenazadores que sentimos a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, pero expresa en nuestra vida el absoluto de Dios. Tal vez no exista en el vocabulario humano palabra más universal ni más censurada que la palabra «sufrir»: es universal, porque la experiencia del sufrimiento pertenece a todos los hombres, pero es también un término censurado, porque el sufrimiento evoca dentro de nosotros la conciencia de nuestra fragilidad.

Del vocabulario del sufrimiento forman parte palabras como «enfermedad» y «muerte», con sus corolarios cíe «debilidad», «miedo», «decadencia», «impotencia». Está la experiencia de la fraternidad traicionada: el hambre, la injusticia, la violencia [...]; éstas se manifiestan en formas antiguas, aunque también a través de formas típicas de este tiempo nuestro: el dolor de los niños, la soledad de los ancianos y de los pobres, el aislamiento de muchos jóvenes que no consiguen insertarse en la sociedad...

En el misterio del corazón humano, es la conciencia del dolor y de sus razones lo que, a veces, hace más agudo el sufrimiento: tocamos con la mano la conciencia de nuestra propia fragilidad; con frecuencia, las preguntas sobre el sufrimiento representan un dolor más profundo que el mismo dolor; perforan la conciencia, engendran un sentido de soledad que nos hace tocar con la mano el misterio: porque el sufrimiento es también siempre experiencia del misterio. Es inútil pretender descifrar y explicar el misterio; éste sólo puede ser custodiado en el corazón, con la expectativa de que un día se revele (P. Bignardi, // vangelo del quotidiano, Roma 2000, pp. 113ss).

 

Día 7

Miércoles 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 3,1-11.24-25a

En aquellos días, Tobit se echó a llorar; rezaba entre sollozos y decía: Señor, tú eres justo y justas son tus sentencias; actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia. Señor, acuérdate de mí; no me castigues por mis pecados, no tengas en cuenta mis culpas ni las de mis padres. Por desobedecer tus mandamientos nos entregaste al saqueo, al destierro y a la muerte; nos hiciste refrán y burla de las naciones donde nos dispersaste. Señor, tus sentencias son graves, pues no cumplimos tus mandamientos ni nos portamos lealmente contigo. Señor, haz de mí lo que quieras, hazme expirar en paz, que prefiero la muerte a la vida.

Aquel mismo, día Sara, hija de Ragüel, vecino de Ragés, ciudad de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; en efecto, Sara se había casado siete veces, y el demonio Asmodeo había ido matando a todos sus maridos apenas se acercaban a ella. Pues bien, Sara regañó a la criada con razón, pero ésta replicó así: ¡Que no veamos nunca sobre la tierra hijo ni hija tuya, asesina de tus maridos! ¿Es que quieres matarme también a tú, lo mismo que mataste ya a siete hombres?

Al oír esto, Sara subió al piso de arriba de su casa y estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber; lloraba y rezaba sin cesar, pidiéndole a Dios que la librase de semejante baldón. Por entonces llegaron las oraciones de los dos a la presencia gloriosa del Dios Altísimo y fue enviado el santo ángel Rafael a curarlos a los dos, que habían elevado sus oraciones a Dios al mismo tiempo.

 

*• Ambas oraciones -la de Tobit y la de la joven Sara figuran entre las cosas más bellas de todo el libro. La oración de Tobit nace del dolor, es una oración hecha entre lágrimas (¡ante Dios también se puede llorar!); en cierto modo, es la plegaria de un hombre desanimado, que ve cerrado su futuro. La oración es estar ante Dios con nuestra propia verdad: a veces en medio de la alegría, a veces en medio del dolor, a veces sumergidos en el desánimo. Pero enseguida aparecen dos notas que hemos de señalar en la oración de Tobit. Aunque su vida carece de salidas, continúa creyendo que Dios es justo, misericordioso y leal. A Dios no hay que reprocharle nada. La segunda nota que caracteriza la oración de Tobit es que le pide a Dios lo único que le parece posible: en su dolor sin salidas, pide la muerte, como hizo también el profeta Elias (1 Re 19). Pero Dios es más grande y va más allá de las peticiones del hombre. Dios no le da a Tobit la muerte, sino la vida. Para Dios, nunca hay una situación sin salidas. Y, afortunadamente, no siempre nos da lo que le pedimos.

La oración de Sara, desesperada e insultada, también sin futuro en la vida, se produce al mismo tiempo que la de Tobit. Tampoco Sara cae en la desesperación, sino que se pone ante el Señor, le suplica entre lágrimas y le pide ser liberada de su desgracia, una desgracia que parece acompañarle como una maldición: se ha casado siete veces y todas ellas ha muerto su marido en la noche de bodas. Sara no pide la muerte -tal vez era demasiado joven para hacerlo-, sino la liberación.

No siempre acaban bien las cosas en la vida. Esta última conoce también el silencio -aparente- de Dios. Pero aquí,en el relato edificante, todo acaba bien. Dios acoge la oración de Tobit y de Sara y les envía a su ángel para socorrerles.

 

Evangelio: Marcos 12,18-27

En aquel tiempo,

18 se le acercaron unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

19 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere y deja mujer, pero sin ningún hijo, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia al hermano difunto.

20 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y al morir no dejó descendencia.

21 El segundo se casó con la mujer y murió también sin descendencia. El tercero, lo mismo,

22 y así los siete, sin que ninguno dejara descendencia. Después de todos, murió la mujer.

23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

24 Jesús les dijo: -Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios.

25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como ángeles en los cielos.

26 Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

27 No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.

 

*+• Los saduceos -que tenían la mayoría de sus seguidores en las filas de la aristocracia sacerdotal- se distinguían de los fariseos, desde el punto de vista religioso, en dos temas: en primer lugar, negaban todo valor a las tradiciones - a las que los fariseos, en cambio, estaban muy apegados- y afirmaban que sólo era vinculante la Ley escrita; y, en segundo lugar, negaban la resurrección de los muertos, citando a este respecto algunos textos bíblicos, como por ejemplo Gn 3,19 («eres polvo y al polvo volverás»). En este último punto echaban mano también de la ironía (w. 19-23): si una mujer se ha casado con siete maridos, ¿de quién será la esposa en la resurrección?

Los fariseos, sin embargo, afirmaban la resurrección, citando también ellos textos bíblicos muy conocidos, como por ejemplo Ez 37,8 y Job 10,11. Arrastrado a la discusión, Jesús -como de costumbre no se deja encerrar en los términos en que se planteaba el debate: los rompe, los hace estallar desde dentro. La resurrección está afirmada en la Escritura -y de ahí que los saduceos cometan un grave error al negarla-, pero no es cuestión de citar un texto u otro. Para Jesús, hemos de captar la Escritura en su centro, allí donde atestigua que Dios es el Dios de los vivos, el Dios de la vida y no de la muerte (Ex 3,6). Ésta es la razón que autoriza la fe en la resurrección: Dios es fiel y ama la vida, y no se puede pensar que haya creado al hombre con sed de vida para abandonarlo, después, a la muerte. Hasta aquí, la respuesta de Jesús va contra los saduceos. Pero -en parte- va también contra los fariseos, porque algunos de ellos concebían la resurrección en unos términos supersticiosos, materiales, prestándose así a la ironía de los saduceos. La vida de los resucitados -declara Jesús no tiene que ser pensada según los esquemas de este mundo presente. Se trata de una vida diferente: «Ni ellos ni ellas se casarán».

 

MEDITATIO

Una vez u otra o tal vez muchas, nos encontramos todos en el límite extremo del dolor o en un punto en el que lo sentimos como tal. Como Tobit, como Sara. Sin embargo, ¡qué diversidad de comportamientos, de intentos de solución, de reacciones, podemos encontrar!

Está la del que vive el sufrimiento como algo que atenaza el alma, como algo que se cierne hasta encerrarle bajo una capa que le sofoca. Entonces se debate, se siente perdido, se agita como un pez sacado del agua y echado sobre la arena, exige respuestas, busca caminos de salida -tal vez en la distracción o en la búsqueda del «culpable» de la situación-... y si levanta la mirada al cielo es, en ocasiones, incluso para lanzarle a Dios una requisitoria, quizás para acusarle y pedirle una reparación. El comportamiento de Tobit y de Sara es diferente. Y precisamente por ser tan universal y estar tan cerca de cada uno de nosotros la experiencia del dolor y la perspectiva de la muerte, es bueno para nosotros observarlos de más cerca. Para aprender.

Tobit y Sara oran. Primera indicación preciosa. Se abren al Otro, a ese Otro de quien saben que dependen como criaturas. Se dirigen a Dios, y no precisamente para contarle en primer lugar su dolor, sino para expresarle su adoración, la admiración que sienten por su grandeza y justicia, su ilimitada confianza en él; para confesar su propio límite, su pecado. Saben que Dios tiene el corazón «más grande», que es el Dios de la vida. Su oración no es individual, privada. Viven profundamente su drama, pero sienten que se inserta en el drama más general del pueblo. Esta apertura constituye una segunda y preciosa indicación para nosotros, que nos encerramos con tanta frecuencia en el círculo de nuestros problemas.

 

ORATIO

Dios de piedad, rico en compasión, enséñanos a orar, a orar siempre, a orar incluso cuando todo parece perdido para nosotros y ya no podemos contar con nada para vivir. Tú, que estás cerca de quien tiene el corazón abatido y escuchas el deseo de los pobres, concédenos la capacidad de abandonarnos a ti y poner en ti nuestra confianza, más allá de toda humana esperanza.

Tú, que respondiste de una vez por todas a toda nuestra desesperación enviando a tu Hijo hasta el abismo último de nuestra muerte, haz que cuando la vida se vuelva insoportable y demasiado amarga para nosotros seamos capaces de mirar a él clavado en la cruz por amor a nosotros. Mirándole y entregándonos a él, también nosotros experimentaremos entonces que «sólo el llanto más profundo conoce la alegría». Y sobre las ruinas de todo nuestro morir surgirá el alba de la vida resucitada, porque tú nos amas, en Jesús, desde siempre y para siempre.

 

CONTEMPLATIO

Quien pretenda pertenecer del todo a nuestro Señor debe examinar con frecuencia su propio corazón, para ver si está apegado a algo de esta tierra; y, si descubre que no hay nada que no esté dispuesto a dejar para cumplir la voluntad de Dios, será señal de que ha alcanzado una gran fidelidad, gracias a la cual debe permanecer en paz, ocupándose sólo de tomar con sencillez todo lo que le pase, como si le viniera de la mano de Dios.

Lo único que está siempre en nuestro poder es el simple acto de fe. Por consiguiente, no debemos turbarnos cuando no podamos hacer más que esto: debemos esperar todo de la voluntad de Dios. Por lo que respecta a la confianza, basta con que reconozcamos nuestra debilidad y digamos a nuestro Señor que pretendemos volver a poner toda nuestra confianza en él. La medida de la Providencia divina con respecto a nosotros es la confianza que tengamos en ella. ¡Oh Dios! Reposamos enteramente en esta Providencia sagrada y permanecemos entre sus brazos como un niño en brazos de su madre.

Es preciso adherirnos al fin, que es Dios, y a su voluntad, y no a los medios: los medios deben ser amados de una manera suficiente, pero no hasta el punto de perder la paz si Dios los suprime (Francisco de Sales, Tutte le lellere, Roma 1967, III, 848 [edición española: Cartas a religiosas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia» (cf. Tb 3,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios no tiene nada que ver; Dios no quiere el sufrimiento de los hombres; Dios no quiere la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida. Me enfado cuando oigo implicar a Dios: «Te envía el cáncer...». ¡Pero si es imposible! «Sea lo que Dios quiera»... ¡Pero si Dios no quiere el cáncer de ninguna manera! Lo que quiere es que yo esté sano y viva. No quiere la muerte; quiere la vida. Ciertamente, queremos comprender y encontrar respuestas y cuando nos encontramos sumidos en el dolor, en el sufrimiento, no siempre razonamos como es debido, por lo que todos deben ser respetados, pero sobre todo hay que respetar a Dios. Porque Dios manifiesta -para quien cree- que su único modo de respuesta a todas estas problemáticas más que dramáticas y trágicas es que te envía a Jesucristo. Y éste viene a decirnos: «Vengo a sufrir contigo, vengo a compartir tu condición, vengo a llevar la cruz contigo».

Por consiguiente, Dios participa. Más aún, Dios asume en sí mismo el dolor. «Varón de dolores», experto en el sufrimiento [...]. Por eso, a pesar de que haya gritado hacia él, continúo componiendo, predicando, infundiendo fe y esperanza en el Reino que debe venir, con la trepidante expectativa de saber si Él me acogerá con una sonrisa o me abrazará contra su pecho como al hijo después de su prolongadísima ausencia (texto de D. M. Turoldo recogido en Allegato Lettera END 109 [2000] 8).

 

Día 8

 

Jesucristo, Rey del Universo

 

LECTIO

Primera lectura: Heb 10, 4-10

4 pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados.

5 Por eso, al entrar en este mundo, dice: " Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. "

6 " Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. "

7 " Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad! "

8 Dice primero: " Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron " - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley -

9 " entonces " - añade -: " He aquí que vengo a hacer tu voluntad. " Abroga lo primero para establecer el segundo.

10 Y en virtud de esta " voluntad " somos santificados, merced a la " oblación " de una vez para siempre del " cuerpo " de Jesucristo.

 

Este texto se encuentra en la sección central de Hebreos (7,28-10, 18), donde se desarrolla el tema más importante del escrito: la función mediadora de Cristo. En concreto se toca el tema de cómo es la causa de una salvación eterna (10, 1-18). En estos versículos explica el autor el reemplazamiento de los sacrificios antiguos por el único y definitivo de Cristo. El texto parte -como es frecuente en el escrito- de una terminología y concepciones de la liturgia judía, pero ello no debería desorientar. Precisamente se pretende notar la diferencia y mejor condición de la economía soteriológica cristiana.

Quedarse con lo superficial es no comprender el texto. Por ello ha de prescindir de la liturgia judía.

Es muy importante aplicar este principio al punto central, es decir, al del sacrificio. El autor acentúa la actitud de Cristo en los primeros versículos (5-6). Lo principal es la aceptación del plan del Padre, el cumplimiento de sus designios. Y queda muy claro que el Padre no desea sacrificios expiatorios (EXPIACIÓN), como si los necesitara para volverse benévolo hacia el hombre. Esta imagen tan extendida y que tiene un cierto fundamento en algunos textos si se interpretan superficialmente produce una concepción de Dios auténticamente nefasta. J/MU/VD:Tampoco se puede decir que la voluntad del Padre es que el Hijo muera, así sin más. El texto presente habla de la aceptación por parte de Cristo de la voluntad del Padre al entrar en el mundo.

Es decir, la voluntad de Dios es que el Hijo sea hombre y comparta el destino humano en todos los aspectos menos en el pecado personal. Este tema está enormemente subrayado en Hebreos.

Ahora bien, al hacer esto también se "pone a tiro" del mal en el mundo que le lleva a la muerte. Pero esto es como una inevitable consecuencia de su condición humana, no un designio directo y preferido por Dios. Cuenta con él, pero por amor a los hombres, para mostrar y realizar su solidaridad, no se echa para atrás, sino llega hasta el final. Así, Cristo salva al hombre: haciéndole percibir que es amado por Dios hasta en sus aspectos más oscuros.

Ni es conveniente distinguir demasiado al Padre y a Cristo hasta llegar casi a contraponerlos. Hemos de hablar de un cierto modo cuando nos referimos a Dios, pero sabiendo que nuestras palabras nunca expresan la realidad divina como es. También Cristo es Dios y la voluntad de Dios es una sola.

Lo esencial, más que especular, es darse cuenta del beneficio aportado por la acción de Dios al hombre, haciéndose El mismo hombre por nosotros con todo lo que eso significa.

 

Evangelio: Mateo 26, 36-42

36 Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»

37 Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.

38 Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.»

39 Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.»

40 Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?

41 Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»

42 Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.»

 

 No hace falta decir que el episodio de Jesús en Getsemaní posee gran importancia para comprender la pasión que sigue. Es una escena de revelación. Mientras que la transfiguración (17,1-9) revelaba por anticipado la gloria del Hijo del hombre, aunque encaminándose hacia la cruz, aquí se revela la profunda humanidad de Cristo, su "debilidad". Es una revelación que podemos resumir así: este hombre que siente "tristeza y angustia", cuya alma está triste hasta morir y que experimenta el peso de la "carne débil", es el portador de la revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! Así pues, una profunda revelación del misterio de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende; en lugar de velar y acompañar, el discípulo se abandona al sueño. Efectivamente, se advierte un doble movimiento en el relato: por una parte, Jesús que se aleja, solo (es una manera de subrayar el carácter inaccesible del misterio encerrado en la oración de Jesús); por otra, Jesús que se acerca, que vuelve a los discípulos y les invita a acompañarlo (se subraya la cercanía del misterio de Jesús); pero el discípulo, aunque invitado, no comprende. Además de revelarnos la profunda humanidad de Jesús (por tanto, el relato que sigue se ha de leer tomando muy en serio la humanidad del Hijo de Dios), el relato nos manifiesta la reacción íntima de Jesús frente a los acontecimientos dolorosos inminentes. Es la pasión interior del Maestro. Los relatos que siguen (proceso, condena, insultos, crucifixión) son la superficie de la pasión, los hechos, la crónica; aquí se nos revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo. Por tanto, la escena de Getsemaní es, también desde este punto de vista, una clave indispensable para comprender en profundidad el resto de la narración. Finalmente, hay un tercer punto, no ya cristológico como los dos primeros, sino eclesial; refleja la lección de vida que la comunidad cristiana obtenía de la meditación de la oración de Jesús en el huerto. Como Cristo, por medio de la vigilancia y de la oración al Padre, superó victoriosamente el momento decisivo de la prueba, así el discípulo: "Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. El episodio se convierte en un modelo para la existencia cristiana, en una ilustración de la advertencia que Mateo ha colocado como conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que vendrá el Señor".

 

MEDITATIO

Estamos concluyendo otro año litúrgico con toda la Iglesia. Es bueno que hagamos un balance personal —y comunitario, también— y nos preguntemos si durante el tiempo transcurrido hemos realizado una coherente acción evangelizadora, de promoción humana, de santificación personal y fraterna con quienes vivimos, de glorificación a Dios en Cristo, hacia donde convergen como meta todas las actividades de la Iglesia. Y debemos planteamos mas cosas, a la luz de la Palabra de Dios, en esta fiesta de Cristo Rey: ¿cómo estamos viviendo la vida presente?, ¿tenemos presente la vida futura?

Nuestra vida tiene dos tiempos. El primero es terrenal: el <<tiempo propicio» que estamos viviendo, el de la salvación (cf 2 Cor 6,2), donde contamos con Cristo como <<buen pastor» y decidimos, porque esta en nuestras manos, si nos salvamos. Y después vendrá <<aquel día», cuando Cristo como juez se siente en su trono de gloria y nada quede impune ante él. La Escritura nos invita en este día a reflexionar austeramente. La fiesta de Cristo Rey nos ayuda a reconsiderar que todavía estamos en el tiempo favorable de la salvación, donde todo depende de la disponibilidad para acoger la invitación de Dios. El, buen pastor, nos invita a no endurecer el corazón para no ser seducidos por el pecado. Merece la pena repetir convencidamente: <<El Señor es mi pastor: nada me falta».

 

ORATIO

Señor, con la palabra, tajante y auténtica, que nos has dirigido hoy hemos comprendido que lo esencial en la vida no es, ni mucho menos, confesarte con palabras, sino practicar el amor con los pobres y desfavorecidos. En esto consiste la voluntad del Padre, en vivir de ti y como tú, incluso de parte de quienes no te conocen bien. Señor Jesús, tu te identificaste con los perseguidos, con los pobres, con los débiles. Nos has mostrado un claro ejemplo de vida, contenido en el evangelio y condensado en las bienaventuranzas.

La Señal de que ha llegado tu Reino se encuentra en que en ti el amor concreto de Dios alcanza a los pobres y los marginados, y no por sus méritos, sino por su condición de excluidos y oprimidos, porque tu eres Dios y porque lo últimos serán los <<clientes>> tuyos y del Padre.

Ayúdanos, Señor a entender que descuidar este amor concreto por los pobres, los forasteros, los prisioneros, los desnudos o los hambrientos, significa no vivir según la fe del Reino, sino apartamos de su lógica. Faltar al amor es negarte, porque los pobres son tus hermanos, y lo son justamente por su pobreza. Haznos comprender con todas sus consecuencias que ellos son el lugar privilegiado de tu presencia y del Padre celestial.

 

CONTEMPLATIO

Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra (cf Mt 11,25), te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas Espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso (cf Gu 1,26; 2,15). Y nosotros caímos por nuestra culpa.

Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste por tu Hijo, así, por el santo amor con que nos amaste (cf Jn 17,26), quisiste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa Maria, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y muerte (Francisco de Asís, <<Reglas para los hermanos menores», XXIII, 2-3, en San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978, 109-110).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<El Señor es mi pastor; nada me falta» (Sal 23,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es importante saber lo que pasa a nuestro lado y tener conciencia de las personas y las situaciones. Es importante saber que Jesús es el Señor y que él representa la visita personal definitiva de Dios a la humanidad. Es importante saber que debemos ser sensibles a las necesidades urgentes de los otros, especialmente de los más pobres, sucios y malolientes. Pero el saber no es decisivo. Lo decisivo es el hacer efectivo. No se salva el que sabe y dice; <<Señor, Señor...», sino el que hace lo que Dios pide. La salvación tiene lugar cuando se da el salto de la teoría a la práctica verdadera. Lo que nos proporciona la salvación es el amar desinteresadamente, el perdonar con sinceridad y el extender la mano generosa.

Simón de Cirene fue el buen samaritano para Jesús que sufría en el camino. El no socorrió a un condenado y criminal a los ojos de la justicia romana y judía. Dio asistencia y ayuda al mismo Dios.

<<Señor, ¿cuándo te vimos sufriendo y te servimos? ¿Cuándo te vimos caído y bañado en sangre te levantamos? ¿Cuándo te vimos llevando la cruz y te ayudamos llevándola nosotros mismos?» Y el Señor nos dirá: <<En verdad os digo que cada vez que hagáis como Simón de Cirene, que cargó con la cruz de un condenado, conmigo lo hacéis».

Verdaderamente, Dios se esconde y va de incógnito debajo de todo necesitado. Suplica compasión. Implora liberación. Quiere ser auxiliado. Es importante saberlo, Pero más importante, incluso decisivo, es ayudar, abajarse, tomar sobre sí la cruz y caminar junto al otro. Es la elección perenne que Simón de Cirene nos legó. 

Al juzgar sobre nuestra salvación seremos juzgados de amor. Los pobres no constituyen un tema del Evangelio. Pertenecen a la esencia misma del Evangelio. Porque <<evangelio» quiere decir <<buena nueva», alegría de la justicia mesiánica para quien se encuentra sometido a la injusticia, liberación para quien se ve oprimido y salvación para quien se halla perdido. Sólo a partir del lugar de los pobres se entiende la esperanza del Evangelio de Jesús. Y solo se salva quien asume la perspectiva de los pobres 

El Evangelio, ciertamente, va destinado a todos. Todos son interpelados por él; los que poseen el control de los bienes de este mundo y los desposeídos; los que poseen el privilegio de saber y los ignorantes. No se restringe a una clase. Pero solo participa del Reino de Dios y se salva el que vive y trabaja, aun siendo rico, asumiendo los clamores de los pobres, suplicando justicia; quien en su proyecto de vida incluye el anhelo mayor de los pobres, que es el de la construcción y el logro de una convivencia equitativa y fraterna para todos, y ayuda a concretarlo (L, Boff, Via crucis de la justicia, Ediciones Paulinas, Madrid l980, 58-64; traducción, Antonio Alonso].

 

Día 9

Viernes 9ª semana del Tiempo ordinario o 9 de junio, conmemoración de

San Efrén

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 11,5-17

En aquel tiempo, Ana iba a sentarse todos los días en la cima de un otero, junto al camino, desde donde dominaba el paisaje. Un buen día, mientras estaba allí, mirando a ver si venía su hijo, lo divisó a lo lejos y lo reconoció al instante. Echó a correr y le dijo a su marido: -Oye, tu hijo está llegando.

Rafael le había dicho a Tobías:

-Nada más entrar en tu casa, adoras al Señor, tu Dios, y le das gracias; te acercas a tu padre y le besas; luego le frotas los ojos con la hiel de ese pez que llevas contigo. Ten la seguridad de que en seguida se le abrirán los ojos a tu padre y podrá ver la luz del cielo, y al verte se pondrá muy contento.

Entonces el perro que llevaban durante el viaje salió corriendo delante de ellos y, como si fuera un mensajero llegado a su destino, exteriorizaba su alegría haciendo carantoñas con el rabo. El padre de Tobías, ciego como era, se levantó y echó a correr a trompicones. De la mano de un criado salió al encuentro de su hijo. Él y su mujer le recibieron con besos y rompieron a llorar de alegría. Luego adoraron a Dios, le dieron gracias y se sentaron.

Tobías frotó los ojos de su padre con la hiel del pez. Aguardó cosa de media hora y empezó a salir de sus ojos una telilla blanca, como la fárfara de un huevo. Tobías la cogió y se la extrajo de los ojos, y así recobró la vista. Entonces él, su mujer y todos los vecinos glorificaron a Dios. Tobías dijo:

-Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo Tobías.

 

*+ La página que nos propone hoy la liturgia es, a buen seguro, una historia edificante, hermosa, pero el lector podrá objetar que no siempre sucede así en la vida. La Biblia es un libro sincero, a veces incluso rudo, repleto de preguntas inquietantes. No es uno de esos libros religiosos edificantes en los que siempre salen bien las cuentas. Hacer que salgan las cuentas es el deseo del hombre, pero no siempre el verdadero modo de manifestarse de Dios. Con todo, también en la Biblia, como ocurre precisamente en el libro que estamos leyendo estos días, hay páginas espléndidas de hagiografía edificante.

No constituyen la osamenta del discurso bíblico, pero lo embellecen. También las páginas edificantes tienen su verdad y su poesía. No siempre captan la vida en lo que tiene de problemático, pero sí dicen, ciertamente, cómo la quisiéramos. También el soñar puede formar parte de una auténtica relación con el mundo y con Dios, y tanto más por el hecho de que también es verdad -si se tiene la mirada profunda de la fe- que Dios siempre hará que las cuentas salgan bien. Tal vez no a nuestra manera, quizás no siguiendo nuestros tiempos, pero es seguro que saldrán. El cristiano sabe que las cuentas no han de salir, necesariamente, en este mundo.

Pero volvamos al relato que hemos leído. Su primera característica es la alegría, la alegría coral de una familia que explota cuando el hijo que se había ido lejos vuelve y cuando el anciano padre se cura. Se trata de una alegría sana, humanísima, que se expresa con lágrimas de alegría, con abrazos afectuosos y, lo más importante, con la oración de agradecimiento al Señor.

También la lección que subyace en el relato es límpida y humanísima, consoladora: el Señor pone a prueba, pero no para castigar, no para destruir, sino siempre y sólo para purificar y dar más.

 

Evangelio: Marcos 12,35-37

En aquel tiempo,

35 Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo: -¿Cómo dicen los maestros de la Ley que el Mesías es hijo de David?

36 David mismo dijo, inspirado por el Espíritu Santo:

Dijo el Señor a mi Señor:

Siéntate a mi derecha

hasta que ponga a tus enemigos

debajo de tus pies.

37 Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo? La multitud lo escuchaba con agrado.

 

**• En el debate de hoy es Jesús el primero en pasar al ataque. Ya no son los otros quienes le interrogan, sino él quien plantea la pregunta. Se trata de una pregunta decisiva, una pregunta que no se pierde en aspectos secundarios, sino que va al centro de la fe cristiana: ¿quién es Jesús? Esta pregunta ya había sido planteada en 8,27ss, pero allí sólo a los discípulos; ahora la hace a todos, especialmente a los maestros de la Ley y a los fariseos. Y la plantea Jesús en el templo, en el corazón del judaísmo.

Seguimos estando en el terreno de las Escrituras. El Mesías no puede ser simplemente hijo de David, dado que el mismo David le llama «mi Señor» en el Sal 110. La argumentación es apretada. Pero ¿qué es lo que hay detrás de este debate? ¿Por qué es tan importante? Porque la expresión «hijo de David» era un título mesiánico que no sólo evocaba el origen (el origen del Mesías, de la estirpe de David), sino también un proyecto mesiánico (una restauración religiosa y política que habría llevado

de nuevo a Israel al esplendor de los tiempos de David). Lo que está en juego, por tanto, no es sólo si Jesús es Mesías e Hijo, sino qué Mesías y qué Hijo.

 

MEDITATIO

La historia de Tobías y Sara llega ahora a su conclusión. Llega el día en que, desde lo alto del otero, la mirada de Ana, que ardía en deseos, recorriendo el horizonte percibe unas figuras que avanzan. Su corazón reconoce al hijo. Y se pone en marcha todo un movimiento de exultación: corre Ana, corre el ciego Tobit; la misma naturaleza -corre también el perro moviendo la cola- participa en la fiesta de estos pobres de Israel que ven colmada, por encima de toda esperanza, sus expectativas. En efecto, Tobías vuelve con Sara liberada del espíritu maligno, Tobit recobra la vista, se recompone la unidad de la familia: un final feliz, como no hay muchos en nuestras crónicas. Incluso demasiado bello para ser verdad, podría objetar alguno...

«Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado»: la oración que eleva Tobit a Dios en la reapaciguada intimidad familiar, mientras sus ojos vuelven a ver a su hijo, nos permite penetrar más allá de las imágenes vivaces e ingenuas para captar su significado profundo. Sí, Dios ha escuchado la oración de Tobit, no ha defraudado su confianza, una confianza que ha sido capaz de perseverar -y hasta de crecer- en la prueba.

La vida de Tobit se había visto sacudida por una tempestad de acontecimientos trágicos, destructores, desde el punto de vista humano. Pero él supo verlos como una prueba enviada por Dios, supo ver en ellos la presencia de su Dios, que quería poner a prueba su fidelidad. Tobit no ha defraudado a Dios: le «hizo quedar bien», para usar una expresión de san Francisco de Sales. Tobit, traqueteado por las olas y los vientos contrarios, ha sido capaz de confiar y creer, más allá de la sensatez humana. Y no se encontró en sus labios más que palabras de bendición y de alabanza al Dios justo. Ahora le toca ¡i Dios. Y Dios, que no defrauda la esperanza humilde, confiada, orante de su siervo, le recompensa con su divina largueza.

 

ORATIO

Te bendigo, Señor, porque después de haberme probado me has curado. Te adoro presente en mi historia. Sé que me amas.

Eres tú, mi Dios, quien me visitas en el dolor; eres tú, mi Dios, quien me das la alegría. Eres tú quien me visita en la oscuridad de la noche sin estrellas, en la mañana risueña de las promesas. Eres tú quien me visita en la angostura del camino y tú, también, en los claros horizontes. Tú eres el apoyo del débil, la luz del ciego. Tú eres la patria del desterrado, el consuelo del que está solo.

Que mi vida, visitada por tu bendición, pueda alabarte y bendecirte por siempre.

 

CONTEMPLATIO

Bendecir a Dios y darle las gracias por todos los acontecimientos, que su Providencia ordena, es, en verdad, una ocupación muy santa, pero, cuando dejamos a Dios el cuidado de querer y de hacer lo que le plazca en nosotros, sobre nosotros y de nosotros, sin atender a lo que ocurre, aunque lo sintamos mucho, procurando desviar nuestro corazón y aplicar nuestra atención a la bondad y a la dulzura divina, bendiciéndolas no en sus efectos ni en los acontecimientos que ordenan, sino en sí mismas y en su propia excelencia, entonces hacemos, sin duda, un ejercicio mucho más eminente [...].

Oh Dios, ¿qué almas son esas que, entre tantos inconvenientes, siempre son capaces de conservar su atención y su afecto dirigidos a la eterna bondad, para adorarla y amarla por siempre? [...] Mandó Dios al profeta Isaías que se desnudase, y así lo hizo, y anduvo caminando y predicando de esta guisa durante tres días enteros, como dicen algunos, o durante tres años, como creen otros; después volvió a tomar sus vestiduras, una vez transcurrido el tiempo que Dios le había señalado. También nosotros nos hemos de desnudar de nuestros afectos, pequeños y grandes, y debemos examinar con frecuencia nuestro corazón, para ver si está dispuesto a despojarse, como hizo Isaías, de todas las vestiduras; mas, después, a su debido tiempo, hemos de volver a tomar los afectos convenientes para el servicio de Dios, a fin de morir en cruz, desnudos, con nuestro divino Salvador, y de resucitar, después, con Él, en hombre nuevo. El amor es fuerte como la muerte, para hacer que lo dejemos todo, pero es magnífico como la resurrección, para revestirnos de gloria y de honor (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IX, 15ss, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 551-559, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado» (cf. Tb 11,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú creaste, oh Señor, todas las cosas «en número, peso y medida», y lo que sucede acaece en el orden de tu sabiduría. Le diste al hombre la libertad, para que actúe por su propia voluntad. Pero en cuanto ha realizado su obra, ésta se hace realidad; ya no puede quitarla de en medio; debe ir más allá. Tú has tejido así su existencia. En todo deben resplandecer tu justicia y tu bondad; sin embargo, el hombre se ha desviado de ti y ha cambiado el orden de tu amor por la oscura imagen del destino. Ahora bien, en Cristo, tu Hijo, nos has revelado, oh Padre, tu rostro y has empezado una obra nueva. El ha vencido al destino y nos ha mostrado tu providencia en los acontecimientos.

Ahora todo debe ser para nosotros una disposición de tu amor. Esto nos ha sido dado como consuelo, pero también como tarea. El mensaje no es un permiso para dejar discurrir las cosas con indolencia o para cerrar los ojos ante su gravedad, sino amonestación para un santo obrar. Tu Reino debe ser para nosotros lo único necesario. Que venga tu Reino y que se cumpla tu justicia: eso es a lo que deben tender nuestros propósitos y nuestras preocupaciones. Entonces podremos estar seguros de que todo, hasta las cosas más oscuras, nos ha sido dado para que nos salvemos. Debemos elevar con fe en el marco de tu providencia cualquier experiencia que nos depare el destino, superar nuestra ignorancia con confianza y colaborar en tu obra con amor. Ayúdame, oh Señor, a ¡luminar la confusión de las cosas con la claridad de la fe y a transformar con la fuerza de la confianza la dificultad de todo lo que pesa sobre mí. Y que tu Espíritu Santo pueda atestiguar en mi corazón que soy verdaderamente hijo tuyo y que hago bien al aceptar todos los acontecimientos de tu mano.

Haz que encuentren respuesta en la certeza de tu amor aquellas preguntas a las que ninguna sabiduría humana puede responder. Que tú me amas es la respuesta a cualquier pregunta; haz que lo sienta cuando llegue la hora de la prueba. Amén (R. Guardini, Preghiere teologiche - La Prowidenza, Brescia 1986, 47ss [edición española: Oraciones teológicas, Ediciones Cristiandad, Madrid 1966]).

 

 

Día 10

Sábado 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 12,1.5-15.20

En aquellos días, Tobit llamó a su hijo y le dijo:

-¿Qué podríamos darle a este santo varón que ha venido contigo?

Le llamaron aparte, padre e hijo, y le rogaron que aceptara la mitad de todo lo que habían traído.

Y él les dijo en secreto:

-Bendecid al Dios del cielo y proclamadle ante todos los vivientes, porque ha sido misericordioso con vosotros. Es bueno guardar el secreto del rey, y es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Buena es la oración con el ayuno. Mejor es hacer limosna que atesorar dinero, porque la limosna libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Los que cometen pecados y maldades son enemigos de sí mismos. Os diré toda la verdad, no os ocultaré ningún hecho: Cuando tú orabas con lágrimas y dabas sepultura a los muertos; cuando dejabas la comida para esconder de día los muertos en tu casa y sepultarlos de noche, yo presentaba tu oración al Señor. Eras agradable al Señor, por eso tuviste que pasar por la prueba. Ahora el Señor me ha enviado para que te cure y libre del demonio a Sara, la mujer de tu hijo. Yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que estamos en presencia del Señor. Pero ya es hora de que regrese al que me envió. Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas.

*+• La historia de Tobit y de su hijo Tobías es un canto a la divina providencia. Pero es también un canto a la generosidad, como indica la palabra «limosna», que se repite más veces aquí y en todo el libro.

Oración, ayuno y limosna eran las tres prácticas esenciales de la piedad judía. Pero la más importante de las tres era la limosna, que expresa la atención a los necesitados, la compasión y la simpatía respecto a ellos, la ayuda activa y generosa.

Tres son las ventajas de la limosna o, como se dice en muchos otros pasajes bíblicos, de la caridad: libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Tres ventajas que, tal vez, se reducen a una. Podemos expresarla así: la generosidad nos hace vivir y respirar, arranca al hombre del cercado de sí mismo y lo lleva al aire libre. Se trata de una experiencia profundamente verdadera. No es sólo cuestión de vida eterna, sino de la vida en toda su extensión. La generosidad es el mejor modo de vivir en el presente.

En nuestra lectura de hoy hay también una segunda enseñanza importante: la benevolencia de Dios tiene que ser contada, para que todos puedan alegrarse, esperar y alabar al Señor: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (v. 20). Los dones de Dios no son nunca sólo para nosotros: debemos darlos a conocer. No se trata de contar lo que tú has hecho por Dios, sino lo que Dios ha hecho por ti.

 

Evangelio: Marcos 12,38-44

En aquel tiempo,

38 decía Jesús a la muchedumbre mientras enseñaba: -Tened cuidado con los maestros de la Ley, que gustan desasearse lujosamente vestidos y de ser saludados por la calle.

39 Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes.

40 Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

41 Jesús estaba sentado frente al lugar de las ofrendas y observaba cómo la gente iba echando dinero en el cofre. Muchos ricos depositaban en cantidad.

42 Pero llegó una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor.

43 Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: -Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás.

44 Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

 

**• El pasaje evangélico de hoy está compuesto por dos cuadros contrapuestos: por una parte, el comportamiento de los maestros de la Ley; por otra, el comportamiento de una viuda pobre. Los dos cuadros representan la falsa v la verdadera religiosidad.

«Tened cuidado con los maestros de la "Ley» (v. 38): vanidad, ostentación, una práctica religiosa contaminada por la avidez y por la hipocresía, éstas son las tres deformaciones de los maestros de la Ley contra las que Jesús quiere ponernos en guardia. La expresión «tened cuidado con» pone de relieve la gravedad particular del peligro en el que pueden caer los discípulos. Marcos, en 8,15, usa la misma expresión para poner en guardia contra la levadura de los fariseos y de Herodes, y en 13,15, para poner en guardia contra los falsos profetas.

«Sentado frente al lugar de las ofrendas» (v. 41): en el atrio del templo, al que también podían acceder las mujeres, estaban alineadas las cestas en las que se echaban las monedas. Probablemente, los oferentes declaraban en voz alta al sacerdote que estaba de servicio la entidad del don y la finalidad para la que lo ofrecían. De este modo, el gesto se hacía público y se prestaba a la vanidad.

«Jesús llamó entonces a sus discípulos» (v. 43): hay muchos ricos que hacen opíparas ofrendas, y hay una viuda pobre que ofrece sólo dos monedas de escaso valor, todo lo que posee. Jesús se da cuenta y llama la atención de los discípulos con unas palabras que el evangelio reserva para las enseñanzas más importantes:

«Os aseguro que». Jesús ha encontrado un gesto auténtico y quiere que sus discípulos lo aprendan. Lo que ha sorprendido a Jesús no es sólo la falta de ostentación, sino sobre todo la totalidad del don: esa mujer no ha dado lo superfluo -es decir, lo que le sobra después de haber asegurado su vida dentro de unos amplios márgenes de seguridad-, sino «todo lo que tenía para vivir» (v. 44).

 

MEDITATIO

Tobit nos sale al encuentro en esta página del evangelio con toda su plenitud humana. Su prolongada costumbre de llevar una vida abierta al otro, atenta a sus necesidades, generosa y olvidada de sí; la práctica asidua de la caridad, de esa limosna que «libra de la muerte» pagada con la propia sangre; la constante disposición a vivir remitiéndose a Dios en la oración -bendición, alabanza, súplica o lamento-: todo esto ha ido madurando en él una profunda capacidad de gratitud y la necesidad de expresarla en gestos concretos.

No se había cerrado antes, replegado en su dolor; no se cierra ahora, satisfecho, en su felicidad. El dolor que había experimentado en primera persona le había vuelto capaz de una compasión más amplia. La alegría, acogida como don de Dios, le impulsa ahora al agradecimiento al que había sido el instrumento y mediador.

Las palabras solemnes del ángel -todavía de incógnito- ponen el sello al reconocimiento divino de «toda esta vida» objeto de la misericordia de Dios y en la que Dios puede llevar a cabo sus obras. Tobit sabe dar las gracias porque sabe reconocer que ha recibido la gracia. No siente nada como si le fuera debido, para él lodo es don.

Y sabe decir «gracias» no sólo a Dios, fuente de «todo buen regalo», sino también al hermano, al compañero de viaje, al que se ha hecho dócil ministro de este don. Se trata de una dimensión que hemos de redescubrir

o, en cualquier caso, mantener viva para nosotros, que, con frecuencia, atrapados en los engranajes de la prisa, de la eficiencia, encallados en la superficialidad, corremos el riesgo de olvidar esta capacidad de gratitud que es como la otra cara de la gratuidad. Sólo quien sabe recibir todo como don y da gracias por ello es capaz a su vez de ofrecerse gratuitamente como don al otro.

 

ORATIO

Adoramos, oh Dios, tu inaprensible misterio y bendecimos tu inagotable misericordia. Tú, con sabia providencia, quieres tejer la trama de nuestra vida como una historia de amor y nos invitas, a través de los acontecimientos del tiempo, a una perenne mañana de fiesta, junto a ti, en la luz.

Que tu Espíritu abra nuestros ojos, para que sepamos leer ya desde ahora las situaciones de la vida desde tu punto de vista y configure nuestros corazones a imagen del tuyo: unos corazones anchos, abiertos, compasivos y fecundos en bien para nuestros hermanos. De suerte que de la comunión de nuestras vidas, empapadas de misericordia, suba incesante la alabanza a ti, el Misericordioso que realiza grandes cosas para quienes se confían a él.

 

CONTEMPLATIO

Es tan débil el espíritu humano que, cuando quiere investigar con excesiva curiosidad las causas y las razones de la voluntad divina, se embaraza y enreda entre los hilos de mil dificultades, de los cuales, después, no puede desprenderse. Se parece al humo que, conforme sube, se hace más sutil y acaba por disiparse. A fuerza de querer remontarnos con nuestros discursos hacia las cosas divinas, por curiosidad, nos envanecemos en nuestros pensamientos y, en lugar de llegar al conocimiento de la verdad, caemos en la locura de nuestra vanidad.

Pero, de un modo particular, respecto a la Providencia divina somos caprichosos en lo que atañe a los medios que ella reparte para atraernos a su santo amor y, por su santo amor, a la gloria. Porque nuestra temeridad nos impele siempre a indagar por qué Dios da más medios a unos que a otros, por qué no hizo entre los tirios y sidonios las mismas maravillas que en Corozaín y en Betsaida, pues tan gran provecho hubieran sacado de ellas; en una palabra, por qué atrae a su amor a unos con preferencia a otros.

¡Ah, amigo mío, Teótimo!, jamás, jamás hemos de permitir que nuestro espíritu sea arrebatado por el torbellino de este viento de locura, ni hemos de pensar en encontrar una razón mejor de los designios de la voluntad de Dios que su voluntad misma, la cual es soberanamente razonable; mejor dicho, es la razón de todas las razones, la regla de toda bondad, la luz de toda equidad. Y aunque el Espíritu Santo, hablando en la sagrada Escritura, da en muchos lugares la razón de casi todo lo que podemos desear acerca del proceder de su Providencia en la dirección de los hombres hacia el santo amor y hacia la salud eterna, es cierto, sin embargo, que en muchas ocasiones declara que, en manera alguna, nos liemos de apartar del respeto debido a su voluntad y que hemos de adorar sus propósitos, sus decretos, su beneplácito y sus resoluciones, cuyos motivos, como supremo y justísimo juez que es, no es razón que manifieste, sino que basta con que los dé a conocer. Si debemos tanto honor a los fallos de los supremos tribunales, compuestos de jueces corruptibles de la tierra, y ellos mismos terrenos, de suerte que hemos de creer que no se han pronunciado sin motivo, aunque no sepamos cuál sea éste, ¡oh Dios mío!, ¡con cuánta reverencia no hemos de adorar la equidad de vuestra suprema providencia, la cual es infinita en justicia y en bondad! (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IV, 7, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 251-252).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (Tb 12,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra inteligencia no está en absoluto en condiciones de aferrar en su totalidad esta única e infinita perfección de Dios. Estamos frente a un misterio insondable, que nos exige adoración: «Que todo espíritu alabe al Señor, dándole todos los nombres más excelsos que se pueda encontrar; y sea cual sea la alabanza que estemos en condiciones de tributarle, confesemos que nunca podrá ser alabado de manera suficiente». Cada vez que recitamos el «Padre nuestro» y decimos: «Santificado sea tu nombre», proclamamos la grandeza de Dios y nos ponemos frente a él tal como somos, en nuestra pequeñez, con toda confianza.

La adoración nos pide aún más. No se trata de reconocer la grandeza de un Dios disperso entre las nubes; se trata más bien de proclamar su presencia activa en el mundo y de confesar su soberanía tanto en la tierra como en el cielo. En efecto, Dios es creador, pero la creación no tuvo lugar de una vez por todas al comienzo de los tiempos: Dios sigue siendo creador también hoy, y mañana, y para la eternidad. Existe una fuerte tentación de ignorar esta acción creadora de Dios que se prolonga en el tiempo. Sabemos bien que muchos hombres y mujeres están prisioneros de una visión estrechamente materialista del mundo. La investigación científica tiende a descubrir, cada vez mejor, cómo se ha ido constituyendo el mundo y a comprender, de un modo cada vez más profundo, las leyes que lo regulan, pero se muestra impotente para tener en cuenta el sentido de las cosas. Dios ha sido expulsado por completo de la existencia de los que se declaran ateos y no encuentra sitio en su explicación del mundo material. Ahora bien, «si el hombre existe es porque Dios lo ha creado por amor, y por amor no cesa de hacerle existir. Esto vale para el hombre y para todo el universo, fruto del amor de Dios creador» (Cl. Morel, // nostro é un Dio di gioia, Milán 1993, pp. 16 ss).

 

Día 11

La Santísima Trinidad

(Domingo después de Pentecostés)

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 34,4b-6.8-9

4 Subió Moisés al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en sus manos las dos losas de piedra.

5 El Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor

6 Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando:

- El Señor el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel.

8 Inmediatamente, Moisés cayó rostro a tierra

9 y le dijo:

- Mi Señor si gozo de tu protección, que venga mi Señor entre nosotros, aunque este sea un pueblo obcecado. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado y tómanos como heredad tuya.

 

¤• La renovación de la Alianza, después de ser quebrantada por el pueblo de Israel (el episodio del becerro de oro: Ex 31,18-32,35), es el contexto de la perícopa. La renovación de la Alianza conlleva tallar unas nuevas losas de piedra (las primeras las destruyó Moisés: 32,19), <<como las primeras>> (34,1.4). El Señor escribirá de nuevo la Ley en las losas de piedra. La nube es el símbolo de la presencia de Dios, la envoltura del misterio divino.

Este misterio es desvelado por la autopresentación del Señor que pasa proclamando el significado de su nombre: YHWH es misericordioso y  compasivo, adjetivos realzados por la endíadis <<gracia y fidelidad» (v. 6). La nube, de la que desciende Dios para ponerse junto a Moisés, se convierte en el ámbito para conocer al Señor su identidad, gracias a su revelación. La presencia de la nube hace que Moisés interceda invocando el nombre del Señor: Dios se manifiesta como el Dios del perdón, que está en medio de su pueblo (<<su heredad», v 9) acompañándolo. La imagen que reproduce el texto de YHWH es la del Dios amor que corrige la infidelidad. La actitud adecuada frente a este amor es la de la adoración y la invocación. Una actitud que expresa la reacción suscitada por la revelación de la identidad de Dios: desear que otros experimenten el perdón y la cercanía del Señor.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 13,11-13

11 Por lo demás, hermanos, estad alegres, buscad la perfección, dejaos guiar, tened un mismo sentir, vivid en paz; de este modo, el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

12 Saludaos unos a otros con el beso santo. Os saludan todos los hermanos en la fe.

13 La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios y la comunión en los dones del Espíritu Santo, estén con todos vosotros.

 

• Pablo, en la conclusión de la carta, quiere defender la autoridad de su ministerio ante algunos miembros de la comunidad que no la reconocen. La iglesia de Corinto estaba lacerada por las divisiones (cf l Cor 1,10-12).

Por eso, en la última exhortación, el apóstol les invita a vivir en la paz y en la concordia y a animarse mutuamente (v. 11): estas actitudes son el modo concreto de <<buscar la perfecci6n» y se convierten en la condición para experimentar la presencia del <<Dios del amor y de la paz». La designación de Dios tiene valor sintético y señala el objetivo de la acción de Dios en Jesucristo. Pablo recuerda que es el centro de su anuncio: la reconciliación (2 Cor 5,18-20). Todo se resume en la fórmula trinitaria final; la gracia, la paz y la comunión vienen atribuidas, respectivamente, a Jesucristo, a Dios y al Espíritu Santo. La distinción entre los tres términos mantiene su valor: la gracia indica la bondad gratuita que los creyentes experimentan en Jesucristo, particularmente en la cruz; el amor muestra la identidad de Dios y su correspondiente entrega a los hombres; la comunión es el resultado de la acción del Espíritu Santo en la comunidad. La fórmula, en su unidad, sugiere que la acción reconciliadora de Dios en Jesucristo encuentra su verificación en la comunión que la comunidad vive como fruto del Espíritu.

El texto relaciona la identidad y la acción de Dios con la vida de la comunidad: el misterio de Dios se muestra en sus efectos, y la acogida de la identidad de Dios se traduce en la paz, la concordia y la comunión.

 

Evangelio: Juan 3,16-18

16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único  para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

18 El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya esta condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

 

¤·• El fragmento del evangelio de Juan forma parte del <<comentario» del evangelista al diálogo de Jesús con Nicodemo (sin embargo, la lectura litúrgica introduce el texto con la expresión: <<En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo»). Consiste en la explicación de las palabras de Jesús referentes a tener vida eterna gracias a la fe en aquel que Dios ha levantado en alto (Jn 3,15). En el cuarto evangelio <<levantar» significa, al mismo tiempo, crucificar (ser levantado en la cruz) y ensalzar La repetición del dicho <<para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna>>, en el v. 16, subraya la relación entre creer en Jesús y obtener la vida. La afirmación manifiesta la intención de Dios, el amor tan grande al mundo, que incluso entrega a su Hijo unigénito para arrancar a la humanidad de la muerte. El verbo <<entregar» asume aquí la doble valencia de enviar al mundo al Hijo y de entregarlo hasta la muerte. Se recalca así que en la entrega de Jesús esta implicado el Padre. La humanidad (en este sentido la humanidad es el mundo), mediante el pecado, ha creado una separación entre ella y Dios, exponiéndose a la muerte. Dios quiere superar ese abismo. Y a la situación <<suicida» de la humanidad le contrapone el don de la vida, que requiere la fe. Es voluntad de Dios cumplir esta condición —repetida con insistencia— para salir del abismo y no (re)caer en él. El eventual juicio no depende, por tanto, de Dios, sino de la elección que cada uno hace ante aquel que se ha entregado. El juicio es correlativo a la incredulidad, lo contrario a la voluntad de Dios. La fe en el Hijo del hombre enviado es ya experiencia de vida, en cuanto que es apertura al amor vivificante de Dios.

 

MEDITATIO

La concepción que se tenga de Dios nace en buena parte de nuestra experiencia en las relaciones humanas. Generalmente, hay dos aspectos bien diferenciados: el fundamento que la sostiene y el misterio que la envuelve. La supremacía de un aspecto sobre el otro determina los sentimientos: si el predominio es el del primero, será de confianza, al sentirse protegido y cuidado; si la preponderancia es el del segundo, será de temor, al considerarse supeditado y dominado. Las dos impresiones se expresan de dos formas en la oración: la alabanza agradecida y la invocación perpleja. En toda vivencia religiosa, incluida la cristiana, conviven distintas sensibilidades y formas de orar; sin embargo, ¿no nos sentimos ante Dios protegidos y amenazados, al mismo tiempo, y gozosos de mantener una relación cordial con él y suspicaces ante el temor de quedar anulados en algún momento por fiarnos totalmente?

Los textos que la liturgia nos propone en la solemnidad de la Trinidad nos presentan una descripción de Dios que va más allá de la proyección en la que, a menudo, caemos al prestarles atención a los sentimientos espontáneos que nos surgen. La manifestación de Dios como amor quiere recordarnos insistentemente que él se dirige a nosotros con la dedicación y el cariño de quien esta en el corazón de nuestra vida. El perfil de una vida así no esta determinado por nuestros deseos, solo pálidamente. En efecto, nuestro deseo de vida, por muy grande que sea, no logra alcanzar la plenitud de cuanto Dios quiere entregarnos; se aproxima solamente, igual que se aproxima la concepción que podemos tener del amor de Dios manifestado en Jesús.

Este amor; que aparece como el verdadero rostro del misterio, causa un estupor indecible: sentirse el centro de la atención y de los cuidados de Aquel que es la vida misma, rebosante y salvadora. Así se aprende que no es encerrándose, sino dándose, como se obtiene verdaderamente la vida. La vida coincide con el amor entendido como entrega, y la plenitud de la vida se experimenta cuando, abrazados y transformados, por tal amor nos dirigimos a él en alabanza agradecida, signo de que el temor ha desaparecido definitivamente.

 

ORATIO

Gloria a ti, Dios, Padre, Hijo y Espíritu, que eres el término excelso de mis ambiciones y el manantial inagotable de mis deseos. Gloria a ti, que has querido entrar en nuestra historia, y en la mía, y mostrarme mi soledad derrotada y vencida la muerte. Gloria a ti, que destronas mi temor a perderme si te dejo espacio en mi corazón. Gloria a ti, que me envuelves en tu nube y en ella me desvelas tu misterio, que es el misterio de mi vida, ardientemente buscado. Gloria a ti, que eres el amor rebosante, que me acoges y me salvas en mi fragilidad. Gloria a ti, que me concedes entrar en comunión contigo y me revelas relaciones inimaginables. Gloria a ti, que me conduces por el camino de la entrega seduciendo mi Espíritu deseoso de plenitud. Gloria a ti, que eres el principio, el ámbito y la meta de todo cuanto puedo disfrutar. Gloria a ti, que lo eres Todo.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh, mi Dios, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mi, para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que a cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje jamás allí solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, entregada del todo a vuestra acción creadora.

Oh mi Cristo amado, crucificado por amor; quisiera ser una Esposa para vuestro Corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros... ¡hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y os pido <<revestirme de Vos mismo», identificar mi alma con todos los movimientos de la vuestra, sumergirme, invadirme, sustituirme Vos a mi, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como Adorador como Reparador y como Salvador;

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándoos; quiero estar atenta a vuestras enseñanzas, a fin de aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero estar fija siempre en Vos y permanecer bajo vuestra inmensa luz. ¡Oh, mi Astro amado!, fascinadme, para que no pueda ya salir de vuestra irradiación.

¡Oh fuego consumidor, Espíritu de Amor! <<descended a mi», para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para él como una humanidad complementaria, en la que renueve todo su misterio.

Y Vos, ¡oh Padre!, inclinaos ante vuestra pobre pequeña criatura, <<cubridla con vuestra sombra», no veáis en ella más que al <<Amado en quien Vos habéis puesto todas vuestras complacencias».

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! Yo me entrego a Vos como una presa. Encerraos en mi, para que yo me encierre en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas (Isabel de la Trinidad, <<Notas íntimas», en Obras selectas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2000, 110-112; traducción, Enrique Llamas).

 

ACTIO

Repite con frecuencia el signo de la cruz, pensando intensamente en el significado de estas palabras: <<En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si se pretendiese que una oración tuviera la precisión de un tratado de teología, entonces la oración a la Trinidad seria una cima casi inalcanzable. Sin embargo, la oración no es el fruto de unos razonamientos. En caso contrario, esperemos que la teología nos saque de esta contradicción. Ella, en efecto, ha creado el término técnico de circumincesión (o pericoresis, según la etimología griega) para hablar del <<movimiento inamovible>> de la presencio recíproca de las tres personas de la Trinidad -<<Lo mismo que tu estés en mi y yo en ti», le dice Jesús al Padre- en el rico <<tránsito» de la circulación del Amor. De la misma forma, la verdadera oración trinitaria, como cualquier oración cristiana pasa sin cesar de una Persona a la otra. De este modo, Cristo, desde el momento que lo contemplamos como Hijo de Dios, nos remite al Padre, que nos lo <<entrega», y el Padre, cuando le expresamos nuestra acción de gracias, nos remite al Espíritu que el Hijo nos da <<de parte>> del Padre, y así incesablemente, cualquiera que sea el orden que empleemos e indistintamente de la Persona a la que inicialmente nos dirijamos en nuestra oración. Porque la oración trinitario sigue la lógico del amor, que es compartido y comunicado (J. Moingt, I Tre Visitatori. Conversazioni sulla Trinitá, Brescia 2000, 105ss [edición española: Los tres visitadores. Conversaciones sobre la Trinidad, Mensajero, Bilbao 2000]).

 

Día 12

Lunes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 1,1-7

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los creyentes de la provincia entera de Acaya.

2 Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo.

4 Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados.

5 Porque si es cierto que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, no es menos cierto que Cristo nos llena de consuelo.

6 Si tenemos que sufrir es para que vosotros recibáis consuelo y salvación; si somos consolados es para que también vosotros recibáis consuelo y soportéis los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.

7 Y lo que esperamos para vosotros tiene un firme fundamento, pues sabemos que si compartís nuestros sufrimientos compartiréis también nuestro consuelo.

 

**• La segunda carta de Pablo a los Corintios sale de Éfeso a finales del año 57. Esa fecha se sitúa en un periodo afligido por repetidas preocupaciones, desilusiones, angustias, gravísimas persecuciones sobre la aguda y vibrátil sensibilidad de Pablo, entre las que figura la sublevación que le obliga a huir de Éfeso y el primer arresto en Jerusalén en la fiesta de pentecostés del año 58. También la comunidad de Corinto -al menos algunos personajes de la misma- tuvo reprobables responsabilidades en las tristezas del apóstol, fundador de esta Iglesia: denigraciones, malentendidos, conflictividad, crisis éticas. De ahí que también la actual segunda carta a los Corintios pueda considerarse escrita -como una precedente que se da por perdida- «con gran congoja y angustia de corazón, y con muchas lágrimas» (2 Cor 2,4).

Con todo, los corintios también le habían procurado alegrías, en particular el «éxito» de aquella carta dura, o sea, la respetuosa reconciliación y recuperación de la confianza recíproca. Por eso reconoce el consuelo que le viene del mismo Dios y que es posible transmitir a los hermanos. Los versículos que siguen (8-11, omitidos en el leccionario) enumeran algunos sufrimientos padecidos y liberaciones obtenidas también a través de la oración de muchos.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

*+• Según la redacción del evangelista Mateo, el llamado «sermón del monte» constituye el auténtico exordio de la enseñanza del joven rabí itinerante Jesús de Nazaret. En él anticipa el estilo de su magisterio, innovador, promocional, explosivo, que configura el germen de posteriores erupciones y maduraciones. Admitiendo que las bienaventuranzas y el comentario a las mismas pertenezcan a una sola acción didáctica, se trataría del primer discurso articulado de Jesús y del informe más extenso de los cronistas sinópticos (en efecto, sólo Jn 13-17 lo supera en amplitud de lenguaje).

Las notas de Mateo refieren palabras anteriores pronunciadas por Jesús en público, fundamentales aunque sucintas, como las iniciales del «arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos» (Mt 4,17), y aquellas con las que llamó a los primeros discípulos: «Seguidme» (4,19); se trata de un esbozo del seguimiento: «discípulo» coincide con «bienaventurado». Esta interpretación de los desarrollos magisteriales de Jesús, en la línea de las conexiones o de la progresión, equivale a afirmar que, en el principio de toda vocación cristiana, se encuentra la conversión a las bienaventuranzas evangélicas (prescindiendo de si el discípulo tiene o no mucha conciencia y de la calidad del seguimiento, que irán progresando).

Que el adjetivo sustantivado «bienaventurado» equivale a la denominación de «discípulo» que aparece en el evangelio es algo que se puede deducir también de la estadística lexical. De los tres sinópticos, Mateo y Lucas emplean no menos de catorce veces cada uno la palabra traducida al griego por makários y al latín por beatus (que aparece en singular y plural, masculino y femenino) y la sitúan en contextos compatibles con los atributos y el carácter visible del seguimiento (excepto en un par de situaciones paradójicas). Las nueve bienaventuranzas enumeradas por Mateo configuran la pluralidad de los aspectos de la identidad del discípulo, unificada en la unicidad de la referencia a Dios (y en primer lugar al Espíritu, que hace comprender y obrar), así como a su Reino. En la continuación del sermón se encuentran una serie de explicitaciones operativas preanunciadas en los nueve aforismos de presentación del proyecto evangélico.

 

MEDITATIO

Esta semana litúrgica y la siguiente están iluminadas por los pensamientos que el apóstol Pablo nos confía en la segunda carta a la comunidad cristiana de Corinto; y están animadas por el desafío lanzado por Jesús a los discípulos con el «sermón del monte», o sea, con las nueve bienaventuranzas y el comentario a las mismas según la redacción del evangelista Mateo (capítulos 5-7).

Precisamente el estilo de desafío constituye el elemento de convergencia entre los dos mensajes: un desafío parte de la imagen paulina del siervo del Evangelio, trazado con el robusto orgullo autobiográfico del «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios»; el otro es el desafío de la identidad del discípulo evangélico, colocado por Jesús, más allá de lo ordinario, en la dimensión de la bienaventuranza.

El comienzo de la carta de Pablo y el del sermón de Jesús coinciden asimismo en el anuncio y en la experiencia de una felicidad. El apóstol Pablo identifica la felicidad con el consuelo recibido como don de Dios, Padre misericordioso, y compartido con los hermanos. El maestro Jesús identifica la felicidad con la bienaventuranza como conciencia de unos dones confiados a él en cuanto persona humana convertida en «discípulo». Esta felicidad se puede traducir mediante los matices de algunos sinónimos: alegría, serenidad, exultación, bienestar, fortuna, consuelo y bienaventuranza precisamente. La felicidad es anhelo inagotable e insaciable del corazón humano: un corazón individual, colectivo, universal.

 

ORATIO

«Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él» (del salmo responsorial). Te bendecimos, Señor, en todo momento porque tú mismo has querido ser nuestro refugio y en ti encontramos nuestro consuelo. En nuestra boca, Señor, florece siempre tu alabanza, porque tú nos has enseñado los caminos de las bienaventuranzas, un camino que recorre el que se refugia en ti.

Te damos gracias, Señor, Dios nuestro, por el camino de la pobreza iluminada por el Espíritu; gracias por el camino de la aflicción serenada por los consuelos recibidos; gracias por el camino de la mansedumbre y de la paz frecuentada por tus hijos; gracias por el camino de la justicia espaciada por la experiencia de tu gracia que nos sacia; gracias por el camino de la misericordia alegrada por el compartir la misericordia; gracias por el camino de la pureza de corazón orientada a visiones divinas; gracias por el camino de las cruces custodias de las huellas de tu Hijo crucificado, Jesucristo el resucitado, que ahora vive glorioso por los siglos eternos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Aquellos que anhelan y desean ser consolados por Dios [...] poseen ya, sin duda, un gran motivo de consuelo en el solo hecho de que piensan desear y anhelar ser consolados por Dios. Este propósito suyo puede ser muy bien causa de gran consuelo por una razón especial. Antes que nada, están buscando el consuelo donde no tienen más remedio que encontrarlo, puesto que Dios puede darles el consuelo y se lo quiere dar. Lo puede, porque es omnipotente; lo quiere, porque es bueno y porque él mismo lo ha prometido: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7).

El que tiene fe -y el que quiere ser consolado debe tenerla por fuerza- no puede dudar de que Dios mantendrá su promesa. Por eso, digo, tiene un firme motivo de consuelo al pensar que anhela ser consolado por Aquel que, como le garantiza su fe, no dejará de consolarle (Tomás Moro, // dialogo del conforto nelle tribolazioni, 3 [edición española: Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, Ediciones Rialp, Madrid 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará» (Mt 5,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La opción por la pobreza, con la renuncia a la ambición del tener, implica la pérdida de nuestra propia reputación. En un sistema basado en la posesión del dinero, el pobre sólo merece desprecio; por consiguiente, a quien voluntariamente elige la pobreza se le considera sólo como un loco. Ahora bien, precisamente en eso que, a los ojos de la sociedad, es considerado como escándalo e insensatez se manifiesta «el poder de Dios» (cf. 1 Cor 1,18-23). La cruz se convierte así en el paso inevitable e indispensable para los «pobres-perseguidos» que permanecen fieles a Jesús en el camino de la verdad hacia la libertad [cf. Jn 8,32). Sólo quien es completamente libre puede amar de verdad y ponerse al servicio de todos (cf. 1 Cor 9,19; Mt 18,1 -3).

Perder la propia reputación es el único modo de ser totalmente libres y, en consecuencia, animados plenamente por el Espíritu (cf. 2 Cor 3,17). Y el leño de la cruz, de estéril instrumento de destrucción del hombre, se transforma en el vivificante «árbol de la vida» (Ap 2,7; cf. Gn 2,9) que alimenta en el creyente la savia vital que le permite llevar a cabo el proyecto de Dios sobre el hombre: «Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48; cf. Ef 4,13) (A. Maggi, Padre dei poveri..., Asís 1995, pp. 182ss).

 

Día 13

Martes de la 10ª semana del Tiempo ordinario o 13 de junio, conmemoración de

San Antonio de Padua

 

Se le llama «de Padua» por la ciudad en la que murió y en la que reposan sus reliquias, pero nació en Portugal en el año 1195 y fue bautizado con el nombre de Fernando. En 1210 entró en los canónigos regulares de san Agustín en el monasterio de San Vicente, cerca de Lisboa, y, dos años después, el deseo de llevar una vida más recogida le llevó a Santa Cruz de Coimbra.

Poco después de su ordenación sacerdotal, en el año 1220, tras haber visto los cuerpos de los primeros mártires franciscanos en Marruecos, manifestó su nueva vocación, y así fue como entró en los frailes menores con el nombre de Antonio.

En 1221, participó en el «capítulo de las Esteras» en la Porciúncula, y vio a Francisco. Tras pasar algunos años de vida retirada y oración, empezó por obediencia el apostolado de la predicación. Predicó, dirigiéndose al pueblo, contra los herejes en Italia y en Francia y obtuvo el fruto de conversiones.

San Antonio murió a los treinta y seis años de edad, en el lugar que hoy se llama Arcella, en Padua. Fue canonizado cuando todavía no había pasado un año de su muerte, el día de Pentecostés de 1232, en Spoleto, por el papa Gregorio IX.

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 1,18-22

Hermanos:

18 Dios es testigo de que nuestras palabras no son un ambiguo juego de síes y noes.

19 Como tampoco Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien os hemos anunciado Silvano, Timoteo y yo, ha sido un sí y un no; en él todo ha sido sí,

20 pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él. Por eso el amén con que glorificamos a Dios lo decimos por medio de él.

21 Y es Dios quien a nosotros y a vosotros nos mantiene firmemente unidos a Cristo, quien nos ha consagrado,

22 nos ha marcado con su sello y nos ha dado su Espíritu como prenda de salvación.

 

**• La perícopa de hoy constituye un fragmento reducido del contexto autobiográfico en el que Pablo vuelve; evocar hechos recientes conocidos de los corintios y, sobre todo, reivindica la corrección y la honestidad de su propio comportamiento en todas partes y cada vez más respecto a ellos (w. 12-17, omitidos por el leccionario).

El incipit del fragmento se conecta con el amago de orgullo de hace poco, referido a la criticada modificación del viaje a Corinto: «Al proponerme esto, ¿obré con ligereza? ¿Creéis que me lo propuse con miras humanas, jugando arteramente con el sí y el no?». El estribillo de los adverbios inconciliables «sí»-«no» parece agradarle a Pablo, convencido de que el eco no resbalará de manera ineficaz sobre la receptividad de sus lectores. Es probable que el apóstol aprendiera de Jesús este aforismo

recogido del evangelio: «Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37: en las lecturas del sábado próximo). También el apóstol Santiago emplea el mismo dicho de Jesús (cf. Sant 5,12).

El orgullo de Pablo se levanta sobre constataciones realistas relativas a su propia identidad. Él es «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios» (2 Cor 1,1); en la comunidad de Corinto es un colaborador, no un déspota (v. 24); comparte la confirmación por parte de Dios en Cristo (v. 21), hecha visible en el bautismo que transformó su propia personalidad, como él mismo recuerda (Hch 22,16; 26,15ss y contextos); hace uso de su patrimonio personal de la «unción», del «sello», de la «prenda del Espíritu» (v. 21ss). Estas tres palabras perfilan –a la luz de pasajes paralelos, por otra parte no apodícticos- la misión de la evangelización injertada en la de Cristo (Le 4,18), la participación en la identidad sacerdotal del mismo Cristo (Jn 6,27: interpretación «eucarística»), algunos carisnias en los que el Espíritu se muestra generoso y que para Pablo son el apostolado, el ministerio, la Palabra, la enseñanza (Rom 12,5-7), así como el carisma más grande, a saber: la caridad (1 Cor 13,13). Esa caridad que el apóstol muestra precisamente también a los hermanos de Corinto (2 Cor 2,8-11: versículos no recogidos por el leccionario).

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

 

**• Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y ejemplificación -en la que el mismo Jesús se compromete- de los nueve aforismos introducidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben tener los discípulos de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo». El «vosotros» con el que comienzan los dos períodos interpela precisamente a los discípulos, interlocutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la muchedumbre.

El «sermón del monte», a diferencia de otros contextos, es el único sitio en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su discípulo. Y es también el único contexto en el que emplea el vocablo «Sal».

        La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la enseñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo Testamento, señaladamente en la perspectiva cristológica, en la que resultan esenciales al menos un par de citas: la autobiográfica de Jesús («Yo soy la luz del mundo»: Jn 8,12; cf. 12,35.46), y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas.

Así pues, la alegoría de la sal parece tener una identidad autónoma. Forma parte de la responsabilidad autónoma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, transferir al orden de las acciones humanas y evangélicas las características de la sal: dar sabor, conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es una responsabilidad autónoma con riesgo: la sal puede perder su propia cualidad (si seguimos el aviso de Jesús, en verdad un tanto forzado, puesto que, de por sí, la composición química de la sal permanece íntegra si no es manipulada)y, al perder también su propia utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguridad de ser reverbero de una luz que no se extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad del iluminar: el discípulo es reverbero de la luz verdadera que es Cristo.

Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza de bienaventuranza para los discípulos: «Bienaventurados vosotros, que sois sal de la tierra y luz del mundo».

 

MEDITATIO

San Antonio, que estaba dotado de una extraordinaria preparación intelectual y de una gran capacidad de comunicación, había maravillado con su sabiduría evangélica, sorprendido a los herejes, convertido a los pecadores y fascinado al pueblo con sus virtudes y sus milagros. San Antonio, predicador itinerante, encarnó el Evangelio de Cristo, llevando de un sitio a otro su paz, con el estilo de una vida obediente a la voluntad de Dios, disponible a las incomodidades y a las fatigas de la misión y compasivo con toda realidad humana probada por el sufrimiento en todas sus formas. Lo atribuía todo al poder de la oración.

El testimonio de vida de san Antonio refleja la comprometedora belleza y profundidad de quien vive constantemente en íntima comunión con Dios, con el único deseo de cumplir su voluntad y manifestar su infinito amor a toda criatura. San Antonio, precisamente por ser humilde y pobre -y en esto se muestra como digno hijo de san Francisco-, deja aparecer los grandes prodigios de Dios: los milagros físicos y espirituales que el Altísimo realiza en los que confían sólo en él, en virtud de una fe cotidiana, auténtica e inquebrantable.

La luz y la creatividad de la Palabra escuchada, meditada y orada obraron en san Antonio los frutos de una caridad incansable, paciente, sin prejuicios de ningún tipo y, además, tenaz frente a las imprevisibles dificultades.

Lo que se tomó más a pecho fue anunciar la ternura de Dios, su bondad y la infinita misericordia con la que nos revela su corazón de Padre. San Antonio nos llama a lo esencial, a la amistad con Dios, fuente de todo bien; fuente de esa paz y alegría que nada ni nadie podrá quitarnos nunca. Meditando sobre su vida descubrimos las maravillas de la fidelidad de Dios, que sigue con amor el camino de quien busca su rostro, haciéndole participar de todos sus dones y colaborador de su proyecto de vida sobre la humanidad.

 

ORATIO

No temáis, no os alejéis, no abandonéis la Palabra de Dios; os aseguro que aquel en quien ponemos nuestra esperanzano permitirá que nada os turbe. (A. F. Pavanello, S. Antonio di Padova, Padua 1976, p. 86).

 

CONTEMPLATIO

La contemplación no está en poder del contemplativo,  sino que depende de la voluntad del Creador, que otorga la dulzura de la contemplación a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Hay dos tipos de contemplativos: unos se ocupan de los otros, se entregan a ellos; otros, en cambio, no se ocupan de los otros ni de ellos mismos y se sustraen incluso de las cosas necesarias.

Oh hermano, cuando sirves al prójimo, entrégate por completo a él; en cambio, cuando te unas a Dios, olvidando todo lo del pasado, sumérgete en la oración y deja de pensar en los servicios y beneficios que has ofrecido o vas a ofrecer. Los que no se ocupan de los otros ni de sí mismos, aíslen en la mente afectos breves y cortos, recójanse enteramente en sí mismos, de suerte que la mente, atenta a una sola cosa, pueda levantar el vuelo con mayor facilidad y fijar los ojos en el áureo fulgor del sol, sin quedar deslumbrada ("Antonio di Padova", en Dizionario francescano, Internet Mistici, Secólo XIII, Asís 1995, I, 993).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia la invocación de san Antonio de Padua: «Que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todos los ojos en el refectorio estaban fijos en el orador. El que hablaba lo hacía con una gran desenvoltura y sencillez unidas al fervor. Las citas del evangelio se sucedían copiosas, como si el orador tuviera el misal abierto delante de él.

¿Acaso no consiste nuestra tarea en seguir el ejemplo de nuestro Señor, en llevar paz y esperanza a los que caen en la tristeza y en la desesperación? Jesús ha venido para salvar a todos, pero nos ha llamado a nosotros para que le ayudemos en esta obra. Cuando multiplicó los panes y los peces, puso en las palmas de las manos de los apóstoles pequeñas porciones partidas, para que ellos, a su vez, las partieran y las pasaran a la gente. Dijo: «Alimentadlos». Se comportó así para mostrar que aunque él es el creador de la obra, ésta tiene que ser llevada a su culminación por medio de los hombres. Quiere que le imitemos.

Y cuando le imitamos, recibimos un poder que las acciones humanas comunes no tendrán nunca. Fijaos: sin él, todo parece hundirse en el mundo e ir a la ruina. En el mundo se desarrolla una lucha fratricida. Los hombres sufren y perecen, son como «ovejas sin pastor». Cuando nos apoyamos en él, todo crece y se multiplica. Basta con partir el pan recibido de Jesús para alimentar con él a multitudes enteras... (J. Dobraczynski, Gli uccelli cantono, i pesa ascoltano..., Padua 1987, p. 142).

 

Día 14

Miércoles de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 3,4-11

Hermanos:

4 Esta confianza que tenemos en Dios nos viene de Cristo.

5 Y no presumimos de poder pensar algo por nosotros mismos; si algo podemos, se lo debemos a Dios,

6 que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, basada no  en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu, porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida.

7 Y si aquel instrumento de muerte que fue la ley, grabada letra a letra sobre piedras, se proclamó con tal gloria que los israelitas no podían mirar fijamente el rostro de Moisés a causa de su resplandor -que era pasajero-, 8 ¡cuánto más gloriosa será la acción del Espíritu!

9 En efecto, si lo que es instrumento de condenación estuvo rodeado de gloria, mucho más lo estará lo que es instrumento de salvación.

10 Y así, lo que fue glorioso en otro tiempo ha dejado de serlo, eclipsado por esta gloria incomparable.

11 Porque si lo pasajero fue glorioso, mucho más lo será lo permanente.

 

**• Tras sobrevolar la totalidad del capítulo 2 y los tres primeros versículos del capítulo 3 -una perícopa marcadamente autobiográfica y confidencial, sobre todo en lo referente a los sentimientos y emociones personales-, la partida ex abrupto del leccionario exige el pensamiento del apóstol Pablo inmediatamente precedente: «Sois una carta de Cristo redactada por nosotros y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón» (v. 3). Semejante conexión ilumina la naturaleza de la confianza que tiene Pablo, que permanecería incierta en la incertidumbre del adjetivo «esta» que abre el pasaje de hoy. Se trata de una confianza compuesta, entremezclada: confianza en sí mismo en cuanto servidor del Evangelio; confianza en los hermanos de la comunidad de Corinto, más dúctiles y disponibles para recibir los mensajes -pese a las incomprensiones transitorias- que un pergamino con tinta, y con un corazón palpitante y sensible; confianza en el Dios vivo, en Cristo, en el Espíritu.

En este punto abandona Pablo -por ahora- la aspereza y la insistencia en volver a abrir heridas, y emprende un vuelo alto -por ahora-, exteriorizando la convencida y ventajosa comparación entre la alianza antigua (la de la «letra que mata») y la alianza nueva (la del «Espíritu que da la vida»). Pero no desmiente el orgullo que le proporciona su identidad. Es consciente de sus propias capacidades y de la relevancia de su personalidad de «ministro apto»; con todo, reconoce que esa individualidad ha sido plasmada por Dios. Semejante consideración de sí mismo, junto con la admisión de una evolución personal, recuerda el paso del monolitismo perentorio, conquistado con mucha escuela y un enorme celo por aquel que fue Saulo, al realismo humilde de aquel en que se ha transformado Pablo. Él mismo confiesa de manera repetida su paso o «conversión»: recurriendo a las fuentes autobiográficas, además de a otros recuerdos (incluso a esta segunda carta a los Corintios: capítulos 11-12, referidos en parte en las lecturas de los próximos días), queda iluminada la identidad del «Dios» -nombrado en el v. 5 - del que procede la «capacidad» del apóstol. Dios es el Padre que le llamó con su gracia y le reveló a su Hijo (Gal l,15ss): Dios es Jesús, el Señor que le deslumhra, le fascina, le envía como testigo (Hch 22,8.21; 26,15ss); Dios es el Espíritu Santo que también le reserva para sí, en vistas a su obra de apostolado (Hch 13,2ss). Pablo activa la «capacidad» que le ha sido dada dedicándose enteramente al apostolado de la nueva alianza, permanente y definitiva, consumación de la antigua, gloriosa pero efímera.

 

Evangelio: Mateo 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

17  No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

 

**• El respeto a la ley por parte de Jesús corresponde a la actitud normal de cualquier judío. En su casa paterna (y materna) aprendió desde pequeño a someterse a la ley (Le 2,22-24.39-40.41-42.52). Su postura en la función de rabí confirma su propia «cultura», respetuosa con todos los detalles de la ley. La perícopa de hoy constituye una confirmación verbal de lo que decimos- Si esta perícopa fuera un dicho aislado de cualquier docto rabino, éste habría sido etiquetado de tradiciónalista, fariseo, legalista, maximalista.

Las palabras de Jesús, engastadas en el proyecto evangélico de las bienaventuranzas, tienden precisamente al maximalismo. Este vocablo es moderno, no pertenece al lenguaje bíblico; sin embargo, en un sentido positivo, algunos aforismos como los que constituyen estas palabras evangélicas están impregnados claramente de maximalismo. El género literario de la contraposición entre lo «mínimo» y lo «grande», y la evidente preferencia por lo «grande» no dejan dudas sobre la filonomia (amor a la ley) por parte de Jesús, que se manifiesta aquí como un verdadero «máximalista».

En efecto, Jesús no teorizó nunca sobre la desobediencia a la ley, nunca instigó a la transgresión de la misma. Personalmente, nunca fue cogido contraviniendo lo más mínimo los preceptos de la Tora, a diferencia de sus discípulos, acusados de no lavarse las manos tal como mandaba la ley (Mt 15,2), o cogiendo espigas y comiendo sus granos en el día inviolable del sábado (12,lss). A decir verdad, se alegaron contra Jesús acusaciones de subversión y sublevación, por otra parte genéricas y en absoluto detalladas (Le 23,2.14); fue descalificado también como alguien que no observaba el sábado y que, por consiguiente, no podía venir de Dios (Jn 5,16.18; 9,16), pero los que hicieron esas cosas no sabían que «el Hijo del hombre es señor del sábado», no querían admitir que no es el hombre el que ha sido hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf Mt 12,8; Me 2,27).

No existe contradicción entre las palabras y los hechos de Jesús. La posición innovadora de Jesús en relación con la ley es su consumación. El texto griego del v. 17 (traducción más antigua) utiliza la forma verbal plerósai (en latín, adimplere), que transmite un proyecto de plenitud, de maximalismo precisamente. La «consumación» de la ley, con la convicción y con el estilo de Jesús, es el empleo de ésta, dentro de los límites de una libertad madura, para el servicio de la persona humana, para la consumación de un proyecto de vida, en vistas a la realización de nuestra propia persona y de una comunidad social.

 

MEDITATIO

El apóstol Pablo afirma de una manera decidida: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). El rabí Jesús afirma de un modo resuelto: «No  penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias» (Mt 5,17). La contradicción verbal entre ambas posiciones magisteriales es evidente.  La convergencia entre ambas se sitúa en la superación de la dicotomía formal, más allá de la superficie lexical, en la profundidad esencial del Evangelio, del que primero Jesús y, después, Pablo son pregoneros. La esencia del Evangelio es la Buena Noticia (o «noticia de lo bueno»). Ambas expresiones -concisas, según el estilo rabínico- contienen un elemento positivo: lo bueno que hemos de salvaguardar como viático sustancial y como esencia del proyecto existencial. La Buena Noticia de Jesús es ésta: «Yo voy a llevar hasta sus últimas consecuencias, a su consumación»; la Buena Noticia de Pablo es ésta: «El Espíritu da vida». El lado oscuro –el negativo- que hemos de señalar como función pedagógica y propedéutica por parte de Jesús es: «No he venido a abolir», y por parte de Pablo: «La letra mata». La clave que deshace los nudos de la tensión entre la letra y el espíritu, entre la libertad y la observancia, entre la ley y la gracia, es el acontecimiento irreversible y renovado de la nueva alianza de la que Dios es protagonista.

Pablo cuenta con una experiencia personal de la vitalidad y la plenitud del Espíritu {cf., por ejemplo, Hch 9,17: el día de la «conversión»; 2 Cor 3,17ss: en las lecturas de mañana). Jesús es, verdaderamente, consumación y plenitud: en la plenitud del tiempo, y nacido bajo la ley, fue enviado por el Padre para rescatar a los que estaban sometidos a la ley y concederles la filiación (cf. Gal 4,4ss); su existencia discurre como consumación de las Escrituras (Mt 2,23; 26,24; Le 4,21...); en su último aliento susurra: «Todo está consumado» (Jn 19,30); una vez resucitado, se interpreta a sí mismo como un ser obediente bajo la guía de la Ley y de los profetas (Le 24,25-27.44-48; Hch 1,16).

Esta paráfrasis del axioma de Pablo podría resultarle agradable a la mentalidad de hoy: «Si te quedas en la superficie de la letra, corres el riesgo de bloquear la vitalidad del Espíritu, y, por consiguiente, remitido a la profundidad de la creatividad espiritual». Y lo mismo cabe decir del axioma de Jesús: «Ve siempre más allá, madurando en la libertad de quien, en obediencia y con su testimonio, sirve al Reino de los Cielos».

 

ORATIO

«Santo es el Señor, nuestro Dios» (del salmo responsorial).

Reconocemos, Señor, tu santidad en tu amor por la justicia y en tu voluntad, que ha establecido lo que es recto.

Te damos gracias por la paciencia con que perdonas nuestras superficialidades, los usos despreocupados y los abusos de nuestras míseras libertades, la presunción de abolir detalles e incluso fragmentos sustanciosos de leyes y profetas. Fortalece nuestra disponibilidad, unas veces tímida y otras enérgica, para seguir a quienes nos vas enviando como guías que reflejan en su rostro el fulgor del Espíritu y como testigos de la gran importancia que tiene perseverar en la custodia laboriosa de tu alianza con nosotros y de nuestra alianza contigo, que eres el Santo, Señor, Dios nuestro.

Que nos acompañen Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor, en el cumplimiento del servicio en el Reino de los Cielos, y el vigor de tu Santo Espíritu, en la maduración de la vida verdadera que él nos da.

 

CONTEMPLATIO

Qué admirable es el Espíritu Santo y qué grande y poderoso se muestra en sus dones. Vosotros, que estáis reunidos aquí, pensad un poco cuántas almas somos. Y él obra en cada una de la manera apropiada: presente en medio de vosotros, ve las disposiciones de cada uno, conoce los pensamientos y la conciencia, todo lo que decimos y lo que pensamos. Considerad, vosotros que tenéis una mente iluminada por él, cuántos cristianos hay en esta parroquia, cuántos en toda la provincia y cuántos en toda Palestina. Extended ahora la mirada a todo el Imperio romano y, desde el Imperio, a todo el mundo: persas, indios, godos, sármatas, galos, hispanos, moros, libios, etíopes y todos los otros cuyo nombre ignoramos. Ved ahora en cada uno de estos pueblos los obispos, sacerdotes, diáconos, monjes, vírgenes y otros laicos, y fijaos en el gran Pastor dispensador de las gracias. Fijaos cómo, en todo el mundo, a uno le da la pureza, a otro el amor a la pobreza, a otro aún el poder de expulsar a los espíritus. Y del mismo modo que la luz ilumina con un solo rayo, así ilumina el Espíritu a todos los que tienen ojos para ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡El testimonio! Aquí se encuentra el verdadero desafío que se pide al hombre de hoy para ser creíble. No se pide hoy grandes «maestros», sino más bien «testigos» válidos, en la realidad del tejido familiar, eclesial, cultural y social [...]. Hoy nos viene desde más partes la invitación a que seamos creíbles y a que demos testimonio con la vida de aquello en que creemos [...]. Jesús dijo varias veces a sus discípulos que fueran a anunciar la paz y se sentaran a la mesa con los otros en nombre de la paz, compartiendo los bienes. Aquí se encuentra el núcleo esencial del testimonio cristiano, que tiene como raíz el compartir con los pobres nuestros propios recursos, pensando que somos hijos del mismo Padre y tenemos derecho a alimentarnos de las mismas cosas, fruto del amor de Dios. Y sobre esto seremos juzgados un día: sobre cómo hemos tratado a los pobres, a los necesitados, a los olvidados, a los marginados, a los prófugos, a todos los que han sido golpeados por las injusticias y se ven obligados a languidecer en la pobreza más negra (A. Bertacco, La vita come awentura nel perímetro della riostra storia, Vicenza 2000, pp. 182-184, pass/m).

 

Día 15

Jueves de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 3,15-4,1.3-6

Hermanos:

3,15 Hasta el día de hoy, en efecto, siempre que leen a Moisés permanece el velo sobre sus corazones;

16 sólo cuando se conviertan al Señor desaparecerá el velo.

17  Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad.

18 Por nuestra parte, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa, como corresponde a la acción del Espíritu del Señor.

4,1 Por eso, sabiendo que Dios, en su misericordia, nos ha confiado este ministerio, no nos desanimamos.

3 Y si la  Buena Nueva que anunciamos está todavía encubierta, lo está para los que se pierden,

4 para esos incrédulos cuyas inteligencias cegó el dios de este mundo para que no vean brillar la luz del Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios.

5 Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús.

6 Pues el Dios que ha dicho: Brille la luz de entre las tinieblas, es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo.

 

**• El leccionario prosigue la escucha de la interpretación con la que el apóstol Pablo desentraña la historia corriente de Israel y el futuro: «sólo cuando se conviertan al Señor [Jesucristo]» (3,16), desaparecerá el velo que cubre el corazón de los israelitas, o sea, que también ellos reconocerán que ha sobrevenido la nueva alianza, la que ha perfeccionado la alianza antigua dada con la mediación de Moisés, «el hombre del velo sobre el rostro» (cf. Ex 34). En la visión paulina se hace más comprensible leyendo asimismo 2 Cor 3,12-14 y 4,2 (versículos omitidos por el leccionario).

La alegoría o metáfora de la cara cubierta/descubierta sirve de base a toda la argumentación del apóstol. De una manera no excesivamente velada, Pablo se imagina a sí mismo como un Moisés, aunque mediador del glorioso «Evangelio de Cristo» (4,4). Su orgullo está forjado a partir de un sano realismo: la misericordia de Dios está en el origen de su propio ministerio de evangelización. Su determinación se ha ido forjando a partir de dificultades y no pierde el ánimo. El método del servicio apostólico se basa en el radicalismo: anuncia de una manera abierta la Verdad -cueste lo que cueste-, lejos de subterfugios, manipulaciones, protagonismos personalistas. El contenido del Evangelio-verdad es abierto y luminoso: si permanece velado, la responsabilidad recae sobre los que están ciegos y son súcubos del «dios de este mundo»: ésos son los «rebeldes» en quienes obra el «enemigo» de Cristo y del Evangelio, el Satanás que concentra todas las contrariedades contra la nueva alianza, el fautor de muerte mediante los pecados (cf. Ef 2,lss).

La argumentación se inserta entre una autobiografía gratificante y una teología trinitaria (más alusiva que orgánica esta última). La articulación de esta teología trinitaria se explícita a través de los nombres divinos. En primer lugar, está el Dios de la creación, aquel que dijo «brille la luz» (Gn 1,3), en cuya presencia se descubre toda conciencia (Rom 8,27). A continuación, está Cristo el Señor, en cuyo rostro brilla la gloria divina, o sea, aquel que lleva en sí mismo como mesías la presencia divina (Is 40,2), sustancia del anuncio evangélico y él mismo Evangelio-palabra (Jn 1,1.14). Por último, está el Espíritu, el Señor que actúa en libertad descubriendo el conocimiento de la gloria divina y llevando a cabo la transformación del hombre, modelado progresivamente en la misma gloria divina.

 

Evangelio: Mateo 5,20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

20 Os digo que si no sois mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

21 Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás, y el que mate será llevado a juicio.

22 Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio; el que le llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que le llame impío será condenado al fuego eterno.

23 Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,

24 deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego, vuelve y presenta tu ofrenda.

25 Trata de ponerte a buenas con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

 

**• La conexión de la perícopa de hoy con el fragmento precedente (Mt 5,17-19) acompaña, como sobre un itinerario nivelado, al discípulo de Jesús que escucha el desarrollo del mensaje de su Maestro concerniente a las bienaventuranzas. Este se irá desarrollando, sucesivamente, siguiendo una secuencia de resortes autónomos que encuentran, no obstante, su motivación en estas premisas. Quien sigue a Jesús -que no pretende abolir nada de la ley ni de los profetas, sino, al contrario, llevarlos hasta sus últimas consecuencias-, no puede hacer otra cosa más que superar los tipos de «justicia» -o bien la relación con el proyecto que se rige por las sumisiones- precedentes, exteriores y superficiales, selectivas y anacrónicas, como las exaltadas por los maestros de la Ley y los fariseos: quien sigue a Jesús deberá activar su conciencia de haber entrado en el «Reino de los cielos» - a saber: en el discipulado progresivo del Evangelio y en el seguimiento definitivo de Cristo- a través del don de la justicia-justificación.

El proyecto radical de Jesús se perfila a través de la confrontación entre un mínimo y un máximo. El verbo español «superará» traduce el término perisséuse(i) del texto griego y el abundaverit del latino, reforzados ambos por el adverbio pléion / plus: los dos manifiestan la superación en cantidad y en calidad. Es la sobreabundancia de justicia (dikaiosyné: legalidad, rectitud, corrección, pietas), ese tot en más y en mejor que identifica no  a cada hombre, sino al discípulo de Jesús, lo que asegura que el que tiene hambre y sed de justicia será saciado (Mt 5,6).

Los tres escalones sucesivos presentan tres ejemplos de la sobreabundancia de justicia, que es como el estatuto del Reino de los Cielos; prosiguen además estos escalones la manifestación de las bienaventuranzas evangélicas. Éstas se mueven entre el sentido común y el radicalismo. Aislar al asesino o arreglar las controversias con un compromiso, antes de arriesgarse a las consecuencias de perder una causa en el tribunal, son soluciones de sentido común, o sea, de cálculo ventajoso para la colectividad y para cada uno en particular. El estatuto del Reino de los Cielos sobrepasa esas convenciones del sentido común: exige el radicalismo de un mensaje y de una apropiación de éste motivadas por la autoridad de quien afirma: «Habéis oído que se dijo... pero yo os digo», así como una confianza total en esa autoridad y en el valor del mensaje.

 

MEDITATIO

Los discípulos han conservado el carácter radical del mensaje de Jesús. Y han dicho, entre otras cosas: «La caridad no se irrita» (1 Cor 13,5); «que vuestro enojo no dure más allá de la puesta de sol» (Ef 4,26); «bendecid, no maldigáis» (Rom 12,14); «procura practicar la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de todo corazón» (2 Tim 2,22); «un siervo del Señor no debe ser buscapleitos, sino condescendiente con todos» (2 Tim 2,24).

No basta sólo con el «no» a la fraternidad cainita (no matar), con el «no» a la injuria y a la denigración (es un estúpido, es un loco), con el «no» a la culpabilización del otro (si tiene algo contra ti), con el «no» a la soberbia (ponte de acuerdo con tu adversario), sino que hace falta, sobre todo, el «sí» a lo positivo, que induce al discípulo de las bienaventuranzas a buscar y a secundar una «mayor justicia». Un ejemplo de esa dimensión positiva es la humildad. El hombre humilde es lo contrario de la casuística ejemplificada por el mismo Jesús. El fin que persigue Jesús no es, qué duda cabe, la humildad, o bien un gesto, un signo, una «cosa»; su objetivo es que lleguemos a ser mansos. La humildad es un ámbito del proyecto del Reino de los Cielos sembrado en la tierra, que sigue siendo herencia de los humildes, de aquellos a quienes Jesús llamó «bienaventurados». Jesús no dio ninguna descripción de la humildad ni definió al humilde, porque él mismo se ofreció como testimonio vivo: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29).

Sin embargo, la humildad es algo visible, es la presencia de una gracia: en efecto, uno de los frutos del Espíritu es la humildad (cf. Col 5,22). Pablo afirma que «el Señor es el Espíritu» (la teología trinitaria conoce la distinción entre las personas y la igualdad entre ellas); dice que «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17). Este aforismo es fascinante y preocupante. La apropiación indebida del vocablo corre el riesgo de servirse de la libertad para encubrir la malicia (1 Pe 2,16). La docilidad a la acción del Espíritu de la verdad nos encamina hacia la libertad (Jn 8,32), hacia la verdadera libertad que Cristo -el Hijo- está en condiciones de darnos (Jn 8,36). La conciencia de poseer la justicia/justificación nos revela que ya no somos esclavos sometidos a la ley, sino hombres libres bajo la gracia (Rom 6,14). Sin el Espíritu del Señor no hay libertad: él es libre, «el Espíritu es la libertad».

 

ORATIO

«La gloria del Señor habitará en nuestra tierra» (del salmo responsorial). Danos, Señor, ojos para verla. Espíritu Santo de Dios, ilumina mi conciencia y hazla dócil a tu voluntad hasta el punto de que secunde la misericordia y la salvación que me das, para que desaparezca el velo que ofusca la visión de la divina gloria.

Señor Jesucristo, guía mis pasos por el camino de la justicia, y que ésta se haga visible en signos de amor, de servicio, de devoción.

Padre bueno, perdona mi lentitud en la conversión al Evangelio, los egoísmos de mi libertad, los desánimos, los disimulos, las falsificaciones de tu santa Palabra, todas las ocasiones que he perdido de hacer obras de justicia como los «justos» evangélicos en el seguimiento del «justo» Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.

 

CONTEMPLATIO

Según dice san Pablo (Heb 1,3), el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia: Qui cum sit splendor gloriae, et figura substantiae ejus. Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural, comunicándoles muchas gracias y dones naturales, haciéndolas acabadas y perfectas, según se dice en el Génesis (1,31) por estas palabras: Vidit Deus cuneta, quae fecerat, et erant valde bona («Miró Dios todas las cosas que había hecho, y eran mucho buenas»). El mirarlas mucho buenas era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo; y no sólo les comunicó el ser y gracias naturales, como habernos dicho, mirándolas, mas también con sola esta figura de su Hijo las dejó vestidas de hermosura, comunicándoles el ser sobrenatural; lo cual fue cuando se hizo hombre, ensalzándole en hermosura de Dios, y por consiguiente a todas las criaturas en él, por haberse unido con la naturaleza de todas ellas en el hombre. Por lo cual dijo el mismo Hijo de Dios (12,32): Et ego si exaltatus fuero a térra, omnia traham ad me ipsum; esto es: «Si yo fuere ensalzado de la tierra, levantaré a mí todas las cosas»; y así, en este levantamiento de la encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podemos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad (Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En Jesús, la esperanza que tenemos en Dios de una sociedad no violenta ejemplificada en el «sermón del monte», en los resúmenes de los Hechos de los apóstoles y en los paréntesis apostólicos, se nos da como posible, como signo y germen del Reino plenamente esperado de la paz, de la alegría y de la justicia (Rom 14,17). De ahí se sigue que la afirmación de nuestra propia identidad cristiana, entendida rectamente, nunca puede producir ni opresión ni muerte. Las categorías amigo-enemigo, bueno-malo, justo-injusto, varón hembra, judío-griego, religioso-ateo, rico-pobre... han sido superadas, y la orientación procede de un Espíritu que no conoce otra categoría más que la de un agápé que se convierte en lavado de los pies sin poner excepciones, que se hace don de vida más bien que rapiña de la vida de los otros. Sin embargo, la historia de la Iglesia prueba que nuestra propia identidad ha sido y sigue siendo a menudo esatendida (G. Bruni, en AA. VV., Al di lá del «non uccidere», Liscate 1989, p. 57).

 

Día 16

Viernes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 4,7-15

Hermanos:

7 Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.

8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados;

9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos.

10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

11 Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

12 Así que en nosotros actúa la muerte y en vosotros, en cambio, la vida.

13 Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos,

14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros.

15 Porque todo esto es para vuestro bien, para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.

 

** En el incipit de la lectura de hoy, Pablo nos habla de «este tesoro» que llevamos en vasijas de barro. Pablo tiene identificada en su mente la realidad precisa del «tesoro». Por consiguiente, éste no se queda en algo genérico, en algo que debamos adivinar de una manera arbitraria: se refiere a la luz que Dios hace brillar en nuestro corazón para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria divina que brilla en el rostro de Cristo (4,6, el versículo anterior a la lectura de hoy). Este «tesoro» es  el conocimiento/experiencia de Cristo; la «vasija de barro » es la personalidad global del hombre («corazón» equivale a interioridad, conciencia, sentimiento, identidad total).

El cursus de la exposición de Pablo vuelve a la autobiografía, aunque el «nos» puede implicar, paradigmáticamente, a muchos otros, incluidos los hermanos de la comunidad de Corinto. En efecto, las situaciones bosquejadas a través de las automemorias paulinas cubren la historia de las Iglesias y la peripecia evangélica de muchísimos discípulos del Señor, de aquel tiempo y de todas las épocas. El símbolo del «tesoro en vasijas de barro» es muy eficaz -hasta el punto de que se ha convertido en proverbio- a la hora de sintetizar las distancias entre la preciosidad y la modestia del recipiente, entre la seguridad del valor y la fragilidad de la conciencia, entre la «fuerza extraordinaria» que viene de Dios y la desnudez de la impotencia humana.

Las insistencias y el recurso a la polaridad para establecer un contraste constituyen un medio estilístico en la didáctica de Pablo. Tiende esta última a dar de inmediato en el signo y a cautivar, de una manera casi provocativa, una atención admirada. Semejante metodología no se abandona al pesimismo ni a la desconfianza respecto a la persona humana, sino que exalta la genialidad divina. El caso personal de Saulo/Pablo explica semejante opción, en parte espontánea y en parte deliberada.

La letanía de las situaciones enumeradas pone de manifiesto lo que decimos. Cada una de ellas presenta verificaciones autobiográficas y narrativas documentadas (cartas: por ejemplo, los capítulos 10-12 de esta misma carta; Hechos de los apóstoles). En medio de tanta agitación, en el itinerario de una vida que podría parecer sumamente desgraciada, la «invulnerabilidad» es una especie de salvavidas conceptual y existencial vencedor.

Ese término moderno, invulnerabilidad, no forma parte del vocabulario paulino; sin embargo, pinta de maravilla la convicción y la vida diaria de Pablo: la «invulnerabilidad » es como el ámbito «cultural» más firme en la mentalidad del dinámico y monolítico apóstol. Está convencido y sabe por experiencia que, por llevar en el cuerpo la muerte de Jesús, también su vida se manifestará en el mismo cuerpo. La fe fundamental en Cristo resucitado convence de la propia resurrección, como él y con él. La «fuerza extraordinaria» de Dios es razón y certeza de nuestra propia invulnerabilidad.

 

Evangelio: Mateo 5,27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.

28  Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

29 Por tanto, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno.

30 Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser arrojado todo entero al fuego eterno.

31 También se dijo: El que se separe de su mujer que le dé un acta de divorcio.

31 Pero yo os digo que todo el que se separa de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada comete adulterio.

 

**• Los dos aforismos, el inicial y el final, del cuadrinomio didascálico de la perícopa de Maleo constituyen una amonestación que, tomada al pie de la letra, afecta al hombre, al varón. Ni Jesús, al hablar, ni los evangelistas, al escribir, se apartaban de la mentalidad machista hegemónica en su tiempo. El «caso serio» del adulterio, analizado a través de las acciones gloriosas y las ignominias de la condición masculina, al igual que en el Antiguo Testamento, encuentra un puesto relevante y una sensibilidad (innovadora, por olía parte) en la «cultura» neotestamentaria. El mismo Mateo nos referirá la posición y el pensamiento de Jesús sobre el matrimonio y el adulterio, así como sobre la castidad y el celibato, animados por la pureza de corazón, la justicia y la misericordia (Mt 19,1-12).

Tanto el adulterio como el divorcio, también según Jesús, son un fracaso e incluso pecado en cuanto violación del mandamiento divino. Ahora bien, el radicalismo (o maximalismo) de Jesús conduce a la raíz del «caso serio» más allá del resultado relacional y de las implicaciones jurídicas: cala en la interioridad, revela la intención, verifica los presupuestos motivacionales y las finalidades morales e inmorales, predice los resultados nefastos. Esa raíz ha de ser sondada y, en su caso, sanada de nuevo. No detenerse en el exterior, sino calar en el interior constituye una constante en la enseñanza de Jesús (cf. Mt 15,11.18ss), a quien no le faltaban conocimientos psicológicos (Jn 2,25b). El caso es «serio» porque infringe una porción del proyecto de Dios, secundado e incluso potenciado por el Evangelio de Jesús.

Las palabras de Jesús graban una novedad sustanciosa con caracteres indelebles: se trata de la atención a la mujer, de la valorización de su identidad, de la liberación del sometimiento y de la servidumbre a la tiránica y egoísta sensualidad masculina. Se trata de una sensibilidad, la de Jesús, que, por otro lado, considera asimismo a la mujer como capaz de prevaricación y, al mismo tiempo, como merecedora o digna de misericordia, con la que él mismo se inclina en favor de la mujer pecadora (Jn 8,1-11). Jesús está al servicio de todos, de toda persona.

 

MEDITATIO

Prosigue el exigente proyecto del radicalismo: ni Jesús ni Pablo ceden a medidas a medias o a compromisos.

Los dos aforismos evangélicos centrales ratifican este radicalismo: el éxito definitivo de una vida es la realización integral de nosotros mismos salvaguardando los valores, aunque esto nos cueste amputaciones y podas (cf. Jn 15,2). Estas últimas son acciones de misericordia porque salvaguardan la totalidad antes que el detalle; son acciones de justicia porque hemos de preferir lo definitivo a lo provisional, los valores a las prevaricaciones. La paradoja de Mateo es traumática como un ultimátum: para no precipitar a nadie en el escándalo, suprime y corta las porciones peligrosas de ti mismo. Jesús, como terapeuta, prescribe una operación quirúrgica en las situaciones de riesgo. Más aún, el radicalismo evangélico incentiva las intervenciones preventivas: suprime y corta las células proclives a enfermar. Esta intervención preventiva no es un castigo: si enfermas, el Señor te cura; si pecas, la misericordia paternal de Dios te perdona. Jesús exige propiamente la prevención.

En efecto, «escándalo» y «escandalizar» son dos vocablos que, en el lenguaje de Jesús, indican un máximo de malicia y de daño {cf. el logion casi idéntico de Mt 18,8ss, que marca con una condena a muerte a quien escandalice a uno de los pequeños evangélicos). Según el Jesús de Mateo, «escándalo» y «escandalizar» equivalen a contigüidad en obrar la iniquidad (13,41); a interrumpir la maduración de la Palabra de Dios por miedo o fatiga (13,21); a disuadir a alguien de proseguir en la vocación obediencial al proyecto de Dios (16,23); a equivocarse sobre el mismo Jesús y manipular su mensaje (11,6; 13,56; 15,12; 17,27; 24,10).

Jesús, al formular una paradoja, no instiga a nadie a autolesionarse; lo que hace es animar a la vigilancia, y en primer lugar a que estemos vigilantes a la germinación de posibles escándalos en nuestro mismo interior. Se trata de la óptima terapia de la prevención.

 

ORATIO

«Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza» (del salmo responsorial). Te doy gracias, Dios, padre bueno, por la Palabra de Jesús, que cambia las desdichas de la vida en la bienaventuranza de quien ha sido elegido como siervo y puede invocar tu nombre.

Te bendigo, Señor Jesús, por tu resurrección, con la cual has vencido asimismo mi muerte y preparas cada día mi resurrección. Te ofrezco, Espíritu Santo de Dios, como sacrificio de alabanza, mis ojos y mis manos, para que tú, con tu poder extraordinario, me preserves de todo escándalo inferido o padecido y purifiques toda mi humana y particular sensibilidad.

 

CONTEMPLATIO

Ya te dije que algunos, con el cuchillo de doble filo, que son el odio al vicio y el amor a la virtud, cortan por mi amor el veneno de su sensualidad, y con la luz de la razón mantienen, poseen y adquieren el oro de la virtud en esas mismas cosas mundanas que quisieran poseer. Ahora bien, quien quiere ejercitarse en una gran perfección, las desprecia material y espiritualmente. Esos tales observan, efectivamente, el consejo [evangélico] dado y dejado por mi Verdad, mientras que aquellos que poseen bienes observan los mandamientos, pero los consejos [evangélicos] los observan de una manera espiritual, no material. Sin embargo, dado que los consejos están unidos a los mandamientos, nadie puede observar estos últimos sin observar los consejos, al menos de una manera espiritual. O sea, que, aunque posee las riquezas del mundo, las posee con humildad y no con soberbia, teniéndolas como algo prestado, no como algo suyo, como dadas a vosotros por mi bondad para que las uséis. De este modo debéis usarlas (Catalina de Siena, Diálogo de la divina Providencia, 47).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para entrever algo del amor es preciso situarse más allá del amor, es preciso ir a esa profundidad del alma donde la pasión, aun conservando intacta la densidad de su contenido, libre ahora de toda exaltación carnal, se convierte en el eje inmóvil de una rueda que gira. El amor, trascendiendo el orden sensual, da a la carne una profundidad dotada de un valor insospechado. El amor, clarividente y profético, es ante todo revelación. Hace ver el alma del amado en términos de luz y llega a un grado de conocimiento que sólo quien ama es capaz de alcanzar. El verbo yádha' significa en hebreo tanto «conocer» como «desposar»; de este modo, «amar» significa conocimiento total. «Adán conoció a Eva».

El amor puede contemplar, por detrás de los disfraces, la inocencia original. Su milagro hace desaparecer la lejanía, la distancia, la soledad; nos hace presentir lo que puede ser la misteriosa unidad de los amantes, una identidad heterogénea de dos sujetos (P. Evdokimov, Sacramento dell'amore, Sotto il Monte, 31987, p. 122 [edición española: Sacramento del amor. Misterio conyugal ortodoxo, Editorial Ariel, Barcelona 1966]).

 

Día 17

Sábado de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 5,14-21

Hermanos:

14 Nos apremia el amor de Cristo al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto.

15 Y Cristo ha muerto por todos, para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos.

16 Así que ahora no valoramos a nadie con criterios humanos. Y si en algún momento valoramos así a Cristo, ahora ya no.

17 De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo.

18 Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

19 Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación.

20 Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios.

21 A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

 

*+• El leccionario, sobrevolando por encima de una quincena de versículos centrados sobre todo en torno a la «nostalgia» de «dejar el cuerpo para ir a habitar junto al Señor» (4,16-5,13), que se repite en la última etapa de la vida de Pablo, nos presenta la continuación de la reflexión del apóstol sobre la «novedad» brotada de la reconciliación en virtud de la muerte de Cristo por todos. El itinerario de este fragmento del pensamiento paulino es cristológico con implicaciones eclesiológicas. La conexión entre ambas perspectivas, la relación entre Cristo y la Iglesia, se encuentra en la reconciliación. Sigue siendo vigorosa la convicción de Pablo, consolidada en su experiencia veterotestamentaria, de que, respecto a Dios, la humanidad pecadora se merece la indignación divina; esta convicción, sin embargo, se ha perfeccionado a través del conocimiento mesiánico de Cristo, el cual se ha convertido en lugar, precio y signo de la reconciliación. En el texto griego, el sustantivo (katalleghé) y el verbo (katallássó) significan también «permuta» (por ejemplo, de valores venales como el dinero), «acuerdo» (alianza) o «concordia» (proyectar conjuntamente). Estos matices léxicos confirman el acontecimiento de la reconciliación global entre Dios y el hombre a través de un coste y de un intercambio.

La inspiración de Pablo es atrevida: la humanidad sigue siendo pecadora (pecado-episodio), pero Dios mismo toma la iniciativa de renovarla y aproximarla transfiriendo el pecado a Cristo (pecado-situación). La manifestación más dramática y convincente en el itinerario de la reconciliación es la muerte de Cristo, repetición en una única acción definitiva de los sacrificios de la antigua alianza. Sin embargo, la muerte constituye la encrucijada de un itinerario cristológico global puesto en marcha con la encarnación (Gal 4,4ss) y llegado a puerto con la resurrección (1 Cor 15,3-4.20-22). Esta inspiración paulina sobre la reconciliación en Cristo se repite (1 Cor 15, que acabamos de citar; Rom 4-6...) y ha hecho escuela (de modo señalado en la carta a los Hebreos).

La consecuencia eclesiológica se perfila en algunas afirmaciones cargadas de sentido: «nos apremia el amor de Cristo» (v. 14); «lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo» (v. 17); otorgamiento del ministerio, hacer las veces de embajador (w. 18.20). La Iglesia «paulina» es la manifestación de la reconciliación a través de Cristo, y espacio de servicio (ministerio, embajadores), de anuncio y activación de la reconciliación.

 

Evangelio: Mateo 5,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

33 También habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No jurarás en falso, sino que cumplirás lo que prometiste al Señor con juramento.

34  Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, que es el trono de Dios;

35 ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey.

36 Ni siquiera jures por tu cabeza, porque ni un cabello puedes volver blanco o negro.

37 Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no. Lo que pasa de ahí, viene del maligno.

 

**• El breve fragmento del evangelio de Mateo recoge un signo considerable en la relación con el Dios de Israel, un signo crucial en tiempos de Jesús: el juramento y el perjurio. Se trata de una empresa humana comprometedora, deliberada, en analogía con la actitud de Dios mismo, que «jura» (Gn 22,16; Heb 6,17...) y que, sin embargo, permanece fiel a su promesa, una promesa que es compromiso en favor del pueblo y de cada individuo (Lc 1,54-55.68-71).

Jesús no pronunció nunca, personalmente, ningún juramento. Los evangelios sólo ponen el verbo «jurar» en sus labios en el marco de alguna polémica y como contestación respecto a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas (Mt 23,16-22). La palabra dada es sagrada y vinculante, sin implicar a Dios ni a símbolos relacionados con él (como el cielo y la tierra o la ciudad santa de Jerusalén), ni hipotecando la propia cabeza del que jura. En efecto, el que jura no es dueño de nada. Jesús se muestra claramente contrario al juramento y, como es obvio, también al perjurio. Jesús se compromete con la autoridad de su propia palabra: «En verdad os digo...»; «habéis oído que se dijo... pero yo os digo». Su Palabra es mensaje y contiene valores, pero su identidad también es Palabra, Verbo que ha puesto su morada en la humanidad (Jn 1,14). Jesús compromete su persona. A los discípulos, a quienes ordena no jurar en absoluto, les entrega este paradigma: su ejemplo.

El vocabulario de Mateo emplea aquí dos verbos. Uno está tomado de una cita veterotestamentaria relacionada no con el juramento, que entonces era considerado lícito, sino con el perjurio, y es «no jurarás en falso» (literalmente: uk epiorkéseis; cf. Nm 30,3; Dt 23,22; Ecl 5,3-5), o bien respeta el juramento, mantén las condiciones, cumple la «cosa» empeñada. El otro verbo está formulado en una forma negativa absoluta; al pie de la letra, «no jurar en absoluto», donde el verbo griego (original) alude también a la confirmación con un juramento, a prometer con voto, a implicar a otros -incluso sin saberlo o reacios- como garantes o testigos de nuestro propio compromiso. Jesús se muestra asimismo radical con las situaciones comprometedoras: no sólo disuade del perjurio, señalado siempre como felonía, traición, cobardía, sino que corta en su raíz la causa o el riesgo de la situación de infidelidad. Sustituye el ritual de los juramentos por la responsabilidad de la propia palabra. El juramento implica a otros, tal vez incluso al mismo Dios; el «sí-sí» / «no-no», expone a la propia persona. Jesús prefiere el compromiso personal del propio individuo.

 

MEDITATIO

Este mensaje podría configurar la bienaventuranza del «sí-sí» / «no-no». Jesús espera de los discípulos la claridad de convicciones y la determinación del «sí-sí» y del «no-no» en su conducta. De su vocabulario y de su conducta está excluido el «ni sí ni no», una expresión nueva que representa una síntesis puntual de ciertas corrientes invasoras dotadas de una mentalidad de equilibrismo, indeterminaciones y medias tintas, de nebulosos dejar para mañana, de la holgazanería de personalidades plasmadas en la solidez del ectoplasma. La exigencia de responsabilidad y coherencia por parte del rabí de Nazaret roza la intolerancia: lo que está más allá del «sí-sí» / «no-no» viene del maligno. El «pero yo os digo» remite a la autoridad de sus palabras y, sobre todo, a la autoridad de su personalidad.

El apóstol Pablo descubrió que, en Jesús, «todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor l,19ss). La concisión adverbial de Jesús y de Pablo se dilata en la catequesis -en parte implícita sobre la responsabilidad activa y existencia! individual. Pablo ilumina un ámbito concreto y también visible de esa responsabilidad: «Ate apremia el amor de Cristo». La construcción sintáctica tanto en griego como en latín, y también en español, permite una doble interpretación completiva: nos apremia el amor que tiene Cristo y nos impulsa el amor que tenemos a Cristo. La intuición paulina capta la sinergia Señor Jesús-discípulo, Cristo Señor-Iglesia. El amor que tiene Cristo consigue la reconciliación sacando del hombre el pecado-situación y cargándolo en la cruz de su muerte (aunque el pecado episodio subsiste como herencia y «tentación» o prueba).

El amor que tenemos a Cristo nos apremia a dar valor a la reconciliación, convirtiéndonos por medio de él en justicia de Dios y poniéndonos a su servicio como embajadores de Cristo.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Padre amó tanto al mundo que te envió a ti, su Hijo unigénito, para que creamos en ti y no muramos, sino que tengamos la vida eterna (Jn 3,16): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que habías venido no para condenar, sino para salvar al mundo (Jn 12,47): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Consolador –el Espíritu de la verdad- convencerá al mundo de pecado, que no cree en ti (Jn 16,7ss): escúchanos, Señor.

Señor, tú eres bueno y grande en el amor: escucha la confesión de nuestros pecados cotidianos y perdónalos; escucha nuestra disponibilidad al servicio de tu Reino y acompáñanos; escucha nuestra sed de conocimiento espiritual e ilumínanos.

 

CONTEMPLATIO

Dijo después [Dios]: «Quiero mostrarte algo de mi poder». Al instante se me abrieron los ojos del alma. Y vi la plenitud de Dios, en la cual abrazaba a todo el mundo, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás. Y en todo esto no discerní más que el poder divino de un modo inenarrable.

El alma, llena de admiración, gritó diciendo: «Este mundo está repleto de Dios». Y abracé el mundo entero como si fuera una cosa pequeña, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás, como si fuera poca cosa, pero el poder de Dios excedía y lo llenaba todo. Y me dijo: «De este modo te he mostrado algo de mi poder». Comprendí que de aquí en adelante comprendería mejor el resto. Entonces me dijo: «Ahora mira la bajeza». Y vi una bajeza tan profunda del hombre respecto a Dios, que el alma, comparando aquel poder inenarrable y aquella profunda bajeza, estaba llena de admiración y se consideraba a sí misma como nada y en su nada no veía en sí misma más que soberbia (Angela de Foligno, // libro delle rivelazioni, 9: Contemplazione della potenza divina).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pero yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15,9-10.12). Podemos pensar: ¡lo importante es amar! («El que ama al prójimo ha cumplido la ley»: Rom 13,8).

En realidad, no es posible una comprensión plena del amor al prójimo si no lo insertamos en el marco más amplio del amor a Dios. Es el amor a Dios el que pone en movimiento el dinamismo eficaz y amplio que tiende a llegar a todos los hombres.

Por consiguiente, el amor brota de la voluntad originaria del Padre (G. Pasini, Ai di sopra di tuno. Meditazioni per una carita incarnata nella storia, Molfetta 1996, p. 13).

 

Día 18

Santísimos Cuerpo y Sangre de Cristo

(Domingo después de la Santísima Trinidad)

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 8,2-3.14-16

Moisés habló al pueblo diciendo:

2 Acuérdate del camino que el Señor tu Dios, te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años a través del desierto, con el fin de humillarte y probarte, para ver si observas de corazón sus mandatos o no.

3 Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre; te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías ni habían conocido tus antepasados, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor

14   No te olvides del Señor tu Dios. Fue él quien te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud;

15 quien te ha conducido a través de ese inmenso y terrible desierto, lleno de serpientes venenosas y escorpiones, tierra sedienta y sin agua; fue él quien hizo brotar para ti agua de la roca de pedernal

16 y te ha alimentado en el desierto con el maná, un alimento que no conocieron tus antepasados.

 

*·> El trasfondo de la primera lectura nos introduce en la espantosa y asoladora aspereza del desierto sinaítico: el hambre atroz, la sed aterradora, la piedra pelada, los riesgos mortales, los estragos del camino, las alimañas, serpientes venenosas y alacranes temibles. En una palabra, un entorno de muerte donde el hombre no puede sobrevivir con sus solas fuerzas. De hecho, nadie, solo y por su cuenta, lo intenta. Se sentiría humillado en su altanería. Choca contra su propia debilidad y es incapaz de conseguirlo. Entonces advierte que la única confianza la puede encontrar exclusivamente en Dios. Uno solo no lo logra.

No en balde dice el texto: <<Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre» (v. 3) antes de darte el pan y el agua. Y, en efecto, solo Dios ha salvado a Israel. Le ha dado la <<Palabra que sale de la boca del Señor>>. La Palabra de Dios es el verdadero regalo del Señor. El maná es entendido como una demostración: <<No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios ».

La Palabra de Dios es la protagonista principal de esta historia en el desierto. Sin ella, el maná no habría aparecido en el árido peñascal del desierto. Sólo así, en el páramo del desierto, donde el hombre no puede subsistir con sus propios medios, sino que tiene que rendirse y depender de Dios, el maná y la Palabra divina se convierten en la misma realidad.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 10,16-17

Hermanos:

16 El cáliz de bendición que bendecimos ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿No nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?

17 Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo.

 

Pablo alude en los primeros versículos de la primera Carta a los Corintios a la misma experiencia de la primera lectura (vv. 16ss), aunque con un lenguaje distinto, el de la liturgia tradicional de la <<cena del Señor>>. Aquí, la humillación a la que es sometido el hombre por la falta de pan es vista según la dimensión personal y real de la <<comunión» (dos veces aparece en el texto). El hombre necesitado de pan y agua solo puede vivir de la relación con Dios y los hermanos. Para expresar este concepto, Pablo se vale de la experiencia eucarística que se vive en la comunidad de Corinto. La participación y la comunión del pan eucarístico, a través del cáliz y el pan del altar ayudan a entrar en una relación personal, profunda e intima, con <<el cuerpo de Cristo», es decir con su vida y su amor.

La lectura que nos propone la liturgia expresa la densa consecuencia que el apóstol deduce de esta unión, por medio de la fe, con <<el cuerpo de Cristo» (vv. 16ss). Puesto que el cuerpo de Cristo es <<un único pan>> para muchos, todos los que nos acercamos a la comunión formamos <<un solo cuerpo». Comiendo el cuerpo de Cristo nos convertimos en <<cuerpo de Cristo». O, dicho de otra forma, formamos entre nosotros, que nos comunicamos con Cristo, un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo: <<Incluso siendo muchos, somos un cuerpo solo».

    Puede parecer inverosímil, pero es verdad: <<Todos formamos un solo cuerpo>>

 

Evangelio: Juan 6,51-58

51 Jesús añadió:

- Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

52 Ésto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban:

- ¿Como puede éste damos a comer su carne?

53 Jesús les dijo:

—Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.

54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

55 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él.

57 El Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él. Así también, el que me coma vivirá por mí.

58 Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron, pero el que coma de este pan, vivirá para siempre.

 

*·• El evangelio se puede leer a la luz de la primera lectura, la dramática situación del pueblo en el desierto. Dios ha conducido a Israel a una situación horrorosa. No existe ningún camino, no tienen pan ni agua, no poseen mayor seguridad y nadie habla de una posible salvación. Solo mantienen una fe ciega en Dios y en su Palabra. La fe es suficiente. Es la premisa del milagro del maná.

El evangelio completa esta fusión entre la Palabra de Dios y el maná (pan) en la persona de Cristo, quien dándose a si mismo realiza la unidad de ambas. Solo aquel que lo recibe como alimento tiene en si la Palabra de Dios y a Dios mismo, en cierto sentido. Esto roza lo increíble. Jesús no explica como puede realizarse este milagro, superior al mana que comieron los antepasados en el desierto, que, después de comerlo y quedar saciados, <<murieron» (vi 58). Jesús quiere que, al participar en la eucaristía, pensemos que en el desierto de nuestra vida también podemos lanzarnos como hambrientos a los brazos de Dios.

Jesús no explica como tiene lugar el milagro. Sin embargo, si precisa como él es <<el pan de vida». Prepara a los discípulos, por medio de la fe, a una afirmación aun más asombrosa: el pan que le ofrece a los hombres para que realmente lo coman es él. Por esto dice: <<Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (v 55). Sorprendentes palabras, porque, de no ser así, comenta: <<No tendréis vida en vosotros» (xc 53). Se refiere a la muerte en cruz como ofrenda  sacrificial de su carne entregada por nosotros para que vivamos siempre con él. Jesús nos da a comer su propia carne inmolada en la cruz para que <<vivamos para siempre» (v. 58). Si nos tomamos en serio estas palabras, descubrimos que la carne de Jesús inmolada en la cruz se convierte en la comunión eucarística en la unión profunda de vida con él. Uniéndose a nosotros, a nuestra debilidad, Jesús se transforma en nuestro pan.

Todo esto es, efectivamente, una locura divina, y supera cualquier esfuerzo humano que intente captar su sentido insondable. Solo se comprende si concebimos que Dios es amor con sinceridad, preguntémonos si creemos real y verdaderamente en la vida eterna. La vida eterna no es otra que la vida de Dios. Y nuestra vida se encuentra en el amor de Dios, un amor tan grande que vence todas nuestras debilidades. Y precisamente porque somos débiles, Dios viene en nuestra ayuda.

 

MEDITATIO

Nos impresionan las palabras del Senior proclamadas en el evangelio de hoy. Significan que la <<muerte» no tiene ninguna posibilidad de acceso allí donde se come <<el pan de la vida». Sabemos que el pan de la vida es la carne de Jesús entregada para la vida del mundo. Quien come su carne vive en Cristo. Es transformado en una realidad eterna. Y desde ahora. Vive ya la vida eterna, que es propia de Dios.

Después, el futuro: <<Y yo lo resucitaré el último día». El horizonte de la eucaristía es la resurrección de los muertos: <<El que come mi carne y vive mi sangre tiene vida eterna». Nunca más el horror del desierto, la angustia de la noche y las insidias del camino, sino la vida eterna. Mejor aun, el misterio del amor que reina entre el Padre y el Hijo en la Santísima Trinidad. La vida eterna esta presente en quien come el cuerpo de Cristo. Es una realidad tangible. Es una vida que extiende y propaga el fuego inagotable de Dios y transforma al hombre, preparándolo para la <<boda eterna». Por cierto, siempre existe el riesgo de tropezar en las propias limitaciones. Pero el Señor es el <<pan vivo» que esta continuamente a nuestra disposición, El nos ayuda a vivir en la fe, esperanza y caridad y a gustar desde ahora, incluso sufriendo la soledad del desierto, la verdad de la resurrección. No por nada la vida eterna es la resurrección.

Ahora sólo nos queda corear el gozo y la alegría de haber encontrado en el corazón de nuestra vida un camino que no conocíamos. El camino que conduce a la resurrección. Desde ahora, y hasta el final, la resurrección esta aquí con nosotros: <<El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6,54).

 

ORATIO

Te damos gracias, Dios de eterno amor por el regalo de la eucaristía, comuni6n y uni6n con Cristo y los hermanos. Cuando participamos en la eucaristía no sólo nos unimos a Cristo y formamos una sola cosa con el (<<un solo cuerpo»), sino que nos ponemos en común unión entre nosotros y nos convertimos en <<un solo cue1po» con Cristo y los demás. Te pedimos perdón porque no siempre hemos experimentado el misterioso e irresistible atractivo de la eucaristía, porque a veces hemos gastado el tiempo en conseguir seguridades personales, embaucados por nuestros egoísmos y atrapados por la desconfianza y la desesperaci6n.

Te rogamos, Padre, que nos concedas el don de la sabiduría para que comprendamos que la fatigosa peregrinación por el desierto de nuestra vida es ya una confortable estancia en la patria del cielo. Porque <<no sólo de pan viva el hombre», sino de ese <<pan» que es él, en cuanto Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarlo. Te suplicamos que, comulgando del cuerpo de Cristo, nos convirtamos en lo que somos, como nos dice san Agustín: cuerpo de Cristo y miembros los unos de los otros. Este es el deseo profundo que queremos cultivar con la oración y en el corazón: dejar que tú, Señor, obres este milagro en nosotros. Tú eres el Señor; úu lo puedes todo. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El unigénito Hijo de Dios, queriendo que participáramos de su divinidad, asumió nuestra naturaleza y se hizo hombre para hacer de nosotros, hombres, dioses. Todo lo que asumió lo estimó para nuestra salvación. De hecho, le ofreció a Dios Padre su cuerpo como víctima sobre el altar de la cruz para nuestra reconciliación. Derramó su sangre haciéndola valer como justiprecio y no como simple aspersión, para que —redimidos de la humillante esclavitud— fuésemos purificados de todos los pecados con el fin de que quedara en nosotros un recuerdo constante de tan gran beneficio, les dejo a sus fieles su cuerpo como comida y su sangre como bebida, bajo las especies del pan y el vino.

¡Oh inapreciable y maravilloso banquete que a los comensales les da la salvación y la alegría sin fin! ¿Qué puede haber más grande que esto? No se ofrecen suntuosas carnes de becerros y machos cabríos, como en la antigua ley, sino a Cristo, verdadero Dios, como alimento. ¿Qué puede existir más sublime que este sacramento? En realidad, ningún sacramento es tan saludable como éste: por su virtud son borrados los pecados, crecen las buenas disposiciones, y la mente es enriquecida con todos los carismas espirituales. En la Iglesia, la eucaristía, habiendo sido instituida para la salvación de todos, es ofrecida por los vivos y por los muertos, para provecho de todos.

Nadie puede expresar la suavidad de este sacramento. Se gusta la dulzura espiritual en la misma Fuente y se hace memoria de la altísima caridad, que Cristo ha demostrado en su pasión (Santo Tomas de Aquino, Opusc. 57, en la fiesta del Corpus Christi, lect. 1-4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<El que come de este pan vivirá siempre» (Jn 6,51).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mi una pregunta angustiosa: <<¿Podré seguir celebrando la eucaristía?». Fue la misma pregunta que más tarde me hicieron los fieles. En cuanto me vieron, me preguntaron: <<Ha podido celebrar la santa misa?>>.

En el momento en que vino a faltar todo, la eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el pan de vida. <<El que come de este pan viviré siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo>> (Jn 6,51).

¡Cuántas veces me acordé de la frase de los mártires de Abitene (siglo IV), que decían: <<¡Sine Dominica nón possumus!» (<<No podemos vivir sin la celebración de la eucaristía>>).

En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la esperanza.

Eusebio de Cesarea recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: <<Cada lugar donde se sufría era para nosotros un sitio para celebrar…., ya fuese un campo, un desierto, un barco, una posada, una prisi6n...». El martiriológico del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la eucaristía en campos de concentración. ¡Porque sin la eucaristía no podemos vivir la vida de Dios! [...].

Cuando me arrestaron, tuve que marcharme en seguida, con las manas vacías. Al día siguiente me permitieran escribir a los míos para pedir lo más necesaria: ropa, pasta de dientes... Les puse: <<Por Favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago>>. Los fieles comprendieron en seguida. Me enviaron una botellita de vino de misa, con esta etiqueta: <<Medicina contra el dolor de estómago>>, y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad.

La policía me preguntó:

- ¿Le duele el estómago?

- Si.

- Aquí tiene una medicina para usted.

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Este era mi altar y ésta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: <<Medicina de inmortalidad, remedio para no morir; sino para vivir siempre en Jesucristo>>, como dice Ignacio de Antioquia.

A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de beber con él el cáliz más amago. Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida! (F.X. Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de S. S. Juan Pablo II, Ciudad Nueva, Roma 72000, 143-146; traducción, Juan Gil Aguilar).

 

 

Día 19

Lunes 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 6,1-10

Hermanos:

1 Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios.

2 Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.

3 Por nuestra parte, a nadie damos motivo alguno para que pueda desacreditar el ministerio;

4 antes bien, en toda ocasión nos comportamos como ministros de Dios, aguantando mucho, sufriendo, pasando estrecheces y angustias;

5 soportando golpes, prisiones, tumultos, duros trabajos, noches sin dormir y días sin comer.

6 Procedemos con limpieza de vida, con conocimiento de las cosas de Dios, con paciencia, con bondad, penetrados del Espíritu Santo, con un amor sincero,

7 apoyados en la Palabra de verdad y en la fuerza de Dios; y en todo atacamos y nos defendemos con las armas que nos depara la fuerza salvadora de Dios.

8 Unos nos ensalzan y otros nos denigran; unos nos calumnian y otros nos alaban. Se nos considera impostores, aunque decimos la verdad;

9 quieren ignorarnos, pero somos bien conocidos; estamos al borde de la muerte, pero seguimos con vida; nos castigan, pero no nos alcanza la muerte;

10 nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, poro enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, poro lo poseemos todo.

 

**• El leccionario sigue presentando la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios. Prescinde, sin embargo, de las palabras «ya que somos sus colaboradores, os exhortamos...». Son palabras que conectan con la robusta cristología perfilada en la perícopa precedente y que justifican la exhortación actual: como «colaborador» , Pablo declara que obra como «embajador de Cristo» es como si Dios mismo exhortara por medio de él (5,20). Esas palabras perfilan un método de evangelización: no se trata de una iniciativa individual, sino de una habilitación por parte de Dios. La robustez de la diaconía brota de la autoridad del Señor y madura en el orgullo del servicio al Evangelio.

La autoridad y el orgullo los toma el apóstol del esbozo autobiográfico del «siervo evangélico». La articulación del «siervo» con la arquitectura del «ministerio» aparece como el diseño de una «geometría psicológica y actitudinal». Sin sospechar esos posibles encasillamientos posteriores, en la pluma de Pablo (a quien de todos modos le complacen los reconocimientos, por así decirlo,  periscópicos) se deslizan estas enumeraciones: el único propósito -aquí- es la vigilancia para no dar «motivo alguno... que pueda desacreditar el ministerio»; el «gran orgullo» se ramifica en nueve duras contingencias; hay seis tipologías óptimas de comportamiento; tres son los apoyos decisivos de auxilio; dos más siete son las conjeturas desafortunadas en el exterior, pero faustas en la gestión.

La frialdad de semejante enumeración cuantitativa ayuda, casi a contrapaso, como paso a la consideración del vigor cualitativo de un servicio al Evangelio, con el que Pablo se siente honrado y del que insiste en ser delegado, convirtiendo cada día en «momento favorable» para exhortar a no recibir en vano la gracia de Dios y hacer madurar progresivamente la salvación. La exhortación de un profeta antiguo (Is 49,8) se salda con la novedad de un colaborador nuevo -como es Pablo- en el ministerio de la reconciliación.

 

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto;

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

 

**• La «ley del talión» citada por Jesús para ejemplificar sólo un par de casos es, de una manera transversal, Palabra de Dios. En efecto, la pena del talión fue una forma de hacer justicia que entró en el Antiguo Testamento -Palabra de Dios a Israel- unos ciento cincuenta años después de la promulgación de un prototipo babilónico (el conocido código de Hammburabi: 1792-1750 a. de C.) como prescripción de la justicia atribuida a la voluntad de YHWH y preocupada por salvaguardar la corrección de las relaciones sociales y, por consiguiente, el progreso del pueblo. El sustantivo actual que interpreta esa solución es «talión» (con una raíz etimológica incierta del latín: tal vez talis - tale [neutro], a saber: «igual, idéntico»). La Biblia formalizó el «talión» repetidamente: en Ex 21,24ss, donde se presenta una casuística más extensa que la proporcionada por Jesús, a saber: «ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe»; simplificada en Lv 24,19ss; relanzada en Dt 19,21, que recalca una intransigencia: «En un caso así, no tendrás piedad: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». La historia de este tipo de «venganza» (justicia «vindicativa») facilita la comprensión de la Palabra innovadora de Jesús.

Tanto el «talión» veterotestamentario como la solución de Jesús son Palabra de Dios historizada. La antigua «venganza» era -por así decirlo- tolerada por YHWH en espera de la superación mesiánica de esas -y también de otras- soluciones relaciónales desde la perspectiva de una justicia y de una paz universal (cf. Is 2,2-4; 9,1-6...). Jesucristo no abolió ni una coma de la Ley y los profetas (Mt 5,17); por consiguiente, tampoco la «ley del talión». En torno a ella no disertó ni a favor ni en contra: se limitó simple y drásticamente a inutilizarla superando todas las soluciones «vindicativas» y llevando a cumplimiento las finalidades de aquella antigua y provisional Palabra de YHWH, proponiendo la evolución de un camino radical y óptimo a lo largo del recorrido personalizado de las bienaventuranzas evangélicas, Palabra de Dios en los labios de Jesús. Compasión y misericordia, generosidad, magnanimidad de ánimo, renuncia a las reivindicaciones, serenidad a la hora de saber perder... son la respuesta de los discípulos de Jesús a las incómodas contingencias individuales, y son también soluciones  para cualquier conflicto.

 

MEDITATIO

Las bienaventuranzas como las de la paz, que identifica a los hijos de Dios; la humildad, que se extiende sobre la tierra; la misericordia recompensada (novedad del «talión»), constituyen la sustitución y el soporte de todo tipo de «talión» y «venganza». La Palabra de Dios en los labios de Jesús es, verdaderamente, la consumación y la elevación al máximo de la Ley y los profetas: de esta Palabra de Dios no pasará nada de ahora en adelante sin que se cumpla, de modo que quien la transgreda o enseñe a transgredirla se quedará en el umbral del Reino de los Cielos, a diferencia de quien la cumpla y enseñe a cumplirla, que será considerado como grande en el Reino de los Cielos (Mt 5,18ss).

Jesús es hombre de palabra y su palabra es Palabra de Dios: él mismo da testimonio de la coherencia del proyecto de sus bienaventuranzas a través de comportamientos ocasionales consecuentes (Jn 18,22ss) y, sobre todo, con la opción fundamental de la aceptación de la cruz en cumplimiento de las Escrituras (Le 24,27; Hch 2,22-24; 1 Pe 2,21-25). Al perder la vida, Jesús ganó la resurrección.

También Pablo, en este fragmento autobiográfico, se presenta como testigo de la superación de un estilo reivindicativo y justiciero, moviéndose con fuerza, es cierto, pero también con transparencia, con sensatez, con tolerancia, con sinceridad en el amor. Es el estilo vencedor del hombre evangélico, que es capaz de perder algo de lo suyo para beneficiar a muchos; es la «cultura» del discípulo de Jesús, que es capaz de llevar la cruz como momento favorable, como día de salvación.

ORATIO

«El Señor da a conocer su victoria» (del salmo responsorial). Señor, has revelado a nuestros ojos que todo momento es favorable para la maduración de tu gracia: te alabamos, Señor.

Señor, has manifestado en nuestros días que te acuerdas de tu amor hecho visible en el Evangelio de las bienaventuranzas: te alabamos, Señor.

Señor, has accedido a nuestra confianza haciéndote presente en los tiempos de la alegría y de la buena fama y, también, en los tiempos de necesidad y de angustia: te alabamos, Señor.

Cristo Jesús, me han abofeteado y he llorado, me han humillado y me he enfadado: Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús, me han insistido para que perdiera parte de mi tiempo con ellos, pero yo, presuroso e irritado, me he negado: Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús, me han pedido prestado algo mío y a mí mismo, y no he regalado nada, sino que he pedido la restitución con intereses: Cristo, ten piedad.

Señor, enséñanos a anunciar y a comunicar tu misericordia al malvado: escúchanos, Señor.

Señor, enséñanos palabras y comportamientos que nunca sean motivo de escándalo ni representen un obstáculo a la eficacia de las bienaventuranzas evangélicas: escúchanos, Señor.

Señor, enséñanos a ser y a dar siempre «mucho» en tu nombre: escúchanos, Señor.

 

CONTEMPLATIO

Contó el padre Daniel que, en Babilonia, la hija de un alto funcionario estaba poseída por el demonio. Su padre era muy amigo de un monje, que le dijo: «Nadie puede curar a tu hija, excepto unos anacoretas que conozco. Mas, si los invitas a venir, no vendrán por humildad. Procedamos así: cuando vengan al mercado, finge que quieres comprar su mercancía. Y, cuando vengan a cobrar el precio, les diremos que oren, y creo que curará». Fueron al mercado y encontraron a un discípulo de los padres sentado para vender su mercancía, y le hicieron venir a llevar sus cestas y a retirar el dinero.

Cuando el monje entró en la casa, la endemoniada le salió al encuentro y le dio una bofetada. Él puso también la otra mejilla, siguiendo el precepto del Señor. El demonio quedó atormentado y gritó «¡Ay de mí!, el mandamiento de Jesús me expulsa con violencia». Y enseguida la muchacha quedó limpia. Cuando llegaron los padres, les contaron lo sucedido. Glorificaron a Dios por ello diciendo: «Siempre le sucede así a la soberbia del diablo, que cae frente a la humildad del precepto de Cristo» {Vida y dichos de los padres del desierto, vol. I, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal» (Mt 5,39).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos ha dicho: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Estas palabras suyas no deberían ser sólo una luz para nosotras, sino una verdadera llama que consuma el egoísmo que nos impide crecer en santidad. Jesús nos amó hasta el final, hasta el extremo del amor, hasta la cruz. Este amor debe proceder del interior, de nuestra unión con Cristo. Debe ser la sobreabundancia de nuestro amor por Dios. Amar debe ser para nosotras algo tan natural como vivir y respirar, día tras día, hasta la muerte. Dijo Teresa del Niño Jesús: «Cuando actúo y pienso con caridad, siento que es Jesús quien actúa en mí». Para comprender y practicar todo esto tenemos una gran necesidad de la oración, de una oración que nos una a Dios y que nos impulse de continuo hacia los otros. Nuestras obras de caridad no son otra cosa que el derramamiento al exterior del amor de Dios que hay dentro de nosotras. Por eso, quien más unido está a Dios, más ama a su prójimo (Madre Teresa de Calcuta, La mia regola, Milán 1997, pp. 131 ss).

 

Día 20

Martes 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 8,1-9

1 Queremos haceros saber, hermanos, la gracia que Dios ha concedido a las iglesias de Macedonia.

2 Porque han sido muchas las tribulaciones con que han sido probadas, y, sin embargo, su gozo es tal que, a pesar de su extrema pobreza, han derrochado generosidad.

3 Porque doy testimonio de que han contribuido según sus posibilidades y aun por encima de ellas.

4 Por propia iniciativa nos pedían con gran insistencia que les permitiéramos participar en esta ayuda a los creyentes.

5 Superando incluso nuestras esperanzas, se entregaron en persona primero al Señor y luego a nosotros, pues tal era la voluntad de Dios.

6 Por eso hemos rogado a Tito que, ya que él la comenzó, sea también él quien lleve a feliz término esta obra de caridad entre vosotros.

7 Puesto que sobresalís en todo -en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de solicitud y hasta en el cariño que os profesamos-, sed también los primeros en esta obra de caridad.

8 No digo esto como una orden, sino para que, a la vista de la solicitud de los demás, pueda yo comprobar la autenticidad de vuestro amor.

9 Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.

 

**• Prescindiendo de una extensa sección, todavía autobiográfica, de hechos y tumultos, de emociones y afectos, confiados por el apóstol Pablo a la comunidad eclesial de Corinto (2 Cor 6,11-7,16), el leccionario se detiene únicamente en el contexto de la colecta emprendida en favor de los hermanos de Jerusalén. La perícopa contiene un acontecimiento de solidaridad ejemplar para la organización y válido en sus motivaciones.

Los historiadores han reconstruido este acontecimiento, atendiendo sobre todo a Hch 24,17; Rom 15,25-28, 1 Cor 16,1-4, además de al texto que hemos leído hoy. La pequeña comunidad de Jerusalén había iniciado su propia aventura evangélica poniendo voluntariamente en común los bienes de cada uno de los hermanos, de suerte que no hubiera necesitados entre ellos (Hch 2,44ss; 4,32.34ss). Pero el apagado fervor y los condicionamientos de la organización habían agravado un tanto la situación económica de la comunidad (Hch 5,lss; 6,1).

El año 58 hubo una carestía en Judea (diez años antes había habido otra). Las comunidades cristianas que había entre los «paganos» acudieron en ayuda de sus hermanos de Jerusalén con el fruto de una conmovedora colecta. Entre los organizadores sobresalieron Pablo y Tito. Pablo subirá en persona a Jerusalén: «Al cabo de muchos años vine a mi nación para traer limosnas» (Hch 24,17). Tito, discípulo del apóstol y «hermano» queridísimo (2 Cor 2,13), había sido enviado también a Corinto para implicar también a esta comunidad en la colecta, «obra generosa que él mismo había comenzado», al decir del mismo apóstol (2 Cor 8,6).

El método sugerido por Pablo a los corintios y también a otras comunidades se mueve entre la razón pedagógica y la sensatez económica: «Que los domingos aporte cada uno lo que haya podido ahorrar» (1 Cor 16,2). Las razones proceden de una convencida comunión de bienes: los hermanos de Macedonia y Acaya «han tenido a bien hacer una colecta en favor de los creyentes necesitados de Jerusalén. Han tenido a bien, aunque en realidad se trataba de una deuda, pues si los paganos han participado de sus bienes espirituales, justo es que los ayuden en lo material (Rom 15,26ss). El apóstol insiste, confiado, en que la colecta dé fruto también en la comunidad de Corinto, aduciendo razones de comunión eclesial, de comunión de bienes, testimonios y gratitud con Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor 8,9).

 

Evangelio: Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.

45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen también eso los publicanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

**• La perícopa de hoy está traducida a partir del texto griego no original. Este texto contiene vocablos que permiten lecturas con distintos matices que completan o precisan el pensamiento que indujo a Jesús a hablar de aquel modo, así como el mensaje que los discípulos intentan metabolizar.

El dicho «ama a tu prójimo y odia a tu enemigo» no se encuentra como tal al pie de la letra en la Escritura veterotestamentaria. Amar al prójimo es, verdaderamente, un mandamiento de YHWH (LV 19,18), y fue ratificado también por Jesús como «grande» por ser semejante al de amar a Dios (Mt 22,37-40). «Amar» es la traducción del verbo griego agapáó, que significa también tratar con afecto, acoger con afabilidad, gozar con el otro; en el vocabulario neotestamentario recuerda al sustantivo agápé, que es uno de los nombres de Dios (1 Jn 4,8). El «prójimo» es aquel que está cerca, que está al lado y al mismo tiempo. Odiar al enemigo, en cambio, no se encuentra en ningún repertorio de pasajes paralelos ni de concordancias. El Antiguo Testamento y la cultura de Israel no se mostraban pródigos, es cierto, en frases tiernas con los enemigos, pero tampoco instigaban al odio permanente con expresiones procedentes del durísimo verbo «odiar»: los comportamientos oscilaban entre la tolerancia y la solidaridad con el «extranjero», del que, no obstante, era preciso defenderse de vez en cuando, desencadenando incluso guerras, hostilidades, devastaciones que llegaban hasta el «exterminio» (Jos 6: suerte emblemática corrida por Jericó).

El sustantivo griego que traducimos por «enemigo» significa también «odiado», «aquel que odia»; por consiguiente, una interpretación menos drástica y más acorde con la mentalidad bíblica veterotestamentaria global podría ser: «odia a quien te odia», una variante en el mundo afectivo y motivacional de la ley del talión. En consecuencia, odiar podría significar «no te preocupes de amar» a los extranjeros, a los gójim; no te involucres con ellos; dales largas.

El proyecto de Jesús -que lleva a cabo un forzamiento lexical en su aforismo y lo justifica pedagógicamente - pretende invalidar y superar la mentalidad de hostilidad y desinterés, así como los matices conectados con ella. Su proyecto se fundamenta en un solo verbo: «amad» (agapáte: imperativo-exhortativo). El sustantivo «enemigo» sigue formando parte de su vocabulario: sin embargo, el discípulo no ha de ser enemigo de nadie (ha de amar a su enemigo); desde su punto de vista, nadie ha de ser enemigo, aunque el «otro» quiera seguir siendo enemigo y seguir odiando.

 

MEDITATIO

Jesús sigue perfilando su fascinante e intrigante proyecto evangélico elevando cada vez más el nivel de calidad hasta la igualdad con el Padre celestial. Jesús, que es el Hijo de Dios, pero también hijo del hombre, se atreve a desafiar el valor y la osadía humanos hasta lanzarlos hacia una perfección como la divina. A decir verdad, Jesús no emplea el sustantivo «perfección» (que designaría una «cosa» o una idea exterior), sino un adjetivo que se refiere a una situación personal: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». La palabra griega original, además de «perfectos/perfecto», significa también «completo», «maduro», «el que cumple con lo que tiene que hacer y lo hace a fondo».

El lugar del Padre es el cielo: símbolo de elevación, de limpieza, de inmensidad y espacio del Reino. Estos símbolos entran en la calidad del amor discipular a cada uno, no se afanan por bloquear a los otros en las categorías de prójimo-enemigo, aliados-perseguidores, malvados- buenos, amigos-hermanos. Es una selección prohibida a todo el que pretenda ser y seguir siendo hijo del Padre. Si el otro persiste como enemigo o perseguidor y malvado, rezarás por él, le favorecerás. Jesús no entra en sutilezas en lo que afecta al riesgo de caer en lo genérico, como el oceánico «querámonos bien», el indiferenciado e insignificante «amar a todos por igual y no amar a nadie en concreto». La categoría de concreto aparece repetida y abundantemente detallada en el mensaje neotestamentario. «Orar», «beneficiar» (imagen del sol y de la lluvia), son también signos de concreción. La colecta emprendida por Pablo es otra nota de concreción por parte de quien no olvida un compromiso sustancial de la Iglesia: acordarse de los pobres (Gal 2,10).

La perícopa evangélica, al señalar maduraciones de bienaventuranzas como las de la humildad y la misericordia, los pacíficos y los perseguidos, alcanza una cima del radicalismo evangélico verdaderamente maximalista: la calidad de los perfectos como la del Padre celestial perfecto. Un término inaudito en labios humanos: concreto en los labios de Jesús, hijo divino y hermano humano.

 

ORATIO

Señor, gracias por tu misericordia, que se muestra benéfica conmigo cuando me ve bueno y cuando me ve malvado. Señor, recompensa como yo no sé hacer a todos los que me aman y me hacen bien; reconcilia conmigo a quienes me persiguen y me odian.

Señor, acrece el conocimiento y el testimonio de la gracia de Jesucristo, que, de rico como era en cuanto Hijo de Dios, se hizo pobre por mí, para que yo llegara a ser rico por medio de su empobrecimiento como hombre. Escúchanos, Señor, para que te alabemos mientras vivamos.

 

CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28). ¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu! ¡Cuan seco y duro eres sin Jesús! Cuan necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

Ama a todos por amor a Jesús, mas a Jesús por sí mismo; sólo a Jesucristo se debe amar singularísimamente, porque Él solo se halla bueno y fidelísimo, más que todos los amigos.

Por El y en Él debes amar a amigos y enemigos, y rogarle por todos para que lo conozcan y lo amen. Nunca codicies ser loado y amado singularmente, porque eso sólo a Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que alguno ocupe contigo su corazón, ni tú ocupes el tuyo con el amor de nadie; mas sea Jesús en ti y en todo hombre bueno (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, II, 8, 1.4, San Pablo, Madrid 1997).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alabaré al Señor mientras viva» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es una cualidad específica del amor cristiano no tener en cuenta ni la diversidad ni el carácter negativo de una persona (cf. 1 Cor 13,5). En una palabra, el amor cristiano arranca del rostro del prójimo cualquier elemento que lo muestre como diferente o como adversario. Cuando el cristiano haya purificado así sus propios ojos, no verá en nadie el rostro de un enemigo.

Nadie le será ya enemigo; todos se le presentarán como personas humanas; más aún, como hermanos, porque son en todo iguales a él. La mirada purificada ve un mundo humano diferente, que no es otra cosa sino el mundo verdadero. El absurdo de «amar a los enemigos» se transforma en la lógica de amar a cada uno de los seres con quienes compartírnosla humanidad.

En ese momento, que puede ser calificado de negativo, alcanza el Evangelio una serie de elementos positivos, y a partir de ellos se hace manifiesto que el perdón ha cancelado por completo del ánimo cristiano toda sombra de venganza y de resentimiento, y el corazón se ha reconciliado por completo, para derramar sobre los enemigos todo tipo de bienes [...]. Dirigirse a Dios para obtener de El el bien para los enemigos es, innegablemente, signo de perdón otorgado y de ánimo reconciliado (M. Masini, // Vangelo del perdono, Milán 2000, pp. 153ss).

 

Día 21

Miércoles 11ª semana del Tiempo ordinario o 21 de junio, conmemoración de

San Luis Gonzaga

 

Luis nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglione delle Stiviere (Mantua). Fue el primogénito del marqués Don Ferrante, almirante del rey de España, y de Doña Marta, de los condes de Sántena (Turín). Después de pasar más de dos años en la corte de los Médici en Florencia y un año en la de los Gonzaga en Mantua, Luis permaneció durante mucho tiempo en la corte de Felipe II, en Madrid.

Sin embargo, al mismo tiempo, la gracia iba obrando en él proyectos muy diferentes, de modo que, vuelto a Castiglione en 1584, el prometedor condotiero soñado por Don Ferrante libró durante más de un año una batalla «completamente distinta»: contra su padre (aunque apoyado por su madre), a fin de realizar un sueño «completamente distinto», en la corte de un Rey crucificado.

Una vez vencida la oposición paterna, el 2 de noviembre del año 1585, y renunciado al marquesado en favor de su hermano Rodolfo, Luis entró en el noviciado romano de los jesuitas.

Estaba a punto de recibir la ordenación sacerdotal cuando, al estallar una epidemia de tifus petequial, fue contagiado mientras curaba a los «apestados» y, con sólo veintitrés años, murió el 21 de junio de 1591, en la octava del Corpus Christ¡, como había predicho.

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-11

Hermanos:

6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.

7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.

8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.

9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.

10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

11 Colmados así de riqueza, podréis ser generosos en todo, lo cual, por mediación mía, producirá acción de gracias a Dios.

 

*•• El argumento exclusivo de la perícopa de hoy sigue siendo la participación en la colecta de los cristianos de Corinto. Éstos, que figuraban entre los primeros promotores de la mencionada colecta, son estimulados por Pablo a llevarla a término.

La perícopa referida «cuenta» la razón que indujo al apóstol a enviar a Corinto, antes de su proyectada llegada a esta ciudad, a Tito -compañero y colaborador suyo como guía de una delegación, para organizar la conclusión de la empresa y recoger lo que cada uno hubiera decidido dar según los medios de que dispusiera (probablemente dinero). Pablo lanza una llamada al orgullo de sus discípulos: conoce su buena voluntad y su carácter ejemplar, confía en su prontitud y está seguro de que en nada de esto se verá desmentido (2 Cor 9,2-5). Recuerda algo que es obvio, pero adecuado para incentivar: el que siembra de modo miserable, sólo miseria recogerá. Ni que decir tiene que hay que optar por una siembra abundante, que producirá una abundante cosecha.

La insistencia en ciertos resortes psicológicos representa, en el estilo pedagógico de Pablo y también en el contexto en el que nos movemos, una pausa en las argumentaciones antropológicas utilizadas como motivación ulterior para centrar el objetivo de la solidaridad entre gentes unidas en la fe, aunque forjadas en diferentes etnias, como son los cristianos de Jerusalén y los de Corinto: también éstos sabían que cuantos han sido bautizados en un solo Espíritu forman un solo cuerpo, ya sean judíos o griegos (1 Cor 12,13). También hay razones humanas que inducen a apoyar ciertas empresas, como es el caso de la solidaridad en contingencias desfavorables. Con todo, siguen teniendo prioridad las coordenadas teológicas (las convicciones en torno a la identidad de Dios, que «ama al que da con alegría») y teologales (la convicción de que el pensar y el obrar con misericordia también es don de Dios, que tiene poder para «colmaros de dones»).

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No hagáis el bien para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará.

2 Por eso, cuando deis limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

4 Así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,

18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que está en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará.

 

        **• El primero de los cuatro aforismos de Jesús indica el parámetro evangélico para las motivaciones comportamentales en las obras buenas como la limosna, la oración y el ayuno. Por desgracia, la búsqueda de la admiración humana impide la recompensa del Padre celestial. Jesús se muestra drástico: o el hombre o Dios. A la impugnación de la hipocresía (rebatida en confrontaciones con otros, como los maestros de la Ley y los fariseos en Mt 23,5, por ejemplo), añade Jesús su propia propuesta positiva, alternativa y cualificativa.

Primera alternativa: la discreción. La limosna debe ir acompañada de la discreción. La limosna es con frecuencia un gesto público (Me 12,41-44: en el templo; Me 10,46: a lo largo del camino). Jesús ejemplifica la discreción denunciando dos actitudes negativas: la publicidad (no tocar las trompetas) y el narcisismo {«que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha»: se trata de una especie de autopublicidad, de un remirar en el espejo nuestra propia silueta de hombres generosos). La discreción redunda también en beneficio de quien recibe la limosna, una persona que ya está atribulada y no tiene ninguna necesidad de ulteriores sufrimientos, como la publicidad de su estado precario y la humillación de proteccionismos solapados o de miradas desdeñosas. La discreción es el espacio en el que Dios recompensa: es el secreto de la conciencia.

Segunda alternativa: la soledad. A la oración le conviene la soledad. Jesús conoce y nos anima a la oración en común, como en la liturgia, las peregrinaciones, los sacrificios. La impugnación del exhibicionismo, incluso eucológico (conjunto de oraciones contenidas en un formulario litúrgico), apunta a volver a colocar la relación en su posición correcta: la centralidad no ha de recaer en el orante, sino en Dios. El diálogo personal con Dios en la oración encuentra su espacio óptimo en el secreto de la intimidad, significada también en el retiro logístico. El mismo Jesús se retirará a menudo para orar al Padre en la soledad, que es intimidad (Me 1,35; Mt 14,23; Le 5,16). La soledad no es aislamiento, ni exclusión, rechazo de los otros o del que vive con nosotros, hacia los cuales ha de volver el orante recompensado por el Padre, o sea, con la gracia potenciada de la filiación y con un madurado sentido de la fraternidad.

Tercera alternativa: la normalidad. El ayuno como signo penitencial debe ir acompañado de la normalidad exterior, que debe conservar una singularidad existencial (el ayuno no es una práctica habitual y ferial, por lo general). El ayuno es, sobre todo, un signo penitencial y un entrenamiento ascético en el que la austeridad, el control autocrítico, los proyectos de un futuro reestructurado se verían disturbados por el exhibicionismo, el simbolismo exasperado, la sorpresa y la compasión o conmiseración de los otros, por una finalidad egoísta y egocéntrica. Jesús mismo ayunó en soledad (Mt 4,2), aun cuando tanto él como sus discípulos se sentían libres respecto a la fórmula envejecida por las tradiciones (Mt 9,15), si bien estaba convencido de que cierto tipo de demonios no pueden ser expulsados más que con la oración y el ayuno (Me 9,29).

El eje de sustentación que unifica y da valor a las alternativas innovadas por Jesús es la recompensa por parte del Padre: el «secreto» no es la «ocultación» de la clandestinidad, ni tiene nada de esotérico ni de oculto; es, más bien, la intimidad de una experiencia personalísima que se vive y no se llega a decir: se atestigua.

 

MEDITATIO

Ya en 1926, bicentenario de la canonización de san Luis Gonzaga, Pío XI señaló al santo como «verdadero lirio de pureza y verdadero mártir de la caridad», mientras que, en 1968, Pablo VI deseaba que el cuarto centenario de san Luis hiciera «justicia a tantos preconceptos sobre la genuina fisionomía de su personalidad» y fuera capaz de «ofrecer un modelo válido a la juventud de hoy, asediada por el materialismo y por el hedonismo, pero abierta también y disponible a los grandes ideales».

Pablo VI consideraba muy actual este mensaje de san Luis: «Concebir la existencia como entrega a Dios» (= la consagración, en diferentes formas), «que debemos gastar por los otros» (= el servicio de caridad con los hermanos).

Es un proyecto de vida exaltador, que Luis realizó sin demoras, aunque no a bajo precio, dado que debió superar, por gracia, notables dificultades externas e internas (de naturaleza y ambientales). Por eso es lícito decir que, en la medida en que Dios nos da la posibilidad de merecer -haciéndonos desear cuanto quiere concedernos-,

Luis mereció los dones recibidos, correspondiendo a ellos a lo grande. Sobre las dificultades y batallas externas, recordemos que la vocación de Luis es, paradójicamente, «cortesana», en cuanto que nació durante el bienio que pasó en la corte de los Médici –donde hacían estragos ciertas pasiones muy poco nobles, a las que Luis contrapuso el voto de castidad, emitido a los pies de la Santísima Anunciación-, se consolidó en el año transcurrido en la corte de los Gonzaga de Mantua -famosa por las trampas y violencias- y tomó su forma definitiva en la corte de Madrid, que destacaba por la arrogante presunción de sus vistosos personajes y la

adulación de los sometidos, mientras que todos estaban convencidos de servir a la Iglesia.

Precisamente en este ambiente perfeccionó Luis su respuesta vocacional, yendo a contracorriente de una manera decidida: no sólo confirmando su renuncia al matrimonio, hecha con el voto de castidad formulado en Florencia, sino renunciando asimismo tanto a las carreras y a los honores mundanos -como prometía aquella corte- y optando por la vida religiosa, como a los mismos cargos honoríficos de la propia Iglesia, entrando en la recién nacida «mínima Compañía de Jesús», que, por sus estatutos, los rechazaba.

Éste es el «desprecio», para obtener una «ganancia» muy diferente que hemos visto en la lectio, añadiéndole, no obstante, el típico sens of humour de Luis, registrado de este modo por su primer biógrafo: «Cuando veía en los palacios de los príncipes, incluso eclesiásticos, los oros, los adornos, los obsequios de los cortesanos, apenas podía contener la risa, por lo viles que le parecían tales cosas».

Hay un dicho que sintetiza igualmente bien las mirabilia Dei en Luis: fue casto, a pesar de ser Gonzaga; pobre, a pesar de ser marqués; humilde, a pesar de ser jesuíta.

No por casualidad, María Magdalena de Pazzi -que probablemente rezó en Florencia, el año 1578, junto a Luis en la pequeña iglesia de S. Giovannino- exclamó en un éxtasis el 4 de abril de 1600: «Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso. Quisiera ir por todo el mundo y decir que Luis es un gran santo».

 

ORATIO

Los deseos que tienes debes encomendarlos a Dios no como están en ti, sino como son en el pecho de Cristo [recinto del Corazón de Jesús, al que Luis (como Magdalena de Pazzi) tuvo gran devoción], puesto que, si son buenos, estarán antes en Jesús que en ti y serán expuestos por él incomparablemente con mayor afecto al Padre eterno. Si tienes, a continuación, deseo de cualquier virtud [en particular], debes recurrir a los santos que más destacaron en ella: por ejemplo, para la humildad, a san Francisco; para la caridad a los santos Pedro y Pablo, etc. Porque así como el que quiere obtener una gracia relacionada con la milicia de un príncipe terreno la consigue con mayor facilidad si recurre al general o a sus coroneles, ¿qué no haría si recurriera al mayordomo de aquel príncipe? Así, si queremos obtener de Dios la fortaleza, debemos recurrir a los mártires; si queremos la penitencia, a los confesores, y así con cada una de las virtudes (Luis Gonzaga, Affetti di devozione, escritos en torno a 1589).

 

CONTEMPLATIO

Hagiógrafos y pintores nos muestran a Luis casi en éxtasis ante el Santísimo Sacramento, y, en verdad, desde su primera comunión (el 22 de junio de 1580, de manos de san Carlos Borromeo), su fervor eucarístico nunca se debilitó. Su primer biógrafo habla de la fuerza irresistible que le impulsaba -olvidando la habitual gravedad de su caminar- a correr por los corredores hacia la capilla. Y cuando, por el empeoramiento de su salud, se le prohibió permanecer durante mucho tiempo en la capilla, solía entrar repetidas veces en el ábside y, tras hacer la genuflexión, se retiraba deprisa: casi temiendo la atracción del tabernáculo. No menos contemplativa era su devoción a María: recordemos que en Florencia, cuando estaba en aquella corte, Luis entró definitivamente (con voto) en la más sublime Corte del Cielo, donde María es la Reina y los ángeles sus pajes.

 

ACTIO

        Repite hoy con frecuencia esta máxima entrañable a san Luis: «Quid hoc ad aeternitatem?» [¿Qué y cuánto ayuda esto para la eternidad?].

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Luis había adquirido en la corte de España una característica a contracorriente. No quería, ciertamente, ostentar su propia mortificación, como tantas señoras y señores a su alrededor, empinados y atrevidos, ostentaban su oficiosa piedad. Si se atrevía a hacer lo que hacía, a pesar de las quejas de su padre y a los ojos de los más feroces conformistas del siglo, lo hacía para romper la sugestión de aquel mismo conformismo ruinoso, y abrir la tenaza del lujo y de la etiqueta. No imaginaba dar, a los catorce años, una lección tan grande al mundo. Había en su modo de actuar algo más profundo que una reacción personal todo lo justificada y oportuna que se quiera, pero siempre fruto de un «yo» indignado. La realidad íntima que había en él era diferente: era un ingenuo poder de amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Luis actuaba por el simple, lineal y amoroso deseo de compensar a la gloria divina ofendida por tanto derroche del mundo. En esta reparación no admitía demoras ni subterfugios: era preciso reparar. En este sentido, Luis, que era, probablemente, el muchacho más dócil y sometido de Madrid, se convertía en un rebelde contra el mundo y en un revolucionario contra una sociedad adulterada y abusiva. Sólo Dios puede saber lo que le costó aquella «voluntad de llevar la contraria» [el agüere contra ignaciano] en un ambiente que, en el rondo, le atraía y le infundía respeto, como el de la corte de España (G. Papasogli, Ribelle di Dio. San Luigi Conzaga, Milán 1968, pp. 176ss [edición española: Joven, rebelde y santo, Salamanca 1977]).

 

Día 22

Jueves 11ª semana del Tiempo ordinario o 22 de junio, conmemoración de

Santo Tomás Moro

Tomás Moro nació en Londres en 1477. Recibió una excelente educación clásica y se graduó en Derecho en la Universidad de Oxford. Su carrera en leyes le llevó al parlamento.  En 1505 se casó con Jane Colt, con quien tuvo cuatro hijos. Jane murió joven, y Tomás contrajo nuevamente nupcias con una viuda, Alice Middleton.

Fue un hombre de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos. En 1516 escribió su famoso libro Utopía. Su saber y su persona atrajeron la atención del rey de Inglaterra, Enrique VIII, quién lo nombró para importantes puestos en el reino y, finalmente, Lord Chancellor, canciller, en 1529. Pero Tomás renunció a sus cargos en 1532, cuando el rey Enrique persistió en repudiar a su esposa, Catalina de Aragón, para casarse con otra mujer, Ana Bolena, con lo cual el monarca se disponía a romper la unidad de la Iglesia y formar la Iglesia anglicana bajo su autoridad. Esto hizo que Tomás pasara el resto de su vida escribiendo, sobre todo, en defensa de la Iglesia. En 1534, con su buen amigo el obispo, después santo, Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey como cabeza de la nueva Iglesia. Estaba dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de autoridad, lo civil, pero no aceptaba su usurpación de la autoridad sobre la Iglesia.

Cuando iba a ser martirizado, ya en el cadalso para la ejecución, Tomás dijo a la gente allí congregada que él moría como «buen servidor del rey, pero primero de Dios». Fue decapitado el 6 de julio de 1535.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 11,1-11

Hermanos:

1 ¡Ojalá me disculpéis si desvarío un poco! Estoy seguro de que lo haréis,

2 pues mis celos por vosotros son celos a lo divino, ya que os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como si fuerais una virgen casta.

3 Pero temo que, así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así también se perviertan vuestros pensamientos y os aparten de la sinceridad y pureza que debéis a Cristo.

4 De hecho, si viene alguno y os anuncia a un Jesús distinto del que os hemos anunciado, o recibís un espíritu distinto del que recibisteis, o un Evangelio diferente del que habéis abrazado, lo soportáis tan a gusto.

5 ¡Pues creo que no soy nada inferior a esos superapóstoles!

6 Y si carecemos de elocuencia, no nos faltan conocimientos, como os lo hemos demostrado cumplidamente en las más diversas circunstancias.

7 ¿Es que he cometido un pecado al anunciaros de balde el Evangelio de Dios, humillándome yo para que vosotros fueseis ensalzados?

8 He tenido la sensación de despojar a otras iglesias al aceptar de ellas un salario para serviros a vosotros.

9 Y cuando estaba entre vosotros y me encontré necesitado, a nadie fui gravoso; los hermanos venidos de Macedonia fueron los que me atendieron en mis necesidades. Me he cuidado muy mucho de seros gravoso, y me seguiré cuidando.

10 Por Cristo, en quien creo, os aseguro que nadie en todas las regiones de Acaya me arrebatará este motivo de orgullo.

11 ¿Acaso habré hecho esto porque no os amo? Bien sabe Dios que os amo.

 

        **• La perícopa de hoy y las dos siguientes siguen a Pablo en el itinerario de una justificación autobiográfica frente a la comunidad de Corinto. Forzando de una manera deliberada -y también por razones de captatio benevolentiae- rasgos de su propia personalidad (a buen seguro incontrolable e imprevisible y excesiva, pero en modo alguno «loca», como denunciaría una traducción excesivamente literal del versículo inicial), Pablo declara su sentido de la responsabilidad con una comunidad eclesial que él mismo, según la gracia que le ha sido concedida, ha edificado como «sabio arquitecto» (1 Cor 3,10). Es, y se precia de serlo, el mediador del desposorio de aquella Iglesia con Cristo. El símbolo del amor matrimonial constituye un soporte básico que figura entre los más fructuosos en la eclesiología cristológica de Pablo: aunque él es célibe (lo deducimos de 1 Cor 7,7), conoce las situaciones matrimoniales y las emplea en su magisterio {cf. Ef 5,25b-27).

Cristo es el esposo, la Iglesia es la esposa: el connubio sirve como signo del amor oblativo, liberador, purificador. Pablo, mediador de esas nupcias, permanece vigilante para que la esposa (o prometida) -la Iglesia de Corinto- persevere en la firmeza del vínculo con Cristo sancionado con la acogida del Evangelio. Pablo tiene miedo de que la fragilidad de la fe de los corintios en ese Evangelio les haga correr el riesgo de ser disuadidos de la sencillez y pureza iniciales, en las que fueron formados por él. Parece bien informado del riesgo que supone la presencia en la comunidad de un predicador de poco fiar «sobrevenido» (literalmente: «el que viene», un predicador itinerante) y de la seducción producida por ciertas catequesis evangélicas discordantes de las suyas. No sabemos a ciencia cierta si estas palabras son un aviso previo o si tuvo lugar la intrusión de los «superapóstoles» (con el adverbio puesto irónicamente como prefijo del sustantivo). De todos modos, la prevención sigue siendo un método eficacísimo en el recorrido de la evangelización.

La defensa de la indisolubilidad de la unión eclesialcristológica y la salvaguarda de seducciones catastróficas como aquella en la que tropezó Eva {cf v. 3) hacen comprensibles los «celos a lo divino» que atosigan al apóstol (la frase se podría traducir también, a la luz del contexto, de este modo: «Os considero felices con una felicidad de Dios»). Pablo llega siempre a declaraciones de amor dirigidas, además de a Cristo, a discípulos como los cristianos de Corinto: «¿Acaso habré hecho esto porque no os amo? Bien sabe Dios que os amo» (v. 11).

 

Evangelio: Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Y al orar, no os perdáis en palabras, como hacen los paganos creyendo que Dios les va a escuchar por hablar mucho.

8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis.

9 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre;

10 venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos;

12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial.

15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

 

**• En el marco del evangelio de Mateo, el pasaje evangélico de hoy se encuentra insertado entre las perícopas presentadas en el leccionario para el día de ayer y precisamente como continuación y ejemplificación de la oración secreta. La oración peculiar de los discípulos de Jesús es el Padre nuestro. Mateo recoge la fórmula más larga, acogida en la liturgia y ofrecida espontáneamente por el Maestro. Lucas (11,1-4) transmite una fórmula más reducida, entregada por Jesús a petición de alguno de los discípulos, probablemente seducido por el ejemplo del Maestro, que se había retirado a orar. Esta ubicación configura una interpretación del hecho: la oración del Padre nuestro es un don de Jesús y una necesidad de los discípulos.

La visión sinóptica de ambas fórmulas (primero la de Mateo y después la de Lucas) mueve a reflexiones y comentarios inmediatos:

Padre nuestro, que estás en el cielo, Padre, santificado sea tu nombre; santificado sea tu nombre

10 venga tu Reino; venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos; danos cada día el pan que necesitamos

12 perdónanos nuestras ofensas, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos porque también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; a todo el que nos ofende,

13 no nos dejes caer en la tentación y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

 

MEDITATIO

Tomás y el obispo Fisher se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en el que la gran mayoría de conciudadanos cedía ante la presión del rey Enrique VIII por miedo a perder la vida.

Ellos demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio, ya que fueron encerrados en la Torre de Londres.

Catorce meses más tarde, nueve días después de la ejecución de Juan Fisher, Tomás Moro fue juzgado y condenado como traidor. Él manifestó ante la corte que le condenaba que no podía ir en contra de su conciencia y les dijo a los jueces: «Ojalá podamos después, en el cielo, reunimos todos felizmente para la salvación eterna».

 

ORATIO

Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza. Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu. Dame, buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a ti muy por encima de mi amor por mí.

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a ti. Y dame, buen Señor, tu amor y tu favor; que mi amor a ti, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido (oración de Tomás Moro antes de su muerte).

 

CONTEMPLATIO

Qué gran modelo es santo Tomás Moro para todos, especialmente para los políticos, gobernantes y abogados. Su decidida voluntad de ser fiel a sus principios cristianos y de fidelidad a la Iglesia de Cristo hemos de contemplarla en nuestra vida. Supo renunciar conscientemente a cargos importantes para ser consecuente con sus creencias. Pidámosle que su valentía nos inspire a todos a mantenernos firmes e íntegros en la verdad, sin guardar odios ni venganzas.

Señor, que has querido que el testimonio del martirio sea perfecta expresión de la fe, te rogamos que, por la intercesión de santo Tomás Moro, nos concedas ratificar con una vida santa la fe que profesamos de palabra.

 

ACTIO

Repite frecuentemente: «En mi vida, en todos mis actos, Señor, "hágase tu voluntad"».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aunque estoy muy convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, ciertamente, sólo con esto su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes con los que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá o, bien, dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a la divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento de premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe de viento, y haré lo que él hizo.

Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda. Y si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una caída así redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy seguro es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si por mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor (Tomás Moro, carta escrita en la cárcel a su hija Margarita. The english works of sir Thomas More, Londres 1557).

 

Día 23

El Sagrado Corazón de Jesús

(Viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés)

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 7,6-1 1

Moisés habló al pueblo diciendo:

6 Tu eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios, y a tí te ha elegido el Señor tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la superficie de la tierra.

7 El Señor se fijó en vosotros y os eligió no porque fuerais mas numerosos que los demás pueblos, pues sois el más pequeño de todos,

8 sino por el amor que os tiene y para cumplir el juramento hecho a vuestros antepasados. Por eso os ha sacado de Egipto con mano fuerte y os ha librado de la esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto.

9 Reconoce, pues, que el Señor tu Dios, es un Dios fiel, que cumple sus pactos y tiene misericordia por mil generaciones con quienes le aman y cumplen sus mandamientos,

10 pero castiga a los que le odian y al punto los hace perecer; a quien le odia, él le castiga.

11 Guarda, pues, los mandamientos, las leyes y los preceptos que yo te prescribo hoy.

 

El libro del Deuteronomio consta de tres partes y la primera está formada por dos discursos de Moisés. El texto de esta lectura pertenece al segundo discurso, un relato histórico que se fija en los acontecimientos del Horeb, el Decálogo y el código legal deuteronomista. La perícopa tiene como tema central la elección del pueblo de Israel y la predilección de Dios, libre, gratuita y amorosa, por este pueblo. Las palabras iniciales del texto (v. 6) revelan la elección, la consagración y la santidad del pueblo. E, inmediatamente, destaca la motivación profunda de este privilegio: el amor libre y gratuito de Dios. El pueblo ha sido elegido y consiguientemente, ha sido santificado; ha sido consagrado al Señor para que sea su propiedad. No se trata de una cualidad intrínseca que posea en si mismo, sino de una condición particular de su existencia que deriva de la elección de Dios, es decir de la decisión de Dios de separarlo y consagrarlo a su servicio. Esta elección ha sido ratificada por la alianza. La teología de la elección es un tema característico del Deuteronomio y la revelación veterotestamentaria: Israel es, esencialmente, el pueblo de Dios, el pueblo separado, el pueblo consagrado a Dios; es el pueblo de la alianza.

La continuación del texto refiere las consecuencias que comporta la revelación del amor gratuito de Dios: pertenecer a Dios requiere una conducta digna, obliga a ser conscientes de la propia pequeñez y tomar conciencia de la elección, y exige reconocer a Dios como el único y verdadero Señor a quien hay que darle culto auténtico, observando los mandamientos, y corresponderle fielmente a su amor Al pueblo, ante el amor gratuito de Dios, le toca responden con admiración y entusiasmo, con gratitud laboriosa y cumplida lealtad.

 

Segunda lectura: 1 Juan 4,7-16

7 Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor

9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.

10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.

11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección.

13 En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu.

14 Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

15 Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

 

¤• El tema central de la primera carta de Juan es la comunión con Dios, y lo desarrolla siguiendo un movimiento en espiral. El autor parte de una convicción: los creyentes participan de la vida divina. Y, acto seguido, les indica a los destinatarios las condiciones para conseguir la vida eterna y los criterios para reconocerla.

La caridad, considerada anteriormente en la epístola en su aspecto parenético y cristológico, ahora es vista específicamente en su vertiente divina y teológica: <<Dios es amor>> (vv. 8.16). Dios es <<agàpe». No es ni una teoría sobre Dios ni una definición filosófica o metafísica de su naturaleza; es una descripción operativa y salvadora: <<Dios es amor» significa que Dios nos ama. Dios ama a Israel y le manifiesta su amor eligiéndolo; a nosotros nos ha manifestado de modo supremo su amor a través de su Hijo unigénito (<<Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él», v 9) y del Espíritu Santo (<<él nos ha dado su Espíritu», v. 13), dos dones inmensos.

El envío del Hijo y del Espíritu, a nosotros, marca la total y absoluta autodonación de Dios, la suprema revelación. Dios nos manifiesta el amor, la caridad, el agàpe. El Hijo, por su parte, manifiesta el amor haciéndose víctima sacrificial de expiación por nuestros pecados. Dios, siendo amor y donándose a través del Hijo y del Espíritu Santo, nos comunica la capacidad de amar con su mismo amor

 

Evangelio: Mateo 11,25-30

25 Entonces Jesús dijo:

-Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

•• El texto del evangelio de Mateo pertenece a la sección narrativa y presenta el rechazo que encontrará el Reino entre los hombres según la voluntad y el designio divinos.

El texto de la lectura se articula en tres partes. La primera (vv. 25ss) es el himno de bendición y alabanza que Jesús dirige al Padre por el designio de salvación elegido, consistente en revelar <<a los sencillos» los misterios del Reino y en escondérselos <<a los sabios y prudentes>>, es decir a los fariseos y a los escribas. El motivo profundo de esta elección es porque así le ha parecido bien (la eudokía, la complacencia). Dicho de otra forma, por su libertad para amar y elegir.

La segunda parte es la revelación de la relación íntima entre el Padre y el Hijo (v. 27). Esta relación la presenta como un <<conocimiento», entendido no solo como comunicación intelectual, sino como total intimidad de vida, con las siguientes características: exclusivo (nadie.,. sino... »), recíproco, permanente e idéntico. A la hora de revelarse, el Padre y el Hijo ostentan la mismísima condición divina, recíprocamente íntimos el uno al otro e inaccesibles para todos los demás. El Padre y el Hijo son iguales en dignidad. Es la revelación de la clara conciencia que tiene Jesús de ser semejante al Padre.

En la tercera parte (vv. 28-30), Jesús se presenta como <<sencillo y humilde de corazón>>, los mismos términos empleados para definir y calificar a los pobres. Jesús asume la actitud religiosa del <<sencillo y pobre de corazón>> y se ofrece como maestro de sabiduría y consuelo. Invita a los fatigados y agobiados por las penalidades y las angustias de la vida a encontrarse con él, que los aliviaré. La presencia del vocablo <<corazón», precisamente en este día de fiesta, ofrece un claro mensaje evangélico: en el corazón de Jesús reside la plenitud no solo de la humanidad, sino también de la divinidad.

 

MEDITATIO

En las tres lecturas esta presente el tema del amor: Dios elige a Israel y lo consagra como pueblo de su heredad porque lo ama. Dios envía a su Hijo unigénito y dona el Espíritu Santo porque Dios es amor; nos ama enormemente y, a través del envío del Hijo y el don del Espíritu, se manifiesta como amor caridad, agàpe. En el texto evangélico, Dios revela los misterios del Reino a los pequeños, y no a los sabios y entendidos, porque los ama. Jesús repone los ánimos de quienes acuden a él porque es sencillo y humilde de corazón, porque es amable y ama.

El centro y el vértice de la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús esta en el culto al amor salvífico por nosotros; en él se encuentra la raíz de todas las gracias, de todos los favores, de todas las bondades que continuamente recibimos. Sobre todo, el don de la vida divina, de la filiación divina a través del bautismo, perfeccionada en la confirmación, nutrida en la eucaristía, recobrada en el perdón y vertida abundantemente en todos los sacramentos que derivan de la pasión y muerte de Cristo, el acto supremo de amor, ya que <<nadie tiene amor mas grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

 

ORATIO

Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros, sino para él, que por nosotros murió y resucité, envié, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo (plegaria eucarística IV).

 

CONTEMPLATIO

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador, en cierto modo, refleja la imagen de la divina Persona del Verbo y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no solo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos tanto el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el apóstol: Cristo ama a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la Palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni casa semejante, sino siendo santa e inmaculada (Ef 5,25-27).

Cristo ha amado a la Iglesia y la sigue amando intensamente (1 Jn 2,1) con ese amor que le mueve a hacerse nuestro abogado para proporcionarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7,25). La plegaria, que brota de su inagotable amor; dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna (Pío XII, encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, III, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Aprended de mi que soy sencillo y humilde de corazón>> (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Oh Señor Jesús, [haciéndote hombre] nos has mostrado el inmenso amor de Aquél que te ha enviado, tu Padre celestial! A través de tu corazón humane vislumbramos tenuemente el amor divino con el que somos amados y con el cual tu nos amas, porque tu y el Padre sois uno.

¡Es tan difícil para mí creer plenamente en el amor que surge de tu corazón...! Soy inseguro y timorato, estoy indeciso y desalentado. Mientras que de palabra digo que creo plena e incondicionalmente en tu amor, sigo buscando afecto, apoyo, aceptación y elogios entre los demás, esperando de los mortales aquello que solo tu me puedes dar. Oigo claramente tu voz: <<Venid a mi todos los que estéis fatigados y agobiados y yo os aliviaré... que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt.11,28ss); sin embargo, corro en otras direcciones, como si no confiara en ti y, de alguna manera, me sintiera más seguro en compañía de personas que tienen el corazón dividido y, a menudo, confuso.

Oh Señor; ¿por que deseo con ansia recibir halagos y cumplidos de las demás personas, incluso cuando la experiencia me enseña lo limitado y condicionado que es el amor que viene del corazón humano? Son tantos quienes me han demostrado su amor y su cariño, tantos los que me han dirigido palabras consoladoras y estimulantes, tantos los que han sido tan amables y me han manifestado su perdón..., pero nadie ha llegado al hondón, a ese lugar profundo y recóndito donde residen mis temores y esperanzas. Solo tú conoces aquel sitio, Señor [...]. Tu corazón esta tan deseoso de amarme, tan inflamado de fervor que me reaviva. Quieres darme un techo, un sentido de pertenencia, un lugar pora vivir, un cobijo donde resguardarme y un refugio donde me sienta seguro. Confío en ti, Señor, sigue ayudándome en los momentos de duda y desengaño (H. J. M. Nouwen, De cuore a cuore. Preghiere al Sacro Cuore di Gesu, Brescia *2000, i9—30).

 

Día 24

Natividad de san Juan Bautista (24 de junio)

 

Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el «precursor» de Jesús.

Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.

La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti».

4 Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

5 Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

6 Él dice: «No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra».

 

**• Entre los «cantos del siervo de YHWH», el que hemos leído se caracteriza porque pone muy de manifiesto el sentido y la naturaleza de la misión que se le confió a éste desde el día en que fue concebido en el seno de su madre: una circunstancia que corresponde bien a san Juan Bautista. El siervo de YHWH recibe del Señor un nombre, una llamada, una revelación. Se le reserva un trato especial en consideración a la misión -igualmente especial- que le espera. A él se le revela esa gloria que él deberá hacer resplandecer ante los que escucharán su palabra.

La misión del siervo de YHWH conocerá también, no obstante, las dificultades y las asperezas de la crisis, justamente como le sucederá a Juan el Bautista. El verdadero profeta, sin embargo, sólo espera de Dios su recompensa, y confía en la «defensa» que sólo Dios puede asegurarle. Por último, sorprende en esta lectura la apertura universalista de la misión del siervo de YHWH: será «luz de las naciones para que mi salvación llegue

hasta los confines de la tierra» (v. 6).

 

Segunda lectura: Hechos 13,22-26

En aquellos días, decía Pablo:

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de su venida, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia.

25 El mismo Juan, a punto ya de terminar su carrera, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a quienes se dirige este mensaje de salvación.

 

**• En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.

En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.

Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Ésta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66.80

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan.

61 Le dijeron: -No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque, efectivamente, el Señor estaba con él-

80 El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.

 

**• El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.

Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre -el de Juan- que es preludio de otro nombre: el de Jesús.

Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).

Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.

 

MEDITATIO

Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la perra meditar sobre el deber de preparar la servida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.

Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.

 

ORATIO

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a ser «voz»: concédenos reconocer tu Palabra, reconocer la única Palabra de vida eterna, para que anunciemos esta sola Verdad a los hermanos. Oh Dios de nuestros padres,

tú nos llamas a ser «el amigo del Esposo»; hazme solícito a preparar los corazones de los hombres, para que estén bien dispuestos a acogerlo.

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a señalar el Cordero de Dios a los hombres: haz que nunca me ponga sobre él, sino que él crezca y yo mengüe.

 

CONTEMPLATIO

Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto [...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas [...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Le 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre (Sofronio de Jerusalén, Le omelie, Roma 1991, pp. 159ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia hoy estas palabras referidas al Bautista: «Serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Le 1,76).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.

Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia.

Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ¡limitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y -por muy dura que pueda ser- con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo (A. von Speyr, // Verbo si fa carne, Milán 1982, I, pp. 64ss).

 

 

Día 25

12° domingo del tiempo ordmario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 20,10-13

Dice Jeremías:

10 He escuchado las calumnias de la gente: <<¡Terror por todas partes! <<¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!».

Todos mis familiares espiaban mi traspié: <<Quizá se deje seducir, lo podremos y nos vengaremos de él!»

11 Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso; mis perseguidores caerán y no me podrán,

probarán la vergüenza de su derrota, sufrirán una ignominia eterna e inolvidable.

12 ¡Oh Señor todopoderoso, que pruebas al justo, que sondeas los pensamientos y las intenciones,

haz que yo vea cómo te vengas de ellos, porque a ti he confiado mi causa !

13 Cantad al Señor alabad al Señor que libró al pobre del poder de los perversos.

 

• Este texto, sacado de las Confesiones de Jeremías (cf 11,18-12,5; 15,1o-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18), transparenta el estado de ánimo del profeta, sometido a escarnio y afrenta. Advierte un ambiente de conjura: falsos amigos aguardando la ocasión propicia para deshacerse de él y estrujarlo por las duras palabras proféticas pronunciadas (v. 1o; cf Jr 19,15-2o,6). Situaciones similares son una constante en la vida de Jeremías (cf Jr 1,18ss), quien le confiesa a Dios su tormento, su injusta persecución (cf Jr 12,1; 15,11.15; Sal 31,12-19); a Dios, fuerte y valeroso (cf Is 42,13), le confía el desenlace final de su estado según la ley del talión (vv, 11.12b; cf Ex 21,23-25; Dt 19,21; Jr 12,1; 15,15).

YHWH es el juez justo, quien conoce la verdad del hombre (v. 12a). El pasaje termina con una invitación a alabar a YHWH, que se hace cargo de la suerte del que se encomienda a él.

 

Segunda lectura: Romanos 5,12-15

Hermanos:

12 Por un hombre entró el pecado en el mundo y, con el pecado, la muerte. Y como todos los hombres pecaron, a todos alcanzó la muerte.

13 Cierto que ya antes de la Ley había pecado en el mundo; ahora bien, el pecado no se imputa al no haber ley.

14 Y sin embargo, la muerte reinó sobre todos desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que había de venir.

15 Pero no hay comparación entre el delito y el don. Porque si por el delito de uno todos murieron, mucho mas la gracia de Dios, hecha don gratuito en otro hombre, Jesucristo, sobreabundó para todos.

 

Pablo, utilizando la figura literaria semítica del paralelismo, reflexiona sobre la condición del hombre liberado del pecado por Cristo. Primero habla de Adán, el primogénito de la humanidad pecadora, ya que con un acto de desobediencia -a Dios- ha introducido en el mundo el pecado y la consiguiente separación de Dios, cuya señal es la muerte. Todos los hombres quedan incorporados de alguna manera al pecado de Adán, bien sea por desobediencias análogas o porque de él heredan una naturaleza herida propensa al pecado (v. 12). Esto también es válido para los hombres que vivieron antes de que Moisés recibiese la Ley, y que no pudieron infringirla culpablemente (vv. 13-14a).

A continuación, Pablo introduce el segundo elemento del paralelismo: Cristo, el primogénito de toda criatura (cf Col 1,15), prefigurado antitéticamente en Adán (v. 14b). También con Cristo los hombres quedan incorporados, pero con una adhesión infinitamente superior al daño ocasionado por el pecado de Adán, y no a la muerte, sino a la vida. En efecto, gracias a la obediencia de Jesús, todos los hombres reciben abundantemente el don de la salvación (v. 15).

 

Evangelio: Mateo 10,26-33

Dijo Jesús a sus discípulos:

26 Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse.

27 Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que escuchéis al oído proclamadlo desde las azoteas.

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis, vosotros valéis más que todos los pájaros,

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial;

33 pero a quien me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

Jesús sabe que la misión de los discípulos estará marcada por la persecución; por otra parte, <<el discípulo no es más que su maestro» (Mt 10,24) y el Maestro será rechazado y lo matarán (cf Mt 16,21; 17,22ss; 2o,17-19). Jesús exhorta a los Doce a ser valientes, a no tener miedo (vv 26.28.31), confiando en el Padre, que los cuida y los protege, que los conoce y los ama personalmente (vv. 3oss). La persecución se desencadenará contra los discípulos de Jesús porque la palabra que anuncian es palabra de verdad que desenmascara mentiras, coartadas y componendas, muy preciadas para quienes no quieren convertirse al amor. Sin embargo, tienen que proclamarla a todos, y la verdad prevalecerá, como la luz sobre las tinieblas (vv. 26ss). La misión de dar testimonio de Jesús y anunciar su Palabra no está reservada a un círculo restringido de personas, sino que, de hecho, cada discípulo —uniendo su suerte a la del Maestro- es constituido en testigo y apóstol. Propio del testimonio, y así lo establece Jesús, es la comunión real y la pertenencia reciproca con él (v. 32). Si alguien no da testimonio de Jesús siempre, no será reconocido como discípulo suyo delante del Padre (v. 33).

 

MEDITATIO

Si somos cristianos, actuemos a cara descubierta. ¿Acaso se puede parar la fuerza de la Palabra que quiere transmitirse a través de nosotros?

Es inevitable que el cristiano, fiel a la Palabra, entre en conflicto por una serie de gestos que van a contracorriente del estilo opulento de vida de nuestro mundo; gestos incomprensibles, aparentemente, y que en realidad denuncian un modo de vivir egoísta e injusto. Los cristianos -si realmente lo son- molestan y procuran eliminarlos: atrayéndolos a una vida tranquila, marginándolos, poniéndolos en el punto de mira. ¿Nos sorprende?. Si realmente buscamos vivir el amor experimentaremos el temor de acogerlo y tropezaremos con el rechazo. ¡Antiguo pecado, que anida en nuestro corazón y en el de nuestros semejantes!

Jesús nos ha liberado del pecado. Somos libres si permanecemos en comunión con él, Lo que se opone a la Palabra (la raíz del pecado) esta dentro de nosotros. Procuremos que todo nuestro ser -el cuerpo, el afecto, el pensamiento, la historia— esté reconciliado. Entonces seremos fuertes en la verdad, que es Jesús. Allí donde suframos desprecios y oposiciones llevaremos la Palabra del amor, fiándonos del Padre que a todos protege y salva.

 

ORATIO

¡Hazme testigo de tu Evangelio, Señor!

Dame ánimo para no negar que te conozco cuando se burlen de ti hablando como de un mito y de tus seguidores como de gente alienada.

Dame fuerza para no acobardarme cuando me percato de que ser coherente con tu enseñanza puede significar pérdidas y obstáculos en la sociedad.

Dame la alegría de saber que estoy contigo cuando dejo a los amigos que consideran una pérdida de tiempo la oración y la eucaristía.

Dame el valor de superar los respetos humanos y no avergonzarme del Evangelio cuando ser fiel comporta sentirme <<diferente» de la gente que crea opinión y costumbre.

    ¡Hazme testigo de tu amor Señor!

 

CONTEMPLATIO

[Habla Jesús:] Es normal que as acechen las persecuciones. Si me imitáis predicando el Evangelio y siguiendo la verdad, las persecuciones que me cercan os aguardan: recibidlas con alegría, como preciados distintivos de identidad conmigo, como imitación del Bienaventurados. Soportadlas con calma, sabiendo que si os dominan, yo lo he permitido, y solo os golpearán en la medida que yo lo permita, sin mi permiso ni uno solo de vuestros cabellos cae... Aceptad pacientemente la voluntad de Dios, dándole la bienvenida a todo lo que suceda.

Sufrid con coraje vuestros padecimientos, ofreciéndoselos a Dios como un sacrificio, sufridlos rogando por vuestros perseguidores, ya que son hijos de Dios y yo mismo os he dado el ejemplo de rezar por todos los hombres: perseguidores y enemigos (Ch. de Foucauld, All’ultimo pasta. Ritiri in terra santa (1897-1900), Roma 1974, 40ss).

 

ACTIO

Repite can frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Tú eres, Señor; mi salvador» (cf Jr 2o,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

<<La cruz de la Madre Teresa ha sido el primer signo cristiano que se ha vista en la televisión estatal, al menos desde 1967», declaraba un refugiado albanés a su llegada a Italia en l990. La cruz de la que hablaba era aquella cruz negra que la Madre Teresa llevaba en su sarga blanca.

Si a partir de 1944 el régimen marxista había perseguida a los creyentes (católicas, ortodoxos y musulmanes), la situación empeoró en I967. Fue entonces cuando Albania se declaré oficialmente como la única nación atea de la Tierra. La religión fue atacada ferozmente. El modo como fueron tratados los católicos recordaba las persecuciones de los emperadores romanos mas crueles. En los tiempos modernos, la iglesia ha sido reducida como en los años de las catacumbas.

Un hecho sorprendente: mientras los albaneses no tenían derecho a pronunciar públicamente el nombre de Jesús, la Madre Teresa recorría el mundo con el nombre de Jesús en los labios y prodigando obras de misericordia. A un párroco que se encontraba en prisión le pidió un detenido que bautizase a su hijo, en secreto. Cuando las autoridades descubrieron esta desobediencia, el sacerdote fue condenado a muerte. Fue uno de los sesenta sacerdotes que murieron, ahorcados, fusilados o agotados por el rigor de los campos de trabajos forzados. Las persecuciones, como sabemos, se han cebado con el cristianismo. Los perseguidos son llamados <<dichosos>> porque defienden y enseñan la justicia.

La promesa que acompaña a esta bienaventuranza es asombrosa: nada memos que poseer el Reino de los Cielos. Señor Jesús, sabemos que para imitarte tenemos que hacer el bien a todos. Nos has dicho que sufriríamos trabajando por los otros contra la opresión, contra la degradación, contra la guerra.

Cada día encontramos la oposición, la contradicción. Ayúdanos a aceptar nuestros pequeños sufrimientos, porque conocemos su valor redentor. Transforma nuestra tristeza en gozo, mientras nos esforzamos en cumplir tu voluntad (E. Egan — K. Egan, Madre Teresa e le Beafifudini, Brescia 2ooo, 129-131).

 

 

Día 26

Lunes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 12,1-9

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Abrán: -Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré.

2 Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición.

3 Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra.

4 Partió Abrán, como le había dicho el Señor, y Lot marchó con él. Tenía Abrán setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

5 Tomó consigo a su mujer, Saray, y a su sobrino Lot, con todas sus posesiones y los esclavos que tenía en Jarán, y se pusieron en camino hacia la tierra de Canaán. Cuando llegaron,

6 Abrán atravesó el país hasta el lugar santo de Siquén, hasta el encinar de Moré. (Los cananeos vivían entonces en el país.)

7 El Señor se apareció a Abrán y le dijo: -A tu descendencia le daré esta tierra. Y Abrán levantó allí un altar al Señor, que se le había aparecido.

8 De allí siguió hacia las montañas, al este de Betel, y plantó su tienda, teniendo Betel al oeste y Ay al este. Allí levantó un altar al Señor e invocó su nombre.

9 Después, se trasladó por etapas al Négueb.

 

*+• Dios es el gran protagonista de lo que se cuenta en este fragmento, que contiene la palabra fundadora de toda la historia de la salvación. «Sal» (al pie de la letra sonaría más bien: «Vete») y «por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba», como dice la carta a los Hebreos (11,8).

La estructura narrativa del fragmento presenta tres momentos: la orden de Dios (w. 1-3), su ejecución (w. 4ss) y una ampliación del viaje que conduce a una nueva revelación de Dios mismo (w. 6-9).

La orden divina suscita una respuesta libre por parte de Abrahán. La Biblia no dice el porqué de tal elección: ésta es insondable, como el plan de Dios. Israel reflexionará ampliamente sobre el misterio de esta llamada que asocia a Abrahán con los grandes mediadores y profetas -más aún, que le convierte en el prototipo de todo creyente-, aunque no encontrará otra respuesta que la proporcionada en su misma elección: «El Señor se fijó en vosotros y os eligió... por el amor que os tiene» (Dt 7,7ss). No hay que preguntar, por tanto, el motivo de esta elección basada en el amor, sino responder a ella también con amor. Y en esta perspectiva se sitúa asimismo el autor sagrado al narrar lo acontecido a Abrahán, el cual, en cuanto nómada, habría encontrado absolutamente normal emigrar a otros lugares, pero su «salida» está leída y expresada con una gran carga de evocación simbólica que convierte su «éxodo» en la expresión de la totalidad de la experiencia humana, en el encuentro con el Dios vivo que le pide el abandono de toda seguridad humana. Poco importa que se trate de dejar la opresora esclavitud de Egipto o la vida fácil en Babilonia; al llamado se le pide que «salga». De este modo, el sabio narrador bíblico siente a Abrahán como contemporáneo suyo, del mismo modo que nosotros también podemos sentirlo ahora como tal.

Junto a la orden está la «promesa» de YIIWII. El término «bendición», repetido hasta cinco veces en los vv. 2ss, se refiere a Abrahán, pero alcanza a su descendencia y llega a todos los pueblos de la tierra. Dios bendice a Abrahán prometiéndole una posteridad y un nombre grande. El nombre que los constructores de la torre de Babel habían intentado construirse en vano, se ofrece aquí de una manera gratuita. Dios estará completamente de su parte, hasta el punto que afirma: «Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan».

Finalmente, esa bendición llegará a incluir a todas las estirpes de la tierra; en efecto, esa promesa tendrá su pleno cumplimiento en Cristo. Abrahán sigue la orden recibida y el Señor le indica como objeto de la promesa precisamente la tierra ocupada por unos habitantes ricos y poderosos, y se la hace recorrer de un extremo al otro, aunque el itinerario de Abrahán concluirá en el Négueb, una tierra árida y sin vida donde se establece, apoyado sólo en la Palabra de YHWH, que le pide que espere contra toda esperanza.

 

Evangelio: Mateo 7,1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No juzguéis, para que Dios no os juzgue,

2 porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás.

3 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

4 ¿O cómo dices a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo», si tienes una viga en el tuyo?

5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

**• El pasaje del evangelio de hoy empieza también con una orden: «No juzguéis», o dicho de una manera más literal: «Cesad de juzgar». Jesús, que sabe «muy bien lo que hay en el hombre» (Jn 2,25), nos ordena esto, si queremos vivir en relación con los hermanos la experiencia de la paternidad divina, en la que él mismo nos introduce al enseñarnos la oración filial por excelencia: el Padre nuestro. La perícopa propuesta hoy a nuestra consideración nos sitúa, efectivamente, en el corazón del mensaje evangélico, que, revelándonos a Dios, nos invita a abandonarnos de una manera confiada en su paternal providencia. En apariencia, no existe nexo alguno entre el «no juzgar» y tal actitud, pero, en realidad, no podemos pedirle nada a Dios si no nos mostramos nosotros mismos generosos a la hora de dar a los otros. Por lo demás, la petición de la oración dominical, «perdona nuestras ofensas», nos compromete precisamente a esta reciprocidad. El desarrollo del discurso, al considerar la actitud de quien ve la mota en el ojo del prójimo pero no ve la viga que hay en el suyo, va también en la misma línea. No podemos comprender a los otros si estamos llenos de prejuicios y de impedimentos.

La comparación entre la viga y la mota es evidente. Nos mostramos hipócritas y falsos cuando, cegados por nuestros vicios, pretendemos ver bien para corregir un defecto leve de nuestro hermano. Ser hijos del Padre de la luz nos pone al descubierto, pues no queda espacio para ninguna tiniebla.

 

MEDITATIO

Los pasajes que nos propone hoy la liturgia empiezan ambos con una orden: «Sal...» y «no juzguéis». A la primera va unida la misteriosa promesa de una tierra; a la segunda, el no ser a nuestra vez juzgados... Parece que no hay relación entre las dos realidades enunciadas, pero si consideramos desde más cerca los textos descubriremos un nexo profundo, puesto que la promesa hecha a Abrahán -el cual, según la paradójica afirmación de Jesús, «se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio y se llenó de gozo» (Jn 8,56)- es la tierra del amor perfecto, ésa en la que sólo se puede entrar a través del camino del reconocimiento del Padre de Jesús, nuestro Señor, que nos hace a todos hermanos.

Todo acto de desamor respecto a los otros nos perjudica a nosotros y a ellos, porque niega nuestra recíproca fraternidad basada en la filiación divina. El Señor nos ha dicho que no juzguemos, porque él no juzga, sino que salva, justifica. Jesús vino, en efecto, a dar la vida, dejándose juzgar y condenar por los hombres. Su verdadero juicio sobre el mundo es la cruz: un amor ilimitado y misericordioso por todos, sin excepción. Todo hombre reviste a sus ojos el valor del amor que Dios tiene por él, y tanto amó Dios al mundo que dio por nosotros a su Hijo amado. En consecuencia, el acto de no juzgar nos hace dar un paso, y un paso de gigante, en dirección hacia esa tierra prometida a la que nos conducen las más humildes manifestaciones de delicadeza, de amor y de respeto a nuestros hermanos. El Señor nos llama, en efecto, a desarraigarnos, a salir de nosotros mismos, sólo para que le encontremos, pero mientras dure nuestra peregrinación terrena sólo podemos verle en esos iconos suyos que son nuestros hermanos.

 

ORATIO

Dios de Abrahán, nuestro Padre en la fe, tú nos llamas cada día también a nosotros por nuestro nombre y nos empujas a lo largo de caminos desconocidos, a menudo misteriosos e imprevisibles. Danos un corazón dócil y obediente, para que nos dejemos guiar por tu voz y salgamos de las seguridades que nos aprisionan, para fiarnos únicamente de ti, que eres nuestro Padre. Enséñanos, a lo largo del camino, a amar a quien pongas a nuestro lado porque es nuestro hermano, para llegar juntos a la verdadera tierra prometida. Por Cristo, nuestro Salvador.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos: debemos tratar al prójimo con dulzura, estando atentos a no ofenderlo de ninguna manera. Cuando damos la espalda a alguien o le ofendemos es como si pusiéramos una piedra sobre nuestro corazón. Cuando nos acerquemos a alguien, debemos ser puros en palabras y en espíritu, iguales con todos: de otro modo, nuestra vida será inútil...

No debemos juzgar, ni siquiera si vemos con nuestros propios ojos que alguien está pecando e infringiendo un mandamiento divino. No nos corresponde a nosotros juzgar, sino al Juez supremo. No sabemos durante cuánto tiempo conseguiremos perseverar en la virtud.

Debemos considerarnos a nosotros mismos como los peores culpables, debemos perdonar a nuestro prójimo toda transgresión y odiar sólo al demonio, que le ha tentado. La puerta del arrepentimiento está abierta a todos y no sabemos quién será el primero en entrar por ella: si tú, que juzgas, o el que es juzgado por ti. Para no juzgar es preciso que nos mantengamos vigilantes sobre nosotros mismos. Júzgate a ti mismo y entonces dejarás de juzgar a los otros. No tenemos que vengarnos nunca de una ofensa, sea la que sea; al contrario, debemos perdonar de todo corazón a quien nos haya ofendido, aunque nuestro corazón se oponga a ello. Si te hieren, haz todo para perdonar, «y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames» (Le 6,30). Pensemos en todos los santos que han agradado a Dios, los cuales vivieron ignorando todo rencor. Si también nosotros vivimos así, podremos esperar que la luz divina brille en nuestros corazones y nos despeje el camino hacia la Jerusalén celestial (Serafín de Sarov, Scritti spirituali, Roma 1972, pp. 208-210 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No juzguéis, para que Dios no os juzgue» (Mt 7,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La historia de Abrahán comienza con una orden: «¡Sal!» (Gn 12,1) y termina con la misma orden (Gn 22,2). En ambos casos, «salió sin saber a dónde iba» (Heb 11,8). Para Abrahán, se trata siempre de volver a comenzar de nuevo, de volver a ponerse en camino hacia lo desconocido, de renunciar tanto a las garantías del pasado como a las promesas del futuro, desde el comienzo hasta el final de su vida... En consecuencia, el tema central de su historia fue éste: ¿cómo empezar? Y lo que hace paradójico este tema es que Abrahán, en el fondo, haya empezado tan tarde. ¿Qué significa esto? ¿Tal vez, que nunca es demasiado tarde para empezar? Yo diría más: que no acabamos nunca de empezar. Abrahán es el hombre capaz de volver a ponerse en camino en todas las edades de su vida.

Dios había hecho una promesa a Abrahán. Y éste, con lealtad, dio crédito a Dios, dio crédito a su Palabra. El verdadero comienzo de una vida espiritual es precisamente esta confianza, esta apertura de crédito, esta «salida» de nosotros mismos que nos hace fiarnos de otro. ¿Cómo se empieza? Con un acto de fe.

Empezar, para ser concretos, significa también levantarse muy de mañana. Tres veces leemos, en la historia de Abrahán, una observación aparentemente muy trivial; a saber: que «Abrahán se levantó muy de mañana». Abrahán, una vez que decide algo, lo hace, y lo hace pronto, con premura. Nosotros no sabemos, como tampoco sabía Abrahán, a dónde nos llevará el camino, pero sabemos qué debemos hacer durante el camino. Hay rostros en nuestro camino que suscitan nuestra premura, nuestra responsabilidad. Sólo si respondemos a las expectativas, a las necesidades de cuantos están a nuestro alrededor y comparten nuestra historia, seremos hombres, mujeres, que «se despiertan muy de mañana». Ahora bien, estas responsabilidades pesan, producen fatiga. Abrahán es alguien que siempre vuelve a empezar, cada mañana. ¿Tenemos nosotros la fuerza para levantarnos pronto, como Abrahán? (A. Mello, Abromo, l'uomo del mattino, en Parola, Spiríto e Vita 36 [ 1997], pp. 37-45, passim).

 

Día 27

Martes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 13,2.5-18

2 Abrán había adquirido muchos ganados, plata y oro.

5 También Lot, que acompañaba a Abrán, tenía rebaños, ganados y tiendas. 6 La región no podía albergar a los dos, pues tenían demasiados bienes para poder habitar juntos,

7 y surgieron disputas entre los pastores de Abrán y los de Lot. (Los cananeos y los pereceos vivían entonces en aquella región.)

8 Entonces Abrán propuso a Lot: -Evitemos las discordias entre nosotros y entre nuestros pastores, porque somos hermanos.

9 Tienes delante toda la tierra; sepárate de mí; si tú vas hacia la izquierda, yo iré hacia la derecha, y si vas hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda.

10 Lot levantó la vista y vio que todo el valle del Jordán hasta Soar era de regadío como el jardín del Señor y las tierras de Egipto (esto era antes de que el Señor destruyera Sodoma y Gomorra).

11 Lot escogió para sí todo el valle del Jordán y se dirigió hacia el este. Así se separaron el uno del otro.

12 Abrán se estableció en la tierra de Canaán, y Lot en las ciudades del valle, plantando sus tiendas hasta Sodoma.

13 Los habitantes de Sodoma eran muy malos y pecaban gravemente contra el Señor.

14 El Señor dijo a Abrán, después que Lot se separó de él: -Alza tus ojos y, desde el lugar donde te hallas, mira al norte, al sur, al este y al oeste.

15  Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre.

16 Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra; sólo el que pueda contar el polvo de la tierra podrá contar tu descendencia.

17 Levántate, pues, y recorre a lo largo y a lo ancho esta tierra que te voy a dar.

18 Levantó Abrán sus tiendas y decidió establecerse en el encinar de Mambré, cerca de Hebrón; allí levantó un altar al Señor.

 

*» Estamos frente a un relato que explica las relaciones entre los israelitas y los ammonitas/edomitas. Se habla de su sedentarización, pero so transcribe también con una nueva profundidad teológica, cuyo mensaje sigue siendo todavía actualísimo, el recuerdo originario de una lid entre estos clanes emparentados.

Abrahán se había vuelto muy rico: esto constituye un signo de la bendición divina derramada sobre él y sobre su sobrino Lot. Como buen jefe de clan, se preocupa de que haya bastantes pastos y pozos para su gente. Cuando éstos se vuelven insuficientes, ofrece a su sobrino la posibilidad de elegir. Las riquezas, evidentemente, les dejan el corazón libre y desprendido. Lot «levantó la vista» y tomó para él la mejor parte, que, sin embargo, se mostrará sin futuro. La belleza del valle del Jordán antes de la destrucción de Sodoma, enfatizada por la descripción (v. 10), incluye la carcoma de la corrupción de quienes lo habitan. Abrahán, que no tiene descendientes, acepta la tierra más pobre, y su corazón manifiesta, una vez más, que se apoya sólo en el Dios que le había llamado y que ve mucho más allá del presente. Abrahán, en efecto, escoge a YHWH y su promesa. El Señor invita entonces a Abrahán a levantar la vista y a recorrer a lo largo y a lo ancho la tierra -toda la tierra- que le va a dar (w. 14ss), y le asegura una descendencia numerosa, «como el polvo de la tierra» (v. 16).

Lot lo ha tenido todo, de inmediato, pero el presente se le manifiesta inconsistente. Abrahán cree en el futuro de Dios y su esperanza no se verá defraudada.

 

Evangelio: Mateo 7,6.12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen, se vuelvan contra vosotros y os destrocen.

12 Así pues, tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

13 Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él.

14 En cambio, es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran.

 

*•• Se nos proponen hoy varios versículos muy sabrosos. El primero tiene que ver con la llamada «disciplina del arcano», que sirve para proteger y para introducir en el misterio. Los «perros» y los «puercos» son los paganos para los judíos; en este caso, tratándose del evangelista Mateo, que se muestra solícito al anuncio a todos los hombres, es más probable que se refiera a los cristianos impenitentes, a los que no se debería ofrecer «lo santo» ni las «perlas» que constituyen el Pan y la Palabra.

El segundo versículo es la llamada «regla de oro», que, para Mateo, resume la enseñanza del Antiguo Testamento, la Ley y los profetas. Los discípulos, al contrario que los fariseos, que dicen pero no hacen (cf. 23,3), deben proceder como su Padre celestial, que se muestra benévolo con todos. Reconocerle como Padre equivale, en efecto, a establecer también una nueva relación con los demás hombres, amándolos como hermanos.

Los w. 13ss ratifican la importancia de todo lo que ha dicho Jesús: se trata de una «puerta estrecha». La Palabra de Jesús, más aún, Jesús mismo (cf. Jn 10,7), es la puerta que da entrada a la vida filial y fraterna, el camino angosto que conduce, sin embargo, a la plenitud de la vida (w. 13ss). Cualquier otra puerta o camino que no sea el amor al Padre y a los hermanos conduce a la perdición. El camino ancho y fácil es el que toman muchos; el camino angosto y exigente del Evangelio atrae, en cambio, sólo a los que se dejan guiar por el Espíritu filial que clama: «¡Ven al Padre!».

 

MEDITATIO

Los pasajes que nos propone hoy el leccionario nos invitan a reflexionar sobre la perenne situación en que se encuentra el hombre libre a quien se le propone una elección; siempre hay dos caminos abiertos ante él: uno conduce a la vida y el otro a la muerte.

Abrahán deja que elija Lot, y éste toma -como muchos- el camino ancho y fácil, en el que todo está dado de inmediato, hoy mismo. Es el camino que, dicho con palabras actuales, consiste en hacer lo que nos place, en satisfacer todos nuestros propios deseos sin preocuparnos de los demás. Jesús nos exhorta, sin embargo, a tomar el camino «angosto», porque el mal es ancho al principio, pero después se hace angosto y acaba ahogando en sus espiras a quienes se aventuran por sus fáciles accesos.

El bien, en cambio, se presenta duro, exigente al principio, y, después, ensancha cada vez más el corazón de quien lo hace. La historia de Abrahán nos da testimonio de ello. El patriarca, sólo y en una tierra avara, emprende el camino de la fe y, con un corazón libre y pobre, puede moverse libremente por la región ilimitada del amor verdadero y de la vida plena, a la que se accede dando siempre a los otros el primer puesto, reconociendo en cada uno el rostro de un hermano.

 

ORATIO

Oh Señor, danos tu Espíritu bueno, para que nos enseñe a discernir cuál es el camino adecuado que hemos de recorrer. Hoy nos sentimos más atraídos que nunca por muchas propuestas seductoras en las que parece que la felicidad está al alcance de la mano, a buen precio.

Habla tú en nuestro corazón y repítenos continuamente: «Soy yo, no temas», cuando ir contra la corriente y seguir el camino angosto nos parezca únicamente una gran estupidez. Que tu paz y tu alegría nos hagan estar siempre íntimamente seguros de que tú -el Dios fiel- no defraudas nunca y que por tus caminos, angostos al principio, corremos por la inexpresable suavidad del amor y llegamos a la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Podemos comparar toda nuestra existencia con un viaje de un solo día. Para nosotros, es fundamental no amar nada de aquí abajo; hemos de amar, en cambio, las cosas de lo alto; allí está la patria donde se encuentra nuestro Padre. No tenemos una patria en la tierra, porque nuestro Padre está en el cielo. En virtud de su omnipotencia y de la grandeza de su divinidad, está en todas partes, más hondo que el mar, más estable que la tierra, más extenso que el mundo, más puro que el aire y más elevado que el cielo, más resplandeciente que el sol. Y, sin embargo, sólo es visible en el cielo.

Llamemos a su puerta: se acerca y se da a conocer a todos en proporción a la pureza de cada uno. Llamemos fuerte, os digo, y mientras caminamos cantemos: «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo» (Sal 62,1). Ocupémonos de las cosas divinas para no seguir estando atados a las cosas humanas y, de este modo, como verdaderos peregrinos, esté siempre presente en nosotros en el anhelo de la patria. Allí, después, todas las generaciones que hayan hecho el camino tendrán diferentes suertes según sus méritos: los peregrinos buenos reposarán en la patria, los malvados serán expulsados de ella. No amemos, pues, más el camino que la patria: esta última es de tal condición que es nuestro deber amarla. Conservemos firme en nosotros esta convicción, de suerte que vivamos en el camino como viajeros, como huéspedes del mundo, sin apegarnos a ninguna pasión, sino de modo tal se colmen nuestras almas de la belleza de las realidades celestiales y espirituales. Esforcémonos por complacer a Aquel que está presente en todas partes, para que, con una buena conciencia, podamos pasar felizmente de este mundo a la bienaventurada morada eterna de nuestro Padre, de la tierra de los muertos a la de los vivos. Allí veremos cara a cara al Rey de reyes que reina con justicia, a nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Columbano, Instrucciones, IX, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La humildad es una virtud que no está de moda no sólo en la sociedad en general, sino ni siquiera entre muchos cristianos... Aquí interviene a fondo la locura del Evangelio. Al que quiere llegar a ser humilde, la locura del Evangelio le pide que se ejercite en considerar a los otros como superiores a él mismo (cf. Flp 2,3); le pide que prefiera una estima menor a otra mayor, las situaciones humildes a las más elevadas, el último al primer puesto.

No es posible decir la variedad de actitudes cotidianas a las que esta decisión nos compromete. Cuando dos hombres se disputan la misma ganancia y ésta no es divisible, cada uno de ellos se justifica diciendo: ¿por qué él y no yo? El hombre humilde, en cambio, se siente inclinado a decirse a sí mismo: en el fondo, ¿por qué yo y no él? Cuando se produce un fracaso, cada uno de los miembros del grupo busca un culpable: evidentemente, la culpa es de tal o cual. El hombre humilde, en cambio, se pregunta: ¿por qué tendría que ser más culpa de ellos que mía? Cuando nuestro ingenio y nuestros talentos permanecen desconocidos e inutilizados, exclamamos con disgusto: ¡qué injusticia! El hombre humilde, en cambio, se siente inclinado a decirse a sí mismo: después de todo, ¿soy verdaderamente tan indispensable?

Es un heroísmo querer hacer morir en nosotros todo tipo de orgullo. Para sentirnos dispensados de ello preferimos lanzar reproches, de una manera hipócrita, contra los peligros que la humildad cristiana supondría contra el desarrollo de nuestra personalidad. Pero nos engañamos, y si tuviéramos una sola brizna de lealtad deberíamos convenir en que si muchos, ¡ay de mí!, no consiguen llegar a ser hombres maduros, no se debe en absoluto a que hayan cultivado asiduamente la humildad; se debe más bien a que los mil diferentes tipos de orgullo les impiden participar en la humillación de Cristo para ser, por él y en él, convertidos, para que él nos haga crecer (A. M. Besnara, L'umiltá, en Letture patrístiche, Padua 1969).

 

Día 28

Miércoles de la 12ª semana del Tiempo ordinario o 28 de junio, conmemoración de

San Ireneo de Lyon

         Ireneo, originario de Asia Menor, fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna, de donde se deduce que debió de nacer hacia el año 130 en esta ciudad o en los alrededores. Siguiendo una ruta de emigración común en aquellos tiempos, Ireneo se trasladó de Asia Menor a la Galia, y el año 177 fue enviado por la comunidad de Lyon a Roma, para llevar una carta de recomendación al papa Eleuterio a favor de los montañistas. A su vuelta, fue elegido obispo de Lyon en lugar del anciano Potino, que murió mártir en la persecución de Marco Aurelio. Debemos situar su muerte entre los años 202 y 203. Ireneo, último varón apostólico y primer teólogo de la tradición, es un eslabón de unión entre los padres del siglo II y los del siglo III. Contra los herejes (Adversus haereses) es su obra maestra en defensa de la verdad de la Iglesia contra los ataques del gnosticismo.

LECTIO

Primera lectura: Génesis 15,1-12.17ss

En aquellos días,

1 el Señor habló a Abrán en una visión y le dijo: -No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande.

2 Abrán respondió: -Señor, Señor, ¿para qué me vas a dar nada, si voy a morir sin hijos y el heredero de mi casa será ese Eliezer de Damasco?

3 No me has dado descendencia, y mi heredero va a ser uno de mis criados.

4 Pero el Señor le contestó: -No, no será ése tu heredero, sino uno salido de tus entrañas.

5 Después, le llevó afuera y le dijo: -Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: -Así será tu descendencia.

6 Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber.

7 Después le dijo el Señor: -Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los caldeos para darte esta tierra en posesión.

8 Abrán le preguntó: -Señor, Señor, ¿cómo sabré que voy a poseerla?

9 El Señor le respondió: -Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.

10 Trajo él todos estos animales, los partió por la mitad y puso una mitad frente a la otra, pero las aves no las partió.

11 Las aves rapaces empezaron a lanzarse sobre los cadáveres, pero Abrán las espantaba.

12 Cuando el sol iba a ponerse, cayó un sueño pesado sobre Abrán y un gran terror se apoderó de él.

17 Cuando se puso el sol, cayeron densas tinieblas, y entre los animales partidos pasó un horno humeante y una antorcha de fuego.

18 Aquel día hizo el Señor una alianza con Abrán en estos términos: -A tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates.

 

*•• Nos encontramos ante un texto en el que confluyen tradiciones muy antiguas, que usan imágenes arcaicas. Se narra la estipulación del pacto entre Dios y Abrahán, la alianza que tendrá su continuación en Moisés y encontrará su formulación plena y definitiva en Cristo.

Abrahán aparece presentado como un profeta al que Dios le comunica una palabra en visión. El oráculo de salvación («No temas») contiene la seguridad de la protección divina («Yo soy tu escudo») y una promesa («Tu recompensa será muy grande»). Abrahán, el portador de la promesa, vive en medio de una condición paradójica que parece anular la promesa misma: no tiene hijos y ha sido muy probado en la fe. Dios le responde prometiéndole un hijo y una descendencia numerosa. A Abrahán se le pide, una vez más, que «salga» para «ver» el signo que Dios le ofrece.

El v. 6 constituye el centro de todo este capítulo: Abrahán cree, pero no en algo, sino a alguien, a Dios, el cual -como los sacerdotes delante de las víctimas sacrificiales que se ofrecían- atestigua su «justicia». A la promesa de la tierra le sigue un arcaico rito de juramento con el que YHWH se compromete totalmente en favor del hombre. YHWH, en efecto -y sólo él, pasando entre las víctimas- invoca sobre sí una automaldición (a saber: padecer la misma suerte que los animales descuartizados) en el caso de que no cumpla el juramento formulado.

Cuando el sol estaba para ponerse, cayó sobre Abrahán un «sueño pesado» (es el mismo término empleado para indicar el sueño de Adán en el momento de la creación de Eva). Se trata de un estado extraordinario, en el que se entra en contacto con el misterio inexpresable de Dios.

La presencia de las aves rapaces, que intentan impedir que se «concluya» este misterioso pacto entre Dios y el hombre, constituye también un motivo de turbación. «Un gran terror» se apoderó de Abrahán, pero precisamente en medio de esta profunda turbación le proclama Dios su inmutable fidelidad.

 

Evangelio: Mateo 7,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?

17 Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.

18 No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos.

19 Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego.

20 Así que por sus frutos los conoceréis.

 

**• Este fragmento forma parte de la secuencia conclusiva del «sermón del monte» y contiene una renovada invitación a los discípulos para que vivan en santidad, en justicia, con una gran coherencia entre las palabras y las obras, expresadas a través de la imagen de los «frutos» (término que se repite siete veces).

La invitación de Jesús a tener cuidado con los falsos profetas no está dirigida -en este contexto- a los que dicen cosas equivocadas, sino más bien, en virtud de un subrayado que gusta emplear a Mateo, a los que no hacen lo que enseñan a otros (cf. 23,3). Su simulación les hace parecer ovejas exteriormente, pero por dentro son «lobos rapaces». Se trata aquí de discípulos enviados por Jesús a representarle (cf. 10,41 y 23,34) y a proclamar el Evangelio; sin embargo, como ocurría ya en el Antiguo Testamento, junto a los verdaderos enviados de Dios hay otros que son falsos (Ez 22,27). El criterio de reconocimiento lo proporciona la calidad de sus frutos: las obras buenas o malas que realizan. En efecto, todo árbol se reconoce por sus frutos.

La vid y la higuera, árboles particularmente importantes en Israel, serán cortados si permanecen estériles; sólo quedará el árbol despojado y maldito de la cruz, del que todos podrán coger el verdadero fruto justo y santo: el fruto bendito del seno de María.

 

MEDITATIO

Por eso el Verbo fue hecho dispensador de la gracia del Padre para utilidad de los hombres, por los cuales ordenó toda esta economía, para mostrar a Dios a los hombres y presentar el hombre a Dios. De esta manera custodió la invisibilidad del Padre, por una parte para que el hombre nunca despreciase a Dios y para que siempre tuviese en qué progresar, y, por otra parte, para revelar a Dios a los hombres mediante una rica economía, a fin de que el hombre no cesase de existir faltándole Dios enteramente. Porque la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios. Si la manifestación de Dios por la creación da vida en la tierra a todos los vivientes, mucho más la manifestación por el Verbo del Padre da vida a los que contemplan a Dios [...].

Es, pues, necesario que primero observes tu orden humano, para que en seguida participes de la gloria de Dios. Porque tú no hiciste a Dios, sino que él te hizo. Y si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que hace todas las cosas en el tiempo oportuno y, de igual manera, obrará oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un corazón blando y moldeable y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó; guarda en ti la humedad, no vaya a ser que, si te endureces, pierdas las huellas de sus dedos.

Conservando tu forma subirás a lo perfecto, pues el arte de Dios esconde el lodo que hay en ti. Su mano plasmó tu ser; te reviste por dentro y por fuera con plata y oro puro (Ex 25,11), y te adornará tanto que el Rey deseará tu belleza (Sal 45[44],12). Mas si, endureciéndote, rechazas su arte y te muestras ingrato con aquel que te hizo un ser humano, al hacerte ingrato con Dios pierdes al mismo tiempo el arte con el que te hizo y la vida que te dio: hacer es propio de la bondad de Dios, ser hecho es propio de la naturaleza humana. Y por este motivo, si le entregas lo que es tuyo, es decir, tu fe y obediencia, entonces recibirás de él su arte, que te convertirá en obra perfecta de Dios.

Mas si rehúsas creer y huyes de sus manos, la culpa de tu imperfección recaerá en tu desobediencia y no en aquel que te llamó: él mandó convocar a su boda, y quienes no obedecieron se privaron, por su culpa, de su cena regia (Mt 22,3). A Dios no le falta el arte, y es capaz de sacar de las piedras hijos de Abrahán (Mt 3,9; Le 3,8), pero el que no se somete a tal arte es causa de su propia imperfección. Es como la luz: no falta porque algunos se hayan cegado, sino que la luz sigue brillando y los que se han cegado viven en la oscuridad por su culpa.

Ni la luz obliga por la fuerza a nadie, ni Dios a nadie somete por imposición a su arte (Ireneo de Lyon, Contra los herejes IV, 20,7 y 39,2ss).

 

ORATIO

Yo también te invoco, «Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob y de Israel», que eres el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios que por la multitud de tu misericordia te has complacido en nosotros para que te conozcamos; que hiciste el cielo y la tierra, que dominas sobre todas las cosas, que eres el único Dios verdadero, sobre quien no hay Dios alguno; por nuestro Señor Jesucristo, danos el Reino del Espíritu Santo; concede a todos los que leyeren este escrito conocer que tú eres el único Dios, que en ti están seguros, y defiéndelos de toda doctrina herética, sin fe y sin Dios (Ireneo de Lyon, Contra los herejes III, 6,4).

 

CONTEMPLATIO

Pues como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan sin algo de humedad, tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús sin el agua que proviene del cielo. Y como si el agua no cae la tierra árida no fructifica, tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita [...].

Conservamos esta fe, que hemos recibido de la Iglesia, como un precioso perfume custodiado en su frescura en buen frasco por el Espíritu de Dios, y que mantiene siempre joven el mismo vaso en que se guarda [...].

En consecuencia, si el cáliz mezclado y el pan fabricado reciben la Palabra de Dios para convertirse en eucaristía de la sangre y el cuerpo de Cristo, y por medio de éstos crece y se desarrolla la carne de nuestro ser, ¿cómo pueden ellos negar que la carne sea capaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna? [...] Cuando una rama desgajada de la vid se planta en la tierra, se pudre, crece y se multiplica por obra del Espíritu de Dios, que todo lo contiene. Luego, por la sabiduría divina, se hace útil a los hombres y, recibiendo la Palabra de Dios, se convierte en eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo. De modo semejante, también nuestros cuerpos, alimentados con ella y sepultados en la tierra, se pudren en ésta para resucitar en el tiempo oportuno: es el Verbo de Dios quien les concede la resurrección, para la gloria de Dios Padre (Flp 2,11) (Ireneo de Lyon, Contra los herejes III, 17,2 y 24,1; V, 2,3).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia esta célebre máxima de san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre viviente».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Ireneo retorna hoy a la actualidad. Y se lo merece. Hay pocos escritores cristianos de los primeros siglos que hayan envejecido menos y cuya calidad haga apreciar mejor el tiempo.

¿Acaso no es él mismo semejante al vaso del que hablaba, que se vuelve oloroso por el perfume que contenía? Pocos teólogos iluminan mejor algunos de los problemas fundamentales que nuestro tiempo somete a nuestra reflexión. No es que tuviera la preocupación de responder a nuestras cuestiones, sino que su pensamiento estimula nuestra reflexión y marca una estela para nosotros. Las ideas que defendió se han impuesto a toda la Iglesia. Sus puntos de vista sobre la historia se presentan como anticipaciones. Ireneo es el profeta de la historia. Es, al mismo tiempo, profeta del pasado y profeta del futuro. El arraigo en la verdad recibida le

permite todas las audacias y produce las intuiciones teológicas de las que vivimos todavía. Para nuestro tiempo, que vuelve a ponerlo todo en discusión, sensible a lo que es auténtico y tiene sabor de verdad, san Ireneo es posiblemente, sobre todo, el profeta del presente (A. G. Hamman, Breve dizionario dei Padri Della Chiesa, Brescia 1983, 33-35 [edición española: Guía práctica de los padres de la Iglesia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1969]).

 

Día 29

San Pedro y san Pablo (29 de junio)

 

Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el colegio apostólico. A Simón Pedro, pescador de Betsaida (cf. Le 5,3; Jn 1,44), Jesús le llamó Kefas- Piedra y le dio el encargo de guiar y confirmar a los hermanos, a pesar de su frágil temperamento. Su característica distintiva es la confesión de la fe. Es uno de los primeros testigos del Jesús resucitado y, como testigo del Evangelio, toma conciencia de la necesidad de abrir la Iglesia a los gentiles (Hch 10-11).

Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.

Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 12,1-11

1 Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia.

2 Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan,

3 y, viendo que este proceder agradaba a los judíos, se propuso apresar también a Pedro. En aquellos días se celebraba la fiesta de pascua.

4 Así que lo prendió, lo metió en la cárcel y encomendó su custodia a cuatro escuadras de soldados, con intención de hacerle comparecer ante el pueblo después de la pascua.

5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia oraba por él a Dios sin cesar.

6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerle comparecer, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, mientras dos guardias vigilaban la puerta de la cárcel.

7 En esto, el ángel del Señor se presentó y un resplandor inundó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el costado y le despertó diciendo: -¡Deprisa, levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos.

8 El ángel le dijo: -Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo así, y el ángel le dijo: -Échate el manto y sígueme.

9 Pedro salió tras él, sin darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacía, pues pensaba que se trataba de una visión.

10 Después de pasar la primera y la segunda guardias, llegaron a la puerta de hierro que da a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado.

11 Y Pedro, volviendo en sí, dijo: -Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí.

 

*• Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Le 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Éste tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios manifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario. El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss).

En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5).

Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss

Querido hermano:

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

18 El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, [ha] concluido [su] carrera» (v. 7).

Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa» (v. 8).

La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

*•• La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (vv. 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.

La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).

A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.

 

MEDITATIO

La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef 2,19ss).

Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.

El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.

Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.

La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.

 

ORATIO

Dios omnipotente y eterno, que con inefable sacramento quisiste poner en la sede de Roma la potestad del principado apostólico, para que a través de ella la verdad evangélica se difundiera por todos los reinos del mundo, concede que lo que se ha difundido por su predicación en todo el orbe sea seguido por toda la devoción cristiana (Sacramentarium Veronense, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978, n. 292).

 

CONTEMPLATIO

[...] en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia orando con san Pedro y san Pablo: «El Señor me asistió y me confortó» (2 Tim 4,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad -o mejor aún, la comunidad- de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ib¡ Ecclesia», «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro (R. Cantalamessa, La Parola e la vita, Roma 1978, p. 307).

 

Día 30

Viernes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 17,14-5.9-10.15-22

1 Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: -Yo soy el Dios Poderoso. Camina en mi presencia con rectitud.

5 No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

9 Y el Señor añadió: -Guardaréis mi alianza tú y tus descendientes de generación en generación.

10 Ésta es la alianza que establezco con vosotros y con tus descendientes, y que habéis de guardar: circuncidad a todos los varones.

15 Dijo también Dios a Abrahán: -A tu mujer, Saray, ya no la llamarás Saray, sino Sara.

16 Yo la bendeciré y haré que te dé un hijo; la bendeciré y haré que se convierta en un pueblo numeroso y que de ella surjan reyes.

17 Cayó Abrahán rostro en tierra y se puso a reír pensando para sí: ¿Puede un hombre de cien años tener un hijo, y Sara ser madre a los noventa?

18 Y dijo Abrahán a Dios: -Me basta con que mantengas vivo a Ismael en tu presencia.

19 Pero Dios replicó: -Te digo que Sara, tu mujer, te dará un hijo; lo llamarás Isaac, y yo estableceré con él y con sus descendientes una alianza perpetua.

20 En cuanto a Ismael, acepto tu súplica: Yo lo bendigo; lo haré fecundo y lo multiplicaré inmensamente; engendrará doce príncipes y yo haré de él un gran pueblo.

21 Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que te dará Sara el año próximo por estas fechas.

22 Cuando Dios terminó de hablar con Abrahán, se marchó de su lado.

 

*+ El capítulo 17, del que están tomados los versículos que hemos leído, ha sido definido no como un relato, sino como una construcción literaria estructurada como relato a fin de dar un sentido propio a la circuncisión, práctica que se sigue en muchos pueblos.

Dios se autopresenta a Abrahán y le pide que camine en su presencia con rectitud, siendo completamente suyo. La alianza con Dios no está concebida, en efecto, como un código de leyes, sino más bien como respuesta humana que abarca toda la existencia. Abrahán se postra ante su Señor y recibe la renovación de la promesa de una descendencia numerosa. Dios le cambia también el nombre, acción que indica la soberanía de Dios respecto a Abrahán y marca una nueva estación en la vida del patriarca. Será «padre de una muchedumbre de pueblos».

El cambio de nombre de Sara tiene también un valor teológico: ella es ahora la destinataria de una bendición relacionada con la fecundidad. La reacción de Abrahán en los w. 17ss resulta extraña después de la postración solemne del v. 3, pero atestigua también el realismo de la trama de fe e incredulidad que teje la vida de todo creyente. El sentido común humano se levanta frente a lo imposible de Dios: está ya Ismael, que puede ser muy bien el destinatario de la bendición. Ahora bien, una vez más, los caminos de Dios no son nuestros caminos. La alianza está reservada precisamente a Isaac, al «hijo de la risa», que constituye -de muchos modos- una elocuente figura de Jesús, el verdadero Hijo de la promesa, que alegró a Abrahán (cf. Jn 8,56) con la esperanza de ver su día.

 

Evangelio: Mateo 8,1-4

1 Cuando Jesús bajó del monte, le siguió mucha gente.

2 Entonces se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: -Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Jesús extendió la mano, le tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra.

4 Jesús le dijo: -No se lo digas a nadie, pero ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que tengan constancia de tu curación.

 

**• El capítulo 8 de Mateo abre la serie de los milagros de curación de Jesús, milagros que muestran su autoridad, superior a la de los maestros de la Ley y dotada de un carácter sacerdotal. La primera intervención de Jesús es la purificación de un leproso, es decir, de una persona que, en cuanto afectada por la máxima modalidad de impureza, era considerada como excomulgada. Por consiguiente, se le impedía no sólo la convivencia con los hombres, sino también la comunión con Dios. Los evangelios, en efecto, a propósito de los leprosos, hablan siempre de «purificar», de «limpiar», no de «curar». Jesús deja que el leproso -que, a causa de su enfermedad, debería mantenerse a distancia de todos y gritar: «¡Impuro, impuro!»- se le acerque. Jesús es sacerdote y médico: no teme el contacto con la impureza y sana al leproso. Ahora bien, para que éste sea reintegrado en la asamblea de Israel, es preciso que el sacerdote lo declare limpio y lleve a cabo el rito de la purificación (Lv 14).

Jesús le envía, por tanto, a presentar la ofrenda en el templo, mostrando con ello que ha venido no a abrogar la ley, sino a llevarla a su plenitud. Curar la lepra es una acción exclusiva de Dios, señor de la vida y de la muerte. ¡Jesús es el Señor! El leproso curado, que manifiesta su fe en Jesús, Señor y Salvador, es figura de todo hombre que acude a Jesús para recibir el don de la vida, libre por fin de la muerte. Cristo ha venido precisamente a decirnos a cada uno de nosotros: «Quiero, queda limpio».

 

MEDITATIO

Dios ha creado al hombre para hacer con él un camino pleno y total. A Abrahán le mandó: «Camina en mi presencia con rectitud», o mejor aún, sé todo mío. En efecto, sólo a través de esta pertenencia puede realizarse plenamente el hombre a sí mismo y gozar de la felicidad que Dios ha pensado para él. Pero nadie puede acercarse a la santidad de Dios sin haber sido purificado, porque el hombre lleva inscrita en su corazón la carcoma de la rebelión, de la autosuficiencia; en suma, del pecado. En el Antiguo Testamento, la lepra era el símbolo de la impureza radical del hombre frente a la santidad de Dios. El milagro propuesto en el evangelio de Mateo representa no tanto una curación como una purificación ontológica y radical de aquel hombre llevada a cabo por Jesús. Sólo él, el Santo de Dios, venido a asumir nuestro pecado, está en condiciones de realizar todo lo que al hombre, con su única fuerza, le resulta imposible.

Nosotros no somos capaces de caminar con integridad ante Dios si Jesús no interviene con su voluntad de bien y de salvación para hacernos santos, para hacernos participar de su misma filial pureza y belleza. Para eso ha venido, para eso ha muerto. Ahora bien, ¿queremos de verdad que nos sane?

 

ORATIO

Señor, Dios compasivo y lento a la ira, por amor a Abrahán, por amor a todos los humildes, los puros, los justos de todos los tiempos y de todos los lugares, ten piedad de mí; purifícame de toda culpa y revísteme de tu santidad e inocencia, para que siempre esté dispuesto a seguirte a todas partes, dando testimonio de la alegría con la que colmas a los que acogen tu misericordia.

 

CONTEMPLATIO

Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos y con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo.

Pensad en los tesoros de su benignidad, pues, habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia; y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una vida fecunda.

Luego, se presentó él mismo, y clamaba con su propia voz: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados y les liberó en un instante de sus ansiedades: la Palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el hombre nuevo floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a ser sagrado y piadoso. Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor; contemplemos los evangelios y, al ver allí, como en un espejo, aquel ejemplo de diligencia y benignidad, tratemos de aprender estas virtudes. Allí encuentro, bosquejada en parábola y en lenguaje metafórico, la imagen del pastor de las cien ovejas que, cuando una de ellas se aleja del rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar tranquilamente, sino que sale en su busca, atraviesa valles y bosques, sube montañas altas y empinadas y va tras ella con gran esfuerzo, de acá para allá por los yermos, hasta que encuentra a la extraviada. Y, cuando la encuentra, no la azota ni la empuja hacia el rebaño con vehemencia, sino que la carga sobre sus hombros, la acaricia y la lleva con las otras, más contento por haberla encontrado que por todas las restantes. Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen.

Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor es un pastor como los demás, sino que significan algo más. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando están en peligro, ni seamos remisos en ayudarles, sino que, cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente (Asterio de Amasea, Homilía sobre el arrepentimiento, en PG 40, col. 356).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por eso, Señor, canto himnos de alegría a tu nombre» (Sal 17,50b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tal vez no nos demos cuenta de la grandeza y de la novedad de este hecho respecto a las religiones no bíblicas y a las diferentes filosofías: que Dios se manifiesta exclusivamente como Dios de alguien. No es el Dios del cielo, no es el Dios del país, sino el Dios de un arameo errante, es decir, de un hombre que no tiene patria y es extranjero en todas partes. Este hombre es tan querido por Dios que éste, en cierto sentido, toma su nombre.

En efecto, ¿qué significa «Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob», sino que Dios tiene un nombre sólo en referencia a aquellos a quienes ama? La historia de los patriarcas, y sobre todo la de Abrahán, nos muestra que éstos aceptaron sin vacilar a este Dios tan cercano y, al mismo tiempo, tan huidizo...

El Dios de Abrahán es la única divinidad del mundo antiguo sin rostro ni figura, pero también la única que habla y escucha. El Dios de Abrahán es, en efecto, el Dios que habla a Abrahán y al que Abrahán puede hablar. Mientras que todo el Antiguo Testamento desanima cualquier propósito de ver a Dios, está recorrido por la llamada divina: Stema', escucha. Si la visión de Dios no podía resolverse más que en la muerte, oírle es y sigue siendo misterio de alianza: la Palabra de Dios es oída por aquel que es objeto del amor divino. Y es oída porque Dios la pone en su corazón (Dt 30,14). Esta intimidad es recíproca: también Dios escucha, también Abrahán habla. No sin razón, cuando leemos con «delicadeza» el Antiguo Testamento tenemos la impresión de que Dios está siempre atento. Los profetas no cesan de manifestar el ansia que tiene Dios de ser verdaderamente, en cada generación, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob: «"¡Quiero contarte entre mis hijos, regalarte una tierra de delicias, la heredad más preciosa entre las naciones!" Pensaba: "Me llamarás Padre y no te separarás de mí"» (Jr 3,19) (P. de Benedetti, Ció che tarda verrá, Magnano 1992, pp. 52-55, passim).