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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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COMÚN DE LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA
 


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pedro 2, 1-17

Como piedras vivas entráis en la construcción

Queridos hermanos: Despojaos de toda maldad, de toda doblez, fingimiento, envidia y de toda maledicencia. Como el niño recién nacido ansía la leche, ansiad vosotros la auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos; ya que habéis saboreado lo bueno que es el Señor.

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado».

Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular», en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios"; antes erais «no com-padecidos», ahora sois «compadecidos».

Queridos hermanos, como forasteros en país extraño, os recomiendo que os apartéis de los deseos carnales que os hacen la guerra. Vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así, mientras os calumnian como si fuerais criminales, verán con sus propios ojos que os portáis honradamente y darán gloria a Dios el día que él los visite.

Acatad toda institución humana por amor del Señor; lo mismo al emperador, como a soberano, que a los gobernadores, como delegados suyos para castigar a los malhechores y premiar a los que hacen el bien. Porque así lo quiere Dios: que, haciendo el bien, le tapéis la boca a la estupidez de los ignorantes; y esto como hombres libres; es decir, no usando la libertad como tapadera de la villanía, sino como siervos de Dios. Mostrad consideración a todo el mundo, amad a vuestros hermanos, temed a Dios, honrad al emperador.


Otra lectura:

Del libro del Apocalipsis 21, 9-27

Visión de la Jerusalén celestial

Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas últimas y me habló así:

«Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero».

Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

El que me hablaba tenía una vara de medir de oro, para medir la ciudad, las puertas y la muralla. La planta de la ciudad es cuadrada, igual de ancha que de larga. Midió la ciudad con la vara, y resultaron cuatrocientas cincuenta y seis leguas; la longitud, la anchura y la altura son iguales. Midió la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana que usan los ángeles. La mampostería del muro era de jaspe, y la ciudad, de oro puro, parecido a vidrio claro.

Los basamentos de la muralla de la ciudad estaban incrustados de toda clase de piedras preciosas: el primero, de jaspe; el segundo, de zafiro; el tercero, de calcedonia; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de ónix; el sexto, de granate; el séptimo, de crisólito; el octavo, de aguamarina; el noveno, de topacio; el décimo, de ágata; el undécimo, de jacinto; el duodécimo, de amatista.

Las doce puertas eran doce perlas, cada puerta hecha de una sola perla. Las calles de la ciudad eran de oro puro, como vidrio transparente.

Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su esplendor, y sus puertas no se cerrarán de día, pues allí no habrá noche. Llevarán a ella el esplendor y la riqueza de las naciones, pero nunca entrará en ella nada impuro, ni idólatras ni impostores; sólo entrarán los inscritos en el libro de la vida que tiene el Cordero.


Tiempo de Cuaresma:

Del primer libro de los Reyes 8, 1-4.10-13.22-30

La dedicación del templo

En aquellos días, Salomón convocó a palacio, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a los jefes de tribu y a los cabezas de familia de los israelitas, para trasladar el arca de la alianza del Señor desde la ciudad de David, o sea Sión. Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón, en el mes de Etanín (el mes séptimo), en la fiesta de las Tiendas. Cuando llegaron todos los ancianos de Israel, los sacerdotes cargaron con el arca del Señor, y los sacerdotes levitas llevaron la tienda del encuentro, más los utensilios del culto que había en la tienda.

Cuando los sacerdotes salieron del Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando, a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo. Entonces, Salomón dijo:

«El Señor puso el sol en el cielo, el Señor quiere habitar en la tiniebla; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas siempre».

Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo:

«¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presencia; que a mi padre David, tu siervo, le has mantenido la palabra: con tu boca se lo prometiste, con la mano se lo cumples hoy.

Ahora, pues, Señor, Dios de Israel, mantén en favor de tu siervo, mi padre David, la promesa que le hiciste: "No te faltará en mi presencia un descendiente en el trono de Israel, a condición de que tus hijos sepan comportarse caminando en mi presencia como has caminado tú". Ahora, pues, Dios de Israel, confirma la promesa que hiciste a mi padre David, siervo tuyo.

Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido!

Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu siervo. Señor, Dios mío, escucha el clamor y la oración que te di-rige hoy tu siervo. Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre. ¡Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio! Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo, Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú, des-de tu morada del cielo, escucha y perdona».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 336 (1.6: PL 38 [ed 1861], 1471-1472.1475)

Edificación y consagración de la casa de Dios en
nosotros

El motivo que hoy nos congrega es la consagración de una casa de oración. Esta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nos-otros, que somos la casa de Dios, nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio o, mejor dicho, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo.

Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de las selvas las piedras y los troncos; y, cuando reciben la catequesis y el bautismo es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de los artífices y carpinteros.

Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad. Nadie entraría en esta casa si las piedras y los maderos no estuviesen unidos y compactos conun determinado orden, si no estuviesen bien trabados, y si la unión entre ellos no fuera tan íntima que en cierto modo puede decirse que se aman. Pues cuando ves en un edificio que las piedras y que los maderos están perfecta-mente unidos, entras sin miedo y no temes que se hunda.

Así, pues, porque nuestro Señor Jesucristo quería entrar en nosotros y habitar en nosotros, afirmaba, como si nos estuviera edificando: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. «Os doy —dice--- un mandamiento. Antes erais hombres viejos, todavía no erais para mí una casa, yacíais en vuestra propia ruina. Para salir, pues, de la caducidad de vuestra propia ruina, amaos unos a otros».

Considerad, pues, que esta casa, como fue profetizado y prometido, debe ser edificada por todo el mundo. Cuando se construía el templo después del exilio, como se afirma en un salmo, decían: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Lo que allí decía: Un cántico nuevo, el Señor lo llama: Un mandamiento nuevo. Pues ¿qué novedad posee un cántico, si no es el amor nuevo? Cantar es propio de quien ama, y la voz del cantor amante es el fervor de un amor santo.

Así, pues, lo que vemos que se realiza aquí material-mente en las paredes, hagámoslo espiritualmente en nuestras almas. Lo que consideramos como una obra perfecta en las piedras y en los maderos, ayudados por la gracia de Dios, hagamos que sea perfecto también en nuestros cuerpos.

En primer lugar, demos gracias a Dios, nuestro Señor, de quien proviene todo buen don y toda dádiva perfecta. Llenos de gozo, alabemos su bondad, pues para construir esta casa de oración ha visitado las almas de sus fieles, ha despertado su afecto, les ha concedido su ayuda, ha inspirado a los reticentes para que quieran, ha ayudado sus buenos intentos para que obren, y de esta forma Dios, que activa en los suyos el querer y la actividad según su beneplácito, él mismo ha comenzado y ha llevado a perfección todas estas cosas.


Otra lectura:

Orígenes, Homilía 9 sobre el libro de Josué (1-2: SC 71, 244-246)

Somos edificados a manera de piedras vivas
como casa y altar de Dios

Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas, de acuerdo con lo que afirma la Escritura: Vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Cuando se trata de piedras materiales, sabemos que se tiene cuidado de colocar en los cimientos las piedras más sólidas y resistentes con el fin de que todo el peso del edificio pueda descansar con seguridad sobre ellas. Hay que entender que esto se aplica también a las piedras vivas, de las cuales algunas son como cimiento del edificio espiritual. ¿Cuáles son estas piedras que se colocan como cimiento? Los apóstoles y profetas. Así lo afirma Pablo cuando nos dice: Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular.

Para que te prepares con mayor interés, tú que me escuchas, a la construcción de este edificio, para que seas una de las piedras próximas a los cimientos, debes saber que es Cristo mismo el cimiento de este edificio que estamos describiendo. Así lo afirma el apóstol Pablo: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¡Bienaventurados, pues, aquellos que construyen edificios espirituales sobre cimiento tan noble!

Pero en este edificio de la Iglesia conviene también que haya un altar. Ahora bien, yo creo que son capaces de llegar a serlo todos aquellos que, entre vosotros, piedras vivas, están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus intercesiones, y a inmolarle las víctimas de sus súplicas; ésos son, en efecto, aquellos con los que Jesús edifica su altar.

Considera, pues, qué alabanza se tributa a las piedras del altar. La Escritura afirma que se construyó, según está escrito en el libro de la ley de Moisés, un altar de piedras sin labrar, a las que no había tocado el hierro.¿Cuáles, piensas tú, que son estas piedras sin labrar? Quizá estas piedras sin labrar y sin mancha sean los santos apóstoles, quienes, por su unanimidad y su concordia, formaron como un único altar. Pues se nos dice, en efecto, que todos ellos perseveraban unánimes en la oración, y que abriendo sus labios decían: Señor, tú penetras el corazón de todos. Ellos, por tanto, que oraban concordes con una misma voz y un mismo espíritu, son dignos de formar un único altar sobre el que Jesús ofrezca su sacrificio al Padre.

Pero nosotros también, por nuestra parte, debemos esforzarnos por tener todos un mismo pensar y un mismo sentir, no obrando por envidia ni por ostentación, sino permaneciendo en el mismo espíritu y en los mismos sentimientos, con el fin de que también nosotros podamos llegar a ser piedras aptas para la construcción del altar.


EVANGELIO: Lc 19, 1-10

HOMILÍA

De una homilía atribuida a san Juan Crisóstomo (PG 61, 767-768

 

¡Oh confesión sincera que brota de un corazón recto!

Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús.

Míralo correr, ardiendo en deseos de Dios, y subir a un árbol y mirar en torno suyo para distinguir a Jesús, para conocer el hontanar de vida. Al ver a Jesús, Zaqueo sació la curiosidad de sus ojos, pero sintió inflamarse su corazón de un deseo mucho más vehemente.

Fíjate en el deseo de este hombre. Trata de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía; porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Zaqueo, pequeño de estatura pero grande en la prudencia del espíritu, buscaba ver a Jesús: buscaba ver al Dios que distribuye entre los hombres los dones celestiales. No tenía el dulcísimo gozo de conocer a Dios, pero deseaba ver al Profeta del amor. Enfermo, deseaba ver la salud; hambriento, buscaba el pan del cielo; sediento, anhelaba el venero de la vida. Deseaba ver al que da a los sacerdotes una vida nueva y había despertado a Lázaro del sueño de la muerte.

Zaqueo vio al Señor, y la llama de su amor se incrementaba continuamente; Cristo le tocó el corazón y él se convirtió en otro hombre: de publicano, en hombre lleno de celo; de infiel, en fiel. ¿Quién ama tanto al padre y a la madre, quién jamás amó a la mujer y a los hijos como Zaqueo amó al Señor, según lo atestiguan los hechos?

Por amor de Cristo, repartió sus bienes a los pobres y devolvió cuatro veces más a aquellos de quienes se había aprovechado. ¡Qué buena disposición en el discípulo, qué discreción y poder el de Dios, que indujo a la acción con sólo haber visto a Jesús! Todavía no había hablado Zaqueo —sólo había sido visto por quien tanto lo deseaba—, y ya la potencia de la fe levantaba en alto aquel corazón lleno de deseo.

Zaqueo, baja en seguida, apresúrate a entrar en tu casa, porque allí tengo que alojarme, pues yo me alojo donde hay fe; voy donde hay amor. Ya sé lo que vas a hacer; sé que vas a dar tus bienes a los pobres y, sobre todo, vas a restituir cuatro veces más a aquellos de quienes te aprovechaste. Yo entro de buen grado en casa de esta clase de hombres.

Zaqueo bajó en seguida, se fue a su casa y hospedó a Jesús. Lleno de alegría y puesto en pie, dijo: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

¡Oh confesión sincera que brota de un corazón recto llena de fe, resplandeciente de justicia! Tal justicia se digne concedernos a nosotros el Dios del universo, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

 

COMÚN DE SANTA MARÍA VIRGEN
 


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 7, 10-14; 11, 19

El Emmanuel, rey pacífico

En aquellos días, el Señor habló a Acaz:

«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Respondió Acaz:

«No la pido, no quiero tentar al Señor».

Entonces dijo Dios:

«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal:

Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-nosotros).

Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.

No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar».


Otra lectura:

Del primer libro de las Crónicas 17, 1-15

Vaticinio sobre el hijo de David

En aquellos días, cuando David se estableció en su casa, le dijo al profeta Natán:

«Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, y el arca de la alianza del Señor está debajo de unos toldos». Natán le respondió:

«Anda, haz lo que tienes pensado, que Dios está contigo».

Pero aquella noche recibió Natán esta palabra de Dios:

«Ve a decir a mi siervo David: "Así dice el Señor: No serás tú quien me construya la casa para habitar. Desde el día en que liberé a Israel hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he ido de tienda en tienda y de santuario en santuario. Y en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé gobernar a mi pueblo, que me construyese una casa de cedro?".

Pues bien, di esto a mi siervo David:

"Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para ser jefe de mi pueblo, Israel. Yo he estado contigo en todas tus empresas; he aniquilado a todos tus enemigos. Te haré famoso, como a los más famosos de la tierra; daré una tierra a mi pueblo, Israel, lo plantaré para que viva en ella sin sobresaltos, sin que vuelvan a abusar de él los malvados como antaño, cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel, y humillé a todos sus enemigos; además, te comunico que el Señor te dará una dinastía.

Y cuando te llegue el momento de irte con tus padres, estableceré después de ti un descendiente tuyo, a uno de tus hijos, y consolidaré su reino. El me edificará un templo, y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, él será para mí un hijo, y no le retiraré mi lealtad, como se la retiré a tu predecesor. Lo estableceré para siempre en mi casa y en mi reino, y su trono permanecerá eternamente"».

Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.


Tiempo Pascual:

Del libro del Apocalipsis 11, 19-12, 17

La figura portentosa de la mujer en el cielo

En aquellos días, se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de su alianza; se produjeron relámpagos, estampidos, truenos, un terremoto y temporal de granizo.

Después apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, y gritaba entre los espasmos del parto, y por el tormento de dar a luz.

Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.

El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios, para que allí la sustenten mil doscientos sesenta días.

Se trabó una batalla en el cielo, Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó lugar para ellos enel cielo. Y al gran dragón, a la serpiente primordial que se llama diablo y Satanás, y extravía la tierra entera, lo precipitaron a la tierra, y a sus ángeles con él.

Se oyó una gran voz en el cielo:

«Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. ¡Ay de la tierra y del mar! El diablo bajó contra vosotros, rebosando furor, pues sabe que le queda poco tiempo».

Cuando vio el dragón que lo habían arrojado a la tierra, se puso a perseguir a la mujer que había dado a luz el hijo varón. Le pusieron a la mujer dos alas de águila real para que volase a su lugar en el desierto, donde será sus-tentada un año y otro año y medio año, lejos de la serpiente. La serpiente, persiguiendo a la mujer, echó por la boca un río de agua, para que el río la arrastrase; pero la tierra salió en ayuda de la mujer, abrió su boca y se bebió el río salido de la boca de la serpiente.

Despechado el dragón por causa de la mujer, se marchó a hacer la guerra al resto de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.


SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón 20, en la Natividad de santa María (PL 195, 322-324)

María, madre nuestra

Acudamos a la esposa del Señor, acudamos a su madre, acudamos a su más perfecta esclava. Pues todo esto es María.

¿Y qué es lo que le ofrecemos? ¿Con qué dones le obsequiaremos? ¡Ojalá pudiéramos presentarle lo que en justicia le debemos! Le debemos honor, porque es la madre de nuestro Señor. Pues quien no honra a la madre sin duda que deshonra al hijo. La Escritura, en efecto, afirma: Honra a tu padre y a tu madre.

¿Qué es lo que diremos, hermanos? ¿Acaso no es nuestra madre? En verdad, hermanos, ella es nuestra madre. Por ella hemos nacido no al mundo, sino a Dios.

Como sabéis y creéis, nos encontrábamos todos en el reino de la muerte, en el dominio de la caducidad, en las tinieblas, en la miseria. En el reino de la muerte, porque habíamos perdido al Señor; en el dominio de la caducidad, porque vivíamos en la corrupción; en las tinieblas, porque habíamos perdido la luz de la sabiduría, y, como consecuencia de todo esto, habíamos perecido completamente. Pero por medio de María hemos nacido de una forma mucho más excelsa que por medio de Eva, ya que por María ha nacido Cristo. En vez de la antigua caducidad, hemos recuperado la novedad de vida; en vez de la corrupción, la incorrupción; en vez de las tinieblas, la luz.

María es nuestra madre, la madre de nuestra vida, la madre de nuestra incorrupción, la madre de nuestra luz.

El Apóstol afirma de nuestro Señor: Dios lo ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

Ella, pues, que es madre de Cristo, es también madre de nuestra sabiduría, madre de nuestra justicia, madre de nuestra santificación, madre de nuestra redención. Por lo tanto, es para nosotros madre en un sentido mucho más profundo aún que nuestra propia madre según la carne. Porque nuestro nacimiento de María es mucho mejor, pues de ella viene nuestra santidad, nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención.

Afirma la Escritura: Alabad al Señor en sus santos. Si nuestro Señor debe ser alabado en sus santos, en los que hizo maravillas y prodigios, cuánto más debe ser alabado en María, en la que hizo la mayor de las maravillas, pues él mismo quiso nacer de ella.


Otra lectura:

San Sofronio de Jerusalén, Sermón 2, en la anunciación de la Santísima Virgen (21-22.26: PG 87, 3, 3242.3250)

La bendición del Padre ha brillado para los hombres
por medio de María

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. ¿Y qué puede ser más sublime que este gozo, oh Virgen Madre? ¿O qué cosa puede ser más excelente que esta gracia, que, viniendo de Dios, sólo tú has obtenido? ¿Acaso se puede imaginar una gracia más agradable o más espléndida? Todas las demás no se pueden comparar a las maravillas que se realizan en ti; todas las demás son inferiores a tu gracia; todas, incluso las más excelsas, son secundarias y gozan de una claridad muy inferior.

El Señor está contigo. ¿Y quién es el que puede competir contigo? Dios proviene de ti; ¿quién no te cederá el paso, quién habrá que no te conceda con gozo la primacía y la precedencia? Por todo ello, contemplando tus excelsas prerrogativas, que destacan sobre las de todas las criaturas, te aclamo con el máximo entusiasmo:Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Pues tú eres la fuente del gozo no sólo para los hombres, sino también para los ángeles del cielo.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues has cambiado la maldición de Eva en bendición; pues has hecho que Adán, que yacía postrado por una maldición, fuera bendecido por medio de ti.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti la bendición del Padre ha brillado para los hombres y los ha liberado de la antigua maldición.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti encuentran la salvación tus progenitores, pues tú has engendrado al Salvador que les concederá la salvación eterna.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues sin concurso de varón has dado a luz aquel fruto que es bendición para todo el mundo, al que ha redimido de la maldición que no producía sino espinas.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues a pesar de ser una mujer, criatura de Dios como todas las demás, has llegado a ser, de verdad, Madre de Dios. Pues lo que nacerá de ti es, con toda verdad, el Dios hecho hombre, y, por lo tanto, con toda justicia y con toda razón, te llamas Madre de Dios, pues de verdad das a luz a Dios.

Tú tienes en tu seno al mismo Dios, hecho hombre en tus entrañas, quien, como un esposo, saldrá de ti para con-ceder a todos los hombres el gozo y la luz divina.

Dios ha puesto en ti, oh Virgen, su tienda como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de ti como el esposo de su alcoba e, imitando el recorrido del sol, recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes, y, extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y vivificante todas las cosas.


EVANGELIO: Lc 2, 1-14

HOMILÍA

San Teodoto de Ancira, Sermones (Ed. M. Jugie: PO 19, 1926, 331-333)

 

La Sabiduría eterna del Padre se edificó un templo 
en el seno de la santísima Virgen María

Cuando el Rey de la gloria nació según la carne, los habitantes del cielo y los de la tierra se estrecharon en un maravilloso abrazo. Los ángeles, dirigiendo desde lo alto su mirada sobre la tierra, vieron la constelación que avanzaba de Jacob, y los magos, mirando hacia arriba, distinguieron la estrella que brillaba sobre Belén. Los magos encontraron en la gruta igual número de dones espirituales que los dones visibles que donaron, como representando la unidad del Dios trino. Cantemos también nosotros con ellos, de un modo digno, nuestras propias alabanzas: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Aquel que es el reflejo de la gloria del Padre e impronta de su ser ha querido asumir la naturaleza humana de la purísima virgen María. Aquel que subsiste en la misma naturaleza divina del Padre se ha dignado hacerse semejante a nosotros en nuestra pobreza; engendradoantes de la aurora, al final de los tiempos quiso tener una madre. La Sabiduría eterna del Padre se edificó un templo, no construido por hombres, en el seno de la santísima Virgen, y acampó entre nosotros, porque, como está escrito: Dios no habita en templos construidos por hombres. Vino para ser como uno de nosotros, él que no abandona el seno del Padre y es glorificado por encima de los tronos de los querubines. Sólo él, con el Espíritu Santo, conoce al Padre; y él es únicamente conocido por el Padre y el Espíritu Santo; y, sentado sobre un trono igual, tiene idéntico poder real, goza de la misma inmensa gloria en su única naturaleza, y en toda la creación se encuentra muy por encima de todo lo creado. Siendo Rey de reyes y Señor de señores, ha venido a sus siervos; yno hay proporción entre la culpa y el don, sino que éste desborda sobremanera a la malicia, trayendo la felicidad a la humanidad desgraciada, y repartiendo, con largueza, a los culpables dones inestimables.

El es el Fuerte que, sometido a nuestra debilidad, la hace surgir más fuerte que la muerte, y, tomando sobre sí la naturaleza humana caída y vencida por la culpa y la corrupción, le otorga nuevas energías con que superar toda clase de males.

Llevó sobre sí la imagen de Adán culpable, y así nos libró del pecado. En suma, con su divino anonadamiento rescató a los pecadores de todos sus delitos. Y así como reinó el pecado causando la muerte, así también reina la gracia causando la salvación y la vida eterna.
 

Otra lectura:

EVANGELIO: Mc 3, 31-35

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 25 (7-8: PL 46, 937-938)

Dio fe al mensaje divino y concibió por su fe

Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer:Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñar-nos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno.

María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza.

Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Estos son mi madre y mis hermanos.¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos» y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.

 

MEMORIA DE SANTA MARÍA EN SÁBADO


SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón sobre la Natividad del Señor (12: PL 65, 843-846)

El amigo de los hombres se ha hecho hombre,
naciendo de la Virgen

Alégrense los cielos, y las nubes destilen la justicia, porque el Señor se ha apiadado de su pueblo. Alégrense los cielos, porque, al ser creados en el principio, también Adán fue formado de la tierra virgen por el Creador, mostrándose como amigo y familiar de Dios. Alégrense los cielos, porque ahora, de acuerdo con el plan divino, la tierra ha sido santificada por la encarnación de nuestro Señor, y el género humano ha sido liberado del culto idolátrico. Las nubes destilen la justicia, porque hoy el antiguo extravío de Eva ha sido reparado y destruido por la pureza de la Virgen María y por el que de ella ha nacido, Dios y hombre juntamente. Hoy el hombre, cancelada la antigua condena, ha sido liberado de la horrenda noche que sobre él pesaba.

Cristo ha nacido de la Virgen, ya que de ella ha tomado carne, según la libre disposición del plan divino: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros; por esto, la Virgen ha venido a ser madre de Dios. Y es virgen y madre al mismo tiempo, porque ha dado a luz a la Palabra encarnada, sin concurso de varón; y, así, ha conservado su virginidad por la acción milagrosa de aquel que de este modo quiso nacer. Ella es madre, con toda verdad, de la naturaleza humana de aquel que es la Palabra divina, ya que en ella se encarnó, de ella salió a la luz del mundo, identificado con nuestra naturaleza, según su sabiduría y voluntad, con las que obra semejantes prodigios. De ellos, según la carne, nació el Mesías, como dice san Pablo.

En efecto, él fue, es y será siempre el mismo; mas por nosotros se hizo hombre; el Amigo de los hombres se hizo hombre, sin sufrir por eso menoscabo alguno en su divinidad. Por mí se hizo semejante a mí, se hizo lo que no era, aunque conservando lo que era. Finalmente, se hizo hombre para cargar sobre sí el castigo por nosotros merecido y hacernos, de esta manera, capaces de la adopción filial y otorgarnos aquel reino del cual pedimos que nos haga dignos la gracia y misericordia del Señor Jesucristo, al cual, junto con el Padre y el Espíritu Santo, pertenece la gloria, el honor y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

 

COMÚN DE APÓSTOLES
 


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 1-16

Imitemos al Apóstol, como él imita a Cristo

Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Hermanos, he aplicado lo anterior a Apolo y a mí por causa vuestra, para que con nuestro caso aprendáis aquello de «no saltarse el reglamento» y no os engriáis en uno a costa del otro. A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado. Ya tenéis todo lo que ansiabais, ya sois ricos, habéis conseguido un reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos. Por lo que veo, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; parecemos condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres.

Nosotros, unos necios por Cristo; vosotros, ¡qué sensatos en Cristo! Nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora hemos pasado hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan, y les deseamos bendiciones; nos persiguen, y aguantamos; nos calumnian, y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy.

No os escribo esto para avergonzaros, sino para haceros recapacitar, porque os quiero como a hijos; porque tendréis mil tutores en Cristo, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Por eso, os exhorto a que sigáis mi ejemplo.


Otra lectura:

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,18—2, 5

Los apóstoles predican la cruz

Hermanos: El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación -para nosotros- es fuerza de Dios. Dice la Escritura: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces». ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Y si no, fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así —como dice la Escritura— el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Por eso yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaron el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.


Tiempo pascual:

Del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 12-32

Los apóstoles en los comienzos de la Iglesia

En aquellos días, los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

El sumo sacerdote y los de su partido —la secta de los saduceos—, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles:

«Id al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida».

Entonces, ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entretanto el sumo sacerdote con los de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron en la celda, y volvieron a informar:

«Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».

El comisario del templo y los sumos sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se presentó, avisando:

«Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo».

El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. Los condujeron a presencia del Sanedrín, y el sumo sacerdote les interrogó:

«¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».


La segunda lectura, en el propio de los santos


EVANGELIO: Lc 6, 12-18

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Lucas (Cap 6,12: NPB t. 2, 186189)

Cristo nombra a los sacerdotes del mundo

Cristo hacía todas las cosas para nuestra edificación y para utilidad de cuantos creían en él; y al proponer su comportamiento como modelo de la vida espiritual, quería formar verdaderos adoradores. Veamos, pues, en las obras de Cristo —como en una imagen y semejanza— de qué manera nos conviene adorar a Dios.

Nos conviene, en efecto, rezar a escondidas y en lugares retirados, donde nadie pueda vernos. Es lo que nos insinúa Cristo cuando, retirándose a la montaña, oraba a solas olvidado de todo. Pero es que nos lo enseña además con sus palabras: Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, pues nos conviene orar sin exhibiciones, alzando nuestras manos limpias, de modo que nuestra mente suba a lo alto, hasta la contemplación de Dios, y se aleje de todo tumulto, rehuyendo todos los cuidados mundanos. Y todo esto hemos de hacerlo sin hastío, sin pusilanimidad ni pereza, sino con energía, con exquisito cuidado y gran paciencia. Y ya has oído cómo Cristo no oró sólo un rato, sino que se pasaba las noches en oración.

Después de haberse pasado nuestro Señor Jesucristo la noche en oración, y de haber conversado con Dios, su Padre, de un modo inefable e incomprensible, que sólo él conoce, presentándose así a nosotros como ejemplar saludable, y enseñándonos de qué modo hemos de hacer nuestras oraciones de forma correcta e intachable, bajó de la montaña y nombró a los sacerdotes del mundo. Pues dijo a sus discípulos: Vosotros sois la luz del mundo.

El santo profeta David recuerda esta elección de los santos apóstoles cuando dice, hablando de Cristo:Nombrarás príncipes por toda la tierra, pues quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones. Ciertamente que, mientras vivieron en este mundo, recordaron la gloria de Cristo y predicaron la fe en las ciudades y en las naciones. Pero aun después de haber volado a las moradas eternas, siguen hablándonos de Jesucristo por medio de sus sapientísimos escritos.

Aarón y sus sucesores, sacerdotes elegidos según la ley de Moisés, se adornaban exteriormente con hermosas vestiduras sagradas, mientras que los discípulos del divino Maestro, resplandecientes tan sólo con los dones espirituales, fueron escogidos para predicar el santo evangelio. A ellos se les dijo: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Y, revestidos realmente con la fuerza de Cristo, llenaron de admiración el universo entero.

 

COMÚN DE VARIOS MÁRTIRES


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 18-39

Nada puede apartarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo Jesús

Hermanos: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió: pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.

Pero además el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Sabemos también que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

¿Cabe decir más? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y, que intercede por nosotros?

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza».

Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.


Tiempo de Adviento y Cuaresma:

Del libro de la Sabiduría 5, 1-15

Los justos, verdaderos hijos de Dios

El justo estará en pie sin temor delante de los que lo afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verlo, se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación imprevista; dirán entre sí, arrepentidos, entre sollozos de angustia:

«Este es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injuriosas, nosotros, insensatos; su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra. ¿Cómo ahora lo cuentan entre los hijos de Dios y comparte la herencia con los santos?

Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol; nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor.

¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas; o como pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; con su aleteo azota el aire leve, lo rasga con un chillido agudo, se abre camino agitando las alas, y luego no queda señal de su ruta; o como flecha disparada al blanco: cicatriza al momento el aire hendido y no se sabe ya su trayectoria.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Carta 6 (12: CSEL 3, 480-482)

Los que deseamos alcanzar las promesas del Señor
debemos imitarle en todo

Os saludo, queridos hermanos, y desearía gozar de vuestra presencia, pero la dificultad de entrar en vuestra cárcel no me lo permite. Pues, ¿que otra cosa más deseada y gozosa pudiera ocurrirme que no fuera unirme a vosotros, para que me abrazarais con aquellas manos que, conservándose puras, inocentes y fieles a la fe del Señor, han rechazado los sacrificios sacrílegos?

¿Qué cosa más agradable y más excelsa que poder besar ahora vuestros labios, que han confesado de manera solemne al Señor, y qué desearía yo con más ardor sino estar en medio de vosotros para ser contemplado con los mismos ojos, que, habiendo despreciado al mundo, han sido dignos de contemplar a Dios?

Pero como no tengo la posibilidad de participar con mi presencia en esta alegría, os envío esta carta, como representación mía, para que vosotros la leáis y la escuchéis. En ella os felicito, y al mismo tiempo os exhorto a que perseveréis con constancia y fortaleza en la confesión de la gloria del cielo; y, ya que habéis comenzado a recorrer el camino que recorrió el Señor, continuad por vuestra fortaleza espiritual hasta recibir la corona, teniendo como protector y guía al mismo Señor, que dijo: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

¡Feliz cárcel, dignificada por vuestra presencia! ¡Feliz cárcel, que traslada al cielo a los hombres de Dios! ¡Oh tinieblas más resplandecientes que el mismo sol y más brillantes que la luz de este mundo, donde han sido edificados los templos de Dios y santificados vuestros miembros por la confesión del nombre del Señor!

Que ahora ninguna otra cosa ocupe vuestro corazón y vuestro espíritu sino los preceptos divinos y los mandamientos celestes, con los que el Espíritu Santo siempre os animaba a soportar los sufrimientos del martirio. Nadie se preocupe ahora de la muerte, sino de la inmortalidad; ni del sufrimiento temporal, sino de la gloria eterna, ya que está escrito: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles. Y en otro lugar: El sacrificio que agrada a Dios es un Espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

Y también, cuando la sagrada Escritura habla de los tormentos que consagran a los mártires de Dios y los santifican en la prueba, afirma: La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad. Gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente.

Por tanto, si pensáis que habéis de juzgar y reinar con Cristo Jesús, necesariamente debéis regocijaron y superar las pruebas de la hora presente en vista del gozo de los bienes futuros. Pues, como sabéis, desde el comienzo del mundo las cosas han sido dispuestas de tal forma que la justicia sufre aquí una lucha con el siglo. Ya desde el mismo comienzo, el justo Abel fue asesinado, y a partir de él siguen el mismo camino los justos, los profetas y los apóstoles.

El mismo Señor ha sido en sí mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede llegar a su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Y en otro lugar: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo.

También el apóstol Pablo nos dice que todos los que deseamos alcanzar las promesas del Señor debemos imitarle en todo: Somos hijos de Dios —dice— y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.


EVANGELIO: Mt 5, 1-12

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Sermón 8 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 12941295. 12981299.1302)

Realmente es una dicha sufrir persecución por Cristo

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. ¿Por qué y por quiénes son perseguidos? La misma causa aquí apuntada nos trae a la mente el estadio de los mártires e indica la carrera de su fe. En efecto, la persecución pone en evidencia el ardiente deseo de celeridad propio del corredor; el cual en su modo de correr presagia ya la victoria, pues no se puede vencer en esta competición si no es dejando tras de sí a sus compañeros de carrera. Porque tanto el que corre tras el premio que Dios le tiene preparado allá arriba, como el que —a causa de este mismo premio— es perseguido por el enemigo, ambos tienen a alguien tras de sí: el primero tiene al corredor que junto a él lucha por el premio, y el segundo tiene a su perseguidor. Este último representa a los que corren al martirio en la lucha constante por la fe y son perseguidos por los enemigos, aunque todavía no han sido encarcelados.

Considerado esto en la esperanza de la bienaventuranza que nos ocupa, parece ser que el principio esencial, la cima o corona, está compendiado en las últimas palabras: realmente es una verdadera dicha sufrir persecución por el Señor.

Pero el Señor, considerando la fragilidad de la naturaleza humana, anuncia a los más débiles la corona que seguirá al laborioso combate, para que la esperanza del reino les facilite la victoria sobre la aprensión de las presentes adversidades. Por eso, el gran san Esteban, golpeado por las piedras que llovían sobre él, las recibía con gozo, acogiendo ávidamente los golpes cual si se tratara de agradable rocío o de copos de nieve; y respondió a aquellos impíos homicidas bendiciéndoles y rogando que no se les tuviera en cuenta este pecado: él había oído la promesa y veía que su esperanza estaba en perfecta armonía con lo que estaba sucediendo.

Pero si el Señor mismo no interviene con su ayuda en hacernos preferible el bien verdadero, ciertamente no es fácil —y hasta dudo que sea factible— a quien es llamado según un designio divino, anteponer a las cosas queridas de esta vida que se palpan con la mano, un bien que no se ve; como, por ejemplo, el ser arrojado fuera de la propia casa, o separado de la mujer y de los hijos, de los hermanos, hermanas, parientes o amigos, y privado de todo cuanto hace cara y agradable la vida.

A los que previamente había conocido —como dice el Apóstol—, los predestinó, los llamó y los glorificó. Dichosos, pues, los que son perseguidos por causa mía. Ya ves a dónde te conduce esta bienaventuranza: a través de lo que parece triste y duro, te procura un bien tan grande. Es el mismo Apóstol quien nos lo había advertido: Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él nos da como fruto una vida honrada y en paz. La aflicción es como la flor de los frutos que se esperan. Por eso, si queremos el fruto, hemos de aceptar asimismo la flor; consintamos en ser perseguidos para poder correr, pero procuremos no correr en vano. El corredor debe tener la vista fija en el premio de nuestra vocación celestial; corramos así: para ganar.

Y ¿qué es lo que ganaremos? ¿Cuál es ese premio, esa corona? Pienso que todo lo que esperamos no es otra cosa que el Señor mismo. El es el jefe y maestro de los luchadores, y la corona de los vencedores, él es quien distribuye la herencia, o mejor, él mismo es el lote hermoso, el lote de tu heredad; él es quien te la da y te hace rico; él mismo es el rico que te enseña el tesoro y se hace tu tesoro. El es quien siembra en ti el deseo de poseer la perla de gran valor, y a ti, que deseas adquirirla debidamente, te la ofrece para que sea tuya.

Para llegar a poseerlo, hagamos como en el mercado: cambiemos lo que tenemos por lo que no tenemos. No nos entristezcamos, pues, cuando nos maltraten o persigan; alegrémonos más bien porque al ser despojados de las cosas que aquí en la tierra son tan apreciadas, somos propulsados hacia el Bien del cielo, según la palabra de aquel que prometió hacer dichosos a quienes fueron combatidos y perseguidos por su causa. De ellos es el reino de los cielos por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


Otra lectura:

EVANGELIO: Mt 10, 28-33

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 63 (1-3: CCL 39, 807-809)

El Señor no se limitó a exhortar a los mártires de palabra,
sino que los sostuvo con su ejemplo

Celebrando hoy el día festivo de la pasión de los santos mártires, alegrémonos en su recuerdo, trayendo a la memoria lo que padecieron y tratando de comprender lo que ellos intuían. Pues jamás habrían tolerado tantas tribulaciones en su carne, de no haber gozado de una gran paz en su espíritu.

El tema central de este salmo es la pasión del Señor. Los mártires ni hubieran podido demostrar tanta entereza de no tener los ojos puestos en el que fue el primero en padecer, ni hubieran podido soportar en la pasión los sufrimientos que él soportó, si no esperasen en la resurrección los mismos premios que él consiguió. Vuestra Santidad sabe muy bien que nuestra cabeza es nuestro Señor Jesucristo en persona. Todos los que a él permanecemos unidos somos sus miembros. Su voz os es conocidísima, pues es la voz no sólo de la cabeza, sino que habla también en nombre del cuerpo. Y sus voces no significan o predican solamente a nuestro Señor Jesucristo que subió ya al cielo, sino también a sus miembros que un día seguirán a su propia cabeza. Reconozcamos, pues, en este salmo no sólo su voz, sino también la nuestra.

Y que nadie se apresure a decir que en la actualidad no vivimos en momentos de persecución y de martirio. Pues nunca me canso de repetir que, en tiempos pasados, la Iglesia era perseguida en casi su totalidad, mientras que ahora es probada individualmente en sus miembros. Es verdad que el diablo está encadenado, ni le está permitido hacer todo lo que pudiera y quisiera; se le consiente, no obstante, tentar en la medida en que la tentación nos ayuda a madurar. No nos conviene estar libres de tentaciones, ni debemos rogar a Dios no ser tentados, sino que no nos deje caer en la tentación.

Digamos, pues, también nosotros: Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento, protege mi vida del terrible enemigo.Se ensañaron los enemigos contra los mártires. ¿y qué es lo que pedía esta voz del cuerpo de Cristo? Pedían ser liberados de los enemigos y que sus enemigos no pudieran matarlos. ¿Así que no fueron escuchados, puesto que fueron martirizados? ¿Abandonó Dios a sus siervos contritos de corazón? ¿Desdeñó a los que en él tenían puesta su esperanza? De ningún modo. ¿Quién gritó al Señor y no fue escuchado? ¿Quién esperó en él y quedó abandonado? Por tanto, eran escuchados y eran matados, y sin embargo eran liberados de sus enemigos. Otros, intimidados, claudicaban, y se les dejaba con vida, y sin embargo, eran engullidos por sus enemigos. Los muertos, eran liberados; los vivos, eran engullidos. De aquí aquella voz de congratulación: Nos habrían tragado vivos.Muchos fueron engullidos, y engullidos vivos; muchos fueron engullidos muertos. Quienes juzgaron que la fe cristiana era una insensatez, estaban ya muertos al ser engullidos; pero los que sabiendo que la predicación evangélica era verdadera y que Cristo era el Hijo de Dios, los que sabiendo y creyendo y sintiendo esto allá en su corazón, cedieron sin embargo ante el dolor y sacrificaron a los ídolos, fueron engullidos vivos. Unos fueron engullidos por estar muertos, otros murieron al ser engullidos. Engullidos no pudieron vivir, aunque fueron engullidos vivos. Por eso la voz de los mártires ora así: Protege mi vida del terrible enemigo. No para que el enemigo no me mate, sino para que no tema al enemigo que me mata. En el salmo pide el siervo que se cumpla lo que el Señor ordenaba hace un momento en el evangelio. ¿Y qué es lo que acaba de ordenar el Señor?

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. Y repite: A ése tenéis que temer, os lo digo yo. ¿Quiénes son los que matan el cuerpo? Los enemigos. ¿Y qué es lo que mandaba el Señor? Que no se les tema. Oremos, pues, que nos otorgue lo que nos manda: Protege mi vida del terrible enemigo. Líbrame del temor del enemigo y sométeme a tu temor. Que no tenga miedo al que mata el cuerpo; que tema más bien al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. No pretendo ser inmune al temor, sino estar libre del temor al enemigo y sometido al temor del Señor.

Escóndeme de la conjura de los perversos y del motín de los malhechores. Contemplemos ahora ya a nuestra cabeza. Son muchos los mártires que soportaron los mismos tormentos, pero nadie supera en esplendor al cabeza de los mártires. En él contemplamos mejor lo que ellos experimentaron. Fue protegido de la conjura de los perversos, protegiéndose a sí mismo Dios, protegiendo su carne el mismo Hijo hecho hombre. Pues es Hijo del hombre e Hijo de Dios: Hijo de Dios por su naturaleza divina, Hijo del hombre por su condición de esclavo, con poder para entregar su vida y para recuperarla. ¿Qué podían hacerle los enemigos? Mataron el cuerpo, pero no pudieron matar el alma. Pensadlo bien: de poco hubiera servido que el Señor exhortara a los mártires de palabra, si no los sostuviera con su ejemplo.


Tiempo pascual:


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 7, 9-17

Visión de la muchedumbre inmensa de los elegidos

En aquellos días, yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente:

«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».

Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo:

«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de, gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».

Y uno de los ancianos me dijo:

«Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?».

Yo le respondí:

«Señor mío, tú lo sabrás».

El me respondió:

«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 61 (4: CCL 39, 773-775)

La pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo

Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza, nosotros los miembros; uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y, cuando haya pasado el tiempo de la iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Así, pues, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo; aunque también la pasión de Cristo se halla únicamente en Cristo.

Porque, si piensas en Cristo como cabeza y cuerpo, entonces sus sufrimientos no se dieron en nadie más que en Cristo; pero, si por Cristo entiendes sólo la cabeza, entonces sus sufrimientos no pertenecen a Cristo solamente. Porque, si sólo le perteneciesen a él, más aún, sólo a la cabeza, ¿con qué razón dice uno de sus miembros, el apóstol Pablo: Así completo en mi carne los dolores de Crissto?

Conque si te cuentas entre los miembros de Cristo, quienquiera que seas el que esto oigas, y también aunque no lo oigas ahora (de algún modo lo oyes, si eres miembro de Cristo); cualquier cosa que tengas que sufrir por parte de quienes no son miembros de Cristo, era algo que faltaba a los sufrimientos de Cristo.

Y por eso se dice que faltaba; porque estás completando una medida, no desbordándola; lo que sufres es sólo lo que te correspondía como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos.

Cada uno de nosotros aportamos a esta especie de común república nuestra lo que debemos de acuerdo con nuestra capacidad, y en proporción a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos. No habrá liquidación definitiva de todos los padecimientos hasta que haya llegado el fin del tiempo.

No se os ocurra, por tanto, hermanos, pensar que todos aquellos justos que padecieron persecución de parte de los inicuos, incluso aquellos que vinieron enviados antes de la aparición del Señor, para anunciar su llegada, no pertenecieron a los miembros de Cristo. Es imposible que no pertenezca a los miembros de Cristo quien pertenece a la ciudad que tiene a Cristo por rey.

Efectivamente, toda aquella ciudad está hablando, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías. Y a partir de entonces, desde la sangre de Juan, a través de la de los apóstoles, de la de los mártires, de la de los fieles de Cristo, una sola ciudad es la que habla.


EVANGELIO: 
Jn 12, 24-26

 

HOMILÍA

Ruperto de Deutz, Comentarios sobre el evangelio de san Juan (Lib 19: CCL CM 9, 582.583-584)

En tiempo de persecución,
desear una muerte cruenta por Dios

Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. ¡Oh Grano de trigo que tú bendijiste, Señor! Según la naturaleza que asumió de una tierra virgen, el Hijo de Dios que vino del cielo y que inmortalmente nutre a los bienaventurados ángeles, se comparó certeramente a un grano de trigo.

¿Cuál es el motivo que aduce para demostrar la necesidad de que él cayera en tierra y muriera? Esta: que de no caer en tierra y morir quedaría infecundo, pero si muere, da mucho fruto. Así pues, el Hijo del hombre no debía morir por estar en deuda con el pecado o la muerte, sino para que la muerte de uno solo fructificase para la vida de muchos. Lo mismo que no se arroja a la tierra el grano de trigo por ser malo, sino porque arrojado y muerto, esto es, desposeído de su lozanía por la humedad de la tierra, volviendo nuevamente a germinar, resurja y engendre de su sustancia otros muchos granos. Caiga, pues, este grano de trigo y muera a causa de la infidelidad de los judíos, para que arrojado al sepulcro, reverdezca y se multiplique a causa de la fe de los pueblos, y así recoja mucha mies en los graneros del cielo. Si no hubiera querido morir, sólo él se habría salvado, ya que, fuera de la realidad de la carne, nada tenía en común con las espinas y abrojos que brotaron de la tierra maldita por el pecado de Adán. Hizo esto –nos dice el apóstol Pedro–, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.

El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. Para los discípulos de Cristo, odiar la propia vida es comportarse ante los que los afligen de modo que sean tenidos como objeto de risas y de coplas injuriosas y que a los insensatos les parezca una locura, y su muerte una deshonra. Según su manera de pensar, odiar la propia vida es no amar las satisfacciones de la vida presente, optar en la paz por una vida austera por amor a Dios, y en tiempo de persecución desear una muerte cruenta por amor a Dios. Para ellos, el odio al padre, a la madre y a los hijos significa que hay que posponer al amor a Dios el afecto natural que se siente hacia ellos; pues los discípulos de Cristo no carecen absolutamente del amor natural bueno, pero saben relativizarlo al compararlo con otro amor mas elevado. Por lo mismo, según su modo de juzgar las cosas, el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.

Vemos cómo aquel primer grano de trigo, que a su tiempo cayó en tierra y murió, dio mucho fruto, pues de su raíz brotaron tantos granos de fe, cuantas son las almas que, sepultadas con él en la muerte por el bautismo, germinaron para una vida nueva.

Pero tú vigila, no ocurra que debiendo ser grano, seas paja. ¿Cómo? –me preguntas–. Pues amándote de una manera desordenada, es decir, con aquel amor que el Apóstol declara culpable, cuando dice: La gente será egoísta e interesada. Estamos en tiempo de lucha, nos apremia el tiempo de persecución, en el cual todo el problema que se ventila es éste: o sacrificas por Cristo tu vida, considerándola sin valor y digna de tu odio cristiano, o bien la conservas y de esta manera pierdes a tu Dios y a Jesucristo, tu Salvador.

El que se aborrece a sí mismo en este mundo, es decir, el que considera odioso continuar viviendo en este mundo al precio de renegar de Cristo; el que —repito— siente horror ante la idea de conservar aquella vil plata, más aún, aquel miserable fango que es la propia vida en comparación con Cristo, a cambio del oro que le está prometido, esto es, el mismo Cristo, éste se guardará realmente para la vida eterna, con Cristo como garante sempiterno, que es la causa de semejante odio.

El que quiera servirme, que me siga. ¿Y quién es el que me sirve sino el que lleva conmigo mi estandarte en la frente y tiene en su boca mis palabras, el que con manos y boca consagra y administra mis sacramentos? Este —quienquiera que sea— que me siga, esto es, que me imite. ¿En qué? En esto: si se le presentara una ocasión como la que ahora se me presenta a mí, prefiera, por mi amor, caer en tierra y morir, como se siembra el grano de trigo, siendo un buen ejemplo para el prójimo, antes que ceder al perseguidor, faltando a la fidelidad a su ministerio, y ser, en vez de grano, paja a merced de cualquier viento

 

COMÚN DE UN MÁRTIR
 

Fuera del tiempo pascual:


PRIMERA LECTURA

De la segunda Carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 7--5, 8

En las tribulaciones se manifiesta
la fuerza de Cristo

Hermanos: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.

Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos, y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros.

Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios. Por eso no nos desanimamos. Aunque nuestro hombre exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria. No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.

Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano de hombre y que tiene una duración eterna en los cielos; y, de hecho, por eso suspiramos, por el anhelo de vestirnos encima la morada que viene del cielo, suponiendo que nos encuentre aún vestidos, no desnudos. Los que vivimos en tiendas suspiramos bajo ese peso, porque no querríamos desnudarnos del cuerpo, sino ponernos encima el otro, y que lo mortal quedara absorbido por la vida. Dios mismo nos creó para eso y como garantía nos dio el Espíritu.

En consecuencia, siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.


Otra lectura:

Del libro de Ben Sirá 51, 1-12

Acción de gracias a Dios,
que libra a los suyos de la tribulación

Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre.

Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales. Me auxiliaste con tu gran misericordia: del lazo de los que acechan mi traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros: del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.

Cuando estaba ya para morir y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal. Desde la tierra levanté la voz y grité desde las puertas del abismo, invoqué al Señor:

«Tú eres mi padre; tú eres mi fuerte salvador, no me abandones en el peligro, a la hora del espanto y turbación; alabaré siempre tu nombre y te llamaré en mi súplica».

El Señor escuchó mi voz y prestó oído a mi súplica, me salvó de todo mal, me puso a salvo del peligro. Por eso doy gracias, y alabo y bendigo el nombre del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 61 (4: CCL 39, 773-775)

La pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo

Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza, nosotros los miembros; uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y, cuando haya pasado el tiempo de la iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Así, pues, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo; aunque también la pasión de Cristo se halla únicamente en Cristo.

Porque, si piensas en Cristo como cabeza y cuerpo, entonces sus sufrimientos no se dieron en nadie más que en Cristo; pero, si por Cristo entiendes sólo la cabeza, entonces sus sufrimientos no pertenecen a Cristo solamente. Porque, si sólo le perteneciesen a él, más aún, sólo a la cabeza, ¿con qué razón dice uno de sus miembros, el apóstol Pablo: Así completo en mi carne los dolores de Cristo?

Conque si te cuentas entre los miembros de Cristo, quienquiera que seas el que esto oigas, y también aunque no lo oigas ahora (de algún modo lo oyes, si eres miembro de Cristo); cualquier cosa que tengas que sufrir por parte de quienes no son miembros de Cristo, era algo que faltaba a los sufrimientos de Cristo.

Y por eso se dice que faltaba; porque estás completando una medida, no desbordándola; lo que sufres es sólo lo que te correspondía como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos.

Cada uno de nosotros aportamos a esta especie de común república nuestra lo que debemos de acuerdo con nuestra capacidad, y en proporción a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos. No habrá liquidación definitiva de todos los padecimientos hasta que haya llegado el fin del tiempo.

No se os ocurra, por tanto, hermanos, pensar que todos aquellos justos que padecieron persecución de parte de los inicuos, incluso aquellos que vinieron enviados antes de la aparición del Señor, para anunciar su llegada, no pertenecieron a los miembros de Cristo. Es imposible que no pertenezca a los miembros de Cristo quien pertenece a la ciudad que tiene a Cristo por rey.

Efectivamente, toda aquella ciudad está hablando, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías. Y a partir de entonces, desde la sangre de Juan, a través de la de los apóstoles, de la de los mártires, de la de los fieles de Cristo, una sola ciudad es la que habla.
 

Otra lectura:

San Agustín de Hipona, Sermón 329, en el natalicio de los mártires (12: PL 38, 14541456)

 

Preciosa es la muerte de los mártires,
comprada con el precio de la muerte de Cristo

Por los hechos tan excelsos de los santos mártires, en los que florece la Iglesia por todas partes, comprobamos con nuestros propios ojos cuán verdad sea aquello que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles, pues nos place a nosotros y a aquel en cuyo honor ha sido ofrecida.

Pero el precio de todas estas muertes es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba al momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

En la cruz se realizó, un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo.

Fueron comprados los fieles y los mártires: pero la fe de los mártires ha sido ya comprobada; su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió, lo han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido.

Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? Esto es lo que nos enseña el salmo que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles.

En este salmo el autor consideró cuán grandes cosas había recibido del Señor; contempló la grandeza de los dones del Todopoderoso, que lo había creado, que cuando se había perdido lo buscó, que una vez encontrado le dio su perdón, que lo ayudó, cuando luchaba, en su debilidad, que no se apartó en el momento de las pruebas, que lo coronó en la victoria y se le dio a sí mismo como,Ipremio; consideró todas estas cosas y exclamó: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?Alzaré la copa de la salvación.

¿De qué copa se trata? Sin duda de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconocemos por las palabras de Cristo, cuando dice: Padre, si es posible, que se aleje de mí ese cáliz.

De este mismo cáliz afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?» «No», dice el mártir. «¿Por qué?» «Porque he invocado el nombre del Señor». ¿Cómo podrían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires, y por medio de ellos, en la tierra, vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor.

Por tanto, queridos hermanos, concebid en vuestra mente y en vuestro espíritu lo que no podéis ver con vuestros ojos, y sabed que mucho le place al Señor la muerte de sus fieles.


EVANGELIO: 
Jn 15, 18-21 (o bien: Mt 10, 17-22).

HOMILÍA

San Jerónimo, Tratado sobre el salmo 115, (1217: CCL 78, 243245

Jesús vence en su mártir, y en su mártir él es coronado

¿Cómo pagaré al Señor por el bien que me ha hecho? No tengo con qué pagarle sino derramando mi sangre por él, siendo su mártir. Esta es la única retribución digna de él: devolver la sangre con la sangre, de modo que, liberados por el Salvador, por el Salvador derramemos gustosamente la sangre.

Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Alzaré, pues, la copa de Jesús. ¿Cuál es esa copa de Jesús? Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y: ¿Sois capaces —dijo— de beber el cáliz que yo he de beber? A lo que añadió inmediatamente: Mi cáliz lo beberéis. ¿Que por qué ha dicho esto? Pues para que comprendamos que el cáliz son los sufrimientos del martirio. ¡Gran cosa es el martirio! ¿Y por qué es grande? Porque devuelve al Señor lo que del Señor había recibido. Cristo padeció por el mártir, y el mártir padece por el nombre de Cristo. Yahemos dicho que el mártir no tiene otra cosa con qué pagar al Señor, y el Señor da por saldada la deuda, puesto que sabe que su siervo no tiene otra cosa con qué satisfacer. ¿Dónde dar con la reciprocidad? Dios padeció por los hombres, el Señor por el siervo, el justo por el pecador; ¿dónde está la igualdad? Mas como el siervo no tiene otra cosa con qué pagar al Señor, Dios, en su clemencia, acepta el martirio como saldo equivalente.

Alzaré la copa de la salvación. Pero este mismo martirio —dice el mártir— no se debe a mi fortaleza, sino a la gracia de Dios: por eso no puedo beber el cáliz sin antes invocar el nombre del Señor. Jesús vence en su mártir, y en su mártir él es coronado.

Rompiste mis cadenas: te ofreceré un sacrificio de alabanza. Es una felicidad realmente grande poder acercarse al Señor sin tener la conciencia gravada. Cualquier santo que muera de muerte natural, aunque haya practicado la misericordia, haya hecho milagros y arrojado demonios, no se siente seguro al ir al Señor: su conciencia se echa a temblar al ver al Señor. En cambio, el mártir, aun cuando hubiera pecado después de recibir el bautismo, lavado por el segundo bautismo martirial, se dirige tranquilo hacia el Señor. Rompiste mis cadenas. Sus propias culpas enredan al malvado: pero en mi martirio has roto las cadenas de mis pecados, y con las cadenas me has trenzado una corona de victoria. Pues si creció el pecado, más desbordante fue la gracia.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Después del martirio, ¿dónde ofrece sacrificios? En el país de la vida. Te ofreceré —dice— un sacrificio. ¿Qué sacrificio? ¿Un cabrito o un becerro tal vez? Esos eran sacrificios en vigor bajo la ley judía, y pertenecen al pasado. Te ofreceré un sacrificio de alabanza: ésta es la alabanza de los mártires.

Y así como los mártires. ofrecen al Señor una alabanza pura en el país de la vida, así también los monjes, que día y noche salmodian para el Señor, deben tener la pureza de los mártires, pues también ellos son mártires. Lo que hacen los ángeles en el cielo, lo hacen los monjes en la tierra.


Tiempo pascual:

PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 7, 9-17

Visión de la muchedumbre inmensa de los elegidos

En aquellos días, yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente:

«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».

Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo:

«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de, gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».

Y uno de los ancianos me dijo:

«Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?».

Yo le respondí:

«Señor mío, tú lo sabrás».

El me respondió:

«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 61 (4: CCL 39, 773-775)

La pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo

Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza, nosotros los miembros; uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y, cuando haya pasado el tiempo de la iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Así, pues, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo; aunque también la pasión de Cristo se halla únicamente en Cristo.

Porque, si piensas en Cristo como cabeza y cuerpo, entonces sus sufrimientos no se dieron en nadie más que en Cristo; pero, si por Cristo entiendes sólo la cabeza, entonces sus sufrimientos no pertenecen a Cristo solamente. Porque, si sólo le perteneciesen a él, más aún, sólo a la cabeza, ¿con qué razón dice uno de sus miembros, el apóstol Pablo: Así completo en mi carne los dolores de Crissto?

Conque si te cuentas entre los miembros de Cristo, quienquiera que seas el que esto oigas, y también aunque no lo oigas ahora (de algún modo lo oyes, si eres miembro de Cristo); cualquier cosa que tengas que sufrir por parte de quienes no son miembros de Cristo, era algo que faltaba a los sufrimientos de Cristo.

Y por eso se dice que faltaba; porque estás completando una medida, no desbordándola; lo que sufres es sólo lo que te correspondía como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos.

Cada uno de nosotros aportamos a esta especie de común república nuestra lo que debemos de acuerdo con nuestra capacidad, y en proporción a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos. No habrá liquidación definitiva de todos los padecimientos hasta que haya llegado el fin del tiempo.

No se os ocurra, por tanto, hermanos, pensar que todos aquellos justos que padecieron persecución de parte de los inicuos, incluso aquellos que vinieron enviados antes de la aparición del Señor, para anunciar su llegada, no pertenecieron a los miembros de Cristo. Es imposible que no pertenezca a los miembros de Cristo quien pertenece a la ciudad que tiene a Cristo por rey.

Efectivamente, toda aquella ciudad está hablando, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías. Y a partir de entonces, desde la sangre de Juan, a través de la de los apóstoles, de la de los mártires, de la de los fieles de Cristo, una sola ciudad es la que habla.


EVANGELIO: Jn 17, 11-19

San Atanasio de Alejandría, Sermón sobre la encarnación del Verbo (27-28: PG 25, 142-146)

¿Dónde está, muerte, tu victoria?

Que la muerte ha sido destruida y que la cruz es una victoria conseguida por la muerte, que la muerte ha perdido todo su ascendiente y está verdaderamente muerta, tenemos de ello una prueba clara y un testimonio evidente: todos los discípulos de Cristo desprecian la muerte, la combaten sin miedo alguno, y con la señal de la cruz y la fe en Cristo la pisotean como a cosa muerta.

Hubo un tiempo —antes de la divina venida del Salvador–, en que la muerte era el terror hasta de los mismos santos, y todos lloraban a sus muertos como si los hubieran definitivamente perdido. Pero ahora, después que el Señor resucitó de entre los muertos, la muerte ya no es algo temible, y todos cuantos creen en Cristo la desprecian como una cosa sin valor, prefiriendo morir antes que renegar de su fe. Tienen la certeza de que no perecen con la muerte, sino que la muerte es un comienzo de vida y que la resurrección los hará incorruptibles. El demonio que en otro tiempo malignamente amenazaba a los hombres con la muerte, ahora, destruida la aflicción que sigue a la muerte, es el único realmente muerto. Y la prueba está en que antes de que los hombres creyeran en Cristo, tenían a la muerte como algo espantoso y la rehuían; después de abrazar la fe y la doctrina de Cristo, la desprecian olímpicamente hasta el punto de salir a su encuentro con admirable entereza de ánimo, convirtiéndose en testigos de la victoria obtenida por el Salvador en su resurrección.

Son todavía unos niños por la edad, y ya se apresuran a su encuentro; se preparan adiestrándose contra la muerte, no sólo los hombres, sino también las mismas mujeres. La muerte está debilitada hasta el extremo de que las mismas mujeres, anteriormente engañadas por ella, hacen ahora burla de la muerte viéndola reducida a la nada.

Una vez vencida la muerte por el Salvador y clavada en la cruz como en la picota, atada de pies y manos, todos los que caminan en Cristo la pisotean y, dando testimonio de Cristo, se burlan de la muerte y la insultan, repitiendolas palabras escritas por el Apóstol: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

¿Acaso es una prueba de escaso valor de la debilidad de la muerte, o una pobre demostración de la victoria alcanzada por el Salvador sobre la muerte, el que los jóvenes cristianos, de uno y otro sexo, desprecian la vida presente y se dispongan a morir? El hombre teme instintivamente la muerte y la disolución de su cuerpo. Y, cosa extraña, el que ha abrazado la locura de la cruz minusvalora este sentimiento natural, y, a causa de Cristo, no tiene miedo de morir.

Pero si después de acontecimientos tan grandes, después de que tantos sufrieron el martirio por Cristo, después de este insulto inferido cada día a la muerte por los más gloriosos atletas de Cristo: si después de todo esto hay alguno que abriga sus dudas sobre la efectiva destrucción de la muerte y sobre su fin, este tal hará bien en ponerse a meditar sobre el alcance de cosas tan grandes; pero que no se aferre a su incredulidad ni caiga en la imprudencia de negar hechos comprobables.

Y así como el que ha hecho el experimento del amianto sabe que es incombustible, y el que desea ver al tirano encadenado se dirige al reino del vencedor, así también el que duda de la victoria sobre la muerte debe aceptar la fe de Cristo y matricularse en su escuela. Entonces comprobará la debilidad de la muerte, y verá la victoria sobre ella conseguida. Muchos de los que al principio se resistían a creer y se burlaban de nosotros, más tarde han abrazado la fe y han despreciado la muerte, hasta el punto de convertirse en mártires de Cristo.

 

COMÚN DE PASTORES
 


PRIMERA LECTURA

Para un papa u obispo:

De la carta del apóstol san Pablo a Tito 1, 7-11; 2, 1-8

Doctrina del Apóstol acerca de las cualidades
y del ministerio de los obispos

Querido hermano: El obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable, no arroganté ni colérico, no dado al vino ni pendenciero, ni tampoco ávido de ganancias. Al contrario, ha de ser hospitalario, amigo de lo bueno, prudente, justo, fiel, dueño de sí. Debe mostrar adhesión a la doctrina cierta, para ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios.

Porque hay mucho insubordinado, charlatán y embaucador, sobre todo entre los judíos convertidos, y hay que taparles la boca. Revuelven familias enteras, enseñando lo que no se debe, y todo para sacar dinero.

Por tu parte, habla de lo que es conforme a la sana doctrina.

Di a los ancianos que sean sobrios, serios y prudentes; que estén robustos en la fe, en el amor y en la paciencia. A las ancianas, lo mismo: que sean decentes en el porte, que no sean chismosas ni se envicien con el vino, sino maestras en lo bueno, de modo que inspiren buenas ideas a las jóvenes, enseñándoles a amar a los maridos y a sus hijos, a ser moderadas y púdicas, a cuidar de la casa, a ser bondadosas y sumisas a los maridos, para que no se desacredite la palabra de Dios

A los jóvenes, exhórtalos también a ser prudentes, presentándote en todo como un modelo de buena conducta.

En la enseñanza sé íntegro y grave, con un hablar sensato e intachable, para que la parte contraria se abochorne, no pudiendo criticarnos en nada.


Otra lectura:

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-13.19-20

Recordad nuestros esfuerzos y fatigas

Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil.

A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor –apoyados en nuestro Dios– para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos no para contentar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestras intenciones.

Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios.

Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo leal, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cadauno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria.

Esa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

Al fin y al cabo, ¿quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona ante nuestro Señor Jesús cuando venga? Sí, nuestra gloria y alegría sois vosotros.
 

Para un papa u obispo en Tiempo pascual:

Del libro de los Hechos de los apóstoles 20, 17-36

Advertencias de Pablo a los presbíteros
de la Iglesia de Éfeso

En aquellos días, Pablo, desde Mileto, mandó llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso. Cuando se presentaron, les dijo:

«Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí, desde el día que por primera vez puse pie en Asia, he servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que me han procurado las maquinaciones de los judíos. Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que os he predicado y enseñado en público y en privado, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús.

Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios.

He pasado por aquí predicando el reino, y ahora sé que ninguno de vosotros me volverá a ver. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie: nunca me he reservado nada; os he anunciado enteramente el plan de Dios.

Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos.

A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: "Hay más dicha en dar que en recibir"».

Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y Pablo rezó.


Para un presbítero:

De la primera carta del apóstol san Pedro 5, 1-11

Obligaciones de los pastores y de los fieles

A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Igualmente, los jóvenes: someteos a las personas de edad. Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Inclinaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que, a su tiempo, os ensalce. Descargad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros

Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los mismos sufrimientos.

Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Suyo es el poder por los siglos. Amén.


Otra lectura:

De la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 5, 17-22; 6,10-14

El buen combate del presbítero, hombre de Dios

Querido hermano: Los presbíteros que dirigen bien merecen doble honorario, sobre todo los que se atarean predicando y enseñando; porque dice la Escritura: «No le pondrás bozal al buey que trilla», y también: «El obrero merece su jornal». No admitas una acusación contra un presbítero, a menos que esté apoyada por dos o tres testigos. A los que pequen, repréndelos públicamente, para que los demás escarmienten.

Por Dios, por Jesucristo y por los ángeles elegidos, te pido encarecidamente que observes estas normas, excluyendo todo prejuicio y sin ser parcial en nada. A ninguno le impongas las manos a la ligera, ni te hagas cómplice de pecados ajenos; tú, consérvate honesto.

La codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos.

Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo esto; practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos.

En presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión: te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

Para un papa:

San León Magno, Sermón 3 en el aniversario de su consagración episcopal (23: PL 54, 145-146)

En Pedro permanece lo que Cristo instituyó

Aunque nosotros, queridos hermanos, nos vemos débiles y agobiados cuando pensamos en las obligaciones de nuestro ministerio, hasta tal punto que, al querer actuar con entrega y energía, nos sentimos condicionados por nuestra fragilidad, sin embargo, contando con la constante protección del Sacerdote eterno y todopoderoso, semejante a nosotros, pero también igual al Padre, de aquel que quiso humillarse en su divinidad hasta tal punto que la unió a nuestra humanidad para llevar nuestra naturaleza a la dignidad divina, digna y piadosamente nos gozamos de su especial providencia, pues, aunque delegó en muchos pastores el cuidado de sus ovejas, sin embargo, continúa él mismo velando sobre su amada grey.

También nosotros recibimos alivio en nuestro ministerio apostólico de su especial y constante protección, nunca nos vemos desprovistos de su ayuda. Es tal, en efecto, la solidez de los cimientos sobre los que se levanta el edificio de la Iglesia que, por muy grande que sea la mole del edificio que sostienen, no se resquebrajan.

La firmeza de aquella fe del príncipe de los apóstoles, que mereció ser alabada por el Señor, es eterna. Y así como persiste lo que Pedro afirmó de Cristo, así permanece también lo que Cristo edificó sobre Pedro. Permanece, pues, lo que la Verdad dispuso, y el bienaventurado Pedro, firme en aquella solidez de piedra que le fue otorgada, no ha abandonado el timón de la Iglesia que el Señor le encomendara.

Pedro ha sido colocado por encima de todo, de tal forma que en los mismos nombres que tiene podemos conocer hasta qué punto estaba unido a Cristo: él, en efecto, es llamado: piedra, fundamento, portero del reino de los cielos, árbitro de lo que hay que atar y desatar; porello, hay que acatar en los cielos el fallo de las sentencias que él da en la tierra.

Pedro sigue ahora cumpliendo con mayor plenitud y eficacia la misión que le fue encomendada, y, glorificado en Cristo y con Cristo, continúa ejerciendo los servicios que le fueron confiados.

Si, pues, hacemos algo rectamente y lo ejecutamos con prudencia, si algo alcanzamos de la misericordia divina con nuestra oración cotidiana, es en virtud y por los méritos de aquel cuyo poder pervive en esta sede y cuya autoridad brilla en la misma.

Todo ello es fruto, amados hermanos, de aquella confesión que, inspirada por el Padre en el corazón de Pedro, supera todas las incertidumbres de las opiniones humanas y alcanza la firmeza de la roca que no será nunca cuarteada por ninguna violencia.

En toda la Iglesia, Pedro confiesa diariamente: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y toda lengua que confiesa al Señor está guiada por el magisterio de esta confesión.


Para el fundador de una Iglesia:

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 126 (710: PL 9, 696-697)

Dios edifica y guarda su ciudad

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. Este es, pues, el templo de Dios, lleno de su doctrina y de su poder, capaz de contener al Señor en el santuario del corazón. Sobre esto ha hablado el profeta en el salmo: Santo es tu templo, admirable por su justicia. La santidad, la justicia y la continencia humana son un templo para Dios.

Dios debe, pues, construir su casa. Construida por manos de hombres, no se sostendría; apoyada en doctrinas del mundo, no se mantendría en pie; protegida por nuestros ineficaces desvelos y trabajos, no se vería segura.

Esta casa debe ser construida y custodiada de manera muy diferente: no sobre la tierra ni sobre la movediza y deslizante arena, sino sobre sus propios fundamentos, los profetas y los apóstoles.

Esta casa debe construirse con piedras vivas, debe encontrar su trabazón en Cristo, la piedra angular, debe crecer por la unión mutua de sus elementos hasta que llegue a ser el varón perfecto y consiga la medida de la plenitud del cuerpo de Cristo; debe, en fin, adornarse con la belleza de las gracias espirituales y resplandecer con su hermosura.

Edificada por Dios, es decir, por su palabra, no se derrumbará. Esta casa irá creciendo en cada uno de nosotros con diversas construcciones, según las diferencias de los fieles, para dar ornato y amplitud a la ciudad dichosa.

El Señor es desde antiguo el atento guardián de esta ciudad: cuando protegió a Abrahán peregrino y eligió a Isaac para el sacrificio; cuando enriqueció a su siervo Jacob y, en Egipto, ennobleció a José, vendido por sus hermanos; cuando fortaleció a Moisés contra el Faraón y eligió a Josué como jefe del ejército; cuando liberó a David de todos los peligros y concedió a Salomón el don de la sabiduría; cuando asistió a los profetas, arrebató a Elías y eligió a Eliseo; cuando protegió a Daniel y, en el horno, refrigeró con una brisa suave a los niños, juntándose con ellos como uno más; cuando, por medio del ángel, anunció a José que la Virgen había concebido por la fuerza divina, y confirmó a María; cuando envió como precursor a Juan y eligió a los apóstoles, y cuando rogó al Padre, diciendo: Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado; yo guardaba en tu nombre a los que me diste; finalmente, cuando él mismo, después de su pasión, nos promete que velará siempre sobre nosotros: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Esta es la protección eterna de aquella bienaventurada y santa ciudad, que, compuesta de muchos, pero formando una sola, es en cada uno de nosotros la ciudad de Dios.

Esta ciudad, por tanto, debe ser edificada por Dios para que crezca hasta su completo acabamiento. Comenzar una edificación no significa su perfección; pero mediante la edificación se va preparando la perfección final.


O bien esta otra, especialmente para un obispo:

San Fulgencio de Ruspe, Sermón 1 (23: CCL 91A, 889-890)

Criado fiel y solícito

El Señor, queriendo explicar el peculiar ministerio de aquellos siervos que ha puesto al frente de su pueblo, dice:¿Quién es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia para que les reparta la medida de trigo a sus horas? Dichoso ese criado, si el Señor, al llegar, lo encuentra portándose así. ¿Quién es este Señor, hermanos? Cristo, sin duda, quien dice a sus discípulos: Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy.

¿Y cuál es la familia de este Señor? Sin duda, aquella que el mismo Señor ha liberado de la mano del enemigo para hacerla pueblo suyo. Esta familia santa es la Iglesia +católica, que por su abundante fertilidad se encuentra esparcida por todo el mundo y se gloría de haber sido redimida por la preciosa sangre de su Señor. El Hijo del 'hombre —dice el mismo Señor— no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.

El mismo es también el buen pastor que entrega su vida por sus ovejas. La familia del Redentor es la grey del buen pastor.

Quién es el criado que debe ser al mismo tiempo fiel y solícito nos lo enseña el apóstol Pablo cuando, hablando de sí mismo y de sus compañeros, afirma: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel.

Y para que nadie caiga en el error de creer que el apóstol Pablo designa como administradores sólo a los apóstoles y que, en consecuencia, despreciando el ministerio eclesial, venga a ser un siervo infiel y descuidado, el mismo apóstol Pablo dice que los obispos son también administradores: El obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable.

Somos siervos del padre de familias, somos administradores de Dios, y recibiremos la misma medida de trigo que os servimos. Si queremos saber cuál deba ser esta medida de trigo, nos lo enseña también el mismo apóstol Pablo, cuando afirma: Estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno.

Lo que Cristo designa como medida de trigo, Pablo lo llama medida de la fe, para que sepamos que el trigo espiritual no es otra cosa sino el misterio venerable de la fe cristiana. Nosotros os repartimos esta medida de trigo, en nombre del Señor, todas las veces que, iluminados por el don de la gracia, hablamos de acuerdo con la regla de la verdadera fe. Vosotros mismos recibís la medida de trigo, por medio de los administradores del Señor, todas las veces que escucháis la palabra de la verdad por medio de los siervos de Dios.


Para un presbítero:

Del Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, del Concilio Vaticano II (Núm 12)

Vocación de los presbíteros a la perfección

Por el sacramento del orden, los presbíteros se configuran a Cristo sacerdote, como miembros con la cabeza, para construir y edificar todo su cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal. Ya desde la consagración bautismal, han recibido, como todos los fieles cristianos, el símbolo y el don de tan gran vocación, para que, a pesar de la debilidad humana, procuren y tiendana la perfección, según la palabra del Señor: Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

Los sacerdotes están obligados por especiales motivos a alcanzar esa perfección, ya que, consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del orden, se convierten en instrumentos vivos de Cristo, sacerdote eterno, para continuar en el tiempo la obra admirable del que, con celeste eficacia, reintegró la unidad de todos los hombres.

Así, pues, ya que todo sacerdote, a su modo, representa la persona del mismo Cristo, recibe por ello una gracia particular, para que, por el mismo servicio de los fieles y de todo el pueblo de Dios que se le ha confiado, pueda alcanzar con mayor eficacia la perfección de aquel a quien representa, y encuentre remedio para la flaqueza humana de la carne en la santidad de aquel que fue hecho para nosotros sumo sacerdote santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores.

Cristo, a quien el Padre santificó o consagró y envió al mundo, se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras, y así, por su pasión, entró en la gloria; de la misma manera, los presbíteros, consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo, mortifican en sí mismos las obras de la carne y se consagran totalmente al servicio de los hombres, y así, por la santidad con que están enriquecidos en Cristo, pueden progresar hasta llegar al varón perfecto.

Por ello, al ejercer el ministerio del Espíritu y de la justicia, si son dóciles al Espíritu de Cristo que los vivifica y guía, se afirman en la vida del espíritu. Ya que las mismas acciones sagradas de cada día, y todo el ministerio que ejercen unidos con el obispo y con los demás presbíteros, los van llevando a un crecimiento de perfección.

Además, la misma santidad de los presbíteros contribuye en gran manera a la fecundidad del propio ministerio. Pues, aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere manifestar sus maravillas por obra de quienes son más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo. Por su íntima unión con Cristo y por la santidad de su vida, los presbíteros pueden decir con el Apóstol: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.


Para un misionero:

Del Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núms 45)

Id y haced discípulos de todos los pueblos

El mismo Señor Jesús, antes de entregar voluntariamente su vida por la salvación del mundo, de tal manera dispuso el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo que ambos se encuentran asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre.

El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio, y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiales e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo impulso de misión con que actuó Cristo. A veces también se anticipa visiblemente a la acción apostólica, de la misma forma que sin cesar la acompaña y dirige de diversas formas.

El Señor Jesús ya desde el principio llamó a los que él quiso, y a doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar. Los apóstoles fueron, pues, la semilla del nuevo Israel y al mismo tiempo el origen de la sagrada jerarquía.

Después, el Señor, una vez que hubo cumplido en sí mismo, con su muerte y resurrección, los misterios de nuestra salvación y la restauración de todas las cosas, habiendo recibido toda potestad en el cielo y en la tierra, antes de ascender a los cielos, fundó su Iglesia como sacramento de salvación y envió a los apóstoles a todo el mundo, como también él había sido enviado por el Padre, mandándoles: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. De aquí le viene a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo tanto en virtud del mandato expreso que de los apóstoles heredó el orden episcopal, al que ayudan los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, sumo pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infunde a sus miembros.

La misión de la Iglesia se realiza, pues, mediante aquella actividad por la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos con el ejemplo de su vida y con la predicación, con los sacramentos y demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo.


EVANGELIO: Jn 10, 11-16

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 138, (1: PL 38, 763.765-766)

Los buenos pastores son uno con Cristo

Hemos oído cómo el Señor Jesús nos encarecía las obligaciones del buen pastor. En esta recomendación nos recordó —según se desprende— que también nosotros somos buenos pastores. Y sin embargo, para que no se interpretara erróneamente esta multitud de pastores: Yo –dijo— soy el buen pastor. Y a continuación nos declara por qué él es el buen pastor: El buen pastor da la vida por sus ovejas. ¿Por qué, pues, haces a los pastores buenos el elogio del único pastor, sino porque en este único pastor quieres enseñamos la unidad?

El Señor en persona va a exponernos esto más claramente por ministerio nuestro, recordando a Vuestra Caridad el mismo pasaje evangélico y diciendo: Escuchad bien lo que os recomendé. Dije: Yo soy el buen pastor, porque todos los demás, todos los pastores buenos, son miembros míos. Una cabeza, un cuerpo, un Cristo. Así pues, tanto el pastor de pastores, como los pastores del pastor y las ovejas con los pastores están bajo el Pastor. ¿No es esto precisamente lo que dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo? Por tanto, si así es también Cristo, con razón Cristo, que se ha incorporado todos los pastores buenos, recomendó uno solo cuando dijo: Yo soy el buen pastor. Yo soy, soy uno, todos forman conmigo una unidad. Quien apacienta al margen de mí, apacienta contra mí. El que no recoge conmigo, desparrama.

Pero escuchadle recomendar la unidad con más vehemencia si cabe: Tengo —dice— otras ovejas que no son de este redil. Hablaba del primer redil, de la estirpe de Israel según la carne. Y había otros, pertenecientes por la fe a la estirpe de Israel, que todavía estaban fuera, en el paganismo, predestinados, pero no aún congregados. Los conocía el que los había predestinado; los conocía el que había venido a redimirles con la efusión de su sangre. Los veía, pero aún no le veían; los conocía, pero aún no creían en él. Tengo —dice— otras ovejas que no son deeste redil, pues no son de la estirpe de Israel según la carne. Pero no quedarán fuera de mi redil, porque también a ésas las tengo que traer y habrá un solo rebaño, un solo pastor.


En tiempo pascual:

EVANGELIO: Jn 15, 9-17

HOMILÍA:

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 10: PG 74, 379.382-383.390-391)

Yo os he elegido, no vosotros a mí

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Con estas palabras explica el Señor con más claridad lo dicho anteriormente, esto es, que los discípulos disfruten en sí mismos de su mismo gozo. A los que quieran seguirme —dice—, les mando esto, y les enseño a hacerlo y a sentirlo en lo íntimo de su alma: que tengan un amor recíproco tan profundo como el que yo les he demostrado y he practicado previamente. Cuán generosa sea la medida del amor de Cristo, él mismo lo ha indicado al decir que nadie tiene un amor más grande que el que va hasta dar la vida por los amigos.

Además, enseña a sus discípulos que para salvar a los hombres no hay que arredrarse ante la lucha, sino aceptar con intrépida fortaleza el sufrir hasta la misma muerte. Hasta ese extremo límite llegó el gran amor de nuestro Salvador. Hablar de este modo, es simplemente incitar a sus discípulos a una intrepidez sobrenatural y vigorosa y al más alto grado de amor fraterno; es crear en ellos un ánimo generoso y poseído por el amor, elevarlos a una caridad invicta e invencible, pronta a dar todo lo que a Dios pluguiere. Pablo demostró tener este temple, cuando dijo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Y añadía: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? ¿Oyes cómo no hay nada que pueda separarnos del amor de Cristo? Y si apacentar el rebaño y los corderos de Cristo es amarle a él, ¿cómo no va a ser evidente de toda evidencia que el apóstol, predicador de la salvación a quien no conoce a Dios, deberá ser superior a la muerte y a las persecuciones y considerar una nonada cualquiera dificultad?

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. Revestíos de mutuo amor, discípulos míos. Vosotros mismos debéis gustar estas cosas llevándolas a la práctica, y hacer unos por otros con ferventísimo deseo y esforzado ánimo, todo cuanto primeramente he hecho yo con vosotros.

Yo os he elegido, no vosotros a mí. Con inaudita bondad y gran generosidad me he revelado a vosotros que no me conocíais, y os he conducido a una tan grande constancia y firmeza de ánimo, para que podáis caminar y progresar siempre hacia lo mejor y dar fruto para Dios; os he dado una confianza tan grande, de modo que todo lo que pidáis en mi nombre, estad seguros que lo recibiréis. Por eso, si seguís las huellas que os he señalado con mis palabras y con mi manera de actuar, si estáis llenos de aquel espíritu que conviene a los verdaderos y legítimos discípulos, no debéis contemporizar esperando que alguien venga por sí mismo a la fe y al culto de Dios, sino que debéis ofreceros como guías a los que todavía no conocen a Dios y están en el error, o aún no han espontáneamente aceptado la predicación de la salvación.

Conviene que vosotros los exhortéis con calor a profundizar, mediante una plena comprensión, el verdadero conocimiento de Dios, aunque se irrite el ánimo de los oyentes, persistiendo en la incredulidad. De este modo, también ellos acabarán haciendo como vosotros, esto es, avanzarán por el buen camino y, progresando en el bien, volverán a producir en Dios frutos vitales y duraderos. De manera que sus plegarias, gratas y aceptas a Dios, conseguirán lo que piden, si lo piden en mi nombre.

 

COMÚN DE DOCTORES
 


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 39, 1-10

El hombre sabio, conocedor de las Escrituras

El que se entrega de lleno a meditar la ley del Altísimo indaga la sabiduría de sus predecesores y estudia las profecías, examina las explicaciones de autores famosos y penetra por parábolas intrincadas, indaga el misterio de proverbios y da vueltas a enigmas.

Presta servicio ante los poderosos y se presenta ante los jefes, viaja por países extranjeros, probando el bien y el mal de los hombres; madruga por el Señor, su creador, y reza delante del Altísimo, abre la boca para suplicar, pidiendo perdón de sus pecados.

Si el Señor lo quiere, él se llenará de Espíritu de inteligencia; Dios le hará derramar sabias palabras, y él confesará al Señor en su oración; Dios guiará sus consejos prudentes, y él meditará sus misterios; Dios le comunicará su doctrina y enseñanza, y él se gloriará de la ley del Altísimo.

Muchos alabarán su inteligencia, que no perecerá jamás; nunca faltará su recuerdo, y su fama vivirá por generaciones; los pueblos contarán su sabiduría, y la asamblea anunciará su alabanza.


Otra lectura:

Del libro de la Sabiduría 7, 7-16.22-30

Felicidad de los justos en Dios

Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que a la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.

Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables; de todas gocé, porque la sabiduría las trae, aunque yo no sabía que ella las engendra a todas. Aprendí sin malicia, reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es un tesoro inagotable para los hombres; los que lo adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda.

Que me conceda Dios saber expresarme y pensar como corresponde a ese don, pues él es el mentor de la sabiduría y quien marca el camino a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, y toda la prudencia y el talento.

En efecto, la sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos.

La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.

Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la sabiduría no la puede el mal.


Tiempo pascual:

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-16

 

Enseñamos una sabiduría divina y misteriosa

Hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu.

A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie. «¿Quién conoce la mente del Señor para poder instruirlo?». Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.


SEGUNDA LECTURA

Guillermo de san Teodorico, Espejo de la fe (PL 180, 384)

Debemos buscar la inteligencia de la fe
en el Espíritu Santo

Oh alma fiel, cuando tu fe se vea rodeada de incertidumbre y tu débil razón no comprenda los misterios demasiado elevados, di sin miedo, no por deseo de oponerte, sino por anhelo de profundizar: «¿Cómo será eso?».

Que tu pregunta se convierta en oración, que sea amor, piedad, deseo humilde. Que tu pregunta no pretenda escrutar con suficiencia la majestad divina, sino que busque la salvación en aquellos mismos medios de salvación que Dios nos ha dado. Entonces te responderá el Consejero admirable: Cuando venga el Defensor, que enviará el Padre en mi nombre, él os enseñará todo y os guiará hasta la verdad plena. Pues nadie conoce lo íntimo del hombre, sino el Espíritu del hombre, que está en él; y, del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios.

Apresúrate, pues, a participar del Espíritu Santo: cuando se le invoca, ya está presente; es más, si no hubiera estado presente no se le habría podido invocar. Cuando se le llama, viene, y llega con la abundancia de las bendiciones divinas. El es aquella impetuosa corriente que alegra la ciudad de Dios.

Si al venir te encuentra humilde, sin inquietud, lleno de temor ante la palabra divina, se posará sobre ti y te revelará lo que Dios esconde a los sabios y entendidos de este mundo. Y, poco a poco, se irán esclareciendo ante tus ojos todos aquellos misterios que la Sabiduría reveló a sus discípulos cuando convivía con ellos en el mundo, pero que ellos no pudieron comprender antes de la venida del Espíritu de verdad, que debía llevarlos hasta la verdad plena.

En vano se espera recibir o aprender de labios humanos aquella verdad que sólo puede enseñar el que es la misma verdad. Pues es la misma verdad quien afirma: Dios es Espíritu, y así como aquellos que quieren adorarle deben hacerlo en espíritu y verdad, del mismo modo los que desean conocerlo deben buscar en el Espíritu Santo la inteligencia de la fe y la significación de la verdad pura y sin mezclas.

En medio de las tinieblas y de las ignorancias de esta vida, el Espíritu Santo es, para los pobres de espíritu, luz que ilumina, caridad que atrae, dulzura que seduce, amor que ama, camino que conduce a Dios, devoción que se entrega, piedad intensa.

El Espíritu Santo, al hacernos crecer en la fe, revela a los creyentes la justicia de Dios, da gracia tras gracia y, por la fe que nace del mensaje, hace que los hombres alcancen la plena iluminación.


Otra lectura:

De la Constitución dogmática Dei verbum, sobre la divina revelación, del Concilio Vaticano II (78)

Sobre la transmisión de la revelación divina

Cristo, el Señor, en quien se consuma la plena revelación del Dios sumo, mandó a los apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles para ello dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los profetas, lo llevó él a su más plena realidad y lo promulgó con su propia boca, como fuente de verdad salvadora y como norma de conducta para todos los hombres.

Este mandato del Señor lo realizaron fielmente tanto los apóstoles, que con su predicación oral transmitieron por medio de ejemplos y enseñanzas lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las acciones de Cristo y lo que habían aprendido por inspiración del Espíritu Santo, como aquellos apóstoles y varones apostólicos que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, pusieron por escrito el mensaje de la salvación.

Para que el Evangelio se conservara vivo e íntegro en la Iglesia, los apóstoles constituyeron, como sucesores suyos, a los obispos, dejándoles su misión de magisterio. Ahora bien, lo que los apóstoles enseñaron contiene todo lo que es necesario para que el pueblo de Dios viva santamente y crezca en la fe; así, la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella cree.

La Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo, va penetrando cada vez con mayor intensidad en esta tradición recibida de los apóstoles: crece, en efecto, la comprensión de las enseñanzas y de la predicación apostólicas, tanto por medio de la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y experimentan en su vida espiritual, como por medio de la predicación de aquellos que, con la sucesión del episcopado, han recibido el carisma infalible de la verdad. Así, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que se realicen en ella las promesas divinas.

Las enseñanzas de los santos Padres testifican cómo está viva esta tradición, cuyas riquezas van pasando a las costumbres de la Iglesia creyente y orante.

También por medio de esta tradición la Iglesia descubre cuál sea el canon íntegro de las sagradas Escrituras, penetra cada vez más en el sentido de las mismas y sacade ellas fuente de vida y de actividad; así, Dios, que habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, continúa hoy conversando con la Esposa de su Hijo, y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena siempre viva en la Iglesia y, por la Iglesia, en el mundo, va llevando a los creyentes hasta la verdad plena y hace que la palabra de Cristo habite en ellos con toda su riqueza.


EVANGELIO: Mt 5, 13-19

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 11, 6: PG 74, 490)

Debemos dar gloria a Dios con nuestras obras

Cristo es para nosotros el tipo, el principio y la imagen de la vida sobrenatural, y nos ha demostrado claramente cómo debemos vivir. Los evangelistas nos lo explican con mucha exactitud. Con sus palabras, Cristo nos enseña que, si ejercemos el ministerio que se nos ha confiado y cumplimos los mandamientos de Dios, le damos gloria con nuestras obras. Y no porque le damos algo que él no tiene —ya que su inefable naturaleza divina es gloriosísima—, sino porque movemos a darle gloria a quien nos ve o recibe algún beneficio derivado de nuestras obras.

Dice el Salvador: Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Cuando obramos por Dios con fortaleza y perfección, no busquemos por ningún concepto atraer hacia nosotros la gloria que se deriva, sino procuremos poner de relieve el honor y la gloria del Dios todopoderoso.

Y si llevamos una vida odiosa a Dios e impía, contaminando su inefable gloria, seremos justamente castigados, pues que nuestra alma será merecedora de castigo, y sentiremos como dichas a nosotros las palabras del profeta:Todo el día, sin cesar, ultrajan mi nombre. Y cuando, por el contrario, realizamos obras virtuosas, hagámoslo de modo que Dios sea glorificado.

Por eso, cuando hayamos llevado a cabo la misión que Dios nos ha confiado, seremos elevados, de acuerdo con nuestros méritos, a la libertad de los verdaderos y legítimos hijos, recibiendo de Dios, a quien hemos dado gloria con nuestras obras, una gloria paralela —valga la expresión— a nuestros méritos.

Esta es la palabra del Señor: Porque a los que me honran, yo les honro, pero los que me desprecian son viles.

 

COMÚN DE MONJES
 


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 12, 1-4a.6-8

Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, y ven

El Señor dijo a Abrán:

—Sal de tu tierra nativa
y de la casa de tu padre
a la tierra que te mostraré.

Haré de ti un gran pueblo,
te bendeciré, haré famoso tu nombre
y servirá de bendición.

Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan.

Con tu nombre se bendecirán
todas las familias del mundo.

Abrán marchó, como le había dicho el Señor. Atravesó el país hasta la región de Siquén, y llegó hasta la encina de Moré (en aquel tiempo habitaban allí los cananeos).

El Señor se apareció a Abrán y le dijo:

—A tu descendencia le daré esta tierra.

El construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido.

Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, plantó allí su tienda, con Betel al poniente y Ay al levante, construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor.


Otra lectura:

Del libro del Apocalipsis 3, 11-12.19-22

Mira que estoy a la puerta llamando

Dice el Señor:

Llego en seguida; mantén lo que tienes, para que nadie te quite tu corona.

Al que salga vencedor lo haré columna del santuario de mi Dios y ya no saldrá nunca de él; grabaré en él el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén que baja del cielo de junto a mi Dios, y mi nombre nuevo.

Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

A los que amo los reprendo y los corrijo. Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.

Al que salga vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a él.

Quien tenga oídos oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.


Para una monja:

Del libro del Cantar de los cantares 2, 8-14.16

Es fuerte el amor como la muerte

¡Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes, brincando por los collados! Es mi amado como un gamo, es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías. Habla mi amado y me dice:

«¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos de la higuera, la viña en flor difunde perfume ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz y es hermosa tu figura».

¡Mi amado es mío y yo soy suya, del pastor de azucenas!


SEGUNDA LECTURA

San Euquerio de Lyon, Carta sobre el elogio del desierto (13.5.6.43: PL 50, 701-703; 711-713)

Poseen ya la realidad a que por la esperanza aspiran

Has demostrado el gran aprecio que sientes por la soledad, tan grande que no hay otro alguno que se le compare. Y este tu amor por el desierto, ¿cómo llamarlo sino amor de Dios? Has observado el orden de la caridad prescrito por la ley, amando primero a Dios y luego al prójimo.

Y aunque tú, rico en Cristo, hayas, hace ya tiempo, distribuido todo tu patrimonio entre los pobres de Cristo; aunque si bien joven en años muestres la cordura del anciano; aunque seas de ingenio agudo y de fácil elocuencia, sin embargo nada he reconocido y amado en ti más que tu gran deseo de vivir en el desierto.

Yo llamaría, con todo derecho, al desierto el incircunscrito templo de Dios, pues aquel de quien estamos seguros que habita en el silencio, hemos de creer que disfruta en la soledad. Muy a menudo se ha mostrado allí a sus santos y, convocado al desierto, no desdeñó acudir a conversar con los hombres. Efectivamente, en el desierto contempló Moisés a Dios y su cara se volvió radiante; en el desierto, Elías se tapó el rostro con el manto, temblando al solo pensamiento de ver a Dios. Y aunque con frecuencia visite todas las cosas como propiedad suya que son y no esté ausente de lugar alguno, hemos de creer sin embargo, que Dios se digna visitar de modo muy particular el desierto y los arcanos del cielo.

Pues al comienzo de la creación, cuando Dios creaba en su sabiduría todas las cosas y las hacía distintas unas de otras, adaptándolas a los usos futuros, ciertamente no abandonó esta parte de la tierra como inútil y despreciable, sino que, creándolo más que con la magnificencia presente, con la previsión del futuro, preparó —es mi opinión—el desierto para los santos del porvenir. Pienso que quiso dárselo pletórico de frutos, pero en lugar de en productos de la tierra, prefirió que fuese fecundo en cosecha de santidad, para que así rezumaran los pastos del páramo y, al regar los montes desde su morada, los valles se vistiesen de mieses; y saliera al paso de los inconvenientes de los parajes, al proveer de morador la habitación estéril.

Cuando el poseedor del paraíso y transgresor del precepto habitaba el parque de Edén, fue incapaz de observar la ley que Dios le había impuesto. Pues cuanto más agradable y ameno era aquel lugar, tanto más fácilmente le indujo a la caída. De aquí que la muerte no sólo sometiera al morador del paraíso a sus propias leyes, sino que además afiló contra nosotros su aguijón. En consecuencia, habite el desierto quien desea la vida, ya que el morador del ameno paraíso nos deparó la muerte.

¡Qué comunidades de santos y qué asambleas no he visto yo allí, oh buen Jesús! Nada anhelan, nada desean a excepción de aquel a quien únicamente los enamorados ansían. ¿Aspiran a dedicar todo su tiempo a las alabanzas de Dios? Lo dedican. ¿Desean gozar de la compañía de los santos? Gozan de ella. ¿Suspiran por gozar de Cristo? Gozan de Cristo. ¿Desean conseguir la plenitud de la vida eremítica? Lo consiguen en su corazón. De este modo y por la amplísima gracia de Cristo, merecen gozar en el tiempo presente de muchas de las cosas cuya fruición esperan obtener en la vida futura. Poseen ya la realidad a que por la esperanza aspiran. Incluso en medio de la misma fatiga, tienen ya un no pequeño premio debido a su trabajo, pues en sus obras está ya casi presente la esencia de la recompensa.


Otra lectura:

San Ammonio, ermitaño, Carta 12 (PO, Fasc. 6, 603-607)

Eran médicos del alma

Carísimos en el Señor:

Vosotros sabéis que, después del pecado, el alma no puede conocer a Dios si no se aparta de los hombres y de toda ocupación. Entonces el alma encuentra a su adversario y la resistencia que le opone. Lo ve luchar contra él, y lo vence; más tarde quizá tenga que luchar contra sí misma. Pero, al final, Dios habita en él y transforma su tristeza en gozo y alegría.

Pero si en la lucha el alma sale vencida, se apoderan de ella la tristeza y la desidia, con muchas otras molestias de diferente género. Por eso, los Padres vivían en la soledad del desierto, como lo hicieron Elías y Juan. Y no penséis que éstos eran justos mientras vivieron entre los hombres, por el hecho de que se les vio realizar en medio del mundo obras de justicia, sino que previamente habían vivido en un gran silencio, por lo cual recibieron poder de Dios, que vivía en ellos. Y sólo entonces Dios les envió a los hombres, una vez que hubieron adquirido todas las virtudes, para que fueran sus embajadores y curaran las enfermedades. Eran médicos del alma, y tenían el poder de curar sus dolencias.

Por esta razón, arrancados de su silencio, fueron enviados a los hombres. Pero sólo entonces fueron enviados, cuando estaban ya curadas las propias enfermedades. Imposible mandar a ninguno para edificar a los hombres, si él mismo es imperfecto. Los que van a los hombres sin haber alcanzado la perfección, van por cuenta propia, no por voluntad de Dios. De ellos dice Dios increpándoles: Yo no envié a los profetas, y ellos corrían. Por eso no pueden salvar ni su propia alma: ¡cuánto menos podrán ayudar a los demás!

Al contrario, los que son enviados por Dios, no se alejan voluntariamente del silencio. Saben que, en el silencio, han adquirido una virtud divina. Pero para no desobedecer al Creador, parten a trabajar entre los hombres, imitándole a él: como el Padre ha enviado desde el cielo a su verdadero Hijo a curar todas las dolencias y debilidades humanas. Está escrito en efecto: Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Todos los santos que van a los hombres para curarlos, imitan al Creador en todo, a fin de hacerse dignos de la adopción de hijos de Dios, llamados a participar eternamente en la relación filial que une al Hijo con el Padre.

Mirad, carísimos: os he demostrado la eficacia del silencio, lo saludable que es en todos los aspectos y cuánto agrada a Dios. Os he escrito precisamente para eso: para que os mostréis fuertes en la obra emprendida, y tengáis la certeza de que todos los santos han progresado en la gracia por haber practicado el silencio. Por eso habitó en ellos el poder de Dios, les fueron revelados los secretos celestiales, y en consecuencia han arrumbado la profana vetustez de este mundo. Quien esto escribe, fue el silencio el que le hizo capaz de ello.

Vosotros perseverad con fortaleza en vuestro propósito. Quien abandona el silencio no puede superar las propias pasiones ni combatir al enemigo, precisamente porque todavía se halla bajo el dominio de las pasiones. Vosotros, en cambio, las estáis superando y la fuerza divina está con vosotros.


Para un abad:

San Basilio Magno, Regla monástica mayor (43, 1.2: PG 31, 1027-1030)

Sé tú un modelo para los fieles

Es necesario que, acordándose de la admonición del Apóstol: Sé tú un modelo para los fieles, el superior haga de su vida un diáfano modelo de la observancia de la ley divina, de modo que sus discípulos no tengan ningún pretexto para afirmar que un determinado precepto del Señor es imposible de guardar o no deba ser tenido en cuenta.

Debe, en primer lugar, y con carácter prioritario, practicar la humildad en la caridad de Cristo, de suerte que, incluso cuando no hable, el ejemplo de su conducta sea una enseñanza más eficaz que cualquier discurso.

Pues si la regla fundamental del cristianismo es la imitación de Cristo dentro de los límites de la naturaleza humana que él asumió y según la vocación de cada cual, aquellos a quienes se les ha confiado la misión de dirigir a los otros deben hacer progresar a los débiles en la imitación de Cristo, como dice san Pablo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Habrán de ser, pues, los primeros en practicar la humildad como quiere nuestro Señor Jesucristo, convirtiéndose en acabados modelos de esta virtud, pues él dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Que la humildad y la mansedumbre sean, pues, las características del superior, ya que el Señor no desdeñó servir a sus inferiores y consintió en hacerse él mismo el servidor de esta tierra o arcilla que él mismo ha trabajado, revistiéndola de forma humana: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. ¿Qué no deberemos hacer nosotros por nuestros semejantes para creernos llegados a imitarle?

La humildad es, por tanto, la virtud que el superior debe poseer en grado superlativo. Debe saber, además, ser misericordioso y soportar con paciencia a los que faltan a sus obligaciones por ignorancia; no deberá pasar por alto las faltas cometidas, pero habrá de tratar a los culpables con mansedumbre, induciéndoles con toda bondad y discreción a una corrección saludable, pues debe ser capaz de hallar el tratamiento adecuado a cada estado de ánimo. No deberá corregir con aspereza, sino advertir y corregir con suavidad, como quiere la Escritura. Debe ser muy avisado en los negocios temporales, previsor del futuro, capaz de resistir a los fuertes, soportar la insuficiencia de los débiles, hacer y decir todo lo que es necesario para conducir a sus compañeros a una vida perfecta.

Que nadie se arrogue el gobierno de la Fraternidad. Es incumbencia de los superiores de otras comunidades elegir a un monje que en su vida anterior haya dado muestras suficientes de idoneidad para semejante cargo, pues está escrito: Sean probados primero, y, cuando se vea que son irreprensibles, que empiecen su servicio.

El que reúna tales requisitos, podrá asumir el gobierno de una comunidad, velará por la disciplina fraterna y distribuirá los trabajos según las aptitudes de cada hermano.


Para una monja:

San Agustín de Hipona, Sermón 191 (2.3.4: PL 38.1010-1011)

Lo que admiráis en María, hacedlo realidad en lo íntimo
de vuestra alma

La fidelidad brota de la tierra. María es virgen antes de concebir y virgen después de dar a luz. Es impensable que en aquella tierra, es decir, en aquella carne donde nació la verdad, pereciera la integridad. Por eso, después de su resurrección, al ser tenido por un fantasma: Palpadme —dijo— y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Y sin embargo, la solidez de aquel cuerpo juvenil penetró en el local donde estaban los discípulos con las puertas atrancadas. ¿Por qué, pues, el que, adulto, pudo entrar a través de las puertas cerradas, no podría salir de niño a través de unas entrañas invioladas? Y sin embargo, los incrédulos se niegan a aceptar una y otra realidad. La fe se reafirma en aceptar ambos extremos, precisamente porque la infidelidad se niega a creerlos. En esto consiste la infidelidad: en no ver en Cristo ninguna divinidad.

Ahora bien: si la fe cree que Dios ha nacido de la carne, no duda que a Dios le sea posible realizar ambas cosas: que un cuerpo adulto se presente a unas personas reunidas en casa sin que se le abrieran las puertas, y que un niño haya salido como el esposo del tálamo nupcial, es decir, de un seno virginal, conservando ilesa la virginidad maternal.

Allí, en efecto, el Hijo unigénito de Dios se dignó asumir la naturaleza humana, para asociarse a sí, Cabeza inmaculada, la inmaculada Iglesia. El apóstol Pablo llama virgen a la Iglesia, teniendo presentes no tan sólo a las que son también vírgenes corporalmente, sino deseando para todos una alma incorrupta. Quise desposaros —dice— con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen intacta. Así pues, imitando la Iglesia a la madre de su Señor, aun cuando no pudo serlo en el cuerpo, en el espíritu es madre y es virgen.

En modo alguno Cristo privó a su madre de la virginidad al nacer; él hizo virgen a su Iglesia redimiéndola de la fornicación de los demonios. Vosotras, vírgenes santas, procreadas de la incorrupta virginidad de la Iglesia, que, despreciando las nupcias terrenas, habéis elegido ser vírgenes también en la carne, celebrad alegres en este día la solemnidad del parto de la Virgen.

Haced lo que dice el Apóstol: al no preocuparos de los asuntos del mundo, buscando complacer al marido, preocupaos de los asuntos de Dios, buscando complacerle en todo. Quien por la fe del corazón llega a la justificación concibe a Cristo; el que por la profesión de los labios llega a la salvación, da a luz a Cristo. Que de modo semejante sobreabunde en vuestras almas la fecundidad y perdure la virginidad

 


EVANGELIO: Mt 19, 16-21

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 86 (2.3.5: PL 38, 523-525)

 

Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes,
y vente conmigo

Hemos oído cómo un rico pedía consejo al Maestro bueno, preguntando qué debía hacer para obtener la vida eterna. Gran cosa era lo que amaba, y vil lo que a despreciar se negaba. Por eso, oyendo con corazón perverso a quien ya calificara de Maestro bueno, por amar más lo que es vil perdió la posesión de la caridad. Si no hubiera deseado obtener la vida eterna, no hubiese pedido consejo sobre el modo de conseguirla. ¿Por qué, hermanos, rechazó las palabras del que él calificara de Maestro bueno y que le enseñaba la verdad? ¿Es que este maestro es bueno antes de ensenar, y malo después de haber enseñado? Antes de enseñar es llamado bueno. No oyó lo que quería, pero oyó lo que debía; había venido deseoso, pero se fue perezoso. ¿Qué habría ocurrido de decirle: «Pierde lo que tienes», si se fue triste porque se le dijo: «Pon a buen recaudo lo que posees?» Vete —le dijo—,vende lo que tienes y da el dinero a los pobres. ¿Temes quizá perderlo? Atiende a lo que sigue: así tendrás un tesoro en el cielo. Tal vez hubieras confiado la custodia de tus tesoros a uno cualquiera de tus criados: el custodio de tu oro será tu Dios. El que te lo dio en la tierra, te lo guarda en el cielo. Es muy posible que no hubiera dudado en confiar a Cristo lo que tenía, y se fue triste precisamente porque se le dijo: dalo a los pobres. Es como si se dijera en su interior: Si me hubieras dicho: «Dámelo, yo te lo guardaré en el cielo» no hubiera dudado en dárselo a mi Señor, al Maestro. bueno: pero me ha dicho: dalo a los pobres.

Que nadie tema dar a los pobres; que nadie piense que lo recibe aquel cuya mano, ve. Lo recibe el que mandó dar. Y no lo digo por una corazonada mía y por simples conjeturas humanas: escucha al que te lo aconseja y al que te firma el recibo: Tuve hambre—dice—y me disteis de comer. Y cuando, después de enumerar sus obras de misericordia, le dicen los justos: ¿Cuándo te vimos con hambre?, él responde: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

¿Y qué es lo que he recibido?; ¿qué es lo que doy a cambio? Tuve hambre —dice— y me disteis de comer.Recibí tierra y otorgo cielo: recibí beneficios temporales y restituyo bienes eternos; recibí pan y os doy la vida. Me atrevo a decir aún más: recibí pan, pan daré; me disteis de beber, os daré de beber; me habéis hospedado, os daré una casa; me visitasteis cuando estaba enfermo, os daré la salud, fui visitado en la cárcel, os daré la libertad. El pan que disteis a mis pobres se acabó; el pan que yo os daré fortalece y permanece. Que el Señor nos dé el pan, aquel pan que ha bajado del cielo. Cuando nos dé el pan, él mismo se nos dará con el pan.

 

COMÚN DE VIRGENES
 


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 7, 25-40

La virginidad cristiana

Hermanos: Respecto al celibato no tengo órdenes del Señor, sino que doy mi parecer como hombre de fiar que soy, por la misericordia del Señor. Estimo que es un bien, por la necesidad actual: quiero decir que es un bien vivir así.

¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre? No busques mujer; aunque, si te casas, no haces mal; y si una soltera se casa, tampoco hace mal. Pero estos tales sufrirán la tribulación de la carne. Yo respeto vuestras razones.

Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.

Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato

con el Señor sin preocupaciones. Si, a pesar de todo, alguien cree faltar a la conveniencia respecto de su doncella, por estar en la flor de su edad, y conviene proceder así, haga lo que quiera, no peca; cásense. Mas el que permanece firme en su corazón, y sin presión alguna y en pleno uso de su libertad está resuelto en su interiora guardar a su doncella, hará bien. Así, pues, el que casa a su doncella obra bien. Y el que no la casa obra mejor.

La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas, una vez muerto el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Sin embargo, será más feliz si permanece así según mi consejo; que yo también creo tener el Espíritu de Dios.

 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el comportamiento de las vírgenes (3-4.22.23: CSEL 3, 189-190.202-204)

El coro numeroso de las vírgenes
acrecienta el gozo de la madre Iglesia

Me dirijo ahora a las vírgenes con tanto mayor interés cuanta mayor es su dignidad. La virginidad es como la flor del árbol de la Iglesia, la hermosura y el adorno de los dones del Espíritu, alegría, objeto de honra y alabanza, obra íntegra e incorrupta, imagen de Dios, reflejo de la santidad del Señor, porción la más ilustre del rebaño de Cristo. La madre Iglesia se alegra en las vírgenes, y por ellas florece su admirable fecundidad, y, cuanto más abundante es el número de las vírgenes, tanto más crece el gozo de la madre. A las vírgenes nos dirigimos, a ellas exhortamos, movidos más por el afecto que por la autoridad, y, conscientes de nuestra humildad y bajeza, no pretendemos reprochar sus faltas, sino velar por ellas por miedo de que el enemigo las manche.

Porque no es inútil este cuidado, ni vano el temor que sirve de ayuda en el camino de la salvación, velando por la observancia de aquellos preceptos de vida que nos dio el Señor; así, las que se consagraron a Cristo renunciando a los placeres de la carne podrán vivir entregadas al Señor en cuerpo y alma y, llevando a feliz término su propósito, obtendrán el premio prometido, no por medio de los adornos del cuerpo, sino agradando únicamente a su Señor, de quien esperan la recompensa de su virginidad.

Conservad, pues, vírgenes, conservad lo que habéis empezado a ser, conservad lo que seréis: una magnífica recompensa os está reservada; vuestro esfuerzo está destinado a un gran premio, vuestra castidad a una gran corona. Lo que nosotros seremos, vosotras habéis comenzado ya a serlo. Vosotras participáis, ya en este mundo, de la gloria de la resurrección; camináis por el mundo sin contagiaros de él: siendo castas y vírgenes, sois iguales a los ángeles de Dios. Pero con la condición de que vuestra virginidad permanezca inquebrantable e incorrupta, para que lo que habéis comenzado con decisión lo mantengáis con constancia, no buscando los adornos de las joyas ni vestidos, sino el atavío de las virtudes.

Escuchad la voz del Apóstol a quien el Señor llamó vaso de elección y a quien envió a proclamar los mandatos del reino: El primer hombre —dice—, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Esta es la imagen de la virginidad, de la integridad, de la santidad y la verdad.


Otra lectura:

Del Decreto Perfectae caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, del Concilio Vaticano II, (1.5. 6. 12)

 

La Iglesia sigue a su único esposo, Cristo

Ya desde el comienzo de la Iglesia, hubo hombres y mujeres que, por la práctica de los consejos evangélicos, se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más íntimamente, y, cada uno a su manera, llevaron una vida consagrada a Dios. Muchos de ellos, por inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que fueron admitidas y aprobadas de buen grado por la autoridad de la Iglesia. Como consecuencia, por disposición divina, surgió un gran número de familias religiosas, que han contribuido mucho a que la Iglesia no sólo esté equipada para toda obra buena y dispuesta para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo, sino para que también, adornada con los diversos dones de sus hijos, aparezca como una novia que se adorna para su esposo y por ella se manifieste la multiforme sabiduría de Dios.

Todos aquellos que, en medio de tanta diversidad de dones, son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos, y la profesan fielmente, se consagran de una forma especial a Dios, siguiendo a Cristo, quien, virgen y pobre, por medio de su obediencia hasta la muerte de cruz, redimió y santificó a los hombres. De esta forma, movidos por la caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones, viven más y más para Cristo y para su cuerpo que es la Iglesia. Por lo tanto, cuanto más íntimamente se unen a Cristo por su entrega total, que abarca toda su vida, más fecunda se hace la vida de la Iglesia y más vivificante su apostolado.

Recuerden ante todo los miembros de cualquier instituto que, por la profesión de los consejos evangélicos, respondieron a un llamamiento divino, de forma que no sólo muertos al pecado, sino renunciando también al mundo, vivan únicamente para Dios. Pues han entregado toda su vida a su servicio, lo que constituye ciertamente una consagración peculiar, que se funda íntimamente en la consagración bautismal y la expresa en toda su plenitud.

Los que profesan los consejos evangélicos, ante todo busquen y amen a Dios, que nos amó primero, y en todas las circunstancias intenten fomentar la vida escondida con Cristo en Dios, de donde mana y crece el amor del prójimo para la salvación del mundo y edificación de la Iglesia. Esta caridad vivifica y guía también la misma práctica de los consejos evangélicos.

La castidad que los religiosos profesan por el reino de los cielos debe de ser estimada como un don eximio de la gracia, pues libera el corazón del hombre de un modo peculiar para que se encienda más en el amor de Dios y en el de los hombres, y, por ello, es signo especial de los bienes celestes y medio aptísimo para que los religiosos se dediquen con fervor al servicio de Dios y a las obras de apostolado. De esta forma evocan ante todos los fieles cristianos el admirable desposorio establecido por Dios, que se manifestará plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene como único esposo a Cristo.


EVANGELIO: Mt 25, 1-13

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 14, 78: CSEL 62, 301-302)

Resplandece la lámpara que recibe la luz de Cristo

Cristo es para mí una verdadera lámpara cuando mis labios pronuncian su nombre. Este tesoro que llevamos en vasijas de barro luce en el fango, brilla en vaso de arcilla. Toma aceite, de modo que no te falte; porque el combustible de la lámpara es el aceite, no el aceite terreno, sino aquel aceite de la misericordia y la gracia celestial, con que se ungía a los profetas. Tu aceite es la humildad, que da flexibilidad a nuestra dura cerviz; tu aceite es tu misericordia, con que se suavizan las heridas causadas a los pecadores en el choque contra los escollos del mal. Este es el aceite con que aquel samaritano del evangelio ungió a aquel hombre que, bajando de Jerusalén, cayó en manos de unos bandidos: al verlo, le dio lástima, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino.

Este es el aceite que sana a los enfermos, pues la misericordia libra del pecado. Este es el aceite que luce en las tinieblas, cuando nuestras obras alumbran a los hombres. Este es el aceite que luce en las solemnidades de la Iglesia. Las doncellas, finalmente, a las que no les faltó el aceite, tampoco escasearon de la luz de la fe, sino que merecieron entrar con las lámparas encendidas al banquete de bodas; en cambio, las que no llevaron alcuzas de aceite, es decir, las que no tuvieron ni fe ni prudencia, ni misericordia con sus almas encarnadas, fueron excluidas de las bodas a causa de su infidelidad.

Ahora bien, si la gloria de los santos brilla unas veces cual lámpara y otras como luz del mundo, ¿qué diremos de la Palabra de Dios, que es lámpara para mis pasos?

Por lo cual, ten también tú siempre la lámpara encendida o una antorcha llameante. Pues si no lucen ni tu candela ni tu lámpara, serás tachada de doncella necia y no entrarás en el tálamo de tu esposo celestial, sino que permanecerás en las tinieblas de tu ceguera, como si odiaras la luz para que no se descubran tus malas acciones:Todo el que obra perversamente, detesta la luz.

Ten fe, ten prudencia, para que siempre tengas en tu alcuza el óleo de la misericordia y la gracia de la devoción, pues las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. Ungid, oh hombres, vuestras lámparas: cuando ayunéis, ungid vuestras cabezas. Derramemos óleo en nuestras almas, para que nuestro cuerpo sea luminoso. Sea para ti como una lámpara la Palabra de Dios, luzca también el ojo que es la lámpara de tu cuerpo. Tu conciencia radiante es adecuadamente considerada como la lámpara que ilumina tu cuerpo; ella es además tu ojo. Que tu ojo esté sano. Si tu conciencia es pura, pura será tu carne; pero si tu conciencia es tenebrosa, también tu cuerpo será tenebroso, inmerso en la noche de tu conciencia. Así pues, todos nosotros somos también lámparas veladas por la envoltura de nuestro cuerpo, con menguadas posibilidades de irradiar nuestra propia luz.

Finalmente, el mismo Juan era una lámpara, como de él confesó el Señor: Juan era la lámpara que ardía y brillaba. Una lámpara estupenda, que recibía la luz de Cristo, para poder lucir en el mundo: ardía y brillaba con razón, pues era el precursor de Cristo, que con su predicación de la fe iluminaba los corazones de cada uno de sus oyentes. Pero también a estas lámparas les otorgó el poder de ser luz del mundo, cuando dijo a los apóstoles: Vosotros sois la luz del mundo.

 

COMÚN DE SANTOS VARONES
 


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-17

Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.

Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros.

Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y, por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.

La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.


Otra lectura:

Del libro de la Sabiduría 5, 1-15

Los justos, verdaderos hijos de Dios

El justo estará en pie sin temor delante de los que lo afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verlo, se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación imprevista; dirán entre sí, arrepentidos, entre sollozos de angustia:

«Este es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injpriosas, nosotros, insensatos; su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra. ¿Cómo ahora lo cuentan entre los hijos de Dios y comparte la herencia con los santos?

Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol; nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor.

¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas; o como pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; con su aleteo azota el aire leve, lo rasga con un chillido agudo, se abre camino agitando las alas, y luego no queda señal de su ruta; o como flecha disparada al blanco: cicatriza al momento el aire hendido y no se sabe ya su trayectoria.

Igual nosotros: nacimos y nos eclipsamos, no dejamos ni una señal de virtud, nos malgastamos en nuestra maldad».

Sí, la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda que el vendaval arrastra; se disipa como humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped de una noche. Los justos, en cambio, viven eternamente, reciben de Dios su recompensa, el Altísimo cuida de ellos.


Tiempo pascual:

Del libro del Apocalipsis 14,1-5;19, 5-9

Dichosos los invitados
al banquete de bodas del Cordero

En aquellos días, yo, Juan, vi al Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí también un sonido que bajaba del cielo, parecido al estruendo del océano, y como el estampido de un trueno poderoso; era el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono, delante de los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantando un cántico nuevo.

Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Estos son los que no se pervirtieron con mujeres, porque son vírgenes; éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira, no tienen falta.

Y salió una voz del trono que decía:

«Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes».

Y oí algo que recordaba el rumor de una muchedumbre inmensa, el estruendo del océano y el fragor de fuertes truenos. Y decían:

«Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura –el lino son las buenas acciones de los santos–». Luego me dice:

«Escribe: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero"».

Y añadió:

«Estas palabras verídicas son de Dios».

Caí a sus pies para rendirle homenaje, pero él me dijo: «No, cuidado, soy tu compañero de servicio, tuyo y de esos hermanos tuyos que mantienen el testimonio de Jesús; rinde homenaje a Dios».

Es que dar testimonio de Jesús equivale a la inspiración profética.


Para un santo que vivió en el matrimonio:

De la primera carta del apóstol san Pedro 3, 7-17

Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor

Maridos, en la vida común sed comprensivos con la mujer, que es un ser más frágil, respetándolas, ya que son también coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no encuentren obstáculo.

Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados. Porque si uno ama la vida y quiere ver días felices, refrene su lengua del mal y sus labios de la falsedad; apártese del mal y obre el bien, busque la paz y corra tras ella, pues los ojos del Señor se fijan en los jutos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal.

Y además, ¿quién podrá haceros daño si os dais con empeño a lo bueno? Dichosos vosotros si tenéis que sufrir por causa de la justicia; no les tengáis miedo ni os amedrentéis. Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.


Otra, para un santo que vivió en el matrimonio:

De la carta de san Pablo a los Efesios 5, 21-32

Santidad del matrimonio cristiano

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.

Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 20, sobre el libro de los Hechos de los apóstoles (4: PG 60, 162-164)

 

No puede ocultarse la luz de los cristianos

Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe de la salvación de los demás.

No puedes excusarte con la pobreza, pues aquella viuda que echó dos monedas de cobre te acusará. Y Pedro decía: No tengo plata ni oro. El mismo Pablo era tan pobre que frecuentemente pasaba hambre y carecía del alimento necesario.

No puedes aducir tu baja condición, pues aquéllos eran también humildes, nacidos de baja condición. Tampoco vale el afirmar que no tienes conocimientos, pues tampoco ellos los tenían. Ni te escudes detrás de tu debilidad física, pues también Timoteo era débil y sufría frecuentemente de enfermedades.

Todos pueden ayudar al prójimo con tal que cumplan con lo que les corresponde.

¿No veis los árboles infructuosos, cómo son con frecuencia sólidos, hermosos, altos, grandiosos y esbeltos? Pero, si tuviéramos un huerto, preferiríamos tener granados y olivos fructíferos antes que esos árboles; esos árboles pueden causar placer, pero no son útiles, e incluso, si tienen alguna utilidad, es muy pequeña. Semejantes son aquellos que sólo se preocupan de sí mismos; más aún, ni siquiera son semejantes a esos árboles, porque sólo son aptos para el castigo. Pues aquellos árboles son aptos para la construcción y para darnos cobijo. Semejantes eran aquellas vírgenes de la parábola, castas, sobrias, engalanadas, pero, como eran inútiles para los demás, por ello fueron castigadas. Semejantes son los que no alimentan con su ejemplo el cuerpo de Cristo.

Fíjate que ninguno es acusado de sus pecados, ni que sea un fornicador, ni que sea un perjuro, a no ser que no haya ayudado a los demás. Así era aquel que enterró su talento, mostrando una vida intachable, pero inútil para los demás.

¿Cómo, me pregunto, puede ser cristiano el que obra de esta forma? Si el fermento mezclado con la harina no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino? Y, también, si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a esto perfume?

No digas: «No puedo influir en los demás», pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer. Las propiedades de las cosas naturales no se pueden negar: lo mismo sucede con esto que afirmamos, pues está en la naturaleza del cristiano obrar de esta forma.

No ofendas a Dios con una contumelia. Si dijeras que el sol no puede lucir, infliges una contumelia a Dios y lo haces mentiroso. Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas.

No digas que es una cosa imposible; lo contrario es imposible. No inflijas una contumelia a Dios. Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante.
 

 

EVANGELIO: Mt 16, 24-27

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 96 (1.4.9: PL 38, 584. 586.588)

 

Sobre la vocación universal a la santidad

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena.

Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, me he mantenido en la senda penosa.Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.

¿Qué significa: Cargue con su cruz? Acepte todo lo que es molesto y sígame de esta forma. Cuando empiece a seguirme en mis ejemplos y preceptos, en seguida encontrará contradictores, muchos que intentarán prohibírselo, muchos que intentarán disuadirle, y los encontrará incluso entre los seguidores de Cristo. A Cristo acompañaban aquellos que querían hacer callar a los ciegos. Si quieres seguirle, acepta como cruz las amenazas, las seducciones y los obstáculos de cualquier clase; soporta, aguanta, mantente firme.

En este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado, mejor dicho, que ha de ser salvado —ya que ahora está salvado sólo en esperanza, porque en esperanza fuimos salvados—, en este mundo, pues, que es la Iglesia, que sigue a Cristo, el Señor dice a todos: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo.

Este precepto no se refiere sólo a las vírgenes, con exclusión de las casadas; o a las viudas, excluyendo a las que viven en matrimonio; o a los monjes, y no a los casados; o a los clérigos, con exclusión de los laicos: toda la Iglesia, todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, de acuerdo con su función propia y específica, debe seguir a Cristo.

Sígale, pues, toda entera la Iglesia única, esta paloma y esposa redimida y enriquecida con la sangre del Esposo. En ella encuentra su lugar la integridad virginal, la continencia de las viudas y el pudor conyugal.

Todos estos miembros, que encuentran en ella su lugar, de acuerdo con sus funciones propias, sigan a Cristo; niéguense, es decir, no se vanagloríen; carguen con su cruz, es decir, soporten en el mundo por amor de Cristo todo lo que en el mundo les aflija. Amen a aquel que es el único que no traiciona, el único que no es engañado y no engaña; ámenle a él, porque es verdad lo que promete. Tu fe vacila porque sus promesas tardan. Mantente fiel, persevera, tolera, acepta la dilación: todo esto es cargar con la cruz.

 

COMÚN DE SANTAS MUJERES
 


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pedro 3, 1-6.8-17

Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor

Que las mujeres sean sumisas a los propios maridos para que, si incluso algunos no creen en la palabra, sean ganados no por palabras, sino por la conducta de sus mujeres, al considerar vuestra conducta casta y respetuosa.

Que vuestro adorno no esté en el exterior: en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios. Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios, siendo sumisas a sus maridos; así obedeció Sara a Abrahán, llamándole señor. De ella os hacéis hijas cuando obráis bien, sin tener ningún temor.

Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal'\ o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición. Porque, si uno ama la vida y quiere ver días felices, refrene su lengua del mal y sus labios de la falsedad; apártese del mal y obre el bien, busque la paz y corra tras ella, pues los ojos del Señor se fijan en los justos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal.

Y además, ¿quién podrá haceros daño si os dais con empeño a lo bueno? Dichosos vosotros si tenéis que sufrir por causa de la justicia; no les tengáis miedo ni os amedrentéis. Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.


Otra lectura:

Del libro de los Proverbios 31, 10-31

La mujer temerosa de Dios

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida.

Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Es como nave mercante que importa el grano de lejos. Todavía de noche se levanta para dar la comida a los criados.

Examina un terreno y lo compra, con lo que ganan sus manos planta un huerto. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Le saca gusto a su tarea y aun de noche no se apaga su lámpara. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca.

Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Si nieva, no teme por la servidumbre, porque todos los criados llevan trajes forrados. Confecciona mantas para su uso, se viste de lino y de holanda. En la plaza su marido es respetado, cuando se sienta entre los jefes de la ciudad. Teje sábanas y las vende, provee de cinturones a los comerciantes.

Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad. Vigila la conducta de sus criados, no come su pan de balde.

Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido proclama su alabanza: «Muchas mujeres reunieron riquezas, pero tú las ganas a todas».

Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.


SEGUNDA LECTURA

Se toma la más apropiada de entre las que se hallan en el común de santos varones, o bien, para una santa que vivió en el matrimonio:

Pío XII, Alocución a los recién casados (Discursos y radiomensajes, 11 marzo 1942: 3, 385-390)

La esposa es el sol de la familia

La esposa viene a ser como el sol que ilumina a la familia. Oíd lo que de ella dice la sagrada Escritura: Mujer hermosa deleita al marido, mujer modesta duplica su encanto. El sol brilla en el cielo del Señor; la mujer bella, en su casa bien arreglada.

Sí, la esposa y la madre es el sol de la familia. Es el sol con su generosidad y abnegación, con su constante prontitud, con su delicadeza vigilante y previsora en todo cuanto puede alegrar la vida a su marido y a sus hijos. Ella difunde en torno a sí luz y calor; y, si suele decirse de un matrimonio que es feliz cuando cada uno de los cónyuges, al contraerlo, se consagra a hacer feliz, no a sí mismo, sino al otro, este noble sentimiento e intención, aunque les obligue a ambos, es sin embargo virtud principal de la mujer, que le nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón; madurez que, si recibe amarguras, no quiere dar sino alegrías; si recibe humillaciones, no quiere devolver sino dignidad y respeto, semejante al sol que, con sus albores, alegra la nebulosa mañana y dora las nubes con los rayos de su ocaso.

La esposa es el sol de la familia con la claridad de su mirada y con el fuego de su palabra; mirada y palabra que penetran dulcemente en el alma, la vencen y enternecen y alzan fuera del tumulto de las pasiones, arrastrando al hombre a la alegría del bien y de la convivencia familiar, después de una larga jornada de continuado y muchas veces fatigoso trabajo en la oficina o en el campo o en las exigentes actividades del comercio y de la industria.

La esposa es el sol de la familia con su ingenua naturaleza, con su digna sencillez y con su majestad cristiana y honesta, así en el recogimiento y en la rectitud del espíritu como en la sutil armonía de su porte y de su vestir, de su adorno y de su continente, reservado y a la par afectuoso. Sentimientos delicados, graciosos gestos del rostro, ingenuos silencios y sonrisas, una condescendiente señal de cabeza, le dan la gracia de una flor selecta y sin embargo sencilla que abre su corola para recibir y reflejar los colores del sol.

¡Oh, si supieseis cuán profundos sentimientos de amor y de gratitud suscita e imprime en el corazón del padre de familia y de los hijos semejante imagen de esposa y de madre!


 

EVANGELIO: Mt 16, 24-27

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 96 (1.4.9: PL 38, 584. 586.588)

 

Sobre la vocación universal a la santidad

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena.

Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, me he mantenido en la senda penosa.Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.

¿Qué significa: Cargue con su cruz? Acepte todo lo que es molesto y sígame de esta forma. Cuando empiece a seguirme en mis ejemplos y preceptos, en seguida encontrará contradictores, muchos que intentarán prohibírselo, muchos que intentarán disuadirle, y los encontrará incluso entre los seguidores de Cristo. A Cristo acompañaban aquellos que querían hacer callar a los ciegos. Si quieres seguirle, acepta como cruz las amenazas, las seducciones y los obstáculos de cualquier clase; soporta, aguanta, mantente firme.

En este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado, mejor dicho, que ha de ser salvado —ya que ahora está salvado sólo en esperanza, porque en esperanza fuimos salvados—, en este mundo, pues, que es la Iglesia, que sigue a Cristo, el Señor dice a todos: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo.

Este precepto no se refiere sólo a las vírgenes, con exclusión de las casadas; o a las viudas, excluyendo a las que viven en matrimonio; o a los monjes, y no a los casados; o a los clérigos, con exclusión de los laicos: toda la Iglesia, todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, de acuerdo con su función propia y específica, debe seguir a Cristo.

Sígale, pues, toda entera la Iglesia única, esta paloma y esposa redimida y enriquecida con la sangre del Esposo. En ella encuentra su lugar la integridad virginal, la continencia de las viudas y el pudor conyugal.

Todos estos miembros, que encuentran en ella su lugar, de acuerdo con sus funciones propias, sigan a Cristo; niéguense, es decir, no se vanagloríen; carguen con su cruz, es decir, soporten en el mundo por amor de Cristo todo lo que en el mundo les aflija. Amen a aquel que es el único que no traiciona, el único que no es engañado y no engaña; ámenle a él, porque es verdad lo que promete. Tu fe vacila porque sus promesas tardan. Mantente fiel, persevera, tolera, acepta la dilación: todo esto es cargar con la cruz.

 

PARA LOS RELIGIOSOS


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 7--4, 1.4-9

Estad siempre alegres en el Señor

Hermanos: Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama en Cristo Jesús.

Los que somos maduros pensamos así. Y, si en algún punto pensáis de otro modo, Dios se encargará de aclararos también eso. En todo caso, seamos consecuentes con lo ya alcanzado.

Hermanos, seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Recomiendo a Evodia y lo mismo a Síntique que piensen lo mismo en el Señor; por supuesto, a ti en particular, leal compañero, te pido que las ayudes, pues ellas lucharon a mi lado por el Evangelio, con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.


Otra lectura:

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-24

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia
para la edificación del cuerpo de Cristo

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.

Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios, con el pensamiento a oscuras y ajenos a la vida de Dios; esto se debe a la inconsciencia que domina entre ellos por la obstinación de su corazón: perdida toda sensibilidad, se han entregado al vicio, dándose insaciablemente a toda clase de inmoralidad.

Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús; es decir, a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilía sobre los evangelios (Lib 2, hom. 36, 1113: PL 76, 1272-1274)

En el mundo, pero no del mundo

Quiero exhortaros a que dejéis todas las cosas, pero quiero hacerlo sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, al menos poseedlas de tal forma que por medio de ellas no seáis retenidos en el mundo. Vosotros debéis poseer las cosas terrenas, no ser su posesión; bajo el control de vuestra mente deben estar las cosas que tenéis, no suceda que vuestro espíritu se deje vencer por el amor de las cosas terrenas y, por ello, sea su esclavo.

Las cosas terrenas sean para usarlas, las eternas para desearlas; mientras peregrinamos por este mundo, utilicemos las cosas terrenas, pero deseemos llegar a la posesión de las eternas. Miremos de soslayo todo lo que se hace en el mundo; pero que los ojos de nuestro espíritu miren de frente hacia lo que poseeremos cuando lleguemos.

Extirpemos completamente nuestros vicios, no sólo de nuestras acciones, sino también de nuestros pensamientos. Que la voluptuosidad de la carne, la vana curiosidad y el fuego de la ambición no nos separen del convite eterno; al contrario, hagamos las cosas honestas de este mundo como de pasada, de tal forma que las cosas terrenas que nos causan placer sirvan a nuestro cuerpo, pero sin ser obstáculo para nuestro Espíritu.

No nos atrevemos, queridos hermanos, a deciros que dejéis todas las cosas. Sin embargo, si queréis, aun reteniendo las cosas temporales, podéis dejarlas, si las administráis de tal forma que vuestro espíritu tienda hacia las cosas celestiales. Porque usa del mundo, pero como si no usase de él, quien toma todas las cosas necesarias para el servicio de su vida, y, al mismo tiempo, no permite que ellas dominen su mente, de modo que las cosas presten su servicio desde fuera y no interrumpan la atención del espíritu, que tiende hacia las cosas eternas. Para los que así obran, las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino instrumento de utilidad. Que no haya, por lo tanto, nada que retarde el deseo de vuestro espíritu, y que no os veáis enredados en el deleite que las cosas terrenas procuran.

Si se ama el bien, que la mente se deleite en los bienes superiores, es decir, en los bienes celestiales. Si se teme el mal, que se piense en los males eternos, y así, recordando dónde está el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.

Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador entre Dios y los hombres; por su mediación obtendremos rápidamente todo, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

PARA LOS RELIGIOSOS


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 7--4, 1.4-9

Estad siempre alegres en el Señor

Hermanos: Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama en Cristo Jesús.

Los que somos maduros pensamos así. Y, si en algún punto pensáis de otro modo, Dios se encargará de aclararos también eso. En todo caso, seamos consecuentes con lo ya alcanzado.

Hermanos, seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Recomiendo a Evodia y lo mismo a Síntique que piensen lo mismo en el Señor; por supuesto, a ti en particular, leal compañero, te pido que las ayudes, pues ellas lucharon a mi lado por el Evangelio, con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.


Otra lectura:

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-24

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia
para la edificación del cuerpo de Cristo

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.

Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios, con el pensamiento a oscuras y ajenos a la vida de Dios; esto se debe a la inconsciencia que domina entre ellos por la obstinación de su corazón: perdida toda sensibilidad, se han entregado al vicio, dándose insaciablemente a toda clase de inmoralidad.

Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús; es decir, a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilía sobre los evangelios (Lib 2, hom. 36, 1113: PL 76, 1272-1274)

En el mundo, pero no del mundo

Quiero exhortaros a que dejéis todas las cosas, pero quiero hacerlo sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, al menos poseedlas de tal forma que por medio de ellas no seáis retenidos en el mundo. Vosotros debéis poseer las cosas terrenas, no ser su posesión; bajo el control de vuestra mente deben estar las cosas que tenéis, no suceda que vuestro espíritu se deje vencer por el amor de las cosas terrenas y, por ello, sea su esclavo.

Las cosas terrenas sean para usarlas, las eternas para desearlas; mientras peregrinamos por este mundo, utilicemos las cosas terrenas, pero deseemos llegar a la posesión de las eternas. Miremos de soslayo todo lo que se hace en el mundo; pero que los ojos de nuestro espíritu miren de frente hacia lo que poseeremos cuando lleguemos.

Extirpemos completamente nuestros vicios, no sólo de nuestras acciones, sino también de nuestros pensamientos. Que la voluptuosidad de la carne, la vana curiosidad y el fuego de la ambición no nos separen del convite eterno; al contrario, hagamos las cosas honestas de este mundo como de pasada, de tal forma que las cosas terrenas que nos causan placer sirvan a nuestro cuerpo, pero sin ser obstáculo para nuestro Espíritu.

No nos atrevemos, queridos hermanos, a deciros que dejéis todas las cosas. Sin embargo, si queréis, aun reteniendo las cosas temporales, podéis dejarlas, si las administráis de tal forma que vuestro espíritu tienda hacia las cosas celestiales. Porque usa del mundo, pero como si no usase de él, quien toma todas las cosas necesarias para el servicio de su vida, y, al mismo tiempo, no permite que ellas dominen su mente, de modo que las cosas presten su servicio desde fuera y no interrumpan la atención del espíritu, que tiende hacia las cosas eternas. Para los que así obran, las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino instrumento de utilidad. Que no haya, por lo tanto, nada que retarde el deseo de vuestro espíritu, y que no os veáis enredados en el deleite que las cosas terrenas procuran.

Si se ama el bien, que la mente se deleite en los bienes superiores, es decir, en los bienes celestiales. Si se teme el mal, que se piense en los males eternos, y así, recordando dónde está el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.

Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador entre Dios y los hombres; por su mediación obtendremos rápidamente todo, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


 

PARA LOS QUE HAN CONSAGRADO SU VIDA
A UNA ACTIVIDAD ASISTENCIAL

 

Todo como en el común de santos varones, o de santas mujeres, excepto lo siguiente.


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 31--13, 13

Excelencias del amor

Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.

El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.

Cuando yo era niño hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.

Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.


Otra lectura:

De la primera carta del apóstol san Juan 4, 7-21

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios

Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero.

Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 15, sobre la carta a los Romanos (6: PG 60, 547-548)

Cristo nos recomienda la misericordia

Dios nos entregó a su Hijo; tú, en cambio, no eres capaz siquiera de dar un pan al que se entregó por ti a la muerte.

El Padre, por amor a ti, no perdonó a su propio Hijo; tú, en cambio, desprecias al hambriento viéndolo desfallecer de hambre, y no lo socorres ni a costa de unos bienes que son suyos y que, al darlos, redundarían en beneficio tuyo.

¿Existe maldad peor que ésta? El Señor fue entregado por ti, murió por ti, anduvo hambriento por ti; cuando tú das, das de lo que es suyo, y tú mismo te beneficias de tu don; pero ni siquiera así te decides a dar.

Son más insensibles que las piedras los que, a pesar de todo esto, perseveran en su diabólica inhumanidad. Cristo no se contentó con padecer la cruz y la muerte, sino que quiso también hacerse pobre y peregrino, ir errante y desnudo, quiso ser arrojado en la cárcel y sufrir las debilidades, para lograr de ti la conversión.

Si no te sientes obligado ante lo que yo he sufrido por ti, compadécete, por lo menos, ante mi pobreza. Si no quieres compadecerte de mi pobreza, déjate doblegar, al menos, por mi debilidad y mi cárcel. Si ni esto te lleva a ser humano, accede, al menos, ante la pequeñez de lo que se te pide. No te pido nada extraordinario, sino tan sólo pan, techo y unas palabras de consuelo.

Si, aun después de todo esto, sigues inflexible, que te mueva, al menos, el premio que te tengo prometido: el reino de los cielos; ¿ni eso tomarás en consideración?

Déjate, por lo menos, ablandar por tus sentimientos naturales cuando veas a un desnudo, y acuérdate de la desnudez que, por ti, sufrí en la cruz; esta misma desnudez la contemplas ahora cuando ves a tu prójimo pobre y desnudo.

Como entonces estuve encarcelado por ti, así también ahora estoy encarcelado en el prójimo, para que una u otra consideración te conmueva, y me des un poco de tu compasión. Por ti ayuné, y ahora nuevamente paso hambre; en la cruz tuve sed, y ahora tengo sed nuevamente en la persona de los pobres; así, por uno u otro motivo, intento atraerte hacia mí y hacerte compasivo para tu propia salvación.

Ante tantos beneficios, te ruego que me correspondas; no te lo exijo como si se tratara de una deuda, sino que quiero premiártelo como si fueras un donante, y, a cambio de cosas tan pequeñas, prometo darte todo un reino.

No te digo: «Remedia mi pobreza»; ni tampoco: «Entrégame tus riquezas, ya que por ti me he hecho pobre», sino que te pido únicamente pan, vestido y un poco de consuelo en mi gran necesidad.

Si estoy arrojado en la cárcel, no te obligo a que rompas mis cadenas y consigas mi libertad, sino que te pido únicamente que vengas a visitarme, pues estoy encarcelado por tu causa; esto será suficiente para que, por ello, te dé el cielo. Aunque yo te liberé de cadenas pesadísimas, me daré por satisfecho con que me visites en la cárcel.

Podría, ciertamente, premiarte sin necesidad de pedirte todo esto, pero quiero ser tu deudor para que así esperes el premio con mayor confianza.


EVANGELIO: Mt 25, 31-46

HOMILÍA

San León Magno, Tratado 10 sobre las colectas (2: CCL 138, 4144)

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia

Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y se sentare en el trono de su gloria, y, reunidas todas las naciones, se hiciere la separación de buenos y malos, ¿cuál será el criterio por el que se alabará a los situados a la derecha sino las obras de misericordia y los servicios de caridad que Jesucristo considerará como hechos a él mismo? Pues el que hizo suya la naturaleza del hombre, en nada se distinguió de la humilde condición humana. ¿Y qué se les reprochará a los situados a la izquierda sino haber descuidado el amor, su inhumana crueldad y haber rehusado la misericordia a los pobres? ¡Como si los de la derecha no tuvieran otras virtudes, ni otras ofensas los de la izquierda! Pero es que a la hora de este grande y supremo juicio se valorará tanto la generosa benevolencia y la tenaz impiedad que, considerando a la una como la plenitud de todas las virtudes y a la otra como la suma de todas las maldades cometidas, por esta única forma de bien los unos serán introducidos en el reino, y por esta única forma de mal serán enviados los otros al fuego eterno.

Que nadie, pues, amadísimos, se ufane de los menguados méritos de una vida buena, si le faltaren las obras de caridad; ni se refugie en la falsa seguridad de su pureza corporal, quien no busca su purificación en la limosna. La limosna borra el pecado, mata la muerte y extingue la pena del fuego eterno. Pero quien estuviere desprovisto del fruto de la limosna, tampoco podrá acogerse ala indulgencia del remunerador, pues dice Salomón: Quien cierra los oídos al clamor del necesitado, no será escuchado cuando grite. Por eso, Tobías decía a su hijo, inculcándole los preceptos de la piedad: Da limosna de tus bienes, y no seas tacaño. Si ves un pobre, no vuelvas el rostro, y Dios no apartará su rostro de ti. Esta virtud hace útiles todas las demás virtudes: su maridaje vivifica a la misma fe, de la que el justo vive, y que, si no tiene obras, es considerada muerta: pero si es verdad que la fe es la razón de ser de las obras, no lo es menos que las obras son la fuerza de la fe. Por lo cual, como dice el Apóstol,mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos.

La vida presente es tiempo de siembra, y el día de la retribución es tiempo de recolección, cuando cada cual percibirá una cosecha proporcionada a la cantidad de la siembra. Nadie quedará defraudado del rendimiento de esta mies, pues allí se atenderá tanto al volumen de las cotizaciones como a la calidad de las intenciones; de modo que se equipararán los pequeños donativos procedentes de escasas fortunas y los suntuosos de fortunas inmensas.

En consecuencia, amadísimos, acatemos lo establecido por los Apóstoles. Y como el próximo domingo tendrá lugar la colecta, disponeos a la voluntaria devoción, para que cada cual coopere, según sus posibilidades, a la sacratísima oblación. Vuestras mismas limosnas serán una plegaria en favor vuestro, lo mismo que aquellos a quienes ayudaréis con vuestra generosidad. Así estaréis disponibles para toda buena iniciativa, en Cristo Jesús, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.


 


OFICIO DE DIFUNTOS
 

PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 35-57

La resurrección de los muertos y la venida del Señor

Hermanos: Alguno preguntará: «¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán?» ¡Necio! Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere. Y, al sembrar, no siembras lo mismo que va a brotar después, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de otra planta. Es Dios quien le da la forma que a él le pareció, a cada semilla la suya propia. Todas las carnes no son lo mismo; una cosa es la carne del hombre, otra la del ganado, otra la carne de las aves y otra la de los peces. Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres, y una cosa es el resplandor de los celestes y otra el de los terrestres. Hay diferencia entre el resplandor del sol, el de la luna y el de las estrellas; y tampoco las estrellas brillan todas lo mismo.

Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: "El primer hombre, Adán, fue un ser animado". El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después.

El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales.

Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Quiero decir,hermanos, que esta carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni lo ya corrompido, heredar la incorrupción.

Os voy a declarar un misterio: No todos moriremos, pero todos nos veremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la última trompeta; porque resonará, y los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados. Porque esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!


Otra lectura:

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 12-34

La resurrección de Cristo, esperanza de los creyentes

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo.

Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.

Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies. Pero, al decir que lo ha sometido todo, es evidenteque excluye al que le ha sometido todo. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.

De no ser así, ¿qué van a sacar los que se bautizan por los muertos? Si decididamente los muertos no resucitan, ¿a qué viene bautizarse por ellos? ¿A qué viene que nosotros estemos en peligro a todas horas? No hay día que no esté yo al borde de la muerte, tan verdad como el orgullo que siento por vosotros, hermanos, en Cristo Jesús, Señor nuestro. Si hubiera tenido que luchar con fieras en Éfeso por motivos humanos, ¿de qué me habría servido? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.

Dejad de engañaros: malas compañías estragan buenas costumbres. Sacudíos la modorra, como es razón, y dejad de pecar. Ignorancia de Dios es lo que algunos tienen; os lo digo para vuestra vergüenza.


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Antioquía, Sermón 5 sobre la resurrección de Cristo (6-7.9: PG 89, 1358-1359.1361-1362)

Cristo transformará nuestro cuerpo humilde

Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Pero, no obstante, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Los muertos, por tanto, que tienen como Señor al que volvió a la vida, ya no están muertos, sino que viven, y la vida los penetra hasta tal punto que viven sin temer ya a la muerte.

Como Cristo que, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, así ellos también, liberados de la corrupción, no conocerán ya la muerte y participarán de la resurrección de Cristo, como Cristo participó de nuestra muerte.

Cristo, en efecto, no descendió a la tierra sino para destrozar las puertas de bronce y quebrar los cerrojos de hierro, que, desde antiguo, aprisionaban al hombre, y para librar nuestras vidas de la corrupción y atraernos hacia él, trasladándonos de la esclavitud a la libertad.

Si este plan de salvación no lo contemplamos aún totalmente realizado –pues los hombres continúan muriendo, y sus cuerpos continúan corrompiéndose en los sepulcros—, que nadie vea en ello un obstáculo para la fe. Que piense más bien cómo hemos recibido ya las primicias de los bienes que hemos mencionado y cómo poseemos ya la prenda de nuestra ascensión a lo más alto de los cielos, pues estamos ya sentados en el trono de Dios, junto con aquel que, como afirma san Pablo, nos ha llevado consigo a las alturas; escuchad, si no, lo que dice el Apóstol: Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

Llegaremos a la consumación cuando llegue el tiempo prefijado por el Padre, cuando, dejando de ser niños, alcancemos la medida del hombre perfecto. Así le agradó al Padre de los siglos, que lo determinó de esta forma para que no volviéramos a recaer en la insensatez infantil, y no se perdieran de nuevo sus dones.

Siendo así que el cuerpo del Señor resucitó de una manera espiritual, ¿será necesario insistir en que, como afirma san Pablo de los otros cuerpos, se siembra un cuerpo animal, pero resucita un cuerpo espiritual, es decir, transfigurado como el de Jesucristo, que nos ha precedido con su gloriosa transfiguración?

El Apóstol, en efecto, bien enterado de esta materia, nos enseña cuál sea el futuro de toda la humanidad, gracias a Cristo, el cual transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Si, pues, esta transfiguración consiste en que el cuerpo se torna espiritual, y este cuerpo es semejante al cuerpo glorioso de Cristo, que resucitó con un cuerpo espiritual, todo ello no significa sino que el cuerpo, que fue sembrado en condición humilde, será transformado en cuerpo glorioso.

Por esta razón, cuando Cristo elevó hasta el Padre las primicias de nuestra naturaleza, elevó ya a las alturas a todo el universo, como él mismo lo había prometido al decir: Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.


Otra lectura:

San Braulio de Zaragoza, Carta 19 (PL 80, 665-666)

Cristo resucitado, esperanza de todos los creyentes

Cristo, esperanza de todos los creyentes, llama durmientes, no muertos, a los que salen de este mundo, ya que dice: Lázaro, nuestro amigo, está dormido.

Y el apóstol san Pablo quiere que no nos entristezcamos por la suerte de los difuntos, pues nuestra fe nos enseña que todos los que creen en Cristo, según se afirma en el Evangelio, no morirán para siempre: por la fe, en efecto, sabemos que ni Cristo murió para siempre ni nosotros tampoco moriremos para siempre.

Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá de cielo, y los muertos en Cristo resucitarán.

Así, pues, debe sostenemos esta esperanza de la resurrección, pues los que hemos perdido en este mundo los volveremos a encontrar en el otro; es suficiente que creamos en Cristo de verdad, es decir, obedeciendo sus mandatos, ya que es más fácil para él resucitar a los muertos que para nosotros despertar a los que duermen. Mas he aquí que, por una parte, afirmamos esta creencia y, por otra, no sé por qué profundo sentimiento, nos refugiamos en las lágrimas, y el deseo de nuestra sensibilidad hace vacilar la fe de nuestro espíritu. ¡Oh miserable condición humana y vanidad de toda nuestra vida sin Cristo!

¡Oh muerte, que separas a los que estaban unidos y, cruel e insensible, desunes a los que unía la amistad! Tu poder ha sido ya quebrantado. Ya ha sido roto tu cruel yugo por aquel que te amenazaba por boca del profeta Oseas: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! Por esto podemos apostrofarte con las palabras del Apóstol: ¿Dónde está muerte, tu victoria?¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

El mismo que te ha vencido a ti nos ha redimido a nosotros, entregando su vida en poder de los impíos para convertir a estos impíos en amigos suyos. Son ciertamente muy abundantes y variadas las enseñanzas que podemos tomar de las Escrituras santas para nuestro consuelo. Pero bástanos ahora la esperanza de la resurrección y la contemplación de la gloria de nuestro Redentor, en quien nosotros, por la fe, nos consideramos ya resucitados, pues, como afirma el Apóstol: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.

No nos pertenecemos, pues, a nosotros mismos, sino a aquel que nos redimió, de cuya voluntad debe estar siempre pendiente la nuestra, tal como decimos en la oración: Hágase tu voluntad. Por eso, ante la muerte, hemos de decir como Job: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor. Repitamos, pues, ahora estas palabras de Job, y así, siendo iguales a él en este mundo, alcanzaremos después, en el otro, un premio semejante al suyo.
 

EVANGELIO: Jn 14, 1-6

HOMILÍA

Beato Ogerio de Lucedio, Sermón 6, sobre las palabras del Señor en la última cena (56: PL 184, 904-905)

 

Apareceré para juzgar, y os aposentaré en aquellas 
estancias a fin de que allí estéis conmigo para siempre

Vosotros reinaréis conmigo en la vida eterna, donde hay muchas estancias, es decir, multitud de grados de gloria, pues allí uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas. La casa de Dios Padre es esta: su predestinación y presciencia. En esta casa, cada uno de los elegidos dispone de su propia estancia, de acuerdo con el denario consignado, que es el mismo para todos: este denario indica la duración de la vida en la eternidad, duración única para todos, sin diferencia alguna.

O también: la casa de mi Padre es el templo de Dios, el reino de Dios, esto es, los hombres justos, entre los cuales existen múltiples diferencias. Y éstas son las estancias de la misma casa, es decir, aquellos grados de gloria que están preparados en la predestinación, como dice el Apóstol: El nos eligió antes de crear el mundo por la predestinación; pero dichos grados de gloria hay que esperarlos activamente. Por eso dice el Apóstol: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó. Palabras que sintonizan con aquellas del Señor: Si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.

El sentido es éste: En la casa de mi Padre son diversos los premios de los méritos. Pero como allí los puestos son asignados por la predestinación, no es necesario que yo prepare estas estancias. Y como todavía no son una realidad, por eso añade: Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Que es como si dijera: En la casa de mi Padre tenéis un puesto por la predestinación; pero me voy al Padre y os los prepararé con el concurso de vuestras obras. En la casa de mi Padre tenéis una eterna morada, sólo que ya no podéis tomar posesión de ella si no es a través de un trabajo personal a fondo. En la casa de mi padre disponéis de estancias en función únicamente de la gracia y el don de Dios, pero quiero que las tengáis en adelante también por mí.

Me alejo de vosotros según la divinidad, y os prepararé, según la humanidad, aquella inefable bienaventuranza que preparé para vosotros desde la creación del mundo según la divinidad. No podéis en modo alguno disfrutar de aquellos inefables gozos de vida perenne, si antes no soy despojado de la carne y nuevamente revestido de la misma carne. Subiré al cielo y os enviaré el Espíritu Santo, que os enseñe a manifestar con las obras vuestro reconocimiento, de modo que recibáis también con el concurso de vuestros méritos aquel reino de la felicidad eterna, al cual estáis predestinados.

Diariamente prepara el Señor Jesús a sus fieles un sitio, al recordar a su Padre que su carne padeció por la salvación del género humano; y así, el lugar que por su divinidad nos había preparado, nos lo otorga ahora por su humanidad. Cada vez que hacemos una obra buena: ayunando, orando, leyendo, meditando, llorando por nuestros pecados o por el deseo de ver a Cristo, visitando al enfermo, dando de comer al hambriento, u otras obras buenas que sería largo enumerar, día a día se nos va preparando aquella feliz mansión en el cielo, por aquel que dijo: Sin mí no podéis hacer nada. Pero sólo entonces nos introducirá en aquellas dichosísimas moradas, si cuando viniere a dar a cada uno según sus obras, hallare que hemos vivido en su fe y en su amor. Es exactamente lo que dice: Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Que es como si dijera: apareceré para juzgar, y os aposentaré en aquellas estancias, a fin de que allí estéis conmigo para siempre. ¡Oh inmensa, oh dichosa felicidad, vivir con Cristo!

Otro evangelio:

EVANGELIO: Jn 5, 21-29

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 19 sobre el evangelio de san Juan, (15-16: CCL 36, 198-199)

La resurrección de los muertos

No guardes silencio, Señor, sobre la resurrección de la carne, no sea que los hombres no crean en ella, y nosotros de predicadores nos convirtamos en razonadores.

Porque igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Entiendan los que oyen, crean para que entiendan, obedezcan para que vivan. Escuchen todavía otro texto, para que no piensen que aquí se acaba la resurrección. Y le ha dado potestad para juzgar. ¿Quién? El Padre. ¿A quién se lo dio? Al Hijo. Pues al que le dio poder disponer de la vida, le dio asimismo potestad para juzgar. Porque es el Hijo del hombre. Cristo en efecto es Hijo de Dios e Hijo del hombre. En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Mira cómo le dio poder disponer de la vida. Pero como la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, hecho hombre de María Virgen, es Hijo del hombre. ¿Y qué es lo qué recibió por ser Hijo del hombre? Potestad para juzgar. ¿En qué juicio? En el juicio final; entonces tendrá lugar la resurrección de los muertos, pero sólo de los cuerpos, pues las almas las resucita Dios por medio de Cristo, Hijo de Dios. Los cuerpos los resucita Dios, por el mismo Cristo, Hijo del hombre. Le ha dado potestad. No tendría esta potestad de no haberla recibido, y sería un hombre sin potestad. Pero el Hijo del hombre es al mismo tiempo Hijo de Dios.

A propósito de la resurrección de los cuerpos, escuchad ahora no a mí, sino al Señor que nos va a hablar con ocasión de los que resucitaron surgiendo de la muerte, adhiriéndose a la vida. ¿A qué vida? A la vida que no conoce la muerte. ¿Por qué no conoce la muerte? Porque dispone de la vida. Y le ha dado potestad para juzgar, porque es el Hijo del hombre. ¿Con qué tipo de juicio? No os sorprenda esto porque ha dicho: le ha dado potestad para juzgar. Porque viene la hora. No añadió: y ya está aquí; pues quiere insinuar una hora cualquiera al final de los tiempos. Ahora es el momento de resucitar los muertos, la hora del fin del mundo es el momento de resucitar los muertos: pero que ahora resuciten en el espíritu, entonces en la carne; resuciten ahora en el espíritu por medio del Verbo de Dios Hijo de Dios; resuciten entonces en la carne por medio del Verbo de Dios hecho carne, Hijo del hombre.

El Padre no vendrá para juzgar a vivos y muertos, y sin embargo el Padre no se separa del Hijo. ¿En qué sentido no vendrá, pues? Pues en el sentido de que no se le verá en el juicio. Mirarán al que traspasaron. El juez se presentará en la misma forma en que fue presentado al juez; juzgará en la misma forma en que fue juzgado; fue juzgado inicuamente, juzgará justamente. Vendrá en la condición de siervo y como tal aparecerá. ¿Cómo podría aparecerse en su condición de Dios a justos e inicuos? Si el juicio se celebrara únicamente para los justos, como a justos Dios se les aparecería en condición de tal; pero como el juicio es para justos e inicuos, no parece conveniente que los inicuos vean a Dios, pues dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. El juez aparecerá en forma tal, que pueda ser visto tanto por aquellos a quienes va a coronar, como por aquellos a quienes va a condenar. Aparecerá la forma de siervo, permanecerá oculta la forma de Dios.

El Hijo de Dios estará oculto en el siervo, y aparecerá el Hijo del hombre, pues le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. Y como quiera que él aparecerá sólo en la condición de siervo y el Padre no aparecerá, pues no se revistió de la forma de siervo, por eso decía hace un momento: El Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos.


Para el Tiempo pascual:

EVANGELIO: Jn 6, 37-40

HOMILÍA

San Odilón de Cluny, Sermón 5 (PL 142, 1004-1005)

 

Cristo resucitó para que no dude el cristiano
de la propia resurrección

La resurrección de los muertos, prometida por Dios, es para los cristianos motivo de inquebrantable confianza. La ha prometido la Verdad, y la Verdad no puede mentir. Verdadera es, pues, la promesa que, de la resurrección de los cuerpos, nos ha hecho la Verdad, pues la Verdad que no sabe de mentiras, no puede menos de cumplir todo lo que ha prometido. Y para que tuviéramos absoluta certeza de la futura resurrección de los cuerpos, el mismo Señor se ha dignado darnos una prueba en su propio cuerpo. Resucitó Cristo para que no dude el cristiano de la propia resurrección. Lo que ya tuvo lugar en la cabeza, se cumplirá en el cuerpo.

Pero debemos saber, amadísimos hermanos, que existen dos muertes y dos resurrecciones. Se habla de muerte primera y se habla de muerte segunda. Pues bien: la muerte primera comprende dos partes: una por la que el alma pecadora se aparta por la culpa de su Creador, y otra por la que la sentencia de Dios pronuncia la separación de alma y cuerpo como pena por el pecado. Por su parte, la muerte segunda consiste en la misma muerte del cuerpo y el castigo eterno del alma. Por la muerte primera, el alma tanto del hombre bueno como del malo, es temporalmente separada del cuerpo. Por la muerte segunda, el alma, pero sólo del hombre malo, es eternamente atormentada junto con su cuerpo.

Una y otra muerte pendía sobre todo hombre, porque el pecado de la naturaleza, al ser hereditario, culpabilizaba a toda la estirpe. Vino el Hijo de Dios, inmortal y justo, y para morir por nosotros, tomó nuestra carne mortal. En esta carne, él que no podía tener pecado personal, sufrió sin culpa suya el suplicio de nuestro pecado. Así pues, el Hijo de Dios aceptó por nosotros la segunda parte de la muerte primera, es decir, la muerte de sólo el cuerpo, y con ella nos libró del dominio del pecado y de la pena eterna. Esto es lo que ahora opera Cristo en el mundo por su misericordia, con aquellos a quienes exhorta a vivir bien, haciéndoles el don de la fe para que crean rectamente y otorgándoles la caridad para que se entreguen gustosamente a las obras buenas. En el último día, el Señor se dignará resucitarlos corporalmente, para concederles la bienaventuranza eterna.

Resucitados en el alma por la fe, vivamos, amadísimos hermanos, con justicia para poder resucitar también en el cuerpo a aquella eterna alegría. Saboreemos el don de la primera resurrección con que Cristo nos ha gratificado, para que, cuando resucitemos en el cuerpo, merezcamos reinar para siempre con nuestro Salvador; entonces la muerte será absorbida en la victoria y a los fieles se les dará la vida verdadera y la verdadera alegría, cuando el mismo Dios todopoderoso, en atención a los méritos de la fe y de las buenas obras, dará a sus fieles el reino de los cielos. El que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.


 

Todo como en el común de santos varones, o de santas mujeres, excepto:


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 59, sobre el evangelio de san Mateo (PG 58, 580.584)

Tenemos que preocuparnos del bien de los niños

Cuando el Señor dice: Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial, y: Yo para esto he venido, y: Ésta es la voluntad de mi Padre, quiere estimular, con estas afirmaciones, la diligencia de los responsables de la educación de los niños.

¿Te fijas cómo los protege, amenazando con castigos intolerables a quienes los escandalicen, y prometiendo premios admirables a los que les sirvan y se preocupen de ellos, confirmando esto con su propio ejemplo y el de su Padre? Imitémosle, pues, poniéndonos al servicio de nuestros hermanos sin rehusar ningún esfuerzo, por laborioso o humilde que nos parezca, sin negarnos siquiera a servirles si es necesario, por pequeños y pobres que sean; y ello aunque nos cueste mucho, aunque tengamos que atravesar montes y precipicios; todo hay que soportarlo por la salvación de nuestros hermanos. Pues Dios tiene tanto interés por las almas que ni siquieraperdonó a su propio Hijo. Por eso os ruego que, así que salgamos de casa a primera hora de la mañana, nuestro único objetivo y nuestra preocupación primordial sea la de ayudar al que está en peligro.

Nada hay, en efecto, de tanto valor como el alma: Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su alma? Ahora bien, el amor de las riquezas pervierte y arruina todos los valores, destruye el temor de Dios ytoma posesión del alma como un tirano que ocupa una plaza fuerte. Descuidamos, pues, nuestra salvación y la de nuestros hijos cuando nos preocupamos solamente de aumentar nuestras riquezas, para dejarlas luego a nuestros hijos, y éstos a los suyos, y así sucesivamente, convirtiéndonos de esta manera más en transmisores de nuestros bienes que en sus poseedores ¡Qué gran tontería es esta, que convierte a los hijos en algo menos importante que los siervos!

¿Y qué digo de los siervos? Cuidamos menos de los hijos que de los animales, ya que nos preocupamos más de los asnos y de los caballos que de los hijos. Si alguien posee un mulo, se preocupa mucho en conseguirle un buen mozo de cuadra, que sea honrado, que no sea ladrón ni dado al vino, que tenga experiencia de su oficio; pero, si se trata de buscar un maestro para nuestro hijo, aceptamos al primero que se nos presenta, sin preocuparnos de examinarlo, y no tenemos en cuenta que la educación es el más importante de los oficios.

¿Qué oficio se puede comparar al de gobernar las almas y formar la mente y el carácter de los jóvenes? El que tiene cualidades para este oficio debe usar de una diligencia mayor que cualquier pintor o escultor. Pero nosotros, por el contrario, no nos preocupamos de este asunto, y nos contentamos con esperar que aprendan a hablar, y esto lo deseamos para que así sean capaces de amontonar riquezas. En efecto, si queremos que aprendan el lenguaje no es para que hablen correctamente, sino para que puedan enriquecerse, de tal forma que, si fuera posible enriquecerse sin tener que hablar, tampoco nos preocuparíamos de esto.

¿Veis cuán grande es la tiranía de las riquezas? ¿Os fijáis cómo todo lo domina y cómo arrastra a los hombre donde quiere como si fuesen esclavos maniatados? Pero ¿qué provecho obtengo yo de todas estas recriminaciones

Con mis palabras ataco la tiranía de las riquezas, mas en la práctica, es esta tiranía y no mis palabras la que vence. Mas a pesar de todo no dejaré de censurarla con mis palabras y, si con ello algo consigo, será una ganancia para vosotros y para mí. Pero, si vosotros perseveráis en vuestro amor a las riquezas, yo, por mi parte, habré cumplido con mi deber.

El Señor os conceda liberaros de esta enfermedad, y así me conceda a mí poder gloriarme en vosotros. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.