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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-
Martes de la primera semana de adviento
LECTIO Primera lectura: Isaías 11,1-10 1 Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. 2 Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor. 3 (Lo inspirará el temor del Señor). No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas. 4 Juzgará con justicia a los débiles, sentenciará a los sencillos con rectitud; herirá al violento con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. 5 Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, el cinturón de sus caderas. 6 Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos. 7 La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey, 8 el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid. 9 Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque la sabiduría del Señor colma esta tierra como las aguas colman el mar. 10 Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
*•• En un escenario desolador, en una selva talada y algunos árboles tronchados, nace un «renuevo» (v. 1), signo de vida y de bendición. El tronco del que brota es la familia davídica, probada por las tragedias de la historia y la infidelidad del pecado. Pero Dios es fiel y recuerda la promesa hecha a David de establecer por siempre su trono. La alusión al «tronco de Jesé», padre de David, recuerda que Dios lleva a cabo sus maravillas no con el David poderoso, sino con el David pequeño, insignificante a los hombres, pero amado por Dios y elegido por él (cf. 1 Sm 16,1-13). La promesa de Dios se sintetiza en el don divino por excelencia: el Espíritu (v. 2). El Espíritu que era el don de Dios a los jefes libertadores de Israel, a los jueces carismáticos, a los profetas y sacerdotes, a los sabios; aunque todavía no era un don pleno y estable. Sin embargo, según el oráculo presente, el Espíritu se concederá de modo pleno y estable al descendiente de David, a este renuevo del «tronco de Jesé»: «Sobre él reposará el Espíritu del Señor» (v. 2). La plenitud del Espíritu, manifestada en nuestro texto por la cuádruple aparición del término "espíritu", confiere al pequeño rey la totalidad de dones y carismas traducidos en un gobierno justo. La última parte del texto se ensancha con dimensiones universales: el reino de este niño no se limitará a Jerusalén, sino a toda la humanidad y toda la creación. Con él aparecerá un mundo renovado radicalmente reconciliado, una especie de "nuevo paraíso", cuyo centro es el monte santo de Dios, con la presencia de Dios pacificadora y victoriosa sobre todo mal. De este modo el país será objeto de una inundación, no de hordas enemigas armadas, sino del sabroso fruto del Espíritu que es la «sabiduría del Señor» (v. 9).
Evangelio: Lucas 10,21-24 21 En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien. 22Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. 23 Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado: -Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. 24 Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
**• Jesús reconoce la verdad de su propia vocación de Hijo a través de la fe de los pequeños, es decir, de los que -aun siendo desfavorecidos al parecer de los hombres de religión- han acogido con gratitud y humildad la predicación de los setenta y dos discípulos. Es una realidad que se descubre y celebra con la fuerza del Espíritu, el único que permite al hombre poder leer, en las situaciones más diversas, la voluntad de Dios. Su grito de «júbilo en el Espíritu» (v. 21) permite intuir el tenor de los acontecimientos por los que se manifiesta la vocación filial de Jesús. Él, a pesar del fracaso de su propia misión y el éxito parcial de la de los discípulos, da gracias al Padre por sus designios insondables, que revelan el misterio del reino a los últimos, los humildes, y los oculta a los soberbios. Esta acción de gracias es reconocer la obra maravillosa de Dios, su acción que confunde la sabiduría humana. Ahondando más, Jesús admira el "conocimiento" que de él tiene el Padre y, a la vez, exalta el conocimiento que le ha concedido del plan de Dios. Pero hay algo más: en este conocimiento del verdadero rostro de Dios da entrada a sus propios amigos, los que aceptan participar en la familiaridad íntima que lo une al Padre (v. 22). La verdadera felicidad de los discípulos consiste en la participación en esta familiaridad que le hace vivir no ya en el tiempo de la espera, sino en el de la presencia de la salvación (v. 23), ansiada por Israel a lo largo de los siglos.
MEDITATIO Dios actúa de modo imprevisible, desconcertando nuestra sabiduría humana. Ciertamente, los caminos que nos hace recorrer para llevarnos a la salvación son inéditos, nuevos, inesperados, como sugiere el tema del "renuevo de Jesé". El retoño que comienza a despuntar en tronco talado, en medio de un bosque desolado, me recuerda su fidelidad, su promesa inquebrantable y el privilegio de los humildes y pequeños a sus ojos. También yo seré un privilegiado si acojo el don del Espíritu, que se posó sobre Jesús, el renuevo mesiánico. Y como Jesús, con la fuerza del Espíritu, ha podido descubrir en los éxitos controvertidos de su propia misión el plan sabio del Padre, también yo podré gozar de la atención delicada y llena de ternura que Dios reserva a los pobres y sencillos. Entonces me encontraré entre aquellos a los que el Hijo revela el misterio de amor de su Padre dándoles entrada en su misma relación de comunión e intimidad. El Hijo amado del Padre viene a regalarme la vida filial, la verdadera sabiduría, el don del Espíritu con el que Dios quiere colmarme y al mundo entero para superar los desgarrones y divisiones, que parecen ser la triste herencia de los humanos.
ORATIO Señor Jesús, renuevo de Jesé, el Padre ha posado sobre ti el Espíritu. Derrama en nosotros el Espíritu que nos guíe en la búsqueda de la verdadera sabiduría para saber vivir bien y lograr la felicidad verdadera. Derrama en nosotros tu Espíritu, para que nos conceda el comprender nuestra historia en el plan de Dios Padre. Derrama en nosotros el Espíritu de consejo y valentía, para poder tomar decisiones juiciosas y concretizarlas en hechos con perseverancia, paciencia y tenacidad. Derrama en nosotros el Espíritu de conocimiento, para poder tener contigo una profunda familiaridad que nos permita penetrar los secretos de tu corazón manso y humilde. Derrama en nosotros el Espíritu del temor del Señor, para que la voluntad del Padre sea verdaderamente el centro de nuestros pensamientos, deseos y proyectos. Derrama en nosotros el Espíritu con el que revelas al Padre a los pequeños, a los pobres, para que nos haga pobres, gozosos y libres a imitación tuya, el Hijo que nos colma de alegría.
CONTEMPLATIO Soy consciente, Padre omnipotente, de que tú debes ser el fin principal de mi vida, de suerte que mis palabras y sentimientos te expresen. Permíteme dirigirme a ti, Señor, que te hable con toda libertad. Soy un pequeño en la tierra, pero encadenado por tu amor. Antes de conocerte, estaba oculto el sentido de mi vida y carecía de significado mi existencia. Gracias a tu misericordia he comenzado a vivir: he disipado mi ambigüedad. He sido instruido en la fe, inmerso en ella sin remedio. Señor, perdóname, no puedo librarme de ti, pero podría morir de ti. A lo largo del tiempo han surgido infinidad de teorías, pero han llegado tarde; antes de darles oído te he dado mi fe. Ahora soy tuyo (Hilario de Poitiers, La Trinidad, I).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo te alabo, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos» (Lc 10,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL No nos lamentemos demasiado fácilmente de la falta de tiempo para leer y no la hagamos responsable de un estado espiritual imputable con frecuencia a nuestra falta de decisión (la decisión de llevar las cosas a la práctica). Volvamos asiduamente al evangelio, a cualquier libro sólido, y tratemos de asimilarlo para vivirlo. No dejemos que se vaya agrandando la fisura entre verdad buscada y meditada y el llevar a la práctica sus exigencias. Es preciso exponer nuestra vida a la luz del Espíritu de Jesús, esforzándonos por practicar el sermón de la montaña, el discurso de la última Cena, el Vía Crucis, las parábolas de la oración y de la fe, y sobre todo el mandamiento del amor: ahí encontraremos la verdadera ciencia de Cristo, la que poseían los apóstoles. Cualquier momento del día se nos brinda como algo único e irrepetible; por eso, los que no se han abandonado suficientemente al Espíritu y dependen de modo muy rígido de un ideal moral especulativo, no llegan a la santidad perfecta, viva, en consonancia con las exigencias de la vida. Su santidad es artificial, rígida, careciendo del impulso y espontaneidad del amor; son incapaces de un acto de locura en la pobreza, en el amor al prójimo; no viven el Evangelio del Salvador (...). La lectura de una biografía o de los escritos de los santos con frecuencia son más eficaces para una auténtica vida espiritual que la lectura de libros doctrinales. Velad constantemente por mantener un gran equilibrio en vuestra vida, para conservarla siempre en la sencillez del momento presente y para llevar a la práctica el Evangelio (R. Voillaume, Come loro, Turín s.f.). |
Miércoles de la primera semana de adviento
LECTIO Primera lectura: Isaías 25,6-10a 6 El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados. 7 Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos, el sudario que tapa a todas las naciones. 8 Destruirá la muerte para siempre, secará las lágrimas de todos los rostros, y borrará de la tierra el oprobio de su pueblo -lo ha dicho el Señor-. 9 Aquel día dirán: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación, éste es el Señor en quien confiábamos; alegrémonos y hagamos fiesta pues él nos ha salvado». 10 Se ha posado en este monte la mano del Señor.
**• La imagen del banquete constituye uno de los símbolos fundamentales para expresar la comunión, el diálogo, la fiesta, la victoria. El banquete anunciado por el profeta Isaías para el final de los tiempos celebra la victoria de Dios sobre los poderes que esclavizan al hombre, proclamando su realeza universal. El lugar de este banquete, abierto a todos los pueblos, es también bastante significativo: se trata de Sión, lugar simbólico de la elección de Israel. En el banquete el Rey ofrece regalos a los invitados, a la usanza de los reyes y príncipes al ser entronizados. El primer regalo es su presencia, su manifestación a los pueblos que antes caminaban como ciegos: «Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos» (v. 7). A este don sigue otro más llamativo: aniquilará la muerte. A continuación Dios, amorosamente, enjugará las lágrimas de todos los rostros, consolará a todos de su dolor. ¡Éste es un tercer regalo personalizado! Esta esperanza estriba exclusivamente en la promesa de Dios y no en las conjeturas del hombre sobre su futuro, como subraya el v. 8: «Lo ha dicho el Señor». En este punto desborda el himno de alabanza por la victoria del Señor quien, aun antes de derrotar a los enemigos, se constituye en salvación del pueblo que ponga en Dios su esperanza: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación» (v. 9).
Evangelio: Mateo 15,29-37 29 Jesús partió de allí y se fue a la orilla del lago de Galilea; subió al monte y se sentó allí. 30 Se le acercó mucha gente trayendo cojos, ciegos, sordos, mancos y otros muchos enfermos; los pusieron a sus pies y Jesús los curó. 31 La gente se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos caminaban y los ciegos recobraban la vista; y se pusieron a alabar al Dios de Israel. 32 Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: -Me da lástima de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan por el camino. 33 Los discípulos le dijeron: -¿De dónde vamos a sacar en un despoblado pan para dar de comer a tanta gente? 34 Jesús les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: -Siete, y unos pocos pececillos. 35 Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo. 36Tomó los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y se los iba dando a los discípulos, y éstos a la gente. 37 Comieron todos hasta saciarse, y recogieron siete cestos llenos de los trozos sobrantes.
*•• El marco que encuadra el episodio de la segunda multiplicación de los panes es el de Jesús misericordioso que cura a los enfermos (v. 30) y que da a todos su alimento, signo del banquete mesiánico. Su misericordia es la que se da cuenta de lo que los discípulos no advierten: el hambre y debilidad de sus oyentes. Por eso Jesús, antes de actuar, convoca a sus discípulos, para que participen en su visión compasiva con los pobres y necesitados (v. 32). El hecho de que poco antes el evangelista nos haya narrado un viaje de Jesús a tierra extranjera (cf. Mt 14,13-21) nos hace pensar que el gentío le sigue desde lejos y pertenecía al mundo pagano. Mateo, aun siendo consciente de que la misión universal es postpascual (cf. Mt 28,18-20), quiere subrayar la misericordia de Dios que se manifiesta en Jesús y se proyecta a todos los pueblos. En la primera multiplicación (Mt 14,13-21) Jesús se manifestó como el buen Pastor de Israel, haciendo visible la fidelidad de Dios con su pueblo. Ahora son todos los que son invitados al banquete mesiánico, incluso los paganos por la misericordia de Dios. El pan que reparte recuerda el banquete en el que hay sitio para todos: el número «siete» de las cestas de pan sobrante, como el número «cuatro mil» de los comensales (los cuatro puntos cardinales), simboliza también el tema de la salvación universal que lleva a cabo Jesús.
MEDITATIO Las lecturas bíblicas nos ofrecen una ilustración coherente del rostro de Dios, que viene a sanar nuestra humanidad herida y a saciar nuestras ansias de salvación. Aparece el retrato de la espera de esa salvación que sólo Dios puede conceder, iluminando nuestros corazones asediados por la ignorancia de Dios y por el desaliento. De hecho, nos reconocemos en el hambre de salvación de la multitud de pobres y enfermos que se agolpan en torno a Jesús. Aparece la imagen de un Dios anfitrión que prepara el banquete para todos y nos ama a cada uno de nosotros con un amor personal que llega hasta a enjugar las lágrimas de cada rostro. El misterio de la misericordia divina asume para nosotros los rasgos del rostro y gestos de Jesús que sana a los enfermos y sacia con su pan a la multitud hambrienta que le sigue desde hace días. En la hondura de esta compasión de Jesús se nos hace visible el rostro de un Dios médico que cura nuestra humanidad cansada, desmayada y enferma. En él encuentro al divino y generoso anfitrión que me acoge a su mesa y me declara lo importante y precioso que soy a sus ojos.
ORATIO Señor Jesús, venimos a ti, fatigados por nuestras limitaciones, afligidos por nuestras culpas, desilusionados de tantas "mesas" en las que no saciamos nuestra hambre ni apagamos nuestra sed. Te pedimos nos consueles y cures con tu amor, que nos sacies con tu pan y que apagues nuestra sed en la fuente de tu Espíritu. Acrecienta en nosotros la feliz esperanza, la tensión por el banquete de vida plena y definitiva que, con el Padre, preparas para todos los pueblos. Te bendecimos por tu compasión con los pobres y enfermos con la que nos revelas la bondad misericordiosa del Padre. Te bendecimos también por el pan de cada día, signo de tu solicitud con nosotros. Te pedimos que refuerces nuestra caridad para que, en nuestro compartir y en el servicio, podamos ser auténticos testigos de tu gran corazón de pastor que sana y apacienta sus ovejas.
CONTEMPLATIO ¡Oh pan dulcísimo!, cura el paladar de mi corazón para que guste la suavidad de tu amor. Sánalo de toda enfermedad, para no guste otra dulzura fuera de ti, no busque oro amor fuera de ti ni ame otra belleza fuera de la tuya, Señor hermosísimo. Pan purísimo que contiene en sí toda dulzura y todo sabor, que siempre nos fortaleces sin que disminuyas: haz que pueda alimentarse de ti mi corazón y la intimidad de mi alma se colme de tu dulce sabor. Que se alimente de ti el hombre que peregrina todavía, para que, recreado con este viático, no desfallezca a lo largo del camino. Que pueda llegar con tu auxilio por la senda recta a tu Reino: allí ya no te contemplaremos en el misterio, como ahora, sino cara a cara. Y nos saciaremos de modo maravilloso sin que volvamos a tener hambre o sed por toda una eternidad (Juan de Fécamp, Oración para recitarla antes de Misa, 10-11, passim).
ACTIO Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «Me da lástima de esta gente» (Mt 15,32).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Buscas maneras de encontrar a Jesús. Intentas conseguirlo, no sólo en tu mente sino también en tu cuerpo. Buscas su afecto y sabes que éste implica a su cuerpo lo mismo que al tuyo. Se hizo carne por ti, para que tú pudieras encontrarle en la carne y recibir su amor en ella. Pero hay algo en ti que impide ese encuentro. Hay todavía mucha vergüenza y mucho sentido de culpabilidad en tu cuerpo, bloqueando la presencia de Jesús. Cuando estás en tu cuerpo, no te sientes realmente en casa; vives como arrojado en él, como si no fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficientemente puro para encontrarte con Jesús. Cuando examinas con atención tu vida, te das cuenta de hasta qué punto se ha visto llena de miedos, especialmente de miedo a las personas con autoridad: tus padres, profesores, obispos, directores espirituales, incluso de miedo a tus amigos. Nunca te consideras igual a ellos y te colocas debajo cuando te encuentras delante de ellos. Durante la mayor parte de tu vida has sentido como si necesitaras su permiso para ser tú mismo (...). No podrás encontrarte con Jesús en tu cuerpo mientras éste siga con montones de dudas y miedos. Jesús vino para librarte de esos lazos y crear en ti un espacio en el que pudieras estar con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios. No desesperes pensando que no puedes cambiar después de tantos años. Sencillamente entra en la presencia de Jesús como eres y pídele que te dé un corazón libre de todo miedo en el que él pueda estar contigo. No puedes hacerte a ti mismo diferente. Jesús vino para darte un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mente nueva y un cuerpo nuevo. Deja que él te transforme por su amor y te permita recibir su afecto en todo tu ser (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 54-55). |
Jueves 1º de Adviento o 3 de diciembre, conmemoración de San Francisco Javier
Francisco Javier nació el 7 de abril en Javier (Navarra). Ya maestro de Filosofía y profesor en la Universidad de París, abandonó una prometedora carrera para seguir a Ignacio en la fundación de la Compañía de Jesús. Tras ser ordenado sacerdote, fue enviado como misionero a la India. Desde 1542 ejerció una inmensa actividad apostólica a lo largo de las costas de la India, en Malaca, en las islas Molucas (Indonesia) y en Japón. Murió el 3 de diciembre de 1552 en la isla de Sanciono, frente a China, a donde quería entrar para llevar el Evangelio. El amor a Dios y el celo apostólico cualificaron su vida y le convirtieron en el mayor apóstol de los tiempos modernos. Es patrono de las misiones y modelo de los misioneros.
LECTIO Primera lectura: Isaías 26,1-6 1 Aquel día se cantará este cantar en la tierra de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte; Dios la ha protegido con fortificaciones y murallas. 2 ¡Abrid las puertas, para que entre el pueblo justo, que se ha mantenido fiel! 3 Está firme su ánimo, mantiene la paz, porque ha puesto en ti su confianza. 4 ¡Confiad siempre en el Señor, que el Señor es la roca perpetua! 5 Doblegó a los que habitaban en lo alto; derribó a la ciudad encumbrada, la derribó hasta el suelo, la arrojó en el polvo, 6 y será pisoteada por los humildes, por los pasos de los pobres».
**• El himno de acción de gracias del profeta es muy denso teológicamente hablando y se expresa en la doble proclamación del auxilio del Señor que da un sólido sostén a la ciudad «fuerte» de Jerusalén (v. 1), en oposición a la soberbia Babilonia. El himno lo cantan los habitantes de la ciudad, que necesita ser reconstruida y levantar murallas garantes de su seguridad. Pero a veces las "murallas" no sólo defienden de los enemigos; pueden convertirse en una especie de defensa del propio bienestar, en barrera contra los humildes. Aparece una imagen muy bella en la que el profeta invita a abrir las puertas de la ciudad donde mora un pueblo no encerrado en sus propias seguridades, sino abierto al mundo. La ciudad se convierte en refugio también para otros, llamados «pueblo justo» (v. 2). La descripción de la gente que puede entrar en la ciudad en busca de refugio nos lleva a pensar que los moradores, sus habitantes, no son habitualmente ni justos, ni fieles, ni interiormente seguros. Se invita a ese grupo étnico unido por vínculos de sangre, de autoridad e historia común a abrirse al «pueblo justo», «que se ha mantenido fiel» (v. 2). Solamente así, con esta apertura al otro, al pobre, los habitantes de la ciudad encontrarán la verdadera salvación y seguridad.
Evangelio: Mateo 7,21.24-27 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 21 -No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. 24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca. 25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. 27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa, y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.
*» Las dos imágenes evangélicas antitéticas del hombre prudente y del hombre necio y de los dos resultados contrapuestos corresponden a las fórmulas de la alianza de Dios con Israel, fórmulas que -según los diversos testimonios del Antiguo Testamento- concluyen siempre con una serie de bendiciones y maldiciones. Las frases conclusivas del sermón de la montaña nos dan a entender que bendición y maldición, salvación o destrucción no nos vienen dadas del exterior; son más bien la manifestación de la diversa consistencia del actuar humano y del cimiento en que se funda. Naturalmente que cuesta más construir sobre roca (v. 27), es mucho más cómodo edificar sobre extensas llanuras de arena, pero tales construcciones sin cimientos sólidos están destinadas a ser arrasadas por aguaceros y ventoleras (v. 27), Por consiguiente, es capital la calidad del cimiento; sólo apoyando las obras propias en una Palabra imperecedera de verdad es como la vida humana logra su realización, prescindiendo de exterioridades: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos» (v. 21). Ésta fue la tentación por parte de los carismático-entusiastas de la comunidad primitiva tendente a buscar obsesivamente milagros y manifestaciones espectaculares. Estos grupos olvidan que sólo una obediencia filial y seria a la voluntad del Padre indica la calidad del seguimiento de los discípulos de Jesús (cf. Mt 7,21-23).
MEDITATIO Francisco Javier se quedaría, a buen seguro, de piedra al ver que hoy ninguna parte del mundo dista más de treinta horas de vuelo de otra y que la comunicación telemática es prácticamente instantánea, siendo que él tenía que viajar durante meses sólo para desplazarse de una ciudad a otra de la India y que recibía una carta al año de su superior san Ignacio. Ahora bien, tras esa primera impresión, y con la tenacidad que le caracterizaba, unida a sus modales tan amables, probablemente nos recordaría nuestro primer compromiso como cristianos: la difusión del Evangelio. En un mundo donde los ídolos del dinero y del poder encuentran cada día a personas dispuestas a matar y a morir, ¿estamos nosotros preocupados de verdad por dar testimonio del Evangelio con nuestra vida? ¿Es importante para nosotros que todos puedan saborear la Buena Noticia? ¿Estamos animados, como el santo misionero jesuíta cuya memoria celebramos hoy, por el deseo irrefrenable de dar a conocer a Cristo Salvador en los lugares donde transcurren nuestros días, en el trabajo, en la escuela, en la familia, en el mundo? Se trata de una tarea difícil, pues nuestra fe se muestra a menudo débil frente al miedo de vernos ridiculizados en público por nuestro vivir, que ya no está de moda. Francisco Javier tampoco nació santo, también él estuvo marcado como nosotros por el pecado, y su santa obra en la difícil tierra asiática no estuvo, ciertamente, exenta de errores. Sin embargo, Francisco se dejó iluminar por el Espíritu Santo, permitió a Cristo habitar en su corazón inquieto y fue conducido por Dios Padre por los caminos del mundo, sintiéndose capaz de todo «en aquel que me da la fuerza». Nuestra fe, a menudo tan opaca y apagada, recibe brillantez y pasión de la figura y el ejemplo de este santo, ¿que nos incita a convertir nuestra vida en un testimonio viviente de la Buena Noticia: Dios, que lo puede todo, nos llama a ser sus hijos.
ORATIO Os ruego, ángel bienamado a cuya custodia he sido confiado, que estéis siempre dispuesto a socorrerme. Presentad mis oraciones al oído misericordioso de Dios, nuestro Señor. Que él me conceda, por vuestra mediación, la gracia de hacer el bien y de perseverar hasta el fin. Alejad de mí, por la fuerza de Dios omnipotente, toda tentación de Satanás, y que lo que no merecen mis acciones, viciadas siempre por algún mal, me lo obtengan vuestras plegarias ante Dios. Y que cuando esta vida haya llegado a su término, no permitáis que los demonios me aferren ni me dejéis caer en la desesperación. No me dejéis sin haberme conducido a la visión beatífica de Dios, para gozarme siempre con vos, con la bienaventurada María, Madre de Dios, y con todos los santos. Amén.
CONTEMPLATIO Me he debatido en muchos peligros durante esta travesía [...]. He visto derramar muchas lágrimas a bordo. Dios nuestro Señor quería someternos a prueba a través de estos peligros, demostrarnos que por nuestra parte somos impotentes si confiamos sólo en nuestras fuerzas o si basamos nuestra confianza en las cosas terrenas, y demostrarnos también todo nuestro poder cuando, abandonando fatuas esperanzas, nos dirigimos con fe al Creador del mundo, que nos hace fuertes, hasta el punto de poder hacer frente a los peligros a los que su amor nos ha expuesto. Los que se encuentran frente a tales peligros y los afrontan en su nombre se dan cuenta, sin el menor asomo de duda, de que todo lo creado obedece al Creador y saben que el consuelo divino en esos momentos es mayor que el temor a la muerte, pues la vida del hombre debe tener también un fin. Cuando los temores y los peligros han pasado, no es posible describir los momentos vividos, aunque queda el recuerdo de que no podremos dejar de servir a tal maestro, ni en el presente ni en el futuro, esperando que el Señor, cuya misericordia no conoce límites, nos dé siempre la fuerza de servirle (J. Brodrick, San Francesco Saverio, Parma 1961, p. 211 [edición española: San Francisco Javier, Espasa-Calpe, Madrid, s.f).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Todo lo puedo en aquel que me da fuerza» (Flp 4,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Pero la respuesta raramente resulta difícil al primer llamamiento. La dificultad llega más tarde, cuando los errores, el cansancio, los fracasos y el decaimiento han invadido el alma del apóstol. Se había disparado como una flecha: «Vais a ver lo que vais a ver. Ellos (los viejos) no comprendieron nada». Pero un día, como el profeta Elías, se comienza a murmurar: «Basta, Yavé! Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres» (1 Re 19,4). [...] Al apóstol le sucede lo mismo que al profeta: su verdadera respuesta, su verdadero compromiso, no vienen sino en un segundo tiempo. [...] [...] Lejos de ser una contraindicación, la prueba del acerbo descubrimiento de nuestra incapacidad fundamental constituye el auténtico punto de partida: lo anterior no había sido más que un galope de ensayo, cuyo aspecto brillante ocultaba su fragilidad. Dios tiene su método, y raramente lo cambia. [...] Es capital para los apóstoles comprender la necesidad de esta purificación: Dios prende en nosotros una llama, pero es preciso que ésta consuma primero b más humano de cuanto hay en nosotros, nuestras atracciones, nuestra naturaleza, nuestras inclinaciones. No es que la naturaleza y la inclinación de nuestras actitudes sean malas; Dios elige a sus servidores y los califica, pero es necesario que todo eso desaparezca en una alquimia misteriosa hasta tener como único motivo de acción el llamamiento de Dios, que envía: «In nomine Domini» (la divisa de Pablo VI) (J. Loew, Perfil del apóstol de hoy, Verbo Divino, Estella 31969, pp. 32-34, passim).
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Viernes de la primera semana de adviento o 4 de Diciembre, conmemoración de San Juan Damasceno
Primera lectura: Isaías 29,17-24 Así dice el Señor: 17 Dentro de muy poco tiempo, el Líbano se convertirá en vergel, y el vergel se convertirá en bosque. 18 Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad; 19 volverán los humildes a alegrarse con el Señor y los más pobres exultarán con el Santo de Israel; 20 porque habrá desaparecido el tirano, y no quedará rastro del fanfarrón, y serán exterminados los que hacen el mal; 21 los que por una minucia acusan a otro, los que impiden al juez hacer justicia y hunden al inocente en la miseria. 22 Por eso, así dice el Señor, que rescató a Abrahán, a la estirpe de Jacob: «Ya no se avergonzará Jacob, ni su rostro se sonrojará, 23 pues cuando vea lo que he hecho por él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob, y respetará al Dios de Israel». 24 Los insensatos aprenderán sabiduría y los que murmuraban recibirán instrucción.
**• La obra de Dios y la gran transformación de la humanidad es el tema del presente himno isaiano que está unificado con la proclamación de un profundo cambio de situación, en oposición a la perversión que nos invade. La locución «aquel día» (v. 18) introduce, de hecho, una modificación profunda debida al Señor, que es quien ejecuta el paso de las tinieblas a la luz y cura una situación de ceguera profunda y de incomprensión, multiplicando sus maravillas ante el pueblo. Es fabulosa esta acción que destruirá los proyectos ocultos en los que el pueblo incrédulo basa su prudencia (cf. Is 29,15). Esta acción se lleva a cabo en tres ámbitos diversos: en la naturaleza (v. 17), en el campo de las enfermedades físicas (v. 18), y en el moral y religioso, en el que impera la justicia (w. 19-21). La salvación provoca ante todo el gozo de los «humildes» (v. 19). El término, cargado de valor teológico, no sólo sociológico, designa a los que en el momento de la angustia confían en el Señor perseverando en la espera de salvación que viene de él. Con el gozo de los necesitados y humildes y con la desaparición de los violentos, cínicos e impostores, la obra del Señor llega a su culmen, porque por ella se muestra a los ojos del pueblo creyente, que le reconoce como redentor de Abrahán y el santo de Jacob: «los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad» (v. 18).
Evangelio: Mateo 9,27-31 27 Al salir Jesús de allí, lo siguieron dos ciegos gritando: -Ten piedad de nosotros, Hijo de David. 28 Cuando entró en la casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:-¿Creéis que puedo hacerlo? Ellos dijeron: -Sí, Señor. 29 Entonces tocó sus ojos diciendo: -Que os suceda según vuestra fe. 30 Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó terminantemente: -Tened cuidado de que nadie lo sepa. 31 Pero ellos, nada más salir, lo publicaron por toda aquella comarca.
*» Una de las obras del Mesías consiste en dar vista a los ciegos, como signo de la salvación definitiva, anunciada por los profetas (cf. Is 29,18ss; 35,10; etc.). La narración de Mateo acerca de la curación de dos ciegos es del estilo típico del evangelista que tiende a reducir el elemento descriptivo para poner de relieve el tema de la autoridad de Jesús y la fe del discípulo o del beneficiario del milagro. La fe de quien busca la curación en Jesús se expresa sobre todo con el seguimiento (v. 27) y se convierte en súplica insistente, confiada. Los dos ciegos deben entrar en casa y acercarse a Jesús, como para sugerir que sólo se logra la luz de la fe si se entra en la comunidad creyente y si nos acercamos a él para entrar en comunión con su persona escuchando su Palabra. En esta casa aparece una especie de examen sobre la fe, entendida como confianza en el poder salvador de Jesús (v. 28). La palabra de curación que dirige a los dos ciegos es muy parecida a la dirigida al centurión (Mt 8,13), y parece establecer cierta proporcionalidad entre fe y curación, pero ante todo nos brinda una enseñanza a la comunidad para que supere la prueba necesaria de la fe con la oración, reconociendo que el socorro concedido es la respuesta a una súplica que brota de un corazón sincero.
MEDITATIO En la narración evangélica de la curación de los dos ciegos encuentro la parábola de la profunda transformación que la Buena Noticia obra en mí si la acojo con fe: el paso de la ceguera a un ver con ojos nuevos, no ofuscados. La vida vieja, existencia marcada por el pecado, me llevaba a una visión desenfocada de mí mismo, de los otros y de las situaciones de mi vida. La Buena Noticia, por el contrario, me ha abierto los ojos para ver mi ceguera, la necesidad de curación y salvación, que estaban ocultas. Como recuerda el evangelio de Juan, si creo ver, quedaré siempre en mi ceguera, porque permanece mi pecado (Jn 9,41). Si, por el contrario, como los ciegos de la curación de Mateo, pido al Señor que sane mi ceguera, recibo de él el don de la vista. Así comienzo a ver, primero un tanto borroso y luego más claramente, la acción del Señor en mi historia, en la de mis hermanos y hermanas. La fe en el Evangelio me lleva a discernir los signos luminosos de la venida de Dios en mi vida, precisamente donde de otro modo sólo aparecen fragmentos disgregados. Como los ciegos del evangelio me veo revestido de la piedad de Cristo, acogido en su casa, tocado por su mano misericordiosa. El evangelio me pone de manifiesto con nueva luz a los demás y aprendo a estimar lo que el mundo espontáneamente no aprecia: a los humildes, los pobres, los oprimidos.
ORATIO ¡En tu luz veremos la luz! Padre de la luz, no permitas que el poder de las tinieblas se apodere de nuestro corazón; abre con la gracia de tu Espíritu nuestros ojos. Cristo Jesús, verdadera luz venida a nuestro mundo para iluminarlo, sana nuestra ceguera, vence la oscuridad que nos asedia, para que aprendamos a ver las maravillas del amor de Dios con nosotros. Espíritu Santo, luz de los corazones, renueva nuestros ojos para que podamos comprender que tú no miras como mira el hombre, sino lo que Dios ama. Bienaventurada y Santa Trinidad, ilumínanos hasta lo más hondo para que nosotros, que en otro tiempo éramos tinieblas, podamos hoy resplandecer en el mundo como verdaderos hijos de la luz manifestando su fruto de bondad, justicia y verdad.
CONTEMPLATIO Ven, tú que anhelas mi pobre alma y mi alma te desea. Ven, oh Solo, del que está solo; porque, como ves, estoy solo. Te doy gracias, porque eres para mí un día sin atardecer, un sol sin ocaso... La luz ha vuelto a resplandecer para mí. La contemplo en claridad. Abre una vez más el cielo, disipa una vez más la noche. Una vez más descubre todo. Una vez más es contemplada ella sola. Y el que está sobre todo cielo, al que ninguno de los hombres ha visto jamás, éste se concentra una vez más en mi espíritu, en mí, en el cogollo de mi corazón -¡oh misterio sublime!- la luz desciende y me levanta sobre todo... En verdad, estoy aquí donde está la luz, sola y sencilla, y renazco a la inocencia contemplándola, sencillamente (Simeón el Nuevo Teólogo, Canti di amore, en M. Buber, Confessioni estatiche, Milán 1987, 74-75.82).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hijo de David, ten compasión de nosotros» (Mt 9,27).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Cuando los santos marchen cuando los santos marchen oh Señor, me iré yo con ellos cuando los santos marchen Cuando el sol no brille ya, cuando el son no brille ya, oh, Señor, me iré yo con ellos, cuando el sol no brille ya. Cuando la luna se extinga, cuando la luna se extinga, oh Señor, me iré yo con ellos, cuando la luna se extinga. Y las estrellas se borrarán, las estrellas se borrarán, oh Señor, me iré yo con ellos, y las estrellas se borrarán. Cuando el Señor los premie, cuando el Señor los premie, oh Señor, me iré yo con ellos. cuando el Señor los premie. Y un día tú los juzgarás, y un día tú los juzgarás, oh Señor, me iré yo con ellos, y un día tú los juzgarás. (Espiritual negro) |
Sábado de la primera semana de adviento
LECTIO Primera lectura: Isaías 30,19-21.23-26 Así dice el Señor, el Santo de Israel: 19 Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: se apiadará de ti al oír tu gemido, en cuanto te oiga, te responderá. 20 El Señor os dará pan en la aflicción, agua en la tribulación; tu Maestro no se esconderá ya, con tus ojos verás a tu Maestro; 21 cuando te desvíes a derecha o izquierda, oirás con tus oídos una palabra a la espalda: «Éste es el camino, seguidlo». 23 El Señor te dará lluvia para la simiente que siembres en tu tierra; y el alimento que produzca la tierra será abundante y suculento; aquel día pastarán tus ganados en amplias praderas. 24 Los bueyes y asnos que trabajan la tierra comerán sabroso forraje, aventado con bieldo y pala. 25 En todo monte elevado, y en todos los altozanos habrá arroyos y corrientes de agua el día de la gran matanza, cuando las torres caigan. 26 El día que el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes, la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor.
*+• El profeta, dirigiéndose a la comunidad que ha experimentado momentos de gran tribulación y está reunida para el culto, desea reafirmarla en la eficacia de la oración dirigida al Señor. Si sabe esperar en Dios, confiando totalmente en su Palabra, él sin duda escuchará los ruegos (v. 19). El hecho de orar al Señor no supone que éste preserve al pueblo de las dificultades, sino que en sus angustias experimentará al Dios del éxodo. La comunidad podrá vivir la presencia del Señor en medio de ella como el don de una enseñanza de vida: será como su «Maestro», le enseñará como hizo frecuentemente en el pasado. La enseñanza del Señor no excluye una severa disciplina («pan de aflicción» y «agua de tribulación»: v. 20), recordando la pedagogía divina manifestada en las pruebas del desierto. La ley de Dios no será un peso o imposición, sino un guía seguro del camino de la vida (v. 22), y como experiencia de verdadera libertad y plenitud, manifestada con la imagen de la abundancia de pastos y agua. La instrucción divina al corazón de la comunidad llevará a comprender lo saludable que resultó la corrección divina que no abandona al pueblo de la alianza en las tinieblas de la falsedad sino que lo cura y sana con la luz de su amor (v. 26).
Evangelio: Mateo 9,35-10,1.6-8 9.35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la buena noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias. 36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor. 37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos. 38 Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. 10.1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias. 2 Los nombres de los doce apóstoles son: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; 4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. 5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: -No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría. Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
**• Jesús prepara la misión de los Doce con su ejemplo de compasión con la gente manifestado en el curar sus enfermedades, y en el cargar con sus sufrimientos. Pero además de su ejemplo de verdadera misericordia, invita a los Doce a la oración (Mt 9,37). La exhortación a rogar al dueño de la mies que mande obreros a su mies es, ante todo, una invitación a compartir la pasión profunda, total, que Jesús tiene por el plan recibido del Padre. La oración les recordará que no son más que discípulos, no dueños de la mies. Su corazón estará libre de presunción y desaliento, porque sólo el dueño de la mies es quien dispone de los tiempos y de la fecundidad de la misión. Y, después de elegir a los enviados (cf. Mt 10,2-5), con vistas a la misión, Jesús les imparte algunas instrucciones sobre su actividad. Si el campo de acción de los Doce se limitará a Israel durante el tiempo de su vida terrena, es porque de este modo se significa la prioridad teológica de Israel como pueblo de la promesa y que la Iglesia debe reconocer. En cuanto al estilo de comportamiento, deberá ser como el de Jesús, es decir, de generosidad sin límites (v. 8b), en total sintonía con su Maestro. Se les manda proclamar la cercanía del reino de los cielos (v. 7), con signos concretos (curaciones, exorcismos: v. 8a) de liberación integral del hombre en nombre del que ejecuta la venida del reino de Dios a la vida de la humanidad.
MEDITATIO El profeta Isaías me recuerda que la súplica dirigida a Dios siempre es escuchada y Jesús me invita a llenar de contenido mi petición, no con mis sueños, sino con los deseos de su corazón. Pues bien, su deseo es que no se pierda la mies por falta de obreros. Con él debo rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su inmenso campo. Con la oración no pretendo convencer a Dios para que me escuche (él está siempre a la escucha); me abro al encuentro con el Señor que me libera, que actualiza conmigo los prodigios del éxodo y que, en su misericordia, se acerca a todo hombre o mujer para aliviar los sufrimientos, curar las heridas, para inyectar esperanza. Raramente, como sucede hoy, se tiene la posibilidad de experimentar de veras esta invitación de Jesús de invocar al Padre que mande obreros a su mies. Las necesidades de la evangelización son enormes, mientras los recursos humanos de la comunidad son, con frecuencia, demasiado precarios. Pero si miro la situación con los ojos de Jesús, no me siento impulsado por el desaliento sino por el conocimiento de que la misión cristiana encuentra su fuerza en la oración confiada y perseverante y en la fidelidad al mandato recibido del Señor. En la oración redescubro el sentido de la misión no como propaganda de ideas o modos de vivir, sino como participación profunda en el anuncio y en la práctica de la liberación de Jesús, quien visibiliza las entrañas de la misericordia del Padre.
ORATIO «La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (w. 37-38). Señor, hoy tu Palabra nos indica claramente cuál debe ser el objeto de nuestra oración. Nos pides sintonizar con tu compasión por nuestra humanidad que, frecuentemente, busca en vano un camino por recorrer. Tú nos invitas a mirar con tus ojos la mies ya madura, a preocuparnos profundamente por ella, para que no pierda la buena cosecha. Tú nos animas a creer en la eficacia de nuestra oración cuando nos dirigimos a ti. Confiando en tu promesa y obedientes a tu mandato, hoy te suplicamos que envíes numerosos y celosos obreros a tu mies. Concédenos vivir en plena comunión en el sacrificio de alabanza y en el servicio a los hermanos, para ser misioneros y testigos de tu evangelio.
CONTEMPLATIO Un fruto de la caridad: no deberíamos ser capaces de ver sufrir a nadie sin sufrir con él; no deberíamos ser capaces de ver llorar a nadie sin que nosotros lloremos. Es un acto de amor que nos hace adentrarnos en el corazón unos de otros y sentir lo que sienten, y no como aquellos insensibles al dolor de los afligidos y al sufrimiento de los pobres. ¡Qué sensible era el Hijo de Dios! Esa ternura le llevó a bajar del cielo; miraba a los hombres privados de su gloria; se conmovió de su desgracia. También nosotros debemos enternecernos ante los sufrimientos de nuestro prójimo participando en sus penas. ¿Cómo puedo sufrir con su enfermedad sino por una comunión recíproca con el Señor, que es nuestra cabeza? (Vicente de Paúl, Entretiens spirituels aux Missionnaires, París 1960, 689-691).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tu mayor miedo es no ser bienvenido. Este hecho está vinculado a tu miedo a nacer, a no ser bienvenido a esta vida, y a la muerte, a no ser bienvenido a la vida después de la muerte. Es el miedo, profundamente anclado en ti, de que hubiera sido preferible no haber nacido. Aquí estás enfrentándote al corazón de la lucha espiritual. ¿Te vas a entregar a las fuerzas de las tinieblas que te dicen que no eres bienvenido a la vida, o puedes confiar en la voz del que vino no a condenar sino a salvarte del miedo? Tienes que elegir la vida. En cada momento debes decidir confiar en la voz que te asegura: «Te amo. Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre» (Sal 139,13). Todo lo que Jesús te dice puede resumirse en estas palabras: «Sé consciente de que eres bienvenido». Jesús te ofrece su vida íntima con el Padre. Quiere que sepas todo lo que él sabe, y que hagas todo lo que él hace. Sí, quiere prepararte un lugar en la casa de su Padre. Recuerda constantemente que tus sentimientos de no ser bienvenido no vienen de Dios y no te dicen la verdad. El Príncipe de las Tinieblas quiere que creas que tu vida es una equivocación y que no hay hogar alguno para ti. Pero siempre que consientes que esos pensamientos te afecten, te pones en el camino de tu autodestrucción. Por eso debes desenmascarar sin descanso la mentira y pensar, hablar y actuar de acuerdo con la verdad de que eres absolutamente bienvenido (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor) |
Segundo domingo de adviento Año B o 6 de Diciembre San Nicolás de Bari
Es un santo que goza de una extensa e intensa devoción popular. Nació en Petara, Asia Menor, a finales del siglo III. Después de repartir sus bienes a los pobres, ingresó en la vida monástica y llegó a regir un monasterio. Al regreso de un viaje a Tierra Santa, fue elegido obispo de Mira, en Licia (hoy Turquía). El año 325 suscribió en el Concilio de Nicea la fe en la divinidad de Cristo. En la persecución de Galerio fue encarcelado y torturado por su fidelidad a la fe católica. Murió en Mira a la edad de 65 años entre el 345 y el 350. Las leyendas del siglo VI lo presentan como gran taumaturgo. En el mundo anglosajón, su fiesta, en la que se obsequia especialmente a los niños, se celebra con el nombre de «Santa Claus». El año 1087 su cuerpo fue trasladado a la ciudad italiana de Bari.- Oración: Imploramos, Señor, tu misericordia y te suplicamos que, por la intercesión de tu obispo san Nicolás, nos protejas en todos los peligros, para que podamos caminar seguros por la senda de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
LECTIO Primera lectura: Isaías 40,1-5.9-11 1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios, 2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados. 3 Una voz grita: «Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios». 4 Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane. 5 Entonces se revelará la gloria del Señor y la verán juntos todos los hombres -lo ha dicho la boca del Señor-. 9 Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén; álzala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios, 10 aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con él su salario, le precede la paga. 11 Apacienta como un pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres».
**• La conmovedora lectura de Isaías forma parte de una profecía proclamada en tiempos del retorno del exilio, cuando el edicto del rey persa Ciro permitió a los hebreos, desterrados en Babilonia, volver a su patria. El oráculo da paso a diversas voces: aparece el profeta que habla, están los oyentes a los que el profeta ordena ser mediadores de consuelo con la ciudad de Jerusalén, víctima de tantas humillaciones, finalmente la misma ciudad de Jerusalén (Sión) a quien se dirige en definitiva el mensaje. El mensaje central es la venida de Dios: «Aquí está el Señor» (v. 10). Sólo el Señor sabe verdaderamente consolar, y lo hace con dos actitudes: la primera, con su autoridad cambiando la suerte de este pueblo, eliminando la esclavitud (v. 2); la segunda, presentándose como pastor que guía su propio rebaño acomodándose al caminar de cada uno (v. 11: «Lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres». Sólo Dios puede consolar, pero los hombres deben ser portavoces y mensajeros de consuelo: «Consolad, consolad a mi pueblo... hablad al corazón de Jerusalén» (w. 1-2); los que anuncian el consuelo deben compartir la pasión de Dios por su pueblo y ser capaces de "hablar al corazón". El consuelo de Dios no excluye la parte correspondiente al hombre. Por eso se invita a «preparar un camino en el desierto»; literalmente hay que entenderlo como el camino que lleva a los hebreos desde el destierro de Babilonia a Jerusalén, pero la exhortación cobra un sentido más profundo: hay que abrir el corazón a Dios mediante un movimiento de auténtica conversión.
Segunda lectura: 2 Pedro 3,8-14 Queridos hermanos: 8 Una cosa, queridos, no se os ha de ocultar: que un día es para el Señor como mil años, y mil años como un día. 9 Y no es que el Señor se retrase en cumplir su promesa como algunos creen; simplemente tienen paciencia con vosotros, porque no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan. 10 Pero el día del Señor llegará como un ladrón. Y ese día, los cielos se derrumbarán con estrépito, los elementos del mundo se desintegrarán presa del fuego, y la tierra y todo lo que se haya hecho en ella quedará al descubierto. 11 Si todas las cosas van a desmoronarse de este modo, ¡qué conducta tan santa y tan religiosa deberá ser la vuestra, 12 mientras esperáis y apresuráis la venida del día de Dios! Ese día en que los cielos se desintegrarán presa del fuego y los elementos del mundo, abrasados, se derretirán. 13 Nosotros, sin embargo, según la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia. 14 Por tanto, queridos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad por vivir en paz con Dios, limpios e irreprochables ante él.
**• Las palabras de Pedro hoy están el relación con un problema concreto de la comunidad cristiana, creado por alguno que turba la fe de los creyentes al poner en duda la promesa de la vuelta del Señor, diciendo: «¿Dónde queda la promesa de su gloriosa venida?» (2 Pe 3,4). La objeción va incluso más allá cuestionando la consistencia misma de la Palabra de Dios, que parece que no hace cambiar nada en la historia humana: «¡Ya han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del mundo!» (3,4). La primera respuesta es una cita del Sal 90,4: «Para el Señor, un día es como mil años»; la espera de la vuelta de Jesús no es cuestión de cantidad, de días o siglos, sino de calidad del tiempo concedido a cada uno. Desde el punto de vista de Dios, el tiempo humano no es la suma de los días de su vida, sino que es el año de gracia concedido para la conversión (cf. Le 4,19 y 13,8), es «un día solo», es un tiempo unificado por la única preocupación que lo debe llenar: la de serle fieles. Los días concedidos al hombre son un tiempo disponible para la conversión que Dios quiere ofrecer a todos, pero los que piensan que no necesitan conversión no saben acoger esta posibilidad que se les brinda y piensan que retrasa su intervención en vez de considerar la paciencia divina (v. 9). Del mismo modo, también las imágenes cosmológicas que siguen: «El cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra se consumirá...» (w. 10.12), más que describir con anticipación y literalmente lo que sucederá a la tierra, quieren afirmar que Dios aniquilará la maldad de este mundo, que lo renovará hasta sus raíces y se producirá una nueva situación (los cielos nuevos y la nueva tierra).
Evangelio: Marcos 1,1-8 1 Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. 2 Según está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. 3 Voz del que grita en el desierto: ¡Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos! 4 Apareció Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y, después de reconocer sus pecados, Juan los bautizaba en el río Jordán. 6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba una correa de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. 7 Esto era lo que proclamaba: -Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. 8 Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
**• Para Marcos el evangelio de Jesús, que es Cristo e Hijo (v. 1), no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos, el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (w. 2-3), ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente meditando incesantemente las páginas de las que Dios ya había hablado. Las palabras que relata Marcos citando a Isaías, aluden a un camino que hay que preparar: el camino de Dios hacia su pueblo y el camino del pueblo hacia Dios. Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (w. 4.7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la predicación moral como, sobre todo, en la necesidad de esperar a "otro", uno que debe venir de parte de Dios. El tercer elemento es el mismo pueblo que, por la predicación de Juan, camina penitente hacia el desierto, como el pueblo del éxodo (v. 5). Por consiguiente, está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición: que el hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión. Y caminando juntos hacia el lugar donde resuena la Palabra de Dios es como el pueblo podrá reconstruirse.
MEDITATIO Una metáfora domina las lecturas de hoy: es la del "camino". Correlativa a la del camino, aparece la idea de Iglesia como nuestro ser pueblo que se forma poniéndose en camino. Isaías se dirige a un pueblo desconfiado, con necesidad de consuelo y ayuda para ponerse en marcha; necesitamos profetas capaces de hablar al corazón, profetas de confianza, no de desventuras. Ante la devastación de nuestras conciencias, bombardeadas por mensajes negativos y nihilistas, es importante para cada uno de nosotros el aliento que nos llega del mensaje profético. También las palabras del Bautista apuntan en esta dirección, preparando nuestro corazón a la venida del que bautizará con Espíritu. Ciertamente su figura austera y penitente no deja de ir contra nuestro estilo de vida cuando ya no sentimos necesidad de conversión: una consolación "barata" no nos enriquecería con frutos duraderos. Es indispensable sobre todo nuestro testimonio inspirado en una fe honda en la salvación que nos ofrece Dios, nuestro querer ser pueblo de Dios atraídos por la promesa del Bautista, para después convencer a los demás de la salvación inminente. Por otra parte, siempre nos acuciará la pregunta de los escépticos: ¿es que vale la pena? La Palabra de Dios nos responde que sí vale la pena. La carta de Pedro nos recuerda que éste es un tiempo lleno de la presencia de Dios y sólo podemos verlo así creyendo de verdad y comprometiéndonos con nuestra existencia: la promesa de «cielos nuevos y tierra nueva» genera en el que cree una vida de auténtica santidad, y ella misma es anuncio y signo tangible de aquel mundo nuevo.
ORATIO Tú nos hablas, Señor, a través de los profetas totalmente inmersos en las vicisitudes de su pueblo y de su tiempo capaces de estar solos o de ir al desierto a proclamar la Palabra a los que le siguen. Tú nos hablas, Señor, por los testimonios dispuestos a compartir las angustias de sus hermanos, los temores y dramas de los hombres y llenos de fe para indicar tu presencia activa, tu promesa suscitadora de vida. Tú nos hablas, Señor, por hombres que saben oponerse valientemente a las modas, costumbres, prejuicios, tópicos de sus contemporáneos y a la vez solidarios en el buscar tu rostro que salva, en el hablar al corazón del que desespera. Te rogamos mires a tu Iglesia, la Iglesia de nuestros días, a nosotros que somos tu pueblo, constituidos por tu gracia en profetas y testigos de tu verdad: concédenos ser mediadores de tu consuelo en el momento mismo de denunciar las hipocresías propias y ajenas. En el desierto de nuestra sociedad haz resonar tu Palabra, para que también "salgamos", confesando nuestros pecados para ser de nuevo inmersos en la gracia de tu Espíritu.
CONTEMPLATIO ¡Oh grandeza del amor, por el que amamos a Dios, lo preferimos, nos dirigimos a él, le alcanzamos, lo poseemos! Si me pregunto por tus características, caigo en la cuenta de que eres el camino maestro, que acoge, dirige y guía a la meta; eres el camino del hombre a Dios y el camino de Dios a la humanidad. ¡Oh camino feliz, sólo tú conociste el cambio de grandes bienes, por los que vino nuestra salvación! Tú has conducido a Dios hacia los hombres, tú diriges los hombres hacia Dios. Él descendió por este camino cuando vino a nuestro encuentro; nosotros lo recorremos hacia arriba, cuando vamos hacia él: ni Dios podía venir a nosotros, ni nosotros podíamos ir a él, sino por medio del amor. No sé cuál sea el mayor elogio que se pueda decir de ti, si afirmar que has hecho bajar a Dios del cielo, o que has elevado al hombre de la tierra al cielo; grande es tu poder, si por tu medio Dios se ha humillado tanto y el hombre ha sido ensalzado tanto (Hugo de San Víctor, In lode del divino amore, Milán 1987, 280-281).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Si la paciencia es la madre de la espera, es la misma espera la que produce nuevo gozo en nuestras vidas. Jesús nos ha hecho entrever no sólo nuestros sufrimientos sino también lo que está más allá de ellos. «También vosotros ahora estáis tristes, pero os veré de nuevo y vuestro corazón se llenará de gozo». Un hombre, una mujer que no alimentan su esperanza en el futuro, no están en disposición de vivir el presente con creatividad. La paradoja de la espera está precisamente en el hecho de que los que creen en el mañana están en disposición de vivir mejor el hoy; que los que esperan que de la tristeza brote el gozo están en disposición de descubrir los rasgos inaugurales de una vida nueva ya en la vejez; que los que esperan con impaciencia la vuelta del Señor pueden descubrir que él ya está aquí y ahora en medio de ellos (...). Precisamente en la espera confiada y fiel del amado es donde comprendemos cómo ya ha llenado nuestras vidas. Como el amor de una madre por su propio hijo puede crecer mientras espera su regreso, como los que se aman pueden descubrirse cada vez más durante un largo período de ausencia, así nuestra relación interior con Dios puede ser cada vez más honda, más madura mientras esperamos pacientemente su retorno (H. J. M. Nouwen, Forza dalla solitudine, Brescia 1998, 59-62). |
Lunes de la segunda semana de adviento o 7 de diciembre, festividad de San Ambrosio Ambrosio, miembro de una noble familia cristiana de origen romano, nació en Tréveris (en la antigua Galia) en torno a los años 337-339. Tras la muerte de su padre, fue a Roma y se dedicó con pasión a los estudios e ingresó en la administración pública. Hacia el año 370, fue enviado a Milán, donde, a la muerte del obispo arriano Ausencio, se habían encendido ásperos tumultos por el nombramiento del sucesor. La obra de pacificación de Ambrosio fue tan persuasiva que fue aclamado obispo por todo el pueblo, tanto por los católicos como por los arríanos. Siendo todavía catecúmeno, recibió el bautismo, y una semana más tarde, la consagración episcopal: era el año 374. Como pastor ejemplar, se mostró incansable a la hora de alimentar al rebaño con el pan de la Palabra de Dios, asiduo en la atención a la liturgia, indómito en la defensa de la libertad de la Iglesia. Figura entre los grandes doctores de la Iglesia de Occidente. Murió en Milán el año 397.
LECTIO Primera lectura: Isaías 35,1-10 1 Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá; florecerá como el narciso, 2 se regocijará y dará gritos de alegría; le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. 3 Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes, 4 decid a los cobardes: «¡Ánimo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros». 5 Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, 6 brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa; 7 el páramo se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantial. En el cubil de los chacales brotarán cañas y juncos. 8 Cruzará por allí una calzada cuyo nombre será «Vía Sacra». Los impuros no pasarán por ella. Él mismo guiará al caminante, y los inexpertos no se extraviarán. 9 No habrá en ella leones, ni se acercarán las bestias feroces. Los rescatados caminarán por ella, 10 por ella volverán los liberados del Señor. Llegarán a Sión entre gritos de júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría los acompañarán, la tristeza y el llanto se alejarán.
*»• En la breve escatología profética de este capítulo isaiano encontramos un auténtico "canto a la alegría" por la renovación cósmica y sobre todo antropológica que afecta a la debilidad del cuerpo mutilado y del ánimo apocado. Se trata de una renovación que lleva a cabo el Señor, creador y salvador. No se trata simplemente de una celebración de la vuelta de los deportados, sino de una proclamación de fe que reconoce en el actuar del Señor el cumplimiento de los más auténticos deseos humanos, ese anhelo de felicidad que alberga en lo hondo del corazón. Este regocijo contrasta con el árido desierto y la estepa. Es la oposición entre el gozo que viene del Señor y que atraviesa, riega y vivifica toda la existencia, y el dolor y la aflicción que han pesado sobre el pueblo durante el destierro. El motivo último de la alegría es la intervención del Señor, que ha dado un vuelco a la historia y ahora guía a su pueblo por un sendero seguro. Con la ayuda del Señor, el camino del pueblo es ágil, hasta tal punto que los cojos no sólo caminan, sino que «brincan», y los mudos no sólo hablan sino que «cantan». La belleza poética del texto va a la par con su profundidad teológica al releer el texto a la luz del Nuevo Testamento. Dios mismo se ha acercado a nosotros, ha cargado con nuestras miserias, ha dado un vuelco a la historia muriendo por los hombres.
Evangelio: Lucas 5,17-26 17 Un día, mientras Jesús enseñaba, estaban allí sentados algunos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a realizar curaciones. 18 En esto, aparecieron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y querían introducirlo para ponerlo delante de Jesús; 19 pero, como no veían la manera de hacerlo a causa del gentío, subieron a la terraza, lo bajaron por el techo en la camilla y lo pusieron en medio, delante de Jesús. 20 Viendo la fe que tenían, Jesús dijo: -Hombre, tus pecados quedan perdonados. 21 Los maestros de la ley y los fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?». 22 Pero Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: -¿Qué es lo que estáis pensando? 23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados quedan perdonados; o decir: Levántate y anda? 24 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió hacia el paralítico y le dijo: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. 25 Él se levantó en el acto delante de todos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, alabando a Dios. 26 Todos quedaron atónitos y alababan a Dios, llenos de temor, diciendo: -Hoy hemos visto cosas extraordinarias.
*•• Los espectadores del presente episodio evangélico se quedan sorprendidos por el hecho de que Jesús, ante este enfermo, que le presentaron de un modo un tanto rocambolesco, no lo curara inmediatamente, sino que le dirigiera unas palabras de perdón: «Hombre, tus pecados quedan perdonados» (v. 20). Sin embargo, el mismo texto evangélico proporciona un indicio que ayuda a superar el asombro: «Jesús, viendo la fe que tenían, dijo...». El evangelista nos indica con este detalle que es a la «fe» de estos camilleros que no se detienen ante ningún obstáculo a los que Jesús puede decir algo semejante. Sólo quien tiene fe sabe reconocer que el problema más grave del hombre es el pecado. Para eliminar de los hombres esta ceguera Jesús está como obligado a hacer el milagro (v. 22). Ciertamente la objeción secreta de los escribas parece oportuna, pero enmascara su indiferencia, su sentirse superiores a los demás. A juicio de los escribas, Jesús es un blasfemo porque se arroga un poder que compite sólo a Dios (v. 21). Pero tales pensamientos y su reto interior a Jesús les impiden ver dos cosas: cuál es el verdadero mal que aflige al enfermo y el hecho de que Dios no es celoso de su poder de perdón. Con la venida de su Reino desea provocar una práctica profunda y universal de perdón, teniendo como modelo y fuente el perdón que el Hijo del hombre ha venido a traer (v. 24). Esto es lo que debe suscitar la alabanza, indicada puntualmente por Lucas, el evangelista de la oración.
MEDITATIO Jesús es el buen pastor, el único: sólo él apacienta el rebaño, pero lo hace personificándose en cada pastor (Agustín de Hipona). Ambrosio constituye, indudablemente, una de las más luminosas imágenes de Cristo por su incansable entrega pastoral. Él, que con impulso apasionado irrumpe con el arrollador «Cristo es todo para nosotros», no vacila en dirigirse a sus fieles exclamando: «Vosotros lo sois todo para nosotros». Totalidad de un amor que abarca, sin distinciones, a Cristo y a la Iglesia, la Cabeza y los miembros: un único cuerpo místico. Ambrosio ha contemplado el misterio de la Iglesia con una inteligencia de fe y de amor, y la ha visto bella en las almas, santa en la asamblea reunida en oración, fuerte en los mártires, resplandeciente de gracia en las vírgenes, revestida de humildad y debilidad en los pobres y en los pecadores. Y así la ha amado, con los mismos sentimientos de Cristo, y se «ha dado a sí mismo por ella, para santificarla y presentársela a sí mismo, el único Esposo, como virgen casta», íntegra en la fe, inmaculada en la caridad, libre de todo vínculo mundano. Fiel imagen del buen pastor, se mostró implacable y firme en defender el rebaño de los asaltos de la herejía, de la inmoralidad pagana y de todo tipo de tiranía, pero al mismo tiempo supo mostrarse como un padre tiernísimo, humilde y sencillo, atento y paciente sobre todo con las ovejas débiles y descarriadas. Su caridad pastoral todavía resplandece en la historia de la espiritualidad cristiana con el rostro benigno de la misericordia. Concédeme, Señor, la gracia de compartir con una comunión íntima el dolor de los pecadores: ésta es la virtud más elevada. Cada vez que se trate del pecado de quien ha caído, concédeme experimentar compasión, no reprocharle de manera altanera, sino gemir y llorar con él de suerte que sufra por otro y llore por mí mismo.
ORATIO En Cristo lo tenemos todo. Somos todos del Señor y Cristo es todo para nosotros: si deseas sanar tus heridas, él es médico; si estás angustiado por la sed de la fiebre, él es fuente; si te encuentras oprimido por la culpa, él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es poder; si tienes miedo de la muerte, él es vida; si deseas el paraíso, él es vía; si aborreces las tinieblas, él es luz; si andas en busca de comida, él es alimento. (Ambrosio de Milán, «Sobre la virginidad» 99.)
CONTEMPLATIO Bebe primero el Antiguo Testamento, para beber también después el Nuevo Testamento [...]. Bebe los dos cálices, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento, porque en ambos bebes a Cristo. Bebe a Cristo, que es la vid; bebe a Cristo, que es la roca de donde ha brotado el agua. Bebe a Cristo, que es la fuente de vida; bebe a Cristo, que es el río cuya corriente fecunda la ciudad de Dios; bebe a Cristo, que es la paz; bebe a Cristo, que es el vientre de donde brotan veneros de agua viva; bebe a Cristo para beber su discurso. Su discurso es el Antiguo Testamento, su discurso es el Nuevo Testamento. La Escritura divina se bebe, la Escritura divina se devora, cuando el jugo de l a palabra eterna desciende a las venas de la mente y a las energías del alma (Ambrosio de Milán, Comentario al salino I). Yo te esperaba, Señor Jesús, y por fin has llegado; has dirigido mis pasos con el Evangelio, has infundido en mi boca u n canto nuevo: el Nuevo Testamento (Ambrosio de Milán, «Comentario al salmo XXXIX», 3).
ACTIO Repite a menudo y medita durante el día esta frase de san Ambrosio: «Cristo es todo para nosotros».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Por encima de su rica aportación doctrinal, Ambrosio fue sobre todo pastor y guía espiritual. Sus orientaciones de vida nos ayudan también a caminar con más soltura hacia el objetivo que he señalado como prioritario en la celebración del primer año de preparación para el tercer milenio: el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos. Al respecto, escribí: «Es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria acogida del prójimo». En función de este exigente ideal de perfección, al que todos estamos llamados, deseo detenerme añora específicamente a reflexionar sobre la enseñanza espiritual del obispo de Milán. Para ilustrar el camino espiritual propuesto a la Iglesia y a cada cristiano, san Ambrosio recurre a las ricas imágenes que nos brinda el Cantar de los cantares: en el amor de los dos esposos ve representado tanto el matrimonio de Cristo con la Iglesia como la unión del alma con Dios. Dos escritos dedicó, en particular, a este tema: la amplia Expositio psalmi CXVIIIye\ breve tratado De Isaac ve/ anima. En el primero, comentando en íntima relación el salmo 118, con su prolongada meditación sobre la Ley de Dios, y amplios pasajes del Cantar de los cantares, el obispo enseña que la mística de la unión esponsal con Dios debe ser preparada por la disciplina de una vida virtuosa y que, al mismo tiempo, el compromiso moral del cristiano no es algo cerrado en sí mismo, sino que tiene como finalidad el encuentro místico con Dios (Carta apostólica del sumo pontífice Juan Pablo II en el XVI centenario de ¡a muerte de san Ambrosio, IV, 23-24).
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Inmaculada concepción de María
LECTIO Primera lectura: Génesis 3,9-15.20 9 Pero el Señor Dios llamó al hombre diciendo: -¿Dónde estás? El hombre respondió: 10 -Oí tus pasos en el huerto, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo. El Señor Dios replicó: 11 -¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer? 12 Respondió el hombre: -La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí. 13 Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: -¿Qué es lo que has hecho? Y ella respondió: -La serpiente me engañó, y comí. 14 Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: -Por haber hecho eso, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. 15 Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón. 20 El hombre puso a su mujer el nombre de Eva -es decir. Vitalidad-, porque ella sería madre de todos los vivientes.
**• En el capítulo tercero del Génesis se describe el drama más profundo de la humanidad: la caída original que introduce la muerte en la creación. Tras la consumación del pecado por Adán y Eva, hay un momento de silencio en el que se oye sólo a Dios acercarse por el jardín. No es precisamente motivo de fiesta y encuentro. Ahora Adán se oculta. Pero la voz le interpela: «¿Dónde estás?» (v. 9b). Adán sale de su escondite, pero no responde a la pregunta, mostrando que no está a la altura, no está ya en Dios. Sus palabras dan testimonio de esta triste realidad. En primer lugar declara abiertamente que le domina el miedo y la vergüenza: la criatura hasta hace bien poco libre se siente ahora esclava. Luego, indirectamente, manifiesta el estado de soledad en el que vive: la relación con la mujer y la creación, antes fundada en la amistad y la ayuda recíproca, ahora está sujeta al engaño, la sospecha, la oposición. Frente al Creador, que había gozado con la belleza de la creación, aparece un universo hecho trizas, radicalmente afectado por el mal. Después de escuchar a los tres culpables, Dios pronuncia la sentencia. El lector que ha seguido desde el comienzo el desarrollo del drama sagrado, esperaría la condena a muerte (de acuerdo con Gn 2,17). Por el contrario, se propone un castigo que aparece como un camino de purificación con vistas a una salvación prometida (v. 15). Dios, que comienza a revelarse como el Misericordioso, se ha puesto de parte del hombre contra la serpiente -símbolo del mal- que recibe la maldición. La humanidad será ciertamente herida, pero sólo en el calcañar, es decir, en una parte no vital y fácil de curar; la serpiente, por el contrario, será herida en la cabeza, derrotada definitivamente. Por eso se ha definido al v. 15 como "protoevangelio", primer anuncio de la victoria del hombre sobre el pecado y la muerte. La victoria se atribuye al «linaje de la mujer». La versión griega de los Setenta comprendió "linaje" en sentido individual y el primitivo cristianismo legó el texto en clave mesiánica, como profecía de la encarnación de Cristo. La Vulgata atribuye directamente la victoria a la mujer; de ahí la difundida representación de María aplastando con el pie la cabeza de la serpiente. Notemos, finalmente, el nombre nuevo que el hombre da a la mujer: Eva, madre de los vivientes (no de los mortales). Podemos ver aquí la prefiguración de María, la nueva Eva que cooperará en la obra de la restauración de la humanidad pecadora y Jesús la consignará como madre de la Iglesia naciente, justo en el momento de su muerte en la cruz.
Segunda lectura: Efesios 1, 3-6. 11-12
3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. 4 Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor. Llevado de su amor, 5 él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, 6 para que la gracia que derramó sobre nosotros, por medio de su Hijo querido, se convierta en himno de alabanza a su gloria. 11 En ese mismo Cristo también nosotros hemos sido elegidos y destinados de antemano, según el designio de quien todo lo hace conforme al deseo de su voluntad. 12 Así nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, seremos un himno de alabanza a su gloria.
**• La carta a los Efesios se abre con lo que se ha definido como el Magníficat de Pablo. Él que está viviendo sus duros años de prisión por la fe, en cuanto tiene ocasión de escribir a otros cristianos, deja brotar de su corazón un canto de bendición y alabanza a Dios, invocado no como «Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob», sino como «Padre de nuestro Señor Jesucristo». Cristo es el único Mediador. Cristo es el Mesías, plenitud de la espera de Israel. En el himno se exalta el plan de salvación, contemplado no siguiendo una exposición ordenada y doctrinal, sino cantado y admirado en sus múltiples facetas por quien experimenta su actuación a partir de la propia historia personal. Cuanto Pablo refiere de sí mismo, vale para cualquier cristiano y de modo preeminente para María. En ella se realiza en plenitud el plan divino de hacernos «santos e irreprochables ante él por el amor», es decir, consagrados exclusivamente a su servicio («santos»), separados de todo lo que es mundano y pecaminoso («irreprochables»). Todo esto no por la capacidad humana, sino por puro don. Ningún mérito, esfuerzo o ascesis podrían jamás reparar el mal que corrompe la humanidad desde sus raíces. La reparación sólo puede recibirse como «herencia», o sea, como un bien recibido gratuitamente, pero que nos hace responsables. María, la Virgen Inmaculada, no es un ser suprahumano, es la elegida para ser morada del Verbo, ha sido preservada del pecado original «en previsión a los méritos de Cristo Redentor» -como reza la definición del dogma- en razón de su propia vocación. Por María llega a cumplimiento el plan del que nos ha «predestinado a ser sus hijos adoptivos». Se trata de una expresión paulina, que recoge una buena noticia: la vida del hombre no ha sido abandonada a su suerte, ni está destinada a la nada; tiene un sentido: es vida de comunión con Dios, vida de plena libertad, en el amor, en la alabanza, en la gloria.
Evangelio: Lucas 1,26-38 26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María. 28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. 29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo. 30 El ángel le dijo: -No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. 31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. 32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin. 34 María dijo al ángel: -¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? 35 El ángel le contestó -El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. 36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril; 37 porque para Dios nada hay imposible. 38 María dijo: -Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices. Y el ángel la dejó.
**• Leyendo la perícopa de la anunciación en la solemnidad de la Inmaculada concepción, merecen particular atención dos expresiones del saludo del ángel Gabriel a María. Entrando en su presencia, la llama: «Llena de gracia». El término griego, kecharitoméne, explica bien el significado de la palabra: literalmente significa "la agraciada", que ha sido colmada de gracia. María es la criatura humana redimida por Dios de modo radical, perfecto. Su inmaculada concepción es obra de la gracia del Redentor, que en ella ofrece a todos los hombres la imagen y modelo de la vocación de la humanidad. Luego el ángel dice a María: «El Señor está contigo», usando la expresión tan frecuente en el Antiguo Testamento y que ha acompañado el caminar del pueblo elegido a lo largo de los siglos. El Señor siempre ha estado con su pueblo, aunque el pueblo no siempre ha estado con su Dios. Frecuentemente se alejó, dudó, se sintió abandonado, como en la ocasión emblemática de la rebelión en el desierto, llegando a su culmen en aquella pregunta: «¿Está Dios con nosotros, o no?» (Ex 17,7b). Aquí estas palabras asumen un sentido pleno, como si el ángel dijera: «Tú estás siempre con el Señor; tú estas unida a él en la medida en que es posible a una criatura». No se trata de un momento de gracia particular, que lentamente se debilita; al contrario, es una unión que se va haciendo más y más íntima. A las palabras del ángel -indica el evangelista- María «se turbó» (v. 29). No es el temor que tuvo Adán, consciente de su pecado; aquí se trata del sagrado temor ante la misteriosa realidad de Dios; es el sentimiento que invade tanto más a la criatura cuanto más pura es. En su perfecta humildad, María comprende la grandeza de la misión recibida, la gratuidad del don, la desproporción entre la propia debilidad y la omnipotencia divina. El sí que María da como respuesta resuena como la alabanza perfecta de la criatura, eco fiel del «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Sal 39,8) con el que el mismo Jesús se adhiere a la voluntad salvífica de Dios. En el encuentro de estas dos obediencias se cumple el plan de salvación.
MEDITATIO En la fiesta de la Inmaculada, más que hablar de María, sentimos el deseo de acercarnos a ella para que nos introduzca en el misterio de su virginidad, que es un misterio de silencio; en el misterio de su inocencia absoluta, que es un misterio de gozo. María ya está revestida con vestiduras de salvación, tiene su vestido blanqueado en la sangre del cordero antes de su nacimiento. El Padre, de algún modo, la ha bautizado de antemano en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo para presentarla al mundo tota pulchra, toda hermosa. La fascinación de María está en ignorar su propia belleza: su humildad, su transparencia que la hacen vivir mirando fuera de sí misma, toda donación. María, virgen y madre, imprime al misterio cristiano su aspecto más sugestivo y fascinante; es un nostálgico reclamo a la pureza, a la inocencia. Incluso el hombre más experimentado en el mal difícilmente puede sustraerse a la fascinante atracción de la inocencia y la virginidad. Nuestro amor a María esencialmente debe traducirse en el deseo de vivir profundamente, sinceramente, su misterio; deseo siempre más vivo, más hondo, de sumergirnos en su pureza, como un bautismo en su inocencia para salir purificados, revestidos con vestiduras de salvación. Para cualquier alma, el contacto con la Virgen santa es un contacto que purifica y salva. De algún modo, es ya un contacto con la humanidad del Señor que tomó carne en ella. Nosotros, que nos sentimos tan pobrecillos y frágiles, debemos lograr, por la fe, descubrir cada vez más el milagro de la presencia de María entre nosotros.
ORATIO Oh María, toda santa, todo el paraíso se goza en ti. Con tu belleza consoladora reafirma nuestro corazón para que sepamos comprender la esperanza a la que Dios nos ha llamado, el tesoro de gloria que nos espera en la eterna comunión de los santos. Oh María, icono de la interioridad, te miramos en tu humilde y fiel permanecer recogida bajo la mirada de Dios, abandonada al poder del Altísimo. Por tu maternal intercesión haz que se derrame abundantemente la gracia del Señor sobre nosotros que contemplamos el inefable misterio de tu belleza, para vivir también nosotros profundamente, allí donde mana con perenne juventud la fuente del amor. Oh Virgen purísima, que nos has engendrado en el Hijo unigénito de Dios, hijos tuyos de adopción, enséñanos el camino de la caridad sincera, del humilde servicio y del celo infatigable, para que también nuestra vida sea fecunda en la gracia a fin de que todos lleguemos a la presencia del Altísimo «santos e irreprochables por el amor».
CONTEMPLATIO Inmaculada es tanto como decir fulgor de aurora. Preservada inmune de la contaminación original, María fue llena de gracia desde el primer instante de su concepción. Ya desde el seno materno, el alma de María estuvo penetrada de luz divina; tras la noche de largos siglos transcurridos desde la culpa de los progenitores, se alza esta estrella matutina, límpida y pura, transparente e inviolada, mientras en el cielo apunta la promesa del inminente día. Inmaculada significa visión del paraíso. Aquella gracia, que a ella le fue concedida en grado perfecto y sobreeminente desde el primer instante de su existencia terrena y que a nosotros también nos es dada, si bien en medida ciertamente inferior, es solamente en prenda de la beatitud eterna; para el día en que caerán los velos de la fe, que esconden la visión de Dios, y contemplaremos cara a cara al Señor. La Inmaculada preanuncia el alba de aquel día eterno, y nos guía y sostiene en el camino que todavía nos separa de Él. A este último fin, coronación de la vida de gracia, deben tender los anhelos de nuestro corazón y los más generosos esfuerzos de fidelidad cristiana (Juan XXIII, Discurso del 7 de diciembre de 1959).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La aurora es un momento fabuloso: el que precede inmediatamente al salir el sol. Antes sólo eran tentativas. Un leve palidecer el cielo por oriente, apenas visible en la noche. Sigue un clarear creciente, lentamente al comienzo, luego más rápidamente, siempre más rápidamente. Finalmente un instante en el que el surgir de la luz es tan victorioso y ardiente, el esplendor tan cegador a los ojos habituados a la noche, que nos podríamos creer ante el mismo sol: apenas un instante después, como una llamarada, su luz arde en el hilo del horizonte. Y finalmente el sol. Hasta ese momento, nos podíamos haber engañado, pues ya se transparentaba en lo que sólo era la aurora. Lo mismo la Inmaculada concepción. Primero, a lo largo de los siglos precedentes, se trataba del alba de Cristo, de los comienzos de su pureza y santidad, ya maravillosos considerando que se realizaban en la naturaleza humana, pero aún oscuros respecto a El. María es el culmen de la aurora, el surgir del día. Pero su luz ilumina a todos. La Inmaculada concepción distingue a María de los demás humanos sólo para unirla más a Cristo, que pertenece a todos (...). Tras el decreto que estableció la venida de Cristo, se da esta larga preparación que ya la realiza ¡nicialmente y que llena toda la historia antigua de la humanidad. Ahora bien, toda esta preparación lleva a María, porque ella (...) es portadora de Cristo. La preparación es inmensa: es la única obra de Dios mismo en este mundo; se compromete con todo su amor: haciendo confluir, en virtud de su gracia, todo lo que en nuestros esfuerzos humanos hay de verdaderamente bueno: se plasma una naturaleza humana que será la suya. Llega un día en que todo está preparado. En la Virgen todo se reúne para pasar de ella al Hijo (...). María es la figura absoluta y total, y lo es para siempre, porque, siendo Madre de Dios, es la que une el Hombre-Dios con la humanidad (É. Mersch, La théologie duCorps mystique, I, Tournai 1944, 219-221).
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Miércoles de la segunda semana de adviento LECTIO Primera lectura: Isaías 40,25-31 25 ¿Con quién podréis compararme? -dice el Santo-. ¿Quién es semejante a mí? 26 Alzad los ojos allá arriba y mirad: ¿Quién ha creado todo esto? El que despliega en orden su ejército y llama a todos por su nombre. Tanta es su fuerza, tan grande es su poder, que no falta ni uno solo. 27 ¿Por qué, Jacob, andas diciendo, y tú, Israel, te andas quejando: «El Señor se desentiende de mí, Dios no se preocupa de hacerme justicia»? 28 ¿Es que no lo sabes? ¿Nunca lo has oído?: El Señor es un Dios eterno y ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, y su inteligencia es insondable; 29 fortalece al cansado, da energías al que desfallece. 30 Se cansan los jóvenes y se fatigan, los muchachos tropiezan y vacilan; 31 pero los que esperan en el Señor verán sus fuerzas renovadas: les salen alas de águila, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.
**• El segundo Isaías es el primer testimonio bíblico que afirma claramente un monoteísmo teórico y práctico. El profeta no ha llegado a esta conclusión con raciocinios filosóficos o lógicos, sino meditando la historia de salvación y la experiencia de fe de Israel. Este monoteísmo se expresa frecuentemente con el lenguaje de la incomparabilidad, es decir, con preguntas retóricas que subrayan la incuestionable unidad del poder salvador del Señor y su recorrido por caminos vírgenes e inéditos para socorrer a sus fieles (cf. v. 25). El discurso sobre Dios en el Segundo Isaías se guía siempre por la necesidad pragmática de convencer a sus oyentes de que Dios puede y quiere salvarlos, mejor aún "consolarlos", demostrando que cuida eficazmente de sus fieles. Si así es el Dios de Israel, no hay motivo para que el pueblo elegido dude y se sienta abandonado por el Señor, aunque se encuentre en la dura situación del destierro. Pero lleva consigo la renuncia a todo tipo de autosuficiencia, ilustrada con la metáfora de las fuerzas que llegan a faltar incluso a jóvenes y adultos (v. 30), y el reconocimiento de la propia debilidad y fragilidad ante el Señor. Sólo así Israel se dará cuenta de que su fuerza le viene del mismo Dios (v. 31) y podrá revivir la experiencia del éxodo, cuando el socorro divino le haga sentir como aupado y llevado "en alas de águila" en el tiempo del duro caminar por el desierto (cf. Ex 19,4).
Evangelio: Mateo 11,28-30 En aquel tiempo, exclamó Jesús: 28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
**• En el pasaje precedente, estrechamente vinculado con nuestro texto evangélico (Mt 11,25-27), Jesús aclara que el verdadero conocimiento de Dios como Padre es posible porque el Hijo es quien introduce en esta familiaridad a sus propios discípulos. Pero éstos, para acoger de verdad esta paternidad divina y la amistad del Hijo, deben hacerse "pequeños". Y Jesús nos indica quién es el verdaderamente "pequeño": sólo el que crea que el estilo de Jesús, «sencillo y humilde de corazón», es el único camino para introducirnos en los secretos de Dios, y que para aprender este estilo se acerque a él iniciando un camino de seguimiento («Venite a me...»). Como la Sabiduría en el Antiguo Testamento (cf. Eclo 51,26-27; 6,24ss) invita a su escuela prometiendo «descanso», es decir, esa plenitud capaz de sosegar el corazón inquieto de la humanidad, así Jesús, capaz de sosegar el corazón inquieto de la humanidad, invita a su apasionante escuela en la que descubrimos que somos hijos de Dios. Por consiguiente, es necesario entrar en su escuela, acercándonos a él que habla del Padre a los propios amigos y descubrir que la familiaridad con Jesús es una escuela exigente y continua, pero también capaz de sanar, de dar paz al corazón. Ciertamente Jesús no exime al discípulo del compromiso pleno y perseverante en la observancia de la ley de Dios, como aparece cuando nos habla de «yugo» y de «carga». Pero promete que será un peso proporcionado, adecuado a quien lo debe llevar y que a la postre se manifestará como una experiencia de libertad.
MEDITATIO Siento la necesidad de repetir a mi corazón la verdad de mi filiación porque me queda la sospecha del amor de Dios. Es la sospecha que la serpiente envidiosa de nuestra dignidad sembró en nuestros corazones humanos desde el comienzo. Se trata de una sospecha que se alimenta continuamente al presentarme un rostro de Dios enemigo de nuestra libertad, celoso de nuestra felicidad, juez duro y severo, incapaz de comprender nuestra flaqueza. Escuchando la invitación de Jesús de ir a él, se me exhorta a volver al gran amor con que Dios me ha amado para poder considerarme tal y como soy en realidad, es decir, su amigo e hijo del Padre. Para comprender mi filiación y la paternidad de Dios en mis relaciones, debo acercarme al corazón de Jesús. Así podré escuchar esas palabras suyas que desbordan la plenitud de su corazón (cf. Mt 12,34). De lo contrario, mi religiosidad será mercenaria, un cansancio ímprobo y estéril de prácticas y observancias incapaces de pacificar mi corazón. En la contemplación y escucha de Jesús «sencillo y humilde de corazón» es donde me libero del peso de una religión tejida únicamente de méritos, obras, deberes, porque en Jesús se manifiesta el rostro amable de Dios, capaz de saciar mis más profundos deseos. La fe se convierte entonces en experiencia de ser revestido de la fuerza de lo alto, de un correr sin fatigarse, porque soy como aupado sobre las alas de un águila al encuentro de un amor preexistente y, precediéndome, me enseña a desear tu promesa.
ORATIO Señor Jesús, tú nos invitar a ir a ti. Qué hermoso es descubrir que nos quieres cercanos, alumnos de tu escuela, que deseas hacernos partícipes del misterio de tu Padre, reconociéndonos amados y hermanos tuyos. ¡Ir a ti! Ir a tu escuela exigente y fascinante. Ir a ti para aprender de ti que eres manso y humilde de corazón. ¡Ir a ti! No con nuestros méritos sino con nuestros cansancios y opresiones. Ir a ti sin fingimientos, sin ocultar nuestras miserias y debilidades. Ir a ti para poder abrirte nuestro corazón y contarte nuestras fatigas y nuestras culpas. ¡Ir a ti! Y en ti recobrar las fuerzas y encontrar la paz tan ansiada. Tu querer no nos aplasta porque tu yugo es suave y tu carga ligera. Realmente es espléndida tu promesa, por la que te alabamos y bendecimos.
CONTEMPLATIO «¡Venid!» Jesús, invitando, sabe que el verdadero padecimiento tiende a encerrarse en soledad y a recomerse en muda desolación. En su invitación, Jesús no puede esperar que los infelices oprimidos por el peso de sus males vayan a él; los llama amorosamente. De hecho, diciendo: «Venid a mí» es él quien va a ellos. ¡Oh si aceptases su invitación! Supone que los desgraciados estén tan fatigados, desalentados, agotados, que olvidan hasta la existencia de un consuelo. Jesús lo sabe muy bien: no existe consuelo ni ayuda fuera de él. Por eso nos dirige su invitación: «¡Venid!» No importa que estés exhausto de andar el camino, tan largo y tan vano, que has recorrido hasta ahora buscando ayuda. Aunque te parezca que no puedes ya más, ni siquiera sostenerte ya por un solo instante sin desmayar: da un pasito más y lograrás el descanso. «¡Venid!» Y si alguno se encontrase tan fastidiado que ni siquiera pueda moverse, bastaría un suspiro, pues si suspiras por Él, significa ya venir a Él (S. Kierkegaard, Ejercitación del cristianismo, Madrid 1961, 53-55).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Guíame, luz benigna, en medio de las tinieblas: guíame hacia delante. La noche está oscura y estoy lejos de casa. Por favor, te ruego: guíame. Vela mi camino. No te pido que pueda ver un horizonte lejano, un solo paso me basta. No siempre fue así, ni rogaba que me guiases. Me gustaba elegir por mí mismo y recorrer por mi cuenta la vida. Pero ahora, te ruego: guíame. Me gustaba el sol radiante y, a pesar de los temores, me guiaba el orgullo. No recuerdes los días pasados. Tu poder me ha bendecido ampliamente, y estoy seguro de que me seguirás guiando por páramos y cenagales, rocas y torrentes hasta que vuelva el día. Reaparecerán en la mañana los rostros de los ángeles, tan amados pero que aún no veo (J. H. Newman, MéditaHons et Frieres, París 1906). |
Jueves de la segunda semana de adviento LECTIO Primera lectura: Isaías 41,13-20 13 Yo, el Señor tu Dios, sostengo tu diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio». 14 No temas, gusanillo de Jacob, pobre oruga de Israel; yo te auxilio, oráculo del Señor; tu redentor es el Santo de Israel. 15 Te convertiré en trillo afilado, trillo con piedras y sierras; trillarás los montes hasta molerlos, reducirás a paja las colinas. 16 Los aventarás y el viento se los llevará, el vendaval los esparcirá. Y tú podrás alegrarte gracias al Señor, gracias al Santo de Israel te gloriarás. 17 Los desvalidos y los pobres buscan agua y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Pero yo, el Señor, los atenderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. 18 Haré brotar ríos en las cumbres peladas y fuentes en medio de los valles, transformaré el desierto en estanque, la tierra árida en manantiales de agua. 19 Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivares; plantaré en la estepa abetos, y también cipreses y olmos, 20 para que vean y sepan, para que reflexionen y aprendan que lo ha hecho la mano del Señor, que lo ha creado el Santo de Israel.
**• El tema de la redención tiene especial relieve en la profecía del Segundo Isaías. Nos lleva al contexto social del antiguo Israel e indica la persona y la acción del "redentor", o sea, del pariente que, por la afinidad de la sangre, tiene la función de rescatar a su pariente (o también la persona vinculada por un pacto) cuando éste ha sido hecho esclavo o tiene una propiedad enajenada para pagar deudas. El Señor rescata a Israel porque se ha vinculado a él con una "familiaridad" o solidaridad de parentesco fundada en la creación y más aún en el acontecimiento del éxodo. Por eso el profeta recuerda al pueblo que puede y debe contar con el Señor, que puede y quiere salvarlo de los enemigos y desea colmarlo de gozo y de favores. El pueblo debe reconocerse entre los míseros sedientos, que buscan en vano agua para calmar la sed y hacia los cuales se dirige la iniciativa amorosa del Señor. Por su pueblo va a ejecutar un nuevo éxodo teniendo como escenario un desierto cubierto de abundante vegetación y regado con ríos como el Edén (v. 18). En este jardín encantador, el pueblo de Israel encontrará de nuevo a su Dios: verá, sabrá, reflexionará y finalmente comprenderá la obra del Señor (v. 20). Con tan abundante recurso al tema de la creación, el profeta Isaías recuerda a los oyentes que, si la acción salvífica de Dios a favor de su pueblo se sitúa en el grandioso escenario de su actividad creadora, la salvación obrada por él no está reservada exclusivamente al pueblo elegido, sino abierta a todos y a todo.
Evangelio: Mateo 11,11-15 En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: 11 Os aseguro que entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. 12 Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él. 13 Pues todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. 14Y es que, queráis aceptarlo o no, él es Elias, el que tenía que venir. 15 El que tenga oídos, que oiga.
*•• Mateo, después de la narración del envío a Jesús de algunos discípulos por parte del Bautista y la respuesta que llevan al profeta encarcelado, refiere también las palabras de Jesús a la multitud sobre Juan. Jesús formula el mayor elogio exaltando su firmeza de fe y su grandeza moral hasta el punto de definirlo como el más grande entre los mortales (v. 11), el culmen de toda la historia de fe de Israel (v. 13). Y, sin embargo, el que se pone a seguir a Jesús entra en un orden nuevo de salvación, en la economía del reino donde el más pequeño goza de la incomparable dignidad de hijo de Dios (v. 11), dignidad que sobrepasa incluso la enorme estatura moral de Juan y su altísimo papel de Precursor. Su misión no se agota con anunciar al Mesías, prevé también una anticipación, en su persona, del destino doloroso del Mesías. De hecho, lo que sucederá a Juan demostrará lo agresivas que son las tentativas de los enemigos del Reino para que éste no cale en la vida humana (v. 12). Jesús, finalmente, invita a una comprensión profunda del papel y persona del Bautista a la luz de la Ley y los profetas, es decir, del plan de Dios testimoniado en las Escrituras. Una lectura atenta y dispuesta a un serio discernimiento de fe («El que tenga oídos que oiga»: v. 15) nos hará comprender que el Bautista es como el gozne entre las dos economías, la de la expectativa y la del cumplimiento, y que en él se realiza esa espera de la tradición bíblico-judaica del retorno de Elias, como precursor inmediato del Mesías (v. 14).
MEDITATIO Dios viene en ayuda de su pueblo y de cada uno de nosotros como ayuda distinguida que hace gala de su valentía, como el que se hace totalmente solidario y cercano. En esta proximidad de Dios a la vida del pueblo está mi riqueza, yo que por otra parte sería insignificante como un «gusanillo». Este encuentro con Dios, mi redentor, y con la profunda renovación de mi pobre corazón, que el evangelio obra en mí, no se lleva a cabo sin mi libertad, sino que exige una opción de fe, la decisión de abrirme a una comprensión más profunda de las Escrituras. Éstas me ponen frente a la radical novedad manifestada en el plan de Dios con la venida de Jesús. La meditación de la figura del Bautista se convierte en una severa provocación para que sepa reconocer la enorme oportunidad que se me brinda de entrar a formar parte del Reino y a acoger el inmenso don de la dignidad de hijo de Dios, que supera cualquier otra grandeza moral o religiosa a la que pudiera aspirar. «El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él» (Mt 11,12). Advierto que la invitación urgente de la Palabra de Dios me invita a no hacerme el remolón y a superar cualquier temor para adherirme en plenitud al que viene a librarme y rescatarme.
ORATIO Señor, me llena de gozo y consuelo el saber que, si acojo tu amor en mi vida, aunque sea el más pequeño y el último de los humanos, sería en tu Reino mayor que el Bautista. Mis palabras son demasiado pobres para celebrar tu inmenso amor para conmigo, pero siento resonar en mi interior la voz de tu Palabra consignada por el profeta Isaías, que me enseña a orar y a alabarte. «Tú eres el Señor mi Dios que me agarra de la diestra y me dice: "no temas, yo mismo te auxilio". No temo, aunque soy un gusanillo de tu pueblo, porque tú me auxilias, porque eres mi redentor, el Santo de Israel. Era pobre e indigente, buscaba agua y no la había; mi lengua estaba reseca de sed; pero tú, Señor, me escuchaste y no me has abandonado. Has alumbrado ríos en las cumbres peladas de mi pecado, fuentes de agua en el yermo de mi angustia. Has cambiado mi desierto en estanque. Todo ha sido obra de tu mano». ¡A ti la alabanza por los siglos!
CONTEMPLATIO Mi constante deseo ha sido llegar a ser santa; mas, por desgracia, cuantas veces me he comparado con los santos, he comprobado que existe entre ellos y yo la misma diferencia que notamos entre una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el humilde grano de arena pisoteado por los caminantes. Pero en vez de desalentarme, me digo que es imposible que Dios inspire deseos irrealizables, y que, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Me es imposible engrandecerme; debo soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar el modo de ir al cielo por un caminito bien recto, bien corto, un caminito del todo nuevo. Estamos en el siglo de los inventos y quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús. He buscado en los Libros Santos y he leído: «Si alguien es muy pequeño, que venga a mí». Me acerqué, pues, a Dios y adiviné que había encontrado lo que buscaba. Por eso no necesito crecer, sino al contrario, quedar pequeña, achicarme cada vez más (Teresa de Lisieux, Historia de un alma, Barcelona 1925, 155-156).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo, el Señor tu Dios, sostengo tu diestra y te digo: "No temas, yo mismo te auxilio"» (Is 41,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Quizás nos baste intentar. Decir nos basta: aquí estamos. Ya lo ves: no sabemos. Humildes te decimos: piénsalo tú, Señor. A ti desde nuestra nada, a ti desde nuestra nada, confiamos la carne cansada, el alma, la mente. (G. Testori, Post-Hamlet, acto III) |
Viernes de la segunda semana de adviento o día 11 de Diciembre, conmemoración de San Dámaso I
LECTIO Primera lectura: Isaías 48,17-19 17 Así dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: Yo, el Señor tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir. 18 ¡Ojalá hubieras atendido mis mandatos! Tu bienestar sería como un río; tu prosperidad, como las olas del mar; 19 tu descendencia sería como la arena; como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido borrado ni apartado de mi presencia.
**• En su anuncio, el Segundo Isaías se concentra en la revelación del Señor como Dios de Israel ofreciendo una especie de "rosario" de los nombres de Dios. Además de "redentor", aparece aquí el título «Santo de Israel», expresión que cita siete veces (41,14; 43,3.14; 47,4; 48,17; 49,7; 54,5), siempre para definir al Dios de Israel que rescata a su pueblo. La acción salvífica que manifiesta la santidad divina se realiza también en adoctrinar íntimamente el corazón del pueblo, para que pueda seguir el camino de la alianza y para que logre conocer el designio amoroso, salvador, gratuito de Dios con la humanidad, con vistas a su realización creó el mundo (v. 17). Esta realidad lleva al profeta a hacer una especie de balance de la historia pasada de la alianza, como tiempo en el que la falta de escucha de la Palabra divina y la transgresión de su ley de vida han arrastrado a Israel lejos de la prosperidad de las promesas incluidas en la alianza. Pero ahora Dios da nuevamente su Palabra eficaz para que obedeciéndola produzca efectos profundos y duraderos, llevando a Israel a vivir en la justicia derramada por Dios al pueblo (v. 18), garantizando el cumplimiento de la promesa hecha a los Padres (v. 19; cf. Gn 12,2-3; 22,17).
Evangelio: Mateo 11,16-19 En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: 16 ¿Con quién compararé a esta generación? Es como esos muchachos que, sentados en la plaza, cantan a los otros esta copla: 17 «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado, hemos entonado lamentos y no habéis hecho duelo». 18 Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: «Está endemoniado». 19 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publícanos y pecadores». Pero la sabiduría ha quedado acreditada por sus obras.
**• El evangelista nos transmite un dicho de Jesús acerca de la radical incapacidad de sus contemporáneos a aceptar la bondad del tiempo presente, porque no están dispuestos a desear nada que sea realmente diverso. Son como niños que no entran en el juego, que ni saben lamentarse ni divertirse. La parábola presenta dos grupos de niños en conflicto entre ellos, porque el segundo grupo ha perdido interés en el juego, incluso antes de haberlo comenzado (w. 16-17). La doble reacción de los contemporáneos con el Bautista y con Jesús (v. 18), su mala voluntad manifiesta, les asemeja a los niños caprichosos de la parábola. En Mateo la sentencia final ofrece una respuesta a esa reacción contrapuesta de los estilos de devoción: el estilo sabio de Dios ha sido reconocido justamente por os que se toman seriamente en consideración su modo de actuar. Jesús es la sabiduría de Dios, la cual se manifiesta en sus obras (v. 19). En definitiva, pretende sacudir las conciencias de sus oyentes para disponerlos a acoger la "hora desconocida de Dios". Sus palabras sobre el Bautista concluyen con una llamada a la comprensión de fe, equivalente a una decisión del proyecto salvífico de Dios, en sintonía con su modo de actuar y de revelarse en la historia.
MEDITATIO Reconocer la hora de Dios, el tiempo oportuno, es un signo de sabiduría (cf. Ecl 3,lss). Como a los contemporáneos de Jesús, también a mí me invita la figura de Juan a hacer sinceras obras de penitencia. Reconocer la hora de Dios es para mí, ante todo, renunciar a atrincherarme en mis diversas excusas, que enmascaran mi desinterés y mi resistencia a la invitación a la conversión que la Palabra de Dios incesantemente me dirige. Las reiteradas admoniciones proféticas me exhortan a caminar por la justicia y por la fe operativa y sincera. Pero la hora de Dios no es sólo la de la penitencia y cambio de vida, es también la del gozo que nos trae el evangelio de Jesús. El gozo evangélico nacerá en mí al reconocer que él no se avergonzó de ser llamado «amigo de publícanos y pecadores». El perdón que me anuncia no se reduce a una mera palabra o una noticia genérica de Dios en mis confrontaciones, sino que es acontecimiento desconcertante de venir a celebrar una fiesta conmigo que soy pecador. No se trata de una fiesta que puedo dejar para mañana (como quisieran los niños caprichosos de la parábola evangélica); ¡ para mí es hoy !
ORATIO Señor, tu Palabra me hace hoy pensar y reflexionar sobre mí mismo. Sé que hay un tiempo para cada cosa bajo el sol: tiempo de llorar y tiempo de bailar. Pero descubro que, con frecuencia, soy poco sabio, distraído e incapaz de reconocer tu hora en mi vida. Querría hacer todo a mi estilo, decidir los tiempos a mi gusto, y por desgracia me debo reconocer entre los niños caprichosos que no han entrado en el juego. Temo llegar a ser yo también víctima de una terca obstinación que me impida juzgar rectamente. Te ruego, pues, que no dejes de dirigir tu Palabra a mi corazón obstinado y duro, así podré comprender tu designio sobre mí y lograr la verdadera sabiduría. Repréndeme, incluso con dureza, cuando quieras que escuche los llamamientos del Bautista a la penitencia y a la conversión. Ayúdame a saber reconocer que éste es el tiempo de tu gracia, porque eres: «El Señor mi Dios que me enseña para mi bien y me guía por el camino que debo seguir».
CONTEMPLATIO El alma que ha perdido la paz debe arrepentirse, y el Señor le perdonará los pecados, y entonces encontrará el gozo y la paz. ¿Qué más debemos esperar? ¿Pedir que alguien cante músicas celestiales? En el cielo todo vive por obra del Espíritu Santo y a nosotros en la tierra se nos ha dado el mismo Espíritu Santo, y si lo conservamos, se nos liberará de toda tiniebla y permanecerá en nosotros la vida eterna. El Señor ama al hombre y se le manifiesta como le place. Y el alma, cuando ve al Señor, se regocija humildemente de la misericordia de Dios. Para conocer al Señor, no se necesita ser rico o sabio, sino obediente, sobrio, tener un espíritu humilde y amar al prójimo. El Señor amará a esa alma, y él mismo se le manifestará y enseñará el amor divino y la humildad, y le dará todo lo necesario para encontrar reposo en Dios (Archimandrita Sofronio, San Silouan el Athonita, Madrid 1996).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy el Señor tu Dios, te enseño para tu bien» (Is 48,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Soy un traidor, si tú no me ayudas, Jesús mío misericordioso. Tú me conoces, Señor; no te fíes de tu siervo: porque si tú no lo guardas, huirá, engañado por otro: una bestia dorada será su dios, pero, si tú le ayudas, Señor, si no le privas de la luz de tu rostro adorable, si además él no huye de tu mirada, temerá y temblará y se quedará contigo. Jesús, sobre mi cabeza está la impronta de tu sangre y, si el mundo intenta encantarme, esa sangre resplandezca a ló lejos y el mundo se apartará, sin haber extendido su mano (G. Gezelle, en A. Mor - J. Weisgerber, Le letterature del Belgio, Milán 1968). |
Sábado de la 2ª semana de Adviento o Nuestra Señora de Guadalupe
En 1531, una Señora del Cielo se apareció a un pobre indio en un cerro al noroeste de la actual ciudad de México; se identificó como la Madre del verdadero Dios, le encargó que hiciera que el obispo construyera un templo en ese lugar y dejó una imagen de sí misma milagrosamente impresa en su tilma, un tejido de cactus. En 1999, el papa Juan Pablo II, en su homilía durante la misa solemne en la basílica de Guadalupe, en su tercera visita al santuario, declaró la fecha del 12 de diciembre con el rango litúrgico de fiesta para todo el continente de las Américas.
LECTIO Primera lectura: Eclesiástico 48,1-4.9-11 1 Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha. 2 Él hizo venir sobre ellos el hambre, y en su celo los diezmó. 3 Por la palabra del Señor cerró los cielos e hizo también bajar fuego tres veces. 4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién pretenderá parecerse a ti? 9 Fuiste arrebatado en torbellino ardiente, en un carro con caballos de fuego. 10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Jacob. 11 Felices los que te vieron y murieron fíeles al amor, porque también nosotros viviremos.
*» El elogio de los padres es la sección más original de toda la obra del Sirácida. El autor relee el pasado con una función didáctica para el presente y nos pinta una galería de "medallones" de los grandes personajes, buenos y malos, de la historia bíblica. Entre estos héroes, recoge la figura del profeta Elías. A Elías se le parangona al fuego por su celo, por su pasión ardiente por la causa del Señor, el Dios de Israel. Su vida, de hecho, la dedicó totalmente al servicio del Dios de Israel, en cuya presencia Elías vivía continuamente (cf. 1 Re 18,15). Además de su ardiente predicación para llevar al pueblo al único Dios, los rasgos trazados por el Sirácida subrayan los aspectos taumatúrgicos, de acuerdo con las tradiciones populares de su época (w. 2-4). Pero el culmen del elogio de Elías está en la consideración de su destino singular (el rapto en el carro de fuego: v. 9), visto como una victoria sobre la muerte por obra del amor de Dios. Su figura es, pues, acicate para esperar una vida más allá de la muerte, una bienaventuranza plena que espera a los que, como Elías, «mueren fieles al amor». Al motivo de su arrebato al cielo en la tradición judía (cf. Mal 3,24) se asocia el de la espera de su regreso, preparando a los hijos de Israel a la llegada de los tiempos mesiánicos (v. 10). El Nuevo Testamento heredará esta tradición judía del regreso de Elías viendo su cumplimiento en la persona de Juan Bautista.
Evangelio: Mateo 17,10-13 10 Los discípulos le preguntaron: -¿Por qué dicen los maestros de la ley que primero tiene que venir Elías? 11 Jesús les respondió: -Sí, Elías tenía que venir a disponerlo todo. 12 Pero os digo que Elías ha venido ya y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Del mismo modo van a hacer padecer al Hijo del hombre. 13 Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.
** Después de la transfiguración, Jesús, bajando del monte, mantiene con sus discípulos una conversación que trata de uno de los personajes de la visión: Elías. Refiriéndose a las discusiones rabínicas del papel de Elías, sobre la verdad y el significado de su regreso anunciado por Malaquías (3,23-24), Jesús declara aceptar la tesis de los que afirman la necesidad de una venida de Elías antes del juicio. Por otra parte, Jesús niega cualquier visión fantástica, comúnmente difundida, de un regreso de Elías e invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está manifestándose ante sus propios ojos. Por consiguiente, afirma que Elías ya ha venido, pero no lo han conocido, y que la suerte de Elías anuncia la del Hijo del hombre (v. 12). Para llevar a los discípulos a la comprensión de la urgencia de la conversión, de la sanación de las relaciones intrapersonales y de la relación con Dios, Jesús identifica expresamente a Elías con el Bautista. Los discípulos comprenden tal identificación (v. 13). Resulta así claro que tal identificación no se desprende automáticamente de las Escrituras, sino que se revela a quien, desde la docilidad de la fe, está dispuesto a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse al encuentro del que viene. Por un momento, los discípulos parecen, pues, comprender; aunque muy pronto caerán de nuevo en la incomprensión, en su obstinada incredulidad (cf. Mt 15,20).
MEDITATIO El elogio de Isabel a María nos invita a reflexionar sobre nuestra fe. La fe de María se caracteriza por su adhesión al proyecto de Dios. Ella quiere lo que quiere Dios. El misterio de Dios se oculta en aquel niño de la promesa. Fiándose, ha comenzado a constatar cómo Dios es fiel en realizar su promesa. También esto es cierto para nosotros: si no creemos, no experimentaremos nunca cómo el don de Dios, misteriosamente, puede ir formándose en nosotros. La fe de María se manifiesta también en el hecho de ir a visitar a Isabel; no tanto por si necesita ayuda en su embarazo, sino, sobre todo, para contemplar lo que Dios está haciendo en los otros. ¡Cuánto debemos asimilar nosotros de esta actitud! Debemos abrir más los ojos y mirar en lo profundo de los demás para ver y reconocer lo que Dios hace en la historia de los demás. Si acudimos a Tepeyac, que no sea por mera curiosidad, sino para contemplar la bondad de Dios realizada en el encuentro de Juan Dieguito y la Señora del Cielo. María y su prima Isabel tienen esto en común: saben dialogar sobre lo que Dios hace en ellas. Ninguna habla de sí misma, sino de lo que Dios ha hecho en la otra. Ese reconocimiento las lleva al grandioso himno del Magníficat. La fe de María nos exhorta a insertarnos en el clima propio de los pobres de Yavé, es decir de las personas humildes y sencillas que se fían de Dios, aceptan su voluntad y cumplen su Palabra.
ORATIO Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
CONTEMPLATIO La misión maternal de María hacia los hombres no oscurece ni disminuye de ninguna manera la única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la bienaventurada Virgen en favor de los hombres nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo. La bienaventurada Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la divina providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor y, de forma singular, la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora. La Iglesia no duda en atribuir a María ese oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador (Del Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 60-62).
ACTIO Repite hoy con frecuencia: ¡María, bendita eres entre todas las mujeres!
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Cómo sucedió la aparición de la Virgen en Guadalupe (escrito del indio Nican Mopohua, del siglo XVI): Un sábado de 1531, a principios de diciembre, un indio llamado Juan Diego iba muy de madrugada del pueblo en el que residía a la ciudad de México a asistir a clase de catecismo y a oír la santa misa. Al llegar ¡unto al cerro llamado Tepeyac amanecía, y escuchó que le llamaban desde arriba del cerro diciendo: «Juanito, Juan Dieguito». El subió a la cumbre y vio a una Señora de sobrehumana belleza, cuyo vestido era brillante como el sol, la cual, con palabras muy amables y atentas, le dijo: «Juanito, el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. ¡Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los amadores míos que me invoquen y en mí confíen. Vas donde el señor obispo y le manifiestas que deseo un templo en este llano. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo». El se arrodilló y le dijo: «Señora mía, voy corriendo a cumplir lo que me has mandado. Yo soy tu humilde siervo». Y se fue de prisa a la ciudad y en derechura al palacio del obispo, que era fray Juan de Zumárraga, religioso franciscano. Cuando el obispo oyó lo que le decía el indiecito Juan Diego, no le creyó. Solamente le dijo: «Vienes otro día y te oiré despacio». Juan Diego se volvió muy triste, porque no había logrado que se realizara su mensaje. Se fue derecho a la cumbre del cerro y encontró allí a la Señora del Cielo, que le estaba aguardando. Al verla, se arrodilló delante de ella y le dijo: «Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al señor obispo, pero parece que no lo tuvo por cierto. Comprendí por la respuesta que me dio que pensó que quizás es una invención mía que tú quieres que te hagan aquí un templo, y que eso no es una orden tuya. Por lo cual te ruego que le encargues a alguno de los principales que le lleve tu mensaje, para que le crean, porque yo soy un pobre hombrecillo, el último de todos. Perdóname que te cause esta gran pesadumbre, señora y dueña mía». Ella le respondió: «Oye, hijo mío, el más pequeñito, es preciso que tú mismo solicites y ayudes a que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío, y aún te mando, que otra vez vayas mañana a ver al señor obispo. Dile que yo en persona, la siempre Virgen María, Madre de Dios, te envía, para hacerle saber mi voluntad: que deben hacer aquí el templo que les pido». Pero, al día siguiente, el obispo tampoco le creyó a Juan Diego y le dijo que era necesaria alguna señal maravillosa para que se pudiera creer que era cierto que lo enviaba la misma Señora del Cielo. Y lo despidió. El lunes, Juan Diego no volvió al sitio donde se le aparecía nuestra Señora, porque su tío Bernardino se puso muy grave y le rogó que fuera a la capital y le llevara un sacerdote para confesarse. El dio la vuelta por otro lado del Tepeyac, para que no lo detuviera la Señora del Cielo y así pudiera llegar más pronto a la capital. Mas ella le salió al encuentro en el camino por donde iba y le dijo: «Ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que no es tan importante lo que te asusta y aflige. No se entristezca tu corazón ni te llenes de angustia. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no soy tu ayuda y protección? No te aflijas por la enfermedad de tu tío, que en ese momento ha quedado sano. Sube ahora a la cumbre del cerro y hallarás distintas flores. Córtalas y tráelas». Juan Diego subió a la cumbre del cerro y se asombró muchísimo al ver tantas y exquisitas rosas de Castilla, pues era aquel un tiempo de mucho hielo, en el que no aparece rosa alguna por allí, y menos en esos pedregales. Llenó su poncho o larga ruana blanca con todas aquellas bellísimas rosas y se presentó a la Señora del Cielo. Ella le dijo: «Hijo mío, ésta es la prueba que llevarás de parte mía al señor obispo. Te considero mi embajador, muy digno de mi confianza. Ahora te ordeno que sólo delante del señor obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado, con objeto de que se construya el templo que he pedido». Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del obispo, le dijo: «Señor, hice lo que me mandaste hacer: pedí a la Señora del Cielo una señal. Ella aceptó. Me despachó a la cumbre del cerro y me mandó cortar allá unas rosas y me dijo que te las trajera. Así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad. Helas aquí». Desenvolvió luego su blanca manta y, así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la Virgen María, Madre de Dios, tal cual se venera hoy en el templo de Guadalupe en Tepeyac.
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Tercer domingo de adviento Ciclo B Domingo Gaudete
LECTIO Primera lectura: Isaías 61,1 -2a. 10-11 1 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros la libertad. 2 Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor. 10 El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me colma de alegría, porque me ha vestido un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas. 11 Pues como la tierra echa sus brotes y un huerto hace germinar la semilla, así el Señor hará germinar la salvación y la alabanza ante todos los pueblos.
*» Los primeros versículos de este oráculo (w. 1-2), en los que el profeta habla en primera persona -hasta el punto de hacer pensar que se trata del recuerdo de su vocación personal- se los aplicará Jesús a sí mismo en la sinagoga de Nazaret (Le 4,18-19). El profeta se presenta como "invadido" por el Espíritu Santo. El efecto de la presencia del Espíritu se manifiesta con dos verbos: «me ha ungido» y «me ha enviado» (v. 1). En primer lugar, la consagración, efecto que le concierne personalmente: es decir, el profeta pertenece a Dios y a su servicio (el verbo es el mismo que luego se utilizará para indicar al «Mesías», el consagrado de Dios). Puesto que pertenece a Dios, pertenece también a los demás; el profeta es un enviado al pueblo con una misión que se define muy detalladamente. La frase: «me ha enviado» introduce siete finalidades (la lectura de hoy menciona sólo algunas), de las cuales la primera es un breve resumen: «Para dar la buena noticia a los pobres», a los que tienen en corazón destrozado, a los esclavos, a los prisioneros... El profeta debe anunciar que Dios no se ha olvidado de ellos, sino que se cuida de ellos. Se trata sobre todo de anunciarles: «El año de gracia del Señor», es decir, anunciar el gozo que experimenta Dios al preocuparse de ellos ahora. En la segunda parte de la lectura (w. 10-11) el «yo» del profeta se ensancha para abrazar a toda la comunidad. Ésta se alegra por la misión que le ha sido confiada, la que llevará a la comunidad de Israel a sentirse amada por Dios como esposa y a dejarse revestir de justicia, dejar que YHWH le enseñe a cumplir su voluntad.
Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 5,16-24 Hermanos: 16 Estad siempre alegres. 17 Orad en todo momento. 18 Dad gracias por todo, pues ésta es la voluntad de Dios con respecto a vosotros como cristianos. 19 No apaguéis la fuerza del Espíritu; 20 no menospreciéis los dones proféticos. 21 Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. 22Apartaos de todo tipo de mal. 23 Que el Dios de la paz os ayude a vivir como corresponde a auténticos creyentes; que todo vuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 24 El que os llama es fiel y cumplirá su palabra.
*» Casi todo el fragmento es una exhortación, a la que sigue un deseo y una certeza final. Frases breves pero eficaces y salpicadas de indicaciones que Pablo desea que se traduzcan inmediatamente en la vida cotidiana de los cristianos. Para enseñar a los suyos a vivir como «hijos de la luz» (1 Tes 5,6) que esperan la venida del Señor Jesús (v. 23), Pablo expone en primer lugar cierta doctrina de fondo (w. 16-18), pasando luego a los consejos para la vida comunitaria (w. 19-22), para dar una panorámica final de la obra santificadora de Dios en el hombre (w. 23-24). Las exhortaciones de fondo son a la alegría, a la oración, a la acción de gracias, resumidas todas en la «voluntad del Dios» (v. 18), ya que estas actitudes constituyen una tríada connatural al cristiano que busca la voluntad de Dios «siempre, incesantemente, en todo lugar». En cuanto a la vida comunitaria, una traducción literal nos hace percibir su carácter "machacón", de urgencia: «No apaguéis la fuerza del Espíritu: no menospreciéis los dones proféticos. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Apartaos de todo tipo de mal» (w. 19-22). Como se puede ver, la exhortación principal para una buena vida de comunidad aparece al comienzo: «No apaguéis la fuerza del Espíritu» (v. 19). Finalmente el discurso vuelve a la acción de Dios, apareciendo sobre todo como el Dios «fiel», tema favorito en la teología de san Pablo, que se preocupará personalmente de guardar al creyente, no permitiendo que nadie lo sustraiga de su mano.
Evangelio: Juan 1,6-8.19-28 6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. 7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. 8 No era él la luz, sino testigo de la luz. 19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan quién era. 20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías. 21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elías? Juan respondió: -No soy Elías. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No. 22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? 23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así: Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor. 24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos. 25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas? 26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis. 27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. 28 Esto ocurrió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizado.
**• La última frase de este fragmento (v. 28) nos indica que Juan desarrolla su ministerio en «Betania, en la otra orilla del Jordán». El significado mismo del nombre del lugar -«casa del testimonio»- puede tener valor simbólico, porque indica exactamente lo que debe llegar a ser toda comunidad: una verdadera casa del testimonio. Cualquier página evangélica ilustra en qué consiste concretamente el testimonio. A una "comisión de encuesta" enviada desde Jerusalén para identificar su identidad, el Bautista responde remitiendo a Jesús: «No era él la luz, sino testigo de la luz» (v. 6); y luego: «No lo soy, yo soy la voz» (w. 21-22). El Bautista, según el evangelio de Juan, no es un predicador o un asceta, sino exactamente el modelo por excelencia del testigo: en la casa de la comunidad cristiana, el comportamiento que debe distinguir a todos es precisamente el suyo. Nadie puede decir: «Yo soy», pero cada uno debe remitir más allá de sí mismo, a Jesucristo. Cada uno puede y debe ser "signo" de Jesús para el otro, manteniendo la capacidad de desaparecer, exactamente como el Bautista. Cada uno es un signo útil, incluso necesario, pero precisamente por ser signo no es algo definitivo. Para ser testigos es preciso ser antes oyentes. Poniendo en escena a Juan Bautista que señala a Jesús, el evangelista quiere decir que la verdad está ya presente: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». Esta expresión recuerda el tema veterotestamentario de la sabiduría escondida, que no puede conocerse si ella misma no se manifiesta. Jesús es esta sabiduría que se manifiesta al hombre.
MEDITATIO Si la Iglesia es "casa del testimonio", comprendemos que la necesidad de testigos es necesaria cuando se desarrolla un proceso judicial. El evangelio de Juan indica que a lo largo de la historia se lleva a cabo un proceso inmenso en el centro del cual está Jesús -la verdad de Dios- y durante el cual la comunidad de los creyentes es constantemente llamada a estar, como testigo, de parte de Jesús, de parte de Dios, de ese rostro de Dios que Jesús ha dado a conocer. Nuestra comunidad debe hacer visible ese rostro con sus propias obras. Bajo este punto de vista es útil volver a la primera lectura, donde el Espíritu Santo que irrumpe en el profeta y, luego, en Jesús se derrama ahora sobre la Iglesia. Pero debe estar atenta a «no apagarlo», como indica san Pablo. El Espíritu reviste a la Iglesia con un «manto de justicia», la capacita para que hable de Dios con las obras, para anunciar la buena noticia a los pobres de hoy día. Capaz de «vendar los corazones desgarrados»: debemos esforzarnos por sanar los corazones con una curación que no tiene nada de milagroso sino que requiere paciencia como herida que sólo cicatriza con el tiempo. Otra de nuestras tareas es «proclamar la libertad de los cautivos y prisioneros», recordando que hay esclavos evidentes y otros latentes, pero no menos graves, por liberar. Finalmente estamos llamados a «proclamar un año de misericordia»: es necesario que comprendamos cómo nuestro tiempo -con frecuencia salpicado por el mal- debe mirarse con respeto y con espíritu de discernimiento como la ocasión de gracia que el Señor nos brinda. Con la comitiva del Mesías-esposo revestido de justicia nace en nosotros la solidaridad, el compartir, hace estallar en nosotros ese gozo que no es verdadero si no es compartido. Sabemos bien que nunca estaremos a la altura de este programa de justicia y fraternidad, pero el recurrir continuamente al que es esposo y luz permitirá que la fuerza de la caridad no se debilite en nosotros.
ORATIO Nos has exhortado al gozo, Señor: «Estad siempre alegres». Más aún, nos has enseñado las palabras para manifestar este gozo: «Desbordo de gozo con el Señor, porque me ha revestido con vestidura de salvación». Haz de mí, Señor, un cristiano alegre: alegre como Juan al ver la luz que ya llega, al sentirse voz al servicio de la Palabra; alegre como el profeta al saberse lleno de tu Espíritu de santidad; alegre como María al reconocer y cantar lo que has hecho por mí y en mí. Nos has exhortado, Señor, a la oración: «Orad incesantemente». Me parece casi imposible: habituado a separar oración y trabajo, pienso que la oración sólo se puede hacer estando de rodillas. Sin embargo, sé que estás continuamente presente, compartiendo mis días y mi trabajo. Eres tú quien desea santificarme «hasta la perfección» , tú quien guías mis pasos inciertos por el sendero de la santidad. Enséñame a vivir constantemente en tu presencia, a hacer todas las cosas por amor tuyo. Nos has exhortado, Señor, a la acción de gracias: «En toda ocasión dad gracias». En la Eucaristía nos unes a tu acción de gracias. Haz que no me limite a pronunciar palabras de gratitud, quizás gastadas o convencionales, sino a dar gracias al Padre testimoniando su amor, en el servicio concreto al prójimo. Ven, Espíritu Santo, sé en nosotros gozo, oración, acción de gracias, caridad.
CONTEMPLATIO Los mensajeros preguntaron a Juan quién era. ¿Qué responde el príncipe celeste, la estrella matutina, el ángel terrestre, Juan? Dice: «No soy», mientras todos quieren ser o parecer algo. Quien lograse sólo tocar este fondo, habría dado con el camino más cercano, más breve, más llano y seguro hacia la verdad más alta y más profunda que se pueda conseguir en el tiempo. Para esto nadie es demasiado viejo, ni demasiado enfermo, ni demasiado pobre, ni demasiado rico. ¡Qué valor inefable se encierra en este «No soy»! Y, sin embargo, nadie quiere emprender este camino, se mire como se mire: en realidad somos y queremos o querríamos siempre ser, siempre encima del otro. De aquí provienen todos los llantos y lamentos. Por eso no encontramos paz ni interior ni exterior. Este ser nada proporcionará de todos modos, en todos los lugares, con todos los hombres una paz total, verdadera, esencial, eterna; y sería lo más dichoso, seguro y noble del mundo (E. Susone, Opere spirituali. Le prediche, Alba 1971, 584-585).
ACTIO Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me colma de alegría» (Is 61,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue. La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa (Pablo VI, Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978).
conmemoración de Santa Lucía
Santa Lucía, originaria de Siracusa, vivió entre finales del siglo III (nació alrededor del año 286) y comienzos del IV. El descubrimiento, en 1894, de una inscripción griega en la catacumba de San Juan de la misma ciudad demuestra que la devoción por la santa y su fiesta litúrgica estaban difundidas ya a finales del siglo IV. Su martirio, acaecido durante la persecución de Diocleciano, ha sido cantado en la célebre Pasión, que, siguiendo los estereotipos propios de la tradición hagiográfica, reconstruye la vida de Lucía, una virgen testigo de lo absoluto de Dios. Su nombre fue introducido, tal vez por obra de san Gregorio Magno, en el canon romano. |
Lunes de la tercera semana de adviento o 14 de Noviembre, festividad de San Juan de la Cruz
Juan de Yepes, hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, nació en Fontiveros (Ávila) en el año 1542. Tras una niñez llena de miseria, entró en 1563 en el Carmelo. En 1567, año de su ordenación sacerdotal, conoció a Teresa de Jesús en Medina del Campo y decidió seguirla en la fundación de la nueva familia del Carmelo. Fue primero carmelita descalzo en Duruelo, en 1568, y ocupó a continuación el cargo de maestro y formador. En 1572 lo reclamó Teresa para confesor del monasterio de la Encarnación del que era priora. Fue perseguido y encerrado, entre diciembre de 1577 y agosto de 1578, en la cárcel conventual de Toledo, donde realizó una fuerte experiencia del sufrimiento y de la «noche oscura». Tras salir de la cárcel, se incorporó a la vida de la naciente Reforma y ocupó el cargo de superior en Segovia. Murió en Ubeda el 14 de diciembre de 1591. Fue canonizado por Benedicto XIII en 1726 y proclamado doctor de la Iglesia por Pío XI el 24 de agosto de 1926.
LECTIO Primera lectura: Números 24,2-7.15-17a 2 En aquellos días, Baloán levantó los ojos y vio a Israel acampado por tribus, el espíritu de Dios vino sobre él, 3 y pronunció este oráculo: Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del varón clarividente; 4 oráculo del que escucha palabras de Dios, del que ve la visión del Poderoso, y cae en éxtasis con los ojos abiertos. 5 ¡Qué bellas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel! 6 Son como torrentes que se alargan, como jardines junto al río, como áloes plantados por el Señor, como cedros junto a la corriente. 7 Los cántaros rebosan de agua, y aguas abundantes riegan su semilla. Su rey es más alto que Agag y su reinado crece en poderío. 15 Y pronunció este oráculo: Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del varón clarividente; 16 oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los designios del Altísimo; que ve la visión del Poderoso, y cae en éxtasis con los ojos abiertos. 17 Lo veo, pero no para ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel.
**• En una larga y compleja narración acerca del tiempo del camino por el desierto, el libro de los Números cuenta cómo Balaak, rey de Moab, para oponerse al paso de Israel, alquiló a un potente adivino pagano, Balaán, para que soltase sus sortilegios contra Israel y lo maldijera. Éste, sin embargo, en vez de aniquilar al pueblo, como indica su nombre "devorador", es confundido por el Señor y obligado a profetizar en favor de Israel. La presente lectura propone algunos versículos del tercer y cuarto oráculos que pronunció. El primero anuncia la prosperidad y fecundidad de Israel, con la imagen de un campamento enorme de hermosas y ricas tiendas y la de un paisaje con plantas frondosas y abundancia de agua que indican la vitalidad (w. 5-7). El cuarto añade a los precedentes (w. 16-17) la descripción de una realeza ideal, que es una visión idealizada de la monarquía davídica, en cuanto destinataria de la promesa divina comunicada por el profeta Natán (cf. 2 Sm 7), y constituye el origen del mesianismo real. Balaán, en sustancia, debe profetizar el gran futuro de Israel, signo concreto de la fidelidad divina a la promesa dada a David. «Una estrella sale de Jacob, un centro surge de Israel» (v. 17). El cetro es claramente símbolo de la realeza; la estrella, sin embargo, hay que vincularla a una idea difusa de la antigüedad: la aparición de un nuevo astro significaría o el nacimiento de un rey o un gran acontecimiento de la historia. Comienza aquí en el Antiguo Testamento el motivo difundido en el mundo judaico intertestamentario de la estrella como símbolo del Mesías, el "hijo de la estrella".
Evangelio: Mateo 21,23-27 23 Jesús entró en el templo, y mientras enseñaba, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le dijeron: -¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado esa autoridad? 24 Jesús les respondió: -También yo os voy a hacer una pregunta. Si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto. 25 El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres? Ellos discutían entre sí y comentaban: «Si decimos que de Dios, nos dirá: ¿Por qué no le creísteis? 26 Y si decimos que de los hombres, hay que temer a la gente, porque todos piensan que Juan era un profeta». 27 Así que respondieron a Jesús: -No sabemos. Entonces Jesús les dijo: -Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.
*»• El evangelista muestra a los adversarios de Jesús que protestan, por considerarla pretensión ilegítima, su juicio sobre el templo y la expulsión de los vendedores. Preguntan en nombre de qué autoridad ha actuado de tal modo y sentenciado sobre la relación del pueblo con Dios. Jesús, por su parte, contraataca, pidiéndoles que se decidan en su postura sobre el bautismo de Juan (v. 25), y es que el bautizar había sido la acción más llamativa del Bautista. El Nazareno exige una alternativa clara y decidida. A través de la pregunta se ven obligados a hacer una seria reflexión de su propia actitud equivocada frente a Dios. La pregunta de Jesús no es, como podría parecer al lector, una escapatoria táctica, un modo de desplazar el campo de atención evitando así dar una respuesta comprometedora. Se trata más bien de hacer una seria invitación a la conversión; pide tomar partido respecto a la predicación de Juan el Bautista, que había sido precisamente una llamada a la conversión. Su predicación ponía a los jefes religiosos en una situación análoga a la deseada por Jesús. Su negativa a responder manifiesta su mala voluntad, su actuar con cálculos políticos de conveniencia (w. 25-26), olvidando que la primera obligación de los jefes, como de cualquier fiel, es la conversión. De lo contrario Dios puede callar ante el incrédulo, como sugiere la perentoria afirmación final de Jesús: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas» (v. 27).
MEDITATIO El nombre de Juan de la Cruz, tomado por el santo cuando optó por seguir el ideal de Teresa de Jesús, conviene bien a su experiencia y a su carisma. Estuvo marcado por la cruz desde niño, sufrió hambre y orfandad por la muerte prematura de su padre, junto a su madre, Catalina, que se vio obligada a dejar la casa de Fontiyeros para trasladarse a Medina del Campo. Aquí, nuestro santo, abierto a la vida y a la acción con su inteligencia y su capacidad práctica, ejerció muy pronto muchos oficios, y conoció el dolor de los enfermos trabajando de enfermero en el hospital local de las enfermedades infecciosas. La cruz siguió a Juan en su opción por el Carmelo, en los primeros pasos de la incipiente reforma, forjando su carácter austero y decidido, aunque abriéndolo constantemente a lo esencial: la contemplación de Cristo crucificado, palabra definitiva del Padre, como el todo de la existencia. La contemplación de la cruz y del Crucificado abre de par en par su inteligencia y su corazón a la sabiduría, la poesía, el conocimiento sublime del misterio. Encerrado durante nueve meses en la cárcel conventual de Toledo, en unas condiciones humanas absolutamente precarias, privado de los sacramentos, conoció el abandono de Cristo en la cruz y participó de la «noche oscura» del dolor espiritual. Pero su corazón se abre aún a la luz de la sabiduría. Muchas de sus poesías más sublimes nacieron como rayos de luz en medio de la oscuridad de esta prueba. La cruz le acompañará hasta el final de sus días, incluso en la persecución y el desprecio de sus hermanos. Ante una imagen de Cristo cargado con la cruz, expresa su deseo de «sufrir y ser despreciado» por el Señor. Sin embargo, la cruz abre horizontes infinitos de luz, permite recorrer al místico los senderos de la noche bienaventurada, como la noche de pascua en la que se unió con Cristo, y le prepara para la fiesta del Espíritu y para la sublime experiencia de la comunión trinitaria.
ORATIO ¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase [...] No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero. Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal hiera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón (san Juan de la Cruz, «Oración del alma enamorada», en Dichos de luz y amor).
CONTEMPLATIO Decía san Juan de la Cruz que san Dionisio Areopagita escribió esa sentencia maravillosa que afirma: «La más divina de todas las obras divinas es cooperar con Dios en el bien de las almas», es decir, que la suprema perfección de cualquier ser en s u jerarquía y en su grado es ascender y crecer, según su propio talento y sus propias capacidades, en la imitación de Dios y - l o que es más admirable y divino- en ser cooperadores d e él en la conversión y en la redención de las almas. En efecto, en esto brillan las obras propias de Dios, que es gran gloria imitar, y por eso Cristo nuestro Señor las llamó obras del Padre, cuidados de su Padre [...]. Añadía que es una verdad evidente que la compasión con el prójimo crece más cuanto más se une el alma a Dios por amor. En efecto, cuanto más ama, más desea que este mismo amor sea amado y honrado por todos. Y cuanto más lo desea, más trabaja para ello, tanto en la oración corno en todos los otros ejercicios necesarios que a ella le son posibles. Tanto es el fervor y la fuerza de su caridad que estos tales, poseídos por Dios, no se pueden restringir o contentar con su propia y sola ganancia; más aún, al parecerles poca cosa ir al cielo solos, buscan con ansias, afectos celestiales y diligencias exquisitas, conducir con ellos a muchos. Eso nace del gran amor que tienen por Dios y es fruto y efecto propio de la oración y la contemplación perfectas («Insegnamenti spirituali de san Giovanni della Croce», n. 10, en Opere, Roma 1963, pp. 1.152ss).
ACTIO Repite y medita a menudo durante el día estas palabras de san Juan de la Cruz: «Y donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...» (carta n. 27 a la M. María de la Encarnación).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con él, hablaba constantemente de él. Lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de él con pasión y con dotes de persuasión no comunes: «Ponderaban los que le oían, que así hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales». Gracias al don de la fe, los contenidos del misterio llegan a formar para el creyente un mundo vivo y real. El testigo anuncia lo que ha visto y oído, lo que ha contemplado, a semejanza de los profetas y de los apóstoles (cf. 1 Jn 1,1-2). Como ellos, el santo posee el don de la palabra eficaz y penetrante; no sólo por la capacidad de expresar y comunicar su experiencia en símbolos y poesías transidos de belleza y lirismo, sino por la exquisitez sapiencial de sus dichos de luz y amor, por su propensión a hablar «palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor», «de luz para el camino y de amor en el caminar». La viveza y el realismo de la fe del doctor místico estriban en la referencia a los misterios centrales del cristianismo. Una persona contemporánea del santo afirma: «Entre los misterios que me parece tenía grande amor era al de la Santísima Trinidad y también al del Hijo de Dios humanado». Su fuente preferida para la contemplación de estos misterios era la Escritura, como tantas veces atestigua; en particular, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, de cuyas palabras se hace eco: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Teólogo y místico, hizo del misterio trinitario y de los misterios del Verbo Encarnado el eje de la vida espiritual y el cántico de su poesía. Descubre a Dios en las obras de la creación y en los hechos de la historia, porque lo busca y acoge con fe desde lo más íntimo de su ser: «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma... Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora». ¿Cómo consigue el místico español extraer de la fe cristiana toda esa riqueza de contenidos y de vida? Sencillamente, dejando que la fe evangélica despliegue todas sus capacidades de conversión, amor, confianza, entrega. El secreto de su riqueza y eficacia estriba en que la fe es la fuente de la vida teologal: fe, caridad, esperanza. «Estas tres virtudes teologales andan en uno». Una de las aportaciones más valiosas de san Juan de la Cruz a la espiritualidad cristiana es la doctrina acerca del desarrollo de la vida teologal. En su magisterio escrito y oral centra su atención en la trilogía de la fe, la esperanza y el amor, que constituyen las actitudes originales de la existencia cristiana. En todas las fases del camino espiritual son siempre las virtudes teologales el eje de la comunicación de Dios con el hombre y de la respuesta del hombre a Dios. La fe, unida a la caridad y a la esperanza, produce ese conocimiento íntimo y sabroso que llamamos experiencia o sentido de Dios, vida de fe, contemplación cristiana. Es algo que va más allá de la reflexión teológica o filosófica. Y la reciben de Dios, mediante el Espíritu, muchas almas sencillas y entregadas. Al dedicar el Cántico espiritual a Ana de Jesús, anota el autor: «Aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística que se sabe por amor en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan». Cristo se les revela como el Amado; aún más, como el que ama con anterioridad, como canta el poema de «El pastorcico» (carta apostólica Maestro en la fe, en el IV centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, 8-10).
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Martes de la tercera semana de adviento LECTIO Primera lectura: Sofonías 3,1-2.9-13 Así dice el Señor: 1 ¡Ay de la ciudad rebelde, impura y opresora! 2 No ha escuchado nunca la llamada, no ha aceptado la corrección, jamás ha confiado en el Señor, no ha recurrido a su Dios. 9 Yo daré entonces a los pueblos labios puros, para que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan todos unidos. 10 Desde el otro lado de los ríos de Etiopía, los que me adoraban y yo dispersé, me traerán sus ofrendas. 11 Aquel día no tendrás que avergonzarte de las perversas acciones con las que te rebelaste contra mí. Extirparé a tus arrogantes fanfarrones de en medio de ti, y no volverás a engreírte en mi monte santo. 12 Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que buscará refugio en el nombre del Señor. 13 El resto de Israel no cometerá más iniquidad, no dirá más mentiras, ni hablará con falsedad. Se alimentarán y reposarán sin que nadie los inquiete.
**• El comienzo de este fragmento litúrgico relata una amenaza del Señor contra los jefes de la nación, que buscan sólo su propio interés en vez de dedicarse a la fe del pueblo. Sin embargo, después del juicio aparece una palabra de esperanza, en la que la purificación del pueblo y de Jerusalén mira a la promesa de la alegría mesiánica y la reunión de los dispersos (cf. Sof 3,14-20). El anuncio de la purificación de los pueblos (v. 9) que abandonan el culto a otras divinidades y elevan su profesión de fe al Señor manifiesta la espera profética de una profunda renovación de la humanidad por obra del Señor. Esta renovación consiste en la conversión del corazón humano, que se traduce en acoger la ley divina, en el culto al Dios verdadero. Es una transformación antropológica que afecta sobre todo al pueblo de Dios, en el que desaparece todo rastro de soberbia, como síntesis del pecado humano, de un orgullo que tiende a ocupar el puesto de Dios (v. 11). El pueblo del tiempo de la salvación al que se promete el descanso y la paz es un «resto» (v. 13), es decir, un grupo políticamente frágil y culturalmente irrelevante y despreciado, que no puede precisamente presumir de sus propias fuerzas, sino que experimenta con gratitud la fidelidad de su Dios. Está constituido por los "pobres del Señor" (v. 12), o sea, los que tienen a Dios como único recurso de su propia vida y confían plenamente en él traduciendo su humilde confianza en una obediencia práctica de la voluntad divina.
Evangelio: Mateo 21,28-32 28 En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Anda, hijo, ve a trabajar hoy en la viña». 29 Él respondió: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. 30 Luego se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él respondió: «Voy, señor». Pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? Le contestaron: -El primero. Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que los publícanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios. 32 Porque vino Juan a mostraros el camino de la salvación y no le creísteis; en cambio los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y vosotros, a pesar de verlo, no os arrepentisteis ni creísteis en él.
**• Los jefes del pueblo, que en el contexto precedente aparecían como interlocutores malévolos de Jesús (cf. Mt 21,23-27), no tienen intención de escucharle. Jesús pone al desnudo su incoherencia y los provoca con la perspectiva de una ventaja religiosa de los publicanos y prostitutas con respecto a ellos. Y lo hace con la parábola de los dos hijos distintos, que se aclara teniendo como trasfondo, aceptado tanto por el Bautista como por Jesús, la tradición veterotestamentaria sobre la necesidad de la «justicia», esto es, de una fe que busca llevar a la práctica fielmente la voluntad de Dios en el día a día. La parábola no exalta a los pecadores y desprecia a los devotos, como puede parecer basándonos en ciertas lecturas sesgadas, sino que anuncia la extraordinaria cercanía de Dios al pecador, al que ofrece siempre un cambio de vida. También aparece la denuncia de la frecuente incoherencia de tantos creyentes, ejemplarizados en el primer hijo, cumplidores sólo de boquilla. La confrontación llamativa entre publicanos y prostitutas y los hombres de religión (w. 31-32) no es tanto una condena de estos últimos por parte de Jesús, cuanto una última llamada apremiante a la conversión.
MEDITATIO La parábola de los dos hijos es una severa admonición para mí si, como el primer hijo, respondo afirmativamente, pero luego no voy a trabajar a la viña. Debo hoy poner sobre el tapete mis incoherencias y la obediencia meramente formal, cuando antepongo a las exigencias del evangelio mi pequeño «yo». El riesgo no es sólo el no cumplimiento, sino también el reducir mi justicia moral y religiosa a una imagen de fachada, mientras mi corazón olvida la amorosa inquietud de la búsqueda sincera de la voluntad de Dios. Resulta por tanto importante la contemplación del paradójico estilo de nuestro Dios, que llama a la conversión incluso a los más lejanos y derrama sus bendiciones a los pobres, a los que sólo confían en él sin poder presumir de sí mismos ni de sus méritos. La parábola evangélica de los dos hijos diversos me interpela sobre la suma importancia de la humildad como cualidad necesaria de la fe que da acceso al reino de Dios. Y, por otra parte, esta dura palabra evangélica me llena también el corazón de gratitud, recordándome que Dios ama a los que no se apoyan en sus propios méritos, sino que, confiando sólo en su misericordia y su fidelidad, están dispuestos a cambiar realmente de vida.
ORATIO Tu Palabra hoy nos fustiga y nos consuela. Nos fustiga porque cuando nos invitas a trabajar en tu viña, como el hijo mayor de la parábola, con frecuencia respondemos: «Sí, Señor»; pero luego no vamos. Estamos demasiado ocupados y preocupados por nuestro «yo» para estar de veras disponibles a buscar sinceramente tu voluntad. Socórrenos con tu Espíritu, para que podamos velar sobre nosotros mismos con el fin de que nuestra adhesión a tu voluntad no se reduzca a palabras huecas. Pero, además de fustigarnos, tu Palabra nos consuela, porque nos recuerda que incluso a aquel que esté más aferrado al mal le quieres dirigir una palabra de salvación dándole la oportunidad de arrepentirse, de cambiar de vida, de romper con la obstinación del corazón. Con humildad y confianza acudimos a ti, Dios que ama a los que no confían en sus propios méritos, y confiamos únicamente en tu misericordia y fidelidad.
CONTEMPLATIO Oh pueblos, oh tierra entera, gritemos al Señor, y escuchará nuestra oración, porque el Señor se alegra del arrepentimiento y de la conversión de los hombres. Todas las potencias celestes esperan que también gocemos de la suavidad de Dios y contemplemos la belleza de su rostro. Cuando los hombres conservan el santo temor de Dios, la vida en la tierra es serena y dulce. Ahora, sin embargo, los hombres han comenzado a vivir según su propia voluntad y su razón, y han abandonado los santos mandamientos, y esperan encontrar felicidad sin el Señor, no sabiendo que sólo el Señor es nuestra verdadera alegría y sólo en el Señor el hombre encuentra felicidad. Él caldea el alma como el sol reaviva las flores del campo y como el viento le acuna, infundiéndole vida. Señor, dirige tu pueblo hacia ti, para que conozca tu amor y todos vean en el Espíritu Santo la mansedumbre de tu rostro: que todos gocen aquí en la tierra de la visión de tu rostro y -viéndote como eres- se asemejen a ti. Gloria al Señor, porque nos ha concedido el arrepentimiento y por medio del arrepentimiento todos seremos salvados sin excepción (Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos, Madrid 1996, 314).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde» (Sof 3,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El pueblo mesiánico, aunque no incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16). Así como el pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia (2 Esd 13,1; Nm 20,4 Dt 23,1 ss), así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne (cf. Heb 13,14), también es designado como Iglesia de Cristo (cf. Mt 16,18), porque fue El quien la adquirió con su sangre (cf. Hch 20,28), la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social. Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera. Debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos. Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso (LG, 9). |
Miércoles de la tercera semana de adviento LECTIO Primera lectura: Isaías 45,6b-8.18.21b-25 6b Yo soy el Señor, y no hay otro. 7 Yo formo la luz y creo las tinieblas, construyo la paz y creo las desdichas. Yo, el Señor, hago todo esto. 8 Cielos, destilad el rocío; nubes, lloved la liberación; que la tierra se abra, que brote la salvación, y junto con ella germine la justicia. Yo, el Señor, lo he creado. 18 Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro». No hay otro Dios fuera de mí. 21b Yo soy un Dios justo y salvador, y no existe ningún otro. 22 Volveos a mí y os salvaréis, confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro. 23 Por mí mismo lo juro, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: «Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua». 24 Dirán: «La salvación y el poder vienen sólo del Señor». Quedarán en ridículo todos los que se enfrentaban a él. 25 Con el Señor triunfará y será grande toda la estirpe de Israel.
**• Las palabras del profeta dirigidas a Ciro son un himno a Dios que, a través de su Ungido, ejecuta la salvación (cf. Is 45,1). Se afirma decididamente que sólo el Dios de Israel es el Señor, porque hace todo (luz y tinieblas; salvación y desgracia) y es el creador, es decir, su acción es el origen de todo "radicalmente nuevo", desde el primero al último día. En todo el fragmento aparece una expresión singular: «Yo soy YHWH» (cf. w. 5.6.14.18.22), que es un modo de afirmar la unicidad de Dios, su poder y su señorío absoluto sobre la historia del hombre. Su poder se manifiesta en la creación del mundo, realidad vacía y sin sentido pero con el fin positivo y altísimo de ser la morada de la humanidad (v. 18). Pero el culmen de su señorío se manifiesta más en su querer y poder salvar a la humanidad (w. 21-22) y en suscitar en la búsqueda sincera de la justicia y el bien (v. 8). Así se revela como «Dios justo» (v. 21), es decir, capaz de instaurar una relación de comunión y de alianza, y por consiguiente es «Dios salvador». Sobre todas las cosas, mundo y humanidad, Dios domina soberano y nada puede oponerse a su voluntad: el actuar divino en favor de los fieles, aun siendo misterioso e imprevisible, está patente a los ojos de todos y manifiesta su incomparabilidad y unicidad. Éste es el Dios que Israel, como pueblo de Dios, debe dar a conocer a los demás pueblos.
Evangelio: Lucas 7,19-23 En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: -¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro? 20 Ellos se presentaron a Jesús y le dijeron: -Juan el Bautista nos envía a preguntarte: ¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro? 21 En aquel momento, Jesús curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. 22 Después les respondió: -Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia; 23 y dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo.
*» Lucas, presentando al Bautista, nos muestra la figura de un creyente que ha optado vivir por Dios en cada instante. Él se ha unido a su Dios siempre, lo ha sentido increíblemente cercano y creyó reconocerlo en un misterioso hombre de Galilea, venido a bautizarse por él en el Jordán: Jesús de Nazaret (cf. 3,16-17). Pero en su soledad y oscuridad de la prisión herodiana, un enorme temor le llena de tristeza: ¿Acaso se equivocó respecto al que señaló como cordero de Dios? A pesar de todo, la fe de Juan es mayor que su duda. Así, en vez de poner en tela de juicio su espera, manda una embajada a Jesús, pidiendo luz y ayuda para comprender. Juan se reduce más a lo esencial, se hace más pobre si cabe, preguntándose simplemente: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» (v. 19). Y Jesús responde a la pregunta de Juan, indicando lo que hace ante los ojos de los enviados por el Bautista (v. 21). Pero no son sencillamente los milagros los que responden en su favor remitiéndose a los textos bíblicos del Antiguo Testamento, sino también el hecho de que en sus obras se descubren los signos del comienzo de una humanidad nueva, que sabe acoger la Palabra de Dios, ver sus maravillas y caminar por sus sendas: «Los ciegos ven, los cojos andan... los sordos oyen...» (v. 22ab). Pero sobre todo contesta al profeta encarcelado: «a los pobres se les anuncia la buena noticia» (v. 22c). Un pobre como el prisionero Juan comprenderá y no se escandalizará ante el estilo paradójico del actuar de Dios en Jesús; antes bien, será realmente «dichoso» (v. 23).
MEDITATIO La palabra evangélica me presenta hoy al Bautista como testigo de Cristo con su vida. En Juan se me presenta la figura del verdadero pobre declarado dichoso por Jesús, el creyente que camina en la paciencia y sabe corregir las propias apreciaciones de la espera según el estilo imprevisible del venir de Dios. Por esta razón, puede ahondar en su propia esperanza hasta el testimonio supremo. De la figura evangélica del Bautista también aprendo que la fe más fuerte y sincera puede coexistir con la duda y que sólo hay un modo para vencer esta duda que atenaza el corazón. Juan me recuerda que sólo puedo superar la prueba con la oración: renunciando a poner en tela de juicio la promesa de Dios y revisando mis limitados modos de comprender la promesa divina y de esperar su cumplimiento, ahí es donde encuentro la paz. A esa fe que invoca, Dios responderá regalándome un nuevo modo de ver las cosas que me permite contemplar los signos de su amor en mi vida y los signos de esa humanidad nueva que sigue creando todavía hoy. Descubro así la verdad de la palabra del profeta Isaías, según el cual, más allá de los aparentes desmentidos de la historia, el Señor puede y quiere salvar a su pueblo, aun cuando su actuación no deja de ser en gran parte misteriosa y refractaria a toda comparación con las soluciones humanas para tales problemas.
ORATIO «Cielos, destilad el rocío; nubes, lloved la liberación; ábrase la tierra y brote la salvación». Con el profeta Isaías te invocamos en estos días que preparan el nacimiento de tu Hijo, en los que el cielo y la tierra se encuentran y tu divinidad se une a nuestra humanidad para realizar el admirable intercambio: Dios se hace hijo del hombre, para hacernos a los hombres sus hijos. Esta certeza de fe no impide que broten en mi corazón dudas y temores. A veces llego a pensar que mi vida sea un camino infinito, sin final. Lo único que me queda es ser yo mismo y dirigirte, Señor, con todo mi ser, una plegaria, pues sólo en ti está la victoria y el poder. Como el Bautista me dirijo a ti, para que tu luz me ayude a contemplar los signos de la nueva humanidad que estás creando ya ahora en nuestro mundo.
CONTEMPLATIO Dios y Señor mío: atiende a mi corazón y escuche tu misericordia mi deseo, porque no sólo me abrasa en orden a mí, sino también en orden a servir a la caridad fraterna; y que así es, lo ves tú en mi corazón. Dame lo que debo ofrecer porque soy un mendigo necesitado, tú eres «rico con los que te invocan». Tú, libre de toda necesidad, y que seguro cuidas de nosotros. Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y también luz de los que ven y fortaleza de los fuertes, atiende a mi alma. Porque si no estuviesen aún en lo profundo tus oídos, ¿adonde iríamos, adonde clamaríamos? Si llamo a la puerta, no la cierres. Apaga mi amor, porque ya amo y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta. Te conjuro por nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual has venido en mi búsqueda; yo que no te buscaba y me has buscado para que te buscase (San Agustín, Confesiones, XI,2).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Volveos a mí y os salvaréis» (Is 45,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL En el Tiempo de adviento debe movernos una pregunta, la pregunta sobre el que debe venir. ¿Qué significa esta pregunta? ¿Qué se entiende por «el que ha de venir»? En tiempos del Bautista y de Jesús en todos los corazones del pueblo hebreo estaba muy viva la pregunta sobre el que debía venir y la esperanza en él. Se trata de la esperanza del Mesías, el rey del dichoso fin de los tiempos, que vendrá a poner fin a toda miseria e injusticia en la tierra y a inaugurar el señorío de Dios, señorío de justicia y salvación. Esta esperanza nació de las palabras de los antiguos profetas, cuidadosamente recogidas en la Escritura, y había penetrado en los corazones anhelantes. De tal esperanza nace a su vez la pregunta: ¿Cuándo vendrá el esperado? ¿Quién será? «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?» (Is 21,11). En base a esta esperanza se le hace a Jesús la pregunta: ¿Eres tú aquél? La pregunta brota de tal esperanza. Y sólo la podremos plantear si esa esperanza sigue viva en nosotros. La pregunta carece de sentido para los satisfechos de que el mundo sea como es. Sea porque para ésos el mundo constituye el lugar donde disfrutar de la vida, sin hacer caso de las sombras que lo invaden, ateniéndose sólo a la luz, despreocupando la mente de todo y acogiendo la alegría como llega, día a día. Sea que para ésos el mundo constituya el lugar de la lucha y la fatiga, en que el hombre, los hombres crean en comunidad sus obras, las cuales recompensan por la dedicación y el sacrificio que cuestan y hacen la vida aceptable (R. Bultmann, Prediche di Marburg, Brescia 1973, 213-214). |
Jueves de la tercera semana de adviento LECTIO Primera lectura: Génesis 49,1-2.8-10 1 En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo: 2 Reuníos y escuchad, hijos de Jacob; escuchad a vuestro padre Israel: 8 A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, someterás a tus enemigos, los hijos de tu padre se inclinarán ante ti. 9 Cachorro de león es Judá. De hacer presa vuelves, hijo mío. Se encorva, se echa como un león, como leona; ¿quién lo hará levantarse? 10 No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien pertenece, y a quien los pueblos obedecerán.
**• En el poema de Gn 49 se describe la despedida de Jacob moribundo rodeado de sus seres queridos. Las palabras que el patriarca dirige a sus doce hijos se consideran sagradas y proféticas, y hablan del futuro de sus hijos y sus descendientes. Los w. 8-10 se dirigen a Judá en particular, padre de la tribu homónima, de la que nacería el Mesías. La profecía, que se remonta al tiempo de Isaías (siglos VIII-VII), es misteriosa, exalta la superioridad de Judá sobre sus hermanos por su fuerza real, similar a la de un león. Y por el «cetro» y el «bastón de mando» (v. 10a) que ejercitará sobre las tribus de Israel y sobre todos sus enemigos. El fragmento alude a la monarquía davídica, en la que reside el cetro del Ungido del Señor, que llevará la salvación ansiada cuando el verdadero rey anunciado, a quien pertenecen el poder y el reino, domine sobre todos los pueblos. Este rey ideal y definitivo aparecerá en la figura del Mesías, del que dice el libro del Apocalipsis: «Ha vencido el león de la tribu de Judá» (Ap 5,5). El es el único poseedor del cetro de Dios, cuyo reino no es de dominio y poder, sino de servicio y amor para con todos los pueblos, que le rendirán filial obediencia.
Evangelio: Mateo 1,1-17 1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán: 2Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. 3 Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendro a Esrón; Esrón engendró a Aran; 4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón. 5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé; 6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón. 7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá; 8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías; 9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías; 10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías. 11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia. 12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel; Salatiel engendró a Zorobabel; 13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor; 14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engedró a Eliud; 15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob. 16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. 17 Así pues, son catorce las generaciones desde Abrahán hasta David, catorce desde David hasta la cautividad de Babilonia, y catorce desde la cautividad de Babilonia hasta el Mesías.
**• Mateo comienza su evangelio con el «libro de las generaciones de Jesús» (literalmente), y narra los orígenes humanos del segundo Adán. Comienzan con Abrahán y concluyen con «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (v. 16). El evangelista al presentarnos una síntesis de la historia de la salvación, cuya meta es la figura de Jesús-Mesías, divide la historia en tres grandes períodos: Abrahán, David, el destierro. A pesar de la monotonía del texto y el carácter artificial y rígido de los nombres que se suceden, el texto presenta un valor teológico relevante, ofreciéndonos la genealogía del que será protagonista del evangelio. Se afirma, confirmando las promesas proféticas (cf. Gn 12,3; 2 Sm 7,1-17), que Jesús desciende de Abrahán de David y, por consiguiente, posee las bendiciones y la gloria de los antepasados. Además, puesto que sus raíces se hunden en la historia humana y en el pueblo hebreo, goza de las condiciones necesarias para ser el Mesías esperado por las naciones, que anuncia e inaugura el reino de Dios. Este reino posee, sobre todo, la universalidad de la salvación en la persona de Cristo, que Mateo quiere resaltar con la presencia de cuatro mujeres, o extranjeras o pecadoras: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé. El Mesías, de hecho, al venir a los hombres, no dudó en asumir la fragilidad humana, cubierta de oscuridad, para revestirla de su luz inmortal. La salvación se brinda no sólo a los justos, también a los pecadores.
MEDITATIO Hoy iniciamos los últimos días de preparación a la Navidad. La liturgia nos plantea una pregunta: ¿Cómo nos estamos preparando para acoger al que viene a nosotros? Jesús es el Mesías, el verdadero descendiente de Judá, heredero de las promesas que Dios había hecho a Abrahán, renovado a David y todos sus descendientes. En realidad la figura de Judá es el eslabón que une la primera lectura del Génesis y el evangelio de Mateo. Cristo, el segundo Adán, ha entrado en nuestra vida humana, marcada por el pecado, el dolor y la muerte, por la desobediencia de nuestros primeros padres, no para castigar a la humanidad, sino para transformarla y reconducirla a la amistad con Dios, tal como era su proyecto original. Toda la historia de Israel es el testimonio del anuncio de la venida de un redentor, esperado por los hombres como cumplimiento de la promesa: toda la ley está preñada de Cristo. En Jesús, Dios se ha hecho hombre, el sueño se hace realidad. El Dios con nosotros se ha hecho el Dios por nosotros, a pesar de nuestra infidelidad y el ser remisos a acogerle. Nosotros formamos parte de esta historia que nos vincula estrechamente con Abrahán y David, hilo de oro que con frecuencia hemos roto con nuestro pecado y que Dios reanuda en Jesús, acercándonos cada vez más a su corazón. Él, conocedor de la fragilidad del espíritu humano, sabe comprender y perdonar siempre nuestra debilidad, espera la conversión continua del corazón y el reconocimiento de aquel a quien pertenece toda realeza y a quien todos los pueblos deben acatamiento, fidelidad y amor.
ORATIO Oh Señor, tú que eres el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesucristo y nuestro Dios, tú has prometido a Judá un reino sin ocaso y una realeza sobre todos los pueblos. Haz que reconozcamos sinceramente que toda la historia humana, a través del pueblo elegido, y luego por la Iglesia, heredera de las bendiciones de Israel, esté orientada a Cristo, el esperado de los pueblos, y haz que cada uno de nosotros sea instrumento apto para anunciarlo a los hermanos y hermanas que encontremos en la vida. Haz que los hombres, de cualquier raza y color, sepamos superar divisiones y diversidades para unirnos en una renovada esperanza en la venida del Salvador y con la confianza de que su mensaje de salvación y de vida es válido para todos sin distinción. Que nuestros pecados, que tantas veces experimentamos, no nos alejen de ti, que eres la luz que ilumina nuestro camino; haznos más bien conscientes de nuestras limitaciones y abiertos a una sincera conversión de corazón. Señor de la historia y de los pueblos, tú que comprendes nuestra miseria, llénanos de tu poder y haz que vivamos vigilantes para reconocer los signos de los tiempos y tu paso silencioso a través de las vicisitudes cotidianas de nuestra historia. Pero sobre todo haz que reconozcamos a tu Hijo Jesús, descendiente de una estirpe humana, el Mesías esperado, al que pertenecen el poder y la gloria y al que todos los pueblos obedecerán con amor.
CONTEMPLATIO Hoy en el evangelio se lee: «Libro de la genealogía de Jesucristo». En estas genealogías, nace todavía en nosotros, según el espíritu, la Sabiduría. Si deseas, pues, que Cristo nazca en ti, ten en ti y llénate de las genealogías de la Sabiduría, esto es, de Cristo. Ten en ti a Abrahán, Isaac y los demás mencionados en la genealogía de Cristo. Abrahán fue perfecto en la fe, Isaac fue el hijo de la promesa, Jacob vio cara a cara al Señor. Tened por tanto en vosotros una fe perfecta y tendréis espiritualmente a Abrahán. Esperad en las promesas de los bienes futuros, despreciad los placeres de los bienes presentes, y tendréis a Isaac. Apresuraos cuanto podáis a la visión de Dios y tendréis a Jacob. Del mismo modo, si sois fervorosos de espíritu, tendréis a Abrahán, si permanecéis gozosos en la esperanza, tendréis a Isaac, si aguantáis pacientes en la tribulación, tendréis a Jacob (...). De este modo, si tenemos espiritualmente todos estos padres, de los que hoy habla el evangelio, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: «Seréis colmados de mis generaciones» (Elredo De Rieval, Sermones inéditos; XXII, 16-18, Roma 1952).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Oh Sabiduría, ven a enseñarnos el camino de la vida» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Los largos y prodigiosos siglos que preceden al primer nacimiento no están vacíos de Cristo, sino penetrados por su potente influjo. Es la agitación de su concepción la que mueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes biosféricas. La preparación de su nacimiento es la que acelera el progreso del instinto y hace que el pensamiento desemboque en la tierra. No nos escandalicemos ingenuamente de la interminable espera que nos ha impuesto el Mesías. Se requería nada menos que las espantosas y anónimas fatigas del hombre primitivo, la durable belleza egipcia, la espera inquieta de Israel, el perfume destilado del misticismo oriental, la sabiduría cien veces refinada de los griegos, para que del tronco de Jesé y de la humanidad germinase un retoño y pudiese abrirse la Flor. Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente necesarias para que Cristo entrase en la escena humana. Y toda esta agitación se movía por el desvelo activo y creador de su alma en cuanto que esta alma era elegida para animar al Universo. Cuando Cristo aparece en brazos de María, en él se elevaba todo el mundo. No, yo no me escandalizo de estas esperas interminables y de estos largos preparativos. Todavía lo contemplo en el corazón de los hombres de hoy, que, de luz en luz, caminan lentamente hacia aquel que es la luz. Caminan hacia esta Palabra que ha sido pronunciada, pero todavía no escuchada, algo así como el esplendor de las estrellas que emplean tantos años para llegar a nuestros ojos (P. Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid 1998). |
Viernes de la tercera semana de adviento LECTIO Primera lectura: Jeremías 23,5-8 5 He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo suscitaré a David un descendiente legítimo, que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y la justicia en esta tierra. 6 En sus días se salvará Judá, e Israel vivirá en paz. Y le llamarán así: «El Señor nuestra justicia». 7 Sí, vienen días, oráculo del Señor, en que no se dirá ya: «Vive el Señor que sacó a los israelitas de Egipto». 8 Sino que se dirá: «Vive el Señor, que sacó a la estirpe de Israel del país del norte de todos los lugares por donde los había dispersado, y los trajo a su tierra».
*• El libro de Jeremías es uno de los textos bíblicos más dramáticos, que comprende los momentos más trágicos de la historia de Israel. Sin embargo, el profeta en este fragmento nos presenta una profecía cargada de esperanza y recoge dos oráculos: el primero es el anuncio de un rey sabio, descendiente de David, que, como «descendiente legítimo», guiará a los suyos cual verdadero pastor (w. 5-6); el segundo es la declaración del fin del exilio y de la dispersión del pueblo, que volverá a «habitar en su propia tierra» (w. 7-8). La profecía nos pone ante una intervención de Dios que, manteniendo la promesa hecha a David (cf. 2 Sm 7,12-16), reagrupa al pueblo y lo guía un verdadero rey (cf. Is 11,1-9; Zac 3,8), construyendo un reino de paz y justicia; por esta razón llevará el nombre «El-Señor-nuestra-justicia» (v. 6). Las características de este sucesor de David se atribuyen al Mesías, que gobernará al pueblo con «el derecho» de su Palabra y «la justicia» de su amor misericordioso (v. 5). En cuanto al anuncio de la liberación del destierro y el volver a la tierra, se describe como un nuevo éxodo, prefigurando la verdadera liberación mesiánico-escatológica, ejecutada por el Mesías, quien conducirá a todo desterrado para introducirle en la tierra de la paz sabática.
Evangelio: Mateo 1,18-24 18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo. 19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto. 20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. 22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta: 23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros) 24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y se llevó a casa a su mujer.
*•• El evangelista nos describe el anuncio del nacimiento de Jesús, por el ángel del Señor a José, hijo de David. María, prometida de José, se halla encinta por obra del Espíritu Santo. Mientras José piensa abandonarla en secreto, respetando con veneración silenciosa un hecho misterioso, el ángel le revela en sueños el plan de Dios: María dará a luz al Salvador esperado. José, que es «justo» (v. 19), acoge con fe y sencillez el designio de Dios, lleva consigo a María, reconoce legalmente al hijo, le transmite todos los derechos como descendiente davídico e imponiendo a Jesús el nombre que califica su misión, cumple la voluntad divina. Aunque no por línea de sangre, Jesús es descendiente de David, como demuestra Mateo citando el texto de Is 7,14: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel» (v. 23). Dios, para realizar su designio de amor y salvación se sirve de hombres que veneran su voluntad, con frecuencia misteriosa. José es uno de estos que, con fe y humilde obediencia, vive una vida escondida, pero colabora con Dios para llevar adelante la historia de salvación. En el hijo de María y José a punto de nacer Dios se manifiesta como el Emmanuel, es decir «Dios con nosotros».
MEDITATIO La unión existente entre el texto de Jeremías y el evangelio de Mateo aparece en el «vástago legítimo» que florece del tronco de David y «reinará como rey prudente (Jer 23,5). Este rey misterioso, que nace por obra del Espíritu, es el Mesías que «salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21). Pero Dios se sirve de José, hombre sencillo y de profunda fe, para sacar adelante su historia de salvación centrada en Jesús. José no obstaculiza el designio divino, entra en el misterio sin comprenderlo a fondo, se fía de su creador y colabora con docilidad y confianza. El hombre justo es el hombre de la Palabra de Dios, que no se defiende ni se queda en teorías, sino que lee los acontecimientos de su vida y los comprende, en la medida en que interioriza la Palabra y la vive en su día a día. Sin embargo, se da una condición previa para entrar en diálogo con Dios: estar dispuesto a obedecerle sin dilación, porque sólo el que se pone en actitud de escucha devota es «utilizado» por el Señor para llevar adelante sus planes en favor de los hombres, como lo fueron María y José, los verdaderos pobres, que tienen a Dios por rey. La realeza de Cristo sólo se revela a los que tienen un corazón de pobre como los 'anawím de Israel y de todos los tiempos. Como creyentes estamos llamados a la escuela de estos justos que, como José, creen plenamente en el amor de Dios y han experimentado su don.
ORATIO Señor Jesús, hijo de David, tú que has escogido el camino de la encarnación para salvarnos, apareciendo entre los hombres como todos nosotros, por medio de una madre, la virgen María, y has crecido bajo la mirada vigilante de José, hombre justo, ayuda a tu pueblo para que reconozca en tu venida el anuncio gozoso de la salvación y la vida nueva. Tú que eres el «vástago justo», que florece en el corazón de todo hombre, haz que tu reino de justicia y paz, con la riqueza de sus valores humanos, se extienda como luz a todos los pueblos. Quisiste tener a tu lado la figura sencilla y trabajadora de José para hacernos comprender que, más allá de los vínculos de la sangre, aprecias cualquier paternidad, como reflejo de la verdadera paternidad de tu Padre que está en los cielos. También nos enseñas que el hombre humilde y rico de fe, disponible a la voluntad de Dios, siempre es agradable a tus ojos y por eso le haces colaborador de tu designio de amor. Te pedimos que nosotros también estemos dispuestos, como José, a dar nuestro sincero y gozoso asentimiento a lo que nos pidas, aun a través de los caminos misteriosos de tu amor. Pero sobre todo deseamos que seas siempre nuestro Emmanuel, el "Dios con nosotros", para saberte llevar en el corazón con el mismo amor que José, tu padre adoptivo, de modo que estemos disponibles a servirte en todos nuestros hermanos, especialmente en los pobres y necesitados, porque estás con ellos.
CONTEMPLATIO No cabe concebir mayor alegría, comprendo yo, que nuestro Señor Jesucristo, Aquel que es el Altísimo, el Omnipotente, noble por excelencia y digno de todo honor, sea también el que más se humille y más se abaje; sea el más cariñoso y el más atento; y en realidad, esta alegría maravillosa nos será dada a todos sentirla cuando nos sea otorgado poder contemplarle. Y esto quiere nuestro Señor que andemos buscando llenos de confianza en Él, mediante su gracia y su ayuda, que esta búsqueda nos alegre y nos complazca, en cuando nos sea dado, en tanto esperamos el tiempo en que veremos su realización. Porque la plenitud de la alegría que nos espera en el cielo consistirá, según pienso, en la admirable consideración y cariño de nuestro Padre celestial, nuestro Creador, en nuestro Señor Jesucristo, nuestro hermano y nuestro salvador (...). Nuestra vida se basa en la fe, justo con la esperanza y la caridad. La manifestación, hecha a aquel a quien Dios dispone, enseña completamente lo mismo, de modo manifiesto y asegurado, además de otros puntos especiales pertenecientes a la fe, cuyo conocimiento es digno de la mayor veneración (Juliana de Norwich, Revelaciones del amor de Dios, Barcelona 1959, 45-46).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ven a librarnos con tu poder» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Frente al misterio divino, José ha sabido mantener el tono justo. No se dejó llevar por sentimientos humanos. No puede comprender lo que percibe en María y no quiere penetrar el misterio. Más bien se retira aparte, con tímida y respetuosa veneración, abandonándose a la voluntad de Dios y dejando en sus manos todo lo demás. Pero en cuanto comprende cuál es la voluntad divina, no duda un instante ni opone dificultades, en seguida lleva a la práctica lo que el ángel le había mandado. Sólo él, totalmente dispuesto a obedecer al Señor, podrá escuchar su Palabra y colaborar en su obra, porque sólo sabe obedecer quien sabe escuchar. Y José obedece a la Palabra, la pone en práctica, declarándose con sus obras dócil instrumento en manos del Altísimo. José no quiere nada para sí, sólo pretende estar sencillamente a disposición de Dios. Toma consigo a María, su esposa, pero no para poseerla como esposa, sino para cumplir la voluntad de Dios, para que ella pueda dar a luz a su Hijo. Pero será él, José, también por obediencia, quien imponga el nombre al hijo. Ese nombre en torno al cual gira el universo y por cuya voluntad todo ha sido creado: Jesús, el Mesías. El Antiguo y el Nuevo Testamento, las palabras de los profetas y las de Dios, el nombre y su significado, lo divino y lo humano confluyen en aquel que une todo y a todos: Jesús, el Mesías Salvador (R. Grotzwiller, Meditationen über Matfháus, Einsiedeln 1957). |
Sábado de la tercera semana de adviento LECTIO Primera lectura: Jueces 13,2-7.24-25a 2 Había un hombre de Sorá, de la tribu de Dan, llamado Manoaj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. 3 El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: -Tú eres estéril y no has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo; 4 procura no beber vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro, 5 porque vas a concebir y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde el vientre de su madre. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos. 6 La mujer fue a su casa y dijo a su marido: -Ha venido a verme un hombre de Dios; su aspecto era terrible, como el de un ángel de Dios. No le he preguntado de dónde venía, ni él me ha dicho su nombre. 7 Pero me dijo: «Vas a concebir y darás a luz un hijo. No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro, porque el niño estará consagrado a Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte». 24 La mujer dio a luz un hijo y le puso el nombre de Sansón. El niño creció y el Señor lo bendecía. 25a El espíritu del Señor comenzó a actuar en él.
**• El episodio del anuncio del nacimiento de Sansón se ajusta al género literario clásico de las anunciaciones bíblicas para celebrar el origen de los grandes personajes de la historia (cf. Gn 11,30; 18,10-11; 1 Sm 5,20). El modelo tiene las características esenciales siguientes, que siempre se repiten: la elección divina recae en personas humildes de corazón y "débiles" como en el caso de la esterilidad de la madre de Sansón y la edad avanzada del padre; el niño anunciado, como don de Dios, desempeñará una misión salvadora a favor del pueblo («Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos » v. 5); las condiciones requeridas al elegido por parte de Dios son la plena colaboración con él en la gozosa sencillez y la total fidelidad a su proyecto amoroso: «No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro» (w. 4.7). Estos elementos presentes en la mujer de Sorá «que no había tenido hijos» (v. 2), de su marido Manoaj y del hijo Sansón, «nazir consagrado a Dios» (w. 5.7), bendito del Señor y lleno del Espíritu, serán los mismos elementos que se realizarán plenamente en el acontecimiento salvífico del futuro redentor. Así, el texto de Jueces se convierte en profecía del nacimiento del Bautista y del nacimiento del Mesías.
Evangelio: Lucas 1,5-25 5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote, llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una mujer de la descendencia de Aarón, llamada Isabel. 6 Ambos eran irreprochables ante Dios y seguían escrupulosamente todos los mandamientos y preceptos del Señor. 7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran ya de edad avanzada. 8 Estaba un día Zacarías ejerciendo el servicio sacerdotal tal como le correspondía por turno a su grupo. 9 Según el rito sacerdotal, le tocó en suerte entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso. 10 Todo el pueblo estaba orando fuera mientras se ofrecía el incienso. 11 Y el ángel del Señor se le apareció, de pie, a la derecha del altar del incienso. 12 Al verlo, Zacarías se sobresaltó y se llenó de miedo. 13 Pero el ángel le dijo: -No temas, Zacarías, tu petición ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo al que pondrás por nombre Juan. 14Te llenarás de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, 15 porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre 16 y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. 17 Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. 18 Zacarías dijo al ángel: -¿Cómo sabré que va a suceder así? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años. 19 El ángel le contestó: -Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta buena noticia. 20 Pero tú te quedarás mudo y no podrás hablar hasta que se verifiquen estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo. 21 El pueblo, entre tanto, estaba esperando a Zacarías y se extrañaba de que tardase tanto en salir del santuario. 22 Cuando salió, no podía hablarles; y comprendieron que había quedado mudo. 23 Cumplidos los días de su ministerio, marchó a su casa. 24 Algún tiempo después, su mujer Isabel concibió, y no salió de casa durante cinco meses. Y decía: 25 -Al hacer esto conmigo, el Señor ha borrado mi vergüenza ante los hombres.
*» El anuncio del nacimiento de Juan Bautista que nos ofrece el evangelista Lucas es rico en detalles significativos a nivel teológico y aparecen múltiples contactos con escenas similares del Antiguo Testamento, donde se narra el nacimiento de personajes que ocupan un puesto importante en el designio del Señor: aparición del ángel del Señor, turbación y temor de la persona visitada; comunicación del mensaje celeste y signo de reconocimiento (cf. Jue 13,2-7.24-25; 1 Sm 1,4-23). La presente narración de la visión de Zacarías, con el anuncio prodigioso del nacimiento del hijo, está construido en contraste simétrico con el anuncio del nacimiento de Jesús que el ángel Gabriel hará a María. Aquí tenemos la aparición en el marco grandioso del templo de Jerusalén, en el de Jesús en la sencilla casa de Nazaret; en nuestro texto aparece la incredulidad de Zacarías, allí la fe de María; aquí el nacimiento del Precursor de una mujer casada pero estéril, allí el nacimiento del Mesías de una Virgen; aquí el Bautista «se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (v. 15) y «muchos se alegrarán de su nacimiento» (v. 14), allí Jesús será concebido por obra del Espíritu (cf. Le 1,35) y no todos se alegrarán de su nacimiento (cf. Mt 2,13); aquí Zacarías como signo quedará mudo, allí María, por el contrario, escuchará el anuncio gozoso de la maternidad de la boca de su pariente Isabel. Al llegar la plenitud de los tiempos de la salvación sólo queda espacio para la fe sencilla y la acogida de la Palabra de Dios.
MEDITATIO El anuncio del nacimiento de personajes excepcionales de la historia bíblica nos ayuda a reflexionar en la continua y extraordinaria acción que Dios realiza con los hombres, y en los múltiples dones que concede a cuantos acogen su Palabra con corazón humilde y confiado. En las narraciones de anunciaciones, Dios está presente en la vida de Sansón, como en la del Bautista, concediendo dones especiales en orden a una participación total del hombre en su proyecto de salvación, aunque exige una respuesta generosa y concreta. También nuestra humilde historia, desde el día del nacimiento, está marcada por la mano providente y paternal de Dios, que busca por todos los medios la comunión con nosotros. Con frecuencia nuestros acontecimientos cotidianos de salvación se esfuman y no sabemos adherirnos a la oferta divina por falta de escucha y de fe, lo mismo que no logramos leer su presencia en el misterio de la encarnación, que se manifiesta en situaciones con frecuencia humildes o con fallos. Lo que vale es percibir y adherirnos siempre a su invitación amorosa y venerar dócilmente su voluntad, aun cuando escape a nuestro control. Sólo la escucha silenciosa y la actitud de adoración de la Palabra de Dios es el camino para comprender el proyecto divino con nosotros. El silencio interior, tan necesario en nuestra vida, nos distancia de nosotros mismos para llevarnos al mundo del Espíritu, donde se da el verdadero discernimiento y la gozosa comunión de vida. Sólo entonces se conoce a Dios con la experiencia del corazón.
ORATIO Señor de la vida y de la historia grande y humilde, que haces maravillas ante nuestros ojos, enviándonos mensajeros de alegres noticias y que te alzas como signo de esperanza y luz para la salvación de todos, ven pronto a nosotros, una vez más, para manifestarnos tu rostro y hacernos comprender que toda vida es un proyecto de amor. Nosotros no tenemos ángeles que nos revelen claramente lo que quieres de nosotros y cuál sea nuestro puesto en los misteriosos caminos de tu providencia. Tú has vivificado a mujeres estériles, como las madres de Sansón y del Bautista, has hecho prodigios por tu Espíritu en los que han creído en ti; te suplicamos: regenera nuestro corazón, cansado y desconfiado, para que se adhiera a tu voluntad, haz que nazca en nosotros un renovado deseo de amor hacia cualquier persona que encontremos en el camino. Haznos experimentar lo que haces hoy como en el pasado, para que también nosotros podamos contar tus maravillas y tus intervenciones transformando nuestras debilidades y pobreza con tu poder. Pero, sobre todo, haznos gustar el saber que estás en nosotros y con nosotros y que nos trasciendes en tu misterio, porque tu camino se dirige al corazón, cuando escuchamos tu Palabra de vida en el silencio y la acogemos humildemente, como hizo la virgen de Nazaret, la mujer del silencio y la interioridad.
CONTEMPLATIO «Hubo un hombre». ¿Cómo podía este hombre dar testimonio de la verdad sobre Dios? Es que era un «enviado de Dios». ¿Cuál es su nombre? Juan. ¿Cuál es el fin de su misión? «Vino como testigo, con la misión de dar fe acerca de la luz, con el fin de que por él creyeran todos en ella». ¿Quién es este que da testimonio de la luz? Algo grande es este Juan, inmensa excelencia, gracia insigne, altísima cumbre. Admíralo, sí, admíralo, pero como se admira una montaña. Una montaña está en tinieblas si no se la viste de la luz. Admira a Juan, pero oye lo que sigue: «No es él la luz». Porque si crees que el monte es la luz, ese mismo monte es tu ruina en vez de ser tu consuelo. Es la montaña, como montaña, lo único que debes admirar. Levanta el vuelo hasta Aquel que ilumina el monte, hasta Aquel que subió a tanta altura para recibir primero los rayos que él envía a tus ojos. Pues Juan «no era la luz» (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, 2,5).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temas, tu ruego ha sido escuchado» (Le 1,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL No te imagines que el Señor en su sublimidad esté lejos: aunque es infinitamente sublime, está cercano a ti, más cercano que los hombres que se aproximan cada día (...) más cercano a ti que tú mismo. Vigila tus pasos, cuando entren en la casa del Señor. ¿Por qué? Pues porque en la casa del Señor se ofrece lo único que puede salvar, el consuelo más dichoso (...). Pero, ¡atención! Ten cuidado sobre todo de hacer buen uso de cuanto se te ofrece. Usarlo con fe. No existe una certeza tan interior, tan fuerte y tan dichosa como la fe. Sin embargo, la fe no nos viene por nacimiento, no es la confianza de un ánimo juvenil y rebosante del gozo de la vida. Menos aún: la fe no es vivir en las nubes. La fe es certeza, certeza dichosa que se posee con temor y temblor. Vista la fe desde este ángulo, es decir ef celeste, aparece como un reflejo de la bienaventuranza (S. Kierkegaard, Pensieri che fenscono alie spalle, Padua 1982, 33ss). |
Cuarto domingo de adviento Ciclo C LECTIO Primera lectura: 2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.l6 1 Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio paz con todos sus enemigos de alrededor, 2 dijo al profeta Natán: -Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está en una tienda. 3 Natán le dijo: -Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo. 4 Pero aquella misma noche el Señor dirigió esta palabra a Natán: 5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella? 8b Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel. 9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra. 10 Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes, 11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una dinastía. 12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino. 14a Seré para él un padre y él será para mí un hijo. 16 Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.
**• La presente página de 2 Sm 7 es como el "manifiesto" del mesianismo real, es decir, de la espera de un Mesías davídico para los tiempos de la salvación definitiva. Tenemos que indicar ante todo las múltiples veces que aparece el término «casa», que hace las funciones de hilo conductor. Primero es David que mora seguro y estable en su casa (v. 1), luego el mismo rey que desea edificar una casa al Señor (w. 2-5), a continuación Dios promete a David una casa (v. 11), es decir, una descendencia y un reino estable. David, en la cumbre de su poder tras la aclamación como rey de Judá e Israel, acogió en la parte más alta de la ciudad, donde vive, al Arca, signo de la presencia divina. Pero le queda por realizar el sueño de construir un templo grandioso como digna morada de Dios. La palabra del profeta parece estar de acuerdo en un primero momento, pero luego pone en tela de juicio su proyecto, porque en vez del sueño de David se realizará el "sueño" de Dios: «el Señor te hará a ti una casa» (v. 11 literal). Dios será quien dará a David descendencia y estabilidad. Dentro de una vida compleja, con mezcla de lances de generosidad y de profunda rivalidad, tensiones y aventuras de todo tipo, se inserta la Palabra de Dios invitándole a recordar que es él el único que puede dar estabilidad a cualquier casa. Será David quien entre en el proyecto de Dios y no al contrario. El autor bíblico recuerda que la fidelidad de Dios no se dirige sólo a David, sino que siempre mira al bien del pueblo, ese pueblo que, siempre oprimido, obtiene de Dios la promesa de salvación y la estabilidad definitiva: «Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes» (v. 10).
Segunda lectura: Romanos 16,25-27 Hermanos: 25 Al Dios que puede fortalecernos en la fe según el evangelio que yo anuncio y según la proclamación que hago de Cristo Jesús; al Dios que ha revelado el misterio mantenido en secreto desde la eternidad, 26 pero manifestado ahora por medio de las Escrituras proféticas según la disposición del Dios eterno, y dado a conocer a todas las naciones de modo que respondan a la fe; 27 a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre a través de Jesucristo. Amén.
*+ Con el presente himno de alabanza Pablo cierra su carta a los Romanos. En él, a pesar de la (relativa) complicación del texto, surgen tres temas fundamentales: Dios, el misterio, el anuncio. Dios es a quien va dirigida la alabanza, el que da estabilidad, «el que puede fortalecernos» (v. 25). Es el único «sabio» (v. 27), origen y fin de toda búsqueda humana. El misterio: término que para Pablo designa el plan de Dios. Este plan gira en torno a Jesús. Respecto a Jesús -centro de la historia de salvación- el tiempo que le precede puede considerarse como tiempo de preparación o también tiempo del "silencio" de Dios, no precisamente porque Dios callase, sino porque su hablar no se había manifestado aún en la Palabra eterna del Hijo. El tiempo presente se valora como algo muy importante: «ahora» es el tiempo de la «revelación» (v. 25). El tiempo final ya está presente, porque en Cristo se ha dado la revelación definitiva de Dios. El tercer tema fundamental es el del anuncio del evangelio, que para Pablo contradistingue el tiempo presente. Como los cristianos viven en el último tiempo, el de la revelación definitiva del Padre, esta palabra del evangelio sólo podrá ser una palabra para todos, dirigida a «todas las naciones».
Evangelio: Lucas 1,26-38 26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María. 28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo. 29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo. 30 El ángel le dijo: -No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. 31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. 32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin. 34 María dijo al ángel: -¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? 35 El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. 36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril; 37 porque para Dios nada hay imposible. 38 María dijo: -Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel la dejó.
*•*• Dos son los centros de interés fundamentales en el texto lucano de la anunciación a María: el anuncio del nacimiento de Jesús y la vocación de María a ser sierva del Señor. Jesucristo se presenta como el «signo» de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David: «Se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (w. 32-33). Todos los elementos de la promesa a David se funden y realizan en Jesucristo porque es el Mesías perteneciente a la familia davídica y es el Hijo hecho hombre, el nuevo templo, la casa que Dios ha preparado para que Dios y el hombre se encuentren. Además el pueblo de Dios, la casa de Jacob, encuentra finalmente en Jesús al rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino, un ideal de justicia, de paz y fraternidad. Por consiguiente, la obra de Dios, su fidelidad y su don es lo que constituye el centro. Pero el evangelio narra las cosas observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su «sí». Es el polo opuesto a David: sin sueños de grandeza, no ocupa en la sociedad una posición que le permita influir en los grandes proyectos humanos, sino que su casa está abierta de par en par cuando el ángel «entra a su presencia» como mensajero divino. María cree firmemente en la fidelidad de Dios y se pone a disposición de su designio: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38).
MEDITATIO La Palabra quiere llegar a nuestro corazón proponiéndonos el tema de la «fidelidad de Dios». Un Dios fiel significa la roca capaz de dar estabilidad a nuestras vidas, pero también un Dios que nos sorprende: David debe aceptar que no son sus proyectos sino los de Dios los que deben conformar su vida. De tal modo, no sólo cambia el arquitecto sino el sentido de todo nuestro proyecto, porque el plan divino descubre las posibles ambigüedades de nuestros proyectos humanos. Es un tema al que hoy somos particularmente sensibles, desde el momento en que experimentamos por una parte nuestra dificultad en ser fieles, sobre todo durante mucho tiempo; por otra parte, nos sentimos traicionados por los otros o por las experiencias personales, incluso hasta por Dios mismo. «El Señor está contigo»: este saludo del ángel a María es la expresión del rostro de Dios que hoy se nos ofrece también a nosotros. Él está con nosotros mucho antes de que nos demos cuenta. Puede comenzar a nacer una vida nueva tomando en serio estas palabras, pero no se conoce esta confianza de Dios si en concreto no nos ponemos a caminar con él, como María. Cada uno de nosotros, a lo largo de su vida, ha experimentado el fallo de algún proyecto, con frecuencia hasta de programas que parecían muy buenos, a los que estábamos apegados. A veces el fallo se debe sobre todo a la propia infidelidad o debilidad en perseguir la finalidad prefijada. La Palabra de Dios que hoy se nos propone arroja luz sobre estas experiencias, enseñándonos por una parte a no creernos dueños de nuestra propia vida, y por otra a vivir también el fallo como posible momento de crecimiento, diciendo incluso en esas amargas circunstancias un «sí» a ese Dios que no deja de sernos fiel.
ORATIO Dios, Padre omnipotente, tú ejecutas tus planes atrayendo a ti, con la fuerza del amor, al corazón humano. Sabes suscitar siervos tuyos entre los poderosos como David y entre los humildes como María. Cólmanos también a nosotros de tu Espíritu, para que aprendamos a acoger tu Palabra. Como María, haznos capaces de sintonizar nuestros deseos con los tuyos: «Hágase en mí según tu palabra», no es una frase pronunciada con resignación, sino que brota espontáneamente de un ánimo profundamente adherido a tu Palabra, proyectado a nuevos deseos que sólo tú puedes suscitar. Como María, haznos a nosotros hombres y mujeres obedientes. Como miembro de tu pueblo, pueblo de la alianza, ella siempre aprendió que la vida del hombre es válida si está en comunión contigo y, en cuanto se lo pediste, dio en seguida su "sí". Escúchanos también a nosotros, miembros de tu pueblo, a no pesar sino estando en comunión contigo, a darte sin dudar los "síes" que nos pidas. Como María, haznos siervos tuyos; que éste sea nuestro título de gloria, como lo fue para Abrahán, Moisés, David, María y todos tus amigos. La Navidad nos recuerde que éste ha sido el secreto de la vida de tu Hijo.
CONTEMPLATIO La Santísima Virgen María fue la afortunada a quien se hizo esta divina salutación para concluir el "asunto" más grande e importante del mundo: la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Por la salutación angélica, Dios se hizo hombre, y la Virgen, Madre de Dios; se perdonó el pecado, se nos dio la gracia. En fin, la salutación angélica es el arco iris, el emblema de la clemencia y de la gracia que Dios ha hecho al mundo. La salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. Por eso repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad sus múltiples e inestimables beneficios. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo, que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo, porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido. Glorificamos al Espíritu Santo porque formó en el seno de la Virgen Santísima el cuerpo purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados. Con este espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad y acciones de gracias por el beneficio de nuestra salvación (Luis María Grignion de Montfort, El secreto admirable del rosario, Madrid 1954, 335-336).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La felicidad se basa en la verdad (...). Es imposible fabricar la verdad o someterla a los propios caprichos; se nos da y hay que inclinarse ante ella. El hombre no puede conquistarla; frente a la verdad es sólo un mendigo que debe servirla. Aunque María ha acogido el anuncio y ha pronunciado su sí, no ha hecho más que entrar en una verdad que se le comunicaba. No fue ella quien la descubre, ni se ha adueñado de la verdad. María entra en algo que le acontece. Con temor y confianza. No habla, escucha. Es toda oídos. Aunque tenga labios y lengua. Dios y el niño que va a llegar determinan totalmente su existencia. La vida es para ella espera y esperanza y ninguna actitud es tan respetuosa del tiempo como esta actitud cíe adviento, todo espera. En toda la narración de la anunciación se presta muy poca atención al corazón de María, a su yo, a su psicología. Aprendemos mucho más de lo que acontece en Dios que en María. Este amor a la verdad hunde sus raíces en una profunda humildad de creatura («Aquí está la esclava del Señor»). María tiene fe. Por eso da crédito ilimitado a lo que viene de Dios: «Hágase en mí según tu palabra». El único camino hacia la felicidad consiste en ser hombre, mujer de adviento: uno que escucha más que habla, sobre todo uno que es consciente de que «nada es imposible para Dios». Si Dios nos da poco, significa que hemos esperado poco: y, de hecho, es imposible alimentar a alguien que no tenga hambre (G. Danneels, Le síagioni della vita, Brescia 1998, 208-209.211). |
Lunes de la Cuarta Semana de adviento
LECTIO Primera lectura: Cantar de los Cantares 2,8-14 8 ¡La voz de mi amado! Miradlo cómo viene saltando por los montes, brincando por las colinas. 9 Parece mi amado una gacela, parece un cervatillo. Se ha parado detrás de nuestra tapia. Mira por las ventanas, atisba por las rejas. 10 Habla mi amado, ya me dice: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven. 11 Que ya ha pasado el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. 12 Las flores aparecen en el campo, ha llegado el tiempo de la poda; y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. 13 Apuntan los brotes de la higuera, las viñas en flor exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía, preciosa mía, ven! 14 Paloma mía, que anidas en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz. ¡Es tan dulce tu voz, tan hermoso tu rostro!»
*• El texto del Cantar de los Cantares, poema lírico, de autor desconocido, escrito en los siglos VI-V a.C. utilizando material antiguo que pudiera remontarse hasta Salomón (siglo X), exalta con delicadeza el amor humano entre esposo y esposa. Tal amor, descrito de modo espontáneo e inspirado, describe la vuelta del esposo a casa tras el largo invierno en busca de pastos para su rebaño. La alegría de la esposa por la venida de su amado, unida al tierno afecto, es tan intensa, que las palabras utilizadas de densa inspiración poética y las imágenes primaverales, aun las más elevadas, parecen insuficientes para manifestar la emoción interior de la persona amada. En la tradición de la Iglesia la imagen "esposo"-"esposa" siempre se ha entendido como símbolo de la relación nupcial entre Dios y el pueblo (cf. Os 1-3; Is 62,4-5; Jer 3,1-39) y entre Cristo y la Iglesia (cf. Me 2,19-20; Ef 5,25-26; 2 Cor 11,2; Ap 21,9). Dios, de hecho, es el esposo del poema e Israel la esposa. Y como el amor de Dios por su pueblo elegido se prolonga en el amor de Cristo por su Iglesia, el esposo es Cristo y la esposa es la Iglesia. La liturgia utiliza este simbolismo entre Cristo y María y entre Cristo y el creyente: la Virgen es figura de la Iglesia que sale al encuentro con gozo de Cristoesposo que viene, y así también cada miembro de la comunidad cristiana, que vive esperando acoger al Señor para que le hable directamente al corazón.
O bien: Primera lectura: Sofonías 3,14- 18a 14 ¡Da gritos de alegría, Sión, exulta de júbilo, Israel, alégrate de todo corazón, Jerusalén! 15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal. 16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen; 17 el Señor tu Dios en medio de ti, es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará, 18 como en los días de fiesta».
*» El breve fragmento de Sofonías es un himno de gozo que brota del corazón del profeta, el cual, en nombre de Dios y abriendo horizontes de futuro, le hace experimentar a Israel, casi tangiblemente, la salvación y el amor que el Señor tiene con su pueblo. De hecho, a la amenaza que el profeta ve cernirse sobre Jerusalén, por el comportamiento perverso de las clases dominantes, sigue el juicio de Dios dirigido no a aniquilar al pueblo, sino a purificarlo y convertirlo. La salvación divina pasará por el «resto de Israel», la gente pobre y humilde de la que se sirve el Señor después de hacer desaparecer a los arrogantes. La salvación viene favorecida por: no cometer iniquidad ni decir falsedades. Los beneficios consiguientes a esta obra del Señor son: cancelación de la condena, expulsión de los enemigos (v. 15; Le 1,71.77; 1 Tim 1,15) y la presencia de Dios en el pueblo como «guerrero que salva» (v. 17) que renueva su amor por una vida de comunión perenne. La invitación a la alegría que se dirige a la «hija de Sión» y a la «hija de Jerusalén» (v. 14) se puede aplicar también a María, santificada por la presencia de Jesús, salvador del mundo, llevado con gozo en su seno en espera de entregarlo al mundo.
Evangelio: Lucas 1,39-45 39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. 40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, 42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. 43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno. 45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
*» La visita de María a su pariente Isabel en el pueblecito de Ain Karin en las colinas de Judá es una página rica de reminiscencias bíblicas, de humanidad y espiritualidad. María recorre el mismo camino que hizo el arca, cuando David la transportó a Jerusalén (cf. 2 Sm 6,2-11), y es el camino que hará Jesús cuando decididamente se dirigió a Jerusalén a cumplir su misión (cf. Le 9,51). Se trata siempre de Dios, que, en diversos momentos de la historia de la salvación, se dirige al hombre para invitarlo a la salvación. La narración de la visitación está estrechamente vinculada con la de la anunciación, no sólo por su clima tan humano, manifestado en actos de servicio, sino también porque la visitación es la verificación del "signo" que el ángel dio a María (cf. Le 1,36-37). Los saltos del Bautista en el seno de su madre representa la alegría desbordante de todo Israel por la venida del Salvador (w. 41.44). Las palabras de bendición, inspiradas por el Espíritu, que Isabel dirige a María, son la confirmación de la especial complacencia de Dios con la Virgen. La salvación que lleva en el secreto de su propia maternidad es el fruto de su fe en la Palabra del Señor: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45; Le 8,19-21). Siempre María se anticipa y con solicitud se da a todos y en todo: la más grande se hace donación a la más pequeña, como Jesús con el Bautista.
MEDITATIO El encuentro de las dos madres y el del Mesías con su Precursor constituyen la expresión de un único cántico de alabanza y acción de gracias a Dios por su presencia salvadora en medio de los hombres. Ahora nos toca a nosotros, siguiendo el ejemplo de María y de su pariente Isabel, abrir el corazón a la acción gozosa y fecunda del Espíritu y responder al don de Dios. La Navidad es tiempo de gozo porque Dios se ha hecho uno de nosotros dándonos a su Hijo y porque nos hemos convertido todos en hermanos e hijos del mismo Padre. No es posible hacer lugar a la tristeza cuando celebramos el nacimiento de la vida, vida que destruye el temor de la muerte y nos aporta la alegría por la promesa de la eternidad: nadie queda excluido de esta alegría: la causa de la alegría es común a todos. Alégrese el justo, porque se acerca el premio; alégrese el pecador, porque es invitado al perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida (san León Magno). María es el modelo de apertura de corazón a la acción del Espíritu. Ella con el don de la maternidad no se aisló en una autocomplacencia, sino que, cual verdadera "arca de la alianza" que encierra en sí la fuente de la vida, se pone con gozo en marcha para servir a los demás con una caridad traducida en humilde servicio. «La esposa no engendra obras de arte en la euforia y en la soledad, sino hijos de Adán que debe convertir en hijos de Dios con su carne y su alma» (M. Delbrel). El anuncio de salvación y alegría que Dios nos aporta con su Palabra esta Navidad ¿no está quizás disfrazado en gestos de amor hacia los hermanos, especialmente con aquellos que carecen de motivos para alegrarse?
ORATIO Señor, que te has hecho nuestro hermano y desde el vientre virginal de María comunicaste con alegría la salvación a tu Precursor en el encuentro de la visitación de María a Isabel, haz que también nosotros, siguiendo el ejemplo de tantas personas dispuestas a acoger tus dones, podamos alegrarnos en el Espíritu siempre que acojamos tu Palabra de vida. Con frecuencia no sabemos escuchar tu voz ni sabemos orar, pero nos has dado el Espíritu que silenciosamente ora en nosotros. Haz que nos impliquemos en su poderosa acción para ejecutar en nosotros la verdad y, de este modo, con corazón renovado, sepamos darte con alegría a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Concédenos que la Palabra que da vida y que nos regalas podamos vivirla con fe y testimoniarla con un compromiso concreto en nuestro trabajo de cada día, en nuestras familias y comunidad, para que siempre resplandezca esta alegre noticia de salvación para todos, santos y pecadores. Como María, deseamos ver a Jesús, nuestro salvador, que nos revela el verdadero rostro del Padre y del hombre, y meditar continuamente como la Virgen de Nazaret los grandes acontecimientos de la historia de salvación de modo nuevo y actual. Señor, que cada uno de nosotros esté siempre abierto a la acción del Espíritu para llevar al mundo la novedad del amor.
CONTEMPLATIO Suene, oh Jesús, tu voz en mis oídos, para que mi corazón aprenda a amarte, para que te ame mi mente, para que te amen las mismas entrañas de mi alma. Adhiérase a ti en apretado abrazo lo más íntimo de mi corazón; a ti mi único y solo verdadero bien, mi dulce y deleitable alegría. Pero ¿qué es el amor, Dios mío? Si no me engaño, es una admirable delectación del alma, tanto más dulce cuanto más puro, tanto más suave cuanto más sincero, tanto más alegre o gozoso cuanto más extenso y duradero. El paladar del corazón te saborea porque eres dulce; su ojo te contempla porque eres bueno; el corazón puede contenerte a pesar de que eres inmenso. Quien te ama, te goza, y tanto más te goza cuanto más te ama, porque tú mismo eres amor, caridad. Te suplico, Señor, que descienda a mi alma una partecita siquiera de esa tu gran suavidad, para que con ella se torne dulce el pan de su desolada amargura. Guste de antemano algún pequeño sorbo de aquello que anhela, de aquello que ansia, de aquello por lo que suspira en esta peregrinación. Mientras tanto, Señor, te buscaré, y te buscaré amándote (Elredo de Rieval, El espejo de la Caridad, Buenos Aires 1981, 61-62).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Le 1,42).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Ordinariamente, vemos en el misterio de la visitación sobre todo una acción a imitar, como si María hubiese hecho sólo esta visita y la hubiese hecho para darnos un ejemplo, olvidando que lo propio de la naturaleza de la Virgen es nacer visitas: el visitar a los nombres es para ella una función. María viene a visitarnos con frecuencia, como si fuésemos sus amigos, sus parientes próximos. La visitación siempre será la fiesta de esta actitud de total donación de sí, propia de María desde que supo que era la madre de Jesús. Ahora comienza esta serie innumerable de "visitas" que no terminará mientras haya un hombre en la tierra. Su glorificación y la misteriosa extensión de su maternidad a todos los que nacerán de su Hijo, darán a María un número infinito de parientes por visitar, sencillamente para ayudarles con esa presencia humilde y discreta que le caracteriza. María viene a visitarnos llevando a Jesús escondido en ella, para ayudarnos en nuestras necesidades más urgentes, más cotidianas, más banales: necesidad de trabajo, las obligaciones, el estado, las relaciones, María viene a visitarnos, quizás nunca lo habíamos pensado. Nos visita frecuentemente, todos los días. Éste es el sentido más profundo, más auténtico de este misterio: el hecho de las visitas innumerables, sencillísimas, personalísimas, todas por nosotros, que María multiplica en nuestra vida en todo momento, en cualquier dificultad (R. Voillaume, Al servicio de los hombres, Madrid 2 1973). |
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 1,24-28 24 En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor en Silo, llevando un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino. 25 Cuando inmolaron el novillo y presentaron el niño a Eli, 26 Ana le dijo: -Señor mío, te ruego que me escuches; yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor. 27 Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí. 28 Ahora yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor. Y se postraron allí ante el Señor.
*•• Los dones más preciosos no se conquistan, sino que se esperan. Tal es el caso de la madre del joven Samuel, Ana, que acude al santuario del arca en Silo para agradecer al Señor el don de la maternidad después de su insistente súplica. Lleva algunos dones de la tierra, pero sobre todo el don de su hijo Samuel, que ofrece a Dios con generosidad: «Se lo cedo al Señor mientras viva» (v. 28). Ana ofrece primero al Señor un toro, como sacrificio de acción de gracias y alabanza; a continuación presenta a su hijo Samuel al sacerdote Eli, al que le cuenta su historia, recordando la oración que hizo años atrás en su presencia, y cómo Dios había escuchado su petición, concediéndole la gracia tan ansiada del nacimiento del hijo. Ana, pues, está en la casa de Dios para intercambiar el don: «Ahora yo se lo cedo al Señor» (v. 28). La narración bíblica es el anuncio extraordinario de lo que Dios realizará en plenitud con María. Lo mismo que en el caso de Isaac (cf. Gn 18,9-14), Sansón (cf. Jue 13,2-25) y Juan Bautista (cf. Le 1,5-25), el nacimiento de un hijo por obra de Dios, de una mujer estéril, fue el signo de una vocación particular, también lo fue para Samuel, destinado a ser el primer gran profeta de Israel (cf. Hch 3,24) y el guía espiritual del pueblo. Es preciso seguir la trayectoria marcada por Dios en la historia de la salvación de cada uno. Es necesario respetar los tiempos de crecimiento de cada uno sin pretender manipular a Dios en la realización de nuestros proyectos personales y humanos.
Evangelio: Lucas 1,46-55 46 Entonces María dijo: 47 Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, 48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, 49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo, 50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran. 51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio. 52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes. 53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada. 54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, 55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.
*•• El Magníficat, canto de los pobres, es una de las más bellas oraciones del Nuevo Testamento, con múltiples reminiscencias veterotestamentarias (cf. 1 Sm 2,1- 18; Sal 110,9; 102,17; 88,11; 106,9; Is 41,8-9). Es significativo que el texto se ponga en labios de María, la criatura más digna de alabar a Dios, culmen de la esperanza del pueblo elegido. El cántico celebra en síntesis toda la historia de la salvación que, desde los orígenes de Abrahán hasta el cumplimiento en María, imagen de la Iglesia de todos los tiempos, siempre es guiada por Dios con su amor misericordioso, manifestado especialmente con los pobres y pequeños. El cántico se divide en tres partes: María glorifica a Dios por las maravillas que ha hecho en su vida humilde, convirtiéndola en colaboradora de la salvación cumplida en Cristo su Hijo (w. 46-49); exalta, además, la misericordia de Dios por sus criterios extraordinarios e impensables con que desbarata situaciones humanas, manifestada con seis verbos («Desplegó, dispersó, derribó, ensalzó, colmó, auxilió...»), que reflejan el actuar poderoso y paternal de Dios con los últimos y menesterosos (w. 50-53); finalmente recuerda el cumplimiento amoroso y fiel de las promesas de Dios hechas a los Padres y mantenidas en la historia de Israel (w. 54-55). Dios siempre hace grandes cosas en la historia de los hombres, pero sólo se sirve de los que se hacen pequeños y procuran servirle con fidelidad en el ocultamiento y en el silencio de adoración en su corazón.
MEDITATIO La unión existente entre la lectura de Samuel y la del Magníficat de María es significativa: las dos madres, Ana y María, viven el gozo y la alabanza agradecida por el don de la vida que está en ellas, signo de la bondad de Dios y se confían con un corazón sencillo en el Señor, porque «es misericordioso siempre con aquellos que le honran» (v. 50). ¿Somos nosotros conscientes de que la pobreza y la sencillez de corazón son las condiciones esenciales para agradar a Dios y ser colmados de su riqueza? Los frutos de las obras de Dios se desarrollan no en la agitación ni con violencia, sino lentamente y en silencio. Dios actúa siempre en el secreto y no con ostentación, sin que por ello el resultado deje de ser eficaz y extraordinario. No se puede obligar a una planta a que florezca por la fuerza; precisa germinar lentamente e ir creciendo hasta su punto de madurez y esplendor. Tampoco se pueden forzar los tiempos del Espíritu. Dios sabe ir llevando a la madurez el proyecto de cada uno, de acuerdo con los tiempos y momentos que sólo él conoce. Como María, se nos invita, próxima ya la Navidad, a compartir esta ternura del Señor confiando nuestros proyectos y nuestra misma vida a aquel que nos ha amado primero y sólo desea nuestro bien, dirigiéndole nuestra alabanza porque «ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes... de este modo, nadie puede presumir delante de Dios» (1 Cor 1,27-29).
ORATIO Señor misericordioso y fiel, tú has puesto en labios de las dos madres, Ana y María, la oración de alabanza y agradecimiento, haciendo germinar en su corazón la alegría, fruto de tu visita amorosa y paternal: concédenos también a nosotros, deseosos de recorrer el mismo camino, descubrir en la oración la actitud de alabanza agradecida, por los múltiples beneficios que nos concedes sin mérito alguno de nuestra parte, y el agradecimiento gozoso por las maravillas que continuamente permites pregustar en tu Iglesia y en el contacto con nuestros hermanos en la fe. Eres Padre de todos y no quieres que ninguno viva sumido en la tristeza sin experimentar tu amor: haz que, sobre todo los pobres de cuerpo y espíritu, los últimos y los pecadores, experimenten tu presencia misericordiosa y sepan confiar en ti en los momentos difíciles de su vida sin descorazonarse o alejarse de ti. Te pedimos además que cada uno de nosotros pueda escribir en su vida su propio Magníficat siguiendo el modelo del de María, para poder descubrir en la oración que las riquezas que nos confías superan en mucho nuestra pobreza y que los dones que pones en nuestras manos y en las de nuestros hermanos son un signo de que siempre cuidas de nosotros con amor de Padre.
CONTEMPLATIO La humildad de corazón es la madre de todas las virtudes; en ella y de ella se generan y derivan las demás virtudes, como de la raíz sabemos ponderar la riqueza del árbol. Y como es el más firme y arraigado cimiento sobre el que se eleva todo el edificio de la vida espiritual, Dios quiere ser su maestro y modelo exclusivo. Y por la Virgen María se complace sólo de esta virtud, afirmando que sólo por eso Dios se encarnó en ella diciendo: «Porque miró la humildad de su esclava. Y por esto y no por otra cosa, me proclamarán dichosa todas las generaciones». Oh hijos míos, manteneos en esta humildad, para que podáis lograr la verdadera paz de vuestras almas. Oh hijos míos, ¿dónde podrá encontrar reposo y paz la criatura sino en aquel que es la paz suma, en aquel que pacifica todo, el puerto sereno de las almas? ¿Y cómo podrá llegar a él el alma que no vuele con las alas de la humildad, sin las cuales las demás virtudes corren hacia Dios, pero sin fuerza para levantar el vuelo? Carísimos, esta humildad de corazón que Dios-hombre quiere enseñarnos y darnos, es una luz radiante y clara que abre los ojos del alma al doble abismo: el de la nada humana y el de la ilimitada bondad de Dios (Angela de Foligno, Le istruzioni, Florencia 1926, 256-257).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Le 1,47).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Para comprender bien este canto de alabanza, debemos notar que la bienaventurada virgen María habla por propia experiencia, habiendo sido iluminada y adoctrinada por el Espíritu Santo: y es que nadie puede comprender rectamente a Dios ni la Palabra de Dios, si no se lo concede directamente el Espíritu Santo. El recibir este don del Espíritu Santo significa experimentarlo como en una escuela, fuera de la cual sólo hay palabras y charlas. Así pues, la santa Virgen, habiendo experimentado en sí misma que Dios había hecho obras grandes en ella, humilde, pobre y despreciada, el Espíritu le enseña este precioso arte y sabiduría, según el cual Dios es el Señor que se complace en elevar lo que es humilde y en humillar lo elevado; resumiendo, a derribar lo construido y a construir lo derribado. Como al principio de la creación creó el mundo de la nada, así su modo de actuar sigue esta misma constante, lleva a cabo todas sus obras hasta el fin del mundo sacando de la nada, de lo pequeño, despreciado, miserable, muerto, algo precioso, honrado, dichoso, vivo, lo reduce a nada, pequeño despreciable, mísero y efímero (Martín Lutero, introducción al Magníficat). |
LECTIO Primera lectura: Malaquías 3,1-4.23-24 Así dice el Señor: 1 Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí, y de pronto vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza, a quien tanto deseáis; he aquí que ya viene, dice el Señor todopoderoso. 2 ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie en su presencia? Será como fuego de fundidor y como lejía de lavandera. 3 Se pondrá a fundir y a refinar la plata. Refinará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas. 4 Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los tiempos pasados, como en los años remotos. 23 Mirad, yo os enviaré al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, grande y terrible; 24 él hará que padres e hijos se reconcilien, de manera que, cuando yo venga, no tenga que entregar esta tierra al exterminio.
**• En el contexto de la reconstrucción del segundo templo (segunda mitad del siglo V a.C), el culto y la pureza religiosa del pueblo están en decadencia a causa de los matrimonios mixtos de los que volvieron a Jerusalén del destierro de Babilonia y viven impunes y tranquilos. Los observantes se preguntan: ¿dónde está la justicia de Dios? En nombre del Señor, el profeta responde denunciando el pecado de los sacerdotes y la violación de la ley del culto por p a r t e de pueblo y anunciando como inminente «el día grande y terrible» (v. 23) de la venida del Señor en persona. Él purificará el templo y sus sacerdotes y juzgará a los malvados. Pero al Señor le precederá un mensajero, identificado con el profeta Elías (v. 23; Eclo 48,10-11), cuya misión será la de preparar el camino, purificar al pueblo de sus pecados y dirigirlo, mediante la reconciliación del corazón, a las sanas tradiciones de los padres. La profecía de Malaquías, leída en el contexto del Nuevo Testamento, se refiere a la venida de Cristo, precedida por su mensajero: Juan Bautista, cuya misión de Precursor será llamar al pueblo a la conversión y prepararlo al encuentro con el Mesías, «el mensajero de la alianza» (v. 1), por todos esperado.
Evangelio: Lucas 1,57-66 57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo. 58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella. 59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre. 60 Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan. 61 Le dijeron: -No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre. 62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase. 63 Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Entonces, todos se llevaron una sorpresa. 64 De pronto recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios. 65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido. 66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque efectivamente el Señor estaba con él.
**• El evangelio de Lucas, realizando la profecía de Malaquías en la figura del Bautista, nos describe dos episodios de su nacimiento: la participación de los parientes y vecinos que se alegran con Isabel por su parto (w. 57-58) y la circuncisión del niño al octavo día con la imposición del nombre (w. 59-66). El evangelista, subrayando algunos elementos, advierte en el acontecimiento del nacimiento y de la imposición del nombre la intervención prodigiosa y misericordiosa del Señor actuando en la vida del pequeño de modo extraordinario: la alegría de todos por el acontecimiento inesperado (v. 58); el significado del nombre «Juan» (w. 60-63), que quiere decir: «Dios favorece y actúa con misericordia», nombre rico en promesas futuras; el asombro de los presentes mezclado con un temor respetuoso, y la divulgación de la noticia por toda Judea (v. 65); Zacarías que recobra el habla y bendice y alaba a Dios, como signo de que todo lo dicho por el Señor se ha cumplido (v. 64); finalmente, la reacción de aquellos que iban conociendo el nacimiento del niño, que se preguntaban: «¿Qué va a ser este niño?», y el mismo evangelista en una nota redaccional concluye diciendo: «El Señor estaba con él» (v. 66). La narración del nacimiento del Bautista anuncia ya maduros los tiempos nuevos de la venida del Mesías. Lo importante es acogerlo como hizo el Bautista y saber reconocer en la historia la novedad radical de la relación entre Dios y el hombre.
MEDITATIO En todas las épocas de la historia humana el Señor envía siempre mensajeros como Elías y el Bautista, para recordar que es él quien tiene en sus manos las riendas de los avatares humanos y, a pesar de que el hombre rechace sus llamadas y huya de sus caminos, él siempre reanuda los vínculos con gestos de amor. Tampoco hoy faltan entre nosotros signos concretos y modos elocuentes de su Palabra, personas como la Madre Teresa y acontecimientos extraordinarios como un concilio ecuménico o un sínodo eclesial; personas y acontecimientos que, siendo instrumentos del Espíritu, elevan las propias "antenas" para captar la onda del mundo nuevo que se perfila en el horizonte. Lo nuevo ya está y está vivo, hay que saberlo ver y respetar sin ceder a nostalgias del pasado o a sueños de futuro, que son auténticas evasiones de la realidad. Dios nos va educando con largos períodos de ascesis y silencio para que aprendamos a descubrirlo en la historia y en lo íntimo del corazón, donde mora el Espíritu de Cristo que nos guía e ilumina en nuestro camino de fe. Todo esto lleva consigo el romper nuestras seguridades para que nos fiemos de un Dios-Amor, como Jesús nos enseñó (cf. 1 Jn 4,16). Aceptar a Dios-Amor significa entrar en los caminos de Dios, fiarnos de su paternidad divina, que nos hace libres y nos restituye la dignidad de auténticos hijos; significa dejarse conducir por su Espíritu sin poner obstáculos a la acción interior y gratuita de Dios.
ORATIO Padre santo, que guías la historia y que por medio de tu Hijo Jesús la conduces por los caminos de amor, haz que la Iglesia en su peregrinación terrena hacia el Señor viva plenamente la tensión de la salvación entre el ya cumplido en Jesús y el todavía no actualizado en nosotros y manifestado en Cristo glorioso. En los albores de la Iglesia los cristianos decían: «La salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer» (Rom 13,11). Con frecuencia hoy vivimos sin pensar en tu venida, distraídos por mil luces fatuas que nos deslumbran, ignorando el grito que la Iglesia dirige a su esposo al final del Apocalipsis: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,17.20). Concédenos, Padre bueno, no olvidar que estás entre nosotros, aunque oculto en tantos rostros de hermanos, y guías nuestros pasos por la presencia de tus mensajeros de luz y de paz, que nos interpelan y sacuden nuestra superficialidad espiritual con su fe coherente y su fecundo testimonio de vida. Queremos estar vigilantes en nuestro caminar para reconocer tus mensajeros que nos invitan a tu amistad. Pero, ante todo, te pedimos que nos hagas capaces de mantener purificado el corazón, libre y sensible a la acción del Espíritu, para que actuemos como deseas, te encontremos en esta Navidad y podamos estar preparados en el día de tu última visita para confesar en alabanza que has sido padre y amigo.
CONTEMPLATIO El nombre de Juan significa: «aquel en el cual está la gracia». Ahora bien, donde debe nacer la gracia, se tiene que caminar por caminos de conversión. Si se lograse seguir este camino, sería una cosa deliciosa. Si se aprendiese bien este camino, nacería en él de verdad la gracia de Dios. El hombre no tiene nada por sí mismo; todo proviene de Dios y por Dios: tanto lo grande como lo pequeño. El hombre debiera tener siempre presente este pensamiento en su corazón (...). En esto el hombre debe humillarse y arrojarse a los pies de Dios para que se compadezca de él. Debe además esperar plenamente en Dios. Entonces, de pronto, Juan -esto es, la gracia- nace en ese humus de humildad. En el valle de la humildad crece la dulzura, la confianza, la calma, la paciencia, la bondad (...). Cuando tiene lugar este nacimiento, se experimenta un gozo en el espíritu tan grande que nadie puede expresarlo (...). En estas personas descansa la santa Iglesia y, si no existieran, la cristiandad no subsistiría ni una hora. El hecho de que existan es mucho más importante que toda la actividad del mundo. Que Dios nos conceda a todos nosotros lograr todo esto del modo más rápido y glorioso. Amén (Taulero, Sermón por la natividad de san Juan Bautista, en Obras, Alba 1984).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hablaba bendiciendo a Dios» (Le 1,64).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo». Si, pues, alumbra a todo hombre que viene al mundo, iluminó también al mismo Juan. Alumbraba a aquel por quien quería darse a conocer. Entended, pues, hermanos míos: venía a espíritus apocados, a corazones débiles, para vigorizar los ojos enfermizos de las almas. Para éstos venía. ¿Cómo es posible que un alma de éstas vea al Señor por excelencia? De manera parecida a como suele casi siempre darse uno cuenta de que ha salido el sol, que los ojos no ven, por los cuerpos que reflejan sus rayos. Quienes tienen enfermos los ojos pueden fácilmente ver un muro, una montaña, un árbol y otros objetos cualesquiera que el sol ilumina y dora con sus rayos, y estos objetos iluminados muestran la salida del sol a los ojos, que aún no pueden fijarse directamente en él. Así son aquellos hombres a quienes viene Cristo y que son ineptos para verlo. Irradia sobre Juan, quien confiesa no ser él el que irradia y alumbra, sino quien recibe la irradiación y la luz, y por él se ve a Aquel que ilumina y esclarece y lo llena todo, ¿Quién es éste? Este es, dice el evangelista, el que alumbrará a todo hombre que viene a este mundo. Si no se hubiese alejado de El, no tendría necesidad de ser iluminado. Pero le es necesaria esta iluminación, porque se alejó del que podía envolverlos en sus resplandores (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, Madrid 1968, 95-96).
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Jueves de la 4ª Semana de Adviento
LECTIO Primera lectura: 2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.l6 1 Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio paz con todos sus enemigos de alrededor, 2 dijo al profeta Natán: -Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está en una tienda. 3 Natán le dijo: -Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo. 4 Pero aquella misma noche el Señor dirigió esta palabra a Natán: 5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella? 8b Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel. 9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra. 10 Asignaré un lugar a mi pueblo Israel y en él lo plantaré, para que lo habite y no vuelva a ser perturbado, ni los malvados lo opriman como antes, 11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una dinastía. 12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino. 14a Seré para él un padre y él será para mí un hijo. 16 Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.
*• La profecía de Natán a David es esclarecedora y abre un nuevo horizonte en la historia de salvación. El reino de Judá goza de un período de tranquilidad y el mismo rey mora en un magnífico palacio. Pero sus planes son construir también una «casa» al Señor donde poder acoger el arca de Dios. El profeta le impide realizarlo porque Dios tiene otro proyecto mayor para David y su descendencia. El Señor tomará la iniciativa para dar una casa no de piedra, sino estable y duradera: la estirpe real de David: «El Señor te anuncia que te dará una dinastía. Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí» (w. 11.16). El Señor, de hecho, recuerda a David su historia, lo que ha hecho por él, y promete a su dinastía una duración perenne: lo eligió como pastor del pueblo sacándolo de los campos (cf. 1 Sm 16,11-13); le concedió la victoria sobre todos sus enemigos y en el futuro continuará estando con él; su gloria y la de su descendencia será grande porque gozará de una filiación divina; el rey y su pueblo serán benditos del Señor y poseerán una «casa» estable y tranquila, es decir, una dinastía que durará por los siglos. El mensaje de la Palabra de Dios está claro: la salvación no viene de un templo de piedra obra de manos humanas, sino de la alianza con Dios, al que pertenece todo, el hombre y la historia.
Evangelio: Lucas 1,67-79 67 Zacarías, su padre, se llenó del Espíritu Santo y profetizó: 68 Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. 69 Nos ha suscitado una fuerza salvadora en la familia de David su siervo, 70 como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas, 71 para salvarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos odian. 72 De este modo mostró el Señor su misericordia a nuestros antepasados y se acordó de su santa alianza, 73 del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán, para concedernos 74 que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor, 75 con santidad y justicia en su presencia toda nuestra vida. 76 Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos, 77 para anunciar a su pueblo la salvación, por medio del perdón de sus pecados. 78 Por la misericordia entrañable de nuestro Dios, nos visitará un sol que nace de lo alto, 79 para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte, y para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz.
*•• El cántico de Zacarías es un tejido de reminiscencias bíblicas que exalta el cumplimiento de las promesas de salvación hechas por Dios en las antiguas profecías. Zacarías, sacerdote de la antigua ley, pero lleno del Espíritu Santo, en el presente cántico de bendición por la visita del Señor a su pueblo, inaugura la nueva alianza, cuyo precursor será su hijo Juan, en el que la larga espera de siglos llega a su cumplimiento. El texto bíblico se divide en dos partes: la primera resume la historia de salvación, resaltando la misericordia de Dios con los padres y su inquebrantable fidelidad a la alianza, que se realizará en la figura del Mesías (w. 68-75); la segunda mira al Bautista, «profeta del Altísimo» (v. 76), destinado a preparar los caminos del Señor con la predicación de la redención y salvación universal, efectiva en la persona de Jesús, por el perdón de los pecados, fruto de su inmensa bondad. El cántico ensalza a Cristo, el sol de la resurrección, engendrado antes de la aurora, que con sus rayos ilumina a los que viven en tinieblas y en espera, vivifica a los que carecen de vida y la imploran. Él es la paz, plenitud de los dones mesiánicos, destinada a los que alaban y dan gloria a Dios. Él, el Verbo del Padre, es luz y vida de los hombres, en el cual ven a Dios y al cual obedecen.
MEDITATIO Estamos en la vigilia de la Navidad del Señor, y la Palabra de Dios que resuena en la Iglesia es una actualización de las profecías mesiánicas, invitación a dar gracias y a la alabanza por la inminente venida del Salvador, que ha derramado sus bendiciones sobre el pueblo, manteniendo la fe en sus promesas con el don de la reconciliación y de la salvación universal. ¿Cómo vivimos personalmente esta vigilia y qué compromiso de vida nos exige? La venida histórica del Mesías nos confirma que Dios ha elegido su «casa» entre nosotros, en el cuerpo de Jesús, su Hijo (cf. Jn 1,14). Él mora con su pueblo, no de modo pasajero, sino de modo estable (cf. Ap 7,15; 12,2; 13,6; 21,3). Si en el Antiguo Testamento el lugar ideal de la presencia de Dios era el templo o la tienda (cf. Ex 25,8; 40,35; Ez 37,27; Jn 4,17), ahora su presencia está en la misma vida del hombre y en la carne visible de Jesús, que tocó y contempló en la fe la primera comunidad de los discípulos (cf. 1 Jn 1,1-4). Cristo es la revelación y la luz del Padre, pero de modo oculto y humilde; algo interior que sólo los hombres de fe, como los profetas, los santos y María pueden comprender. Su gloria se manifestará en toda su potencia después, cuando desde la cruz a atraiga todos a sí (cf. Jn 12,32). Puede parecer una paradoja que la cruz sea glorificación, pero todo se hace luminoso si pensamos que «Dios es amor» (1 Jn 4,10) y se manifiesta donde aparece el amor. ¿Es también para nosotros Jesús el centro de la historia, nuestra morada y la plenitud de todas nuestras aspiraciones humanas?
ORATIO Señor Jesús, Verbo del Padre y luz de los hombres, te adoramos en esta vigilia de Navidad y esperamos gozosos tu venida, que una vez más lleva a cumplimiento las promesas de Dios. Iluminados por tu luz, creemos que eres Aquel que ama al hombre y que la única finalidad de tu vida es la salvación de todo hombre. La fe nos introduce en este misterio de vida, la experiencia nos lo enseña y tu Palabra de verdad nos guía en este camino de luz. Verbo eterno del Padre, queremos ser tus primeros adoradores, adictos a la bondad y al bien, testigos de tu misericordia. Tú que no te ocultas a nadie, sino que a todos concedes tu divina luz, seas por siempre nuestra verdadera luz que alumbre a toda la humanidad. Apresuramos nuestro camino hacia la salvación, hacia el nuevo nacimiento, porque deseamos, a pesar de ser multiplicidad, reunimos en un solo amor siguiendo el modelo de unidad del misterio trinitario en el que nos sumerges y renovar de este modo la alianza contigo. Como la virgen María, lugar de la encarnación, concédenos saber interiorizar tu Palabra para descubrir cada vez más la hondura de este misterio dentro de nosotros mismos, misterio en el que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), y llegar a ser contemplativos como María para no confundir esta Palabra con nuestro mismo ser, sino identificarnos con la que lleva al Verbo en sus entrañas y lo engendra como hijo suyo.
CONTEMPLATIO Feliz día, feliz hora, feliz tiempo: es el que con inefable anhelo todos los santos desde el origen del mundo esperaron (...). Dios está con nosotros. Hasta ahora Dios estaba sobre nosotros, pero hoy es el Emmanuel, hoy Dios está con nosotros en nuestra naturaleza, con nosotros con su gracia. Con nosotros en nuestra pobreza, con nosotros en su benignidad. Con nosotros en nuestra miseria, con nosotros en su misericordia. Con nosotros en la caridad, con nosotros en la piedad, con nosotros en la compasión. ¡Oh Emmanuel! ¡Oh Dios con nosotros! ¿Qué hacéis, hijos de Adán? Dios está con nosotros. Con nosotros. No pudisteis, hijos de Adán, subir al cielo para estar con Dios, y ahora Dios ha bajado del cielo para ser el Emmanuel, el "Dios con nosotros" (...). Dichoso el que te abre la puerta del corazón, oh buen Jesús: pues entrarás. Tu adviento, Señor, lleva al corazón puro el mediodía de la luz celeste (Elredo de Rieval, Sermones inéditos, cit. en Cristo desiderio del moñaco, Milán 1988, 157-158).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea el Señor que ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Cerremos la puerta detrás de nosotros. Escuchemos con oído atento la inefable melodía que resuena en el silencio de esta noche. El alma silenciosa y solitaria canta al Dios del corazón su canto más suave y afectuoso. Y puede confiar que él le escucha. De hecho, este canto no debe ya buscar al Dios amado más allá de las estrellas, en una luz inaccesible, donde habita y ninguno puede verle. Como es Navidad, como la Palabra se ha hecho carne, Dios está cerca, y la dulcísima palabra, la palabra del amor, encuentra su oído y su corazón en la sala más silenciosa del corazón. Y quien se ha detenido cerca de sí, aunque es de noche, en esta paz nocturna, en las honduras del corazón de Dios, percibe la dulce palabra del amor. Es preciso estar tranquilos, no temer la noche, hay que callar. De otro modo no se escucha nada. De hecho, la última cosa se dice solamente en el silencio de la noche, cuando, por la llegada llena de gracia de la Palabra en la noche de nuestra vida, se ha hecho Navidad, noche santa, noche de silencio (K. Rahner, Dio se é fatto uomo, Brescia 31990, 72-73).
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Día 25 Navidad del Señor
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San Esteban Protomártir SAN ESTEBAN, protomártir o primer mártir cristiano. Fue uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles, poco después de la Ascensión, para el servicio de la comunidad de Jerusalén. Lleno de gracia y poder, realizaba en medio del pueblo grandes prodigios y signos. Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos y se pusieron a discutir con Esteban; pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Amotinaron al pueblo, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. Él les dirigió un discurso en el que defendió a la Iglesia, y concluyó diciendo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios». Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y diciendo esto expiró
LECTIO Primera lectura: Hechos 6,8-10; 7,54-60 8 Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes signos y prodigios en medio del pueblo, 9 algunos de la sinagoga llamada «de los libertos», a la que pertenecían cirenenses y alejandrinos, y algunos de Cilicia y de la provincia de Asia, se pusieron a discutir con él, 10 pero no pudieron hacer frente a la sabiduría y el espíritu con que hablaba, 54 Oyendo sus palabras, se recomían de rabia en su corazón y rechinaban los dientes contra él. 55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, 56 y exclamó: -Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios. 57 Ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él. 58 Lo echaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. 59 Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: -Señor Jesús, recibe mi espíritu. 60 Luego cayó de rodillas y gritó con voz fuerte: -Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y dicho esto, expiró.
**• Esta página de los Hechos narra la muerte de Esteban, primer mártir de la Iglesia. Hombre de fe y de Espíritu Santo, fue elegido diácono para el servicio de la comunidad cristiana, a fin de que la comunión de vida fuese visible incluso en la distribución de los bienes (cf. Hch 6,1-6). Lleno de dones carismáticos, de sabiduría contemplativa en la predicación y de fuerza evangélica en la evangelización, fue intrépido testigo de Cristo resucitado con la fuerza de su Espíritu (w. 8-10). La parte final del valiente discurso de Esteban, hecho ante los ancianos y los jefes del pueblo, y la sucesiva narración de su martirio (w. 54-60) son un magnífico ejemplo de catequesis bíblica. El discurso, en efecto, concluye por una parte con la profesión de fe en Jesús, hecha por Esteban y, por otra, con la falsa acusación de los jefes contra él por haber pecado contra la Ley de Moisés y el templo y, por tanto, con la decisión de su condena a muerte. La lapidación del protomártir Esteban es narrada por Lucas según el modelo de la muerte de Jesús, porque también él murió confiándose al Señor y perdonando a sus verdugos (cf. w. 59-60; Le 23,34-46). El testimonio de Esteban no es otro sino que la vida de Cristo continúa en la vida de la Iglesia por la disponibilidad al Espíritu, la predicación, la coherencia evangélica y la muerte misma. Es preciso estar abiertos al paso del Espíritu por la propia existencia para comprender los tiempos nuevos que Jesús ha inaugurado, porque ahora su persona es la plenitud de la ley que ninguna persecución podrá eliminar jamás.
Evangelio: Mateo 10,17-22 Dijo Jesús a sus apóstoles: 17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas. 18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos. 19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir, 20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros. 21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán. 22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. **• El evangelio de Mateo se coloca en el contexto de las persecuciones y refiere algunas enseñanzas de Jesús a sus discípulos acerca de las pruebas que la Iglesia deberá sufrir en el curso de su historia. Jesús expone esta situación con tanta claridad y tanto detalle concreto, que parece estar describiendo la Iglesia primitiva después de los años 70, que debió afrontar diversas pruebas internas y externas en su vida y fácilmente hubiera podido caer en el desaliento y haber perdido la fe en Él. Jesús provee así a la continuidad de su obra en el tiempo y en el espacio, anticipando acontecimientos y signos que la comunidad cristiana deberá afrontar en el mundo, para ayudar a sus discípulos a superar el escándalo de la cruz, que permanece siempre como verdadero obstáculo en el camino de fe de todo creyente. La palabra repetida por Jesús en el texto -«no os preocupéis » y «no tengáis miedo» (w. 19.26.28.31)- son el alivio del Señor al miedo de los suyos, real impedimento al alegre anuncio del evangelio que, por el contrario, debe ser proclamado con entusiasmo y muestras de alegría. Ante los reyes y en los tribunales es «el Espíritu del Padre» el que hablará por vosotros (v. 20). También el odio de parientes y amigos «a causa del nombre» de Jesús (v. 22) será recompensado porque el Padre lo ve y concederá a los suyos la salvación y la verdadera vida.
MEDITATIO ¿Cuál es el sentido cristiano del sufrimiento y de la muerte del texto bíblico que considera la liturgia de hoy? La respuesta a interrogantes tan fundamentales de la vida humana se encuentra sólo en el dejarse iluminar totalmente por la enseñanza y el testimonio vividos por Jesús. «Humanamente hablando, la muerte es el fin de todo» escribe S. Kierkegaard, «y humanamente hablando hay esperanza sólo mientras hay vida». Pero para el cristiano el sufrimiento y la muerte no son en modo alguno el fin de todo; son solamente pequeños acontecimientos comprendidos en el todo que es la vida eterna. En el sentido cristiano, pues, hay infinitamente más esperanza en la muerte que hablando en un mundo meramente humano, en el que no sólo hay vida, sino una vida en plena salud y fuerza física». La muerte de Esteban o de tantos primeros testigos de la fe cristiana no tendrá la última palabra sobre la vida de estos discípulos de Jesús, porque Cristo es el Señor de la vida y de la muerte. La resurrección de Jesús muestra la verdadera gloria, como única realidad de la verdadera vida, hacia la que se encamina todo creyente. Esta prevé, sin embargo, que la gloria de Jesús y de cada uno de sus discípulos pasa justamente a través del Gólgota y la muerte en cruz. El sufrimiento y la muerte de Jesús y de todo discípulo suyo ofrecen un signo que habla a la fe. El plan de Dios es más grande que el pequeño y estrecho del hombre. El amor de Dios supera con mucho el interés particular de cada uno de sus hijos. Sólo Jesús, signo del amor de Dios a los hombres es capaz de liberar al hombre de la muerte y de hacer brotar en el corazón del discípulo la fe como respuesta radical a la salvación ofrecida por Dios.
ORATIO Señor de la vida y de la muerte que, con tu enseñanza y ejemplo de coherencia y de vida, nos has enseñado a afrontar el sufrimiento e incluso la muerte, nosotros deseamos alzar la mirada, como dice la Escritura, hacia ti, que eres «el que traspasaron» (Jn 19,37). Ésta es una invitación dirigida a todos los hombres para que vean y crean a tu corazón traspasado con una mirada interior y contemplativa que los introduzca en el misterio de la salvación. Nosotros, como el primer mártir Esteban y tras él todos los mártires y los santos, queremos hacernos partícipes de la experiencia y de la fe del primer testigo, que ha visto durante su martirio tu gloria, aquella gloria que el Padre te ha reservado por tu dócil obediencia hasta la cruz. También para nosotros esta mirada hacia el cielo debe hacerse contemplación de fe, experiencia interior, posesión permanente. Esto quiere ser también un compromiso para celebrar contigo la obra del Padre y de penetrar en la contemplación tu vida divina con un testimonio de fe y de amor. Sabemos que el único remedio válido contra el miedo es la fe. Señor, tú has pedido a tus discípulos superar el grave momento del dolor y de la prueba, no tanto acogiéndose con la mente a tus palabras, cuanto creyéndote a tí con el corazón y con la vida entera, a ti que comunicas la palabra del Padre, la única que salva y elimina toda turbación. No hay, pues, verdadera fe en Dios sin fe en ti, porque Dios se ha revelado como tu Padre y tú nos has revelado su rostro luminoso.
CONTEMPLATIO San Esteban, bienaventurado Esteban, Esteban bueno, fuerte soldado de Dios, primero de la serie de sus mártires: he sabido y creo y abrazo con alegría el hecho de que tú, todavía en esta tierra hayas tenido santidad tan luminosa que tu rostro venerable resplandecía como el de los ángeles. En efecto, cuando tus enemigos se encarnizaban contra ti, tú, de rodillas, exclamaste en un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Hombre dichoso, ¡cuanta esperanza das a tus amigos pecadores al escuchar que te has preocupado tanto de enemigos arrogantes! «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». ¿Cómo responderá cuando es invocado aquel que, provocado respondía de esa manera? ¿Qué bondad sabrá usar con los humildes ahora que es ensalzado, aquel que socorría de ese modo a los soberbios cuando era humillado? Anda, dime, bienaventurado Esteban, ¿qué cosa te caldeaba el corazón para derramar al exterior tantas bondades juntas? No hay duda de que estabas colmado de todas, adornado de todas, iluminado por todas. Te suplico, caritativo Esteban, ruega para que mi alma endurecida se llene de caridad generosa. Haz que mi alma insensible, por don de Aquel que la ha creado, arda en el fuego de la caridad (Anselmo D'Aosta, Ovacione a santo Stefano, in Orazioni e Meditazioni, Milán 1997, 318-333).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hch 7,60).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Desde ahora ningún honor del mundo o de la iglesia me puede tentar. Llevo conmigo la confusión de cuanto el Santo Padre ha querido hacer por mí enviándome a París. Tener un alto cargo en la jerarquía o no tenerlo me es del todo indiferente. Esto me da una paz grande. Y me deja más libre para el cumplimiento de mi deber, a toda costa y a todo riesgo. Es bueno que esté preparado a alguna gran mortificación o humillación. Este será el signo de mi predestinación. Quiera el cielo que signifique el inicio de mi verdadera santificación, como ha ocurrido con almas más selectas, que recibieron en los últimos años de su vida el toque de la gracia que los hizo santos auténticos. La idea del martirio me da miedo. Temo por mi resistencia al dolor físico. Sin embargo, podría dar a Jesús el testimonio de sangre, ¡oh que gracia y que honor para mí! (Juan XXIII, Diario del alma, Madrid 1998).
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La Sagrada Familia: Jesús, José y María LECTIO Primera lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14 2 Porque el Señor da más honor al padre que a los hijos, y confirma el derecho de la madre sobre ellos. 3 El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, 4 el que respeta a su madre amontona tesoros. 5 El que honra a su padre recibirá alegría de sus hijos, y cuando ore será escuchado. 6 El que respeta a su padre tendrá una larga vida, quien obedece al Señor complace a su madre 12 Hijo, sé el apoyo de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes disgustos. 13 Aunque se debilite su mente, sé indulgente con él, no lo desprecies, tú que estás en pleno vigor. 14 La ayuda prestada al padre no quedará en el olvido, te servirá de reparación por tus pecados.
*•• Este fragmento del Eclesiástico es sapiencial y presenta una escena llena de fe y de simple humanidad acerca de las relaciones familiares, camino seguro también a la observancia del amor a Dios. El mensaje es una invitación a los hijos adultos para que amen de corazón a sus padres ancianos con un comportamiento verdaderamente filial. El pasaje, además, comenta el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12), precepto bastante practicado en el judaísmo antiguo (cf. Prov 19,26; Rut 1,16- 17; Tob 4,3-4). El texto, pues, pone de relieve la estrecha relación entre el honrar a Dios y el honrar a los padres: respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios; no apiadarse de ellos y abandonarlos en el momento de la prueba es despreciar al Señor (w. 6.14). El honor que el hijo debe a sus padres contiene toda una gama de actitudes y de sensibilidad, que se traduce no sólo en respeto, sino en la ayuda concreta, en las muestras de afecto, obediencia, estima y atención, porque todo esto es hacer la voluntad de Dios. Otro aspecto, sin embargo, considera también el texto: la práctica de tal mandamiento es fuente de recompensa y acarrea dones extraordinarios del Señor, como una vida larga (v. 69), la remisión de los pecados (w. 3.14), la alegría y la satisfacción de parte de los propios hijos (v. 5a), ser escuchados en la oración (v. 5 b), y la seguridad de la acogida en el futuro por parte de Dios.
Segunda lectura: Colosenses 3,12-21 Hermanos: 12 Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. 13 Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. 14 Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección. 15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y ser agradecidos. 16 Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados. 17 Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios, dando gracias a Dios Padre por medio de él. 18 Esposas, respetad a vuestros maridos, como corresponde a cristianas. 19 Maridos, amad a vuestras esposas y no seáis duros con ellas.20 Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, pues es lo que agrada ver entre cristianos. 21 Padres, no irritéis a vuestros hijos, no sea que se desalienten.
**• Estamos ante un código familiar que san Pablo presenta a la comunidad cristiana de Colosas para responder a problemas concretos de la vida cotidiana (cf. Ef 5,22-6,9; Tit 2,1-10; 1 Pe 3,1-7). El Apóstol, después de haber enumerado los vicios del hombre viejo, presenta las virtudes que deben adornar la vida de los creyentes «elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor» (v. 12), como la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la comprensión y el perdón (w. 12-13); pero, entre estas, el principal medio de unión es la caridad «que es el vínculo de la perfección» (v. 14), es decir, el amor de la comunidad a Dios y a los hermanos (cf. Mt 18,21-35; Rom 12; Ef 5,19-33). Para vivir este proyecto evangélico es necesario, sin embargo, construir la comunidad cristiana en torno a la eucaristía y a la Palabra de Dios (v. 16). Después Pablo recomienda a las esposas que respeten a sus maridos «como corresponde a cristianas» (v. 18), a los maridos amar a sus mujeres y no exasperar a sus hijos, a los hijos obedecer a los padres porque «eso agrada al Señor» (v. 20). Por estas exhortaciones se puede constatar que el Apóstol permanece ligado a las leyes de su tiempo, pero por otra parte las supera perfeccionándolas con un criterio evangélico nuevo: hacedlo todo «en el Señor» (w. 18-20). Así pues, los valores familiares fundamentales, como la obediencia, el respeto, el amor en el núcleo familiar y la educación de los hijos, son salvaguardados, pero se releen a la luz de un constante punto de referencia: el modo de vida del Señor, libre y obediente al Padre. Jesús es el verdadero lazo de unión de toda familia cristiana.
Evangelio: Lucas 2,22-40 22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor. 24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. 25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él 26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor. 27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz. 30 Mis ojos has visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos, 32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. 33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, 35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos. 36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven; 37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones. 38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. 39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.
**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35). María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35). El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40). Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38). Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: «iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.
MEDITATIO Uno de los temas más candentes de la sociedad actual es el de la familia, en el que emergen problemas y dificultades considerables, debidos a la falta de valores y de ideales, unidos, por ejemplo, al materialismo y al hedonismo de la vida, a la permisividad de los responsables en campos educativo y moral, y a la carencia de auténticos guías y formadores en este sector. También la Iglesia siente vivo el problema y se interroga acerca del designio que Dios tiene sobre la familia, animando a todos a vivir según el evangelio en el respeto de las culturas y empeñándose en aliviar las condiciones de pobreza y necesidad de muchos núcleos familiares, a ejemplo de la familia de Nazaret plenamente inserta en la vivencia humana y especialmente en la vida de los pobres y de los que sufren. La experiencia actual de la familia cristiana presenta, también ella, notables problemas, porque no todo es pacífico o está resuelto, más bien se ven a menudo familias que portan cruces de distinto género y, a veces, pesadas: las de los exiliados de su propia tierra, las divididas por disensiones familiares o por motivos de trabajo, las que han perdido algún miembro por el empeño puesto en defensa de los derechos humanos y de la promoción humana, las laceradas por la inmigración, las que viven socialmente desahuciadas, incomprendidas, marginadas o en ambientes indignos y depravados que devalúan la condición humana. La sagrada familia no era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fuerza, serenidad y paz interior. Jesús es el lazo de unión de toda familia cristiana.
ORATIO Señor Dios, nuestro mundo y también nuestra Iglesia tienen necesidad de reencontrar la unidad y la armonía en muchas familias a ejemplo de la santa familia de Nazaret, para que la paz de Dios se manifieste en ellas, superando discordias, rupturas, incomprensiones y dificultades de todo tipo. Especialmente los padres y los educadores de jóvenes, hoy, sienten vivo, lleno de responsabilidad y pesado su deber educativo en el crecimiento, en la formación y maduración de las nuevas generaciones que, a menudo, les hace experimentar un sentimiento de incapacidad e impotencia, los desanima y los mortifica frente a las dificultades y problemas siempre nuevos que asoman al horizonte de la sociedad. Te rogamos que las familias cristianas no se cierren en sí mismas, en su aislamiento egoísta o en su orgullo herido, sino que todas estén abiertas al interés por los problemas de todos, sean animosas en ofrecer su colaboración para resolverlos en sentido evangélico. Que todas las familias tengan el espacio vital necesario para vivir en una casa, tengan una mesa donde no falte el pan y, sobre todo, la alegría de la comunión entre padres e hijos y la esperanza en un futuro mejor que nace de la fe. Señor y Padre de todos los hombres, el apóstol Pablo ha enseñado a los cristianos a vivir la vida familiar «en el Señor»: nosotros te pedimos que la persona de Jesús sea el hilo de oro que una toda nuestra familia cristiana.
CONTEMPLATIO La casa de Nazaret es la escuela donde se ha empezado a conocer la vida de Jesús, esto es, la escuela del evangelio. Aquí se aprende a observar, a escuchar, a meditar a penetrar el significado tan profundo y tan misterioso de esta manifestación del Hijo de Dios, tan simple, humilde y bella. Quizás también aprendamos, casi sin percatarnos, a imitar. Aquí comprendemos el modo de vivir en familia. Nazaret nos recuerda lo que es la familia, qué cosa es la comunión de amor, su belleza austera y simple, su carácter sagrado e inviolable. Nos haga percibir como dulce e insustituible la educación en familia, nos enseñe su función natural en el orden social. Aprendamos también las lecciones sobre trabajo. ¡Oh Casa de Nazaret, casa del Hijo del Carpintero! Aquí, sobre todo, deseamos comprender y celebrar la ley, severa cierto, pero redentora de la fatiga humana; aquí deseamos comprender y ennoblecer la dignidad del trabajo de modo que sea entendida por todos (Pablo VI, Discurso de Nazaret, 5 de enero de 1964).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Tomó consigo al Niño y a su Madre» (Mt 2,14)
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La familia de Nazaret, en cuanto realidad humana asumida y renovada por la encarnación del Verbo, se transforma no sólo en un lugar donde se hace presente de modo único y especial el misterio de la Trinidad, sino también en un símbolo, en la representación más perfecta, en un icono, que hace presente, vivos y operantes el amor y la fecundidad de Dios. Jesús, María, José, la santa familia de Nazaret, son el centro del designio salvífico de Dios, el centro de la Nueva Alianza. Pertenecen a la plenitud de los tiempos. En esta familia de Jesús, donde se refleja admirablemente la vida de comunión, de amor de la Trinidad divina, los hombres reanudan el diálogo primitivo con Dios, retoman la armonía conyugal y familiar y de hermandad. En la familia Dei y en la ecclesia Dei que es la sagrada familia de Nazaret, primera y perfecta comunidad de la Nueva Alianza, se está ante el Padre, unidos a Jesús y penetrados del Espíritu Santo y se vive, se celebra y se anuncia el evangelio de la familia (J. M. Blanquet, La Sagrada Familia ¡cono de la Trinidad, Barcelona 1996, 713).
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Día V dentro de la Navidad LECTIO Primera lectura: 1 Juan 2,3-11 3 Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. 4 El que dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en Él. 5 En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su palabra. Ésta es la prueba de que estamos en Él, 6 pues el que dice que permanece en Él, tiene que vivir como vivió Él. 7 Queridos, el mandamiento acerca del que os escribo no es nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. 8 Sin embargo, el mandamiento acerca del que os escribo -que se realiza en Él y en vosotros- es nuevo, en el sentido de que las tinieblas pasan y ya brilla la luz verdadera. 9 Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, todavía está en las tinieblas. 10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar. 11 Sin embargo, el que odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
**• ¿Cuál es el camino para conocer a Dios y morar en él? El Apóstol, después de haber presentado el criterio negativo de la comunión (1,5-2,2: «No pecar»), expone el positivo, que consiste en la observancia de los mandamientos y, entre estos, el del amor a Dios (w. 3-6) y a los hermanos (w. 8-11). Para el cristianismo, pues, el conocimiento de Dios comporta exigencias de vida que han de ser observadas. Por el contrario, la filosofía religiosa popular del tiempo, llamada "gnosis", sostenía que la salvación del hombre se obtiene a través del conocimiento de Dios, única cosa que permite alcanzar el verdadero objetivo de la vida humana, esto es, la liberación del mundo visible. En oposición a esta doctrina, que excluía el pecado y la existencia de toda moral, Juan afirma que el auténtico conocimiento de Dios debe estar avalado por la observancia de sus mandamientos. Porque, el que cumple «su palabra» (v. 5) experimenta el amor de Dios y mora en Él, porque vive como ha vivido Jesús y tiene dentro de sí una realidad interior que lo impulsa a imitar a Cristo, cuyo ejemplo de vida ha sido justamente el amor (v. 6), cf. Jn 13,15.34; 15,10). Este mandamiento del amor, además, es nuevo y antiguo al mismo tiempo: «nuevo», porque ha sido la enseñanza recibida desde el principio del anuncio cristiano. Entonces, el auténtico criterio de discernimiento del espíritu de Dios reside en la práctica del amor fraterno, porque no se puede estar en la luz de Dios y después odiar al propio hermano. Para el Apóstol el que ama vive en la luz, el que odia vive en las tinieblas.
Evangelio: Lucas 2,22-35 22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor. 24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. 25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él 26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor. 27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz. 30 Mis ojos has visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos, 32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. 33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, 35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.
**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35). María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).
MEDITATIO Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a los hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado. La existencia cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad. El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (cf. Le 6,27-36), para que pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la comunidad de los hermanos en la fe. Para Juan, pues, el acento recae más sobre el fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo. Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de dinamismo apostólico. Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo.
ORATIO Señor Jesús, desde niño has querido darnos ejemplo de sencillez y pobreza con tu vida oculta y confundida entre la gente común. Has querido también ser presentado en el templo y someterte a la ley del tiempo como un primogénito cualquiera de tu pueblo. Te has hecho reconocer como Mesías y Salvador universal por Simeón, hombre justo y abierto a la novedad del Espíritu, porque tú siempre te revelas a los sencillos y mansos de corazón y no a los que el mundo considera grandes y poderosos. Te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por las muchas maravillas que has realizado entre nosotros y continúas realizando con tu presencia providente y amorosa. Pero, sobre todo, queremos vivir lo que nos has enseñado con el mandamiento del amor fraterno: procurar el bien de los hermanos, llevar sus cargas y desventuras y compartir los sufrimientos de nuestros prójimos. Que nuestro vivir sea una ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una vida nueva.
CONTEMPLATIO Seguro que cada uno de nosotros ha experimentado ya la dicha de la Navidad. Pero el cielo y la tierra aún no se han convertido en una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que todavía hoy continúa brillando en una noche oscura (...). ¿Dónde está el júbilo de los ejércitos celestes, dónde la felicidad callada de la santa noche? ¿Dónde está la paz en la tierra? (...). Contra la luz que baja de los cielos resalta, más siniestra y más negra, la noche del pecado. El Niño en el pesebre tiende sus manitas y parece querer decirnos ya con su sonrisa las palabras que brotarán un día de sus labios de adulto: «Venid a mi todos los agobiados y oprimidos» (...). Jesús pronuncia su «Sígueme» y quien no está con él está contra él. Lo pronuncia también para nosotros y nos sitúa ante la opción entre la luz y las tinieblas (...). Si ponemos nuestras manos entre las del Niño divino y respondemos a su «Sígueme» con un «sí», entonces somos suyos y está libre el camino para que su vida divina pueda derramarse sobre nosotros. Éste es el inicio de la vida divina en nosotros. Vida que no es aún contemplación beatífica de Dios en la luz de la gloria; es todavía oscuridad de la fe, pero ciertamente no es de este mundo y es ya una existencia en el reino de Dios (E. Stein, Il mistero del nótale, Brescia 41998, 25-30 passim).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama a su hermano vive en la luz» (1 Jn 1,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL No dudes en amar, y ama profundamente. Podrías tener miedo del dolor que puede causar un amor profundo. Cuando aquellos a quienes amas profundamente te rechazan, te abandonan o mueren, tu corazón se rompe. Pero esto no debe impedirte amar profundamente. El dolor que emana de un amor profundo hará tu amor todavía más fecundo. Es como el arado que deshace los terrones para permitir que la semilla arraigue y crezca como planta fuerte. Cada vez que experimentas el dolor del rechazo, de la ausencia o de la muerte, te encuentras frente a una elección nueva. Puedes convertirte en presa de la amargura y decidir no amar más, o puedes permanecer erguido en tu dolor y dejar que el suelo en el que estás se haga más rico y más capaz de dar vida a nuevas semillas. Cuanto más has amado y aceptado sufrir a causa de tu amor, tanto más permitirás que tu corazón crezca y se haga más profundo. Cuando tu amor es auténtico dar y auténtico recibir, aquellos que amas no abandonarán tu corazón ni siquiera cuando se alejen. Se harán parte de tu yo, construyendo así gradualmente una comunidad dentro de ti. Aquellos a quienes has amado profundamente se hacen parte de ti. Cuanto más vivas, más serán las personas que amarás y que se harán parte de tu comunidad interior. Mayor será tu comunidad interior y más fácilmente reconocerás hermanos y hermanas en los extraños que se te acerquen. Los que viven dentro de ti reconocerán a los vivos en torno a ti. De este modo el dolor del rechazo, de la ausencia y de la muerte podrá resultar fecundo. Sí, si amas profundamente, la tierra de tu corazón estará cada vez más desmenuzada, pero te alegrarás por la abundancia de frutos que te reportará (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998). |
Día VI dentro de la Octava de Navidad
LECTIO Primera lectura: 1 Juan 2,12-17 12 Os escribo a vosotros, hijos, porque os han sido perdonados vuestros pecados por el poder de su nombre. 13 Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. 14 Os escribo a vosotros, hijos, porque habéis conocido al Padre. Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. 15 No améis al mundo ni lo que hay en Él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en Él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo -los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y el afán de grandeza humana- no viene del Padre, sino del mundo. 17 El mundo y todos sus atractivos pasan. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
**• ¿Cómo vivir el amor hacia el Padre? El texto es una exhortación afectuosa a la comunidad cristiana para que sea coherente con el plan de salvación y con las opciones hechas respecto a Dios y al mundo. El Apóstol, dirigiéndose a los hijos en general, los invita a reflexionar sobre su situación actual de salvación cristiana en la que viven, porque han obtenido el perdón de sus pecados (v. 12) y han conocido al Padre (v. 14a). Escribiendo a los padres les recuerda que han conocido a Jesús, «el que es desde el principio» (w. 13a. 14b; cf. 1,1; Jn 1,1) a través de su Palabra, por lo que se les exige una fe madura para no dejarse seducir por el mundo. A los jóvenes les recuerda que se han adherido a Jesús y han vencido al mal (v. 13b) y que su fuerza espiritual, reforzada por la Palabra de Dios los excluye de los compromisos con los fáciles atractivos del mundo (v. 14c). Este proyecto de vida espiritual se resume en la práctica en una vida apartada de la lógica del mundo, entendido este como reino del mal que se opone a Dios. Dios y el mundo son dos realidades opuestas. Del mundo, enemigo de Dios, Juan menciona algunos aspectos que pertenecen a la transitoriedad: «Los apetitos desordenados», es decir, las malas tendencias que viven en el hombre viejo e inclinado al pecado; «la codicia de los ojos», esto es, los deseos que pueden venir a través de los ojos, como el ansia de los bienes terrenos; «el afán de grandeza humana», es decir, el orgullo basado en la concepción materialista de la vida (w. 15-16). Esta separación del mundo tiene su razón de ser: el cristiano vive en el mundo, pero sabe que Dios permanece mientras el mundo pasa (v. 17; cf. 1 Cor 7,31).
Evangelio: Lucas 2,36-40 36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven; 37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones. 38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. 39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.
**• El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40). Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38). Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: «iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.
MEDITATIO La vocación cristiana es compromiso de vivir en el mundo al servicio del hombre, para dar testimonio de Cristo y llevar a los hermanos su mensaje de salvación, pero sin confundirse con el mundo, sin aceptar sus compromisos y sus modelos de comportamiento, negación del espíritu de humildad, de pobreza, de caridad que debe animar la vida del creyente. Sólo el corazón que se vacía del mundo, de sus propuestas de vida transitoria y del afán de poseer sus bienes efímeros, puede ser colmado por el amor del Padre (1 Jn 2,15). El discípulo de Jesús, confirma el Apóstol, no será nunca aceptado por el mundo, y el rechazo que las fuerzas del mal alimentan contra los creyentes es consecuencia lógica de una opción de vida: ellos no pertenecen al mundo y el mundo no puede aceptar a quien se opone a sus criterios. Los creyentes, con motivo de su opción de vida hecha a favor de Cristo, son considerados extraños o enemigos. Su existencia es una continua acusación de las obras perversas del mundo y un reproche elocuente al malvado. Por esto el hombre de fe es odiado y rechazado. El mundo rechaza a los discípulos porque no son de los suyos, y él no ama sino lo que es suyo, lo que no turba su paz, no desenmascara su altanería y no lo somete a acusación por su conformismo. Pero, si para quien sigue la lógica del amor, Cristo es signo de contradicción, es verdad, sin embargo, que tanta oposición llega a ser criterio de autenticidad y de firmeza para los discípulos de Cristo.
ORATIO Señor Jesús, tú escogiste la opción de vivir con nosotros la experiencia humana en el seno de una familia sin apariencias, ni prestigio, ni riqueza; has querido que tu infancia como la de todo niño estuviese marcada por la debilidad y por el crecimiento normal antes de conocer nuestro mundo y la misma vida de los hombres; has querido experimentar la fatiga del trabajo cotidiano para tener un pan sobre tu mesa; has vivido tu preparación a la vida pública en el ocultamiento y la reflexión silenciosa para poder contrastar el orgullo del mundo que se opone al Padre. Queremos pedirte nos concedas la gracia de saber aceptar nuestras debilidades humanas y nuestra pobreza espiritual, sin renunciar, sin embargo, a la búsqueda permanente de tu sabiduría y de tu Palabra. No queremos confundirnos con la parte del mundo que te rechaza o te persigue, aunque sabemos que esto exigirá de nosotros no pactar con compromisos, incluso al precio del sufrimiento y la persecución. «La Iglesia no se debilita por las persecuciones, al contrario, sale de ellas reforzada», escribía san León Magno. «La Iglesia es el campo del Señor que se viste de mies abundante siempre rica porque los granos que caen uno a uno renacen multiplicados». Sabemos que la suerte de los discípulos, en el fondo, es idéntica a la tuya. Pero sabemos también que la ceguera y la falta de fe al proyecto del Padre son la verdadera causa de esta oposición del mundo. Señor, no nos dejes caer en la tibieza y en la superficialidad de la fe, sino haznos fuertes con tu Palabra.
CONTEMPLATIO El amor es un bien grande, el más importante de los bienes. El noble amor que se tiene a Jesús impulsa a realizar grandes cosas y lleva a desear una perfección cada vez mayor. El que ama, vuela, corre, exulta, es libre y nada puede detenerlo: da siempre todo y en toda cosa reencuentra al Todo, porque reposa en el único Bien Supremo del que emana y nace todo bien. A menudo el amor no conoce medida, pero se inflama sobre toda medida; a menudo no siente el peso, no se preocupa de fatigas, querría hacer más de lo que puede, porque piensa que todo le es fácil. Por eso está dispuesto a todo (...). El amor vela; si está cansado, no pierde su afán. Como llama viva, como antorcha ardiente se lanza a lo alto y actúa seguro. Quien ama profundamente comprende bien este lenguaje. Señor, abre mi corazón al amor: que yo sea presa del Amor, alzado sobre mí mismo por exceso de fervor y de estupor. Que yo cante el himno del amor; que yo te siga, mi Amado, cada vez más alto, y mi alma se consuma en alabarte, exultando de santo amor (Imitación de Cristo, III, V, 3-6).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn2,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Ser hijo de Dios no te hace libre de las tentaciones. Podrás tener momentos en que te sientas tan bendecido por Dios, tan en Dios, tan amado, como para olvidar que vives aún en un mundo de potencias y de principados. Pero tu inocencia de hijo de Dios tiene necesidad de ser protegida. De otro modo serás fácilmente catapultado fuera de tu verdadero yo y experimentarás la fuerza devastadora de las tinieblas que te rodean. Este salir de ti mismo puede sobrevenirte como una gran sorpresa. Antes que seas plenamente consciente podrás encontrarte derrotado por la concupiscencia, por la ira, por el resentimiento o por la avidez. Un cuadro, una persona, un gesto, pueden desencadenar estas emociones fuertes y destructivas y seducir tu yo ¡nocente. Como hijo de Dios, debes ser prudente. No puedes andar sencillamente por el mundo como si nada o nadie pudiese hacerte daño. Continúas siendo extremadamente vulnerable: La mismas pasiones que te hacen amar a Dios pueden ser utilizadas por las potencias del mal. Los hijos de Dios necesitan apoyo, protección, ayudarse unos a otros cercanos al corazón de Dios. Tú perteneces a una minoría en un mundo grande y hostil. Haciéndote más consciente de tu verdadera identidad de hijo de Dios, distinguirás también más claramente las muchas fuerzas que tratan de convencerte de que todas las realidades espirituales son un falso sustituto de las cosas reales de la vida (...). No te fíes de tus pensamientos ni de tus sentimientos cuando te encuentras fuera de ti mismo. Vuelve rápidamente a tu centro verdadero y no prestes atención a lo que te ha llevado a engaño. Gradualmente llegarás a estar mejor preparado para estas tentaciones y ellas tendrán cada vez menos poder sobre ti. Protege tu inocencia ateniéndote a la verdad: eres hijo de Dios y eres profundamente amado (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998). |
Lunes. Día VII dentro de la Octava de la Natividad del Señor o 31 de Diciembre, conmemoración de San Silvestre
Al finalizar la persecución de la Iglesia en el año 313 con el Edicto de Milán, esta tuvo que afrontar nuevos retos: El emperador quería inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia. Amenazaban también las herejías. Pero Dios proveyó un Papa santo que supo gobernar con sabiduría: San Silvestre I. Sucedió al Papa San Melquíades. Su pontificado duró 21 años. San Silvestre no podía viajar largas distancias pero se esmeró para pastorear a la Iglesia universal. Para enfrentar la herejía donatista San Silvestre envió delegados al Concilio de Arles y cuando el emperador ordenó el Concilio de Nicea en el 325, el Papa Silvestre I envió un obispo y dos sacerdotes en su nombre. Después aprobó el Credo de Nicea que se formuló en ese concilio. Además del cuidado por la doctrina y la pastoral, construyó iglesias y convirtió en Palacio Laterano, donado por el emperador Constantino, en la primera catedral de Roma, llamada San Juan de Letrán. También comenzó los trabajos en San Pedro, en el Vaticano y San Lorenzo. Es el primer Papa que no muere mártir y la primera persona canonizada sin haber sido mártir.
LECTIO Primera lectura: 1 Juan 2,18-21 18 Hijos míos, estamos en la última hora. Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, han surgido muchos anticristos. Ésta es la prueba de que ha llegado la última hora. 19 Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero así ha quedado claro que no todos son de los nuestros. 20 Vosotros, en cambio, tenéis el Espíritu que viene de Dios y lo sabéis todo. 21 No os he escrito porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad.
**• Este breve fragmento de Juan debe ser comprendido a la luz de la mentalidad del tiempo en que el Apóstol escribe. Juan exhorta a la comunidad cristiana a la vigilancia por la inminente «última hora» de la historia, (v. 8), marcada por un violento ataque del enemigo del pueblo de Dios llamado «anticristo», símbolo de todas las fuerzas hostiles a Dios y personificado en la figura de los herejes. El tiempo final de la historia, cierto, no debe ser entendido en sentido cronológico sino teológico, es decir, como tiempo decisivo y último de la venida de Cristo, tiempo especialmente de lucha, de persecuciones y de prueba para la fe de la comunidad. Cuando las dificultades se hacen más opresoras, advierte el Apóstol, el fin está cerca, el mundo nuevo se perfila en el horizonte y la señal es dada justamente por los herejes que difunden el error (cf. Mt 24,23-24). Éstos, si bien pertenecieron un tiempo a la comunidad, se han mostrado sus enemigos al abandonar la Iglesia y obstaculizando su camino. Es una experiencia dolorosa conocer que la voluntad de Dios permite que Satán encuentre a menudo sus instrumentos precisamente dentro de la comunidad eclesial. A éstos, sin embargo, se contraponen los auténticos discípulos de Jesús, aquellos que han recibido la «unción del Espíritu Santo» (v. 20), es decir, la Palabra de Cristo y su Espíritu que, a través del bautismo, les enseña la verdad completa (cf. Jn 14,26). Tal verdad se refiere a la persona de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, como aclara el Apóstol y no a un Jesús aparentemente humano, figura de una realidad sólo espiritual, como dicen los herejes.
Evangelio: Juan 1,1-18 1 Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. 2 Ya al principio ella estaba junto a Dios. 3 Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. 4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres; 5 la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron. 6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. 7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. 8 No era él la luz, sino testigo de la luz. 9 La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre. 10 Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. 11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. 12 A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. 13 Éstos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios. 14 Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan ha dado testimonio de él, proclamando: -Éste es aquel de quien yo dije: «El que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo». 16 En efecto, de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia. 17 Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús. 18 A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.
**• El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús-Palabra se hace en tres momentos. Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (w. 1-5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (w. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (w. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (w. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (w. 12-13). Y finalmente la encamación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: «Y el Verbo se hace carne», es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.
MEDITATIO En su historia bimilenaria, la Iglesia ha encontrado siempre falsos profetas y maestros de falsedad, que se han servido del nombre de Cristo para propagar sus propias ideas y doctrinas. Y, muy a menudo, tales adversarios del evangelio han salido de las filas de los creyentes. También hoy la historia se repite porque no faltan doctores de la mentira, que hacen brillar ante muchos las tinieblas como luz, desconociendo la verdadera luz de Cristo, portadora de gozo y paz interior. Pertenecer a la Iglesia es un don y un misterio que ningún vínculo externo puede garantizar, sino sólo la fidelidad a la Palabra de Cristo en la humilde y constante búsqueda de la verdad. Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). Rechazar a la Iglesia es no creer en el evangelio y en la Palabra de Jesús, es vivir en las tinieblas y en el absurdo. Por el contrario, el verdadero discípulo de Jesús, habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, se deja conducir suavemente por su acción y por su verdad, reconociendo los caminos de Dios y esperando su venida sin alarmismos ni fantasías milenaristas. La encarnación de Cristo ha impregnado toda la historia y la vida de los hombres, porque sólo en él reside toda plenitud de vida y toda aspiración a la felicidad, y el hombre ha entrado a pleno derecho entre los familiares de Dios. El final de un año civil recuerda al cristiano que la historia humana está guiada por Dios y a él dirigimos nuestro reconocimiento por los dones recibidos y nuestra súplica por la vida nueva que siempre nos ofrece.
ORATIO Padre, Señor omnipotente que gobiernas con infinito amor la historia y la vida de los hombres, te damos gracias por tu Hijo Jesús que nos has enviado como Palabra de verdad a nuestro pobre mundo, hecho de fragilidad, de debilidad y de pecado. Nosotros sólo queremos acoger esta Palabra tuya hecha carne, pero queremos tenerla constantemente ante los ojos como inmutable y único punto de referencia en nuestro peregrinar terreno. Tú has amado tanto al mundo que nos hablas a través del don de tu Hijo para que el que cree en él tenga la vida (cf. Jn 3,16). Continúa, Padre, todavía hoy, manifestándote a través de él, para que nos sintamos hijos tuyos y la vida divina que has sembrado en nuestro corazón con el bautismo se refuerce con un camino de fe que nos haga experimentar siempre tus favores y contemplar tu gloria. Toda la vida de Jesús se ha desarrollado como vida filial en una actitud de escucha y de obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Ésta es la razón por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa, la plenitud de la verdad. También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud queremos fundamentar nuestra fe.
CONTEMPLATIO Señor Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...). ¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...). ¡Por esto que entiendo, que comprendo con todo mi ser -que tú has nacido en mí-, seas bendito, Señor! ¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría (...). ¡Oh Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de mantener en mí el ardor de tu caridad. Hazme digna de comprender la inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando Jesús te nos reveló a ti como Padre. ¡Oh abismo de amor! El alma que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la serenidad (Ángela de Foligno, Experiencia de Dios amor, Sevilla 1991).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Ninguna mentira viene de la verdad» (1 Jn 2,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Al ver más claro que tu vocación es la de ser testigo del amor de Dios al mundo, y al crecer tu determinación de vivir esta vocación, aumentarán los asaltos del enemigo. Oirás voces que te dirán: «No eres digno, no tienes nada que ofrecer, no tienes atractivo, no suscitas ni deseo ni amor». Cuanto más sientas la llamada de Dios, más descubrirás en tu propia alma la batalla cósmica entre Dios y Satán. No tengas miedo. Continúa profundizando en la convicción de que el amor de Dios te basta, que estás en manos seguras, y que eres guiado en cada paso de tu camino. No te dejes sorprender por los asaltos del demonio. Aumentarán pero, si los enfrentas sin miedo, descubrirás que son impotentes. Lo que importa es aferrarse al verdadero, constante e inequívoco amor de Jesús. Cada vez que dudes de este amor, vuelve a tu morada interior y escucha allí la voz del amor. Solamente cuando sabes en tu ser más profundo que eres íntimamente amado, puedes afrontar las oscuras voces del enemigo sin ser seducido por ellas. El amor de Jesús te dará una visión cada vez más clara de tu vocación, así como de las muchas tentativas de arrancarte de aquella llamada. Cuanto más sientas la llamada a hablar del amor de Dios, más necesidad tendrás de profundizar en el conocimiento de este amor en tu mismo corazón. Cuanto más lejos te lleve el camino exterior, más profundo debe ser tu camino interior. Sólo cuando tus raíces sean profundas, tus frutos podrán ser abundantes, pero tú puedes afrontar sin miedo al enemigo cuando te sabes seguro del amor de Jesús (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).
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