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LECTIO DIVINA

PROPIO DE LOS SANTOS (ENERO-JUNIO)

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

Lectio diaria

Oraciones

Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

Oficio de Lecturas

 

Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno (2 de enero) San Raimundo de Peñafort (7 de enero) San Antonio Abad (17 de enero)
Santa Inés (21 de enero) San Francisco de Sales (24 de enero) Conversión de san Pablo (25 de enero)
Santos Timoteo y Tito (26 de enero) Santa Angela de Mérici (27 de enero) Santo Tomás de Aquino (28 de enero)
San Juan Bosco (31 de enero) Presentación del Señor (2 de febrero) San Blas (3 de febrero)
Santa Águeda (5 de febrero) San Pablo Miki y compañeros (6 de febrero) Santa Escolástica (10 de febrero)
Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero) Santos Cirilo y Metodio (14 de febrero) Siete santos fundadores (17 de febrero)
Cátedra de san Pedro (22 de febrero) San Policarpo (23 de febrero) Santas Perpetua y Felicidad (7 de marzo)
San Juan de Dios (8 de marzo) San Patricio, obispo (17 de marzo) San José (19 de marzo)
Santo Toribio de Mogrovejo (23 de marzo) Anunciación del Señor (25 de marzo) San Vicente Ferrer (5 de abril)
San Juan Bautista de la Salle (7 de abril) San Anselmo (21 de abril) San Jorge (23 de abril)
San Marcos (25 de abril) San Isidoro de Sevilla (26 de abril) Santa Catalina de Siena (29 de abril)
San José, obrero (1 de mayo) San Atanasio (2 de mayo) Santos Felipe y Santiago (3 de mayo)
Santo Domingo Savio (6 de mayo) San Juan de Ávila (10 de mayo) San Matías (14 de mayo)
San Felipe Neri (26 de mayo) Visitación de la Virgen María (31 de mayo) San Justino (1 de junio)
San Carlos Lwanga y compañeros (3 de junio) San Bernabé (11 de junio) San Antonio de Padua (13 de junio)
San Luis Gonzaga (21 de junio) Santo Tomás Moro (22 de junio) Natividad de san Juan Bautista (24 de junio)
San Ireneo de Lyon (28 de junio) San Pedro y san Pablo (29 de junio)  

 

 

1. El misterio de la vida humana

 

        Nos encontramos viviendo en un segmento limitado de la historia y quisiéramos saber qué sentido tiene nuestro vivir en el interior del mismo, a qué conduce. Vivimos a diario la experiencia de que nuestra vida no es un hecho estático, repetitivo, siempre igual a sí mismo, un fenómeno ya catalogado y encerrado en fórmulas y reglas obligadas. Hasta la vida más rutinaria, hasta el sucederse siempre igual de rostros, gestos, cosas, itinerarios, hasta el anónimo repetirse de encuentros, intercambios, demandas y ofertas, puede abrirse cada día a sentidos más recónditos, siempre nuevos. Nos damos cuenta de ello cada vez que celebramos la fiesta de un santo. Al leer su vida a la luz de la Palabra de Dios, aprendemos a leer nuestra propia vida, descubrimos el secreto del vivir cotidiano.

        Vemos que en la cotidianidad se oculta y a menudo surge una novedad insospechada, que la vida no se improvisa o se produce al azar, ni puede reducirse a respetar unas costumbres más o menos autoritarias. El santo nos da testimonio de que la vida consiste en responder a las provocaciones que día tras día nos llegan al corazón y a la mente; es deseo de «existir» en este mundo, en un mundo original y, al mismo tiempo, útil y constructivo; es también superación de lo contingente e invocación-presentimiento del futuro, de lo eterno.

 

 

2. El misterio de la vida en Cristo,proclamado en el leccionario de los santos

 

El leccionario para las celebraciones de los santos

        La Palabra de Dios nos ayuda a interpretar correctamente la vida de los santos, nos hace descubrir la fecundidad de la Palabra evangélica sembrada en un terreno bueno, meditada en un corazón bien dispuesto. La vida de los sanios, leída a la luz de la Palabra de Dios con el estilo de la «meditación» propio de la Madre de Jesús, nos ilumina y nos habla de un modo absolutamente particular: se vuelve, en cierto modo, Palabra de Dios para nosotros hoy.

 

Las ideas-guías del leccionario

        A través del leccionario, elaborado según las indicaciones de la constitución litúrgica del Vaticano II, nos ponemos a la escucha de la Palabra de Dios y somos guiados de una manera progresiva, antes que nada, a contemplar con alegría a la Madre de Dios, a verla «unida con un lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo», a contemplarla como «el fruto más espléndido de la Redención», «como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC 103). Las múltiples lecturas de las celebraciones de los santos nos llevan, a continuación, a proclamar «las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles» (SC 111). Veamos, pues, de una manera más detallada las características de las lecturas de este leccionario.

 

Las lecturas para las celebraciones de la bienaventurada Virgen María

        Para las celebraciones marianas nos referimos a las lecturas bíblicas de la colección de Misas de la bienaventurada Virgen. Éstas constituyen un amplio y variado repertorio, que se ha ido formando a lo largo de los

siglos, con la aportación de las experiencias de las comunidades eclesiales, tanto antiguas como de nuestro tiempo. «En este "repertorio bíblico" se pueden distinguir tres géneros de lecturas:

1) lecturas del Nuevo y del Antiguo Testamento que contemplan directamente la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María o contienen profecías que se refieren a ella;

2) lecturas del Antiguo Testamento que son aplicadas a santa María desde la antigüedad. En efecto, las sagradas Escrituras, tanto de la antigua como de la nueva Alianza, han sido contempladas por los santos Padres como un conjunto único, lleno del misterio de Cristo y de la Iglesia; por este motivo, algunos hechos, figuras o símbolos del Antiguo Testamento prefiguran o evocan de modo admirable la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María, gloriosa hija de Sión y Madre de Cristo;

3) lecturas del Nuevo Testamento que no se refieren directamente a la bienaventurada Virgen, pero que se proponen para la celebración de su memoria, a fin de poner de manifiesto que en santa María, la primera y perfecta discípula de Cristo, resplandecen de modo extraordinario las virtudes -la fe, la esperanza, la humildad, la misericordia, la pureza del corazón...- que son exaltadas en el Evangelio».

 

Las lecturas piara las celebraciones de los santos

        Para las celebraciones de los santos, el leccionario nos propone una doble serie de lecturas:

1) la primera serie -Propio de los santos- contiene las lecturas propias para las solemnidades, las fiestas o las memorias, de algunos santos, lecturas particularmente adecuadas para una celebración dada.

2) la segunda serie -Común de los santos-, más amplia que la precedente, recoge los textos bíblicos mas adecuados para los diferentes órdenes de santos (mártires, pastores, vírgenes, etc.) y otros muchos textos, con referencia a la santidad en general. Estos textos se pueden usar a voluntad cuando, por faltar lecturas propias, se remite al común.

        Las lecturas están dispuestas en el orden en el que son proclamadas: primero, los textos del Antiguo Testamento; a continuación, los del apóstol; después, los salmos y los versículos interleccionales, y, por último, los evangelios. Esta disposición de los textos ha sido adoptada para reafirmar y facilitar, salvo indicación diferente, la facultad de elegir por parte del celebrante, teniendo presente las necesidades pastorales de la asamblea que participa en la misa.

 

3. El misterio de la vida de Cristo, celebrado en la liturgia

 

Cuando la Palabra de Dios resuena en una celebración de los santos,

- se proclama la realización del misterio pascual hoy;

- suscita la alabanza y la acción de gracias a Dios por este misterio;

- revela la realización del sacrificio espiritual;

- abre a la bienaventurada esperanza de la «patria»;

- indica abigarrados itinerarios de «vida bienaventurada».

 

Celebración pascual

 

        La Palabra de Dios que se proclama en la asamblea nos ayuda a comprender que en cada santo se ha realizado el misterio pascual: siguiendo a Cristo, y por una gracia del Espíritu, ese santo ha estado, en Jesús, «en el mundo, pero sin ser del mundo» (eso es ser santo); ha pasado, en él, «de este mundo al Padre». Todo el evangelio, y en particular la proclamación de las bienaventuranzas, encuentra su propia realización continua en la vida de los santos, de suerte que, al celebrar, anunciamos al mundo la fecundidad de la Palabra de Dios, la posibilidad y la actualidad de la salvación en cada época de la historia: eso es lo que se dice de una manera sintética en las lecturas de la solemnidad de todos los santos.

        La palabra que escuchamos en cada celebración de los santos nos atestigua que «en aquel tiempo» (in illo tempore), en el «hoy» del santo, la palabra llegó a su cumplimiento, de modo que -mirando toda la historia podemos dar fe de que esa historia es realmente historia de salvación.

 

Celebración eucarística

        La Palabra, que nos guía a este descubrimiento de la acción de Dios en los santos, suscita el estupor por tanta riqueza y variedad de gracias, y nos anima a la oración de alaban/a al Padre, que continúa realizando sus maravillas. En el prefacio de los mártires le damos gracias porque en cada mártir ha sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad su propio testimonio a imitación de Cristo, su Hijo; en el de las santas vírgenes y en el de los religiosos decimos que en ellos «celebramos la grandeza de tus designios. En ellos recobra el hombre la santidad primera que de ti había recibido».

 

Celebración sacrificial

        San Pablo podía decir de sí mismo: «Ahora me alegro de padecer por vosotros, pues así voy completando en mi existencia mortal, y en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas» (Col 1,24). Los santos son los que completan en ellos mismos la pasión de Jesús. Y lo que ellos hacen (uso el presente porque los «santos» siguen estando vivos hoy) para obedecer a la Palabra es el sacrificio espiritual que ponen en las manos de la Iglesia cuando se reúne, de suerte que ésta no llegue a la cita con las manos vacías, sino que disponga de toda esta riqueza para ofrecerla hasta el momento en que Cristo entregará el reino al Padre.

 

Celebración escatológica

        La Palabra nos lleva a contemplar «una muchedumbre enorme que nadie podía contar. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie delante del trono y del Cordero. Vestían de blanco, llevaban palmas en las manos y clamaban con voz potente, diciendo: A nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero, se debe la salvación» (cf. Ap 7,9ss: primera lectura de la solemnidad de Todos los santos). Decimos en el prefacio de la solemnidad de Todos los santos: «Hoy nos concedes celebrar la gloria de todos los Santos, nuestros hermanos, asamblea de la Jerusalén celeste, que eternamente te alaba. Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y animados por la gloria de los santos».

 

4. El misterio de la vida en Cristo, vivido en la vida diaria

 

La celebración remite a la vida diaria

    La Palabra evangélica, que resonó entonces y que encontró acogida en los santos, llega a nosotros en el hoy de la celebración, a fin de que nos convirtamos en un signo actual de la fecundidad de la Palabra y de la actualidad de la salvación. Los dos primeros prefacios de los santos nos indican que el camino recorrido por los santos puede llegar a ser una señal para el camino que también nosotros debemos emprender para obedecer a Dios: Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita. Porque mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu Iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de tu amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión.

        La vida de los santos y la memoria que hacemos de ella en la celebración no pueden conducir a una contemplación estéril, sino que deben impulsarnos a ponernos tras sus huellas para llevar a su cumplimiento la palabra de la que ellos fueron en un tiempo concreto una realización luminosa.

 

 

 

Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno (2 de enero)

 

        Basilio de Cesárea de Capadocia, su hermano Gregorio de Nisa y su amigo Gregorio de Nacianzo son conocidos como los «padres capadocios». Ellos llevaron a la práctica las enseñanzas del Concilio de Nicea sobre la doctrina trinitaria.

        Basilio (329-379) nació en una familia profundamente cristiana y recibió una esmerada preparación humanística. Hizo amistad en Atenas con Gregorio de Nacianzo y con él abandonó el mundo, dando origen a una nueva forma de vida comunitaria (monacato basiliano). Ordenado sacerdote y consagrado después obispo de Cesárea, se prodigó en obras caritativas y dio esplendor al culto divino. Ha dejado un rico patrimonio de obras teológicas, espirituales y homiléticas y un precioso epistolario.

        También Gregorio de Nacianzo (330-389/390), como Basilio, respiró el cristianismo desde su nacimiento, momento en el que su piadosísima madre lo ofreció al Señor. Fue educado en las mejores escuelas y se convirtió en un excelente retórico. Le esperaban los más altos cargos civiles cuando abandonó el mundo. Ordenado sacerdote y, después, obispo de Constantinopla, siguió siendo siempre, en primer lugar, un místico, cantor apasionado de la Santísima Trinidad; como  poeta y teólogo, revela en sus escritos la experiencia y la inteligencia de los misterios de Cristo.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 2,10b-16

Hermanos: El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.

11 Pues ¿quién conoce lo íntimo del hombre, a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios.

12 En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado.

13 Y de esto es de lo que hablamos no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando lo que es espiritual a quienes poseen el Espíritu de Dios.

14 El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.

15 Por el contrario, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no depende del juicio de nadie.

16 Porque ¿quién conoce el pensamiento del Señor para poder darle lecciones? Nosotros, sin embargo, poseemos el modo de pensar de Cristo.

 

        *•• La verdadera sabiduría, que viene de Dios, es muy diferente de la que ofrece el mundo; mira al misterio de Cristo y se entrega por revelación del Espíritu Santo.

    Pablo manifiesta claramente que ha recibido el Espíritu y que tiene, por consiguiente, la sabiduría divina, que él transmite con su predicación (vv. 12ss).

    Sólo «el Espíritu de Dios» permite, en efecto, conocer los misterios divinos, crea en nosotros una mentalidad conforme al «pensamiento del Señor» y nos hace percibir toda realidad como hombres espirituales. Sin embargo, quien posee el espíritu del mundo (el hombre «natural») no puede comprender las cosas del Espíritu y no acepta la «estupidez» del mensaje evangélico que culmina en la locura de la cruz (cf. v. 14). Los santos, Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno fascinados por Cristo, han asumido «el pensamiento» del Maestro y han vivido en conformidad con él. Éstos son los hombres espirituales que saben juzgarlo todo (vv. 15ss).

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

 

        *•• Al final de las bienaventuranzas, en Mateo, hay dos dichos relacionados con la función de los discípulos: ser sal y luz en medio de los hermanos (vv. 13ss). Su misión, en efecto, consiste en dar, como la «sal», sabor a toda la humanidad preservándola de la corrupción; más aún, ser en el mundo pacto de alianza entre Dios y los hombres, o sea, signo de la fidelidad establecida en Cristo. Los discípulos deben dar, además, «luz» -o sea, ser un rayo del esplendor de la gloria del mismo Dios-, y esto sólo tiene lugar si con sus buenas obras se comportan como Jesús nos ha enseñado. Entonces la vida de los discípulos, resplandeciente de fe y laboriosa en la caridad, no podrá permanecer escondida; será como una ciudad situada en un lugar elevado, como una lámpara que ilumina a su alrededor, para gloria de Dios Padre.

    Ser discípulo es, por consiguiente, un compromiso social y universal, como hizo Jesús, que vino a traer la salvación a todos los hombres.

 

MEDITATIO

        Si es verdad que cada santo es una ilustración viva del Evangelio, esto vale de modo particular en el caso de los amigos capadocios Basilio y Gregorio, testigos de la fidelidad y de la belleza del ideal cristiano vivido y realizado en plenitud.

    Basilio, con su fuerte personalidad de líder, de hombre de acción, y Gregorio, elevadísimo poeta y teólogo, nos muestran con su vida qué significa asistir a la escuela de la verdadera sabiduría y recibir como don el Espíritu, que escruta también las profundidades de Dios. «El mundo tiene necesidad de santos dotados de genio» (S. Weil): los dos grandes amigos, a los que veneramos en esta memoria como obispos y doctores de la Iglesia, han alcanzado por la caridad de Cristo lo que les ha hecho obradores del bien al servicio de los hermanos y cantores admirados de la belleza de Dios.

    Desde su juventud habían afirmado: «Para nosotros era una cosa grande y un gran nombre ser cristianos y ser llamados cristianos», y mantuvieron durante toda su vida la fe en su amistad porque vivieron «acrecentando el misterio santo y nuevo de Cristo, de quien habían recibido el nombre con que eran llamados». Esto les convirtió de verdad en sal y luz no sólo para su tiempo, sino para toda la Iglesia, en todos los tiempos.

 

ORATIO

«¡Oh tú, el más allá de todo!, ¿cómo llamarte con otro nombre?

No hay palabra que te exprese ni espíritu que te comprenda.

Ninguna inteligencia puede concebirte.

Sólo tú eres inefable, y cuanto se diga ha salido de ti.

Sólo tú eres incognoscible, y cuanto se piense ha salido de ti.

Todos los seres te celebran, los que hablan y los que son mudos.

Todos los seres te rinden homenaje, los que piensan y los que no piensan.

El deseo universal, el gemido de todos, suspira por ti.

Todo cuanto existe te ora, y hasta ti eleva un himno de silencio todo ser capaz de leer tu universo.

Cuanto permanece, en ti solo permanece.

En ti desemboca el movimiento del universo.

Eres el fin de todos los seres; eres único.

Eres todos y no eres nadie.

No eres un ser solo ni el conjunto de todos ellos.

¿Cómo puedo llamarte, si tienes todos los nombres?

¡Oh tú, el único a quien no se puede nombrar!, ¿qué espíritu celeste podrá penetrar las nubes que velan el mismo cielo?

Ten piedad, oh tú, el más allá de todo: ¿cómo llamarte con otro nombre?».

 

CONTEMPLATIO

        Hacia el Espíritu Santo dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos como un riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural.

    Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y quien, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales. Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás (Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo IX, 22ss, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia hoy, orando con san Basilio: «Obremos fielmente la verdad en la caridad» (Basilio, Moraba, Reg. LXXX, 22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Llevando en el corazón los interrogantes, las aspiraciones y las experiencias a las que he aludido, mi pensamiento se dirige al patrimonio cristiano de Oriente. No pretendo describirlo ni interpretarlo: me pongo a la escucha de las Iglesias de Oriente que sé que son intérpretes vivas del tesoro tradicional conservado por ellas. Al contemplarlo aparecen ante mis ojos elementos de gran significado para una comprensión más plena e íntegra de la experiencia cristiana y, por tanto, para dar una respuesta cristiana más completa a las expectativas de los hombres y mujeres de hoy. En efecto, con respecto a cualquier otra cultura, el Oriente cristiano desempeña un papel único y privilegiado, por ser el marco originario de la Iglesia primitiva. La tradición oriental cristiana implica un modo de acoger, comprender y vivir la fe en el Señor Jesús. En este sentido, está muy cerca de la tradición cristiana de Occidente que nace y se alimenta de la misma fe.

    Con todo, se diferencia también de ella, legítima y admirablemente, puesto que el cristiano oriental tiene un modo propio de sentir y de comprender, y, por tanto, también un modo original de vivir su relación con el Salvador. Quiero aquí acercarme con respeto y reverencia al acto de adoración que expresan esas Iglesias, sin tratar de detenerme en un punto teológico específico, surgido a lo largo de los siglos en oposición polémica durante el debate entre occidentales y orientales. Ya desde sus orígenes, el Oriente cristiano se muestra multiforme en su interior, capaz de asumir los rasgos característicos de cada cultura y con sumo respeto por cada comunidad particular. No podemos por menos de agradecer a Dios, con profunda emoción, la admirable variedad con la que nos ha permitido formar, con teselas diversas, un mosaico tan rico y hermoso.

    En la divinización y sobre todo en los sacramentos, la teología oriental atribuye un papel muy particular al Espíritu Santo: por el poder del Espíritu que habita en el hombre, la deificación comienza ya en la tierra, la criatura es transfigurada y se inaugura el Reino de Dios. La enseñanza de los padres capadocios sobre la divinización ha pasado a la tradición de todas las Iglesias orientales y constituye parte de su patrimonio común. Se puede resumir en el pensamiento ya expresado por san Ireneo al final del siglo II: Dios se ha hecho hijo del hombre para que el hombre llegue a ser hijo de Dios. Esta teología de la divinización sigue siendo uno de los logros más apreciados por el pensamiento cristiano oriental. En este camino de divinización nos preceden aquellos a quienes la gracia y el esfuerzo por la senda del bien hizo «muy semejantes» a Cristo: los mártires y los santos. Y entre éstos ocupa un lugar muy particular la Virgen María, de la que brotó el Vástago de Jesé (cf. Is 11, 1). Su figura no es sólo la Madre que nos espera, sino también la Purísima que como realización de tantas prefiguraciones veterotestamentarias es icono de la Iglesia, símbolo y anticipación de la humanidad transfigurada por la gracia, modelo y esperanza segura para cuantos avanzan hacia la Jerusalén del cielo (Juan Pablo II, Oriéntale lumen, nn. 5 y 6).

 

 

San Raimundo de Peñafort (7 de enero)

 

        Raimundo nació en torno a 1175. Pertenecía a la nobleza catalana. Recibió instrucción filosófica en Barcelona y jurídica en Bolonia. Fue ordenado sacerdote en 1220 y en 1222 decidió entrar en la orden de predicadores. Se convirtió en un célebre confesor y en un sabio canonista, hasta el punto de que, en 1230, Gregorio IX lo quiso como confesor propio en Roma. Fue el tercer sucesor de santo Domingo.

        Escribió obras de moral, de derecho y la Summa de casibus sobre el sacramento de la penitencia. Murió en Barcelona el ó de enero de 1275. Fue canonizado en 1601. Es patrón de los estudiosos de derecho canónico.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 5,14-20

Hermanos:

14 Porque nos apremia el amor de Cristo, al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto.

15 Y Cristo ha muerto por todos, para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos.

16 Así que ahora no valoramos a nadie con criterios humanos. Y si en algún momento valoramos así a Cristo, ahora ya no.

17 De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo.

18 Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

19 Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación.

20 Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios.

 

        *•• El drama divino del amor rechazado y del don de vida rehusado pasan al ministro, testigo y sacramento de aquel Cristo por el que el Padre, rico en misericordia, no tuvo «en cuenta los pecados de los hombres» (v. 19), sino que se limitó a ofrecer en el Hijo la plenitud de su misericordia. ¿Cómo, pues, se puede persistir en la obstinación del pecado y de la muerte? Si la humildad de Dios, en Cristo, ha sobrepasado todo humano sentido de justicia, deuda y adeudo, entonces -suplica el apóstol enviado por la Palabra de vida- que no se pierda este único camino de salvación ofrecido. El pecado está cancelado, el hoy es novedad, comienzo de la historia como nueva criatura y de una nueva criatura.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

        *•• Permanecer en el amor del Hijo es permanecer en el amor del Padre, del que él participa plenamente desde la eternidad. El amor del que habla el Hijo, porque lo conoce en cuanto que parte de él, es el del «dar la vida». Así, el Padre es todo «paternidad» para el Hijo y, así, el Hijo ama a los discípulos y les enseña a ser ese amor más grande. «Más grande» porque es de origen divino. «Más grande» porque una vez difundido en el hombre lo trasciende, lo diviniza y lo santifica. «Más grande» porque goza del radicalismo, de la totalidad y del carácter definitivo del amor en su fuente trinitaria.

    El mandamiento nuevo es, por consiguiente, gracia pascual entregada: el «como» subsistente entre el Padre y el Hijo se transfiere, en el Hijo, a los que han optado por él, a fin de que, desde éstos, se vuelva gracia para muchos, fruto duradero para la humanidad redimida.

 

MEDITATIO

        Con justicia dijo Torres y Bages que san Raimundo, más que escritor de libros, fue siempre un experto director de almas: «A él -escribe mosén Pons- acudían los espíritus atormentados por las dudas, los que dejaban el recto sendero y esperaban encontrar, en las conversaciones con aquel gran santo, una palabra de guía y el consejo iluminador que necesitaban».

    El glorioso san Raimundo no podía sustraerse a tantas peticiones, a tantas consultas, a tantos compromisos como se le presentaban constantemente, cansándole hasta en los últimos años de su larga vida, agravando su delicada salud. Extenuado, enfermo, casi ciego del todo, no cesaba, sin embargo, de atender con solícita benevolencia a las muchas cuestiones que le presentaban, de forma oficial, los pontífices o, a título privado, sus amistades y sus innumerables relaciones. Fue, pues, un magnífico ejemplo de abnegación y de auténtico heroísmo en el trabajo; fue un modelo admirable de caridad y de benévola entrega en favor de cuantos necesitaban sus consejos, sus decisiones y su apoyo (F. Valls i Taberner, San Raimondo di Peñafort, Bolonia 2000, pp. 198ss [edición española: San Ramón de Penyafort, Editorial Labor, Cerdanyola 1979]).

 

ORATIO

        Dios del amor y de la paz, da la paz, a nuestros corazones, apresura nuestro camino, escóndenos lejos de las intrigas de los hombres y en el refugio de tu rostro hasta que nos hayas introducido y trasplantado en aquella plenitud, donde residiremos para siempre en la belleza de la paz, en las tiendas de la confianza, en el reposo de la abundancia (Raimundo de Peñafort).

 

CONTEMPLATIO

        He aquí que se aparece la Templanza y me dijo: «¿Porqué has querido sobrepasar la altura de los hombros de los gigantes? ¿Por qué no mides mejor tus fuerzas respecto al fin que te has propuesto?». Ante esto me quedé estupefacto y como avergonzado. Y cuando, finalmente, elevé los ojos al cielo, ví a un médico que quería darme cierto remedio y cuyo nombre era la Esperanza. Ésta, con la suavidad de sus palabras, hizo que se desvaneciera mi estupor y puso fin a mi vergüenza cuando me dijo: «Obedece a la sugerencia de la Templanza y no emprendas de manera presuntuosa cosas superiores a tus fuerzas; más aún, pon tu pensamiento en el Señor y él te alimentará» (Raimundo de Peñafort, del Prefacio a su Tratado de derecho canónico).

 

ACTIO

        Durante la jornada de hoy, reflexiona sobre la enseñanza de san Raimundo: «La guerra no ha de ser entendida sólo entre un rey y otro, entre dos ciudades o de un grupo contra otro; basta también con que exista un solo cristiano contra otro de la misma fe».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        San Raimundo, universitario, maestro de jurisprudencia, espíritu analítico y al mismo tiempo sistematizador, dotado de un sólido criterio de juicio, de aran experiencia de la vida y de un sentido natural del justo medio, afinado por su propia formación jurídica, tras haber entrado en la orden dominicana, recibió de su provincial, fray Suero Gómez, responsable de la España dominicana, la ocasión de poder ofrecer a sus hermanos y a los sacerdotes en general un conjunto de reglas y normas seguras para guiarles en el fuero penitencial y en la administración del sacramento de la reconciliación; reglas y normas que les sirvieron tanto para aconsejar como para emitir sentencias, y con las que pudieron resolver los casos de conciencia más difíciles y ambiguos, que con frecuencia se les presentaban en el confesionario.

    Como hombre de su propio tiempo, amante de su patria, magnánimo e iluminado, incansable en su actividad y perseverante en la práctica extraordinaria de toda virtud, san Raimundo presentó a lo largo de toda su prolongada existencia terrena una continuidad y una coherencia extraordinarias, un sentido constante de intrínseca armonía y de admirable unidad en su propio pensamiento y en su propia acción, en sus proyectos y en sus realizaciones (F. Valls i Taberner, Estudis d'Históría del dret internacional, Barcelona 1992, pp. 42.60).

 

 

San Antonio abad (17 de enero)

 

        Antonio nació el año 252 en Qeman, en el Medio Egipto, hijo de hacendados cristianos acomodados. Hacia los veinte años escuchó la proclamación del Evangelio: «Si quieres ser perfecto...». Fulminado por la invitación de Jesús, vendió los fértiles terrenos que recibió en herencia tras la muerte de sus padres y emprendió la vida ascética, primero, junto a su pueblo y, después, encerrándose en una necrópolis durante casi trece años. Tras diversos ataques demoníacos, se comprometió todavía más en la lucha ascética y se estableció en un fortín abandonado, donde se quedó durante otros veinte años.

    El año 306 dejó su retiro y aceptó tener discípulos. Para huir de la notoriedad, se retiró a la «montaña interior» (el monte Kolzum). Murió el 17 de enero del año 356, a los ciento cinco años muchos de los cuales transcurrieron enseñando a los solitarios, curando a los enfermos, refutando a los herejes con un ministerio carismático y autorizado que le ha convertido para siempre en el padre de los monjes.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Miqueas 6,6-8

6 ¿Con qué me presentaré delante del Señor y me postraré ante el Dios de lo alto?  ¿Me presentaré con holocaustos, con terneros de un año?

7 ¿Complacerán al Señor miles de carneros e innumerables ríos de aceite? ¿Le ofreceré mi primogénito en pago de mi delito, el fruto de mis entrañas por mi propio pecado?

8 «Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que el Señor pide de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a tu Dios».

 

        *» El profeta, a fin de sacudir al pueblo, que sigue siendo infiel a la alianza, entabla un proceso en el que hace memoria de los beneficios del Señor, unos beneficios que demuestran su amor a Israel. Ante el lamento de YIIWII, el fiel se pregunta que" puede ofrecerle para  volverle a ser grato (v. 6). El profeta rechaza las propuestas de cualquier tipo de sacrificio exterior –aunque fuera el del primogénito- y avisa de que la verdadera conversión exige realizar lo que ya enseñaron otros profetas (Amos, la justicia; Oseas, la piedad; Isaías, la humildad): «obedecer humildemente a tu Dios» (v. 8). La humildad es la condición que permite al creyente ser tal y la que le brinda la posibilidad de avanzar en su camino de fe.

    Miqueas responde, por tanto, de modo claro y cabal a la pregunta que el creyente de todos los tiempos se plantea: ¿qué debo hacer para ser grato a Dios? Y su respuesta anticipa el mensaje evangélico del amor a Dios y a los hombres en que consiste la verdadera justicia.

 

Evangelio: Mateo 19,16-21

En aquel tiempo,

16 se acercó uno y le preguntó: -Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?

17 Jesús le contestó: -¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

18 Él le preguntó: -¿Cuáles? Jesús contestó: -No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio; " honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

20 El joven le dijo: -Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?

21 Jesús le dijo: -Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.

 

        *• Al joven rico, que ya observa los mandamientos y desea saber qué debe hacer aún para obtener la vida eterna, Jesús le propone la «perfección», esto es, la renuncia a sus propios bienes en favor de los pobres, y seguirle de manera incondicional (v. 21). El joven se entristece porque su alegría estaba puesta precisamente en aquellos bienes que no deseaba abandonar, y se marchó (v. 22, omitido en la liturgia de hoy). Le faltaba lo único necesario: un corazón libre y bien dispuesto para acoger aquella «vida eterna» que decía desear.

    Es impensable seguir a Jesús sin estar dispuesto a romper con los vínculos que nos impiden tener una actitud dócil y obediente con el Maestro. Él quiere fijar  en todos su mirada de amor, pero ésta sólo es al atraída por quienes tienen el corazón humilde, pobre y libre.

 

MEDITATIO

        «Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres» (Mt 19,21). Antonio escuchó estas palabras como pronunciadas por el Señor. Su generosa respuesta procuró vigor en la Iglesia a la maravillosa realidad del movimiento monástico. No podemos, pues, volver a escuchar sin conmovernos las lecturas que nos propone hoy la liturgia. Éstas contienen claramente el itinerario que debemos recorrer si queremos agradar a Dios. Lo esencial, por consiguiente, consiste precisamente en el radicalismo de este deseo. Antonio se dejó conducir dócilmente por el Espíritu... Su vigor aumentó a lo largo del camino. La primera respuesta que le liberó de los bienes terrenos le abrió el camino a un compromiso evangélico cada vez, más enérgico, que le permitió caminar humildemente con su Dios, lejos de las miradas de los hombres.

    Sólo después de la gran lucha contra las pasiones, Antonio estuvo en condiciones de servir verdaderamente a los otros, convirtiéndose en amigo, hermano y padre de todos. Con una gran audacia, su itinerario pasó de la victoria sobre la tentación a la enseñanza y al cuidado de los hermanos, «inventando» -por así decirlo- un nuevo modelo de vida cristiana, que le convirtió en un maravilloso ejemplo de libertad, de ascesis viril, de fidelidad a la Palabra, de amor a Cristo y al prójimo. No en balde, la tradición ha reconocido siempre en él no sólo al padre de los monjes, sino, sobre todo, al «modelo» del cristiano.

 

ORATIO

        Ruego por vosotros, noche y día, a mi Dios que os conceda los mismos dones que me ha concedido a mí por su gracia, no porque yo fuera digno de ellos [...]: el gran Espíritu de fuego que yo mismo he recibido. ¡Recibidlo, pues, también vosotros!

    Y si queréis obtener que more en vosotros, presentad antes las fatigas del cuerpo y la humildad del corazón, elevando noche y día vuestros pensamientos al cielo.

    Pedid con corazón sincero este Espíritu de fuego, y os será dado [...]; cuando lo hayáis recibido, os revelará todos los misterios más altos [...]. Os ruego que abandonéis vuestra voluntad carnal y mantengáis la serenidad en cada cosa, a fin de que, con el apoyo del Espíritu Santo, moren en vosotros las potencias celestes y os ayuden a cumplir la voluntad de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sea la alabanza eterna por los siglos de los siglos. Amén (Antonio Abad, Carta 8,1.3, passim).

 

 

CONTEMPLATIO

        Les aconsejaba, sobre todo, recordar siempre estas palabras del apóstol: «Que el sol no se ponga sobre tu ira» (Ef 4,26), y considerar estas palabras como dichas de todos los mandamientos: el sol no debe ponerse no sólo sobre la ira, sino sobre ningún otro pecado. Es enteramente necesario que el sol no condene por ningún pecado de día, ni la luna por ninguna falta o incluso pensamiento nocturno. Para asegurarnos de esto, es bueno escuchar y guardar lo que dice el apóstol: «Júzguense y pruébense ustedes mismos» (2 Cor 13,5). Por eso, cada uno debe hacer diariamente un examen de lo que ha hecho de día y de noche; si ha pecado, deje de pecar; si no ha pecado, no se jacte por ello. Persevere más bien en la practica de lo bueno y no deje de estar en guardia.

    No juzgue a su prójimo ni se declare justo él mismo, como dice el santo apóstol Pablo, «hasta que venga el Señor y saque a luz lo que está escondido» (1 Cor 4,5; Rom 2,16). A menudo no tenemos conciencia de lo que hacemos; nosotros no lo sabemos, pero el Señor conoce todo. Por eso, dejémosle el juicio a él, compadezcámonos mutuamente y «llevemos los unos las cargas de los otros» (Gal 6,2). Juzguémonos a nosotros mismos y, si vemos que hemos disminuido, esforcémonos con toda seriedad para reparar nuestra deficiencia (Atanasio, Vita Antonii, 55).

 

ACTIO

        Durante la jornada de hoy, repite y medita con frecuencia estas palabras de san Antonio: «Comenzando de nuevo cada día, aumentemos nuestro celo» (Atanasio, Vita Antonii, 16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El acontecimiento que supuso Antonio en la historia de la Iglesia tiene una función -casi de matriz- análoga al ciclo de Abrahán en la historia del pueblo judío. Aunque vivida por uno solo, a título de ejemplo, simboliza a la humanidad en camino hacia Dios, una humanidad cuya vanguardia puede decirse que está compuesta por los monjes.

    En la vida de Antonio podemos divisar la actitud apasionada hacia la persona de Jesús. Antonio nos recuerda que el Reino de Dios está dentro de nosotros, es el tesoro escondido en el campo de nuestro corazón. ¿Lo ha encontrado un hombre? Se va de allí, ebrio de alegría, y vende todo lo que posee. La búsqueda de lo absoluto impulsa al monje al desierto y se esconde en él periódicamente para encontrar ahí recursos: es aquí donde se forma como en un crisol el hombre interior. El desierto, a pesar de esto, no es más que un lugar de paso, y, a menudo, el espíritu que conduce a los monjes a él los lleva de nuevo -transfigurados- a la ciudad de los hombres: revestidos de su poder, se hacen humildes servidores de sus hermanos. Se trata de una dialéctica fecunda, cuyo prototipo nos presenta la vida de Antonio, movimiento de sístole y de diástole que constituye el latido mismo del corazón humano.

    No se trata de imitar materialmente esta vida, sino de dejarse penetrar por la luz que emana de ella (E. Bianchi, en N. Devilles, Antonio ¡I Grande, Milán 1973, pp. 1 lss).

 

 

Santa Inés (21 de enero)

 

        La Depositio martyrum es el primer documento donde se menciona el culto a santa Inés en Roma, en la vía Nomentana, el 21 de enero. Impaciente por sacrificarse a Cristo, la niña murió mártir cuando apenas tenía doce años de edad, en ía segunda mitad del siglo (ti o, más probablemente, a comienzos del IV. Su nombre, Inés, que viene de Agnes («agnella», «corderita») y es la transcripción latina del adjetivo griego hagné («pura», «casta»), fue presagio de su mismo martirio. San Ambrosio en el De Virginibus y en el carmen, el papa Dámaso en el célebre epígrafe y Prudencio en el XIV himno del Perístéphanon presentan versiones que contrastan sobre el suplicio que se le infligió, aunque están de acuerdo en la edad y en el doble mérito de la joven santa.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 8,31b-39

Hermanos:

31 ¿Qué más podemos añadir? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

32 El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por lodos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él?

33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios, si Dios es el que salva?

34 ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto; más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros?

35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?

36 Ya lo dice la Escritura: Por tu causa estamos expuestos a la muerte cada día: nos consideran como ovejas destinadas al matadero.

37 Pero Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas.

38 Y estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase,

39 ni lo de arriba ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

        *• El texto de Pablo, extrapolado de la grandiosa Carta a los Romanos, redactado con gran emoción y con cierta fraseología rítmica, es un himno triunfal al amor que Dios ha manifestado a los hombres en la muerte y resurrección de su Hijo único, Cristo Jesús, que intercede por nosotros (cf. Heb 7,25 y 9,24; 1 Jn 2,1).

    La pregunta inicial (v. 31b) sugiere una escena de un proceso (cf. Job 1-2; Zac 3) en el que alguien tiene que vérselas con una serie de preguntas. Pero Dios está de nuestra parte (cf. Sal 118,6) y nos justifica: la triple repetición «por nosotros» (vv. 31.32.34) sirve para indicar que todo su ser y su obrar está inclinado hacia y en favor de los hombres.

    Con la alusión a Gn 22,6, Pablo afirma que el Padre nos ha dado, con la suprema oblación del Hijo, la medida de su generosidad y de su bondad respecto a nosotros: una medida sin límites. Esta grandiosa perspectiva contiene en sí misma una energía irresistible que arrolla cualquier fuerza humana y cósmica que pueda perseguirnos (cf. Sal 44,23; 1 Cor 4,9; 2 Cor 4,11; 1 Tes 3,4; 2 Tim 3,12) y oponerse a la salvación inicial, que hemos de conseguir en su plenitud.

 

Evangelio: Mateo 13,44-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

44 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo deja oculto y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.

45 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con un mercader que busca ricas perlas y que,

46 al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

 

        **• Estas dos parábolas, propias del evangelio de Mateo e inspiradas por Prov 2,4 y 4,7, tienen un tema común, y sustancialmente, en su complementariedad, proponen la misma enseñanza. Mientras las otras parábolas hablan del Reino y de sus miembros como grupo, éstas, en cambio, se dirigen a las personas en particular. Ambas ponen de manifiesto el carácter escondido y misterioso del Reino, su preciosidad y belleza incomparables y la alegría de su descubrimiento, por el que vale la pena decidirse a sacrificar todo, a vender, a abandonar todo lo que se posee (cf. Mt 19,21; Le 9,57-62), con tal de apoderarse de él. El Reino de los Cielos exige, de hecho, una renuncia completa (cf. Mt 6,24; 8,18; 10,37-39), «porque allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21).

    Todo el mundo, pronto o tarde, lo encuentra, tanto el que no lo busca (cf. Is 65,1; Rom 10,20), que es el caso del campesino, como el que busca (cf. Dt 4,29; 2 Cro 15,4; Prov 8,17; Is 55,6; Jr 29,13), caso del mercader.

 

MEDITATIO

        Las lecturas que nos ofrece la memoria litúrgica de hoy pueden ser consideradas con toda justicia como los «fundamentos» sobre los que se injertó el breve eje cronológico de la vida de quien sigue siendo hoy la más célebre y popular de las mártires romanas: santa Inés.

    Devotio supra aetatem, virtus supra natura, dice de ella el obispo Ambrosio en el De Virginibus: su consagración fue muy superior a la edad, su virtud fue muy superior a la naturaleza. Es ineluctable, pues, que aparezca la pregunta: ¿cómo es posible apresurarse a tan tierna edad, con seguridad, libertad, coraje y celo ardiente, a comprar el «campo del cielo» sin temer «la persecución, el peligro y la espada»? Pero quien no tenía sitio en su pequeño cuerpo para recibir un golpe de la espada tuvo fuerza para vencer a la espada. La alegría de haber encontrado a Jesús como su tesoro, el descubrimiento de su inefable belleza, suscitó en ella una poderosa proyección que se tradujo en su total entrega con la efusión de la sangre hasta la muerte cruenta. En alguna ocasión, las pruebas pueden alejar de Dios; sin embargo, Inés nos enseña que no es así, que no puede ser así: a quien ha saboreado a Cristo, Señor y Salvador, nada puede separarle de él, ni siquiera la muerte.

    La mirada pura, sencilla y plena de fe permitió a Inés descubrir la Verdad y abandonarse a ella con plena entrega: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mt 5,8). ¿Qué otro testimonio de amor parecerá tan grande y podrá igualar en una comparación la sublimidad de semejante entrega? En esta pequeña gran santa encontramos una especie de fermento, de método, de camino, que nos llevan más allá de la frontera de toda condición de muerte y nos dan la ocasión de volver a escoger al Señor haciéndonos desear, buscar y pedir que venga el Reino de los Cielos al mundo y a nosotros.

 

ORATIO

        Padre, gracias por haber dado a tu Iglesia a la virgen Inés. Ella, que no se dejó atraer por las fatuas luces de la idolatría, segura de conquistar la «perla preciosa» de la gloria del cielo, hizo frente con coraje a la prueba del martirio y se entregó espontáneamente a sus verdugos.

    Haz que nosotros, sostenidos por su ejemplo, no desfallezcamos en las tentaciones, en las fatigas y en cualquier género de tribulaciones de la vida. Haz firme y cierta en nosotros la fe de que nada ni nadie podrá separarnos de  tu amor, a no ser nosotros mismos. Tú, que para nuestra justificación no perdonaste a tu Hijo, sino que lo entregaste por nosotros, nos lo darás todo en él. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor, muerto y resucitado, en quien has manifestado tu realeza sobre todas las cosas.

 

CONTEMPLATIO

        Hoy es el día del nacimiento de la bienaventurada virgen Inés en el que, consagrada por su sangre, entregó el espíritu al cielo al que pertenecía. Se mostró dispuesta para el martirio cuando todavía no lo estaba para las nupcias. Vacilaba en los adultos la fe y se plegaba también el viejo cansado.

    Aterrorizados por el temor, los padres aumentaron la vigilancia del pudor; mas la fe, que no puede ser contenida, abrió las puertas de la custodia. Podría creerse que se encamina a las nupcias, al ver su rostro sonriente, llevando al esposo una singular riqueza dotada del tributo de la sangre. Quieren obligarla a encender las lámparas ante los altares de la nefanda divinidad. Ella responde: «¡Ah! No son ésas las lámparas que presentaron las vírgenes de Cristo». «Este fuego apaga la fe, esta llama quita la luz; aquí, herid aquí, a fin de que con la sangre que corra pueda yo apagar los fuegos».

    Y, herida, ¡qué decoro mostró! En efecto, cubriéndose toda con el vestido, aseguró el cuidado del pudor a fin de que nadie la viera descubierta. En la muerte estaba vivo el pudor: se había cubierto el rostro con la mano, hincó la rodilla en tierra, cayendo pudorosa.

(Ambrosio de Milán, «Inno per il natale di Agnese», en Inni, Milán 1992, pp. 211ss).

 

ACTIO

        Repite hoy con frecuencia, orando con santa Inés: «Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? » (Rom 8,31).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La serenidad con la que Inés afronta el martirio [en el himno ambrosiano], como si fuera al encuentro de Cristo, deja intuir su profunda interioridad y el amor al esposo celestial [...]. De la joven mártir encaminada al encuentro con Cristo, su esposo, se exalta la dote constituida no por bienes patrimoniales, sino por riquezas espirituales, así como las virtudes y los valores evangélicos ligados al «tributo de la sangre», la sangre de los mártires, considerada como la herencia más preciosa que pueda ofrecerse a Dios.

    La jovencita «es obligada a encender lámparas ante los altares». Y como respuesta a las absurdas pretensiones idólatras, Inés, apoyándose en sus convicciones personales, se niega a realizar el rito sacrílego y se refiere a las lámparas nupciales de las vírgenes cristianas (cf. Mt 25,1-13). Su resistencia a dejarse conducir ante los altares profanos está atestiguada igualmente en el tratado La vírgenes: «Arrastrada contra su voluntad a los altares, tiende entre las llamas las manos a Cristo e incluso en medio de aquel fuego sacrílego traza el signo del Señor glorioso».

    Al fuego en honor de la divinidad pagana, Inés contrapone la luz de la fe. «La fe es una lámpara -afirma Ambrosio-, una lámpara [que] no puede dar luz si no toma la luz de otra fuente», la Palabra de Dios, aue es el mismo Verbum Dei lux [...].

    Inés apaga con la sangre los fuegos del culto pagano; una actitud semejante anima a la virgen antioquena Pelagia. Sigue, a continuación, la escena de la adolescente dispuesta a desafiar a sus verdugos: «Aquí, herid aquí...», exclama indicando el pecho donde herir [...]. Se exalta, por último, la intrépida confesión de fe de la niña. Dada su joven edad, el testimonio de Inés en el proceso no habría podido obtener reconocimiento jurídico; lo pudo su heroico coraje, que la impulsó a afrontar el martirio. Antes de caer bajo los golpes del verdugo, Inés se cubre con el vestido las partes descubiertas y, nada preocupada por los tormentos y por la muerte inminente, se muestra solícitaa recogerse la cabellera y a tapar los miembros desnudos a las miradas indiscretas [...].

    Inés encuentra en la oración la fuerza para no retroceder frente a la prueba suprema, conservando la dignidad y la compostura propias de una verdadera mártir. La heroína muere de modo ejemplar, como las grandes figuras que la han precedido; apoyadas por la ayuda del Espíritu, no fueron vencidas, sino que se entregaron voluntariamente a los perseguidores, ofreciendo un gran ejemplo de libertad cristiana incluso ante la muerte. La virgen Inés cae casta y reservada. En ella triunfa el casto pudor, y su martirio lleva en sí el germen de la vida nueva (A. Bonato en S. Ambrogio, Inni, Milán 1992, pp. 216-221, passim).

 

 

 

San Francisco de Sales (24 de enero)

 

        Nació en Thorans, un pueblecito de Saboya, en 1567, en el castillo de los señores de Sales. Educado en las virtudes cristianas por su madre, estudió, primero, con los jesuitas de París y, después, en Padua, donde se licenció en Derecho.

    Contrariamente a las expectativas de su padre, que soñaba con que fuera abogado y senador, abrazó el estado eclesiástico y se dedicó, con éxito, a la difícil evangelización de la región de Chablais. Tras ser nombrado obispo de Ginebra, vivió en Annecy, donde, además de una iluminada acción pastoral y de la dirección espiritual de muchas almas, escribió, entre otras, la muy afortunada obra Filotea y también el Teotimo o tratado sobre el amor de Dios, convirtiéndose en uno de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana tanto para los laicos como para las personas consagradas. Junto con santa Juana de Chantal, fundó la Visitación. Murió en 1622 y fue proclamado doctor de la Iglesia en 1877.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,8-12

Hermanos:

8 A mí, el más insignificante de todos los Creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo

9 y de mostrar cómo se cumple este misterioso plan, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todas las cosas.

10 De esta manera, los principados y potestades que habitan en el cielo tienen ahora conocimiento, por medio de la Iglesia, de la múltiple sabiduría de Dios,

11 contenida en el plan que desde la eternidad proyectó realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro.

12 Mediante la fe en él y gracias a él, nos atrevemos a acercarnos a Dios con plena confianza.

 

        *• Esta breve perícopa presenta a Pablo como ministro del misterio de Cristo. Pablo recuerda, frente a los destinatarios de la carta, su ministerio apostólico a favor de los paganos (v. 8), para suscitar reconocimiento, una respuesta de conversión y una plena acogida. Es ésta una magna gracia (v. 8) para Pablo, que no la considera, sin embargo, un favor obtenido, sino un don que se convierte en encargo y compromiso. Se trata del designio arcano (iiivsléríon), preparado desde el principio de los siglos por Dios y revelado ahora, en el momento de su cumplimiento, de modo particular a Pablo, y, a continuación, a través de él, a todos, sobre todo a los gentiles, o sea, a los paganos. El contenido es singular: todos están llamados a conocer la extraordinaria sabiduría de Dios, que representa también la extraordinaria riqueza de Cristo. En los versículos posteriores (vv. 14-21), el apóstol dirá que se trata de las dimensiones ilimitadas del amor de Dios. Precisamente, este conocimiento luminoso es el que ofrece la posibilidad de acceder a Dios. Ahora bien, todo eso sólo es posible gracias a un don del Padre, por medio del Espíritu, y recorriendo el exigente camino de la fe. Por eso transforma Pablo su revelación/reflexión en oración (vv. 14-18).

 

Evangelio: Juan 10,11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:

11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;

12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.

13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.

14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,

15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.

16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.

17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo.

18 Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Ésta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.

 

        **• El capítulo 10 del evangelio de Juan es el capítulo del buen pastor y está situado entre los dos grandes capítulos de los signos de la fe cristiana: la curación del ciego de nacimiento (capítulo 9) y la resurrección de Lázaro (capítulo 11). Frente al misterio de su identidad, no comprendida por los fariseos, una identidad que crea división y oposición respecto a él (Jn 10,11-42), Jesús se presenta a sí mismo como el pastor auténtico.

    La figura del pastor es habitual en la tradición judía y se emplea para designar al rey de Israel y para referirse a Dios, el pastor por excelencia. Jesús, al identificarse con la riqueza de esta imagen, la quiere acreditar y dotar de mayor profundidad, llevándola a su consumación.

    Él es el «bello» (kalós) pastor no sólo en la apariencia, sino en la calidad. El término tiene el mismo significado que «bueno» no sólo en el sentido de dulce y afable, sino, sobre todo, en el sentido de auténtico, es decir, aquel que realiza perfectamente la misión de pastor, una autenticidad que consiste en la disponibilidad incondicionada para dar la vida (v. 11).

    En los profetas Jeremías y Ezequiel se condena a los malos pastores, y sobre este fondo presenta Jesús la figura del buen pastor. Este último pone su propia persona al servicio del rebaño, se arriesga por él, se entrega a él. Jesús es el nuevo David, cabeza y guía según el corazón de Dios. Esta figura contrasta claramente con la del mercenario, que ejerce el oficio sólo por dinero.

    Jesús, por el contrario, es el pastor auténtico. En primer lugar, a él pertenecen las ovejas (v. 12) y, además, existe un conocimiento recíproco entre el pastor y las ovejas, un conocimiento estrecho, un conocimiento que procede precisamente del don/riesgo de la vida que el pastor hace de sí mismo (v. 14). El pastor auténtico, Jesús, supera, a continuación, los estrechos confines del aprisco de Israel, lo llena de «otras» ovejas: samaritanos, paganos, etc., que son todos los hijos de Dios dispersos. También éstos deben ser conducidos a la salvación según el designio del Padre (vv. 16ss).

 

MEDITATIO

        El misterio del proyecto de Dios - a saber: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 1,4)- se concreta en el bello y buen pastor Jesús, el pastor auténtico, que pone en peligro su vida y su persona por todas sus ovejas, no sólo por las del redil de Israel. Él, el pastor auténtico, piensa sólo en ofrecer la vida, al contrario que los mercenarios, que piensan únicamente en sus propios intereses. Pues bien, es precisamente este dar la vida lo que abre los ojos y el corazón de las ovejas. Ellas, en efecto, conocen el latido del corazón del pastor que las busca, una a una, y se las carga sobre los hombros.

        Este pastor hace conocer a sus ovejas el amor de Dios, modelo de todo servicio pastoral, de toda autoridad, y ésta se vuelve la medida del mutuo conocimiento y de la recíproca pertenencia. El Señor se ha ofrecido porque quiso él, en conformidad con el mandamiento del amor gratuito y universal vivido en plenitud de libertad.

        San Francisco de Sales prolonga y encarna, a caballo entre los siglos XVI y XVII, esta realidad del pastor auténtico, preocupado exclusivamente por dar la vida, arriesgándola una vez y otra, en la difícil situación misionera en que se encontraba la región de Chablais y en su servicio episcopal, a fin de volver a fundar la vida de la Iglesia en la diócesis de Ginebra y Annecy. Es el principio del amor puro, como disponibilidad incondicionada al proyecto de Dios con plena confianza. Un proyecto de Dios que quiere pastores según su corazón, capaces y preocupados únicamente por ofrecer la vida por el rebaño, contra todo tipo de mercenarismo, tan difundido en aquel tiempo tanto entre los católicos como entre los calvinistas. Elegido prepósito del cabildo de los canónigos de la catedral de Ginebra, exiliado en Annecy, propone la reconquista de su propia sede oficial: pero ¿con qué armas? «No os propongo ni hierro, ni pólvora, ni azufre, sino que sólo con la caridad hemos de sacudir las murallas de la ciudad; es preciso invadirla sólo con la caridad, es preciso recuperarla con la caridad» (Opere, ed. Annecy, VII, 107). La contraprueba del discurso es la dificilísima misión de la región de Chablais: poner la vida en peligro durante cuatro años (1594-1598) para volver a traer a 25.000 personas al aprisco de Cristo. ¿Qué miedos bloquean con frecuencia o ralentizan al menos la entrega de mi vida?

 

ORATIO

        Señor, pastor de los pastores, forma y modelo de la caridad pastoral para todos los tiempos, deseamos contemplar la belleza de tu entrega de la vida con plena y absoluta gratuidad, sin ningún interés, a no ser el de la salvación de todos. Todos hemos pasado por la experiencia de lo fácil que es ir a menos en nuestras responsabilidades pastorales hasta caer en el cierre mercenario por la fragilidad de nuestras personas y por los miedos que nos asaltan. Sin embargo, la contemplación de la belleza de tu vida entregada y sacrificada, oh Cristo, nos implica en el don, sin perezas ni acaparamientos personales, sin volvernos atrás y sin huir. Que tu Espíritu Santo nos abra los ojos sobre las raíces mercenarias que llevamos dentro y nos llene de valor y nos guíe, como hizo con el dulcísimo y al mismo tiempo firmísimo pastor Francisco de Sales, a quien hoy recordamos.

        Como él, te pedimos el don de la paciencia, para aceptar las largas demoras de la respuesta del corazón rebelde y complicado del hombre de hoy; el don de la humildad, para ser suficientemente realistas y no ceder a ninguna presunción o ambición en la misión evangelizadora que tú nos confías; el don del amor verdadero, constante y desinteresado, ese amor puro que tanto fascinaba al obispo de Ginebra. Haz que dejemos en el mundo la huella profunda de pastores generosos según tu corazón. Nos confiamos a la intercesión de san Francisco de Sales. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

        Piensa en el amor con el que Jesucristo, nuestro Señor, tanto sufrió en este mundo, de modo particular en el huerto de los Olivos y en el monte Calvario: ¡ese amor te miraba a ti! ¡Dios mío, con qué profundidad deberíamos imprimir en nosotros todo esto! ¿Acaso es posible que yo haya sido amado con tanta dulzura por el Salvador, hasta el punto de que él haya pensado en mí personalmente, incluso en todas las pequeñas circunstancias a través de las cuales me ha atraído a él? Es verdaderamente maravilloso: el corazón repleto de amor de mi Dios pensaba en mí, me amaba y me procuraba mil medios de salvación, como si no hubiera tenido otra persona en el mundo en la que pensar. Pero ¿cuándo empezó a amarte? Desde que empezó a ser Dios, es decir, desde siempre... (Francisco de Sales, Filotea V, 13ss).

 

ACTIO

        Contemplar, saborear y actuar. Es el amor puro contemplado y descubierto como causa primera y determinante de nuestro existir el que nos impulsa hacia lo que Francisco llamaba éxtasis de la acción. ¿Cuál es el paso que me es posible dar hoy?

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Venerables hermanos: os sugiero y os pido que tengáis el propósito de recuperar Ginebra.

        Por medio de la caridad es como debemos desmantelar las murallas de Ginebra, por medio de la caridad invadirla, recuperarla.

        No os propongo ni el hierro, ni esa pólvora cuyo olor y sabor recuerdan el horno infernal. ¿Queréis un método fácil para conquistar al asalto una ciudad? Os ruego que aprendáis del ejemplo de Holofernes. Al asediar Betulia, cortó el acueducto y puso bajo guardia todas las fuentes. También nosotros –os conjuro a ello- debemos usar el método del que él dio ejemplo.

        Hay un acueducto que alimenta y reanima a todos los tipos de herejes: son los ejemplos, las palabras, la iniquidad de todo, pero en particular de los eclesiásticos. Por nuestra causa se blasfema el nombre del Señor día tras día entre las naciones.

        Es preciso derribar las murallas de Ginebra por medio de oraciones ardientes, y asediarla con la caridad fraterna. Por medio de esta caridad es como deben hacer fuerza nuestras tropas de asalto.

        El jefe supremo de esta fortaleza, Cristo, nuestro Señor, cederá sus riquezas a quien la haya conquistado por medio de esas armas. En efecto, el Reino de los Cielos sufre violencia, y son los violentos quienes lo arrebatan... Adelante, pues, y ánimo, óptimos hermanos: todo cede a la caridad; el amor es fuerte como la muerte, y al que ama nada le es difícil (Francisco de Sales, «Discorso ai canonici di Ginevra», en G. Papasogli, Come piace a Dios, Roma 1981, pp. 143-147, passim).

 

 

Conversión de san Pablo (25 de enero)

 

        Saulo de Tarso, antes de su conversión, era un judío convencido de su religión y totalmente contrario a la nueva fe que empezaba a difundirse por Palestina y sus alrededores.

        Tuvo alguna responsabilidad también en el martirio de san Esteban, protomártir, del que se habla en los Hechos de los apóstoles. Saulo encontró a Jesús resucitado en el camino de Damasco y este acontecimiento cambió de manera radical su modo de creer y de pensar. El Señor resucitado se convirtió en el centro de su espiritualidad y de su teología. Una vez apóstol del Evangelio, Pablo estableció en Antioquía de Siria el punto de partida de sus viajes misioneros, donde aparece como testigo infatigable de la fe en Jesús resucitado. Estos viajes le incitaron a escribir diversas cartas a las distintas comunidades cristianas que había fundado. Pablo, verdadero y auténtico apóstol, siempre llevó buen cuidado en «volver» a Jerusalén, con el deseo de confrontarse con los apóstoles de Jesús a fin de no correr en vano.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 22,3-16

En aquellos días, Pablo dijo al pueblo:

3 -Yo soy judío. Nací en Tarso de Cilicia, pero me eduqué en esta ciudad. Mi maestro fue Gamaliel; él me instruyó en la fiel observancia de la Ley de nuestros antepasados. Siempre he mostrado un gran celo por Dios, como vosotros hoy.

4 Yo perseguí a muerte este camino, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres.

5 Y de ello pueden dar testimonio el mismo sumo sacerdote y todos los miembros del consejo. Después de recibir de ellos mismos cartas para los hermanos, me dirigía a Damasco, con ánimo de traer a Jerusalén encadenados a los creyentes que allí hubiera, para que fueran castigados.

6 Iba, pues, camino de Damasco y, cuando estaba ya cerca de la ciudad, hacia el mediodía, de repente brilló a mi alrededor una luz cegadora venida del cielo.

7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».

8 Yo respondí: «¿Quién eres, Señor?». Y me dijo: «¡Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues!».

9 Los que venían conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.

10 Yo dije: «¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo: «Levántate y vete a Damasco; allí te dirán \o que debes hacer».

11 Como no veía nada, debido al resplandor de aquella luz, entré en Damasco de la mano de mis compañeros.

2 Un cierto Ananías, hombre piadoso según la ley, bien acreditado ante todos los judíos que allí vivían,

13 vino a verme y me dijo: «Hermano Saúl, recobra la vista». Y en aquel mismo instante pude verlo.

14 El añadió: «El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad, para que veas al Justo y oigas su voz.

15 Porque has de ser testigo suyo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.

16 No pierdas tiempo, ahora; levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre».

 

        *•• Estamos ante uno de los tres relatos de la conversión de Pablo (cf. también Hch 9 y 26) con los que Lucas adorna la historia de la primitiva comunidad cristiana.

        En su carácter extraordinario, el acontecimiento de Damasco se articula en tres momentos. En primer lugar, el diálogo entre el Señor resucitado y Saulo de Tarso. Ambos personajes se comunican su identidad y se reconocen recíprocamente. Es un primer paso hacia el acuerdo posterior. Viene después el acontecimiento extraordinario de la conversión, que Lucas resume simplemente en una pregunta: «¿Qué debo hacer, Señor?» (v. 10). Saulo está ahora subyugado por el poder de Jesús, su salvador y maestro. Y sólo desea configurar por completo su vida según la voluntad y el proyecto del Resucitado.

        Al final, se encuentra la misión: el que ha conocido la voluntad de Dios y ha visto al Justo percibiendo la palabra de su misma boca, se vuelve ahora testigo de las cosas que ha visto y oído ante todos los hombres. Ser misionero es ahora el único modo de vivir para Pablo.

 

Evangelio: Marcos 16,15-18

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once

15 y les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura.

16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará.

17 A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas,

18 agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.

 

        ** La liturgia aplica también a Pablo el mandato misionero que Jesús resucitado dirigió a los Once. Aunque Pablo no pertenece a los Doce, es verdadero y auténtico apóstol de Jesús: estas palabras también se dirigen a él.

El Jesús resucitado enuncia, en primer lugar, un mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura» (v. 15). La orden no deja sitio a ninguna tergiversación. Pide sumisión y espera obediencia. Dios ha querido salvar a la humanidad por medio de unos colaboradores y Jesús tiene necesidad de misioneros testigos.

        El acontecimiento de la salvación -éste es el segundo dato- es fruto de la predicación y se lleva a cabo mediante el acto de fe del que escucha: «El que crea y se bautice se salvará» (v. 16a). Sin la escucha de la fe no hay ninguna posibilidad de salvarse (v. 16b). Dios, que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos sin nosotros. Las últimas palabras del Resucitado contienen, por último, una promesa, formulada en futuro (vv. 17ss): los beneficios que recibirán los creyentes, múltiples y extraordinarios, serán los signos a través de los cuales cada ser humano podrá reconocer la presencia consoladora de Dios en medio de nosotros.

 

MEDITATIO

        No acabamos nunca de ahondar en el conocimiento de Saulo-Paulo, incluso después de haber meditado una y otra vez sobre las páginas que hablan de él y las que escribió él mismo. Sin embargo, hay algo que aparece de inmediato con una gran evidencia: su itinerario de fe es símbolo del nuestro.

        Creer implica, ante todo, encontrar personalmente a una persona, al Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret. No se cree en una doctrina, en una fórmula, en un sistema, sino en una persona, la única digna de ser creída.

La fe es un encuentro que no se agota en un momento determinado de nuestra propia vida, sino que continúa siempre, hasta la muerte. Quien encuentra a Jesús se da cuenta de que ya no puede vivir sin él y debe profundizar en su conocimiento personal.

        Del encuentro se pasa al diálogo: la fe es, precisamente, un encuentro entre personas inteligentes y libres. Por un lado, Dios se da a conocer en lo que es, revela su voluntad, da a conocer sus proyectos. De este modo, entabla el diálogo con todo el que está dispuesto a escuchar y a reaccionar. Por otro, el creyente, en la medida en que presta una escucha sincera y auténtica a la Palabra de Dios, se siente implicado en un diálogo que no se desarrolla sólo en torno a conceptos y verdades, sino que se entrelaza con experiencias, confidencias, comunión de vida. Se trata de un diálogo vital que implica a dos seres vivos y llega a una forma de vida cada vez más elevada.

        Ahora bien, la fe cristiana es también obediencia, sumisión, abandono total de la criatura al Creador, del hombre a Dios, del pecador al Justo. Para el creyente, obedecer no significa en absoluto abdicar de su propia libertad, ni siquiera de sus propios derechos; significa captar la infinita distancia que media entre él y su propio interlocutor y, al mismo tiempo, intuir que la adhesión a la voluntad de éste conduce a la plena y más satisfactoria realización de sí mismo. Semejante acto de abandono está sostenido por una promesa que no deja ningún espacio a la duda: cuando Dios promete, se compromete por completo en beneficio de su interlocutor, le llena el corazón de certezas sobrenaturales y abre ante él unos horizontes ilimitados.

        Por último, la fe cristiana se traduce en misión: el ejemplo de Pablo es claro y decisivo. No puede privatizarse un bien que, por su propia naturaleza, es comunitario. Quien ha recibido el don de la salvación en Cristo se siente impulsado íntimamente a darlo a los otros.

 

ORATIO

        Oh Padre, Dios de infinita bondad y misericordia, concédenos caminar fielmente, a ejemplo de san Pablo, por el camino que nos has abierto en Cristo Jesús. Haz, oh Dios, que nuestros caminos -como el de Saulo- se crucen con el tuyo, el que nos has indicado en Cristo, tu Hijo, y en el cristianismo. Que, como el apóstol Pablo, queramos caminar con Jesús y seguir sus pasos hasta que lleguemos a ti, meta última de nuestra vida, meta suspirada y esperada.

        Concédenos, oh Padre, andar juntos por este camino bendecido por ti, a fin de que ninguno de nosotros se pierda y nuestra comunión eclesial pueda ser, en el tiempo, signo manifestativo de aquella comunión que gozaremos junto a ti en la denudad bienaventurada.

 

CONTEMPLATIO

        «Y me llamó por su gracia» (Gal 1,15). Dios, quiere decir, le llamó por su virtud. Decía [el Señor] a Ananías: «íiste es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes» (Hch 9,15), es decir, es idóneo para ejercer el ministerio y para manifestar una obra tan grande. [El Señor] indica este motivo para la llamada, mientras que el apóstol afirma por doquier que todo deriva de la gracia y de la inefable bondad divina, expresándose en estos términos: «Y si encontré misericordia -no porque fuera digno de ella y la mereciera- fue para que en mí, el primero, manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna» (1 Tim 1,16). ¡Fíjate en su inmensa humildad! Por eso, dice, obtuvo misericordia, a fin de que nadie desesperara, dado que el peor entre todos los hombres había obtenido beneficio de la bondad divina (Juan Crisóstomo, Commento alia lettera ai Galati, Roma 21996, pp. 55ss [edición española: Comentario a la Carta a los Gálatas, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1996]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de san Pablo: «Para mí, la vida es Cristo, y el morir, una ganancia» (Flp 1,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El edificio espiritual construido por san Pablo, con su profundidad profética y sus escarpadas ascensiones, emerge alto sobre el plano de nuestra apacible piedad cristiana. ¿Quién fue este grande, que obró a la sombra de Uno inmensamente más grande que él? ¿Quién fue este atrevido pionero, este «errante entre dos mundos»?

        Dos ciudades ejercieron una influencia decisiva en el ciclo de su formación: Tarso y Jerusalén. «Soy un judío de Tarso de Cilicio...»: así se calificó Pablo ante el comandante romano cuando fue encarcelado. Dos corrientes de antigua civilización afluían, pues, y se fundían en él: la educación judía en familia y la formación griega que absorbía en la capital de su provincia natal, dotada de universidad. Está escrito, ciertamente, en los designios de la Providencia que este hombre, destinado a que en su vida actuara como misionero en medio de los paganos, debería recibir su primera educación en un centro mundial del paganismo.

        Aquel para quien ya no debería existir diferencia alguna entre judíos y paganos, entre griegos y bárbaros, entre libres y esclavos [cf. Col 3,11; 1 Cor 12,13), no debía nacer entre las idílicas colinas de Galilea, sino en el tumulto de un rico emporio comercial donde afluían y se mezclaban gentes de todas las naciones sometidas al Imperio romano.

        «Soy de Tarso, una ciudad no oscura de Cilicio». Parece que se refleja en esta respuesta un sentimiento de genuino orgullo griego por su propia ciudad de nacimiento. Tarso competía, en efecto, con Alejandría y Atenas por la conquista del primado en el campo de la cultura; en ella se elegían los maestros para los príncipes imperiales de Roma, y es natural que un centro de cultura tan eminente influyera en la formación de la personalidad del futuro apóstol... En Tarso dominaban la espiritualidad y la lengua griega junto a las leyes romanas y a la austeridad de la sinagoga judía (J. Holzner, ['Apostólo Pao/o, Brescia 21987 [edición española: San Pablo, Editorial Herder, Barcelona 1989]).

 

 

Santos Timoteo y Tito (26 de enero)

 

        Tanto los Hechos de los apóstoles como las cartas de san Pablo, en algunas de las cuales figura como remitente junto a Pablo, nos proporcionan noticias sobre Timoteo; en otras cartas se mencionan encargos que le habían sido confiados, entre ellos la responsabilidad de la Iglesia de Éfeso. Timoteo, nacido en Listra, hijo de madre judía convertida al cristianismo y de padre griego, fue un estrecho colaborador de Pablo en la evangelización. Estuvo unido a él por un profundo y afectuoso vínculo filial y por los mismos propósitos, según el testimonio del propio apóstol.

        De Tito, sólo habla Pablo en sus cartas. El perfil que de ellas resulta es el de un cristiano procedente del paganismo, firme en la fe, activo y generoso en la evangelización, hombre de paz que ama y se hace amar, dotado de buenas aptitudes de organización. La carta a él dirigida le presenta como responsable de la comunidad de Creta.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 1,1-8

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, para anunciar la promesa de la vida que está en Jesucristo,

2 a Timoteo, mi hijo querido; gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo.

3 Doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia limpia, según me enseñaron mis mayores, y me acuerdo de ti constantemente, noche y día, en mis oraciones.

4 Al recordar tus lágrimas, siento un gran deseo de verte para llenarme de alegrías pues guardo el recuerdo de la sinceridad de tu fe,

5 esa fe que tuvo primero tu abuela Loida y tu madre Eunice y que, estoy seguro, tienes tú también.

6 Por ello te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue conferido cuando te impuse las manos.

7 Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación.

8 No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; antes bien, con la confianza puesta en el poder de Dios, sufre conmigo por el Evangelio.

 

        **• La segunda Carta a Timoteo, que puede ser fechada a finales del siglo I y pertenece a la escuela paulina, se presenta como el testamento espiritual del apóstol en vísperas del martirio. El autor conoce bien tanto las cartas auténticas de Pablo como las llamadas «deuteropaulinas», y sentimos el eco de las mismas desde el saludo inicial (v. 1) hasta la repetición de motivos entrañables al apóstol: el «espíritu de temor» (v. 7) recuerda el «espíritu de esclavos» de Rom 8,15; se exhorta a Timoteo a no avergonzarse de dar testimonio del Señor (v. 8), del mismo modo que Pablo no se avergüenza del Evangelio (Rom 1,16).

        La carta se abre con expresiones de afecto y de estima, pero, sobre todo, de gratitud al Señor. Pablo reivindica para sí el título de «apóstol», que es consciente de merecer porque se ha hecho anunciador del Evangelio y porque ha sido fiel desde siempre al servicio de Dios «según me enseñaron mis mayores» (v. 3), subrayando la continuidad entre el seguimiento de Jesús y la fidelidad a la Ley judía. Es la misma continuidad señalada y aprobada con vigor en la experiencia de Timoteo, encaminado a la fe por su abuela y su madre judías, antes de ser cristiano.

        También es característico de las cartas pastorales poner el acento en el carisma del pastor de almas, personificado idealmente por Timoteo y transmitido por el apóstol a través de la imposición de las manos (v. 6). Domina sobre el conjunto el tema del testimonio, dado por Pablo en las tribulaciones y en la cárcel, hasta el martirio, y confiado al discípulo Timoteo para que continúe el servicio «con la confianza puesta en el poder de Dios» (v. 8).

 

Evangelio: Lucas 22,24-30

En aquel tiempo,

24 se produjo entre ellos una discusión sobre quién debía ser considerado el más importante.

25 Jesús les dijo: -Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen autoridad reciben el nombre de bienhechores.

26 Pero vosotros no debéis proceder de esta manera. Entre vosotros, el más importante ha de ser como el menor, y el que manda como el que sirve.

27 ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre vosotros como el que sirve.

28 Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas.

29 Y yo os hago entrega de la dignidad real que mi Padre me entregó a mí,

30 para que comáis y bebáis a mi mesa cuando yo reine, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

 

        *» El fragmento, que se encuentra al final del evangelio de Lucas, sigue a la institución de la eucaristía y precede al relato de la pasión. Está situado entre dos predicciones de Jesús que forman una inclusión: el anuncio de la traición de Judas y el de la traición de Pedro. Son las últimas enseñanzas de Jesús, y resalta sobre todo la incomprensión y la inadecuación de los discípulos a la tarea que les va a ser confiada.

        La cuestión sobre la que discuten los discípulos debía ser un lema recurrente en sus conversaciones: el mismo Lucas la había recordado ya al final del ministerio en Galilea (9,46), y los otros sinópticos {cf Me 9,34; Mt 18,1) la señalan en otros momentos de la vida de Jesús. La pregunta no está planteada directamente a Jesús, que, no obstante, capta -ciertamente con amargura- la preocupación de los discípulos y les responde recurriendo a tres imágenes de contraste: los reyes de la tierra, el señor y el siervo, el banquete del Reino. Los reyes gobiernan a los pueblos, poseen el poder y «reciben el nombre de bienhechores », pero, en el seguimiento de Jesús, el nombre y el poder no tienen valor. El señor que está sentado a la mesa y el siervo corresponden a roles concretos en la sociedad: en el comportamiento de Jesús están subvertidas las distinciones sociales. Y, por último, la imagen triunfal del Reino, la alegría del banquete, la autoridad del juicio sobre las tribus de Israel, son inseparables de las «pruebas» a las que están llamados Jesús y los suyos.

 

MEDITATIO

        Muchos pasajes de los evangelios nos muestran a los discípulos, incluso en vísperas de la pasión y hasta después de la resurrección de Jesús, todavía incapaces de comprender su mensaje. Sin embargo, Jesús se muestra muy tolerante con ellos y les regaña de una manera suave. La inadecuación no da lugar al desaliento, sino que, al contrario, acentúa la confianza en la ayuda del Señor (cf. 2 Tim l,7ss).

        La sed de poder y el orgullo de las posiciones de presagio son una de las tentaciones más fuertes para la humanidad, y no es casualidad que fuera una de las tres a las que fue sometido Jesús en el desierto. A lo largo de la historia, ha sido con frecuencia causa de pecado y ha provocado graves desgarros en la Iglesia. También nosotros caemos fácilmente en ella, porque nadie está inmune por completo a la pretensión de ser mejor que los otros. La perícopa evangélica nos muestra la respuesta de Jesús a esta codicia de sobresalir: existe verdaderamente un primado que debemos ambicionar, y es el primado en el servicio; existe una grandeza que debe fascinarnos, y es la grandeza de los pequeños.

        Los discípulos están predestinados a la mesa del Reino y les está reservado el poder de «juzgar a las doce tribus de Israel». Sin embargo, la autoridad en la Iglesia procede de la gracia del Señor, no de la capacidad humana.

        Lo que habilita a ejercerla es haber «perseverado conmigo en mis pruebas» (Le 22,28), haber sufrido con el apóstol por el Evangelio «con la confianza puesta en el poder de Dios» (2 Tim 1,8).

 

ORATIO

        Señor, sabemos que somos siervos inútiles, incapaces de corresponder a tu amor por nosotros. Sin embargo, nos dejamos arrastrar por nuestro orgullo, pretendemos juzgar a los otros, nos jactamos como si por nuestro mérito, y no por tu misericordia, hubiéramos sido llamados a formar parte de tu Iglesia. Nuestra solicitud por los hermanos cede, con excesiva frecuencia, al deseo de sobresalir: hasta cuando estamos comprometidos en una actividad pastoral, en vez de compartir con sencillez y alegría las responsabilidades, queremos imponer nuestras decisiones y nuestros puntos de vista.

        Confiamos demasiado en nuestra habilidad, como si tuviéramos que hacer propaganda de un producto comercial, y por eso es tímido nuestro testimonio. Señor, ablanda nuestro corazón. Ayúdanos a poner en el centro tu Evangelio y no nuestras convicciones. Pon orden y claridad en las motivaciones de nuestro obrar, para que gracias a ti podamos reconocer y vencer el orgullo incluso cuando se disfraza entre «las buenas intenciones».

        Haznos confiados y abiertos como los niños, que no se avergüenzan de pedir ayuda. Concédenos la alegría de reconocernos «pequeños». Sé tú nuestra única fuerza, y nada más podrá darnos miedo.

 

CONTEMPLATIO

        El que, muriendo a todas las pasiones de la carne, vive ahora espiritualmente debe ser conducido de todas las maneras a convertirse en ejemplo de vida; ha pospuesto en todo el éxito mundano; no teme ninguna adversidad; sólo desea los bienes interiores. Plenamente conforme con su íntima disposición, no le contrarrestan ni el cuerpo, con su debilidad; ni el espíritu, con su orgullo.

        No se ve arrastrado a desear los bienes ajenos, sino que se muestra generoso con los suyos. Por sus entrañas de misericordia se pliega muy pronto al perdón, pero no se desvía de la más alta rectitud, considerando las cosas con más indulgencia de lo que conviene. No hace nada ilícito, pero llora como propio el mal cometido por otros. Compadece la debilidad ajena con todo el afecto del corazón, goza con los bienes del prójimo como si fueran éxitos suyos. En todo lo que hace se muestra imitable a los otros, de suerte que no tiene que avergonzarse ni siquiera por hechos pasados. Procura vivir de tal modo que esté en condiciones de irrigar, con las aguas de la doctrina, los áridos corazones del prójimo.

        Ha aprendido por propia experiencia, a través de la práctica de la oración, que puede obtener de Dios lo que pida, pues de él ha dicho de manera especial la palabra profética: «Mientras todavía estés hablando, diré: Heme aquí, aquí estoy» (Gregorio Magno, La regola pastorale, Roma 1995, pp. 58ss [edición española: La regla pastoral, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1993]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy esta frase consoladora: «Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación» (2 Tim 1,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Los obispos deben dedicarse a su labor apostólica como testigos de Cristo delante de los hombres, interesándose no sólo por los que ya siguen al Príncipe de los Pastores, sino consagrándose totalmente a los que de alguna manera perdieron el camino de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia salvadora de Cristo, para que todos caminen «en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,9) (Christus Dominus, decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio pastoral de los obispos, n. 11).

        En la edificación de la Iglesia, los presbíteros deben vivir con todos con exquisita delicadeza, a ejemplo del Señor. Deben comportarse no según el beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestándoles como a hijos amadísimos, según las palabras del apóstol: «Insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina» (2 Tim 4,2).

        Por lo cual atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó (Presbyterorum ordinis, decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 6).

 

 

Santa Ángela de Mérici (27 de enero)

 

        Nació en Desenzano dal Garda hacia 1474. Fundó en Brescia, el 25 de noviembre de 1535, una compañía de vírgenes a la que puso bajo la protección de santa Úrsula y a la que llamó «Compañía de santa Úrsula».

        Animada por el espíritu de sabiduría y de profecía, ofreció a las mujeres de su tiempo (a las que sólo se les ofrecía dos caminos: el matrimonio o el monasterio de clausura) la posibilidad de consagrarse a Dios elegida libremente y vivida como «esposas del Hijo de Dios», abiertas a la maternidad espiritual, a pesar de seguir viviendo en su propio ambiente, sin estar ligadas a una actividad común, sino unidas «conjuntamente» como miembros de una familia espiritual.

        Angela, Sur Anzola, dejó a sus «hijas» una Regla, Recuerdos y Legados impregnados de la Palabra de Dios y de sabiduría humana. Murió el 27 de enero de 1540 en Brescia; fue sepultada en la iglesia de S. Afra (iglesia que será dedicada después a ella) y canonizada el 24 de mayo de 1807.

        En nuestros días, Angela Mérici es conocida y venerada en todo el mundo gracias a la difusión de la Compañía de santa Úrsula en su forma secular y de los diferentes institutos de hermanas ursulinas que se remontan a ella.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31

26 Considerad, hermanos, vuestra vocación, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.

27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes;

28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para anular a quienes creen que son algo.

29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.

30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.

31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir que lo haga en el Señor.

 

        **• Dios ha demostrado su poder y su sabiduría salvando a los que creen con un medio tan débil que ningún poderoso o sabio de este mundo habría considerado adecuado para la salvación: la cruz. Dios escoge a menudo a personas exentas de posibilidades y medios de los que puedan jactarse y a los que puedan confiarse; las llama en Cristo Jesús sin ningún mérito por su parte y las convierte -por medio de su participación en la pasión de Cristo- en fuerza determinante para la salvación del mundo.

        Santa Ángela tuvo una vivísima conciencia de haber sido elegida por Dios, por su infinita bondad, como instrumento para una gran obra, «a pesar de su muy insuficiente e inutilísima sierva».

 

Evangelio: Juan 17,llb-23

En aquel tiempo, elevó Jesús los ojos al cielo y oró diciendo:

11 Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno.

12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura.

13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría.

14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno.

16 Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

17 Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad.

18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí.

19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.

20 Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

 

        *•• Jesús ora, en la plegaria sacerdotal, por aquellos discípulos que han vivido con él en el mundo y que ahora deben quedarse en el mundo sin él, porque los ha enviado a este mundo. Pide para ellos que la unidad existente entre él y el Padre también les caracterice a ellos. Por ellos se ofrece en sacrificio, a fin de que hagan como él: el criterio fundamental del amor a Dios es el amor a los hermanos.

        También santa Angela, al recomendar a sus «hijas» la caridad y la unidad fraterna, asegura esto: «Si os esforzáis por ser así, no cabe duda de que el Señor Dios estará en medio de vosotras» (Recuerdo último).

 

MEDITATIO

        Actualidad del Evangelio y de las Escrituras; actualidad de santa Ángela, cuyos escritos son la encarnación de la Palabra de Dios en su vida. «Considerad, hermanos, vuestra vocación» (1 Cor 1,26).

        «Por eso, hermanas mías [...], os ruego y suplico a todas, a fin de que, habiendo sido elegidas para ser verdaderas e intactas esposas del Hijo de Dios, queráis conocer antes qué comporta tal elección» {Regla, Prol.). Es una elección que tiene su raíz en el servicio de Dios por el Reino, una elección nupcial tan a la escucha del Espíritu del Esposo que Ángela en sus «escritos» sobreabunda en invocaciones a la Palabra de Dios.

        El poder de esta Palabra, que hace de ella la Esposa del Hijo del Altísimo, la convierte también en madre de una compañía de vírgenes y de cuantos recurran a su ayuda espiritual. La dimensión nupcial y la maternidad de Ángela están destinadas a una concreta misión de unidad y comunión entre las «hijas», por las cuales suplica «liasla con sangre» (Recuerdo último), y a una misión de paz y comunión entre los hermanos.

        «Sor Angela», peregrina en los Santos Lugares y en su tierra, es sobre todo peregrina de la Palabra cuando anuncia y cuando recompone la paz en las familias. Fue peregrina de paz también para gente noble, como Francesco Sforza; fue luz especialmente para el clero, que se remite a la sabiduría de Ángela respecto a la Escritura.

        Hoy, como en tiempos de Ángela, el maligno, que «no duerme nunca» (Legados X), siembra odio y división, egoísmo. Consagrados «en la verdad» que es El, elegidos en Jesús, muerto y resucitado, queremos, como Ángela,

que la última oración de Cristo al Padre se convierta en la realidad de nuestra vida, para que el mundo crea que el Padre ha enviado a su Hijo para acogernos, ya en esta tierra, en la infinita alegría de vida de la comunión trinitaria. Éste es el servicio por el Reino en la Iglesia. Que de cada uno de nosotros los cristianos pueda decirse lo que su secretario Gabriele Cozzano escribió de ella: «Quien no conozca la realidad de las virtudes, de los caminos de la santa Iglesia, así como de su verdadero sentir y de su espíritu, que dirija su mirada al espíritu de la madre sor Ángela y a su comportamiento y se configure con ella. Y será un verdadero y fiel católico».

 

ORATIO

        Señor mío, ilumina las tinieblas de mi corazón y concédeme la gracia de morir antes que ofender hoy mismo a tu divina Majestad. Asegura mis afectos y mis sentidos, de suerte que no se desvíen ni a la derecha ni a la izquierda, ni me distraigan de tu luminosísimo rostro, que pone contento a cualquier corazón afligido.

        ¡Ay! Miserable de mí, que, al entrar en el secreto de mi corazón, no me atrevo a levantar los ojos al cielo de vergüenza [...]. Dígnate, oh benignísimo Señor, perdonarme tantas ofensas y todas las faltas que haya cometido desde el día de mi santo bautismo hasta hoy. Dígnate perdonar también, ¡ay de mí!, los pecados de mi padre y de mi madre, y los de mis parientes y amigos, y los de todo el mundo. Te lo pido por tu sacratísima pasión y por tu sangre preciosa derramada por amor nuestro; por tu santo nombre: sea éste bendito sobre la arena del mar, sobre las gotas de las aguas, sobre la multitud de las estrellas.

        Señor, en lugar de esas miserables criaturas que no te conocen ni se preocupan de participar en los méritos de tu sacratísima pasión, se me rompe el corazón, y voluntariamente daría -si pudiera- yo misma mi sangre para abrir la ceguera de sus mentes (cf. Ángela de Mérici, Regla V).

 

CONTEMPLATIO

        La última recomendación que os hago, y con la cual os ruego hasta con la sangre, es que seáis concordes, que estéis todas unidas con un corazón y una sola voluntad.

        Permaneced ligadas una con otra con el vínculo de la caridad, apreciándoos, ayudándoos, soportándoos en Jesucristo [...]. Porque Dios lo ha predispuesto ab aeterno así: que aquellos que son concordes en el bien por su honor, tengan toda prosperidad, y lo que hagan vaya a buen fin teniendo a su favor a Dios mismo y todas sus criaturas.

        Considerad, por tanto, cuan importante es tal unión y concordia, así que deseadla, buscadla. Abrazadla, conservadla con todas las fuerzas. Y yo os digo que, estando todas vosotras unidas así de corazón, seréis como una roca fortísima o una torre inexpugnable contra todas las adversidades, persecuciones y engaños diabólicos. Y os doy aún la certeza de que toda gracia que pidáis a Dios os será concedida infaliblemente. Y estaré siempre en medio de vosotros, ayudando a vuestras oraciones (Ángela de Mérici, Recuerdo último).

 

ACTIO

        Durante la jornada de hoy, medita con frecuencia la enseñanza de santa Ángela: «Señor mío, única vida y esperanza mía» (Regla V).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Aquí está el núcleo del mensaje de Angela de Mérici: Cristo la ha prevenido con una iniciativa de amor: él es el «amador». Angela le llamará así tres veces en sus escritos. Nota específica de la espiritualidad de Angela será la contemplación de este misterio de Cristo esposo en la tensión amorosa del ser y del obrar tendente hacia él.

        Hacer presente en la Iglesia este misterio del Cristo-esposo y dar testimonio de él en el mundo, con la vida y con la palabra, será el carisma entregado a las herederas de Angela de Mérici a fin de que lo continúen a lo largo de los siglos. Aquí dejamos la palabra al padre Valentino Macea, teólogo de,Brescia: «En el clima de renovación de la Iglesia de su tiempo, Angela vivió en sí misma, de una manera excepcional, el misterio de la Iglesia "esposa". Esto es lo que constituye el eje de su pensamiento y de su acción, es la nota más vigorosa de su experiencia, de su espiritualidad, de su maternidad de fundadora. Esto es, al menos, lo que resulta de cuanto con mayor seguridad nos revelan la Regla, los Recuerdos y los Legados, auténtico espejo de su alma y revelación de su modo de "sentir" a Cristo, de "acoger" a Cristo, de "responder" a Cristo, a "nuestro dulce y benigno esposo Jesús" {Regla XII)».

        La espiritualidad «nupcial», en la línea de la vocación virginal, parte de la convicción teológica de una iniciativa del «Amador » (Recuerdos 9; Legados 11) en el «elegir» y «llamar» «a ser verdaderas e intactas esposas» del Señor (Regla I, Proi). Se trata de una magna gracia y dignidad (cf. ibíd.), que pide la correspondencia del amor. Las exigencias de la Regla, en un clima de animosa y alegre ascesis, se proyectan hacia una mística que, abandonando a la virgen a la acción del Espíritu, quiere ayudarle a «agradar lo más posible a Jesucristo esposo» (Legados 4). Así es como él se convierte en el todo de la esposa, según un texto notable de la Regla (cf. XI). Puesto que sólo de este modo se vuelve «Cristo [para la virgen] el único tesoro, de modo que él sea también el Amor» (cf. Recuerdos 5). Sólo así, en la óptica de Angela, vive la virgen la plena fidelidad nupcial y «nace honor a Jesucristo, al que ha prometido su virginidad y a sí misma» (cf. Recuerdos 5).

        Se trata de la fidelidad del amor unitivo, con el que la virgen, como la Iglesia y con la Iglesia, es «santa, sin mancha o arruga o cosa semejante», y tiende de manera perenne al coloquio-comunión, cuyo eco es transmitido por las últimas palabras de la revelación, con el diálogo entre el Espíritu de Jesús y la Esposa: «Ven» (L. Mariani - E. Tarolli - M. Seynaéve, Angela Mérici. Contributo per una biografía, Milán 1986, pp. 233ss).

 

 

 

Santo Tomás de Aquino (28 de enero)

 

   

Nació en el seno de la noble familia de Aquino en torno a 1225 y pasó los primeros años de su formación religiosa junto a los benedictinos de Montecassino. Siendo estudiante en la Universidad de Napóles, entró en contacto con los dominicos, que acababan de ser fundados hacía pocos años. Fascinado por el estilo de éstos en Napóles, quiso abrazar este tipo de vida, pero tuvo que hacer frente a resistencias familiares.

En Colonia (Alemania) fue alumno predilecto de san Alberto Magno (1248-1252). Cuando apenas contaba treinta años se le concedió el grado de maestro en Teología por la Universidad de París. Su actividad de rofesor, predicador, consultor de obispos y papas y defensor de la fe fue enorme. Escribió muchas obras comentando la Sagrada Escritura, obras de teología -las más famosas son la Summa teológica y la Summa contra  entiles- y obras comentando los principales escritos de Aristóteles y de otros grandes estudiosos del pensamiento filosófico. Estas obras, maravillosa síntesis de armonía entre las conquistas más arduas del pensamiento humano y de la traducción genuino de la fe católica, continúan

orientando todavía hoy el estudio de la teología. Murió el 7 de marzo de 1274 en la abadía de Fossanova mientras iba de viaje para el Concilio de Lyon, en el que iba a tomar parte junto con san Buenaventura, de quien era muy amigo. Fue canonizado el 18 de julio de 1323 por Juan XXII. San Pío V lo proclamó «doctor de la Iglesia» en 1567, y León XIII, patrono de las escuelas católicas en 1879.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,8-12

Hermanos:

8 A mí, el más insignificante de todos los creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo

9 y de mostrar a todos cómo se cumple este misterioso plan, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todas las cosas.

10 De esta manera, los principados y potestades que habitan en el cielo tienen ahora conocimiento, por medio de la Iglesia, de la múltiple sabiduría de Dios,

11 contenida en el plan que desde la eternidad proyectó realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro.

12 Mediante la fe en él y gracias a él, nos atrevemos a acercarnos a Dios con plena confianza.

 

»*• El comentario más elocuente de la Palabra de Dios es la vida de los santos que en ella se inspiran. Con su ejemplo la hacen elocuente y nos sirven de apoyo a la hora de vencer las resistencias que a menudo trae consigo el configurar con ella nuestra propia vida.

El Señor, el Creador del universo, lo hace todo «con sabiduría y amor», pero nosotros -aunque sostenidos por la gracia- quisiéramos encontrar una legitimación que nos exima de pensar y de anunciar sus obras, con el pretexto de qtie son demasiado grandes para nosotros o bien de que somos demasiado pequeños para una vocación y una misión tan sublimes.

Los santos, con la simplicidad de su vida, atestiguan a qué alturas lleva la gracia de Dios a las mentes y los corazones de las personas que se confían con humildad y sinceridad a él, quedando transformada su existencia por su entrega al Misterio. Este designio salvífico, revelado en Cristo, es manifestado ahora por medio de la Iglesia, madre y maestra de la Verdad. A través de ella irradia el Espíritu las bellezas de la multiforme sabiduría de Dios, la misma que, cuando es acogida con una mente y con un corazón dóciles por parte del hombre, capacita para acercarse al Padre con plena confianza, mediante la fe.

 

Evangelio: Juan 17,11b-19

En aquel tiempo, elevó Jesús los ojos al cielo y oró diciendo:

11 Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno.

12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura.

13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría.

14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno. 16 Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

17 Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad.

18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí.

19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.

 

**• La misión de dejarse configurar y consagrar en Cristo está potenciada y sostenida por la misma oración de Jesús. Las peticiones que él, en actitud orante, dirige al Padre por aquellos que han vivido con él revelan los vínculos profundos que quiere establecer con ellos y la plenitud de comunión en la que desea unirlos y vivificarlos.

Su solicitud respecto a los discípulos, durante el tiempo de su presencia entre nosotros y ahora que se encuentra junto al Padre, está destinada por completo a consolidar los vínculos de comunión que unen al Padre con él y en los cuales quiere introducirlos.

Jesús quiere que sus discípulos sean custodiados en el nombre santo del Padre, el nombre que él mismo ha revelado y en el que los ha conservado. Tras ser enviado por el Padre, nos ha dado su Palabra - a saber, él mismo se ha convertido en fuente de aquella alegría que es la única que permite no sucumbir en las pruebas, no convertirse en víctimas del rechazo que el mundo le reserva a Jesús, a su palabra, a sus discípulos. Este compartir el rechazo es reflejo y expresión que hace resaltar el compartir que subsiste entre el Padre, Jesús, los discípulos.

Jesús pide que este vínculo, con el que él y el Padre están unidos, sea duradero, creciente e intenso también en nuestra relación con él, que se convierta en fuerza de defensa que nos haga invulnerables al maligno que acecha en el camino, la presencia en el mundo de aquellos que han sido consagrados en la Verdad. El vínculo con el que él y el Padre son uno se extiende, en virtud de su misión, a los discípulos y es en ellos fuente de la misión que les ha sido confiada. Cuando le son fieles, los protege y los hace crecer en la alegría que acompaña al gusto de la Verdad de la Palabra que fundamenta la comunión con Jesús y, en él, con el Padre por el Espíritu. La luz de la mente y la paz del corazón alimentan el fervor en el anuncio que invita a vivir en la consagración y a irradiar su belleza.

 

MEDITATIO

La Palabra escuchada ilumina con una luz cálida y transparente la misión que, en virtud del bautismo, consagra a todo cristiano a la Verdad persona que es Jesús y a la misión que él perpetúa en su Iglesia, misionera de paz y de unidad en el mundo. La vida cristiana es fruto de la participación en el amor que une a Jesús y al Padre, que tiende a hacer crecer injertados en él y a hacer brotar de él pensamientos, palabras y obras a fin de que cada persona se reconozca sumergida en la misma misericordia y quiera ser asociada a la comunión entre las Personas divinas, fuente y vértice de toda iniciativa sacramental y de todo compromiso apostólico.

La consagración a la Verdad, o sea, a Jesús, Verdad del Padre, es la expresión más sublime de la dignidad humana y cristiana. Las personas humanas, que no han sido hechas para vivir una vida bruta, sino «para seguir la virtud y el conocimiento» (Dante), entran en Cristo en los horizontes en los que esta vocación-misión se sitúa y se expande: cultivar nuestra inteligencia y querer estar disponibles para la Verdad, sustraernos a toda mentira y doblez, liberar nuestra mente y nuestro corazón para que la Palabra de la Verdad no se contamine y no deba morar con el error. La virtud en la inteligencia es preparación y nostalgia de ver a Dios, es fuerza de consentimiento a la oración de Jesús al Padre, compromiso de no hacer vano el anuncio del «misterio escondido desde el principio de los siglos», nuestra unión con Cristo, que ha resucitado como primicia de todos aquellos que en él viven, esperan y obran. Querer entender la Verdad, ser habitados por ella, liberados y libres por ella, ser ministros dóciles de la luz que ella es y que de ella irradia, no es ni un hobby ni una pretensión soberbia; es docilidad humilde, sencilla, perseverante, orante y amorosa ante el designio del Padre, que, en su Espíritu, capacita para conocerle, reconocerle y amarle en esta vida, para ser inundados de la plenitud de su luz en la gloria.

 

ORATIO

¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido, concededme desear ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente en alabanza y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada.

Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; Concededme que conozca lo que de mí queréis y que lo cumpla como es menester y conviene a mi alma. Concededme, oh Señor Dios mío, que no desfallezca entre las prosperidades y adversidades, para que ni en aquéllas me ensalce, ni en éstas me abata.

De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a vos o aparta de vos.

A nadie desee agradar o tema desagradar, sino a vos.

Séanme viles, Señor, todas las cosas transitorias y preciosas todas las eternas.

Disgústeme, Señor, todo gozo sin vos, y no ambicione cosa ninguna fuera de vos. Séame deleitoso, Señor, cualquier trabajo por vos y enojoso el descanso sin vos.

Concededme, oh Dios mío, levantar a vos mi corazón frecuente y fervorosamente, hacerlo todo con amor, tener por muerto lo que no pertenece a vuestro servicio, hacer mis obras no por rutina, sino refiriéndolas a vos con devoción.

Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi vida, obediente sin contradicción, pobre sin rebajamiento, casto sin corrupción, paciente sin disipación, maduro sin pesadumbre, diligente sin inconstancia, temeroso de vos sin desesperación, veraz sin doblez; haced que practique el bien sin presunción, que corrija al prójimo sin soberbia, que le edifique con palabras y obras sin fingimientos.

Dadme, oh Señor Dios mío, un corazón vigilante que por ningún pensamiento curioso se aparte de vos; dadme un corazón noble que por ninguna intención siniestra se desvíe; dadme un corazón firme que por ninguna tribulación se quebrante; dadme un corazón libre al que ninguna pasión violenta le domine.

Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os conozca, diligencia que os busque, sabiduría que os halle, comportamiento que os agrade, perseverancia que confiadamente os espere, y esperanza que, finalmente, os abrace.

Concededme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, que en el camino de mi vida use de vuestros beneficios por la gracia y que en la patria goce de vuestras alegrías por la gloria.

Señor, que vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

(Oración al Santísimo Sacramento de santo Tomas de Aquino).

 

CONTEMPLATIO

Es claro que no todos pueden dedicarse a la ciencia con esfuerzo, y por eso Cristo ha dado una ley sencilla que todos puedan conocer y nadie pueda excusarse por ignorancia de su cumplimiento. Ésta es la ley del amor divino: porque pronta y perfectamente cumplirá el Señor su palabra sobre la tierra (Rom 9,28; Is 10,23).

Esta ley debe ser la regla de todos los actos humanos. Del mismo modo que sucede en las cosas artificiales, donde una cosa se dice buena y recta cuando se adecúa a la regla, de la misma manera, pues, cualquier acción del hombre se llama recta y virtuosa cuando concuerda con la regla divina del amor, mientras que cuando está en desacuerdo con ella no es ni recta, ni buena, ni perfecta. Esta ley, la del amor divino, realiza en el hombre cuatro cosas muy deseables.

En primer lugar, es causa en él de la vida espiritual; es claro que ya en el orden natural el que ama está en el amado, y, del mismo modo, también el que ama a Dios lo tiene al mismo dentro de sí: Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4,16). Es propio también naturalmente en el amor que el que ama se transforme en el amado; así, si amamos a Dios nos hacemos divinos: El que se une al Señor es un espíritu con él (1 Cor 6,15). Y como afirma san Agustín, «como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma». Paralelamente, el alma obrará virtuosamente y perfectamente sólo cuando actúe por la caridad, mediante la cual Dios habita en ella; en cambio, sin caridad, no podrá actuar: El que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3,14). Si alguien tuviera todos los dones del Espíritu Santo, pero no la caridad, no tiene la vida. Sea el don de lenguas, sea la gracia de la fe o cualquier otro, como el don de profecía, si no hay caridad, no dan la vida (1 Cor 3). Aunque al cuerpo muerto se lo revista de oro y piedras preciosas, no obstante siempre estará muerto.

En segundo lugar, es causa del cumplimiento de los mandamientos divinos. Dice san Gregorio que la caridad no es ociosa: si se da, actuará cosas grandes, pero si no se actúa es que no hay allí caridad. Comprobamos cómo el que ama es capaz de hacer cosas grandes y difíciles por el amado, por ello dice el Señor: El que me ama guardará mi palabra (Jn 4,23). El que guarda el mandamiento y ley del amor divino cumple toda la ley.

Lo que hace la caridad en tercer lugar es ser una defensa en la adversidad. Al que posee la caridad ninguna cosa adversa le dañará; es más, se convertirá en utilidad: A los que aman a Dios todo les sirve para el bien (Rom 8,28); aún más, incluso al que ama le parecen suaves las cosas adversas y difíciles, como entre nosotros mismos vemos tan manifiestamente.

En cuarto lugar, la caridad lleva a la felicidad; únicamente a los que tienen caridad se les promete efectivamente la bienaventuranza. Todas las demás cosas, si no van acompañadas de la caridad, son insuficientes. Además, es de saber que la diferencia de bienaventuranza se deberá únicamente a la diferencia de caridad y no en comparación con otras virtudes («De los opúsculos teológicos de santo Tomás de Aquino, presbítero [In dúo praecenta...», Ed. J. P. Torrel, en Revue des Se. Phil. El Théol. 69, 1985, pp. 26-29]).

 

ACTIO

Durante la jornada de hoy, repite con frecuencia y ora con santo Tomás: «Sagrado banquete en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la vida futura».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Puesto que me preguntaste, Juan carísimo en Cristo, de qué modo debes aplicarte para adquirir el tesoro de la ciencia, éste es el consejo que te doy:

1º que por los riachuelos y no de golpe al mar procures introducirte, ya que conviene ir a las cosas difíciles a través de las más fáciles;

2º por tanto, este es mi consejo y tu instrucción. Sé tardo para hablar e incorpórate tarde a los coloquios;

3° depura tu conciencia;

4º no abandones el tiempo dedicado a orar;

5º ama permanecer en tu celda, si quieres ser introducido donde está el vino añejo;

6º muéstrate amable con todos;

7º no pretendas conocer con todo detalle las acciones de los demás;

8º con nadie te muestres muy familiar, porque las familiaridades originan desprecios y suministran materia para sustraerse al estudio;

9º en lo que dicen o hacen los mundanos no te impliques de ninguna manera;

10º apártate del discurso que pretende explicarlo todo;

11º no dejes de imitar los ejemplos de los santos y hombres buenos;

12º encomienda a la memoria lo que se diga de bueno, sin importarte a quién oigas;

13º esfuérzate en entender lo que leas y oigas;

14º cerciórate acerca de los asuntos dudosos;

15º y preocúpate de guardar cuanto puedas en el cofre de la mente, como quien ansia llenar un recipiente;

16º no pretendas lo que es más alto que tú.

Siguiendo esas indicaciones, echarás ramas y darás frutos útiles en la viña del Señor Altísimo mientras vivas. Si sigues estos consejos, podrás alcanzar aquello a lo que aspiras (santo Tomás de Aquino, Consejos para estudiar bien y plantear rectamente la vida.)

 

 

San Juan Bosco (31 de enero)

 

        Nació en Castelnuovo d'Asti en el año 1815, en el seno de una familia pobre. Dio muestras de poseer grandes dotes. Fue educado por su madre en la fe y en la práctica de las virtudes cristianas. A los nueve años intuyó por un sueño que debería dedicarse a la educación de la juventud. Siendo todavía un muchacho, fundó entre sus compañeros la «Sociedad de la alegría» para hacer la guerra al pecado. Ordenado sacerdote en 1841, escogió como programa de vida: Da mihi animas, cetera tolle (Gn 14,21) y dio origen al oratorio bajo la protección de san Francisco de Sales. Su estilo educativo y pastoral se basaba en el sistema preventivo y en la educación en la fe. Fundó la «Sociedad de san Francisco de Sales» (salesianos) y, con santa María Domenica Mazzarello, el «Instituto de las Hijas de María Auxiliadora». Creó también con laicos los cooperadores salesianos. El «padre y maestro de la juventud» murió en Turín el 31 de enero de 1888.

 

LECTIO

Primera lectura: Filipenses 4,4-9

Hermanos:

4 Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.

5 Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca.

6 Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias.

7 Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús.

8 Por último, hermanos, tomad en consideración todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable.

9 Practicad asimismo lo que habéis aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto en mí. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

 

        *» La invitación a la alegría, así como el mandato de que no tengan miedo -«Estad siempre alegres en el Señor » (v. 4) y de que «que nada os angustie» (v. 6)- tienen su fundamento, para el apóstol, en el hecho de que «el Señor está cerca» (v. 5). El término «Señor» se refiere aquí no sólo a Dios, sino a Jesús, porque en él se acerca Dios a la humanidad. Pablo muestra, en efecto, que la esperanza del cristiano es diferente de la esperanza de quien tercamente se obstina en ser optimista.

        La esperanza del cristiano no se fundamenta en un sentimiento de voluntad personal, en una disposición interior al optimismo, sino en la persona de Jesús, que es garantía de lo que esperamos para el futuro. Tres palabras expresan aquí el aspecto personal y comunitario de la esperanza: alegría, confianza y paz. La alegría deriva del hecho de vivir en comunión con Jesús y con los otros. El que afirma esto no es un vividor, sino un apóstol que sufre, encadenado, que pide repetidamente a los filipenses que se alegren, en la confianza: «en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias» (v. 6). Abandonarse a Dios no es algo indigno del hombre, no es un refugio en un mundo irreal, sino que forma parte de la verdadera sabiduría, porque «el Señor guarda los pasos de sus fieles» (1 Sm 2,9). La paz es el resultado de todo lo que precede. Como se ve a partir de las escasas palabras de Pablo, la paz no es ausencia de preocupaciones, sino fruto del poder de Dios, que custodia el corazón y los pensamientos de los creyentes en Cristo Jesús (v. 7), cosa muy diferente al simple «no tener pensamientos».

        La paz verdadera no es superficial, sino que toma al hombre allí donde éste decide por sí mismo, en la mente y en el corazón, porque de este modo sus acciones y relaciones serán también acciones y relaciones de paz.

 

Evangelio: Mateo 18,1-6.10

En aquel tiempo,

1 se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: -¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?

2 El llamó a un niño, lo puso en medio de ellos

3 y dijo: -Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.

4 El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

5 El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.

6 Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al fondo del mar.

10 Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.

 

        ** El fragmento, que tiene como tema el «hacerse pequeño», está ligado al segundo anuncio de la pasión (cf. Mt 17,22ss). La enseñanza de Jesús a sus discípulos se refiere a una actitud fundamental de la existencia cristiana. En ella se subraya la necesidad de superar tanto la autosuficiencia de los grandes como el orgullo de grupo. Las palabras de Jesús van dirigidas ciertamente a la vida interna de la comunidad de los discípulos: «El mayor en el Reino de los Cielos» es el más pequeño (v. 4). Parece natural que, según la mentalidad mundana, los jefes de la comunidad civil sean los que se distinguen por sus dotes y capacidades humanas o por su sentido de la responsabilidad a la hora de administrar los servicios comunitarios. Por otra parte, también es natural que el hombre sienta deseos de sobresalir.

        De ahí que también los apóstoles se dejen llevar por discusiones interesadas sobre los puestos que van a ocupar y sobre quién de ellos es el más importante (v. 1). El Señor toma, entonces, a un niño y lo pone a su lado, en el centro, y responde con unas palabras precisas: «El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (v. 4). Sólo el pequeño es «grande», porque es inocente, sencillo y carece de pretensiones.

El niño, en efecto, tiene necesidad de los otros, no tiene libertad de acción, se confía al que es mayor que él, consciente de su fragilidad y de su pobreza. El niño, para Jesús, es símbolo del verdadero discípulo, porque quien se hace pequeño está disponible, deja más espacio en él a la obra y a la acción del Espíritu. Se hace grande por la fe en el Señor y encuentra la fuerza en su nombre. El niño es también la imagen de Jesús, que se abandona con una total confianza y obediencia en manos del Padre; por eso dice aún: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre a mime acoge» (v. 5).

 

MEDITATIO

        La sociedad en la que vivimos ha creado barreras entre ricos y pobres, entre blancos y negros, entre el norte y el sur del mundo, entre grandes y pequeños. ¿Cómo hacer para romper esta barrera de la desconfianza? Considerando a cada hombre hermano nuestro, creando una familiaridad con él.

        Este principio es igualmente válido con los jóvenes. Decía don Bosco: «Sin familiaridad no se demuestra el amor, y sin esta demostración no puede haber confianza. Quien quiera ser amado necesita hacer ver que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras flaquezas. ¡He aquí el maestro de la familiaridad! El maestro al que se ve sólo en la cátedra es maestro, y no más, pero si va al recreo con los jóvenes se vuelve como hermano [...]. Quien sabe que es amado, ama, y quien es amado lo obtiene todo, especialmente de los jóvenes. Esta confianza establece una corriente eléctrica entre los jóvenes y los superiores. Los corazones se abren y dan a conocer sus necesidades y manifiestan sus defectos. Este amor hace soportar a los superiores las fatigas, las molestias, las ingratitudes, los estorbos, las carencias, la negligencias de los jovencitos. Jesucristo no rompió la caña quebrada ni apagó el pábilo vacilante. Éste es vuestro modelo» (de la Carta de Roma, 1884).

 

ORATIO

Oh María, Virgen poderosa;

tú, magna e ilustre defensa de la Iglesia;

tú, ayuda admirable de los cristianos;

tú, terrible como ejército en orden de batalla;

tú, que has destruido por ti sola todos los errores del mundo, defiéndenos del enemigo en las angustias, en las luchas, en las necesidades, y, en la hora de la muerte, acógenos en los goces eternos. Amén.

(Invocación de san Juan Bosco a María Auxiliadora).

 

CONTEMPLATIO

        Dos son los engaños principales con los que el demonio intenta alejar a los jóvenes de la virtud. El primero es hacerles pensar que servir al Señor consiste en una vida melancólica y alejada de toda diversión y placer.

        No es así, queridos jóvenes. Deseo enseñaros un método de vida cristiana que puede poneros al mismo tiempo alegres y contentos, señalándoos cuáles son las verdaderas diversiones y los verdaderos placeres, a fin de

que podáis decir con el santo profeta David: «Sirvamos al Señor con santa alegría (Servite Domino in laetitia).

Ése es precisamente el objetivo de este librito, servir al Señor y estar alegres.

        El otro engaño es la esperanza de vivir una larga vida con la comodidad de convertirse en la vejez o en la hora de la muerte. Llevad cuidado, hijos míos, pues muchos fueron engañados de este modo. ¿Quién nos asegura que llegaremos a viejos? Sería preciso llegar a pactos con la muerte para que nos espere hasta ese tiempo: ahora bien, la vida y la muerte están en manos del Señor, que puede disponer de ellas como le plazca. Y si Dios os concediera larga vida, oíd la gran advertencia que os da: el camino que el hombre empieza en la juventud, continúa en la vejez hasta la muerte. Y eso significa: que si empezamos una buena vida ahora que somos jóvenes, buenos seremos en los años de la vejez, buena será nuestra muerte y principio de una felicidad eterna [...].

        Queridos míos, os amo de todo corazón, y basta con que seáis jóvenes para que os ame más. Puedo aseguraros que podéis encontrar muchos libros aconsejados por personas mucho más virtuosas y más doctas que yo, pero difícilmente podréis encontrar a alguien que os ame más que yo en Jesucristo y desee más vuestra felicidad.

        Así pues, que el Señor esté siempre con vosotros y haga que, practicando estas pocas sugerencias, podáis llegar a salvar vuestras almas y aumentar así la gloria de Dios (Juan Bosco, «Prologo al Giovane Proweduto», en J. Aubry [ed.], Giovanni Bosco. Scritti spirituali I 1, Roma 1976, pp. 111-113).

 

ACTIO

        Durante la jornada de hoy, repite con frecuencia y ora con san Juan Bosco: «Dame las almas y coge todo lo demás» (Gn 14,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La Iglesia ama intensamente a los jóvenes: siempre, pero sobre todo en este período del 2000, se siente invitada por su Señor a mirarlos con especial amor y esperanza, considerando su educación como una de sus principales responsabilidades pastorales [...]. La situación juvenil en el mundo de hoy - a un siglo de la muerte del santo, a quien mi predecesor Pío XI no dudó en definir como “ príncipe de educadores” - ha cambiado mucho y presenta condiciones y aspectos multiformes, como bien saben los educadores y pastores. Sin embargo, también hoy subsisten las mismas preguntas sobre las que ef sacerdote Juan Bosco meditaba desde el comienzo de su ministerio, deseoso de comprender y determinado a obrar. ¿Quiénes son los jóvenes? ¿Qué quieren? ¿A qué tienden? ¿De qué tienen necesidad? Estas, tanto entonces como hoy, son preguntas difíciles, aunque inevitables, a las que todo educador debe hacer frente.

        No faltan hoy entre los jóvenes de todo el mundo grupos genuinamente sensibles a los valores del Espíritu, deseosos de ayuda y apoyo en la maduración de su personalidad. Por otra parte, es evidente que la juventud está sometida a impulsos y condicionamientos negativos, fruto de visiones ideológicas diferentes.

        El educador atento sabrá darse cuenta de la concreta condición juvenil e intervenir con segura competencia y clarividente sabiduría [...]. Tal vez, hoy como nunca educar se ha convertido en un imperativo vital y social al mismo tiempo, que implica una toma de posición y una voluntad decidida de formar personalidades maduras. Tal vez, hoy como nunca el mundo necesita individuos, familias y comunidades que hagan de la educación su propia razón de ser y se dediquen a ella como finalidad prioritaria, a la que entreguen sin reservas sus energías, buscando colaboración y ayuda, a fin de experimentar y renovar con creatividad y sentido de la responsabilidad nuevos procesos educativos. Ser educadores hoy comporta una verdadera y propia opción de vida, a la que es una obligación dar reconocimiento y ayuda por parte de cuantos tienen autoridad en las comunidades eclesiales y civiles (Juan Pablo II, carta Juvenum Patris, passim).

 

 

Presentación del Señor (2 de febrero)

 

        Esta celebración, a la que sería más propio llamar «fiesta del encuentro» (del griego Hypapánte), se desarrollaba ya en Jerusalén en el siglo IV. Con Justiniano, en el año 534, se volvió obligatoria en Constantinopla, y con el papa Sergio I, de origen oriental, también en Occidente, con una procesión a la basílica de Santa María la Mayor que se celebraba en Roma. La bendición de las candelas (de donde proviene la denominación de «candelaria») se remonta al siglo X. Celebra el episodio que narra san Lucas. Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, a los 40 días del parto, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor y así cumplir su santa Ley. En el templo les salió al encuentro el anciano Simeón, hombre justo y que esperaba la consolación de Israel. El anciano anunció a María su participación en la Pasión de su Hijo, y proclamó a éste "luz para alumbrar a las naciones". De ahí que los fieles, en la liturgia de hoy, salgan al encuentro del Señor con velas en sus manos y aclamándolo con alegría. Es una fiesta fundamentalmente del Señor, pero también celebra a María, vinculada al protagonismo de Jesús en este acontecimiento por el que es reconocido como Salvador y Mesías

 

LECTIO

Primera lectura: Malaquías 3,1-4

Así dice el Señor:

1 Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí, y de pronto vendrá a su templo el Señor, a quien vosotros buscáis; el ángel de la alianza, a quien tanto deseáis; he aquí que ya viene, dice el Señor todopoderoso.

2 ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie en su presencia? Será como fuego de fundidor y como lejía de lavandera.

3 Se pondrá a fundir y a refinar la plata. Reinará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas.

4 Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los tiempos pasados, como en los años remotos.

 

        **• Dos son los mensajeros presentados por el profeta, y el uno introduce al otro: el que prepara el camino al Señor que viene y el de la alianza, el Esperado. Ángel significa «mensajero» en griego: es interesante que la traducción se refiera al primero como mensajero y reserve el término «ángel», atribuido por lo general a una criatura celeste, al segundo. Con ello se pretende ayudar a distinguir entre el que es sólo precursor y el Mesías suspirado, de origen divino. A través de la sombra elocuente de la figura se pretende señalar, en perspectiva, al Bautista y a Cristo. Uno realizará la tarea del Redentor, el otro la de su Precursor. Uno entrará en el templo, el otro sólo le preparará el acceso. Y Aquel que entrará en el templo santificará en sí mismo los ministros y el culto mediante la ofrenda pura de la nueva alianza.

 

O bien: Hebreos 2,14-18

14 Y, puesto que los hijos tenían en común la carne y la sangre, también Jesús las compartió, para poder destruir con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo,

15 y librar a aquellos a quienes el temor a la muerte tenía esclavizados de por vida.

16 Porque, ciertamente, no venía en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la raza de Abrahán.

17 Por eso tenía que hacerse en todo semejante a sus hermanos, para ser ante Dios sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito, capaz de obtener el perdón de los pecados del pueblo.

18 Precisamente porque él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba.

 

        *» «Carne» y «sangre» fueron reducidos por el enemigo al poder de la «muerte». Carne y sangre vienen de Cristo, Dios hecho hombre, divinizados y liberados de tal esclavitud. La raza de Abrahán queda así restituida a la vida. Y no sólo eso, sino que, como alianza perenne del misterio de la fe, misterio de la redención y misterio de la resurrección de la carne para la vida eterna, he aquí que el divino Hijo unigénito se presenta no sólo como el primero entre muchos hermanos, sino que se hizo para ellos también sumo sacerdote, mediador en su ser humano-divino de la fidelidad de Dios, Padre de la vida. El sumo sacerdote es definido, en efecto, como «misericordioso», porque viene y lo hace «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación».

 

Evangelio: Lucas 2,22-40

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la Ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos han visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios.

 

        **• Se presenta en el texto una secuencia interesante con el verbo «ver»: ver la muerte, ver al Mesías, ver la salvación. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, se convierte en testigo de que «todas las cosas se cumplieron» según la ley, para que surja el Evangelio.

        Un Niño «signo de contradicción», una Madre llamada a una maternidad mesiánica de dolor junto a su redentor, y un anciano temeroso de Dios son los protagonistas del resumen de todo el Evangelio. Antigua y nueva alianza, Navidad y Pascua: aquí se encuentran en figura todos los misterios de la salvación, aquí se recapitula la historia, se le da cumplimiento en el tiempo, respondiendo a la colaboración y a la expectativa de los justos de todos los tiempos: José y Ana.

 

MEDITATIO

        Podemos considerar la fiesta que hoy celebramos como un puente entre la Navidad y la Pascua. La Madre de Dios constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo, símbolo y profecía de su sacerdocio de amor y de dolor en el Gólgota. Esta fiesta mantiene en Oriente la riqueza bíblica del título «encuentro»: encuentro «histórico» entre el Niño divino y el anciano Simeón, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la profecía y la realidad y, en la primera presentación oficial, entre Dios y su pueblo.

        En un sentido simbólico y en una dimensión escatológica, «encuentro» significa asimismo el abrazo de Dios con la humanidad redimida y la Iglesia (Ana y Simeón) o la Jerusalén celestial (el templo). En efecto, el templo y la Jerusalén antigua ya han pasado cuando el Rey divino entra en su casa  llevado por María, verdadera puerta del cielo que introduce a Aquel que es el cielo, en el tiempo nuevo y espiritual de la humanidad redimida.

        A través de ella es como Simeón, experto y temeroso testigo de las divinas promesas y de las expectativas humanas, saluda en aquel Recién nacido la salvación de todos los pueblos y tiene entre sus brazos la «luz para iluminar a las naciones» y la «gloria de tu pueblo, Israel».

 

ORATIO

        ¿Por qué, oh Virgen, miras a este Niño? Este Niño, con el secreto poder de su divinidad, ha extendido el cielo como una piel y ha mantenido suspendida la tierra sobre la nada; ha creado el agua a fin de que hiciera de soporte al mundo. Este Niño, oh Virgen purísima, rige al sol, gobierna a la luna, es el tesorero de los vientos y tiene poder y dominio, oh Virgen, sobre todas las cosas. Pero tú, oh Virgen, que oyes hablar del poder de este Niño, no esperes la realización de una alegría terrena, sino una alegría espiritual (Timoteo de Jerusalén, siglo VI).

 

CONTEMPLATIO

        Añadimos también el esplendor de los cirios, bien para mostrar el divino esplendor de Aquel que viene, por el que resplandecen todas las cosas y, expulsadas las horrendas tinieblas, quedan iluminadas de manera abundante por la luz eterna; bien para manifestar en grado máximo el esplendor del alma, con el que es necesario que nosotros vayamos al encuentro de Cristo. En efecto, del mismo modo que la integérrima Virgen y Madre de Dios llevó encerrada con los pañales a la verdadera luz y la mostró a los que yacían en las tinieblas, así también nosotros, iluminados por el esplendor de estos cirios y teniendo entre las manos la luz que se muestra a todos, apresurémonos a salir al encuentro de Aquel que es la verdadera luz (Sofronio de Jerusalén, f 638).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        ¿Cómo se comporta Simeón ante la grandiosa perspectiva que ve abrirse para su pueblo, en el despuntar de los nuevos tiempos mesiánicos? Con pocas palabras, nos enseña el desprendimiento, la libertad de espíritu y la pureza de corazón.

        Nos enseña cómo afrontar con serenidad ese momento delicado de la vida que es la jubilación. Simeón mira su muerte con serenidad. No le importa tener una parte y un nombre en la incipiente era mesiánica; está contento de que se realice la obra de Dios; con él o sin él, es asunto que carece de importancia.

        El Nunc dimittis no nos sirve sólo para la hora de nuestra muerte o de nuestra jubilación. Nos incita ahora a vivir y a trabajar con este espíritu, a liberar la casa que construimos, pequeña o grande, de modo que podamos dejarla con la serenidad y la paz de Simeón. A vivir con el espíritu de la pascua: con la cintura ceñida, el bastón en la mano, puestas las sandalias, preparados para abrir al mismo Señor cuando llame a la puerta.

        Para poder hacer esto, es necesario que también nosotros, como el anciano Simeón, «estrechemos al niño Jesús en nuestros brazos». Con él estrechado contra nuestro corazón, todo es más fácil. Simeón mira con tanta serenidad su propia muerte porque sabe que ahora también volverá a encontrar, más allá de la muerte, al mismo Señor y que será un estar todavía con él, de otro modo (R. Cantalamessa, / misten di Cristo nella vita della Chiesa, Milán 1992, pp. 75-78, passim [edición española: Los  misterios de Cristo en la vida de la Iglesia, Edicep, Valencia 1993]).

 

San Blas (3 de febrero)

 

        San Blas fue obispo de Sebaste (Armenia, en la actual Turquía) en los comienzos del siglo IV. Aunque nos deja un tanto perplejos la incertidumbre histórica de lo que tiene que ver con su vida, nos habla de ella la fuerte densidad de la tradición relacionada con él. Su culto, en efecto, es popularísimo, y está ligado sobre todo a la tradicional bendición de la garganta.

        Se lee en su «pasión» que, mientras le conducían al martirio, salió una mujer entre la muchedumbre de los curiosos para poner a su hijito, que se estaba ahogando a causa de una espina de pescado que se le había clavado en la garganta, a los pies del obispo Blas. Éste oró poniendo sus manos en la garganta del niño, que, de inmediato, quedó curado.

        Por otra parte, han florecido otras amenas leyendas en torno a la figura del santo. Este, en efecto, tras haber encontrado refugio en una cueva antes de haber sido hecho prisionero y conducido al martirio, habría curado también la garganta de un león y de otros animales salvajes, expresando así esa benevolencia universal -incluso cósmica que brilla en el corazón de todo verdadero seguidor de Jesús.

       San Blas estaría incluido entre los mártires caídos bajo la  persecución de Licinio. La fecha de su decapitación, el año 316, oscila entre la historia y la leyenda. Estamos al final de la era de los mártires.

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 3,1-9

1 Las almas de los justos están en las manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará.

2 Los insensatos piensan que están muertos, su tránsito les parece una desgracia,

3 y su salida de entre nosotros, un desastre, pero ellos están en paz.

4 Aunque a juicio de los hombres han sufrido un castigo, su esperanza estaba llena de inmortalidad,

5 y por una leve corrección recibirán grandes bienes. Porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él.

6 Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto.

7 En el juicio de Dios aparecerá su resplandor y se propagarán como chispas en un rastrojo.

8 Dominarán sobre naciones, gobernarán pueblos y su Señor reinará sobre ellos para siempre.

9 Los que ponen en él su confianza comprenderán la verdad, y los fieles permanecerán junto a él en el amor, pues la gracia y la misericordia son para sus elegidos.

 

        **• El texto del libro de la Sabiduría es una espléndida exaltación de los justos que, a pesar del ensañamiento de los impíos y de haber sufrido la muerte, en realidad, están a salvo «en las manos de Dios». Si traemos a la memoria otros pasajes bíblicos, se manifiesta toda la fuerza y la ternura de esta expresión: «Señor Dios, no destruyas a tu pueblo, a la heredad que has rescatado con tu poder y que sacaste de Egipto con mano fuerte» (Dt 9,26); «Soy yo; yo soy el primero y el último. Mi mano fundó la tierra, mi diestra extendió el cielo» (Is 48,12-13); «Te he cobijado al amparo de mi mano. Desplegué el cielo, cimenté la tierra» (Is 51,16).

        El autor sagrado puntualiza, a continuación, que la muerte del justo, considerada por los necios como el fin de todo, es, de hecho, la realización de un «esperanza repleta de inmortalidad» (cf Sal 16,lss; 17,15). El contrapunto, también de gran valor literario, está representado por la brevedad del dolor, que ya está pasando, y por la eternidad de los inmensos bienes que consigue el justo. Esta verdad se hace más profunda y se ilumina ulteriormente en el Nuevo Testamento: «Porque momentáneas y ligeras son las tribulaciones que, a cambio, nos preparan un caudal eterno e inconmensurable de gloria» (2 Cor 4,17).

        En efecto, en la economía del cristianismo, aquellos a quienes Dios «probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto» han vivido su martirio en unión con Cristo Jesús, que «se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios» (Ef 5,2).

        Esta realidad del misterio pascual otorga densidad y una luz todavía más vivida a las estupendas afirmaciones del autor veterotestamentario sobre los justos: que «en el juicio de Dios aparecerá su resplandor y se propagarán como chispas en un rastrojo», serán «Reino de Dios», teniendo poder, a su vez, sobre los pueblos y, sobre todo, ¡oh beatitud y reposo del corazón, «permanecerán junto a él en el amor».

 

Evangelio: Mateo 10,28-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial,

33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

        *•• Jesús anima a los discípulos tras haberles invitado a ir a evangelizar como «ovejas en medio de lobos» (v. 16). Los convence de que le «sigan» no por recompensas humanas, sino por aquella plenitud de vida que «los que matan el cuerpo» (v. 28) no pueden matar. El fragmento es una joya de espléndida certeza evangélica engastada entre dos mandatos: «No tengáis miedo» (v. 28) y «No temáis » (v. 31). La tranquilidad consoladora procede además de dos imágenes: la de «¿no se vende un par de pájaros por muy poco dinero?» (v. 29) y la de «los cabellos de vuestra cabeza» (v. 30), dos realidades enormemente frágiles y pobres. Así pues, si Dios se ocupa también de estas realidades, ¡cuánto más a pecho se tomará la salvación de toda nuestra persona! A lo único que hemos de temer es al espíritu del mal, que, después de esta breve vida, puede matar -¡pero para siempre!- a todo el hombre en la Gehena, es decir, en el ambiente del antiamor.

 

MEDITATIO

        En esta época nuestra en la que se idolatra el cuerpo  y se le hace objeto de una excesiva preocupación por su salud o es maltratado en el remolino de una vida superexcitada y de superempleo, la clara lección de san Blas traduce, en el orden concreto de los hechos, lo que dicen los dos fragmentos bíblicos. Sustancialmente, el espantajo, exorcizado continuamente de todas las maneras posibles en nuestros días, es la muerte. El mártir, por el contrario, no tiene miedo de esta ineludible «hermana nuestra muerte corporal», precisamente porque tiene en el corazón una «esperanza [...] llena de inmortalidad» y porque el «no temáis» de Jesús, unido a la persuasión de que «vosotros valéis más que todos los pájaros », les infunde una fuerza y una audacia que no son temerarias, sino serenas.

        San Blas, que se esconde en una cueva para escapar de las persecuciones, subraya el hecho de que el verdadero cristiano no está por el exhibicionismo heroico de la resistencia al dolor físico. El mártir no es alguien que desprecia el cuerpo y esta vida terrena. Ahora bien, ante a las decisiones en las que se trata de escoger entre Dios, con las alegres pero exigentes propuestas del Evangelio de Cristo, y las seductoras pero equívocas e ilusorias propuestas del que tiene poder para perder a todo el hombre en la Gehena, el mártir (¡testigo!) escoge a Dios.

        A un precio elevado, es cierto, pero sólo el alborear ya de un sol de ilimitada felicidad de amor para siempre, más allá del breve y fugaz padecimiento, puede decirnos cuánto vale la pena.

 

ORATIO

        Oh Señor, que nos has dado en el obispo san Blas no sólo un pastor, amigo de los hombres y ayuda benéfica incluso de los animales, sino un animoso testigo de la fe, ayúdame a vivir a lo largo de este día dando testimonio de tu amor. Hazme fuerte en las pruebas grandes y en las pequeñas, para que las afronte como este mártir, unido a Jesús, en virtud de su misterio pascual. Por la intercesión de san Blas, bendíceme y líbrame de todo mal.

 

CONTEMPLATIO

        El Señor ha dicho: «Seréis como corderos en medio de lobos». Respondió Pedro: «¿Y si los lobos devoran a los corderos?». Pero Jesús dijo a Pedro: «Los corderos, después de su muerte, ya no tienen nada que temer de los lobos. Tampoco vosotros, pues, debéis temer a los que os maten pero no puedan, a continuación, haceros ningún otro daño. Temed, por el contrario, al que, después de vuestra muerte, tiene poder para echar vuestra alma y vuestro cuerpo a la Gehena del fuego. Sabed también [...] que la promesa de Cristo es grande, tanto como la bienaventuranza del Reino (Evangelio apócrifo de Tomás).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros» (Mt 10,31).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En las Actas del martirio de san Justino se cuenta que el prefecto Rústico puso a Justino y a sus compañeros ante esta alternativa: hacer sacrificios a los dioses o ser torturados y decapitados. Justino fue el primero en negarse a hacer sacrificios. Lo mismo dijeron todos los demás mártires: «Haz lo que quieras; nosotros somos cristianos y no hacemos sacrificios a los ídolos». La condena fue la decapitación «con arreglo a la ley»

        La decisión de los mártires de morir antes que renegar de su fe y de su amor a Cristo es locura a los ojos de los hombres. Así la consideraba un hombre de gran envergadura moral, el emperador Marco Aurelio. Pero también puede hacer reflexionar sobre el valor de la fe, tan grande que a ella se sacrifica la vida.

        Escribe Blaise Pascal en sus Pensamientos: «Creo sólo en las historias cuyos testigos se dejarían degollar» (n. 593). Dicho con otras palabras, si la fe es para los cristianos un valor tan grande que por ella están dispuestos a morir, es algo que no puede no hacer reflexionar sobre la verdad del cristianismo. No sacrifica la vida por una ilusión o por una fábula cuando lo que lo hacen no son unos ¡lusos o unos fanáticos, sino personas normales, razonables, de alta envergadura moral y, a menudo, incluso de elevada cultura y de sano juicio.

        El 7 de mayo de 2000, Juan Pablo II, en una ceremonia  ecuménica desarrollada en el Coliseo, quiso que la Iglesia -no sólo la Iglesia católica, sino también las otras Iglesias y comuniones cristianas- recordara que el martirio es una realidad que forma parte de la naturaleza de la misma Iglesia y que el siglo XX ha sido, más que otras épocas, «el siglo de los mártires». De este modo, quiso dar un «signo» tanto a los cristianos como a los no cristianos y a los no creyentes, para invitarles a reflexionar no sólo sobre la trágica realidad del martirio -en lo que se refiere al siglo XX, se llegó a 12.692 mártires, de los que 2.351 eran laicos, 5.353 sacerdotes y seminaristas, 4.872 religiosos y religiosas y 126 obispos-, sino también sobre el significado que el martirio tiene para la vida de los cristianos e incluso para aquellos que no son cristianos pero dan culto a los valores que hacen la vida digna de ser vivida y, si fuere necesario, entregada (// senso del martirio cristiano, editorial de La Civiltá Cattolica del 15 de julio de 2000).

 

 

Santa Águeda (5 de febrero)

 

        Águeda nació en Catania alrededor del año 225. Su belleza atrajo la atención del cónsul pagano Quinciano, que la quiso como esposa. Águeda, prometida ya a Cristo, se negó. Entonces fue encarcelada y torturada: le cortaron los senos. Murió en torno al año 251. Un año después, durante una violenta erupción del Etna, los habitantes de Catania la invocaron para detener la lava exponiendo su velo. Su nombre figura en el canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 10,17-11,2

Hermanos:

10 Pues el que quiera presumir que lo haga en el Señor.

17 Porque no es quien se alaba a sí mismo el que es aceptado como justo, sino aquel a quien alaba el Señor.

11 ¡Ojalá me disculpéis si desvarío un poco! Estoy seguro de que lo haréis,

12 pues mis celos por vosotros son celos a lo divino, ya que os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como si fuerais una virgen casta.

 

        *+• La comunidad a la que se dirige el apóstol es una comunidad atribulada: Corinto es una ciudad de mar, de puerto, encrucijada de gente, usos y costumbres, pero también de inevitable corrupción y laxismo moral en medio de la relatividad de los valores puestos en juego.

        He aquí, pues, los «celos a lo divino» de los que se hace intérprete Pablo respecto a aquellos que han sido «pagados a un precio elevado», es decir, redimidos por la sangre de Cristo, a lin de que fueran y siguieran siendo «nuevas criaturas». El apóstol se siente más que responsable de aquella Iglesia local, de su preparación para las bodas del Cordero, de presentarla a Cristo esposo después de haberla guardado como «virgen casta» en la fidelidad del amor por su Señor.

 

Evangelio: Mateo 10,28-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial;

33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

        *» «No tengáis miedo»: esta expresión evangélica resonó en la plaza de San Pedro de Roma el 22 de octubre de 1978, al comienzo del pontificado de Juan Pablo II. Fueron unas palabras que sacudieron al mundo adormecido, y, como una onda poderosa, han cambiado la historia del siglo XX. Y han derribado, además de muchos «muros» y lugares de martirio, el umbral del nuevo milenio. Esas palabras eran el eco intenso de aquellas otras con las que el Redentor preparó a doce hombres para derribar, con la fuerza de la evangelización, los confines del mundo y de los corazones. Cristo derribó el más elemental miedo humano: la privación de la vida terrena. Para el hombre carente de perspectiva ultraterrena, esta vida lo es todo, mas para el hombre de la resurrección todo se relativiza aquí en nombre de una Verdad absoluta y perenne.

 

MEDITATIO

        Se ha transmitido que la mártir Águeda dijo al verdugo que hacía estragos en su cuerpo: «Cruel tirano ¿no te avergüenza torturar en una mujer el mismo seno del que de niño succionaste la vida?». El respeto a la dignidad de la mujer educa al hombre en la humildad que estima los valores superiores de la vida y que le manifiestan el amor del que goza en Dios.

        Es estupenda esta reflexión del cardenal Wyszynski «Por voluntad de Dios estoy de nuevo en medio de un grupo de mujeres. Me repito: cada vez que una mujer entre en tu habitación, levántate siempre, aunque estés ocupadísimo. Levántate tanto si ha entrado la madre superiora o sor Cleofasa para encender la estufa. Acuérdate de que ella te recuerda siempre a la Esclava del Señor, a cuyo nombre toda la Iglesia se pone en pie. Acuérdate de que de este modo honras a tu Inmaculada Madre, a la que esta mujer está más estrechamente unida que tú. De este modo pagas la deuda que tienes contraída con tu madre natural, que te ha servido con su propia sangre y con su propio cuerpo. Ponte en pie y no vaciles; vence tu presunción masculina y tu autoritarismo.

        Levántate aunque haya entrado la más desamparada de las magdalenas. Sólo entonces habrás imitado hasta el fondo a tu maestro, que se levantó del trono a la diestra del Padre para salir al encuentro de la Esclava del Señor. Sólo entonces habrás imitado al Padre Creador, que envió a María en ayuda de Eva. Levántate sin vacilar: te hará bien» (S. Wyszynski, Appunti dalla prigione, Bolonia 1983, p. 240 [edición española: Diario de la cárcel, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1984]).

 

ORATIO

        Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz [...]. Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura [...]. Te doy gracias, mujer, por el hecho mismo de ser mujer. Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas (Juan Pablo II, Carta a las mujeres, Roma 1995, passim).

 

CONTEMPLATIO

        Esta mujer virgen, que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.

        Una virgen que, con la sangre siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.

        De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.

        Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena». Ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien (Metodio de Sicilia, «Sermón sobre santa Águeda»,t en Analecta Bollandiana, 68, 76-78).

 

ACTIO

        Durante esta jornada, medita y repite la exclamación de santa Águeda: «Mi coraje está arraigado en Cristo».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En el Espíritu de Cristo, la mujer puede descubrir el significado pleno de su femineidad y, de esta manera, disponerse al don sincero de sí misma a los demás y encontrarse también a sí misma.

        En el año mariano, la Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de Dios que en la historia de la humanidad se han cumplido en ella y por medio de ella. En definitiva, ¿no se ha obrado en ella y por medio de ella lo más grande que existe en la historia del hombre sobre la tierra, es decir, el acontecimiento de que Dios mismo se ha hecho hombre?

        La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles».

        Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es la patria de la familia humana, que a veces se transforma en «un valle de lágrimas»; tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.

        La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina (Juan Pablo II, Carta apostólica Mulieris dignitatem, n. 31).

 

San Pablo Miki y compañeros (6 de febrero)

 

        Pablo Miki, jesuita japonés, fue uno de los veintiséis mártires que, el 5 de febrero de 1597, murieron crucificados en la colina de Tateyama -llamada después «colina santa»-, cerca de Nagasaki, a causa de su fe católica. La evangelización de Japón había empezado con san Francisco Javier (1549-1551) y se había desarrollado gracias a la acción de sus hermanos de religión, hasta el punto de que, en 1587, los cristianos formaban ya una Iglesia numerosa de 250.000 miembros.

        Pocos años después empezaron graves dificultades, y el emperador, que al principio había favorecido a los misioneros, decretó la expulsión de los misioneros jesuitas, encarceló a seis franciscanos españoles -llegados entretanto- y a tres jesuitas japoneses. La represión fue dura.

        Pablo Miki era hijo de un oficial. Había sido educado en el colegio jesuita de Anziquaiama y en 1580 entró en la compañía de Jesús. Era conocido por la calidad de su vida y por su capacidad de comunicar el Evangelio. Todavía no era sacerdote. Murió crucificado junto a otros veinticinco cristianos: seis misioneros franciscanos españoles, un escolástico y un hermano ¡esuita japonés y diecisiete laicos también de esta nacionalidad. Fueron los primeros mártires del Extremo Oriente inscritos en el martirologio. Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 2,19ss

Hermanos:

19 La misma ley me ha llevado a romper con la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo,

20 y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.

 

        *•• La experiencia vivísima de Pablo se inserta en la vida de la comunidad de la Galacia (1,2), que vive la lozanía de la fe pero es probada en su interior por hermanos que, para alcanzar la salvación, consideran necesaria la observancia de la Ley de Moisés, con todo lo que esto trae consigo: «Si no os hacéis circuncidar según el uso de Moisés, no podéis salvaros» (Hch 15,1).

        Son las pruebas a través de las cuales van descubriendo vitalmente los discípulos el verdadero origen de la salvación y alcanzan, por tanto, en su relación con Cristo Señor, una mayor claridad sobre su propia identidad, aprenden a reconocer la acción del Espíritu en el desarrollo de la Iglesia y encuentran su ubicación en la sociedad. Se traía, una ve/ más, de llevar a cabo una elección frente a Cristo y al único Evangelio, fundamentando la propia vida no en normas y prácticas, como sucedía en el contexto judío, sino en Cristo y en Cristo crucificado.

        Pablo no pretende proponer a los gálatas una doctrina para que sea debatida; quiere conducir a la comunidad, con la mediación de su propia experiencia vital (1,10-2,21), a reflexionar sobre la «verdad del Evangelio» (2,14), a reconocer que la justificación procede de la fe y no de las obras de la ley, a encontrarse con Cristo crucificado, a vivir la vida con la libertad de hijos guiados por el Espíritu.

        Pablo «sabe» quién es su Señor. «Estoy crucificado con Cristo» (2,20): es el nacimiento a la vida nueva y la plena identificación con Jesús. Su vida se desarrolla en la comunión profunda, única y misteriosa con Cristo, que le ha amado y ha dado su vida por él.

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

En aquel tiempo,

16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

20 enseñándoles a poner en obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

        **• La comunidad de los discípulos ha sido convocada para recibir la revelación definitiva. El lugar está repleto de significado: Galilea, un monte. En Galilea se había anunciado por primera vez la venida del Reino (4,17); en un monte había vivido Jesús la prueba con el Tentador, que le había ofrecido el dominio sobre los reinos del mundo (4,8-10); en un monte había enseñado Jesús su nueva doctrina de vida (5,lss); en un monte había tenido lugar la transfiguración (7,1) y, ahora, en un monte se manifiesta el Resucitado a los suyos. Les revela que el Padre le ha dado pleno poder «sobre cielo y tierra» (v. 17).

        Les confía a los apóstoles la misión, que es la misión universal de la Iglesia y les promete su presencia continua y perenne: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (v. 20). El señorío universal del Resucitado es la fuente de la que brota la misión universal de la Iglesia: «Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos». El Señor no deja sola a la Iglesia en su fatigoso y largo caminar por la historia. Él está con sus hermanos y hermanas y les asegura su presencia como guía, apoyo, purificación y luz, para vivir en obediencia al Padre y en el amor activo a todos.

 

MEDITATIO

        La elección del texto de la Carta a los Gálatas para celebrar la memoria de los mártires del Japón replantea hoy a la Iglesia la verdad del «Evangelio de Dios» (Rom 1,1) y la invita a una renovada opción por Cristo, tanto en las situaciones de serenidad y de paz, como en las de incomodidad, sufrimiento y prueba y, en particular, en las situaciones dolorosas de persecución violenta o solapada.

        «Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20). El testimonio de los mártires japoneses y de sus comunidades cristianas es palabra y consuelo para los hermanos y es anuncio y luz transformadora para la humanidad.

        La vida nace de la vida que se consuma en la entrega de sí misma. En la raíz de la Iglesia está el martirio de la sangre y de la fidelidad, esto es, el amor. La Iglesia nace del agápe divino y vive de él. El agápe es el principio vital de su existir y de su obrar, y lo irradia y lo comunica.

        El Evangelio hace explotar gratitud y alabanza porque conduce a tocar con la mano la realización del mandato confiado por el Cristo resucitado a los suyos.

        La Iglesia lo contempla en las tierras de Japón, donde el Espíritu ha abierto corazones y mentes y ha agregado nuevos miembros al pueblo nuevo; todos, en efecto, «todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa» (Ef 3,6ss). Con esta mirada del corazón apasionado hemos de ver al hombre y a las sociedades de hoy. Abiertos a todos, entregados a todos.

        Las comunidades cristianas envuelven el mundo con el amor de Cristo crucificado, atestiguan el señorío de Cristo, la universalidad del mandato y del amor del Padre y son, a su vez, su imagen entre los hombres» porque son miembros de su cuerpo, animados por el mismo Espíritu.

 

ORATIO

        Padre, fuente de todo bien, con ánimo lleno de emoción nos dirigimos a ti por la belleza de nuestra vocación de hijos, por el atrevimiento y el amor de estos hermanos nuestros cuya vida es consuelo, sostén y luz gracias a la presencia operante del Espíritu, que transforma la debilidad humana en cátedra de amor y camino  que conduce a ti. El ánimo calla ante estos mártires crucificados como tu Hijo y por él. Pausa sedienta, en la larga peregrinación de la vida, a fin de alcanzar la fuente pura y proseguir el camino con valor, movidos por el amor y por la pasión por el Reino. Infunde en nosotros la sabiduría de la cruz que iluminó el corazón de estos hermanos nuestros y de los mártires de todos los tiempos. Ven en ayuda de nuestra debilidad para que podamos adherirnos plenamente a Cristo, tu Hijo, y cooperemos con él en la redención del mundo.

 

CONTEMPLATIO

        «He sido condenado a muerte por haber difundido la noble enseñanza de Jesucristo. No tengo pecado alguno excepto éste. No tengo miedo de decir que he difundido la enseñanza de Cristo. Doy gracias de corazón con inmensa alegría por poder morir crucificado por este motivo. Declaro la verdad ante la muerte: creedme, no hay ningún camino mejor de salvación que el seguido por los cristianos. Soy siervo de Cristo, y le sigo; por eso, imitando a Cristo, perdono a todos los que me han perseguido.  No odio a nadie. Dios tenga misericordia de todos.

Deseo que mi sangre se convierta en una lluvia de gracias que dé fruto abundante en todos vosotros». Así habló Pablo Miki desde la cruz.

        Juan Soán, al ver a su padre junto a la cruz en la que había sido atado, se dirigió a él con estas palabras: «Estás viendo, padre, que hemos de preferir la salvación del alma a todo lo demás. Lleva cuidado en no descuidar nada para asegurártela». Y su padre le respondió: «Hijo mío, te agradezco tu exhortación. Y soporta tú también ahora con alegría la muerte, porque la padeces por nuestra santa fe. En cuanto a mí y a tu madre, estamos dispuestos a morir por la misma causa». Juan le dio a su padre su rosario y, haciendo que le quitaran la faja que le cubría la frente, pidió que se la dieran a su madre. Tenía diecinueve años.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia con el corazón y con alegría a lo largo de la jornada: «Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 24). Con estas palabras, Jesús, la víspera de su pasión, anuncia su glorificación a través de la muerte [...]. Cristo es el grano de trigo que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y sobre las huellas del rey crucificado han caminado sus discípulos, convertidos a lo largo de los siglos en legiones innumerables «de toda lengua, raza, pueblo y nación»: apóstoles y confesores de la fe, vírgenes y mártires, audaces heraldos del Evangelio y silenciosos servidores del Reino [...].

        «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11 -12). Qué bien se aplican estas palabras de Cristo a los innumerables testigos de la fe del siglo pasado, insultados y perseguidos, pero nunca vencidos por la fuerza del mal. Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida, sin posibilidad de huir de su lógica, ellos manifestaron que «el amor es más fuerte que la muerte». Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado [...].

        «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Hemos escuchado hace poco estas palabras de Cristo. Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar y la propia supervivencia como valores mayores que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron una firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor.

        Queridos hermanos y hermanas, la preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente: indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio [...].

        Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca! Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

        Expreso este deseo con el espíritu lleno de íntima emoción.

        Elevo mi oración al Señor para que la nube de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por Él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre (Juan Pablo II, Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, homilía del santo padre, tercer domingo de pascua, 7 de mayo de 2000, passim).

 

 

Santa Escolástica (10 de febrero)

 

        Era hermana de san Benito, nació en Umbría a finales del siglo V y se consagró a Dios ya en la niñez. Su vida, envuelta de humildad y silencio, sería desconocida por completo si san Gregorio Magno no hubiera narrado en sus Diálogos el episodio que la hizo ser estimada por los místicos. Una vez al año iba al monasterio de Montecassino a visitar a su hermano y, en esta circunstancia, obtuvo con la fuerza de la oración prolongar el diálogo sobre las realidades celestiales durante toda la noche. Tres días después, Benito vio volar su alma al cielo desde su celda en forma de candida paloma y comprendió así que había entrado en la gloria eterna.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos:

12,31 En todo caso, aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún os voy a mostrar un camino que los supera a todos.

13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe.

2 Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

3 Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

4 El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia.

5 No es grosero, ni egoísta; no se irrita, ni lleva cuentas del mal;

6 no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad.

7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.

8 El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso y desaparecerá también el don del conocimiento profundo.

9 Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios,

10 pero, cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto.

11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño.

12 Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré como Dios mismo me conoce.

13 Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor.

 

        *•• Tras haber presentado a la Iglesia como cuerpo en el que los distintos miembros cooperan para el bien común (cf. 12,12-27), el apóstol deja brotar un himno a la caridad. El fragmento comienza con una apremiante serie de «síes» condicionales y «aunques» que expresan el límite de un comportamiento humano que, aunque heroico, no procede del amor gratuito. Después de este exordio, Pablo dice de una manera positiva - a través de quince términos- en qué se reconoce la caridad. No es un esfuerzo sobrehumano, y sus rasgos remiten al rostro de Jesús, que no buscó su propio interés, sino nuestra salvación y cargó con nuestro pecado. Por la gracia, la caridad se convierte en el rostro del verdadero cristiano, que no encuentra en ella ocasión para presumir, sino la alegría de hacerse don para los otros.

 

Evangelio: Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:

25 Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

        **- El capítulo 11 del evangelio según Mateo afronta, desde diferentes aspectos, el tema del conocimiento de Dios. En su punto culminante, afirma la insuficiencia de todo conocimiento racional y la necesidad de un conocimiento espiritual. Dios ha escondido «a los sabios y prudentes» y ha revelado «a los sencillos» (v. 26) todo lo que puede considerarse digno de ser conocido. Jesús declara de una manera clara que también la más elevada sabiduría humana está destinada al fracaso precisamente por ser sólo «natural». Por el contrario, la condición de la «infancia» -despreciable a los ojos del mundo- es, paradójicamente, la condición favorable para acoger el don del Espíritu. La «sabiduría humana» carga al hombre con un peso de muerte. El «yugo suave» del Señor -su cruz abrazada por la fe y con amor proporciona al alma paz y descanso. Jesús alaba al Padre por esta elección suya: todos, en efecto, si quieren, pueden llegar a ser «sencillos» siguiendo su invitación: «Venid a mí» (v. 28).

 

MEDITATIO

        Escolástica es una figura en la que se pone de manifiesto al máximo el primado de la contemplación y del amor. Su hermano Benito la vio entrar en las alturas del cielo en forma de paloma, símbolo de inocencia y de sencillez. En este paso suyo deja en quien la contempla desde la tierra una estela para seguirla: la nostalgia del Cielo, que se alcanza únicamente con las alas del amor.

        En efecto, sólo quien ama conoce a Dios, porque el verdadero conocimiento es comunión. El amor que brota de Dios nos hace partícipes de su misma vida. Por nosotros mismos nunca hubiéramos sido capaces de conocerlo, pero el Padre, en su gran amor, envió a su Hijo, que, entregándose hasta el extremo, nos hizo capaces de entregarnos y de amar.

        Escolástica vivió completamente de cara al cielo, esperando el encuentro definitivo con su Señor. Todos los creyentes están llamados a hacer cada día este itinerario, separándose de las orillas del río del tiempo, para entrar en el día sin fin, en la comunión de los santos.

        Que su ejemplo nos ayude a creer que el amor lo puede todo, incluso lo que parece imposible.

 

ORATIO

        Oh santa Escolástica, resplandeces cual estupenda flor de gracia e inocencia; seguiste fielmente las huellas de tu santo hermano Benito: os unió en vida la comunión espiritual, os unen ahora el sepulcro y la gloria.

        Cristo estipuló contigo, desde la tierna infancia, una alianza eterna, seguro de que habrías de corresponder al don de tanta predilección.

        Herida en el corazón, ardes de celo por la vida monástica y brillas por un amor más ardiente. Paloma purísima, con rápido vuelo llegaste a las alturas del cielo, tú que con ánimo, mente y palabras anhelaste las eternas moradas. Obtennos también a nosotros llegar a la alegría de las bodas del Cordero y cantarle gloria. Amén.

 

CONTEMPLATIO

        Oh Dios amor, que me has creado, recréame en tu amor. Oh Dios amor, que me adquiriste para ti con la sangre de tu Hijo, santifícame en la verdad. Oh Dios amor, que me has adoptado como hija, haz que crezca según tu corazón. Oh Dios amor, que me has amado gratuitamente, concédeme amarte con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas. Oh Dios, amor infinitamente poderoso, confírmame en tu amor. Oh Amor sumamente sabio, concédeme amarte con sabiduría.

        Oh Amor infinitamente querido, concédeme vivir sólo para ti. Oh Amor eternamente fiel, consuélame en todas mis tribulaciones. Oh Amor siempre maravillosamente victorioso, concédeme perseverar en ti hasta el final.

En la hora de la muerte, acógeme, llámame a ti diciendo: «Hoy estarás conmigo; sal ahora del exilio para entrar en el solemne mañana de la eternidad; allí me encontrarás, verdadero hoy del divino esplendor» (Gertrudis de Helfta, Exertitia V, 363ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras referidas a santa Escolástica: «Obtuvo más de su amado Señor porque amó más» (del responsorio del oficio de lecturas).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El rostro de santa Escolástica ha sido esculpido para siempre por estas últimas palabras del relato de san Gregorio: «Obtuvo más de su amado Señor, porque amó más». Amor, oración y deseo del Cielo constituyen el encanto espiritual de esta mujer.

        En el relato de los Diálogos, sorprende la personalidad de Escolástica. Es verdaderamente mujer, con todas las características de la feminidad: dulzura y afectividad, constancia y hasta audacia en el intento de obtener lo que desea. Pero presenta también una vena de simpática hilaridad, cuando del río de lágrimas pasa a la radiante sonrisa por el milagro acaecido. Dios, en efecto, obedece con prontitud a los que le han sometido totalmente su propia voluntad.

        Escolástica consumó su existencia en absoluta fidelidad a la vocación que le había brotado en el corazón desde la infancia. Ahora, llegada a la plena madurez, demuestra que ha conservado la misma fe sencilla y segura con un ánimo fresco como el manantial de agua de donde surgía. En ella se encarna espléndidamente la tensión escatológica que recorre toda la Regla benedictina. Decir Escolástica es sumergir la mirada en las misteriosas profundidades azules del cielo donde su alma, bajo la candida apariencia de paloma, ha penetrado, atraída por la fuerza del Amor eterno. La vida de Escolástica concluye con el «milagro» signo de la «perfecta caridad» alcanzada. Caridad con Dios, ardientemente deseado, y caridad con los hermanos, tiernamente amados. La oración -escuchada de inmediato por el Señor- aparece como el puro y eficaz lenguaje del Amor. ¿No es acaso éste el mensaje esencial que nos viene, todavía hoy, de la santa hermana del patriarca de los monjes de Occidente? (A. M. Cánopi, Monachesimo benedettino femminile, Seregno 1994, pp. 21-27, passim).

 

 

Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero)

 

        La memoria facultativa en el misal romano denominada Nuestra Señora de Lourdes forma parte de las celebraciones «ligadas a razones de culto local y que han adquirido un ámbito más extenso y un interés más vivo» [Maríalis cultus, 8).

        Es la única memoria incorporada al calendario universal que hace referencia a una «aparición» mariana, la que recibió, en 1858, Bernadette Soubirous (1844-1879), en la que oyó este mensaje: «Yo soy la Inmaculada Concepción». La memoria litúrgica fue extendida, en 1907, a toda la Iglesia latina. La introducción en la liturgia no equivale a una declaración magisterial que le comprometa sobre la verdad histórica de la aparición con la presencia real de la Inmaculada.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 66,10- 14c

10 Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella todos los que la amáis; saltad de gozo con ella los que por ella llevasteis luto.

11 Pues mamaréis hasta saciaros  de sus pechos consoladores y saborearéis el deleite de sus ubres generosas.

12 Porque así dice el Señor: Yo haré correr hacia ella, como un río, la paz; como un torrente desbordado la riqueza de las naciones. Amamantarán en brazos a sus criaturas y las acariciarán sobre las rodillas.

13 Como un hijo al que su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén seréis consolados.

14 Al verlo, os alegraréis, vuestros huesos florecerán como prado. El Señor mostrará a sus siervos su poder.

 

        ** La lectura constituye uno de los últimos fragmentos del libro de Isaías y está tomada de la tercera parte de este libro o Tercer Isaías. El contexto inmediato es como un vaivén de avisos y consuelos. No constituye una extravagancia semejante estilo contradictorio: refleja al menos el realismo de la vida, la historia, los comportamientos y las consecuencias que de ellos derivan. En la perícopa seleccionada resuenan el consuelo y la alegría.

        El oráculo personaliza a Jerusalén, símbolo magmático de expectativas, utopías y certezas mesiánicas; emblema de fastos y nefastos del pueblo de Dios, de lutos y consuelos. Se filtra una convicción: la generosidad del Señor en términos de misericordia, bienestar, benevolencia y salvaguarda no cesará nunca; es más, se irradiará más allá de sus muros en beneficio de todos los pueblos. Y desde todos los pueblos se dirigirán miradas esperanzadas hacia el lugar santo y llegarán a la ciudad de Dios incesantes peregrinaciones suplicantes.

 

Evangelio: Lucas 1,41b-55

En aquellos días,

41 Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mí espíritu se regocija en Dios mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

 

        **• La lectura lucana, tomada del episodio de la llamada «visitación», que es en realidad el encuentro de dos madres -María e Isabel- amadas por Dios y visitadas por el Espíritu, forma parte de los «evangelios de la infancia». «Infancia de Jesús», hijo dado a la Virgen María (y también infancia de Juan, hijo suplicado por la anciana pareja), y madurez de María. Tras el anuncio y la aceptación de su propia maternidad, tras la constatación de que «nada es imposible a Dios», está creciendo la conciencia de María, robustecida también por las exclamaciones de bendición y de bienaventuranza, anuncio ulterior que ilumina su identidad materna y que alienta su progresión en la fe. María vive esta madura conciencia atestiguada por la contemplación de las «cosas grandes» obradas en ella por el Omnipotente y de la misericordia que se extiende de generación en generación.

 

MEDITATIO

        La introducción de las dos perícopas en la misma celebración litúrgica nos autoriza a sondear recónditas consonancias. En una memoria mariana, la representación de Jerusalén en femenino, bosquejada en el oráculo de Isaías, deja espontáneamente su sitio a la figura y al acontecimiento de María. La perícopa lucana completa los rasgos de la personalidad de María con la elección de algunas palabras esenciales: bendita, o bien merecedora, junto con el fruto de su seno, de la benevolencia divina; dichosa, o sea, puesta entre los discípulos del Señor; humildad, a saber: reconocimiento de su propia identidad en relación con el Dios salvador; misericordia, o presencia de la justicia y del amor divinos que envuelven a las personas y guían la historia.

        La imagen profética y las palabras evangélicas son como una paleta en manos del devoto, inducido a describir con detalle su propia imagen mariana elaborada con pensamientos procedentes de la meditación. El núcleo focal de semejante imagen es la abundancia.

        Ambas lecturas manifiestan que tal abundancia es dada. El profeta entrevé la abundancia de los dones mediante imágenes de generosa maternidad y exuberancias de bienestar; el evangelista particulariza la realidad de la abundancia en dones auténticos, que María custodia, como la fe y la confianza, la encarnación y la experiencia del Dios misericordioso y amoroso.

        La imagen de la abundancia se completa con la irradiación de los dones: la figura del oráculo y la persona del Evangelio se extienden, se mueven a un solícito y amoroso servicio. El servicio, recíproco de las dos madres es el hecho de compartir la experiencia de Dios y la oración.

 

ORATIO

        Salve, santa María, mujer humilde y pobre, bendita del Altísimo.

        Virgen de la esperanza, profecía de los tiempos nuevos, asocia a tu canto nuestras voces y acompáñanos en nuestro camino para anunciar la venida del Reino y la liberación total del hombre; para llevar a Cristo a los hermanos y alcanzar una comunión de vida más intensa con ellos; para engrandecer contigo la misericordia del Señor y cantar la alegría de la vida y la salvación.

        Virgen, arca de la nueva alianza, primicia de la Iglesia, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

        Las imágenes y el lenguaje de las dos lecturas bíblicas, asociadas en la memoria litúrgica de nuestra Señora de Lourdes, nos elevan a la contemplación de la figura de María y sugieren interpretaciones de su iconografía. El retrato mariano que se eleva ante los ojos de la fe y de la devoción hace visible una efigie exterior aludida en la imagen de una exuberante maternidad y una representación de su identidad interior o espiritual iluminada por las palabras evangélicas o por la efigie de la visión de Lourdes. La abundancia del seno de María no es otra cosa que la maternidad del Hijo de Dios redentor; la imagen de los niños llevados en brazos repite la imagen tradicional de María que sostiene a su hijo, Jesús, y abre un escorzo sobre la contemplación de María madre de la Iglesia. Las palabras de bendición, de bienaventuranza, de una humildad visitada por el Omnipotente, de las grandes cosas realizadas por el Señor, perfilan la personalidad interior de la santa virgen y madre, que aparece en la visión de Lourdes como inmaculada, palabra que resuena en la catequesis en que se insistía en tiempos de este acontecimiento y confirmada en la oración litúrgica de la memoria de nuestra Señora de Lourdes, «María, madre inmaculada del Hijo de Dios Padre».

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive el cántico de la Virgen María: «Es misericordioso siempre con aquellos que le honran» (Le 1,50).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El Magníficat se nos presenta como modelo de oración por sus contenidos y sus aspectos formales: es un cántico de acción de gracias y de alabanza; es memoria de las maravillas llevadas a cabo por Dios; expresión de concreción y de arraigo en la hora presente; mirada proyectada hacia el futuro. Es ejemplo de cómo, al dirigirnos a Dios, debemos conjugar el sentido de la trascendencia absoluta de Dios (él es el Señor, el Omnipotente, el Santo) con el de su sorprendente proximidad (dirige la mirada a los humildes, extiende su misericordia a los que fe temen, se acuerda de sus promesas). En el Magníficat, aquel a quien los teólogos llaman el «Totalmente Otro» se manifiesta muy próximo al hombre: el Dios inaccesible de la zarza ardiente se ha convertido ya en el Enmanuel, en el Dios-con-nosotros, en el seno de la virgen de Nazaret (Capítulo general de los hermanos Siervos de María, Serví di Magníficat, Roma 1996, n. 65 [edición española: Siervos del Magníficat: el cántico de la Virgen a la vida consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 1997]).

 

 

Santos Cirilo y Metodio (14 de febrero)

 

        Los santos Cirilo y Metodio eran de formación bizantina. Ambos nacieron en Salónica (Cirilo, en el año 827 o en el 828; Metodio, entre los años 812 y 820) y se convirtieron en los apóstoles de los pueblos eslavos. Fueron enviados por el emperador de Constantinopla Miguel III a Moravia. Allí llevaron a cabo un maravilloso trabajo apostólico, emprendiendo las traducciones de las Escrituras y de los libros litúrgicos a la lengua paleoeslava y formando discípulos. Llamados a Roma para justificarse por esta novedad, fueron recibidos con honor por el papa Adriano II, que aprobó su método misionero.

        Sin embargo, Cirilo, enfermo, falleció allí mismo el 14 de febrero del año 869 y fue sepultado en la iglesia de San Clemente. Metodio, ordenado arzobispo en Roma, volvió a Moravia, y allí murió el 6 de abril del año 885. Sus discípulos, expulsados de este país, se refugiaron en Bulgaria. Desde allí pasaron la liturgia y la literatura eslava al reino de Kiev, a Rusia y a todos los países eslavos de rito bizantino.

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 9,1-6

1 Dios de nuestros antepasados, Señor de la misericordia, que con tu Palabra creaste el universo

2 y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre toda tu creación,

3 para que gobernase el mundo con santidad y justicia e hiciera justicia con rectitud de espíritu,

4 dame la sabiduría que comparte tu trono y no me excluyas del número de tus hijos.

5 Porque yo soy tu siervo, hijo de tu esclava, hombre débil y de corta vida, incapaz de comprender el derecho y las leyes.

6 Pues aunque uno sea perfecto entre los hombres, sin la sabiduría que procede de ti será tenido en nada.

 

        *•• Con estos primeros versículos de la oración con que concluye la segunda parte del libro de la Sabiduría, su autor nos pone en las coordenadas apropiadas para invocar a la misma sabiduría.

        Esta oración, atribuida a Salomón -una práctica usual para dar valor a los textos-, se dirige no a un Dios lejano, sino a un Dios personal: el «Dios de nuestros antepasados », «Señor de la misericordia» (v. la). En estas dos expresiones se encierran toda la historia y la experiencia del pueblo de Israel. Orar a Dios es, antes que nada, hablar de su obrar en la creación y en el gobierno del mundo: Dios crea con su Palabra; forma, juzga y domina todo a través de la sabiduría y con santidad y justicia.

        Éstos son los atributos principales de Dios. A continuación, con pocas palabras, el autor esboza la realidad del hombre frente a Dios: primero hijo, después siervo, «hombre débil y de corta vida, incapaz de comprender el derecho y las leyes» (v. 5), y, al mismo tiempo, recuerda la tarea confiada al hombre «para que dominase sobre toda tu creación» (v. 2b).

        Si el hombre está llamado a ser el lugarteniente de Dios en la tierra, sólo la sabiduría que estaba con Dios en la creación puede ayudarle en esta tarea: ésa es la invocación del v. 4: «Dame la sabiduría que comparte tu trono».

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

En aquel tiempo,

16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  

20 enseñándoles a poner en obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

        **• Es el fragmento con el que concluye el evangelio de Mateo, y se trata de un pasaje que encierra lugares y temas importantes del acontecer de la vida de Jesús. Los lugares son Galilea {cf. Mt 4,12-16), donde comenzó la misión pública de Jesús; la montaña {cf 5,1; 17,1), en la que Jesús se mostró como Maestro y Señor. Y entre los temas están la llamada «misión universal» (vv. 18-20) y el discipulado.

        Respecto al primer tema, debemos subrayar que el mandato de predicar y de bautizar (vv. 18-20) les viene a los apóstoles de la autoridad de Jesús, a quien se le ha dado «autoridad plena sobre cielo y tierra» (v. 18), y de su señorío. La misión del Jesús «terreno», circunscrita exclusivamente al pueblo judío, se abre ahora, a través de sus discípulos, «a todos los pueblos» (v. 19). El discipulado se realiza, a continuación, con el bautismo y la palabra.

La fórmula trinitaria del bautismo refleja la que se usaba en la comunidad de Mateo, una comunidad formada en su mayor parte por judíos, que encuentra en el v. 19 aliento para abrirse sin temor a los pueblos (aquí se hace referencia a las naciones paganas).

        El v. 20, con el que concluye el primer evangelio -«Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo»- es una palabra de consuelo para los cristianos, porque es la consumación de la realidad del nombre de Jesús, el nombre que se le dio en el momento de su concepción (cf. 1,23): Enmanuel, «Diosconnosotros».

 

MEDITATIO

        San Cirilo eligió desde joven como esposa mística a la sabiduría divina, que se le apareció en sueños, y, como Salomón, la consideró más preciosa que los otros dones.

        Meditemos, pues, iluminados por las lecturas bíblicas y por el ejemplo vivo de estos santos, sobre quién puede ser considerado verdaderamente «sabio». Acostumbramos a llamar «docto» a quien conoce muchas cosas, consideramos «inteligente» al hombre que comprende lo que son las cosas; el sabio, sin embargo, es el que comprende el significado que las cosas y los acontecimientos deben tener para su vida.

        Ahora bien, las cosas y los acontecimientos pueden tener diferentes significados en la vida. Un comerciante adivina cuánto dinero puede ganar con ellas. Quien tiene como fin supremo su carrera busca cómo explotarlas para alcanzar el éxito en el trabajo. El sabio, por su parte, sabe aprovecharlo todo para ganar la amistad de Dios. «El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios» (Sal 110,10).

        Todos observamos el mundo que nos rodea. Para un curioso, esto es ocasión de distracción, porque ve muchas cosas diferentes. El hombre de ciencia está obligado a elegir en su «campo visual» lo que tiene que ver con su especialización. El sabio consigue ver todo como la única imagen de la sabiduría de Dios, como un grandioso mosaico en el que cada piedrecita es preciosa, y, por consiguiente, todo lo que ve y aprende adquiere un valor inmenso y se vuelve fuente de alegría.

 

ORATIO

        Haz que resplandezca en nuestros corazones, oh Señor, que amas a los hombres, la luz incorruptible de tu sabiduría: te lo pedimos en nombre de los santos hermanos Cirilo y Metodio. Abre los ojos de nuestra mente para que podamos entender tus preceptos evangélicos. A fin de que, aplastados los deseos carnales, podamos llevar una vida espiritual, pensando y realizando todo lo que es de tu agrado, e invoquemos la fuerza de tu Espíritu de la sabiduría.

 

CONTEMPLATIO

        San Cirilo escogió como patrono especial de su vida a san Gregorio Nacianceno, llamado «el Teólogo», quien abandonó sus cargos en el mundo para dedicarse a escribir sermones y poesías, a fin de que Cristo, a través de él, pudiera «hablar en griego».Por eso recibió el sobrenombre de «Boca de Cristo». San Cirilo, que le imitó, decidió ofrecer al Salvador su conocimiento de las lenguas, a fin de que Dios, por medio de él, hablara en el idioma de los pueblos eslavos. Ambos santos se daban cuenta de que la capacidad de hablar constituye un gran privilegio humano. El hombre, que expresa su pensamiento con las palabras, es imagen de Dios Padre, el cual -precisamente por la Palabra, que es su Hijo- crea y gobierna el universo.

        En consecuencia, constituyen una gran responsabilidad para nosotros las palabras que salen de nuestra boca. Con ellas podemos hacer un enorme bien, pero, desgraciadamente, en ocasiones causan también mal. Crean las amistades o las destruyen. Con la palabra somos capaces de dirigirnos en la oración a Dios, el cual nos escucha y a menudo se digna acceder a lo que le pedimos. Por otra parte, también Dios se dirige a nosotros por medio de su Palabra, contenida en la Sagrada Escritura y en la predicación de la Iglesia. Escuchemos, pues, a Dios y Dios nos escuchará a nosotros.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra de la Escritura: «Dame la sabiduría que comparte tu trono» (Sab 9,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Cuando el niño [Cirilo] tenía siete años, tuvo un sueño, que le contó a su padre y a su madre de este modo: «El alcalde de la ciudad, después de haber convocado a todas las muchachas de la ciudad, me dijo: "Elige entre ellas a la que quieres como esposa y como ayuda que te convenga" (Gn 2,18). Entonces, tras mirarlas bien a todas, ví una que era más bella que las demás: tenía un rostro luminoso y estaba toda ella adornada de collares de oro y de gemas, y revestida de toda belleza; se llamaba Sofía, es decir, Sabiduría. La elegí a ella». Tras oír estas palabras, dijeron los generosos padres: «Dice la Sagrada Escritura: "Di a la sabiduría: 'Tú eres mi hermana'" (Prov 7,4), y si la llevas junto a ti, para tenerla como esposa, por medio de ella serás liberado de muchos males».

        Le enviaron a la escuela y progresaba más que todos sus condiscípulos. Pero muy pronto tuvo el muchacho otra experiencia. Un buen día, según la costumbre de los hijos ricos de divertirse saliendo de caza, se fue con ellos al campo, llevando un halcón con él. Ya le había hecho emprender el vuelo cuando un viento levantado por la Providencia divina hizo que el halcón se perdiera por completo. Al muchacho le entró tal disgusto y tal tristeza que, durante dos días, no tocó alimento alguno. Pero después se arrepintió, diciendo: «¿Acaso no es esta vida de tal género que a la alegría le sucede la tristeza? Desde hoy en adelante, tomaré un camino mejor que éste». Se aplicó al estudio de las letras y aprendió de memoria los escritos de san Gregorio, el Teólogo. Y escribió sobre él la siguiente poesía: «Oh Gregorio, hombre en el cuerpo, te has mostrado ángel, porque tu boca glorifica a Dios como uno de los serafines e ilumina el mundo entero al explicar la fe. Acógeme también a mí, que a ti me acerco con amor y fe, y sé para mí maestro y fuente de luz» (de la Vida eslava de Constantino Cirilo).

 

 

Siete santos fundadores de la orden de los Siervos de la Virgen María (17 de febrero)

 

        La orden de los hermanos Siervos de María nació en Florencia en 1233 y fue aprobada en 1304. Su comienzo fue singular: los fundadores fueron siete laicos florentinos, conocidos por los nombres de Bonfiglio (Monaldi), Bonagiunta (Manetti), Manetto (de ios Ante(ía), Amadio (de (os Amidei), Uguccione (de los Uguccioni), Sostegno (de los Sostegni) y Alessio (Falconieri). Su canonización tuvo lugar en 1888 -578 años después de la muerte del último de ellos- con la fórmula «a modo de uno solo», como ratificación del valor de la puesta en marcha y de la prosecución de un proyecto de vicia en comunión fraterna. Su inspiración originaria fue el seguimiento penitencial del Evangelio, la fraternidad, el servicio y la consagración de cada uno y de la orden a santa María, la gloriosa Domina.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos, 2,42.44-48

Los hermanos

42 perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones.

44 Todos los creyentes vivían unidos, y lo tenían todo en común.

45 Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno.

66 Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón;

47 alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo.

48 Por su parte, el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los creyentes.

 

        *» El resumen de Lucas presenta un cuadro «estándar» de la comunidad pospentecostal de Jerusalén. La koinonfa, o sea, la «comunión», representaba la inspiración espontánea de la vida en común de los discípulos de Jesús, manifestada en gestos -como el hecho de compartir- que reforzaban la fraternidad evangélica y sorprendían a la gente de alrededor. Ese estilo y las soluciones existenciales eran fruto de la presencia del Espíritu Santo, el cual animaba y recordaba palabras de Jesús que incitaban al amor y al servicio recíproco, así como al compromiso en favor de la unidad.

        Con todo, esta koinonía queda en manos siempre frágiles de personas que caminan hacia una perfección como la del Padre de los cielos. Son muchos los santos y las comunidades que han fundado su propio proyecto de vida y de futuro en el mismo modelo de aquella comunidad primitiva eclesial y que siguen siendo testigos de la posibilidad de concretar -aunque sea de una manera episódica y parcial- esa utopía. Éste es el caso de las comunidades basadas en la fraternidad y el servicio.

 

Evangelio: Mateo 20,25-28

En aquel tiempo,

25 Jesús llamó a los discípulos y les dijo: -Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen.

26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,

27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.

28 De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

 

        **• Estos tres versículos son la réplica de Jesús a los discípulos que pretendían puestos preeminentes en el interior del grupo y a los que criticaban aquella disgregadora salida. El que está con Jesús, en vez de mandar, obedece; en vez de hacerse servir, sirve. El mismo se pone como primer testigo de esa actitud y esa mentalidad: Jesús cumple la voluntad del Padre (Jn 4,34; 17,4); es el siervo obediente hasta la cruz para entrar en la gloria (Flp 2,7); es el maestro que lava los pies a los discípulos (Jn 13,5). Y el discípulo, que no es más que el maestro, no puede dejar de asumir una mentalidad y unos gestos idénticos a los del maestro (Mt 10,24ss).

        El Evangelio del servicio a Dios y a todo hijo de Dios, del servicio a la construcción del Reino del Señor, ha exaltado proyectos como el de los siete santos fundadores, que ellos mismos y su orden se llamaron «siervos» inspirándose en María, la sierva del Señor.

 

MEDITATIO

        En el calendario litúrgico propio de la orden, la celebración de los siete santos fundadores se eleva a la categoría de solemnidad, y, por consiguiente, las lecturas, colocadas en dos series, son seis, todas ellas tendentes a interpretar las experiencias, los acontecimientos y las inspiraciones de los orígenes a la luz de la Palabra de Dios. La primera serie se dirige a los componentes de la orden -hermanos, monjas, hermanas, institutos seculares, laicos-, hermanados en una identidad de inspiración a través de la diversidad de la institución. A través de Si 44,1-2.10-15 se teje el elogio de los padres fundadores, hombres ilustres, sensatos y virtuosos, dignos de posteridad. Mediante Ef 4,1-6.15-16 se estimula a los seguidores de los siete santos fundadores a continuar las convicciones y la visibilidad de la unidad en la fe y en la caridad en el nombre de un único Señor, Jesucristo, y de un único Padre. En la perícopa de Jn 17,20-24, el proyecto de unión y de unidad se hace oración con las palabras de Jesús al Padre: el estar unidos es signo de que Cristo es el enviado y el testigo del amor paterno de Dios.

        En la segunda serie, más adaptada a las celebraciones fuera de los confines de la orden, se proponen otras tres lecturas, o sea, las dos que hemos comentado más arriba, a las que se añade Is 2,2-5: esta última es una perícopa que recuerda la ascensión de los siete santos al monte Senario, en torno a 1245, donde maduró su conciencia obediencial a la inspiración mariana de la prosecución de una comunidad dedicada al servicio del Señor y de la santísima Virgen María, Madre de Dios, y de donde bajaron y se hicieron también siervos de paz.

        La abundancia de lecturas bíblicas cubre el ámbito de una experiencia evangélica múltiple. Como un estribillo se manifiesta la centralidad de la unión y de la unidad, de la comunidad en la fraternidad y en el servicio a Dios y al prójimo: hasta tal punto que los siete santos fundadores figurarían óptimamente como protectores de toda empresa de unidad y de cuantos llevan a cabo juntos intentos de construir unidades benéficas en la Iglesia y en la ciudad secular.

 

ORATIO

        A vosotros acudimos, santos hermanos y padres antiguos, para aprender de vosotros, vivas imágenes de Cristo, cómo cantar juntos las alabanzas de Dios y romper el pan de vida, como hermanos reunidos en torno a la mesa del Padre; cómo se anuncia el Evangelio de la paz y cómo se vive, se sufre y se muere por la Iglesia.

        A vosotros acudimos para aprender cómo se ama a Dios por encima de todo y se da la vida por los hermanos; cómo el perdón vence a la ofensa y cómo se devuelve el bien por el mal; cómo se tiende la mano al necesitado, cómo se alivia la pena al afligido, cómo se abre el corazón al amigo.

        A vosotros acudimos para aprender cómo se sirve a Dios en la alegría, con manos inocentes y corazón puro, día y noche, con amor vigilante; cómo servir a Cristo es seguirle: subir con él a la cruz para reinar con él en la gloria; cómo es una ley para nosotros llevar los unos el peso de los otros y prestarnos recíprocamente un libre servicio; cómo se repite el gesto de la humilde Sierva: convertir la vida en un servicio de amor al Hijo de Dios y a todos los hermanos.

 

CONTEMPLATIO

        [Los siete fundadores], dado el temor que sentían por su imperfección, tomaron una sabia decisión: se fueron humildemente a los pies de la Reina del cielo, la gloriosísima Virgen María, con todo el amor de su corazón, para que ella, que es mediadora y abogada, les reconciliara y les recomendara a su Hijo y, supliendo con su generosísima caridad sus imperfecciones, obtuviera, piadosa, abundancia de méritos. Por eso, en honor de Dios, se pusieron al servicio de la Virgen, su Madre, y desde aquel momento quisieron llamarse Siervos de Santa María, con un estilo de vida sugerido por personas sabias (Legenda de origine Ordinis fratrum Servorum Virginis Mariae [año 1317], n. 18).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la palabra de la liturgia: «Concédenos, Señor, la caridad ardiente de los siete santos fundadores».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Bonfiglio te llamaron en la fuente bautismal, profetizando que te convertirías en el mejor de todos los hijos. Por eso te eligieron como primer guía de aquella familia religiosa de la que fuiste el primer siervo [...]. Vuestro programa era sencillo: «Ante todo y sobre todo, amar a Dios y, a continuación, al prójimo: éste es el mandamiento principal dado a cada uno». Primero Dios, porque Dios está dentro. Es él quien te lleva, el que te mantiene en pie, el que te hace caminar. A continuación, el prójimo, el otro, cada uno, que debe convertirse en otro «tú mismo». Pero se trata de un solo mandamiento, y tampoco en dos tiempos, sino en un solo tiempo [...].

Sencillo, pero sustancial, es vuestro mandamiento: «Id y predicad a todas las gentes la pasión de mi Hijo y mi dolor, de suerte que convirtáis al mundo». Era el mandamiento de la Madre que os había llamado, precisamente, en un día de viernes santo, el gran día en el que «se oscureció toda la tierra». Ésta era la razón de que os hubierais convertido en hermanos «Siervos de María»: el mandato de Cristo y la consigna de la Madre; a saber: el Evangelio (como ya lo fuera para Francisco) según la interpretación de la Madre; de ella, que había dado carne a la Palabra, convirtiéndose en imagen viva de la Iglesia. Evangelio y piedad: ésta es vuestra única regla. Como san Pablo, que no sabía más que de Cristo, «y éste crucificado» (D. M. Turoldo, Come i primi Trovadori, Liscate-Milán 1988, pp. 15 y 16ss).

 

Cátedra de san Pedro (22 de febrero)

 

        Un antiquísimo martirologio sitúa el nacimiento de la cátedra de Pedro exactamente el 22 de febrero. Esta fiesta litúrgica ha sido señalada por la Iglesia como una maravillosa oportunidad para hacer una memoria viva y actualizadora del primero entre los apóstoles, Simón Pedro.

        Simón, natural de Cafarnaún y pescador de oficio, se encontró con Jesús en el ejercicio de su profesión: lo abandonó todo, casa y padres, para seguir al Maestro de por vida. Su personalidad, tan sencilla como simpática, emerge de manera espontánea y clara en todo el relato evangélico. Jesús lo eligió, más allá de sus méritos, junto con los Doce, y entre éstos lo eligió como el primero.

        La celebración de hoy, con el símbolo de la cátedra, da un gran relieve a la misión de maestro y pastor que Cristo confirió a Pedro: sobre él, como sobre una piedra, fundó Cristo su Iglesia.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 5,1-4

Queridos hermanos:

1 Para vuestros responsables, yo, que comparto con ellos ese mismo ministerio y soy testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe ya de la gloria que está » punto de revelarse, ésta es mi exhortación:

2 Apacentad el rebaño que Dios os ha confiado no a la fuerza, sino de buen grado, como Dios quiere, y no por los beneficios que pueda reportaros, sino con ánimo generoso;

3 no como déspotas con quienes os han sido confiados, sino como modelos del rebaño.

4 Así, cuando aparezca el supremo pastor, recibiréis la corona de la gloría que no se marchita.

 

        *» El carácter autobiográfico de esta primera lectura es evidente: el apóstol habla en primera persona y se presenta como «responsable», «testigo de los padecimientos de Cristo», «partícipe ya de la gloria que está a punto de revelarse» (v. 1). De esta autopresentación podemos deducir la plena y perfecta identidad del discípulo-apóstol.

        Vienen, a continuación, algunas recomendaciones, con las que Pedro desea compartir con los responsables a los que dirige la palabra el peso y el honor de las responsabilidades que Jesús ha puesto sobre sus hombros. Las invitaciones a apacentar, a vigilar y a ser modelos para el rebaño (vv. 2ss) se suceden con machacona insistencia: señal de que el apóstol no transmite algo de su propia cosecha, sino una misión que le ha sido confiada para ser compartida y participada.

        No es el interés, sino el amor, lo que debe animar y sostener a los «responsables», es decir, a los que han sido llamados en la Iglesia a ejercer un ministerio de guía. Su espiritualidad es la del servicio total, la plena entrega y la fidelidad incondicionada. Las últimas palabras de esta lectura contienen una promesa: a los que permanezcan fieles hasta el final se les asegura «la corona de la gloria» (v. 4), y será el Pastor supremo quien corone a los pastores de la Iglesia.

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

        **• Esta página evangélica se subdivide en dos partes: en primer lugar, es Jesús quien quiere saber lo que la gente dice de él, y se lo pregunta a los discípulos (vv. 13ss).

        Conocemos bien las diferentes respuestas que le dan: todas ellas son válidas en parte, pero ninguna es exacta. De este modo, Jesús ha abierto el paso a una pregunta ulterior (v. 15), pero esta vez la respuesta viene personalmente de Pedro (v. 16). La de Pedro es una profesión de fe plena, completa, que tiene todo el sabor de una fe pascual. Al mismo tiempo que define quién es Jesús, Pedro manifiesta plenamente también su propia identidad de creyente, y en esto nos representa a todos.

        La segunda parte de esta página evangélica contiene una serie de enunciados con los que Jesús define su relación personal con Pedro y el ministerio de Pedro respecto a la Iglesia (vv. 17-19). La bienaventuranza de Pedro, solemnemente pronunciada por Jesús, está motivada por el hecho de que Pedro ha hablado bajo la inspiración de Dios: la profesión de fe de Pedro corresponde a una plena revelación divina. El nuevo nombre que Jesús da a Simón ya no es Simón, sino «piedra», firme y sólida, sobre la que el mismo Cristo pretende edificar su Iglesia, la comunidad de los salvados. Por último, Jesús dirige a Pedro una promesa absolutamente especial: a él se le entregarán las llaves del Reino de los Cielos, las llaves que sólo Cristo puede usar y con las que él mismo abre y cierra, ata y desata, entra y sale. Con Pedro y por medio de Pedro, es Cristo mismo el que lleva a cabo la salvación para todos.

 

MEDITATIO

        El apóstol Pedro, desde el primer gran discurso que pronunció el día de Pentecostés (Hch 2,14-41), se presenta en el escenario de la historia como testigo, intérprete y exhortador. Así es como ejerce su ministerio de guía de la primitiva comunidad cristiana.

        Ante todo, es testigo del gran acontecimiento pentecostal, en el que el Padre, por medio del Hijo, envió el don del Espíritu Santo sobre los primeros creyentes. Pedro tiene el derecho-deber de presentarse como testigo ocular de este acontecimiento, precisamente porque él, junto con otros, fue enriquecido con este don. El testimonio cristiano brota siempre de la abundancia del don recibido y se manifiesta como correspondencia generosa al mismo don.

        Pedro, en su predicación, se presenta también como intérprete del acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret, especialmente de lo que Jesús hizo durante su ministerio público y de los grandes acontecimientos pascuales que consumaron su misión. A la luz de la Pascua-Pentecostés, Pedro se encarga de interpretar el valor salvífico de la Pascua de Jesús, explicitando para sus oyentes el significado actual, que no permite fugas ni evasiones.

         La tercera tarea de la que se encarga el apóstol es la de exhortar a todos los que le escuchan, a fin de que cada uno se dé cuenta de la necesidad de responder el mensaje revelado y de corresponder a él con la vida. De este modo, el apóstol Pedro se presenta a nosotros como el «evangelista ideal», con una predicación completa y paradigmática, a la que todos estamos llamados a configurarnos.

 

ORATIO

Señor, aléjate de mí, que soy un pecador,

pero por tu palabra echaré las redes;

porque sólo tú, Jesús, eres el Hijo del Dios vivo;

sólo tú, Jesús, tienes palabras de vida eterna;

sólo tú, Jesús, eres la roca y yo sólo la piedra;

sólo tú, Jesús, eres el Señor y el Maestro.

Soy débil, Jesús, mas por tu gracia daré mi vida

por ti, porque tú lo sabes todo, tú sabes que te amo.

 

CONTEMPLATIO

        En Pedro vemos la piedra elegida [...]. En Pedro hemos de reconocer a la Iglesia. En efecto, Cristo edificó la Iglesia no sobre un hombre, sino sobre la confesión de Pedro. ¿Cuál fue la confesión de Pedro? «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Ésta es la piedra, éste es el fundamento, y es aquí donde fue edificada la Iglesia, a la que no vencerán las puertas del infierno (Mt 16,18) [...]. He aquí aquel Pedro negador y amante negador por debilidad humana, amante por gracia divina [...]. Fue interrogado sobre el amor y le fueron confiadas las ovejas de Cristo [...]. Cuando el Señor confiaba sus ovejas a Pedro, nos confiaba a nosotros. Cuando confiaba a Pedro, confiaba a la Iglesia sus miembros.

        Señor, encomienda, pues, tu Iglesia a tu Iglesia y tu Iglesia se encomienda a ti (Agustín de Hipona, Sermoni per i tempi liturgici, Milán 1994, pp. 371ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras del apóstol Pedro: «Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones» (1 Pe 3,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Viene con facilidad a la mente de todos esta pregunta: ¿Quién era san Pedro? A esta fácil pregunta no resulta fácil darle una pronta y completa respuesta. La respuesta que parece dispuesta -era el discípulo, el primero que fue llamado «apóstol» con los otros once- se complica con el recuerdo de las imágenes, las figuras y las metáforas de las que se sirvió el Señor para hacernos comprender quién debía ser y llegar a ser este elegido suyo.

        ¡Fijaos! La imagen más obvia es la de la piedra, la de la roca: el nombre de Pedro la proclama. ¿Y qué significa este término aplicado a un hombre sencillo y sensible, voluble y débil?, podríamos decir. La piedra es dura, es estable, es duradera; se encuentra en la base del edificio, lo sostiene todo, y el edificio se llama Iglesia: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Pero hay otras imágenes referidas a san Pedro, que merecen explicaciones y meditaciones: imágenes usadas por el mismo Cristo, llenas de un profundo significado. Las llaves, por ejemplo - o sea, los poderes-, dadas únicamente a Pedro entre todos los apóstoles, para significar una plenitud de facultades que se ejercen no sólo en la tierra, sino también en el cielo. ¿Y la red, la red de Pedro, lanzada dos veces en el evangelio para una pesca milagrosa?

        «Te haré pescador de hombres», dice el evangelio de Lucas (5,10). También aquí la humilde imagen de la pesca asume el inmenso y majestuoso significado de la misión histórica y universal confiada a aquel sencillo pescador del lago de Genesaret. ¿Y la figura del pastor? «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas» (Jn 21,1 óss), dijo Jesús a san Pedro, para hacernos pensar a nosotros que el designio de nuestra salvación implica una relación necesaria entre nosotros y él, el sumo Pastor. Y así otras.

        Aunque -mirando mejor en las páginas de la Escritura- encontraremos otras imágenes significativas, como la de la moneda (Mt 17,25) [...], como la d é la barca de Pedro (Le 5,3), como la del lienzo bajado del cielo (Hch 10,3), y la de las cadenas que caen de las manos de Pedro (Hch 12,7), y la del canto del gallo para recordarle a Pedro su humana fragilidad (Me 14,72), y la de la cintura que un día -el último, para significar el martirio del apóstol- ceñirá a Pedro (Jn 21,18).

        Todas las imágenes, características del lenguaje bíblico y del evangélico, esconden significados grandes y precisos. Bajo el símbolo hay una verdad, hay una realidad que nuestra mente puede explorar y puede ver inmensa y próxima (Pablo VI).

 

 

San Policarpo (23 de febrero)

 

        Policarpo, discípulo de Juan evangelista, fue elegido por los apóstoles obispo de Esmirna. Recibió en su Iglesia a san Ignacio, que se dirigía a Roma para el martirio. Fue precisamente Ignacio quien le definió como «buen pastor de fe inquebrantable» y como «buen atleta de la causa de Cristo».

        Este juicio tuvo una plena confirmación en el año 155, cuando, a los 86 años, el intrépido obispo afrontó con valor el martirio en el estadio de Esmirna y, con su muerte, se volvió -como su nombre indica- portador de «mucho fruto».

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 2,8-11

8 Escribe al ángel de la iglesia de Esmirna: Esto dice el primero y el último, el que estuvo muerto y retornó a la vida:

9 -Conozco tu tribulación y tu pobreza. Sin embargo, eres rico. Conozco las calumnias de quienes se dicen judíos y solamente son una sinagoga de Satanás.

10 Que no te acobarden los sufrimientos que te esperan; es verdad que el diablo va a meter en la cárcel a algunos de vosotros para poneros a prueba,

pero la tribulación durará poco tiempo. Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida.

11 El que tenga oídos que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no será alcanzado por la segunda muerte.

 

        **• El Cristo resucitado dicta al vidente del Apocalipsis siete cartas para las siete Iglesias de Asia menor, dirigiéndolas a sus obispos («ángel»: v. 2). El fragmento leído es el mensaje dirigido a la comunidad cristiana de Esmirna, que fue recogido por Policarpo, su obispo en la época inmediatamente posterior a la de los apóstoles.

        Éste hizo frente sin temor al sufrimiento, superó la prueba, fue fiel hasta la muerte (v. 10). Así, se hizo partícipe del misterio pascual de Cristo (vv. 8.11): tras haberlo celebrado durante muchos años en el sacrificio eucarístico, en la última hora lo hizo visible en su cuerpo. En verdad, recibió en su muerte la corona de la vida.

 

Evangelio: Juan 12,24-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.

25 Quien vive preocupado por su vida la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.

26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.

 

        **• Jesús nos ofrece una enseñanza sobre la vida. Sin embargo, el suyo no es un discurso sapiencial: esta perícopa se sitúa en el umbral de la pasión, y el alma de Jesús esta «turbada»; se podría traducir «desconcertada» (v. 27). Él es el «grano de trigo» caído en nuestra tierra; semilla cargada de un extraordinario potencial de vida, aunque sólo la muerte permitirá su desarrollo. Esta ley de la entrega de sí hasta el extremo (cf. 13,1) está inscrita asimismo en nuestra existencia como condición de la auténtica fecundidad espiritual (v. 25). Policarpo quiso servir fielmente a Cristo y por eso le siguió en el sacrificio y en la muerte, y recibió como don entrar con él en la vida eterna y en la gloria del Padre (v. 26).

 

MEDITATIO

        La espléndida figura de Policarpo manifiesta un aspecto particular del martirio: la dimensión eucarística.

        Vivió en acción de gracias por el don de la fe y de la llamada al ministerio sacerdotal, como se deduce de su respuesta al tribunal pagano: «Hace ochenta años que sirvo a Cristo y no me ha hecho nunca mal alguno: ¿por qué tendría que renegar de él ahora?». Una existencia vivida en fidelidad y gratitud irradia alegría y se atrae benevolencia: el santo obispo estaba rodeado de tanta veneración y atención que nunca consiguió quitarse personalmente los zapatos, porque los fieles rivalizaban para ayudarle. La eucaristía que celebraba en el altar le configuraba enteramente en la vida y en la muerte: condenado a la hoguera, convirtió su martirio en una celebración litúrgica. Como sacerdote y víctima, pronunció una gran plegaria de bendición y acción de gracias al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu, ofreciéndose él mismo en holocausto. Entonces, tal como cuentan los presentes, la llama le envolvió de modo extraordinario, como para glorificar su persona, y su cuerpo, al arder, emanaba el olor del pan... Verdaderamente, Policarpo fue «grano de trigo» que, al morir, dio mucho fruto para la mies de la Iglesia, y su ofrenda sacrificial es perenne pan de caridad para la vida del mundo.

 

ORATIO

        Señor Dios omnipotente: Padre de tu amado y bendecido Siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de ti, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya: Yo te bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus mártires, en el cáliz de Cristo para la resurrección de la eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo.

        Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio pingüe y aceptable, conforme de antemano me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, tú, el infalible y verdadero Dios.

        Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén («Martirio de san Policarpo, XIV», en Padres apostólicos, ed. Daniel Ruiz Bueno, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 682-683).

 

CONTEMPLATIO

        Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio.

        Permaneciendo sobrios para la oración (cf. 1 Pe 4,7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt 6,13), pues el Señor ha dicho: «El espíritu esta dispuesto, pero la carne es débil» (Mt 26,41) [...].

        Que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo pontífice eterno, el Hijo de Dios, Jesucristo (cf. Heb 6,20; 7,13), os edifiquen en la fe y en la verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en castidad. Y os den parte en la herencia de sus santos (Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses, 7,2 y 12,2).

 

ACTIO

        Durante la jornada de hoy, repite a menudo con san Policarpo: «Señor, Dios omnipotente, te alabo, te bendigo y te glorifico por todos tus beneficios».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Antes de morir, Policarpo eleva a Dios una oración: en este momento se constituye en «ofrenda agradable». El verdadero protagonista en el acontecimiento-martirio es, para el mártir y confesor de la fe, ante todo y una vez más Dios. El Omnipotente, «Dios de los ángeles y de las potencias», es aquel por quien Policarpo ha sido elegido, privilegiado, y no sólo por lo que pudo realizar en vida, sino sobre todo por la muerte con la que pudo coronar su «testimonio». Frente a Dios, Policarpo, a punto de morir, se limita a bendecir y a dar gracias, puesto que se siente elegido por Dios gratuitamente. Policarpo, obediente, como Cristo, hasta la muerte, quiere ser, también en estos últimos momentos de su vida, sólo bendición, alimentado por la esperanza de que sea agradable a Dios el holocausto que se va a consumar.

        Como Jesucristo, también Policarpo está ofreciendo su propio sacrificio. No se trata de una liturgia expresada a través de una dimensión cultual y ritual exterior, sino de una liturgia nacida del corazón y celebrada con el don de la vida y, por consiguiente, con el más auténtico significado sacrificial. Policarpo, por medio de Jesucristo, recibió el «conocimiento» de Dios Padre y ahora, tal como hizo el Hijo, le entrega su vida, pero antes aún está su acción de gracias bendecidora, su alabanza, su gloria, su fe sin reservas, solemnemente proclamada y estigmatizada por el amén final, última palabra pronunciada por el mártir como perenne confirmación de su credo, de su absoluta pertenencia a Dios y sólo a Dios (C. Burini, «La preghiera di Policarpo, celebrazione del suo martirio», en Parole Spirito e Vita 25/] [1992], pp. 193-198, poss/m).

 

 

Santas Perpetua y Felicidad (7 de marzo)

 

        Septimio Severo emitió un edicto por el que prohibía la propagación del cristianismo en el África romana. En el año 202 tuvo lugar una gran persecución, en la que, junto con otros, fueron víctimas Perpetua y Felicidad. Perpetua escribió de su propio puño la historia de su martirio. Provenía de una familia distinguida y fue educada con gran esmero; fue dada como esposa a un joven de alta condición. No renegó nunca de la fe en Cristo y fue martirizada precisamente porque no quiso hacer sacrificios a los dioses paganos, «como había sido ordenado por los inmortales emperadores». Felicidad, en cambio, era una esclava. Cuando fue detenida, estaba encinta y, según una ley vigente en aquel tiempo, las mujeres encintas no podían ser expuestas al suplicio. Felicidad dio a luz antes de tiempo a causa de las condiciones de vida de la prisión. La niña fue confiada a la custodia de una mujer cristiana. Su martirio conmovió a los presentes en la arena por la actitud absolutamente femenina con la que lo soportó. Los nombres de las dos mártires fueron incluidos en el canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 51,1-12

1 Te doy gracias, Rey y Señor, a ti te alabo, oh Dios, Salvador mío, doy gracias a tu nombre;

2 porque fuiste protector y apoyo para mí, y libraste mi cuerpo de la ruina, del lazo de la mala lengua y de los labios que traman la mentira. Frente a los que me cercaban, fuiste mi apoyo y me libraste,

3 por tu gran misericordia y por tu nombre, de las dentelladas de los que iban a devorarme, de la mano de los que amenazaban mi vida, de las muchas tribulaciones que soporté,

4 de las llamas sofocantes que me rodeaban, de un fuego que yo no encendí,

5 de las entrañas profundas del abismo, de la lengua impura, de la palabra mentirosa,

6 calumnia de una lengua injusta ante el rey. Estaba yo a punto de morir y mi vida tocaba ya el abismo;

7 por todas partes me cercaban y nadie me socorría; busqué un socorro humano y no lo había.

8 Entonces me acordé, Señor, de tu misericordia y de tus obras desde siempre, de que tú libras a los que en ti esperan y los salvas de las manos de sus enemigos.

9 Elevé desde la tierra mi plegaria y supliqué ser librado de la muerte.

10 Invoqué al Señor, padre de mi señor: «No me abandones el día de la tribulación, cuando me acosan los soberbios y estoy desamparado. Alabaré tu nombre sin cesar y te daré gracias con cánticos».

11 Y fue atendida mi plegaria: me salvaste de la ruina y me libraste del trance difícil.

12 Por eso te daré gracias y te alabaré y bendeciré el nombre del Señor.

 

        **• El texto de la primera lectura es el desarrollo de la experiencia vivida y sufrida por un hombre que, constreñido por la mordaza de la violencia, la calumnia y la mentira (vv. 2ss), no obtiene ayuda ni socorro de sus semejantes (v. 7). Se encuentra, a su pesar, rodeado por el mal, en una situación de terrible sufrimiento, particularmente expresada mediante la imagen de un fuego encendido cuyo humo le sofoca (vv. 4ss).

        Vuelve, entonces, con la mente a los momentos en los que ha actuado la misericordia del Señor liberando y salvando a los que han esperado en él (v. 8). Eleva desde la tierra su plegaria, recordando precisamente las palabras del salmista: «Él levanta del polvo al desvalido y alza del estiércol al pobre» (Sal 113). Este hombre es escuchado y salvado de la pésima situación a la que las fuerzas contrarias al bien le habían reducido (v. 11). De su boca brota espontánea una plegaria de liberación y de alegría: después de tanta fatiga y tanto dolor, el corazón encuentra la fuerza necesaria para glorificar, dar gracias, alabar y bendecir al Señor (v. 12).

 

Evangelio: Mateo 10,28-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial;

33 pero a quien me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

        **• Si en la primera lectura se pone de relieve la persecución, Jesús, en el evangelio, saca a la luz el valor.

        Nos invita a no tener miedo de quienes con violencia pretenden quitarnos la vida, y a mantenernos alejados de aquellos que quieren arrancarnos de la verdad (v. 2H).

        El discípulo que comparte la vida de Cristo comparte asimismo su pasión y su resurrección. Todos estamos presentes ante los ojos y en el corazón de Dios, y todo lo que somos y hacemos está ante sus ojos misericordiosos, pero que también juzgan (v. 29). El valor del discípulo nace de la fe y de la libertad, de suerte que ya no tiene nada que defender y ya no se le puede hacer chantaje. Es un valor del que dependerá el juicio final: el discípulo que defienda a Cristo ante el tribunal de los hombres será defendido después por Jesús ante el tribunal de Dios (v. 33). Jesús repite con insistencia que no hay que tener miedo (v. 31) de los hombres, de los que nos harán mal, porque todo lo que nos pueda pasar, ya lo ha pasado él, por eso compadece nuestro dolor (cf. Heb 4,15).

 

MEDITATIO

        En la vida de estas dos mártires se reconoce la continua presencia y acción del Espíritu Santo, que suscita en el corazón de cada hombre el deseo de la verdad y da la fuerza necesaria para soportar hasta las penas más graves que el hombre es capaz de infligir a sus semejantes.

        La culpa de santa Perpetua y de santa Felicidad era ser cristianas, fieles cristianas que prefirieron a Cristo y no a los dioses paganos. ¡Y qué rabia hicieron brotar en sus perseguidores por el hecho de no obedecerles!

        Una vez que hubo dirigido la mirada al Señor, santa Perpetua recibió la gracia de tener tres visiones que dan respuesta a su fe y encontró tal fuerza para soportar el martirio que, tras haber sido agredida por una vaca que la había tirado al aire con los cuernos, se levantó y, al ver a Felicidad, que yacía en el suelo casi muerta (también ella había sido derribada por la vaca), se le acercó, le dio la mano y la levantó del suelo. Perpetua parecía una persona salida de un profundo sueño -pero era un éxtasis- y, mirando alrededor, preguntó, ante el estupor de todos: «¿Cuándo seremos expuestas a esta vaca?».

        Si Perpetua se mostró tan fuerte y animosa, Felicidad no lo fue menos. El amor al Señor de la primera se comunicó tan radical y profundamente a la segunda que hizo de ambas un único pan partido por Cristo. Felicidad estaba deseosa de purificarse con el segundo bautismo del martirio; el día en que esto tuvo lugar, se sintió colmada de alegría, porque, por fin, consiguió la liberación.

        Ser de Cristo significa ser personas libres, capaces de hacer frente a cualquier situación con la cabeza alta y con una fuerza extraordinaria que ni siquiera es posible concebir con la mente. Nuestras dos santas mártires son el testimonio de que todo es posible en el Señor y de que «la gracia vale más que la vida», como canta el salmo 62.

 

ORATIO

        ¡Oh mártires fuertes y bienaventuradas! Habéis sido verdaderamente llamadas y elegidas para dar a conocer la gloria de Cristo, nuestro Señor. Nosotros miramos y aprendemos de vuestro ejemplo para la edificación de la Iglesia y para poder decir a todos los hombres de la tierra que el Espíritu Santo obra también en nuestros días junto con Dios Padre omnipotente y con su Hijo Jesucristo, el cual es gloria, luz y poder por los siglos de los siglos. Amén («Passione di S. Perpetua e Felicita e dei loro compagni», en I. Clerici [ed.], Atti autentici dei martiri, Milán 1927, pp. 178ss).

 

CONTEMPLATIO

        [Cuenta Perpetua:] Estando yo -dice ella- con los perseguidores, como mi padre, guiado por el amor natural, se esforzase por desviarme de mi propósito y perderme, le dije: «Padre mío, ¿ves en el suelo ese vaso o jarro, o como se le quiera llamar?» Y le respondió: «Lo veo». Entonces yo le dije: «¿Acaso se le puede llamar de otro modo?», y el me contestó: «No». De la misma manera, yo no me puedo llamar otra cosa que «cristiana» («Pasión de las santas Perpetua y Felicidad y sus compañeros mártires», traducción de J. Bollando, en Acta sanctorum, 6 marzo t. I.).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y medita durante esta jornada con santa Perpetua: «Es mejor hacer sacrificios a Dios que a los ídolos».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En los antiguos relatos de martirio aparece clara la dimensión de éste como imitatio Christiy, aún más allá, en la misma línea, como momento que procura una presencia especial del Señor en quien sufre por él. De este modo, el testigo acerca lo humano a lo divino y se diferencia del héroe pagano o del filósofo que se oponen al tirano, que también siguen las huellos demostrando la misma fuerza en el sufrimiento. Como la muerte del héroe o del filósofo exalta al hombre, el martirio del cristiano exalta a Dios.

        Según las palabras de los documentos que nos han llegado, en el caso del cristiano se trata de una transformación antropológica radical, una transformación que da frutos incomprensibles: la serenidad y la compostura frente a situaciones alucinantes, convirtiendo el dolor en alegría; la insensibilidad a los tormentos, la victoria sobre la muerte, la visión beatífica. «Si ahora sufres así -le dice un guardián de la cárcel a Felicidad, presa de los dolores [del parto]-, ¿qué harás cuando seas echada como comida a las fieras, a las que también has despreciado cuando no has querido ofrecer sacrificios?». «Ahora -responde Felicidad- soy yo la que tiene que sufrir lo que sufro; allí, en cambio, será otro el que sufrirá por mí, porque también yo sufriré por él» (Passio perpefuae, 15). Lo que equivale a afirmar que el verdadero protagonista del acontecimiento no es el hombre, sino el mismo Cristo.

        En la visión religiosa que nos proporcionan las Actas y las Pasiones no faltan Ta presencia y la invocación, aunque menos relevantes, al Espíritu Santo. En el Martirio de Policarpo, el obispo de Esmirna bendice a Dios por haberle hecho digno de aquella hora, por tener parte en el número de los mártires en el cáliz de Cristo, por la resurrección en la vida eterna, en la incorruptibilidad del Espíritu Santo [...]. De Irene, muerta en Tesalónica durante la persecución de Diocleciano, se dice que la gracia del Espíritu Santo la había protegido pura e intacta en el Señor y Dios del universo. Por consiguiente, el mártir cristiano de los primeros siglos es alguien que rechaza la idolatría, en cualquier forma que se presente, porque reconoce en Dios al omnipotente, al creador y al padre; en Cristo al Señor y al Salvador, Dios e Hijo de Dios, por eso le sirve y en él pone su única confianza; en el Espíritu Santo al que le conforta, protege e ilumina en el camino que conduce a la eternidad, hacia la casa última y pacificada de Dios [...].

        Así, mucho más allá de las capacidades, los límites, las virtudes, las debilidades o los pecados del hombre -como enseñan las palabras de Felicidad de las que hemos hablado-, la gracia de Dios, acogida por el hombre que se convierte, marca con un carácter esencial el acto del martirio cristiano, lo corona y lo hace perfecto; éste, que es siempre un anuncio, se vuelve para los ombres manifestación de una dimensión escatológica (P. Siniscalco, «I martiri della chiesa primitiva», en AA. W . , Martin, giudicio e don per la chiesa, Turín 1981, 19ss).

 

 

San Juan de Dios (8 de marzo)

 

        Juan nació en Portugal el año 1495. De joven llevó una vida de juergas y aventuras y, después de una milicia llena de peligros, se entregó por completo al servicio de los enfermos.

        Desde entonces era en él habitual que, cuando se encontraba con un pobre, se despojara de lo que llevaba encima para dárselo. Finalmente, decidió quedarse en Granada y fundó allí un hospital para los enfermos y abandonados de a sociedad. Vinculó su obra a un grupo de compañeros, que constituyeron después la afamada orden de los hospitalarios de san Juan de Dios. Destacó, sobre todo, por su caridad con los enfermos y necesitados. Murió en Granada en el año 1550.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 3,14-18

Hermanos:

14 Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte.

15 El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna.

16 En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos.

17 Si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?

18 Hijos míos, no amemos con palabras y solamente de boca, sino con obras y de verdad.

 

        **• Para el apóstol y evangelista, pasar «de la muerte a la vida» es pasar de la condición de pecado a la de amor y amistad con Dios, que es el autor de la verdadera vida.

        El auténtico amor se manifiesta sobre todo en dar por los demás lo que uno más aprecio tiene para sí mismo: la propia vida. Es lo que hizo Jesucristo por todos los hombres al asumir los pecados de la humanidad, cargar con ellos, morir en la cruz, enterrar el pecado y resucitar a la verdadera vida: la vida eterna. Pero todo esto no es sólo una cuestión afectiva, sino que debe ir acompañado de un amor efectivo y real, esto es, «con obras y de verdad».

 

Evangelio: Marcos 10,17-23

En aquel tiempo,

17 cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

18 Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.

19 Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

20 Él replico: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño».

21 Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme».

22 Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.

23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «Hijos, ¡qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!».

 

        *» El apego y la estima por el dinero y las riquezas hace difícil, si no imposible, entrar en el Reino de Dios; impide obtener la «vida eterna» que el joven-rico de este texto buscaba {«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»: Me 10, 17) y que, en su respuesta, Jesús define como el «tesoro en el cielo».

        ¿Qué es lo que la riqueza hace difícil aceptar? ¿Quizás a Dios? ¡Al contrario! El rico está muy dispuesto a aceptar a Dios, hasta tal punto que éste le viene presentado como el garante del orden establecido, del derecho de propiedad, un Dios que está contra la violencia...

        Lo que el rico no acepta del Reino de Dios, predicado por Jesús, es que éste exige el amor al prójimo con todas las consecuencias, que éste exige que no se le deje a Lázaro morir fuera de la puerta (cf. Le 16,19ss). Pero el joven rico está horrorizado con el pensamiento de tener que dividir y compartir sus riquezas con los pobres.

 

MEDITATIO

        «El amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tim 6,10). Pocas frases de la Escritura estarían los hombres de hoy dispuestos a suscribir tan de buena gana como ésta, pues detrás de los más graves males de nuestra sociedad (tráfico de drogas, mafia, secuestros de personas, corrupción política, fabricación y comercio de armas, explotación de la prostitución...) está el dinero o, al menos, está también el dinero.

        Nosotros -los cristianos- no hemos sido llamados a serlo sólo para denunciar al ídolo dinero y a la riqueza inicua. Y Jesús no deja a nadie sin ninguna esperanza, ¡ni siquiera al rico! Cuando los discípulos, a continuación de lo dicho sobre lo del camello y el agujero de la aguja, espantados, preguntaron a Jesús: «¿Yquién se podrá salvar?», él les respondió: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,26-27). Dios puede salvar igualmente al rico. El punto crucial no es «si el rico se salva» (esto no ha estado nunca en discusión en la tradición cristiana) sino «¿qué rico se salva» ?

        A los ricos, Jesús les añade una vía de salida para su peligrosa situación: «Acumulad mejor tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones no socavan ni roban» (Mt 6,20). Y también: «Haceos amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengáis que dejarlos, os recibirán en las moradas eternas» (Le 16,9). Por ello, Jesús aconseja a los ricos trasladar sus capitales «al extranjero». Pero no a Suiza u otro paraíso fiscal, sino \al cielol Está claro, por otra parte, que la limosna y la beneficencia ya no son hoy el único modo de hacer que la riqueza sirva al bien común, y quizá ni siquiera sean lo más recomendable. Junto a ellas, está también lo de pagar honestamente las tasas, impuestos y tributos, crear nuevos puestos de trabajo, dar un salario más generoso a los trabajadores cuando lo permita la situación, poner en marcha empresas locales en los pueblos en vías de desarrollo...

 

ORATIO

        Señor, tú que infundiste en san Juan de Dios espíritu de misericordia, haz que nosotros, practicando las obras de caridad y de amor con los pobres, merezcamos encontrarnos un día entre los elegidos de tu Reino.

 

CONTEMPLATIO

        En esta fiesta, es necesario, a modo de síntesis, descubrir la vida de san Juan de Dios y resaltar su acción social contemplando en él los siguientes puntos:

- Una especial sensibilidad humano-cristiana y social, que va en busca de las personas necesitadas.

- No poner condición alguna para la asistencia y actuar con absoluta universalidad. Todo necesitado tiene derecho a nuestros cuidados.

- Desarrollar una asistencia cualificada en la medida de las posibilidades (promover el aseo personal, aplicar tratamientos, separar a los enfermos en función de su patología...). Todo ello le ha valido a Juan de Dios ser considerado por los historiadores de la enfermería como un auténtico creador de escuela.

- Ofrecer solicitud de recursos a toda la sociedad, sin distinción de clase ni posición (así lo hace Juan atendiendo al pueblo llano, duquesas, al propio rey, al que visitará en Valladolid...). La llamada a la solidaridad mediante la limosna no tiene fronteras.

- Juan convoca a personas que quieran colaborar en su obra y las integra plenamente, llegando a delegar en ellas su propio hospital cuando debe ausentarse para buscar recursos.

- En todo ello hay un hilo conductor claro: la atención integral al hombre necesitado, al enfermo, respetando su dignidad y defendiendo sus derechos.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rom 8,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Como es sabido, a diferencia de los otros evangelios, el de Juan no se detiene a narrar la institución de la eucaristía, ya evocada por Jesús en el discurso de Cafarnaún (cf. Jn 6,26-65), leída en la fiesta del Jueves Santo, sino que se concentra en el gesto del lavatorio de los pies. Esta iniciativa de Jesús, que desconcierta a Pedro, antes que ser un ejemplo de humildad, propuesto para nuestra imitación, es la revelación de la radicalidad de la condescendencia de Dios hacia nosotros. En efecto, es Dios quien, en Cristo, «se ha despojado a sí mismo» y ha asumido la «forma de siervo» hasta la humillación extrema de la cruz (cf. Flp 2,7), para abrir a la humanidad el acceso a la intimidad de la vida divina. Los extensos discursos que en el evangelio de Juan siguen al gesto del lavatorio de los pies, y son como su comentario, introducen en el misterio de la comunión trinitaria, a la que el Padre nos llama insertándonos en Cristo con el don del Espíritu.

        Esta comunión es vivida según la lógica del mandamiento nuevo: «Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros» (Jn 13,34). No por casualidad, la oración sacerdotal corona esta «mistagogia» mostrando a Cristo en su unidad con el Padre, dispuesto a volver a él a través del sacrificio de sí mismo y únicamente deseoso de que sus discípulos participen de su unidad con el Padre: «Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros» (Jn 17,2])» (cf. Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes en el Jueves Santo de 2000, Arzobispado de Valencia, n. 4).

 

 

San Patricio, obispo (17 de marzo)

 

El futuro apóstol de Irlanda nació en el año 372, pero no se sabe con exactitud el lugar. Algunos lo sitúan en Inglaterra, otros en Francia o Escocia Sin embargo, algo sabemos de sus padres. Su madre, Concessa, pertenecía a la familia de san Martín, obispo de Tours, y su padre, Calfumio, fue oficial del Ejército romano, de buena familia. Ambos fueron cristianos. En el bautismo, el niño recibió el nombre de Succat -el nombre de Patricio le fue dado más tarde por el papa Celestino, junto con la misión de predicar el Evangelio en Irlanda-. Allí, una vez afirmada la posición de la Iglesia (misión recibida del papa Celestino), Patricio empezó a prepararse para la muerte, habiendo recibido de Dios una revelación en la que le decía el día y la hora en que iba a salir de este mundo para recibir el premio a sus trabajos. San Tassack le dio los últimos sacramentos, y el 17 de marzo del año 493 murió en la ciudad de Saúl. Fue enterrado en el lugar donde hoy está la catedral de Down.

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 12,6-13

6 Entonces Rafael llamó aparte a los dos y les dijo: -Bendecid a Dios y reconoced ante todos los seres vivos todo el bien que Dios os ha hecho, para que todos bendigan y alaben su nombre. Proclamad como es debido las acciones de Dios a todos los hombres y no os canséis de darle gracias.

7 Es bueno guardar el secreto del rey, pero hay que proclamar y reconocer como es debido las obras de Dios. Haced el bien, y el mal no os alcanzará.

8 Es encomiable la oración sincera, y la limosna hecha con rectitud vale más que la riqueza lograda con injusticia.

9 La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los que dan limosna y son honrados recibirán vida superabundante.

10 Pero los que pecan y son injustos son enemigos de sí mismos.

11 Os voy a decir toda la verdad sin ocultaros nada. Ya os he dicho que es bueno guardar el secreto del rey y que hay que proclamar las obras de Dios abiertamente.

12 Así pues, cuando tú y Sara orabais, yo presentaba el memorial de vuestra oración delante de la gloria del Señor. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos.

13 Y cuando no dudaste en interrumpir tu comida para ir a sepultar a aquel muerto, fui yo el enviado para ponerte a prueba.

 

        *•• «La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los que dan limosna y son honrados recibirán vida superabundante», dice el libro de Tobías. De ahí la importancia de la limosna. Amar a los pobres significa, ante todo, respetarles y reconocer su dignidad. En ellos, precisamente por la falta de otros títulos y distinciones accesorias, brilla más la radical dignidad de un ser humano con una luz radiante. El amor a Cristo y el amor a los pobres se corresponden y se exigen mutuamente.

        Hay personas que desde el amor a Cristo han sido conducidas al amor a los pobres, como Francisco de Asís y Charles de Foucauld, y hay personas, como Simone Weil, que desde el amor a los hombres trabajadores han sido conducidas al amor a Cristo.

        Los escritos de Patricio, especialmente la Confesión y la Epístola ad Coracticurn, nos permiten ver con bastante claridad el carácter y la personalidad del apóstol de Irlanda. Este hombre sencillo, con un gran espíritu de humildad y de pobreza, demuestra al mismo tiempo un celo en su apostolado y una fortaleza que recuerdan a los apóstoles de Jesús y a los profetas del Antiguo Testamento.

 

Evangelio: Lucas 12,32-34

32 No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino.

33 Vended vuestras posesiones y dad limosna. Acumulad aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón se acerca ni la polilla roe.

34 Porque donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón.

 

        **• Al deber de amar y respetar a los pobres dándoles limosna le sigue imperiosamente el de socorrerles. Aquí nos viene en ayuda el mismo Santiago, cuando nos dice: «Si un hermano o una hermana están desnudos y faltos del alimento cotidiano, y uno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma» (Sant 2,15-17). Jesús en el juicio no dirá: «Estaba desnudo y habéis tenido compasión de mí» sino: «Estaba desnudo y me vestisteis» (Mt 25,36). Así ha de ser la caridad hacia los pobres y necesitados.

 

MEDITATIO

        En el año 388, cuando Patricio tenía 16 años, unos piratas le hicieron prisionero y lo llevaron a Irlanda, donde fue vendido como esclavo a Milcho, jefe de Dalraida, en el norte de la isla. Según sus Confesiones, pasó la vida de esclavitud cuidando de las ovejas de su amo. La divina Providencia utilizó esta etapa de su vida para prepararle para su futura misión, porque, en el silencio de las montañas, Patricio se dedicó muchas veces a la oración de día y de noche, de manera que podemos afirmar sin reparo que este período de su esclavitud llegó a ser también el principio de su santidad.

        Un día, durante sus habituales oraciones, Dios le mandó un ángel para consolarle en su miseria y para encomendarle la futura gloria de Irlanda. Al mismo tiempo, le mandó escapar de su dueño y dirigirse a un puerto lejano, donde encontraría un barco que le llevaría a la libertad. Patricio obedeció este mandato divino y, efectivamente, al llegar a su destino, en el sur de la isla, encontró el barco tal como le había dicho el ángel. Pero el capitán se negó a ayudarle en su propósito de escapar; sin perder sus esperanzas, Patricio se puso a rezar y, de repente, el capitán cambió de parecer: le mandó subir al barco y le llevó a Francia.

        Una vez conseguida la libertad, Patricio se refugió con su pariente, san Martín de Tours, quien le recibió en un monasterio cerca de Marmontier. Allí el obispo había construido pequeñas casas para algunos de sus monjes, mientras otros vivían en unas cuevas cercanas. En estas condiciones de vida ermitaña el joven pasó casi treinta años preparándose para su misión de apóstol. Los monjes vivían separados, reuniéndose solamente para rezar en común dos o tres veces al día, según la costumbre de los monasterios orientales. En este ambiente de tranquilidad, Patricio empezó el estudio de las sagradas Escrituras, empapándose cada día más en la doctrina evangélica. Aquí también recibió otra visita angélica, en la que Dios le reiteraba el mandato de convertir a la verdadera religión al pueblo de Irlanda. Al mismo tiempo, oyó la voz de un irlandés llamándole para que volviese como misionero al país de su esclavitud. Cuando murió san Martín, otro santo, Germán de Auxerre, tomó a Patricio bajo su protección, de manera que puede decirse que, bajo la tutela de él, Patricio empezó la verdadera preparación para su misión. Primero se hizo monje, luego sacerdote y después se fue a la isla de Lerins, aislado del mundo, donde continuó su vida de eremita. Atraídos por la fama de su santidad, muchos otros monjes quisieron reunirse con él, y muy pronto Lerins llegó a ser uno de los más famosos monasterios del mundo. Sin embargo, Patricio se dio cuenta de su obligación de prepararse cada día más para la misión que Dios le había confiado, y se marchó a Roma para continuar sus estudios en el Colegio de Letrán.

        Patricio empezó su apostolado de Irlanda cuando tenía 60 años. Como las gentes del pueblo de Bray no querían recibirle ni oírle, se marchó de nuevo al condado de Meath, donde convirtió a su primer irlandés, bautizándole con el nombre de Benigno, quien llegó a ser el sucesor de Patricio en el arzobispado de Armagh. Tras predicar unos meses en Meath, pasó al condado de Down, más al norte, y fue entonces cuando empezó a realizar una serie de milagros que nos recuerdan las escenas más famosas del Antiguo Testamento. Un tal Dichu, jefe de una tribu de Down, quiso asesinar a Patricio, pero, en el momento de intentar clavarle la espada, el santo le paralizó el brazo y, luego, le convirtió a la fe junto con muchos de sus súbditos. De Down viajó otra vez hacia el norte, llegando al territorio de su antiguo dueño, Mucho; éste, sin embargo, en vez de recibirle, se suicidó tras prender fuego a todas sus posesiones. Pero sus hijos se convirtieron junto con mucha gente de la región. Era ya Pascua de Resurrección del año 433. Patricio había estado en Irlanda sólo un año; sin embargo, el éxito de su misión estaba casi seguro. En el año 444 construyó la iglesia de Armagh, y desde allí viajó constantemente por todas las provincias, construyendo iglesias, consagrando obispos y fundando monasterios. Según una tradición bien fundada, cuando murió había consagrado a 350 obispos y ordenado a más de dos mil sacerdotes.

 

ORATIO

        Oh Dios, que elegiste a tu obispo san Patricio para que anunciara tu gloria a los pueblos de Irlanda, concédenos, por su intercesión y sus méritos, a cuantos nos gloriamos de llamarnos cristianos, la gracia de proclamar siempre tus maravillas delante de los hombres.

 

CONTEMPLATIO

        Entregarse y entregar la propia vida a la causa del Evangelio fue la tarea primordial de san Patricio, que no ahorró sacrificios ni humillaciones. Así debe ser la postura del cristiano, puesto que el Maestro actuó así. Siguiendo sus huellas, podremos adentrarnos en una vida singular y cargada constantemente de cruces y vejaciones. Que estas palabras de la Escritura: «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance los confines de la tierra» (Tob 13,11; Is 51,4; 60,3) sean la meta de nuestra actividad pastoral y apostólica, como lo fueron para Patricio.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón» (Lc 12,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Sin cesar doy gracias a Dios -manifestaba Patricio-, porque me mantuvo fiel en el día de la prueba. Gracias a él puedo hoy ofrecer con toda confianza a Cristo, quien me liberó de todas mis tribulaciones, el sacrificio de mi propia alma como víctima viva, y puedo decir: ¿Quién soy yo, y cuál es la excelencia de mi vocación, Señor, que me has revestido de tanta gracia divina?

        Tú me has concedido exultar de gozo entre los gentiles y proclamar por todas partes tu nombre, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad. Tú me has hecho comprender que cuanto me sucede, lo mismo bueno que malo, he de recibirlo con idéntica disposición, dando gracias a Dios, que me otorgó esta fe inconmovible y que constantemente me escucha. Tú has concedido a este ignorante el poder realizar en estos tiempos esta obra tan piadosa y maravillosa, imitando a aquellos de los que el Señor predijo que anunciarían su Evangelio para que llegue a oídos de todos los pueblos. ¿De dónde me vino después este don tan grande y tan saludable: conocer y amar a Dios, perder mi patria y a mis padres y llegar a esta gente de Irlanda, para predicarles el Evangelio, sufrir ultrajes de parte de los incrédulos, ser despreciado como extranjero, sufrir innumerables persecuciones hasta ser encarcelado y verme privado de mi condición de hombre libre, por el bien de los demás? Si Dios me juzga digno de ello, estoy dispuesto a dar mi vida gustoso y sin vacilar por su nombre, gastándola hasta la muerte [cf. «Confesión de san Patricio», caps. 14-16, Patrología latina 53, 808-809).

 

 

San José (19 de marzo)

 

José, descendiente de David, era, probablemente, de Belén. Por motivos familiares o de trabajo, se trasladó más tarde a Nazaret, y allí se convirtió en esposo de María. El ángel de Dios le comunicó el misterio de la encarnación del Mesías en el seno de María, y José, hombre justo, aceptó, aunque no sin haber padecido una dura crisis interior.

Se fue después a Belén, para el nacimiento del niño, y tuvo que huir a Egipto, de donde volvió para ir de nuevo a Nazaret.

Cuando Jesús tiene doce años, vemos a José y a María en Jerusalén, donde encontraron a su hijo entre los doctores del templo. A continuación, el evangelio calla. Es posible que muriera antes del comienzo de la vida pública de Jesús.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 7,4-5a.l2-14a.l6

En aquellos días,

4 el Señor dirigió esta palabra a Natán:

5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor:

12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas y consolidaré su reino.

14 Él edificará una casa en mi honor y yo mantendré para siempre su trono real. Seré para él un padre y él será para mí un hijo.

16 Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.

 

*» Esta primera lectura nos habla, con acentos históricos y teológicos, de la descendencia de David, que reinará para siempre. Seguramente, la profecía de Natán alude a Salomón, hijo de David y constructor del templo.

Sin embargo, las palabras «consolidaré su reino» (y. 12) indican una larga descendencia sobre el trono de Judá.

Esta descendencia tuvo un final histórico, y entonces el oráculo recibió fuerza profética con una velada alusión referente al Mesías, descendiente de David. Él reinará para siempre en su reino, un reino que no será de este mundo, sino espiritual, según el designio de Dios para la salvación de la humanidad. La tradición cristiana ha releído siempre este fragmento como profético y mesiánico, aplicándolo a Jesús, Mesías descendiente de David, y, de modo indirecto, también a José, último eslabón de la genealogía davídica y transmisor de la herencia histórica de la promesa divina hecha a Israel.

 

Segunda lectura: Romanos 4,13.16-18.22

Hermanos:

13 Cuando Dios prometió a Abrahán y a su descendencia que heredarían el mundo, no vinculó la promesa a la ley, sino a la fuerza salvadora de la fe.

16 Por eso la herencia depende de la fe, es pura gracia, de modo que la promesa se mantenga segura para toda la posteridad de Abrahán, posteridad que no es sólo la que procede de la ley, sino también la que procede de la fe de Abrahán. Él es el padre de todos nosotros,

17 como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchos pueblos; y lo es ante Dios, en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.

18 Contra toda esperanza creyó Abrahán que sería padre de muchos pueblos, según le había sido prometido: Así será tu descendencia.

22 Lo cual le fue tenido en cuenta para alcanzar la justicia.

 

 

**• En su intento de desarrollar la lección que deriva del acontecimiento de Abrahán, el apóstol establece un fuerte contraste entre la ley y la justicia qué viene de la fe. En primer lugar, Pablo pone de relieve el hecho de que la promesa de Dios a Abrahán no depende de la ley, y por eso establece, de modo inequívoco, que la promesa de Dios es absoluta, preveniente e incondicionada.

En segundo lugar, el apóstol ratifica que la fe es la única vía que lleva a la justicia, esto es, a la acogida del don de la salvación. En este aspecto, la lectura se aplica espléndidamente a José, hombre justo. Los verdaderos descendientes de Abrahán son no tanto lo que viven según las exigencias y las pretensiones de la ley, sino más bien los que acogen el don de la fe y viven de él con ánimo agradecido. Desde esta perspectiva, Pablo define como «herederos» de Abrahán a los que han aprendido de él la lección de la fe y no sólo la obediencia a la ley.

Se trata de una herencia extremadamente preciosa y delicada, porque reclama y unifica diferentes actitudes de vida, todas ellas reducibles a la escucha de Dios, que habla y manda, que invita y promete.

La fe de Abrahán, precisamente porque está íntimamente ligada a la promesa divina, puede ser llamada también «esperanza»: «Contra toda esperanza creyó Abrahán» (v. 18). De este modo, Abrahán entra por completo en la perspectiva de Dios, «que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen» (v. 17b). Y así, mediante la fe, todo creyente puede convertirse en destinatario y no sólo en espectador de acontecimientos tan extraordinarios que sólo pueden ser atribuidos a Dios. Éste fue el caso de José.

 

Evangelio: Mateo 1,16.18-21.24

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado.

 

*•• En el evangelio de Lucas se encuentra el anuncio del ángel a María; en el de Mateo, en cambio, encontramos el anuncio a José. En este anuncio, el ángel manifiesta a José su misión de padre «davídico» del hijo que, concebido por María, «por acción del Espíritu Santo», será el Mesías de Israel, el Salvador (significado del nombre hebreo «Jesús»).

Es probable que José conociera ya el misterio de la concepción, porque la misma María se lo podía haber revelado. Su dificultad o crisis interior no era tanto la aceptación del misterio como aceptar la paternidad y la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que debía ser el Maestro de Israel. Su humildad (su justicia), iluminada por las palabras del ángel, le hace aceptar después, plenamente, el designio de Dios.

En la parte del fragmento evangélico omitida por la liturgia (vv. 22-23.24b-25) se alude al cumplimiento de la Escritura en la célebre profecía de Isaías sobre la Madre del Mesías, al significado del nombre «Enmanuel»

(«Dios-con-nosotros») y al nacimiento de Jesús, al que José impuso, efectivamente, este nombre, recibido del ángel. Estos versículos enriquecen desde el punto de vista teológico el fragmento y proporcionan al conjunto una hermosa unidad.

 

MEDITATIO

Los fragmentos de la Escritura nos ofrecen un marco histórico y profético, es decir, nos hablan de una historia verdadera, en la que, sin embargo, ha subintrado la acción de Dios según un designio que recorre todo el mensaje bíblico.

En el fondo de la primera lectura y en el centro del evangelio aparece la figura de José, llamado «hombre justo» (Mt 1,19). Esta justicia debe verse, como sugiere la segunda lectura, en la acogida con ánimo agradecido y conmovido del don de la fe, en la rectitud interior y en el respeto a Dios y a los hombres, a la Ley y a los acontecimientos.

A José le resulta difícil aceptar esa paternidad que no es suya y, después, la enorme responsabilidad que supone ser el maestro y el guía de quien habría de ser un día el Pastor de Israel. Respeto, obediencia y humildad figuran en la base de la «justicia» de José, y esta actitud interior suya -junto a su misión, única y maravillosa le han situado en la cima de la santidad cristiana, junto a María, su esposa.

José brilla sobre todo por estas actitudes radicalmente bíblicas, propias de los grandes hombres elegidos por Dios para misiones importantes, que siempre se consideraban indignos e incapaces de las tareas que Dios les había confiado (baste con pensar en Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías...). Dios sale, después, al encuentro de estos amigos suyos otorgándoles fortaleza y fidelidad.

 

ORATIO

«San José, mi predilecto,

ven a mi casa, que te espero.

Ven y mira, tú sabes qué falta,

ven y fíjate, trae lo que falta.

Y si algo no es para mi casa,

ven y llévatelo...»

«San José, maestro de la vida interior,

enséñame a orar, a sufrir y a callar»

(Oraciones populares a san José).

 

CONTEMPLATIO

El sacrificio total que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta.

Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión (Juan Pablo II, Redemptoris cusios, 26).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con José: "Cantaré eternamente el amor del Señor» (Sal 88,2a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al sur de Nazaret se encuentra una caverna llamada Cafisa. Es un lugar escarpado; para llegar a él, casi hay que trepar. Una mañana, antes de la salida del sol, fui allí. No me di cuenta del paisaje, muy bello, ni de las fieras, ni del canto de mil pájaros...

Estaba yo fuertemente abatido; sin embargo, experimentaba en el fondo del corazón que habría de saber algo de parte del Señor.

Entré en la gruta; había un gran vano formado por rocas negras con diferentes ángulos y corredores. Había muchas palomas y murciélagos, pero no hice ningún caso. Solo en aquel recinto severo no exento de majestad, me senté sobre una esterilla que llevaba conmigo. Puse, como Elías, mi cara entre las rodillas y oré intensamente. Tal vez por la fatiga o la tristeza, en cierto momento me adormecí. No sé cuánto tiempo estuve en oración y cuánto tiempo adormecido. Pero allí, en aquella gruta que nunca podré olvidar, durante aquellos momentos de silencio, me pareció ver un ángel del Señor, maravilloso, envuelto en luz y sonriente.

«José, hijo de David -me dijo-, no tengas miedo de acoger a María, tu esposa, y quedarte con ella. Lo que ha sucedido en ella es realmente obra del Espíritu Santo: tú lo sabes. Y debes imponer al niño el nombre de Jesús. Tu tarea, José, es ser el padre legal ante los hombres, el padre davídico que da testimonio de su estirpe... Y has de saber, José, que también tú has encontrado gracia a los ojos del Señor... Dios está contigo». El ángel desapareció. La gruta siguió como siempre, pero todo me parecía diferente, más luminoso, más bello.

«Gracias, Dios mío. Gracias infinitas por esta liberación. Gracias por tu bondad con tu siervo. Has vuelto a darme la paz, la alegría, la vida. Así pues, Jesús, María y yo estaremos siempre unidos, fundidos en un solo y gran amor..., en un solo corazón».

La tempestad había desaparecido, había vuelto el sol, la paz, la esperanza... Todo había cambiado (J. M. Vernet, Tu, Giuseppe, Milán 1997, 128ss [edición española: Tú, José, Ediciones STJ, Barcelona 2001]).

 

 

Santo Toribio de Mogrovejo (23 de marzo)

 

Toribio nació en Mayorga (Valladolid) hacia el año 1538. Estudió Derecho en Salamanca. Luego, a los 30 años, siendo un laico, fue designado inquisidor mayor de Granada y, a los 40, arzobispo de Lima (1580). Llegado a su diócesis, no vaciló en llevar a cabo la tarea trazada por el Concilio de Trento: celebración de sínodos, reforma del clero, organización misional, erección de parroquias, corrección de las costumbres...

        Podemos decir que Toribio tenía un solo ideal claro,  cristiano: extender en América meridional el reino de Cristo, la salvación de los hombres. No murió mártir, pero encontró la muerte en una de sus correrías evangélicas, estando en la población de Santa, a más de 500 kilómetros de Lima, la capital. Como fruto de su labor surgirá una gran santa: Rosa de Lima, a la que el santo prelado había confirmado. Entregó su alma de misionero a Dios en 1606.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 4,1-2.5-7

1 Por eso, sabiendo que Dios en su misericordia nos ha confiado este ministerio, no nos desanimamos.

2 Al contrario, evitamos los silencios vergonzosos, el proceder con astucia y el falsificar la Palabra de Dios.

4 Y ante el juicio que puedan hacer todos los demás delante de Dios, nuestro testimonio consiste en proclamar abiertamente la verdad.

5 Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús.

6 Pues el Dios que ha dicho: Brille la luz de entre las tinieblas, es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo.

7 Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.

 

        *•• Para quien asume la tarea de la predicación como ministerio pastoral específico, estas palabras de Pablo son un ideal: «No nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús». Ésta es la tarea fundamental del pastor de almas: «Hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo». Y «este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros». Éste es el ideal que llevó a la práctica con fidelidad santo Toribio de Mogrovejo.

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

En aquel tiempo,

16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

20 enseñándoles a poner en obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

        **• ¿A quién está dirigida esta invitación y mandato de Jesús? Se suele pensar que se dirige sólo a los apóstoles, v, hoy, a sus sucesores: el papa, los obispos y los sacerdotes. Piensan y dicen muchos no clérigos ni sacerdotes o religiosos que la cosa les afecta sólo a ellos, no a nosotros, pobres laicos. Pero, precisamente, éste es un error fatal.

        Es indiscutible que, en primer lugar, con un deber de testimonios oficiales y autorizados, él envía a los apóstoles, pero no a ellos solos. Ellos deben ser los guías, los animadores de los demás, en la común misión. Sin embargo, afecta a todos los cristianos. Y ésta es la gran tarea que tiene que realizar la Iglesia en este siglo XXI: animar a que los laicos desarrollen plenamente sus carismas.

 

MEDITATIO

        El Concilio Vaticano II nos dice: «Los obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor... la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo, para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación» {Lumen gentium, 24).

        Y el Catecismo de la Iglesia en los nn. 858-859, nos recuerda que Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio designó «a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar» (Me 3,13-14). Desde entonces, serán sus «enviados» [esto es lo que significa la palabra griega apostoloi]. En ellos continúa la propia misión de Jesucristo: «Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21; cf. 13,20; 17,18). Por tanto, su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: «El que os recibe a vosotros, me recibe a mí», dice a los doce apóstoles (Mt 10,40; cf. Le 10,16).

        Jesús asocia a sus discípulos a su propia misión, recibida del Padre. Y como «el Hijo no puede hacer nada por su cuenta» (Jn 5,19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, también aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin él {cf. Jn 15,5), de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben, por tanto, que están calificados por Dios como «ministros de una nueva alianza» (2 Cor 3,6), «ministros de Dios» (2 Cor 6,4), «embajadores de Cristo» (2 Cor 5,20), «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1).

 

ORATIO

        Tú, que has querido acrecentar, oh Señor, la Iglesia mediante los trabajos apostólicos y el celo por la verdad de tu obispo santo Toribio, concede al pueblo a ti consagrado crecer constantemente en la fe y en santidad.

 

CONTEMPLATIO

        La actividad misionera de Toribio, a pesar de las enormes distancias de su archidiócesis, Lima (Perú), de centenares de leguas, y a la dificultad de las ciudades colgadas de picos inaccesibles, aldeas perdidas en los repliegues de los Andes, llegó a todas partes en 16 años de caminatas por valles y montañas, por ríos desconocidos y formidables quebradas. Entraba en los míseros bohíos, buscaba a los indígenas dispersados y huidizos, les hablaba en su propia lengua, les sonreía paternalmente, les ganaba para Cristo. En esto fue como otro san Francisco Javier. Contemplemos su figura y tengámosle presente para imitarle.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 18,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        No hay que olvidar que, al hablar de Toribio de Mogrovejo, estamos hablando de la santidad de un laico que, desde sus años de estudio en el famoso colegio mayor San Salvador de Oviedo, adscrito a la Universidad de Salamanca, era tratado por todos «con la dignidad y el respeto que se muestra a un santo canonizado». Más tarde, tras haber llegado a la treintena y ser nombrado, como licenciado en Derecho Canónico y mientras preparaba el doctorado, inquisidor en el tribunal de Granada, mostró en dicho cargo toda «la augusta madurez que la santidad añade a las bellas cualidades naturales». Durante los cinco años que duró su paso por este importante tribunal fue el inquisidor modelo. Conviene señalar que, como muchos otros, tampoco él envió a nadie a la hoguera.

        Las atentas visitas que hizo en el ámbito de su competencia, prescritas por la misma Suprema Inquisición, se extendieron desde los barrios de Granada hasta una docena de ciudades y aldeas de la región. Mas la calidad de su trabajo y su santidad, cada vez más radiante, hicieron que pronto fuera nombrado presidente del tribunal inquisitorial de Granada. No tenía entonces más que 39 años, y seguía siendo laico; no había recibido más que la tonsura. Pero la fama de su santidad había llegado, sin saberlo él, a la corte de España y al mismo monarca. Fue en la misma Granada donde le llegó, en junio de 1578, un nombramiento-sorpresa: había sido elegido por Felipe II para arzobispo de Lima, la sede más importante de América y la archidiócesis más extensa. La elección del monarca fue confirmada por el papa en marzo de 1579. Entonces, el interesado se abandonó a esta inaudita promoción por lealtad a su rey y a la Iglesia. Fue preciso conferirle de golpe a nuestro joven laico inquisidor, en unas cuantas semanas, el subdiaconado, el diaconado y el sacerdocio. Consagrarle, a continuación, obispo en Sevilla el año 1580, así como entregarle el pallium arzobispal. Llegó a Lima el 11 de mayo de 1581, y también allí se mostró «mucho más como un ángel que como un hombre mortal y perecedero»; dejó una profunda huella en toda la evangelización americana, ofreciéndose en él, en su ex inquisitorial persona, «un raro modelo de santidad y de virtudes». Tras haber reunido de inmediato el concilio peruano de 1583, del que hizo un verdadero «Trento americano», daría durante 25 años el más perfecto ejemplo de ascesis personal y de entrega sin límites al apostolado... Más tarde, el concilio plenario de América latina, celebrado en Roma en 1901, lo consagrará, por los siglos, como «la luz más elevada de todo el episcopado americano» (cf. Jean Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, Encuentro, Madrid 2000, pp. 265-268).

 

 

 

Anunciación del Señor (25 de marzo)

 

La catequesis ha hecho coincidir siempre anunciación y encarnación. Se puede deducir una primera colocación de la memoria de la encarnación en la liturgia de la edificación de una basílica constantiniana sobre la casa de María en Nazaret en el siglo IV. Hay documentación irreprochable procedente del siglo VII de una peculiar celebración litúrgica el 25 de marzo tanto en Oriente como en Occidente.

La reforma del calendario litúrgico romano de Pablo VI restableció la denominación de anunciación del Señor, «celebración que era y es fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen: del Verbo que se nace Hijo de María y de la Virgen que se convierte en madre de Dios» (Marialis cultus, 6).

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,10-14

En aquellos días,

10 el Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo:

11 -Pide al Señor, tu Dios, una señal en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

12 Respondió Ajaz: -No la pido, pues no quiero poner a prueba al Señor.

13 Isaías dijo: -Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios?

14 Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel.

 

**• Ajaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve vacilar su trono a causa de la presencia de ejércitos enemigos que hacen presión en los confines de su reino. ¿Qué puede hacer? Establecer alianzas humanas.

Isaías, sin embargo, le propone resolver el angustioso problema confiándose por completo a Dios. Más aún, el profeta invita al rey a pedir una «señal» (v. 11), como confirmación concreta de la asistencia divina en esta delicada situación. Ajaz, sin embargo, rechaza la propuesta con motivaciones de falsa religiosidad: «No lapido, pues no quiero poner a prueba al Señor» (v. 12). Isaías denuncia la hipocresía del rey, pero añade que, pese al rechazo, Dios dará esa señal: «La joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel» (v. 14).

En lo inmediato, las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Ajaz, que la reina va a dar a luz y cuyo nacimiento fue considerado, en aquel particular momento histórico, como presencia salvífica de Dios en favor del pueblo angustiado. Sin embargo, yendo más al fondo, las palabras de Isaías son el anuncio de un rey Salvador. En este oráculo de una «virgen que da a luz» la tradición cristiana ha visto desde siempre el anuncio profético del nacimiento de Jesús, hijo de María.

 

Segunda lectura: Hebreos 10,4-10

Hermanos:

4 es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.

5 Por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo;

6 no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios.

7 Entonces yo dije Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en un capítulo del libro.

8 En primer lugar dice: No has querido ni te agradan los sacrificios, ofrendas, holocaustos ni víctimas por el pecado, que se ofrecen según la ley.

9 Después añade: Aquí vengo para hacer tu voluntad. De este modo anula la primera disposición y establece la segunda.

10 Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.

 

**• La perícopa está separada de su contexto. Éste intenta demostrar que el sacrificio de Cristo es superior a los sacrificios del Antiguo Testamento y convencer de ello. El autor de la carta relee ante todo el salmo 39 -empleado por la liturgia de hoy como salmo responsorial- como si fuera una declaración de intenciones del mismo Cristo al entrar en el mundo, o sea, cuando tomó carne y vino a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1,14), es decir, en el acontecimiento de la encarnación.

Y ésa es la actitud obediencial peculiar del pueblo de la antigua alianza y de todo piadoso cantor del salmo, a saber: la de un total «aquí vengo para hacer tu voluntad».

La encarnación como actitud obediencial se lleva a cabo el día de la anunciación del Señor a María. El día del anuncio empieza la peregrinación mesiánica finalizada con la donación del cuerpo de Cristo como sacrificio salvífico, nuevo e innovador, único e indispensable, que se completa en «el sacrificio de la cruz».

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

En aquel tiempo,

26 al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo: -No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel: -¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo: -Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices.

Y el ángel la dejó.

 

 

*• La autobiografía constituye una clave de lectura de la perícopa: Lucas, cronista esmerado y atento oyente de los protagonistas, ha recibido probablemente confidencias de María y las ha traducido en mensaje evangélico. En el diálogo entre Dios -por medio del ángel Gabriel- y la muchacha de Nazaret resalta un rasgo esencial: la relación viva entre lo divino y lo humano.

Semejante relación se desarrolla como un recorrido en el que la propuesta de lo alto se va dilucidando poco a poco, porque el mensajero respeta -en una persona humana como la muchacha de Nazaret- el carácter gradual de la comprensión de un proyecto inesperado como fue la maternidad mesiánica, transversal a su proyecto o situación del momento, que era la virginidad. La persona humana -María, la virgen prometida como esposa a José- se asoma a este recorrido y entra progresivamente en él, en la conciencia del mensaje, que pretende secundar haciéndose disponible y adecuando a él su propio proyecto personal. La firma del acuerdo relacional entre María y Dios es el disponible «aquí está la esclava del Señor» (v. 38).

 

MEDITATIO

La perícopa lucana resuena en la inmensa mayoría de las liturgias marianas. Su puesto óptimo es precisamente la liturgia de la anunciación. Esta palabra parece un tanto desusada, y la liturgia la conserva tal vez para acentuar la aureola de solemnidad y misterio de un acontecimiento ciertamente único, irrepetible en su sustancia, insólito.

Concentremos nuestra atención en las dos últimas lecturas, que se aproximan en un estupendo paralelismo. En la Carta a los Hebreos, el hagiógrafo requiere o interpreta el anuncio de Cristo; en Lucas, el evangelista narra el anuncio a María. Cristo toma la iniciativa de declarar su propia intención; María recibe una palabra que viene de fuera de ella y está repleta de las peticiones de Otro. El paralelismo se transforma en coincidencia en la explicitación de la disponibilidad de ambos para cumplir la voluntad divina; disponibilidad separada por la calidad y la cantidad de conciencia, pero convergente en la finalidad de la obediencia total al proyecto de Dios.

La actitud obediencial aproxima ulteriormente a la madre y al hijo, María «anunciada» y Jesucristo «anunciado»: ambos pronuncian un «aquí estoy»; ambos se expresan con casi idénticas palabras: «Hágase según tu palabra», «vengo para hacer tu voluntad»; ambos entran en la fisonomía de «sierva» y de «siervo» del Señor, lista sintonía anima a todo discípulo a la disponibilidad en el servir a la Palabra de Dios, porque el Hijo mismo de Dios es siervo y porque la Madre de Dios es sierva, y ambos lo son de una Palabra que salva a quien la sirve y que produce salvación.

 

ORATIO

¡Salve, santa María, humilde sierva del Señor, gloriosa madre de Cristo!

Virgen fiel, seno sagrado del Verbo, enséñanos a ser dóciles a la voz del Espíritu; a vivir en la escucha de la Palabra, atentos a sus llamadas en lo secreto del corazón, vigilando sus manifestaciones en la vida de los hermanos, en los acontecimientos de la historia, en el gemido y en el júbilo de la creación.

Virgen de la escucha, criatura orante, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

La página evangélica del anuncio a María atestigua el estilo con el que Dios se hace adelante para proponer y pedir disponibilidad a la persona humana, o sea, al diálogo.

El diálogo evangélico se desarrolla en la forma del don. El don de la alegría («Alégrate, María»): la Palabra de Dios ofrece alegría. El don de la gracia {«llena de gracia »; «has hallado gracia»). El don del aliento {«no temas »): la delicadeza de Dios disuelve el miedo a él que revela un rostro misericordioso, el miedo a su comprometedora palabra. El don de la vitalidad {«concebirás y darás a luz un hijo»): el hijo es señal de vida y de futuro, exigencia de custodia y de servicio, responsabilidad con la vida. El don del Espíritu {«el Espíritu Santo descenderá sobre ti»): es el primer pentecostés de María, y el Espíritu le indica la intención de posesión y custodia de parte de Dios, la demanda de colaboración. El don de la fe («porque nada hay imposible para Dios»): palabra final, llave que abre la disponibilidad consciente.

 

ACTIO

Repite y dirige hoy a los hermanos y hermanas el saludo evangélico: «El Señor esté contigo» {cf. Le 1,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al anuncio de que Dios salva, nosotros también podemos responder, como María, con el fíat, «hágase». Pero ¿hágase qué? Cúmplase en mí, pero ¿qué cosa? Cúmplase en mí la fe: que yo pueda creer. Creer que desde hace miles de años Dios está en busca del hombre [...]. Fe en que Cristo es carne de esta carne nuestra, destino de nuestro destino; que él es aquí, apacible

y poderosa energía; que él está más allá, horizonte y destino y flauta que nos llama a otro lugar, y que con esta fe también nosotros podemos ser, al menos por un momento, casa de Dios, llenos de gracia al menos por un momento; que también nosotros podamos oírte decir: yo estaré contigo por donde vayas. El ángel nos repetirá entonces a cada uno las tres palabras esenciales: alégrate, no temas, también en ti va a nacer una vida (E. M. Ronchi, Dietro i mormoríí dell'arpa, Sotto il Monte 1999, pp. 35ss).

 

 

San Vicente Ferrer (5 de abril)

 

Vicente Ferrer nació en Valencia el 23 de enero de 1350. La casa natalicia de Vicente distaba muy poco del real convento e predicadores, donde los hijos de santo Domingo de Guzmán (padres dominicos) se habían establecido por singular gracia del rey Jaime el Conquistador, recién ganadas para la fe las tierras de Valencia.

El gran prestigio que siempre tuvieron en aquella capital los frailes predicadores, el contacto habitual que Vicente debió de tener con ellos desde su niñez y el interior llamamiento de Dios determinaron en él la resolución de vestir el hábito blanco y negro de los dominicos. Tal suceso tuvo lugar en el vecino real convento de predicadores el 5 de febrero de 1367, y el día 6 del mismo mes del año siguiente emitió los votos de su profesión religiosa.

A los veinte años era ya profesor de Lógica. En 1376 le vemos estudiando teología en Toulouse, en cuya universidad, de reciente creación, los profesores dominicos le ¡lustraron en la ciencia teológica dentro de los cánones del más depurado tomismo. Allí permaneció dos años. Tras su sólida formación teológica, Vicente regresó a Valencia, donde inmediatamente se dedicó a la enseñanza de la teología.

Por otra parte, fue un gran predicador. Murió en plena actividad misionera el 5 de abril del año 1419, miércoles de Ceniza. Fueron tantos los milagros realizados por Dios a través de él y fue tan grande su fama que el papa lo declaró santo, en 1455, a los 36 años de haber muerto.

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 14,6-7

6 Y vi otro ángel que volaba por lo más alto del cielo. Tenía un mensaje irrevocable que anunciar a los moradores de la tierra: a todas las naciones, razas, lenguas y pueblos.

7 Decía con voz potente: «Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio. Adorad al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales de agua».

 

**• La palabra «apocalipsis» es la transcripción de un término griego que significa «revelación; todo Apocalipsis supone, pues, una revelación hecha por Dios a los hombres sobre cosas ocultas y sólo por él conocidas, en especial de cosas referentes al futuro. De ahí que en este pasaje se anuncie que, antes de la ejecución de las venganzas divinas, vendrán unos ángeles a invitar a los impíos perseguidores al arrepentimiento, anunciando

la hora del juicio. De ahí que Vicente Ferrer predicará frecuentemente: «Temed a Dios y dadle gloria». El temor de Dios propugnado por Vicente, sin embargo, no era ese que surge de la raíz amarga del miedo, sino el que nace del amor filial. Era el temor de la reverencia y no el del servilismo pavoroso.

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

En aquel tiempo,

16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

20 enseñándoles a poner en obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

**• Las últimas palabras de este pasaje evangélico son esclarecedoras: hay que poner en obra todo lo que Jesús nos ha mandado. Fundamentalmente, que Jesús no ha venido sólo a llamar a los justos (como si hubiera justos antes de él y sin él), sino que ha venido a hacer justos. Y esto teniendo en cuenta que «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de este mundo ». Es una coincidencia providencial que en la Carta a los Romanos esta enseñanza de Cristo haya encontrado en Pablo su plena formulación cuando manifiesta con toda claridad que la infidelidad de los hombres no puede hacer vanas las promesas de Dios (cf. Rom 3,9-11).

 

MEDITATIO

Los padres de Vicente le inculcaron desde muy pequeño una fervorosa devoción a Jesucristo y a la Virgen María y un gran amor hacia los pobres. Ya desde pequeño le encargaron repartir a diario las cuantiosas limosnas que la familia acostumbraba dar a los necesitados. De esta manera, hicieron que le gustara dar limosna a los indigentes. Asimismo, le enseñaron a hacer una mortificación personal cada viernes, en recuerdo de la pasión de Cristo, y cada sábado, en honor de la Virgen Santísima. Estas costumbres las ejercitó Vicente durante toda su vida.

Además, Vicente fue un verdadero ángel de la paz en su época. Estaba muy angustiado porque la Iglesia católica se encontraba dividida y llegó a tener simultáneamente tres papas, por lo que había muchísima desunión entre los cristianos bajo la obediencia de Urbano VI, Clemente VII y Benedicto XIII. Se esforzó hasta solucionar el cisma de Occidente (1378). De tanto afán y sufrimiento por buscar la unión en la Iglesia, llegó a enfermar y estuvo a punto de morir.

Antes de predicar permanecía rezando durante cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra y conseguir que sus oyentes se convirtieran al oírle. Dormía en el puro suelo, ayunaba frecuentemente y se

trasladaba a pie de una ciudad a otra (los últimos años enfermó de una pierna y se trasladaba cabalgando en un asno). Su predicación conmovía hasta a los más fríos e indiferentes. Su poderosa voz llegaba hasta lo más profundo del alma. En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios: gentes que siempre se habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores.

Vicente condenaba sin miedo las malas costumbres. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del juicio final de Dios y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacía con tanta emoción que frecuentemente tenía que suspender durante varios minutos su sermón porque el griterío del pueblo pidiendo perdón a Dios era inmenso.

Pero el tema en el que más insistía era el juicio de Dios que espera a todo pecador. Le llamaban «el ángel del Apocalipsis», porque continuamente recordaba a las gentes lo que el libro del Apocalipsis enseña acerca del juicio final que nos espera a todos. Él repetía sin cansarse este aviso de Jesús: «Estoy a punto de llegar con mi recompensa y voy a dar a cada uno según sus obras» (Ap 22,12). Hasta los más pecadores y alejados de la religión se conmovían al oírle anunciar el juicio final, donde «los que hicieron el bien resucitarán para la vida eterna, pero los que hicieron el mal resucitarán para su condenación» (Jn 5,29).

En los últimos años, lleno de enfermedades, le tenían que ayudar a subir al sitio o estrado donde iba a predicar. Pero, apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y enseñaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Durante el sermón no parecía viejo ni enfermo sino lleno de juventud y entusiasmo, un entusiasmo que era contagioso.

 

ORATIO

Dios todopoderoso, tú que elegiste a san Vicente Ferrer ministro de la predicación evangélica, concédenos la gracia de ver glorioso en el cielo a nuestro Señor Jesucristo, cuya venida a este mundo, como juez, anunció san Vicente en su predicación.

 

CONTEMPLATIO

La figura de Vicente, junto con los sacerdotes confesores que le acompañaban en sus predicaciones, orando y sacrificándose para que su predicación fuera efectiva y consiguiera los frutos de la conversión, la debemos tener presente todos los cristianos. Una predicación sin oración previa puede hacer inútiles las palabras predicadas.

En Vicente hemos de contemplar no sólo a quien señala el camino, sino a quien camina personalmente para alcanzar su personal vida eterna.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «Poned en obra todo lo que os he mandado» (Mt 18,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la predicación y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar, bajando a los detalles concretos. Utiliza ejemplos, todos los que puedas, para que cualquier pecador se vea retratado en la exposición que haces de su pecado; pero de tal manera que no des la impresión de soberbia o indignación, sino que lo haces llevado por la caridad y espíritu paternal, como un padre que se compadece de sus hijos cuando los ve en pecado o gravemente enfermos o cuando han caído en un hoyo, esforzándose por sacarlos del peligro y acariciándoles como una madre. Hazlo alegrándote del bien que obtendrán los pecadores y del cielo que les espera si se convierten.

Este modo de hablar puede ser de gran utilidad para el auditorio. Hablar en abstracto de las virtudes y los vicios no produce impacto en los oyentes.

En el confesionario, debes mostrar igualmente sentimientos de caridad, lo mismo si tienes que animar a los pusilánimes que si tienes que amenazar a los contumaces; el pecador ha de sentir siempre que tus palabras proceden exclusivamente de tu caridad. Las palabras caritativas han de preceder siempre a las recomendaciones punzantes.

Si quieres ser útil a las almas de tus prójimos, recurre primero a Dios de todo corazón y pídele con sencillez que te conceda esa caridad, suma de todas las virtudes y la mejor garantía de éxito en tus actividades [Tratado de san Vicente Ferrer, presbítero, sobre la vida espiritual, capítulo 13, Edición Garganta-Forcada, 513-514).

 

 

San Juan Bautista de la Salle (7 de abril)

 

        Nació en Reims, en el seno de una familia burguesa, el año 1651. Emprendió pronto la carrera eclesiástica: a los dieciséis años era canónigo de la catedral, a los veintisiete fue ordenado sacerdote y a los veintiocho alcanzó el doctorado en Teología en París. Se vio llevado, en virtud de circunstancias imprevistas, a trabajar con maestros comprometidos en abrir escuelas populares para los niños pobres. Esto le llevó a crear el instituto laical de los «hermanos de las escuelas cristianas» y a escribir para ellos y para los alumnos obras originales de formación pedagógica y espiritual. Fue un hombre de vigorosa piedad y de fina intuición educativa.

        Ha sido uno de los máximos pioneros de la educación popular moderna. Murió en 1719. Fue canonizado en 1900 y proclamado «patrono universal de los educadores» por Pío XII en 1950.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 39,6-14

6 Si el Altísimo lo quiere, llenará al justo de espíritu de inteligencia, le hará derramar sabias palabras y en la oración dará gracias al Señor.

7 Dedicará su consejo y su ciencia a meditar los misterios ocultos.

8 Hará brillar la instrucción que ha recibido, y su orgullo será la Ley de la alianza del Señor.

9 Muchos elogiarán su inteligencia y nunca lo olvidarán. No se borrará su memoria, su nombre vivirá por generaciones.

10 Las naciones hablarán de su sabiduría y la asamblea proclamará su alabanza.

11 Mientras viva, será famoso entre mil y, cuando muera, esto le bastará.

12 Quiero aún compartir mis reflexiones, de las que estoy repleto como luna llena.

13 Escuchadme, hijos piadosos, y creced como rosal plantado a la vera del arroyo.

14 Como incienso derramad buen olor, floreced como lirio, difundid fragancia, entonad un canto y, por todas sus obras, bendecid al Señor.

 

**• El fragmento que hemos leído -bastante típico de la literatura sapiencial judía tardía- hace el elogio del escriba, es decir, del hombre sabio y justo que tiene la tarea de conservar las Escrituras, interpretar su sentido y enseñar al pueblo con su doctrina. Se recuerdan aquí los rasgos carismáticos del maestro de la ley: su corazón está dirigido al Altísimo, su boca se abre a la oración de alabanza y de imploración, su inteligencia pensativa penetra los misterios de Dios, y por eso las discretas palabras de su enseñanza tendrán siempre un amplio auditorio.

A continuación, más allá de su persona, el eco de su enseñanza se mantendrá vivo en la memoria de las generaciones futuras: el que, como testigo y garante de la Palabra, ha sabido indicar a otros la lección preciosa, se volverá él mismo «palabra eficaz», destinada a ser recordada en el tiempo. Y muchos, después de él, «elogiarán su inteligencia» (v. 9).

 

 

Evangelio: Mateo 18,1-5

1 En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: -¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?

2 Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos

3 y dijo: -Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos.

4 El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

5 El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.

 

**• Jesús pone al niño como metro de medida para entrar en el Reino. Volver a ser pequeños y últimos es una condición para ser dignos del Reino de los Cielos.

La nueva escala de valores introducida por Jesús es muy paradójica, si no absurda. Desde el punto de vista humano, ningún adulto quiere volver a ser niño, porque eso significaría regreso, involución, anulación de las experiencias adquiridas. El niño, en todas las culturas, incluida la judía, no es valorado en gran medida por lo que es, sino que es amado y atendido por lo que será.

También Jesús y la gente de su tiempo pensaban así.

Sin embargo, para poder acoger el Reino, no cuentan las seguridades doctrinales, ni tampoco la impecabilidad moral de quien -como patrono o controlador del sistema- se crea maestro en Israel, sino que es mejor la sencillez indefensa de los niños y de cuantos, aunque adultos, se hacen disponibles a lo Inesperado y siempre sorprendente del Reino que viene.

 

MEDITATIO

Los cristianos se han referido en todos los tiempos a Jesús como modelo de educador no porque el Maestro de Nazaret haya dejado una pedagogía y una didáctica sagrada, evidentemente, sino porque en él han reconocido -como recuerda san Pablo- el acto supremo de la «pedagogía de Dios», la encarnación misma «de la educación y de la disciplina del Señor» (Ef 6,4). El padre De la Salle, como otros educadores cristianos y tal vez más que cualquier otro, pone al Cristo maestro en el centro de su espiritualidad.

Todos sus escritos respiran un fuerte cristocentrismo: «La misión educativa que ejercéis os hace embajadores de Cristo»; «Vosotros sois sus colaboradores en la obra de la salvación»; «Estudiad y haced estudiar las máximas evangélicas pronunciadas por el mismo Jesús»; «Descubrid, leyendo el evangelio, el modo y los medios de los que se valió Jesús para inducir a los discípulos en la práctica de las verdades que predicaba». El padre De la Salle no cesa de insistir en el deber personal del estudio y de la meditación de la Escritura (lo cual, en un clima de Contrarreforma, no era poco) y pone como una obligación para sus educadores asumir la Biblia –en particular las máximas del evangelio- como apoyo de toda la enseñanza catequética.

El tema de Jesús salvador, así como el de la historia de la salvación y el de la Iglesia mediadora de salvación, son centrales en la visión teológica del santo cuya memoria celebramos hoy. Dieciséis de sus meditaciones escritas sobre la misión del educador cristiano parten del plano divino de la salvación e interpretan el servicio del educador cristiano como la prolongación histórica de la única mediación de Cristo.

 

ORATIO

Te puedo adorar en cualquier lugar, oh Dios mío, dado que el cielo y la tierra están llenos de tu presencia.

Soy criatura tuya y, en cualquier lugar en el que pueda encontrarme, reconozco tu infinita grandeza y soberana majestad. Me siento nada ante ti, que eres infinitamente perfecto; sin embargo, hazme espacio, te lo ruego, dentro de tu presencia, que me envuelve. Te sé y te reconozco presente en este lugar, oh Dios mío, en este espacio sagrado, todavía más santo por tu presencia.

Te adoro en este lugar como si fuera tu templo y tu santuario; tú lo haces todo santo, porque lo conviertes en tu morada misteriosa. También aquí te adoran los ángeles, que te adoran por doquier en el universo; también aquí es justo que te adore yo, miserable, pero que sigo siendo siempre tu criatura. Me uno a ellos para someter todo mi ser a tu majestad: tengo confianza en que mis alabanzas, unidas a las de los ángeles, te serán más agradables (Juan Bautista de la Salle, «Atto di adorazione del Santo per meUersi ana presenza di Dio», en id., Explication de la méthode d'oraison I, IV, 2).

 

CONTEMPLATIO

Considera a los pobres que ves a tu alrededor como el tesoro más vivo de la Iglesia, como lo más rico, lo más importante que hay en la Iglesia. Los pobres son en la Iglesia la prolongación del mismo Cristo.

Al final de toda acción, y sobre todo por la noche, Dios quiere saber de tus labios cómo te has desenvuelto en la obra apostólica. Intenta recogerte interiormente y examinarte ante Dios, dispuesto a rendirle cuentas de lo que has hecho. No esperes para dar cuentas al final de la vida.

Si queréis oír a Dios, hablad poco y obrad mucho.

Mucho silencio, mucha humildad y mucha oración: éste es el compromiso que Dios quiere de vosotros.

Es triste constatar que muchos cristianos, creados para el cielo y comprometidos en el bautismo a llevar una vida santa según el modelo de Cristo, olviden con tanta ligereza el don vivo de Cristo, su cuerpo y su sangre.

No basta con adorar la cruz de Cristo: debes llevarla.

No busques la cruz lejos de ti: está siempre a tu lado. No digas que tu cruz es demasiado pesada: él nunca te carga por encima de tus fuerzas.

Qué felicidad encontrarse reunidos entre hermanos, juntos en la oración comunitaria, juntos en el servicio apostólico, y estar seguros de que Cristo se encuentra en medio de nosotros y de que se encuentra verdaderamente para comunicarnos su Espíritu, para consolidar nuestros corazones, para dirigir nuestras acciones, para reforzar nuestro testimonio de su Evangelio.

Para enseñar, sentíos obligados a saber. Pero persuadíos de que os instruiréis bastante mejor meditando sobre el Evangelio que sabiéndolo de memoria (de los escritos de san Juan Bautista de la Salle: Cartas, Regla, Meditaciones, Guía de las escuelas, Deberes del cristiano).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita la invocación que san Juan Bautista de la Salle repitió en su lecho de muerte: «Adoro en cada cosa la voluntad de Dios respecto a mí».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Juan Bautista de la Salle no ha inspirado nunca una devoción popular comparable a la que los cristianos manifiestan por Francisco de Asís, Antonio de Padua o Teresa de Lisieux. Sin embargo, fue en su tiempo inventor de geniales iniciativas pedagógicas: democratizó la escuela cuando los Estados no tenían todavía un sistema educativo; creó centros de formación para los profesores; experimentó métodos y técnicas de enseñanza moderna; anticipó la enseñanza profesional en vísperas de la revolución industrial; fundó una congregación exclusivamente laical de religiosos profesores, difundida hoy en más de ochenta países... Es un santo que tiene un sitio indiscutible en la historia de la pedagogía mundial; sin embargo, de manera extraña, ha quedado casi en la penumbra en el aprecio y en la devoción del mundo cristiano. Será que, un poco a la vez, gran parte de sus intuiciones se han convertido en patrimonio adquirido e indiscutible de la tradición occidental [...].

¿Cómo puede, pues, interesar a los cristianos del siglo XXI la espiritualidad de san Juan Bautista de la Salle? Él, justamente como nosotros, no fue testigo de visiones deslumbrantes, ni oyó voces divinas hablándole desde el cielo. Al contrario: como nosotros, escuchó a la gente, vio las necesidades de todo tipo, sintió compasión por los más necesitados y pidió luz al Espíritu. La sociedad francesa de su tiempo despreciaba la enseñanza dispensada en las escuelas de la caridad y reservaba este cargo a los que no eran capaces de desempeñar otro oficio. A pesar de las encarnizadas resistencias de sus familiares y hasta del clero, Juan Bautista, miembro de una familia distinguida, no sólo creó en torno a él una comunidad de maestros-educadores para ayudar a los pobres, sino que renunció a su fortuna y a su rango a fin de vivir como ellos.

Y supo mantenerse firme en su proyecto, lo que le costó un coraje heroico y una fe sin límites. Mostró con la vida - y lo fue repitiendo también en numerosos escritos espirituales- que seguir el Evangelio en las ocupaciones ordinarias, por muy modestas que sean, puede llevar al más elevado amor a Dios y a la santidad. Para él, vida espiritual y trabajo cotidiano no pueden ser separados: «No establezcáis ninguna distinción entre vuestros deberes religiosos y las obligaciones cotidianas». Mientras explicaba a sus manos cómo debían enseñar la Escritura  a los alumnos, les mostraba cómo debían amarlos. Para él, toda actividad, con tal que sea realizada con espíritu de fe y de servicio, se vuelve oración. Por eso, también hoy la espiritualidad lasalliana es más que actual: puede ser vivida tanto en los lugares de trabajo como en las ocupaciones de casa, tanto en las aulas escolares como yendo de viaje (C. Koch, Praying with John Baptist de la Salle, Winona 1999, pp. 8ss).

 

 

San Anselmo (21 de abril)

 

Anselmo nació en Aosta en el año 1033-1034 y, siendo muy joven, sintió la llamada a la vida monástica, pero su padre se opuso claramente. Al quedarse huérfano de madre, huyó de casa y en su vagabundeo llegó a Normandía. El encuentro con Lanfranco, prior de la abadía de Notre Dame du Bec, despertó en él el deseo del claustro. Tras abandonar el mundo, entró en esta abadía, de la que se convirtió en abad el año 1078. Éste fue el período más fecundo para su actividad intelectual, que hizo de él uno de los más insignes representantes de la teología medieval. En 1093 fue consagrado arzobispo de Canterbury y primado de Inglaterra: pasó trece años de durísimos enfrentamientos con el poder político, culminados con dos exilios. Murió el 21 de abril de 1109.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 2,14.22b-24.32-36

En el día de Pentecostés,

14 Pedro, en pie con los Once, levantó la voz y declaró solemnemente: -Judíos y habitantes todos de Jerusalén, fijaos bien en lo que pasa y prestad atención a mis palabras: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre vosotros, como bien sabéis.

22 Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis.

24 Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder.

32 A este Jesús, Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros.

33 El poder de Dios lo ha exaltado, y él, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado, como estáis viendo y oyendo.

34 Porque David no subió a los cielos, pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi señor: Siéntate a mi derecha,

35 hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies.

36 Así pues, que todos los israelitas tengan la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis.

 

*•• Esta perícopa, síntesis del discurso de Pedro el día de Pentecostés, nos ofrece el primer ejemplo del kerigma, es decir, de la predicación apostólica primitiva centrada en el anuncio de Jesucristo crucificado y resucitado.

Jesús es verdaderamente hombre, ha vivido y actuado en medio de nosotros; es el Cristo, el Mesías predicho por los profetas y enviado por Dios para establecer su Reino (v. 22). Su muerte en la cruz a causa de la maldad humana no ha supuesto el fracaso de su misión, sino que forma parte de un insondable designio de Dios (v. 23): que, precisamente a través de la cruz, venciera al pecado y a la muerte (v. 24). Éste es el anuncio salvífico que, con la fuerza del Espíritu, los apóstoles, testigos de la resurrección, estaban dispuestos a llevar hasta los confines de la tierra. Un anuncio increíble, hecho creíble por la vida transfigurada de cuantos lo transmiten.

 

Evangelio: Mateo 23,8-12

En aquel tiempo, se dirigió Jesús a la muchedumbre y a sus discípulos diciendo:

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás.

12 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

**• La enseñanza de los maestros de la Ley y de los fariseos era impura a causa de la hipocresía y la vanidad de su comportamiento (Mt 23,1-7). No debe ser así con los discípulos de Jesús, llamados a configurarse con él en la humildad y en el servicio (vv. 1 lss). Pretender conseguir títulos honoríficos que exaltan una sabiduría y una autoridad humanas está fuera de lugar en la comunidad cristiana, donde el único maestro es Cristo, siervo obediente, y el único Padre es el del cielo. La enseñanza y la autoridad son necesarias, pero han de ser ejercidas con corazón fraterno, con la conciencia de ser todos discípulos e hijos amados (vv. 8ss). El verdadero título de merecimiento a los ojos de Dios es la humilde caridad, y el sitio más cercano al suyo es siempre el último.

 

MEDITATIO

Anselmo, nacido en Aosta, en un paisaje rodeado de relucientes montañas, llevó siempre en su corazón una profunda nostalgia de las alturas. Aunque fue elevado a los grados más altos de la jerarquía eclesiástica, siguió siendo inconfundiblemente monje, es decir, un pobre en busca del rostro de Dios, fascinado por ese misterio mayor que el cual no es posible pensar nada. Como pensador, filósofo y teólogo, estaba enamorado y sediento de la «Verdad», que, en Dios, coincide con la belleza y la bondad. Sabía bien que la única posibilidad de conocimiento se encuentra en el amor humilde. En sus páginas, nacidas de la costumbre de tratar con la Palabra sagrada y la oración, se revela su corazón marcado por el arrepentimiento y anhelando siempre una comunión de vida más intensa con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Es precisamente el amor el que hace indagar a Anselmo en los misterios de la fe, que se convierten en su tormento y en su bienaventuranza. En esto ha sido y sigue siendo todavía hoy un verdadero maestro a quien debemos alcanzar y con el que podemos alimentar nuestro deseo de Dios.

 

ORATIO

Te ruego, Señor, que me hagas gustar a través del amor lo que gusto por medio del conocimiento; haz que sienta a través del afecto lo que siento por medio del intelecto [...]. Señor, atráeme por completo a tu amor. Mi corazón está ante ti, oh Señor; se esfuerza, pero no puede solo: te ruego que me suplas. Introdúceme en la celda de tu amor: te lo pido, te lo suplico, llamo a la puerta de tu corazón. Y tú, que me haces pedir, concédeme recibir. Tú, que me haces buscar, haz que te encuentre.

Tú, que me exhortas a llamar, abre a quien llame. ¿A quién darás, si no das a quien te pide? ¿Quién encontrará si quien busca, busca inútilmente? ¿A quién darás, si no escuchas a quien te ruega? Alma mía, mantente unida a Dios incluso de manera inoportuna, y tú, Señor misericordioso, no la rechaces. Ella se consuma de amor por ti: restaúrala, confórtala, sáciala con tu tierno amor; que tu amor me posea totalmente, porque, con el Padre y con el Espíritu Santo, eres el único Dios bendito por los siglos de los siglos («Meditazione III sull'umana ivdenzione», en Anselmo de Cantorbery, Orazioni e medilazioni, Milán 1977, pp. 491ss [edición española: Oraciones v meditaciones, Ediciones Rialp, Madrid 1966]).

 

CONTEMPLATIO

Dios mío y Señor mío, esperanza mía y alegría de mi corazón, di a mi alma si ésta es la alegría de la que tú mismo, por boca de tu Hijo, hablas: «Pedid y recibiréis, a fin de que vuestra alegría sea completa». Realmente he encontrado una alegría completa y más que completa.

Cuando esté lleno el corazón, llena la mente, llena el alma, lleno todo el hombre de esa alegría, de alegría avanzará aún sin medida. Así pues, no entrará toda esa alegría en los que la gozan, pero los que gozan entrarán todos ellos en la alegría.

Di, Señor, di a tu siervo en lo íntimo de su corazón si ésta es la alegría en la que entrarán tus siervos, los que entrarán en la «alegría de su Señor». Pero, ciertamente, «ni el ojo ha visto nunca, ni la oreja ha oído nunca, ni el corazón humano ha probado» nunca esa alegría de la que gozarán tus elegidos (Anselmo de Cantorbery, Proslogion XXVI, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con san Anselmo: «Señor, instruye mi corazón, enséñale dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte» (Proslogion XIV, 16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La exigencia de la «pureza del corazón», de la «humilde obediencia frente a los testimonios de Dios», del «hacerse niños» y, sobre todo, de la práctica de una «fe sólida y de una virtud seria» es la antigua exigencia que Anselmo retoma. La experiencia de la vida se sitúa entre la fe y la confesión, y esta experiencia proporciona las únicas «alas espirituales» con las que «es posible sobrevolar las altísimas cuestiones de la fe», y sin las cuales sólo es posible «precipitarse en una gran cantidad de errores» [...].

Tras haber dado algunos pasos en el misterio, Anselmo se detiene: «La reflexión ha comprendido que Dios es incomprensible» [...]. Anselmo estaba próximo a desistir, desesperado, de su esfuerzo, cuando lo que buscaba «se presentó» de improviso. En consecuencia, también el deseo natural de Dios se resuelve en la actitud cristiana de fe, amor y esperanza. De ahí brota la alegría por «la altísima belleza de Dios».

Cuánta alegría brota siempre al cabo de la fatiga de un itinerario apoyado todo él en el esfuerzo ascético, sin distracciones ni pausas. Ahora bien, no en vano emerge, inesperada, esta alegría precisamente allí donde se había desesperado de poder encontrar lo que se buscaba. Sin embargo, la alegría comunicada por la gracia de Dios no sólo no guarda ninguna proporción con el esfuerzo humano, sino que tampoco guarda ninguna proporción con la alegría prometida de la eterna visión del rostro de Dios (H.-U. von Balthasar, Gloria, Milán 1978, II, pp. 191ss [edición española: Gloria, una estética teológica, 7 vols., Encuentro, Madrid]).

 

 

San Jorge (23 de abril)

 

Abundantes documentos arqueológicos y literarios atestiguan el culto antiquísimo y muy pronto difundido en todos los países de Oriente y de Occidente de san Jorge, a quien la tradición da el título de gran mártir (siglo IV). En Lydda, la actual Lod (Palestina), son visibles todavía los restos arqueológicos de la basílica del cementerio, probable construcción constantiniana. En todos los países cristianos han florecido relatos de la gesta del santo, elogios y celebraciones litúrgicas, panegíricos realizados a menudo por grandes nombres, como Andrés de Creta, Venancio Fortunato o Gregorio de Tours. La leyenda del soldado vencedor del dragón, símbolo de la superación de los sacrificios humanos, ha facilitado la difusión de su culto. La Passio Georgii fue clasificada entre las obras apócrifas por el Decretum Gelasianum del año 496.

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 1,2-4.12

2 Considerad como gozo colmado, hermanos míos, el estar rodeados de pruebas de todo género.

3 Tened en cuenta que, al pasar por el crisol de la prueba, vuestra fe produce paciencia,

4 y la paciencia alcanzará su objetivo, de manera que seáis perfectos y cabales, sin deficiencia alguna.

12 Dichoso el hombre que aguanta en la prueba, porque, una vez, acrisolado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman.

 

*» Este breve texto de la carta de Santiago nos ofrece normas prácticas de vida cristiana, especialmente en tiempos de pruebas y dificultades, para entrar en el plan de salvación de Dios. El motivo de la alegría es la prueba (cf. 1 Pe 1,6; Heb 12,6), y frutos de ésta son la perseverancia y una fidelidad probada (vv. 2-4). La prueba, en efecto, es buena cuando produce la paciencia, que, para el apóstol, es la verificación de la fe, esto es, la perseverancia activa, constante y animosa por el camino del bien y en la fe aceptada.

Ahora bien, la paciencia no es un fin en sí misma; al contrario, debe guiar al discípulo hacia la perfección, lejos de cualquier defecto o negligencia. A esta luz, la perfección de la vida cristiana es la fe del cristiano maduro, que vive abierto y disponible a Dios y sabe recibir de sus manos todo tipo de pruebas. Dios prueba a los que le pertenecen, en especial a los pobres, que deben vivir un cristianismo activo: no lamentarse en la prueba, orar para obtener la sabiduría, que es fe perseverante y confiada (cf. Mt 7,7; Me 11,24; Jn 11,41).

Un ejemplo ideal de este comportamiento fue el de Abrahán, que supo soportar todo tipo de pruebas difíciles y fue ejemplo de fe perfecta para todas las generaciones (cf. Mt 5,48). Éste es el hombre feliz y sabio que, al cabo de la prueba, recibirá de Dios el premio prometido y «la corona de la vida» (v. 12).

 

Evangelio: Lucas 9,23-26

En aquel tiempo, Jesús

23 se puso a decir a todo el pueblo: -El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga.

24 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará.

25 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde o se arruina a sí mismo?

26 Porque si uno se avergüenza de mí o de mi mensaje, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga rodeado de su gloria, de la del Padre y de la de los santos ángeles.

 

*•• Las palabras que hemos escuchado refieren la primera profecía de la pasión en Lucas. Jesús preanuncia a los discípulos, que declaran su propia fe en Jesús, que el camino del discípulo es seguirle por la senda de la pasión emprendida por él mismo. Es el camino de la abnegación cotidiana, superando el miedo al sufrimiento y a la muerte.

Seguir a Jesús significa dar la vida, como él mismo la entregó por todos los hombres. Significa escuchar y vivir el mensaje del Reino y recorrer el sendero del amor que él nos ha trazado: perdonar siempre, amar al enemigo, permanecer disponible siempre al misterio de Dios, aun cuando esto no coincida con nuestros proyectos de vida e incluso ponga a dura prueba nuestra misma lógica.

El modo concreto que Jesús empleó para predicar el Evangelio fue practicarlo; el modo más coherente de hablar de la cruz es llevarla. «El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga» (v. 23). Seguirle cada día como verdaderos discípulos significa estar dispuestos al desprecio en la vida cotidiana y vivir como condenados a muerte por el mundo (cf. Rom 8,36).

Ahora bien, esta lógica, absurda según el mundo, tiene un reflejo de luz para el creyente: la resurrección, la vida eterna para vivir en plenitud, el mismo goce de Dios. Ha sido la muerte y resurrección de Cristo lo que ha abierto esta esperanza a todos los hombres.

 

MEDITATIO

El fragmento del evangelio de Lucas nos indica el camino del seguimiento y de la imitación de Cristo: renegar de nosotros mismos y tomar cada día nuestra propia cruz. La condición que pone Jesús a quien quiera seguirle es exigente y radical. Ahora bien, en realidad, el cristiano que «pierde» su propia vida por el Señor y su Evangelio es el que la encuentra, porque tiene parte en su resurrección, salva su vida para siempre y da mucho fruto. El mensaje del apóstol Santiago confirma también esta verdad: quien soporta la prueba es feliz y sabio, porque recibirá la «corona de la vida» de su Señor, por haber imitado su paciencia en la prueba aquí en la tierra. Por eso, el verdadero discípulo de Jesús considera como «perfecta alegría» las pruebas a las que le somete la vida cotidiana, porque éstas son las que le conducen a la santidad.

El mártir, perfecto imitador de Cristo, nos ofrece un ejemplo concreto: es alguien que ha elegido la verdadera vida amando al Señor, obedeciendo a su Palabra y manteniéndose unido a él. El coraje de recorrer cada día este camino siguiendo a Cristo y muriendo a nosotros mismos nos permitirá experimentar la inefable alegría de la resurrección, de salvarnos y de encontrar a Jesús en la plenitud de la vida.

 

ORATIO

Padre de eterna vida, que sostienes próvido los destinos de la humanidad y acoges el sacrificio de quien es grande en el amor y fuerte en el testimonio, escucha mi oración que sube a ti en memoria del santo mártir san Jorge. Profeta de paz, de justicia y víctima en rescate de nuestro pecado, que haces pregustar tu celestial banquete a quien se ha hecho cordero sin mancha: a ejemplo del mártir san Jorge, hazme dispensador de tus dones e incansable apóstol de los pobres y de los indefensos.

Espíritu de justicia, que has suscitado entre nosotros mártires fieles a la cruz e intrépidos apóstoles de la reconciliación, haz nacer en nosotros el deseo de un corazón fiel para defender a los que esperan en tu gracia inmortal. Amén.

 

CONTEMPLATIO

La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en el que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana, y, con la valentía propia de un soldado, repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo. Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en el fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el Arbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitamos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires (Pedro Damiani, «Sermón 3 sobre san Jorge», en Patrística latina, 144, cois. 567-571).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichoso el hombre que aguanta en la prueba» (Sant 1,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Puesto que todo hombre ha recibido una llamada, o sea, que Dios tiene un proyecto para cada hombre, es necesario pensar que el mundo está lleno de signos, llamadas, invitaciones susurradas por Dios en nuestro sueño, y lleno también de provisores, tal vez profetas inconscientes destinados a hacernos comprender los signos. Si esto es verdad (¿y cómo podría no serlo?), se comprende cuan errado sería creer que nuestra vocación depende de una serie de hechos o actos «religiosos» que se desarrollan dentro de una zona «religiosa» de la vida, y que fuera de ahí sólo está el uniforme e inmenso páramo de la moralidad convencional, donde Dios no se aventura y del que se ocupará, a lo sumo, en el día del juicio. Sin embargo, es precisamente «en el pueblo», como dice Bonhoeffer, y con el dialecto del pueblo como él nos sale al encuentro, y tal vez sea un hombre del pueblo (y ni siquiera el mejor) el que nos lo indique. Y entonces, inesperada aunque deseada, resuena para nosotros la Palabra de Dios en el dialecto familiar del pueblo, y a uno le dice: «Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre» (Gn 4,7), a otro dice: «Hoy debo detenerme en tu casa» (Le 19,5), y a otro aún: «Dame de beber» (Jn 4,7) o «¿Por qué lloras?» (Jn 20,15).

Escucharla es una aventura, a veces grande, a veces mínima, pero nunca es menos grande que la aventura de Samuel en el santuario o de Moisés en la zarza ardiente (P. de Benedetti, La chiamata di Samuel, Brescia 1976, pp. 60-63, passim).

 

 

San Marcos (25 de abril)

 

Marcos era hijo de María de Jerusalén, en cuya casa se refugió Pedro cuando fue liberado de la cárcel (Hch 12,12). Colaboró con Pablo en su obra apostólica (Col 4,10) y también estuvo cerca de él en la cárcel de Roma (Flm 24). Según la tradición, Marcos fue un discípulo fiel de Pedro (1 Pe 5,13) y escribió el segundo evangelio, recogiendo la predicación del apóstol Pedro sobre los dichos y los hechos de Jesús. Su evangelio es reconocido, por lo general, como el más antiguo, y fue utilizado y completado por Mateo y Lucas. Al parecer, la predicación apostólica atestiguada por los grandes discursos de la primera parte de los Hechos de los apóstoles encuentra en el evangelio de Marcos -a partir de Mc 1,15- una continuación y sugestivos desarrollos narrativos.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 5,5b-14

Queridos hermanos:

5 Sed humildes en vuestras relaciones mutuas, pues Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes.

6 Así pues, humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que os encumbre en su momento.

7 Confiadle todas vuestras preocupaciones, puesto que él se preocupa de vosotros.

8 Vivid con sobriedad y estad alerta. El diablo, vuestro enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar.

9 Enfrentaos a él con la firmeza de la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos sufrimientos.

10 Y el Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un corto sufrimiento os restablecerá, os fortalecerá, os robustecerá y os consolidará.

11 Suyo es el poder por siempre. Amén.

12 Por medio de Silvano, hermano de vuestra confianza, según tengo entendido, os he escrito brevemente para exhortaros y aseguraros que ésta es la verdadera gracia de Dios. Permaneced firmes en ella.

13 Os saluda la iglesia de Babilonia, a la que Dios ha elegido lo mismo que a la vuestra; os saluda también Marcos, mi hijo.

14 Saludaos mutuamente con el beso de amor fraternal. Paz a todos vosotros, los que vivís unidos en Cristo.

 

*» El apóstol Pedro llama a Marcos en este fragmento «mi hijo» (v. 13): a partir de esta preciosa noticia, la tradición ha considerado que Marcos había recogido en su evangelio la predicación del primero de los apóstoles, cuyas exhortaciones están dirigidas a los que ejercen responsabilidades de guías y maestros en la Iglesia.

Un auténtico pastor, en primer lugar, debe estar revestido de humildad, consciente de que no posee nada como propio, sino que todo lo ha recibido de Dios. Humildad es verdad: esto vale para todo auténtico creyente y, con mayor razón, para quien está revestido de autoridad.

Quien haya sabido vivir en la humildad, recibirá a su tiempo el reconocimiento por parte de ese Dios que «resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (v. 5; cf. Prov 3,34).

Además de humildes, los pastores deben ser también sobrios y estar alerta. Se repiten aquí las recomendaciones que Jesús había dirigido a sus discípulos en el discurso escatológico {cf. Me 13,lss). La sobriedad y la vigilancia son buenas hermanas: ambas, juntas, pueden oponer una firme y segura resistencia -la resistencia de la fe- al enemigo número uno: el diablo, representado aquí con el aspecto de un león rugiente y devorador. A los pastores humildes y fieles, sobrios y vigilantes, el apóstol Pedro les dirige la promesa: el Dios que les ha llamado a la vida nueva en Cristo, tras un breve suHfp miento, les confirmará en la gracia y les coronará de gloria (v. 10).

 

Evangelio: Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, apareciéndose a los Once,

15 les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura.

16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará.

17 A los que crean les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas,

18 agarrarán serpientes con las manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.

19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.

20 Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban.

 

**• En la fiesta de san Marcos, la Iglesia nos propone para nuestra reflexión la última página del evangelio de Marcos, el llamado «final canónico» del segundo evangelio: no es auténtico, en el sentido de que no pertenece al evangelio originario, pero es inspirado, porque ha sido recibido por la Iglesia desde la antigüedad.

Encontramos, en primer lugar, el mandato misionero: Jesús envía a sus discípulos a llevar el Evangelio a todas las criaturas (vv. 15ss). El misionero del Padre tiene necesidad de otros misioneros; aquel que es la Palabra tiene necesidad de otros portavoces que divulguen su conocimiento; aquel que es el Evangelio hecho persona confía ahora el Evangelio a sus apóstoles: «Id... Proclamad».

El segundo elemento que encontramos en esta página evangélica describe, también en términos telegráficos, el hecho prodigioso de la ascensión de Jesús al cielo: «Y se sentó a la diestra de Dios» (v. 19). Una vez subido al cielo, Jesús entra en plena posesión de sus poderes de Mesías, Salvador, Dios.

He aquí, por último, la respuesta de los apóstoles a los mandatos que les ha dado Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes» (v. 20). Se trata de una reacción no verbal, sino práctica; no abstracta, sino concreta, que se traduce en una decisión tan fuerte que da la vuelta por completo a la vida de los apóstoles e implica a muchas de las personas que les escuchan.

 

MEDITATIO

La figura del evangelista Marcos, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy, nos invita a profundizar en el significado del término «evangelio», con el que el evangelista comienza su obra. Se trata de una profundización no puramente escolar o académica, sino existencial y vital.

El Evangelio es de Dios cf. Mc 1,14): contiene y expresa todo el proyecto salvífico que el Padre quiere realizar por medio de su Hijo en favor de toda la humanidad. Es del corazón de Dios de donde brota esta «Buena Noticia» capaz de colmar de alegría todos los corazones humanos disponibles al don de la salvación. El Evangelio es de Jesucristo (cf. Mc 1,1), teniendo en cuenta que este genitivo puede y deber ser entendido así: el Evangelio que es Jesucristo, Hijo de Dios. Es como decir que la «Buena Noticia» tiene como objeto único y exclusivo la persona, la enseñanza y el ministerio de Jesús, único Mesías y verdadero Hijo de Dios. Ahora bien, según Marcos, el Evangelio es también memorial de todo lo que acompañó al acontecimiento terreno de Jesús: por ejemplo, el gesto gratuito y sorprendente de la pecadora que, la víspera de la pasión y muerte de Jesús, bañó, perfumó y besó los pies del Salvador: «Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la Buena Noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho» (Mc 14,9). En suma, de todo esto se deduce que, para Marcos, el Evangelio es todo, todo es Evangelio.

 

ORATIO

Abre, oh Señor, mis oídos para que se llenen del tesoro de tu Evangelio: sólo así mi vida, iluminada y confortada por tu Palabra, tendrá un significado pleno y duradero. Abre, oh Señor, mi corazón, a fin de que aprenda a acoger al Verbo de la verdad que está encerrado en tu Evangelio: sólo así me sentiré totalmente saciado, porque estaré colmado por completo de tu don.

Abre, oh Señor, mi boca, a fin de que, de la abundancia del corazón, acoja tu mensaje y lo proclame para tu gloria y para el bien de los hermanos. Abre, oh Señor, mi vida al encuentro contigo, que me sales al encuentro día tras día con la Palabra de la verdad que tu Evangelio encierra y entrega.

 

CONTEMPLATIO

Soy todavía imperfecto, pero vuestra oración en Dios me perfeccionará para alcanzar, misericordiosamente, la herencia, refugiándome en el Evangelio como en la carne de Jesús, y en los apóstoles como en el presbiterio de la Iglesia. Amemos a los profetas, porque también ellos anuncian el Evangelio [...]. Han recibido el testimonio de Jesucristo y han sido incluidos en el evangelio de la esperanza común [...]. El Evangelio tiene algo más especial, la venida del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, su pasión y su resurrección. Los bienamados profetas la preanunciaron, pero el evangelio es la consumación de la incorruptibilidad (Ignacio de Antioquía, «Ai Filadelfiesi», en I padre apostolici, Roma 21998, pp. 129-131 [edición española: Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1993]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras del evangelista Marcos: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio-» (Me 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Marcos refleja a la perfección el estadio inicial de la cristología de la Iglesia primitiva, de la que nunca se podrá prescindir para comprender, por comparación, los desarrollos ulteriores de la reflexión teológica. Aunque el redactor no ha expresado con claridad y de manera orgánica su pensamiento, ha conseguido concentrar nuestra atención en la figura del siervo de YHWH, que nos redime a través del dolor y de la soledad. Su preocupación por eliminar el escándalo de la cruz es evidente, para lo cual demuestra que Jesús ha vencido a Satanás. En su debilidad actuaba la omnipotencia divina para la restauración del Reino y la derrota decisiva del poder diabólico sobre la humanidad [...].

Marcos traza la imagen de Jesús más próxima a su realidad humana. Mientras que los otros evangelistas, aun afirmando de manera categórica que Jesús fue un verdadero hombre, casi transfiguran su vida, compenetrando con la luz pascual su humanidad envuelta de miseria y fragilidad, Marcos, en cambio, reproduce de modo verista la experiencia de Cristo que tuvieron los apóstoles, y en particular Pedro, durante su actividad pública antes de su glorificación a la derecha del Padre. En consecuencia, no se preocupa por atenuar las manifestaciones de su sensibilidad, que revelan sus rasgos profundamente humanos.

Sólo Marcos habla de la cólera, de la amargura, del estupor de Jesús, el cual, por otra parte, dirige preguntas a los discípulos, gime y suspira, abraza con ternura a los niños y ama al joven rico aun cuando éste no corresponda a su invitación de seguirle en la renuncia. Pero no se piense que, con esto, ha subestimado la dignidad trascendente y divina de Cristo. Al contrario, ha puesto este título a su libro: Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Aunque Marcos no elabore una profunda cristología intentando sondear el misterio divino y humano de Jesús, nos documenta, no obstante, mejor que los otros evangelistas y con una probidad escrupulosa sobre la desconcertante realidad de la expoliación del Hijo de Dios, que se encarnó para llevar a cabo la salvación mediante el sufrimiento y la muerte (A. Poppi, Commento a Marco, Padua 1978).

 

 

San Isidoro de Sevilla (26 de abril)

 

Los padres de Isidoro, huyendo de Justiniano y de los invasores bizantinos, después de abandonar sus posesiones de Cartagena, llegaron a Sevilla, hacia la mitad del siglo VI. En esta ciudad y hacia el año 556, nació el hijo menor del matrimonio, Isidoro, que había de ser el hombre más docto de su tiempo. Fueron hermanos suyos otros tres santos: Leandro, Florentina y Fulgencio.

Bajo la dirección espiritual y el mecenazgo de Leandro, Isidoro se educó desde su infancia en el monasterio que aquél había fundado y del cual era abad.

Muy joven aún, se consagra Isidoro totalmente al Señor, lleno de santo entusiasmo, y recibe de manos de su propio hermano y obispo el hábito monacal, entregándose enseguida al estudio de todas las ciencias y resultando un lector infatigable de prodigiosa memoria.

Cuando estalla la última lucha entre el arrianismo y el catolicismo, al apoyar el rey Leovigildo la herejía y ser desterrado por éste el obispo Leandro, Isidoro empieza a distinguirse como defensor de la fe, por lo que pronto se le persigue y amenaza.

Muerto el rey (586), y decidida la victoria del catolicismo, al abjurar Recaredo de la herejía, regresan a Sevilla los dos hermanos: Leandro como obispo, e Isidoro, apenas cumplidos 30 años, para encargarse, por delegación de aquél, de la dirección del monasterio, como abad sucesor. A los 40 años sucede a su hermano en la sede episcopal de Sevilla.

Cumplidos los 80 años, Isidoro aún predicaba a su pueblo y aconsejaba a sus fieles, con amor y humildad, pero, agotado de tantos y tan continuados trabajos y esfuerzos, sucumbe a una maligna enfermedad y muere el día 4 de abril del año 636.

 

LECTIO

Primera Lectura: Eclesiástico 39,6-10

6 Si el Altísimo lo quiere, lo llenará de espíritu de inteligencia, le hará derramar sabias palabras y en la oración dará gracias al Señor.

7 Dedicará su consejo y su ciencia a meditar los misterios ocultos.

8 Hará brillar la instrucción que ha recibido y su orgullo será la Ley de la alianza del Señor.

9 Muchos elogiarán su inteligencia y nunca lo olvidarán. No se borrará su memoria, su nombre vivirá por generaciones.

10 Las naciones hablarán de su sabiduría y la asamblea proclamará su alabanza

 

**• Este texto bíblico puede aplicarse perfectamente a Isidoro. Los dones del Espíritu son, ante todo y sobre todo, la riqueza del alma de Cristo. A nadie puede darse el Espíritu Santo como al alma de Cristo, por la unión íntima del alma de Cristo con el Verbo, del cual procede. De ahí que la expresión llenarse «de espíritu de inteligencia» tenga una inmediata relación con la visión de ios, que es el fin total de la vida cristiana, y con la fe, que es el fundamento de la misma. La penetración íntima, profunda e intuitiva de la verdad de fe es el centro hacia el cual la acción del Espíritu Santo mueve la mentalidad, la voluntad y las fuerzas operativas del hombre.

 

Evangelio: Mateo 23,8-12

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás.

12 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*•• Hay una razón profunda para saber si la humildad agrada a Dios y a los hombres. El humilde es persona verdadera, auténtica; vive en la realidad, no en la ilusión.

Es una persona sobria, que sabe valorar objetivamente las cosas y no está ofuscada por los humos de la exaltación.

La palabra «humildad» está emparentada con «hombre», y las dos proceden de humus, esto es, «suelo». Humilde es el que está en lo bajo, cercano al suelo; pero, precisamente por esto, difícilmente se consigue hacerle perder el equilibrio. Tiene los pies sobre la tierra, está plantado sobre la sólida roca de la verdad. Por lo tanto, humano es ser humilde.

 

MEDITATIO

Toda reflexión sobre la humildad tiene que subrayar su especificidad cristiana, esto es, tiene que hundir sus raíces en la persona de Jesús, misterio y recapitulación de la revelación de Dios.

Solemos llamar humildes a las personas de mezquina condición social, los insignificantes. Sólo en el latín eclesiástico toma este término un significado moral y religioso, resumiendo en sí mismo términos y conceptos bíblicos...

En el Antiguo Testamento, ani y anaw –ordinariamente en plural, anawim- derivan de la raíz hebrea anah («estar doblado, apretado»). Su significado original es el de hombre pobre, en la miseria, oprimido, y remite a la categoría de personas a las que protegen las leyes de la alianza (Ex 22,24; Lv 19,10; Dt 24,12) y cuya opresión denuncian tanto los profetas (Is 3,14ss; Am 8,41) como la literatura sapiencial (Job 24,49).

Con la primera predicación profética se añade al término una connotación religiosa: el valor del que se pone libremente en el estado de «ani» frente a Dios (Am 2,7; Sof 2,31). La predilección de Yahveh por sus pobres (Is 10,2; Sal 86,lss) se conjuga con su predilección por los humildes (Sal 34,19; 2 Cr 12,71); a ellos les da su gracia (Prov 3,34; Sal 25,9; Eclo 3,20) y su sabiduría (Prov 11,21).

Probablemente, Jesús dijo: «Yo soy anwana» al afirmar que es el «pobre de Yahveh», es decir, «manso y humilde de corazón». Jesús subraya la presencia escatológica del Reino en su misma persona. Tenemos aquí en síntesis toda la enseñanza y el comportamiento existencial de Jesús: la humildad con el Padre y la humildad con los hombres.

María fue la primera en asimilar la novedad evangélica de la humildad (Le 1,38) y, como verdadera «pobre de Yahveh» (Le 1,48), se puso en seguimiento del Hijo hasta la cruz (Jn 19,25). Ella es la primera entre los «pobres de espíritu» que Jesús proclama bienaventurados... (Y. Mauro, «Humildad», en Diccionario teológico digital).

 

ORATIO

Señor, Dios todopoderoso, tú que elegiste a san Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber, concédenos, por su intercesión, una búsqueda atenta y una aceptación generosa de tu eterna verdad.

 

CONTEMPLATIO

Tres facetas principales pueden considerarse en la vida de nuestro santo:

1. Padre y forjador de monjes

Al hacerse cargo de la dirección monacal, observó que, para «vida de perfección» monástica, era preciso instituir un código de leyes que regulara la vida en comunidad, los derechos y deberes de superiores y súbditos, señalando los elementos fundamentales de la vida conventual, resumidos así por Isidoro: «La renuncia completa de sí mismo, la estabilidad en el monasterio o perseverancia, la pobreza, la oración litúrgica, la lección y el trabajo».

2. Doctor universal y escritor fecundo

Aparte de su alta dirección espiritual en la formación y santidad de sus monjes, él siempre delante con el más sublime ejemplo, es también modelo de ellos en el trabajo intelectual, de una actividad y fecundidad asombrosas, hasta en el supuesto de que pudiéramos considerarlo trasladado a nuestra época.

3. Obispo de Sevilla y padre de obispos

En el año 600 sucede a su hermano Leandro en la sede hispalense, al igual que antes le sucediera en el gobierno monástico, pero también, como entonces, elevando y superando la actividad y perfección en el cargo.

«¡Ay, pobre de mí -exclama en el tercer libro de las Sentencias-, pues me veo atado por muchos lazos que es imposible romper! Si continúo al frente del gobierno eclesiástico, el recuerdo de mis pecados me aterra, y si me retiro de los negocios mundanos, tiemblo más todavía pensando en el crimen del que abandona la grey de Cristo.»

Estas palabras son el más claro testimonio de la intensa y mística vida espiritual que aquel sin par sabio y sabio gobernante llevaba.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia durante el día la frase: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las sagradas Escrituras, porque, si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha, pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás y refutar a los contestatarios, quienes, si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos.

El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles.

Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad, para que ni por apocamiento queden sin corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos.

Debe dar tales pruebas de hospitalidad que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Si todo fiel cristiano debe procurar que Cristo le diga: «Fui forastero y me hospedasteis», cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino; el obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón» (del tratado de san Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos, caps. 5, 1 -2: Patrología latina 83, 785).

 

 

Santa Catalina de Siena (29 de abril)

 

Santa Catalina de Siena fue canonizada por Pío II en el año 1461 y proclamada patrona de Italia, junto con san Francisco, por Pío XII en 1939. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia en 1970, y Juan Pablo II, copatrona de Europa en 1999.

Su vida duró sólo treinta y tres años: en 1347 nació en Siena y en 1380 murió en Roma. A los seis años tuvo la primera visión, a los siete hizo el voto de virginidad y a los dieciséis tuvo lugar su consagración en la tercera orden de santo Domingo. La vemos como misionera de la redención, capaz de componer bandos opuestos, de emprender largos viajes, de atraer ejércitos de discípulos, de escribir a una multitud de personas de Italia y de Europa, de hacer volver al Papa a Roma, de defender el pontificado en el gran cisma de Occidente, de adentrarse en los asuntos sagrados y políticos de la Iglesia de su tiempo, de ingeniárselas para la mejora de las costumbres y para la asistencia a enfermos y presos.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 1,5-2,2

Queridos:

5 Éste es el mensaje que le oímos y os anunciamos: Dios es luz y no hay en él tiniebla alguna.

6 Si decimos que estamos en comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.

7 Pero si caminamos en la luz como él, que está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado.

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.

9 Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda iniquidad.

10 Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros.

2,1 Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo.

2 Él ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero.

 

**• Juan aborda la realidad de luz de Dios con un estilo y una opción humana de vida: «caminar en la luz».

Decir que Dios es luz no significa afirmar que nosotros le veamos: «Nadie puede ver sus propios ojos, porque ve precisamente a través de ellos, y Dios es la luz mediante la cual nos vemos: vemos no un "objeto" claramente perfilado llamado Dios, sino cualquier otra cosa en el Uno invisible» (Thomas Merton). Dios es luz en el sentido de que nos ilumina a nosotros, de que nos da esa claridad que necesitamos para discernir su designio sobre nosotros y para encontrar el camino que nos conduce a través de nuestra historia cotidiana.

A continuación, Juan especifica en qué consiste «caminar en la luz»: consiste en practicar la verdad, en estar en comunión con los otros, en dejarse purificar por la sangre de Cristo. La práctica de la verdad es, a su vez, el presupuesto para vivir la comunión fraterna, prueba de la verdadera comunión con Dios.

Ambas comuniones, la horizontal y la vertical, se cruzan: una se convierte en verificación de la autenticidad de la otra. Ambas se mantienen o caen juntas. Por último, premisa y consecuencia, al mismo tiempo, del caminar por la vía de la luz y de la verdad es la actitud frente a nuestra propia condición de pecadores, necesitados de la salvación, que sólo puede venir de la sangre de Cristo.

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

*» La lectura de la parábola nos inserta en un itinerario dinámico, en un movimiento hacia un acontecimiento culminante: el encuentro de las vírgenes con el esposo, una cita cierta en su realización, decisiva para la felicidad o la infelicidad definitiva del hombre, irrevocable.

El único dato desconocido es el «cuándo», mientras que el único dato confiado al hombre es el «cómo» prepararlo, es decir, el estilo de la espera. En efecto, el propósito principal de la parábola consiste no tanto en anunciar como en ayudar a preparar este encuentro.

Todas las vírgenes, tanto las necias como las sensatas, se durmieron. La vida del hombre pasa, inevitablemente, por momentos de flexión, de bajada del fervor, de relajación espiritual; cuando el Señor está lejos, siempre es de noche y es fácil que las pruebas, los sufrimientos, las preocupaciones, nos disuadan de la espera. Ahora bien, la vela es, antes que un estado físico, antes que un estar despiertos al pie de la letra, un estado del corazón.

Nos lo recuerda la esposa del Cantar de los Cantares (5,2): «Yo duermo, pero mi corazón vela».

Jesús nos recomienda, a través de la parábola, que nos proveamos de una buena reserva de aceite, es decir, que volvamos continuamente al evangelio, que alimentemos de Evangelio nuestro pensamiento, nuestro sentir, nuestro obrar; que vivamos el Evangelio y perseveremos en la fe. Este aceite es una realidad completamente personal, incomunicable; no se puede prestar y no existe el remedio de improvisar en el último momento. Lo único que ocurrirá entonces es ser reconocidos o no reconocidos por el Señor.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios nos invita a detenernos con la mente y con el corazón en el tema de la vida como un caminar incesante al encuentro con Cristo, andando por el sendero de la luz y de la verdad, con corazón humilde, vigilante y confiado. Hoy es la fiesta de santa Catalina de Siena, y nos viene de manera espontánea «volver a escuchar» de ella, de toda la tensión de su vida, la Palabra de esta liturgia.

La vigilancia de santa Catalina nació de un corazón enamorado e iluminado, totalmente inclinado a la persona de Cristo. Esta tensión y atención proporcionan una mirada interior (como la descrita en Sab 7,22ss) capaz de leer e intervenir en el hoy de la historia bajo la guía de la Palabra de Dios. ¿Acaso no era así la sabia mirada de santa Catalina? Así reconocemos también en ella la obra de la vigilancia que nos hace resistentes y responsables, o sea, capaces de combatir contra las seducciones del mundo y solícitos en el ocuparnos de los otros.

La vigilancia, además, nos hace anclar nuestra propia fe en Cristo muerto y resucitado y, precisamente por eso, nos hace capaces de recibir e irradiar la luz.

Hoy nos complace detenernos ante santa Catalina, reconocer en ella a aquella «hija de la luz» de la que nos habla la Escritura y dejarnos irradiar por aquella luz suya a fin de que «al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16). Nos complace mirarla en su incansable ir al encuentro de la Iglesia y de Cristo, para dejarnos atrapar en este movimiento suyo. Al mirarla, parece repetirnos ella misma,

casi como una invitación y una consigna, las palabras de la liturgia: «¡Salgárnosle al encuentro!... ¡Vigilemos!».

 

ORATIO

¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti,

Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría, pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú, que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna! (Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia, cap. 167).

 

CONTEMPLATIO

Si quieres ser verdadera esposa de Cristo, te conviene tener la lámpara, el aceite y la luz [...]. Por la lámpara se entiende el corazón, que debe asemejarse a una lámpara.

Ves que la lámpara es ancha por arriba y estrecha por abajo: y así está hecho nuestro corazón, para significar que debemos tenerlo siempre ancho por arriba, mediante los santos pensamientos, las santas imaginaciones y la oración continua [...]. Así también nuestro corazón debe ser estrecho para estas cosas terrenas, no deseándolas ni amándolas de una manera desordenada, ni apeteciéndolas en mayor cantidad de la que Dios nos quiera dar; pero siempre debemos darle gracias, admirando cómo nos provee suavemente de ellas, de suerte que nunca nos falte nada [...].

Y, sin embargo, haz de modo que la lámpara se mantenga bien derecha; en efecto, cuando la mano del santo temor mantiene la lámpara del corazón derecha y bien llena de aceite, ésta se encuentra bien, pero cuando se encuentra en manos del temor servil, éste le da la vuelta de arriba abajo y la empuja a servir y a amar por el propio deleite y no por amor a Dios. Dándole la vuelta a la lámpara se ahoga la llama y se derrama el aceite, de suerte que el corazón se queda sin el aceite de la verdadera humildad [...]. Pero piensa [...] que no bastaría la lámpara si no tuviera aceite dentro. Y por el aceite se entiende esa dulce pequeña virtud de la profunda humildad.

Conviene, en efecto, que la esposa de Cristo sea humilde, mansa y paciente; y será tan humilde como paciente, y tan paciente como humilde. Ahora bien, no podremos llegar a esta virtud de la humildad sin un verdadero conocimiento de nosotros mismos, esto es, conociendo nuestra miseria y nuestra fragilidad [...].

Por último, es necesario que la lámpara esté encendida y arda en ella la llama: de otro modo, no bastaría para hacernos ver. Esta llama es la luz de la santísima fe. Me refiero a la fe viva, porque dicen los santos que la fe sin obras está muerta. Por eso es necesario que nos ejercitemos continuamente en las virtudes, abandonando nuestras niñerías y vanidades...; de este modo, tendremos la lámpara, el aceite y la llama (Catalina de Siena, «Lettere» 23, 79, passim, en V. Menconi, S. Caterina da Siena e i pastori della Chiesa, Roma 1987, pp. 146-148).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con santa Catalina: «Abierta la puerta, encontrarás al esposo eterno que te acogerá en sí mismo y participarás de su belleza y de su bondad» (Carta 360).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La parábola [de las vírgenes] nos enseña que no se puede obtener la santidad con ofrendas negativas: no comiendo, no bebiendo, no enriqueciéndose. No es suficiente esto para encontrar en la noche del mundo, en la noche de la historia humana, la Luz eterna, Cristo. Es preciso tener aceite: una caridad a toda prueba hacia todas las personas, en todo momento, con orden, sensatez, pero de manera absoluta. Y éste es el mensaje de Cristo, de la Iglesia, de la revelación, de los santos.

Carísimos, a la cristiandad no le faltan vírgenes con inmensas lámparas sin aceite. La Iglesia, sin embargo, camina con las lámparas de las vírgenes prudentes. En los momentos de tinieblas, de calamidades, de torpor general de la cristiandad y de la humanidad, las vírgenes como santa Catalina de Siena, con su ofrenda, con su sensatez, con su amor trascendente, iluminan también el camino a las otras vírgenes, dándoles ejemplo a fin de que compren el aceite mientras aún es de día [...].

Al meditar sobre santa Catalina, entramos en la realidad más profunda del cristianismo, que incluye tanto la palabra pronunciada como la vida escondida que se ofrece al Señor. El cristianismo implica actos sacramentales exteriores que tienen su valor, incluso cuando son realizados por almas que no tienen el deseo de ver el rostro del Señor, de arrodillarse y de llorar de alegría; pero el verdadero cristianismo es vivido por almas raras como santa Catalina, que amó con todo su ser (P. Theodosios [Maria della Croce], Le profonditá sacre della Parola di Dios, Roma 1996, pp. 188-191, passim).

 

 

San José, obrero (1 de mayo)

 

Esta fiesta fue instituida por el papa Pío XII en 1955. El uno de mayo, fiesta del trabajo, conmemoramos a san José, el esposo de la Virgen María, el artesano de Nazaret, bajo cuya tutela vivió y se inició en el trabajo y en el mundo social Jesús, llamado por sus conciudadanos «el hijo del carpintero». La fiesta la estableció Pío XII en 1955 y quiere ser una catequesis sobre el significado del trabajo humano a la luz de la fe. San José, hombre sencillo de pueblo, nos da el ejemplo de una vida honesta y laboriosa, ganándose el pan con el sudor de su frente, para él y para los a él confiados, por los servicios prestados a su prójimo. José ennobleció el trabajo, que ejerció sostenido y alentado por la convivencia con Jesús y María. Sin embargo, dado que no todas las naciones celebran la fiesta del trabajo el 1 de mayo, el nuevo calendario de 1969 ha reducido esta solemnidad a memoria facultativa.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 1,26-2,3

1,26 Entonces dijo Dios: -Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra.

27 Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.

28 Y los bendijo Dios diciéndoles: -Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.

29 Y añadió: -Os entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán de alimento;

30 y a todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la tierra les doy como alimento toda clase de hierba verde. Y así fue.

31 Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.

2,1 Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todo su ornato.

2 Cuando llegó el día séptimo Dios, había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho.

3 Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él había descansado de toda su obra creadora.

 

**• ¿Cuál es la misión que Dios confía al hombre? El relato del Génesis presenta la creación del hombre como el punto culminante de toda la creación. Éste posee una característica singular y única: es el único ser, entre todas las criaturas, creado «a imagen de Dios». El Dios invisible se refleja en el rostro frágil del hombre.

Hombre y mujer son imágenes de Dios, como sugiere el texto claramente: «A imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó» (1,27). Del mismo modo que Dios es misterio de comunión personal de amor, así el hombre es amor, es capacidad de relación, de comunión interpersonal.

Pero, además de esto, según el autor sagrado, el hombre es sobre todo «imagen de Dios» por su autoridad sobre el universo, por su inteligencia creadora, a semejanza de la inteligencia divina, con la que ha sido puesto en condiciones de dominar la naturaleza, desarrollarla y transformarla. Éste es el punto que resulta más conforme con el tema de la jornada de hoy.

 

Evangelio: Mateo 13,54-58

En aquel tiempo, Jesús

54 fue a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía: ¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?

55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?

56 ¿No están todas sus hermanas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?

57 Y los tenía desconcertados. Pero Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

58 Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

 

*» San Mateo comienza el relato de los «hechos» de la vida terrena de Jesús con el rechazo por parte de los habitantes de Nazaret: «¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?» (v. 54b). ¿Acaso no es este Jesús sólo «el hijo del carpintero» (v. 55a)? La palabra  «carpintero» itektón) aparece únicamente en Me 6,3 y Mt 13,55, en todo el Nuevo Testamento. En el texto de Marcos el término se aplica a Jesús: es el único pasaje bíblico en el que se menciona el oficio ejercido por Jesús.

En el segundo texto, el de Mateo -que es el que nos propone hoy la liturgia para nuestra meditación-, el término se aplica a José. En Mc 6,3, los atónitos judíos presentes en la sinagoga de Nazaret reaccionan con una pregunta retórica: «¿No es éste el carpintero?». Mateo, en cambio, tal vez por su veneración a Jesús, convertido casi en objeto de escarnio con esta pregunta irreverente, cambia la misma pregunta por esta otra: «¿No es éste el hijo del carpintero?», transfiriendo el oficio a la figura de José.

 

MEDITATIO

Expresión cotidiana de este amor en la vida de la familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Le 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época, la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de san José obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano, y en particular el trabajo manual, tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo, sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.

En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y hace al hombre «en cierto sentido más hombre».

La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey» (Juan Pablo II, Redemptoris cusios, nn. 22ss).

 

ORATIO

Oh san José, custodio de Jesús, esposo castísimo de María, que te pasaste la vida en el cumplimiento perfecto del deber, sosteniendo con el trabajo de tus manos a la sagrada familia de Nazaret, protege propicio a aquellos que, confiados, se dirigen a ti. Tú conoces sus aspiraciones, sus angustias, sus esperanzas, y ellos recurren a ti porque saben que encontrarán en ti quien los comprenda y proteja. También tú experimentaste la prueba, la fatiga, el cansancio, pero tu ánimo, colmado de la paz más profunda, exultó de alegría inenarrable por la intimidad con el Hijo de Dios, a ti confiado, y con María, su dulcísima Madre.

Haz que también tus protegidos comprendan que no están solos en su trabajo, haz que sepan descubrir a Jesús junto a ellos, acogerle con su gracia, custodiarle fielmente, como hiciste tú. Y obtén que en cada familia, en cada oficina, en todo taller, allí donde trabaje un cristiano, todo sea santificado en la caridad, en la paciencia, en la justicia, en la búsqueda del bien hacer, a fin de que desciendan abundantes los dones de la celeste predilección (Juan XXIII, Discorsi, messagi, colloqui, Ciudad del Vaticano 1961, pp. 326).

 

CONTEMPLATIO

Nuestro ojo, nuestra devoción, se detienen hoy en san José, el carpintero silencioso y trabajador, que dio a Jesús no el origen, sino el estado civil, la categoría social, la condición económica, la experiencia profesional, el ambiente familiar, la educación humana. Será preciso observar bien esta relación entre san José y Jesús, porque puede hacernos comprender muchas cosas del designio de Dios, que viene a este mundo para vivir entre los hombres, pero, al mismo tiempo, como su maestro y su salvador.

En primer lugar, es cierto, es evidente, que san José asume una gran importancia, si verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre le escogió precisamente a él para revestirse a sí mismo de su aparente filiación: a Jesús se le consideraba como «Filius fabri» (Mt 13,55), el Hijo del carpintero, y el carpintero era José. Jesús, el Mesías, quiso asumir la cualificación humana y social de este obrero, de este trabajador, que era ciertamente un buen hombre, hasta tal punto que el evangelio le llama «justo» (Mt 1,19), es decir, bueno, óptimo, irreprochable, y que, por consiguiente, se eleva ante nosotros a la altura del tipo perfecto, del modelo de toda virtud, del santo.

Pero hay más: la misión que realiza san José en la escena evangélica no es sólo la de una figura personalmente ejemplar e ideal; es una misión que se ejerce junto, mejor aún, sobre Jesús: será considerado como padre de Jesús (Le 3,23), será su protector, su defensor. Por eso la Iglesia, que no es otra cosa sino el cuerpo místico de Cristo, ha declarado a san José su propio protector, y como tal lo venera hoy, y como tal lo presenta a nuestro culto y a nuestra meditación (Insegnamenti di Paolo VI, Ciudad del Vaticano 1964, pp. 187ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive durante la jornada de hoy: «Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios «ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente».

Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos, sino también en cuanto miembros de una determinada comunidad. A los que eligió Dios manifestando su propósito, denominó pueblo suyo (Ex 3,7-12), con el que además estableció un pacto en el monte Sinaí.

Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana.

Asistió a las bodas de Caná, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente.

Sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria, santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la familia, fuente de la vida social. Eligió la vida propia de un trabajador de su tiempo y de su tierra [...].

Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazaret.

De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así como también ei derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente.

Por último, la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común (Gaudium et spes, 32 y 67).

 

 

San Atanasio (2 de mayo)

 

Atanasio, nacido en Alejandría (Egipto) en torno al año 295, tuvo una formación cultural griega. Participó en el primer Concilio de Nicea (325). A los treinta y tres años se convirtió en patriarca de Alejandría, pero sufrió cinco exilios por su valiente oposición al arrianismo.

Fue a Roma, a Tréveris y al desierto egipcio, donde encontró el monacato. Murió en Alejandría el 2 de mayo de 373. Tiene el título de doctor entre los padres de la Iglesia. Escribió la Vida de san Antonio abad.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 5,1-5

Queridos míos:

1 El que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Y todo el que ama al que da el ser, debe amar también a quien lo recibe de él.

2 Por tanto, si amamos a los hijos de Dios, es señal de que amamos a Dios y de que cumplimos sus mandamientos.

3 Porque el amor consiste en guardar sus mandamientos, y sus mandamientos no son pesados.

4 Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo, y ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe.

5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

 

*+ La palabra «mundo», en los escritos joáneos, es sinónima de «mal», un mal que presenta una resistencia obstinada a la realidad de la Vida, Luz y Verdad de Dios.

Lo que hay en Dios, de Dios y por Dios es amor, «espiritualidad de comunión», poder que desborda toda luminosa armonía. Es algo semejante al agua que brota fresca de la fuente o al esplendor de un cielo limpio y soleado.

La Vida ha derrotado al mundo, y la vida es nuestra fe, esa verdad que nos mantiene sumergidos en la luminosa comunión de amor de aquel que es Trinidad, ámbito donde el Hijo nos ha trasladado. Quien allí arraiga ha vencido al pecado, a las tinieblas y a la mentira: al mundo.

Está ya más allá de la muerte, de aquello que, con sus pretensiones, está contra aquel que es la Vida misma.

 

Evangelio: Mateo 10,22-25a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.

24 El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor.

25 Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor.

 

**• Jesús no creó nunca en sus discípulos expectativas e ilusiones de fáciles éxitos y triunfos sobre su futura tarea de evangelizadores, a pesar de que los enviara a predicar la verdad, el bien y el amor. De modo paradójico, precisamente por eso habrían de ser odiados, porque el mundo rechaza lo que no le pertenece. Y Jesús no es de este mundo.

A los que acaban de ser elegidos para seguir al Maestro perseguido, el Señor les asegura que no será el éxito o el fracaso de la empresa y de sus esfuerzos lo que condicione su recompensa de amor, sino la perseverancia humilde, fiel y fuerte en la tarea recibida.

 

MEDITATIO

Desde que empecé a estudiar la historia de la Iglesia, Atanasio me pareció un personaje de la mayor importancia; su destino extraordinario, las persecuciones que padeció para consolidar la fe, su retorno y su segundo exilio seguido de un nuevo retorno, su dignidad de cristiano, su elevarse por encima de las más grandes desgracias que le acompañaron a lo largo de su historia, excitaron en mí una viva simpatía y un ardiente deseo de conocer más de cerca a este hombre y de estudiarlo directamente en sus obras. El misterioso sentimiento que me había ligado a él no me abandonó nunca, pues había encontrado en este padre una fuente abundante de alimento espiritual (J. A. Móhler, Athanase le Grana, et l'Église de son temps en lutte avec l'arrianisme, París 1840, I, p. 180).

 

ORATIO

Oh Virgen, tu gloria supera todas las cosas creadas. ¿Qué hay que se pueda semejar a tu nobleza, madre del Verbo Dios? ¿A quién te compararé, oh Virgen, entre toda la creación? Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles, pero ¡cuánto los superas tú, María! Los ángeles y los arcángeles sirven con temor a aquel que habita en tu seno, y no se atreven a hablarle; tú, sin embargo, hablas con él libremente. Decimos que los querubines son excelsos, pero tú eres mucho más excelsa que ellos: los querubines sostienen el trono de Dios; tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo entre tus brazos. Los serafines están delante de Dios, pero tú estás más presente que ellos; los serafines cubren su cara con las alas, no pudiendo contemplar la gloria perfecta; tú, en cambio, no sólo contemplas su cara, sino que la acaricias y llenas de leche su boca santa (Elogio de la Madre de Dios, de una homilía copta de san Atanasio).

 

CONTEMPLATIO

Sin un intelecto puro y una vida que tome como modelo la de los santos, no se pueden comprender las palabras de éstos.

Sólo en la cruz se muere con los brazos extendidos. Nosotros comemos la pascua del Señor en una casa: la Iglesia católica.

Brillad con el fulgor de la fe y de la verdad. Lo característico del cristianismo consiste precisamente en el descenso de la divinidad.

Cristo resucitado ha hecho de la vida del hombre una fiesta continua (de las obras de san Atanasio).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y medita durante la jornada sobre la enseñanza de san Atanasio: «El Señor nos conoce mejor que nosotros mismos».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es sorprendente que, a pesar de tan grandes privaciones y en medio de tantas actividades, Atanasio encontrara tiempo para una producción literaria tan vasta. La mayoría de sus escritos, es verdad, están estrechamente relacionados con su lucha en defensa de la fe nicena. Somete a examen crítico una y otra vez la argumentación dialéctica y exegética de sus adversarios y refuta las acusaciones que algunos enemigos sin escrúpulos lanzaban contra él. No se presenta como un sabio de profesión; dejaba de buen grado a otros la tarea de explorar los secretos del saber. Pero sus conocimientos de la Escritura, su habilidad en la lucha y la profundidad de sus convicciones le granjearon la admiración de las generaciones posteriores. Focio señala que «en todos sus escritos el estilo es claro, libre de redundancias y sencillo, pero serio y profundo, y sus argumentos, de los cuales tenía una buena reserva, son eficaces en extremo» (J. Quasten, Patrología, II, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1972, p. 25).

 

 

Santos Felipe y Santiago (3 de mayo)

 

Felipe, originario de Betsaida, una comunidad helenizada, fue discípulo de Juan el Bautista y uno de los primeros discípulos de Jesús (Jn 1,43). Su nombre griego hace suponer su pertenencia a una comunidad helenística. También los recuerdos evangélicos nos hablan de sus relaciones con los paganos (Jn 12,20-30). El evangelio de Juan nos refiere otras tres intervenciones suyas (1,45; 6,5-7; 14,8). Según la tradición, Felipe evangelizó Turquía, donde murió mártir.

A Santiago, hijo de Alfeo (Me 3,18), llamado «el menor» por la tradición, se le identifica como «hermano del Señor» (Me 6,3) y es el autor de la Carta de Santiago. Fue testigo privilegiado de la resurrección de Jesús (1 Cor 15,7) y ocupó un puesto preeminente en la comunidad de Jerusalén. Tras la dispersión de los apóstoles, en los años 36-37, Santiago aparece como cabeza de la Iglesia madre (Hch 21,18-26). Murió mártir hacia el año 62.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,1-8

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

 

**• El vocabulario empleado por Pablo al comienzo de esta página deja entrever la importancia fundamental de la tradición en los comienzos de la comunidad cristiana: «Yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí».

A través de la tradición apostólica llegan a nosotros las noticias relativas al acontecimiento histórico-salvífico de la Pascua del Señor; a través de la tradición apostólica podemos remontarnos los cristianos a los orígenes e insertarnos en el flujo salvífico de aquella gracia.

Encontramos aquí también una antiquísima profesión de fe que, con bastante probabilidad, se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: «Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce» (vv. 3-5).

Si es verdad que la tradición apostólica nos transmite el mensaje que salva, también lo es que nuestra profesión de fe actualiza ese mismo mensaje y lo hace eficaz para la salvación.

El apóstol de los gentiles se preocupa también de citar a los primeros grandes testigos del Señor resucitado: Pedro, en primer lugar, y, a continuación, Santiago y todos los demás apóstoles; al final se encuentra el mismo Pablo, último entre todos, aunque es un eslabón importante de esta misma tradición.

 

Evangelio: Juan 14,6-14

En aquel tiempo,

6 Jesús le respondió a Tomás: -Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí.

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

8 Entonces Felipe le dijo: -Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

9 Jesús le contestó: - Llevo tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

13 En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

 

*•• Si la primera lectura nos ha hablado de Santiago, ésta, en cambio, nos presenta un diálogo entre Felipe y Jesús, precedido de una autorrevelación que Jesús ofrece a Tomás. «Yo soy el camino, la verdad y la vida (v. 6); de este modo, a través del apóstol Tomás, Jesús nos indica a todos nosotros el camino que debemos recorrer para alcanzar la comunión con el Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y nosotros, y lo es desde siempre y para siempre.

También a Felipe le habla Jesús del Padre: éste es el punto de conexión entre las dos partes del fragmento evangélico.

Jesús confirma que, ya desde ahora y a través de su persona, podemos conocer a Dios; es más, podemos verle, y de este modo creer en la plena comunión que une a Jesús con Dios Padre. Y no sólo esto, sino que sus mismas palabras nos revelan la comunión que une a Jesús con el Padre y nuestra relación filial con el Padre. Escuchar y acoger la Palabra de Dios que llega a nosotros por medio del evangelio significa allanar el camino que nos conduce al Padre.

Además de sus palabras, también las obras de Jesús -de las que conservamos un vivo recuerdo en los relatos evangélicos-, acogidas en la fe, constituyen otros tantos caminos que se abren ante nosotros para comprender la verdadera identidad de Jesús, su relación con el Padre y nuestra relación con ambos.

 

MEDITATIO

Los dos apóstoles cuya fiesta celebramos hoy nos recuerdan dos aspectos fundamentales de nuestra experiencia de fe. Por un lado, Santiago nos conduce al carácter fundamental de la traditio apostólica. Ésta es importante y fundamental no tanto porque esté ligada a algunas personas, sino porque es de origen divino, dado que ha sido establecida por el mismo Jesús. También el objeto de la tradición apostólica hace a esta última preciosa e ineludible: estoy aludiendo sobre todo a la memoria de la pasión y muerte, resurrección y apariciones del Jesús resucitado a los Doce. De ahí que la tradición sea, al mismo tiempo, apostólica y pascual: en ella se inserta nuestra fe, aunque nos separen veinte siglos de historia.

El apóstol Felipe sugiere otra pista a nuestra meditación: él desea ver el rostro del Padre, y Jesús le responde que los rasgos de aquel rostro están ya presentes en él. Nuestra búsqueda del rostro de Dios, que en ocasiones se vuelve espasmódica y dolorosa, tampoco debería apartarse nunca de la pista que nos ofrecen los recuerdos evangélicos. Sólo una asidua y metódica frecuentación de los evangelios nos puede ofrecer un conocimiento suficiente y liberador de la personalidad de Jesús de Nazaret, de su misterio profundo, de su proyecto salvífico. Y de este modo, a través de esta pista, podremos entrever los rasgos de aquel rostro paterno al que toda la humanidad, de una manera más o menos explícita, tiende y anhela.

 

ORATIO

¡Muéstranos, Señor, tu rostro y estaremos salvados! Señor, queremos acoger a través de tu rostro, que es un rostro paterno, materno, misericordioso, la salvación que brota de tu corazón. Concédenos, oh Dios, ser capaces de captar a través de tu rostro la ternura de tu corazón. Tu rostro busco, Señor, muéstrame tu rostro.

Aunque en mi vida he buscado a otros en vez de a ti, aunque he deseado a otros en vez de a ti, oh Dios, hoy quiero reconocerte como mi único bien, como mi único deseo, como mi única meta.

Tu gloria, oh Dios, brilla en el rostro de Cristo. El de Jesús es un rostro humano, como el mío y como el de muchos hermanos y hermanas en la fe. Concédeme, oh Dios, reconocer tu presencia en la imagen tuya que has estampado en el rostro de mis hermanos y mis hermanas: los que caminan junto a mí, los que habitan cerca de mí, los que sufren en este valle de lágrimas.

 

CONTEMPLATIO

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El gran jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 16).

 

ACTIO

        Repite y medita con frecuencia durante este día las palabras del apóstol Felipe: «Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta» (Jn 14,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina.

En vez de llamarse El regreso del hijo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso.  Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre -la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos- habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano (H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, PPC, Madrid 51995, p. 101).

 

 

Santo Domingo Savio (6 de mayo)

 

Domingo nació en el año 1842 en S. Giovanni di Riva, junto a Chieri (Turín). A los siete años, precisamente el día de su primera comunión, escribió ya su proyecto de vida: «Me confesaré muy a menudo y comulgaré todas las veces que el confesor me dé permiso. Quiero santificar los días festivos. Mis amigos serán Jesús y María. Antes morir que pecar».

A los doce años le recibió don Bosco en el oratorio de Turín, y el joven le pidió que le ayudara a hacerse santo. Era apacible, siempre estaba sereno y alegre, ponía gran empeño en sus deberes de estudiante y en servir a sus compañeros en lo que hiciera falta.

Domingo ha sido el fruto más hermoso del método educativo de san Juan Bosco. Un día, le dijo a un compañero del oratorio: «Has de saber que aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres..., procuramos sólo evitar el pecado, como el gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón».

        Sostenido por una intensa participación en los sacramentos y por una filial devoción a María, fue colmado por Dios de dones y carismas. En 1856 fundó entre sus amigos la Compañía de la Inmaculada, a fin de desarrollar una acción apostólica de grupo. Murió en Mondonio el 9 de marzo de 1857, a los quince años de edad. Pío XI le definió así: «Pequeño, aunque un gran gigante del espíritu». Es patrono de los pueri cantores.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 5,12-24

12 Os rogamos, hermanos, que tengáis consideración con quienes trabajan entre vosotros y os atienden y amonestan en el nombre del Señor.

13 Corresponded a sus trabajos con amor siempre creciente. Y vivid en paz unos con otros.

14 También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los indisciplinados, que alentéis a los apocados, que sostengáis a los débiles, que tengáis paciencia con todos.

15 Mirad que ninguno devuelva mal por mal; al contrario, procurad haceros siempre el bien unos a otros y a todos.

16 Estad siempre alegres.

17 Orad en todo momento.

18 Dad gracias por todo, pues ésta es la voluntad de Dios con respecto a vosotros como cristianos.

19 No apaguéis la fuerza del Espíritu;

20 no menospreciéis los dones proféticos.

21 Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.

22 Apartaos de todo tipo de mal.

23 Que el Dios de la paz os ayude a vivir como corresponde a auténticos creyentes; que todo vuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

24 El que os llama es fiel y cumplirá su palabra.

 

**• El fragmento paulino es la continuación de una exhortación dirigida a la comunidad para que realice obras de caridad con todos. Pablo enumera, en particular, las actitudes prácticas que caracterizan la conducta cotidiana del cristiano respecto a los otros: estar alegres (v. 16), orar de manera incesante (v. 17), dar gracias por todo (v. 18). Por otra parte, expone consejos para una serena vida comunitaria: no apagar la fuerza del Espíritu (v. 19), no menospreciar los dones proféticos (v. 20), discernirlo todo (v. 21), apartarse de todo tipo de mal (v. 22). Y, por último, el apóstol dirige su mirada a la obra santificadora de Dios en el hombre (vv. 23ss).

Si el cristiano muestra empeño apostólico y buena voluntad en cumplir el proyecto de Dios, no le faltará la gracia del Señor, porque él es un Dios «fiel», que se preocupa personalmente de proteger a cada uno de sus hijos, y no permitirá nunca que nadie los pueda sustraer de su mano benévola y paterna.

Ahora bien, la condición fundamental para permanecer en comunión con Dios sigue siendo la acción del Espíritu en el corazón del creyente, que no debe ser sofocada o apagada nunca. Sin el Espíritu, ni el individuo ni la comunidad pueden ser luz para el mundo. Con la presencia y con el don del Espíritu es como la Iglesia puede acoger cada cosa, valorarla y asimilarla a la luz del Evangelio y para el bien de cada hombre.

 

Evangelio: Juan 6,1-15

En aquel tiempo,

1 Jesús pasó al otro lado del lago de Tiberíades.

2 Le seguía mucha gente, porque veían los signos que hacía con los enfermos.

3 Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos.

4 Estaba próxima la fiesta judía de la pascua.

5 Al ver aquella muchedumbre, Jesús dijo a Felipe: -¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?

6 Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer.

7 Felipe le contestó: -Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco.

8 Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, diciendo:

9 -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?

10 Jesús mandó que se sentaran todos, pues había mucha hierba en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres.

11 Luego tomó los panes y, después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los peces y les dio todo lo que quisieron.

12 Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: -Recoged lo que ha sobrado, para que no se pierda nada.

13 Lo hicieron así y, con lo que sobró de los cinco panes, llenaron doce cestos.

14 Cuando la gente vio aquel signo, exclamó: -Este hombre tiene que ser el profeta que debía venir al mundo.

15 Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo al monte, él sólo.

 

*•• El milagro de la multiplicación de los panes introduce, de manera simbólica, el magno «discurso del pan de vida» (Jn 6,22-59) y se sitúa en el centro de la actividad pública de Jesús. Se trata de un signo querido por el Maestro para revelarse a sí mismo.

Juan, sin embargo, presenta el signo como el nuevo milagro del maná (cf. Ex 16), realizado por Jesús, nuevo Moisés, en un nuevo éxodo, y como símbolo de la eucaristía, cuya institución en la última cena, a diferencia de los sinópticos, no cuenta el cuarto evangelista. El fragmento revela así un preciso significado cristológico y sacramental, que no es tanto saciar a la gente como revelar la gloria de Dios en Jesús, Palabra hecha carne.

El texto lo podemos subdividir de este modo: después de una introducción histórica (vv. 1-4), se presenta el diálogo entre Jesús y los discípulos (vv. 5-10); a continuación, a la descripción del signo-milagro (vv. 11-13), siguen la incomprensión de la muchedumbre y la soledad de Jesús, que se retira a orar al monte (vv. 14ss).

Para Juan, en Jesús se cumple el pasado y se realiza toda la esperanza de Israel. En efecto, el pan que el Maestro va a dar al pueblo perfecciona –superándola – la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla primero a la gente que le sigue de una nueva alianza con Dios y de vida eterna (a la que está destinada la humanidad), después loma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. La solución humana no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7).

Es Jesús, entonces, el que satisface en plenitud toda necesidad. El alimento se multiplica en sus manos. Todos quedan alimentados hasta tal punto que, siguiendo la palabra de Jesús, se reúnen los trozos sobrantes en doce cestos «para que no se pierda nada» (vv. 12ss). Jesús, con el signo del pan, se presenta como el Mesías esperado, que sacia a su pueblo sin bajar a compromisos con el proyecto que el Padre le ha trazado.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios y el testimonio de santidad ofrecido por Domingo Savio nos invitan a reflexionar sobre la educación de los jóvenes y sobre el modo de relacionarnos con ellos. El gran principio educativo empleado por don Bosco para llevar a la santidad al joven Domingo fue llegar directamente a los ámbitos de la persona que expresan la totalidad del ser humano, a partir de su corazón, de sus afectos, de sus intereses, de su mundo emocional.

En realidad, la educación de los jóvenes es cuestión de corazón, y todo funciona con los jóvenes si lo anima un corazón bueno.

El mismo Jesús, como todo verdadero educador cristiano, nos dejó en su vida pública este ejemplo fundamental de vida en la relación con sus interlocutores: sacia a las muchedumbres, atrae a sí a los niños, vuelve a dar la vida a quien la ha perdido, pero todos sus gestos parten de su corazón apacible y misericordioso. Esto significa aceptar a la persona en sí misma y por lo que ella es; esto significa comprenderse el uno al otro poniéndose en la misma longitud de onda, convertirse en «expertos en humanidad», llegando al centro del corazón de la persona. Sólo con esta condición, la respuesta que nace en el joven que se siente acogido y amado es compartir con el otro y acogerle, vivir en un clima de alegría y de fiesta, del que especialmente todo joven tiene necesidad para desarrollarse y para encontrar al Dios vivo.

El santo de los jóvenes decía, en efecto: «Aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres». Estas palabras, que son verdaderamente evangélicas, encontraron un terreno fértil en la respuesta de Domingo Savio a la acción del Espíritu Santo, que suscita la certeza de fe, fuente de esperanza.

 

ORATIO

Te rogamos, Señor Jesús, Dios de la vida y de la alegría, por intercesión de santo Domingo Savio, que aprendamos a recorrer los caminos de la esperanza y de la santidad juvenil y a imitar su amor por ti, su devoción a María, su celo por las almas. Haz, oh Señor, que, proponiéndonos también nosotros querer morir antes que pecar, obtengamos nuestra salvación eterna. Concédenos, además, que en la oración, en el sacrificio y en la alegría, siguiendo la guía de don Bosco, podamos alcanzar también nosotros en breve tiempo la perfección y demos así a nuestra vida entusiasmo y constancia en el servicio generoso a ti.

Protege, oh Señor, a los jóvenes que encontremos, para que crezcan puros y generosos como Domingo Savio, abiertos en el diálogo con los padres y los educadores, portadores de novedad y de alegría. La santidad es signo de la presencia de tu Espíritu, que actúa en medio de nosotros hasta el fin de los tiempos.

Concédenos también a nosotros, por este mismo santo Espíritu, ser amigos de Dios y de los jóvenes, verdaderos educadores en la fe, a fin de que nuestro trabajo produzca frutos de gracia y de santidad, y nosotros podamos ser sembradores de verdadera y contagiosa alegría con todos, estar enteramente consagrados a tu Reino y al servicio de los hermanos, especialmente al de los jóvenes más pobres y abandonados.

 

CONTEMPLATIO

Es propio de la edad juvenil cambiar a menudo de propósito sobre aquello que se quiere. En el caso de nuestro Domingo, no fue así. Todas las virtudes crecieron en él de una manera maravillosa, y crecieron juntas sin que una oscureciera a la otra. Cuando llegó a la casa del Oratorio, su mirada se posó de inmediato en un cartel sobre el que estaban escritas con letras grandes las siguientes palabras: Da mihi animas, cetera tolle. Las pensó un momento y después añadió: «Lo he comprendido; aquí no se negocia con dinero, sino con almas. Espero que también mi alma forme parte de este comercio». Aquí tuvo su inicio aquel ejemplar tenor de vida, aquella exactitud en el cumplimiento de sus deberes, que difícilmente se podría superar.

La noche del 8 de diciembre de 1854, día de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María, Domingo fue ante el altar de María, renovó las promesas hechas en su primera comunión y, a continuación, dijo repetidas veces estas precisas palabras: «María, te doy mi corazón. Jesús y María, sed siempre mis amigos. Pero, por piedad, hacedme morir antes de que me ocurra la desgracia de cometer un solo pecado».

Hacía seis meses que Savio vivía en el oratorio, cuando tuvo lugar una predicación sobre el modo de hacerse santo. Aquella predicación fue para Domingo como una chispa que le inflamó de amor de Dios el corazón. «Siento en mí -decía- un deseo y una necesidad de hacerme santo. Ahora que he comprendido que esto se puede realizar también estando alegre, quiero y necesito absolutamente hacerme santo. Dios me quiere santo, y yo debo llegar a serlo. Quiero hacerme santo, y seré infeliz hasta que no lo sea» [...].

Lo primero que se le aconsejó para llegar a ser santo fue ingeniárselas a fin de ganar almas para Dios. Este pensamiento se convirtió en la continua respiración de su vida. Leía preferentemente la vida de aquellos santos que habían trabajado, de manera especial, por la salvación de las almas; hablaba de buena gana de los misioneros.

Más de una vez se le oyó decir: «Si pudiera ganar para Dios a todos mis compañeros, ¡qué feliz sería! Estas almas esperan nuestra ayuda». El pensamiento de ganar almas le acompañaba a todas partes. Murió sonriendo con aire de paraíso (Juan Bosco, «Vita del giovanetto Savio Domenico», en Opere edite, Roma 1976, XI, pp. 187ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y ora hoy con las palabras de san Pablo: «Estad siempre alegres. Orad en todo momento» (1 Tes 5,16-17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Se oyó exclamar a don Bosco: «Si yo fuera Papa, no tendría ninguna dificultad para declarar santo a nuestro Domingo Savio». Estaba convencidísimo de que la Iglesia le elevaría algún día al honor de los altares, junto a san Luis. A fin de que los acontecimientos de su vida no se perdieran, pidió a sus amigos que escribieran lo que sabían de Domingo. Uniendo los recuerdos de todos, escribió una breve biografía que pudiera hacer bien a los muchachos. En 1859, sólo dos años después de la muerte de Domingo, presentaba don Bosco a los jóvenes del oratorio la Vida del jovenáto Domingo Savio. Esta pequeña vida se difundió rápidamente por el mundo e hizo bien a muchísimos jóvenes. Pronto se hizo sentir la necesidad de «hacer algo» para elevar a Domingo a la gloria de los santos.

Al principio pareció asunto difícil. Era la primera vez en dos mil años de vida de la Iglesia que se proponía declarar santo a un muchacho. Cuando murió, Domingo no tenía ni siquiera quince años. La gran pregunta que se hicieron los teólogos de Roma, y a la que muchos dudaban en responder, era: «¿Puede llegar a la santidad un muchacho de sólo quince años?».

Fue monseñor Salotti, que llegaría después a cardenal, quien se encargó especialmente de estudiar el problema. Se sintió tan fascinado por la figura de Domingo que habló inmediatamente de él al papa Pío X. He aquí el diálogo, tal como lo conservó el mismo monseñor Salotti. «Santo padre, ¿qué piensa de Domingo Savio?». «¿Qué pienso? -me interrumpió el santo padre-. ¡Es el verdadero modelo para la juventud de nuestros tiempos! Un adolescente que lleva a la tumba la inocencia bautismal y que durante los breves años de su vida no manifiesta defecto alguno es verdaderamente un santo. ¿Qué más podemos pretender?». «Sin embargo, santo padre, cuando el 11 de febrero pasado se introdujo la causa de beatificación, cuya defensa tuve el honor de que se me reservara, alguien me objetó que Savio era demasiado joven para elevarlo al honor de los altares». «Razón de más para canonizarlo -me replicó el pontífice-. Es muy difícil para un joven observar las virtudes de una manera perfecta. Y Savio lo ha conseguido... Trabaje con desvelo por llevar adelante la causa...». «Santo padre, estoy escribiendo una vida de este jovencito en la que recojo no sólo lo que dejó escrito don Bosco, sino también lo que sus condiscípulos contaron o escribieron sobre él». «Si termina pronto esta vida -concluyó el Papa- tráigame una copia. La leeré con gusto».

Monseñor Salotti salió de aquella estancia con lágrimas en los ojos. Treinta días después, moría san Pío X. Cuando monseñor Salotti terminó el manuscrito de la Vida de Domingo Savio, bajó a la cripta de la basílica de San Pedro y lo depositó un momento sobre la tumba de Pío X. Se arrodilló y dijo: «Aquí está, santo padre, le he traído mi trabajo. Bendígalo desde el

cielo, para gloria de Domingo Savio» (T. Bosco, San Domenico Savio, Colle Don Bosco 1973, pp. 121 -123 [edición española: Santo Domingo Savio, CCS, Madrid 1983]).

 

 

San Juan de Ávila (10 de mayo)

 

Dicen los autores que Juan de Ávila es la figura más importante del clero secular español del siglo XVI. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) hacia el año 1499. De familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus bienes entre los pobres y, después de tres años de oración y meditación, se decidió por el sacerdocio.

Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá, donde hizo amistad con el P. Guerrero, que después fue arzobispo de Granada y amigo suyo durante toda la vida.

Las sabias lecciones de artes del maestro Soto, de quien fue discípulo predilecto, y las lecturas del docto maestro Medina, que enseñaba por la nueva vía de los nominales, alternaban con la sabrosa lección de unos libros de Erasmo, saturados de espíritu paulino y salpicados de mordaces censuras ansiosas de reforma.

Desarrolló su actividad apostólica especialmente en el sur de España. Murió santamente en Montilla (Córdoba) el 10 de mayo de 1569, diciendo «Jesús y María».

Beatificado en 1894, el papa Pío XII le nombró «patrono del clero secular español» el 2 julio de 1946. Fue canonizado por Pablo VI en el año 1970.

 

LECTIO

Primera Lectura: Isaías 61,1-2

1 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros, la libertad;

2 para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios; para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión.

 

**• Se cuenta que el fuego apostólico había prendido en el alma de Juan de Ávila y que las Indias se le antojaban cañaveral seco pronto para el incendio, porque «el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros, la libertad; para proclamar el año de gracia del Señor». Juan piensa ir allí con el padre Garcos, de la orden de santo Domingo, que marcha como primer obispo de Tlaxcala.

Pero su mencionado amigo el P. Guerrero, arzobispo de Granada, le dijo: «Aquí en España también hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre nosotros!».

Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía. Y las conversiones que conseguía fueron asombrosas. Su predicación era fuerte. No prometía vida en paz a quienes querían vivir en paz con sus pecados; sin embargo, iba proclamando siempre «el año de gracia del Señor», y lo hacía «para consolar a los afligidos». De ahí que animara enormemente a todos los que lo desearan a salir de su anterior vida de pecado. Un gran número de sacerdotes le seguía por donde predicaba, para ayudarle a confesar y colaborar en la catequesis de los niños y en la administración de los sacramentos. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos acudían con gusto a escucharle.

 

Evangelio: Marcos 1,14-20

En aquel tiempo,

14 después de que Juan fue arrestado, marchó Jesús a Galilea, proclamando la buena noticia de Dios.

15 Decía: -Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.

16 Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que estaban echando las redes en el lago, pues eran pescadores.

17 Jesús les dijo: -Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres.

18 Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron.

19 Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes.

20 Jesús los llamó también, y ellos, dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

 

**• «Convertíos y creed en el Evangelio». En labios de Jesús, convertirse ya no significa volver hacia atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la Ley, sino más bien dar un salto hacia adelante y entrar en el Reino, agarrarse a la salvación, que ha venido para todos los hombres gratuitamente por libre y soberana iniciativa de Dios.

Conversión y salvación se han intercambiado de puesto. Ya no es  primero la conversión por parte del hombre y, en consecuencia, después la salvación como recompensa por parte de Dios, sino que es primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y, después, la conversión, como respuesta del hombre. Por eso, la idea subyacente en toda la doctrina sobre la conversión ya no es «convertíos para ser salvados; convertíos y la salvación vendrá a vosotros», sino «convertíos porque estáis salvados, porque la salvación ha venido a vosotros». En esto consiste el «alegre anuncio», la «Buena Noticia», en el carácter gozoso de la conversión evangélica.

Dios no espera a que el hombre dé el primer paso, cambie de vida, produzca obras buenas, como si la salvación fuese la recompensa debida a  sus esfuerzos. No, primero está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no comienza predicando el deber, sino el don; no comienza con la Ley, sino con la gracia.

 

MEDITATIO

Desde el principio de su sacerdocio, Juan de Ávila demostró en su predicación una elocuencia extraordinaria.  El pueblo acudía en gran número a escuchar sus sermones dondequiera que él fuera a predicar. Cada predicación la preparaba con cuatro o más horas en oración de rodillas. A veces, pasaba la noche entera ante un crucifijo o ante el santísimo sacramento, encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente. Y los resultados eran formidables. Los pecadores se convertían a montones. A sus discípulos les decía: «Las almas se ganan con las rodillas». A uno que le preguntaba cómo hacer para lograr convertir al menos a una persona en cada sermón, le dijo: «¿Es que usted espera convertir en cada sermón a una persona?». «No, eso no», le respondió al otro. «Pues por eso es por lo que no los convierte -le dijo el santo-, porque para poder obtener conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones. ¡La fe mueve montañas!» A otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder llegar a ser un buen predicador, le respondió: «La principal cualidad es ¡amar mucho a Dios!».

 

ORATIO

Oh Dios, que hiciste de san Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros.

 

CONTEMPLATIO

Dios concedió a Juan de Ávila la especialísima cualidad de tener y ejercer un gran ascendiente sobre los sacerdotes. Bastaba con que le vieran celebrar misa o le oyeran un sermón para que los sacerdotes quedaran muy agradablemente impresionados por su modo de obrar y predicar. Y, después, en sus sermones, ellos solían estar entre el público oyéndole con gran atención.

El sabio escritor fray Luis de Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e iba escribiendo sus sermones. De cada sermón del santo sacaba el material necesario para él predicar luego al menos diez sermones. Los sacerdotes decían que cuando Juan de Ávila predicaba era como si estuvieran oyendo al mismo Dios.

Fue reuniendo grupos de sacerdotes y, haciéndoles meditar con frecuencia sobre la pasión de Jesucristo y sobre la eucaristía y rezar y recibir los sacramentos, les enfervorizaba y después los enviaba a predicar. Y los frutos que conseguían eran inmensos.

Un día, en Granada, mientras Juan de Ávila pronunciaba un importante sermón, de pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era Juan de Dios -después, santo-, que había sido antes militar y comerciante y que ahora se convertía y empezaba una vida de santidad admirable. En adelante, Juan de Dios tendrá siempre como consejero a Juan de Ávila, a quien atribuirá su conversión.

Tres temas le llamaban mucho la atención para predicar: la eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María. Y una de sus cualidades más admirables era su gran humildad: pese a sus brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y miserable pecador. Cuando estaba ya agonizante, vio que un sacerdote le trataba con una gran veneración, y le dijo: «Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido, nada más». Cuando en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el crucifijo entre sus manos y exclamaba: «Dios mío, si así te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!».

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive siempre las palabras de san Juan de Ávila: «Dios mío, si así te parece bien que suceda, está bien ¡está muy bien!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No sé otra cosa más eficaz con la que a vuestras mercedes persuada de lo que les conviene hacer que traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho al llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal. Y si elegir sacerdotes entonces era gran beneficio, ¿qué será en el Nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura?

Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios, y, a modo de decir, criadores de Dios, a los cuales nombres conviene gran santidad.

Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos» («De una plática de san Juan de Ávila, presbítero», Obras completas del santo maestro Juan de Ávila, BAC, 3, 364-365.370.373).

 

 

San Matías (14 de mayo)

 

Según Eusebio de Cesárea, Matías habría sido uno de los setenta discípulos a los que Jesús -según el testimonio de Lc 10,1 ss- envió en misión. Es cierto que Matías constituye la duodécima columna en el colegio apostólico. Los Once le eligieron para sustituir a Judas, que había entregado a Jesús a sus verdugos. Fue elegido precisamente porque había seguido a Jesús durante su ministerio público, desde su bautismo por Juan el Bautista hasta el día de la ascensión de Jesús al cielo. Su nombre se encuentra en la segunda lista de santos del canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 1,15-17.20-26

15 Uno de aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran unos ciento veinte, y dijo:

16 -Hermanos, tenía que cumplirse la Escritura que había anunciado el Espíritu Santo por boca de David acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús.

17 Era uno de los nuestros y participaba de este ministerio.

20 Así está escrito en el libro de los Salmos: Que su morada quede desierta, y no haya quien la habite. Y también: Que otro ocupe su cargo.

21 Se impone, por tanto, que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros,

22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a los cielos, entre a formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su resurrección.

21 Presentaron a dos: a José, apellidado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.

22 Y oraron así: -Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a cuál de estos dos has elegido

25 para ocupar, en este ministerio apostólico, el puesto del que se apartó Judas para irse al lugar que le correspondía.

26 Echaron suertes y le tocó a Matías, y quedó asociado al grupo de los once apóstoles.

 

*•• Pedro, al comienzo de su ministerio apostólico, se preocupa de dar a conocer a la primitiva comunidad cristiana la importancia que tiene proceder a la recomposición del número de los apóstoles: doce. Este número, en efecto, no tiene sólo un valor simbólico, sino también y sobre todo un valor histórico. Es absolutamente necesario sustituir a Judas, que había desertado de la fe y hecho incompleto aquel número. Sólo así podrá continuar la tradición apostólica su tarea de manera eficaz y creíble.

El candidato, para ser auténtico testigo, debe haber compartido los acontecimientos históricos del ministerio público de Jesús: también este detalle es digno de la máxima atención, a fin de atestiguar que el magno acontecimiento de la resurrección del Señor debe ser referido y reconducido al acontecimiento del Jesús prepascual. En efecto, la fe, para el cristiano, se inserta en la historia, y la historia se abre a Dios, que la visita y la salva.

Es digno de señalar el hecho de que todo esto termina con una oración (cf. vv. 24ss) con la que los apóstoles dejan entender claramente que la elección realizada no es obra suya, sino que ha sido confiada totalmente a la voluntad y a la intervención del Señor. Ésta es también una óptima enseñanza para nosotros: siempre hemos de tener abiertas nuestras decisiones a la voluntad de Dios e inspirar nuestras opciones en las de Dios.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante  y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• El mensaje que nos transmite Juan el Bautista respecto a la importancia de los apóstoles en la vida de la Iglesia podemos resumirlo en estos puntos neurálgicos: en primer lugar, el apóstol comparte la misma misión con Jesús, que le ha elegido y le ha enviado. Y, antes, Jesús y sus discípulos comparten el mismo amor que Dios Padre les ha entregado.

Por eso el apóstol, antes que nada, debe permanecer en el amor: en el amor de Jesús a ellos y en el amor del Padre a Jesús. Permanecer en el amor significa vivir en la comunión perfecta, que es, al mismo tiempo, horizontal y vertical, es decir, con los hermanos en la fe y con Dios, término último de nuestro amor. El verdadero discípulo de Jesús, precisamente porque se siente amado y comparte con Jesús el amor de Dios Padre, sabe que tiene que observar un mandamiento, al que no puede sustraerse: el mandamiento del amor. También nosotros, como verdaderos discípulos de Jesús, nos sentimos movilizados a amar: una movilización que no suprime en absoluto la libertad de la adhesión; al contrario, la exalta.

Por último, el verdadero discípulo de Jesús, que ha adquirido ahora la plena conciencia de ser su amigo, se siente llamado a vivir este amor «hasta el final», esto es, hasta la entrega de sí mismo. No sería amistad verdadera la que no estuviera dispuesta a alcanzar también esta meta. En esto se diferencia el amigo del siervo.

 

MEDITATIO

Nuestra meditación se detiene en el insondable mensaje que se desprende de la página evangélica que acabamos de leer hace un momento. Es el binomio apóstol amigo el que atrae, sobre todo, nuestra atención. En primer lugar, para comprender que el apostolado –todo apostolado- no se reduce sólo a una misión, aunque sea de origen divino, que pueda resolverse en actitudes de pura obediencia formal. El apostolado es, ante todo, amor acogido y correspondido. El apóstol es alguien que se siente llamado a amar, a amar hasta el extremo, a amar más allá de toda humana posibilidad, a amar a todos, siempre, a amar hasta la entrega total de sí mismo. Precisamente como Jesús: como Jesús hizo respecto a su Padre, así también se siente llamado a hacer el apóstol respecto a Dios y a los hermanos.

En segundo lugar, el apostolado ha de ser reconducido a un mandamiento: un mandamiento divino que, como tal, una vez acogido no puede ser desatendido o dejado de lado. El apóstol se siente «movilizado» por Alguien cuyo precepto es fuente de libertad y de alegría.

Una libertad que no consiste en hacer simplemente lo que se quiere, sino en hacer lo que complace al Amado, por amor, sólo por amor. Y una alegría que no se mide según las capacidades humanas, sino que es un don exquisito del amor que nos ha sido dado y que, a nuestra vez, damos a los otros.

Por último, el apóstol tiene plena conciencia de haber sido elegido: no es él el sujeto principal de la misión que desarrolla, sino Aquel que le ha elegido y enviado. No es él quien tiene que tomar la iniciativa de la misión, sino Aquel que le ha mirado con amor y predilección. No es él quien tiene que dar fruto, sino Aquel que le ha amado y le ha elegido previamente.

 

ORATIO

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. No mirar mis méritos, sino sólo tu corazón misericordioso. Seré tu amigo únicamente si tú no cesas de mirarme con un amor de predilección, perdonando mi pecado.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. Sé que necesitas colaboradores libres y alegres, y yo quiero ser uno de ellos. Libera mi corazón de todo vínculo de pecado y hazlo capaz de amar como tú me has amado y me amas siempre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, uno de tus predilectos, porque me has dicho y confiado todo lo que tenías en el corazón, porque me has dado todo lo que tu corazón puede dar, porque me has introducido en los secretos de tu amor al Padre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, porque todavía tengo que aprender mucho de ti y tú tienes que confiarme y entregarme aún muchas cosas. Podré decir que soy tu amigo sólo cuando me hayas configurado totalmente a ti, identificado por completo al Padre.

 

CONTEMPLATIO

El don total de nuestro amor a Dios y el don que él nos hace a cambio, la completa y eterna unión, es el estado más elevado al que podemos acceder, el grado superior de la oración. Las almas que lo han alcanzado son verdaderamente el corazón de la Iglesia y en ellas vive el amor sacerdotal de Jesús. Escondidas con Cristo en Dios, no pueden hacer otra cosa que irradiar en otros corazones el amor divino, del que están repletas, y cooperar en la perfección de todos los hombres en la unión con Dios, que fue y es el gran deseo de Jesús.

La historia oficial no habla de estas fuerzas invisibles e incalculables, pero la fe del pueblo creyente y el juicio atento y vigilante de la Iglesia las conocen, y nuestro tiempo se ve cada vez más obligado, cuando llega a faltar todo, a esperar la salvación última de estas fuentes escondidas (E. Stein).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de los apóstoles: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a quién has elegido como testigo» (cf. Hch l,24ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hemos sido llamados a ser siervos, de modo que el llegar a ser ministros es un compromiso progresivo a través del cual descubrimos siempre nuevas fronteras de servicio, de consagración, de disponibilidad, de entrega de nosotros mismos. Jesucristo es ministro así: «No he venido a ser servido, sino a servir» (Me 10,45).

Debemos pensar mucho sobre este aspecto, porque si no le prestamos atención, mientras se multiplican las dimensiones exteriores de la dimensión ministerial -pues ahora ya no se sabe qué es lo que no debe hacer un sacerdote, todos los días se descubre un nuevo confín-, existe el riesgo de perder el sentido de la interiorización de la misma. Es preciso no nacer de ministro, sino serlo. No prestar un servicio, sino servir, convertirse en siervos, ser consumidos, devorados por el servicio.

Si el concilio ha vuelto a proponer con tanta solemnidad la expresión «sacerdocio ministerial» - y recuerdo que al principio había quien se ponía triste al oír calificar al sacerdocio como «ministerial», porque parecía una especie de diminutio capitis-,  hoy nos damos cuenta de que la expresión es mucho menos trivial de lo que parecía. Al contrario, es extremadamente exigente en cuanto contenido y comprometedora para nuestra fidelidad: convertirse en siervos, convertirse en ministros, convertirse en sacramento del ministerio de Jesús, que se ofreció y se consumió hasta el extremo. Esta identificación del sacerdocio con la dimensión ministerial no debe ser separada nunca de la visión de aquella gracia que, a través de la dimensión ministerial del sacerdote, fluye en el cuerpo de la Iglesia y de la comunidad de los creyentes. La dimensión ministerial del sacerdote es vehículo de gracia, es esencialmente sacramental (A. Ballestrero).

 

 

San Felipe Neri (26 de mayo)

 

Felipe Neri nació en Florencia en 1515. A los veinte años se fue a Roma con la intención de vivir como laico y eremita. Sin embargo, su afabilidad y alegría le rodearon pronto de jóvenes, convirtiéndose en un educador paterno e incisivo de los mismos. Fue el verdadero apóstol de Roma, que, gracias sobre todo a su acción, mejoró considerablemente su rostro cristiano.

Alma de artista, promovió la música, especialmente el «oratorio». Fundó asimismo una modalidad original de vida consagrada a la que dio el nombre de «oratorio». Fue un hombre de oración intensa, director espiritual, confesor iluminado, místico, amigo y consejero de papas. Murió en la noche del Corpus Christi de 1595.

 

LECTIO

Primera lectura: Filipenses 4,4-9

Hermanos:

4 Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.

5 Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca.

6 Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias.

7 Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús.

8 Por último, hermanos, tomad en consideración todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable.

9 Practicad asimismo lo que habéis aprendido y recibido, lo que habéis oído

y visto en mí. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

 

**• El texto de Pablo insiste en el motivo de la alegría, cuyo mandato repite dos veces (v. 4). Y esta invitación a la alegría - no lo olvidemos- procede de la boca de un prisionero probado por diferentes dificultades y sufrimientos.

El tema de la alegría es un estribillo constante en la carta del apóstol, como un signo de amor y esperanza.

Se trata de una alegría que tiene su fundamento en la certeza de que «el Señor está cerca» (v. 5b). Las características de esta alegría son precisas. Es una alegría duradera: «Estad siempre alegres en el Señor» (v. 4). Es una alegría que no constituye un fin en sí misma, sino que se abre a los otros con un estilo de bondad y se traduce en afabilidad con «todo el mundo» (v. 5). No se deja abrumar por las preocupaciones, pues éstas carecen de la fuerza necesaria para poner en tela de juicio el centro de la seguridad, que es el Señor. Por último, tiene como fruto una promesa de «paz», que es salvación.

 

Evangelio: Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto, para que den más fruto.

3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado.

4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros, si no estáis unidos a mí.

5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada.

6 El que no permanece unido a mí es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados.

7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis.

8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia, y os manifestáis así como discípulos míos.

 

*• Este pequeño cuadro simbólico de la alegoría de la vid saca a la luz la relación que existe entre Jesús-vid, el Padre-viñador y la comunidad de los discípulos, representada por los sarmientos. Jesús presenta su identidad y su relación con el Padre. Él es la «vid verdadera» que da la vida; él es la viña fiel que ha correspondido a los cuidados de Dios, produciendo el vino excelente de la fidelidad a la alianza; él es el mediador que muere por los suyos en la plenitud del amor. Ahora bien, del mismo modo que la vid está unida a los sarmientos, así Jesús está unido a los discípulos, que toman de él la vida divina (v. 2). Sin embargo, para dar fruto, es necesaria la unión personal y vital con Jesús, y la Palabra de Dios es el instrumento para podar y purificar. El vínculo de amor que une a Jesús con el Padre fundamenta la comunión de los discípulos entre ellos y de ellos con Jesús. Sólo Jesús está en condiciones de purificar a los discípulos. Separarse de él significa no tener otra alternativa que el fuego, es decir, vivir en una esterilidad radical.

 

MEDITATIO

La amable figura del «santo de la alegría» conserva intacta la irresistible atracción que ejercía en cuantos se acercaban a él para aprender a conocer y experimentar las fuentes auténticas de la alegría cristiana.

En efecto, cuando recorremos la biografía de san Felipe Neri, nos sorprende y fascina el modo alegre y amable con el que sabía educar, acercándose fraternal y pacientemente a todos. Como es sabido, este santo solía recoger sus enseñanzas en breves y amenas máximas: «Estad quietos, si podéis», «escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa», «sed humildes y no altaneros», «el hombre que no hace oración es un animal sin palabra» y -llevándose la mano a la frente- «la santidad consiste en tres dedos de frente». En la ingeniosidad de éstos y otros muchos «dichos» se puede apreciar el conocimiento agudo y realista que había ido adquiriendo de la naturaleza humana y de la dinámica de la gracia. En estas enseñanzas rápidas y concisas traducía la experiencia de su larga vida y la sabiduría de un corazón en el que moraba el Espíritu Santo.

Para la espiritualidad cristiana, estos aforismos se han convertido en una especie de patrimonio sapiencial. San Felipe, abierto a las exigencias de la sociedad de su tiempo, no rechazó ese anhelo de alegría, sino que se esforzó por dar a conocer su verdadero manantial, que había descubierto en el mensaje evangélico. La palabra de Cristo es la que modela el rostro auténtico del hombre, revelando los rasgos que hacen de él un hijo amado por el Padre, acogido como hermano por el Verbo encarnado, y santificado por el Espíritu Santo. Las leyes del Evangelio y los mandamientos de Cristo conducen a la alegría y a la felicidad: ésta es la verdad que san Felipe Neri proclamaba a los jóvenes con los que se encontraba en su trabajo apostólico diario (Juan Pablo II, con ocasión del cuarto centenario de la muerte de san Felipe Neri, 1995).

 

ORATIO

Algunas jaculatorias de san Felipe Neri:

- Aún no te conozco Jesús, porque no te busco.

- Desconfío de mí mismo y confío en ti, Jesús mío.

- Jesús mío, ya te lo he dicho: si no me ayudas, nunca haré nada bien.

- Si no me ayudas, Jesús mío, estoy arruinado.

- Señora bendita, concédeme la gracia de que me acuerde siempre de tu virginidad.

- Virgen Madre, ruega por mí a Jesús.

 

CONTEMPLATIO

No es tiempo de dormir, porque el paraíso no está hecho para los holgazanes.

Hijitos, vivid con alegría: no quiero escrúpulos, ni melancolías; me basta con que no cometáis pecados.

La melancolía y la mente turbada acarrean gran daño al espíritu, mientras que la alegría conforta el corazón y hace que se persevere mejor en la buena vida. Por eso, el siervo de Dios debería estar siempre alegre.

No hay que amar a Dios por interés, sino por puro amor, amándole incluso sin ningún gusto sensible, porque así merece ser amado.

No se puede ganar el alma y la ropa del otro. Y quien quiera el fruto de las almas que prescinda de las bolsas.

Es preciso decir con san Pablo: «No quiero vuestras cosas, sino a vosotros» (algunos dichos de san Felipe Neri).

 

ACTIO

Repite hoy esta máxima entrañable a san Felipe Neri: «Escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«El santo de la alegría», «el santo humorista», dijo Goethe. El apóstol de Roma desbarata los estereotipos tradicionales de la santidad. En una época en la que la reforma tridentina imponía una, disciplina rigurosa, empleando para tal fin el Santo Oficio, el índice, la Inquisición, Felipe Neri tranquilizaba, consolaba y atraía al camino de Dios «con gran alegría y facilidad» a quienes se confiaban a él.

Entre todos los santos que contribuyeron a la reforma tridentina, la figura de Felipe Neri es la más pintoresca y cautivadora. Se trata de un hombre que suscita entusiasmo. Su humor, su vena bromista, su tendencia natural a la alegría -muy diferentes de las prácticas austeras de la época-, hicieron que encontrara muchos discípulos. No cabe duda de que aquella alegría le venía de la conciencia continua de la presencia de Dios. Pero antes de comprender la profundidad de su espiritualidad y de conocer los dones y favores místicos con los que había sido colmado, se siente uno conquistado por sus dones naturales: una suavidad radiante, una mezcla de perspicacia y de payasadas, una gran sensibilidad musical y un profundo amor por la belleza de la naturaleza, un realismo pleno de sabiduría y de sentido práctico. Como la melancolía es mala consejera, puso la alegría en el primer puesto, junto a la sencillez y a la dulzura: nada de austeridad desalentadora, sino piedad afectiva, caridad, asambleas calurosas.

En el clima de la reforma católica romana, en cuyo servicio trabajaron hombres fuertes, vigorosos y, en ocasiones, implacables, como Pablo IV, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo o san Pío V, Felipe Neri se abrió un camino original. Humanizó la religión inventando un modelo de confianza y de moderación al que se han vuelto con interés los siglos posteriores (J. Delumeau [ed.], Storia dei Santi e della Santitá cristiana, Milán 1991, VIII, pp. 99ss).

 

 

Visitación de la Virgen María (31 de mayo)

 

La fiesta de la Visitación viene siendo celebrada por los franciscanos desde finales del siglo XIII. El papa Bonifacio IX (1389-1404) la introdujo en el calendario universal de la Iglesia. Clemente VIII (1592-1605) compuso los textos litúrgicos del oficio que precedió a la última reforma. Sólo dos años después de que éste empezara a usarse (1608), san Francisco de Sales ponía el nombre de Visitación a la orden monástica fundada por él en Annecy. Esta fiesta, que tradicionalmente se celebraba el 2 de julio, ha sido anticipada por el nuevo calendario a fin de armonizarla con la memoria de los acontecimientos del Evangelio a lo largo del año litúrgico, situándola entre la Anunciación, 25 de marzo, y el nacimiento de Juan el Bautista, 24 de junio.

 

LECTIO

Primera lectura: Sofonías 3,14- 18a

14 ¡Da gritos de alegría, Sión; exulta de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén!

15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal.

16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen;

17 el Señor, tu Dios, en medio de ti, es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará,

18 como en los días de fiesta».

 

»*• Con el profeta Sofonías nos encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en tiempos del rey Josías. Es un período marcado por continuas infidelidades a Dios por parte de Israel, que se ata a alianzas humanas y cede a las modas y a los cultos de los extranjeros. El profeta tiene ante sus ojos esta situación tan amarga y, aunque proclama «el día terrible de YHWH» sobre todas las naciones -incluida Judá- y sabe que el juicio de Dios pone al desnudo el pecado, es siempre una invitación a la conversión.

Sofonías abre así un claro de luz y de esperanza: la «hija de Sión» es invitada a alegrarse y a exultar en vistas de «aquel día» (v. 16b), día mesiánico. Ya no es el día de la ira, sino el día de la misericordia, el día del nuevo amor entre Dios y su pueblo. Israel está llamado ahora a ver que «el Señor es rey de Israel en medio de ti» (v. 15).

La hija de Sión debe exultar, alegrarse «de todo corazón», es decir, con todo su ser, porque -¡gran misterio!- el Dios que parecía alejado ha revocado la condena. Y él goza ya con esto. Dios exulta, Dios realizará el milagro de hacer cosas nuevas, Dios se alegrará por la hija de Sión. Sólo la presencia de YHWH en medio de su pueblo es fuente y motivo de una renovada esperanza. «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen» (v. 16), porque Dios «es un salvador poderoso» (v. 17), «el Señor, tu Dios, en medio de ti», es el Emmanuel.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*•• Los dos fragmentos del anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y de Jesús, en Lucas, convergen en la narración de la visita de María a Isabel. María, como Abrahán, nuestro padre en la fe, se levanta y se apresura a ir hacia la montaña (v. 39). María e Isabel son las dos mujeres que acogen la acción de Dios: la primera de modo activo, con su consentimiento; la segunda de modo pasivo. Ambas, agraciadas, experimentan la acción poderosa del Espíritu Santo. Isabel lleva en su seno al Precursor y, en virtud de esta presencia en ella, da voz al hijo que lleva en sus entrañas indicando ya en la Madre al Hijo. Proclama lo que la ha hecho grande y bienaventurada a María, la fe: «¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Al cántico de Isabel (vv. 42-45) le sigue el cántico de María, que revela la acción poderosa de Dios en ella, la misma que da cumplimiento a las antiguas promesas hechas a Abrahán en favor de Israel. Dios hace maravillas y despliega su poder a partir de la humildad -que es reconocimiento de la propia pobreza radical- de su criatura y de su pueblo (v. 48). El Magníficat es la primera manifestación pública de Jesús, de esta realidad aún escondida pero que se impone ya y obra en los que la acogen, como María: la realidad viva del Verbo encarnado en ella la impulsa a no detenerse en sí misma y la abre a la dimensión del servicio: «María estuvo con Isabel unos tres meses» (v. 56).

 

MEDITATIO

La hija de Sión de la que habla Sofonías y que experimenta la revocación de la condena es figura de María. Ésta ha sido agraciada por Dios, ha sido alcanzada en su pobreza de criatura. Así como Dios interviene con su omnipotencia en favor del pueblo de Israel a partir de la pobreza, así ocurre también con nosotros: Dios despliega su omnipotencia a partir de nuestra pobreza.

María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio -los elementos que emergen de las lecturas- son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».

Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.

Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.

 

ORATIO

Daré gracias al Señor con todo el corazón (Sal 111,1a).

¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos! (Rom 11,33).

Justo es el Señor en todos sus caminos, santo en todas sus obras (Sal 145,17).

¿Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado? (Sal 115,12, Vulgata). Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro sobre mí. Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu ley en mis entrañas (Sal 40,8ss).

Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén (Ap 7,12).

 

CONTEMPLATIO

He aquí cómo la humildad está unida a la caridad en la Señora y cómo su humildad hace que se la exalte.

En efecto, «Dios mira las cosas bajas» para levantarlas (Sal 93,6; 138,6); por esta razón, al ver a la santa Virgen humillarse por debajo de todas las criaturas, proyectó sus ojos sobre ella y la levantó por encima de todas. Cosa que nos manifiesta ella misma con las palabras del sagrado cántico (Le 1,48): «Puesto que el Señor ha mirado mi pobreza, mi bajeza y mi miseria, todas las naciones me llamarán dichosa». Es como si hubiera querido decir a santa Isabel: «Tú me proclamas dichosa, y lo soy verdaderamente, pero toda mi felicidad procede del hecho de que Dios ha mirado mi nada y mi abyección ». Sin embargo, nuestra Señora no se contentó con haberse humillado hasta ese punto en presencia de la divina Majestad, porque sabía bien que la humildad y la caridad no alcanzan el nivel de la perfección si no se derraman sobre el prójimo.

Del amor a Dios deriva el amor al prójimo, y el santo apóstol decía (Rom 13,8; Gal 5,14; Ef 5,lss) que en la medida en que tu amor a Dios sea grande lo será también tu amor al prójimo. Esto es lo que nos enseña san Juan cuando dice (1 Jn 4,20): «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

Así pues, si queremos demostrar que amamos mucho a Dios y queremos que nos crean cuando lo afirmamos, debemos amar mucho a nuestros hermanos, servirles y ayudarles en sus necesidades. Así, la santa Virgen, conociendo esta verdad, «se levantó» con prontitud, dice el evangelista (Le 1,39), y «se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá» [...], para servir a su prima Isabel en su vejez y en su espera (Francisco de Sales, Le esortazioni, Roma 1992, pp. 502ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú, que has creído!» (ce 1,45).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa

de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).

Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables (Pablo VI, «Audiencia general del 10 de mayo de 1967», en id., Ave María, Madre della Chiesa, Cásale Monf. 1988, pp. 140ss).

 

 

San Justino (1 de junio)

 

Justino nació en Flavia Neapolis (actual Nablus, Jordania), hijo de colonos griegos. Era filósofo y se convirtió a los treinta años. En el año 150 escribió la Primera apología de la religión cristiana, a la que pronto le siguió la Segunda apología. Entre los años 152 y 153 fue atacado por el filósofo cínico Crescendo. En 160 compuso el Diálogo con Trifón, un judío con el que debate la hipótesis del establecimiento de un puente entre judaísmo y cristianismo. Fue decapitado en Roma en torno al año 165. Es patrono de los filósofos.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,18-25

Hermanos:

18 El lenguaje de la cruz, en efecto, es locura para los que se pierden; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios.

19 Como está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la inteligencia de los inteligentes.

20 ¡A ver! ¿Es que hay alguien que sea sabio, erudito o entendido en las cosas de este mundo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

21 Sí, y puesto que la sabiduría del mundo no ha sido capaz de reconocer a Dios a través de la sabiduría divina, Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura del mensaje que predicamos.

22 Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría,

23 nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos.

24 Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

25 Pues lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad es más raerte que los hombres.

 

*+• Cristo crucificado constituye el desafío a toda pretensión humana de «comprender» el misterio, a toda arrogancia intelectual de erigirse en juez y a toda necia sabiduría fundada en la vanidad de una experiencia soberbia de la vida. Dios elige los caminos que, aparentemente, no cuentan nada en la escena de este mundo, para confundir su gran pecado: el orgullo. La debilidad de Dios, humilde y escondida, pura y libre, es más fuerte que los hombres. Cristo crucificado es el poder de Dios que, en su infinita impotencia, vence a la muerte con la resurrección, al odio con el amor, al mal con el perdón.

 

Evangelio: Lucas 9,23-26

En aquel tiempo, Jesús

23 se puso a decir a todo el pueblo: -El que quiera venir en pos de mí que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga.

24 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará.

25 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde o se arruina a sí mismo?

26 Porque si uno se avergüenza de mí o de mi mensaje, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga rodeado de su gloria, de la del Padre y de la de los santos ángeles.

 

 

»•»• El yo y el mundo: éstos son los verdaderos enemigos de la  posibilidad de salvación ofrecida al hombre en Cristo. Renunciar a sí mismo significa abrirse a lo imprevisible de Dios; a la novedad que, de improviso, él sabe presentarnos; gozar de la frescura del ser que vence sobre el engatusamiento del tener y sobre el afán del hacer; tomar como don extraordinario la gracia del momento presente, cargado con sus irrepetibles posibilidades; anteponer el absoluto del Evangelio a todo interés de este mundo. Salva su propia vida quien da una prioridad total a Cristo, único Señor de la historia.

 

MEDITATIO

Justino pertenecía a la clase superior y cultivada del paganismo. Como filósofo cualificado, no sólo conocía las más importantes corrientes intelectuales de su tiempo, sino que, por ser también un incansable buscador de la verdad, en cierto modo las examinó de una manera sistemática y no encontró la paz interior hasta que reconoció en el cristianismo «la única filosofía segura y adecuada». Entonces se adhirió a ella por completo y consagró su vida a anunciarlo y a defenderlo.

El cristianismo de Justino tiene aún otro aspecto, menos influenciado por el intelectualismo filosófico, que se manifiesta sobre todo cuando habla de la vida cotidiana de los cristianos, de la que, como miembro de la Iglesia, forma parte. El elevado nivel moral de los cristianos es para él una prueba convincente de que poseen la verdad. Llevan una vida veraz y casta, aman a sus enemigos y, por sus convicciones, van con valor al encuentro con la muerte no porque las consideraciones filosóficas les hayan convencido de la importancia de estas virtudes, sino porque Jesucristo les ha pedido que lleven una vida de acuerdo con estos ideales (H. Jedin, Storia della Chiesa, Milán 1988, I, 229.231).

 

ORATIO

Instrúyeme en las Escrituras, oh Dios, para que podamos aceptar lo que tú dices. Sabemos que él «debe sufrir» y debe ser «conducido como mansa oveja al matadero »; demuéstranos que él debe ser crucificado y morir de una manera ignominiosa y de un modo no bello, en la maldición de la cruz. Nosotros ni siquiera logramos pensarlo... No digáis, pues, hermanos, ningún mal contra este crucificado; no os riáis de sus llagas, con las que todos pueden sanar, precisamente como hemos sido sanados nosotros (Justino, Diálogo con Trifón).

 

CONTEMPLATIO

Antes que nada, reza, para que se te abran las puertas de la luz.

Nosotros honramos a Dios y a su Cristo hasta la muerte, con nuestras obras, nuestra ciencia, nuestro corazón. Los que vivieron según el Verbo son cristianos, aunque pasaran por ateos.

Doce hombres se diseminaron desde Jerusalén por el mundo. Eran unos hombres sencillos, que no sabían hablar, pero en el nombre de Dios anunciaron a todos los hombres que habían sido enviados por Cristo para enseñar a todos la Palabra de Dios.

Nosotros no somos sólo un pueblo, sino un pueblo santo {de las obras de san Justino).

 

ACTIO

Repite con frecuencia la enseñanza del mártir Justino: «Empeño todas mis fuerzas para ser encontrado siempre cristiano».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El carácter de Justino, plenamente leal y de mentalidad abierta, se manifiesta con toda claridad en sus escritos. Su fe es ardiente e integral, y en el heroísmo se muestra sencillo, sin la mínima jactancia.

Con todo, hemos de señalar un defecto de Justino que se encuentra en su obra: tiene una seguridad sorprendente, y al mismo tiempo desconcertante, en el valor de su argumentación.

Es verdad que «dialoga» con Trifón, pero lo hace sin escuchar plenamente a su adversario. En nuestra época postconciliar, felizmente sensible a la cuestión judía, nos sorprenden ciertas posiciones de Justino, quien, sin embargo, nunca fue hostil, careció de orgullo e incluso se diría que estaba lleno de candor y de sencillez. Aunque cristiano, siguió siendo filósofo: «La filosofía pasa a Cristo», y le está subordinada. Antes que nada, es un hombre de fe, de una fe que dice ofrecer a los más humildes, a los ignorantes; de una fe a la que sacrifica su misma vida (G. Peters, / Padri della Chiesa, Roma 1984, I, p. 260).

 

 

San Carlos Lwanga y compañeros (3 de junio)

 

Pocos años después de la llegada de los misioneros, los padres blancos, al reino de Buganda (hoy parte de Uganda), se desencadenó una sangrienta persecución contra los cristianos, tanto católicos como anglicanos, éstos últimos llegados poco después. El cristianismo había sido abrazado también por personas con cargos de responsabilidad en la corte del rey Mwanga.

Molesto con la moral cristiana, que prohibía tanto la trata de esclavos como la pederastia, e impulsado por un consejero que odiaba a los cristianos, el rey consideró que debía extirpar esta nueva religión.

El 29 de octubre de 1885, fueron matados cruelmente en una emboscada, por orden suya, los misioneros anglicanos, y ese mismo año hizo decapitar al mayordomo de la casa real y a un juez del reino por ser católicos y mostrarse críticos con estas decisiones.

El 3 de junio de 1886, fueron condenados a la hoguera los dieciséis pajes de su corte que habían resistido a sus demandas, apoyados e instruidos por Carlos Lwanga. Fueron matados en la colina de Namugongo. A los cristianos se les llamaba «los que rezan». Fueron veintidós los mártires ugandeses canonizados por Pablo VI en 1964.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Macabeos 7,1-2.9-14

En aquellos días,

1 siete hermanos apresados junto con su madre fueron forzados por el rey a comer carne de cerdo, prohibida por la ley, y fueron azotados con látigos y nervios de toro.

2 Uno de ellos dijo en nombre de todos: -¿Qué quieres sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar las leyes patrias.

9 Cuando estaba a punto de expirar, dijo: -Criminal, tú me quitas la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por su ley.

10 A continuación fue torturado el tercero.

11 Le mandaron sacar la lengua; la sacó en seguida y extendió valientemente las manos, al tiempo que decía: -De Dios he recibido estos miembros; por sus leyes los sacrifico, y de él espero recobrarlos.

12 El rey y los que estaban con él se maravillaron del valor del joven, que no tenía miedo a los tormentos.

13 Muerto éste, torturaron al cuarto con el mismo suplicio.

14 Y cuando estaba a punto de morir dijo: -Los que mueren a manos de los hombres tienen la dicha de poder esperar en la resurrección. Sin embargo, para ti no habrá resurrección a la vida.

 

      *»• El objetivo del autor del segundo libro de los Macabeos es, sobre todo, aleccionar a los judíos y reforzar su fe proponiéndoles el testimonio valiente y el ejemplo heroico de sus hermanos perseguidos. El contexto histórico, en efecto, se remonta a Antíoco IV. Éste, a fin de unificar su reino y asegurar la estabilidad interna, impuso la adopción del helenismo y ordenó instaurar el culto de Zeus olímpico en el templo de Jerusalén. Los Macabeos reaccionaron contra este tipo de «normalización» religiosa y política, que mellaba la identidad del  pueblo de Dios y ahogaba la libertad del hombre. La narración del martirio de Eleazar tiene una finalidad educativa respecto a los jóvenes: «Moriré valientemente y me mostraré digno de mi ancianidad, dejando a los jóvenes un ejemplo noble para morir voluntaria y generosamente por nuestras venerables y santas leyes» (6,27ss). El texto de la lectura de hoy presenta el conmovedor relato del martirio de la madre y de sus siete jóvenes hijos.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó, y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

*+• Las bienaventuranzas, corazón del mensaje de Jesús, son el anuncio de que el Reino de Dios ha llegado, está presente y activo. Son una descripción del rostro mismo de Jesús, de las exigencias del Reino y de la vida de aquellos que le quieren seguir. Están dirigidas a todos, porque son el estilo de vida y el camino para construir la nueva sociedad de los hijos de Dios. Son actitudes profundas que se contraponen a la visión de la vida «según la cante». Ser constructores de paz, misericordiosos, amantes de la justicia, puros de corazón, pobres en el espíritu, es decir, no estar impulsados por el «corazón endurecido», sino permanecer a la escucha del

Padre como Cristo, provoca sufrimiento y persecución.

Esta última es un signo de la verdad del mensaje y está ligada, para los discípulos, a una bienaventuranza y a una promesa: «Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos» (vv. 11ss).

 

MEDITATIO

«Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante» (Jn 12,24).

Es el misterio de la vida que continúa. Es el amor que alcanza a corazones y tierras para purificar, valorar, transformar, abrir nuevos horizontes de creatividad y de paz.

Sorprende constatar cómo el martirio acompaña al nacimiento de las comunidades cristianas y con qué fuerza y claridad cristianos de todas las edades dan la vida por Cristo y por su gente, seguros no sólo de recibir el bien prometido, sino de que con su muerte «a causa de Cristo» nace una nueva época para su pueblo. No nos corresponde a nosotros calcular los tiempos de maduración.

La semilla está sembrada y es de la misma naturaleza que el amor fecundo de la Trinidad.

Sorprende ver la juventud de esta Iglesia de África probada y nos sentimos atraídos por su fidelidad a Cristo Señor. Sacude la indiferencia y señala el camino.

La acción del Espíritu en los mártires no es sólo de consuelo, apoyo, custodia. El Espíritu de Cristo revela, en la kenosi del hombre nuevo, el designio de Dios y obra siguiendo la única lógica del amor. Amar con el corazón de Cristo no es sólo una ley espiritual o moral; es la nueva dignidad de la criatura partícipe, por don, del ágape divino y de la acción de Dios en la historia.

También los mártires de Uganda son para nosotros una imagen viviente. Son un desafío a construir, con claridad de identidad, como sarmientos unidos a la Vid, la sociedad contemporánea, y a «no dejar que falte en este mundo un rayo de la divina belleza para que ilumine el camino de la existencia humana» (Juan Pablo II).

 

ORATIO

Una vez que hemos conocido a Cristo, no es posible no darle todo. Es una alta dignidad compartir su vida y amar como él amó, hasta dar la vida. Esto lo he aprendido, Padre, fijando la mirada del corazón sobre estos jóvenes, cuyo valor revela tu presencia y muestra que es posible, incluso en las pruebas más duras, allí donde reina el odio y se humilla a la persona, dar a conocer a Cristo al mundo y sembrar la vida.

Su fuerza y su serenidad en el servicio en la corte del rey nacían de la oración, de la relación contigo, Padre, y con tu Hijo. No hay nombre más bello para definir a los cristianos: «Los que rezan». Por eso Carlos Lwanga y sus compañeros concluyeron su «santo viaje» (Sal 84) entrando en tu casa y en el corazón de muchos.

Con su muerte, la comunidad cristiana y su país dejaron de ser lo que eran antes, porque su sangre irrigaba y fecundaba todo desierto. Transforma, oh Padre, con el poder de tu Espíritu, a todos los que vivimos hoy en una sociedad compleja y contradictoria para convertirnos en verdaderos discípulos y testigos alegres de Cristo Señor, que es camino, verdad y vida.

 

CONTEMPLATIO

Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores que es el martirologio una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación. ¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Utica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos, hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días? ¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Lwanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.

Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.

África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma.

La tragedia que los devoró fue tan inaudita y expresiva que ofrece suficientes elementos representativos para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva -no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como esclava de sí misma- hacia una civilización abierta a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social (Pablo VI, «Homilía de la canonización de los mártires de Uganda»).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita hoy la Palabra del Señor: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El 3 de junio de 1886, dieciséis pajes de la corte del rey Mwanga, todos ellos menores de veinte años e hijos de notables, subían a la colina de Namugongo. Cada uno de ello s llevaba cargado a la espalda un haz de leña. Todos habían sido condenados a muerte, pero, según una antigua tradición, en el último momento, tres de ellos, extraídos a suerte, eran agraciados, mientras que los otros eran atados y quemados vivos en una única gran hoguera. Los tres supervivientes se convirtieron en preciosos testigos del martirio de sus compañeros.

Los supervivientes de los pajes martirizados en Namugongo contaron así el proceso de la condena a la hoguera. «El rey hizo comparecer ante él a seis de los pajes y les dijo: "Todos aquellos de vosotros que ya no quieran rezar que se queden junto al trono, y los que deseen rezar que se pongan contra aquella pared". Carlos Lwanga fue el primero en moverse, seguido de inmediato por los otros quince cristianos. El rey les preguntó: "Pero ¿vosotros rezáis de verdad?". "Sí, monseñor, nosotros rezamos de verdad», respondió en nombre de todos Carlos, que, con el presentimiento de lo que iba a suceder, se había pasado toda la noche en oración con sus compañeros. El rey preguntó aún: "¿Tenéis intención de seguir rezando?". "Sí, monseñor, siempre, hasta la muerte". El rey emitió la sentencia de muerte para todos los que no desistieran de su propósito. Fueron muchos los intentos encaminados a convencer a los jóvenes de que se sometieran a las órdenes del rey, pero todos ellos resultaron vanos».

Los mártires de Uganda canonizados por la Iglesia católica son veintidós: ocho ya habían sido muertos antes ae la matanza de Namugongo, y el último, Juan María Muzeyi, fue decapitado el 27 de enero de 1887 (E. Pepe, Martirí e santi del Calendario Romano, Roma 1999).

 

 

San Bernabé (11 de junio)

 

José, apodado Bernabé, que significa «hijo de la consolación», recibe el nombre de apóstol, aunque no fue uno de los Doce. Y recibe este nombre precisamente porque desarrolló un papel decisivo en la difusión del Evangelio. Como se dice en los Hechos de los apóstoles, fue un hombre de gran fe, y, al entrar en la comunidad cristiana, vendió todos sus bienes y los puso a disposición de los apóstoles (4,36ss). Colaboró con Pablo en la evangelización de los paganos. Desarrolló su actividad misionera sobre todo en la ciudad de Antioquía, desde donde partió con Pablo para el primer viaje misionero. Murió mártir en la tierra donde había nacido, en la isla de Chipre.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 11,21b-26; 13,1-3

En aquellos días,

11,21 fue grande el número de los que creyeron y se convirtieron al Señor.

22 La noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.

23 Cuando éste llegó y vio lo que había realizado la gracia de Dios, se alegró y se puso a exhortar a todos para que se mantuvieran fieles al Señor,

24 pues era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor.

25 Después fue a Tarso a buscar a Saulo.

26 Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía, y estuvieron juntos un año entero en aquella iglesia, instruyendo a muchos. En Antioquía fue donde se empezó a llamar a los discípulos «cristianos».

13,1 En la iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé, Simón el Moreno, Lucio el de Cirene, Manaén, hermano de leche del tetiarca Herodes, y Saulo.

2 Un día, mientras celebraban la liturgia del Señor y ayunaban, el Espíritu

Santo dijo: -Separadme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he encomendado.

3 Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron.

 

*+• Incluso desde el punto de vista histórico, son más que preciosas las noticias que Lucas nos ofrece en esta primera lectura. En primer lugar, tienen que ver con las relaciones entre la Iglesia madre de Jerusalén y la comunidad cristiana de Antioquía. Bernabé, «hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe», puede ser considerado muy bien como el trait d'union entre Jerusalén y Antioquía. De este modo, colaboró no sólo en la evangelización, sino también en la edificación de la Iglesia.

En segundo lugar, Bernabé fue también importante en la vida de la Iglesia naciente porque fue él quien tomó a Pablo como colaborador, aunque Pablo le superara después en su intento de inculturar la fe. Ambos, conjuntamente, constituyen una pareja de misioneros, a cuya iniciativa y genialidad debe mucho la comunidad cristiana de todos los tiempos.

Pero son sobre todo las noticias históricas relativas a la ciudad de Antioquía y a la presencia en ella de los primeros cristianos las que tienen una importancia de primer orden. Antioquía constituye, en efecto, el punto de partida y el punto de llegada de los viajes misioneros de Pablo, después de que éste pudiera formarse en ella, compartiendo su vida con Bernabé y con muchos otros «profetas y doctores» que hacían extremadamente interesante aquella experiencia de fe. En Antioquía, además, se empezó a llamar por vez primera «cristianos» (11,26) a los discípulos de Jesús. Esta noticia, en su descarnada sencillez, nos dice qué viva y vivaz era la fe que los primeros creyentes vivían en aquella ciudad que se asomaba al Mediterráneo.

 

Evangelio: Mateo 10,7-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciandoque está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

 

**• Esta página evangélica pertenece al llamado «discurso misionero» que, según Mateo, Jesús dirigió a sus apóstoles durante su ministerio público.

Vale la pena recordar, en primer lugar, el contexto en el que el evangelista sitúa este discurso: Jesús está recorriendo las ciudades y los pueblos de su tierra, anuncia el Evangelio del Reino y cura a los enfermos. Al mismo tiempo, constata que las muchedumbres están abatidas y abandonadas a sí mismas, «como ovejas sin pastor» (Mt 9,35-38). Entonces llama a sus doce discípulos, les da poder para expulsar a los espíritus inmundos y les envía en misión. Según la perspectiva de Mateo, esta misión está dirigida sólo a las ovejas dispersas de la casa de Israel: como Jesús, también sus discípulos –por ahora- deben concentrar sus energías en el interior de un horizonte muy limitado, en espera de aperturas mucho más grandes, requeridas por la Pascua del Señor.

Tras el contexto, vale la pena señalar el método que recomienda Jesús a sus misioneros. Éste se caracteriza por dos notas típicas. Los misioneros del Reino deben continuar propagando lo que Jesús ha dicho y lo que Jesús ha hecho, nada más. Pero, sobre todo, deben imprimir la más absoluta gratuidad al ministerio que están emprendiendo: no es el oro o la plata lo que debe constituir el centro de su atención, sino sólo el deseo de bendecir y beneficiar. Eso es exactamente lo que afirmará san Pedro en uno de sus famosos discursos: «No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6).

 

MEDITATIO

La invitación a la gratuidad que caracteriza, en primer lugar, al método misionero recomendado por Jesús a sus discípulos y apóstoles constituye el objeto de nuestra meditación. Es incluso demasiado fácil trivializar el tema de la gratuidad, considerándolo sólo desde el punto de vista material, aunque esta dimensión no debe ser en absoluto desatendida, ya que es muy apreciada en el ambiente social en el que viven hoy los cristianos. La gratuidad, sin embargo, expresa algo bien diferente, impulsa mucho más allá: requiere una claridad interior y un coraje que no es ciertamente patrimonio de la mayoría.

La gratuidad es, antes que nada, fruto de un corazón educado evangélicamente, de un corazón que late en plena sintonía con el de Jesús. Por eso, sólo puede decir que tiene una actitud gratuita quien, honestamente, pueda decir que tiene un corazón «manso y humilde» (cf. Mt 11,29). Gratuita, también, es la actitud de quien  está dispuesto a dar, tanto material como espiritualmente, sin esperar nada a cambio. El verdadero discípulo de Jesús se contenta y goza con dar, sin esperar nada a cambio, recordando la enseñanza de Jesús: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Gratuita es, por último, la acción de quien abre la mano para dar y no la cierra nunca, incluso ante quien rechaza el don y no manifiesta ninguna gratitud. Esa mano permanece siempre abierta porque su corazón se ha dejado educar en la escuela del Evangelio.

 

ORATIO

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido. Los juguetes que rompes son los juguetes de los niños desheredados; el alimento que malgastas es el alimento del que está desnutrido; los utensilios que tiras son los utensilios de quien no tiene casa; las obras de caridad que no haces son otras tantas injusticias que cometes (Basilio de Cesárea, «Cuando el rico es un ladrón», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, p. 59).

 

CONTEMPLATIO

Comoquiera, pues, que estoy convencido y siento íntimamente que, habiéndoos dirigido muchas veces mi palabra, sé que anduvo conmigo el Señor en el camino de la justicia, y me veo también yo de todo punto forzado a amaros más que a mi propia vida, pues grande es la fe y la caridad que habita en vosotros por la esperanza de su vida (Tit 3,6); considerando, digo, que de tomarme yo algún cuidado sobre vosotros para comunicaros alguna parte de lo mismo que yo he recibido, no ha de faltarme la recompensa por el servicio prestado a espíritus como los vuestros, me he apresurado a escribiros brevemente, a fin de que, juntamente con vuestra fe, tengáis perfecto conocimiento.

Ahora bien, tres son los decretos del Señor: la esperanza de la vida, que es principio y fin del juicio; el amor de la alegría y regocijo, que son el testimonio de las obras de la justicia. En efecto, el Dueño, por medio de sus profetas, nos dio a conocer lo pasado y lo presente y nos anticipó las primicias del goce de lo por venir.

Y pues vemos que una tras otra se cumplen las cosas como él les dijo, deber nuestro es adelantar, con más generoso y levantado espíritu, en su temor («Carta de Bernabé», I, 4-7, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 771-772).

 

ACTIO

Repite con frecuencia durante la jornada estas palabras del Señor: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La salvación, por parte de Cristo, es pura gracia. Si esto valía para los judíos que se dirigían a Cristo, tanto más evidente era esto en los paganos. Bernabé se dio cuenta de ello enseguida, en cuanto admiró la Iglesia surgida en Antioquía como por encanto. Comprendemos muy bien que pudiera sentirse lleno de alegría y que, frente a la acción de la gracia, no le quedara otra cosa que hacer que «amonestar a todos a perseverar en el Señor» [...]. Flota, sin duda, en el aire cierto aire de tragedia en el hecho de que Pedro -dado su particular temperamento-, junto San Bernabé 343 con Bernabé, precisamente en Antioquía, se pusiera en una situación difícil, haciéndose merecedor de la censura de Pablo, como este último nos dice en su Carta a los Gálatas (cf. 2,11 ss).

La gracia de Dios no excluye la libertad humana, pero engendra a menudo un estado de tensión entre lo humano y lo divino, del que se sirve para despejar el camino de la Iglesia y guiarla hasta su meta.

Bernabé no había perdido de vista a Saulo. «Fue a Tarso a buscar a Saulo». Experimentamos una extraña sensación al leer estas palabras. Ahora bien, ¿dónde estaba Saulo? Había tenido que dejar Jerusalén como fugitivo después de su primer encuentro con la comunidad: los hermanos le habían hecho partir para Tarso (9,23-30). No sabemos lo que hizo Pablo durante estos años de ausencia. ¿Estuvo inactivo por completo? Pero Bernabé no ha olvidado a Pablo. Fue él quien hizo en su momento de intermediario, en Jerusalén, de aquel hombre cuando acababa de llegar de Damasco, y había intentado granjearle la confianza de la comunidad madre, atestiguando el encuentro de Saulo con el Señor (9,27).

Los Hechos de los apóstoles no nos dicen cómo Bernabé estaba tan bien informado respecto a Pablo. Fue una disposición providencial, y como tal siguió la amistad de estos dos hombres.

El Espíritu que guía a la Iglesia se sirve de vínculos humanos personales para el bien de la sociedad. Volvemos a preguntarnos qué habría pasado si Bernabé, durante su estancia en Antioquía, no se hubiera acordado de Saulo. ¿Por qué fue a buscarle? A buen seguro, no por su propio interés. Pensaba ya en Pablo desde hacía tiempo, como podemos presumir, y sabía que su amigo sufría por estar tan alejado de aquella obra a la que parecía llamado. No sin motivo nos dice nuestro texto que Bernabé era «un hombre de bien» (J. Kürzinger, Commenti spirítuali del Nuovo Testamento. Att¡ degli Apostoli, Roma 21969, I, pp. 304ss).

 

 

San Antonio de Padua (13 de junio)

 

Se le llama «de Padua» por la ciudad en la que murió y en la que reposan sus reliquias, pero nació en Portugal en el año 1195 y fue bautizado con el nombre de Fernando. En 1210 entró en los canónigos regulares de san Agustín en el monasterio de San Vicente, cerca de Lisboa, y, dos años después, el deseo de llevar una vida más recogida le llevó a Santa Cruz de Coimbra.

Poco después de su ordenación sacerdotal, en el año 1220, tras haber visto los cuerpos de los primeros mártires franciscanos en Marruecos, manifestó su nueva vocación, y así fue como entró en los frailes menores con el nombre de Antonio.

En 1221, participó en el «capítulo de las Esteras» en la Porciúncula, y vio a Francisco. Tras pasar algunos años de vida retirada y oración, empezó por obediencia el apostolado de la predicación. Predicó, dirigiéndose al pueblo, contra los herejes en Italia y en Francia y obtuvo el fruto de conversiones.

San Antonio murió a los treinta y seis años de edad, en el lugar que hoy se llama Arcella, en Padua. Fue canonizado cuando todavía no había pasado un año de su muerte, el día de Pentecostés de 1232, en Spoleto, por el papa Gregorio IX.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 61,1-3

1 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres, para curar los corazones desgarrados y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros, la libertad.

2 Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor y un día de venganza para nuestro Dios; para consolar a todos los afligidos,

3 para alegrar a los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza por una corona; su traje de luto, por perfumes de fiesta; y su abatimiento, por cánticos.

 

**• Este breve pasaje bíblico de Isaías presenta la misión y la vocación del profeta. Ha sido encargado de anunciar la liberación de los cautivos y un «año de gracia » y la venganza divina. El don del espíritu caracteriza la misión profética: hace conocer la Palabra de Dios y capacita para comunicarla. El profeta es considerado un instrumento de Dios que exhorta, consuela y enseña con claridad su mensaje. Las palabras del profeta quieren volver a dar a los israelitas, recién repatriados, defraudados y desanimados, un entusiasmo confiado y una esperanza animosa y audaz: Dios quiere y puede cambiar realmente su calidad de vida. Al mismo tiempo, hay en estas páginas un realismo profético que exige un compromiso concreto de cara a una renovación inmediata de la sociedad judía.

El espíritu del Señor, derramado sobre los reyes y los sacerdotes mediante la unción, se da ahora a toda la comunidad religiosa. Es el espíritu del Señor el que da origen a una nueva época de la historia y a la alegre noticia de la liberación: al «Evangelio». Es el espíritu del Señor el que lleva a cabo la salvación, no el ejército del rey o la fuerza del hombre. Con Jesús se cumple la promesa de la efusión universal del Espíritu: éste desciende sobre todos los bautizados y se nos manifiesta principalmente como una fuerza capaz de realizar cosas extraordinarias, entre las que figuran la proclamación de la Palabra con franqueza y libertad, así como el testimonio de una vida plenamente evangélica hasta el martirio.

 

Evangelio: Lucas 10,1-9

En aquel tiempo,

1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar.

2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino. 5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.

6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros.

7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan.

9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios.

 

**• El fragmento del evangelista Lucas comienza con Jesús enviando a los discípulos como el Padre le envió a él. Esta misión pone tal vez más de relieve, en todo caso más que la de los Doce, la universalidad de la evangelización.

Su destinatario no es sólo el pueblo israelita, sino todas las naciones del mundo, puesto que toda la humanidad es esa mies madura para recibir la salvación.

Por otra parte, en la vocación de estos primeros misioneros están representados todos los cristianos que, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, han sido y son enviados por Cristo a ejercer el apostolado. El estilo debe ser el itinerante, basado en la pobreza y en la gratuidad.

El contenido esencial del anuncio es el Reino de Dios y su paz. La oración es la actitud del discípulo que reconoce la gratuidad y la iniciativa divinas. La perspectiva que se abre ante los misioneros no es demasiado alegre y reconfortante. No pueden contar con la fuerza, ni con el poder, ni con la violencia. Es la pobreza la que se convierte en fundamento y signo de su libertad y de su plena entrega a la única tarea.

El misionero está expuesto por completo, incluso por lo que se refiere a su sustento, a los riesgos de la misión: acogida o rechazo, éxito o fracaso; pero nada puede detener o impedir la prosecución de su mandato. Nuestro misión, hoy como ayer, es ser mensajeros de la paz y de la bendición de Cristo.

 

MEDITATIO

San Antonio, que estaba dotado de una extraordinaria preparación intelectual y de una gran capacidad de comunicación, había maravillado con su sabiduría evangélica, sorprendido a los herejes, convertido a los pecadores y fascinado al pueblo con sus virtudes y sus milagros. San Antonio, predicador itinerante, encarnó el Evangelio de Cristo, llevando de un sitio a otro su paz, con el estilo de una vida obediente a la voluntad de Dios, disponible a las incomodidades y a las fatigas de la misión y compasivo con toda realidad humana probada por el sufrimiento en todas sus formas. Lo atribuía todo al poder de la oración.

El testimonio de vida de san Antonio refleja la comprometedora belleza y profundidad de quien vive constantemente en íntima comunión con Dios, con el único deseo de cumplir su voluntad y manifestar su infinito amor a toda criatura. San Antonio, precisamente por ser humilde y pobre -y en esto se muestra como digno hijo de san Francisco-, deja aparecer los grandes prodigios de Dios: los milagros físicos y espirituales que el Altísimo realiza en los que confían sólo en él, en virtud de una fe cotidiana, auténtica e inquebrantable.

La luz y la creatividad de la Palabra escuchada, meditada y orada obraron en san Antonio los frutos de una caridad incansable, paciente, sin prejuicios de ningún tipo y, además, tenaz frente a las imprevisibles dificultades.

Lo que se tomó más a pecho fue anunciar la ternura de Dios, su bondad y la infinita misericordia con la que nos revela su corazón de Padre. San Antonio nos llama a lo esencial, a la amistad con Dios, fuente de todo bien; fuente de esa paz y alegría que nada ni nadie podrá quitarnos nunca. Meditando sobre su vida descubrimos las maravillas de la fidelidad de Dios, que sigue con amor el camino de quien busca su rostro, haciéndole participar de todos sus dones y colaborador de su proyecto de vida sobre la humanidad.

 

ORATIO

No temáis, no os alejéis, no abandonéis la Palabra de Dios; os aseguro que aquel en quien ponemos nuestra esperanzano permitirá que nada os turbe. (A. F. Pavanello, S. Antonio di Padova, Padua 1976, p. 86).

 

CONTEMPLATIO

La contemplación no está en poder del contemplativo,  sino que depende de la voluntad del Creador, que otorga la dulzura de la contemplación a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Hay dos tipos de contemplativos: unos se ocupan de los otros, se entregan a ellos; otros, en cambio, no se ocupan de los otros ni de ellos mismos y se sustraen incluso de las cosas necesarias.

Oh hermano, cuando sirves al prójimo, entrégate por completo a él; en cambio, cuando te unas a Dios, olvidando todo lo del pasado, sumérgete en la oración y deja de pensar en los servicios y beneficios que has ofrecido o vas a ofrecer. Los que no se ocupan de los otros ni de sí mismos, aíslen en la mente afectos breves y cortos, recójanse enteramente en sí mismos, de suerte que la mente, atenta a una sola cosa, pueda levantar el vuelo con mayor facilidad y fijar los ojos en el áureo fulgor del sol, sin quedar deslumbrada ("Antonio di Padova", en Dizionario francescano, Internet Mistici, Secólo XIII, Asís 1995, I, 993).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia la invocación de san Antonio de Padua: «Que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todos los ojos en el refectorio estaban fijos en el orador. El que hablaba lo hacía con una gran desenvoltura y sencillez unidas al fervor. Las citas del evangelio se sucedían copiosas, como si el orador tuviera el misal abierto delante de él.

¿Acaso no consiste nuestra tarea en seguir el ejemplo de nuestro Señor, en llevar paz y esperanza a los que caen en la tristeza y en la desesperación? Jesús ha venido para salvar a todos, pero nos ha llamado a nosotros para que le ayudemos en esta obra. Cuando multiplicó los panes y los peces, puso en las palmas de las manos de los apóstoles pequeñas porciones partidas, para que ellos, a su vez, las partieran y las pasaran a la gente. Dijo: «Alimentadlos». Se comportó así para mostrar que aunque él es el creador de la obra, ésta tiene que ser llevada a su culminación por medio de los hombres. Quiere que le imitemos.

Y cuando le imitamos, recibimos un poder que las acciones humanas comunes no tendrán nunca. Fijaos: sin él, todo parece hundirse en el mundo e ir a la ruina. En el mundo se desarrolla una lucha fratricida. Los hombres sufren y perecen, son como «ovejas sin pastor». Cuando nos apoyamos en él, todo crece y se multiplica. Basta con partir el pan recibido de Jesús para alimentar con él a multitudes enteras... (J. Dobraczynski, Gli uccelli cantono, i pesa ascoltano..., Padua 1987, p. 142).

 

 

San Luis Gonzaga (21 de junio)

 

Luis nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglione delle Stiviere (Mantua). Fue el primogénito del marqués Don Ferrante, almirante del rey de España, y de Doña Marta, de los condes de Sántena (Turín). Después de pasar más de dos años en la corte de los Médici en Florencia y un año en la de los Gonzaga en Mantua, Luis permaneció durante mucho tiempo en la corte de Felipe II, en Madrid.

Sin embargo, al mismo tiempo, la gracia iba obrando en él proyectos muy diferentes, de modo que, vuelto a Castiglione en 1584, el prometedor condotiero soñado por Don Ferrante libró durante más de un año una batalla «completamente distinta»: contra su padre (aunque apoyado por su madre), a fin de realizar un sueño «completamente distinto», en la corte de un Rey crucificado.

Una vez vencida la oposición paterna, el 2 de noviembre del año 1585, y renunciado al marquesado en favor de su hermano Rodolfo, Luis entró en el noviciado romano de los jesuitas.

Estaba a punto de recibir la ordenación sacerdotal cuando, al estallar una epidemia de tifus petequial, fue contagiado mientras curaba a los «apestados» y, con sólo veintitrés años, murió el 21 de junio de 1591, en la octava del Corpus Christ¡, como había predicho.

 

LECTIO

Primera lectura: Filipenses 3,8-14

Hermanos:

8 pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo

9 y vivir unido a él con una salvación que no procede de la Ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a través de la fe.

10 De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos y moriré su muerte,

11 a ver si alcanzo así la resurrección entre los muertos.

12 No pretendo decir que haya alcanzado la meta o conseguido la perfección, pero me esfuerzo para ver si la conquisto, por cuanto yo mismo he sido conquistado por Cristo Jesús.

13 Yo, hermanos, no me hago ilusiones de haber alcanzado la meta, pero, eso sí, olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante

14 y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús.

 

** En el centro de este famoso himno cristológico, fulcro de Flp 3, Pablo muestra lo que debemos hacer para imitarle y avanzar expeditos, como él, por el camino de la santidad: en primer lugar, reevaluar -hasta despreciarlas- las cosas de este mundo, comparándolas precisamente con las divinas. Y, en segundo lugar, acentuar la identificación con Cristo, tendiendo precisamente cada vez más a «revestirnos del hombre nuevo» y, desbaratando cualquier relación precedente -judío y griego, esclavo y libre-, proceder siempre más allá: con el magis ignaciano, como diría san Luis. El ritmo de las frases en los vv. 8-11 es el de la contraposición antinómica, sugerida por las palabras «nada vale la pena si se compara», mientras que las formas verbales dejan entrever la progresión temporal que va del pasado al presente -de la justicia según la Ley a la de la fe en Jesús-, para extenderse hacia la perspectiva de un futuro expresado con una serie de proposiciones finales: «Con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él... para ver si alcanzo así la resurrección entre los muertos».

En tercer lugar, en los vv. 12-14 se remacha que la iniciativa viene siempre de la gracia («yo mismo he sido conquistado por Cristo Jesús»), la mirada corre a la meta-premio («corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús»). A esa llamada de Dios es preciso responder, sin embargo, sin medias tintas: «Olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante» (de nuevo el magis).

 

Evangelio: Mateo 13,44-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

44 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo deja oculto y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.

45 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con un mercader que busca ricas perlas y que,

46 al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

 

**• La doble parábola, montada sobre un descubrimiento extraordinario -el tesoro en el campo y una perla de gran valor-, expresa el efecto que tiene el Reino de los Cielos en cuantos lo descubren. La relativa casualidad del descubrimiento evoca, ciertamente, la gratuidad del Reino y al mismo tiempo, que la gracia no es algo barato. Se deduce de la estructura de las parábolas, que gira en torno al «comprar»: en la primera, el hombre que tuvo la fortuna de encontrar por casualidad el tesoro hace lo imposible («lleno de alegría») por comprar el campo y tener así el tesoro; en la segunda, el buscador de ricas perlas vende todo lo que tiene para comprar la pieza excepcional (Mateo es el único de los sinópticos que insiste tres veces en la hermosura de esa perla). Lo mismo ocurre con quien descubre el valor del Reino, pues la alegría que le inspira ese hecho tan extraordinario inspira las acciones consiguientes: deshacerse de todo lo que tiene, para obtener la única cosa preciosa e importante -en el evangelio se deja espacio para alternativas de este tipo-. Por eso, a Luis se le volvió intolerable vivir en medio del lujo contemplando al Hijo de Dios, «que, de rico como era, se hizo pobre», y la corona nobiliaria le pareció un insulto a la memoria de la corona de espinas.

 

MEDITATIO

Ya en 1926, bicentenario de la canonización de san Luis Gonzaga, Pío XI señaló al santo como «verdadero lirio de pureza y verdadero mártir de la caridad», mientras que, en 1968, Pablo VI deseaba que el cuarto centenario de san Luis hiciera «justicia a tantos preconceptos sobre la genuina fisionomía de su personalidad» y fuera capaz de «ofrecer un modelo válido a la juventud de hoy, asediada por el materialismo y por el hedonismo, pero abierta también y disponible a los grandes ideales».

Pablo VI consideraba muy actual este mensaje de san Luis: «Concebir la existencia como entrega a Dios» (= la consagración, en diferentes formas), «que debemos gastar por los otros» (= el servicio de caridad con los hermanos).

Es un proyecto de vida exaltador, que Luis realizó sin demoras, aunque no a bajo precio, dado que debió superar, por gracia, notables dificultades externas e internas (de naturaleza y ambientales). Por eso es lícito decir que, en la medida en que Dios nos da la posibilidad de merecer -haciéndonos desear cuanto quiere concedernos-,

Luis mereció los dones recibidos, correspondiendo a ellos a lo grande. Sobre las dificultades y batallas externas, recordemos que la vocación de Luis es, paradójicamente, «cortesana», en cuanto que nació durante el bienio que pasó en la corte de los Médici –donde hacían estragos ciertas pasiones muy poco nobles, a las que Luis contrapuso el voto de castidad, emitido a los pies de la Santísima Anunciación-, se consolidó en el año transcurrido en la corte de los Gonzaga de Mantua -famosa por las trampas y violencias- y tomó su forma definitiva en la corte de Madrid, que destacaba por la arrogante presunción de sus vistosos personajes y la

adulación de los sometidos, mientras que todos estaban convencidos de servir a la Iglesia.

Precisamente en este ambiente perfeccionó Luis su respuesta vocacional, yendo a contracorriente de una manera decidida: no sólo confirmando su renuncia al matrimonio, hecha con el voto de castidad formulado en Florencia, sino renunciando asimismo tanto a las carreras y a los honores mundanos -como prometía aquella corte- y optando por la vida religiosa, como a los mismos cargos honoríficos de la propia Iglesia, entrando en la recién nacida «mínima Compañía de Jesús», que, por sus estatutos, los rechazaba.

Éste es el «desprecio», para obtener una «ganancia» muy diferente que hemos visto en la lectio, añadiéndole, no obstante, el típico sens of humour de Luis, registrado de este modo por su primer biógrafo: «Cuando veía en los palacios de los príncipes, incluso eclesiásticos, los oros, los adornos, los obsequios de los cortesanos, apenas podía contener la risa, por lo viles que le parecían tales cosas».

Hay un dicho que sintetiza igualmente bien las mirabilia Dei en Luis: fue casto, a pesar de ser Gonzaga; pobre, a pesar de ser marqués; humilde, a pesar de ser jesuíta.

No por casualidad, María Magdalena de Pazzi -que probablemente rezó en Florencia, el año 1578, junto a Luis en la pequeña iglesia de S. Giovannino- exclamó en un éxtasis el 4 de abril de 1600: «Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso. Quisiera ir por todo el mundo y decir que Luis es un gran santo».

 

ORATIO

Los deseos que tienes debes encomendarlos a Dios no como están en ti, sino como son en el pecho de Cristo [recinto del Corazón de Jesús, al que Luis (como Magdalena de Pazzi) tuvo gran devoción], puesto que, si son buenos, estarán antes en Jesús que en ti y serán expuestos por él incomparablemente con mayor afecto al Padre eterno. Si tienes, a continuación, deseo de cualquier virtud [en particular], debes recurrir a los santos que más destacaron en ella: por ejemplo, para la humildad, a san Francisco; para la caridad a los santos Pedro y Pablo, etc. Porque así como el que quiere obtener una gracia relacionada con la milicia de un príncipe terreno la consigue con mayor facilidad si recurre al general o a sus coroneles, ¿qué no haría si recurriera al mayordomo de aquel príncipe? Así, si queremos obtener de Dios la fortaleza, debemos recurrir a los mártires; si queremos la penitencia, a los confesores, y así con cada una de las virtudes (Luis Gonzaga, Affetti di devozione, escritos en torno a 1589).

 

CONTEMPLATIO

Hagiógrafos y pintores nos muestran a Luis casi en éxtasis ante el Santísimo Sacramento, y, en verdad, desde su primera comunión (el 22 de junio de 1580, de manos de san Carlos Borromeo), su fervor eucarístico nunca se debilitó. Su primer biógrafo habla de la fuerza irresistible que le impulsaba -olvidando la habitual gravedad de su caminar- a correr por los corredores hacia la capilla. Y cuando, por el empeoramiento de su salud, se le prohibió permanecer durante mucho tiempo en la capilla, solía entrar repetidas veces en el ábside y, tras hacer la genuflexión, se retiraba deprisa: casi temiendo la atracción del tabernáculo. No menos contemplativa era su devoción a María: recordemos que en Florencia, cuando estaba en aquella corte, Luis entró definitivamente (con voto) en la más sublime Corte del Cielo, donde María es la Reina y los ángeles sus pajes.

 

ACTIO

        Repite hoy con frecuencia esta máxima entrañable a san Luis: «Quid hoc ad aeternitatem?» [¿Qué y cuánto ayuda esto para la eternidad?].

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Luis había adquirido en la corte de España una característica a contracorriente. No quería, ciertamente, ostentar su propia mortificación, como tantas señoras y señores a su alrededor, empinados y atrevidos, ostentaban su oficiosa piedad. Si se atrevía a hacer lo que hacía, a pesar de las quejas de su padre y a los ojos de los más feroces conformistas del siglo, lo hacía para romper la sugestión de aquel mismo conformismo ruinoso, y abrir la tenaza del lujo y de la etiqueta. No imaginaba dar, a los catorce años, una lección tan grande al mundo. Había en su modo de actuar algo más profundo que una reacción personal todo lo justificada y oportuna que se quiera, pero siempre fruto de un «yo» indignado. La realidad íntima que había en él era diferente: era un ingenuo poder de amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Luis actuaba por el simple, lineal y amoroso deseo de compensar a la gloria divina ofendida por tanto derroche del mundo. En esta reparación no admitía demoras ni subterfugios: era preciso reparar. En este sentido, Luis, que era, probablemente, el muchacho más dócil y sometido de Madrid, se convertía en un rebelde contra el mundo y en un revolucionario contra una sociedad adulterada y abusiva. Sólo Dios puede saber lo que le costó aquella «voluntad de llevar la contraria» [el agüere contra ignaciano] en un ambiente que, en el rondo, le atraía y le infundía respeto, como el de la corte de España (G. Papasogli, Ribelle di Dio. San Luigi Conzaga, Milán 1968, pp. 176ss [edición española: Joven, rebelde y santo, Salamanca 1977]).

 

 

Santo Tomás Moro (22 de junio)

 

Tomás Moro nació en Londres en 1477. Recibió una excelente educación clásica y se graduó en Derecho en la Universidad de Oxford. Su carrera en leyes le llevó al parlamento.  En 1505 se casó con Jane Colt, con quien tuvo cuatro hijos. Jane murió joven, y Tomás contrajo nuevamente nupcias con una viuda, Alice Middleton.

Fue un hombre de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos. En 1516 escribió su famoso libro Utopía. Su saber y su persona atrajeron la atención del rey de Inglaterra, Enrique VIII, quién lo nombró para importantes puestos en el reino y, finalmente, Lord Chancellor, canciller, en 1529. Pero Tomás renunció a sus cargos en 1532, cuando el rey Enrique persistió en repudiar a su esposa, Catalina de Aragón, para casarse con otra mujer, Ana Bolena, con lo cual el monarca se disponía a romper la unidad de la Iglesia y formar la Iglesia anglicana bajo su autoridad. Esto hizo que Tomás pasara el resto de su vida escribiendo, sobre todo, en defensa de la Iglesia. En 1534, con su buen amigo el obispo, después santo, Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey como cabeza de la nueva Iglesia. Estaba dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de autoridad, lo civil, pero no aceptaba su usurpación de la autoridad sobre la Iglesia.

Cuando iba a ser martirizado, ya en el cadalso para la ejecución, Tomás dijo a la gente allí congregada que él moría como «buen servidor del rey, pero primero de Dios». Fue decapitado el 6 de julio de 1535.

 

LECTIO

Primera Lectura: Santiago 1,2-4.12

2 Considerad como gozo colmado, hermanos míos, el estar rodeados de pruebas de todo género.

3 Tened en cuenta que, al pasar por el crisol de la prueba, vuestra fe produce paciencia,

4 y la paciencia alcanzará su objetivo, de manera que seáis perfectos y cabales, sin deficiencia alguna.

12 Dichoso el hombre que aguanta en la prueba, porque, una vez acrisolado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman.

 

**• A quienes no viven desde la fe, «estar rodeados de pruebas de todo género» les conduce a la desesperación. Sin embargo, quien vive consecuentemente con su fe confía, durante la prueba, en el sufrimiento redentor de Jesucristo, teniendo presente lo que escribió san Pablo: «De todo me siento capaz, pues Cristo me da la fuerza» (Flp 4,13).

 

Evangelio: Mateo 10,17-22

En aquel tiempo,  dijo Jesús a sus apóstoles:

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en

sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará».

 

*+• Las palabras oídas: «Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir, pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros», son todo un apoyo y descanso para quien ejerce cualquier apostolado. La confianza en el poder de Dios es imprescindible para el cristiano, como lo fue para Tomás Moro.

 

MEDITATIO

Tomás y el obispo Fisher se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en el que la gran mayoría de conciudadanos cedía ante la presión del rey Enrique VIII por miedo a perder la vida.

Ellos demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio, ya que fueron encerrados en la Torre de Londres.

Catorce meses más tarde, nueve días después de la ejecución de Juan Fisher, Tomás Moro fue juzgado y condenado como traidor. Él manifestó ante la corte que le condenaba que no podía ir en contra de su conciencia y les dijo a los jueces: «Ojalá podamos después, en el cielo, reunimos todos felizmente para la salvación eterna».

 

ORATIO

Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza. Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu. Dame, buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a ti muy por encima de mi amor por mí.

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a ti. Y dame, buen Señor, tu amor y tu favor; que mi amor a ti, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido (oración de Tomás Moro antes de su muerte).

 

CONTEMPLATIO

Qué gran modelo es santo Tomás Moro para todos, especialmente para los políticos, gobernantes y abogados. Su decidida voluntad de ser fiel a sus principios cristianos y de fidelidad a la Iglesia de Cristo hemos de contemplarla en nuestra vida. Supo renunciar conscientemente a cargos importantes para ser consecuente con sus creencias. Pidámosle que su valentía nos inspire a todos a mantenernos firmes e íntegros en la verdad, sin guardar odios ni venganzas.

Señor, que has querido que el testimonio del martirio sea perfecta expresión de la fe, te rogamos que, por la intercesión de santo Tomás Moro, nos concedas ratificar con una vida santa la fe que profesamos de palabra.

 

ACTIO

Repite frecuentemente: «En mi vida, en todos mis actos, Señor, "hágase tu voluntad"».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aunque estoy muy convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, ciertamente, sólo con esto su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes con los que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá o, bien, dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a la divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento de premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe de viento, y haré lo que él hizo.

Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda. Y si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una caída así redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy seguro es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si por mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor (Tomás Moro, carta escrita en la cárcel a su hija Margarita. The english works of sir Thomas More, Londres 1557).

 

 

Natividad de san Juan Bautista (24 de junio)

 

Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el «precursor» de Jesús.

Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.

La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti».

4 Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

5 Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

6 Él dice: «No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra».

 

**• Entre los «cantos del siervo de YHWH», el que hemos leído se caracteriza porque pone muy de manifiesto el sentido y la naturaleza de la misión que se le confió a éste desde el día en que fue concebido en el seno de su madre: una circunstancia que corresponde bien a san Juan Bautista. El siervo de YHWH recibe del Señor un nombre, una llamada, una revelación. Se le reserva un trato especial en consideración a la misión -igualmente especial- que le espera. A él se le revela esa gloria que él deberá hacer resplandecer ante los que escucharán su palabra.

La misión del siervo de YHWH conocerá también, no obstante, las dificultades y las asperezas de la crisis, justamente como le sucederá a Juan el Bautista. El verdadero profeta, sin embargo, sólo espera de Dios su recompensa, y confía en la «defensa» que sólo Dios puede asegurarle. Por último, sorprende en esta lectura la apertura universalista de la misión del siervo de YHWH: será «luz de las naciones para que mi salvación llegue

hasta los confines de la tierra» (v. 6).

 

Segunda lectura: Hechos 13,22-26

En aquellos días, decía Pablo:

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de su venida, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia.

25 El mismo Juan, a punto ya de terminar su carrera, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a quienes se dirige este mensaje de salvación.

 

**• En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.

En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.

Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Ésta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66.80

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan.

61 Le dijeron: -No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque, efectivamente, el Señor estaba con él-

80 El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.

 

**• El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.

Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre -el de Juan- que es preludio de otro nombre: el de Jesús.

Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).

Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.

 

MEDITATIO

Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la perra meditar sobre el deber de preparar la servida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.

Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.

 

ORATIO

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a ser «voz»: concédenos reconocer tu Palabra, reconocer la única Palabra de vida eterna, para que anunciemos esta sola Verdad a los hermanos. Oh Dios de nuestros padres,

tú nos llamas a ser «el amigo del Esposo»; hazme solícito a preparar los corazones de los hombres, para que estén bien dispuestos a acogerlo.

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a señalar el Cordero de Dios a los hombres: haz que nunca me ponga sobre él, sino que él crezca y yo mengüe.

 

CONTEMPLATIO

Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto [...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas [...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Le 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre (Sofronio de Jerusalén, Le omelie, Roma 1991, pp. 159ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia hoy estas palabras referidas al Bautista: «Serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Le 1,76).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.

Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia.

Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ¡limitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y -por muy dura que pueda ser- con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo (A. von Speyr, // Verbo si fa carne, Milán 1982, I, pp. 64ss).

 

 

San Ireneo de Lyon (28 de junio)

 

Ireneo, originario de Asia Menor, fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna, de donde se deduce que debió de nacer hacia el año 130 en esta ciudad o en los alrededores. Siguiendo una ruta de emigración común en aquellos tiempos, Ireneo se trasladó de Asia Menor a la Galia, y el año 177 fue enviado por la comunidad de Lyon a Roma, para llevar una carta de recomendación al papa Eleuterio a favor de los montañistas. A su vuelta, fue elegido obispo de Lyon en lugar del anciano Potino, que murió mártir en la persecución de Marco Aurelio. Debemos situar su muerte entre los años 202 y 203. Ireneo, último varón apostólico y primer teólogo de la tradición, es un eslabón de unión entre los padres del siglo II y los del siglo III. Contra los herejes (Adversus haereses) es su obra maestra en defensa de la verdad de la Iglesia contra los ataques del gnosticismo.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 2,22b-26

Querido hermano:

22 Procura practicar la justicia, la fe, la caridad y la paz con los que invocan al Señor de todo corazón.

23 Evita las discusiones necias y superficiales, sabiendo que engendran disputas.

24 Un siervo del Señor no debe ser buscapleitos, sino condescendiente con todos, apto para enseñar y sufrido;

25 debe corregir con dulzura a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento que lleva al conocimiento de la verdad,

26 y que así se libren del lazo del diablo, a cuya voluntad están sujetos.

 

*•• En este fragmento de la segunda Carta a Timoteo se ponen de relieve algunas de las cualidades características que debe poseer todo auténtico maestro de la verdad en la Iglesia y todo verdadero pastor de la comunidad cristiana. No debe perderse en «discusiones necias» que engendran divisiones en el seno de la comunidad. Esas vanas elucubraciones eran particularmente gratas a los oscuros y nebulosos doctores del gnosticismo. Contra ellos, Ireneo demostró, con su enseñanza y con su vida, que los verdaderos discípulos de Cristo deben permanecer firmemente anclados en la tradición del Evangelio, que vive perennemente en la Iglesia.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo:

20 Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco, y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.

 

**• Se trata de la célebre oración de Jesús por la unidad: «Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros» (v. 22). La gloria de Dios es la comunión de todos los hombres con Dios y entre ellos. «La gloria de Dios es el hombre viviente», dice san Ireneo, afirmando así que nunca se puede separar a Dios del hombre, ni al hombre de Dios, poniéndolos en un plano de competición y obligando a elegir a uno de los dos. No, Dios y el hombre van siempre unidos. Dios es el aliado del hombre y está siempre a su lado para llamarle a su misma vida divina.

 

MEDITATIO

Por eso el Verbo fue hecho dispensador de la gracia del Padre para utilidad de los hombres, por los cuales ordenó toda esta economía, para mostrar a Dios a los hombres y presentar el hombre a Dios. De esta manera custodió la invisibilidad del Padre, por una parte para que el hombre nunca despreciase a Dios y para que siempre tuviese en qué progresar, y, por otra parte, para revelar a Dios a los hombres mediante una rica economía, a fin de que el hombre no cesase de existir faltándole Dios enteramente. Porque la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios. Si la manifestación de Dios por la creación da vida en la tierra a todos los vivientes, mucho más la manifestación por el Verbo del Padre da vida a los que contemplan a Dios [...].

Es, pues, necesario que primero observes tu orden humano, para que en seguida participes de la gloria de Dios. Porque tú no hiciste a Dios, sino que él te hizo. Y si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que hace todas las cosas en el tiempo oportuno y, de igual manera, obrará oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un corazón blando y moldeable y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó; guarda en ti la humedad, no vaya a ser que, si te endureces, pierdas las huellas de sus dedos.

Conservando tu forma subirás a lo perfecto, pues el arte de Dios esconde el lodo que hay en ti. Su mano plasmó tu ser; te reviste por dentro y por fuera con plata y oro puro (Ex 25,11), y te adornará tanto que el Rey deseará tu belleza (Sal 45[44],12). Mas si, endureciéndote, rechazas su arte y te muestras ingrato con aquel que te hizo un ser humano, al hacerte ingrato con Dios pierdes al mismo tiempo el arte con el que te hizo y la vida que te dio: hacer es propio de la bondad de Dios, ser hecho es propio de la naturaleza humana. Y por este motivo, si le entregas lo que es tuyo, es decir, tu fe y obediencia, entonces recibirás de él su arte, que te convertirá en obra perfecta de Dios.

Mas si rehúsas creer y huyes de sus manos, la culpa de tu imperfección recaerá en tu desobediencia y no en aquel que te llamó: él mandó convocar a su boda, y quienes no obedecieron se privaron, por su culpa, de su cena regia (Mt 22,3). A Dios no le falta el arte, y es capaz de sacar de las piedras hijos de Abrahán (Mt 3,9; Le 3,8), pero el que no se somete a tal arte es causa de su propia imperfección. Es como la luz: no falta porque algunos se hayan cegado, sino que la luz sigue brillando y los que se han cegado viven en la oscuridad por su culpa.

Ni la luz obliga por la fuerza a nadie, ni Dios a nadie somete por imposición a su arte (Ireneo de Lyon, Contra los herejes IV, 20,7 y 39,2ss).

 

ORATIO

Yo también te invoco, «Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob y de Israel», que eres el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios que por la multitud de tu misericordia te has complacido en nosotros para que te conozcamos; que hiciste el cielo y la tierra, que dominas sobre todas las cosas, que eres el único Dios verdadero, sobre quien no hay Dios alguno; por nuestro Señor Jesucristo, danos el Reino del Espíritu Santo; concede a todos los que leyeren este escrito conocer que tú eres el único Dios, que en ti están seguros, y defiéndelos de toda doctrina herética, sin fe y sin Dios (Ireneo de Lyon, Contra los herejes III, 6,4).

 

CONTEMPLATIO

Pues como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan sin algo de humedad, tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús sin el agua que proviene del cielo. Y como si el agua no cae la tierra árida no fructifica, tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita [...].

Conservamos esta fe, que hemos recibido de la Iglesia, como un precioso perfume custodiado en su frescura en buen frasco por el Espíritu de Dios, y que mantiene siempre joven el mismo vaso en que se guarda [...].

En consecuencia, si el cáliz mezclado y el pan fabricado reciben la Palabra de Dios para convertirse en eucaristía de la sangre y el cuerpo de Cristo, y por medio de éstos crece y se desarrolla la carne de nuestro ser, ¿cómo pueden ellos negar que la carne sea capaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna? [...] Cuando una rama desgajada de la vid se planta en la tierra, se pudre, crece y se multiplica por obra del Espíritu de Dios, que todo lo contiene. Luego, por la sabiduría divina, se hace útil a los hombres y, recibiendo la Palabra de Dios, se convierte en eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo. De modo semejante, también nuestros cuerpos, alimentados con ella y sepultados en la tierra, se pudren en ésta para resucitar en el tiempo oportuno: es el Verbo de Dios quien les concede la resurrección, para la gloria de Dios Padre (Flp 2,11) (Ireneo de Lyon, Contra los herejes III, 17,2 y 24,1; V, 2,3).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia esta célebre máxima de san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre viviente».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Ireneo retorna hoy a la actualidad. Y se lo merece. Hay pocos escritores cristianos de los primeros siglos que hayan envejecido menos y cuya calidad haga apreciar mejor el tiempo.

¿Acaso no es él mismo semejante al vaso del que hablaba, que se vuelve oloroso por el perfume que contenía? Pocos teólogos iluminan mejor algunos de los problemas fundamentales que nuestro tiempo somete a nuestra reflexión. No es que tuviera la preocupación de responder a nuestras cuestiones, sino que su pensamiento estimula nuestra reflexión y marca una estela para nosotros. Las ideas que defendió se han impuesto a toda la Iglesia. Sus puntos de vista sobre la historia se presentan como anticipaciones. Ireneo es el profeta de la historia. Es, al mismo tiempo, profeta del pasado y profeta del futuro. El arraigo en la verdad recibida le

permite todas las audacias y produce las intuiciones teológicas de las que vivimos todavía. Para nuestro tiempo, que vuelve a ponerlo todo en discusión, sensible a lo que es auténtico y tiene sabor de verdad, san Ireneo es posiblemente, sobre todo, el profeta del presente (A. G. Hamman, Breve dizionario dei Padri Della Chiesa, Brescia 1983, 33-35 [edición española: Guía práctica de los padres de la Iglesia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1969]).

 

 

San Pedro y san Pablo (29 de junio)

 

Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el colegio apostólico. A Simón Pedro, pescador de Betsaida (cf. Le 5,3; Jn 1,44), Jesús le llamó Kefas- Piedra y le dio el encargo de guiar y confirmar a los hermanos, a pesar de su frágil temperamento. Su característica distintiva es la confesión de la fe. Es uno de los primeros testigos del Jesús resucitado y, como testigo del Evangelio, toma conciencia de la necesidad de abrir la Iglesia a los gentiles (Hch 10-11).

Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.

Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 12,1-11

1 Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia.

2 Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan,

3 y, viendo que este proceder agradaba a los judíos, se propuso apresar también a Pedro. En aquellos días se celebraba la fiesta de pascua.

4 Así que lo prendió, lo metió en la cárcel y encomendó su custodia a cuatro escuadras de soldados, con intención de hacerle comparecer ante el pueblo después de la pascua.

5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia oraba por él a Dios sin cesar.

6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerle comparecer, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, mientras dos guardias vigilaban la puerta de la cárcel.

7 En esto, el ángel del Señor se presentó y un resplandor inundó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el costado y le despertó diciendo: -¡Deprisa, levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos.

8 El ángel le dijo: -Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo así, y el ángel le dijo: -Échate el manto y sígueme.

9 Pedro salió tras él, sin darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacía, pues pensaba que se trataba de una visión.

10 Después de pasar la primera y la segunda guardias, llegaron a la puerta de hierro que da a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado.

11 Y Pedro, volviendo en sí, dijo: -Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí.

 

*• Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Le 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Éste tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios manifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario. El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss).

En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5).

Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss

Querido hermano:

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

18 El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, [ha] concluido [su] carrera» (v. 7).

Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa» (v. 8).

La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

*•• La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (vv. 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.

La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).

A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.

 

MEDITATIO

La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef 2,19ss).

Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.

El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.

Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.

La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.

 

ORATIO

Dios omnipotente y eterno, que con inefable sacramento quisiste poner en la sede de Roma la potestad del principado apostólico, para que a través de ella la verdad evangélica se difundiera por todos los reinos del mundo, concede que lo que se ha difundido por su predicación en todo el orbe sea seguido por toda la devoción cristiana (Sacramentarium Veronense, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978, n. 292).

 

CONTEMPLATIO

[...] en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia orando con san Pedro y san Pablo: «El Señor me asistió y me confortó» (2 Tim 4,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad -o mejor aún, la comunidad- de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ib¡ Ecclesia», «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro (R. Cantalamessa, La Parola e la vita, Roma 1978, p. 307).