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LECTIO DIVINA TIEMPO ORDINARIO (AÑO IMPAR)

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

Lectio diaria

Semana 9ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 10ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 11ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 12ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 13ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 14ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 15ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 16ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 17ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado

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1. Nuestro carácter ferial

Vamos a comparar, de manera breve, dos cuadros, casi dos iconos, de la dimensión ferial.

Veamos el primero: el hombre de hoy -cada uno de nosotros- en los días feriales. Nos encontramos inmersos en una febril e intensa actividad, en una carrera frenética y sin pausa. La dimensión ferial está marcada, para nosotros, por la «fiebre de la acción» y por el miedo a perder tiempo, por una doble y opuesta sensación: que nos roben nuestro tiempo y que nos coma el tiempo. Nuestra dimensión ferial está amenazada, está enferma.

Veamos ahora el otro cuadro: se trata de los primeros seis grandes días feriales en los que Dios está trabajando, hace ser y da forma a toda la creación (Gn 1,1-2,4). Viene, a continuación, el hombre, asociado a Dios en esta obra «ferial»: «el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara» (Gn 2,15). Aquí, la dimensión ferial es creativa; el tiempo aparece como un espacio de realización. La dimensión ferial se encuentra en estado de nacimiento y no conoce aún las turbaciones y los desgarros que vendrán después.

Nuestra dimensión ferial está enferma y necesita ser redimida. Esta enfermedad se ha originado por haber prestado oído a las voces del «enemigo»; la redención se llevará a cabo a través de la escucha del verdadero «Amigo». Escuchar a Dios en los días feriales es ponerse en marcha por el camino de la redención.

 

2. Escuchar a Dios en la vida ordinaria, en la condición ferial

 

La dimensión ferial, tiempo para custodiar, meditar y hacer fructificar la Palabra

 

        Nuestra condición ferial encuentra su rescate y su victoria en la escucha de la Palabra. Al final de la celebración eucarística de cada domingo se nos remite a los días feriales. Tías haber sido espectadores y haber vivido los glandes acontecimientos de la salvación, el Espíritu nos impulsa a salir, a proclamar y a dar testimonio de lo que hemos escuchado y vivido en el misterio de la celebración, lo que ha sido depositado en nosotros como depósito que debemos custodiar, meditar y hacer fructificar. A fin de que podamos vencer las grandes tentaciones, a fin de que podamos hacer frente sin miedo a los múltiples desafíos, el Espíritu de Dios se encuentra junto a nosotros y nos recuerda la Palabra que libera y salva.

La Palabra que hemos oído en los diferentes domingos vuelve de nuevo en los días feriales, aunque dispuesta en nuevos contextos y en nuevas sucesiones: cada lectura está puesta en contacto con otras diferentes a las del domingo; cada acontecimiento de la historia de la salvación se conjuga con otros; conjuntamente nos hablan después a nosotros, hombres y mujeres de los días feriales, para hacernos «ver más allá», para hacernos descubrir la voluntad del Amigo escondida en el tejido de la vida cotidiana, para introducirnos en los secretos de un amor concreto, para hacernos pasar de la dispersión a la unidad y de la soledad a la comunión, para hacernos capaces de ofrecer, día a día, el sacrificio espiritual que Dios espera de sus hijos, para darle a toda la vida una impronta pascual.

 

Escuchar para ser capaces de «ver más allá»

 

Durante los días feriales vivimos inmersos en una historia cuya orientación y sentido, con frecuencia, no acertamos a entrever de modo claro. A veces puede presentársenos como carente de dirección, caótica y sin sentido. Es como si nos encontráramos ante algo opaco que no permite ver lo que hay más allá. Los israelitas que caminan por el desierto no consiguen entrever lo que hay delante de ellos, lo que les espera; sin embargo, a Balaán -el hombre que «oye las palabras de Dios», el oyente- le ha sido quitado «el velo de los ojos», ha recibido un «ojo penetrante» y «ve la visión». Él es capaz de interpretar la historia y su orientación (Nm 24,3ss).

        Si nos hacemos oyentes de las «palabras de Dios», tendremos el ojo penetrante; seremos capaces de interpretar con mayor facilidad la historia, y en particular nuestra propia vida, y, sobre todo, seremos capaces de intuir la presencia de Dios en los pliegues de la vida de cada día, hasta en los dolorosos. Incluso cuando la oscuridad sea tal que no podamos vislumbrar nada y seamos como ciegos, si escuchamos la Palabra de Dios, percibiremos el paso del Señor y tendremos la fuerza necesaria para decirle: «Que yo pueda ver» (cf. Le 18,35-43).

 

Escuchar para descubrir la voluntad del Amigo

 

        La capacidad de escucha - u n don que Dios regala a cada hombre- nos lleva a descubrir su voluntad no como una fatalidad a la que no podemos sustraernos, sino como una manifestación de amor que encuentra su expresión en las cosas pequeñas de cada día. La familiaridad con la escucha diaria nos conduce a ser como el profeta que devora las palabras y hasta el libro (Jr 15,16), a convertir -precisamente como Jesús- la voluntad de Dios en nuestro alimento diario (Jn 4,34).

 

Escuchar para entrar en los secretos del amor

 

        Si somos capaces de ponernos a la escucha, los días feriales no serán un tiempo de lejanía de Dios; de una manera gradual, nos llevarán a entrar en la intimidad más profunda con él. La escucha humilde y atenta, el estar pendientes de los labios del amado, nos introducirá en la bodega del amor (Cant 2,4). Si no fallamos a la cita, descubriremos las infinitas atenciones de Dios, los juegos misteriosos de su ausentarse para volver a presentarse a continuación, su continuo sorprendernos. Estas palabras pueden parecer... exageradas, y así son para el que sigue aún en el umbral de la verdadera escucha.

 

Escuchar para pasar de la dispersión a la unidad, de la soledad a la comunión

 

        Los días feriales nos llevan a vivir «fuera»: fuera de casa y fuera también de nosotros mismos. De una manera extraña se insinúa el miedo de «volver a entrar en nuestra casa», en nosotros. En esta situación percibimos que algo -si no todo- se dispersa, se nos escapa. Sin esta vuelta, aunque estemos en medio de mucha gente, estaremos solos, nos será imposible encontrarnos con el otro, no llegaremos a la comunión.

        Si decidimos ponernos a la escucha de Dios, nuestros días feriales se convertirán en el tiempo en el que nos recuperaremos a nosotros mismos, recuperaremos nuestra identidad más profunda y estableceremos relaciones profundas y verdaderas con los otros.

 

Escuchar para ofrecer el sacrificio espiritual

 

        Aunque estamos situados en medio del «huerto», en el magno espacio del mundo, nosotros no debemos huir ni escondernos para no oír el paso de Dios. Dios pidió a los israelitas en el desierto que escucharan su voz porque sólo esto tenía valor de sacrificio: «Yo no prescribí nada a vuestros antepasados sobre holocaustos y sacrificios cuando los saqué de Egipto. Lo único que les mandé fue esto: Si obedecéis mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (Jr 7,22ss).

        Esta escucha de la Palabra de Dios convierte nuestros días feriales en el tiempo oportuno de nuestro sacrificio a Dios. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en «hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo» (1 Pe 2,5) (Lumen gentium 34).

 

Escuchar para ser redimidos, celebrar la pascua

Los días feriales transcurridos escuchando la Palabra se convierten en días de «rescatados», «santificados», redimidos; se convierten en días «pascuales», de «paso» hacia la pascua eterna; son como los escalones de la escalera de Jacob (Gn 28,10-12).

 

3. La ordenación de las lecturas

 

        En las ferias del tiempo ordinario hay dos ciclos anuales para la primera lectura: el ciclo I para los años impares, y el ciclo II para los años pares; para el evangelio hay un solo ciclo.

 

Ordenación de las lecturas evangélicas

 

        La ordenación adoptada para los evangelios prevé que se lea primero Marcos (semanas l-IX), después Mateo (semanas X-XXI), a continuación Lucas (semanas XXII-XXXIV). Los capítulos 1-12 de Marcos se leen en su totalidad; se prescinde sólo de dos perícopas del capítulo 6, que son leídas en días de otros tiempos. De Mateo y Lucas se leen lodos los pasajes que no se encuentran en Marcos. De este modo, algunas parles se leen dos o tres veces: se trata de aquellas que tienen características absolutamente propias en los distintos evangelios o son necesarias para entender bien la seguida del evangelio. El «discurso escatológico», en su redacción completa referida por Lucas, se lee al final del año litúrgico.

 

Ordenación de las primeras lecturas

 

        En la primera lectura se van alternando los dos Testamentos, varias semanas cada uno, según la extensión de los libros que se leen.

        De los libros del Nuevo Testamento se lee una parte bastante notable, procurando dar una visión sustancial de cada una de las cartas.

        En cuanto al Antiguo Testamento, no era posible ofrecer más que los fragmentos escogidos que, en lo posible, dieran a conocer la índole propia de cada libro. Los textos históricos han sido seleccionados de manera que den una visión de conjunto de la historia de la salvación antes de la Encarnación del Señor. Era prácticamente imposible poner los relatos demasiado extensos: en algunos casos se han seleccionado algunos versículos, con el fin de abreviar la lectura. Además, algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos por medio de textos tomados de los libros sapienciales, que se añaden, a modo de proemio o conclusión, a una determinada serie histórica (OLM 110).

        Proyectando una visión panorámica sobre los dos años, vemos que en los días feriales figuran casi todos los libros del Antiguo Testamento. Sólo se ha prescindido de los libros proféticos más breves (Abdías, Sofonías) y de un libro poético (Cantar de los cantares). Entre los libros narrativos con carácter edificante, que exigen una lectura más bien prolongada para ser entendidos como es debido, se leen Tobías y Rut; de los otros (Ester, Judit) se prescinde, aunque se leen algunos pasajes de los mismos en domingos o ferias de otros tiempos litúrgicos.

        Las primeras lecturas de los años impares están tomadas de Hebreos (semanas I-IV); Génesis 1-11 (V-VI); Eclesiástico (VII-VIII); Tobías (IX); 2 Corintios (X-XI); Génesis 12-50 (XII-XIV); Éxodo (XV-XVII); Levítico (XVII); Números (XVIII); Deuteronomio y Josué (XVIII-XIX); Jueces y Rut (XX); 1 Tesalonicenses (XXI-XXII); Colosenses (XXII-XXIII); 1 Timoteo (XXIII-XXIV); Esdras, Ageo y Zacarías (XXV); Zacarías, Nehemías y Baruc (XXVI); Jonás, Malaquías y Joel (XXVII); Romanos (XXVIII-XXXI); Sabiduría (XXXII); 1 y 2 Macabeos (XXXIII); Daniel (XXXIV).

 

 

 

 

 

Lunes 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 1,3; 2,1-9

11 Historia de Tobit, de la tribu de Neftalí,

2 que en tiempos de Salmanasar, rey de Asiría, fue deportado, pero aunque se encontraba en el exilio no abandonó el camino de la verdad.

2,1 Una vez, durante nuestra fiesta de pentecostés, la santa fiesta de las siete semanas, me prepararon un buen banquete y yo me senté a comer.

2 Cuando me habían puesto la mesa, con abundantes manjares, dije a mi hijo Tobías: -Hijo mío, ve y, cuando encuentres a un pobre entre los hermanos nuestros deportados en Nínive que sea fiel al Señor de todo corazón, te lo traes para que coma conmigo. Anda, hijo mío, te espero hasta que vuelvas.

3 Tobías salió a buscar un pobre entre nuestros hermanos y, cuando volvió, dijo: -Padre. Yo le contesté: -Dime, hijo mío. Y él me dijo: -Mira, padre, uno de nuestro pueblo ha sido asesinado y está tirado en plena plaza; ahora mismo acaba de ser estrangulado.

4 Me levanté y dejé la comida sin haberla probado. Lo retiré de la plaza y lo puse en una habitación pequeña hasta que se pusiera el sol para enterrarlo.

5 Cuando regresé, me lavé y me puse a comer todo apenado.

6 Entonces me acordé de las palabras que había pronunciado el profeta Amos contra Betel: «Vuestras fiestas se cambiarán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones». Y me eché a llorar.

7 Cuando se puso el sol fui, cavé una fosa y lo enterré.

8 Mis vecinos me criticaban diciendo: -Todavía no ha escarmentado. Y eso que lo buscaron para matarlo por una cosa así, y tuvo que huir. Pues mira, ya está de nuevo enterrando muertos.

9 Tobit, sin embargo, como temía más a Dios que al rey, continuaba sacando los cuerpos de lo muertos y los escondía en su propia casa para enterrarlos en la noche cerrada.

 

**• El nombre Tobit significa al pie de la letra «mi bondad». Pero puede tratarse de la abreviatura de una frase en la que el sujeto de la bondad no es Tobit, sino el Señor; por consiguiente, significaría «el Señor es bueno» o, también, «el Señor es mi bien».

El libro de Tobías no es una narración histórica, sino didáctica y de carácter edificante. Abundan en ella los rasgos maravillosos y las exhortaciones morales. El propósito del libro es transmitir una enseñanza moral a través de un relato ficticio y parabólico. Aparecen perfiladas dos figuras. En primer lugar, la de un Dios que no cesa de proveer a sus fieles y que si los somete a prueba es para premiarles después. Y, en segundo lugar, la figura del verdadero creyente, que se señala por la observancia rigurosa de la Ley del Señor y por la caridad con sus hermanos.

Al héroe de la narración se le presenta de inmediato como un judío que, aunque se encuentra en el exilio, no ha abandonado «el camino de la verdad» (1,1). En el exilio, entre personas de cultura diferente y de costumbres distintas, hostiles por lo general, resulta fácil olvidar (o esconder) la propia identidad moral y religiosa. A Tobit, no: él permanece firmemente instalado e n las tradiciones de los padres. Tobit se muestra hospitalario y, en las solemnidades, acostumbra invitar a comer a algún indigente de su pueblo. Su familia es, por consiguiente, una familia abierta, tal como la Biblia recomienda con frecuencia. Durante una de estas solemnidades, cuando ya está preparada la comida, su hijo le dice que ha sido estrangulado un judío y han echado su cadáver en la plaza. Al enterarse de la noticia, corre a recoger el cadáver para poder enterrarlo dignamente cuando se haya puesto el sol. Se trata de un gesto peligroso. Tobit ya ha sido amenazado de muerte por realizar otros gestos similares. Sus parientes se lo reprochan, no quieren que se exponga, pero Tobit obedece a Dios antes que al rey. La observancia de la ley es lo primero. La fe de Tobit está presentada como una fe valiente.

 

Evangelio: Marcos 12,1-2

En aquel tiempo,

1 Jesús les contó a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos esta parábola: -Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después, la arrendó a unos labradores y se ausentó.

2 A su debido tiempo, envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña.

3 Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías.

4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste lo descalabraron y lo ultrajaron.

5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron.

6 Finalmente, cuando ya sólo le quedaba su hijo querido, se lo envió, pensando: «A mi hijo lo respetarán».

7 Pero aquellos labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia».

8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los labradores y dará la viña a otros.

10 ¿No habéis leído este texto de la Escritura:

La piedra que rechazaron los

constructores

se ha convertido en piedra angular;

11 esto es obra del Señor,

y es admirable ante nuestros ojos?

12 Sus adversarios estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que Jesús había dicho la parábola por ellos. Sin embargo, lo dejaron y se marcharon, porque tenían miedo de la gente.

 

**• Esta parábola de Jesús, si queremos comprenderla, hemos de leerla a la luz de un doble fondo. En primer lugar, un fondo literario, a saber: la alegoría de la viña de Is 5,1-7. Con ella, el profeta sintetiza toda la historia de Israel: por una parte, el asiduo cuidado de Dios; por otra, el obstinado pecado del pueblo, una historia que no puede continuar así indefinidamente y que acabará con un veredicto de condena («Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada»). Y, en segundo lugar, un fondo histórico: el pueblo de Dios ha rechazado siempre a sus profetas. La parábola, leída desde este doble contexto, se convierte en una interpretación de lo acontecido con Jesús, rechazado por Israel y acogido por los paganos.

Entre la suerte corrida por los profetas y la suerte corrida por Jesús existe, pues, una lógica común, una continuidad. Pero existe también una profunda diferencia: Jesús no es simplemente uno de los siervos, sino el Hijo amado, y su misión es la última. Frente al canto de la viña de Isaías, la parábola se precia de una novedad decisiva: Dios ha enviado a su Hijo, no sólo a los profetas; el pueblo ha rechazado al Hijo, no sólo a los profetas. El dueño es paciente y se muestra tan obstinado que incluso envía precisamente a su hijo. Espera hasta el final: «A mi hijo lo respetarán» (v. 6). Ahora bien, su paciencia también tiene un límite, y no puede aceptar que la violencia de los labradores continúe de manera indefinida.

Si bien el tema principal de la parábola es cristológico, también va unido a él el tema del juicio: la parábola se convierte en advertencia. Dios es fiel y paciente, pero no carece de verdad: los labradores son castigados y la viña pasa a otros (v. 9). El juicio muestra que Dios toma en serio la responsabilidad del hombre, su libertad. Y, sin embargo, tampoco es aquí la amenaza, sino la esperanza, la última palabra: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular» (v. 10). Esta cita no pertenece a la parábola, sino al comentario de la misma realizado por Jesús o por la comunidad. Es una clara alusión a la resurrección y a la fidelidad de Dios: la última palabra de la historia de Jesús no es el rechazo que padeció, sino la intervención de Dios en solidaridad con su profeta. Y precisamente aquel a quien los hombres han rechazado se transforma en instrumento de salvación. Dios escoge a aquel a quien los hombres descartan.

 

MEDITATIO

«Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandamientos». Tobit es este hombre dichoso «que no abandonó el camino de la verdad». Su servicio a Dios, su temor de Dios, no es cobardía, no es miedo a un juicio severo por parte del Altísimo. Tobit tiene un corazón grande porque está orientado siempre al bien y, como no se preocupa por el juicio de los hombres, actúa con libertad y rectitud de intención. Tobit no es capaz de gozar solo y, por otra parte, siente como suyo el drama del pueblo.

Es capaz de sufrir en su propia carne las consecuencias del mismo. No vacila frente al riesgo -real- que supone la persecución. Su fidelidad no es integrismo -mientras no están en juego los valores en que cree, está al servicio «del rey»-, ni legalismo exterior, sino práctica asidua de la acogida, de la misericordia, de la benevolencia respetuosa con la dignidad de todo hermano.

El evangelio nos presenta, en la persona de los labradores, primero infieles y homicidas después, otro modo de hacer frente a la vida: acapararla y explotarla al máximo para su propio beneficio. Ni Tobit ni los labradores de la parábola navegan, evidentemente, en otra galaxia. Están muy cerca. A lo largo de nuestros caminos cotidianos, en cada bifurcación que la vida nos presenta de continuo, están presentes las dos imágenes: a nosotros nos corresponde elegir.

 

ORATIO

Señor, tú conoces nuestra debilidad innata y nuestra incapacidad para perseverar en el bien que deseamos. Concédenos la fuerza de tu Espíritu para que seamos capaces de ser fieles, a pesar de toda presión en sentido contrario, a través de todas las vicisitudes de la vida, a tu verdad, a tu voluntad. Abre nuestro corazón a una compasión universal que se traduzca en gestos concretos de acogida y de amor. Concédenos un sentir abierto a la captación de todas las vibraciones del dolor y de la esperanza humana. Haz surgir de la conciencia de nuestra pequeñez la santa audacia de dar testimonio de ti con un amor intrépido.

 

CONTEMPLATIO

Apenas vean los mundanos que quieres seguir una vida devota, descargarán sobre ti mil habladurías y murmuraciones: los más malignos calumniarán tu mudanza de hipocresía, superstición y artificio, y dirán que te ha puesto mala cara el mundo y, a falta de él, te acoges a Dios; tus amigos se empeñarán en hacerte muchísimas reconvenciones, muy prudentes y caritativas a su parecer; te dirán que estás expuesta a llenarte de hipocondría, que perderás el crédito con todo el mundo, que te harás insufrible, que te haces vieja antes de tiempo y que todo lo pagarán los negocios de tu casa. «En el mundo -dirán- se ha de vivir como en el mundo, y no son menester tantos misterios para salvarse.» A este tenor te dirán otras muchas frioleras.

Filotea mía, todas son habladurías necias y vanas, pues a todas esas gentes lo que menos les importa es tu salud y tus negocios. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que era suyo -decía el Salvador-, pero como no sois del mundo, por eso él os aborrece. ¡A cuántos caballeros y señoras hemos visto pasar una noche, o quizá muchas noches seguidas, jugando al ajedrez o a los naipes, que es la ocupación más cansada, melancólica y triste que puede haber, y con todo nada han tenido que decir los mundanos ni que sentir sus amigos! ¡Y porque ven que tenemos una hora de meditación o que madrugamos un poco más de lo acostumbrado para prepararnos para comulgar, ya quieren llamar al médico para que nos cure la hipocondría y la ictericia! Se pasarían treinta noches continuas bailando sin que ninguno se queje y, por haber velado sólo una noche de Navidad, todos toserán y se quejarán al día siguiente (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, IV, 1, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 344-345).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo» {cf. Sal 111,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Honorable señor director de La Provincia di Brescia. En el número 188 de su periódico leo lo que sigue: «El Rvdo. Tovini representa a la secta clerical en todo lo que ésta tiene de más antipatriótico y más antiitaliano. El es la lanza rota de la curia episcopal reducida, como ya vimos, a manipulaciones de tristes agitadores, fanatizados por el odio contra las instituciones y contra la misma integridad de la patria».

A estas acusaciones de ser antipatriota y antiitaliano responde mi vida privada y pública. No disimulo que en el día de hoy, al parecer de algunos, para ser patriota es preciso ser contrario al papa, a los obispos, a la Iglesia e incluso a la religión y que, por consiguiente, basta con que alguien se muestre católico para ser calificado enseguida de antipatriota y antiitaliano. Y si también su señoría se hubiera visto inducido a formularme esa acusación, le declaro que en este caso su acusación me honra, porque el catolicismo fue profesado por los más grandes italianos; y me consuelo porque me proporciona la ocasión de tener que ser despreciado por amor a esa fe por la que también daría la vida. El ser católico nunca me ha impedido ser italiano ni querer como tal la libertad, independencia y grandeza de la patria, como tampoco el ser católico me impide, por otra parte, querer y desear la libertad e independencia absoluta del sumo pontífice, sin la cual considero imposible el bien veraz y estable tanto de Italia como de la sociedad [...]. Éstas son mis convicciones, y las sostengo siempre a cara descubierta y ningún puesto de consejero me haría sacrificarlas.

Confío en que su señoría tendrá la amabilidad de publicar esta carta mía como respuesta a cuanto escribió sobre mí, contra lo que, con la debida consideración, protesto (Quella FEDE per la auale darei anche la vita. Carta de Giuseppe Tovini al director ael periódico La Provincia di Brescia, 10 de junio de 1882).

 

 

Martes 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 2,10-23

Un buen día, Tobit,

10 cansado de tanto enterrar, regresó a su casa, se tumbó al pie de la tapia y se quedó dormido;

11 mientras dormía, le cayó en los ojos excremento caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego.

12 Dios permitió que le sucediese esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia.

13 Como desde niño había temido a Dios, guardando sus mandamientos, no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera,

14 sino que siguió imperturbable en el temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida.

15 Y lo mismo que a Job le insultaban los reyes, también los parientes y familiares de Tobit se burlaban de él y le decían:

16 Te ha fallado la recompensa que esperabas cuando dabas limosna y enterrabas a los muertos.

17 Pero Tobit respondía: -No digáis eso,

18 que somos descendientes de un pueblo santo y esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe.

19 Ana, la mujer de Tobit, iba todos los días a hacer labores textiles para ganarse el sustento con el trabajo de sus manos.

20 Un día le dieron un cabrito y se lo llevó a casa.

21 Su marido, al oír los balidos, dijo: -¿No será acaso robado? Devuélveselo a sus dueños, porque no podemos comer, ni siquiera tocar nada robado.

22 Su mujer replicó, enfadada: -Sí, tu esperanza se ha visto frustrada; ya ves de lo que te ha servido hacer limosnas.

23 Y continuó ofendiéndole con estas palabras y otras por el estilo.

 

**• Tobit es hospitalario y observante y practica la Ley de Dios, aunque esto ponga en peligro su vida. En consecuencia, es un hombre al que Dios debería proteger y premiar. Sin embargo, no es así. Las cosas de la vida parecen suceder frecuentemente sin sentido, indiferentes al tipo de justicia que nosotros desearíamos. Ya le pasó a Job y ahora le pasa lo mismo a Tobit.

Tras haber perdido la vista, sometido a la prueba, es insultado y escarnecido por sus amigos: ¿de qué te han servido tu caridad y tu obediencia? ¿Vale la pena poner en peligro la propia vida por la Ley del Señor? Sin embargo, Tobit no se lamenta; permanece firme en su fe e incluso en la prueba sigue dando gracias al Señor. Justamente como Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!». También su mujer se burla de él: ¿éste es el fruto de tus limosnas? Está claro que tu fidelidad ha sido inútil.

Así le sucede con frecuencia al justo en la prueba: sufre golpes y es incomprendido. Al dolor de la desgracia se le añade el dolor de la soledad. Es el momento de la tentación, que procede de sus propios amigos, que son precisamente quienes deberían apoyarle. Es en estos momentos cuando se verifica la solidez de la fe y la fuerza de la paciencia. Esta última es la virtud de la roca: puedes pisotearla, golpearla, pero no se deja modificar. Así es la fe de Tobit.

 

Evangelio: Marcos 12,13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos

13 le enviaron unos fariseos y unos herodianos con el fin de cazarlo en alguna palabra.

14 Llegaron éstos y le dijeron: -Maestro, sabemos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas, sino que enseñas con verdad el camino de Dios. ¿Estamos obligados a pagar tributo al cesar o no? ¿Lo pagamos o no lo  pagamos?

15 Jesús, dándose cuenta de su mala intención, les contestó: -¿Por qué me ponéis a prueba? Traedme una moneda para que la vea.

16 Se la llevaron, y les preguntó: -¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le contestaron: -Del cesar.

17 Jesús les dijo: -Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta los dejó asombrados.

 

**• Los fariseos y los herodianos -enviados por las autoridades-, quieran o no, trazan un cuadro muy positivo de Jesús. Han venido para someterle a insidias, pero se ven obligados a reconocer su fuerte personalidad (w. 13ss). Jesús es un hombre «sincero» y transparente, sin trampas ni hipocresías. Es alguien que dice lo que verdaderamente piensa. No es parcial con nadie. Justo lo contrario es la figura de las autoridades que les envían y la de los mismos que le interrogan. Fingiendo interés, intentan poner a Jesús en una situación embarazosa: son unos hombres astutos, hipócritas, dedicados a poner trampas. Pero vayamos al asunto.

La afirmación central está constituida por estas palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). Los fariseos y los herodianos plantearon a Jesús una cuestión candente. Si respondía de manera negativa, habría suscitado la reacción de la autoridad romana. Si respondía afirmativamente, habría perdido la simpatía de las muchedumbres.

En torno a si era o no lícito pagar los tributos al emperador romano había posiciones diferentes: los herodianos eran favorables a los romanos; los celotas, por el contrario, predicaban abiertamente el rechazo y la resistencia armada; los fariseos rechazaban la rebelión abierta y pagaban los tributos para evitar lo peor. La respuesta de Jesús es completamente inesperada y coge por sorpresa a sus interlocutores, porque se sustrae a la lógica de las diferentes formaciones. No se trata de una respuesta evasiva. Escapa al dilema, pero no por miedo a comprometerse. Lleva el discurso más hacia atrás, justo al lugar donde se encuentra el centro inspirador, es decir, la concepción justa de la dependencia de Dios y, por consiguiente, la justa libertad frente al Estado. Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al cesar en el mismo plano.

En las palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios», el acento recae en la segunda parte. Lo que le preocupa a Jesús es, antes que nada, salvaguardar los derechos de Dios en cualquier situación política. El Estado no puede erigirse en valor absoluto: ningún poder político -romano o no, cristiano o no- puede arrogarse derechos que sólo competen a Dios, no puede absorber todo el corazón del hombre, no puede reemplazar a la conciencia. El hombre del Evangelio se niega a hacer coincidir su conciencia con los intereses del Estado. Se niega a caer en la lógica de la «razón de Estado» y es por eso, en su raíz, un posible «objetor de conciencia».

 

MEDITATIO

Una desgracia, un accidente... algo que, sea como sea, quiebra las ya frágiles seguridades de una vida experta en dolor. Y todo esto le pasa al hombre fiel, a alguien que «temía a Dios». ¿No es acaso un escándalo, una provocación, una injusticia? ¿Cuántas veces se habrá presentado el mismo espectáculo ante nuestros ojos? ¿Cuántas veces nos habremos encontrado nosotros mismos en una situación semejante? A nuestras reacciones de murmuración y de rebelión, a nuestros sobresaltos de desconcierto y de angustia, a la vacilación de nuestra misma fe le suena desconcertante la respuesta de Tobit, que casi nos parece de otro mundo: «Dándole gracias todos los días de su vida». Los amigos se burlan de él, su mujer le insulta, la ceguera le reduce a la impotencia, le sitúa entre la incomprensión y el escarnio de sus más allegados, pero él bendice a Dios.

Nuestra tentación consistiría en archivar el asunto como algo absurdo, imposible. Sin embargo, si hacemos callar el tumulto de los sentimientos y de las reacciones de defensa y nos ponemos a escuchar en un clima de verdad en el fondo de nuestro corazón, podremos volver a encontrar un acuerdo con la armonía de Tobit. Comprenderemos que ese hombre, humanamente hablando destruido, se encuentra en el punto justo cuando no se rebela y bendice a Dios. A buen seguro, esta actitud no se improvisa: Tobit «desde la niñez había temido a Dios y observado sus mandamientos».

Una fe débil, «dominical», podríamos decir, no basta para permanecer firmes en los momentos difíciles. Sin embargo, una fe madura, purificada en el crisol de la cruz, vivida en fidelidad a las cosas pequeñas de cada día, en el «sí» disponible repetido en cada situación, nos permite llegar incluso a gestos extremos.

 

ORATIO

Señor, Dios justo, purifícanos para que en nuestro obrar no nos mueva la búsqueda del favor o de las complacencias humanas, sino sólo el deseo de hacer tu voluntad y complacerte. Ilumina y fortalece nuestro corazón con tu Espíritu para que, a través de las pruebas de la vida, pueda permanecer firme en tu santo temor.

Cuando el sufrimiento, la soledad, el peso y la fatiga del camino diario nos resulten más pesados, enséñanos a dejarnos ayudar por ti, a unirnos más a ti, sin hacerte preguntas, sin exigir explicaciones, fiándonos de ti cuando más oscuro se vuelva nuestro cielo. Entonces también en nuestra oscuridad brillará la luz de la esperanza que no defrauda y el canto silencioso de la acción de gracias a ti, Dios bueno y fiel.

 

CONTEMPLATIO

Sin embargo, no quiero decir que no se pueda pedir [la curación] a nuestro Señor como a aquel que nos la puede dar, con la condición de que digamos: si ésa es tu voluntad; en efecto, siempre debemos decir: «Fiat voluntas tua» (Mt 6,10).

No basta con estar enfermos y padecer sufrimientos porque Dios lo quiera, sino que es preciso estarlo como él quiera, cuando lo quiera, durante el tiempo que lo quiera y del modo en que le plazca que lo estemos, sin elegir ni rechazar el mal o la aflicción, sea el que sea, aunque pueda parecemos abyecto o deshonroso; en efecto, el mal y la aflicción, sin abyección, hinchan el corazón, en vez de humillarlo. Sin embargo, cuando sufrimos un mal sin honor, o incluso con deshonor, envilecimiento y abyección, son muchas las ocasiones que se nos presentan de ejercitar la paciencia,  la humildad, la modestia y la mansedumbre de espíritu y de corazón.

Debemos llevar, por consiguiente, gran cuidado, como la suegra de Pedro, en conservar nuestro corazón en la mansedumbre, sacando provecho, como ella, de nuestras enfermedades. En efecto, «ella se levantó» en cuanto nuestro Señor hizo que desapareciera su fiebre, «se puso a servirle» (Mt 8,15). No cabe duda de que en esto demostró una gran virtud y el provecho que había obtenido de la enfermedad. En efecto, una vez liberada de aquélla, quiso usar la salud sólo para servir a nuestro Señor (Francisco de Sales, / trattenimentti XXI, 6ss, Roma 1990, p. 352 [edición española: Obras de sanFrancisco de Sales, BAC, Madrid 1954]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El corazón del justo está firme en el Señor» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»: son las palabras con las que Jesús pone voz a su actitud de ofrenda, de rendición ante el misterio; más allá y dentro de la oscuridad del misterio. Esta entrega de sí mismo, que nada quita a la oscuridad en que se vive, no libera del miedo a los elementos amenazadores que sentimos a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, pero expresa en nuestra vida el absoluto de Dios. Tal vez no exista en el vocabulario humano palabra más universal ni más censurada que la palabra «sufrir»: es universal, porque la experiencia del sufrimiento pertenece a todos los hombres, pero es también un término censurado, porque el sufrimiento evoca dentro de nosotros la conciencia de nuestra fragilidad.

Del vocabulario del sufrimiento forman parte palabras como «enfermedad» y «muerte», con sus corolarios cíe «debilidad», «miedo», «decadencia», «impotencia». Está la experiencia de la fraternidad traicionada: el hambre, la injusticia, la violencia [...]; éstas se manifiestan en formas antiguas, aunque también a través de formas típicas de este tiempo nuestro: el dolor de los niños, la soledad de los ancianos y de los pobres, el aislamiento de muchos jóvenes que no consiguen insertarse en la sociedad...

En el misterio del corazón humano, es la conciencia del dolor y de sus razones lo que, a veces, hace más agudo el sufrimiento: tocamos con la mano la conciencia de nuestra propia fragilidad; con frecuencia, las preguntas sobre el sufrimiento representan un dolor más profundo que el mismo dolor; perforan la conciencia, engendran un sentido de soledad que nos hace tocar con la mano el misterio: porque el sufrimiento es también siempre experiencia del misterio. Es inútil pretender descifrar y explicar el misterio; éste sólo puede ser custodiado en el corazón, con la expectativa de que un día se revele (P. Bignardi, // vangelo del quotidiano, Roma 2000, pp. 113ss).

 

 

Miércoles 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 3,1-11.24-25a

En aquellos días, Tobit se echó a llorar; rezaba entre sollozos y decía: Señor, tú eres justo y justas son tus sentencias; actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia. Señor, acuérdate de mí; no me castigues por mis pecados, no tengas en cuenta mis culpas ni las de mis padres. Por desobedecer tus mandamientos nos entregaste al saqueo, al destierro y a la muerte; nos hiciste refrán y burla de las naciones donde nos dispersaste. Señor, tus sentencias son graves, pues no cumplimos tus mandamientos ni nos portamos lealmente contigo. Señor, haz de mí lo que quieras, hazme expirar en paz, que prefiero la muerte a la vida.

Aquel mismo, día Sara, hija de Ragüel, vecino de Ragés, ciudad de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; en efecto, Sara se había casado siete veces, y el demonio Asmodeo había ido matando a todos sus maridos apenas se acercaban a ella. Pues bien, Sara regañó a la criada con razón, pero ésta replicó así: ¡Que no veamos nunca sobre la tierra hijo ni hija tuya, asesina de tus maridos! ¿Es que quieres matarme también a tú, lo mismo que mataste ya a siete hombres?

Al oír esto, Sara subió al piso de arriba de su casa y estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber; lloraba y rezaba sin cesar, pidiéndole a Dios que la librase de semejante baldón. Por entonces llegaron las oraciones de los dos a la presencia gloriosa del Dios Altísimo y fue enviado el santo ángel Rafael a curarlos a los dos, que habían elevado sus oraciones a Dios al mismo tiempo.

 

*• Ambas oraciones -la de Tobit y la de la joven Sara figuran entre las cosas más bellas de todo el libro. La oración de Tobit nace del dolor, es una oración hecha entre lágrimas (¡ante Dios también se puede llorar!); en cierto modo, es la plegaria de un hombre desanimado, que ve cerrado su futuro. La oración es estar ante Dios con nuestra propia verdad: a veces en medio de la alegría, a veces en medio del dolor, a veces sumergidos en el desánimo. Pero enseguida aparecen dos notas que hemos de señalar en la oración de Tobit. Aunque su vida carece de salidas, continúa creyendo que Dios es justo, misericordioso y leal. A Dios no hay que reprocharle nada. La segunda nota que caracteriza la oración de Tobit es que le pide a Dios lo único que le parece posible: en su dolor sin salidas, pide la muerte, como hizo también el profeta Elias (1 Re 19). Pero Dios es más grande y va más allá de las peticiones del hombre. Dios no le da a Tobit la muerte, sino la vida. Para Dios, nunca hay una situación sin salidas. Y, afortunadamente, no siempre nos da lo que le pedimos.

La oración de Sara, desesperada e insultada, también sin futuro en la vida, se produce al mismo tiempo que la de Tobit. Tampoco Sara cae en la desesperación, sino que se pone ante el Señor, le suplica entre lágrimas y le pide ser liberada de su desgracia, una desgracia que parece acompañarle como una maldición: se ha casado siete veces y todas ellas ha muerto su marido en la noche de bodas. Sara no pide la muerte -tal vez era demasiado joven para hacerlo-, sino la liberación.

No siempre acaban bien las cosas en la vida. Esta última conoce también el silencio -aparente- de Dios. Pero aquí,en el relato edificante, todo acaba bien. Dios acoge la oración de Tobit y de Sara y les envía a su ángel para socorrerles.

 

Evangelio: Marcos 12,18-27

En aquel tiempo,

18 se le acercaron unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

19 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere y deja mujer, pero sin ningún hijo, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia al hermano difunto.

20 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y al morir no dejó descendencia.

21 El segundo se casó con la mujer y murió también sin descendencia. El tercero, lo mismo,

22 y así los siete, sin que ninguno dejara descendencia. Después de todos, murió la mujer.

23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

24 Jesús les dijo: -Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios.

25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como ángeles en los cielos.

26 Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

27 No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.

 

*+• Los saduceos -que tenían la mayoría de sus seguidores en las filas de la aristocracia sacerdotal- se distinguían de los fariseos, desde el punto de vista religioso, en dos temas: en primer lugar, negaban todo valor a las tradiciones - a las que los fariseos, en cambio, estaban muy apegados- y afirmaban que sólo era vinculante la Ley escrita; y, en segundo lugar, negaban la resurrección de los muertos, citando a este respecto algunos textos bíblicos, como por ejemplo Gn 3,19 («eres polvo y al polvo volverás»). En este último punto echaban mano también de la ironía (w. 19-23): si una mujer se ha casado con siete maridos, ¿de quién será la esposa en la resurrección?

Los fariseos, sin embargo, afirmaban la resurrección, citando también ellos textos bíblicos muy conocidos, como por ejemplo Ez 37,8 y Job 10,11. Arrastrado a la discusión, Jesús -como de costumbre no se deja encerrar en los términos en que se planteaba el debate: los rompe, los hace estallar desde dentro. La resurrección está afirmada en la Escritura -y de ahí que los saduceos cometan un grave error al negarla-, pero no es cuestión de citar un texto u otro. Para Jesús, hemos de captar la Escritura en su centro, allí donde atestigua que Dios es el Dios de los vivos, el Dios de la vida y no de la muerte (Ex 3,6). Ésta es la razón que autoriza la fe en la resurrección: Dios es fiel y ama la vida, y no se puede pensar que haya creado al hombre con sed de vida para abandonarlo, después, a la muerte. Hasta aquí, la respuesta de Jesús va contra los saduceos. Pero -en parte- va también contra los fariseos, porque algunos de ellos concebían la resurrección en unos términos supersticiosos, materiales, prestándose así a la ironía de los saduceos. La vida de los resucitados -declara Jesús no tiene que ser pensada según los esquemas de este mundo presente. Se trata de una vida diferente: «Ni ellos ni ellas se casarán».

 

MEDITATIO

Una vez u otra o tal vez muchas, nos encontramos todos en el límite extremo del dolor o en un punto en el que lo sentimos como tal. Como Tobit, como Sara. Sin embargo, ¡qué diversidad de comportamientos, de intentos de solución, de reacciones, podemos encontrar!

Está la del que vive el sufrimiento como algo que atenaza el alma, como algo que se cierne hasta encerrarle bajo una capa que le sofoca. Entonces se debate, se siente perdido, se agita como un pez sacado del agua y echado sobre la arena, exige respuestas, busca caminos de salida -tal vez en la distracción o en la búsqueda del «culpable» de la situación-... y si levanta la mirada al cielo es, en ocasiones, incluso para lanzarle a Dios una requisitoria, quizás para acusarle y pedirle una reparación. El comportamiento de Tobit y de Sara es diferente. Y precisamente por ser tan universal y estar tan cerca de cada uno de nosotros la experiencia del dolor y la perspectiva de la muerte, es bueno para nosotros observarlos de más cerca. Para aprender.

Tobit y Sara oran. Primera indicación preciosa. Se abren al Otro, a ese Otro de quien saben que dependen como criaturas. Se dirigen a Dios, y no precisamente para contarle en primer lugar su dolor, sino para expresarle su adoración, la admiración que sienten por su grandeza y justicia, su ilimitada confianza en él; para confesar su propio límite, su pecado. Saben que Dios tiene el corazón «más grande», que es el Dios de la vida. Su oración no es individual, privada. Viven profundamente su drama, pero sienten que se inserta en el drama más general del pueblo. Esta apertura constituye una segunda y preciosa indicación para nosotros, que nos encerramos con tanta frecuencia en el círculo de nuestros problemas.

 

ORATIO

Dios de piedad, rico en compasión, enséñanos a orar, a orar siempre, a orar incluso cuando todo parece perdido para nosotros y ya no podemos contar con nada para vivir. Tú, que estás cerca de quien tiene el corazón abatido y escuchas el deseo de los pobres, concédenos la capacidad de abandonarnos a ti y poner en ti nuestra confianza, más allá de toda humana esperanza.

Tú, que respondiste de una vez por todas a toda nuestra desesperación enviando a tu Hijo hasta el abismo último de nuestra muerte, haz que cuando la vida se vuelva insoportable y demasiado amarga para nosotros seamos capaces de mirar a él clavado en la cruz por amor a nosotros. Mirándole y entregándonos a él, también nosotros experimentaremos entonces que «sólo el llanto más profundo conoce la alegría». Y sobre las ruinas de todo nuestro morir surgirá el alba de la vida resucitada, porque tú nos amas, en Jesús, desde siempre y para siempre.

 

CONTEMPLATIO

Quien pretenda pertenecer del todo a nuestro Señor debe examinar con frecuencia su propio corazón, para ver si está apegado a algo de esta tierra; y, si descubre que no hay nada que no esté dispuesto a dejar para cumplir la voluntad de Dios, será señal de que ha alcanzado una gran fidelidad, gracias a la cual debe permanecer en paz, ocupándose sólo de tomar con sencillez todo lo que le pase, como si le viniera de la mano de Dios.

Lo único que está siempre en nuestro poder es el simple acto de fe. Por consiguiente, no debemos turbarnos cuando no podamos hacer más que esto: debemos esperar todo de la voluntad de Dios. Por lo que respecta a la confianza, basta con que reconozcamos nuestra debilidad y digamos a nuestro Señor que pretendemos volver a poner toda nuestra confianza en él. La medida de la Providencia divina con respecto a nosotros es la confianza que tengamos en ella. ¡Oh Dios! Reposamos enteramente en esta Providencia sagrada y permanecemos entre sus brazos como un niño en brazos de su madre.

Es preciso adherirnos al fin, que es Dios, y a su voluntad, y no a los medios: los medios deben ser amados de una manera suficiente, pero no hasta el punto de perder la paz si Dios los suprime (Francisco de Sales, Tutte le lellere, Roma 1967, III, 848 [edición española: Cartas a religiosas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia» (cf. Tb 3,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios no tiene nada que ver; Dios no quiere el sufrimiento de los hombres; Dios no quiere la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida. Me enfado cuando oigo implicar a Dios: «Te envía el cáncer...». ¡Pero si es imposible! «Sea lo que Dios quiera»... ¡Pero si Dios no quiere el cáncer de ninguna manera! Lo que quiere es que yo esté sano y viva. No quiere la muerte; quiere la vida. Ciertamente, queremos comprender y encontrar respuestas y cuando nos encontramos sumidos en el dolor, en el sufrimiento, no siempre razonamos como es debido, por lo que todos deben ser respetados, pero sobre todo hay que respetar a Dios. Porque Dios manifiesta -para quien cree- que su único modo de respuesta a todas estas problemáticas más que dramáticas y trágicas es que te envía a Jesucristo. Y éste viene a decirnos: «Vengo a sufrir contigo, vengo a compartir tu condición, vengo a llevar la cruz contigo».

Por consiguiente, Dios participa. Más aún, Dios asume en sí mismo el dolor. «Varón de dolores», experto en el sufrimiento [...]. Por eso, a pesar de que haya gritado hacia él, continúo componiendo, predicando, infundiendo fe y esperanza en el Reino que debe venir, con la trepidante expectativa de saber si Él me acogerá con una sonrisa o me abrazará contra su pecho como al hijo después de su prolongadísima ausencia (texto de D. M. Turoldo recogido en Allegato Lettera END 109 [2000] 8).

 

 

Jueves 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 6,10-11 a; 7,1.9-17; 8,4-10

En aquellos días, Tobías dijo al ángel: -¿Dónde quieres que nos quedemos? El ángel respondió:

-Aquí vive un tal Ragüel, de tu tribu y pariente tuyo; tiene una hija que se llama Sara.

Y fueron a casa de Ragüel, que los recibió encantado. Después de cruzar las primeras palabras, mandó Ragüel que mataran un carnero y preparasen un banquete. Cuando les invitó a sentarse a la mesa, dijo Tobías:

-Yo no pienso probar bocado si antes no me concedes lo que te pido y me prometes la mano de Sara, tu hija.

Ragüel se asustó al oír esto, sabiendo lo que les había pasado a los siete hombres que se habían acercado a ella; le entró miedo de que a éste le fuera a suceder lo mismo. Ragüel se quedó cortado, sin soltar prenda. Entonces intervino el ángel:

-Puedes darle la mano de tu hija sin reparo; a éste, que teme a Dios, le corresponde como esposa; por eso ningún otro ha podido tenerla.

Entonces dijo Ragüel:

-No cabe duda, Dios ha acogido en su presencia mis rezos y mis lágrimas; creo que precisamente por eso os ha traído a mi casa, para que mi hija se case con un pariente suyo, según la ley de Moisés; así que no lo dudes un momento: te concedo a mi hija.

Tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, diciendo:

-El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob está con vosotros; que él os una y os llene de bendiciones.

Cogieron papel e hicieron la escritura matrimonial. Acto seguido, celebraron el banquete, bendiciendo a Dios. Luego, Tobías le dijo a la novia:

-Levántate, Sara; vamos a rezar a Dios hoy, mañana y pasado; estas tres noches las pasamos unidos a Dios y luego viviremos nuestro matrimonio. Somos descendientes de un pueblo santo y no podemos unirnos como los paganos, que no conocen a Dios.

Se levantaron los dos y, juntos, se pusieron a orar con fervor, pidiendo a Dios su protección. Tobías dijo:

-Señor, Dios de nuestros padres, que te bendigan el cielo y la tierra, el mar, las fuentes, los ríos y todas las criaturas que en ellos se encuentran. Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda. Ahora, Señor, tú lo sabes: si yo me caso con esta hija de Israel, no es para satisfacer mis pasiones, sino solamente para fundar una familia, en la que se bendiga tu nombre por siempre.

Y Sara, a su vez, dijo:

-Ten compasión de nosotros, Señor, ten compasión. Que los dos, justos, vivamos felices hasta nuestra vejez.

 

**• Las aventuras que leemos en el libro de Tobías –unas veces agradables, otras veces repletas de humor y otras (¿por qué no decirlo?) también repetitivas y aburridas siguen el ritmo de largas oraciones, que revelan, tal vez más que las otras páginas, la verdadera enseñanza del libro.

En la primera lectura de hoy encontramos dos oraciones: la primera de ellas, más breve, es la que acompaña a la celebración del matrimonio; la segunda, más extensa, es la oración de ambos esposos. La celebración del matrimonio es de lo más sencillo. Ragüel, el padre: «Tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, diciendo: 'El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob está con vosotros; que él os una y os llene de bendiciones'» (7,15). Puede sorprender el hecho de que el matrimonio sea considerado en Israel un acontecimiento laico y profano. Su celebración no tiene lugar en el templo o en la sinagoga, sino en familia, y no requiere la mediación de sacerdotes ni un ritual litúrgico. Sin embargo, el matrimonio es vivido como un acontecimiento profundamente religioso, en el que se renueva la acción creadora de Dios. El valor religioso no se añade al matrimonio desde el exterior, sino que brota de su íntima estructura creacional: el amor humano entre el hombre y la mujer es el lugar del Amor de Dios.

Una vez solos, ambos esposos oran, y esto es ya algo importante: la comunidad familiar es una comunidad de amor, pero también de oración. Los esposos no están nunca solos, porque Dios está siempre con ellos. Y el proyecto que realizan no es suyo, sino de Dios. No se puede excluir a Dios de la relación matrimonial, ni de la relación de amistad, ni del proyecto de vida. Pero además del hecho de que rezan, también es interesante cómo rezan. Se trata de una oración que pide, como es justo que suceda en toda oración: los dos jóvenes esposos piden la salvación y piden que su amistad llegue hasta la vejez. Sin embargo, es sobre todo una oración en la que ambos esposos recuerdan lo que Dios realizó al comienzo de la creación. A través de este recuerdo es como comprenden el sentido de su matrimonio. Para la Biblia, el significado más profundo de una cosa se encuentra en su origen. Fue en la primera pareja donde Dios creó la estructura esencial y perenne del matrimonio, que revive desde entonces en cada uno de ellos.

La estructura del matrimonio es ante todo el amor, pero no sólo el amor de la esposa por el esposo y viceversa, sino el de Dios, que ha hecho nacer -de una manera gratuita- el amor entre ambos. El matrimonio ha de ser vivido como un don: «Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda» (8,8). Este amor profundo, don de Dios, es muy diferente a la simple pasión: «Si yo me caso con esta hija de Israel, no es para satisfacer mis pasiones» (8,9). Ahora bien, la estructura natural del matrimonio incluye también el deseo de los hijos (la pareja está constituida para convertirse en familia), recordando, no obstante, que los hijos son para el Señor, no para los padres: «Fundar una familia, en la que se bendiga tu nombre por siempre».

 

Evangelio: Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo,

28 un maestro de la Ley se acercó y le preguntó: -¿Cuál es el mandamiento más importante?

29 Jesús contestó: -El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.

30 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos.

32 El maestro de la Ley le dijo: -Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él;

33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34 Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.

 

**• El intento de recoger los muchos preceptos en una síntesis no es nuevo. El objetivo de este intento no es hacer un resumen de la Ley, sino más bien indicar su centro y su esencia. Jesús, al responder a la pregunta del maestro de la Ley, cita dos textos que se repiten con frecuencia en la oración y en la meditación de Israel; un pasaje del Deuteronomio («Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas») y un pasaje del Levítico {«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»). El Maestro invita al hombre a no perderse en el laberinto de los preceptos, porque la esencia de la voluntad de Dios es simple y clara: amar a Dios y a los hombres. Es justo que la ley se ocupe de los muchos y variados casos que se presentan en la vida, a condición sin embargo, de que no pierda de vista el centro que da impulso a toda la estructura. Este centro es el amor.

Jesús responde al maestro de la Ley que el primero de los mandamientos no es uno solo, sino dos: estrictamente unidos, como las dos caras de una misma realidad.. En la capacidad de mantener unidos los dos amores –el amor a Dios y el amor al prójimo- reside la medida de la verdadera fe y de la genialidad cristiana. Hay quien para amar a Dios se aparta de los hombres, y hay quien para estar al lado de los hombres se olvida de Dios. La experiencia bíblica se declara convencida de que estas dos actitudes introducen en la vida de los hombres y de las comunidades una profunda mentira: allí donde se separan los dos amores hay siempre falsedad e idolatría. En consecuencia, es importante captar el vínculo entre las primeras palabras («Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor») y las que siguen («Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón»). La afirmación de que Dios es el único Señor constituye la base de donde brota el deber de amarle. Un deber que se reviste inmediatamente de dos cualidades: la totalidad y la gratitud. La totalidad: Dios es el único Señor, y esto incluye el rechazo de cualquier otro que -sustituyéndole- pretendiera nuestro asentimiento incondicional; la pertenencia al Señor no es divisible con la pertenencia a cualquier otro; no se va a Dios con algo de nosotros, sino enteramente, con todas nuestras raíces. Y la gratitud: Dios es nuestro Señor, Aquel que nos ama, nos libera y nos espera. Si bien es verdad que el hombre pertenece a Dios, también lo es que Dios pertenece al hombre. El señorío de Dios no es extraño a nuestro ser, a nuestra libertad o a nuestra identidad. Es, al contrario, la meta a la que tiende nuestro ser, y de la que tenemos una irreprimible nostalgia. Por todo esto, el amor a Dios (precisamente en el sentido de una adhesión incondicional) no es esclavitud, sino gratitud y recuperación de nuestra propia identidad.

Los dos amores (a Dios y al prójimo) están, tal como hemos visto, estrechamente unidos: el uno es la verificación del otro. Sin embargo, también son diferentes. La medida de nuestro amor a Dios es la totalidad; la medida del amor al prójimo, no («como a ti mismo»). A Dios le corresponde la pertenencia total e incondicionada; al hombre, no. El prójimo no es el Señor, no es la razón última de nuestra búsqueda.

 

MEDITATIO

¿Un cuadro de vida de otros tiempos? ¿Una meta imposible de proponer o que incluso no se debe proponer? ¿La colocación exacta del amor entre el hombre y la mujer? Probemos a tomar estas páginas del libro de Tobías y a someterlas a una comparación con las muchas -incluso demasiadas- páginas que se extienden ante nuestros ojos. Desde la televisión a la prensa, al cine, a Internet, al lenguaje, a la publicidad más trivial de cualquier producto, estamos amenazados por una avalancha de imágenes y de palabras, por un verdadero mercado en el que el sexo, mezclado con todos los posibles ingredientes, se ha convertido en una moneda ahora devaluada. Hasta tal punto que quien desea obtener cierto efecto «hiriente» recurre a la presentación de las más aberrantes desviaciones. Y todo ello en nombre de la libertad, de la madurez, de la autonomía del hombre... Ahora bien, ¿dónde está el hombre en esta zarabanda de pésimo gusto? ¿A qué ha quedado reducido?

También el matrimonio se resiente de ello, incluso el sellado con el sello del sacramento. Una vez venido a menos el sentido de la indisolubilidad, los contrayentes acceden a él reservándose una puerta de salida para tomarla en la primera dificultad: y todo se hunde.

Ningún creyente, ninguna persona recta, puede permanecer indiferente. Sin embargo, el remedio no puede consistir sólo en organizar cruzadas puritanas o en restablecer deberes y prohibiciones. La propuesta que presentan hoy Tobías y Sara se plantea en otro ámbito, el de las motivaciones profundas, y suena cautivadora como un reclamo y provocadora como un desafío. Ambos se sitúan, en el umbral de su vida de pareja, con el respeto, la ansiedad y la admiración de quien sabe que recibe un don inestimable. No buscan la realización de un proyecto suyo, sino que se ofrecen, como instrumentos dóciles y responsables, a la realización de un designio que está por encima de ellos y, al mismo tiempo, les interpela y les compromete. Se saben pensados el uno para la otra por un amor más grande, son conscientes de que su amor recíproco, que florece en el tiempo, es eco y respuesta a un amor más grande que les ha precedido. Su relación se abre con la bendición de Dios, el «tercero» presente y operante en su acontecer.

 

ORATIO

Bendito seas, Dios, Señor y autor de la vida, vida y belleza eterna. Bendito seas por todo lo que vive y muestra un reflejo de tu belleza y de tu sabiduría. Bendito seas por habernos otorgado el don de la vida. Bendito seas por habernos llamado a ser tus colaboradores conscientes en tu continua obra de creación y de redención.

Bendito seas por habernos creado a tu imagen y semejanza, capaces de entregar y de recibir amor, capaces de abrirnos al otro y de acogerlo en la veneración de su misterio. Bendito seas por haber depositado en nosotros una chispa de aquella energía viva, de amor, que arde en tu eterno secreto. Tú nos la diste para que, con la alegría de los hijos, fuésemos sus administradores fieles y responsables.

Bendito seas, Padre, fuente de todo amor fecundo, bendito seas, Hijo, esposo ardiente de la humanidad, bendito seas, Espíritu Santo, sello de caridad y de unión.

 

CONTEMPLATIO

Con el mayor encarecimiento posible exhorto a los casados a que se profesen el mutuo amor que tanto os encomienda el Espíritu Santo en las divinas Escrituras. Deciros que os améis uno a otro con amor natural es lo mismo que nada, porque otro tanto hacen las pareadas tortolillas; ni basta decir que os améis con amor humano, pues también los gentiles se profesan este amor. Yo os diré con el apóstol de las gentes: Esposos, amad a vuestras esposas como ama Jesucristo a su Iglesia, Esposas, amad a vuestros maridos como la Iglesia ama a Jesucristo. Dios, que llevó a Eva a la presencia de nuestro primer padre, Adán, y se la dio por esposa, es quien, con su invisible diestra, ha echado el nudo de las sagradas ataduras de vuestro matrimonio, amados míos; Él es quien os ha entregado unos a otros, ¿pues cómo no os amáis con un amor enteramente santo, sagrado y divino?

Es el primer efecto de este amor la unión indisoluble de los corazones. Cuando se encolan dos pedazos de pino uno con otro, si es buena la cola queda tan firme la unión que más presto se partirá la madera por otras partes que no por la pegadura; así pues, como Dios une con su propia sangre el marido a la mujer, por eso es tan firme la unión, que antes se ha de separar el alma del cuerpo de uno u otro que no el marido de su mujer, pero esto se entiende no tanto de la unión del cuerpo cuanto del corazón, del afecto y del amor.

Ha de ser el segundo efecto de este amor la inviolable fidelidad de uno a otro consorte. Antiguamente se grababan los sellos en los anillos que se llevaban en el dedo, como la misma Escritura Santa lo acredita, y ve aquí la significación de una ceremonia que se hace en las bodas; bendice la Iglesia, por mano del sacerdote, un anillo que se le entrega primero al esposo en testimonio de que sella y cierra su corazón con este sacramento para que en adelante jamás pueda entrar en él ni el nombre ni el amor de alguna otra mujer mientras viva la que Dios le ha dado; después, el esposo pone el anillo en la mano de su esposa para que ella igualmente entienda que jamás ha de entrar en su corazón afecto a otro hombre mientras viva sobre la faz de la tierra el que nuestro Señor acaba de darle.

El tercer fruto del matrimonio es la procreación y crianza de los hijos. Grande honra es para vosotros, casados, el que Dios, queriendo multiplicar las almas que pueden bendecirle y alabarle por toda una eternidad, os hace cooperadores de obra tan digna, por medio de la producción de los cuerpos, en los que Él reparte, como gotas de celestial rocío, las almas que cría e infunde dentro de ellos (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, III, 38, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 319-321).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que temen al Señor» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué significa amar a otra persona? El afecto recíproco, la compatibilidad intelectual, la atracción sexual, compartir unos ideales, un contexto financiero, cultural y religioso común: todas estas cosas pueden ser un factor importante para engendrar una buena relación, pero no pueden garantizar el amor.

Conocí una vez a dos jóvenes que querían casarse. Los dos eran guapos, muy inteligentes, sus marcos familiares eran muy semejantes y estaban muy enamorados. Habían pasado muchas horas con psicoterapeutas expertos para indagar sobre su pasado psicológico y afrontar directamente sus fuerzas y sus debilidades emotivas. En todos los aspectos parecían estar bien preparados para casarse y vivir juntos y felices. Sin embargo, la pregunta seguía en pie: ¿serán capaces de amarse estas dos personas mutuamente del modo adecuado, no sólo durante un tiempo o durante algunos años, sino para toda la vida? Para mí, que recibí la petición de acompañar a estas dos personas, la cosa no era tan obvia como para ellos. Se conocían desde hacía bastante tiempo y estaban seguros de sus recíprocos sentimientos de amor, pero ¿habrían sido capaces de hacer frente a un mundo en el que hay tan poco apoyo para las relaciones duraderas? ¿De dónde sacarían la fuerza necesaria para permanecer fieles el uno a la otra en el momento del conflicto, de la presión económica, de un dolor profundo, de la enfermedad y de las necesarias separaciones? ¿Qué significaría para este hombre y para esta mujer amarse como marido y mujer hasta la muerte?

Cuanto más reflexiono, más me percato de que el matrimonio es, antes que nada, una vocación. Dos personas son llamadas al mismo tiempo para realizar la misión que Dios les ha dado. El matrimonio es una realidad espiritual, o sea: un hombre y una mujer se unen para la vida no sólo porque experimentan un profundo amor el uno por la otra, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. Amar significa encarnar ef infinito de Dios en una comunión fiel con otro ser humano (H. J. M. Nouwen, Vivere nello spiríto, Brescia 1995, pp. 123ss [edición española: Aquí y ahora: viviendo en el espíritu, San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

Viernes 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 11,5-17

En aquel tiempo, Ana iba a sentarse todos los días en la cima de un otero, junto al camino, desde donde dominaba el paisaje. Un buen día, mientras estaba allí, mirando a ver si venía su hijo, lo divisó a lo lejos y lo reconoció al instante. Echó a correr y le dijo a su marido: -Oye, tu hijo está llegando.

Rafael le había dicho a Tobías:

-Nada más entrar en tu casa, adoras al Señor, tu Dios, y le das gracias; te acercas a tu padre y le besas; luego le frotas los ojos con la hiel de ese pez que llevas contigo. Ten la seguridad de que en seguida se le abrirán los ojos a tu padre y podrá ver la luz del cielo, y al verte se pondrá muy contento.

Entonces el perro que llevaban durante el viaje salió corriendo delante de ellos y, como si fuera un mensajero llegado a su destino, exteriorizaba su alegría haciendo carantoñas con el rabo. El padre de Tobías, ciego como era, se levantó y echó a correr a trompicones. De la mano de un criado salió al encuentro de su hijo. Él y su mujer le recibieron con besos y rompieron a llorar de alegría. Luego adoraron a Dios, le dieron gracias y se sentaron.

Tobías frotó los ojos de su padre con la hiel del pez. Aguardó cosa de media hora y empezó a salir de sus ojos una telilla blanca, como la fárfara de un huevo. Tobías la cogió y se la extrajo de los ojos, y así recobró la vista. Entonces él, su mujer y todos los vecinos glorificaron a Dios. Tobías dijo:

-Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo Tobías.

 

*+ La página que nos propone hoy la liturgia es, a buen seguro, una historia edificante, hermosa, pero el lector podrá objetar que no siempre sucede así en la vida. La Biblia es un libro sincero, a veces incluso rudo, repleto de preguntas inquietantes. No es uno de esos libros religiosos edificantes en los que siempre salen bien las cuentas. Hacer que salgan las cuentas es el deseo del hombre, pero no siempre el verdadero modo de manifestarse de Dios. Con todo, también en la Biblia, como ocurre precisamente en el libro que estamos leyendo estos días, hay páginas espléndidas de hagiografía edificante.

No constituyen la osamenta del discurso bíblico, pero lo embellecen. También las páginas edificantes tienen su verdad y su poesía. No siempre captan la vida en lo que tiene de problemático, pero sí dicen, ciertamente, cómo la quisiéramos. También el soñar puede formar parte de una auténtica relación con el mundo y con Dios, y tanto más por el hecho de que también es verdad -si se tiene la mirada profunda de la fe- que Dios siempre hará que las cuentas salgan bien. Tal vez no a nuestra manera, quizás no siguiendo nuestros tiempos, pero es seguro que saldrán. El cristiano sabe que las cuentas no han de salir, necesariamente, en este mundo.

Pero volvamos al relato que hemos leído. Su primera característica es la alegría, la alegría coral de una familia que explota cuando el hijo que se había ido lejos vuelve y cuando el anciano padre se cura. Se trata de una alegría sana, humanísima, que se expresa con lágrimas de alegría, con abrazos afectuosos y, lo más importante, con la oración de agradecimiento al Señor.

También la lección que subyace en el relato es límpida y humanísima, consoladora: el Señor pone a prueba, pero no para castigar, no para destruir, sino siempre y sólo para purificar y dar más.

 

Evangelio: Marcos 12,35-37

En aquel tiempo,

35 Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo: -¿Cómo dicen los maestros de la Ley que el Mesías es hijo de David?

36 David mismo dijo, inspirado por el Espíritu Santo:

Dijo el Señor a mi Señor:

Siéntate a mi derecha

hasta que ponga a tus enemigos

debajo de tus pies.

37 Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo? La multitud lo escuchaba con agrado.

 

**• En el debate de hoy es Jesús el primero en pasar al ataque. Ya no son los otros quienes le interrogan, sino él quien plantea la pregunta. Se trata de una pregunta decisiva, una pregunta que no se pierde en aspectos secundarios, sino que va al centro de la fe cristiana: ¿quién es Jesús? Esta pregunta ya había sido planteada en 8,27ss, pero allí sólo a los discípulos; ahora la hace a todos, especialmente a los maestros de la Ley y a los fariseos. Y la plantea Jesús en el templo, en el corazón del judaísmo.

Seguimos estando en el terreno de las Escrituras. El Mesías no puede ser simplemente hijo de David, dado que el mismo David le llama «mi Señor» en el Sal 110. La argumentación es apretada. Pero ¿qué es lo que hay detrás de este debate? ¿Por qué es tan importante? Porque la expresión «hijo de David» era un título mesiánico que no sólo evocaba el origen (el origen del Mesías, de la estirpe de David), sino también un proyecto mesiánico (una restauración religiosa y política que habría llevado

de nuevo a Israel al esplendor de los tiempos de David). Lo que está en juego, por tanto, no es sólo si Jesús es Mesías e Hijo, sino qué Mesías y qué Hijo.

 

MEDITATIO

La historia de Tobías y Sara llega ahora a su conclusión. Llega el día en que, desde lo alto del otero, la mirada de Ana, que ardía en deseos, recorriendo el horizonte percibe unas figuras que avanzan. Su corazón reconoce al hijo. Y se pone en marcha todo un movimiento de exultación: corre Ana, corre el ciego Tobit; la misma naturaleza -corre también el perro moviendo la cola- participa en la fiesta de estos pobres de Israel que ven colmada, por encima de toda esperanza, sus expectativas. En efecto, Tobías vuelve con Sara liberada del espíritu maligno, Tobit recobra la vista, se recompone la unidad de la familia: un final feliz, como no hay muchos en nuestras crónicas. Incluso demasiado bello para ser verdad, podría objetar alguno...

«Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado»: la oración que eleva Tobit a Dios en la reapaciguada intimidad familiar, mientras sus ojos vuelven a ver a su hijo, nos permite penetrar más allá de las imágenes vivaces e ingenuas para captar su significado profundo. Sí, Dios ha escuchado la oración de Tobit, no ha defraudado su confianza, una confianza que ha sido capaz de perseverar -y hasta de crecer- en la prueba.

La vida de Tobit se había visto sacudida por una tempestad de acontecimientos trágicos, destructores, desde el punto de vista humano. Pero él supo verlos como una prueba enviada por Dios, supo ver en ellos la presencia de su Dios, que quería poner a prueba su fidelidad. Tobit no ha defraudado a Dios: le «hizo quedar bien», para usar una expresión de san Francisco de Sales. Tobit, traqueteado por las olas y los vientos contrarios, ha sido capaz de confiar y creer, más allá de la sensatez humana. Y no se encontró en sus labios más que palabras de bendición y de alabanza al Dios justo. Ahora le toca ¡i Dios. Y Dios, que no defrauda la esperanza humilde, confiada, orante de su siervo, le recompensa con su divina largueza.

 

ORATIO

Te bendigo, Señor, porque después de haberme probado me has curado. Te adoro presente en mi historia. Sé que me amas.

Eres tú, mi Dios, quien me visitas en el dolor; eres tú, mi Dios, quien me das la alegría. Eres tú quien me visita en la oscuridad de la noche sin estrellas, en la mañana risueña de las promesas. Eres tú quien me visita en la angostura del camino y tú, también, en los claros horizontes. Tú eres el apoyo del débil, la luz del ciego. Tú eres la patria del desterrado, el consuelo del que está solo.

Que mi vida, visitada por tu bendición, pueda alabarte y bendecirte por siempre.

 

CONTEMPLATIO

Bendecir a Dios y darle las gracias por todos los acontecimientos, que su Providencia ordena, es, en verdad, una ocupación muy santa, pero, cuando dejamos a Dios el cuidado de querer y de hacer lo que le plazca en nosotros, sobre nosotros y de nosotros, sin atender a lo que ocurre, aunque lo sintamos mucho, procurando desviar nuestro corazón y aplicar nuestra atención a la bondad y a la dulzura divina, bendiciéndolas no en sus efectos ni en los acontecimientos que ordenan, sino en sí mismas y en su propia excelencia, entonces hacemos, sin duda, un ejercicio mucho más eminente [...].

Oh Dios, ¿qué almas son esas que, entre tantos inconvenientes, siempre son capaces de conservar su atención y su afecto dirigidos a la eterna bondad, para adorarla y amarla por siempre? [...] Mandó Dios al profeta Isaías que se desnudase, y así lo hizo, y anduvo caminando y predicando de esta guisa durante tres días enteros, como dicen algunos, o durante tres años, como creen otros; después volvió a tomar sus vestiduras, una vez transcurrido el tiempo que Dios le había señalado. También nosotros nos hemos de desnudar de nuestros afectos, pequeños y grandes, y debemos examinar con frecuencia nuestro corazón, para ver si está dispuesto a despojarse, como hizo Isaías, de todas las vestiduras; mas, después, a su debido tiempo, hemos de volver a tomar los afectos convenientes para el servicio de Dios, a fin de morir en cruz, desnudos, con nuestro divino Salvador, y de resucitar, después, con Él, en hombre nuevo. El amor es fuerte como la muerte, para hacer que lo dejemos todo, pero es magnífico como la resurrección, para revestirnos de gloria y de honor (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IX, 15ss, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 551-559, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado» (cf. Tb 11,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú creaste, oh Señor, todas las cosas «en número, peso y medida», y lo que sucede acaece en el orden de tu sabiduría. Le diste al hombre la libertad, para que actúe por su propia voluntad. Pero en cuanto ha realizado su obra, ésta se hace realidad; ya no puede quitarla de en medio; debe ir más allá. Tú has tejido así su existencia. En todo deben resplandecer tu justicia y tu bondad; sin embargo, el hombre se ha desviado de ti y ha cambiado el orden de tu amor por la oscura imagen del destino. Ahora bien, en Cristo, tu Hijo, nos has revelado, oh Padre, tu rostro y has empezado una obra nueva. El ha vencido al destino y nos ha mostrado tu providencia en los acontecimientos.

Ahora todo debe ser para nosotros una disposición de tu amor. Esto nos ha sido dado como consuelo, pero también como tarea. El mensaje no es un permiso para dejar discurrir las cosas con indolencia o para cerrar los ojos ante su gravedad, sino amonestación para un santo obrar. Tu Reino debe ser para nosotros lo único necesario. Que venga tu Reino y que se cumpla tu justicia: eso es a lo que deben tender nuestros propósitos y nuestras preocupaciones. Entonces podremos estar seguros de que todo, hasta las cosas más oscuras, nos ha sido dado para que nos salvemos. Debemos elevar con fe en el marco de tu providencia cualquier experiencia que nos depare el destino, superar nuestra ignorancia con confianza y colaborar en tu obra con amor. Ayúdame, oh Señor, a ¡luminar la confusión de las cosas con la claridad de la fe y a transformar con la fuerza de la confianza la dificultad de todo lo que pesa sobre mí. Y que tu Espíritu Santo pueda atestiguar en mi corazón que soy verdaderamente hijo tuyo y que hago bien al aceptar todos los acontecimientos de tu mano.

Haz que encuentren respuesta en la certeza de tu amor aquellas preguntas a las que ninguna sabiduría humana puede responder. Que tú me amas es la respuesta a cualquier pregunta; haz que lo sienta cuando llegue la hora de la prueba. Amén (R. Guardini, Preghiere teologiche - La Prowidenza, Brescia 1986, 47ss [edición española: Oraciones teológicas, Ediciones Cristiandad, Madrid 1966]).

 

 

Sábado 9ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Tobías 12,1.5-15.20

En aquellos días, Tobit llamó a su hijo y le dijo:

-¿Qué podríamos darle a este santo varón que ha venido contigo?

Le llamaron aparte, padre e hijo, y le rogaron que aceptara la mitad de todo lo que habían traído.

Y él les dijo en secreto:

-Bendecid al Dios del cielo y proclamadle ante todos los vivientes, porque ha sido misericordioso con vosotros. Es bueno guardar el secreto del rey, y es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Buena es la oración con el ayuno. Mejor es hacer limosna que atesorar dinero, porque la limosna libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Los que cometen pecados y maldades son enemigos de sí mismos. Os diré toda la verdad, no os ocultaré ningún hecho: Cuando tú orabas con lágrimas y dabas sepultura a los muertos; cuando dejabas la comida para esconder de día los muertos en tu casa y sepultarlos de noche, yo presentaba tu oración al Señor. Eras agradable al Señor, por eso tuviste que pasar por la prueba. Ahora el Señor me ha enviado para que te cure y libre del demonio a Sara, la mujer de tu hijo. Yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que estamos en presencia del Señor. Pero ya es hora de que regrese al que me envió. Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas.

*+• La historia de Tobit y de su hijo Tobías es un canto a la divina providencia. Pero es también un canto a la generosidad, como indica la palabra «limosna», que se repite más veces aquí y en todo el libro.

Oración, ayuno y limosna eran las tres prácticas esenciales de la piedad judía. Pero la más importante de las tres era la limosna, que expresa la atención a los necesitados, la compasión y la simpatía respecto a ellos, la ayuda activa y generosa.

Tres son las ventajas de la limosna o, como se dice en muchos otros pasajes bíblicos, de la caridad: libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Tres ventajas que, tal vez, se reducen a una. Podemos expresarla así: la generosidad nos hace vivir y respirar, arranca al hombre del cercado de sí mismo y lo lleva al aire libre. Se trata de una experiencia profundamente verdadera. No es sólo cuestión de vida eterna, sino de la vida en toda su extensión. La generosidad es el mejor modo de vivir en el presente.

En nuestra lectura de hoy hay también una segunda enseñanza importante: la benevolencia de Dios tiene que ser contada, para que todos puedan alegrarse, esperar y alabar al Señor: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (v. 20). Los dones de Dios no son nunca sólo para nosotros: debemos darlos a conocer. No se trata de contar lo que tú has hecho por Dios, sino lo que Dios ha hecho por ti.

 

Evangelio: Marcos 12,38-44

En aquel tiempo,

38 decía Jesús a la muchedumbre mientras enseñaba: -Tened cuidado con los maestros de la Ley, que gustan desasearse lujosamente vestidos y de ser saludados por la calle.

39 Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes.

40 Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

41 Jesús estaba sentado frente al lugar de las ofrendas y observaba cómo la gente iba echando dinero en el cofre. Muchos ricos depositaban en cantidad.

42 Pero llegó una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor.

43 Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: -Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás.

44 Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

 

**• El pasaje evangélico de hoy está compuesto por dos cuadros contrapuestos: por una parte, el comportamiento de los maestros de la Ley; por otra, el comportamiento de una viuda pobre. Los dos cuadros representan la falsa v la verdadera religiosidad.

«Tened cuidado con los maestros de la "Ley» (v. 38): vanidad, ostentación, una práctica religiosa contaminada por la avidez y por la hipocresía, éstas son las tres deformaciones de los maestros de la Ley contra las que Jesús quiere ponernos en guardia. La expresión «tened cuidado con» pone de relieve la gravedad particular del peligro en el que pueden caer los discípulos. Marcos, en 8,15, usa la misma expresión para poner en guardia contra la levadura de los fariseos y de Herodes, y en 13,15, para poner en guardia contra los falsos profetas.

«Sentado frente al lugar de las ofrendas» (v. 41): en el atrio del templo, al que también podían acceder las mujeres, estaban alineadas las cestas en las que se echaban las monedas. Probablemente, los oferentes declaraban en voz alta al sacerdote que estaba de servicio la entidad del don y la finalidad para la que lo ofrecían. De este modo, el gesto se hacía público y se prestaba a la vanidad.

«Jesús llamó entonces a sus discípulos» (v. 43): hay muchos ricos que hacen opíparas ofrendas, y hay una viuda pobre que ofrece sólo dos monedas de escaso valor, todo lo que posee. Jesús se da cuenta y llama la atención de los discípulos con unas palabras que el evangelio reserva para las enseñanzas más importantes:

«Os aseguro que». Jesús ha encontrado un gesto auténtico y quiere que sus discípulos lo aprendan. Lo que ha sorprendido a Jesús no es sólo la falta de ostentación, sino sobre todo la totalidad del don: esa mujer no ha dado lo superfluo -es decir, lo que le sobra después de haber asegurado su vida dentro de unos amplios márgenes de seguridad-, sino «todo lo que tenía para vivir» (v. 44).

 

MEDITATIO

Tobit nos sale al encuentro en esta página del evangelio con toda su plenitud humana. Su prolongada costumbre de llevar una vida abierta al otro, atenta a sus necesidades, generosa y olvidada de sí; la práctica asidua de la caridad, de esa limosna que «libra de la muerte» pagada con la propia sangre; la constante disposición a vivir remitiéndose a Dios en la oración -bendición, alabanza, súplica o lamento-: todo esto ha ido madurando en él una profunda capacidad de gratitud y la necesidad de expresarla en gestos concretos.

No se había cerrado antes, replegado en su dolor; no se cierra ahora, satisfecho, en su felicidad. El dolor que había experimentado en primera persona le había vuelto capaz de una compasión más amplia. La alegría, acogida como don de Dios, le impulsa ahora al agradecimiento al que había sido el instrumento y mediador.

Las palabras solemnes del ángel -todavía de incógnito- ponen el sello al reconocimiento divino de «toda esta vida» objeto de la misericordia de Dios y en la que Dios puede llevar a cabo sus obras. Tobit sabe dar las gracias porque sabe reconocer que ha recibido la gracia. No siente nada como si le fuera debido, para él lodo es don.

Y sabe decir «gracias» no sólo a Dios, fuente de «todo buen regalo», sino también al hermano, al compañero de viaje, al que se ha hecho dócil ministro de este don. Se trata de una dimensión que hemos de redescubrir

o, en cualquier caso, mantener viva para nosotros, que, con frecuencia, atrapados en los engranajes de la prisa, de la eficiencia, encallados en la superficialidad, corremos el riesgo de olvidar esta capacidad de gratitud que es como la otra cara de la gratuidad. Sólo quien sabe recibir todo como don y da gracias por ello es capaz a su vez de ofrecerse gratuitamente como don al otro.

 

ORATIO

Adoramos, oh Dios, tu inaprensible misterio y bendecimos tu inagotable misericordia. Tú, con sabia providencia, quieres tejer la trama de nuestra vida como una historia de amor y nos invitas, a través de los acontecimientos del tiempo, a una perenne mañana de fiesta, junto a ti, en la luz.

Que tu Espíritu abra nuestros ojos, para que sepamos leer ya desde ahora las situaciones de la vida desde tu punto de vista y configure nuestros corazones a imagen del tuyo: unos corazones anchos, abiertos, compasivos y fecundos en bien para nuestros hermanos. De suerte que de la comunión de nuestras vidas, empapadas de misericordia, suba incesante la alabanza a ti, el Misericordioso que realiza grandes cosas para quienes se confían a él.

 

CONTEMPLATIO

Es tan débil el espíritu humano que, cuando quiere investigar con excesiva curiosidad las causas y las razones de la voluntad divina, se embaraza y enreda entre los hilos de mil dificultades, de los cuales, después, no puede desprenderse. Se parece al humo que, conforme sube, se hace más sutil y acaba por disiparse. A fuerza de querer remontarnos con nuestros discursos hacia las cosas divinas, por curiosidad, nos envanecemos en nuestros pensamientos y, en lugar de llegar al conocimiento de la verdad, caemos en la locura de nuestra vanidad.

Pero, de un modo particular, respecto a la Providencia divina somos caprichosos en lo que atañe a los medios que ella reparte para atraernos a su santo amor y, por su santo amor, a la gloria. Porque nuestra temeridad nos impele siempre a indagar por qué Dios da más medios a unos que a otros, por qué no hizo entre los tirios y sidonios las mismas maravillas que en Corozaín y en Betsaida, pues tan gran provecho hubieran sacado de ellas; en una palabra, por qué atrae a su amor a unos con preferencia a otros.

¡Ah, amigo mío, Teótimo!, jamás, jamás hemos de permitir que nuestro espíritu sea arrebatado por el torbellino de este viento de locura, ni hemos de pensar en encontrar una razón mejor de los designios de la voluntad de Dios que su voluntad misma, la cual es soberanamente razonable; mejor dicho, es la razón de todas las razones, la regla de toda bondad, la luz de toda equidad. Y aunque el Espíritu Santo, hablando en la sagrada Escritura, da en muchos lugares la razón de casi todo lo que podemos desear acerca del proceder de su Providencia en la dirección de los hombres hacia el santo amor y hacia la salud eterna, es cierto, sin embargo, que en muchas ocasiones declara que, en manera alguna, nos liemos de apartar del respeto debido a su voluntad y que hemos de adorar sus propósitos, sus decretos, su beneplácito y sus resoluciones, cuyos motivos, como supremo y justísimo juez que es, no es razón que manifieste, sino que basta con que los dé a conocer. Si debemos tanto honor a los fallos de los supremos tribunales, compuestos de jueces corruptibles de la tierra, y ellos mismos terrenos, de suerte que hemos de creer que no se han pronunciado sin motivo, aunque no sepamos cuál sea éste, ¡oh Dios mío!, ¡con cuánta reverencia no hemos de adorar la equidad de vuestra suprema providencia, la cual es infinita en justicia y en bondad! (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IV, 7, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 251-252).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (Tb 12,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra inteligencia no está en absoluto en condiciones de aferrar en su totalidad esta única e infinita perfección de Dios. Estamos frente a un misterio insondable, que nos exige adoración: «Que todo espíritu alabe al Señor, dándole todos los nombres más excelsos que se pueda encontrar; y sea cual sea la alabanza que estemos en condiciones de tributarle, confesemos que nunca podrá ser alabado de manera suficiente». Cada vez que recitamos el «Padre nuestro» y decimos: «Santificado sea tu nombre», proclamamos la grandeza de Dios y nos ponemos frente a él tal como somos, en nuestra pequeñez, con toda confianza.

La adoración nos pide aún más. No se trata de reconocer la grandeza de un Dios disperso entre las nubes; se trata más bien de proclamar su presencia activa en el mundo y de confesar su soberanía tanto en la tierra como en el cielo. En efecto, Dios es creador, pero la creación no tuvo lugar de una vez por todas al comienzo de los tiempos: Dios sigue siendo creador también hoy, y mañana, y para la eternidad. Existe una fuerte tentación de ignorar esta acción creadora de Dios que se prolonga en el tiempo. Sabemos bien que muchos hombres y mujeres están prisioneros de una visión estrechamente materialista del mundo. La investigación científica tiende a descubrir, cada vez mejor, cómo se ha ido constituyendo el mundo y a comprender, de un modo cada vez más profundo, las leyes que lo regulan, pero se muestra impotente para tener en cuenta el sentido de las cosas. Dios ha sido expulsado por completo de la existencia de los que se declaran ateos y no encuentra sitio en su explicación del mundo material. Ahora bien, «si el hombre existe es porque Dios lo ha creado por amor, y por amor no cesa de hacerle existir. Esto vale para el hombre y para todo el universo, fruto del amor de Dios creador» (Cl. Morel, // nostro é un Dio di gioia, Milán 1993, pp. 16 ss).

 

 

Lunes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 1,1-7

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los creyentes de la provincia entera de Acaya.

2 Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo.

4 Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados.

5 Porque si es cierto que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, no es menos cierto que Cristo nos llena de consuelo.

6 Si tenemos que sufrir es para que vosotros recibáis consuelo y salvación; si somos consolados es para que también vosotros recibáis consuelo y soportéis los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.

7 Y lo que esperamos para vosotros tiene un firme fundamento, pues sabemos que si compartís nuestros sufrimientos compartiréis también nuestro consuelo.

 

**• La segunda carta de Pablo a los Corintios sale de Éfeso a finales del año 57. Esa fecha se sitúa en un periodo afligido por repetidas preocupaciones, desilusiones, angustias, gravísimas persecuciones sobre la aguda y vibrátil sensibilidad de Pablo, entre las que figura la sublevación que le obliga a huir de Éfeso y el primer arresto en Jerusalén en la fiesta de pentecostés del año 58. También la comunidad de Corinto -al menos algunos personajes de la misma- tuvo reprobables responsabilidades en las tristezas del apóstol, fundador de esta Iglesia: denigraciones, malentendidos, conflictividad, crisis éticas. De ahí que también la actual segunda carta a los Corintios pueda considerarse escrita -como una precedente que se da por perdida- «con gran congoja y angustia de corazón, y con muchas lágrimas» (2 Cor 2,4).

Con todo, los corintios también le habían procurado alegrías, en particular el «éxito» de aquella carta dura, o sea, la respetuosa reconciliación y recuperación de la confianza recíproca. Por eso reconoce el consuelo que le viene del mismo Dios y que es posible transmitir a los hermanos. Los versículos que siguen (8-11, omitidos en el leccionario) enumeran algunos sufrimientos padecidos y liberaciones obtenidas también a través de la oración de muchos.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

*+• Según la redacción del evangelista Mateo, el llamado «sermón del monte» constituye el auténtico exordio de la enseñanza del joven rabí itinerante Jesús de Nazaret. En él anticipa el estilo de su magisterio, innovador, promocional, explosivo, que configura el germen de posteriores erupciones y maduraciones. Admitiendo que las bienaventuranzas y el comentario a las mismas pertenezcan a una sola acción didáctica, se trataría del primer discurso articulado de Jesús y del informe más extenso de los cronistas sinópticos (en efecto, sólo Jn 13-17 lo supera en amplitud de lenguaje).

Las notas de Mateo refieren palabras anteriores pronunciadas por Jesús en público, fundamentales aunque sucintas, como las iniciales del «arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos» (Mt 4,17), y aquellas con las que llamó a los primeros discípulos: «Seguidme» (4,19); se trata de un esbozo del seguimiento: «discípulo» coincide con «bienaventurado». Esta interpretación de los desarrollos magisteriales de Jesús, en la línea de las conexiones o de la progresión, equivale a afirmar que, en el principio de toda vocación cristiana, se encuentra la conversión a las bienaventuranzas evangélicas (prescindiendo de si el discípulo tiene o no mucha conciencia y de la calidad del seguimiento, que irán progresando).

Que el adjetivo sustantivado «bienaventurado» equivale a la denominación de «discípulo» que aparece en el evangelio es algo que se puede deducir también de la estadística lexical. De los tres sinópticos, Mateo y Lucas emplean no menos de catorce veces cada uno la palabra traducida al griego por makários y al latín por beatus (que aparece en singular y plural, masculino y femenino) y la sitúan en contextos compatibles con los atributos y el carácter visible del seguimiento (excepto en un par de situaciones paradójicas). Las nueve bienaventuranzas enumeradas por Mateo configuran la pluralidad de los aspectos de la identidad del discípulo, unificada en la unicidad de la referencia a Dios (y en primer lugar al Espíritu, que hace comprender y obrar), así como a su Reino. En la continuación del sermón se encuentran una serie de explicitaciones operativas preanunciadas en los nueve aforismos de presentación del proyecto evangélico.

 

MEDITATIO

Esta semana litúrgica y la siguiente están iluminadas por los pensamientos que el apóstol Pablo nos confía en la segunda carta a la comunidad cristiana de Corinto; y están animadas por el desafío lanzado por Jesús a los discípulos con el «sermón del monte», o sea, con las nueve bienaventuranzas y el comentario a las mismas según la redacción del evangelista Mateo (capítulos 5-7).

Precisamente el estilo de desafío constituye el elemento de convergencia entre los dos mensajes: un desafío parte de la imagen paulina del siervo del Evangelio, trazado con el robusto orgullo autobiográfico del «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios»; el otro es el desafío de la identidad del discípulo evangélico, colocado por Jesús, más allá de lo ordinario, en la dimensión de la bienaventuranza.

El comienzo de la carta de Pablo y el del sermón de Jesús coinciden asimismo en el anuncio y en la experiencia de una felicidad. El apóstol Pablo identifica la felicidad con el consuelo recibido como don de Dios, Padre misericordioso, y compartido con los hermanos. El maestro Jesús identifica la felicidad con la bienaventuranza como conciencia de unos dones confiados a él en cuanto persona humana convertida en «discípulo». Esta felicidad se puede traducir mediante los matices de algunos sinónimos: alegría, serenidad, exultación, bienestar, fortuna, consuelo y bienaventuranza precisamente. La felicidad es anhelo inagotable e insaciable del corazón humano: un corazón individual, colectivo, universal.

 

ORATIO

«Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él» (del salmo responsorial). Te bendecimos, Señor, en todo momento porque tú mismo has querido ser nuestro refugio y en ti encontramos nuestro consuelo. En nuestra boca, Señor, florece siempre tu alabanza, porque tú nos has enseñado los caminos de las bienaventuranzas, un camino que recorre el que se refugia en ti.

Te damos gracias, Señor, Dios nuestro, por el camino de la pobreza iluminada por el Espíritu; gracias por el camino de la aflicción serenada por los consuelos recibidos; gracias por el camino de la mansedumbre y de la paz frecuentada por tus hijos; gracias por el camino de la justicia espaciada por la experiencia de tu gracia que nos sacia; gracias por el camino de la misericordia alegrada por el compartir la misericordia; gracias por el camino de la pureza de corazón orientada a visiones divinas; gracias por el camino de las cruces custodias de las huellas de tu Hijo crucificado, Jesucristo el resucitado, que ahora vive glorioso por los siglos eternos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Aquellos que anhelan y desean ser consolados por Dios [...] poseen ya, sin duda, un gran motivo de consuelo en el solo hecho de que piensan desear y anhelar ser consolados por Dios. Este propósito suyo puede ser muy bien causa de gran consuelo por una razón especial. Antes que nada, están buscando el consuelo donde no tienen más remedio que encontrarlo, puesto que Dios puede darles el consuelo y se lo quiere dar. Lo puede, porque es omnipotente; lo quiere, porque es bueno y porque él mismo lo ha prometido: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7).

El que tiene fe -y el que quiere ser consolado debe tenerla por fuerza- no puede dudar de que Dios mantendrá su promesa. Por eso, digo, tiene un firme motivo de consuelo al pensar que anhela ser consolado por Aquel que, como le garantiza su fe, no dejará de consolarle (Tomás Moro, // dialogo del conforto nelle tribolazioni, 3 [edición española: Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, Ediciones Rialp, Madrid 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará» (Mt 5,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La opción por la pobreza, con la renuncia a la ambición del tener, implica la pérdida de nuestra propia reputación. En un sistema basado en la posesión del dinero, el pobre sólo merece desprecio; por consiguiente, a quien voluntariamente elige la pobreza se le considera sólo como un loco. Ahora bien, precisamente en eso que, a los ojos de la sociedad, es considerado como escándalo e insensatez se manifiesta «el poder de Dios» (cf. 1 Cor 1,18-23). La cruz se convierte así en el paso inevitable e indispensable para los «pobres-perseguidos» que permanecen fieles a Jesús en el camino de la verdad hacia la libertad [cf. Jn 8,32). Sólo quien es completamente libre puede amar de verdad y ponerse al servicio de todos (cf. 1 Cor 9,19; Mt 18,1 -3).

Perder la propia reputación es el único modo de ser totalmente libres y, en consecuencia, animados plenamente por el Espíritu (cf. 2 Cor 3,17). Y el leño de la cruz, de estéril instrumento de destrucción del hombre, se transforma en el vivificante «árbol de la vida» (Ap 2,7; cf. Gn 2,9) que alimenta en el creyente la savia vital que le permite llevar a cabo el proyecto de Dios sobre el hombre: «Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48; cf. Ef 4,13) (A. Maggi, Padre dei poveri..., Asís 1995, pp. 182ss).

 

 

Martes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 1,18-22

Hermanos:

18 Dios es testigo de que nuestras palabras no son un ambiguo juego de síes y noes.

19 Como tampoco Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien os hemos anunciado Silvano, Timoteo y yo, ha sido un sí y un no; en él todo ha sido sí,

20 pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él. Por eso el amén con que glorificamos a Dios lo decimos por medio de él.

21 Y es Dios quien a nosotros y a vosotros nos mantiene firmemente unidos a Cristo, quien nos ha consagrado,

22 nos ha marcado con su sello y nos ha dado su Espíritu como prenda de salvación.

 

**• La perícopa de hoy constituye un fragmento reducido del contexto autobiográfico en el que Pablo vuelve; evocar hechos recientes conocidos de los corintios y, sobre todo, reivindica la corrección y la honestidad de su propio comportamiento en todas partes y cada vez más respecto a ellos (w. 12-17, omitidos por el leccionario).

El incipit del fragmento se conecta con el amago de orgullo de hace poco, referido a la criticada modificación del viaje a Corinto: «Al proponerme esto, ¿obré con ligereza? ¿Creéis que me lo propuse con miras humanas, jugando arteramente con el sí y el no?». El estribillo de los adverbios inconciliables «sí»-«no» parece agradarle a Pablo, convencido de que el eco no resbalará de manera ineficaz sobre la receptividad de sus lectores. Es probable que el apóstol aprendiera de Jesús este aforismo

recogido del evangelio: «Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37: en las lecturas del sábado próximo). También el apóstol Santiago emplea el mismo dicho de Jesús (cf. Sant 5,12).

El orgullo de Pablo se levanta sobre constataciones realistas relativas a su propia identidad. Él es «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios» (2 Cor 1,1); en la comunidad de Corinto es un colaborador, no un déspota (v. 24); comparte la confirmación por parte de Dios en Cristo (v. 21), hecha visible en el bautismo que transformó su propia personalidad, como él mismo recuerda (Hch 22,16; 26,15ss y contextos); hace uso de su patrimonio personal de la «unción», del «sello», de la «prenda del Espíritu» (v. 21ss). Estas tres palabras perfilan –a la luz de pasajes paralelos, por otra parte no apodícticos- la misión de la evangelización injertada en la de Cristo (Le 4,18), la participación en la identidad sacerdotal del mismo Cristo (Jn 6,27: interpretación «eucarística»), algunos carisnias en los que el Espíritu se muestra generoso y que para Pablo son el apostolado, el ministerio, la Palabra, la enseñanza (Rom 12,5-7), así como el carisma más grande, a saber: la caridad (1 Cor 13,13). Esa caridad que el apóstol muestra precisamente también a los hermanos de Corinto (2 Cor 2,8-11: versículos no recogidos por el leccionario).

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

 

**• Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y ejemplificación -en la que el mismo Jesús se compromete- de los nueve aforismos introducidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben tener los discípulos de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo». El «vosotros» con el que comienzan los dos períodos interpela precisamente a los discípulos, interlocutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la muchedumbre.

El «sermón del monte», a diferencia de otros contextos, es el único sitio en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su discípulo. Y es también el único contexto en el que emplea el vocablo «Sal».

        La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la enseñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo Testamento, señaladamente en la perspectiva cristológica, en la que resultan esenciales al menos un par de citas: la autobiográfica de Jesús («Yo soy la luz del mundo»: Jn 8,12; cf. 12,35.46), y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas.

Así pues, la alegoría de la sal parece tener una identidad autónoma. Forma parte de la responsabilidad autónoma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, transferir al orden de las acciones humanas y evangélicas las características de la sal: dar sabor, conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es una responsabilidad autónoma con riesgo: la sal puede perder su propia cualidad (si seguimos el aviso de Jesús, en verdad un tanto forzado, puesto que, de por sí, la composición química de la sal permanece íntegra si no es manipulada)y, al perder también su propia utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguridad de ser reverbero de una luz que no se extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad del iluminar: el discípulo es reverbero de la luz verdadera que es Cristo.

Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza de bienaventuranza para los discípulos: «Bienaventurados vosotros, que sois sal de la tierra y luz del mundo».

 

MEDITATIO

«Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8) es la bienaventuranza sobre la que se desarrolla la alegoría evangélica de la luz. El ver tiene necesidad de la luz. Jesús, el Señor, es luz (cf. 1 Jn 1,5.7). Del corazón -la interioridad individual- purificado e iluminado procede la interpretación de nosotros mismos como testigos de la luz que es Dios, que es Cristo, que son los dones divinos (Sant 1,17). La conciencia de tal testimonio nos exhorta a la vigilancia del siervo evangélico, de modo que no se demore en saborear elogios dirigidos a sí mismo; no ha de orientar la atención de los otros a él, sino a la Fuente de la luz y al origen de todo don.

Una evidencia de que damos testimonio de la luz de Cristo es la coherencia, ese ser «sí» escandido por el apóstol Pablo en sintonía discipular con Cristo, el cual no fue «sí» y «no», es decir, ambigüedad, penumbra, incoherencia, sino que «en él todo ha sido sí». La prueba evidente de que damos testimonio de la luz del Espíritu es la custodia y la activación de esos dones a los que Pablo alude como cualidad de la propia personalidad que los ha recibido como prenda del Espíritu.

En nuestros días, el testimonio radical perfilado en el marco de la perícopa paulina y la identidad discipular ejemplificada en la alegoría evangélica de la sal y de la luz se concentra en la frecuentada y preciosa palabra «visibilidad». Ahora bien, la Palabra de Jesús no permite equívocos: no se trata de la visibilidad de ti mismo o de tus bondades, sino que la visibilidad del Padre que está en el cielo -o sea, de cuanto es él y de él recibe la vida, empezando por Cristo- es el servicio que te cualifica como discípulo y te premia con la bienaventuranza evangélica.

 

ORATIO

«Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo» (del salmo responsorial). La visión de tu rostro, Señor, es maravillosa: reflejar en él nuestro rostro es nuestra nostalgia cotidiana.

Te damos gracias porque, con la Palabra de Jesús, tu Hijo, nos animas a hacer visible en esta tierra, a través de nuestras obras buenas, tu gloria, Padre que estás en el cielo, que eres amor y misericordia, que iluminas con tu Palabra revelada y que inundas de alegría a cuantos aman tu nombre. Salvaguárdanos de la despreocupación y del indiferentismo insípido, de la ambigüedad enredadora y de la incompletitud opaca en nuestro servicio al Evangelio. Perdónanos la estimación excesiva de nuestra personalidad de creyentes y la valoración maximalista de nuestras buenas acciones. Escucha estas invocaciones, para que, a través de Jesucristo, suba a ti, oh Dios, nuestro «amén», nuestro «sí».

 

CONTEMPLATIO

¿Acaso está dividido Jesucristo? (1 Cor 1,13). A buen seguro que no, puesto que es un Dios de paz y no de división (1 Cor 14,33), como iba enseñando san Pablo por todas las iglesias. En consecuencia, no es posible que en la verdadera Iglesia haya discordia o que esté dividida a causa de la credibilidad y de la doctrina, porque, de este modo, Dios dejaría de ser el artífice y el esposo y, como un reino dividido en sí mismo (cf. Mt 12,25), tendría fin.

En cuanto Dios se adquiere un pueblo, como ha hecho con la Iglesia, le concede de inmediato la unidad de corazón y de camino. La Iglesia no es más que un cuerpo del que los fieles, bien trabados y unidos por medio de todos los ligamentos (Ef 4,16), son miembros; no hay más que una fe y un espíritu que anima a este cuerpo. Dios se encuentra en su lugar santo, hace que su casa esté habitada por personas del mismo género e inteligencia (Sal 68,6ss); por consiguiente, la verdadera Iglesia de Dios debe estar unida, ligada, conjuntada y estrechada al mismo tiempo por una misma doctrina y un mismo depósito de la fe (Francisco de Sales, Controversia, Brescia 1993, p. 122).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres para que den gloria a vuestro Padre» (cf. Mt 5,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Habéis pensado alguna vez que lo primero que se puede decir de la sal es que se disuelve, que se funde, que se con-funde? Es más, si no se funde, la comida no está buena. «Vosotros sois la sal», debéis desaparecer, confundiros. Primero está la imagen de lo que desaparece y después de lo que se ve: vosotros sois la sal que desaparece, vosotros sois la luz que aparece. ¿Veis la mecánica, la dialéctica? Lo primero que puede decirse de la sal es que se disuelve, y cuanto más se disuelve más sabor da, más da sentido a la vicia, más da gusto; del mismo modo que el gusto de la comida, el gusto de la vida depende siempre de la sal. A continuación, conserva, preserva, desinfecta, mata los microbios, cicatriza las heridas, purifica. «Vosotros sois la sal de la tierra».

Señor, ¡qué valor! Cuanto más se cumple esto, más se cumple la segunda imagen: «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria». He aquí apenas una huella de las indicaciones para reflexionar, para meditar y para esperar que todo esto se cumpla (D. M. Turoldo, Oltre la foresta aelle feai, Cásale Monf. 1996, pp. 139ss).

 

 

Miércoles de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 3,4-11

Hermanos:

4 Esta confianza que tenemos en Dios nos viene de Cristo.

5 Y no presumimos de poder pensar algo por nosotros mismos; si algo podemos, se lo debemos a Dios,

6 que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, basada no  en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu, porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida.

7 Y si aquel instrumento de muerte que fue la ley, grabada letra a letra sobre piedras, se proclamó con tal gloria que los israelitas no podían mirar fijamente el rostro de Moisés a causa de su resplandor -que era pasajero-, 8 ¡cuánto más gloriosa será la acción del Espíritu!

9 En efecto, si lo que es instrumento de condenación estuvo rodeado de gloria, mucho más lo estará lo que es instrumento de salvación.

10 Y así, lo que fue glorioso en otro tiempo ha dejado de serlo, eclipsado por esta gloria incomparable.

11 Porque si lo pasajero fue glorioso, mucho más lo será lo permanente.

 

**• Tras sobrevolar la totalidad del capítulo 2 y los tres primeros versículos del capítulo 3 -una perícopa marcadamente autobiográfica y confidencial, sobre todo en lo referente a los sentimientos y emociones personales-, la partida ex abrupto del leccionario exige el pensamiento del apóstol Pablo inmediatamente precedente: «Sois una carta de Cristo redactada por nosotros y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón» (v. 3). Semejante conexión ilumina la naturaleza de la confianza que tiene Pablo, que permanecería incierta en la incertidumbre del adjetivo «esta» que abre el pasaje de hoy. Se trata de una confianza compuesta, entremezclada: confianza en sí mismo en cuanto servidor del Evangelio; confianza en los hermanos de la comunidad de Corinto, más dúctiles y disponibles para recibir los mensajes -pese a las incomprensiones transitorias- que un pergamino con tinta, y con un corazón palpitante y sensible; confianza en el Dios vivo, en Cristo, en el Espíritu.

En este punto abandona Pablo -por ahora- la aspereza y la insistencia en volver a abrir heridas, y emprende un vuelo alto -por ahora-, exteriorizando la convencida y ventajosa comparación entre la alianza antigua (la de la «letra que mata») y la alianza nueva (la del «Espíritu que da la vida»). Pero no desmiente el orgullo que le proporciona su identidad. Es consciente de sus propias capacidades y de la relevancia de su personalidad de «ministro apto»; con todo, reconoce que esa individualidad ha sido plasmada por Dios. Semejante consideración de sí mismo, junto con la admisión de una evolución personal, recuerda el paso del monolitismo perentorio, conquistado con mucha escuela y un enorme celo por aquel que fue Saulo, al realismo humilde de aquel en que se ha transformado Pablo. Él mismo confiesa de manera repetida su paso o «conversión»: recurriendo a las fuentes autobiográficas, además de a otros recuerdos (incluso a esta segunda carta a los Corintios: capítulos 11-12, referidos en parte en las lecturas de los próximos días), queda iluminada la identidad del «Dios» -nombrado en el v. 5 - del que procede la «capacidad» del apóstol. Dios es el Padre que le llamó con su gracia y le reveló a su Hijo (Gal l,15ss): Dios es Jesús, el Señor que le deslumhra, le fascina, le envía como testigo (Hch 22,8.21; 26,15ss); Dios es el Espíritu Santo que también le reserva para sí, en vistas a su obra de apostolado (Hch 13,2ss). Pablo activa la «capacidad» que le ha sido dada dedicándose enteramente al apostolado de la nueva alianza, permanente y definitiva, consumación de la antigua, gloriosa pero efímera.

 

Evangelio: Mateo 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

17  No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

 

**• El respeto a la ley por parte de Jesús corresponde a la actitud normal de cualquier judío. En su casa paterna (y materna) aprendió desde pequeño a someterse a la ley (Le 2,22-24.39-40.41-42.52). Su postura en la función de rabí confirma su propia «cultura», respetuosa con todos los detalles de la ley. La perícopa de hoy constituye una confirmación verbal de lo que decimos- Si esta perícopa fuera un dicho aislado de cualquier docto rabino, éste habría sido etiquetado de tradiciónalista, fariseo, legalista, maximalista.

Las palabras de Jesús, engastadas en el proyecto evangélico de las bienaventuranzas, tienden precisamente al maximalismo. Este vocablo es moderno, no pertenece al lenguaje bíblico; sin embargo, en un sentido positivo, algunos aforismos como los que constituyen estas palabras evangélicas están impregnados claramente de maximalismo. El género literario de la contraposición entre lo «mínimo» y lo «grande», y la evidente preferencia por lo «grande» no dejan dudas sobre la filonomia (amor a la ley) por parte de Jesús, que se manifiesta aquí como un verdadero «máximalista».

En efecto, Jesús no teorizó nunca sobre la desobediencia a la ley, nunca instigó a la transgresión de la misma. Personalmente, nunca fue cogido contraviniendo lo más mínimo los preceptos de la Tora, a diferencia de sus discípulos, acusados de no lavarse las manos tal como mandaba la ley (Mt 15,2), o cogiendo espigas y comiendo sus granos en el día inviolable del sábado (12,lss). A decir verdad, se alegaron contra Jesús acusaciones de subversión y sublevación, por otra parte genéricas y en absoluto detalladas (Le 23,2.14); fue descalificado también como alguien que no observaba el sábado y que, por consiguiente, no podía venir de Dios (Jn 5,16.18; 9,16), pero los que hicieron esas cosas no sabían que «el Hijo del hombre es señor del sábado», no querían admitir que no es el hombre el que ha sido hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf Mt 12,8; Me 2,27).

No existe contradicción entre las palabras y los hechos de Jesús. La posición innovadora de Jesús en relación con la ley es su consumación. El texto griego del v. 17 (traducción más antigua) utiliza la forma verbal plerósai (en latín, adimplere), que transmite un proyecto de plenitud, de maximalismo precisamente. La «consumación» de la ley, con la convicción y con el estilo de Jesús, es el empleo de ésta, dentro de los límites de una libertad madura, para el servicio de la persona humana, para la consumación de un proyecto de vida, en vistas a la realización de nuestra propia persona y de una comunidad social.

 

MEDITATIO

El apóstol Pablo afirma de una manera decidida: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). El rabí Jesús afirma de un modo resuelto: «No  penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias» (Mt 5,17). La contradicción verbal entre ambas posiciones magisteriales es evidente.  La convergencia entre ambas se sitúa en la superación de la dicotomía formal, más allá de la superficie lexical, en la profundidad esencial del Evangelio, del que primero Jesús y, después, Pablo son pregoneros. La esencia del Evangelio es la Buena Noticia (o «noticia de lo bueno»). Ambas expresiones -concisas, según el estilo rabínico- contienen un elemento positivo: lo bueno que hemos de salvaguardar como viático sustancial y como esencia del proyecto existencial. La Buena Noticia de Jesús es ésta: «Yo voy a llevar hasta sus últimas consecuencias, a su consumación»; la Buena Noticia de Pablo es ésta: «El Espíritu da vida». El lado oscuro –el negativo- que hemos de señalar como función pedagógica y propedéutica por parte de Jesús es: «No he venido a abolir», y por parte de Pablo: «La letra mata». La clave que deshace los nudos de la tensión entre la letra y el espíritu, entre la libertad y la observancia, entre la ley y la gracia, es el acontecimiento irreversible y renovado de la nueva alianza de la que Dios es protagonista.

Pablo cuenta con una experiencia personal de la vitalidad y la plenitud del Espíritu {cf., por ejemplo, Hch 9,17: el día de la «conversión»; 2 Cor 3,17ss: en las lecturas de mañana). Jesús es, verdaderamente, consumación y plenitud: en la plenitud del tiempo, y nacido bajo la ley, fue enviado por el Padre para rescatar a los que estaban sometidos a la ley y concederles la filiación (cf. Gal 4,4ss); su existencia discurre como consumación de las Escrituras (Mt 2,23; 26,24; Le 4,21...); en su último aliento susurra: «Todo está consumado» (Jn 19,30); una vez resucitado, se interpreta a sí mismo como un ser obediente bajo la guía de la Ley y de los profetas (Le 24,25-27.44-48; Hch 1,16).

Esta paráfrasis del axioma de Pablo podría resultarle agradable a la mentalidad de hoy: «Si te quedas en la superficie de la letra, corres el riesgo de bloquear la vitalidad del Espíritu, y, por consiguiente, remitido a la profundidad de la creatividad espiritual». Y lo mismo cabe decir del axioma de Jesús: «Ve siempre más allá, madurando en la libertad de quien, en obediencia y con su testimonio, sirve al Reino de los Cielos».

 

ORATIO

«Santo es el Señor, nuestro Dios» (del salmo responsorial).

Reconocemos, Señor, tu santidad en tu amor por la justicia y en tu voluntad, que ha establecido lo que es recto.

Te damos gracias por la paciencia con que perdonas nuestras superficialidades, los usos despreocupados y los abusos de nuestras míseras libertades, la presunción de abolir detalles e incluso fragmentos sustanciosos de leyes y profetas. Fortalece nuestra disponibilidad, unas veces tímida y otras enérgica, para seguir a quienes nos vas enviando como guías que reflejan en su rostro el fulgor del Espíritu y como testigos de la gran importancia que tiene perseverar en la custodia laboriosa de tu alianza con nosotros y de nuestra alianza contigo, que eres el Santo, Señor, Dios nuestro.

Que nos acompañen Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor, en el cumplimiento del servicio en el Reino de los Cielos, y el vigor de tu Santo Espíritu, en la maduración de la vida verdadera que él nos da.

 

CONTEMPLATIO

Qué admirable es el Espíritu Santo y qué grande y poderoso se muestra en sus dones. Vosotros, que estáis reunidos aquí, pensad un poco cuántas almas somos. Y él obra en cada una de la manera apropiada: presente en medio de vosotros, ve las disposiciones de cada uno, conoce los pensamientos y la conciencia, todo lo que decimos y lo que pensamos. Considerad, vosotros que tenéis una mente iluminada por él, cuántos cristianos hay en esta parroquia, cuántos en toda la provincia y cuántos en toda Palestina. Extended ahora la mirada a todo el Imperio romano y, desde el Imperio, a todo el mundo: persas, indios, godos, sármatas, galos, hispanos, moros, libios, etíopes y todos los otros cuyo nombre ignoramos. Ved ahora en cada uno de estos pueblos los obispos, sacerdotes, diáconos, monjes, vírgenes y otros laicos, y fijaos en el gran Pastor dispensador de las gracias. Fijaos cómo, en todo el mundo, a uno le da la pureza, a otro el amor a la pobreza, a otro aún el poder de expulsar a los espíritus. Y del mismo modo que la luz ilumina con un solo rayo, así ilumina el Espíritu a todos los que tienen ojos para ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡El testimonio! Aquí se encuentra el verdadero desafío que se pide al hombre de hoy para ser creíble. No se pide hoy grandes «maestros», sino más bien «testigos» válidos, en la realidad del tejido familiar, eclesial, cultural y social [...]. Hoy nos viene desde más partes la invitación a que seamos creíbles y a que demos testimonio con la vida de aquello en que creemos [...]. Jesús dijo varias veces a sus discípulos que fueran a anunciar la paz y se sentaran a la mesa con los otros en nombre de la paz, compartiendo los bienes. Aquí se encuentra el núcleo esencial del testimonio cristiano, que tiene como raíz el compartir con los pobres nuestros propios recursos, pensando que somos hijos del mismo Padre y tenemos derecho a alimentarnos de las mismas cosas, fruto del amor de Dios. Y sobre esto seremos juzgados un día: sobre cómo hemos tratado a los pobres, a los necesitados, a los olvidados, a los marginados, a los prófugos, a todos los que han sido golpeados por las injusticias y se ven obligados a languidecer en la pobreza más negra (A. Bertacco, La vita come awentura nel perímetro della riostra storia, Vicenza 2000, pp. 182-184, pass/m).

 

 

Jueves de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 3,15-4,1.3-6

Hermanos:

3,15 Hasta el día de hoy, en efecto, siempre que leen a Moisés permanece el velo sobre sus corazones;

16 sólo cuando se conviertan al Señor desaparecerá el velo.

17  Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad.

18 Por nuestra parte, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa, como corresponde a la acción del Espíritu del Señor.

4,1 Por eso, sabiendo que Dios, en su misericordia, nos ha confiado este ministerio, no nos desanimamos.

3 Y si la  Buena Nueva que anunciamos está todavía encubierta, lo está para los que se pierden,

4 para esos incrédulos cuyas inteligencias cegó el dios de este mundo para que no vean brillar la luz del Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios.

5 Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús.

6 Pues el Dios que ha dicho: Brille la luz de entre las tinieblas, es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo.

 

**• El leccionario prosigue la escucha de la interpretación con la que el apóstol Pablo desentraña la historia corriente de Israel y el futuro: «sólo cuando se conviertan al Señor [Jesucristo]» (3,16), desaparecerá el velo que cubre el corazón de los israelitas, o sea, que también ellos reconocerán que ha sobrevenido la nueva alianza, la que ha perfeccionado la alianza antigua dada con la mediación de Moisés, «el hombre del velo sobre el rostro» (cf. Ex 34). En la visión paulina se hace más comprensible leyendo asimismo 2 Cor 3,12-14 y 4,2 (versículos omitidos por el leccionario).

La alegoría o metáfora de la cara cubierta/descubierta sirve de base a toda la argumentación del apóstol. De una manera no excesivamente velada, Pablo se imagina a sí mismo como un Moisés, aunque mediador del glorioso «Evangelio de Cristo» (4,4). Su orgullo está forjado a partir de un sano realismo: la misericordia de Dios está en el origen de su propio ministerio de evangelización. Su determinación se ha ido forjando a partir de dificultades y no pierde el ánimo. El método del servicio apostólico se basa en el radicalismo: anuncia de una manera abierta la Verdad -cueste lo que cueste-, lejos de subterfugios, manipulaciones, protagonismos personalistas. El contenido del Evangelio-verdad es abierto y luminoso: si permanece velado, la responsabilidad recae sobre los que están ciegos y son súcubos del «dios de este mundo»: ésos son los «rebeldes» en quienes obra el «enemigo» de Cristo y del Evangelio, el Satanás que concentra todas las contrariedades contra la nueva alianza, el fautor de muerte mediante los pecados (cf. Ef 2,lss).

La argumentación se inserta entre una autobiografía gratificante y una teología trinitaria (más alusiva que orgánica esta última). La articulación de esta teología trinitaria se explícita a través de los nombres divinos. En primer lugar, está el Dios de la creación, aquel que dijo «brille la luz» (Gn 1,3), en cuya presencia se descubre toda conciencia (Rom 8,27). A continuación, está Cristo el Señor, en cuyo rostro brilla la gloria divina, o sea, aquel que lleva en sí mismo como mesías la presencia divina (Is 40,2), sustancia del anuncio evangélico y él mismo Evangelio-palabra (Jn 1,1.14). Por último, está el Espíritu, el Señor que actúa en libertad descubriendo el conocimiento de la gloria divina y llevando a cabo la transformación del hombre, modelado progresivamente en la misma gloria divina.

 

Evangelio: Mateo 5,20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

20 Os digo que si no sois mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

21 Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás, y el que mate será llevado a juicio.

22 Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio; el que le llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que le llame impío será condenado al fuego eterno.

23 Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,

24 deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego, vuelve y presenta tu ofrenda.

25 Trata de ponerte a buenas con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

 

**• La conexión de la perícopa de hoy con el fragmento precedente (Mt 5,17-19) acompaña, como sobre un itinerario nivelado, al discípulo de Jesús que escucha el desarrollo del mensaje de su Maestro concerniente a las bienaventuranzas. Este se irá desarrollando, sucesivamente, siguiendo una secuencia de resortes autónomos que encuentran, no obstante, su motivación en estas premisas. Quien sigue a Jesús -que no pretende abolir nada de la ley ni de los profetas, sino, al contrario, llevarlos hasta sus últimas consecuencias-, no puede hacer otra cosa más que superar los tipos de «justicia» -o bien la relación con el proyecto que se rige por las sumisiones- precedentes, exteriores y superficiales, selectivas y anacrónicas, como las exaltadas por los maestros de la Ley y los fariseos: quien sigue a Jesús deberá activar su conciencia de haber entrado en el «Reino de los cielos» - a saber: en el discipulado progresivo del Evangelio y en el seguimiento definitivo de Cristo- a través del don de la justicia-justificación.

El proyecto radical de Jesús se perfila a través de la confrontación entre un mínimo y un máximo. El verbo español «superará» traduce el término perisséuse(i) del texto griego y el abundaverit del latino, reforzados ambos por el adverbio pléion / plus: los dos manifiestan la superación en cantidad y en calidad. Es la sobreabundancia de justicia (dikaiosyné: legalidad, rectitud, corrección, pietas), ese tot en más y en mejor que identifica no  a cada hombre, sino al discípulo de Jesús, lo que asegura que el que tiene hambre y sed de justicia será saciado (Mt 5,6).

Los tres escalones sucesivos presentan tres ejemplos de la sobreabundancia de justicia, que es como el estatuto del Reino de los Cielos; prosiguen además estos escalones la manifestación de las bienaventuranzas evangélicas. Éstas se mueven entre el sentido común y el radicalismo. Aislar al asesino o arreglar las controversias con un compromiso, antes de arriesgarse a las consecuencias de perder una causa en el tribunal, son soluciones de sentido común, o sea, de cálculo ventajoso para la colectividad y para cada uno en particular. El estatuto del Reino de los Cielos sobrepasa esas convenciones del sentido común: exige el radicalismo de un mensaje y de una apropiación de éste motivadas por la autoridad de quien afirma: «Habéis oído que se dijo... pero yo os digo», así como una confianza total en esa autoridad y en el valor del mensaje.

 

MEDITATIO

Los discípulos han conservado el carácter radical del mensaje de Jesús. Y han dicho, entre otras cosas: «La caridad no se irrita» (1 Cor 13,5); «que vuestro enojo no dure más allá de la puesta de sol» (Ef 4,26); «bendecid, no maldigáis» (Rom 12,14); «procura practicar la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de todo corazón» (2 Tim 2,22); «un siervo del Señor no debe ser buscapleitos, sino condescendiente con todos» (2 Tim 2,24).

No basta sólo con el «no» a la fraternidad cainita (no matar), con el «no» a la injuria y a la denigración (es un estúpido, es un loco), con el «no» a la culpabilización del otro (si tiene algo contra ti), con el «no» a la soberbia (ponte de acuerdo con tu adversario), sino que hace falta, sobre todo, el «sí» a lo positivo, que induce al discípulo de las bienaventuranzas a buscar y a secundar una «mayor justicia». Un ejemplo de esa dimensión positiva es la humildad. El hombre humilde es lo contrario de la casuística ejemplificada por el mismo Jesús. El fin que persigue Jesús no es, qué duda cabe, la humildad, o bien un gesto, un signo, una «cosa»; su objetivo es que lleguemos a ser mansos. La humildad es un ámbito del proyecto del Reino de los Cielos sembrado en la tierra, que sigue siendo herencia de los humildes, de aquellos a quienes Jesús llamó «bienaventurados». Jesús no dio ninguna descripción de la humildad ni definió al humilde, porque él mismo se ofreció como testimonio vivo: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29).

Sin embargo, la humildad es algo visible, es la presencia de una gracia: en efecto, uno de los frutos del Espíritu es la humildad (cf. Col 5,22). Pablo afirma que «el Señor es el Espíritu» (la teología trinitaria conoce la distinción entre las personas y la igualdad entre ellas); dice que «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17). Este aforismo es fascinante y preocupante. La apropiación indebida del vocablo corre el riesgo de servirse de la libertad para encubrir la malicia (1 Pe 2,16). La docilidad a la acción del Espíritu de la verdad nos encamina hacia la libertad (Jn 8,32), hacia la verdadera libertad que Cristo -el Hijo- está en condiciones de darnos (Jn 8,36). La conciencia de poseer la justicia/justificación nos revela que ya no somos esclavos sometidos a la ley, sino hombres libres bajo la gracia (Rom 6,14). Sin el Espíritu del Señor no hay libertad: él es libre, «el Espíritu es la libertad».

 

ORATIO

«La gloria del Señor habitará en nuestra tierra» (del salmo responsorial). Danos, Señor, ojos para verla. Espíritu Santo de Dios, ilumina mi conciencia y hazla dócil a tu voluntad hasta el punto de que secunde la misericordia y la salvación que me das, para que desaparezca el velo que ofusca la visión de la divina gloria.

Señor Jesucristo, guía mis pasos por el camino de la justicia, y que ésta se haga visible en signos de amor, de servicio, de devoción.

Padre bueno, perdona mi lentitud en la conversión al Evangelio, los egoísmos de mi libertad, los desánimos, los disimulos, las falsificaciones de tu santa Palabra, todas las ocasiones que he perdido de hacer obras de justicia como los «justos» evangélicos en el seguimiento del «justo» Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.

 

CONTEMPLATIO

Según dice san Pablo (Heb 1,3), el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia: Qui cum sit splendor gloriae, et figura substantiae ejus. Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural, comunicándoles muchas gracias y dones naturales, haciéndolas acabadas y perfectas, según se dice en el Génesis (1,31) por estas palabras: Vidit Deus cuneta, quae fecerat, et erant valde bona («Miró Dios todas las cosas que había hecho, y eran mucho buenas»). El mirarlas mucho buenas era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo; y no sólo les comunicó el ser y gracias naturales, como habernos dicho, mirándolas, mas también con sola esta figura de su Hijo las dejó vestidas de hermosura, comunicándoles el ser sobrenatural; lo cual fue cuando se hizo hombre, ensalzándole en hermosura de Dios, y por consiguiente a todas las criaturas en él, por haberse unido con la naturaleza de todas ellas en el hombre. Por lo cual dijo el mismo Hijo de Dios (12,32): Et ego si exaltatus fuero a térra, omnia traham ad me ipsum; esto es: «Si yo fuere ensalzado de la tierra, levantaré a mí todas las cosas»; y así, en este levantamiento de la encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podemos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad (Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En Jesús, la esperanza que tenemos en Dios de una sociedad no violenta ejemplificada en el «sermón del monte», en los resúmenes de los Hechos de los apóstoles y en los paréntesis apostólicos, se nos da como posible, como signo y germen del Reino plenamente esperado de la paz, de la alegría y de la justicia (Rom 14,17). De ahí se sigue que la afirmación de nuestra propia identidad cristiana, entendida rectamente, nunca puede producir ni opresión ni muerte. Las categorías amigo-enemigo, bueno-malo, justo-injusto, varón hembra, judío-griego, religioso-ateo, rico-pobre... han sido superadas, y la orientación procede de un Espíritu que no conoce otra categoría más que la de un agápé que se convierte en lavado de los pies sin poner excepciones, que se hace don de vida más bien que rapiña de la vida de los otros. Sin embargo, la historia de la Iglesia prueba que nuestra propia identidad ha sido y sigue siendo a menudo esatendida (G. Bruni, en AA. VV., Al di lá del «non uccidere», Liscate 1989, p. 57).

 

 

Viernes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 4,7-15

Hermanos:

7 Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.

8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados;

9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos.

10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

11 Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

12 Así que en nosotros actúa la muerte y en vosotros, en cambio, la vida.

13 Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos,

14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros.

15 Porque todo esto es para vuestro bien, para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.

 

** En el incipit de la lectura de hoy, Pablo nos habla de «este tesoro» que llevamos en vasijas de barro. Pablo tiene identificada en su mente la realidad precisa del «tesoro». Por consiguiente, éste no se queda en algo genérico, en algo que debamos adivinar de una manera arbitraria: se refiere a la luz que Dios hace brillar en nuestro corazón para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria divina que brilla en el rostro de Cristo (4,6, el versículo anterior a la lectura de hoy). Este «tesoro» es  el conocimiento/experiencia de Cristo; la «vasija de barro » es la personalidad global del hombre («corazón» equivale a interioridad, conciencia, sentimiento, identidad total).

El cursus de la exposición de Pablo vuelve a la autobiografía, aunque el «nos» puede implicar, paradigmáticamente, a muchos otros, incluidos los hermanos de la comunidad de Corinto. En efecto, las situaciones bosquejadas a través de las automemorias paulinas cubren la historia de las Iglesias y la peripecia evangélica de muchísimos discípulos del Señor, de aquel tiempo y de todas las épocas. El símbolo del «tesoro en vasijas de barro» es muy eficaz -hasta el punto de que se ha convertido en proverbio- a la hora de sintetizar las distancias entre la preciosidad y la modestia del recipiente, entre la seguridad del valor y la fragilidad de la conciencia, entre la «fuerza extraordinaria» que viene de Dios y la desnudez de la impotencia humana.

Las insistencias y el recurso a la polaridad para establecer un contraste constituyen un medio estilístico en la didáctica de Pablo. Tiende esta última a dar de inmediato en el signo y a cautivar, de una manera casi provocativa, una atención admirada. Semejante metodología no se abandona al pesimismo ni a la desconfianza respecto a la persona humana, sino que exalta la genialidad divina. El caso personal de Saulo/Pablo explica semejante opción, en parte espontánea y en parte deliberada.

La letanía de las situaciones enumeradas pone de manifiesto lo que decimos. Cada una de ellas presenta verificaciones autobiográficas y narrativas documentadas (cartas: por ejemplo, los capítulos 10-12 de esta misma carta; Hechos de los apóstoles). En medio de tanta agitación, en el itinerario de una vida que podría parecer sumamente desgraciada, la «invulnerabilidad» es una especie de salvavidas conceptual y existencial vencedor.

Ese término moderno, invulnerabilidad, no forma parte del vocabulario paulino; sin embargo, pinta de maravilla la convicción y la vida diaria de Pablo: la «invulnerabilidad » es como el ámbito «cultural» más firme en la mentalidad del dinámico y monolítico apóstol. Está convencido y sabe por experiencia que, por llevar en el cuerpo la muerte de Jesús, también su vida se manifestará en el mismo cuerpo. La fe fundamental en Cristo resucitado convence de la propia resurrección, como él y con él. La «fuerza extraordinaria» de Dios es razón y certeza de nuestra propia invulnerabilidad.

 

Evangelio: Mateo 5,27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.

28  Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

29 Por tanto, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno.

30 Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser arrojado todo entero al fuego eterno.

31 También se dijo: El que se separe de su mujer que le dé un acta de divorcio.

31 Pero yo os digo que todo el que se separa de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada comete adulterio.

 

**• Los dos aforismos, el inicial y el final, del cuadrinomio didascálico de la perícopa de Maleo constituyen una amonestación que, tomada al pie de la letra, afecta al hombre, al varón. Ni Jesús, al hablar, ni los evangelistas, al escribir, se apartaban de la mentalidad machista hegemónica en su tiempo. El «caso serio» del adulterio, analizado a través de las acciones gloriosas y las ignominias de la condición masculina, al igual que en el Antiguo Testamento, encuentra un puesto relevante y una sensibilidad (innovadora, por olía parte) en la «cultura» neotestamentaria. El mismo Mateo nos referirá la posición y el pensamiento de Jesús sobre el matrimonio y el adulterio, así como sobre la castidad y el celibato, animados por la pureza de corazón, la justicia y la misericordia (Mt 19,1-12).

Tanto el adulterio como el divorcio, también según Jesús, son un fracaso e incluso pecado en cuanto violación del mandamiento divino. Ahora bien, el radicalismo (o maximalismo) de Jesús conduce a la raíz del «caso serio» más allá del resultado relacional y de las implicaciones jurídicas: cala en la interioridad, revela la intención, verifica los presupuestos motivacionales y las finalidades morales e inmorales, predice los resultados nefastos. Esa raíz ha de ser sondada y, en su caso, sanada de nuevo. No detenerse en el exterior, sino calar en el interior constituye una constante en la enseñanza de Jesús (cf. Mt 15,11.18ss), a quien no le faltaban conocimientos psicológicos (Jn 2,25b). El caso es «serio» porque infringe una porción del proyecto de Dios, secundado e incluso potenciado por el Evangelio de Jesús.

Las palabras de Jesús graban una novedad sustanciosa con caracteres indelebles: se trata de la atención a la mujer, de la valorización de su identidad, de la liberación del sometimiento y de la servidumbre a la tiránica y egoísta sensualidad masculina. Se trata de una sensibilidad, la de Jesús, que, por otro lado, considera asimismo a la mujer como capaz de prevaricación y, al mismo tiempo, como merecedora o digna de misericordia, con la que él mismo se inclina en favor de la mujer pecadora (Jn 8,1-11). Jesús está al servicio de todos, de toda persona.

 

MEDITATIO

Prosigue el exigente proyecto del radicalismo: ni Jesús ni Pablo ceden a medidas a medias o a compromisos.

Los dos aforismos evangélicos centrales ratifican este radicalismo: el éxito definitivo de una vida es la realización integral de nosotros mismos salvaguardando los valores, aunque esto nos cueste amputaciones y podas (cf. Jn 15,2). Estas últimas son acciones de misericordia porque salvaguardan la totalidad antes que el detalle; son acciones de justicia porque hemos de preferir lo definitivo a lo provisional, los valores a las prevaricaciones. La paradoja de Mateo es traumática como un ultimátum: para no precipitar a nadie en el escándalo, suprime y corta las porciones peligrosas de ti mismo. Jesús, como terapeuta, prescribe una operación quirúrgica en las situaciones de riesgo. Más aún, el radicalismo evangélico incentiva las intervenciones preventivas: suprime y corta las células proclives a enfermar. Esta intervención preventiva no es un castigo: si enfermas, el Señor te cura; si pecas, la misericordia paternal de Dios te perdona. Jesús exige propiamente la prevención.

En efecto, «escándalo» y «escandalizar» son dos vocablos que, en el lenguaje de Jesús, indican un máximo de malicia y de daño {cf. el logion casi idéntico de Mt 18,8ss, que marca con una condena a muerte a quien escandalice a uno de los pequeños evangélicos). Según el Jesús de Mateo, «escándalo» y «escandalizar» equivalen a contigüidad en obrar la iniquidad (13,41); a interrumpir la maduración de la Palabra de Dios por miedo o fatiga (13,21); a disuadir a alguien de proseguir en la vocación obediencial al proyecto de Dios (16,23); a equivocarse sobre el mismo Jesús y manipular su mensaje (11,6; 13,56; 15,12; 17,27; 24,10).

Jesús, al formular una paradoja, no instiga a nadie a autolesionarse; lo que hace es animar a la vigilancia, y en primer lugar a que estemos vigilantes a la germinación de posibles escándalos en nuestro mismo interior. Se trata de la óptima terapia de la prevención.

 

ORATIO

«Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza» (del salmo responsorial). Te doy gracias, Dios, padre bueno, por la Palabra de Jesús, que cambia las desdichas de la vida en la bienaventuranza de quien ha sido elegido como siervo y puede invocar tu nombre.

Te bendigo, Señor Jesús, por tu resurrección, con la cual has vencido asimismo mi muerte y preparas cada día mi resurrección. Te ofrezco, Espíritu Santo de Dios, como sacrificio de alabanza, mis ojos y mis manos, para que tú, con tu poder extraordinario, me preserves de todo escándalo inferido o padecido y purifiques toda mi humana y particular sensibilidad.

 

CONTEMPLATIO

Ya te dije que algunos, con el cuchillo de doble filo, que son el odio al vicio y el amor a la virtud, cortan por mi amor el veneno de su sensualidad, y con la luz de la razón mantienen, poseen y adquieren el oro de la virtud en esas mismas cosas mundanas que quisieran poseer. Ahora bien, quien quiere ejercitarse en una gran perfección, las desprecia material y espiritualmente. Esos tales observan, efectivamente, el consejo [evangélico] dado y dejado por mi Verdad, mientras que aquellos que poseen bienes observan los mandamientos, pero los consejos [evangélicos] los observan de una manera espiritual, no material. Sin embargo, dado que los consejos están unidos a los mandamientos, nadie puede observar estos últimos sin observar los consejos, al menos de una manera espiritual. O sea, que, aunque posee las riquezas del mundo, las posee con humildad y no con soberbia, teniéndolas como algo prestado, no como algo suyo, como dadas a vosotros por mi bondad para que las uséis. De este modo debéis usarlas (Catalina de Siena, Diálogo de la divina Providencia, 47).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para entrever algo del amor es preciso situarse más allá del amor, es preciso ir a esa profundidad del alma donde la pasión, aun conservando intacta la densidad de su contenido, libre ahora de toda exaltación carnal, se convierte en el eje inmóvil de una rueda que gira. El amor, trascendiendo el orden sensual, da a la carne una profundidad dotada de un valor insospechado. El amor, clarividente y profético, es ante todo revelación. Hace ver el alma del amado en términos de luz y llega a un grado de conocimiento que sólo quien ama es capaz de alcanzar. El verbo yádha' significa en hebreo tanto «conocer» como «desposar»; de este modo, «amar» significa conocimiento total. «Adán conoció a Eva».

El amor puede contemplar, por detrás de los disfraces, la inocencia original. Su milagro hace desaparecer la lejanía, la distancia, la soledad; nos hace presentir lo que puede ser la misteriosa unidad de los amantes, una identidad heterogénea de dos sujetos (P. Evdokimov, Sacramento dell'amore, Sotto il Monte, 31987, p. 122 [edición española: Sacramento del amor. Misterio conyugal ortodoxo, Editorial Ariel, Barcelona 1966]).

 

 

Sábado de la 10ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 5,14-21

Hermanos:

14 Nos apremia el amor de Cristo al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto.

15 Y Cristo ha muerto por todos, para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos.

16 Así que ahora no valoramos a nadie con criterios humanos. Y si en algún momento valoramos así a Cristo, ahora ya no.

17 De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo.

18 Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

19 Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación.

20 Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios.

21 A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

 

*+• El leccionario, sobrevolando por encima de una quincena de versículos centrados sobre todo en torno a la «nostalgia» de «dejar el cuerpo para ir a habitar junto al Señor» (4,16-5,13), que se repite en la última etapa de la vida de Pablo, nos presenta la continuación de la reflexión del apóstol sobre la «novedad» brotada de la reconciliación en virtud de la muerte de Cristo por todos. El itinerario de este fragmento del pensamiento paulino es cristológico con implicaciones eclesiológicas. La conexión entre ambas perspectivas, la relación entre Cristo y la Iglesia, se encuentra en la reconciliación. Sigue siendo vigorosa la convicción de Pablo, consolidada en su experiencia veterotestamentaria, de que, respecto a Dios, la humanidad pecadora se merece la indignación divina; esta convicción, sin embargo, se ha perfeccionado a través del conocimiento mesiánico de Cristo, el cual se ha convertido en lugar, precio y signo de la reconciliación. En el texto griego, el sustantivo (katalleghé) y el verbo (katallássó) significan también «permuta» (por ejemplo, de valores venales como el dinero), «acuerdo» (alianza) o «concordia» (proyectar conjuntamente). Estos matices léxicos confirman el acontecimiento de la reconciliación global entre Dios y el hombre a través de un coste y de un intercambio.

La inspiración de Pablo es atrevida: la humanidad sigue siendo pecadora (pecado-episodio), pero Dios mismo toma la iniciativa de renovarla y aproximarla transfiriendo el pecado a Cristo (pecado-situación). La manifestación más dramática y convincente en el itinerario de la reconciliación es la muerte de Cristo, repetición en una única acción definitiva de los sacrificios de la antigua alianza. Sin embargo, la muerte constituye la encrucijada de un itinerario cristológico global puesto en marcha con la encarnación (Gal 4,4ss) y llegado a puerto con la resurrección (1 Cor 15,3-4.20-22). Esta inspiración paulina sobre la reconciliación en Cristo se repite (1 Cor 15, que acabamos de citar; Rom 4-6...) y ha hecho escuela (de modo señalado en la carta a los Hebreos).

La consecuencia eclesiológica se perfila en algunas afirmaciones cargadas de sentido: «nos apremia el amor de Cristo» (v. 14); «lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo» (v. 17); otorgamiento del ministerio, hacer las veces de embajador (w. 18.20). La Iglesia «paulina» es la manifestación de la reconciliación a través de Cristo, y espacio de servicio (ministerio, embajadores), de anuncio y activación de la reconciliación.

 

Evangelio: Mateo 5,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

33 También habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No jurarás en falso, sino que cumplirás lo que prometiste al Señor con juramento.

34  Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, que es el trono de Dios;

35 ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey.

36 Ni siquiera jures por tu cabeza, porque ni un cabello puedes volver blanco o negro.

37 Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no. Lo que pasa de ahí, viene del maligno.

 

**• El breve fragmento del evangelio de Mateo recoge un signo considerable en la relación con el Dios de Israel, un signo crucial en tiempos de Jesús: el juramento y el perjurio. Se trata de una empresa humana comprometedora, deliberada, en analogía con la actitud de Dios mismo, que «jura» (Gn 22,16; Heb 6,17...) y que, sin embargo, permanece fiel a su promesa, una promesa que es compromiso en favor del pueblo y de cada individuo (Lc 1,54-55.68-71).

Jesús no pronunció nunca, personalmente, ningún juramento. Los evangelios sólo ponen el verbo «jurar» en sus labios en el marco de alguna polémica y como contestación respecto a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas (Mt 23,16-22). La palabra dada es sagrada y vinculante, sin implicar a Dios ni a símbolos relacionados con él (como el cielo y la tierra o la ciudad santa de Jerusalén), ni hipotecando la propia cabeza del que jura. En efecto, el que jura no es dueño de nada. Jesús se muestra claramente contrario al juramento y, como es obvio, también al perjurio. Jesús se compromete con la autoridad de su propia palabra: «En verdad os digo...»; «habéis oído que se dijo... pero yo os digo». Su Palabra es mensaje y contiene valores, pero su identidad también es Palabra, Verbo que ha puesto su morada en la humanidad (Jn 1,14). Jesús compromete su persona. A los discípulos, a quienes ordena no jurar en absoluto, les entrega este paradigma: su ejemplo.

El vocabulario de Mateo emplea aquí dos verbos. Uno está tomado de una cita veterotestamentaria relacionada no con el juramento, que entonces era considerado lícito, sino con el perjurio, y es «no jurarás en falso» (literalmente: uk epiorkéseis; cf. Nm 30,3; Dt 23,22; Ecl 5,3-5), o bien respeta el juramento, mantén las condiciones, cumple la «cosa» empeñada. El otro verbo está formulado en una forma negativa absoluta; al pie de la letra, «no jurar en absoluto», donde el verbo griego (original) alude también a la confirmación con un juramento, a prometer con voto, a implicar a otros -incluso sin saberlo o reacios- como garantes o testigos de nuestro propio compromiso. Jesús se muestra asimismo radical con las situaciones comprometedoras: no sólo disuade del perjurio, señalado siempre como felonía, traición, cobardía, sino que corta en su raíz la causa o el riesgo de la situación de infidelidad. Sustituye el ritual de los juramentos por la responsabilidad de la propia palabra. El juramento implica a otros, tal vez incluso al mismo Dios; el «sí-sí» / «no-no», expone a la propia persona. Jesús prefiere el compromiso personal del propio individuo.

 

MEDITATIO

Este mensaje podría configurar la bienaventuranza del «sí-sí» / «no-no». Jesús espera de los discípulos la claridad de convicciones y la determinación del «sí-sí» y del «no-no» en su conducta. De su vocabulario y de su conducta está excluido el «ni sí ni no», una expresión nueva que representa una síntesis puntual de ciertas corrientes invasoras dotadas de una mentalidad de equilibrismo, indeterminaciones y medias tintas, de nebulosos dejar para mañana, de la holgazanería de personalidades plasmadas en la solidez del ectoplasma. La exigencia de responsabilidad y coherencia por parte del rabí de Nazaret roza la intolerancia: lo que está más allá del «sí-sí» / «no-no» viene del maligno. El «pero yo os digo» remite a la autoridad de sus palabras y, sobre todo, a la autoridad de su personalidad.

El apóstol Pablo descubrió que, en Jesús, «todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor l,19ss). La concisión adverbial de Jesús y de Pablo se dilata en la catequesis -en parte implícita sobre la responsabilidad activa y existencia! individual. Pablo ilumina un ámbito concreto y también visible de esa responsabilidad: «Ate apremia el amor de Cristo». La construcción sintáctica tanto en griego como en latín, y también en español, permite una doble interpretación completiva: nos apremia el amor que tiene Cristo y nos impulsa el amor que tenemos a Cristo. La intuición paulina capta la sinergia Señor Jesús-discípulo, Cristo Señor-Iglesia. El amor que tiene Cristo consigue la reconciliación sacando del hombre el pecado-situación y cargándolo en la cruz de su muerte (aunque el pecado episodio subsiste como herencia y «tentación» o prueba).

El amor que tenemos a Cristo nos apremia a dar valor a la reconciliación, convirtiéndonos por medio de él en justicia de Dios y poniéndonos a su servicio como embajadores de Cristo.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Padre amó tanto al mundo que te envió a ti, su Hijo unigénito, para que creamos en ti y no muramos, sino que tengamos la vida eterna (Jn 3,16): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que habías venido no para condenar, sino para salvar al mundo (Jn 12,47): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Consolador –el Espíritu de la verdad- convencerá al mundo de pecado, que no cree en ti (Jn 16,7ss): escúchanos, Señor.

Señor, tú eres bueno y grande en el amor: escucha la confesión de nuestros pecados cotidianos y perdónalos; escucha nuestra disponibilidad al servicio de tu Reino y acompáñanos; escucha nuestra sed de conocimiento espiritual e ilumínanos.

 

CONTEMPLATIO

Dijo después [Dios]: «Quiero mostrarte algo de mi poder». Al instante se me abrieron los ojos del alma. Y vi la plenitud de Dios, en la cual abrazaba a todo el mundo, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás. Y en todo esto no discerní más que el poder divino de un modo inenarrable.

El alma, llena de admiración, gritó diciendo: «Este mundo está repleto de Dios». Y abracé el mundo entero como si fuera una cosa pequeña, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás, como si fuera poca cosa, pero el poder de Dios excedía y lo llenaba todo. Y me dijo: «De este modo te he mostrado algo de mi poder». Comprendí que de aquí en adelante comprendería mejor el resto. Entonces me dijo: «Ahora mira la bajeza». Y vi una bajeza tan profunda del hombre respecto a Dios, que el alma, comparando aquel poder inenarrable y aquella profunda bajeza, estaba llena de admiración y se consideraba a sí misma como nada y en su nada no veía en sí misma más que soberbia (Angela de Foligno, // libro delle rivelazioni, 9: Contemplazione della potenza divina).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pero yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15,9-10.12). Podemos pensar: ¡lo importante es amar! («El que ama al prójimo ha cumplido la ley»: Rom 13,8).

En realidad, no es posible una comprensión plena del amor al prójimo si no lo insertamos en el marco más amplio del amor a Dios. Es el amor a Dios el que pone en movimiento el dinamismo eficaz y amplio que tiende a llegar a todos los hombres.

Por consiguiente, el amor brota de la voluntad originaria del Padre (G. Pasini, Ai di sopra di tuno. Meditazioni per una carita incarnata nella storia, Molfetta 1996, p. 13).

 

 

Lunes 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 6,1-10

Hermanos:

1 Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios.

2 Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.

3 Por nuestra parte, a nadie damos motivo alguno para que pueda desacreditar el ministerio;

4 antes bien, en toda ocasión nos comportamos como ministros de Dios, aguantando mucho, sufriendo, pasando estrecheces y angustias;

5 soportando golpes, prisiones, tumultos, duros trabajos, noches sin dormir y días sin comer.

6 Procedemos con limpieza de vida, con conocimiento de las cosas de Dios, con paciencia, con bondad, penetrados del Espíritu Santo, con un amor sincero,

7 apoyados en la Palabra de verdad y en la fuerza de Dios; y en todo atacamos y nos defendemos con las armas que nos depara la fuerza salvadora de Dios.

8 Unos nos ensalzan y otros nos denigran; unos nos calumnian y otros nos alaban. Se nos considera impostores, aunque decimos la verdad;

9 quieren ignorarnos, pero somos bien conocidos; estamos al borde de la muerte, pero seguimos con vida; nos castigan, pero no nos alcanza la muerte;

10 nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, poro enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, poro lo poseemos todo.

 

**• El leccionario sigue presentando la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios. Prescinde, sin embargo, de las palabras «ya que somos sus colaboradores, os exhortamos...». Son palabras que conectan con la robusta cristología perfilada en la perícopa precedente y que justifican la exhortación actual: como «colaborador» , Pablo declara que obra como «embajador de Cristo» es como si Dios mismo exhortara por medio de él (5,20). Esas palabras perfilan un método de evangelización: no se trata de una iniciativa individual, sino de una habilitación por parte de Dios. La robustez de la diaconía brota de la autoridad del Señor y madura en el orgullo del servicio al Evangelio.

La autoridad y el orgullo los toma el apóstol del esbozo autobiográfico del «siervo evangélico». La articulación del «siervo» con la arquitectura del «ministerio» aparece como el diseño de una «geometría psicológica y actitudinal». Sin sospechar esos posibles encasillamientos posteriores, en la pluma de Pablo (a quien de todos modos le complacen los reconocimientos, por así decirlo,  periscópicos) se deslizan estas enumeraciones: el único propósito -aquí- es la vigilancia para no dar «motivo alguno... que pueda desacreditar el ministerio»; el «gran orgullo» se ramifica en nueve duras contingencias; hay seis tipologías óptimas de comportamiento; tres son los apoyos decisivos de auxilio; dos más siete son las conjeturas desafortunadas en el exterior, pero faustas en la gestión.

La frialdad de semejante enumeración cuantitativa ayuda, casi a contrapaso, como paso a la consideración del vigor cualitativo de un servicio al Evangelio, con el que Pablo se siente honrado y del que insiste en ser delegado, convirtiendo cada día en «momento favorable» para exhortar a no recibir en vano la gracia de Dios y hacer madurar progresivamente la salvación. La exhortación de un profeta antiguo (Is 49,8) se salda con la novedad de un colaborador nuevo -como es Pablo- en el ministerio de la reconciliación.

 

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto;

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

 

**• La «ley del talión» citada por Jesús para ejemplificar sólo un par de casos es, de una manera transversal, Palabra de Dios. En efecto, la pena del talión fue una forma de hacer justicia que entró en el Antiguo Testamento -Palabra de Dios a Israel- unos ciento cincuenta años después de la promulgación de un prototipo babilónico (el conocido código de Hammburabi: 1792-1750 a. de C.) como prescripción de la justicia atribuida a la voluntad de YHWH y preocupada por salvaguardar la corrección de las relaciones sociales y, por consiguiente, el progreso del pueblo. El sustantivo actual que interpreta esa solución es «talión» (con una raíz etimológica incierta del latín: tal vez talis - tale [neutro], a saber: «igual, idéntico»). La Biblia formalizó el «talión» repetidamente: en Ex 21,24ss, donde se presenta una casuística más extensa que la proporcionada por Jesús, a saber: «ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe»; simplificada en Lv 24,19ss; relanzada en Dt 19,21, que recalca una intransigencia: «En un caso así, no tendrás piedad: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». La historia de este tipo de «venganza» (justicia «vindicativa») facilita la comprensión de la Palabra innovadora de Jesús.

Tanto el «talión» veterotestamentario como la solución de Jesús son Palabra de Dios historizada. La antigua «venganza» era -por así decirlo- tolerada por YHWH en espera de la superación mesiánica de esas -y también de otras- soluciones relaciónales desde la perspectiva de una justicia y de una paz universal (cf. Is 2,2-4; 9,1-6...). Jesucristo no abolió ni una coma de la Ley y los profetas (Mt 5,17); por consiguiente, tampoco la «ley del talión». En torno a ella no disertó ni a favor ni en contra: se limitó simple y drásticamente a inutilizarla superando todas las soluciones «vindicativas» y llevando a cumplimiento las finalidades de aquella antigua y provisional Palabra de YHWH, proponiendo la evolución de un camino radical y óptimo a lo largo del recorrido personalizado de las bienaventuranzas evangélicas, Palabra de Dios en los labios de Jesús. Compasión y misericordia, generosidad, magnanimidad de ánimo, renuncia a las reivindicaciones, serenidad a la hora de saber perder... son la respuesta de los discípulos de Jesús a las incómodas contingencias individuales, y son también soluciones  para cualquier conflicto.

 

MEDITATIO

Las bienaventuranzas como las de la paz, que identifica a los hijos de Dios; la humildad, que se extiende sobre la tierra; la misericordia recompensada (novedad del «talión»), constituyen la sustitución y el soporte de todo tipo de «talión» y «venganza». La Palabra de Dios en los labios de Jesús es, verdaderamente, la consumación y la elevación al máximo de la Ley y los profetas: de esta Palabra de Dios no pasará nada de ahora en adelante sin que se cumpla, de modo que quien la transgreda o enseñe a transgredirla se quedará en el umbral del Reino de los Cielos, a diferencia de quien la cumpla y enseñe a cumplirla, que será considerado como grande en el Reino de los Cielos (Mt 5,18ss).

Jesús es hombre de palabra y su palabra es Palabra de Dios: él mismo da testimonio de la coherencia del proyecto de sus bienaventuranzas a través de comportamientos ocasionales consecuentes (Jn 18,22ss) y, sobre todo, con la opción fundamental de la aceptación de la cruz en cumplimiento de las Escrituras (Le 24,27; Hch 2,22-24; 1 Pe 2,21-25). Al perder la vida, Jesús ganó la resurrección.

También Pablo, en este fragmento autobiográfico, se presenta como testigo de la superación de un estilo reivindicativo y justiciero, moviéndose con fuerza, es cierto, pero también con transparencia, con sensatez, con tolerancia, con sinceridad en el amor. Es el estilo vencedor del hombre evangélico, que es capaz de perder algo de lo suyo para beneficiar a muchos; es la «cultura» del discípulo de Jesús, que es capaz de llevar la cruz como momento favorable, como día de salvación.

ORATIO

«El Señor da a conocer su victoria» (del salmo responsorial). Señor, has revelado a nuestros ojos que todo momento es favorable para la maduración de tu gracia: te alabamos, Señor.

Señor, has manifestado en nuestros días que te acuerdas de tu amor hecho visible en el Evangelio de las bienaventuranzas: te alabamos, Señor.

Señor, has accedido a nuestra confianza haciéndote presente en los tiempos de la alegría y de la buena fama y, también, en los tiempos de necesidad y de angustia: te alabamos, Señor.

Cristo Jesús, me han abofeteado y he llorado, me han humillado y me he enfadado: Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús, me han insistido para que perdiera parte de mi tiempo con ellos, pero yo, presuroso e irritado, me he negado: Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús, me han pedido prestado algo mío y a mí mismo, y no he regalado nada, sino que he pedido la restitución con intereses: Cristo, ten piedad.

Señor, enséñanos a anunciar y a comunicar tu misericordia al malvado: escúchanos, Señor.

Señor, enséñanos palabras y comportamientos que nunca sean motivo de escándalo ni representen un obstáculo a la eficacia de las bienaventuranzas evangélicas: escúchanos, Señor.

Señor, enséñanos a ser y a dar siempre «mucho» en tu nombre: escúchanos, Señor.

 

CONTEMPLATIO

Contó el padre Daniel que, en Babilonia, la hija de un alto funcionario estaba poseída por el demonio. Su padre era muy amigo de un monje, que le dijo: «Nadie puede curar a tu hija, excepto unos anacoretas que conozco. Mas, si los invitas a venir, no vendrán por humildad. Procedamos así: cuando vengan al mercado, finge que quieres comprar su mercancía. Y, cuando vengan a cobrar el precio, les diremos que oren, y creo que curará». Fueron al mercado y encontraron a un discípulo de los padres sentado para vender su mercancía, y le hicieron venir a llevar sus cestas y a retirar el dinero.

Cuando el monje entró en la casa, la endemoniada le salió al encuentro y le dio una bofetada. Él puso también la otra mejilla, siguiendo el precepto del Señor. El demonio quedó atormentado y gritó «¡Ay de mí!, el mandamiento de Jesús me expulsa con violencia». Y enseguida la muchacha quedó limpia. Cuando llegaron los padres, les contaron lo sucedido. Glorificaron a Dios por ello diciendo: «Siempre le sucede así a la soberbia del diablo, que cae frente a la humildad del precepto de Cristo» {Vida y dichos de los padres del desierto, vol. I, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal» (Mt 5,39).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos ha dicho: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Estas palabras suyas no deberían ser sólo una luz para nosotras, sino una verdadera llama que consuma el egoísmo que nos impide crecer en santidad. Jesús nos amó hasta el final, hasta el extremo del amor, hasta la cruz. Este amor debe proceder del interior, de nuestra unión con Cristo. Debe ser la sobreabundancia de nuestro amor por Dios. Amar debe ser para nosotras algo tan natural como vivir y respirar, día tras día, hasta la muerte. Dijo Teresa del Niño Jesús: «Cuando actúo y pienso con caridad, siento que es Jesús quien actúa en mí». Para comprender y practicar todo esto tenemos una gran necesidad de la oración, de una oración que nos una a Dios y que nos impulse de continuo hacia los otros. Nuestras obras de caridad no son otra cosa que el derramamiento al exterior del amor de Dios que hay dentro de nosotras. Por eso, quien más unido está a Dios, más ama a su prójimo (Madre Teresa de Calcuta, La mia regola, Milán 1997, pp. 131 ss).

 

 

Martes 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 8,1-9

1 Queremos haceros saber, hermanos, la gracia que Dios ha concedido a las iglesias de Macedonia.

2 Porque han sido muchas las tribulaciones con que han sido probadas, y, sin embargo, su gozo es tal que, a pesar de su extrema pobreza, han derrochado generosidad.

3 Porque doy testimonio de que han contribuido según sus posibilidades y aun por encima de ellas.

4 Por propia iniciativa nos pedían con gran insistencia que les permitiéramos participar en esta ayuda a los creyentes.

5 Superando incluso nuestras esperanzas, se entregaron en persona primero al Señor y luego a nosotros, pues tal era la voluntad de Dios.

6 Por eso hemos rogado a Tito que, ya que él la comenzó, sea también él quien lleve a feliz término esta obra de caridad entre vosotros.

7 Puesto que sobresalís en todo -en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de solicitud y hasta en el cariño que os profesamos-, sed también los primeros en esta obra de caridad.

8 No digo esto como una orden, sino para que, a la vista de la solicitud de los demás, pueda yo comprobar la autenticidad de vuestro amor.

9 Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.

 

**• Prescindiendo de una extensa sección, todavía autobiográfica, de hechos y tumultos, de emociones y afectos, confiados por el apóstol Pablo a la comunidad eclesial de Corinto (2 Cor 6,11-7,16), el leccionario se detiene únicamente en el contexto de la colecta emprendida en favor de los hermanos de Jerusalén. La perícopa contiene un acontecimiento de solidaridad ejemplar para la organización y válido en sus motivaciones.

Los historiadores han reconstruido este acontecimiento, atendiendo sobre todo a Hch 24,17; Rom 15,25-28, 1 Cor 16,1-4, además de al texto que hemos leído hoy. La pequeña comunidad de Jerusalén había iniciado su propia aventura evangélica poniendo voluntariamente en común los bienes de cada uno de los hermanos, de suerte que no hubiera necesitados entre ellos (Hch 2,44ss; 4,32.34ss). Pero el apagado fervor y los condicionamientos de la organización habían agravado un tanto la situación económica de la comunidad (Hch 5,lss; 6,1).

El año 58 hubo una carestía en Judea (diez años antes había habido otra). Las comunidades cristianas que había entre los «paganos» acudieron en ayuda de sus hermanos de Jerusalén con el fruto de una conmovedora colecta. Entre los organizadores sobresalieron Pablo y Tito. Pablo subirá en persona a Jerusalén: «Al cabo de muchos años vine a mi nación para traer limosnas» (Hch 24,17). Tito, discípulo del apóstol y «hermano» queridísimo (2 Cor 2,13), había sido enviado también a Corinto para implicar también a esta comunidad en la colecta, «obra generosa que él mismo había comenzado», al decir del mismo apóstol (2 Cor 8,6).

El método sugerido por Pablo a los corintios y también a otras comunidades se mueve entre la razón pedagógica y la sensatez económica: «Que los domingos aporte cada uno lo que haya podido ahorrar» (1 Cor 16,2). Las razones proceden de una convencida comunión de bienes: los hermanos de Macedonia y Acaya «han tenido a bien hacer una colecta en favor de los creyentes necesitados de Jerusalén. Han tenido a bien, aunque en realidad se trataba de una deuda, pues si los paganos han participado de sus bienes espirituales, justo es que los ayuden en lo material (Rom 15,26ss). El apóstol insiste, confiado, en que la colecta dé fruto también en la comunidad de Corinto, aduciendo razones de comunión eclesial, de comunión de bienes, testimonios y gratitud con Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor 8,9).

 

Evangelio: Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.

45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen también eso los publicanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

**• La perícopa de hoy está traducida a partir del texto griego no original. Este texto contiene vocablos que permiten lecturas con distintos matices que completan o precisan el pensamiento que indujo a Jesús a hablar de aquel modo, así como el mensaje que los discípulos intentan metabolizar.

El dicho «ama a tu prójimo y odia a tu enemigo» no se encuentra como tal al pie de la letra en la Escritura veterotestamentaria. Amar al prójimo es, verdaderamente, un mandamiento de YHWH (LV 19,18), y fue ratificado también por Jesús como «grande» por ser semejante al de amar a Dios (Mt 22,37-40). «Amar» es la traducción del verbo griego agapáó, que significa también tratar con afecto, acoger con afabilidad, gozar con el otro; en el vocabulario neotestamentario recuerda al sustantivo agápé, que es uno de los nombres de Dios (1 Jn 4,8). El «prójimo» es aquel que está cerca, que está al lado y al mismo tiempo. Odiar al enemigo, en cambio, no se encuentra en ningún repertorio de pasajes paralelos ni de concordancias. El Antiguo Testamento y la cultura de Israel no se mostraban pródigos, es cierto, en frases tiernas con los enemigos, pero tampoco instigaban al odio permanente con expresiones procedentes del durísimo verbo «odiar»: los comportamientos oscilaban entre la tolerancia y la solidaridad con el «extranjero», del que, no obstante, era preciso defenderse de vez en cuando, desencadenando incluso guerras, hostilidades, devastaciones que llegaban hasta el «exterminio» (Jos 6: suerte emblemática corrida por Jericó).

El sustantivo griego que traducimos por «enemigo» significa también «odiado», «aquel que odia»; por consiguiente, una interpretación menos drástica y más acorde con la mentalidad bíblica veterotestamentaria global podría ser: «odia a quien te odia», una variante en el mundo afectivo y motivacional de la ley del talión. En consecuencia, odiar podría significar «no te preocupes de amar» a los extranjeros, a los gójim; no te involucres con ellos; dales largas.

El proyecto de Jesús -que lleva a cabo un forzamiento lexical en su aforismo y lo justifica pedagógicamente - pretende invalidar y superar la mentalidad de hostilidad y desinterés, así como los matices conectados con ella. Su proyecto se fundamenta en un solo verbo: «amad» (agapáte: imperativo-exhortativo). El sustantivo «enemigo» sigue formando parte de su vocabulario: sin embargo, el discípulo no ha de ser enemigo de nadie (ha de amar a su enemigo); desde su punto de vista, nadie ha de ser enemigo, aunque el «otro» quiera seguir siendo enemigo y seguir odiando.

 

MEDITATIO

Jesús sigue perfilando su fascinante e intrigante proyecto evangélico elevando cada vez más el nivel de calidad hasta la igualdad con el Padre celestial. Jesús, que es el Hijo de Dios, pero también hijo del hombre, se atreve a desafiar el valor y la osadía humanos hasta lanzarlos hacia una perfección como la divina. A decir verdad, Jesús no emplea el sustantivo «perfección» (que designaría una «cosa» o una idea exterior), sino un adjetivo que se refiere a una situación personal: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». La palabra griega original, además de «perfectos/perfecto», significa también «completo», «maduro», «el que cumple con lo que tiene que hacer y lo hace a fondo».

El lugar del Padre es el cielo: símbolo de elevación, de limpieza, de inmensidad y espacio del Reino. Estos símbolos entran en la calidad del amor discipular a cada uno, no se afanan por bloquear a los otros en las categorías de prójimo-enemigo, aliados-perseguidores, malvados- buenos, amigos-hermanos. Es una selección prohibida a todo el que pretenda ser y seguir siendo hijo del Padre. Si el otro persiste como enemigo o perseguidor y malvado, rezarás por él, le favorecerás. Jesús no entra en sutilezas en lo que afecta al riesgo de caer en lo genérico, como el oceánico «querámonos bien», el indiferenciado e insignificante «amar a todos por igual y no amar a nadie en concreto». La categoría de concreto aparece repetida y abundantemente detallada en el mensaje neotestamentario. «Orar», «beneficiar» (imagen del sol y de la lluvia), son también signos de concreción. La colecta emprendida por Pablo es otra nota de concreción por parte de quien no olvida un compromiso sustancial de la Iglesia: acordarse de los pobres (Gal 2,10).

La perícopa evangélica, al señalar maduraciones de bienaventuranzas como las de la humildad y la misericordia, los pacíficos y los perseguidos, alcanza una cima del radicalismo evangélico verdaderamente maximalista: la calidad de los perfectos como la del Padre celestial perfecto. Un término inaudito en labios humanos: concreto en los labios de Jesús, hijo divino y hermano humano.

 

ORATIO

Señor, gracias por tu misericordia, que se muestra benéfica conmigo cuando me ve bueno y cuando me ve malvado. Señor, recompensa como yo no sé hacer a todos los que me aman y me hacen bien; reconcilia conmigo a quienes me persiguen y me odian.

Señor, acrece el conocimiento y el testimonio de la gracia de Jesucristo, que, de rico como era en cuanto Hijo de Dios, se hizo pobre por mí, para que yo llegara a ser rico por medio de su empobrecimiento como hombre. Escúchanos, Señor, para que te alabemos mientras vivamos.

 

CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28). ¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu! ¡Cuan seco y duro eres sin Jesús! Cuan necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

Ama a todos por amor a Jesús, mas a Jesús por sí mismo; sólo a Jesucristo se debe amar singularísimamente, porque Él solo se halla bueno y fidelísimo, más que todos los amigos.

Por El y en Él debes amar a amigos y enemigos, y rogarle por todos para que lo conozcan y lo amen. Nunca codicies ser loado y amado singularmente, porque eso sólo a Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que alguno ocupe contigo su corazón, ni tú ocupes el tuyo con el amor de nadie; mas sea Jesús en ti y en todo hombre bueno (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, II, 8, 1.4, San Pablo, Madrid 1997).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alabaré al Señor mientras viva» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es una cualidad específica del amor cristiano no tener en cuenta ni la diversidad ni el carácter negativo de una persona (cf. 1 Cor 13,5). En una palabra, el amor cristiano arranca del rostro del prójimo cualquier elemento que lo muestre como diferente o como adversario. Cuando el cristiano haya purificado así sus propios ojos, no verá en nadie el rostro de un enemigo.

Nadie le será ya enemigo; todos se le presentarán como personas humanas; más aún, como hermanos, porque son en todo iguales a él. La mirada purificada ve un mundo humano diferente, que no es otra cosa sino el mundo verdadero. El absurdo de «amar a los enemigos» se transforma en la lógica de amar a cada uno de los seres con quienes compartírnosla humanidad.

En ese momento, que puede ser calificado de negativo, alcanza el Evangelio una serie de elementos positivos, y a partir de ellos se hace manifiesto que el perdón ha cancelado por completo del ánimo cristiano toda sombra de venganza y de resentimiento, y el corazón se ha reconciliado por completo, para derramar sobre los enemigos todo tipo de bienes [...]. Dirigirse a Dios para obtener de El el bien para los enemigos es, innegablemente, signo de perdón otorgado y de ánimo reconciliado (M. Masini, // Vangelo del perdono, Milán 2000, pp. 153ss).

 

 

Miércoles 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-11

Hermanos:

6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.

7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.

8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.

9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.

10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

11 Colmados así de riqueza, podréis ser generosos en todo, lo cual, por mediación mía, producirá acción de gracias a Dios.

 

*•• El argumento exclusivo de la perícopa de hoy sigue siendo la participación en la colecta de los cristianos de Corinto. Éstos, que figuraban entre los primeros promotores de la mencionada colecta, son estimulados por Pablo a llevarla a término.

La perícopa referida «cuenta» la razón que indujo al apóstol a enviar a Corinto, antes de su proyectada llegada a esta ciudad, a Tito -compañero y colaborador suyo como guía de una delegación, para organizar la conclusión de la empresa y recoger lo que cada uno hubiera decidido dar según los medios de que dispusiera (probablemente dinero). Pablo lanza una llamada al orgullo de sus discípulos: conoce su buena voluntad y su carácter ejemplar, confía en su prontitud y está seguro de que en nada de esto se verá desmentido (2 Cor 9,2-5). Recuerda algo que es obvio, pero adecuado para incentivar: el que siembra de modo miserable, sólo miseria recogerá. Ni que decir tiene que hay que optar por una siembra abundante, que producirá una abundante cosecha.

La insistencia en ciertos resortes psicológicos representa, en el estilo pedagógico de Pablo y también en el contexto en el que nos movemos, una pausa en las argumentaciones antropológicas utilizadas como motivación ulterior para centrar el objetivo de la solidaridad entre gentes unidas en la fe, aunque forjadas en diferentes etnias, como son los cristianos de Jerusalén y los de Corinto: también éstos sabían que cuantos han sido bautizados en un solo Espíritu forman un solo cuerpo, ya sean judíos o griegos (1 Cor 12,13). También hay razones humanas que inducen a apoyar ciertas empresas, como es el caso de la solidaridad en contingencias desfavorables. Con todo, siguen teniendo prioridad las coordenadas teológicas (las convicciones en torno a la identidad de Dios, que «ama al que da con alegría») y teologales (la convicción de que el pensar y el obrar con misericordia también es don de Dios, que tiene poder para «colmaros de dones»).

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No hagáis el bien para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará.

2 Por eso, cuando deis limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

4 Así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,

18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que está en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará.

 

        **• El primero de los cuatro aforismos de Jesús indica el parámetro evangélico para las motivaciones comportamentales en las obras buenas como la limosna, la oración y el ayuno. Por desgracia, la búsqueda de la admiración humana impide la recompensa del Padre celestial. Jesús se muestra drástico: o el hombre o Dios. A la impugnación de la hipocresía (rebatida en confrontaciones con otros, como los maestros de la Ley y los fariseos en Mt 23,5, por ejemplo), añade Jesús su propia propuesta positiva, alternativa y cualificativa.

Primera alternativa: la discreción. La limosna debe ir acompañada de la discreción. La limosna es con frecuencia un gesto público (Me 12,41-44: en el templo; Me 10,46: a lo largo del camino). Jesús ejemplifica la discreción denunciando dos actitudes negativas: la publicidad (no tocar las trompetas) y el narcisismo {«que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha»: se trata de una especie de autopublicidad, de un remirar en el espejo nuestra propia silueta de hombres generosos). La discreción redunda también en beneficio de quien recibe la limosna, una persona que ya está atribulada y no tiene ninguna necesidad de ulteriores sufrimientos, como la publicidad de su estado precario y la humillación de proteccionismos solapados o de miradas desdeñosas. La discreción es el espacio en el que Dios recompensa: es el secreto de la conciencia.

Segunda alternativa: la soledad. A la oración le conviene la soledad. Jesús conoce y nos anima a la oración en común, como en la liturgia, las peregrinaciones, los sacrificios. La impugnación del exhibicionismo, incluso eucológico (conjunto de oraciones contenidas en un formulario litúrgico), apunta a volver a colocar la relación en su posición correcta: la centralidad no ha de recaer en el orante, sino en Dios. El diálogo personal con Dios en la oración encuentra su espacio óptimo en el secreto de la intimidad, significada también en el retiro logístico. El mismo Jesús se retirará a menudo para orar al Padre en la soledad, que es intimidad (Me 1,35; Mt 14,23; Le 5,16). La soledad no es aislamiento, ni exclusión, rechazo de los otros o del que vive con nosotros, hacia los cuales ha de volver el orante recompensado por el Padre, o sea, con la gracia potenciada de la filiación y con un madurado sentido de la fraternidad.

Tercera alternativa: la normalidad. El ayuno como signo penitencial debe ir acompañado de la normalidad exterior, que debe conservar una singularidad existencial (el ayuno no es una práctica habitual y ferial, por lo general). El ayuno es, sobre todo, un signo penitencial y un entrenamiento ascético en el que la austeridad, el control autocrítico, los proyectos de un futuro reestructurado se verían disturbados por el exhibicionismo, el simbolismo exasperado, la sorpresa y la compasión o conmiseración de los otros, por una finalidad egoísta y egocéntrica. Jesús mismo ayunó en soledad (Mt 4,2), aun cuando tanto él como sus discípulos se sentían libres respecto a la fórmula envejecida por las tradiciones (Mt 9,15), si bien estaba convencido de que cierto tipo de demonios no pueden ser expulsados más que con la oración y el ayuno (Me 9,29).

El eje de sustentación que unifica y da valor a las alternativas innovadas por Jesús es la recompensa por parte del Padre: el «secreto» no es la «ocultación» de la clandestinidad, ni tiene nada de esotérico ni de oculto; es, más bien, la intimidad de una experiencia personalísima que se vive y no se llega a decir: se atestigua.

 

MEDITATIO

De los cuatro aforismos de Jesús referidos en el primer evangelio, el segundo de ellos tiene que ver con empresas semejantes a la fomentada en el fragmento paulino. Mateo dice: cuando des limosna, no hagas tocar las trompetas. El término griego empleado por Mateo expresa la limosna como el paso de un óbolo de la mano del donante a la del que pide, pero ilustra también una actitud de compasión, una motivación de beneficio y protección. Pablo se sirve de perífrasis y emplea una sola vez la palabra «colecta» (1 Cor 16,1), para definir la acción a la que ésta alude literalmente, a saber: la recogida de fondos en beneficio de los pobres (los hermanos de Jerusalén).

Jesús impugna la publicidad dada a la limosna cuando la acción buena es objeto de alarde por el orgullo de la propia imagen. Pablo pide la participación pública en una buena acción análoga situada en una perspectiva comunitaria. Ambos, Jesús y Pablo, motivan el gesto caritativo situando la satisfacción y la recompensa de la limosna secreta en Dios Padre, según Jesús; y de la colecta comunitaria, en Dios y, concretamente, en el Señor Jesús, según Pablo. Jesús confirma la validez de la limosna, pero le quita e impugna las motivaciones egocéntricas y equívocas, reconociendo la fragilidad de la recompensa recibida de la alabanza de los hombres y garantizando, en cambio, la solidez de la recompensa secreta por parte del Padre celestial.

La naturaleza de tal recompensa no se nos revela. A buen seguro, tiene recompensa, desde la perspectiva maximalista del Evangelio, el testimonio dado a favor de Dios Padre, y esa recompensa la recibe ante todo el que da limosna. Una obra buena recompensada con este testimonio es, ciertamente, la limosna en sentido literal, aunque también toda palabra y todo gesto de misericordia, de comunión, de solidaridad que comunica el amor de Dios y la máxima recompensa.

Las palabras de Pablo abundan todavía más en la motivación de la recompensa otorgada por el mismo Cristo y por Dios. El fragmento de hoy señala una espléndida: «Dios ama al que da con alegría». Dios es el primero en dar; por consiguiente, él mismo está en la alegría, está alegre. Y, en consecuencia, prefiere y aprueba «al que da con alegría»: esta formulación del texto original eleva la calidad de la persona. Dios ama no sólo a quien da con alegría, sino sobre todo al donante alegre, o sea, al que tiene una personalidad alegre y oferente al mismo tiempo. Y este pasar del hacer dones con alegría (episodios de bondad) a ser donante feliz (continuidad) supone otro «máximo».

 

ORATIO

Señor, te bendecimos por Jesús, don de tu compasión hacia nosotros, menesterosos de tu caridad: reaviva en nosotros, que hemos encontrado misericordia, la bienaventuranza de los misericordiosos como tú eres misericordioso, Dios Padre nuestro.

Señor, te bendecimos por Jesús, hermano, que en nombre nuestro te ha tributado alabanza e intercede de continuo por nosotros ante ti: reaviva en nosotros la bienaventuranza del corazón puro, para que al orar podamos verte a ti, Dios, Padre nuestro, en lo secreto de nosotros mismos y en los signos de tus criaturas.

Señor, te bendecimos por Jesús, hombre fuerte que con el ayuno superó en nombre nuestro las provocaciones del maligno: reaviva en nosotros la bienaventuranza del hambre y de la sed de justicia, para que podamos saciarnos con toda palabra que sale de tu boca, Dios, Padre nuestro.

 

CONTEMPLATIO

El que, habiendo dado limosna a cien, despide a otros muchos -que se lo piden y gritan- a los que también puede dar limosna y de comer y de beber, es juzgado por Cristo como alguien que no le ha dado de comer a él, puesto que en todos ellos está él, que es alimentado por nosotros en cada uno de los más pequeños.

El que ofrece hoy a todos todo lo necesario para el cuerpo pero, mañana, pudiendo hacerlo, desatiende a algunos hermanos y deja que perezcan de hambre, de sed, de frío, no se ha preocupado de que era él quien moría y ha despreciado precisamente al que le dice: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

Quien ha recibido la orden de considerar al prójimo como a sí mismo (cf. Le 19,18) no debe considerarlo así solamente un día, sino toda la vida; a quien se le ha ordenado que dé a todo el que le pida {cf. Mt 5,42) se le ha ordenado hacerlo toda la vida, y a quien desea que los otros le hagan el bien que desea {cf. Mt 7,12) se le pedirá que haga también él esto mismo a los otros (Simeón el Nuevo Teólogo, Capitoli pratici e teologici, pp. 112-113.115).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto» (Mt 6,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De la oración obtengo una certeza, una palabra «para mí», una semilla de luz y de calor, que deposito en lo vivo del alma. A lo largo de la ¡ornada, ya en el trabajo, en la carrera en medio de los hombres, vuelve a tomar vigor esta certeza. Esta palabra «para mí» escuchada de nuevo, esta semilla de vida y de amor la mantengo viva como punto de referencia y de confrontación continua para lo que digo y escucho, para lo que hago y vivo, para lo que veo hacer y vivir. Así, voy adquiriendo poco a poco una atención interior que es capaz de resistir cada vez más a la distracción, a las insinuantes invasiones de la superficialidad, a los golpes violentos y agotadores del comportamiento mecánico. Poco a poco, el esfuerzo fragmentario se vuelve actitud permanente, casi un «hilo conductor» que desde dentro se desata y ata y sostiene las horas, los sentimientos, los gestos, las opciones, las responsabilidades. Crece el gusto por lo auténtico y lo profundo, crece el disgusto por lo convencional y lo adulterado.

En esta maduración de la sensibilidad y de la atención humana, echa sus raíces y se dilata la capacidad de ver y de interpretar todavía más «desde lo alto». La fe se convierte cada vez más en un modo natural y en un movimiento espontáneo de ver y de juzgar según Dios, de afrontar la realidad y decidir siguiendo una conciencia clara y vigorosa, sencilla y recta, como la que el Evangelio exige y da (U. Vivarelli, La difficile fede cristiana, Sotto ¡I Monte 1982, pp. 80ss).

 

 

Jueves 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 11,1-11

Hermanos:

1 ¡Ojalá me disculpéis si desvarío un poco! Estoy seguro de que lo haréis,

2 pues mis celos por vosotros son celos a lo divino, ya que os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como si fuerais una virgen casta.

3 Pero temo que, así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así también se perviertan vuestros pensamientos y os aparten de la sinceridad y pureza que debéis a Cristo.

4 De hecho, si viene alguno y os anuncia a un Jesús distinto del que os hemos anunciado, o recibís un espíritu distinto del que recibisteis, o un Evangelio diferente del que habéis abrazado, lo soportáis tan a gusto.

5 ¡Pues creo que no soy nada inferior a esos superapóstoles!

6 Y si carecemos de elocuencia, no nos faltan conocimientos, como os lo hemos demostrado cumplidamente en las más diversas circunstancias.

7 ¿Es que he cometido un pecado al anunciaros de balde el Evangelio de Dios, humillándome yo para que vosotros fueseis ensalzados?

8 He tenido la sensación de despojar a otras iglesias al aceptar de ellas un salario para serviros a vosotros.

9 Y cuando estaba entre vosotros y me encontré necesitado, a nadie fui gravoso; los hermanos venidos de Macedonia fueron los que me atendieron en mis necesidades. Me he cuidado muy mucho de seros gravoso, y me seguiré cuidando.

10 Por Cristo, en quien creo, os aseguro que nadie en todas las regiones de Acaya me arrebatará este motivo de orgullo.

11 ¿Acaso habré hecho esto porque no os amo? Bien sabe Dios que os amo.

 

        **• La perícopa de hoy y las dos siguientes siguen a Pablo en el itinerario de una justificación autobiográfica frente a la comunidad de Corinto. Forzando de una manera deliberada -y también por razones de captatio benevolentiae- rasgos de su propia personalidad (a buen seguro incontrolable e imprevisible y excesiva, pero en modo alguno «loca», como denunciaría una traducción excesivamente literal del versículo inicial), Pablo declara su sentido de la responsabilidad con una comunidad eclesial que él mismo, según la gracia que le ha sido concedida, ha edificado como «sabio arquitecto» (1 Cor 3,10). Es, y se precia de serlo, el mediador del desposorio de aquella Iglesia con Cristo. El símbolo del amor matrimonial constituye un soporte básico que figura entre los más fructuosos en la eclesiología cristológica de Pablo: aunque él es célibe (lo deducimos de 1 Cor 7,7), conoce las situaciones matrimoniales y las emplea en su magisterio {cf. Ef 5,25b-27).

Cristo es el esposo, la Iglesia es la esposa: el connubio sirve como signo del amor oblativo, liberador, purificador. Pablo, mediador de esas nupcias, permanece vigilante para que la esposa (o prometida) -la Iglesia de Corinto- persevere en la firmeza del vínculo con Cristo sancionado con la acogida del Evangelio. Pablo tiene miedo de que la fragilidad de la fe de los corintios en ese Evangelio les haga correr el riesgo de ser disuadidos de la sencillez y pureza iniciales, en las que fueron formados por él. Parece bien informado del riesgo que supone la presencia en la comunidad de un predicador de poco fiar «sobrevenido» (literalmente: «el que viene», un predicador itinerante) y de la seducción producida por ciertas catequesis evangélicas discordantes de las suyas. No sabemos a ciencia cierta si estas palabras son un aviso previo o si tuvo lugar la intrusión de los «superapóstoles» (con el adverbio puesto irónicamente como prefijo del sustantivo). De todos modos, la prevención sigue siendo un método eficacísimo en el recorrido de la evangelización.

La defensa de la indisolubilidad de la unión eclesialcristológica y la salvaguarda de seducciones catastróficas como aquella en la que tropezó Eva {cf v. 3) hacen comprensibles los «celos a lo divino» que atosigan al apóstol (la frase se podría traducir también, a la luz del contexto, de este modo: «Os considero felices con una felicidad de Dios»). Pablo llega siempre a declaraciones de amor dirigidas, además de a Cristo, a discípulos como los cristianos de Corinto: «¿Acaso habré hecho esto porque no os amo? Bien sabe Dios que os amo» (v. 11).

 

Evangelio: Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Y al orar, no os perdáis en palabras, como hacen los paganos creyendo que Dios les va a escuchar por hablar mucho.

8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis.

9 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre;

10 venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos;

12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial.

15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

 

**• En el marco del evangelio de Mateo, el pasaje evangélico de hoy se encuentra insertado entre las perícopas presentadas en el leccionario para el día de ayer y precisamente como continuación y ejemplificación de la oración secreta. La oración peculiar de los discípulos de Jesús es el Padre nuestro. Mateo recoge la fórmula más larga, acogida en la liturgia y ofrecida espontáneamente por el Maestro. Lucas (11,1-4) transmite una fórmula más reducida, entregada por Jesús a petición de alguno de los discípulos, probablemente seducido por el ejemplo del Maestro, que se había retirado a orar. Esta ubicación configura una interpretación del hecho: la oración del Padre nuestro es un don de Jesús y una necesidad de los discípulos.

La visión sinóptica de ambas fórmulas (primero la de Mateo y después la de Lucas) mueve a reflexiones y comentarios inmediatos:

Padre nuestro, que estás en el cielo, Padre, santificado sea tu nombre; santificado sea tu nombre

10 venga tu Reino; venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos; danos cada día el pan que necesitamos

12 perdónanos nuestras ofensas, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos porque también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; a todo el que nos ofende,

13 no nos dejes caer en la tentación y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

 

MEDITATIO

La intuición y la experiencia de las comunidades eclesiales han empezado y terminado por colocar el mensaje de la oración que Jesús enseñó a sus discípulos en el centro de la relación con Dios y de las motivaciones de su proyección en la vida. La fe y el diálogo con Dios, el Padre, constituyen la experiencia y la enseñanza de Jesucristo, el Hijo del Padre. La voz humana sube de la tierra al cielo confiando en Dios, nuestro Padre: no se dirige a una divinidad absoluta e indistinta, sino al Dios paterno (y materno). La liturgia dialoga desde siempre con el Padre en Cristo por el Espíritu.

La revelación manifestada por Jesucristo de que Dios es padre -«mi padre y vuestro padre»- remite la palabra y la acción a la vida: el cielo y la tierra constituyen el espacio de la sintonía y de la sinergia entre Dios y los hijos de Dios. La oración de Jesús, al evitar la convicción de que la sobreabundancia de palabras es indispensable para ser escuchados, más que un ritual es un estilo, una manera de situarse en el hoy de cara al futuro. La oración del Padre nuestro es una profesión esencial de fe, una animosa declaración de intenciones. La ubicación contextual en el evangelio sugiere la concreción de la «cultura del Padre nuestro»: antes y después del Padre nuestro está el carácter visible de unas coherencias concretas en el orden cotidiano de los asuntos de la vida humana y en el carácter real de las personas, que son hijos de nuestro Padre y se han convertido en hermanos nuestros.

Así pues, la oración de Jesús puede germinar en el corazón y florecer en los labios de cualquier hombre y mujer: con la única, coherente y visible condición de estar convencido de que Dios es padre y de que todos los hijos de Dios son hermanos.

 

ORATIO

Padre nuestro. Padre de todos nosotros, hombres y mujeres que vivimos hoy porque somos tus hijos. Nosotros renovamos ahora nuestra fe en ti, que desde tu cielo vigilas atento sobre nosotros. Renovamos nuestra confianza en tu nombre santo de Dios paterno y materno. Renovamos nuestro propósito de secundar laboriosos sobre nuestra tierra tu voluntad, que baja del cielo. Te estamos agradecidos porque cada día nos ofreces, para que nos saciemos, el viático del sustento de tu amor repleto de energía. Reconocemos que no somos acreedores tuyos, sino sólo deudores respecto a ti, en cuanto pecadores, y te garantizamos que aprenderemos de ti a olvidar, apaciguados, las deudas de nuestros deudores.

Nosotros, que caminamos por caminos accidentados de buscadas y súbitas tentaciones, te suplicamos que no nos abandones a la compañía del maligno. Así sea, Padre nuestro.

 

CONTEMPLATIO

La oración es el estado de ánimo que nos uniforma con Dios y, en cierto sentido, un diálogo familiar y piadoso, una pausa de la mente iluminada para gozar de la compañía de Dios todo lo que le está permitido.

El agradecimiento es, en la percepción y en el conocimiento de la gracia de Dios, la tensión inflexible de la buena voluntad hacia Dios, aun cuando, en ocasiones, la acción exterior o el estado de ánimo interior lleguen a faltar o se debiliten. Ésa es precisamente la situación de la que afirma el apóstol: «El querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo, no» (Rom 7,18). Es como si dijera: existe siempre, pero en ocasiones yace inerte y, por consiguiente, ineficaz, puesto que deseo realizar obras buenas, pero no lo consigo. Ésa es la caridad que nunca desmaya.

Ésta es la oración ininterrumpida, o la acción de gracias, de la que dice el apóstol: «Orad en todo momento. Dad gracias por todo» (1 Tes 5,17ss). Ésta es, en efecto, la inagotable bondad de un corazón y de un ánimo bien dispuesto y, en los hijos de Dios para con el Padre, una especie de semejanza con su bondad (Guillermo de Saint-Thierry, La lettera d'oro, pp. 179-181).

 

ACTIO

Celebra -no «recites»- y vive hoy la Palabra: «Padre nuestro, que estás en el cielo...» (Mt 6,9ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La escuela de oración de Jesús presupone su escuela de vida. Para comprender la oración de Cristo no basta con conocer el mensaje del Reino; es preciso sentir hasta el fondo sus intereses y vivir su misma aventura.

El Padre nuestro no es una oración para todos; es una oración para los apóstoles, revelada antes que a nadie a aquellos que dejaron casa, familia y profesión y lo arriesgaron todo para seguir, sin reservas, a este curandero itinerante. «"Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Jesús les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre"» (Le 11,1). Vosotros, discípulos; vosotros, grupo mío que buscáis el Reino; vosotros, amigos de los pequeños. También hoy, para poder rezar la oración de Jesús, es preciso ser de los suyos; sólo pueden rezarla los que se esfuerzan por vivir, siguiendo el ejemplo de los primeros discípulos, una vida de seguimiento. La escuela de oración de Jesús no nos dice por qué debemos orar, sino cómo debemos ser y vivir para poder orar de ese modo. La escuela de oración de Jesús presupone su escuela de vida: vivir proyectados hacia el Otro, existir para Dios, para curar la vida. Jesús no nos ha revelado una oración, sino que nos ha revelado a nosotros mismos a través de una oración (E. Ronchi, // canto del pane, Bornato 19953, pp. 18ss).

 

 

Viernes 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 11,18.21-30

Hermanos: Pero son tantos los que presumen de glorias humanas que también yo presumiré.

21 ¡Vergüenza me da haber sido tan respetuoso con vosotros! Pero a lo que cualquier otro se atreva -ya sé que hablo como un necio- me atrevo también yo.

22 ¿Son hebreos? También yo. ¿Israelitas? También yo. ¿Descendientes de Abrahán? También yo.

23 ¿Ministros de Cristo? Voy a decir un desatino: más que ellos lo soy yo. Les aventajo en fatigas, en prisiones, no digamos en palizas y en las muchas veces que he estado en peligro de muerte.

24 Cinco veces he recibido de los judíos los treinta y nueve golpes de rigor;

25 tres veces he sido azotado con varas, una vez apedreado, tres veces he naufragado; he pasado un día y una noche a la deriva en alta mar.

26 Los viajes han sido incontables; con peligros al cruzar los ríos, peligros provenientes de salteadores, de mis propios compatriotas, de paganos; peligros en la ciudad, en despoblado, en el mar; peligros por parte de falsos hermanos.

27 Trabajo y fatiga, a menudo noches sin dormir, hambre y sed, muchos días sin comer, frío y desnudez.

28 Y a todo esto añádase la preocupación diaria que supone la solicitud por todas las iglesias.

29 Porque ¿quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién es puesto en trance de pecar sin que yo me abrase por dentro?

30 Aunque, si es preciso presumir, presumiré de mis flaquezas.

 

*+• Mientras se encamina hacia el epílogo de la segunda carta a los Corintios, Pablo atraviesa un punto culminante de la dialéctica entre el orgullo de su propia identidad y la debilidad de aquella comunidad eclesial.

        La perícopa de hoy es una antología documentaría de esto. El apóstol es consciente de que lo que está diciendo no lo dice según el Señor, sino como alguien que desvaría en la confianza de poder presumir (v. 17). Se trata de unas palabras (omitidas por el leccionario) que, en última instancia, iluminan la psicología del apóstol y clarifican su método de evangelización. Consiste éste en la implicación de la persona en su humanidad integral; en la distinción del carácter gradual de la autoridad de la Palabra (en el caso que nos ocupa, la justificación autobiográfica y las aclaraciones sobre los comportamientos no forman parte del Evangelio, no coinciden con la Palabra de Dios); en la defensa de su propia personalidad a modo de defensa de la validez del mensaje transmitido.

Pablo está persuadido de que semejante criterio sigue siendo indispensable para salvaguardar el Evangelio entregado por él a los corintios, gente oscilante y proclive a recoger todo y lo contrario de todo; tormento del apóstol, que les recrimina con palabras fuertes, incluso duras (omitidas en el leccionario), que, sin embargo, revalidan la robustez de su amor por el Evangelio, por la Iglesia de Corinto, por su propia diaconía apostólica (v. 21). Por esas precisas razones se avergüenza de haberse mostrado débil con la comunidad.

Su presumir roza el desafío con la jactancia de otros (los «superapóstoles» del pasaje de ayer) que molestan a los corintios y exhiben presunciones - a su juicio- para abrirse brecha en la comunidad, desacreditar al apóstol y manipular su enseñanza evangélica. Ese «presumir» insistente podría parecer una falta en la limpia y transparente corrección de Pablo. Éste emplea también con frecuencia otros términos conexos con esa actitud: jactarse (Rm 5,2), jactancia (Flp 2,16), razón para la jactancia (1 Tes 2,19). La rehabilitación pulida de esta actitud ya la había empleado Pablo en otras ocasiones para enseñar a los corintios: «El que presuma, que presuma en el Señor» (1 Cor 1,31; 2 Cor 10,17).

 

Evangelio: Mateo 6,19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

19 No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas, y donde los ladrones socavan y roban.

20 Acumulad mejor tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas, y donde los ladrones no socavan ni roban.

21 Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

22 El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado;

23 pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tiniebla, ¡qué grande será la oscuridad!

 

**• Con otros dos aforismos perfila el evangelio de Mateo otros dos ámbitos del proyecto evangélico de Jesús confiado a los discípulos. En ellos encontrarán también los proyectos sociales y los comportamientos individuales un próspero fundamento como cultura de lo esencial y mentalidad de la transparencia.

Los dos apotegmas son, desde el punto de vista didáctico, independientes entre sí. El primero incentiva la acumulación cualificada. El verbo «acumular» está repetido, señal de insistencia. El texto griego usa la fórmula sintáctica del acusativo interno: «No acumuléis tesoros» (v. 19). Este verbo ilumina actitudes como depositar en el tesoro (en nuestros días, los institutos de crédito), reunir-recoger-coleccionar, conservar; ese sustantivo designa todo lo que se tiene en custodia o en depósito, multiplicidad, acumulación. La variedad de significados se ramifica en pluralidad de comportamientos.

La razón aducida por Jesús para no acumular parece ajena a motivaciones ascéticas, místicas, espirituales, y estar apoyada más bien en razones de sagacidad y en cálculos bien terrenos: presta atención, los objetos de tu opulencia atraen a los efractores y a los atracadores. Y esto es una verdad evidente en las crónicas de sucesos. Sin embargo, la razón del «sí» a la acumulación es de naturaleza espiritual: deposita tus bienes en el cielo, donde están garantizados, salvaguardados, incrementados seguramente con los intereses. La razón de la alternativa pone de manifiesto las razones de la vida: la personalidad (el corazón) está plasmada por la interpretación y por la colocación de los valores (tesoro).

El segundo dicho de Jesús tiene que ver con la rectitud global del individuo. También ese modo de ser parece ajeno a motivaciones místicas y ascéticas: está engastado en el evangelio como un elemento precioso de la «cultura» humana, como modelo de evaluación y plasmación de la psicología de la persona. La alegoría de la luz/tinieblas y del ojo nos ayuda a comprender un mensaje sencillo y profundo: presta atención a los condicionamientos que modifican tu personalidad. El ojo es una puerta de entrada y de salida: introduce lo exterior en el interior, lee lo exterior con las gafas del interior. Jesús nos orienta a comprobar si nuestro ojo está sano (literalmente, sencillo, franco, veraz), o sea, a controlar la corrección de nuestra relación con la realidad; nos amonesta a vigilar si nuestro ojo está enfermo (literalmente, malo, perjudicial, defectuoso, estropeado, vicioso), o sea, a controlar la distorsión individualista de la realidad. La conclusión, lanzada como una alarma, nos mueve a la elección definitiva: la opción radical y positiva que Jesús nos propone.

 

MEDITATIO

Estos dos apotegmas de Jesús no dicen en qué consisten ni el tesoro ni la luz  ni las tinieblas. La razón es que los destinatarios del mensaje son sus discípulos, y éstos los conocen bien y van aumentado sus conocimientos de los mismos.

Saben que el tesoro no son los bienes terrenos, que, aunque son preciosos, son caducos, inertes, transeúntes (Le 12,21; Mt 13,52). Saben que el tesoro es el patrimonio que plasma la propia «cultura», que forja la mentalidad y condiciona los comportamientos (Mt 12,35). Saben que el tesoro es el Reino de los Cielos, para comprar el cual vale la pena vender todo lo que tienen, es decir, apostar más por él que por otras cosas de este mundo ambiguas e impracticables (Mt 13,44). Y saben asimismo que el Reino se hace visible siguiendo a Cristo en la pobreza evangélica compensada por «un tesoro en el cielo» (Mt 19,21). El cielo, como lugar de depósito y de reapropiación del tesoro, es, qué duda cabe, «la vida eterna en el paraíso», pero también la maduración de ésta en el «Reino de los Cielos», que equivale a discipulado del Evangelio, seguimiento de Cristo, comunidad eclesial en la historia.

Los discípulos saben que el Verbo de Dios es la luz verdadera venida al mundo para iluminar a todo hombre (Jn 1,4.9; 3,19). Han aprendido de labios del mismo Jesús que él es la «luz del mundo», de suerte que quien le sigue «no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12); han aprendido que ellos mismos son la luz del mundo y a tener dispuesto el empeño para dar testimonio de su brillo (Mt 5,14-16). Los discípulos saben que la tiniebla es la ajenidad o el exilio del Reino, esto es, de los valores evangélicos, así como lejanía y rechazo existencial de Cristo, donde se encuentran las tinieblas, el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22,13; 25,30).

 

ORATIO

«El Señor libra a los justos de todas sus angustias» (del salmo responsorial).

Perdona toda nuestra vanagloria, Señor, para que poseamos el don de la fe y la capacidad de servir a diario en el Reino de los Cielos: enséñanos a colaborar con los otros servidores del Evangelio en la bienaventuranza de cuantos tienen hambre y sed de tu salvación.

Señor, perdona nuestra codicia de acumular para nosotros mismos los bienes de la tierra y los bienes de la espiritualidad: enséñanos a compartir los dones de la bienaventuranza de la pobreza para la que nos capacita el Espíritu Santo.

Señor, perdona nuestras miradas torvas, codiciosas y pesimistas sobre nuestra vida diaria y sobre lo que nos rodea: enséñanos la bienaventuranza de los limpios de corazón que ven lo bueno, huella de tu belleza y de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo, y por ventura de quien nos espantamos podríamos bien depender en lo principal, y en la compostura exterior y en su manera de trato le hacemos ventajas. Y no es esto lo de más importancia, aunque es bueno, ni hay para qué querer luego que todos vayan por nuestro camino ni ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe qué cosa es, que con estos deseos que nos da Dios, hermanas, del bien de las almas podemos hacer muchos yerros, y así es mejor llegarnos a lo que dice nuestra Regla: «En silencio y esperanza procurar vivir siempre», que el Señor tendrá cuidado de sus almas. Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad, haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre bendito (Teresa de Ávila, Moradas del castillo interior, III, cap. 2, 13, BAC, Madrid 91997, p. 494).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Aunque, si es preciso presumir, presumiré de mis flaquezas» (2 Cor 11,30).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Otra libido fundamental que nos caracteriza es la libido possidendi. No cabe duda de que el hombre tiene no sólo el derecho, sino también el deber de vivir una relación con las cosas y con los bienes: sin esta relación que le permite satisfacer la necesidad del pan, de la casa y del vestido, el hombre no se construye a sí mismo ni vive esa plenitud que le corresponde en cuanto hombre y que la fe cristiana considera como vocación a ser pastor, rey, señor en el interior del orden creado.

Sin embargo, en esta relación con las «cosas» existe una grandísima tentación idolátrica: la seducción del ansia de posesión. ¿Y cuándo se vuelve idolátrica la relación con las cosas? Cuando la posesión llega a ser un fin en sí misma, justificando incluso el recurso a cualquier medio para obtenerlas; cuando se desea afirmar «lo mío» y «lo tuyo», contradiciendo una elemental exigencia de justicia e ignorando el destino universal de las cosas: entonces es cuando surge la idolatría.

A buen seguro, el ansia de poseer responde a un tipo de angustia y de lucha contra la muerte, a una búsqueda de omnipotencia y de seguridad que proceden de la sensación de poder adquirir todo, ae eliminar las necesidades satisfaciéndolas de inmediato (E. Bianchi, Da forestiero nella compagnia degli uomini, Milán 1997, pp. 72-74).

 

 

Sábado 11ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 12,1-10

Hermanos:

1 ¿Hay que seguir presumiendo? Aunque es del todo inútil, me referiré a las visiones y revelaciones del Señor.

2 Conozco a un cristiano que hace catorce años -si fue con cuerpo o sin cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo.

3 Y me consta que ese hombre -si fue con cuerpo o sin cuerpo no lo sé, Dios los sabe-

4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar.

5 De ese hombre presumiré, porque, en cuanto a mí, sólo presumiré de mis flaquezas.

6 Y eso que, si quisiera presumir, no estaría diciendo desatinos, sino la pura verdad. Pero me abstengo de hacerlo, para que nadie me considere por encima de lo que ve o escucha de mí,

7 a causa de tan sublimes revelaciones. Precisamente para que no me sobreestime, tengo un aguijón clavado en mi carne, un agente de Satanás encargado de abofetearme para que no me enorgullezca.

8 He rogado tres veces al Señor para que apartase esto de mí,

9 y otras tantas me ha dicho: «Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad». Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo.

10 Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil es cuando soy fuerte.

 

*+• Con las líneas de hoy se despide del apóstol Pablo el leccionario, agotando las propuestas de escucha de la segunda carta a los Corintios. En este pasaje prosigue el apóstol la apología de sí mismo, insistiendo a contraluz con la intención de defender la calidad del Evangelio y la validez de su servicio apostólico. Los versículos suprimidos perfilan la misma trama (2 Cor 1 l,31ss; 12,11-13,10).

El apóstol no se preocupa lo más mínimo de si molestará a los lectores con la repetición de las noticias autobiográficas destinadas a justificar «la necesidad de presumir». Más aún, llega incluso a confiar experiencias místicas propias, a las que llama «visiones y revelaciones del Señor». Los dos términos que emplea son complementarios en el griego original y fijan el itinerario de la mística, o sea, la meta de un itinerario ascensional del hombre (las «visiones» son precisamente un ver, un mirar) y de un itinerario de descenso de una entidad trascendental (la «revelaciones» son manifestación, atendiendo al término griego). El sujeto de estas visiones y manifestaciones es el Señor; más aún, el protagonista de la acción mística es el Señor, que se revela, mientras que la persona humana tiene un papel secundario de «vidente».

No han podido averiguarse las circunstancias de la ascensión al tercer cielo, que habría tenido lugar hacia el año 43, del que la cronología paulina no nos transmite nada relevante. Ciertamente, la existencia «cristiana» de Pablo estuvo intercalada por episodios de ascesis y de mística. El primero fue el encuentro con el Señor Jesús -a quien Saulo estaba persiguiendo- con la luz cegadora y la escucha de la voz, un acontecimiento que determinó su futuro (Hch 9,3-7; 22,6-10; 26,12-18; Gal 1,15ss). También fue importante la «elección» realizada por el Espíritu Santo durante la celebración del culto y el ayuno, una etapa visible de mística y de ascesis (Hch 13,2ss).

El carácter realista del apóstol completa el autorretrato con el esbozo de sus propias fragilidades humanas, a las que alude con metáforas indescifrables como «aguijón clavado en mi carne», los agentes de Satanás, y una lluvia de debilidades. Toda búsqueda de respuestas se detiene ante una puerta atrancada: detrás están escondidas una serie de debilidades definibles únicamente como «debilidades paulinas». Sin embargo, el realismo con tendencia al optimismo de un hombre fuerte y débil, orgulloso y decepcionado, titubeante y esperanzado como es el Pablo autor de las cartas a los cristianos de Corinto canta al final victoria: «Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad». Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil es cuando soy fuerte» (w. 9-10).

 

Evangelio: Mateo 6,24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.

25 Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?

26 Fijaos en las aves del cielo: ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

27 ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?

28 Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no se afanan ni hilan,

29 y, sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos.

30 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?

31 Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?

32 Ésas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis.

33 Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás.

34 No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.

 

*» El tono de esta perícopa, como el de las otras, es sapiencial. El «inventario» de lugares paralelos del Antiguo Testamento documenta la búsqueda del don de la sabiduría tanto en el Israel antiguo como en el Israel nuevo, así como el injerto del pensamiento específico de Jesús en la línea sapiencial; con todo, se diferencia de aquélla porque la enseñanza se entrega a los discípulos y porque la perspectiva teológica se fija en Dios, el Padre que está en el cielo.

La riqueza es fortuna, pero no está exenta de riesgos: «Dichoso el rico que es hallado sin tacha y que no se afana tras el oro» (Eclo 31,8). Jesús lanza un inderogable aut-aut. La codicia tiene la gravedad de un afán: «No te afanes en adquirir riquezas, sé sensato y no pienses en ellas» (Prov 23,4). Jesús enseña un camino de liberación.

Las aves sirven en algunas ocasiones como imágenes para expresar las relaciones con Dios: Israel sabe que YHWH le ha llevado como sobre alas de águila para acercarlo a él (cf Ex 19) y sabe asimismo que es feliz quien habita en la casa del Señor, una casa acogedora como el nido de los pajarillos (Sal 84,4). Jesús advierte que el hombre vale más que muchos pajarillos (Mt 10,31). El lirio es una flor que gusta a mucha gente: es símbolo de ternuras amorosas (Cant passim); los lirios son una alegoría de los «hijos santos» enfervorizados por hacer brotar flores como el lirio, esparcir perfume, entonar un canto de alabanza y bendecir al Señor por todas sus obras (Eclo 39). A Jesús le produce más admiración la belleza del lirio que toda la famosa magnificencia de Salomón.

El siervo del Señor le reza para que alivie sus angustias y sus afanes (Sal 25,17), cargándolos precisamente sobre el Señor (Sal 55,23). Jesús asegura que el Padre es consciente de todo lo que sus hijos necesitan (Mi 6,8). El futuro constituye una seducción incesante, una preocupación penosa: el Señor conoce los proyectos que tiene respecto a su pueblo y está empeñado en concederle un futuro de esperanza (Jr 29,1 I); el hombre, sin embargo, está avisado para que no se jacte del mañana, porque no sabe ni siquiera lo que se está engendrando hoy (Prov 27,1). Jesús considera prioritaria la búsqueda del Reino, que madura en el futuro.

 

MEDITATIO

La distribución en seis escalones de un único pensamiento centrado en la confianza constituye una razón para darnos cuenta de su importancia, una importancia iluminada por los matices didácticos compaginados por Jesús. Aparecen ejemplificadas bienaventuranzas como la de los hambrientos y sedientos del Reino de Dios y de su justicia; la de los pobres guiados por el Espíritu; la de los limpios de corazón que ven a Dios en la belleza de las flores y en la libertad de los pajarillos que vuelan en el cielo, no trafican en la tierra y los alimenta la providencia; la de los afligidos por los afanes del mañana, que encontrarán consuelo precisamente en la confianza. Cada uno de los aforismos transmite un mensaje abierto y juez sobre la actualidad.

«Nadie puede servir a dos amos»: el equilibrismo y los compromisos que se dan en las relaciones humanas no son ni admisibles ni se pueden plantear en las relaciones con Dios y con sus antítesis.

«Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?». Es la vida la que merece atención y entrega; los corolarios constituyen el soporte variable y el desenlace del dinamismo individual y colectivo.

«Fijaos en las aves del cielo: ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta». A diferencia de las aves y de otros animales que «encuentran» el alimento, los hijos de Dios que confían en él «reciben» de él los dones de los que está tejida la vida y, conscientes de ello, «activan» todas sus propias capacidades en una confiada y filial sinergia.

«Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no se afanan ni hilan, y, sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos». Las bellezas naturales gratuitas superan la fascinación de los acontecimientos que son obra de manos humanas, huellas de la belleza divina, espacio ilimitado de contemplación que infunde serenidad y respetuosa salvaguarda.

«Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al homo Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?». La poca fe condiciona la percepción de la multitud de los dones divinos; los afanes efímeros nos apartan por sorpresa y con alegría, en su empleo cotidiano, de la prodigalidad de un Dios paterno (y materno) visible en la vida, en su gracia, en los talentos, en las amistades y amores, en los días y las noches, en el sol y en los astros, en el agua y en el fuego, en la tierra fértil...

«Buscad ante todo el Reino de Dios». La salvación definitiva y completa del hombre y de su historia únicamente está disponible en el Reino de Dios, y consiste en tener conciencia de Dios Padre, de la «justificación» en el Hijo, de la comunidad de los hermanos, del testimonio en el Espíritu.

 

ORATIO

Santa María, mujer bienaventurada porque has creído, guía y sostén nuestra oración.

Virgen fiel, apoyo y defensa de nuestra fe, enséñanos a creer en el cumplimiento de las palabras del Señor.

Madre de la santa esperanza, disponible para el servicio a la Palabra de Dios, enséñanos a hacer lo que el Señor Jesús nos diga.

Reina de la misericordia, alegre por la fecunda presencia del Espíritu Santo en ti, enséñanos a saborear la mirada de nuestro Salvador sobre nosotros y a proclamar contigo la grandeza de su misericordia, que se extiende de generación en generación.

 

CONTEMPLATIO

La virtud tiene cuatro grados. El primero abre el paso y descarta del camino del hombre todas las cosas transitorias. El segundo las substrae por completo del hombre. El tercero no sólo las substrae, sino que se las hace olvidar por completo, como si nunca hubieran estado ahí, y esto es algo necesario. El cuarto grado está absolutamente en Dios y es Dios mismo. Si llegamos a este punto, «el rey deseará nuestra belleza» (cf. Sal 45,12) [...].

Se podría decir: entonces, si todas las cosas son mías de este modo y puedo gozarlas como ellos, ¿qué necesidad tengo de sufrir tanto y de ser tan desprendido? Deseo, ciertamente, tener una buena voluntad y ser una persona buena, pero también estar en paz, teniendo, no obstante, una parte en el cielo como todos los que hacen grandes esfuerzos para tenerla [planteamiento de la desordenada comunión de bienes del movimiento del «libre espíritu» del siglo XIV]. Yo te digo que posees tanto cuanto de lo que te has desprendido, nada más.

Ahora bien, si piensas que esos bienes deben pertenecerte y los tienes como meta, no obtendrás nada. En la medida en que me desprendo, en esa misma medida obtengo (Maestro Eckhart, La nobleza del espíritu, 74).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis» (Mt 6,3lss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nace de las cosas una fascinante irradiación particular que nos vence, como la luz encendida por la noche atrae a ciertos insectos que, de una manera estúpida, van hacia la llama y se queman, o bien se baten de continuo contra la lámpara porque están encandilados por la luz. Mientras permanezca activo y positivo en nosotros este poder de las cosas, no podremos pretender ascender en el ámbito de la oración. Dios es el absoluto.

No está vinculado por nada. Dios es la plenitud del ser. ¿Cómo podremos ascender en la plenitud del ser si estamos atados a una infinidad de pequeñas cosas terrenas, si estamos agitados por pequeñas y por grandes avideces? ¿Cómo podremos ascender en la plenitud del Espíritu Santo, en la plenitud de Dios y en la realidad de la oración? Cuando cedemos a esta fascinación, nos precipitamos en el caos de las cosas. Entonces, la Palabra de Dios no nos trae la luz gloriosa del sol, donde nuestra belleza se expresa con toda su exactitud y verdad. El Espíritu Santo, dado que nos invita al desprendimiento y nos sugiere actitudes de sabiduría respecto a las cosas, no puede hacer nada, porque nosotros no respondemos a sus invitaciones y nos dejamos convencer por otras fuerzas y por otros amores, por otras voces, y nos dirigimos hacia posiciones y metas diferentes de aquellas que nos sugiere el Espíritu de Dios, la Palabra de Dios (G. Vannucci, Esercizi spirituali, Milán 2000, pp. 125ss).

 

 

Lunes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 12,1-9

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Abrán: -Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré.

2 Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición.

3 Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra.

4 Partió Abrán, como le había dicho el Señor, y Lot marchó con él. Tenía Abrán setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

5 Tomó consigo a su mujer, Saray, y a su sobrino Lot, con todas sus posesiones y los esclavos que tenía en Jarán, y se pusieron en camino hacia la tierra de Canaán. Cuando llegaron,

6 Abrán atravesó el país hasta el lugar santo de Siquén, hasta el encinar de Moré. (Los cananeos vivían entonces en el país.)

7 El Señor se apareció a Abrán y le dijo: -A tu descendencia le daré esta tierra. Y Abrán levantó allí un altar al Señor, que se le había aparecido.

8 De allí siguió hacia las montañas, al este de Betel, y plantó su tienda, teniendo Betel al oeste y Ay al este. Allí levantó un altar al Señor e invocó su nombre.

9 Después, se trasladó por etapas al Négueb.

 

*+• Dios es el gran protagonista de lo que se cuenta en este fragmento, que contiene la palabra fundadora de toda la historia de la salvación. «Sal» (al pie de la letra sonaría más bien: «Vete») y «por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba», como dice la carta a los Hebreos (11,8).

La estructura narrativa del fragmento presenta tres momentos: la orden de Dios (w. 1-3), su ejecución (w. 4ss) y una ampliación del viaje que conduce a una nueva revelación de Dios mismo (w. 6-9).

La orden divina suscita una respuesta libre por parte de Abrahán. La Biblia no dice el porqué de tal elección: ésta es insondable, como el plan de Dios. Israel reflexionará ampliamente sobre el misterio de esta llamada que asocia a Abrahán con los grandes mediadores y profetas -más aún, que le convierte en el prototipo de todo creyente-, aunque no encontrará otra respuesta que la proporcionada en su misma elección: «El Señor se fijó en vosotros y os eligió... por el amor que os tiene» (Dt 7,7ss). No hay que preguntar, por tanto, el motivo de esta elección basada en el amor, sino responder a ella también con amor. Y en esta perspectiva se sitúa asimismo el autor sagrado al narrar lo acontecido a Abrahán, el cual, en cuanto nómada, habría encontrado absolutamente normal emigrar a otros lugares, pero su «salida» está leída y expresada con una gran carga de evocación simbólica que convierte su «éxodo» en la expresión de la totalidad de la experiencia humana, en el encuentro con el Dios vivo que le pide el abandono de toda seguridad humana. Poco importa que se trate de dejar la opresora esclavitud de Egipto o la vida fácil en Babilonia; al llamado se le pide que «salga». De este modo, el sabio narrador bíblico siente a Abrahán como contemporáneo suyo, del mismo modo que nosotros también podemos sentirlo ahora como tal.

Junto a la orden está la «promesa» de YIIWII. El término «bendición», repetido hasta cinco veces en los vv. 2ss, se refiere a Abrahán, pero alcanza a su descendencia y llega a todos los pueblos de la tierra. Dios bendice a Abrahán prometiéndole una posteridad y un nombre grande. El nombre que los constructores de la torre de Babel habían intentado construirse en vano, se ofrece aquí de una manera gratuita. Dios estará completamente de su parte, hasta el punto que afirma: «Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan».

Finalmente, esa bendición llegará a incluir a todas las estirpes de la tierra; en efecto, esa promesa tendrá su pleno cumplimiento en Cristo. Abrahán sigue la orden recibida y el Señor le indica como objeto de la promesa precisamente la tierra ocupada por unos habitantes ricos y poderosos, y se la hace recorrer de un extremo al otro, aunque el itinerario de Abrahán concluirá en el Négueb, una tierra árida y sin vida donde se establece, apoyado sólo en la Palabra de YHWH, que le pide que espere contra toda esperanza.

 

Evangelio: Mateo 7,1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No juzguéis, para que Dios no os juzgue,

2 porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás.

3 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

4 ¿O cómo dices a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo», si tienes una viga en el tuyo?

5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

**• El pasaje del evangelio de hoy empieza también con una orden: «No juzguéis», o dicho de una manera más literal: «Cesad de juzgar». Jesús, que sabe «muy bien lo que hay en el hombre» (Jn 2,25), nos ordena esto, si queremos vivir en relación con los hermanos la experiencia de la paternidad divina, en la que él mismo nos introduce al enseñarnos la oración filial por excelencia: el Padre nuestro. La perícopa propuesta hoy a nuestra consideración nos sitúa, efectivamente, en el corazón del mensaje evangélico, que, revelándonos a Dios, nos invita a abandonarnos de una manera confiada en su paternal providencia. En apariencia, no existe nexo alguno entre el «no juzgar» y tal actitud, pero, en realidad, no podemos pedirle nada a Dios si no nos mostramos nosotros mismos generosos a la hora de dar a los otros. Por lo demás, la petición de la oración dominical, «perdona nuestras ofensas», nos compromete precisamente a esta reciprocidad. El desarrollo del discurso, al considerar la actitud de quien ve la mota en el ojo del prójimo pero no ve la viga que hay en el suyo, va también en la misma línea. No podemos comprender a los otros si estamos llenos de prejuicios y de impedimentos.

La comparación entre la viga y la mota es evidente. Nos mostramos hipócritas y falsos cuando, cegados por nuestros vicios, pretendemos ver bien para corregir un defecto leve de nuestro hermano. Ser hijos del Padre de la luz nos pone al descubierto, pues no queda espacio para ninguna tiniebla.

 

MEDITATIO

Los pasajes que nos propone hoy la liturgia empiezan ambos con una orden: «Sal...» y «no juzguéis». A la primera va unida la misteriosa promesa de una tierra; a la segunda, el no ser a nuestra vez juzgados... Parece que no hay relación entre las dos realidades enunciadas, pero si consideramos desde más cerca los textos descubriremos un nexo profundo, puesto que la promesa hecha a Abrahán -el cual, según la paradójica afirmación de Jesús, «se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio y se llenó de gozo» (Jn 8,56)- es la tierra del amor perfecto, ésa en la que sólo se puede entrar a través del camino del reconocimiento del Padre de Jesús, nuestro Señor, que nos hace a todos hermanos.

Todo acto de desamor respecto a los otros nos perjudica a nosotros y a ellos, porque niega nuestra recíproca fraternidad basada en la filiación divina. El Señor nos ha dicho que no juzguemos, porque él no juzga, sino que salva, justifica. Jesús vino, en efecto, a dar la vida, dejándose juzgar y condenar por los hombres. Su verdadero juicio sobre el mundo es la cruz: un amor ilimitado y misericordioso por todos, sin excepción. Todo hombre reviste a sus ojos el valor del amor que Dios tiene por él, y tanto amó Dios al mundo que dio por nosotros a su Hijo amado. En consecuencia, el acto de no juzgar nos hace dar un paso, y un paso de gigante, en dirección hacia esa tierra prometida a la que nos conducen las más humildes manifestaciones de delicadeza, de amor y de respeto a nuestros hermanos. El Señor nos llama, en efecto, a desarraigarnos, a salir de nosotros mismos, sólo para que le encontremos, pero mientras dure nuestra peregrinación terrena sólo podemos verle en esos iconos suyos que son nuestros hermanos.

 

ORATIO

Dios de Abrahán, nuestro Padre en la fe, tú nos llamas cada día también a nosotros por nuestro nombre y nos empujas a lo largo de caminos desconocidos, a menudo misteriosos e imprevisibles. Danos un corazón dócil y obediente, para que nos dejemos guiar por tu voz y salgamos de las seguridades que nos aprisionan, para fiarnos únicamente de ti, que eres nuestro Padre. Enséñanos, a lo largo del camino, a amar a quien pongas a nuestro lado porque es nuestro hermano, para llegar juntos a la verdadera tierra prometida. Por Cristo, nuestro Salvador.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos: debemos tratar al prójimo con dulzura, estando atentos a no ofenderlo de ninguna manera. Cuando damos la espalda a alguien o le ofendemos es como si pusiéramos una piedra sobre nuestro corazón. Cuando nos acerquemos a alguien, debemos ser puros en palabras y en espíritu, iguales con todos: de otro modo, nuestra vida será inútil...

No debemos juzgar, ni siquiera si vemos con nuestros propios ojos que alguien está pecando e infringiendo un mandamiento divino. No nos corresponde a nosotros juzgar, sino al Juez supremo. No sabemos durante cuánto tiempo conseguiremos perseverar en la virtud.

Debemos considerarnos a nosotros mismos como los peores culpables, debemos perdonar a nuestro prójimo toda transgresión y odiar sólo al demonio, que le ha tentado. La puerta del arrepentimiento está abierta a todos y no sabemos quién será el primero en entrar por ella: si tú, que juzgas, o el que es juzgado por ti. Para no juzgar es preciso que nos mantengamos vigilantes sobre nosotros mismos. Júzgate a ti mismo y entonces dejarás de juzgar a los otros. No tenemos que vengarnos nunca de una ofensa, sea la que sea; al contrario, debemos perdonar de todo corazón a quien nos haya ofendido, aunque nuestro corazón se oponga a ello. Si te hieren, haz todo para perdonar, «y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames» (Le 6,30). Pensemos en todos los santos que han agradado a Dios, los cuales vivieron ignorando todo rencor. Si también nosotros vivimos así, podremos esperar que la luz divina brille en nuestros corazones y nos despeje el camino hacia la Jerusalén celestial (Serafín de Sarov, Scritti spirituali, Roma 1972, pp. 208-210 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No juzguéis, para que Dios no os juzgue» (Mt 7,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La historia de Abrahán comienza con una orden: «¡Sal!» (Gn 12,1) y termina con la misma orden (Gn 22,2). En ambos casos, «salió sin saber a dónde iba» (Heb 11,8). Para Abrahán, se trata siempre de volver a comenzar de nuevo, de volver a ponerse en camino hacia lo desconocido, de renunciar tanto a las garantías del pasado como a las promesas del futuro, desde el comienzo hasta el final de su vida... En consecuencia, el tema central de su historia fue éste: ¿cómo empezar? Y lo que hace paradójico este tema es que Abrahán, en el fondo, haya empezado tan tarde. ¿Qué significa esto? ¿Tal vez, que nunca es demasiado tarde para empezar? Yo diría más: que no acabamos nunca de empezar. Abrahán es el hombre capaz de volver a ponerse en camino en todas las edades de su vida.

Dios había hecho una promesa a Abrahán. Y éste, con lealtad, dio crédito a Dios, dio crédito a su Palabra. El verdadero comienzo de una vida espiritual es precisamente esta confianza, esta apertura de crédito, esta «salida» de nosotros mismos que nos hace fiarnos de otro. ¿Cómo se empieza? Con un acto de fe.

Empezar, para ser concretos, significa también levantarse muy de mañana. Tres veces leemos, en la historia de Abrahán, una observación aparentemente muy trivial; a saber: que «Abrahán se levantó muy de mañana». Abrahán, una vez que decide algo, lo hace, y lo hace pronto, con premura. Nosotros no sabemos, como tampoco sabía Abrahán, a dónde nos llevará el camino, pero sabemos qué debemos hacer durante el camino. Hay rostros en nuestro camino que suscitan nuestra premura, nuestra responsabilidad. Sólo si respondemos a las expectativas, a las necesidades de cuantos están a nuestro alrededor y comparten nuestra historia, seremos hombres, mujeres, que «se despiertan muy de mañana». Ahora bien, estas responsabilidades pesan, producen fatiga. Abrahán es alguien que siempre vuelve a empezar, cada mañana. ¿Tenemos nosotros la fuerza para levantarnos pronto, como Abrahán? (A. Mello, Abromo, l'uomo del mattino, en Parola, Spiríto e Vita 36 [ 1997], pp. 37-45, passim).

 

 

Martes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 13,2.5-18

2 Abrán había adquirido muchos ganados, plata y oro.

5 También Lot, que acompañaba a Abrán, tenía rebaños, ganados y tiendas. 6 La región no podía albergar a los dos, pues tenían demasiados bienes para poder habitar juntos,

7 y surgieron disputas entre los pastores de Abrán y los de Lot. (Los cananeos y los pereceos vivían entonces en aquella región.)

8 Entonces Abrán propuso a Lot: -Evitemos las discordias entre nosotros y entre nuestros pastores, porque somos hermanos.

9 Tienes delante toda la tierra; sepárate de mí; si tú vas hacia la izquierda, yo iré hacia la derecha, y si vas hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda.

10 Lot levantó la vista y vio que todo el valle del Jordán hasta Soar era de regadío como el jardín del Señor y las tierras de Egipto (esto era antes de que el Señor destruyera Sodoma y Gomorra).

11 Lot escogió para sí todo el valle del Jordán y se dirigió hacia el este. Así se separaron el uno del otro.

12 Abrán se estableció en la tierra de Canaán, y Lot en las ciudades del valle, plantando sus tiendas hasta Sodoma.

13 Los habitantes de Sodoma eran muy malos y pecaban gravemente contra el Señor.

14 El Señor dijo a Abrán, después que Lot se separó de él: -Alza tus ojos y, desde el lugar donde te hallas, mira al norte, al sur, al este y al oeste.

15  Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre.

16 Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra; sólo el que pueda contar el polvo de la tierra podrá contar tu descendencia.

17 Levántate, pues, y recorre a lo largo y a lo ancho esta tierra que te voy a dar.

18 Levantó Abrán sus tiendas y decidió establecerse en el encinar de Mambré, cerca de Hebrón; allí levantó un altar al Señor.

 

*» Estamos frente a un relato que explica las relaciones entre los israelitas y los ammonitas/edomitas. Se habla de su sedentarización, pero so transcribe también con una nueva profundidad teológica, cuyo mensaje sigue siendo todavía actualísimo, el recuerdo originario de una lid entre estos clanes emparentados.

Abrahán se había vuelto muy rico: esto constituye un signo de la bendición divina derramada sobre él y sobre su sobrino Lot. Como buen jefe de clan, se preocupa de que haya bastantes pastos y pozos para su gente. Cuando éstos se vuelven insuficientes, ofrece a su sobrino la posibilidad de elegir. Las riquezas, evidentemente, les dejan el corazón libre y desprendido. Lot «levantó la vista» y tomó para él la mejor parte, que, sin embargo, se mostrará sin futuro. La belleza del valle del Jordán antes de la destrucción de Sodoma, enfatizada por la descripción (v. 10), incluye la carcoma de la corrupción de quienes lo habitan. Abrahán, que no tiene descendientes, acepta la tierra más pobre, y su corazón manifiesta, una vez más, que se apoya sólo en el Dios que le había llamado y que ve mucho más allá del presente. Abrahán, en efecto, escoge a YHWH y su promesa. El Señor invita entonces a Abrahán a levantar la vista y a recorrer a lo largo y a lo ancho la tierra -toda la tierra- que le va a dar (w. 14ss), y le asegura una descendencia numerosa, «como el polvo de la tierra» (v. 16).

Lot lo ha tenido todo, de inmediato, pero el presente se le manifiesta inconsistente. Abrahán cree en el futuro de Dios y su esperanza no se verá defraudada.

 

Evangelio: Mateo 7,6.12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen, se vuelvan contra vosotros y os destrocen.

12 Así pues, tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

13 Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él.

14 En cambio, es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran.

 

*•• Se nos proponen hoy varios versículos muy sabrosos. El primero tiene que ver con la llamada «disciplina del arcano», que sirve para proteger y para introducir en el misterio. Los «perros» y los «puercos» son los paganos para los judíos; en este caso, tratándose del evangelista Mateo, que se muestra solícito al anuncio a todos los hombres, es más probable que se refiera a los cristianos impenitentes, a los que no se debería ofrecer «lo santo» ni las «perlas» que constituyen el Pan y la Palabra.

El segundo versículo es la llamada «regla de oro», que, para Mateo, resume la enseñanza del Antiguo Testamento, la Ley y los profetas. Los discípulos, al contrario que los fariseos, que dicen pero no hacen (cf. 23,3), deben proceder como su Padre celestial, que se muestra benévolo con todos. Reconocerle como Padre equivale, en efecto, a establecer también una nueva relación con los demás hombres, amándolos como hermanos.

Los w. 13ss ratifican la importancia de todo lo que ha dicho Jesús: se trata de una «puerta estrecha». La Palabra de Jesús, más aún, Jesús mismo (cf. Jn 10,7), es la puerta que da entrada a la vida filial y fraterna, el camino angosto que conduce, sin embargo, a la plenitud de la vida (w. 13ss). Cualquier otra puerta o camino que no sea el amor al Padre y a los hermanos conduce a la perdición. El camino ancho y fácil es el que toman muchos; el camino angosto y exigente del Evangelio atrae, en cambio, sólo a los que se dejan guiar por el Espíritu filial que clama: «¡Ven al Padre!».

 

MEDITATIO

Los pasajes que nos propone hoy el leccionario nos invitan a reflexionar sobre la perenne situación en que se encuentra el hombre libre a quien se le propone una elección; siempre hay dos caminos abiertos ante él: uno conduce a la vida y el otro a la muerte.

Abrahán deja que elija Lot, y éste toma -como muchos- el camino ancho y fácil, en el que todo está dado de inmediato, hoy mismo. Es el camino que, dicho con palabras actuales, consiste en hacer lo que nos place, en satisfacer todos nuestros propios deseos sin preocuparnos de los demás. Jesús nos exhorta, sin embargo, a tomar el camino «angosto», porque el mal es ancho al principio, pero después se hace angosto y acaba ahogando en sus espiras a quienes se aventuran por sus fáciles accesos.

El bien, en cambio, se presenta duro, exigente al principio, y, después, ensancha cada vez más el corazón de quien lo hace. La historia de Abrahán nos da testimonio de ello. El patriarca, sólo y en una tierra avara, emprende el camino de la fe y, con un corazón libre y pobre, puede moverse libremente por la región ilimitada del amor verdadero y de la vida plena, a la que se accede dando siempre a los otros el primer puesto, reconociendo en cada uno el rostro de un hermano.

 

ORATIO

Oh Señor, danos tu Espíritu bueno, para que nos enseñe a discernir cuál es el camino adecuado que hemos de recorrer. Hoy nos sentimos más atraídos que nunca por muchas propuestas seductoras en las que parece que la felicidad está al alcance de la mano, a buen precio.

Habla tú en nuestro corazón y repítenos continuamente: «Soy yo, no temas», cuando ir contra la corriente y seguir el camino angosto nos parezca únicamente una gran estupidez. Que tu paz y tu alegría nos hagan estar siempre íntimamente seguros de que tú -el Dios fiel- no defraudas nunca y que por tus caminos, angostos al principio, corremos por la inexpresable suavidad del amor y llegamos a la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Podemos comparar toda nuestra existencia con un viaje de un solo día. Para nosotros, es fundamental no amar nada de aquí abajo; hemos de amar, en cambio, las cosas de lo alto; allí está la patria donde se encuentra nuestro Padre. No tenemos una patria en la tierra, porque nuestro Padre está en el cielo. En virtud de su omnipotencia y de la grandeza de su divinidad, está en todas partes, más hondo que el mar, más estable que la tierra, más extenso que el mundo, más puro que el aire y más elevado que el cielo, más resplandeciente que el sol. Y, sin embargo, sólo es visible en el cielo.

Llamemos a su puerta: se acerca y se da a conocer a todos en proporción a la pureza de cada uno. Llamemos fuerte, os digo, y mientras caminamos cantemos: «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo» (Sal 62,1). Ocupémonos de las cosas divinas para no seguir estando atados a las cosas humanas y, de este modo, como verdaderos peregrinos, esté siempre presente en nosotros en el anhelo de la patria. Allí, después, todas las generaciones que hayan hecho el camino tendrán diferentes suertes según sus méritos: los peregrinos buenos reposarán en la patria, los malvados serán expulsados de ella. No amemos, pues, más el camino que la patria: esta última es de tal condición que es nuestro deber amarla. Conservemos firme en nosotros esta convicción, de suerte que vivamos en el camino como viajeros, como huéspedes del mundo, sin apegarnos a ninguna pasión, sino de modo tal se colmen nuestras almas de la belleza de las realidades celestiales y espirituales. Esforcémonos por complacer a Aquel que está presente en todas partes, para que, con una buena conciencia, podamos pasar felizmente de este mundo a la bienaventurada morada eterna de nuestro Padre, de la tierra de los muertos a la de los vivos. Allí veremos cara a cara al Rey de reyes que reina con justicia, a nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Columbano, Instrucciones, IX, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La humildad es una virtud que no está de moda no sólo en la sociedad en general, sino ni siquiera entre muchos cristianos... Aquí interviene a fondo la locura del Evangelio. Al que quiere llegar a ser humilde, la locura del Evangelio le pide que se ejercite en considerar a los otros como superiores a él mismo (cf. Flp 2,3); le pide que prefiera una estima menor a otra mayor, las situaciones humildes a las más elevadas, el último al primer puesto.

No es posible decir la variedad de actitudes cotidianas a las que esta decisión nos compromete. Cuando dos hombres se disputan la misma ganancia y ésta no es divisible, cada uno de ellos se justifica diciendo: ¿por qué él y no yo? El hombre humilde, en cambio, se siente inclinado a decirse a sí mismo: en el fondo, ¿por qué yo y no él? Cuando se produce un fracaso, cada uno de los miembros del grupo busca un culpable: evidentemente, la culpa es de tal o cual. El hombre humilde, en cambio, se pregunta: ¿por qué tendría que ser más culpa de ellos que mía? Cuando nuestro ingenio y nuestros talentos permanecen desconocidos e inutilizados, exclamamos con disgusto: ¡qué injusticia! El hombre humilde, en cambio, se siente inclinado a decirse a sí mismo: después de todo, ¿soy verdaderamente tan indispensable?

Es un heroísmo querer hacer morir en nosotros todo tipo de orgullo. Para sentirnos dispensados de ello preferimos lanzar reproches, de una manera hipócrita, contra los peligros que la humildad cristiana supondría contra el desarrollo de nuestra personalidad. Pero nos engañamos, y si tuviéramos una sola brizna de lealtad deberíamos convenir en que si muchos, ¡ay de mí!, no consiguen llegar a ser hombres maduros, no se debe en absoluto a que hayan cultivado asiduamente la humildad; se debe más bien a que los mil diferentes tipos de orgullo les impiden participar en la humillación de Cristo para ser, por él y en él, convertidos, para que él nos haga crecer (A. M. Besnara, L'umiltá, en Letture patrístiche, Padua 1969).

 

 

Miércoles de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 15,1-12.17ss

En aquellos días,

1 el Señor habló a Abrán en una visión y le dijo: -No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande.

2 Abrán respondió: -Señor, Señor, ¿para qué me vas a dar nada, si voy a morir sin hijos y el heredero de mi casa será ese Eliezer de Damasco?

3 No me has dado descendencia, y mi heredero va a ser uno de mis criados.

4 Pero el Señor le contestó: -No, no será ése tu heredero, sino uno salido de tus entrañas.

5 Después, le llevó afuera y le dijo: -Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: -Así será tu descendencia.

6 Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber.

7 Después le dijo el Señor: -Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los caldeos para darte esta tierra en posesión.

8 Abrán le preguntó: -Señor, Señor, ¿cómo sabré que voy a poseerla?

9 El Señor le respondió: -Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.

10 Trajo él todos estos animales, los partió por la mitad y puso una mitad frente a la otra, pero las aves no las partió.

11 Las aves rapaces empezaron a lanzarse sobre los cadáveres, pero Abrán las espantaba.

12 Cuando el sol iba a ponerse, cayó un sueño pesado sobre Abrán y un gran terror se apoderó de él.

17 Cuando se puso el sol, cayeron densas tinieblas, y entre los animales partidos pasó un horno humeante y una antorcha de fuego.

18 Aquel día hizo el Señor una alianza con Abrán en estos términos: -A tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates.

 

*•• Nos encontramos ante un texto en el que confluyen tradiciones muy antiguas, que usan imágenes arcaicas. Se narra la estipulación del pacto entre Dios y Abrahán, la alianza que tendrá su continuación en Moisés y encontrará su formulación plena y definitiva en Cristo.

Abrahán aparece presentado como un profeta al que Dios le comunica una palabra en visión. El oráculo de salvación («No temas») contiene la seguridad de la protección divina («Yo soy tu escudo») y una promesa («Tu recompensa será muy grande»). Abrahán, el portador de la promesa, vive en medio de una condición paradójica que parece anular la promesa misma: no tiene hijos y ha sido muy probado en la fe. Dios le responde prometiéndole un hijo y una descendencia numerosa. A Abrahán se le pide, una vez más, que «salga» para «ver» el signo que Dios le ofrece.

El v. 6 constituye el centro de todo este capítulo: Abrahán cree, pero no en algo, sino a alguien, a Dios, el cual -como los sacerdotes delante de las víctimas sacrificiales que se ofrecían- atestigua su «justicia». A la promesa de la tierra le sigue un arcaico rito de juramento con el que YHWH se compromete totalmente en favor del hombre. YHWH, en efecto -y sólo él, pasando entre las víctimas- invoca sobre sí una automaldición (a saber: padecer la misma suerte que los animales descuartizados) en el caso de que no cumpla el juramento formulado.

Cuando el sol estaba para ponerse, cayó sobre Abrahán un «sueño pesado» (es el mismo término empleado para indicar el sueño de Adán en el momento de la creación de Eva). Se trata de un estado extraordinario, en el que se entra en contacto con el misterio inexpresable de Dios.

La presencia de las aves rapaces, que intentan impedir que se «concluya» este misterioso pacto entre Dios y el hombre, constituye también un motivo de turbación. «Un gran terror» se apoderó de Abrahán, pero precisamente en medio de esta profunda turbación le proclama Dios su inmutable fidelidad.

 

Evangelio: Mateo 7,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?

17 Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.

18 No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos.

19 Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego.

20 Así que por sus frutos los conoceréis.

 

**• Este fragmento forma parte de la secuencia conclusiva del «sermón del monte» y contiene una renovada invitación a los discípulos para que vivan en santidad, en justicia, con una gran coherencia entre las palabras y las obras, expresadas a través de la imagen de los «frutos» (término que se repite siete veces).

La invitación de Jesús a tener cuidado con los falsos profetas no está dirigida -en este contexto- a los que dicen cosas equivocadas, sino más bien, en virtud de un subrayado que gusta emplear a Mateo, a los que no hacen lo que enseñan a otros (cf. 23,3). Su simulación les hace parecer ovejas exteriormente, pero por dentro son «lobos rapaces». Se trata aquí de discípulos enviados por Jesús a representarle (cf. 10,41 y 23,34) y a proclamar el Evangelio; sin embargo, como ocurría ya en el Antiguo Testamento, junto a los verdaderos enviados de Dios hay otros que son falsos (Ez 22,27). El criterio de reconocimiento lo proporciona la calidad de sus frutos: las obras buenas o malas que realizan. En efecto, todo árbol se reconoce por sus frutos.

La vid y la higuera, árboles particularmente importantes en Israel, serán cortados si permanecen estériles; sólo quedará el árbol despojado y maldito de la cruz, del que todos podrán coger el verdadero fruto justo y santo: el fruto bendito del seno de María.

 

MEDITATIO

Los frutos buenos que nos pide el Señor, ésos que pueden dar testimonio de la calidad del árbol que los produce, maduran sólo en la fidelidad constante al pacto que Dios ha establecido con nosotros. La primera y más importante alianza para nosotros es la bautismal, en virtud de la cual nos volvemos hijos del Padre y, por consiguiente, decidimos renunciar al demonio y a sus seducciones. En el antiguo rito descrito en el Génesis las aves rapaces constituían también una amenaza para la sanción del pacto. Abrahán tuvo que luchar para espantarlas: presagio de una insidia que se repite en todo intento humano de fidelidad a Dios.

El compromiso de conversión ha de ser, por tanto, custodiado y renovado continuamente, si queremos de verdad que Dios entre poderosamente en nuestra vida como luz y fuego, y vuelva cada vez más sólido nuestro vínculo de amor con él. De otro modo, nos arriesgamos a ser falsos profetas, gente que tiene en su boca palabras de Dios, pero no vive lo que cree, que dice pero no obra. Ésa es la incoherencia que manifiesta un estéril moralismo, una falta de amor. En efecto quien ama, cumple la voluntad del amado. Ahora bien, no se trata sólo de un compromiso nuestro: la fidelidad del amor y en el amor es un don que se obtiene de Dios por medio de una oración humilde e insistente: «Pedid y se os dará».

 

ORATIO

Oh Dios fiel, tu alianza permanece de generación en generación, y cada vez que participamos en el memorial de tu Hijo nos encontramos de nuevo frente al desconcertante testimonio de tu amor sin límites. Tu, en verdad, te has mantenido fiel al pacto estipulado con Abrahán e, inclinándote sobre él, solo y desconcertado, te comprometiste con los hombres hasta derramar por ellos - en la persona de tu Hijo- tu sangre.

Ten piedad de nuestras continuas traiciones, de nuestros miedos y angustias, en virtud de los cuales, cada vez que la palabra que te hemos dado nos cuesta un poco, nos sentimos con derecho a retirarla, a renegar de ella o a eludirla.

Haz que también nosotros participemos de tu misma fidelidad, para que en Jesús, el Testigo fiel y veraz, digamos con toda nuestra vida un "amén" pleno y total a tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Si deseas alcanzar tú también esa fe, trata ante todo de adquirir conocimiento del Padre. Porque Dios amó a los hombres, por los cuales hizo el mundo, a los que sometió cuanto hay en la tierra, a los que concedió inteligencia y razón, a los únicos que permitió mirar hacia arriba para contemplarle a Él, a los que plasmó de su propia imagen, a los que envió su Hijo Unigénito, a los que prometió su reino en el cielo, que dará a los que le hubieren amado.

Ahora, conocido que hayas a Dios Padre, ¿de qué alegría piensas que serás colmado? ¿O cómo amarás a quien hasta tal extremo te amó antes a ti? Y en amándole, te convertirás en imitador de su bondad. Y no te maravilles de que el hombre pueda venir a ser imitador de Dios. Queriéndolo Dios, el hombre puede. Porque no está la felicidad en dominar tiránicamente sobre nuestro prójimo, ni en querer estar por encima de los más débiles, ni en enriquecerse y violentar a los necesitados.

No es ahí donde puede nadie imitar a Dios, sino que todo eso es ajeno a su magnificencia. El que toma sobre sí la carga de su prójimo; el que está pronto a hacer bien a su inferior en aquello justamente en lo que él es superior; el que, suministrando a los necesitados lo mismo que él recibió de Dios, se convierte en Dios de los que reciben de su mano: ése es el verdadero imitador de Dios.

Entonces, aun morando en la tierra, contemplarás a Dios cómo tiene su imperio en el cielo; entonces empezarás a hablar de los misterios de Dios; esperando y escuchando con cuidado, conocerás qué cosas prepara Dios a los que le aman rectamente: se convierten en un paraíso de delicias y producen en sí mismos un árbol fructuoso y lozano (Ad Diognetum X-XII, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tus preceptos son una maravilla, por eso los observo» (Sal 118,129).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Abrahán tiene el corazón dispuesto, ya que ha escuchado a Dios y le ha obedecido. Se encuentra en un estado de deseo adecuado para un encuentro de amistad. Al fijarnos en él, hacemos un descubrimiento: el encuentro con Dios es un diálogo entablado sobre la base de la Promesa: «No temas..., yo soy tu escudo». Dios toma la iniciativa. Cada vez que oramos nos encaminamos al encuentro con un Dios que nos espera. Dios es el primero en hablar. Nuestras palabras no son otra cosa más que respuestas a una palabra, a una espera de Dios. Y la primera Palabra de Dios, desde Abrahán hasta María y a lo largo de toda la historia de los hombres, será siempre una palabra de paz: «No temas» (Le 1,30). Esto tiene un sentido para nosotros, para nuestras vidas hoy. No temas, deja tus angustias... Abrahán, cuando toma a su vez la palabra, expone simplemente las dificultades en las que se encuentra. Se trata, verdaderamente, de una conversación familiar del hombre con su Dios: «Estás viendo el estado en que me encuentro». Y Dios le confirma lo prometido.

Entonces Abrahán le cree. En esto precisamente consiste el acto de la esperanza: creo, porque me lo has prometido; en esto consiste la oración plenamente convencida, en una firme certeza en Dios. La oración, antes de ser un grito de invocación, es certeza de que Dios cumplirá lo que ha prometido. En esto consiste nuestra continua preparación para la oración: en apoyarnos únicamente en Dios.

El que haya recorrido más este camino, entra, como Abrahán, en una fase difícil: en una gran oscuridad, cae sobre él un profundo sueño. En consecuencia, no debe sorprendernos que, al entrar en la oración, nos adentremos en la oscuridad. La razón de ello es que entramos en la fe, pero hay también una segunda razón para la oscuridad. Hemos trabajado todo el día y,  además, hemos de luchar contra las aves rapaces, contra todo lo que obstaculiza e impide la realización de la voluntad de Dios. Orar significa aceptar la noche de la fe, la noche de las contradicciones y de los sufrimientos (J. Loew, La preghiera dei piccoli e dei poverí, Brescia 1983, pp. 16 ss).

 

 

Jueves de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 16,1-12.15ss

1 Saray, la mujer de Abrán, no le había dado hijos, pero tenía una esclava egipcia, llamada Agar.

2 Y Saray dijo a Abrán: -Mira, el Señor me ha hecho estéril; así que acuéstate con mi esclava, a ver si por medio de ella puedo tener hijos. A Abrán le pareció bien la propuesta.

3 Cuando Abrán llevaba diez años residiendo en la tierra de Canaán, Saray tomó a Agar, su esclava egipcia, y se la dio por mujer a su marido, Abrán.

4 Él se acostó con Agar, y ella concibió, pero cuando se vio encinta, empezó a mirar con desprecio a su señora.

5 Entonces Saray dijo a Abrán: -Tú tienes la culpa de esta afrenta. Yo puse a mi esclava en tus brazos y, en cuanto se ha visto encinta, me mira con desprecio. El Señor sabe que tengo razón.

6 Abrán respondió a Saray: -Tu esclava es cosa tuya; trátala como mejor te parezca. Y Saray la maltrató de tal modo que ella huyó de su presencia.

7 Un ángel del Señor la encontró en el desierto junto a un manantial, la fuente que está en el camino del sur,

8 y le dijo: -Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas? Ella respondió: -Huyo de la presencia de mi señora, Saray.

9 Y el ángel del Señor le dijo: -Vuelve al lado de tu señora y sométete a ella.

10 Y añadió: -Multiplicaré tu descendencia y será tan numerosa que no se podrá contar.

11 El ángel del Señor continuó: Estás encinta y darás a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción.

12 Será un hombre fiero e indómito, él contra todos, y todos contra él; vivirá enfrentado a todos sus hermanos.

15 Agar dio un hijo a Abrán, y Abrán le puso el nombre de Ismael.

16 Tenía Abrán ochenta y seis años cuando Agar le dio a Ismael.

 

**• En este relato compuesto, en el que confluye un rico material tradicional, está presente una interpretación teológica concreta que denuncia un celo excesivo a la hora de ver realizada la promesa de darle una descendencia hecha por Dios a Abrahán. En efecto, ante el retraso en el cumplimiento, Sara, la mujer estéril, obtiene el consentimiento de Abrahán para tener un hijo por medio de su esclava Agar. Este caso estaba previsto en el código de Hammurabi (par. 146) y, desde el punto de vista humano, no hubiera habido nada que objetar.

Sin embargo, lo que el narrador quiere sacar a la luz es que la promesa tiene que ser cumplida por Dios mismo, sin estratagemas o embrollos humanos. Agar se enorgullece por su nueva condición frente a Sara, pero ésta la maltrata hasta hacerla huir. Sara, al afirmar: «La injusticia cometida conmigo te concierne», como dice al pie de la letra el v. 5, se dirigía de hecho a Abrahán, porque de él dependía la solución jurídica del asunto.

El ángel del Señor que encuentra a Agar en el desierto la invita a volver y a permanecer sometida; por otra parte, da el nombre de Ismael -YHWH ha escuchado- al nascituro, que se convertirá en un indómito habitante del desierto. Dios, aunque protege a Ismael, no le considera el hijo de la promesa. Al hombre se le pide una fe absoluta en la Palabra del Señor, una palabra que se cumplirá «en el tiempo que él mismo ha fijado» (21,2); por consiguiente, no sólo es preciso creer en YHWH, sino aceptar asimismo las modalidades puestas por él para el cumplimiento de su promesa.

 

Evangelio: Mateo 7,21-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.

22 Muchos me dirán ese día: -¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23 Pero yo les responderé: -No os conozco de nada. ¡Apartaos de mí, malvados!

24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca.

25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.

28 Cuando Jesús terminó este discurso, la gente se quedó admirada de su enseñanza,

29 porque les enseñaba con autoridad, y no como sus maestros de la Ley.

 

**• La Palabra de Jesús se muestra muy exigente; no basta con decir, también es preciso cumplir la voluntad del Padre, que pide nuestra santificación en el amor:

«Misericordia quiero y no sacrificio» (Os 6,6). En efecto, el Maestro no reprocha la simple incoherencia, que nos sirve incluso de humillación y de motivo de constante conversión. Lo que Jesús denuncia es la autosuficiencia de quien se considera una persona de bien porque dice: «Señor, Señor», sin que Jesús sea en realidad el Señor de su vida. A la oración debe corresponderle un compromiso total con el cumplimiento de la voluntad del Padre «en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10). Al final, en efecto, «ese día», se verá cómo hemos construido.

Entre los vv. 24-27 se encuentra, tanto en Mateo como en Lucas, la parábola de la casa construida sobre la roca como ilustración de la actitud del verdadero creyente, es decir, del que pone en práctica la palabra que ha escuchado. Seremos necios o sensatos según dónde pongamos los fundamentos de nuestro edificio espiritual. El que los ponga en la arena se verá arrollado por las tempestades. Sólo el que construye sobre la roca de la Palabra, el que va edificando día tras día su vida, podrá convertir su morada en un lugar de encuentro con Dios y con los hermanos. Los w. 28ss subrayan el estupor de las muchedumbres ante la enseñanza de Jesús, que no remite, como hacían los maestros de la Ley, a una tradición precedente, sino que tiene en sí mismo la misma autoridad de Dios y lleva a cabo aquello para lo que Dios le ha enviado (cf. Is 55,11).

 

MEDITATIO

        «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Hacer la voluntad de Dios es, por consiguiente, el compromiso más importante del cristiano, su deber imprescindible. ¿Y cuál es la voluntad del Padre con nosotros, sino que pongamos en práctica la Palabra de Jesús; más aún, que nos convirtamos nosotros mismos en Palabra acogiéndola, custodiándola en nosotros, dejándonos transformar por su secreto dinamismo interior? Es éste un proceso lento, cuyos ritmos de crecimiento forman parte asimismo de la voluntad de Dios. Nosotros lo queremos todo y enseguida, y querríamos también que nuestra santificación tuviera lugar al mismo ritmo de la intensidad de nuestro deseo.

Sabiamente nos amonesta san Benito: «No hemos de querer que nos llamen santos antes de serlo». En efecto, podemos correr el riesgo de forzar los tiempos, de decir una gran cantidad de palabras hermosas que nos ilusionen a nosotros mismos y a los otros. El Señor crucificado se pone en silencio ante la mirada de nuestro corazón para recordarnos que no podemos hacer trampas con Dios. Tampoco podemos encontrar astucias o atajos.

        Suyo es el proyecto, suyos son los tiempos y las modalidades de la realización. A nosotros nos corresponde el humilde reconocimiento, en nuestra vida diaria, de su santidad, de su amor, que nos ha elegido «antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados ante él» (Ef 1,4).

 

ORATIO

Oh Señor, has querido vincularte a nosotros con una alianza perenne que nada ni nadie podrá romper, a no ser nuestro obstinado rechazo de tu amor. Enséñanos a descubrir en la vida de cada día los signos de tu presencia en medio de nosotros y renueva nuestro deseo de serte fieles, seguros del cumplimiento de toda palabra tuya, de toda promesa tuya, incluso cuando el horizonte se pone oscuro y no se vislumbran las luces de la aurora.

Concédenos esperar de ti sólo la alegría verdadera y perfecta, esa que nadie nos podrá arrebatar. No nos  dejes caer en la tentación de construirnos una felicidad con nuestras manos, bajando a compromisos con nuestra propia conciencia. Haznos pacientes como el labrador que sabe esperar el tiempo de la cosecha mientras la nieve cubre la tierra; haznos sabios como quien excava unos cimientos profundos para no ver su casa arrastrada por las aguas. Sé tú el único Señor de nuestra vida, a quien nos dirijamos confiados, seguros de ser escuchados si hacemos cuanto te complace.

 

CONTEMPLATIO

Es Jesús quien nos habla en el Evangelio, es la verdad eterna, infinita. Habla, le escuchamos y no hacemos nada. La fe no es bastante fuerte para vencer la prudencia humana, Jas ideas mundanas... Preferimos creer antes en nuestros pequeños razonamientos que en la Palabra de Jesús. Su Palabra nos parece «dura» (cf. Jn 6,60)... El Señor habla, sabemos que es la verdad, pero no creemos, porque su Palabra nos molesta. Endurecemos nuestros corazones para no oír, no tenemos fe. Si la tuviéramos, cumpliríamos su Palabra de una manera pura y simple.

Jesús nos da el ejemplo... Dios mío, dame la fe, para que cumpla esta Palabra que tú me dices, una palabra que es indispensable cumplir, puesto que, si no lo hacemos, no podremos decir que te amamos, ni que amamos al prójimo, ni que obedecemos, ni que practicamos el desprendimiento, y sólo habrá en nosotros avaricia, desobediencia, dureza, falta de fe y de caridad.

¡Oh! Dios mío, cuan bello es tu Evangelio, cuan brillante y luminoso, pero qué lejos está de los pensamientos del mundo y qué verdad es que «cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes» (Is 55,9). Dame la fe, para que rompiendo contra Cristo todos los razonamientos humanos, abrace con todo mi corazón esta sabiduría divina del Evangelio, que es locura a los ojos de los hombres, y cumpla todas sus enseñanzas (Ch. de Foucauld, Meditazioni suipassi evangelici, Roma 1984, pp. 81-84).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El tiempo es algo extremadamente precioso, porque es el ámbito donde se despliega nuestra vida, donde nos jugamos nuestro destino eterno. Cuando se van sumando los días y los años, y se vuelve pesada la monotonía, no resulta fácil mantener viva la llama inicial ni mantener intacta la fidelidad. Todo el mundo es capaz de un impulso momentáneo. Mantener la fidelidad a través del tiempo es saber aceptar las «lentitudes» de Dios. Lentitudes para nuestra prisa humana. Nuestra vida es breve, por eso tenemos prisa. Dios, en cambio, tiene todo el tiempo de su parte, hasta tiene la eternidad de su parte, y quiere que, por nuestra parte, tengamos paciencia. Esto parece agudizar la tensión.

Pero, después, de repente, un día, he aquí que llega la hora, el momento esperado. Así es el Reino de Dios. La espera es larga, pero, una vez colmada la medida escatológica, de la que nada sabemos, vendrá la hora. Parece que Jesús nos diga: Mirad al hombre del campo, espera con paciencia, pero la hora de la cosecha llega de una manera irresistible. La semilla está sembrada. Dios no deja nada inacabado. El, que ha empezado la obra buena, la llevará a término. El comienzo es la garantía de la consumación. Espera con paciencia y vuelve a comenzar la aventura de la fe. Atrévete a arriesgar, abandonándote a lo imprevisto de Dios, bajo la guía de su Espíritu, sin vacilaciones. Esta es la fidelidad que se experimenta a través del crisol del tiempo (M. Magrassi, Atterrati da Cristo, Noci 81991, pp. 98-100, passim).

 

 

Viernes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 17,14-5.9-10.15-22

1 Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: -Yo soy el Dios Poderoso. Camina en mi presencia con rectitud.

5 No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

9 Y el Señor añadió: -Guardaréis mi alianza tú y tus descendientes de generación en generación.

10 Ésta es la alianza que establezco con vosotros y con tus descendientes, y que habéis de guardar: circuncidad a todos los varones.

15 Dijo también Dios a Abrahán: -A tu mujer, Saray, ya no la llamarás Saray, sino Sara.

16 Yo la bendeciré y haré que te dé un hijo; la bendeciré y haré que se convierta en un pueblo numeroso y que de ella surjan reyes.

17 Cayó Abrahán rostro en tierra y se puso a reír pensando para sí: ¿Puede un hombre de cien años tener un hijo, y Sara ser madre a los noventa?

18 Y dijo Abrahán a Dios: -Me basta con que mantengas vivo a Ismael en tu presencia.

19 Pero Dios replicó: -Te digo que Sara, tu mujer, te dará un hijo; lo llamarás Isaac, y yo estableceré con él y con sus descendientes una alianza perpetua.

20 En cuanto a Ismael, acepto tu súplica: Yo lo bendigo; lo haré fecundo y lo multiplicaré inmensamente; engendrará doce príncipes y yo haré de él un gran pueblo.

21 Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que te dará Sara el año próximo por estas fechas.

22 Cuando Dios terminó de hablar con Abrahán, se marchó de su lado.

 

*+ El capítulo 17, del que están tomados los versículos que hemos leído, ha sido definido no como un relato, sino como una construcción literaria estructurada como relato a fin de dar un sentido propio a la circuncisión, práctica que se sigue en muchos pueblos.

Dios se autopresenta a Abrahán y le pide que camine en su presencia con rectitud, siendo completamente suyo. La alianza con Dios no está concebida, en efecto, como un código de leyes, sino más bien como respuesta humana que abarca toda la existencia. Abrahán se postra ante su Señor y recibe la renovación de la promesa de una descendencia numerosa. Dios le cambia también el nombre, acción que indica la soberanía de Dios respecto a Abrahán y marca una nueva estación en la vida del patriarca. Será «padre de una muchedumbre de pueblos».

El cambio de nombre de Sara tiene también un valor teológico: ella es ahora la destinataria de una bendición relacionada con la fecundidad. La reacción de Abrahán en los w. 17ss resulta extraña después de la postración solemne del v. 3, pero atestigua también el realismo de la trama de fe e incredulidad que teje la vida de todo creyente. El sentido común humano se levanta frente a lo imposible de Dios: está ya Ismael, que puede ser muy bien el destinatario de la bendición. Ahora bien, una vez más, los caminos de Dios no son nuestros caminos. La alianza está reservada precisamente a Isaac, al «hijo de la risa», que constituye -de muchos modos- una elocuente figura de Jesús, el verdadero Hijo de la promesa, que alegró a Abrahán (cf. Jn 8,56) con la esperanza de ver su día.

 

Evangelio: Mateo 8,1-4

1 Cuando Jesús bajó del monte, le siguió mucha gente.

2 Entonces se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: -Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Jesús extendió la mano, le tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra.

4 Jesús le dijo: -No se lo digas a nadie, pero ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que tengan constancia de tu curación.

 

**• El capítulo 8 de Mateo abre la serie de los milagros de curación de Jesús, milagros que muestran su autoridad, superior a la de los maestros de la Ley y dotada de un carácter sacerdotal. La primera intervención de Jesús es la purificación de un leproso, es decir, de una persona que, en cuanto afectada por la máxima modalidad de impureza, era considerada como excomulgada. Por consiguiente, se le impedía no sólo la convivencia con los hombres, sino también la comunión con Dios. Los evangelios, en efecto, a propósito de los leprosos, hablan siempre de «purificar», de «limpiar», no de «curar». Jesús deja que el leproso -que, a causa de su enfermedad, debería mantenerse a distancia de todos y gritar: «¡Impuro, impuro!»- se le acerque. Jesús es sacerdote y médico: no teme el contacto con la impureza y sana al leproso. Ahora bien, para que éste sea reintegrado en la asamblea de Israel, es preciso que el sacerdote lo declare limpio y lleve a cabo el rito de la purificación (Lv 14).

Jesús le envía, por tanto, a presentar la ofrenda en el templo, mostrando con ello que ha venido no a abrogar la ley, sino a llevarla a su plenitud. Curar la lepra es una acción exclusiva de Dios, señor de la vida y de la muerte. ¡Jesús es el Señor! El leproso curado, que manifiesta su fe en Jesús, Señor y Salvador, es figura de todo hombre que acude a Jesús para recibir el don de la vida, libre por fin de la muerte. Cristo ha venido precisamente a decirnos a cada uno de nosotros: «Quiero, queda limpio».

 

MEDITATIO

Dios ha creado al hombre para hacer con él un camino pleno y total. A Abrahán le mandó: «Camina en mi presencia con rectitud», o mejor aún, sé todo mío. En efecto, sólo a través de esta pertenencia puede realizarse plenamente el hombre a sí mismo y gozar de la felicidad que Dios ha pensado para él. Pero nadie puede acercarse a la santidad de Dios sin haber sido purificado, porque el hombre lleva inscrita en su corazón la carcoma de la rebelión, de la autosuficiencia; en suma, del pecado. En el Antiguo Testamento, la lepra era el símbolo de la impureza radical del hombre frente a la santidad de Dios. El milagro propuesto en el evangelio de Mateo representa no tanto una curación como una purificación ontológica y radical de aquel hombre llevada a cabo por Jesús. Sólo él, el Santo de Dios, venido a asumir nuestro pecado, está en condiciones de realizar todo lo que al hombre, con su única fuerza, le resulta imposible.

Nosotros no somos capaces de caminar con integridad ante Dios si Jesús no interviene con su voluntad de bien y de salvación para hacernos santos, para hacernos participar de su misma filial pureza y belleza. Para eso ha venido, para eso ha muerto. Ahora bien, ¿queremos de verdad que nos sane?

 

ORATIO

Señor, Dios compasivo y lento a la ira, por amor a Abrahán, por amor a todos los humildes, los puros, los justos de todos los tiempos y de todos los lugares, ten piedad de mí; purifícame de toda culpa y revísteme de tu santidad e inocencia, para que siempre esté dispuesto a seguirte a todas partes, dando testimonio de la alegría con la que colmas a los que acogen tu misericordia.

 

CONTEMPLATIO

Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos y con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo.

Pensad en los tesoros de su benignidad, pues, habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia; y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una vida fecunda.

Luego, se presentó él mismo, y clamaba con su propia voz: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados y les liberó en un instante de sus ansiedades: la Palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el hombre nuevo floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a ser sagrado y piadoso. Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor; contemplemos los evangelios y, al ver allí, como en un espejo, aquel ejemplo de diligencia y benignidad, tratemos de aprender estas virtudes. Allí encuentro, bosquejada en parábola y en lenguaje metafórico, la imagen del pastor de las cien ovejas que, cuando una de ellas se aleja del rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar tranquilamente, sino que sale en su busca, atraviesa valles y bosques, sube montañas altas y empinadas y va tras ella con gran esfuerzo, de acá para allá por los yermos, hasta que encuentra a la extraviada. Y, cuando la encuentra, no la azota ni la empuja hacia el rebaño con vehemencia, sino que la carga sobre sus hombros, la acaricia y la lleva con las otras, más contento por haberla encontrado que por todas las restantes. Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen.

Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor es un pastor como los demás, sino que significan algo más. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando están en peligro, ni seamos remisos en ayudarles, sino que, cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente (Asterio de Amasea, Homilía sobre el arrepentimiento, en PG 40, col. 356).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por eso, Señor, canto himnos de alegría a tu nombre» (Sal 17,50b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tal vez no nos demos cuenta de la grandeza y de la novedad de este hecho respecto a las religiones no bíblicas y a las diferentes filosofías: que Dios se manifiesta exclusivamente como Dios de alguien. No es el Dios del cielo, no es el Dios del país, sino el Dios de un arameo errante, es decir, de un hombre que no tiene patria y es extranjero en todas partes. Este hombre es tan querido por Dios que éste, en cierto sentido, toma su nombre.

En efecto, ¿qué significa «Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob», sino que Dios tiene un nombre sólo en referencia a aquellos a quienes ama? La historia de los patriarcas, y sobre todo la de Abrahán, nos muestra que éstos aceptaron sin vacilar a este Dios tan cercano y, al mismo tiempo, tan huidizo...

El Dios de Abrahán es la única divinidad del mundo antiguo sin rostro ni figura, pero también la única que habla y escucha. El Dios de Abrahán es, en efecto, el Dios que habla a Abrahán y al que Abrahán puede hablar. Mientras que todo el Antiguo Testamento desanima cualquier propósito de ver a Dios, está recorrido por la llamada divina: Stema', escucha. Si la visión de Dios no podía resolverse más que en la muerte, oírle es y sigue siendo misterio de alianza: la Palabra de Dios es oída por aquel que es objeto del amor divino. Y es oída porque Dios la pone en su corazón (Dt 30,14). Esta intimidad es recíproca: también Dios escucha, también Abrahán habla. No sin razón, cuando leemos con «delicadeza» el Antiguo Testamento tenemos la impresión de que Dios está siempre atento. Los profetas no cesan de manifestar el ansia que tiene Dios de ser verdaderamente, en cada generación, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob: «"¡Quiero contarte entre mis hijos, regalarte una tierra de delicias, la heredad más preciosa entre las naciones!" Pensaba: "Me llamarás Padre y no te separarás de mí"» (Jr 3,19) (P. de Benedetti, Ció che tarda verrá, Magnano 1992, pp. 52-55, passim).

 

 

Sábado de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 18,1-15

En aquellos días,

1 el Señor se le apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, cuando estaba sentado ante su tienda a la hora del calor.

2 Alzó los ojos y vio tres hombres que estaban de pie delante de él. En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda

3 y, postrándose en tierra, dijo: -Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo.

4 Haré que os traigan agua para lavaros los pies y luego descansaréis bajo este árbol.

5 Voy a buscar un bocado de pan y así os repondréis antes de seguir adelante, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo. Ellos respondieron: -Haz como has dicho.

6 Abrahán fue de prisa a la tienda donde estaba Sara y le dijo: -Toma en seguida tres medidas de harina, amásalas y haz unos panecillos.

7 Luego fue corriendo a la vacada, tomó un becerro tierno y cebado y se lo dio a su siervo, que a toda prisa se puso a prepararlo.

8 Tomó después requesón, leche y el becerro ya preparado y se lo ofreció. Él se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían.

9 Ellos le preguntaron: -¿Dónde está Sara, tu mujer? Él respondió: -En la tienda.

10 El huésped le dijo: -Bien, dentro de un año volveré a verte y para entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo. Sara estaba escuchando a la entrada de la tienda detrás del que hablaba.

11 Abrahán y Sara eran muy viejos, y Sara no tenía ya la menstruación.

12 Así que Sara se echó a reír pensando en sus adentros: «Estando ya consumida, ¿voy a sentir placer con un marido tan viejo?».

13 Pero el Señor dijo a Abrahán: -¿Por qué se ha reído Sara diciendo: «Cómo voy a ser madre siendo tan vieja»?

14 ¿Hay algo imposible para el Señor? El año que viene por estas fechas volveré a verte y Sara tendrá un hijo.

15 Sara lo negó y dijo llena de miedo: -Yo no me he reído. Pero el otro dijo: -Sí que te has reído.

 

**• La liturgia nos propone hoy una página bellísima en la que se funden, de manera armoniosa, dos temas entrañables para la literatura extrabíblica: la visita de una divinidad y la promesa de un hijo a una pareja estéril (cf. también Jue 13,8ss). El nacimiento preanunciado aparece en este texto precisamente como don en pago a la gratuita hospitalidad ofrecida a tres misteriosos personajes.

El punto más difícil es establecer la relación entre estas figuras y YHWH. Los intérpretes, judíos o cristianos, han intentado comprender la razón de que el texto hable unas veces de «tres hombres», con sus respectivos verbos en plural, y otras de uno solo, o de Dios. La tradición midrásica identifica a los tres huéspedes con tres ángeles y atribuye a cada uno una función específica: Gabriel anuncia el nacimiento de Isaac; Miguel, la destrucción de Sodoma; Rafael cura a Abrahán después de la circuncisión. De todos modos, para el narrador, los ángeles son una manifestación de YHWH, una manifestación que ha sido leída con facilidad en clave cristiana como una velada anticipación del misterio trinitario.

La primera parte del relato (w. 1 -8) presenta a Abrahán como modelo de hospitalidad, pero el punió de interés de la narración se encuentra en la segunda parte (vv. 9-16), que está centrada en la risa de Sara ante la promesa de un hijo. En efecto, la mujer, ante el imposible nacimiento proyectado por Dios, cuando han desaparecido las condiciones humanas que lo harían posible, se manifiesta incrédula. Su escepticismo la convierte en figura de todo creyente puesto ante el misterioso obrar del Altísimo, puesto que, tal como se afirma en el v. 14 de este mismo texto: «¿Hay algo imposible para el Señor?». El «sí» de Dios al hombre choca con la mentira de la criatura, que no solamente no cree, sino que tiene asimismo miedo de asumir la responsabilidad de sus propios actos frente a Dios y entonces, como un niño, miente.

El relato, que se abrió con una visita de Dios al hombre, una visita portadora de vida precisamente a un lugar en el que faltaba la fecundidad, prosigue con la mentira del hombre, que no sabe abrirse al don de manera espontánea. Y este relato termina haciendo oir, exactamente un año después, la risa clara del pequeño Isaac, casi para recordar que Dios es magnánimo y mantiene su palabra sonriendo ante la incredulidad del hombre.

 

Evangelio: Mateo 8,5-17

En aquel tiempo,

5 al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole:

6 -Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente.

7  Jesús le respondió: -Yo iré a curarlo.

8 Replicó el centurión: -Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano.

9 Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve!, y va; y a otro: ¡ven!, y viene; y a mi criado: ¡haz esto!, y lo hace.

10 Al oírle, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: -Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande.

11 Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del Reino de los Cielos,

12 mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

13 Luego dijo al centurión: -Vete y que suceda según tu fe. Y en aquel momento el criado quedó sano.

14 Al llegar Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste acostada con fiebre.

15 Jesús tomó su mano y la fiebre desapareció. Ella se levantó y se puso a servirle.

16 Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos.

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

 

*»• El evangelista Mateo, tras la curación de un leproso, presenta como segundo milagro de Jesús la curación de un pagano. En esta narración se pone de manifiesto, en particular, la condición necesaria para que Dios obre respecto a nosotros: la fe. El centurión presentado por Mateo es un oficial subalterno que manda sobre la guarnición del presidio de Cafarnaún, una pequeña ciudad de cierta importancia en aquellos tiempos. Jesús -al ser interpelado- responde probablemente con una frase interrogativa: «¿Tengo que ir a curarlo?». Sin embargo, la fe del centurión es firme, y, frente a una posible resistencia de Jesús, dado que él era pagano, considera que el Señor, con una sola palabra, puede llevar a cabo el milagro. En efecto, como oficial, sabe lo que significa obedecer a una palabra y cree que Jesús tiene autoridad para sanar también a distancia.

«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra...» Maravillosa afirmación que, desde entonces, continúa resonando en la boca de los creyentes, llamados a acoger como huésped al Señor en el misterio eucarístico. Jesús exalta esta actitud de humildad y de fe, y acepta llevar a cabo lo que se le ha pedido, afirmando de manera abierta que la fe anula toda distinción entre judíos y paganos. Añade incluso que serán excluidos del Reino todos aquellos que, aun perteneciendo a la raza de Abrahán, no crean en el Hijo del hombre.

Viene, a continuación, el episodio relacionado con la suegra de Pedro. Se trata de una mujer y, por consiguiente, de la tercera categoría de personas excluidas de la plena participación en el culto de Israel. En el relato de Mateo no están presentes los personajes secundarios que dan vivacidad a la narración de Marcos (1,29-31). Aquí es Jesús quien parece entrar por sí solo en la casa de Pedro, ve a la suegra, se le acerca y le coge la mano. Es sorprendente, sobre todo, el hecho de que la mujer, tras levantarse del lecho, se ponga a servirle de inmediato. Según algunos exégetas, esa precisión nos ayuda a comprender que, con Jesús, ha cambiado el culto: también la mujer puede ofrecer un servicio personal y directo a su Señor. Ha sido curada, en efecto, para servir a los hermanos.

        El pasaje se cierra observando que le llevaron muchos a Jesús y que éste los curó a «todos». La suya es una autoridad absoluta, que está dotada del poder de curar con una palabra, con un simple contacto, y hace al hombre - a todo hombre- idóneo para servir al Señor, algo que es consecuencia del hecho de que Jesús se hizo cargo de nuestros males en la cruz. En efecto, quien ama, carga con el mal del amado. ¿Y quién nos ha amado más que Jesús?

 

MEDITATIO

«¿Hay algo imposible para el Señor?» (Gn 18,14). Son las mismas palabras que encontramos en el evangelio de Lucas en el momento del anuncio a María. Nuestro sincero deseo de adherirnos al Señor, de creer en él, se queda siempre corto comparado con la imprevisible iniciativa de Dios. Abrahán, padre de los creyentes, levanta los ojos y acoge con premura la inesperada visita de tres misteriosos personajes...

Y Dios entra así en la tienda nómada del patriarca y se deja hospedar. Un día, en la plenitud de los tiempos, volverá a estar entre los hombres, pero deberá nacer en un establo. Abrahán les lleva agua a sus huéspedes para que se puedan lavar los pies. Un día, Jesús mismo será quien lave humildemente los pies a sus discípulos. El mismo Abrahán corre a la vacada para matar un becerro tierno y cebado. Así hará el Padre -en la parábola evangélica- en el regreso del hijo que se había marchado lejos de su amor. Abrahán ofrece pan a sus huéspedes; Dios mismo nos ofrecerá a los hombres el Pan verdadero, bajado del cielo, para que al comerlo tengamos la vida en abundancia. Abrahán dispone el reposo de sus huéspedes a la sombra del árbol. También el Padre hará reposar a sus hijos debajo del árbol de la cruz. Al viejo Abrahán, anciano y solo, se le ofrece como don el hijo de la risa. También el Padre nos dará otro Isaac, nacido de una Madre virgen; sobre él serán cargados los pecados de todos; maltratado, padecerá en silencio el escarnio. ¿Hay, en efecto, algo imposible para el Señor?

 

ORATIO

Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero sé que tú no esperas, para venir, a que yo esté preparado para acogerte. Me sorprendes -como a Abrahán en la hora de más calor, en la hora de la fatiga, del cansancio, cuando ya no puedo más, y me pides –sin proferir palabra- que te acoja en alguien que viene a mi tienda.

Concédeme un corazón hospitalario, concédeme la inteligencia del amor que sabe intuir las necesidades del otro antes de que se las manifieste. Hazme capaz de escuchar, de perder mi tiempo, de salir de mí mismo para hacerte sitio a ti, que vienes sin decirme tu nombre. Sólo así entraré en el movimiento de la caridad y sabré reconocer en el otro tu visita, que hace fecunda y creativa mi esterilidad, que hace arder mi egoísmo en el fuego de tu amor y que me convierte, para los hermanos, en un signo de tu amable sonrisa y de tu compasión.

 

CONTEMPLATIO

El sacramento de la eucaristía tiene la virtud de suscitar en nosotros la oración devota, una oración que llega a Dios y obtiene lo que pide. Este sacrosanto misterio es un misterio de eterna novedad.

Jesucristo instituyó este sacramento porque su amor iba más allá que todas las palabras. Como ardía de amor por nosotros, quiso darse del todo a nosotros, y se puso allí dentro todo y para siempre, hasta la consumación de los siglos. Lo hizo para permanecer del todo con nosotros, siempre con nosotros. Si nosotros pudiéramos ver con un ojo puro, con cuánta reverencia nos acercaríamos a este sacramento, con cuánta humildad lo acogeríamos dentro de nosotros. Me parece que ningún alma que haya considerado bien esos misterios puede conservar en ella la rigidez del orgullo.

Este sacramento ha sido instituido por la Santa Trinidad en su infinita bondad, a fin de que, al mismo tiempo, la acogiéramos dentro de nosotros y fuéramos acogidos por ella, la lleváramos en nosotros y fuéramos llevados por ella. El Dios increado, que desciende en este sacramento con toda la perfección de su divinidad y de su humanidad, es la misma riqueza colmada que no puede dejar de dar.

En consecuencia, es preciso que vayamos hacia tanto y tal bien con un alma reverente, es preciso que nos acerquemos a la mesa de la eternidad con temor y temblor y, sobre todo, con un amor ardiente y dilatado. Pero también como a una fiesta gozosa, porque ramos hacia Aquel que es la suma belleza, alegría y dulzura de amor (Ángela de Foligno, // libro delle mirabili visioni, consolazioni e istruzioni, Florencia 1925, pp. 293-304, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y exulta mi espíritu en Dios, mi salvador» (Le 1,46).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Refieren los evangelios que Jesús estaba animado por la compasión: el sufrimiento producía un impacto en su cuerpo y en su afectividad. Su corazón sangraba ante las personas pobres, rechazadas, abandonadas y oprimidas. Sufría y sufre con todos los apenados, sea cual sea su clase social, adscripción religiosa o nacionalidad.

Jesús era un hombre de relación y de comunión: buscaba contactos personales, tocaba a las personas, las cogía de la mano, llamaba a cada uno a la confianza y a la fe, miraba a cada uno, amaba a cada uno, con todo su sufrimiento y su pobreza, revelándole su belleza y la predilección que Dios siente por él. Jesús cura al criado de un centurión romano (¡un enemigo, un pagano!). Admira la confianza y la fe que aquel oficial tenía en él: «Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande» (Le 7).

El corazón traspasado de Jesús está abierto a todos los que se sienten angustiados, culpables; a todos los que tienen sed de vida, de amor, de acogida. Viene a curar, a salvar, a liberar, a dar reposo, a permitir a cada uno, mediante la fe, ponerse en pie, ver, sentir y amar. La compasión de Jesús es la compasión del perdón. Tanto entonces como ahora, había muchas personas encerradas en la culpa, en una sensación de carecer de valor, y su corazón y su espíritu estaban destrozados. Tenían miedo de Dios, miedo de ser castigados, rechazados. Jesús vino a revelar el rostro misterioso de Dios, un Dios cuyo único deseo es revelar el amor y la comunión, no un Dios que condena y castiga. Perdonar es volver a llamar al otro y hacerle comprender que es amado, que es querido, que es importante para nosotros; perdonar es liberar de una imagen de uno mismo arruinada, destrozada por los sentimientos de culpa. Perdonar es volver a encontrar el abrazo de paz, el abrazo de la alianza, y celebrar la unidad (J. Vanier, Gesú, il dono dell'amore, Bolonia 1994, pp. 49-54, passim [edición catalana: Jesús, el do de l'amor, Editorial Claret, Barcelona 1994]).

 

 

Lunes de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 18,16-33

Los huéspedes de Abrahán

16 se levantaron y partieron de allí en dirección a Sodoma. Abrahán fue con ellos para despedirlos.

17 El Señor se decía: «¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer?

18 Él se convertirá en un pueblo grande y fuerte, y por él serán bendecidas todas las naciones de la tierra,

19 porque le he escogido para que enseñe a sus hijos y a su familia a mantenerse en el camino del Señor, haciendo lo que es justo y recto; para que, de este modo, el Señor cumpla con Abrahán todo lo que le ha prometido».

20 Entonces el Señor dijo a Abrahán: -El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande y su pecado tan horroroso

21 que voy a bajar a ver si realmente sus acciones corresponden al clamor que contra ellas llega hasta mí; lo voy a saber.

22 Partieron de allí los hombres y se encaminaron hacia Sodoma. Abrahán seguía en presencia del Señor.

23 Entonces Abrahán se acercó al Señor y le dijo: -¿Vas a hacer que perezca el justo con el pecador?

24 Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a hacer que perezcan? ¿No perdonarás más bien a la ciudad por los cincuenta justos que hay en ella?

25 ¡Lejos de ti hacer tal cosa! ¡Hacer que mueran justos por pecadores y que el justo y el pecador tengan la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿No va a hacer justicia el juez de toda la tierra?

26 El Señor respondió: -Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré por ellos a toda la ciudad.

27 Replicó Abrahán: -Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza.

28 A lo mejor faltan cinco a los cincuenta justos, ¿destruirás por esos cinco toda la ciudad?

Respondió: -No, no la destruiré si encuentro cuarenta y cinco justos.

29 Abrahán continuó todavía: -Quizá no sean más que cuarenta. -Bien, no lo haré en atención a esos cuarenta.

30 Dijo Abrahán: -No se irrite mi Señor si sigo hablando. Quizá sean solamente treinta. El Señor respondió: -No lo haré si encuentro treinta.

31 Dijo Abrahán: -Me he atrevido a hablar a mi Señor. Quizá no sean más que veinte. -Bien, no la destruiré por consideración a los veinte.

32 Abrahán volvió a decir: -No se irrite mi Señor. Voy a hablar por última vez. Quizá no sean más que diez. Y respondió el Señor: -Por consideración a esos diez no la destruiría.

33 En cuanto terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue y Abrahán volvió a su tienda.

 

*+• En esta página bíblica, en el contexto de una reflexión teológica precisa, se presenta a Abrahán, el «amigo de Dios», elegido para ser una gran nación, como el gran intercesor. En efecto, Abrahán aparece como «padre de la justicia y del derecho», realidades que son el alma de la vida de alianza con YHWH.

El narrador indica el verdadero objeto del relato en el soliloquio de Dios. En efecto, a Abrahán y a su descendencia debe quedarles claro el sentido de la intervención punitiva de Dios contra Sodoma, de modo que quede a salvo la justicia divina. El «caso» de las ciudades corruptas constituye un ejemplo óptimo para tratar el tema de la salvación de los justos y del castigo de los malvados, así como para hablar del papel de alguien que intercede. En primer lugar (v. 20), se presenta con un lenguaje técnico «el clamor», o mejor la querella, que asciende de Sodoma. Por ahora no se ha dicho de qué se trata. En el capítulo 19 comprenderemos que el pecado consiste en una gravísima falta de hospitalidad. Inmediatamente después vuelven a escena los tres personajes del relato precedente, cuyas funciones se aclaran. Dos de ellos se dirigen hacia Sodoma, mientras que «Dios seguía en presencia de Abrahán», como decía el texto original, corregido por los escribas para evitar una falta de respeto hacia el Señor.

La viveza del relato refleja el gusto, absolutamente oriental, por la negociación. Abrahán aparece aquí como un poderoso intercesor, audaz y apasionado en el arte de ingeniárselas para hacer salvar a los justos apoyándose en el hecho de que «el juez de la tierra» no puede dejar de practicar la justicia. Dios estaría dispuesto a perdonar a la ciudad en consideración a unos pocos inocentes: bastaría con diez para ello. Aquí se detiene Abrahán, el perfecto intercesor del Antiguo Testamento.

Todavía no ha aparecido el único Justo -prefigurado en el Siervo del Segundo Isaías (cf. Is 53)-, que estará en condiciones de ofrecer, con su propia vida y su propia muerte, el sacrificio perfecto: Jesús, «siempre vivo para interceder en favor de nosotros» (Heb 7,21).

 

Evangelio: Mateo 8,18-22

En aquel tiempo,

18 viendo Jesús que le rodeaba una multitud de gente, mandó que le llevaran a la otra orilla.

19 Se le acercó un maestro de la Ley y le dijo: -Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.

20 Jesús le dijo: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

21 Otro de sus discípulos le dijo: -Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre.

22 Jesús le dijo: -Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

 

*»• Jesús mandó a los discípulos que pasaran a la otra orilla del mar. Siguen, a continuación, dos dichos que tienen como tema el seguimiento de Jesús y muestran dos aspectos diferentes del mismo: la dificultad y la urgencia.

En el primer caso aparece un maestro de la Ley que quiere seguir a Jesús como si se tratara de un maestro a cuya escuela deseara asistir. Es él quien toma la iniciativa; la respuesta que recibe es absolutamente descorazonadora. Así es: quien se pone a seguir a Jesús carecerá de toda seguridad, porque él -del mismo modo que los animales acorralados o cazados- no tiene dónde refugiarse: está solo y no tiene dónde guarecerse. En el v. 20 podría haber una alusión a Si 36,24ss, a saber: a la condición del hombre soltero; en efecto, la madriguera o el nido serían el hogar que le falta al hombre que no tiene mujer. Jesús no anima, por consiguiente, a quienes quieren seguirle como a uno de tantos rabinos para convertirse a su vez en maestros. «Sígueme», le dice, en cambio, a un discípulo. Lo que para el maestro de la Ley es Dios y su ley, para el discípulo es Jesús y su camino: el único tesoro, el único afecto al que no se puede anteponer nada en absoluto. Por eso no permite Jesús ninguna duda y su palabra expresa una urgencia extrema que, aun a riesgo de contravenir la obligación de honrar a su padre, propia de todo hijo varón, muestra que es preciso preocuparse más de no estar «muertos» que de dar sepultura a los muertos. En efecto, los que no entran en el Reino están muertos, y el seguimiento de Jesús es la puerta de acceso al Reino, porque Jesús, sólo él, es el Kyrios, el Señor de todos.

 

MEDITATIO

Vivimos en una época marcada por una especie de delirio de omnipotencia. El hombre parece no ponerse límites a la voluntad de gozar, pero se encuentra mudo y desorientado cada vez que tropieza con acontecimientos -como la muerte- que le hacen tocar con la mano su extrema impotencia, y a los que no puede dar un sentido fuera de una perspectiva de fe. Sin embargo, el hombre está llamado, verdaderamente, a poseer una grandeza inesperada, aunque sólo si acepta ser criatura y adherirse a un designio que no es suyo. «Ya no os llamo siervos... sino que os llamo amigos»: eso es lo que dice Jesús (cf. Jn 15,12-17).

En el pasaje del Génesis propuesto a nuestra meditación encontramos a Dios que se pregunta: «¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer?». Él, Dios, en efecto, es quien ha elegido a Abrahán, se ha unido a él, y esto le da a su amigo un gran poder sobre el corazón divino, un poder de intercesión que Dios mismo suscita, porque quiere ser rogado, suplicado, para poder manifestar su suma justicia, que es misericordia. Abrahán se detiene, en el relato, en diez justos: será preciso esperar aún la llegada del único Justo, que, cargando con la culpa de todos, salvará no sólo a las ciudades corruptas, sino a toda la humanidad, lavándola en su sangre.

Entonces Dios seguirá estando, aún más, con nosotros y escogerá a amigos para asociarlos a su misión de Salvador. Con todo, la iniciativa de esa elección seguirá siendo siempre suya y sólo suya: «No me habéis elegido vosotros, sino que yo os elegí». Dios es Dios, y nuestra verdadera libertad consiste en conseguir pronunciar un «sí» de asentimiento pleno y amoroso a su elección. Jesús no puede ser seguido más que por amor a él. Todas las otras motivaciones desaparecerán un día u otro: entonces nos encontraremos con nuestros sueños rotos. Podremos ser sus amigos y convertirnos en intercesores sólo cuando nos hayamos adherido a su persona no por las ventajas que esto pueda acarrearnos, sino sólo por dejarnos conducir por su camino de peregrino que no tiene dónde reclinar la cabeza. Esa llamada -cuando es verdadera tiene una urgencia y un valor que la hacen ineludible. Entonces y sólo entonces tomará cuerpo esa inesperada grandeza que consiste en ser amigos de Dios, de un Dios poderoso que se ha hecho débil para solicitar nuestro amor.

 

ORATIO

Señor, también nosotros, como los grandes orantes del Antiguo Testamento, nos quedamos sorprendidos ante el misterio de tu grandeza y, aún más, ante el don de tu benevolencia.

        Los cielos de los cielos no pueden contenerte y, sin embargo, tú, que al venir a la tierra elegiste una vida de pobreza y de abandono, te presentas cada día como alimento para nuestra hambre de amor y de vida. Colma nuestro corazón de un infinito agradecimiento que nos convierta, en medio de los hermanos, en alegres testigos de tu amistad con los hombres. Conviértenos también en audaces intercesores, para que a nadie le falte la alegría de saberse pensado, elegido y amado desde toda la eternidad. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Oración, según su condición y naturaleza, es unión del hombre con Dios; mas, según sus efectos y operaciones, oración es guarda del mundo, reconciliación de Dios, madre y hija de las lágrimas, perdón de los pecados, puente para pasar las tentaciones, muro contra las tribulaciones, victoria de las batallas, obra de ángeles, mantenimiento de las sustancias incorpóreas, gusto de la alegría advenidera, obra que no se acaba, mineral de virtudes, procuradora de las gracias, aprovechamiento invisible, mantenimiento del ánimo, lumbre del entendimiento, cuchillo de la desesperación, argumento de la fe, destierro de la tristeza de los monjes, tesoro de los solitarios, disminución de la ira, espejo del aprovechamiento, indicio de la medida de las virtudes, declaración de nuestro estado, revelación de las cosas advenideras y significación de la clemencia divina a los que perseveran llorando en ella. Todo esto se dice ser la oración. Sea todo el hilo de la oración sencillo, sin multiplicación y elegancia de muchas palabras, pues con sola una se reconciliaron con Dios el publicano del evangelio y el hijo pródigo. Uno es el estado de los que oran, pero en él hay mucha variedad y diferencia de oraciones. Porque unos hay que asisten delante de Dios como delante de un amigo y señor familiar, ofreciéndole oraciones y alabanzas no tanto por su propia salud cuanto por la de otros, como hacia Moysen. Otros hay que le piden mayores riquezas y mayor gloria y confianza. Otros piden instantemente ser del todo librados del enemigo. Algunos hay que piden honras y dignidades; otros, perfecta paga de sus deudas.

Ante todas las cosas pongamos en el primer lugar de nuestra oración, que es la entrada de ella, un sincero hacimiento de gracias; y en el segundo lugar suceda la confesión y contrición, que salga del íntimo afecto de nuestro corazón; y después de estas dos cosas signifiquemos nuestras necesidades a nuestro Rey, y hagámosle nuestras peticiones. No uses de palabras adornadas y elegantes en la oración, porque muchas veces las palabras de los niños pura y simplemente dichas, y casi tartamudeando, bastaron para aplacar a su Padre, que está en los cielos. No trabajes por hablar demasiadas palabras en la oración, porque no se distraiga tu espíritu, inquiriendo y buscando muchas cosas que decir.

Suele el Señor encender más en amor a los hombres agradecidos, oyendo más presto su oración [...]. No digas, después de haber estado en oración, que no aprovechaste nada, porque ya aprovechaste en estar allí. Porque ¿qué cosa puede ser más alta que allegarse al Señor y perseverar con él en esta unidad? (Juan Clímaco, La escala espiritual. Con anotaciones de Fray Luis de Granada, XXVIII, passim, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor» (Sal 102,8).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Llevamos a la oración la totalidad de nuestra vida. Y nosotros somos seres-en-relación con los otros hombres: los otros forman parte de nosotros. Por consiguiente, en la oración nos sentimos confirmados también en la fraternidad. ¿Qué quiere decir, en efecto, interceder? Etimológicamente, intercederé significa «dar un paso entre», «interponerse» entre dos partes. En particular, es dar un paso hacia alguien en favor de otro. Parafraseando el Sal 85,11, podríamos decir que en la intercesión «se encuentran la fe y el amor», «se abrazan la fe en Dios y el amor por el hombre». Este caminar entre Dios y el hombre, apretados entre la obediencia a la voluntad de Dios y la misericordia por el hombre, explica la razón de que, en la Biblia, la intercesión encuentre su representación plena y total en Cristo, «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5). Sí, es con Cristo, y éste crucificado, como encuentra su realización el anhelo de Job: «Si hubiera entre nosotros, Señor, algún arbitro que pudiera mediar entre ambos» (cf. Job 9,33). Cristo crucificado puede mediar entre Dios y el hombre.

En la intercesión aprendemos a ofrecernos a Dios por los otros y a vivir esta ofrenda de una manera concreta en la vida diaria. Sólo en el Espíritu, que nos arranca de nuestra individualidad cerrada, podemos orar por los otros, hacer habitar en nosotros a los otros y llevarlos ante Dios, llegando incluso a orar por los enemigos, paso esencial para llegar a «amar» a los enemigos (Mt 5,44).

Existe una estrecha reciprocidad entre la oración y el amor. Más aún, podríamos decir que la cumbre de la intercesión no consiste tanto en palabras pronunciadas ante Dios como en un vivir ante Dios en la posición del crucificado, con los brazos extendidos, en fidelidad a Dios y solidaridad con los hombres. Hasta ese punto está claro que la intercesión es la esencia misma de una vida devorada por el amor a Dios y a los hombres (E. Bianchi, Le parole della spiritualitá, Milán 1999, pp. 117-120, passim).

 

 

Martes de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 19,15-29

En aquellos días,

15 al despuntar el alba, los mensajeros urgieron a Lot: -Vamos, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, no sea que perezcan en el castigo de la ciudad.

16 Y como él no se decidía, aquellos hombres lo agarraron de la mano a él, a su mujer y a sus hijas y, por la misericordia del Señor, lo sacaron fuera de la ciudad.

17 Mientras lo sacaban afuera, uno de los ángeles le dijo: -Ponte a salvo, no mires hacia atrás ni te detengas en parte alguna; huye a la montaña, para que no perezcas.

18 Respondió Lot: -Eso no, por favor.

19 Tu siervo ha gozado de tu protección y me has tratado con gran misericordia, conservándome la vida. Pero yo no puedo refugiarme en la montaña, porque me alcanzaría la desgracia y moriría.

20 Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña donde me puedo refugiar; permite que me refugie en ella para salvar mi vida.

21 Él respondió: -Bien, acepto tu súplica. No destruiré la ciudad de la que hablas.

22 Pero date prisa y refúgiate allí, porque yo no podré hacer nada hasta que tú hayas llegado. Por eso a aquella ciudad se la llamó Soar.

23 Salía el sol cuando Lot llegaba a Soar.

24 El Señor envió entonces desde el cielo una lluvia de azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.

25 Y destruyó estas ciudades y toda la llanura, todos los habitantes de las ciudades y toda la vegetación del suelo.

26 La mujer de Lot se volvió para mirar atrás y se convirtió en una estatua de sal.

27 Abrahán se levantó muy temprano y se dirigió al lugar donde había estado en presencia del Señor.

28 Volvió la vista hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la llanura y vio la humareda que subía de la tierra; era una humareda como la de un horno.

29 Cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, se acordó de Abrahán, y sacó a Lot de la catástrofe cuando arrasó las ciudades en las que éste había vivido.

 

*+• En el «ciclo de Lot» se recoge una antiquísima explicación del origen de un paisaje espectral situado al sur del mar Muerto y que todavía hoy sorprende e impresiona al visitante. Se trata, probablemente, de una verdadera reliquia histórica de algún desastre natural releída por el narrador en clave teológica. Se perfila aún mejor la contraposición entre la hospitalidad de Abrahán y la falta de hospitalidad de los habitantes de Sodoma.

Lot, que había elegido para él la mejor parte, pierde ahora todo: tierra, bienes, mujer, y sólo tendrá descendencia a través de un incesto con sus hijas; mientras que Abrahán, por haber confiado en la promesa de YHWH, tendrá una descendencia numerosa y poseerá la tierra. El fragmento de hoy se abre con una tensión dramática entre la urgencia de los mensajeros y la duda de Lot, que sigue siendo connotado por el autor del relato de una manera negativa. Sólo su parentesco con Abrahán es el que le hace objeto de «una gran misericordia» por parte del Señor. Dios, en efecto, le concede refugiarse en Soar, una ciudad del valle cuya denominación popular se explica de este modo («Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña»: v. 20).

El relato se cierra con Abrahán contemplando desde lo alto la zona del desastre. Su mirada marca no sólo una antítesis respecto a la mirada curiosa de la mujer de Lot, que queda convertida en estatua de sal; es también la mirada de quien se siente objeto de la «memoria» de Dios que le salva. Así es, porque Dios se acuerda siempre de «su santa alianza, del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán para concedernos que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor, con santidad y justicia en su presencia durante toda nuestra vida» (cf. Lc 2,72-75).

 

Evangelio: Mateo 8,23-27

En aquel tiempo,

23 Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron.

24 De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido.

25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole: -Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Él les dijo: -¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.

27 Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen».

 

**• El fragmento de hoy se abre con una nota que, en su aparente normalidad, encierra un elemento clave para la interpretación de este relato, conocido como milagro de la tempestad calmada. Jesús es el primero en subir a la barca, y sus discípulos le «siguen». El mismo Mateo relee el episodio como figura de la Iglesia, que atraviesa el mar tempestuoso de la historia con la presencia de Jesús, una presencia real, si bien escondida y silenciosa, aunque no por ello la exime de desconciertos

y miedos. Por otra parte, Mateo no habla propiamente de «tempestad», como sí hace, en cambio, el evangelista Marcos en su relato paralelo; usa el término «semós», que tiene un claro sabor apocalíptico: se trata, por consiguiente, de una gran tribulación a través de la cual debe pasar la barca de los discípulos de Jesús. Éstos, aterrorizados, le despiertan gritando: «.¡Señor, sálvanos!» (Kyrie, sóson), una invocación casi litúrgica y muy diferente de la referida por Marcos: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (4,38).

Hay otro detalle particular que nos ayuda a comprender la perspectiva eclesial de Mateo: Jesús - a diferencia del relato de Marcos y de Lucas-, antes de hacer el milagro, regaña a los discípulos por ser «pequeños de fe» (y. 26, literalmente), o sea, por su fe todavía incierta y vacilante. Sólo entonces es cuando Jesús «se levantó, increpó» a los vientos y al mar, como si fueran seres endemoniados (cf. asimismo Me 4,39). El pasaje se cierra con una nota de admiración frente al poder de Jesús, capaz de someter hasta los elementos cósmicos (v. 27). Él, y sólo él, puede dormir en medio de la tempestad porque reposa en el seno del Padre y se despierta en el poder de Dios, que nos salva no de la muerte, sino en la muerte, despertándonos a una vida nueva, resucitada, que durará para siempre.

 

MEDITATIO

Se puede percibir más de una analogía entre las lecturas propuestas por la liturgia de hoy. En ambas se habla de una situación tranquila que padece un cambio imprevisto: el fuego que baja del cielo y el desencadenamiento de los elementos naturales sobre el mar alborotado.

En ambos casos se ofrece al hombre aterrorizado una salvación misericordiosa por parte de alguien que le presta socorro. Ambas situaciones pueden ser tina gran metáfora de la condición humana, del viaje del hombre hacia la salvación, un viaje acechado por una gran cantidad de adversidades que hacen que, con frecuencia, el hombre sienta miedo frente a realidades que le superan, que le aplastan. ¿Y qué miedo es superior al de la muerte? Nosotros sabemos hoy que no estamos solos, y, aunque nos sintamos así, siempre podemos gritar «¡Señor, sálvanos!» a aquel que quiso pasar por nuestras mismas situaciones, que quiso dormir con nosotros el sueño de la muerte, para despertarnos con él en la vida sin fin. Se nos pide que no seamos «pequeños en la fe», que seamos audaces, constantes, perseverantes en la oración.

Estamos seguros, en efecto, de que a quien llame se le abrirá, a quien pida se le dará, y a quien ha sido bautizado en la muerte y resurrección del Señor Jesús no se le arrebatará la vida, sino que simplemente le será cambiada, porque «tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor». Él vino a compartir nuestra condición humana para darnos su paz, su alegría, su plenitud de vida. También nosotros, por tanto, aferrándonos al madero de su cruz, podemos atravesar todos los mares tempestuosos, seguros ahora de llegar incólumes con él a la tierra de los vivos.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú has llevado a cabo por nosotros, de una vez por todas, la gran travesía del mar tempestuoso de la historia apoyando suavemente tu cabeza entre los brazos del Padre en el leño de la cruz. De este modo, abriste para todos nosotros un camino grande y seguro, que nos permite atravesar incólumes el gran abismo del mal, que intenta atraparnos constantemente.

Haz que cada hombre te conozca y experimente que los sufrimientos del momento presente no son comparables a la alegría de la salvación que nos has preparado en el abrazo del Padre. Él nos ha querido desde siempre para ser uno con él y contigo en el amor.

 

CONTEMPLATIO

«El Señor está cerca de cuantos le invocan» (Sal 144,18). No hace acepción de personas. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos (cf. Jn 13,3). Esto con la condición de que nosotros le amemos a él, a nuestro Padre celestial, como hijos. El Señor escucha tanto a un monje como a un hombre de mundo, a un simple cristiano, con la condición de que amen a Dios en el fondo de su corazón y tengan una fe auténtica, una fe grande como un grano de mostaza. El Señor mismo nos ha dicho: «Todo es posible al que cree» (Me 9,23). Más sorprendentes todavía son estas palabras: «Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago e incluso otras mayores» (Jn 14,12).

Dios busca, ante todo, un corazón lleno de fe en él y en su Hijo unigénito, y como respuesta a esta fe envía, desde lo alto, la gracia del Espíritu Santo. El Señor busca un corazón repleto de amor por él y por el prójimo; éste es el trono sobre el que le gusta sentarse y manifestarse en la plenitud de su gloria. «Hijo, dame tu corazón, el resto te lo daré por añadidura» (Prov 23,26).

        Aunque las penas, las desgracias y las tribulaciones sean inseparables de nuestra vida terrena, el Señor nunca ha querido que éstas constituyeran toda la trama de nuestras vidas. Por eso nos recomienda, por boca del apóstol, que llevemos unos los fardos de los otros y obedezcamos de este modo a Cristo, que nos ha dado el mandamiento del amor recíproco. Confortados por este amor, nos parecerá menos difícil el camino doloroso por la senda estrecha que conduce a la patria celestial. ¿Acaso no ha bajado el Señor del cielo no para ser servido, sino para servir y dar su propia vida en rescate de muchos (cf. Mt 20,28)?

Compórtate del mismo modo, amigo de Dios, y, consciente de la gracia de la que has sido objeto, transmítela a todos los seres humanos, tomándote a pecho su salvación (Serafín de Sarov, Vita, colloquio con Motovilov, Turín 1981, pp. 182-184, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 26,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Yo estoy con vosotros». La frase es de una sencillez absoluta, pero el misterio que encierra es grande. Cuando se toma en serio esta afirmación, todo cambia. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida? ¿Quién es este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y decisiones? ¿Quién es este hombre invisible que dice estar siempre conmigo?

Es extraño: hay momentos en los que la suya es la presencia de alguien con el rostro velado. No sé nada de él. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como a un viejo amigo. Jesús está siempre con nosotros, pero eso no implica que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no tenemos garantizada la nuestra. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Le 18,8).

Jesús está siempre con nosotros: se trata de ser capaces de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca. El cielo del espíritu es todavía más mutable que el que tenemos sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Están los días de la alegría y los días de las lágrimas, los días de las tempestades y los días de la tranquilidad, los días aburridos y los días apasionados, los días del ofuscamiento y los días de los resplandores inesperados, los días de la exaltación y los días del cansancio metafísico. Pero no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica.

El invisible compañero de nuestro viaje es también un guía. Con él todo paso que demos, todo metro que avancemos por nuestro camino tiene una meta. Con él, ninguna etapa de nuestro camino está perdida: no hay extravío que al final no revele su motivación providencial; no hay vuelta ociosa que no aparezca lógicamente orientada (G. Biffi, Meditazioni sulla vita ecclesiale, Cásale Monf. 1993, pp. 59-63, passim).

 

 

Miércoles de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 21,5.8-20

5 Tenía Abrahán cien años cuando le nació su hijo Isaac.

8 Creció el niño y lo destetaron. Abrahán dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac.

9 Sara vio que el hijo nacido a Abrahán de Agar, la egipcia, jugaba con Isaac,

10 y dijo a Abrahán: -Echa a esa esclava y a su hijo, pues el hijo de esa esclava no compartirá la herencia con mi hijo, Isaac.

11 Abrahán se disgustó mucho, porque se trataba de su hijo.

12 Pero Dios le dijo: -No tengas pena por el muchacho ni por tu esclava; haz lo que te pide Sara, porque la descendencia que llevará tu nombre será la de Isaac.

13 Pero también del hijo de la esclava haré yo un gran pueblo, por ser descendiente tuyo.

14 Entonces Abrahán se levantó muy de mañana, tomó pan y un odre de agua y se lo dio a Agar; puso al niño sobre sus hombros y la despidió. Ella se fue y anduvo errante por el desierto de Berseba.

15 Cuando se terminó el agua del odre, dejó al niño bajo un matorral

16 y fue a sentarse enfrente, a la distancia de un tiro de arco, pues se decía: «No quiero ver morir al niño». Pero cuando se sentó enfrente, el niño empezó a llorar a gritos.

17 Dios oyó los gritos del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: -¿Qué te pasa, Agar? No temas, porque Dios ha escuchado los gritos del niño ahí donde está.

18 Levántate, toma al niño, agárralo de la mano, porque de él haré yo un gran pueblo.

19 Entonces Dios abrió los ojos de Agar y ella vio un pozo de agua; fue a llenar el odre y dio de beber al niño.

20 Dios estaba con el niño, que creció, vivió en el desierto y llegó a ser un buen arquero.

 

*•• El fragmento se abre con el recuerdo de la edad de Abrahán -«tenía Abrahán cien años» (v. 5)- en el momento en el que nació Isaac. Por tanto, resulta evidente que lo que se narra es obra del poder de Dios, que se manifiesta en la debilidad del hombre. El relato de este capítulo ha de ser puesto en paralelo con lo ya dicho en el capítulo 16, del que probablemente sea un duplicado narrativo con la misma intención. En él se muestra que el proyecto de Dios sigue adelante, a pesar de las mezquindades humanas; por otra parte, se da, una vez más, la explicación popular de los nombres de Isaac (v. 9) y de Ismael (v. 17).

El banquete que da Abrahán por el destete del hijo de la promesa, después de tres años de lactancia, brinda la ocasión para someter a comparación a los dos hijos de Abrahán. Esta narración - a diferencia de las del capítulo 16- presenta a Ismael casi como coetáneo de Isaac, que «juega» con él. Basta con esto para suscitar los celos de Sara, la señora, que presiona a Abrahán para que aleje al hijo de la esclava (v. 10).

El v. 12 es el punto central del relato, porque no nos esperábamos, a buen seguro, que Dios apoyara la posición de Sara, pero esto ilustra adecuadamente lo distintos que son los caminos del Señor de los nuestros. Dios, en efecto, sabe sacar bien hasta del mal perseguido por los hombres. Por eso invita a Abrahán a alejar a Ismael, que también está destinado a ser cabeza de una descendencia numerosa. A través de algunos sabios toques nos introduce el narrador en lo vivo del relato, haciéndonos saborear la atmósfera del momento, una atmósfera cargada de pathos. Dios manifiesta también su identidad en esta situación: Él es, en efecto, «el que escucha» -una clara referencia a la etimología de Ismael- el grito del pobre y del oprimido: en este caso, Agar y su hijito destinado a la muerte.

Es importante señalar que la palabra del ángel de Dios no obra milagro alguno; se limita simplemente a hacer que Agar vea el pozo que ya estaba allí. La esperanza infundida por la intervención divina da nuevos ánimos a Agar y establece un prometedor futuro para Ismael, que también es un protegido del Señor. Se perfilan así, bajo los nombres de Ismael y de Isaac, los destinos de los dos pueblos hermanos, los ismaelitas y los israelitas, todavía acomunados por un misterioso destino de hostilidades y de historia compartida.

 

Evangelio: Mateo 8,28-34

En aquel tiempo,

28 al llegar a la otra orilla, a la región de los gerasenos, salieron a su encuentro de entre los sepulcros dos endemoniados. Eran tan agresivos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino.

29 Y se pusieron a gritar: -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?

30 A cierta distancia de allí, había una gran piara de cerdos hozando;

31 y los demonios le rogaban: -Si nos echas, envíanos a la piara de cerdos.

32 Jesús les dijo: -Id. Ellos salieron y se metieron en los cerdos; de pronto, toda la piara se lanzó al lago por el precipicio y los cerdos murieron ahogados.

33 Los porquerizos huyeron a la ciudad y lo contaron todo, incluso lo de los endemoniados.

34 Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, cuando lo vieron, le rogaron que se marchara de su territorio.

 

*» Jesús atraviesa el lago de Tiberíades y desembarca en el territorio pagano de la Decápolis. En unos pocos versículos -a diferencia de la extensa descripción de Marcos- el evangelista Mateo bosqueja no tanto una curación, como una demostración de autoridad y de poder por parte de Jesús, que libera del sometimiento al demonio a dos hombres dominados por espíritus inmundos. Los endemoniados salen al encuentro de Jesús, y los demonios que los poseen gritan su fe en él como «Hijo de Dios» y, al mismo tiempo, su rabia porque se atreve a desafiarles entrando en su territorio («Has venido aquí»: v. 29), poniendo fin a su indiscutible dominio sobre el hombre: en efecto, con Jesús se ha cumplido el tiempo (Me 1,15) de la derrota del enemigo.

El exorcismo de Jesús manifiesta su espectacular poder. En efecto, con una sola palabra («Id») consiente el deseo de los demonios expulsados del cuerpo de los hombres de refugiarse en los cerdos -animales considerados impuros y, por consiguiente, no criados por los judíos-, que formaban una piara muy numerosa. Esta concesión es sólo el preludio para que éstos se precipiten de cabeza en el mar, símbolo del mal, y se ahoguen en él.

El poder de Cristo es absoluto, pero no se impone por la fuerza. Los habitantes de la ciudad salen también al encuentro de Jesús, pero, frente al temor de nuevas pérdidas económicas, prefieren alejar al Nazareno. Desgraciadamente, también nosotros solemos preferir convivir con nuestro mal antes que extirparlo de raíz. Nos resulta más fácil vivir atados a nuestros cepos que administrar una libertad demasiado exigente.

 

MEDITATIO

Nunca le resulta fácil al hombre ponerse en la misma longitud de onda de Dios, sintonizar con su pensamiento. Hay momentos incluso en que esto se vuelve particularmente difícil, porque el Señor va «demasiado» más allá del humano sentido común. Eso es lo que pódemelos advertir al meditar sobre las lecturas de hoy. Dios le pide a Abrahán que secunde el repudio de Ismael por parte de Sara. Abrahán consiente, obedece a la palabra, y el Señor bendecirá también al muchacho, destinado en apariencia a la muerte.

Jesús, para liberar a los endemoniados de Gerasa, perjudica la economía de los porquerizos; de ahí que toda la ciudad, concorde, le pida que se marche de su territorio. Dios, por medio de su palabra, nos propone caminos que, con mucha frecuencia, son duros y exigentes, pero nunca «violenta» nuestra libertad. A nosotros nos corresponde elegir. ¡Qué importante es, por tanto, otorgarnos el tiempo y la posibilidad de evaluar bien qué es verdaderamente lo mejor para nosotros! Su Palabra, incluso cuando nos incomoda, no es nunca para muerte, sino para vida.

El riesgo que corremos es el de decidirnos y escoger a Dios cuando el maligno nos tiene ya en sus engranajes, de modo que ya no nos deja escapatoria, mientras que, normalmente, vivimos en una especie de compromiso entre el bien y el mal. Esa situación de tranquilo vivir no nos permite llegar a ser conscientes de estar sumergidos en el egoísmo y en la búsqueda de nosotros mismos. Otras veces, en cambio, aun advirtiendo la incomodidad, no estamos dispuestos a pagar el precio que el Señor nos pide para liberarnos. La salvación es siempre gratuita, es don, pero, según la conocida máxima agustiniana, el Dios que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin que nosotros lo queramos. Si le decimos «sí», enseguida nos daremos cuenta de que él está dispuesto no sólo a darnos más de cuanto hemos sacrificado, sino que vencerá también en su raíz todos nuestros miedos, porque él ha vencido a la muerte y nos introduce en el reino ilimitado de la vida, de su amor.

 

ORATIO

Jesús, tú sólo eres el Señor, el que tiene palabras de vida eterna. ¿A quién podremos ir a pedir ayuda y salvación? Gracias, porque tu voz resuena cada día en nuestro corazón y nos repite tu Palabra, siempre viva y siempre nueva. No permitas que nos escondamos detrás de nuestros cálculos mezquinos; concédenos seguirte por tus caminos de libertad y de amor, puesto que echas al fondo del mar todos nuestros pecados y cada día nos ofreces la posibilidad de resurgir como criaturas nuevas, como santos y amados por Dios Padre.

 

CONTEMPLATIO

La voluntad divina es siempre amante, porque «Dios es caridad» (1 Jn 6,16). No sólo posee el amor, sino que es el Amor infinito, indefectible. Todo lo que Dios hace por nosotros está motivado por el amor, por un amor que es también Sabiduría eterna y Omnipotencia. Dios nos ama como a hijos, y es el Padre por excelencia, del que deriva toda paternidad. Él nos guía, durante toda nuestra vida, con la luz de su incomparable amor paterno.

Nos amó tanto que nos hizo hijos adoptivos suyos, haciéndonos partícipes de su misma felicidad y haciéndonos entrar en comunión de vida con la Santísima Trinidad. Pero eso no basta. Las maravillosas manifestaciones de la caridad divina son inagotables; ésta resplandece también en el camino admirable elegido por Dios para atraernos hacia él. Para hacernos hijos suyos, nos da a su Hijo unigénito, Cristo Jesús, don supremo del amor; y nos lo da a fin de que sea para nosotros sabiduría, santificación, redención, justicia, luz y camino seguro, para que sea alimento y vida; en una palabra, para que se convierta en mediador entre él y nosotros.

Cristo Jesús, Verbo encarnado, colma el abismo que separaba al hombre de Dios; en él y por él derrama Dios sobre nosotros las bendiciones celestes de la gracia, que nos hacen vivir como verdaderos hijos del Padre celestial. Jesús fue constituido rey y cabeza de la herencia divina, y él, con su sangre, nos restituye el derecho a poseerla. Si permanecemos en él con la fe y el amor, él estará en nosotros con su gracia y sus méritos; nos ofrecerá al Padre y el Padre nos encontrará en él. ¿Cómo, entonces, no hemos de abandonarnos, seguros, a la voluntad omnipotente, que es toda amor? (C. Marmion, Cristo idéale del moñaco, Cásale Monf. 2000, II, c. 13, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo, como un olivo verde en la casa de Dios, confío en el amor de Dios para siempre jamás» (Sal 51,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El que en nuestros días habla de demonios y potencias malignas tiene que enfrentarse con el escepticismo y la aversión. Por otro lado, precisamente también en los días que corren, se acentúa cada vez más la viva impresión de que, con el creciente control de la vida en la tierra, avanza, de una manera amenazadora, algo incontrolable. ¿De qué sirve la ciencia si algo de lo que no puedo disponer dispone de mí y me hace la vida plana, mísera y temerosa?

El contacto con las potencias demoníacas supone siempre para el hombre el contacto con el límite invisible, inexpresable, profundo y oscuro de sí mismo y de su mundo. Pero estas potencias que se apoderan incesantemente del mundo y de los hombres para corromperlos, han sido vencidas -según afirma el Nuevo Testamento- por Jesucristo, que destruyó su poder de una manera definitiva. Esto lo saben ellas; por eso, precisamente ahora recurren a todo para enmascarar su impotencia con una fuerza aparente. De ahí que la historia sea una gran lucha que se desarrolla, en primer lugar y sobre todo, a pequeña escala, en el corazón del hombre. El mundo no ha sido liberado del dominio de las potencias malignas ni vuelve a aparecer como creación buena de Dios, a no ser de un modo indirecto por medio de este o aquel corazón humano y, en primer y último lugar, por medio de mi corazón. En él, y no en ninguna otra parte, se decide la historia del mundo. La lucha para hacer visible y dar eficacia al destronamiento del espíritu demoníaco que ya ha tenido lugar puede ser desarrollada, en principio, siempre y únicamente luchando contra nosotros mismos (H. Schlier, Riflessioni sul Nuovo Testamento, Brescia 1976, pp. 189-204, passim).

 

 

Jueves de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 22,1-19

En aquellos días,

1 Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y le llamó: -¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy.

2 Y Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.

3 Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió la leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado.

4 Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar.

5 Entonces dijo a sus siervos: -Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros.

6 Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos junios.

7 Isaac dijo a Abrahán, su padre: -¡Padre! Él respondió: -Aquí estoy, hijo mío. Dijo Isaac: -Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?

8 Abrahán respondió: -Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. Y continuaron caminando juntos.

9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña y, después, ató a su hijo, Isaac, poniéndolo sobre el altar encima de la leña.

10 Después, Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo, " pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: -¡Abrahán! ¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy.

12 Y el ángel le dijo: -No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único.

13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

14 Abrahán puso a aquel lugar el nombre de «El Señor provee», y por eso todavía hoy se llama «monte del Señor provee».

15 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán

16 y le dijo: -Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo

17 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

18 Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.

19 Abrahán volvió luego junto a sus siervos y todos partieron hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba.

 

*» La belleza de este relato, una de las obras maestras del arte narrativo bíblico, esconde en sí misma un extenso trabajo de composición. En efecto, la crítica literaria distingue en su interior, por lo menos, cuatro vetas, que contienen la etiología de un lugar de culto, identificado, posteriormente, con la colina del templo de Jerusalén; la crítica de los sacrificios humanos; la prueba de la fe y, por último, la ratificación de la promesa hecha por Dios a Abrahán. Ahora bien, más allá de todo esto, el relato se presenta siempre vivo, actual, comprometedor. Antes que nada, el lector debe saber que se trata de una «prueba» en la que Dios verifica la fe y la obediencia de Abrahán, el cual, con prontitud (cf. su «aquí estoy»: v. 1), toma a su amadísimo hijo para ejecutar la paradójica petición de Dios.

La habilidad del narrador consiste en describir una escena altamente dramática con pocos toques, sin expresar de una manera directa los sentimientos de los protagonistas. Abrahán camina durante tres días: esto demuestra que su obediencia ha sido ampliamente sopesada y ponderada. La tradición judía ha subrayado en particular, entre los diferentes gestos y diálogos que marcan el profundo dramatismo del momento, la «atadura» (literalmente, 'aqeda) de Isaac, quien se dispone al sacrificio de una manera voluntaria.

La interpretación cristiana ha visto siempre en esta inmolación del amadísimo hijo la figura del único y perfecto sacrificio de Cristo muriendo en la cruz. En los w. 13ss, tiene una importancia particular el verbo «ver». De él se puede deducir que Dios «se deja ver» cuando «ve» el corazón del hombre que le busca, y que el hombre, tras la noche oscura de la fe, llega a saber que Dios «provee» siempre. La intervención del ángel del Señor, que sustrae a Isaac de la consumación del sacrificio, le ratifica en su papel de hijo de la fe que abre la descendencia de la promesa de que «todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición».

 

Evangelio: Mateo 9,1-8

En aquel tiempo,

1 subió Jesús a la barca, cruzó el lago y fue a su propia ciudad.

2 Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: -Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.

3 Algunos maestros de la Ley decían para sí: «Éste blasfema».

4 Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: -¿Por qué pensáis mal?

5 ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados quedan perdonados», o decir: «Levántate y anda»?

6 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió al paralítico y le dijo: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

7 Él se levantó y se fue a su casa.

8 Al verlo, la gente se llenó de temor y daba gloria a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

 

*» Jesús, después de haber estado en territorio pagano, vuelve a Cafarnaún, «su» ciudad, en la que desarrolla ahora el ministerio. Le llevan a un paralítico. La descripción del episodio en el relato paralelo de Marcos (2,1-12) -integrado en una disputa de Jesús con los maestros de la Ley sobre el poder de perdonar los pecados- es muy rica en detalles particulares. Los camilleros, en efecto, abren el techo y bajan al enfermo para que llegue a Jesús.

Mateo omite todo esto. Centra su atención en la palabra autorizada de Jesús: «Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados» (9,2), donde el uso de la pasiva divina identifica a Jesús con Dios, el único que puede perdonar. Los maestros de la Ley captan de inmediato la grave «blasfemia», puesto que perdonar es una prerrogativa divina (Ex 34,6ss; Sal 25,18; 32,1-5). Sin embargo, Jesús, desenmascarando la maldad de sus corazones, afirma con claridad la razón de sus milagros: son un signo para mostrar el poder que tiene Dios de perdonar los pecados, un gesto con el que el hombre que está bloqueado en la parálisis -una parálisis que anticipa ya la muerte- puede recobrar su identidad de viator, llamado a caminar para llegar a su verdadera casa: el amor del Padre, único lugar en el que puede saborear la paz y el reposo.

En efecto, el Hijo del hombre ha venido a dar a los hombres (cf. 9,8) el poder de Dios, para que en el perdón recíproco entre los hermanos se manifieste la gloria del Padre en la tierra. A nosotros, comunidad cristiana, nos ha sido confiada, por tanto, la prerrogativa de perdonar como somos perdonados por Dios, de amar como somos amados por él, para llevar a cabo desde ahora el Reino para el que él nos ha creado y redimido.

 

MEDITATIO

En la vida de todo creyente, llega un momento en el que Dios le «pone a prueba». Es la hora dolorosa en la que Dios deja de ser para nosotros el Dios bueno y amante que nos ha colmado de favores y bendiciones, para convertirse -de una manera inexplicable- en el patrón exigente de sus dones a quien hemos de devolverle todo. Es el momento crucial en el que, faltándonos toda seguridad, nos queda sólo la fe, una fe pura y exigente, que nos pide «esperar contra toda esperanza», devolviéndole -en una adhesión incondicionada- todo lo más querido que nos había dado: tal vez la vida, los talentos que hemos recibido, las personas queridas. Nos queda sólo él, convertido en «Otro».

Dichoso quien sepa reconocer la «hora» y recorra con Abrahán, en silencio, el camino hacia el lugar del sacrificio. Dichoso quien pueda subir como él, sin proferir un solo lamento, sin una sola protesta, la montaña de la ofrenda. Dichoso quien sea capaz de creer -como él que Dios puede hacer resucitar también a los muertos. Dichoso el que recorra hasta el final, con una determinación firme y ponderada, el camino de la obediencia y de la fe, porque se configurará plenamente con aquel Dios que, por amor a nosotros, sacrificó a su Hijo amado, al verdadero Isaac.

 

ORATIO

Virgen santa, tú conociste -como ninguna otra criatura en el mundo- la hora oscura en que Dios nos somete a prueba para verificar nuestra fe como oro en el crisol. Tú, de pie en el monte del sacrificio, consumaste de una manera generosa la ofrenda de tu Hijo, el verdadero Isaac, inmolado por nosotros en la cruz. Allí pronunciaste, de una manera tácita, tu nuevo e imposible «sí», convirtiéndote en madre de todos los creyentes.

Acompáñanos en la hora de la prueba, para que no dudemos de que Dios es fiel y capaz de dar vida incluso a los muertos. Que la alegría de la resurrección que gustaste, después de la tragedia del viernes santo, sea para nosotros prenda y certeza de la gran sonrisa que contemplaremos en el rostro del Padre cuando la obediencia de la fe nos haya configurado plenamente con el verdadero cordero ofrecido, Jesús, tu Hijo y Señor nuestro. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Érase una vez un hombre que, de pequeño, había oído la bella historia de Abrahán, el cual, puesto a prueba por Dios, superó la prueba y conservó la fe [...]. Cuando aquel hombre llegó a adulto, leyó el relato aún con mayor admiración. Cuanto más crecía, con tanta mayor frecuencia se demoraban sus pensamientos en aquel relato; su entusiasmo iba en aumento; sin embargo, cada vez le resultaba más difícil comprenderlo. Al final, este relato le hizo olvidar todo lo demás [...]. Aquel hombre no era un pensador: no tenía ninguna necesidad de ir más allá de la fe. Cada vez que volvía a su casa después de haber dado un paseo por el monte Moría, se desplomaba por el cansancio; unía las manos y decía: «Nunca ha habido nadie tan grande como Abrahán, ¿quién puede comprenderlo?». Si no hubiera en el hombre una conciencia eterna, ¿qué sería la vida, sino desesperación? Si así fuera, si no hubiera ningún vínculo sagrado que uniera a los hombres; si las generaciones fueran pasando por el mundo como el viento por el desierto, sin que la vida tuviera un sentido, un fruto; si hubiera un olvido eterno que acecha a su presa y no hubiera poder alguno lo suficientemente fuerte para arrebatársela, ¡qué vacía y escuálida estaría la vida!

Pero no es así. ¡No! Nadie, si ha sido grande en el mundo, será olvidado; ahora bien, cada uno ha sido grande a su modo, cada uno lo ha sido en proporción a la grandeza de lo que amó. Quien se amó a sí mismo se hizo grande a través de sí mismo, pero quien amó a Dios se hizo más grande que todos. Cada uno permanecerá en el recuerdo; ahora bien, cada uno se hará grande en relación a lo que esperó. Uno se hizo grande esperando lo posible, otro esperando lo eterno, pero el que esperó lo imposible se volvió el más grande de todos. Cada uno permanecerá en el recuerdo; ahora bien, cada uno se hará grande según la grandeza contra la que luchó. Puesto que quien luchó contra el mundo se hizo grande venciendo al mundo; y quien luchó consigo mismo se hizo más grande superándose a sí mismo, pero quien luchó con Dios, se hizo más grande que  todos (S. Kierkegaard, Timore e tremore, Milán 1986 [edición española: Temor y temblor, Ediciones Altaya, Barcelona 1995]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sé en quién he puesto mi confianza» (2 Tim 1,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quien ha encontrado a Cristo ha escuchado su llamada a la conversión del corazón y de la vida. No es posible encontrar a Cristo y seguir como antes: si lo encuentras de verdad, él no te deja indiferente y no se cansa de llamarte a que salgas de ti para ir allí a donde su amor te preceda. En el rondo del corazón del creyente resuena sin parar la invitación a acoger al Dios que viene y hace nuevas todas las cosas, dejando que nos reconciliemos con él.

La reconciliación es el sacramento en el que Cristo viene en socorro de la debilidad del hombre, del hombre que había traicionado o rechazado la alianza con Dios, y lo reconcilia con el Padre y con la Iglesia, lo vuelve a crear como criatura nueva con la fuerza del Espíritu Santo. La reconciliación también recibe el nombre de penitencia, porque es el sacramento de la conversión del hombre; además del sacramento del perdón de Dios, es el encuentro del corazón que se arrepiente con el Señor que le acoge en la fiesta de la reconciliación. Este encuentro con Cristo, Salvador del mundo, que abrió las puertas del paraíso al buen ladrón, se lleva a cabo por medio de la confesión: toda la vida del pecador se ofrece a la bondad del Señor para que la sane de la angustia, para que la libere del peso de la culpa, para que la confirme en los dones de Dios y para que la renueve con el poder de su amor. A la confesión le responde el perdón divino, obtenido mediante la aplicación de los méritos del sacrificio de Cristo, que se hace presente él mismo en el acontecimiento sacramental con su obra de reconciliación y de paz, y viene a unir al pecador perdonado con el Padre del amor. El Señor, que quiso ser llamado amigo de los pecadores, no desprecia las debilidades ni las resistencias del hombre, sino que las toma en serio hasta el fondo, haciéndose cargo de ellas y ofreciendo, a quien se la pida, la ayuda necesaria para vivir una existencia reconciliada y ser así instrumento de reconciliación entre los hombres (B. Forte, Piccola introduzione ai sacramenti, Cinisello B. 1994, pp. 67-72, passim).

 

 

Viernes de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 23,l-4.19;24,l-8.10b.62-67

23.1 Sara vivió ciento veintisiete años.

2 Murió Sara en Quiriat Arbé, o sea, Hebrón, en el país de Canaán. Abrahán fue a llorar a Sara y a hacer duelo por ella.

3 Y cuando se levantó de junto a su difunta habló así a los hititas:

4 -Yo soy un emigrante que reside entre vosotros. Dadme una sepultura en propiedad para enterrar a mi difunta.

19 Después Abrahán enterró a Sara en la cueva del campo de Macpelá enfrente de Mambré, es decir, en Hebrón, en tierra de Canaán.

24.1 Abrahán era ya muy viejo, y el Señor le había bendecido en todo.

2 Un día, dijo Abrahán al criado más antiguo de su casa, el que llevaba la administración de todos los bienes: -Pon tu mano bajo mi muslo.

3 Quiero que me jures por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito,

4 sino que irás a mi tierra, donde reside mi familia, y allí tomarás mujer para mi hijo, Isaac.

5 El criado le respondió: -Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tendrá que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?

6 Abrahán le replicó: -De ninguna manera lleves allá a mi hijo;

7 el Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi familia, y que me juró: «Yo daré esta tierra a tu descendencia», enviará su ángel delante de ti para que tomes allí mujer para mi hijo.

8 Y si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento que me haces, pero a mi hijo no lo lleves allá.

10 Después, el criado partió hacia la tierra de los dos ríos [De allí trajo a Rebeca, hija de Betuel, pariente de Abrahán].

62 Mientras tanto, Isaac había vuelto del pozo de Lajai-Roí, y estaba viviendo en el Négueb.

63 Una tarde, salió a dar un paseo por el campo y, levantando la vista, vio que se acercaban unos camellos.

64 También Rebeca levantó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello

65 y dijo al criado: -¿Quién es aquel hombre que viene por el campo hacia nosotros? El criado respondió: -Es mi señor. Ella entonces tomó el velo y se cubrió.

66 El criado contó a Isaac todo lo que había hecho.

67 Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la muerte de su madre.

 

**• La muerte de Sara plantea el problema de encontrarle una sepultura, dado que Abrahán es una «emigrante» y no posee ninguna parcela de tierra en el país de Canaán, la tierra de la promesa. En consecuencia, tiene que tratar con el Consejo de la ciudad de Hebrón para tener una propiedad sepulcral en aquel territorio, posesión que le habría hecho ciudadano con plenos derechos de aquel lugar. Dios, en efecto, le proporciona la posibilidad de comprar a un precio elevado la cueva de Macpelá para sepultar a Sara, y esta posesión se queda, en la historia de Abrahán, como la «señal» de la promesa para la posesión de todo el país. El patriarca recibe una vez más la llamada a vivir de la fe, con la esperanza de los bienes futuros que sólo le son dados como prenda (cf. Heb 11,13-16).

Hemos leído los versículos iniciales y finales del extenso y delicado relato del capítulo 24, que tiene el sabor de una novela. En él se nos muestra la obra de YHWH, que guía la historia llevando adelante su acción de elección y de bendición dirigida a Abrahán. Éste, llegado al final de su vida, confía a su anciano siervo con un juramento sagrado la tarea de buscar una mujer que sea de su parentela para su hijo, Isaac. Abrahán continúa creyendo firmemente en la promesa de YHWH y manda a su siervo a buscar esposa para su hijo en Aram Naharáin: no quiere que Isaac abandone la tierra de la promesa. La misión del siervo concluye felizmente, porque Dios cumple no sólo la promesa de la tierra, sino también la de la descendencia. En efecto, el corazón de Rebeca se abre de una manera dócil a la acción de Dios en ella, convirtiéndose en madre de Israel, en instrumento de la perpetuación de la bendición divina.

 

Evangelio: Mateo 9,9-13

En aquel tiempo,

9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.

11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los Publicanos y los pecadores?

12 Lo oyó Jesús y les dijo:-No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

**• «Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Así podemos sintetizar, con las palabras mismas de Jesús, el pasaje que hemos leído hoy. Prosigue éste el tema iniciado con la curación del paralítico. Se articula a través de tres momentos: Jesús llama a un publicano -identificado con Mateo- (v. 9); después va a comer con los suyos a la casa del nuevo llamado (v. 10) y, por último, responde a la objeción de los fariseos declarando su misión de salvador (w. 11-13).

Mateo (nombre que significa en hebreo «don del Señor» está sentado en la oficina de impuestos. El autor de este evangelio, aunque habitualmente sigue de forma fiel el relato de Marcos, aquí -y sólo aquí- cambia el nombre de Leví, hijo de Alfeo, por el de Mateo. Éste constituye, por así decirlo, su firma y su identidad de pecador perdonado. En efecto, Mateo ejercía una profesión que tenía mala fama. Los recaudadores de impuestos eran al mismo tiempo colaboracionistas de los odiados ocupadores romanos y oprimían a sus compatriotas.

Se comprende, por tanto, el escándalo de los fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con semejantes pecadores públicos, que se le acercaban en plan familiar. Jesús les responde presentándose como un médico venido a curar a los enfermos. En efecto, Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, me cuido de ti» (Ex 15,26). ¿Qué enfermedad puede haber más grave que el pecado (cf. Sal 103,3), que nos aleja de sentirnos amados por Dios? Cuanto más pecadores seamos, tanto más se acerca el Señor a nosotros, porque tenemos necesidad de él y viene a buscarnos. «Entended, dice Jesús, lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6,6)».

A él debemos volvernos todos, porque no será el culto exterior, los sacrificios y las expiaciones lo que nos cure, sino el descubrimiento de su amor. Su misericordia, en efecto, enviará a Jesús a sacrificarse en la cruz, porque ninguno de nosotros es justo. El único justo ha entregado su vida para que todos nosotros fuéramos sanados.

 

MEDITATIO

La lectura del libro del Génesis nos presenta a Abrahán como padre en la fe, que continúa creyendo, más allá de toda evidencia sensible, en la Palabra del Señor. Prosigue el proyecto divino esperando contra toda esperanza; más aún, su adhesión a Dios se vuelve, con el tiempo, cada vez más convencida, más audaz, más animada por una certeza inquebrantable. También a Mateo se le dirige una invitación: «Sígueme». Y también él lo deja todo y se pone a seguir inmediatamente a Jesús, renunciando a su propia posición, a sus propias comodidades, para seguir a un rabí que no tiene dónde reposar la cabeza. También nosotros nos ponemos en camino, cada día, a la voz del Señor, que resuena en la Iglesia a través de la Palabra proclamada en la liturgia.

El itinerario es siempre el mismo: dejarnos a nosotros mismos, dejar nuestras seguridades, nuestras ganancias, para emprender el camino siguiendo la voz de Cristo, que nos llama. Abrahán acaba siendo propietario no de toda la tierra prometida, sino de una cueva sepulcral. Mateo está llamado a dar la vida por su Señor, porque el discípulo no es más que el maestro. ¿Y nosotros? ¿Somos conscientes de que hemos sido llamados a dejarlo todo? El Señor ha venido a ofrecerse a sí mismo para hacernos capaces de entrar en su movimiento oblativo de ofrenda. Sólo aceptando el riesgo de esta pérdida, de esta muerte en favor de la vida, se nos permitirá entrar en la tierra de la gratuidad, engendrar una posteridad sin número, porque siguiendo al Maestro estaremos llamados cada vez más a ser una sola cosa con él y con el Padre en el Amor que les une.

 

ORATIO

Danos, Señor, una viva experiencia de ti, capaz de ponernos en un camino sin retorno, un camino que conozca únicamente el deseo cada vez más apasionado de contemplar tu rostro. Purifícanos con el fuego de tu amor, para que nuestro pecado, el egoísmo, no nos encierre más en la estrechez de nuestras seguridades. Aferrados por ti, haz que podamos correr detrás de ti cumpliendo todas tus palabras, seguros de que sólo en ti podremos encontrar la plenitud de la paz y de la alegría.

 

CONTEMPLATIO

¡Padre del cielo! Tu gracia y tu misericordia no cambian con la mutación de los tiempos, no envejecen con el transcurrir de los años, como si fueras, al igual que un hombre, un día más misericordioso que otro, más misericordioso el primero que el último. Tu gracia no cambia, dado que eres inmutable, que eres siempre el mismo, eternamente joven, nuevo en cada nuevo día, porque cada día dices: «Hoy mismo».

Oh, mas si un hombre toma en consideración esta palabra y, cogido por ella, se dice seriamente a sí mismo con santa determinación: «Hoy mismo», entonces eso significa para él que desea ser cambiado juntamente ese día, desea que precisamente ese día pueda llegar a ser para él significativo con respecto a los otros días, significativo por el renovado refuerzo en el bien que una vez eligió, o tal vez incluso significativo porque escoge el bien. Tu gracia y tu misericordia consisten en esto: en que tú, inmutable, dices cada día: «Hoy mismo». En efecto, tú eres el que da «hoy mismo» el tiempo de la gracia; el hombre, sin embargo, es alguien que debe coger «hoy mismo» el tiempo de la gracia. Así es nuestro hablar contigo, oh Dios; existe una diferencia de lenguaje entre nosotros; sin embargo, nos esforzamos por comprenderte y por hacernos comprensibles a ti, y tu no te avergüenzas de ser llamado nuestro Dios.

Eso que -dicho por ti, oh Dios- es la eterna expresión de tu gracia y de tu misericordia inmutables, eso mismo -repetido en su justo sentido por un hombre- constituye la máxima expresión del cambio y de la decisión más profunda; sí, como si todo estuviera perdido si el cambio y la decisión no tuvieran lugar hoy precisamente.

Concédenos, pues, que este día pueda ser un día de verdadera bendición, que podamos escuchar la voz de aquel a quien tú enviaste al mundo y podamos seguirle (S. Kierkegaard, «Esercizi di cristianesimo», enMicromega 2 [2000], pp. 103-105, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2 Cor 6,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Siempre resulta ilusorio creerse convertido de una vez por todas. No, no somos más que simples pecadores, aunque pecadores perdonados, pecadores-en-perdón, pecadores-en-conversión.

No se nos da otra santidad aquí abajo [...]. Convertirse significa comenzar siempre de nuevo este cambio radical interior mediante el cual nuestra pobreza humana se vuelve hacia la arada de Dios. De la Ley de la letra pasa a la Ley del Espíritu y de la libertad, de la ira a la gracia. Este vuelco no acaba nunca, porque no hace otra cosa que volver a comenzar constantemente. Antonio el Grande, patriarca y padre de todos los monjes, lo decía de una manera lapidaria: «Cada mañana me digo: hoy empiezo».

La conversión, efectivamente, es siempre una cuestión de tiempo: el hombre necesita tiempo, y también Dios quiere tener necesidad de tiempo con nosotros. Nos haríamos una imagen del hombre absolutamente errada si pensáramos que las cosas importantes en la vida de un hombre se pueden llevar a cabo de inmediato y de una vez por todas. El hombre ha sido hecho de tal modo que necesita tiempo para crecer, madurar y desarrollar todas sus propias capacidades. Dios lo sabe mejor que nosotros, y por eso espera, no desiste, es indulgente, longánimo: «La bondad de Dios te empuja a la conversión» (Rom 2,4). Benito, en el prólogo de su Regla, nos brinda un comentario de una gran riqueza: Dios sale cada día a la busca de su obrero, y el tiempo que nos da es una dilación, un don, un tiempo de gracia que se nos otorga de una manera gratuita. Es un tiempo que podemos emplear para encontrar a Dios una vez más, para encontrarle cada vez mejor en su estupenda misericordia (A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Magnano 1990, pp. 11-13, passim).

 

 

Sábado de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 27,1-5.15-29

1 Cuando Isaac era ya viejo y había perdido la vista, llamó a su hijo mayor, Esaú, y le dijo: -¡Hijo mío! Él respondió: -Aquí estoy.

2 Continuó Isaac: -Ya ves que soy viejo y no sé cuándo moriré.

3 Así que toma tu aljaba y tu arco, sal al campo y tráeme algo de caza.

4 Prepárame un guisado como a mí me gusta, tráemelo para que me lo coma, y te bendeciré antes de morir.

5 Rebeca había estado escuchando lo que Isaac decía a su hijo Esaú. Éste se fue al campo en busca de caza para su padre.

15 Tomó después Rebeca la ropa de Esaú, la mejor que tenía en casa, y se la puso a Jacob.

16 Con las pieles de los cabritos cubrió sus manos y la parte lisa de su cuello,

17 y puso en las manos de Jacob el guiso y el pan que había preparado.

18 Jacob entró adonde estaba su padre y le dijo: -¡Padre! Él respondió: -Sí, ¿quién eres, hijo mío?

19 Jacob dijo: -Soy Esaú, tu primogénito. He hecho lo que me mandaste. Ven, siéntate, come lo que he cazado y después me bendecirás.

20 Isaac preguntó a su hijo: -¿Cómo la has encontrado tan pronto, hijo mío? Él respondió: -Porque el Señor, tu Dios, me la ha puesto en las manos.

21 E Isaac le dijo: -Acércate, hijo mío, para que te palpe, a ver si tú eres mi hijo Esaú o no.

22 Jacob se acercó a su padre, Isaac, que lo palpó y le dijo: -La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú.

23 No lo reconoció, porque las manos eran velludas como las de su hermano Esaú, y se dispuso a bendecirlo.

24 Pero aún insistió: -¿Eres tú de verdad mi hijo Esaú? Él contestó: -Sí, yo soy.

25 Entonces le dijo: -Acércame la caza, hijo mío, para que coma, y te bendeciré. Jacob se la sirvió, y él comió; le trajo también vino, y bebió.

26 Después, Isaac, su padre, le dijo: -Ahora acércate y bésame, hijo mío.

27 Él se acercó y le besó. Y cuando Isaac olió su ropa lo bendijo diciendo: El aroma de mi hijo es como el de un campo bendecido por el Señor.

28 Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra y trigo y mosto en abundancia.

29 Que los pueblos te sirvan y las naciones se inclinen ante ti. Sé señor de tus hermanos y que se postren ante ti los hijos de tu madre. Maldito sea quien te maldiga y quien te bendiga sea bendito.

 

*•• El capítulo 27, del que están tomados los versículos que hemos leído hoy, es una obra maestra del arte narrativo y dramático, capaz de implicar profundamente al lector, que se siente cautivado por un relato en el que se funden rasgos de humor y de piedad, de astucia y de mezquindad: aspectos que chocan a nuestra sensibilidad moral, pero que también nos ofrecen el tejido que nos permite entrever -más allá de toda previsión humana- el designio de Dios. Isaac representa, en el relato bíblico, un personaje de transición entre dos grandes figuras: Abrahán y Jacob. El autor sagrado se detiene en el momento final de su vida.

Rebeca, madre de Jacob, se muestra injusta con el hijo mayor, pero esto pone de manifiesto aún con mayor claridad la «justicia de Dios». En efecto, YHWH ama a todos, pero no a todos del mismo modo, y hasta cuando los hombres desarrollan un juego deshonesto los unos con los otros, poniéndose «zancadillas» (para recoger la etimología del nombre de Jacob), Dios, por su parte, sigue el puro juego de la gracia, cuya economía no está atada ni condicionada por la naturaleza.

La gracia es gratuita y no puede ser merecida por el hombre; es producto de Sus decisiones y no de las nuestras. Jacob aparece, pues, como alguien que transgrede e invierte la costumbre oriental de la precedencia del hijo mayor sobre el menor, sonsacándole la bendición a su padre ciego. Por tres veces le miente; sin embargo, el Señor se sirve precisamente de esta mentira para llevar adelante su proyecto. Jacob lo pagará amargamente con veinte años de alejamiento y de servidumbre junto a Labán.

También la bendición -que tiene aquí un valor casi mágico-, una vez arrebatada por Jacob, dará testimonio del misterio y de la gratuidad de los dones de Dios. El pueblo elegido, a lo largo de su historia, reconocerá más en Jacob-Israel que en Abrahán su destino plagado de luces y sombras, tejido de santidad y de pecado, de bendición y de lucha incesante.

 

Evangelio: Mateo 9,14-17

En aquel tiempo,

14 se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: -¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?

15 Jesús les contestó: -¿Es que pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos?

15 Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán.

16 Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tirará del vestido y el rasgón se hará mayor.

17 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y se pierden los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos, y así se conservan los dos.

 

**• En casa de Mateo, el publicano, además de otros colegas suyos, hay también fariseos. Estos últimos -como hemos visto en el fragmento de ayer- se muestran escandalizados por el comportamiento de Jesús porque come -índice de comunión de vida- con los publicanos y los pecadores. La polémica vuelve a encenderse ahora con un grupo de discípulos -no mejor identificados- del Bautista. Éstos, como su maestro, llevaban una vida de austeridad y penitencia, y se muestran sorprendidos de que los discípulos de Jesús no practiquen el ayuno.

Jesús toma entonces la defensa de los suyos, que, en este momento, son «los hijos de las bodas», es decir, los invitados a estar junto al Esposo, a gozar de su voz (cf. Jn 3,29), porque Jesús está con ellos. Ya llegará el momento en que el Esposo será «arrebatado de la tierra de los vivos» (cf. Is 53,8), y entonces vendrá el tiempo del ayuno. Vienen, a continuación, dos ejemplos en los que se subraya que la alegría de las bodas, de la festiva novedad traída por Jesús, no puede mezclarse con las antiguas prácticas ascéticas. Se trata de realidades irreductibles: la venida de Cristo contiene una novedad absoluta. Los tiempos se han cumplido, las cosas de antes han pasado para dejar sitio a unos cielos nuevos y a una tierra nueva, mientras que los de antes se han enrollado como un vestido viejo e inservible sobre el que no se puede poner ningún remiendo. Con todo, lo antiguo no ha sido abolido, sino recuperado, porque los odres nuevos están hechos para contener vino nuevo, pero el vino envejecido también es bueno. La realidad nueva, significada por la presencia de Jesús, el Emmanuel, el Dios con su pueblo, es el tesoro que lo hace todo precioso.

 

MEDITATIO

Al leer el relato del Génesis se queda uno desconcertado. Sin embargo, Dios -el Santo- «pasa» a través de las intrigas y de las bajezas humanas. Pasa por ellas dejándose herir profundamente; las atraviesa, no obstante, de una manera soberana, como vencedor. A pesar de tanta miseria, un día florecerá de la humanidad el santo Brote, manará la Fuente de agua viva: nos nacerá un Salvador, Dios con nosotros, en nosotros. Esto representará, para cada hombre, la novedad, la juventud sin ocaso, la posibilidad de vivir eternamente con Dios. Por consiguiente, en vez de lamentarnos por la jornada de ayer, que añadió su peso al fardo que ya llevábamos, acojamos con admiración el día de hoy, esta mañana, esta noche, el don extraordinario que Dios nos ha hecho, la novedad de su vida en nosotros, su perdón, que nos transfigura en hijos de Dios. Su amor, que ha sido más fuerte que los pecados de muchos hombres obstinados en el mal, ¿no saldrá victorioso también sobre nuestros pecados? A buen seguro que sí, y precisamente por eso necesitamos ayunar y hacer penitencia, puesto que a través de la penitencia y la oración apresuramos la venida del Esposo y la fiesta que supone estar siempre con él.

 

ORATIO

Señor Jesús, con tu nacimiento, por fin, ha habido algo nuevo bajo el sol. Tú has venido a prepararnos el banquete nupcial del que nadie es excluido. Llegamos a él con nuestras vidas más o menos atormentadas, más o menos marcadas por ambigüedades y compromisos con los que hemos intentado vencer el aburrimiento, la soledad, el miedo a la muerte. Tú, Señor de la vida y Esposo de la humanidad, invitas a todos y reservas a cada uno un puesto de honor, puesto que para ti todos somos únicos e insustituibles.

Concede a todos los hombres gustar con corazón grato la bienaventuranza de ser comensales tuyos en el banquete eucarístico, ese mismo en el que tú dispensas el vino nuevo del amor y de la alegría: el cáliz de tu sangre derramada por nuestra salvación.

 

CONTEMPLATIO

Oh tiempo deseable, tiempo favorable, tiempo que todos los santos anhelan pidiendo todos los días al Señor en la oración: «Venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10). Toda la tierra está llena de su gloria. Veo esta tierra que piso, siento esta tierra que soy yo: tanto en una como en otra fatigas, tanto en una como en otra gemidos. Sin embargo, toda la tierra está llena de su gloria. Sé, en efecto, que esta tierra que piso será liberada de la esclavitud de la corrupción y habrá una tierra nueva y unos nuevos cielos. Entonces cantaremos un cántico nuevo, y se oirá la voz de alegría y de exultación. Entonces conoceremos cómo será nuestra transformación. Será motivo de alegría para nosotros la contemplación del Creador en la criatura, el amor del Creador en sí mismo, la alabanza del Creador en sí mismo y en la criatura. «El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,17), dice el apóstol. Precisamente, éste es el templo en el que, una vez transferidos al Reino del esplendor eterno, cuando Dios nos enjugue toda lágrima de nuestros ojos, ofreceremos a Dios el sacrificio de alabanza, como él mismo dice por medio del profeta: «El sacrificio de alabanza me honra» (Sal 49,23).

Oh Señor, que te sea agradable en el tiempo presente el sacrificio de nuestra contrición, a fin de que, cuando te sientes en tu trono alto y elevado, te honre el sacrificio de alabanza (Elredo de Rielvaux, Sermón sobre la venida del Señor, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual» (Ef 1,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La maternidad de Rebeca es una maternidad de amor que está dispuesta a salvar, a proteger, a defender a su propio hijo, incluso incurriendo en la amenaza de su misma muerte: «Recaiga sobre mí su maldición...». Una página inmensa, si la consideramos a la luz de su cumplimiento último, a la luz de la Virgen María, en cuanto que ella tuvo un Primogénito en el que le fueron dados otros hijos innumerables. No es que Esaú fuera rechazado, pero sí es verdad, sin embargo, que la madre obra de modo que también el segundo de sus hijos, que también nosotros, nos revistamos conla ropa del Hijo mayor y nos presentemos al Padre para obtener la misma bendición que el Primogénito.

María, la Virgen Madre, está dispuesta a sacrificarse por completo, no por el Primogénito, que no tiene ninguna necesidad de su sacrificio, sino por el segundo. Nosotros debemos considerar precisamente lo que María hace con el segundo de sus hijos, con Jacob, que somos nosotros: no, la Moaré no soporta que su hijo más débil sea privado de la bendición. Nosotros somos hijos suyos en Cristo, y ella quiere que todos formemos en él un solo hijo, que vivamos con él una misma vida, que disfrutemos de una misma bendición. Por eso nos recubre con la ropa de su Primogénito y nos lleva ante Dios así vestidos. Ya no hay un primero y un segundo; ya no formamos todos más que un solo hijo. Se interpone ella, la Virgen, para que el castigo que nosotros merecemos no recaiga sobre nosotros, para que la pena que debe recaer sobre nosotros no pueda lastimarnos nunca.

Rebeca es virgen, esposa y madre. Como virgen, ya está toda llena de gracia; como esposa, renueva ya la alegría de la creación; como madre, conoce un amor que verdaderamente da la salvación, obtiene para sus hijos todos los dones de la gracia [...]. En efecto, el amor de la madre se dirige, sobre todo, a los hijos más débiles, a los que más necesidad tienen de este amor. Por ella tienen que ser protegidos, salvados y, en cierto modo, incluso amados con un amor preferencial, que puede parecer injusto, pero no lo es, porque el amor de la Madre, como el amor de Dios, es un amor gratuito, es un amor  que se entrega no porque los otros lo merezcan, sino sólo porque lo necesitan (D. Barsotti, í.e donne dell'alleanza, Turín 1967, pp. 27-34, passim).

 

 

Lunes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 28,10-22a

En aquellos días,

10 partió Jacob de Berseba camino de Jarán.

11 Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, se la puso de cabezal y se acostó.

12 Entonces tuvo un sueño: Veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor.

13 De pronto, el Señor, que estaba en pie sobre ella, le dijo: -Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado.

14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. Todas las naciones recibirán la bendición a través de ti y de tu descendencia.

15 Yo estoy contigo. Te protegeré adondequiera que vayas y haré que vuelvas a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido.

16 Al despertar Jacob de su sueño, dijo: -Ciertamente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.

17 Y todo tembloroso añadió: -¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!

18 Y levantándose temprano tomó la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió a modo de estela y derramó aceite sobre ella.

19 Y llamó a aquel lugar Betel -es decir, Casa de Dios-; antes, la ciudad se llamaba Luz.

20 Jacob hizo también esta promesa: -Si Dios está conmigo, si me protege en este viaje que estoy haciendo y me da el alimento y la ropa necesarios,

21 y si puedo volver sano y salvo a casa de mi padre; entonces el Señor será mi Dios,

22 y esta piedra que he levantado a modo de estela será la casa de Dios.

 

**• El relato del sueño de Jacob pretende celebrar el santuario de Betel asociándolo a la figura del patriarca e insertándolo en el marco de su historia. Con la salida de Berseba comienza la peregrinación de Jacob hacia un futuro cuyos contornos es difícil perfilar al principio, un futuro custodiado siempre, no obstante, por la presencia de Dios, que se revela y ofrece la esperanza de una promesa (w. 12-15). Aparecen contrapuestos el motivo de la fuga de Jacob y las palabras de protección pronunciadas por Dios (v. 15).

El compromiso asumido, de una manera solemne, por Dios convierte la fuga de Jacob en un camino que podrá tener motivos y atracaderos objetivamente identificables, pero cuyo sentido reposa en la presencia penetrante de Dios, que cumple cuanto ha dicho. En efecto, Dios acompañará y custodiará a Jacob incluso en el triste momento en el que huyó de Labán (31,1-21) y se revelará de nuevo, como presencia amiga y bendecidora, a su regreso a Betel (35,1-15).

Este contexto general sirve de marco a una serie de elementos de naturaleza cultual que constituyen la columna vertebral del relato. El primero es el término «lugar » (máqóm). Nada en el texto parece sugerir que se esté hablando de un lugar sagrado: se trata simplemente de un lugar en el que pasar la noche.

Como Moisés con la zarza que ardía (cf. Ex 3,5), también Jacob experimenta que la presencia divina va por delante de la conciencia del hombre: es YHWH el que elige y consagra el espacio sagrado. El lugar que Dios ha elegido como espacio de su presencia es también el lugar de su revelación. El sueño en el que Jacob «ve» la escalera que «apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo» expresa el conocimiento de la fe, a través del cual es posible «ver» al Dios trascendente, que se hace presente para dialogar con el hombre y volver a comunicarle su bendición. Como a Abrahán, también a Jacob le promete Dios la tierra y la descendencia.

La oración final de Jacob (w. 20-22) indica la única respuesta posible del hombre de fe, que experimenta «terror» frente al misterio de una presencia santa y terrible, una presencia que encuentra morada en el ámbito del hombre y, al mismo tiempo, une cielo y tierra.

 

Evangelio: Mateo 9,18-26

En aquel tiempo,

18 mientras Jesús les decía esto, llegó un personaje importante y se postró ante él diciendo: -Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá.

19 Jesús se levantó y, acompañado de sus discípulos, lo siguió.

20 Entonces, una mujer que tenía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto,

21 pues pensaba: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada».

22 Jesús se volvió y, al verla, dijo: -Animo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquel momento.

23 Al llegar Jesús a casa del personaje y ver a los flautistas y a la gente alborotando,

24 dijo: -Marchaos, que la niña no ha muerto; está dormida. Pero ellos se burlaban de él.

25 Cuando echaron a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó.

26 Y la noticia se divulgó por toda aquella comarca.

 

*#• La perícopa de Mateo sitúa el relato de la curación de la hemorroísa dentro del de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún. Dos relatos que, según la intención del evangelista, han de ser leídos de una manera complementaria para que se comprenda el significado de los milagros realizados por Jesús. En efecto, la sección en que está situada la perícopa es la delimitada por los capítulos 8-9, en los que el evangelista presenta diez milagros realizados por el Señor.

En el centro sobresale el relato de la hemorroísa, en el que se indica que la fe consiste en «tocar» al Señor de la vida. Tocar es una forma de conocer, la posibilidad dada al hombre de encontrar al Señor y de entrar en comunión con él a través de la humanidad de una presencia en la que habita la «plenitud» de la divinidad (Col 1,19). Frente a la dramática situación de «perder la vida» a que está sometido todo ser vivo, la única salvación de la que dispone es el Señor: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada-salvada [...]. Animo, hija, tu fe te ha salvado» (w. 21ss). A esa mujer que ha tocado su túnica «por detrás», le habla Jesús «cara a cara» («Jesús se volvió y, al verla, dijo: v. 22), y en su rostro y en su palabra revela la presencia poderosa y misericordiosa del Padre, Dios de vivos. La fe en él, por tanto, hace pasar de la muerte a la vida, como atestigua el relato de la hija de Jairo. En la niña que yace muerta se manifiesta la imagen de una vida joven, una vida que imaginamos proyectada naturalmente hacia un futuro de vida, y, sin embargo, ya inerte, marcada por la trágica inmovilidad de la muerte.

La actitud de fe del padre de la joven, atestiguada por la petición de la presencia del Señor (v. 18), motiva la solicitud de que el Señor «toque» la vida de su fiel y la muerte deje de ser una experiencia hacia la nada, un camino sin retorno. La presencia de Dios Padre, que, en la persona de su Hijo unigénito, se inclina sobre la historia humana marcada por el límite, nos libera del miedo y de la angustia de la muerte y nos abre a la esperanza de la resurrección.

Con una profunda sobriedad en los dos breves relatos, Mateo, al mismo tiempo que señala la proximidad de Dios a su pueblo, nos explica que, en el diálogo con el Señor Jesús, podemos experimentar ya la salvación, porque creemos en su Palabra antes de que el signo le confiera la evidencia. En consecuencia, el don de su presencia sólo puede ser recibido en la fe, porque no se puede otorgar ningún don a quien no lo acoge.

 

MEDITATIO

«Por eso se me alegra el corazón, exultan mis entrañas, y todo mi ser descansa tranquilo; porque no me abandonarás en el abismo, ni dejarás a tu fiel sufrir la corrupción. Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal 16,9-11). Las palabras del salmo expresan espléndidamente la certeza de la presencia de Dios, Señor de la vida, que no permite que su fiel sea conducido al lugar donde no se puede gustar la dulzura de su rostro.

En efecto, en su Hijo Jesús, Dios ha venido a visitar a su pueblo (Le 1,68), a tomar de la mano (Mt 9,25) y a levantar a la humanidad que yace en la sombra de la muerte: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Con él nos ha otorgado el Padre, a nosotros, que estábamos muertos por nuestros pecados y por la incircuncisión de nuestra carne, el don de la vida, «perdonándoos todos vuestros pecados. Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros» (Col 2,13ss). Por Cristo «vemos» al Dios de la vida; en Cristo, presencia misericordiosa y poderosa del Padre, podemos vivir la vida nueva de aquel que murió y resucitó por nosotros, como está escrito: «Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él» (Rom 6,8ss).

El compromiso que Dios adquirió con Abrahán (Gn 15) ha encontrado en Cristo su pleno cumplimiento: en Cristo, todas las promesas de Dios se han convertido en un «amén» (2 Cor 1,20). Siguiendo al Hijo, cada hombre, hecho discípulo, será custodiado durante la peregrinación de su propia vida, caminará hacia la patria de su deseo y gustará para siempre su presencia. Cada uno le verá cara a cara: «Si alguien quiere servirme, que me siga, y donde yo esté estará también mi siervo» (Jn 12,26).

 

ORATIO

Señor Dios, luz vivida y fecunda, nada en ti es oscuro, nada en ti es muerte. Tú das la vida a cada criatura y provees el pan para toda hambre, calmas toda sed ardiente, eres paz para quien busca tu rostro y lo contempla en la desnudez de su propia carne.

Señor, Dios de la historia, sentido cabal de toda nuestra andadura, tú eres la alabanza de los creyentes, la invocación de los moribundos, la vida nueva de cada afán humano. No hay ninguna miseria ante ti, ninguna pobreza que resista el esplendor de tu Shekhinah, porque tú iluminas cada rostro con la luz de la mañana, cada llaga con la luz alegre de tu Hijo. Él, el siervo maldito por los impíos, es tu bendición para el hombre; su cruz es la casa de la puerta estrecha, templo de tu fulgor donde todo hombre encuentra a su Dios. Qué dulce es vivir en tu casa, oh Padre, tu siervo la prefiere. Tú eres bendición perenne: te bendigo porque has vuelto a nosotros y no nos ha dejado a merced del enemigo; cómo águila que vuela sobre sus polluelos y vela sobre su nidada, nos custodias con el calor de tu Espíritu. Amén. Maranathá.

 

CONTEMPLATIO

El hombre deberá volver a empezar con una ilimitada humildad, deberá mirar de nuevo en su interior y sumergirse de nuevo en su origen. Y todo ello a través de la vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo: cuanto más fielmente le imite, tanto más se elevará, tanto más esencial, divina y verdadera será la imitación. Y todo a través de la mortificación y de la total aniquilación de sí mismo.

Debemos actuar y pensar como aquella pobre mujer enferma que dijo: «Con sólo tocar la orla de su manto quedaré curada». La franja o la orla de su manto significa lo mínimo que haya podido emanar de su santa humanidad. En efecto, el manto significa su sagrada humanidad, mientras que la franja puede ser entendida como una gota de su santa sangre. Ahora debe reconocer el hombre que no puede tocar la mínima de estas cosas por su indignidad; porque, si en su debilidad pudiera hacerlo, curaría a buen seguro de todos sus males. Así, en primer lugar, el hombre tiene que establecerse en su nada. Incluso cuando llegara el hombre a la cima de toda perfección, aún le sería más necesario sumergirse en el fondo más íntimo, hasta llegar a las raíces de la humildad (Juan Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 527ss [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio» (cf. 2 Tim 1,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El acontecimiento de la salvación, a través del cual accede el hombre a la relación salvífica con Dios, se lleva a cabo en la historia: Dios no plantea ni comunica un signo o una palabra al hombre, sino que convierte al hombre mismo, con toda su inseguridad, su debilidad y su carácter incompleto, en el lenguaje en el que expresa la Palabra de la plena salvación.

Dios se sirve también de una existencia extendida en el tiempo como de un escrito en el que se expresa, para el hombre y para el mundo, el signo de una eternidad supratemporal. El Hombre Jesús, cuya existencia constituye este signo y esta palabra para el mundo, debe vivir por eso, al mismo tiempo, la trágica diástasis de la temporalidad y el dominio victorioso sobre ella (Agustín), a través de la obediencia consciente y querida a la voluntad del Padre Eterno, a fin de realizar, de una manera misteriosa, precisamente en el esencial carácter incompleto de lo fragmentario, aquella tarea esencialmente imposible de disgregar [...]. Ya está claro desde ahora que, si esto ha tenido lugar, la existencia histórica ha sido colocada, sin ser desprovista de valor ni reducida a pura apariencia, ni sin que tengamos que renegar de ella, en el movimiento de retorno a Dios [...]. Desde el momento en que el anuncio cristiano, desde el comienzo, se ha concentrado en este único punto y ha expuesto a partir de este centro todo lo demás, a saber: la encarnación, vida, doctrina y pasión de Jesús, la ascensión y la efusión del Espíritu, éste debe valer sin más como centro del kerygma. Es imposible desplegar aquí la iluminadora verdad de este realizar la síntesis en tomo a ese centro, así como su fecundidad; para nuestra argumentación es suficiente con establecer que el cristianismo, con su anuncio de la resurrección, puede avanzar la pretensión de ofrecer la única, completa y satisfactoria solución del problema antropológico (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, pp. 61 ss).

 

 

Martes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 32,23-33

En aquel tiempo,

23 por la noche se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres, a sus dos criadas y a sus once hijos y pasó el vado de Yaboc.

24 Los tomó, los hizo pasar el vado y llevó consigo todo lo que tenía.

25 Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta despuntar la aurora. 26 Viendo el hombre que no le podía, le tocó en la articulación del muslo y se la descoyuntó durante la lucha.

27 Y el hombre le dijo: -Suéltame, que ya despunta la aurora. Jacob dijo: -No te soltaré hasta que no me bendigas.

28 Él le preguntó: -¿Cómo te llamas? Respondió: -Jacob.

29 El hombre dijo: -Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido.

30 Jacob, a su vez, le preguntó: -Dime tu nombre, por favor. Pero él respondió:  -¿Por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo lo bendijo.

31 Jacob llamó a aquel lugar Penuel -es decir, Cara de Dios-, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida».

32 Salía el sol cuando pasó por Penuel e iba cojeando del muslo.

33 Por esta razón los israelitas, aun hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón.

 

*• El celebérrimo fragmento de la lucha entre Jacob y Dios necesita ser contextualizado para que manifieste toda la fuerza de su significado. Jacob, tras el acuerdo con Labán (31,43-54), y encontrándose ahora cerca de la tierra de sus padres, envía mensajeros a su hermano Esaú «para encontrar gracia a sus ojos» (32,6). La respuesta es la noticia de la próxima llegada de Esaú con cuatrocientos hombres (v. 7): una situación que sumerge a Jacob en el temor y en la angustia de la espera. En este contexto de angustia, se abre Jacob a la oración: «Sálvame de la mano de mi hermano, Esaú» (cf. w. 10-13). La angustia que le produce el pensamiento de que el encuentro con su hermano pudiera tener un desenlace diferente al esperado, no queda eliminada por la palabra de la promesa; por otra parte, sin embargo, ésta no produce en Jacob un repliegue sobre sí mismo, sino que le abre a la esperanza -no se trata aún de una certeza- de una presencia cercana, que custodia a su fiel.

Con su resultado, la lucha nocturna asume el significado de anticipación de la victoria de Jacob sobre todas las fuerzas hostiles, incluso sobre su angustia; es la confirmación de que la esperanza es cierta, de que Dios no falta nunca a sus promesas; por consiguiente, no ha de ser el miedo, sino la confianza, la actitud de quien ha recibido la promesa divina. La interpretación del nombre «Israel», que a partir de este momento asumirá Jacob (v. 29: «porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido»), habla de un pasado victorioso contra las fuerzas hostiles: YHWH ha custodiado a Jacob de Esaú y de Labán. Jacob-Israel, del mismo modo que Abrahán, tiene consigo la bendición divina, por eso puede esperar con confianza incluso en los momentos de profunda angustia, cuando el miedo a perder lo que es don de Dios le atenaza el corazón y busca respuestas en estrategias inteligentes (32,14-22).

El combate nocturno supone para Jacob la entrada en el misterio de Dios: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida» (v. 31). Es un misterio encontrado de una manera «dramática», por medio de una lucha en la que se pregunta, se ruega, se confía en las manos del antagonista nuestra propia persona (frente a su misterioso contendiente, Jacob se ve obligado a revelar su propio nombre, mientras que este último esconde su identidad: sólo su palabra le revela). Jacob debe medirse con un Dios presente y, al mismo tiempo, misterioso, oscuro. Sin embargo, con insistencia, con la fuerza y la tenacidad de la paciencia, a través de la serena acogida de la propia condición de criatura, «obliga» a Dios a bendecirle, a acoger su oración, a hacer apuntar para él, tras la noche de la angustia, un nuevo día de salvación para un «hombre nuevo»: «Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel» (v. 29a).

 

Evangelio: Mateo 9,32-38

En aquel tiempo,

32 le presentaron un hombre mudo poseído por un demonio.

33 Jesús expulsó al demonio y el mudo recobró el habla. Y la gente decía maravillada: -Jamás se vio cosa igual en Israel.

34 Pero los fariseos decían: -Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios.

35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.

37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos.

38 Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

 

*»• La perícopa que hemos leído hoy une el relato de la curación del hombre mudo endemoniado con un resumen de la actividad de predicación y curación de Jesús. La primera sección concluye la serie de diez prodigios realizados por Jesús y está inmediatamente precedida por la curación de dos ciegos; la segunda sección anticipa el tema de la misión de los Doce, que queda asociada así a la de Jesús. A los ciegos que, con una actitud de fe, se le dirigen con el grito: «Hijo de David, ten piedad de nosotros», Jesús les devuelve la vista; al mudo que le habían llevado a causa de la fama que le habían procurado los prodigios que había realizado, le devuelve la palabra. En estos relatos paralelos muestra Mateo que la fe es, al mismo tiempo, visión y palabra. Es capacidad de «entre-ver» la historia con los ojos del Hijo, es libertad en la palabra que comunica el sentido dado nuestra propia vida.

Todo lo que dice y hace el Señor nos abre a la luz de la vida y al don de contar lo que hemos visto y oído: su amor materno (cf. el verbo splanchnízó en el v. 36), que vuelve a levantar a cuantos están «echados en tierra», lacerados y divididos, sin rumbo, extraviados; la buena noticia de un señorío que se pone al servicio y se hace cargo de la historia humana (v. 35). Jesús pide a sus discípulos que tomen parte en esta historia de compasión, en la cual se revela el juicio misericordioso del Padre sobre el acontecer humano. La oración que les confía (v. 38), le evita al discípulo pensar su propia misión en términos exclusivos de eficacia en relación con la cantidad de la mies. Más bien es necesario entrar en comunión con Jesús en la oración, a fin de aprender a ser hijos capaces de continuar la misión del Hijo.

 

MEDITATIO

«Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias; invocamos tu nombre, proclamamos tus maravillas» (Sal 75,2). El prodigio de la Palabra nos impulsa a penetrar en el misterio de la ternura de Dios, que se revela como fuerza-en-la-debilidad, capaz de revestir con su nueva luz al «pueblo que caminaba en tinieblas» (Is 9,1), de cambiar, junto con el nombre, el rumbo de la existencia del siervo, de cambiar el rostro de la vieja en el joven de la santidad {cf. El Pastor de Hermas).

Dios se hace presente en el momento del combate interior. Deja el trono de su gloria en los cielos, para sentarse en el trono de su benevolencia: el hombre vivo, gloria de Dios. En su Hijo Jesús, a cuya luz vemos la luz, nos revela el Padre su amor materno; en Cristo, Palabra que penetra como espada de doble filo, «que adiestra mis manos para la batalla, mis dedos para el combate» (Sal 144,1); en él ha sido engullida la muerte, vencido el miedo, cancelados los cálculos y las estrategias oportunistas del hombre; el pecado se ha convertido en ocasión para encontrar, en nosotros mismos, la impronta de la mano de Dios creador, porque «lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres, y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1,25).

En efecto, Dios envió a su Hijo al mundo (Gal 4,4) para hacernos hijos y renovar su promesa, que encuentra su plenitud no ya en una tierra, sino en el tiempo de la salvación para todos los confines de la tierra. Por eso los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los dubitativos y los medrosos son consolados: «Dios ha visitado y redimido a su pueblo» (Le 1,68).

 

ORATIO

Señor, ¿qué es el hombres, para que te ocupes de él? ¿Qué es un hijo de hombre, para que pienses en él? Tu amor es como los montes más elevados, tu ternura como un gran abismo.

Tú eres el Dios que lo sabe todo, conoces a cada hijo por su nombre. Has creado al hombre como un prodigio, lo has plasmado con tus manos, has infundido en él tu sabiduría y tu aliento de vida.

Tú eres el Dios bueno que no goza con la muerte del pecador: lo que quieres es que se convierta y viva. Por eso, Dios mío, te cantaré un canto nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas, porque tu fidelidad dura para siempre y tu amor por todas las generaciones.

Que tu alabanza se extienda hasta los confines de la tierra, que tu belleza renueve la faz de toda la tierra, porque sólo en ti, oh Señor, se encuentran el poder y la fuerza, sólo en ti la belleza y el esplendor; tú eres el Dios que lo sabe todo, y tus obras son rectas.

Bendito seas, oh Padre, roca mía, en tu Hijo Jesús, mi hermano y Señor: tú das plenitud al tiempo de mi existencia, das nuevo vigor a mi lengua seca, vuelves a abrir mis ojos, refuerzas mis rodillas debilitadas, porque he combatido contigo, Señor, y has prevalecido; me has seducido y yo me he dejado seducir.

Tú eres mi bendición: bendíceme, Señor, mi Dios y mi todo. Te amo, Señor, fuerza mía.

 

CONTEMPLATIO

Mientras el Señor se aleja de allí, de inmediato le siguen dos ciegos. Ahora bien, ¿cómo pudieron saber unos ciegos la salida y el nombre del Señor? Más aún, le llaman hijo de David y le piden que les salve. En los ciegos se vuelve clara la economía de toda la prefiguración anterior. En efecto, la hija del jefe aparece relacionada con ellos, que son los fariseos y los discípulos de Juan, reunidos ya anteriormente para poner a prueba al Señor. Dado que no conocían a aquel a quien pedían la salvación, la Ley les ha indicado y mostrado a su Salvador en el cuerpo procedente de David. Y dado que estaban ciegos por un pecado antiguo, que les impedía ver a Cristo si no hubiera sido atraída su atención, infundió en ellos la luz del Espíritu.

El Señor les muestra que no hay que esperar la fe de la salvación, sino la salvación de la fe. En efecto, los ciegos vieron porque habían creído, no creyeron porque habían visto. De esto debemos comprender que es preciso merecer con la fe lo que pedimos, y no hacer depender nuestra fe de lo que obtengamos. Él les prometió que verían si creían y, dado que habían creído, les ordenó que callaran, puesto que era a los apóstoles a quienes les correspondía predicar (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 113ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha enviado a llevar la alegre noticia a los pobres» (Is 61,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El hombre curado por la salvación de Dios, íntegro, y en este sentido simplemente santo, permanece en una situación de incertidumbre sorprendente, incomprensible para sí mismo, y, precisamente por eso, capaz de darle, de una manera misteriosa -por así decirlo-, alas. Aunque, evidentemente, está convencido de la imposibilidad de alcanzar la perfección en esta tierra, esa imposibilidad no se transforma, sin embargo, en él en una cárcel opresora, ni tampoco el pensamiento de tener que alcanzar su propia perfección se le convierte en una idea obsesiva. Puesto que sabe, en efecto, que su morada tiene que ser construida ¡unto a Dios en la gracia, habita confiado en su cabaña destinada a la destrucción y prosigue caminando libre a través del tiempo. Al consentir padecer misteriosas privaciones en vistas a un más allá inaccesible, da también su consentimiento a las misteriosas misiones que le han sido confiadas de lo alto; precisamente cuando pensaba que no podría disponer ya de fuerza alguna, aumentan las fuerzas en él, las alas le sostienen y lo que le ha sido confiado para que lo administre es incluso más de lo que él mismo podía imaginarse. De ahí que pueda repartirlo, aunque sea sólo como algo que pertenece a otros, llegado de una manera incomprensible a sus manos (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, p. 94).

 

 

Miércoles de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24a

En aquel tiempo,

41,55 cuando el hambre se hizo sentir en Egipto, el pueblo pedía pan al faraón. Entonces el faraón dijo a todos los egipcios: -Acudid a José y haced lo que él os diga.

56 José, viendo que el hambre se había extendido por todo el país, abrió los graneros y vendía el grano a los egipcios. El hambre se fue agravando cada vez más en Egipto.

57 De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra.

42,5 Fueron, pues, los hijos de Israel, como hacían otros, a comprar trigo, porque había hambre en la tierra de Canaán.

6 José era quien gobernaba el país y el que vendía el trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de José, se postraron ante él rostro en tierra.

7 En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció, pero fingió no conocerlos y los trató duramente. Les preguntó: -¿De dónde venís? Ellos respondieron: -Venimos de la tierra de Canaán, para comprar grano.

8 Y los metió a todos en la cárcel por espacio de tres días.

18 Al tercer día les dijo: -Yo soy un hombre que teme a Dios; haced esto para salvar la vida:

19 Si sois gente de fiar, uno de vosotros quedará aquí preso y los demás irán a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras familias.

20 Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor: así se demostrará la sinceridad de vuestras intenciones y no moriréis. Ellos aceptaron,

21 y se decían unos a otros: -Estamos pagando lo que hicimos con nuestro hermano, pues vimos la angustia con la que nos pedía clemencia y no le escuchamos. Por eso nos ha venido esta desgracia.

22 Entonces intervino Rubén: -¿No os dije yo que no hicierais ningún mal al muchacho? Pero no me escuchasteis, y ahora se nos pide cuenta de su muerte.

23 Ellos no sabían que José entendía lo que estaban diciendo, pues hablaba con ellos por medio de un intérprete.

24 Entonces se retiró y se puso a llorar.

 

**• Esta perícopa se inserta en el último ciclo de los relatos patriarcales del Génesis (capítulos 37-50), en el que predomina la figura de José. Se trata de una extensa sección del libro, que presenta características diferentes respecto a los ciclos de relatos que la preceden: ésta presenta temas y motivos que le conectan con la magna tradición sapiencial de Israel. La figura de José está esbozada siguiendo los cánones clásicos del sabio: es un hábil consejero político; está dotado de una inteligencia que le permite escrutar en la trama de la historia el «consejo», el proyecto de Dios; teme al Señor {cf. 42,18) y lleva una vida honesta, marcada por una profunda sensibilidad ética que acompaña a su actitud confiada respecto a Dios {cf. 39,7-20).

En esta sección se perfila una reflexión sobre la presencia de Dios en el acontecer de la humanidad, una presencia que no recurre a las grandes acciones poderosas o a las teofanías. Dios se revela en el interior del acontecer humano, en las opciones que realizan los hombres y las mujeres, en la maraña, con frecuencia inextricable e incomprensible, de la historia de cada persona. José es imagen de todo hombre que, por la fe, sabe que Dios no abandona a su fiel.

Éste es el contexto general que ilumina la perícopa del primer encuentro entre José y sus hermanos después de que éstos le vendieran a los ismaelitas. José, en la plenitud de su éxito personal (41,57: «De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra»), no se sirve de su poder para llevar a cabo algún tipo de venganza contra sus hermanos. Su acción, que se desarrolla entre dos polos -«fingió no conocerlos» (42,7) y «yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18)-, tiende a provocar en los hermanos la pregunta por lo que habían hecho (42,22), para que se den cuenta de que la vida no puede ser vivida recurriendo a determinados tipos de violencia o, lo que es peor, asumiendo la violencia como criterio en vista a la obtención de un «beneficio» {cf. 37,26: «¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte?»).

De este modo, queda descrito el itinerario que es preciso realizar para reapropiarse de lo que es necesario para la vida, el «pan» al que remite la ambientación de la perícopa. Por eso se ha convertido José en figura de Cristo y en imagen del creyente en la tradición litúrgica. Es figura de aquel que, anunciando la misericordia del Padre, muestra que el beneficio de la propia vida consiste en hacer la voluntad del Padre; es imagen del creyente que, en Cristo, verdad del hombre, busca y realiza la fraternidad.

 

Evangelio: Mateo 10,1-7

En aquel tiempo,

1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

2 Los nombres de los doce apóstoles eran: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan;

3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo;

4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: -No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría.

6 Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

 

**• La perícopa traslada la atención del ministerio de Jesús al de sus discípulos. La transición se lleva a cabo en los w. 35-38 del capítulo 9, que cierran la magna sección de los capítulos 8-9 e introducen el capítulo 10, donde se presentan los aspectos y las modalidades esenciales de la misión de los discípulos-apóstoles. La misión de Jesús está sintetizada en tres verbos: instruir, predicar y curar (9,35); la de los discípulos está definida por su estatuto: haber sido llamados (10,1) y enviados (10,5). Han sido llamados como discípulos y son enviados como apóstoles para continuar el anuncio y la obra del Maestro. Su misión es, por consiguiente, participación en la de aquel que es el único Maestro y Señor; su misma «autoridad» es participada. La vocación, por tanto, precede a la misión, la hace posible.

Los Doce -los únicos que han sido enviados- representan simbólicamente, en la solemne presentación de sus nombres, conectada por Mateo con las instrucciones respecto a la misión, el tiempo nuevo y la nueva obra de Dios en la historia de los hombres. Una acción nueva que, sin embargo, no olvida el pasado. En efecto, a los discípulos se les pide que se dirijan a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (v. 6). De este modo, la misión de los discípulos se caracteriza y se modela a partir del ministerio de Jesús (cf. 15,24). Este particularismo «temporal» de la misión de los Doce (cf, en efecto, 28,18-20) hace resaltar la continuidad de la obra de Jesús y de sus discípulos con la promesa hecha por Dios a los padres y muestra, al mismo tiempo, que la comunidad de los discípulos es el nuevo Israel.

 

MEDITATIO

«En este día te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar» (Jr 1,10). El discípulo experimenta a diario una llamada que le impulsa en los meandros de la historia humana, enriquecido con aquella sabiduría que no es motivo de orgullo, porque está escrito: «Que el sabio no alardee de su sabiduría, que el soldado no alardee de su fuerza, que el rico no alardee de su riqueza; el que (¡uiera alardear que alardee de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor, el que implanta en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas» (Jr 9,22ss). Ha sido enviado, en efecto, a anunciar la necedad de la cruz, la Buena Nueva de la misericordia y el perdón, que él mismo ha experimentado, y en la que se manifiesta que el sentido de todo radica en hacer la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, primogénito de toda criatura: «Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17).

 

ORATIO

Dios nuestro, cuánta hambre hay en el fondo de mi humanidad, cuánta sed ardiente en el fondo de mis deseos, cuánto deseo de amor en el fondo de mi corazón... Quisiera el bien por el que suspiro, quisiera la respiración y el calor de tu presencia, que caldea toda fría cavidad, toda absurda pretensión de mi corazón destrozado.

Mi amor, mi bien, tú me sacias con pan de lágrimas, me haces beber lágrimas en abundancia. Tú, oh Dios mío, me darás el pan de tu cielo. Tú, oh Dios mío, me das a tu Hijo en Ja cruz. Tú, oh Dios mío, me sacias de mi debilidad, para que, también en la hora del abandono, pueda recuperar la fuerza de la memoria y gritar con toda la verdad de mis fibras: Abbá, Padre.

 

CONTEMPLATIO

Jesús exhortó a los discípulos a que se mantuvieran alejados de los caminos de los paganos no porque no fueran enviados también a ofrecer la salvación a los paganos, sino para que se abstuvieran de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Tienen prohibido entrar en las ciudades de los samaritanos. Ahora bien, ¿acaso no curó el mismo Cristo a una samaritana? En realidad, les exhortó a que no entraran en las iglesias de los herejes. En efecto, la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Por consiguiente, fueron enviados a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Sin embargo, ésta se encarnizó contra él con una lengua viperina y fauces de lobo. Con todo, dado que la Ley hubiera debido obtener el privilegio del Evangelio, Israel hubiera sido tanto menos excusable por su primer crimen, por el hecho de que había experimentado una solicitud mayor en la exhortación [...].

Los apóstoles deben predicar que el Reino de los Cielos está cerca, es decir, que ahora recibimos la imagen y la semejanza de Dios por medio de una comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de «cielos», reinar con el Señor. Deben curar a los enfermos, resucitar a los muertos, sanar a los leprosos, expulsar a los demonios. Todos los males ocasionados al cuerpo de Adán por instigación de Satanás debían sanarlos ellos por medio de su participación en el poder del Señor (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. llóss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios conducirá a Israel con alegría al resplandor de su gloria» (Bar 5,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

José no odió nunca a sus hermanos; nunca le cegaron los celos. Por eso pudo reconocerlos: «Vio a sus hermanos y los reconoció» (Gn 42,7). Pero ellos están pegados todavía a las tinieblas de su odio fratricida y no pueden reconocerle. Para ellos, José está muerto, ya no existe. Ni siquiera se plantean la pregunta de si existe o no su hermano. Sólo un duro y sincero camino de purificación y de conversión les permitirá abrir los ojos y reconocerle.

José los somete entonces a prueba, acusándoles de espías. Ellos se defienden declarando: «Nosotros, tus siervos, éramos doce hermanos, todos hijos de un mismo padre, en la tierra de Canaán. El más joven se ha quedado con nuestro padre y el otro desapareció» (42,13). Entonces comienza su cambio: reconocen que forman una sola familia, se sienten todos hermanos, incluyen también entre los hermanos al que desapareció. Es preciso «ponerlos a prueba» (42,15) para verificar si se ha producido verdaderamente un cambio en ellos [...]. Tienen que volver a su padre, pero uno de ellos se quedará encarcelado en Egipto: «La situación es perfectamente análoga a la del pasado: deben volver una vez más a la presencia de su padre sin uno de ellos, pero lo que antes habían contemplado sin piedad en José, cuando éste era adolescente -el desgarro del corazón-, lo sienten ahora como algo enormemente insoportable para ellos mismos» (G. von Rad). Los hermanos, que buscaban víveres (42,7), son conducidos por José a un descubrimiento aún mayor: la fraternidad y la responsabilidad frente a Dios (A. Bonora, La storía di Giuseppe, Brescia 31995, pp. 43-45, passim).

 

 

Jueves de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 44,18-21.23-29; 45,1-5

En aquellos días,

44,18 Judá se acercó a José y le dijo: -Por favor, señor, permite a tu siervo hablar en tu presencia sin que te enfades conmigo, porque tú eres como el faraón.

19 Mi señor preguntó a sus siervos: ¿Tenéis todavía padre, o algún hermano?

20 Nosotros respondimos a mi señor: Tenemos un padre ya anciano y un hijo que le nació en su vejez; un hermano de éste murió. Es éste el único que le queda de su madre, y su padre lo quiere mucho.

21 Entonces tú dijiste a tus siervos: Traédmelo para que lo vea.

23 Tú insististe: Si vuestro hermano menor no baja con vosotros, no volveréis a ser admitidos en mi presencia.

24 Entonces nosotros regresamos donde vive tu siervo, nuestro padre, y le referimos las palabras de mi señor.

25 Y cuando nuestro padre nos dijo: Volved para comprarnos alimentos,

26 le dijimos: No podemos bajar si no viene con nosotros nuestro hermano menor, porque no seremos recibidos por aquel hombre si nuestro hermano menor no viene con nosotros.

27 Entonces tu siervo, nuestro padre, nos dijo: Vosotros sabéis que mi mujer no me ha dado más que dos hijos.

28 Uno desapareció de mi lado y seguramente fue devorado, pues no lo he vuelto a ver más;

29 si os lleváis también a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, daréis con mis canas en el sepulcro.

45,1 No pudiendo contenerse ya José delante de los que le rodeaban, ordenó: -Salid todos de mi presencia. Y no quedó nadie con él cuando se dio a conocer a sus hermanos.

2 Entonces rompió a llorar a voz en grito, de modo que lo oyeron los egipcios y la noticia llegó hasta la casa del faraón.

3 José dijo a sus hermanos: -Yo soy José, ¿vive todavía mi padre? Sus hermanos no pudieron responderle, pues estaban asustados ante él.

4 Entonces él les dijo: -Acercaos a mí. Ellos se acercaron, y él les repitió: -Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis y que llegó a Egipto.

5 Pero no estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas.

 

**• La primera parte de la perícopa (44,18-21.23-29) presenta a Judá, ignaro de que se encuentra frente a su hermano José, vendido a los ismaelitas, que intenta persuadirle de que le tome a él en vez de a Benjamín, dada la promesa que le había hecho a su padre, Jacob: «Deja al muchacho bajo mi custodia, y pongámonos en camino; es la única manera de sobrevivir y de que no perezcamos ni nosotros, ni tú, ni nuestros hijos. Yo me hago responsable de él; a mí me pedirás cuentas» (43,8ss). La segunda parte (45,1-5) narra cómo reveló José su propia identidad a sus hermanos, después de haberlos humillado y tratado con dureza para someterlos a prueba (42,15).

Las palabras de Judá sellan un itinerario auténtico de cambio, de conversión: tanto él como sus hermanos -que, en un tiempo, no sintieron escrúpulos en vender a José, en buscar algún tipo de ganancia con su desaparición-, ahora, delante de José, no están dispuestos por ningún motivo a dejar lejos de su padre al pequeño Benjamín. El alegato de Judá muestra que el pasado no debe determinar ya ni el presente ni el futuro. La respuesta de José es la revelación de su identidad, junto a una comprensión de la historia que recurre a la providencia divina: «No estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas» (45,5).

En la trama de los acontecimientos interviene una mano poderosa que dirige los senderos de la vida: lo que había sido objetivamente un hecho cruel es releído e interpretado ahora en el horizonte más amplio de la historia de la salvación. Dios engendra salvación incluso del mal; hasta en las contradicciones, en las amarguras de la historia humana interviene Dios para traer luz. La reconciliación de José con sus hermanos, su acto de perdón, descansan en la relación que tiene con Dios. «Yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18): estas palabras proporcionan el horizonte en el que sitúa José el encuentro con sus propios hermanos. El temor del Señor abre el corazón del creyente a la reconciliación y a la fraternidad que se restablecen en el diálogo vivido en la paz.

 

Evangelio: Mateo 10,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

14 Si no os reciben ni escuchan vuestro mensaje, salid de esa casa o de ese pueblo y sacudíos el polvo de los pies.

15 Os aseguro que el día del juicio será más llevadero para Sodoma y Gomorra que para ese pueblo.

 

*+• Este fragmento de Mateo es una instrucción sobre las tareas y la práctica misioneras. Está precedido por la vocación y la presentación de los Doce y por su misión (respectivamente en los w. 1-4 y 5ss: cf. la perícopa de ayer). Los que son llamados son también enviados.

Existe un vínculo necesario entre vocación y misión. Los discípulos han sido llamados para estar con el Señor (cf. Me 3,12) y ser enviados por los caminos de los hombres a hacer resonar la Buena Noticia que el Señor ha venido a proclamar: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). Son enviados a dar testimonio y a poner voz a la Palabra de misericordia y de salvación (v. 7) -presentada en los capítulos 5-7 y 8-9-, a contar la novedad de Jesucristo, que cuida del débil, libera de la muerte y de la mentira, restituyendo al hombre a sí mismo.

En esto continúa el discípulo la obra del Maestro. Y el discípulo, al ponerse al servicio del Evangelio, como el Maestro, otorga el primado al don: «gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (v. 8b). La gratuidad y la pobreza en la misión constituyen el testimonio de que el discípulo cuenta con una sola seguridad y tiene un único objetivo, su Señor y su palabra: «No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo» (Mt 6,25).

De este modo, la misión se convierte en ocasión para crear una circulación de gracia y de vida entre el que anuncia y atestigua y el que acoge. Una circulación que hace visible la conciencia de la filiación divina de cada creyente, abre a la fraternidad y da cumplimiento a la promesa de la paz (shalóm) mesiánica en la comunidad. Al ser enviado, el discípulo «aprende» («discípulo» viene del verbo latino discere, «aprender») la alegría y la fatiga de participar en la realización de la promesa, de convertirse en instrumento eficaz, aun en medio de la debilidad, de la misión del Hijo de Dios entre los hombres.

 

MEDITATIO

«Señor, tú nos concederás la paz, pues todo lo que hacemos eres tú quien lo realiza» (Is 26,12). La paz del discípulo es el resultado de su adhesión y fidelidad al contenido del anuncio de Jesús: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). El discípulo, en su caminar, vive la certeza de haber recibido y tener que custodiar un don precioso -el Reino de Dios, Jesucristo mismo por el que vale la pena dejarlo todo -padres, trabajo, el propio pasado y el propio presente- enseguida, de inmediato, venciendo la tentación de mirar atrás, confiando más bien su propio futuro a una Palabra que exige obediencia: «Seguidme, os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). La palabra del seguimiento, acogida en un clima de obediencia, nos introduce en la diakonía de Cristo con el mundo y el hombre y se caracteriza por la configuración con el Hijo, que le hace perder al enviado cualquier tipo de temerosa sujeción, permitiéndole desarrollarse en la libre dignidad de una relación filial regalada (Gal 4,7).

La naturaleza cristiforme de la misión desarrollada por el discípulo interpreta y despliega al mismo tiempo el ejemplo de Cristo, sin pretender asignar al servicio de la Palabra ninguna connotación voluntarista, propia de quien pretende celebrar en el obrar virtuoso y comprometido la superioridad de su propio estatuto moral. El discípulo sabe, en efecto, que la Palabra del Reino ha sido confiada a los pequeños y, en la medida en que él sea capaz de volverse como un niño, tendrá en sus labios la Palabra de vida, para anunciarla desde los tejados y llevar la salvación al mundo, hasta el último rincón de la tierra (cf. Is 49,6).

El discípulo, enviado a anunciar con hechos y con verdad la Palabra de salvación, a contar que Dios dirige en Cristo su mirada providente sobre la historia humana, no desea «plata, oro o vestidos» (Hch 20,33), no desea «ganancias ilícitas» (1 Tim 3,8; Tit 1,7), porque ha aprendido que «allí donde está su tesoro está también su corazón» (Mt 6,21). La adhesión al Señor, la participación en su misión, es lo que llena el corazón del discípulo, porque él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

 

ORATIO

En la tierra de mi exilio te alabo, oh Señor, y manifiesto la fuerza y la grandeza de tu paternidad a todo el pueblo de tu creación.

En la oscuridad de mi nada, oh Señor, te alabo porque, incluso en medio de la oscuridad de la tristeza, contemplo en mi carne la impronta de tu dedo poderoso.

En la noche de mi errar te grito mi súplica y mi agradecimiento porque, en medio de la incertidumbre de mi creer, veo la Luz de la Esperanza, al Anhelado y al Esperado, a Cristo, tu luz gozosa que inunda de santo fuego los pasos de mi errar y me permite reposar en el Misterio.

 

CONTEMPLATIO

Desnudez y pobreza es destierro de los cuidados, seguridad de la vida, caminante libre y desembarazado, muerte de la tristeza y guarda de los mandamientos. El monje desnudo es señor de todo el mundo, porque todos esos cuidados puso en Dios: y mediante la fe posee todas las cosas. No tiene necessidad de revelar a los hombres sus necesidades. Todas las cosas que se le ofrecen toma como de la mano del Señor. Este obrero desnudo se hace enemigo de toda affición demasiada; y assi mira las cosas que tiene como si no las tuviesse; y si se pasare a la vida solitaria, todas las cosas tendrá por estiércol. Mas el que se entristece por alguna cosa transitoria, no sabe aún quál sea la verdadera desnudez. El varón desnudo hace puríssima oración: mas el iobdicioso padece muchas imágenes en ella. Los que perseveran humildemente en la sanctíssima subjectión, muy apartados están de cobdicia: porque qué cosa pueden tener propia los que su propio cuerpo offrescieron por amor de Dios al imperio del otro? Verdad es que un solo daño padescen éstos, que es estar muy promptos y aparejados para la mudanza de los lugares, que no siempre es provechosa. Vi yo algunos monjes que por la occasión que tuvieron de trabajos en algún lugar alcanzaron la virtud de la paciencia: mas yo tengo por mas bienaventurados a aquellos que por amor de Dios procuraron diligentemente alcanzar esta virtud.

El que ha gustado de los bienes del cielo fácilmente desprecia los de la tierra: mas el que aún no los ha gustado alégrase con las cosas de acá. El que procura alcanzar esta desnudez, y no con el fin que debe, en dos cosas recibe agravio, pues caresce de los bienes présentes y de los futuros (Juan Clímaco, La escala espiritual. Con anotaciones de fray Luis de Granada, XXVI, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Me 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Señor ha muerto y ha resucitado: éste es el último acontecimiento. Esta es la última hora. Frente a todos los tiempos y todos los momentos [...]. Puesto que Cristo es el último acontecimiento, el modo como el cristiano mira la historia, mira los tiempos y se plantea los interrogantes no es el de quien espera una novedad que no conoce, sino el de quien sabe que, en todo caso, la novedad no superará este acontecimiento. Será una novedad auténtica si tiene el perfil de este acontecimiento: así, mientras camina en el tiempo, el cristiano permanece vuelto hacia este acontecimiento que es el último, que es el único y que está puesto en un sentido verdadero entre los tiempos.

De ahí, pues, el paradójico modo cristiano de leer la historia [...]. El cristiano sabe que todo reposa en este acontecimiento, conocido ya en sus líneas esenciales. Es el modo paradójicamente sereno con que el cristiano mira los tiempos y vive entre los tiempos frente a los interrogantes y a los desarrollos de los tiempos. En nombre de esta conciencia, es importante no buscar certezas sobre el futuro, no pretender disponer del futuro. Esto no es cristiano no porque sea inmediatamente diabólico, sino porque no responde al sentido de la fe en la «ultimidad» de Jesucristo.

No tenemos necesidad de ninguna otra cosa para vivir en un clima de confianza, de esperanza, entre los tiempos y en sus momentos cruciales. De aquí procede asimismo el paradójico modo cristiano de ser creativos, de realizar sus acciones en el mundo, en las situaciones de los tiempos, entendiendo el mundo no precisamente como el cosmos, sino como una realidad humana, cultural. Es el modo paradójico de quien no se pone nunca en relación con el presente, con la situación, con los tiempos, con las culturas, con los mundos, sin referirse al mismo tiempo a un acontecimiento que ya ha «tenido lugar» (G. Moioli, // discepolo, Milán 2000, pp. 61-63).

 

 

Viernes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 46,1-7.28-30

En aquellos días,

1 partió Israel con todo lo que tenía y, al llegar a Berseba, ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac.

2 Y Dios habló a Israel en una visión por la noche: -¡Jacob! ¡Jacob! Él respondió: -Aquí estoy.

3 Y Dios continuó: -Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí haré de ti un gran pueblo.

4 Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí. José te cerrará los ojos.

5 Al partir de Berseba, los hijos de Israel hicieron subir a su padre Jacob, a sus niños y a sus mujeres en los carros enviados por el faraón para transportarlos.

6 Llevaron también con ellos sus ganados y todo lo que habían adquirido en la tierra de Canaán, y Jacob y todos sus descendientes con él se vinieron a Egipto.

7 Llevó consigo a Egipto a todos sus hijos y nietos, sus hijas y sus nietas: todos sus descendientes.

28 Israel envió por delante a Judá, para que anunciara a José su llegada y preparara un lugar en Gosen. Cuando llegaron a la región de Gosen,

29 José hizo enganchar su carro y se dirigió a Gosen al encuentro de su padre. Cuando se encontraron, se echó a su cuello y estuvo llorando un largo rato abrazado a él.

30 Israel dijo a José: -Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo.

 

**• Los elementos que caracterizan este fragmento (llegada de Jacob a Berseba, ofrenda del sacrificio, oráculo divino, salida de Berseba) recuperan las historias patriarcales y lo asocian a ellas. El itinerario de Jacob, conectado con el de Abrahán, se convierte en otra etapa decisiva de la historia de salvación de Israel. Si Abrahán salió de Ur para llegar a la tierra de Canaán, ahora es Jacob quien sale de la tierra de Canaán y se dirige a Egipto, acompañado, como Abrahán, por la promesa: «allí haré de ti un gran pueblo» (v. 3). Se trata de un camino que espera su consumación en el retorno a la tierra de Canaán. El libro del Éxodo abrirá esta nueva etapa.

La importancia de esta última está subrayada por el hecho de que Jacob, a diferencia de lo que ocurría en el capítulo 28, «conoce» a su interlocutor (v. 3: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre»), recibe una revelación que enmarca su acontecer en la historia que Dios ha preparado para su pueblo (cf. la revelación a Moisés). Una historia que él custodia y dirige: «No temas [...]. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí» (w. 3ss). La esperanza, en su continua presencia incluso en tierra extranjera, es lo que da sentido a un itinerario que, de otro modo, sería incomprensible, puesto que aleja a Jacob para siempre de la tierra de la promesa, ya que para él ya no habrá retorno (v. 4: «José te cerrará los ojos»).

En Jacob está descrita la parábola de todo creyente que, siguiendo la Palabra que Dios le ha dirigido, se deja conducir allí donde Dios quiera llevarle, al encuentro con un hijo, siempre deseado, que se encontrará solo en el abandono a la voluntad divina: «Israel dijo a José: Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo» (v. 30).

 

Evangelio: Mateo 10,16-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

16 Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas.

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.

 

**• Este fragmento, con la recuperación del verbo de la misión (apostéllein) en el v. 16, prolonga el discurso dirigido a los discípulos enviados, anunciando la hostilidad y la persecución a los enviados como algo inevitable y necesario para la misión. Mateo había señalado ya en otros textos la situación de persecución en la que tendrían que vivir los enviados (cf. Mt 5,1 lss). Y de una manera coherente subraya constantemente que la respuesta del discípulo a la prueba es la fidelidad y la perseverancia.

Una respuesta que encuentra su razón y su posibilidad en las palabras dichas por el Maestro: ellas son la única referencia autorizada y la única clave de lectura para seguir siendo fieles en el tiempo de la prueba. Esas palabras recuerdan al discípulo la «sabia simplicidad » que debe caracterizarle en el tiempo de la perseverancia. Discreción y simplicidad, coherencia y realismo perspicaz configuran el estilo del discípulo enviado al mundo, siguiendo el ejemplo del Maestro. En este contexto se explica la invitación a la huida de las ciudades que no reciban a los enviados (v. 23); la persecución que obliga a los discípulos evangelizadores a dejar una ciudad bajo el apremio de la persecución se vuelve ocasión para proseguir la misión evangelizadora en la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre, el único a quien corresponde el juicio final: «Os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre» (v. 23). De este modo, queda motivada la perseverancia de los discípulos y subrayada la urgencia de su obra misionera.

Así, de modo paradójico, la conflictividad violenta y la persecución, manifiestan el estatuto del discípulo que, en su acontecer, comparte el destino histórico de su Señor. La cruz marca la historia del discípulo, la condición del Crucificado marca la vida de los evangelizados Ahora bien, para la actividad evangelizadora tenemos también la promesa del Espíritu del Padre (v. 20), de suerte que el enviado participa a través de su testimonio en el estado del Resucitado. La misión viene a situarse en el horizonte de la esperanza y se comprende la razón de que al discípulo que persevere se le prometa la salvación (v. 22).

 

MEDITATIO

La gracia de la llamada a compartir la misión del Hijo configura a aquel que, despojándose de su naturaleza divina, se hizo hombre y vivió entre los hombres como siervo (Flp 2,7), viviendo entre los suyos «como el que sirve» (Le 22,27). Esta conformidad con Cristo «siervo» la otorga el Espíritu, que permite al discípulo unir, en una existencia renovada, el obrar y el ser, y en virtud de ello unificar el amor a Dios y al prójimo en el servicio prestado según la verdad (cf. Mt 9,13). La misión y la kenosis se reclaman recíprocamente, revelando, con la humillación de Dios en Cristo, el signo histórico del servicio del discípulo, que prosigue en el tiempo la acción salvífica de su Señor en cada hombre.

En consecuencia, en Cristo, tanto la vida como la misión del discípulo están situadas bajo el signo de la cruz gloriosa: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,6ss). Hasta en el momento del abandono y el fracaso, del miedo que nos lleva a mirar atrás, a dirigir la mirada hacia el pasado, en el que pensamos encontrar protección, confía el discípulo su propia historia a la memoria de una Palabra consoladora: «Soy yo en persona quien os consuela. ¿Por qué has de temer a un ser mortal, a un hombre que pasa como la hierba? ¿Olvidarás al Señor, tu creador, que desplegó el cielo y cimentó la tierra?» (Is 51,12ss). El anuncio del Evangelio queda sustraído de esta manera a los criterios de evaluación mundanos y es entregado, definitivamente, al discernimiento de la Palabra del Señor: «Hermanos, no actuéis como niños en vuestra manera de juzgar; tened la inocencia del niño en lo que se refiere al mal, pero sed adultos en vuestros criterios» (1 Cor 14,20).

 

ORATIO

Condúceme tú, luz amable, condúceme en la oscuridad que me estrecha. La noche es oscura, la casa está lejos; condúceme tú, luz amable. Guía tú mis pasos, luz amable. No pido ver muy lejos; me basta con un paso, sólo con el primer paso. Condúceme adelante, luz amable.

No siempre fue así, no te recé para que tú me guiaras y me condujeras. Quise ver por mí mismo mi camino, y ahora eres tú quien me guía, luz amable. Yo quería certezas; olvida aquellos días, para que tu amor no me abandone; hasta que pase la noche tú me guiarás con seguridad a ti, luz amable (J. H. Newman, Lead, kindly ligth).

 

CONTEMPLATIO

El Señor Jesús preanuncia que habrían de ser muchos los que se ensañarían contra los apóstoles con un furor insensato cuando dice que los envía «como ovejas en medio de lobos». Les recomienda que sean «sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes». La sencillez de las palomas es evidente. Sin embargo, es preciso examinar qué es la prudencia de la serpiente. Yo no sé si hay algo de prudente o de sensato en ellas, a pesar de que algunos autores nos hayan transmitido a este respecto que, cuando comprenden que han caído en manos de los hombres, apartan de todos los modos posibles su cabeza de los golpes, o bien escondiéndola en el cuerpo enrollado en espiral, o bien hundiéndola en un hueco y abandonando la otra parte del cuerpo a la matanza.

Así también nosotros, siguiendo este ejemplo, debemos esconder, en caso de persecución, nuestra cabeza, que es Cristo, para defender, exponiéndonos a todas las torturas, con el sacrificio de nuestro cuerpo, la fe que hemos recibido de Cristo [...]. Seremos conducidos además ante los jueces y ante los reyes de la tierra con el propósito de arrancar nuestro silencio o nuestra complicidad. Seremos, en efecto, testigos para ellos y para los paganos. Con nuestro testimonio debemos arrebatar a los perseguidores la excusa de la ignorancia de la divinidad, y, en cambio, debemos abrir a los paganos el camino de la fe en Cristo, predicado por las confesiones de los mártires, que perseveraron entre los suplicios de los que les torturaban. Por eso nos advierte Cristo que es preciso que nos armemos de la prudencia de la serpiente (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 122ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn 16,13; 14,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para los monjes, Jesucristo es el modelo de la humanidad por excelencia. El hecho de soportar los sufrimientos, los insultos, las acusaciones, la humillación por amor a Cristo -se trata del contenido de una de las bienaventuranzas (Mt 5,10-12)- es un ideal luminoso para quien vive en el desierto; es expresión de humildad. Ahora bien, lo que proyecta su sombra de un modo impresionante a lo largo de toda la literatura de los apotegmas es el ejemplo de humildad que Cristo ofrece personalmente, su kenosis, su vaciarse de sí mismo (Flp 2). Los padres del desierto intentaron seguir a Cristo recorriendo su camino de humildad, compartiendo sus sufrimientos, pagando su deuda de amor a quien sufrió por ellos. Este aspecto de la vida de Cristo es, de modo evidente, uno de los rasgos más conmovedores y marcados de los monjes del desierto. Sus dichos reflejan el empeño inagotable puesto por ellos para realizar su sentido en su propia vida. De este modo, esperaban llevar a Cristo a la vida del desierto.

Para el padre Poemen, el objetivo de la vida del monje en el desierto sólo se puede entender, en su totalidad, en referencia a las bienaventuranzas. «¿Acaso no hemos venido a este lugar para la fatiga (cf. Mt 5,1 Oss)?», se pregunta el anciano. De modo análogo, el padre Pafnuncio le indicó el camino de la humildad trazado por las bienaventuranzas a un hermano que le pidió una palabra: «Ve v ama las tribulaciones más que la quietud, el desprecio más que la alegría, dar más que recibir» (D. Burton- Christie, La Parola nel deserto, Magnano 1998, pp. 350ss).

 

 

Sábado de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 49,29-33; 50,15-24

En aquellos días, Jacob

49,29 les dio estas instrucciones: -Yo estoy a punto de reunirme con los míos; sepultadme junto a mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón, el hitita,

30 en la cueva de Macpelá, frente a Mambré, en la tierra de Canaán, la que compró Abrahán al hitita Efrón como sepulcro en propiedad.

31 Allí fueron sepultados Abrahán y su mujer, Sara; allí, Isaac y su mujer Rebeca; allí también sepulté yo a Lía.

32 El campo y su cueva los compró Abrahán a los hititas.

33 Cuando Jacob acabó de dar estas instrucciones a sus hijos, encogió los pies en la cama, expiró y fue a reunirse con los suyos.

50,15 Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, se decían: «Quizá ahora José empiece a odiarnos y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos».

16 Por eso mandaron a decir a José: -Tu padre ordenó esto antes de morir:

17 Decid a José que perdone el delito y el pecado de sus hermanos, el daño que le hicieron. Así que, por favor, perdona el delito de los siervos del Dios de tu padre. José, al oírlos, se echó a llorar.

18 Después, sus mismos hermanos vinieron a postrarse ante él y le dijeron: -Aquí nos tienes, somos tus esclavos.

19 Pero José les dijo: -No temáis, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios?

20 Ciertamente, vosotros os portasteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien, para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo.

21 Así que no temáis: yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos. Así los consoló hablándoles al corazón.

22 José siguió viviendo en Egipto con la familia de su padre; vivió ciento diez años.

23 Vio a los hijos de Efraín hasta la tercera generación. También recibió sobre sus rodillas, al nacer, a los hijos de Maquir, hijo de Manases.

24 Luego dijo a sus hermanos: -Yo estoy a punto de morir, pero Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.

 

**• Este fragmento une la petición de Jacob de ser sepultado en el lugar donde yacían sus padres con la perícopa conclusiva del libro del Génesis, en la que se contraponen el miedo de los hermanos a la posible represalia de José respecto a ellos después de la muerte de su padre y la reacción de José en la que se confirma el perdón, junto a la conciencia de que, aun siendo un hombre poderoso, nunca podría sustituir a Dios, el único a quien pertenecen el juicio y la vida.

En el regreso de los restos de Jacob-Israel a la tierra de sus padres, se preanuncia el itinerario de retorno del pueblo de Israel tras el doloroso paréntesis de la opresión egipcia. Y en las palabras de José -«Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob» (v. 24)- se evoca el compromiso (la alianza, berith) que Dios asumió con los padres y que da sentido a la esperanza del pueblo. Esta esperanza encuentra respuesta en la «visita» de Dios a su pueblo, que será para éste la salvación definitiva, la posesión de los bienes prometidos, esperados y anhelados. Se trata de una visita que abrirá una nueva fase de la historia e inundará de alegría toda la tierra, una fase que se cumplirá en el Hijo, el cual tendrá poder para dirigir los pasos de todo hombre «por el camino de la paz» y hará un pueblo único encaminado hacia la patria de su deseo: Dios Padre.

 

Evangelio: Mateo 10,24-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su señor.

25 Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebú, ¡más aún a los de su familia!

26 Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse.

21 Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que escucháis al oído proclamadlo desde las azoteas.

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial,

33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

**• Mateo recuerda, de una manera decididamente explícita, las coordenadas esenciales entre las que el discípulo «permanece» en su vocación. Lo hace a través de algunas situaciones que caracterizan el acontecer de los enviados. En primer lugar, se trata de ser como el Maestro (v. 25), de encontrar en él el único motivo y el único modelo de nuestra propia existencia y de nuestra propia misión; de tener, como él, fe en el Padre, de abandonarnos  con confianza a su voluntad. La adhesión al Señor crucificado y la confianza en la providencia divina constituyen los términos de la relación vital que libera al discípulo de todo miedo {cf. el triple «no temáis»: w. 26.28.31) y de los condicionamientos humanos, y dirigen su libertad a optar por servir al Evangelio. El valor de anunciar públicamente con franqueza (parresía) la presencia de Dios, que trae en Jesucristo la paz y hace estallar, no obstante, las contradicciones que habitan en el corazón del hombre y en las estructuras de vida que éste ha creado, da la medida de la libertad del discípulo y de su adhesión a Jesucristo.

El discípulo sabe que el servicio al Evangelio no es un proyecto de vida irénico o, peor aún, marcado por las componendas, en el que desaparecen ingenuamente –o se esquivan con hábiles cálculos- la conflictividad y las rupturas. Éstas podrán llegar incluso a las relaciones familiares, porque sólo es posible anunciar el Evangelio en la medida en que vivimos el seguimiento y la adhesión a Cristo de una manera radical (cf. Mt 10,37).

Anunciar el Evangelio es «confesar a Jesús ante los hombres», una actitud exactamente contraria a la de Pedro, que la noche del arresto renegó del Maestro (cf. 10,33), jurando que no le conocía (27,74). El don de la comunión con él, ofrecido por Cristo a sus discípulos («Eligió a doce para que estuvieran con él»: Me 3,12)-, es algo que no debemos olvidar, ni siquiera frente al peligro de perder la vida. De esta solidaridad con el Hijo del hombre, un don que viene de lo alto, depende el juicio sobre la vida del discípulo (w. 32ss).

 

MEDITATIO

En su misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio, el discípulo participa del dinamismo de la Palabra que, salida de la boca del Altísimo (cf Is 55,11), se difunde como testimonio del Señor Jesús hasta los últimos confines de la tierra (Hch 1,8). En este itinerario diseñado por la voluntad del Padre, el discípulo está apoyado y acompañado por la presencia de su Señor: «Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os lie mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,19ss).

Se trata de una compañía que nos libera del miedo a la muerte, que nos impulsa a mirar más allá de ésta. Y es que, en Cristo, ha sido destruida la muerte y ha triunfado la vida. Está escrito, en efecto: «La doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él ríos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2,11-13). Es el nuevo comienzo de la vida del creyente, porque Jesucristo, al vencer a la muerte, construye la historia a partir del nuevo comienzo de su resurrección. De ahí que el discípulo se construya sobre Cristo (Col 2,7) y esté «asociado a su plenitud» (Col 2,9) en virtud de que «habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo, y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos» (Col 2,12). La misión del discípulo encuentra en este acontecimiento su «comienzo» y la certeza de que está acompañada por la presencia providente del Padre. Él custodia a su fiel.

 

ORATIO

Te alabo, Señor, y te bendigo, oh mi todo, porque has completado tu obra en mí. Tú eres un Dios prodigioso, tú realizas maravillas. En las entrañas de tu amor te has acordado de mí, tu siervo. Señor, me has vuelto a dar la vida. Por eso cantaré tu nombre entre la gente, sonarán en las cítaras las suaves vibraciones de mi corazón y susurrará en tu oído mi canto de amor: Yo soy narciso de Sarón, un lirio blanco de los valles.

Tú, amado mío, me has introducido en la celda de tu embriaguez, me has imprimido como sello en tu brazo, en tu corazón; tu estandarte, sobre mí, es amor. Te doy gracias en medio de tu pueblo; tú me inundas con tu gracia, porque me has hecho hijo tuyo en el Espíritu. Amén.

 

CONTEMPLATIO

«¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» [...]. La expresión «ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» parece contradecir las palabras del apóstol: «Dios no se preocupa de los bueyes». Y se quitaría mucha credibilidad a esta última si se constatara que ha expresado una opinión diferente de la transmitida en los evangelios. Tampoco se confiere, ciertamente, mucho prestigio a los apóstoles por el hecho de ser antepuestos a los pájaros.

Este pasaje se explica a partir de la idea precedente. Llegan al colmo, en efecto, las injusticias de los que nos entregarán, nos perseguirán, nos obligarán a la huida. Para ésos es necesario odiarnos a causa del nombre del Señor, a fin de ejercitar todo su poder sólo sobre el cuerpo, puesto que no tienen poder sobre el alma. Éstos son los que venden dos pájaros por muy poco dinero.

Y, en verdad, lo que ha sido vendido como esclavo del pecado lo ha rescatado Cristo de la Ley. Así pues, lo que ha sido vendido es el cuerpo y el alma. Aquel al que ha sido vendido es el pecado, puesto que Cristo nos ha rescatado del pecado y es redentor del alma y del cuerpo. Por consiguiente, los que venden dos pájaros por muy poco dinero se venden a sí mismos al pecado al precio más bajo. Éstos han nacido para volar y deben elevarse al cielo con alas espirituales. Sin embargo, por ser esclavos del precio de los placeres presentes y estar vendidos al lujo del mundo, con esos comportamientos regatean sólo consigo mismos (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 126-128).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino» (Le 12,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús entrega a los discípulos su Espíritu a fin de que tengan fuerza, confianza, entusiasmo al compartir con él la misión recibida, en cualquier situación en la que puedan encontrarse.

Frente a las dificultades y a las decepciones, a las fatigas y a las arideces, a los miedos y a las tentaciones de abandono que pesan sobre nuestro compromiso de vida cristiana y de anuncio del Evangelio, estamos llamados a descubrir de nuevo la absoluta fidelidad de Cristo a la promesa: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20).

Precisamente, en los momentos de fatiga y de aparente fracaso personal y pastoral es cuando debemos orar al «Consolador», al Espíritu Santo que el Padre nos envía en nombre de Cristo. Le debemos rezar para que nos recuerde todo lo que dijo el Señor Jesús (cf. Jn 14,26): la promesa de su presencia; más aún, la realidad de su victoria: «En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). San Ambrosio nos invita a cantar. «Que Cristo sea nuestro alimento, nuestra bebida la fe; bebamos alegres la sobria embriaguez del Espíritu» (himno Splendor paternas gloríae). Con esta sobria embriaguez que el Espíritu creador infunde en nuestro corazón, tanto la vida cristiana como la acción pastoral de la Iglesia podrán experimentar no sólo un sentido de serena seguridad, sino también una profunda alegría: la alegría de quien trabaja en el Reino de Dios, por y con el Señor. Precisamente, como los discípulos de los que hablan los Hechos de los apóstoles, que «estaban llenos de alegría y de Espíritu Santo» (Hch 13,52) (D. Tettamanzi, // tempo della missione della Chiesa, Cásale Monf. 2000, pp. 106-108, passim).

 

 

Lunes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 1,8-14.22

En aquellos días,

8 subió al trono de Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José,

9 y dijo a su pueblo: -Mirad, el pueblo israelita se ha hecho más numeroso y potente que nosotros.

10 Hay que actuar con cautela para que no sigan multiplicándose, pues, si se declara una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, lucharán contra nosotros y se marcharán del país.

11 Entonces pusieron sobre ellos capataces que los oprimiesen con rudos trabajos, mientras edificaban Pitón y Rameses, ciudades-almacén del faraón.

12 Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y aumentaban, de suerte que los israelitas se convirtieron en un motivo de preocupación para los egipcios.

13 Por eso, los egipcios los sometieron a una dura esclavitud

14 y les hicieron la vida imposible, obligándoles a realizar trabajos extenuantes, como la fabricación de mortero y ladrillos y toda clase de faenas agrícolas.

22 Entonces, el faraón dio esta orden a todo su pueblo: -Arrojad al río a todos los niños que nazcan; a las niñas dejadlas vivir.

 

**• El libro del Éxodo es uno de los grandes libros del Antiguo Testamento. Nos describe, en primer lugar, la magna epopeya de la salvación de Israel, arrancado de la esclavitud de Egipto, y con el que Dios establece una alianza. El Éxodo es un canto al Dios que salva, un poema dirigido al Dios de Israel, que, tras oír el llanto de su pueblo, «baja» a liberarlo. Este pueblo, una vez liberado, estará destinado no al servicio del faraón, sino al servicio del Señor {cf. Dt 4,20).

La lectura de hoy nos presenta la situación de los hebreos en Egipto bajo «un nuevo rey». El faraón de Egipto ya no era el que había elevado a José a primer ministro del país, sino otro que no le había conocido (v. 8). Sospechando de aquel pueblo que crecía y se multiplicaba en su tierra, pensó que tal vez un día esos hombres podrían levantarse contra el verdadero pueblo egipcio o incluso aliarse con sus enemigos (w. 9ss). Y tomó medidas contra ellos: decretó que se impusiera a los hebreos trabajos forzosos extremadamente duros, con el propósito de agotar sus fuerzas, y los empleó en la construcción de dos ciudades-almacén en el delta del Nilo (v. 11). Los egipcios les amargaron la vida a los israelitas, los convirtieron en esclavos y les obligaron con una gran dureza a fabricar ladrillos de arcilla. Pero cuanto más le oprimían, más se multiplicaba el pueblo (v. 12). Viendo que este sistema no funcionaba como él quería, el faraón pensó en otro método, absolutamente inhumano y cruel, destinado a reducirlo a la impotencia y a la aniquilación de Israel: nada menos que la eliminación de los hijos varones que nacieran (v. 22).

Desde el punto de vista histórico, debemos situar estos acontecimientos en tiempos del Imperio Nuevo egipcio (decimonovena dinastía), en el siglo XIII a. de C. Sobre este fondo de injusticia y sufrimiento se desarrollará la magna acción salvadora de Dios, tanto más excelsa cuanto más triste y desesperada era la situación del pueblo.

 

Evangelio: Mateo 10,34-11,1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

10.34 No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino discordia.

35 Porque he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra;

36 los enemigos de cada uno serán los de su casa.

37 El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí, y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.

38 El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí.

39 El que quiera conservar la vida la perderá, y el que la pierda por mí la conservará.

40 El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me envió.

41 El que recibe a un profeta por ser profeta recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo recibirá recompensa de justo;

42 y quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío os aseguro que no se quedará sin recompensa.

11.1 Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue a enseñar y a proclamar el mensaje en los pueblos de la región.

 

**• El texto que acabamos de leer del evangelio de Mateo es uno de los pasajes más difíciles de comprender por la aparente contradicción que presenta. Jesús, que un poco más adelante dirá que debemos aprender de él porque es «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29), dice ahora que ha venido a traer la discordia y no la paz a la tierra (cf. 10,34). ¿Cómo podemos conciliar estos dos extremos? ¿En qué sentido debemos interpretar sus palabras? En casos como éste, es el contexto literario el que nos ayuda a comprenderlo de una manera adecuada.

El pasaje que hoy nos ocupa está situado en un contexto de persecución a causa de la fe en Cristo. En efecto, Jesús dice en Mt 10,32: «Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial». Esto nos ilumina el camino y nos muestra que la división entre personas de la misma familia no surge por cuestiones de temperamento, de disidencias o luchas personales, sino por su fidelidad o infidelidad a Cristo. Algunos creerán en él, otros no. En este caso, Jesús ha venido a traer la división; es decir, se convierte en motivo de discordia entre los hombres, entre los que creerán y los que rechazarán la fe.

El Evangelio habla claro. El Evangelio, que predica la paz y la concordia, cuando trata el tema de la verdadera fe en Cristo o de nuestra adhesión a él prefiere la división, el contraste, la intolerancia -diríamos incluso-, a favor de los que le han seguido y han creído en él. Por eso, y siempre en la misma línea, Jesús se pone por encima de todos los valores, incluso por encima de los más sagrados valores de la familia. Y añade que, para seguirle, es preciso cargar con la cruz, echar mano de la renuncia, estar dispuesto a dar la propia vida. Estas exigencias pueden parecer excesivas, a no ser por la verdad que contienen y por la excelencia de Aquel que las formuló y las pretendió, signo de su autoridad y de su supremacía sobre todas las cosas.

 

MEDITATIO

El fragmento del evangelio que hemos leído nos muestra una vez más la importancia de la fe en Cristo y, en especial, de su persona. Esta fe, tal como era considerada por el mismo Jesús y por la comunidad primitiva, está por encima de las cosas más sagradas y más grandes de la vida. Sería una fe falsa aquella que, para no romper los vínculos familiares o amistosos, permaneciera en un nivel superficial o lo fuera sólo de nombre, sin ninguna exigencia. La verdadera fe, para los evangelios, significa un corte en lo vivo y, si se da el caso, la renuncia a los sentimientos más profundos del corazón, porque lo que cuenta es la opción por Cristo frente a todos los demás valores e ideales de la vida.

El mensaje del evangelio de hoy es que debemos reforzar en nosotros la adhesión total, profunda, a Cristo, prefiriéndole a todo, y prefiriendo nuestra fe a cualquier otra fe, religión o ideal humano, especialmente en el mundo de hoy, que vive dividido entre los poderosos desafíos de la técnica, de las incesantes conquistas, del bienestar y de otras realidades que son, muchas veces, los ídolos de la humanidad moderna. Ser capaz de reafirmar la fe en Cristo y en el Evangelio es una necesidad vital para el hombre creyente de nuestros días, porque de otro modo esta fe se oxidará y se perderá.

 

ORATIO

«Pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo» (Flp 3,7). Señor, haz que nuestra adhesión a ti, como la de Pablo, como la de los apóstoles, como la de tantos santos y tantos fieles de la Iglesia, sea total, absoluta; que esté por encima de todo vínculo, de todo sentimiento y afecto, por encima de todo valor humano. Porque sólo tú eres la verdad, la luz, el camino, el alimento, la paz, la alegría y la esperanza de nuestro corazón.

Entonces podremos orar con las palabras de un autor moderno como F. Dostoievski, nada sospechoso de una devoción excesiva, que nos ha dejado un testimonio impresionante de fidelidad a Cristo. Escribía así en una de sus cartas: «A veces, Dios me envía momentos de lucidez. En estos momentos, amo y siento que soy amado. Fue en uno de esos instantes cuando compuse para mí mismo un Credo, donde todo es claro y sagrado. Helo aquí: "Creo que no hay nada más bello, más profundo, más agradable, más viril y más perfecto que Cristo. Y me digo a mí mismo, con un amor celoso, que no hay ni puede haber nadie más grande que él. Más aún, si alguien llegara a probarme que Jesús está fuera de la verdad y que la verdad no se encuentra en él, yo preferiría permanecer con Cristo antes que con la verdad"» (F. Dostoievski, Cotrispondenza con la baronesa Von Wisine).

 

CONTEMPLATIO

En cuanto el grano de trigo cayó en tierra y murió, salió de él toda la mies de los fieles y los hijos de Israel se multiplicaron y se volvieron muy poderosos. Así pues, también en ti, si muere José, es decir, si acoges en tu cuerpo la mortificación de Cristo y haces morir el pecado en tus miembros, se multiplicarán en ti los hijos de Israel. Por hijos de Israel se entiende los sentidos buenos y espirituales. Por consiguiente, si hacemos morir los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren en ti cada día los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren cada día en ti los vicios, crece el número de las virtudes.

Tú, que escuchas estas cosas, si por casualidad ya has recibido la gracia del bautismo, has sido contado entre los hijos de Israel, has acogido en ti al Dios-rey y, después de esto, has querido desviarte, realizar las acciones del mundo, llevar a cabo actos terrestres y trabajos con el barro, has de saber y reconocer que se ha levantado en ti otro rey que no conoce a José; es un rey de Egipto, que te obliga a hacer sus obras, te hace trabajar para él con ladrillos y barro. Es él quien, poniendo sobre ti instructores y vigilantes, te empuja con golpes de vara a las obras de la tierra, para construirle ciudades. Es él quien te hace correr de un lado para otro en el mundo y hace turbar, por la codicia de la ganancia, los elementos del mar y de la tierra. Es este rey de Egipto el que te hace recorrer el foro con las lides, atormentar a los parientes con las disputas por unos cuantos terrones de tierra, por no hablar de lo demás: tender insidias a la castidad, engañar a la inocencia, cometer porquerías en privado, crueldades en público, perversiones en lo íntimo de la conciencia. Y puesto que son muchos los maestros y doctores de malicia que el faraón nos ha puesto, el Señor Jesús creó otros maestros y doctores que nos enseñaran a ver a Dios con el alma, a abandonar por completo al hombre viejo con sus acciones y a revestirnos del nuevo, que ha sido creado según Dios (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 45-52, passim [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los dos primeros capítulos del Éxodo preparan la escena de la magna irrupción de YHWH en la historia, pintando con fuertes tintas la situación de los hijos de Israel en Egipto. Los hijos de Israel, durante su estancia en Egipto, dan la impresión de haberse olvidado casi por completo del Dios de sus padres. Cuando Dios irrumpa en la historia, lo hará con un acto absolutamente gratuito. La iniciativa es suya por completo. Dios se ve inducido y solicitado a salvar no en virtud de mérito alguno por parte de Israel, sino por la situación de miseria en la que su pueblo se encontraba.

        Durante el éxodo, empezó Israel a comprender la misteriosa predilección de YHWH por los humildes y los débiles. Reconoció que su propio título de elección no se lo habían proporcionado sus méritos, sino su pequeñez e impotencia (cf. Dt 7,7ss). Dios so revelará, a lo largo de toda la historia de la salvación, como alguien que «exalta a los humildes» y que, para llevar a cabo sus obras más grandes, escoge «lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo» (1 Cor 1,27ss).

La esclavitud que padecieron los israelitas es mucho más que un hecho simplemente material. En un sentido profundo, fueron los mismos israelitas los que quisieron permanecer en la esclavitud. Es cierto, los judíos gemían en medio de la opresión, deseando ardientemente ser liberados de ella, pero eso es algo perfectamente humano y no significa que estuvieran dispuestos a seguir la ardua llamada a la libertad. Se habían convertido en gente de ánimo servil, poco dispuesta a renunciar a esa pesada seguridad que es la recompensa de quien se rinde a un régimen totalitario (J. Plastaras, // Dio dell'Esodo, Cásale Monf. 1977, pp. 28-31, passim).

 

 

Martes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 2,1-15a

En aquel tiempo,

1 un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de otro levita.

2 Ella concibió y dio a luz un hijo, y al ver que era muy hermoso lo tuvo escondido durante tres meses.

3 No pudiendo ocultarlo más, tomó una cesta de papiro, la calafateó con betún y pez, puso dentro de ella al niño y la dejó entre los juncos de la orilla del río.

4 La hermana del pequeño se quedó a poca distancia para ver lo que sucedía.

5 Entonces, la hija del faraón bajó a bañarse al río y, mientras sus doncellas paseaban por la orilla, vio la cesta en medio de los juncos y envió a una de sus doncellas para que la recogiera.

6 Cuando la abrió y vio al niño, que estaba llorando, se sintió conmovida y exclamó: -Es un niño hebreo.

7 Entonces, la hermana del pequeño dijo a la hija del faraón: -¿Quieres que vaya a buscarte una nodriza hebrea para que te críe este niño?

8 La hija del faraón le respondió: -Vete. La joven fue a buscar a la madre del niño,

9 a quien la hija del faraón encargó: -Toma a este niño y críamelo; yo te pagaré. La mujer tomó al niño y lo crió.

10 Cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés, diciendo: «Yo lo saqué de las aguas».

11 Cierto día, siendo ya mayor, Moisés fue a donde estaban sus hermanos. Vio sus duros trabajos y observó cómo un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos hebreos.

12 Echó una mirada a su alrededor y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.

13 Salió también al día siguiente, vio a dos hebreos riñendo y dijo al agresor: -¿Por qué golpeas a tu compañero?

14 Pero éste le replicó: -¿Quién te ha constituido jefe y juez entre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? A Moisés le entró miedo, pues se dio cuenta de que la cosa se sabía.

15 El faraón se había enterado también de lo sucedido y trataba de matar a Moisés.

 

*• La historia que nos cuenta hoy el libro del Éxodo es una de las más conocidas del Antiguo Testamento, es una escena inmortalizada por muchos pintores y directores de cine. La orden del faraón ha sido puesta en práctica: todos los recién nacidos varones son ahogados en las aguas del Nilo. Sin embargo, la Providencia, que lo dirige todo, vela en particular por uno de estos niños, que será salvado de las aguas de una manera sorprendente.

Éste era el designio divino: el niño salvado será más tarde el salvador de su pueblo. El presente relato, similar a otros que hemos encontrado en las diferentes literaturas sagradas del Medio Oriente, tiene una gran importancia para la fe cristiana, y es que el pequeño Moisés se ha convertido en la figura de otro Niño que, ya en sus primeros días, también será perseguido por Herodes, rey de Judea, para darle muerte.

Poniéndose de acuerdo la madre y la hija, abandonan al niño, introducido en una cesta de papiro, sobre el agua (w. 3ss). Pero ese sitio es el lugar donde suele bañarse la hija del faraón. Ésta, tras descubrir al niño, se enternece y quiere tomarlo como hijo. Entretanto, la hermana, María, ha convencido a la hija del faraón para que le permita buscar una nodriza para el niño. Ésta será su verdadera madre (w. 7ss). Tras el destete, la hija del faraón se lleva al niño a su palacio: ésta «lo adoptó» (v. 10). Le impuso un nombre, Moisés, que ha llegado a nosotros como simple abreviatura, en la que falta la primera parte, donde seguramente se encontraría (como muestran muchos antiguos nombres egipcios análogos) el nombre de alguna divinidad del Nilo.

En la segunda parte de la lectura, Moisés, que ya ha llegado a la edad adulta, se da cuenta de la suerte que corren sus hermanos hebreos y se pone a favor de ellos. Su celo, demasiado impetuoso, le induce después a la huida y al autoexilio; se va a tierras de Madián, en las cercanías del mar Rojo (v. 15b), donde empezará otro tipo de vida y se hará pastor de los rebaños de su suegro, Jetró.

 

Evangelio: Mateo 11,20-24

En aquel tiempo,

20 Jesús se puso a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:

21 -¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en vosotras, hace tiempo que, vestidas de saco y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido.

22 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que para vosotras.

23 Y tú, Cafarnaún, ¿te elevarás hasta el cielo? ¡Hasta el abismo te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, hoy seguiría en pie.

24 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Sodoma que para ti.

 

*+• El fragmento evangélico de Mateo que hemos leído hoy es una lección sapiencial como muchas otras que podemos encontrar en el Antiguo Testamento; a saber: un hecho concreto explicado sobre la base de una semejanza de términos opuestos (como la de los dos caminos: el bien y el mal; los dos árboles: el plantado en terreno árido y el plantado junto al agua). La expectativa frustrada es una realidad humana desconcertante, aunque frecuente en la vida.

El evangelio nos presenta el duro reproche de Jesús contra las ciudades que no acogen su Palabra. Se trata de tres ciudades de Galilea -Corozaín, Betsaida y Cafarnaún- que, aun habiendo oído la predicación de Jesús, acompañada por tantos milagros, permanecen frías e insensibles, sin abrir su ánimo. Para acentuar aún más su culpabilidad, Jesús emplea la comparación con otras ciudades paganas especialmente conocidas por sus pecados, como Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra. Y nos hace ver que estas ciudades, aun corrompidas por tantos vicios, habrían tenido un comportamiento diferente, más acogedor y respetuoso, aunque sólo hubiera sido por haber visto los milagros realizados por Jesús. Sin embargo, las ciudades «creyentes» de Galilea, a pesar de sus acciones milagrosas, se niegan a escuchar, prefieren su dureza de corazón y se cierran al mensaje de salvación que se les ha ofrecido.

 

MEDITATIO

Moisés, salvado de las aguas, salvará después a su pueblo. Existe siempre una estrecha relación entre lo que se es y lo que se hace, entre lo que se experimenta y lo que se comunica. También el cristiano conoce esta experiencia fundamental. Se trata de algo que nos habla de una lógica humano-divina que no admite excepciones. Dirá san Pablo: «En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad» (Ef 5,8ss).

En el Nuevo Testamento aparece con frecuencia esta relación: si somos una cosa, de ahí se deben seguir una serie de consecuencias, o sea, el fruto de ese ser. Como decían los antiguos, «agere sequitur esse» («el obrar sigue al ser»). Si somos cristianos, debemos irradiar la luz propia de los cristianos, que no es otra que la de Cristo. Por consiguiente, si somos amados, debemos amar; si somos dichosos, debemos hacer dichosos a los otros, y si se nos ha anunciado la Palabra, nosotros debemos comunicarla asimismo a los demás.

Esta lógica procede de nuestra unión con Cristo: somos en él una nueva criatura, nos hemos convertido en hijos de Dios, y esto supone un nuevo estilo de vida que deriva de la nueva realidad que hemos adquirido por gracia divina. Nos han sido perdonados nuestros pecados; por consiguiente, también nosotros, como Cristo, debemos perdonar; hemos sido salvados por Cristo, de ahí que, como Cristo nos ha salvado a nosotros, también nosotros debamos procurar la salvación de los demás. La dignidad cristiana, procedente de nuestra inserción en Cristo Jesús, nos mueve a convertirnos para los otros en lo que Cristo ha sido para nosotros, nos induce a extender a los otros lo que nosotros hemos recibido.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú dijiste una vez: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Haz que nosotros podamos ser también, aunque sea en una medida mínima, un reflejo del Padre celestial, un pequeño rayo de luz que emana de su persona divina, y que así también nosotros podamos irradiar un poco de bondad, de perdón, de esperanza, de alegría, de confianza y de servicio generoso a los otros.

Haz que siempre podamos recordar nuestra vocación, nuestra dignidad, el insigne privilegio de estar verdaderamente insertados en la Trinidad divina, y que esta conciencia nos ayude a vivir intensamente las realidades que la fe nos ofrece, de tal modo que los otros, tal vez menos privilegiados que nosotros, puedan recibir un influjo benéfico del tesoro de gracia que nos ha sido concedido.

Te pedimos asimismo por aquellos a quienes llegará esta irradiación nuestra, a fin de que, no tanto con la palabra, como con nuestra vida y nuestras obras, puedan percibir la belleza de la vocación cristiana, de la fe, de la esperanza y de la caridad de Cristo y puedan sentir la fascinación de la filiación divina. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Por la fe, Moisés, apenas nacido, fue mantenido escondido durante tres meses por sus padres. ¿Cómo esperaron salvar a su hijo los padres de Moisés? Por la fe. ¿Qué fe? Vieron, dice, que era gracioso, y esta visión les indujo a creer. Así, ya desde el principio, desde la cuna, se vertió una gran cantidad de gracia sobre este justo no en virtud de un sentimiento natural, sino por obra de Dios.

En efecto, mira: apenas nacido, el niño aparece bello y absolutamente nada deforme. ¿Por obra de quién? No de la naturaleza, sino de la gracia de Dios, que conmovió y estimuló a aquella mujer egipcia -la hija del faraón- para que lo tomara y lo tuviera como hijo. Esto vale para los padres; Moisés no contribuyó en nada a ello. Sin embargo, «renunció Moisés al título de nieto del faraón cuando se hizo mayor, prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios». No sólo dejó la realeza, sino que «renegó» de ella, la odió, la despreció. Le había sido ofrecido el cielo, y no valía la pena admirar el palacio real de Egipto. Estaba convencido de que ser ultrajado por Cristo era mejor que encontrarse entre comodidades, pues esto era ya de por sí una recompensa, «prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios».

Vosotros, en efecto, sufrís en vuestro propio beneficio, pero él lo hizo por el de los otros; y espontáneamente se lanzó a unos enormes peligros, siendo que podía vivir entre los honores y gozar de las ventajas de la corte. Para él, el pecado era no asociarse a los sufrimientos de su pueblo. Así pues, si consideraba pecado no sufrir espontáneamente con los otros, debió ser verdaderamente un gran bien el sufrimiento al que se expuso abandonando la realeza. Y, previendo algo grande, estimó «los ultrajes de Cristo como una riqueza superior a los tesoros de Egipto».

¿En qué consiste el ultraje de Cristo? En ser maltratados porque confiamos en Dios. Todo esto tuvo lugar porque Moisés perseveró en la fe como si viera al Invisible. Igualmente, también a nosotros, si vemos siempre a Dios con nuestra mente, si nos mantenemos ocupados con su recuerdo, todo nos parecerá fácil, todo soportable; lo podremos tolerar todo con buen ánimo, seremos superiores a todas las tentaciones (Juan Crisóstomo, Omelie sull'Epistola agli Ebrei, Roma 1965, pp. 366-371, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes» (1 Cor 1,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aunque sin saberlo, todos los hombres sirven a los planes de Dios. Las obras de Dios empiezan en la humildad, en lo escondido, y en estas circunstancias no sabemos nunca qué es lo que puede servir al Señor: tal vez sus enemigos son sus mejores colaboradores, tal vez colaboren en sus planes más de lo que lo hacen sus amigos. También hoy sigue siendo así: ¡qué misterio se desarrolla a través de la historia! Es Dios quien conduce los acontecimientos; todos ellos responden al designio divino, y los hombres sirven todos a este designio: lo quieran o no, todos entran en este plan.

¿Quién nos dará ojos para saber descubrir, en los acontecimientos más humildes, el comienzo de las obras más grandes? No son la grandeza y el poder el instrumento de las obras divinas, sino precisamente la humildad, la pobreza, la debilidad, la impotencia. Hoy como ayer, y siempre. Sólo en la medida en que los hombres se mantengan en la humildad y en lo escondió, en la pobreza y en la impotencia, servirán al Señor.

Moisés, instrumento de Dios, es un pobre niño. Pero salvará a Israel contra el poder del faraón, y lo salvará precisamente a través del mismo faraón. El mundo, el enemigo de Dios, se ensañará contra un poder opuesto al suyo, no se ensañará contra la debilidad, contra la impotencia. La hija del faraón salva la vida del pequeño Moisés. El faraón se pone duro contra Israel porque éste se muestra recalcitrante a sus órdenes; sin embargo, contra este niño pequeño que nada hubiera podido oponerle si le hubiera matado, el faraón se encuentra sin poder, y es él mismo quien lo salva [...]. No son el poder, la grandeza, la riqueza, los que deben dar miedo a los enemigos de Dios, sino la humildad de los pobres, de los que aún confían en Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1,967, pp. 25-27, passim [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).

 

Miércoles de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 3,1-6.9-12

En aquellos días,

1 Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios,

2 y allí se le apareció un ángel del Señor, como una llama que ardía en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.

3 Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la zarza».

4 Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza: -¡Moisés! ¡Moisés! Él respondió: -Aquí estoy.

5 Dios le dijo: -No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado. Y añadió:

6 -Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios. Y el Señor le dijo:

9 El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a la que los egipcios los someten.

10 Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas.

11 Moisés dijo al Señor: -¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?

12 Dios le respondió: -Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte.

 

**• Si la página de la infancia de Moisés es una de las más conocidas, ésta de hoy -que narra su llamada- es una de las más importantes del libro del Éxodo. Moisés, integrado en la familia de Jetró, el sacerdote madianita que le había dado a su hija Séfora como esposa, se adapta al nuevo tipo de vida, se hace pastor en aquella tierra y, siguiendo a su rebaño, llega un día al monte de Dios, el Horeb, en el Sinaí (v. 1). En aquella soledad es donde Dios le saldrá al encuentro para una revelación trascendental que marcará no sólo su vida, sino también -y de manera especial- la vida de su pueblo, Israel, y la de la Iglesia de Cristo. En efecto, Dios le envía a salvar a sus hermanos de la esclavitud, figura de la opresión de la humanidad, que será salvada y redimida por el enviado de Dios, Cristo Jesús.

La acción parte de un hecho sorprendente, nunca visto: una zarza que arde sin consumirse (v. 2). Atraído por este espectáculo, Moisés se acerca y, cuando se encuentra cerca de la zarza, oye la voz del Señor. Dios se muestra sensible al dolor, al clamor del sufrimiento, y más aún cuando este sufrimiento es el de los pequeños o el de los oprimidos. No ha habido ninguna oración por parte del pueblo que haya movido a Dios a intervenir; es simplemente «el clamor» de la aflicción de aquella gente oprimida lo que ha llegado a él como una súplica (v. 9). Y Dios responde. De él procede la iniciativa: es YHWH quien da el primer paso. Sin embargo, para actuar de modo concreto entre los hombres, quiere unos hombres elegidos que colaboren en su plan de redención: «Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo» (v. 10).

El hombre, ante una tarea tan grande y difícil, experimenta miedo, se siente pequeño, incapaz, y presenta a Dios sus limitaciones (v. 11). Pero Dios le tranquiliza: «Yo estaré contigo» (v. 12). La obra es de Dios, él la ha comenzado, él la llevará a término. La fe del hombre se entrelaza con esta iniciativa divina. De este modo, llevará Dios a cabo, con la cooperación humana, su gran designio de salvación de Israel.

 

Evangelio: Mateo 11,25-27

25 En aquel tiempo, dijo Jesús: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

 

*•• El fragmento evangélico de hoy nos transmite una de las pocas oraciones explícitas de Jesús recogidas en los evangelios. Esta oración es una breve berákhah, o sea, «bendición» dirigida a Dios (del mismo modo que tantos salmos del Antiguo Testamento). El motivo, si nos fijamos bien en la traducción del texto original, es éste: haber revelado las cosas del Reino de Dios a los pequeños antes que a los sabios del mundo. Jesús no bendice al Padre en primer lugar por haber escondido estas cosas a los sabios del mundo, sino antes que nada porque las ha «dado a conocer a los sencillos» (v. 25). Eso es lo que ha complacido al Padre, tal como lo ve el amor filial de Jesús.

A continuación, fuera ya de la oración, Jesús hace unas afirmaciones impresionantes sobre sí mismo: dice, en primer lugar, que todo le ha sido entregado por su Padre (v. 27a), palabras que veremos ratificadas y completadas por aquel solemne «Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). Jesús era consciente del gran poder que tenía, que era un don del Padre.

En segundo lugar, Jesús afirma que «nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (v. 27b), indicando de este modo su realidad divina y mesiánica, cosas que escapaban absolutamente a cualquier observación o deducción humana privada de la luz de la revelación.

Por último, dice Jesús de manera semejante que «al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v. 27c). Aquí tenemos una explicación clara de la imposibilidad en la que se encuentra el hombre de conocer verdaderamente a Dios como Padre. Y precisamente Jesús se presenta como el revelador del Padre: que el hombre pueda llegar al conocimiento del Padre del cielo depende enteramente de él, de Jesús.

 

MEDITATIO

Hoy hemos escuchado dos maravillosas revelaciones divinas, una del Antiguo y otra del Nuevo Testamento. En la primera, Dios se revela como el Dios vivo, cercano, que escucha el grito del oprimido, que salva, porque ama a los hombres y a su pueblo. El Dios de la revelación, de la fe, es asimismo un Dios que está al lado de su pueblo, que le sigue y no puede tolerar el sufrimiento injusto con que es oprimido. Y por eso decide salvarlo.

Para llevar a cabo esta salvación, se sirve de circunstancias históricas; se servirá de hombres, incluso débiles y pobres; se servirá de las reacciones de la mente y del corazón humano, variable y mezquino. Y llevará a puerto su designio. En la revelación del Nuevo Testamento vemos que Jesús nos revela al mismo Dios del Antiguo Testamento, pero yendo mucho más allá de cuanto hubiera podido comunicarnos la primera fase de la revelación. Para revelárnoslo Jesús emplea el más bello de los nombres: Padre. Nos muestra que Dios es ante todo Padre, Padre eterno del Hijo unigénito, engendrado antes de todos los siglos. Y, con la venida de su Hijo al mundo, también los hombres se convertirán en hijos suyos, en herederos de su misma gloria. Es «Padre», por tanto, no en un sentido alegórico, tampoco en un sentido moral (como para indicarnos su bondad o su providencia), sino de una manera real: «Padre» en sentido propio, porque nos ha comunicado su misma vida divina y nos ha hecho herederos de su misma gloria.

 

ORATIO

Señor Jesús, luz verdadera del Padre celestial, irradiación de su gloria, ¿cómo podremos agradeceros adecuadamente a ti y al Padre este don inmerecido de ser hijos del Padre y hermanos tuyos? Éste ha sido el designio eterno de la bondad divina, que, desde siempre, ha pensado en nosotros para hacernos entrar en la esfera de su misma divinidad y compartir con nosotros su vida y su gloria eterna.

Gracias al Espíritu Santo -que es Espíritu de la verdad y de la vida-, este prodigio se renueva cada día cuando, en virtud de su poder y mediante el sacramento del bautismo, llega a ser el hombre hijo de Dios. Deja el hombre viejo con sus pecados y se convierte en el hombre nuevo a semejanza de Cristo, revistiéndose de él. Ante este prodigio inaudito de la bondad divina, no podemos dejar de hacer nuestra la oración de Pablo contenida en el himno de la carta a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo...» (Ef 1,3-5).

 

CONTEMPLATIO

Moisés oró a fin de que Dios se le mostrara y él pudiera verle cara a cara. Ciertamente, el santo vate del Señor sabía que no era posible ver cara a cara a Dios, que es invisible. Ahora bien, la santa devoción a Dios supera todos los límites y considera que también esto era posible a Dios, a saber: hacer a los ojos del cuerpo capaces de captar lo que es incorpóreo. Este error no es criticable; más bien, fue incluso un deseo agradable e inexhausto el desear apretar, casi con la mano, a su Señor y verle con la vista de los ojos. Sabía que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuando fue elegido por el Señor como liberador del pueblo y fue colmado de espíritu de sabiduría, pudo contemplar al ángel y su rostro glorioso. Esto es tan verdad que experimentó terror frente a la luz resplandeciente y vio arder la zarza pero no convertirse en ceniza. Experimentó maravillas frente a aquella visión y aquel resplandor. Se acercó, impulsado por el deseo y por la belleza, para mirar dentro con mayor atención.

Entonces, después de haber visto al ángel entre las lenguas de fuego que salían de la zarza, experimentó en él un calor tan grande, se vio subyugado por una curiosidad tan viva que, con todo, quería mirar dentro, aunque, atenazado por el miedo, no se atrevía a mirar al interior. Imagina entonces cuánto más ardiente debía ser su deseo de ver físicamente el rostro del Señor, mientras iba diciéndose cómo aquel rostro estaba lleno de luz, lleno de gloria, lleno de poder, lleno de Dios. Sobre Dios no puedo decir o pensar más. Cuando el hombre ha llegado a la cima, entonces está en los comienzos (Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118, VIII, 17ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La venida de Dios es repentina, imprevista. Moisés no fue conscientemente a la búsqueda de YHWH: fue YHWH el que se presentó de una manera imprevisible a él. Este dato de la revelación ha sido subrayado de una manera repetida tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Israel había comprendido que el contacto con el Dios vivo no es algo que el hombre pueda obtener mediante técnicas de contemplación. La revelación es siempre efecto de la intervención soberanamente libre de Dios. Es siempre Dios quien comienza el diálogo con el hombre.

En el caso de Moisés, el encuentro tiene lugar en el momento en que Dios le llama por su nombre (Ex 3,4). Cuando Dios llama, lo que se le pide al hombre, en primer lugar, es prontitud y disponibilidad para acoger la Palabra de Dios. La respuesta de Moisés en esta circunstancia es concisa, una sola palabra hebrea, hinnem, que implica la misma respuesta franca e inmediata: «¡Aquí estoy! ¡Á tu servicio!».

Existe, no obstante, una inequívoca ambivalencia en la reacción de Moisés ante la presencia de Dios. Si la experiencia de lo sagrado atrae al hombre con su fascinación misteriosa, le colma al mismo tiempo de temor y temblor, puesto que la experiencia de lo sagrado es para él, simultáneamente, experiencia de su propia naturaleza profana y de su indignidad. Entonces toma el hombre conciencia de que ni el hecho de quitarse las sandalias ni las purificaciones rituales pueden prepararle de una manera adecuada para entrar en la presencia del Dios vivo.

Así le sucede a Moisés: su primera reacción frente a la zarza ardiente fue de audaz y profana curiosidad, mas ahora se cubre el rostro y tiene miedo de mirar para no vislumbrar al Dios absolutamente santo. Moisés no intenta huir ni esconderse, pero se cubre el rostro para no ver a Dios. Israel, en efecto, estaba convencido de que Dios era demasiado santo para ser visto por el hombre, como Dios mismo dirá de inmediato a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo» (Ex 33,20) (J. Plastaras, // Dios dell'Esodo, Cásale Monf. 1976, pp. 53ss).

 

 

Jueves de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 3,13-20

En aquellos días [al oír la voz del Señor desde la zarza],

13 Moisés replicó a Dios: -Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros. Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?

14 Dios contestó a Moisés: -Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: «Yo soy» me envía a vosotros.

15 Y añadió: -Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación.

16 Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: «Me he conmovido al ver cómo os tratan los egipcios

17 y he determinado sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jeveos y jebuseos, tierra que mana leche y miel».

18 Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le diréis: «El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; permítenos hacer una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios».

19 Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará marchar, a no ser obligado por una gran fuerza.

20 Pero yo desplegaré mi fuerza y castigaré a Egipto, realizando prodigios en medio de ellos. Después, os dejará salir.

 

*• Moisés, en su diálogo con Dios, le pregunta su nombre, y Dios responde: «Yo soy el que soy» (v. 14). Es el nombre nuevo que será venerado por el pueblo, un nombre repleto de significado. Durante mucho tiempo hemos oído esta definición del nombre de Dios (YHWH) como si fuera una definición metafísica del ser eterno de Dios, «Aquel que existe» desde siempre por el hecho de ser Dios. Sin embargo, los estudios bíblicos nos han hecho ver que el sentido del nombre nuevo es éste: «Yo soy el Dios que está contigo para salvarte», revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios comprometido con la salvación de su pueblo.

Con todo, este Dios con nombre nuevo es el mismo Dios de los patriarcas, que se había aparecido a Abrahán, a Isaac y a Jacob; por consiguiente, el Dios de la promesa, que ahora, frente a la esclavitud de su pueblo, quiere actuar como salvador; por eso emplea otro nombre. En las palabras de Dios se alude, en efecto, a la tierra prometida como una tierra «que mana leche y miel» (v. 17), que será la meta del largo viaje que emprenderá Israel caminando hacia la libertad.

Dios preanuncia a Moisés lo que sucederá: el pueblo le escuchará, pero el faraón presentará resistencia al plan de Dios. Sin embargo, toda esta oposición no servirá más que para hacer resaltar el poder de Dios. Él actuará en favor de su pueblo con prodigios -las diez plagas de Egipto- que acabarán por doblegar el corazón del rey de Egipto. Se da, pues, una continuidad por parte de Dios, de su proyecto, de su fidelidad al pueblo, que, seguramente, se había olvidado de la promesa de la tierra. Pero aparece también la nueva y sorprendente revelación de un rostro de Dios que está cerca de los suyos y quiere la salvación de su pueblo.

 

Evangelio: Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

**• La brevísima perícopa evangélica de hoy es una alhaja que se encuentra sólo en Mateo. Se trata de uno de los fragmentos más consoladores, más alentadores y más esperanzadores del mensaje de Jesús y del ejemplo de su vida. Se trata de una invitación que está dirigida a todos los que se encuentran «fatigados y agobiados», una condición humana, material o espiritual, en la que se puede hallar cualquier hombre, hasta aquel que se considera más libre y más perfecto. La fatiga acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, y la opresión, en sus mil formas diferentes -moral, psicológica, social, familiar-, no permite que el hombre goce plenamente de la perenne libertad a la que ha sido llamado. Por eso, la invitación de Jesús va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: se trata de una invitación maravillosa, la más necesaria de todas. Jesús nos facilita el motivo de su invitación: él mismo nos aliviará, nos consolará, nos reanimará.

Viene, a continuación, una orden: la de imitarle en aquello que constituye el fondo de su corazón, la expresión de su persona: su sencillez y su humildad. Jesús nos dice que le imitemos en su caridad o en su entrega, cosa que nos haría ver la absoluta desproporción que media entre su generosidad y nuestra mezquindad. Habla de una actitud interior más fácil, más factible cuando nos sentimos ayudados por la gracia del Espíritu; nos pide que le sigamos en su sencillez y en su humildad, sin pretender grandes cosas o metas excelsas, sin considerarnos demasiado perfectos o santos.

Se trata, por consiguiente, de la otra cara de una segunda invitación: la de que carguemos con su yugo (cf. v. 29). El yugo une a dos bueyes para el trabajo. En esta comparación, el yugo de Jesús nos une a él con cada uno de nosotros. Esta asociación en la misma suerte de Jesús hace al alma feliz, porque «mi yugo es suave y mi carga ligera» (v. 30) y el alma es capaz de caminar y trabajar con Jesús, que le abre el camino de la paz y del alivio.

 

MEDITATIO

En la revelación divina nos encontramos de continuo con la insondable riqueza del conocimiento de Dios y de Cristo y se nos permite ver el amor infinito de la Trinidad hacia nosotros. Gracias a esta revelación, creemos en un Dios creador, redentor, misericordioso, que se ha manifestado en palabras y en obras, siempre al lado de su pueblo. Tanto en el pasado como en el presente y el futuro, Dios nos propone metas que nos permiten caminar con confianza y esperanza y nos hacen vencer cualquier fatalismo o desánimo.

El Dios vivo no sólo está con nosotros para ayudarnos, sino que ha querido fijar su morada entre nosotros. En su Hijo Jesús; éste nos invita a que vayamos a él para recuperar las fuerzas consumidas, nuestra mente deprimida, nuestro corazón abatido: él nos reanima, nos renueva y nos invita a cargar con su yugo, a compartir su misma suerte, a caminar con él y como él, a sufrir con él y como él. Y nos asegura que su yugo es suave y su carga ligera: no aplastan, no destruyen e incluso tienen la capacidad de aliviar, de llenar de fuerza y de impulso, de volver a dar la paz.

Este breve pasaje del evangelio nos muestra que la fe no es sólo un acto intelectual, la adhesión a afirmaciones o conceptos teológicos, por muy verdaderos y sublimes que sean, sino algo que llega a la vida, que entra a formar parte del mismo ser del creyente, que transforma su existencia y le hace semejante al Hijo de Dios: la fe nos conduce a un camino de fidelidad y de amor y, después, a una recompensa de gloria infinita. La fe es creer en un Cristo vivo, amigo, compañero de camino, que comparte con nosotros fatigas, aspiraciones y consuelos.

 

ORATIO

«Oh Señor, sencillo y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo». Así nos enseñaban a decir de pequeños en la catequesis esta bella oración, emanada del texto evangélico, siempre válida y siempre necesaria para todos. Pero ¡cómo nos cansa, Jesús, escucharte, seguirte por el camino de la sencillez y la humildad, único camino que lleva a la paz y al alivio del alma! Abre nuestros ojos, Señor, para que podamos ver los tesoros de esta vía escondida, una vía silenciosa y sencilla, que no busca ni la gloria ni el aplauso, que no lucha para obtener una situación de honor o privilegio, que no se desespera si no alcanza el primer puesto. Concédenos saborear la dulzura de la sencillez, la fuerza de la paciencia, el poder de la humildad, que no busca dominar o vencer, sino ofrecer a los otros la victoria sobre sí mismos. Tú lo hiciste así y nos dices a nosotros que hagamos otro tanto. Tú nos concederás la gracia de imitarte. Sólo por este camino, Jesús -eres tú mismo quien nos lo dice-, se encuentra la paz del alma, la verdadera sabiduría del corazón y de la vida. Sí, concédenos, Señor Jesús, un corazón sencillo y dulce como el tuyo.

 

CONTEMPLATIO

Al preguntar Moisés cómo se llamaba Dios, se le dio esta respuesta: «Yo soy el que soy. Y dirás a los hijos de Israel: Aquel que es me envía a vosotros». ¿Qué significa esto? Oh Dios, oh Señor nuestro, ¿cómo te llamas? «Me llamo es», dijo. ¿Qué significa «me llamo es»? Que permanece para siempre, que no puede cambiar. Lo que cambia fue algo y será algo, pero no es, porque es mutable.

Por eso la inmutabilidad de Dios se ha dignado llamarse con este nombre. ¿Por qué, entonces, más tarde, se llamó a sí mismo con otro nombre diciendo: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob: éste es mi nombre para siempre»? Porque, si bien Dios es inmutable, hizo todas las cosas por misericordia, y el mismo Hijo de Dios se dignó, tomando un cuerpo mutable y permaneciendo lo que es - a saber: el Verbo de Dios-, venir al mundo y ayudar al hombre. Teniendo ya un nombre que expresa la eternidad, se ha dignado además tener un nombre que expresara la misericordia. El primero para él, el segundo para nosotros.

Si Moisés comprendió bien; más aún, precisamente porque comprendió bien cuando se le dijo « Yo soy el que soy», vio que esto estaba muy por encima de la capacidad comprensiva de los hombres. En efecto, quien ha comprendido bien «lo que es» y «es verdaderamente», porque ha sido inspirado en cierto modo por la luz de la veracísima esencia o incluso sólo de una manera fugaz como un relámpago, se ve a sí mismo mucho más que bajo, muy lejos, enormemente diferente. Cuando casi estaba desesperado Moisés por la enorme distancia de aquella preeminencia del ser, Dios le reanimó cuando ya estaba al borde de la desesperación: «Yo soy el Dios de  Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Soy lo que soy, soy el ser, pero no quiero sustraerme a los hombres.

Por consiguiente, si de algún modo podemos buscar a Dios y encontrar a aquel que es, y por añadidura no está lejos de cada uno de nosotros, alabemos su inefable esencia y amemos su misericordia (Agustín de Hipona, Discorsi sulVAntico Testamento, Roma 1979, pp. 101; 115-117; existe edición española en la BAC).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo el que invoque el nombre del Señor será salvado» (Hch2,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios existe. Basta con escuchar a las piedras, basta con escuchar, a lo largo de los milenios, a los innumerables glorificadores del Nombre impronunciable: los santos, los sabios, los profetas, los humildes creadores de amor y de belleza, esos que tejen incesantemente, en la trama carnal, un hilo de eternidad para impedir que la tela se desgarre. Esos a quienes Dios consuma con su ausencia. Esos que van al desierto y cuyo holocausto puro libera al mundo de la asfixia. Esos que se sientan en la mesa de los pecadores para encarnar al Infinito en el amor. Tenía que leer yo enseguida en Berdjaev: «El argumento principal en favor de Dios reside en el mismo hombre y en su vocación. El mundo ha conocido profetas, mártires, héroes, contemplativos, buscadores y siervos desinteresados de la verdad, creadores de auténtica belleza, bellos ellos mismos, hombres de una gran profundidad, poderosos en el espíritu. Y, sobre todo, los que han dado testimonio de que la única situación jerárquica elevada en este mundo es ser crucificados por la verdad. Todo esto no prueba, pero sí muestra..., todo esto permite descubrir a Dios».

Dios existe. Él es «el centro en el que convergen las líneas. En él encuentra su incandescencia el ser del mundo. El es el espacio sin límites de nuestra libertad. Sin él, no seríamos más que partículas irrisorias del universo y de la historia. El es el arco, la flecha y el blanco, el comienzo, el medio y el fin, el centro y la circunferencia o, más bien, el no situado, el que está siempre más allá y, sin embargo, es nuestro lugar. Porque es el totalmente otro y el que es más que nosotros mismos (O. Clément, L'altro solé, Milán 1984, pp. 91 ss [edición española: E/ otro sol, Narcea, Madrid 1983]).

 

 

Viernes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 11,10-12,14

En aquellos días,

11 Moisés y Aarón habían hecho todos estos portentos en presencia del faraón. Pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejar salir de su país a los israelitas.

12.1 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto:

2 -Este mes será para vosotros el más importante de todos, será el primer mes del año.

3 Decid a toda la asamblea de Israel: Que el día décimo de este mes se procure cada uno un cordero por familia, uno por casa.

4 Si la familia es demasiado pequeña para comerlo entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la porción de cordero que cada cual pueda comer.

5 Será un animal sin defecto, macho, de un año; podrá ser cordero o cabrito.

6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y toda la comunidad de Israel lo inmolará al atardecer.

7 Luego untarán con la sangre las jambas y el dintel de la puerta de las casas en que vayan a comerlo.

8 Lo comerán esa noche asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas.

9 No comerán nada crudo, ni cocido; todo ha de ser asado al fuego, cabeza, patas y vísceras.

10 No dejaréis nada para el día siguiente; si queda algo, lo quemaréis.

11 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la pascua del Señor.

12 Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

13 La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver yo la sangre, pasaré de largo y, cuando yo castigue a Egipto, la plaga exterminadora no os alcanzará.

14 Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones.

 

**• El fragmento de hoy supone el consentimiento otorgado por el faraón a los israelitas para que salieran del país, tras las muchas calamidades que habían sido infligidas a Egipto, precisamente por la negativa del rey (el leccionario ha prescindido, en efecto, de la descripción de las diez plagas). Lo que Moisés prescribió para «esa noche» no es sino el ritual tradicional de la cena pascual judía, un rito antiquísimo que conmemora (es algo «memorable», un «memorial»: 12,14) el acontecimiento de la liberación de los israelitas en la noche de la Pascua. Este rito viene siendo seguido fielmente por la mayor parte de los judíos en todo el mundo y es el rito que subyace en la celebración de la última cena de Jesús con los apóstoles antes de morir (y, por consiguiente, también en nuestra misa).

El punto central del fragmento -y el más extenso- es el que hace referencia al cordero pascual: en él se describen las cualidades, las condiciones, el rito del sacrificio, de la comida ritual, y la eficacia de su sangre puesta en las jambas y en el dintel de las puertas. Gracias a su sangre se llevará a cabo la salvación de los israelitas: el ángel exterminador pasará de largo y no usará con ellos el flagelo de muerte (12,12s). La sangre del cordero marcó la liberación: magnífica figura de la salvación universal que, algunos siglos más tarde, será realidad en Cristo Jesús, «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Todos los demás detalles descritos en la perícopa evocan una realidad vivida por el pueblo de Israel aquella noche y que ahora reviven en la comunidad que lo celebra. La importancia del memorial estriba no sólo en el recuerdo que evoca el acontecimiento, sino en el hecho de sentirse implicados en el mismo acontecimiento, con su fuerza salvífica y transformadora.

 

Evangelio: Mateo 12,1-8

1 En una ocasión iba Jesús caminando por los sembrados. Era sábado. Sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: -¿Te das cuenta de que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y sus compañeros:

4 cómo entró en el templo de Dios y comió los panes de la ofrenda que ni a él ni a los suyos les estaba permitido comer, sino sólo a los sacerdotes?

5 ¿Tampoco habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes del templo pueden incumplir el precepto del sábado sin incurrir en culpa?

6 Pues yo os digo que hay aquí alguien más importante que el templo.

7 Si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, no condenaríais a los inocentes.

8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.

 

*+• El episodio de las espigas arrancadas por los discípulos es uno de los más conocidos del evangelio y uno de los más significativos desde el punto de vista del espíritu cristiano. Se trata de una página estupenda, en la que vemos a un Cristo maestro dispuesto a defender a sus discípulos, a enseñar el verdadero sentido de las cosas y de la misma Escritura, lo que le permite a Jesús proclamarse «señor del sábado» (v. 8) y mayor que el templo de Jerusalén.

Jesús, buen conocedor de las Escrituras, recurre a ellas para apoyarse en su argumentación y cita el caso del rey David, que, en un momento de necesidad, junto con sus compañeros, comió los panes reservados a los sacerdotes (1 Sm 21,1-10). Brinda aún otro argumento: los mismos sacerdotes, al cumplir sus ritos en día de sábado, infringen el reposo prescrito, precisamente en razón de las diferentes acciones litúrgicas. En consecuencia, la misma ley, cuando se trata de un motivo suficiente, tanto para la gloria de Dios como para el bien del hombre, puede ser infringida. La ley no es un objeto monolítico, estable, absoluto (como pretendían los fariseos); es también un medio puesto por Dios para el bien de los hombres. Por consiguiente, también la ley tiene una importancia relativa.

A continuación, Jesús se proclama superior al templo y al sábado, las dos realidades más sagradas para los judíos; estas palabras suenan como una blasfemia a los oídos de los que le escuchan, que quedan escandalizados. Sin embargo, Cristo no retrocede, no atenúa sus afirmaciones: él posee una autoridad, una plenitud, una verdad y una novedad que se explican únicamente con su realidad mesiánica y divina, oculta a los ojos –voluntariamente cerrados- de sus adversarios. Recurriendo a una frase de Oseas (6,6), Jesús recrimina a los fariseos su dureza de corazón al condenar a los discípulos por la acción de las espigas. Su dureza de corazón va acompañada de su ceguera. Lo que cuenta de verdad en la Ley de Dios es la misericordia, no los sacrificios rituales.

 

MEDITATIO

Jesús es el amigo del hombre, su verdadero salvador y liberador. Jesús le ha dado su auténtico sentido a la vida humana y ha mostrado su importancia y su dignidad, superiores a cualquier cosa, ley o prescripción, incluso religiosa. El evangelista Marcos, en el pasaje paralelo de las espigas, añade esta frase lapidaria de Jesús: «El sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado» (Me 2,27). Es una frase liberadora que pone en su justo lugar a las personas y a las cosas, ordenando las segundas al bien de las primeras.

La religión, por su parte, se puede convertir también, a veces, en una carga, en una opresión, en una esclavitud. La ley misma, fundamento de la religiosidad del Antiguo Testamento, si es considerada exclusivamente en su aspecto literal, sin el Espíritu, se vuelve –según san Pablo- una carga y una maldición de la que debe liberarse el cristiano, porque Cristo «nos ha rescatado de la maldición de la ley» (Gal 3,13). El Señor Jesús ha roto todas las cadenas que ataban y humillaban al hombre: «Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud» (Gal 5,1). Con esta liberación, Cristo nos ha dado la libertad interior, exenta de constricciones y legalismos, y con ella el verdadero creyente, bajo la acción del Espíritu Santo, construye su personalidad cristiana.

Sólo el corazón bueno es capaz de comprender el verdadero sentido de la ley, que mira a la gloria de Dios y al bien del hombre; y es capaz de comprender asimismo que sólo en la misericordia y en la bondad con el prójimo se encuentra el hilo conductor de la auténtica voluntad divina.

 

ORATIO

Oh Señor, amigo del hombre, Salvador y Redentor nuestro. Gracias por tu doctrina, por tu nueva ley, por tu ejemplo, por tu defensa del hombre y de sus derechos.

Gracias por el Espíritu Santo que nos has concedido, Espíritu de verdad y de libertad, de amor y de fidelidad, que nos hace gritar, como tú y contigo: «Abbá, Padre». Gracias por tu liberación, por tu redención. Tú nos has quitado las cadenas que nos oprimían, la ceguera que nos hacía vivir en las tinieblas, el peso que nos aplastaba. Gracias, Señor Jesús, porque has agilizado nuestro espíritu, lo has liberado y colmado de confianza en ti.

        Has tenido compasión, como el buen samaritano, y te has inclinado sobre nosotros para volver a darnos la vida y la esperanza: nosotros somos pobres y tú nos has enriquecido; somos débiles y tú nos has reanimado; vivimos envueltos en tinieblas y tú nos has iluminado; somos soberbios y tú nos enseñas el camino de la humildad; somos duros y malvados y tú nos enseñas la bondad; somos incrédulos y tú vuelves a darnos la fe; estamos desesperados y tú, Jesús, vuelves a abrirnos el camino...

 

CONTEMPLATIO

Como es conocido de vuestra caridad, Pascua significa «paso» [...]. En las Sagradas Escrituras encontramos un triple paso o triple pascua. Ésta fue celebrada, en efecto, en la salida de Israel de Egipto y tuvo lugar el paso de los judíos, a través del mar Rojo, de la esclavitud a la libertad, de las ollas de carne al maná de los ángeles.

Se celebró también otra Pascua cuando no sólo los judíos, sino también el género humano pasó de la muerte a la vida, del yugo del diablo al yugo de Cristo, de la servidumbre de las tinieblas a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, de los alimentos inmundos de los vicios a aquel pan verdadero -el pan de los ángeles que dice de sí mismo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». Con alegría cumpliremos la tercera pascua cuando pasemos de la mortalidad a la inmortalidad, de la corrupción a la incorrupción, de la miseria a la felicidad, de la fatiga al reposo, del temor a la seguridad. La primera pascua es la de los judíos; la segunda, la cristiana; la tercera, la de los santos y los perfectos. En la pascua de los judíos fue inmolado el cordero; nuestra Pascua es Cristo inmolado, y en la pascua de los santos y de los perfectos tenemos a Cristo glorificado [...].

En la pascua de los judíos fue inmolado un cordero, pero en el mismo cordero, de un modo prefigurado y como en sombra, fue inmolado Cristo. En nuestra pascua fue inmolado Cristo no de un modo prefigurado, sino real. En la pascua de los santos y de los perfectos ya no se inmola ahora a Cristo, sino que más bien se manifiesta. En la primera pascua está prefigurada la pasión de Cristo, en la segunda está entregada, en la tercera se encuentra manifestado el fruto de la misma pasión, mediante la resurrección (Elredo de Rievaulx, Sermones inediti, edición a cargo de C. H. Talbot, Roma 1952, pp. 94ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo» (Gal 5,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El paso de Jesús de este mundo al Padre abarca, en una unidad estrechísima, pasión y resurrección: a través de su pasión es como llegó Jesús a la gloria de la resurrección. Pasión y paso van unidos entre sí; la Pascua cristiana es un transitus per passionem: un paso a través de la pasión. Pero hay una síntesis más importante: la que se da entre la Pascua de Dios y la pascua del hombre. ¿Cómo se lleva a cabo esa síntesis en la nueva definición de la Pascua? En Jesús, los dos protagonistas de la Pascua -Dios y el hombre- dejan de aparecer como alternativos o yuxtapuestos y se convierten en uno solo, porque, en Cristo, la humanidad y la divinidad son una misma persona. El autor y el destinatario de la salvación se han encontrado; la gracia y la libertad se han besado. Ha nacido la «nueva y eterna alianza»; eterna, porque ahora nadie podrá separar ya a los dos contrayentes, convertidos, en Cristo, en una sola persona.

Con todo, queda una duda por disipar: entonces ¿es sólo Jesús quien lleva a cabo la Pascua? ¿Es sólo él quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros? El de Jesús no es un paso solitario, sino un paso colectivo, de toda la humanidad, al Padre. En Pascua nació la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, como espiga crecida en la tumba de Cristo. En consecuencia, todos hemos pasado ya, con Cristo, al Padre y «nuestra vida está escondida ya con Cristo en Dios» (cf. Col 3,3); sin embargo, todos debemos pasar aún. Hemos pasado ¡n spe e ¡n sacramento, en esperanza y por el bautismo, pero debemos pasar en la realidad de la vida cotidiana, imitando su vida y, sobre todo, su amor (R. Cantalamessa, ll mistero pasquale, Milán 1985, pp. 19-21).

 

 

Sábado de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 12,37-42

En aquellos días,

37 los israelitas partieron de Rameses hacia Sucot; eran unos seiscientos mil los que iban a pie, sin contar a los niños.

38 Partió también con ellos una gran muchedumbre de gentes con ovejas y vacas en gran cantidad.

39 Cocieron panes ácimos con la masa sacada de Egipto, pues no había fermentado, porque les metieron tanta prisa para salir que no habían podido preparar provisiones para el viaje.

40 La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años.

41 El mismo día que se cumplían los cuatrocientos treinta años, todos los ejércitos del Señor salieron de Egipto.

42 Aquella noche, el Señor veló para sacarlos de Egipto. Y esa misma noche será noche de vela en honor del Señor para los israelitas durante todas sus generaciones.

 

**• La primera lectura de hoy nos describe, de manera breve, la salida de Israel de Egipto con su primer itinerario (de la ciudad de Rameses hacia Sucot) y con la indicación del número de los israelitas: «seiscientos mil los que iban a pie», o sea, sin contar a los niños. Primero parece, evidentemente, exagerado; a buen según, fueron muchos menos, apenas algunos miles, los que escaparon de la esclavitud del faraón, pero al estilo oriental le gusta recurrir a la hipérbole y a la abundancia para recalcar la importancia del hecho y de las personas.

Se alude después al pan ácimo, dando la explicación de que no fermentara: a causa de la prisa de la salida, fue imposible introducir la levadura en la pasta. Se hace, a continuación, la cuenta de los años transcurridos en Egipto: «cuatrocientos treinta». Parece que podemos dar crédito a este número, en nada simbólico, y esto nos permite adivinar la cronología de esta estancia y de la salida de los judíos de Egipto. Se calcula así que los israelitas habrían salido de Egipto bajo el reinado del faraón Mernefta, en la segunda mitad del siglo XIII a. de C, y, en consecuencia, habrían llegado a Canaán en torno al año 1200 a. de C, esto es, como dicen los estudiosos, en la transición de la edad del Bronce a la del Hierro.

De todos modos, lo que quiere indicarnos el autor, en primer lugar, es que el acontecimiento del éxodo fue, sobre todo, una acción de Dios: «Aquella noche, el Señor veló para sacarlos de Egipto» (v. 42). Se recalca la obra de Dios, como en todas las descripciones anteriores, y por eso se afirma a renglón seguido: «Esa misma noche será noche de vela en honor del Señor para los israelitas durante todas sus generaciones», como acto de agradecimiento y de alabanza por todo cuanto YHWH había hecho en favor de su pueblo.

 

Evangelio: Mateo 12,14-21

En aquel tiempo,

14 los fariseos, al salir, se pusieron a planear el modo de acabar con él.

15 Jesús lo supo y se alejó de allí. Lo siguieron muchos y los curó a todos,

16 advirtiéndoles que no dijeran que había sido él.

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías:

18 Éste es mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien me complazco; derramaré mi espíritu sobre él y anunciará el derecho a las naciones.

19 No disputará, ni gritará; no se oirá en las plazas su voz.

20 No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga triunfar la justicia.

21 En él pondrán las naciones su esperanza.

 

**• El evangelio nos muestra hoy la constante y siempre creciente animosidad de los enemigos de Jesús -concretamente los fariseos-. A pesar de sus continuos milagros y de su elevadísima doctrina, no solamente no escuchan su Palabra y cierran los ojos ante los prodigios realizados, sino que hasta determinan su misma muerte. Se reúnen en consejo para quitarle de en medio (v. 14).

Jesús, percatado del peligro, se va a otra parte. También él toma sus medidas de precaución, recomendando a sus seguidores que no divulguen su actividad. Todavía no ha llegado su hora. En esto se muestra siempre obediente a la voluntad del Padre, que ha fijado por él los tiempos de su actividad y de su muerte.

Mateo cita un hermoso parágrafo de uno de los «cantos del Siervo de YHWH» (IS 42) sobre la humildad y la paciencia del Siervo, encarnado por Jesús de una manera magnífica. De este Siervo se dice que fue elegido previamente por Dios, que es su predilecto, aquel en quien encuentra sus complacencias. Dios ha puesto su Espíritu sobre él. Esta descripción alude a la excelencia de su persona y a la riqueza de su vida, colmada de virtudes y de carismas. A continuación, muestra su actitud habitual frente a las duras realidades humanas: no tiene una reacción violenta, no discute ni levanta la voz. Más aún, salva todo lo que todavía pueda tener una remota esperanza de salvación o de recuperación (Mt 12,20).

También se anuncia en este oráculo la humildad, que será uno de los rasgos distintivos de Jesús, su nota más característica; más aún, será el aspecto en el que el mismo Jesús pedirá que le imitemos (Mt 11,29).

 

MEDITATIO

¡Qué repletas de doctrina y de profundidad están las páginas de la Escritura! Su plenitud y su riqueza constituyen, sobre todo, una síntesis de todo cuanto se ha escrito en los libros sagrados, síntesis de profecía y de cumplimiento, de pasado y de futuro, de historia y de vida, de fe y de Espíritu Santo. Esta síntesis, perfectamente realizada, es Cristo Jesús, Aquel que encarna y resume, en su vida y en su mensaje, todo el ideal de la Palabra de Dios y todas las realidades de la historia de los hombres, con sus esperanzas más profundas.

Cristo es el anunciado en las profecías, en las promesas y en las figuras del Antiguo Testamento, y da cumplimiento a todo este mensaje con su venida y su misión: «Todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor 1,20). E insiste en apóstol en la carta a los Romanos: «La ley tiene su cumplimiento en Cristo» (Rom 10,4).

Jesús es, además, «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1), esperanza de la vida eterna que hará al hombre perfecto, completo en su realidad humana y divina, como hijo de Adán e hijo de Dios, en la plenitud de la gloria. Jesús es también el ejemplo, el modelo, «el camino, la verdad y la vida» del hombre mientras camina sobre la tierra. Quien cree en él «debe comportarse como él se comportó» (1 Jn 2,6), mostrando al mundo, con su vida, que él vive y reproduce «la imagen del Hijo de Dios, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29).

Cristo es la síntesis, el punto culminante, la obra maestra de Dios, aparecido en la historia para entregarnos una Palabra de vida y abrirnos horizontes nuevos, ilimitados, hacia los que podamos caminar, revistiendo de una nueva existencia, nuevos recursos y nuevas fuerzas al ser humano, convertido, gracias a él, en hijo de Dios.

 

ORATIO

Hoy de nuevo, Señor Jesús, te presentas a nosotros con este hábito de humildad y sencillez, para enseñarnos que nunca debemos cansarnos de superar cualquier obstáculo para imitarte. No nos has dicho que te imitáramos en tu poder, en tu autoridad, en tus milagros; tampoco nos has dicho que te imitáramos en tu oración, en tu entrega total, en tu celo por la salvación del mundo...

Nos has pedido que te imitáramos en lo que es más fácil, más interior, más compatible con nuestras escasas fuerzas y con nuestra experiencia: la sencillez y la humildad de corazón.

Gracias, Señor, por esta propuesta tuya, que nosotros, con nuestras inexcusables pretensiones, nos obstinamos en querer ver como difícil, como casi imposible. Haznos sencillos y humildes de corazón, Jesús. Haz que lleguemos al agua de tu corazón con la sencillez de vida, con el sentir humilde de nuestro corazón.

 

CONTEMPLATIO

Egipto ha sido golpeado con las plagas; el faraón se ha visto obligado a dejar libre al pueblo de Dios. Los egipcios se apresuran ahora para expulsar a aquellos a quienes antes querían retener. Salieron, pues, de Rameses, que a mi modo de ver debe traducirse por trueno de alegría. Fue junto a esta ciudad, situada en los confines de Egipto, donde se reunió el pueblo que tenía en el ánimo salir hacia el desierto. Se alejaba de los vicios a los que se había dado y de la carcoma de los pecados que lo corroían: así transformaba en dulzura cualquier motivo de amargura y podía oír la voz de Dios que estaba a punto de estallar como un trueno desde la cima del monte Sinaí.

Así pues, si hemos sido sacudidos por los toques de trompa del Evangelio, si hemos sido despertados por el trueno de la alegría, salgamos también nosotros el primer mes, cuando «el invierno ya ha pasado y se ha alejado», apenas comenzada la primavera, cuando la tierra germina, cuando empieza una vida nueva para todo. Cuando salimos de Egipto, se derrumban los ídolos de nuestros errores. Pues bien, armémonos de valor, revistámonos de la fuerza de la perfección; así, en medio de las tinieblas del error y de la confusión de la noche, podrá aparecérsenos la luz de la ciencia de Cristo. No les fue posible llegar a las aguas del mar Rojo y ver morir en ellas al faraón con su ejército sino después de haber tenido en los labios palabras nobles, es decir, después de haber confesado los prodigios del Señor, lo que sucedió cuando tuvieron fe en Dios y en su siervo Moisés. Y vencieron. Y en el canto de María resonaron los cantos de los triunfadores. Aprendamos así a guardarnos continuamente de las insidias y a invocar la misericordia de Dios: entonces no sólo escapar podremos de la persecución del faraón, sino volverlo inocuo para nosotros con nuestro bautismo espiritual. Pero estemos alerta: a veces podemos encontrarnos con el mar delante incluso después de haber conocido y practicado el Evangelio, incluso en plena victoria; en suma, los peligros pasados podemos volver a encontrarlos todavía delante de nosotros (Jerónimo, Le lettere, Roma 1962, II, pp. 325-329, passim [edición española: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1962, 2 vols.]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alabad al Señor porque es bueno: en nuestra humillación se acordó de nosotros» (Sal 135,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hay un momento en la vida de Israel que ha pasado a su conciencia histórica como el momento del que mana su identidad como pueblo entre los pueblos y la identidad específica que le ha convertido en «el pueblo de YHWH». Ese momento fue su salida de Egipto. Todo el acontecer del éxodo está narrado en el texto del libro del Éxodo como un gran juicio histórico de YHWH.

Las fuerzas que intervienen están bien claras. Por una parte, el faraón y todo el poder egipcio; por otra, YHWH y la multitud sin nombre de los esclavos oprimidos. YHWH tomará la defensa de estos últimos contra el enorme poder del rey de Egipto, reconocerá su justa causa y los dejará «sueltos»; los liberará de la injusticia del poderoso y la fuerza de la justicia se abatirá contra la arrogancia del opresor.

Todo el acontecer del éxodo es considerado aquí como un camino, un camino que sube y conduce hacia metas nuevas y diferentes, un camino que hace crecer y convierte en personas adultas. Y es que en el camino encontrarán dificultades siempre mayores (el desierto del Sinaí, con sus carencias: agua y alimento, y sus presencias: los pueblos hostiles) y tendrán que superarlas. El éxodo como camino de crecimiento a través de las dificultades es uno de los esquemas más repetidos y más sugestivos de la espiritualidad bíblica (A. Fanuli, La spiritualitá aell'Antico Testamento, Roma 1988, pp. 57 y 67ss, passim).

 

 

Lunes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 14,5-18

En aquellos días,

5 cuando le dijeron al rey de Egipto que el pueblo había huido, tanto el faraón como sus cortesanos cambiaron de opinión y se decían: -¿Qué es lo que hemos hecho? Hemos dejado salir a Israel y nos hemos privado de sus servicios.

6 Entonces, el faraón hizo preparar su carro y reunió su ejército;

7 puso en marcha a todos los carros de guerra egipcios y a los seiscientos carros escogidos, todos con sus respectivos combatientes.

8 El Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinara y persiguiera a los israelitas, que habían partido con la cabeza bien alta.

9 Los egipcios, los caballos y los carros del faraón, sus caballeros y su ejército, los persiguieron y les dieron alcance en el lugar donde estaban acampados, a orillas del mar, junto a Piajirot, frente a Baalsefón.

10 Cuando el faraón estaba cerca, los israelitas alzaron la vista y, al ver que los egipcios los perseguían, clamaron llenos de terror al Señor

11 y dijeron a Moisés: -¿No había cementerios en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Nos has sacado de Egipto para hacernos esto?

12 ¿No te decíamos que nos dejaras tranquilos sirviendo a los egipcios; que era mejor servirles a ellos que morir en el desierto?

13 Moisés respondió al pueblo:

-No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor; a estos egipcios que veis ahora, no los volveréis a ver nunca jamás. 14 El Señor combatirá por vosotros sin que vosotros tengáis que hacer nada.

15 El Señor dijo a Moisés: -¿A qué vienen esos gritos? Ordena a los israelitas que emprendan la marcha.

16 Tú levanta tu cayado, extiende la mano sobre el mar y se partirá en dos para que los israelitas pasen por medio de él, como si fuera tierra seca.

17 Yo voy a aumentar la obstinación de los egipcios, para que entren en el mar detrás de vosotros, y entonces me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de su caballería.

18 Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me cubra de gloria a costa del faraón, de sus carros y de su caballería.

 

*»• La primera lectura nos ofrece hoy otra descripción de la salida de Egipto con unos elementos psicológicos magistralmente orquestados. Por una parte, el pesar del faraón por haber dejado partir a los israelitas (pensando sobre todo en las ventajas económicas de su trabajo). A continuación, la rápida decisión del rey de perseguir a los fugitivos con un gran ejército.

El texto acentúa el hecho de que «el Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinara» (v. 8). Ésta era la manera de pensar de la antigua teología israelita: todo lo que acontecía en el mundo y en la vida se pensaba que estaba dispuesto por la voluntad de Dios; por consiguiente, también este propósito del rey de Egipto, aparentemente en contra de Israel, formaba parte del designio de salvación, y su objetivo era hacer resaltar el poder y la grandeza de las obras divinas en favor de su pueblo.

Viene, a continuación, el terror del pueblo: a los israelitas les espanta la idea de ser perseguidos por el ejército del faraón. Se propaga entonces el miedo a caer en sus manos, y empiezan las murmuraciones contra Moisés. El tiempo pasado aparece ahora idealizado: ya no piensan en la dura esclavitud, sino sólo en los escasos beneficios en aquella vida absolutamente insoportable. Y crece el deseo de volver atrás, de servir a los egipcios, de volver a ser de nuevo esclavos.

Moisés intenta serenar al pueblo recordándole todo lo que Dios había hecho por cada uno de sus miembros y exhortándole a la confianza: «No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor» (v. 13).

Finalmente, es Dios mismo quien entra en acción y ordena a Moisés que extienda el bastón sobre las aguas del mar: éste será el comienzo del gran prodigio del paso del mar Rojo. Lo primero que ordena es «que emprendan la marcha» (v. 15), es decir, la continuación de la obra ya empezada, basándose en la confianza en Dios, porque ahora, y de una manera extraordinaria, se va a revelar el Dios de su salvación.

 

Evangelio: Mateo 12,38-42

En aquel tiempo,

38 algunos maestros de la Ley y fariseos le dijeron: -Maestro, queremos ver un signo hecho por ti.

39 Jesús respondió: -Esta generación perversa e infiel reclama un signo, pero no tendrá otro signo que el del profeta Jonás.

40 Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.

41 Los ninivitas se levantarán en el día del juicio junto con esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia ante la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más importante que Jonás.

42 La reina del sur se levantará en el juicio junto con esta generación y la condenará, porque ella vino del extremo de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más importante que Salomón.

 

*• El evangelio de hoy nos presenta una página impresionante sobre la respuesta y la reacción de Jesús frente a la petición de ver un milagro que le hacen los maestros de la Ley y los fariseos. Jesús hacía continuamente milagros de todo tipo -era ésta su característica más notable junto a la de disponer de una palabra y una doctrina sorprendente y única-; ahora bien, sus enemigos ni escuchaban su doctrina ni querían considerar sus milagros. Su mente y su corazón estaban cerrados por la incredulidad, manchados por la sospecha, viciados por la malicia. De ahí que la respuesta de Jesús sea clara, cortante: empieza con un ataque frontal y compara a sus adversarios con una «generación perversa e infiel», como decían los antiguos profetas de Israel. Prosigue, después, su invectiva, mezclando su persona y sus privilegios con comparaciones que humillan a aquella generación insensible. Los ninivitas fueron a escuchar a Jonás y por eso condenarán a esta generación incrédula, que no ha sido capaz de escuchar al Enviado de Dios (w. 40ss).

Jesús, a buen seguro, les va a dar un signo, pero no será «otro signo que el del profeta Jonás», que volvió a la vida después de haber estado encerrado tres días en el vientre del pez. «La reina del sur» (es decir, la reina de Saba) se molestó en ir al encuentro de Salomón y escuchar su sabiduría, y juzgará a los oyentes presentes porque no han sido capaces de escuchar la voz del Señor.

Tanto los habitantes de Nínive como la reina de Saba demostraron tener apertura de corazón y no sofocaron el comienzo de la fe. Sin embargo, los oyentes de Jesús han cerrado los oídos y el corazón a su predicación, una predicación realizada en su propia casa. Jesús se autoproclama aquí como superior a Jonás (es decir, a la profecía) y superior a Salomón (es decir, a la sabiduría), para hacer resaltar la gravedad de la actitud de sus conciudadanos, que le rechazan.

Mateo, entrelazando la doctrina bíblica y la cristológica, afirma que el Mesías, maestro de novedad y autor de salvación, al mostrarse superior a los más grandes ideales o valores de los hombres de su tiempo, posee una autoridad única, que le ha sido conferida por Dios.

 

MEDITATIO

En las dos lecturas de hoy encontramos una actitud semejante por parte de la gente: los hombres no se fían de Dios. Tanto en el caso de los israelitas en Egipto como en el caso de los maestros de la Ley y los fariseos existe un olvido voluntario, una cerrazón del corazón ante cuanto Dios y Jesús han hecho de extraordinario por el pueblo. Es el tema de la ceguera, de la cerrazón voluntaria del corazón frente a la actuación de Dios. Se trata de una actitud de soberbia, de autosuficiencia, de rechazo de la acción de Dios cuando ésta no se adecúa a las normas establecidas por la mente humana. El hombre intenta encerrar a Dios, quitarle su libertad, y no acepta sino aquello que el mismo hombre quiere ver y sentir.

Es una actitud de soberbia y de dureza de corazón que ha constituido siempre la llaga constante de Israel y la cruz llevada por todos los profetas, empezando por Moisés. Cristo es el último de estos enviados, y su Palabra sobrepasa inmensamente a la de todos los profetas anteriores. Pero esta voz padece la amenaza de no ser escuchada, de ser entendida mal, malinterpretada. Éste será el drama de Jesús.

Nosotros nos encontramos en el círculo de los oyentes de Jesús. Frente a su Palabra, nuestra pregunta ha de ser: ¿somos como los hombres del antiguo Israel, como los escribas y los fariseos, o poseemos un corazón sencillo capaz de escuchar, como los anawim (los pobres de YHWH), personas de corazón sencillo y sincero? De nuestra respuesta a esta pregunta dependerá nuestra fe, nuestra confianza, nuestra misma salvación.

 

ORATIO

Oh Señor Jesús, sencillo y humilde de corazón. ¡Cuan lejos me siento de esta actitud tuya de sencillez, de humildad, de dulzura! Esta lejanía me hace percibir también el fruto de mi dureza de corazón, de mi poca confianza, de mi poca disponibilidad a tu voluntad, de mi egoísmo, que antepone siempre mi propia persona al bien de los otros y a tu misma gloría.

Concédeme un corazón nuevo, Señor Jesús, semejante al tuyo; un corazón abierto, dócil, sincero, humilde, que sepa escuchar tu Palabra, que sepa obedecer a tu voluntad. Concédeme tu Espíritu Santo, para que transforme mi vida, mi alma, mi corazón, mis principios.

Que te reflejen a ti y sólo a ti, tu corazón, tu alma, tus actitudes, y así me convierta yo en un verdadero discípulo, en un auténtico seguidor de tus huellas.

 

CONTEMPLATIO

El faraón acosaba de cerca y apretaba a los judíos con la numerosa escuadra de carros de los egipcios. Un enemigo envolvente a las espaldas y un mar arrollador por delante habían cerrado el camino al pueblo de Dios. Ninguna confianza en las armas, ninguna esperanza en la fuerza. Se elevaba sólo el apesadumbrado lamento: «Hubiera sido mejor soportar las duras cargas de la esclavitud en Egipto que morir de lenta y penosa consumición en el desierto». Pero ese lamento no traía consigo ni una brizna de seguridad; más aún, implicaba una ofensa infinita a Dios. Estaba, por tanto, Moisés lleno de tristeza, de preocupación, de ansiedad, tanto por los peligros como por los lamentos del pueblo, esperando el fiel cumplimiento de las promesas del Cielo. Y en silencio meditaba con qué recursos habría de intervenir el Señor por fin, olvidando la ofensa y recordando su amor.

A él le dice el Señor: «¿A qué vienen esos gritos?». No consigo percibir su sonido, pero reconozco su voz: capto su silencio, advierto el grito que se esconde en sus obras. El pueblo gritaba; sin embargo, no era oído. Moisés callaba; sin embargo, era oído. No fue al pueblo a quien se le dijo: «¿A qué vienen esos gritos?». De hecho, no gritaba a Dios aquel pueblo que gritaba injurias indignas de hombres. Fue en cambio a Moisés a quien se le dijo: «¿A qué vienen esos gritos?». Dicho con otras palabras: «El único que me grita a mí eres tú, que has vuelto a poner la esperanza en mí; el único que me grita a mí eres tú, que provocas mi fuerza; el único que me grita a mí eres tú, que no deseas otra cosa sino que mi nombre sea anunciado por toda la tierra» (Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 118, XIX, 10).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 129,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La exigencia de Dios es tremenda: el hombre es salvado precisamente cuando queda reducido a nada, cuando ya no puede hacer nada por sí mismo para salvarse. ¿Qué puede hacer Israel para salvarse de la amenaza de los egipcios? Todo el ejército egipcio está a sus espaldas e Israel no tiene delante más que el mar: no hay escapatoria. Ahora bien, en el momento en que se hunde toda esperanza humana, precisamente en ese momento, debe afirmar su esperanza en Dios, y la esperanza de Israel en Dios vence, su confianza obtiene la salvación. La única condición para la salvación es la esperanza contra toda esperanza; es la fe que permanece firme en el mismo momento en que se hunde todo apoyo humano.

Eso es lo que pide Dios al alma que quiere ser salvada, que quiere ser redimida: la fe en lo imposible, como decía Charles e Foucauld. Pide una fe que exige no sólo el abandono, sino un abandono sereno, humilde y pleno. Israel no debe tener miedo, debe ser fuerte, conservar el silencio: el hombre no tiene que sentir miedo frente a la extrema amenaza. «Alma mía, recobra tu calma», dice el salmo. Reposar en los brazos de Dios como un niño en los brazos de su madre. Caen, se hunden para ti todos los apoyos: precisamente entonces viene la salvación divina, no temas. La salvación divina sigue siendo siempre un milagro, y la realización de este milagro no tiene más que una condición: la fe. No tienes que hacer nada. Debes abandonarte, debes precipitarte en Dios como en el vacío: el Señor no te pide nada más (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodg, Brescia 1967, p. 119 [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1 968]).

 

 

Martes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 14,21-31

En aquellos días,

21 Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas.

22 Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados.

23 Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar.

24 Pero antes de la madrugada miró el Señor desde la columna de fuego y de nube a las huestes egipcias y las desbarató.

25 Atascó las ruedas de los carros, que apenas podían avanzar. Entonces los egipcios se dijeron: -Huyamos ante Israel, porque el Señor combate por ellos contra los egipcios.

26 Pero el Señor dijo a Moisés: -Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se precipiten sobre los egipcios, sobre sus carros y su caballería.

27 Moisés extendió su mano sobre el mar, y al amanecer volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar.

28 Las aguas, al juntarse, anegaron carros y caballeros y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo.

29 Sin embargo, los israelitas caminaban en medio del mar como por tierra seca, mientras las aguas formaban para ellos una muralla a ambos lados.

30 Así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios, e Israel pudo ver a los egipcios muertos en la orilla del mar.

31 Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios, temió al Señor y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo.

 

**- El acontecimiento de la travesía del mar Rojo, magníficamente descrito por el autor con acentos poéticos y gloriosos, marca uno de los momentos culminantes de la historia y de la teología de Israel. Forzosamente debía ser así, tratándose de una experiencia que nunca se ha borrado de la memoria del pueblo judío.

Los israelitas se veían perdidos, acosados por el faraón y su ejército. Frente a ellos tenían el mar; no había, por consiguiente, escapatoria. Y precisamente en esa situación desesperada desde el punto de vista humano es donde se hace sentir la mano omnipotente de Dios, su fuerza, su intervención oportuna y grandiosa: los vencedores son vencidos; los condenados a muerte quedan libres; el terror se convierte en maravilla y exultación.

Es cierto que este hecho, histórico y concreto, ha sido adornado después con elementos de epopeya, cual acontecimiento prodigioso, con una acción divina también llamativa. La teología, la poesía, la sabiduría y los mismos historiadores de Israel han descrito el paso del mar con acentos entusiastas para hacer resaltar la acción de Dios y para fijar de una manera indeleble en la mente del pueblo el hecho de su salvación.

El acontecimiento, aunque ciertamente tuvo lugar, sucedió sin duda de una manera mucho más sencilla, y se vio ayudado por elementos naturales (los lagos amargos, poco profundos; la fuerza del viento, que pudo desplazar, como sigue sucediendo todavía hoy, parte de las aguas de los lagos). Sin embargo, los judíos supieron ver en aquellas circunstancias una intervención providencial de Dios, que les salvó de una muerte segura. Las frases «así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios» (v. 30) e «Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios» (v. 31), se convertirán en un acto de fe fundamental para el creyente israelita.

 

Evangelio: Mateo 12,46-50

En aquel tiempo,

46 aún estaba Jesús hablando a la gente cuando llegaron su madre y sus hermanos. Se habían quedado fuera y trataban de hablar con él.

47 Alguien le dijo: -¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que quieren hablar contigo.

48 Respondió Jesús al que se lo decía: -¿Quién es mi madre, quiénes son mis hermanos?

49 Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: -Éstos son mi madre y mis hermanos.

50 El que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

 

**• Jesús había iniciado hacía ya tiempo su actividad pública y mesiánica: se encontraba en un estadio más allá del círculo familiar, que podía limitar o condicionar su obra. Ni siquiera le acompañaba su madre. Jesús no había renegado de los suyos; se trataba simplemente de que fuera de su ambiente se podía sentir -y ser- totalmente libre. Los vínculos naturales de la familia o de la amistad pertenecen ya a un plano subordinado: son relativos, secundarios. En este sentido debemos comprender las palabras de Jesús (w. 48-50), de ninguna manera ofensivas respecto a su madre o a sus parientes. Jesús sitúa las cosas y las personas en la perspectiva de Dios y de sus designios.

Marcos se fija en el detalle de la mirada de Jesús posada sobre sus discípulos en el momento de hablar de su nueva familia. Es cosa sabida que el evangelista Mateo muestra preferencia por el tema del discipulado, y por eso, al subrayar el gesto de la mano de Jesús, dice cuál es la verdadera familia de Jesús: no ya la de la carne y la de la sangre, sino la formada según el Espíritu, que hace semejantes los corazones, que abre a la escucha de la Palabra, a la renuncia a nosotros mismos, a la fidelidad de un seguimiento de Jesús absoluto y gozoso, comparable a la alegría del mercader de perlas preciosas que adquiere una de gran valor.

Jesús mismo es el primero en observar la renuncia que impone a sus seguidores -renuncia a los sentimientos más naturales, a las tendencias más fuertes, a los impulsos más legítimos- cuando ese sacrificio sirva para la difusión del Reino.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios adquiere novedades sorprendentes cada vez que la leemos. Dice san Gregorio Magno: «Scriptura crescit cum legente» (la Escritura crece junto con el que la lee), es decir, va profundizando en la medida en que el lector profundiza en la fe, crece en la medida en que crece su vida cristiana. Una cosa leída en un determinado estadio de vida espiritual vuelve a tener mayor profundidad y más sentido cuando la leemos en un estadio más elevado.

La Palabra de Dios nos presenta hoy dos páginas importantes: en una se nos muestra el maravilloso obrar de Dios; en la otra, la verdadera familia de Jesús. Sólo un Dios que tenga un poder infinito puede cambiar las relaciones humanas de la vida y de la familia, y puede exigir que los vínculos familiares sean diferentes a los brindados por la naturaleza y por la sociedad. Y cambia precisamente estas relaciones sólo cuando alguien ha comprendido y ha experimentado su salvación, esto es, cuando el hombre se siente sumergido en la esfera de Dios, de la acción de su amor. Entonces puede comprender la nueva relación que existe entre él mismo y Dios, entre él mismo y Cristo, entre él y los otros, a los que considera como «sus hermanos». El apóstol Pablo nos recuerda: sois «conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios» (Ef 2,19).

Como todas las obras de Dios, también la familia espiritual, a pesar de su aparente extrañeza, posee una riqueza inconmensurable. Nos hace salir de un ámbito pequeño y restringido, para abrirnos a unos horizontes ilimitados de vínculos y de relaciones. En vez de dos, cuatro, seis hermanos y hermanas, lo propio del corazón cristiano es decir: todos los hombres y todas las mujeres del mundo son mis hermanos y mis hermanas, a los que amo, por los que rezo, a los que confío cada día al Señor a fin de que les bendiga. Intento mantener con todos relaciones de respeto, de amistad, de paz, de apertura.

 

ORATIO

Tú me hablas de tu nueva familia, oh Señor, y yo sigo bien apegado a los vínculos de la carne y de la sangre, en el pequeño círculo de los míos. Es cierto que tú quieres también este afecto -es una ley inscrita en nuestra naturaleza-, pero tu invitación nos impulsa a ir más allá de estos límites humanos, aunque sean sagrados e intocables.

Haz que tu Espíritu me introduzca en el corazón de esta familia divina, que es la familia de la fe. Concédeme un corazón grande, capaz de amar, de amar a todos y siempre, de perdonar, de no restringir nunca los amplísimos horizontes que tú me ofreces para que mi vida se vuelva generosa y magnánima.

Sólo cuando pertenezca a ti y a tu familia seré capaz de ver las grandes obras que tú has realizado, como el éxodo de Egipto -tu salvación y tu liberación-. Sólo cuando pertenezca a ti podrá palpitar mi corazón al ritmo del tuyo y podrá sentir, precisamente entonces, las llamadas a la universalidad, al amor total, al desprendimiento por el Reino de Dios, a la opción por el Evangelio y por cuanto Jesús nos ha enseñado. Señor, que has querido hacerte como nosotros a fin de que nosotros lleguemos a ser como tú, concédeme unos ojos claros para verte, un corazón abierto para acogerte, unas manos diligentes para servirte, una voz convencida para anunciarte, unos pies ligeros para llevarte a donde quieras.

 

CONTEMPLATIO

En el Antiguo Testamento, el pueblo fue liberado de Egipto; en el Nuevo, ha sido liberado del diablo. En el primero, los judíos fueron perseguidos por los perseguidores egipcios; en el segundo, el pueblo cristiano es perseguido por sus mismos pecados y por el diablo, príncipe de los pecadores. Pero así como los judíos fueron perseguidos hasta el mar, así también los cristianos son perseguidos hasta el bautismo. Los judíos salieron de Egipto y después del mar Rojo vagaron por el desierto; así también los cristianos, tras el bautismo, no están aún en la tierra prometida, sino que viven en la esperanza.

El desierto es el mundo, y el que es cristiano de verdad, después del bautismo, vive en el desierto, si ha comprendido bien lo que ha recibido. Si el bautismo no consiste para él solamente en unos cuantos signos externos, sino que produce efectos espirituales en su corazón, comprenderá adecuadamente que este mundo es para él un desierto, comprenderá que vive en peregrinación, que espera la patria. La espera durante días y i lías y vive en la esperanza. Esta paciencia en medio del desierto es signo de esperanza. Si se considera ya en la patria, no llega a ella. Para no quedarse en el camino, ha de esperar la patria, desearla, sin salirse del camino. Y es que están las tentaciones. Y así como en el desierto se presentaron las tentaciones, así se presentan también después del bautismo.

Cuando el cristiano, después del bautismo, haya empezado a recorrer el camino de su corazón con la esperanza de las promesas de Dios, no debe cambiar de camino. Llegan las tentaciones que sugieren otras cosas -los placeres de este mundo, otro modo de dirigir nuestra vida- para desviarnos a cada uno de nosotros del propio camino y alejarnos del que nos había sido propuesto. Si superas estos deseos, estas sugerencias, los enemigos quedarán derrotados en el camino y el pueblo llegará a la patria (Agustín de Hipona, Sermones sobre el Antiguo Testamento, IV, 9).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi fuerza y mi canto es el Señor; él me ha salvado» (Ex 15,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Lo primero que hace falta es salir de Egipto...» El Antiguo Testamento nos muestra el esbozo de las grandes obras de Dios, el Nuevo nos anuncia la consumación de las mismas, la Iglesia nos presenta su repercusión actual. Una de las más importantes de estas obras de Dios es el éxodo. Es propiamente un misterio de salvación. Sin embargo, no es más que un aspecto de la Pascua.

        Y es que la Pascua encierra en sí todo el misterio cristiano: es creación y liberación, expiación y purificación. El Cántico del Éxodo no exalta más que un aspecto particular del misterio cristiano: el de la liberación del pueblo de Dios, cautivo de las fuerzas del mal. Este misterio del Dios liberador de los cautivos resurge en todos los ámbitos de la historia de la salvación como un sonido que resuena en ecos cada vez más profundos. Fue, a orillas del mar Rojo, liberación para Israel, perseguido por los jinetes de Egipto; fue, al borde de las aguas profundas de la muerte, liberación para Jesús, cautivo del Príncipe de este mundo; fue, al borde de las aguas bautismales, liberación para los paganos, cautivos de las potencias de la idolatría [...]. Y ya en la otra orilla, tras haber escapado milagrosamente de la persecución del enemigo, el pueblo de los rescatados entona el cántico triunfal.

El pueblo de Israel, guiado por la columna de nube, escapaba de la tiranía egipcia. El faraón y sus carros se pusieron a perseguirlo. El pueblo llegó al mar. El camino estaba cortado. Israel estaba abocado a su aniquilación o a una nueva servidumbre. Se encontraba como un ejército acorralado contra la orilla del mar y a punto de ser destruido o capturado. Es preciso subrayar este carácter desesperado de la situación, pues es el que da todo su sentido al episodio. En efecto, fue entonces, cuando se encontraban en la impotencia absoluta para salvarse a sí mismos, cuando el poder de Dios llevó a cabo lo que era imposible para el hombre: «Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados. Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar. Moisés extendió su mano sobre el mar, y al amanecer volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar. Las aguas, al ¡untarse, anegaron carros y caballeros y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo» (Ex 14,21-30). Esta acción de Dios, liberando a su pueblo de una situación desesperada, permanecerá como el mayor recuerdo de la historia de Israel a través de los siglos (J. Daniélou, Essai sur le mystére de l'histoire, E. du Seuil, París 1953, pp. 202-203 [edición española: El misterio de la historia, Dinor, Pamplona 1957]).

 

 

Miércoles de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 16,1-5.9-15

1 Partió de Elín toda la comunidad de los israelitas y llegaron al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí, el día quince del segundo mes después de la salida de Egipto.

2 La comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

3 -¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan! Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre.

4 El Señor dijo a Moisés: -Mira, voy a hacer llover del cielo pan para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria; así los pondré a prueba, a ver si actúan o no según mi ley.

5 El día sexto, recogerán y prepararán doble ración.

9 Después dijo Moisés a Aarón: -Di a toda la comunidad de los israelitas que se acerque ante el Señor, porque él ha oído sus murmuraciones.

10 Mientras Aarón les estaba hablando, todos los israelitas miraron hacia el desierto y vieron que la gloria del Señor aparecía en la nube.

11 El Señor habló así a Moisés:

12 -He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Por la tarde comeréis carne, y por la mañana os hartaréis de pan, y así sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios.

13 Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío.

14 Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha.

15 Al verlo se dijeron unos a otros: -¿Manhu? -es decir, ¿qué es esto?-. Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Éste es el pan que os da el Señor como alimento.

 

*» Los israelitas han llegado a la otra orilla del mar Rojo, han sido liberados y han visto derrotados a sus perseguidores egipcios. Ahora se encuentran en la parte occidental del Sinaí, frente al desierto. Han alabado al Señor por el acontecimiento de la salvación que les ha otorgado, pero les falta la perseverancia en la confianza en Dios. En cuanto llega el primer obstáculo, empiezan amargas murmuraciones: echan de menos el Egipto de su esclavitud, piensan con nostalgia en el pan y en la carne con que se saciaban cuando se encontraban en aquella tierra. La murmuración constituirá uno de los pecados capitales y más constantes a lo largo de todo el trayecto del éxodo, una murmuración que muestra la poca fe, la poca confianza en Dios, el carácter opaco de aquellas mentes que no parecían tener en cuenta todo lo que Dios hacía afectuosamente por ellos y - no precisamente en último lugar- la mezquindad y tacañería de su corazón respecto a Moisés. El mismo Moisés dará a Israel la denominación de «pueblo de dura cerviz», que se repetirá después, constantemente, a lo largo de la historia de Israel y volverá también en otras ocasiones en el lenguaje de los profetas.

Sin embargo, en contraste con esta actitud del pueblo, Dios responde con una inesperada magnanimidad, otorgando a los israelitas dos nuevos prodigios: la abundancia del maná (el pan bajado del cielo) y de las codornices, que saciaron el hambre del pueblo y le llenaron de alegría...

Pero Israel no supo agradecer al Señor aquella nueva providencia. Como leemos en el salmo 78,32, usado hoy como salmo responsorial, «a pesar de todo, volvieron a pecar, sin tener fe en sus maravillas». Misterio de ceguera, de abyección, de miseria espiritual que a duras penas se compagina con la espléndida generosidad de Dios. Éste es el misterio del corazón del hombre, con sus inexplicables respuestas.

 

Evangelio: Mateo 13,1-9

1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago.

2 Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla.

3 Y les expuso muchas cosas por medio de parábolas. Decía: -Salió el sembrador a sembrar.

4 Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron.

5 Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda,

6 pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz.

7 Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron.

8 Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta.

9 El que tenga oídos para oír que oiga.

 

*•• Todo el capítulo 13 de Mateo está consagrado a la enseñanza de las parábolas de Jesús y a la explicación de algunas de ellas. En total aparecen siete parábolas sobre el tema del Reino, recogidas por el evangelista en este capítulo. Tienen como escenario -más que sugestivo- el lago de Genesaret y la barca desde donde habla Jesús. De ahí que, por lo general, estas parábolas reciban unas veces el nombre de «parábolas del lago» y otras el de «parábolas del Reino». Mateo pretende mostrar con estas palabras la fuerza misteriosa del Reino de Dios, que, a través de muchos obstáculos, vence al mal arraigado en el mundo.

La primera de estas parábolas es la del sembrador. Bajo las sencillas apariencias de una descripción de la siembra, circunstancia conocida por todos, la parábola brinda una gran enseñanza, comprensible en buena parte para todos, en virtud de la magistral plasticidad del relato. En primer lugar, están el sembrador (que representa al mismo Jesús) y la semilla (la Palabra de Dios). Vienen, a continuación, las diferentes clases de tierra, con sus obstáculos, y las diferentes vicisitudes que encuentra la semilla en su crecimiento. En función de las dificultades con que se encuentre, la semilla se desarrollará o no, e incluso llegará a secarse y morir. El último cuadro de este crescendo en la «carrera de obstáculos » nos muestra la «tierra buena» (v. 8), que se abre de manera generosa para recibir la semilla. Aparece asimismo un detalle tomado de la experiencia cotidiana de la cosecha: en la misma tierra buena se produce una cantidad diferente de fruto, pues algunas espigas dan el ciento por uno, otras el sesenta, otras el treinta. En la parábola, todo está en función de un solo resultado: el crecimiento de la semilla.

 

MEDITATIO

Las lecturas de hoy nos brindan dos enseñanzas más que preciosas: la de la historia de la salvación y la de las parábolas del Reino. La lección de la historia del éxodo nos muestra el obrar de Dios, su providencia y su salvación, y -además de esto- su paciencia y su generosidad. El pueblo de Israel empezó de inmediato con sus murmuraciones, olvidando los prodigios del poder de Dios.

Sin embargo, YHWH, en vez de castigarle y hacerle ver su justicia, le concede cuanto desea y en una cantidad desmesurada. Esta página del Éxodo nos ayuda a conocer más el corazón de Dios, a conocer las insondables riquezas de su providencia, muy alejada de nuestras mezquindades y de nuestros cálculos egoístas. Lo que nos enseña el fragmento de hoy será, después, una constante en toda la historia bíblica, destinada precisamente a revelarnos la infinita bondad de Dios. Basta con fiarse de Dios, basta con tener fe en él... Normalmente, esta fe y esta confianza brotan de corazones que intentan serle fieles, complacerle en todo, como hizo Jesús, que fue alimentado también «por ángeles» después de las tentaciones del desierto.

La otra enseñanza extraída de las parábolas consiste en hacernos ver que Dios posee un Reino en este mundo, un Reino totalmente diferente del mundo, de la política o de la economía de los hombres. Es el Reino de la salvación, de la entrada del hombre en la atmósfera de Dios. Es el Reino de su presencia, descubierta y creída, de su bondad experimentada, de su proximidad sentida y agradecida. Ambas lecturas –complementarias tratan del obrar misericordioso y espléndido de Dios con todos los que le conocen y le aman, y en ambas se revela la respuesta por parte del hombre.

 

ORATIO

Oh Dios y Padre nuestro, que a través de la historia y la Palabra de tu Hijo nos has impartido enseñanzas maravillosas respecto a tu corazón y a tu providencia: concédenos un corazón sencillo que crea, que se fíe de ti, que se deje guiar por tu Palabra. Concédenos sentir tu presencia, darte gracias por ella y saborearla como uno de tus dones más deseados... Que nunca la desconfianza, la desesperación, la duda o la indiferencia respecto a ti entren en nuestra alma. Que la frase bíblica«Dios me había protegido» (Neh 2,18) pueda ser, para nosotros, una constatación perenne, gozosa, fruto de nuestro encuentro contigo, de nuestro diálogo, del vínculo afectuoso que nos une.

Concédenos saborear la dulzura de tu protección y la seguridad de tu defensa. De este modo, los días de nuestra vida transcurrirán serenos bajo tu mirada, encontraremos cobijo «a la sombra de tus alas» y podremos dar al mundo el testimonio de nuestra fe, una fe hecha de esperanza continua en tu amor. Concédenos, oh Padre, la capacidad y el valor de un abandono confiado, total y filial en tu providencia: y nosotros, por nuestra parte, intentaremos hacer siempre y por doquier tu voluntad.

 

CONTEMPLATIO

¿Cuál es la razón de que tantos hombres, que incluso están en gracia, saquen tan poco fruto [del santo sacramento]? La culpa la tiene esto: esos hombres no prestan una diligente atención a sus pecados cotidianos y no los consideran más que de una manera soñolienta. El otro impedimento está en el hecho de que el hombre corre demasiado hacia afuera, hacia otras cosas. Es preciso haber dejado Egipto, el país de las tinieblas, si queremos que se nos dé el pan celestial que tiene el gusto deseado. Ahora bien, este pan no le fue dado al pueblo elegido mientras tuvo consigo un mínimo de harina traída de Egipto.

Del mismo modo, el hombre, cuando ha dejado Egipto, esto es, el mundo y el modo de obrar mundano, y piensa que ha salido por completo de allí y ya es espiritual, mientras tenga aún encima la harina de la naturaleza, nunca podrá sentir el gusto de este alimento divino en su nobleza y en la verdadera alegría de su interioridad. El hombre ciego se comporta entonces como el pueblo de Israel: mientras Moisés llevaba fuera de Egipto a los hebreos, éstos se dieron cuenta de que los egipcios les perseguían con seiscientos estruendosos carros y entonces le dijeron a Moisés: «¡Ojalá nos hubiera dejado aún en Egipto, y hubiéramos soportado hasta donde hubiéramos podido! Ahora, en cambio, debemos perecer aquí».

        Precisamente así actúan las personas temerosas, de poca fe. Cuando el enemigo se acerca a ellas, retumbando sobre las piedras con los muchos carros de la tentación, piensan: «Es una locura. Será mucho mejor que me quede en Egipto, en el mundo, en el pensamiento de las criaturas, en su amor y en la estrechez de mi alma, puesto que, de todos modos, tengo que perderla». De este modo, muchos se detienen porque no confían en Dios. Cuando esto suceda, el hombre debe echarse a los pies de nuestro Señor Jesucristo, pedirle que ore por él al Padre celestial y confiarse a él con plena confianza (J. Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 594-597 [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

También en la alianza se condenan los pecados, las caídas. El pecado de base, que incluye todos los otros, es la murmuración Ésta se vuelve posible y es tanto más grave, precisamente porque la alianza nos hace diferentes. ¿Por qué precisamente nosotros tenemos que encontrarnos extenuados en el desierto, mientras que en Egipto se come carne y verdura? (cf. Ex 16,2s; Nm 11,4-6; etc.). Es el pesar que nos produce haber sido elegidos y haber salido de la condición normal; el pesar por no haber sido dejados en paz haciendo la misma vida que todos; el pesar por encontrarnos extraños. Sí, el Señor nos ha vuelto extraños.

Se produce, en ese momento, un intento de recuperar lo que hemos perdido. El disgusto, por ejemplo, que nos produce no ser anónimos: no es posible ser aliados de Dios y anónimos. Este pesar puede conducir a pecados contra la alianza. Los pecados típicos contra la alianza, en el desierto, consisten en el deseo de darle nosotros mismos un rostro al Señor: construimos entonces el becerro de oro, símbolo de todas nuestras ideologías teológicas.

Sin embargo, contra todo esto está la alegría de la Tora, la alegría de haber sido elegidos, de ser pueblo de Dios, la alegría de todo el ser, fiel al sí y al no de la alianza, la alegría de estar en camino hacia el monte de Dios. La alegría de pertenecer al Señor, ue nos da firmeza como si viéramos al Invisible. Tal como se dice e Moisés, «se mantuvo tan firme como si estuviera viendo al Dios invisible» (Heb 11,27b) (G. Rossi de Gasperis, La roccia che ci ha generato, Roma 1994, pp. 72ss, passim [edición española: La roca que nos ha engendrado, Editorial Sal Terrae, Santander 1996]).

 

 

Jueves de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 19,1-2.9-11.16-20

1 A los tres meses justos de haber salido de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí.

2 Habían salido de Refidín, llegaron al desierto del Sinaí y allí acamparon, frente a la montaña.

9 Y el Señor le dijo: -Yo vendré a ti en una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cómo hablo contigo y tenga siempre confianza en ti. Y Moisés refirió al Señor las palabras del pueblo.

10 Después, el Señor dijo a Moisés: -Ve con el pueblo y purifícalos hoy y mañana; que laven sus vestidos

11 y estén preparados para el tercer día, porque el tercer día bajará el Señor sobre el monte Sinaí a la vista de todo el pueblo.

16 Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos; una densa nube cubría la montaña y se oía un sonido creciente de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento temblaba.

17 Moisés hizo salir al pueblo del campamento al encuentro de Dios, y la gente se quedó al pie del monte.

18 Todo el monte Sinaí estaba envuelto en humo, porque el Señor había bajado sobre él en medio de fuego. Subía aquel humo como humo de horno y todo el monte trepidaba violentamente;

19 y el sonido de la trompeta se iba haciendo cada vez más fuerte. Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno.

20 El Señor bajó sobre el monte Sinaí, invitó a Moisés a subir a la cima y Moisés subió.

 

*•*• La primera lectura nos describe la preparación para la magna teofanía en la que se establecerá la alianza de Dios con su pueblo, Israel. Esta escena y este acontecimiento son fundamentales para la teología bíblica: se trata del pacto de confianza recíproca entre Dios e Israel, un pacto que supone un vínculo particular, con obligaciones recíprocas que caracterizarán de ahora en adelante a ese pueblo y esa fe. Para llegar a este acontecimiento ha sido necesaria una preparación descrita por el autor del libro del Éxodo con gran lujo de detalles, que sirven para manifestar la majestad de Dios, su soberanía absoluta, el respeto que inspira, la actitud de temor y de reverencia que suscita en el pueblo.

El Dios que se manifiesta sigue siendo un Dios que infunde temor; el pueblo tiene que mantenerse alejado de él, no es posible ver su rostro, está envuelto en rayos, relámpagos y fuego. Son imágenes que hablan de la trascendencia de Dios, de su absoluta autoridad, de un Ser que está siempre más allá y por encima de nosotros, de nuestras concepciones, de nuestras imaginaciones, de nuestras demandas. Sólo Moisés fue capaz de resistir la presencia divina -y en unas condiciones particularísimas-, alejado de todos, en la cima del monte, en un ayuno ininterrumpido de cuarenta días y cuarenta noches. Dios es el totalmente otro, que demanda nuestra adoración, nuestra sumisión.

Esta escena servirá para caracterizar al Dios del Antiguo Testamento, en contraste con la revelación que tendrá lugar en el Nuevo. Esta última nos mostrará otro aspecto de la misma divinidad, en la cual predominan la bondad, la gracia, el perdón, la paternidad divina revelada en la persona de Jesús (cf. Heb 12,18-24).

 

Evangelio: Mateo 13,10-17

En aquel tiempo,

10 los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: -¿Por qué les hablas por medio de parábolas?

11 Jesús les respondió: -A vosotros Dios os ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.

12 Porque al que tiene se le dará, y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

13 Por eso les hablo por medio de parábolas, porque aunque miran no ven, y aunque oyen no escuchan ni entienden.

14 De esta manera se cumple en ellos lo anunciado por Isaías: Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis,

15 porque se ha embotado el corazón de este pueblo se han vuelto torpes sus oídos y se han cerrado sus ojos; de modo que sus ojos no ven, sus oídos no oyen, su corazón no entiende, y no se convierten a mí para que yo los sane.

16 Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos y por lo que oyen vuestros oídos,

17 porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

**• La predicación de Jesús se caracteriza por las parábolas (unas setenta en total), algunas de las cuales constituyen una cima de pedagogía religiosa, verdaderas obras maestras de psicología y de actitudes humanas (como las del buen samaritano, el buen pastor, el hijo pródigo...). Las parábolas suponen un primer estadio de comprensión, al que sigue otro más profundo. En este segundo estadio se encuentran los discípulos de Jesús, que le siguen, le escuchan siempre y reciben explicaciones más detalladas de su doctrina. El pueblo, en cambio, se encuentra aún en un estadio de iniciación y tiene necesidad de una catequesis más esmerada.

El mismo Jesús prueba esta realidad con una cita de Isaías que ha constituido desde siempre una seria dificultad en su verdadera interpretación, porque -tal como suena- parece querer decir que Dios endurece el corazón del pueblo, cierra sus ojos y obtura sus oídos para que no se salve... El verdadero sentido de esta cita es, simplemente, el resultado de la predicación del profeta, que tuvo que hacer frente a la dureza del corazón de Israel, que no le escuchaba. El mismo Jesús y, más tarde, los apóstoles y san Pablo tuvieron una experiencia semejante en su misión.

Lo que el Evangelio quiere decirnos es que la Palabra de Dios debe encontrar unos corazones bien dispuestos para acogerla, ojos y oídos abiertos para recibir y asimilar todo lo que dice. La Palabra no suprime la libertad humana, y por eso el hombre tiene la capacidad de oponerse o de dejarla infructuosa. Ahora bien, cuando el que la recibe tiene un corazón abierto, entonces el fruto es abundante y se perciben los primeros signos del triunfo del Reino, como la santificación, la novedad de vida, la verdadera fe y la adoración a Dios.

 

MEDITATIO

En las lecturas de hoy hay algo misterioso, escondido, algo que no es al menos evidente. Se trata de la esencia de Dios y de la manifestación de su voluntad. La esencia de Dios y su voluntad pertenecen al mundo divino, sobrenatural; nosotros, con las solas fuerzas de la razón no podemos comprender en absoluto ni hacernos una idea de la realidad divina. Tenemos necesidad de la revelación para que ilumine el campo que hay más allá de la razón, donde sólo Dios puede revelarse. Entonces viene en nuestra ayuda la fe, la capacidad otorgada al hombre por el mismo Dios, para poder acoger con humildad y agradecimiento lo que Dios quiera revelarnos de sí mismo y de su voluntad. Ahora bien, incluso con la fe, el hombre encontrará siempre límites, interrogantes que se formarán en su mente y en su conciencia.

Una de las características de la fe es precisamente su oscuridad, es decir, el no ver del todo claro, precisamente por la pequeñez de nuestra mente y de nuestra respuesta. Esto trae a veces consigo crisis espirituales, «noches oscuras» (como las llaman los místicos), un camino de prueba y de purificación destinado a hacer al alma más abierta, más resplandeciente, más semejante al Creador.

Esta realidad está muy bien expresada en los salmos. Aquel ¿Dónde está tu Dios?» en boca de los enemigos es como una flecha en el corazón del creyente, es una pregunta cruel que, en ocasiones, el mismo creyente se formula en medio de las situaciones de sufrimiento, de oscuridad y de contraste. El retorno a Dios, la oración, la confianza ilimitada en él, volverán a darle al corazón extraviado o confuso su fuerza, su decisión de permanecer fiel. Del mismo modo que el pueblo se preparó para la teofanía del Sinaí, así debe prepararse el corazón del fiel para la venida de Dios, sabiendo que, en el curso del camino, aparecerán también las dificultades, las pruebas, el cansancio. Pero Dios no tardará, y traerá su luz y su descanso y, después, su eterna recompensa.

 

ORATIO

Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré: porque tú estás conmigo» (Sal 23,4). Éste es el grito del verdadero creyente, la auténtica confesión de fe. Al llamarnos a tu Reino de verdad y de luz, Señor, nos arrancas de este mundo sembrado de mal, envuelto en tinieblas y acompañado por una gran cantidad de sufrimiento...

Sin embargo, nos das una luz para poder caminar en la noche, para poder alejar a los enemigos, para poder llegar a la meta. Danos de manera abundante esta luz, esta certeza tranquilizadora, esta firme convicción de tu presencia, de tu ayuda, de la transformación que tú mismo harás de nosotros y de nuestras circunstancias, cambiando lo que es oprobio en santificación, lo que es odioso en amable, lo que es muerte en vida nueva, lo que es pecado en gracia.

Alienta nuestros pasos por el camino de la paz, de la benevolencia, de la justicia, de la generosidad con los que sufren, y reafirma nuestra fe para poder serte siempre gratos en nuestra vida. Que tu Palabra, acogida y asimilada, convertida en fe y confesión, y transformada en oración, sea la fuerza y la dulzura de nuestra vida, el escudo en nuestras luchas, el consuelo en nuestras aflicciones. Contigo no nos faltará nada...

 

CONTEMPLATIO

Oímos la voz de Dios cuando, con mente tranquila reposamos de toda actividad del mundo y, en el silencio de la mente, pensamos en los preceptos divinos.

Cuando la mente cesa de ocuparse de las obras exteriores, entonces reconoce de un modo más claro el valor de los mandamientos de Dios. La multitud de los pensamientos de la tierra ensordece hasta tal punto nuestro corazón que, si no nos ponemos a cubierto, acabamos por dejar de oír la voz del juez divino. El hombre no puede atender a dos cosas opuestas: cuanto más escucha fuera, tanto más sordo se vuelve para sus adentros. Cuando Moisés huyó al desierto y se quedó allí cuarenta años, fue cuando pudo percibir la voz divina.

Por eso, los santos, obligados a ocuparse de ministerios exteriores, se apremian siempre a refugiarse en el secreto de su corazón y, como Moisés en el monte, suben a contemplar cosas elevadas y a recibir la Ley de Dios, dejando de lado el tumulto de las cosas temporales y escrutando las altísimas voluntades de Dios. Así Moisés, en sus dudas, volvía frecuentemente al tabernáculo, y allí, en secreto, consultaba a Dios y sabía con seguridad lo que debía hacer. Dejar las muchedumbres e ir al tabernáculo significa dejar de lado el tumulto de las cosas exteriores y entrar en el secreto de la conciencia, donde consultamos al Señor y en medio del silencio escuchamos lo que debemos hacer después en público.

Así hacen cada día los buenos superiores cuando no logran ver claro en sus dudas: entran dentro de ellos mismos, como en el tabernáculo, miran la ley que está contenida en el arca, consultan al Señor, escuchan en silencio y, después, ejecutan fuera lo que han oído. Para llevar a cabo sin pecado los deberes exteriores, intentan concentrarse continuamente, y así escuchan la voz de Dios casi en un sueño, puesto que con la meditación de la mente se abstraen de los impulsos de la carne (Gregorio Magno, Moralia II, Roma 1965, pp. 141-143, passim [edición española: Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1958; existe otra edición publicada por la Universitat de Valencia en 1993]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El camino de un hombre que no se dirige a una tierra, sino que tiende a su Dios, no es una simple peregrinación, un viaje; es una ascensión: no se llega a Dios a través del desplazamiento de un lugar a otro, a través de un movimiento espacial, sino más bien superando un mundo. No existe proporción entre el hombre y Dios, entre la creación y Dios: entrar en relación con Dios significa, para Moisés, salir del mundo en el que habita, dejar toda la creación detrás de sí para entrar en el cielo; significa ir más allá, ascender.

En esta ascensión se encuentra una gran enseñanza para la vida espiritual: el hombre se evade del mundo con mucha frecuencia para buscar un paraíso perdido, pero su evasión le lleva a algún lugar lejano que, después, resulta ser otra tierra que tiene los mismos límites y la misma pobreza que la primera. Ahora bien, en los hombres religiosos no se da la evasión a otra tierra, sino que la ascensión a un monte es lo que expresa mejor la aspiración profunda que le mueve.

Puede haber un doble modo de encontrarse con Dios: o descender o subir; ciertamente, no se trata de permanecer en el mismo plano. Para encontrarte con Dios tal vez debas descender, ir al fondo, de tal modo que escapes del cosmos del que formas parte. Debes ascender: ¿pero qué significa ascender? Únicamente superarse. Éste es el camino del alma religiosa: la salida de sí misma. No hay otro camino que lleve a la relación con el Señor más que este puro salir, este ir más allá, ascender, levantarnos por encima de nosotros mismos. No es el paso del mar lo que puede llevarnos al mundo de Dios, no es la peregrinación por el desierto lo que puede llevarnos al encuentro del Señor, sino el morir: o morir o permanecer siempre extraños al mundo de Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1967, p. 173-175 [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).

 

 

Viernes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 20,1-17

En aquellos días,

1 Dios pronunció estas palabras:

2 -Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud.

3 No tendrás otros dioses fuera de mí.

4 No te harás escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra.

5 No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación,

6 pero soy misericordioso por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.

7 No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no deja sin castigo al que toma su nombre en vano.

8 Acuérdate del sábado para santificarlo.

9 Durante seis días trabajarás y harás todas tus faenas.

10 Pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el forastero que reside contigo.

11 Porque en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo lo que contienen, y el séptimo día descansó. Por ello bendijo el Señor el día del sábado y lo declaró santo.

12 Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

13 No matarás.

14 No cometerás adulterio.

15 No robarás.

16 No darás falso testimonio contra tu prójimo.

17 No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca.

 

*•• La lectura del libro del Éxodo nos presenta hoy la primera formulación de los diez mandamientos. En el Antiguo Testamento encontramos diversas formulaciones del decálogo, en función de las escuelas teológicas que las han redactado o del tiempo en que fueron escritas.

Estas formulaciones varían en el hecho de poner el acento en uno u otro mandamiento, pero, en esencia, todas las listas hablan de «diez mandamientos», conocidos así en la Biblia y en la tradición judía y cristiana. En la lista de los mandamientos del libro del Éxodo se dedica una extensión notable a hablar de los preceptos que tienen que ver con Dios y con su culto. Fue la escuela sacerdotal la que redactó esta lista: en ella ha impreso su huella, siempre atenta a poner de relieve el primado de Dios y de su culto, para lo cual utiliza un lenguaje lacónico, hierático, a la hora de presentar los otros preceptos.

Los diez mandamientos forman parte del bagaje moral inscrito en el corazón de todos los hombres, la llamada «ley natural» experimentada y admitida por todas las morales. Es Dios mismo quien ha puesto en el corazón humano estos principios, estas tendencias y este sentido del bien y del mal respecto a nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. La denominación «diez mandamientos» es una expresión aceptada prácticamente por todas las culturas que posean un verdadero sentido de Dios y del hombre. Este consenso universal muestra la conciencia del hombre como un reflejo de la Ley de Dios. Israel tuvo el privilegio de que Dios mismo le enseñara directamente estos mandamientos, revelados en la teofanía del Sinaí: un privilegio, un acto de predilección de Dios hacia su pueblo, pero que supone asimismo una mayor responsabilidad y fidelidad a la hora de cumplirlos.

 

Evangelio: Mateo 13,18-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

18 Así pues, escuchad vosotros lo que significa la parábola del sembrador.

19 Hay quien oye el mensaje del reino, pero no lo entiende; viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón; este es como la semilla que cayó al borde del camino.

20 La semilla que cayó en terreno pedregoso es como el que oye el mensaje y lo recibe en seguida con alegría,

21 pero no tiene raíz en sí mismo, es inconstante y, al llegar la tribulación o la persecución a causa del mensaje, en seguida sucumbe.

22 La semilla que cayó entre cardos es como el que oye el mensaje, pero las preocupaciones del mundo y la seducción del dinero asfixian el mensaje y queda sin fruto.

23 En fin, la semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta.

 

**• Tras pedírselo sus discípulos, Jesús les da la interpretación de la parábola del sembrador. La exégesis ve también en la explicación de Jesús una experiencia de la vida cristiana y de la predicación de la Palabra de Dios con los diferentes resultados que obtiene. Algunos exégetas sostienen que esta explicación sería preponderantemente fruto de la experiencia de la comunidad primitiva. Nosotros preferimos ver en ella la enseñanza del mismo Jesús, acompañada, no obstante, de la práctica de la Iglesia, que ha podido dar cierto colorido al texto actual del evangelio.

La parábola habla, fundamentalmente, de la acogida que brinda a la Palabra el terreno en el que cae la semilla. Hay cuatro respuestas: tres negativas y una positiva. Las negativas enumeran las dificultades, los obstáculos, los peligros en que se debaten los que escuchan la Palabra de Dios. No basta con escuchar, y tampoco basta con acoger de manera gozosa lo que se oye. Se requiere una acogida elaborada a base de una profunda comprensión. Entonces es cuando la semilla de la Palabra puede dar su fruto.

En esta explicación resalta la libertad del hombre frente a la Palabra de Dios, con toda su capacidad de rechazarla o decidirse por otras opciones. También se pone de relieve la fecundidad de la semilla cuando encuentra un terreno bueno y abierto. Cada semilla da mucho fruto, con un porcentaje que puede ser el cien, el sesenta o el treinta, una producción diferente, aunque se trata en todos estos casos de tierra buena.

Esta parábola, como la de los talentos (Mt 25) y la de las minas (Le 19), tiene como objetivo suscitar en nosotros una apertura de corazón que nos permita la acogida gozosa de la Palabra y de la alegría de la cosecha, siempre abundante cuando la tierra es buena.

 

MEDITATIO

El libro del Éxodo nos habla hoy de los diez mandamientos. Para nuestro tiempo, tal vez sea esta página bíblica la más necesaria, puesto que nos muestra lo que debemos hacer y las prioridades con las que debemos proceder, es decir, dar el debido peso y la debida importancia a los tres primeros mandamientos, que son los que están más expuestos a la crítica y a los ataques del mundo y los más fáciles de abandonar, descuidándolos e incluso olvidándolos, para acentuar cualquier otro de los preceptos divinos.

El retorno a Dios, a la verdadera fe, a la oración, a la relación con Dios, es hoy mucho más necesario que en otros tiempos. El mundo paganizado se olvida de Dios y de su servicio: nosotros debemos revivir estas grandes verdades de nuestra fe, recordadas hoy por los mandamientos de Dios. Escuchemos algunos de los pensamientos del papa Juan Pablo II expresados en su alocución pronunciada en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí el 26 de febrero de 2000: «Los diez mandamientos no son una imposición arbitraria de un Señor tiránico. Fueron escritos en la piedra, pero antes fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar. Hoy como siempre, las diez palabras de la Ley proporcionan la única base auténtica para la vida de los individuos, de las sociedades y de las naciones. Hoy como siempre, ellas son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Ponen de manifiesto todas las falsas divinidades que le reducen a esclavitud: el amor a sí mismo hasta la exclusión de Dios, la avidez de poder y de placer que subvierte el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo [...]. Observar los mandamientos significa ser fieles a Dios, pero significa también ser fieles a nosotros mismos, a nuestra auténtica naturaleza y a nuestras aspiraciones más profundas. El viento que todavía sopla del Sinaí nos recuerda que Dios desea ser honrado en sus criaturas y en su crecimiento: Gloria Dei vivens homo...».

 

ORATIO

Oh Señor y Padre nuestro, que nos revelaste tu nombre en el Sinaí y nos diste tu Ley como lámpara para nuestros pasos, escucha la oración que te dirigimos y haz que nosotros, como Moisés y el pueblo de Israel, reunidos ante ti, podamos acoger tu Palabra eterna, quise centra hoy en los diez mandamientos, ley de vicia, de libertad y de respeto a todos los hombres.

Haz que en la observancia de estos mandamientos podamos dar a los tres mandamientos que nos hablan directamente de ti la importancia y el obsequio espiritual que se merecen, porque la atmósfera en que vive nuestro mundo incrédulo los ignora e intenta aniquilarlos. Concédenos un gran sentido de ti, como Dios omnipotente y Padre misericordioso; una voluntad espontánea de adorarte, de servirte, de mantenernos fieles a tu ley y a tus designios de salvación. Concédenos también, oh Señor, la gracia de convertirnos en tierra buena, sin piedras y sin cardos, que pueda acoger la Palabra divina de tu Hijo, Jesús, nuevo Moisés, que ha instituido una alianza nueva y nos ha dado una ley nueva, esa que se encierra en un solo mandamiento: amarnos los unos a los otros y amarte a ti.

Tú, oh Padre, nos has dicho, hablando de tu Hijo, Jesús: «¡Escuchadle!». Sí, que podamos escucharle con fe viva, con un amor creciente, con una esperanza segura: porque él es el Camino, la Verdad y la Vida.

 

CONTEMPLATIO

La Ley de Moisés es una recopilación de preceptos diversos, importantes, un arte de vivir universal, una imitación simbólica de las costumbres celestes, una llama, un fuego, una antorcha, un reflejo de las claridades del cielo. La Ley de Moisés es el modelo de la piedad, la regla de una vida ordenada, la traba puesta al primer pecado, la presciencia de la verdad que viene. La Ley de Moisés es el suplicio de un Egipto ciego, inscrito por el «dedo» de Dios -su brazo soberbio esperaba algo mejor-. La Ley de Moisés es jefe para la piedad, guía para la justicia, luz para los ciegos, razón para los insensatos, maestro para los niños, barrera para los imprudentes, luida para las cervices duras y yugo de contención para los rebeldes. La Ley de Moisés es la mensajera de Cristo, el primer signo de Jesús, el heraldo y el profeta del gran Rey, la escuela sabia, el gimnasio útil, la enseñanza universal, el precepto justo de una época, la figura de un día. La Ley de Moisés es el resumen simbólico y misterioso de la gracia futura; a través de sus imágenes anuncia la plenitud de la verdad futura, a través de sus sacrificios la víctima, a través de su sangre la sangre, a través de su cordero el Cordero, a través de su paloma la Paloma, a través de su altar el sumo sacerdote, a través de su templo la morada de la divinidad, y a través del fuego del altar la plena luz que desciende sobre el mundo (Pseudo-Hipólito, «La Pascua histórica», en A. Hamman y otros, El misterio de la Pascua, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998, p. 82).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

1. Tú eres lo único que deseo, Señor: que ningún ídolo se interponga entre tú y yo: ni el ídolo de mi yo, sordo y ciego, ni el ídolo de la riqueza y del prestigio, sino que te reconozca a ti, y sólo a ti, como verdaderamente digno de ser servido, amado, adorado.

2. Purifica, Señor, mi corazón y mis labios para que nunca llegue a nombrarte sin respeto y veneración. Que nunca deshonre, con una conducta indigna de un hijo, tu santo nombre de Padre, que tu Hijo unigénito ha revelado y glorificado con la obediencia hasta la cruz.

3. Tuyo es el tiempo, oh eterno Creador: que toda mi existencia discurra en el único día que Cristo, al resucitar de la muerte, ha abierto sobre la cabeza del género humano. Y que el recuerdo de tus beneficios constituya la dulce fiesta de toda mi vida.

4. Toda paternidad y toda maternidad proceden de ti, oh Dios, fuente y plenitud de la vida: infunde en mí una profunda veneración y gratitud hacia todo el que, con santo temor y humildad, participa del poder generador de tu amor.

5. Que ningún pábulo de violencia, Señor, se insinúe en mis pensamientos, en mis sentimientos, en mis acciones dirigidas a los hombres mis hermanos. Haz que, viendo en ellos tu misma imagen, los trate con suma reverencia, sea cual sea su color y su condición. Si los matara, aunque sólo fuera en mi corazón con el rechazo o con la indiferencia, el grito de su angustia llegará a tu rostro e infligiré un infinito dolor a tu corazón de Padre, que me verá más muerto que aquellos a quienes yo haya matado, un infinito dolor por la enormidad de mi pecado.

6. «No cometerás actos impuros». Este mandamiento nos sorprende hoy: ¿por qué no dejar a nuestra naturaleza que se desfogue libremente? No podemos olvidar que la malicia ha corrompido el corazón humano, que el amor ha degenerado en concupiscencia, la gratuidad en egoísmo posesivo.

7. Señor, que yo no robe tu gloria jactándome de lo que no es mérito mío; que no sustraiga a mis hermanos cuanto les has concedido para la vida física y moral: la estima, la libertad, el pan, la salud... Que goce yo más con su bien que con el mío, porque, teniéndote a t i , nada me falta.

8. Que toda mi conducta vital sea tal que refleje tu justicia y tu misericordia, Señor. Que la mentira o la ambigüedad nunca oscurezcan el espejo de mi conciencia.

9. Que mi corazón sea sencillo y puro, a fin de que también mi mirada se pose sobre todas las criaturas sin contaminarlas. Que todo yo vea tu luz, Señor, con el virginal candor de tu belleza.

10. Presérvame, Señor, de la codicia, del ansia de poseer y de gozar, de la envidia por los bienes de mi prójimo. Que mi corazón se encuentre de verdad allí donde está mi tesoro: Tú, sumo bien, nuestra eterna bienaventuranza (A. M. Cánopi, Obbedire alia Parola, Isola S. Giulio 2001).

 

Sábado de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 24,3-8

En aquellos días,

3 Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: -Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

4 Moisés puso entonces por escrito todas las palabras del Señor. Al día siguiente se levantó temprano y construyó un altar al pie del monte; erigió doce piedras votivas, una por cada tribu de Israel.

5 Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofrecieran holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión en honor del Señor.

6 Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unas vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar.

7 Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: -Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo diciendo: -Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según las cláusulas ya dichas.

 

**• El pasaje del libro del Éxodo que hemos leído hoy como primera lectura es una página espléndida que describe la alianza del Sinaí y habla de la buena disposición del pueblo para escuchar la Palabra de Dios. Las alianzas antiguas, entre pueblos o reinos vecinos, o entre Dios y su pueblo, incluían una serie de ritos simbólicos que expresaban la intención del corazón y la promesa de fidelidad al pacto establecido. Se requería, a continuación, una afirmación explícita de la voluntad de mantener la alianza.

En la perícopa del Éxodo leemos, en primer lugar, que Moisés refiere al pueblo la voluntad de Dios, y la respuesta unánime, afirmativa, de Israel en el sentido de cumplir los mandamientos de Dios. En ese momento de fervor, impresionado aún por el espectáculo de la misteriosa y terrible teofanía de su Dios, el pueblo acepta escuchar la voz de Dios y cumplir sus mandamientos. Sin embargo, los antiguos, muy conscientes de la fragilidad del corazón y de las buenas intenciones manifestadas en un momento determinado, quisieron introducir, en el rito de la alianza, una ratificación externa, simbólica: la de la aspersión con sangre tanto del altar como de las personas que establecían la alianza. Moisés, intercesor y mediador entre Dios e Israel, pretende unir a Dios y a su pueblo con el rito de la aspersión de la sangre: la mitad de la sangre es derramada sobre el altar, la otra mitad sobre el pueblo. Este gesto simboliza la recíproca fidelidad de las partes, sancionada por la sangre de la misma víctima que las une. La infidelidad de una de las partes supondría la ruptura de la alianza.

 

Evangelio: Mateo 13,24-30

En aquel tiempo,

24 Jesús les propuso esta otra parábola: -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con un hombre que sembró buena semilla en su campo.

25 Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

26 Y cuando creció la hierba y se formó la espiga, apareció también la cizaña.

27 Entonces los siervos vinieron a decir al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?».

28 Él les respondió: «Lo ha hecho un enemigo». Le dijeron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?».

29 Él les dijo: «No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo.

30 Dejad que crezcan juntos ambos hasta el tiempo de la siega; entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo amontonadlo en mi granero».

 

**• La parábola de la cizaña es una de las más claras, pues está tomada de una realidad agrícola conocida por todos, incluso por los habitantes de la ciudad (dada la experiencia que tienen de sus jardines, siempre amenazados por las malas hierbas).

Esta parábola refleja la realidad que acontece en la vida del hombre. Dios ha querido al hombre bueno, y especialmente cuando este hombre es educado en la fe cristiana, posee todos los elementos que pueden hacer de él un auténtico creyente, alguien que refleja la imagen divina. Ahora bien, en el camino de este hombre aparece un día el tentador, la fuerza del mal, y causa estragos en lo que era antes una realidad positiva y prometedora. La ruina del hombre es evidente. La reacción de los siervos de aquel amo es espontánea: ir a arrancar la cizaña, cortar el mal de inmediato... (w. 27ss). Eso es lo que aconsejaría un celo precipitado, una espontaneidad poco reflexiva. Jesús se opone a esta reacción demasiado humana y nos hace ver los peligros inherentes a esta actitud intransigente: existe el peligro de arrancar el buen grano junto con la cizaña.

Dos son las enseñanzas que se derivan de la parábola:

a) la invasión devastadora del mal y, al mismo tiempo,

b) la tolerancia de este mal en el mundo, es decir, saber aceptar esta triste realidad, aunque sin admitirla en nuestro propio corazón y sin querer aniquilarla con me dios violentos. La convivencia entre el bien y el mal ayuda a que el bien sea más bueno, más auténtico, más probado, más convencido y más fuerte. El cristiano, con la ayuda de Dios, podrá superar el mal, vencerlo y, al mismo tiempo, ser tolerante, paciente, mostrarse esperanzado en el triunfo del bien sobre el mal. El juicio sólo le corresponde a Dios. A nosotros nos corresponde la fidelidad y la confianza.

 

MEDITATIO

Las lecturas de hoy nos ofrecen ideas de una enorme importancia para proporcionar al creyente actitudes fundamentales en su comportamiento.

Una primera actitud es la de la aceptación de la voluntad de Dios. Esta voluntad no se manifiesta sólo en sus mandamientos, sino que es todo un conjunto de disposiciones divinas dirigidas a nosotros y para nuestro bien. Estas disposiciones incluyen, antes que nada, su designio sobre cada uno de nosotros, una llamada o vocación particular, a la que hemos de corresponder con fidelidad y obediencia a todo lo que Dios ha querido darnos.

Otra actitud es la de la alianza, sentirnos unidos a Dios por vínculos de afecto y de amistad, tener un sentido de pertenencia y de devoción a Dios que haga espontánea, natural, nuestra relación confiada con él, manifestada en una vida de gozosa sumisión y una fidelidad constantemente renovada.

Por último, una tercera actitud, brotada del Evangelio, es la de la tolerancia, la del saber esperar, la de no irrumpir con rápidas condenas o exclusiones en la convivencia entre las personas. La parábola de la cizaña nos recuerda que, aunque defendiéndose del mal, el creyente está obligado a convivir con él, con el riesgo (y la experiencia) del peligro y de la caída. Y nos recuerda asimismo que el juicio sobre el mal pertenece sólo a Dios. El mal sirve para probar, como en el crisol, la autenticidad de la fe y de la vida. La prisa, la impaciencia, el puritanismo, han traído consigo muchos males a la Iglesia y a los fieles en particular. La lectura de esta breve parábola nos ayuda a la reflexión, a la reafirmación de la fe, a la tolerancia: «Si cierras la puerta a todos los errores, dejarás fuera también a la verdad» (R. Tagore).

 

ORATIO

Oh Señor, Dios y Padre de bondad, que diriges el universo y los acontecimientos de la historia humana, concédenos un alma que acoja tu gracia, tus designios, tus disposiciones respecto a nosotros, con la conciencia de que todo lo que nos pides es para nuestro bien. Concédenos un vivo sentido de la alianza contigo, de esa alianza que ha brotado de tu corazón de Padre, para que podamos corresponder con una fidelidad creciente al pacto de tu amistad y de tu redención.

Vivimos en un mundo marcado por el mal, «por la concupiscencia de la carne, por la concupiscencia de los ojos y por la soberbia de la vida»: concédenos, pues, un corazón que sepa comprender el mundo y su mal, para protegernos de sus asaltos y para frenar nuestra impaciencia por responder con la violencia o la rigidez. Haz que recordemos en nuestros juicios que sólo tú eres el verdadero juez de vivos y muertos, y que a nosotros lo único que nos corresponde es comprender, amar y perdonar, vigilar y orar. Que la palabra de tu Hijo sea para nosotros guía y orientación de vida, que forje las actitudes básicas de nuestra fe, a fin de que podamos, tras una vida transcurrida en tu amor y en tu confianza, ser partícipes de la verdadera recompensa en la eternidad de tu gloria.

 

CONTEMPLATIO

Si alguien, mientras se proclaman las palabras de la ley, se ocupa de fábulas humanas es un no convertido. Si alguien, «cuando se lee a Moisés», se preocupa de los asuntos del siglo, del dinero, de las ganancias, es un no convertido. Si alguien está oprimido por la solicitud de los bienes y está atormentado por la codicia de las riquezas, está dedicado a la gloria del siglo y a los honores del mundo, es un no convertido. Ahora bien, el que parece extraño a todas estas cosas, aunque asista y escuche las palabras de la ley atento con el rostro y con los ojos, pero distraído con el corazón y los pensamientos, también es un no convertido. ¿Qué es, entonces, convertirse? Si damos la espalda a todas estas cosas y nos aplicamos a la Palabra de Dios con celo, actos, alma, solicitud, si «meditamos su ley día y noche», si dejando todo de lado nos consagramos a Dios, nos ejercitamos en dar testimonio de él, esto es convertirse al Señor.

¿Quién de nosotros se convierte a los estudios de la ley divina? ¿Quién de nosotros se aplica de este modo? Algunos de nosotros, apenas han escuchado la proclamación de la lectura, se van de inmediato: no hacen ninguna investigación intercambiable sobre lo que se ha leído, no conversan sobre ella, no se acuerdan para nada del precepto con el que nos amonesta la ley divina: «Pregunta a tus padres y te lo dirán, a tus ancianos y te lo anunciarán». Otros ni siquiera tienen la paciencia de esperar hasta que sean proclamadas las lecturas en la Iglesia. Otros ni siquiera saben si han sido proclamadas, sino que se ocupan de chismorreos mundanos en lugares escondidos de la casa del Señor [...].

Así pues, parece ser que no sólo debemos aplicarnos al estudio para aprender las sagradas letras, sino suplicarle también al Señor y pedirle «día y noche» que venga «el Cordero de la tribu de Judá» y él mismo, tomando «el libro sellado», se digne abrirlo. Es él, en efecto, el que, «al abrir las Escrituras», inflama los corazones de los discípulos, hasta tal punto que dicen: «¿Acaso no ardían nuestros corazones cuando nos abría las Escrituras?» (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 211-215 [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tu Palabra es antorcha para mis pasos y luz para mis sendas» (Sal 118,105).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Puede que parezca sorprendente, pero es un hecho: el Éxodo no llama nunca «ley» al decálogo, ni «mandamientos» al contenido del decálogo. A esta lista de compromisos la llama el autor bíblico las «diez palabras». Esto no es una curiosidad lingüística, sino que nos revela la perspectiva adecuada para comprender el decálogo. Se trata de las diez condiciones o cláusulas para vivir el éxodo en libertad. El pueblo ha dejado a su espalda el país de la esclavitud y del miedo, Egipto; se ha fiado de Dios y ha iniciado el camino de la libertad, guiado y protegido por el Señor, que lo ha sacado de la opresión. Pero la meta del camino en libertad es ese «santuario» que fue el desierto del Sinaí para Israel; allí se consolidó la libertad mediante un acto de amistad entre Dios y su pueblo. No es posible ser libre sin una meta y un objetivo, de otro modo se vuelve a los antiguos amos. Sólo es posible ser libre con los otros, caminando con el Señor, que nos llama. De este modo, el pueblo liberado de Egipto llega a la cita con el Señor en el desierto del Sinaí, a los pies de la montaña santa.

El Señor lanza su propuesta de amistad a los hombres liberados: «Ahora bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía» (Ex 19,5). La propuesta de Dios sólo puede ser acogida de modo libre, puesto que él propone un pacto de amistad, y la amistad no puede ser impuesta. «Y todo el pueblo a una respondió: Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho» (Ex 19,8) (R. Fabris, lo sonó con voi, Bolonia 1976).

 

 

Lunes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 32,15-24.30-34

En aquellos días,

15 Moisés se volvió y bajó del monte con las dos losas del testimonio en su mano. Las losas estaban escritas por ambas caras, por un lado y por otro;

16 eran obra divina, y la escritura grabada sobre las losas era escritura divina.

17  Josué, escuchando el griterío del pueblo, dijo a Moisés: -Hay gritos de guerra en el campamento.

18 Moisés replicó: -Ni es grito de vencedores, ni es grito de vencidos; lo que oigo es el alboroto de una fiesta.

19 Cuando estaban ya cerca del campamento, Moisés vio el becerro y las danzas; su cólera se desató, arrojó las losas y las rompió al pie de la montaña.

20 Agarró el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego; lo redujo a cenizas, las mezcló con agua y obligó a los israelitas a que se lo bebieran.

21 Moisés interrogó a Aarón: -¿Qué te ha hecho esta gente para que les permitieras cometer tamaña aberración?

22 Aarón le respondió: -No te enfades, señor, tú sabes que este pueblo está inclinado al mal.

23 Me dijeron: «Haznos una divinidad que nos guíe, porque no sabemos qué habrá sido de ese Moisés que nos sacó del país de Egipto».

24 Yo les respondí: «Quien tenga oro que lo entregue» y me lo dieron. Entonces lo eché al fuego y salió este becerro.

30 Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: -Vosotros habéis cometido un pecado monstruoso; sin embargo voy a subir adonde está el Señor, a ver si consigo el perdón de vuestro pecado.

31 Volvió Moisés ante el Señor y le dijo: -Señor, este pueblo ha cometido un pecado monstruoso haciéndose divinidades de oro.

32 Pero te ruego que perdones su pecado; si no lo haces, bórrame del libro donde tienes inscritos a los tuyos.

33 El Señor respondió a Moisés: -Borro de mi libro a quien peca contra mí. 34 En cuanto a los demás, ve y conduce al pueblo adonde te he dicho. Mi ángel irá delante de ti. Pero cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de sus pecados.

 

**• El texto describe la apostasía y el culto idolátrico del becerro de oro por parte del pueblo durante la prolongada ausencia de Moisés, que estaba en el monte dialogando con Dios (w. 7-16), así como la reacción de éstos, Dios y Moisés, después de haber conocido el hecho (w. 19-34). Moisés baja del monte con las tablas de la alianza y, cuando se acerca al campamento, oye los gritos festivos del pueblo e intuye la traición. Al ver el becerro de oro y las danzas de la gente, destroza las tablas, tritura el becerro, echa el polvo del mismo en agua y se la hace beber al pueblo (w. 19-21). Pide cuentas de lo sucedido a Aarón, el cual hace recaer la culpa sobre la gente. Moisés hace tomar conciencia al pueblo de la gravedad del pecado y vuelve a dialogar con Dios para implorar su perdón. La respuesta de Dios está en la línea de la misericordia, prosiguiendo su obra de salvación, aunque anuncia también el castigo de los culpables.

La narración tiene que ver no sólo con la gran apostasía de tiempos del éxodo, sino que refleja también el tiempo de decadencia moral acontecido en la época de los reyes de Israel, dado que el relato fue compuesto entre los siglos IX y VIII a. de C. y forma parte del documento elohísta. La figura de Aarón, que no sabe reaccionar ante el mal del pueblo y permite que éste caiga en la idolatría, es presentada de una manera negativa, a diferencia de la figura gloriosa y carismática de Moisés, verdadero profeta y hombre de Dios, que, con fuerza y fidelidad, atestigua la fidelidad a Dios y reacciona contra todo tipo de idolatría y de laxismo, identificándose incluso con el pueblo pecador ante Dios. La guía carismática del pueblo por parte de Moisés está presentada en el texto como la conciencia que habla, denuncia el pecado y llama al pueblo a la conversión, pero se convierte asimismo en el intercesor solitario ante Dios y solidario con su gente, llegando incluso a pedir que le borre Dios del libro que éste ha escrito. Cuando se pierde el sentido de la presencia de Dios resulta fácil caer en el pecado buscando un sucedáneo.

 

Evangelio: Mateo 13,31-35

En aquel tiempo,

31 les propuso otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo.

32 Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas.

33 Les dijo otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.

34 Jesús expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente, y nada les decía sin utilizar parábolas,

35 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta: Hablaré por medio de parábolas, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.

 

**• Las dos parábolas del grano de mostaza y de la levadura que expone Jesús tienen la finalidad de iluminar, ulteriormente, la comprensión del misterio del Reino de Dios con otros elementos significativos, pero transmiten una misma enseñanza. El punto de reflexión versa sobre la desproporción que existe entre los comienzos humildes y el desarrollo que se produce a continuación. El Reino de Dios está ya presente, aunque escondido, con la venida de Jesús, y actúa de una manera dinámica no por obra humana, sino por la gracia de Dios.

En efecto, la pequeña semilla de mostaza tiene en sí misma una energía tan potente que se transforma en una planta de notables proporciones, como leemos en el libro de Daniel: «Éstas son las visiones que cruzaron por mi mente mientras dormía: En medio de la tierra había un árbol de gran altura. El árbol creció y se hizo corpulento; su copa tocaba el cielo, y se veía desde los extremos de la tierra. [...] en sus ramas anidaban los pájaros del cielo» (4,7-9). Este árbol llega a alcanzar una altura de tres o cuatro metros en Palestina (w. 31ss). Del mismo modo, un poco de levadura hace fermentar una cantidad de harina que puede alimentar a varias decenas de personas (v. 33). Así sucede también con el Reino de Dios y su palabra: parecen perdedores y derrotados en el presente, pero, en realidad, se dilatan y crecen de manera oculta hasta hacer fermentar toda la realidad humana.

En efecto, la fuerza interior y dinámica del Reino de Dios tiene tal poder que atrae y transforma toda la vida del hombre. También la Palabra de Dios, acogida e interiorizada en el corazón del creyente, produce la vitalidad interior que permite al Espíritu Santo actuar y conducir al cristiano a la vida eterna, es decir, a la experiencia vital de comunión y de intimidad con Dios, que es el resultado de un auténtico camino de vida espiritual (cf. Jn 4,13ss).

 

MEDITATIO

La pequeña parábola de la levadura que, de una manera silenciosa, hace fermentar toda la masa, enunciada en el evangelio de hoy, es muy sugestiva y apremiante. Se refiere, como la del grano de mostaza, aunque tal vez con un carácter todavía más incisivo, a la eficacia de la propuesta lanzada por Jesús. Ésta, en su aparente insignificancia a los ojos del mundo, precisamente por ser una carga de energía divina tiene en sí misma tal fuerza que produce una transformación total. La parábola puede ser leída tanto en clave personal como social.

En la primera de estas dos claves de lectura, la parábola nos invita al cambio radical que la acogida del Evangelio supone en cada individuo: pensamientos, proyectos, actitudes, expectativas, aspiraciones, relaciones, todo debe ser «fermentado» por él. Esto nos impulsa a preguntarnos hasta qué punto la propuesta de Jesús ha transformado nuestra vida personal, en todas sus dimensiones. Por eso, nos invita a pensar si no nos habremos fabricado por nuestra cuenta aquel becerro de oro del que habla la primera lectura de hoy, aquel becerro de oro que el pueblo se construyó en el desierto y al que adoró con entusiasmo, como si fuera su dios. La experiencia atestigua que lo que el Evangelio no fermenta en nosotros acaba por convertirse en un ídolo al que, consciente o inconscientemente, rendimos culto.

En la segunda clave de lectura, la social, la parábola nos invita a pensar en la transformación de la convivencia colectiva que debería producir el Evangelio anunciado en su integridad, según las claras indicaciones proporcionadas por Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. La propuesta del Reino de Dios debe calar como una levadura silenciosa, pero inconteniblemente eficaz, en las relaciones entre los grupos humanos en todos los ámbitos, erradicando de ellos todo lo que no vaya en la dirección de la «vida en abundancia» que Jesús ha venido a traer al mundo (cf. Jn 10,10), haciendo crecer así en su lugar todo lo que contribuya a tal vida. También en el ámbito estructural hay que reemplazar las «estructuras de muerte» por «estructuras de vida» (Juan Pablo II). Y nosotros, cada uno según su propia condición humana y eclesial, somos los afortunados responsables de esta tarea.

 

ORATIO

Has querido asociarnos, Señor, a la realización de tu gran designio de amor «para la vida en abundancia» del mundo. Nos has llamado a colaborar contigo en su fermentación.

Te estamos muy agradecidos por haber confiado en nosotros y habernos hecho hijos tuyos. Sin embargo, sabes todo lo que en nosotros no ha sido fermentado por tu invitación: no todo en nosotros ha sido evangelizado, y hay muchos recodos oscuros y tenebrosos en nuestros corazones. Con frecuencia nos descubrimos adorando los falsos ídolos que nos construimos como sucedáneos de tu Evangelio. Nos dejamos fascinar por otros proyectos, a veces míseros y mezquinos, que no forman parte de tu plan de salvación y de amor, y vamos abandonando nuestra inicial dedicación al mismo.

Perdona nuestra infidelidad y haz que tu Evangelio brille de tal modo ante los ojos de nuestro corazón que nos sintamos suavemente obligados a abrazarlo y a dejarnos levitar integralmente por él, permaneciendo fieles a tu Palabra de vida. Entonces daremos con alegría los frutos que tú mismo esperas de nosotros. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Ya no te pensaba, oh Dios, no te pensaba con el aspecto de un cuerpo humano, pero no acudía a mi imaginación ninguna otra forma que te representara. Yo, hombre y este hombre, pretendía representarme a Ti, sumo y único verdadero Dios. Mi corazón se rebelaba violentamente contra todas estas representaciones sensibles. Pero apenas las había expulsado, en un abrir y cerrar de ojos ya habían vuelto, se me volvían a presentar a la vista, obnubilándola: no tenía, no, el aspecto de un cuerpo humano, pero, con todo, siempre estaba obligado a pensar en algo corpóreo que ocupaba materialmente un espacio [...].

Mi mísero ánimo siempre andaba dando vueltas a consideraciones de este tenor. A pesar de ello, conservaba bien firme la fe en la Iglesia católica de tu Cristo, nuestro Salvador y nuestro Señor; una fe, es cierto, en muchos aspectos todavía tosca y que erraba fuera de la norma de tu enseñanza, pero que yo estaba bien decidido a no abandonar y de la que incluso me embebía cada día más (Agustín de Hipona, Le Confessioni, Milán 1991, 179-180.189 [edición española: Las confesiones, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 51968]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta» (1 Cor 3,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Le dije a John Eudes que durante muchos años me había imaginado que Dios rompería el espeso caparazón de mi resistencia revelándoseme de un modo tan intenso y convincente que me haría capaz de abandonar mis «ídolos», para entregarme a él sin condiciones. No demasiado sorprendido por tales fantasías, me respondió John Eudes: «Tú quieres que Dios se te aparezca como quieren tus pasiones, pero estas pasiones, ahora, te ciegan frente a su presencia. Concéntrate en esa parte de ti mismo que no es víctima de las pasiones e intenta comprender, date cuenta de que allí está Dios. A continuación, deja que esa parte se desarrolle dentro de ti y de allí harás partir tus decisiones. Te sorprenderás al constatar cómo esas fuerzas que parecían invencibles se marchitan y desaparecen».

Estuvimos hablando de muchas otras cosas, pero lo que mejor recuerdo, del final de la conversación, es la idea de que debería hacerme feliz el hecho de tomar parte en la batalla, con independencia del desenlace de la misma. La batalla es real, peligrosa y decisiva. Arriesgamos en ella todo lo que poseemos; es como combatir contra un toro en la arena. Sólo sabemos lo que es la victoria después de haber participado en la batalla. Las personas que conocen el sabor de la victoria son muy modestas al respecto, porque han visto el otro frente y saben que hay poca cosa de la que jactarse. Las potencias de las tinieblas y las potencias de la luz están demasiado cerca las unas de las otras para poder ofrecer una ocasión a la vanagloria. Un monasterio representa esto. Aquí estamos en condiciones de reconocer el combate en los hechos de la vida cotidiana. Puede tratarse de algo pequeño, como el deseo de recibir una carta o el deseo de una vaso de leche. Permaneciendo en un único puesto se aprende a conocer muy bien el campo de batalla (H. J. M. Nouwen, Ho ascoltato ¡I silenzio, Brescia "2000, p. 67 [edición española: La soledad, el silencio, la oración: espiritualidad del silencio y sacerdocio contemporáneo, Obelisco, Barcelona 2002]).

 

 

Martes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 33,7-11; 34,5-9.28

En aquellos días,

33.7 Moisés tomó la tienda y la plantó fuera del campamento, a cierta distancia de él, y la llamó tienda del encuentro. Todo el que quería dirigirse al Señor tenía que salir fuera del campamento y dirigirse a la tienda del encuentro.

8 Cuando salía Moisés, todo el mundo se ponía de pie y, situándose cada uno a la puerta de su propia tienda, seguían a Moisés con la mirada hasta que entraba en la tienda.

9 En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube descendía y permanecía a la entrada de la tienda mientras el Señor hablaba con Moisés.

10 El pueblo contemplaba la columna de nube, que permanecía a la entrada de la tienda; entonces, todo el mundo se postraba, cada uno en la entrada de su tienda.

11 El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Luego Moisés volvía al campamento, pero Josué, su ayudante, hijo de Nun, no se movía de la tienda.

34 5 El Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor.

6 Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando: -El Señor, el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel;

7 que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado, pero que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación.

8 Inmediatamente, Moisés cayó rostro a tierra

9 y le dijo: -Mi Señor, si gozo de tu protección, que venga mi Señor entre nosotros, aunque éste sea un pueblo obcecado. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos como heredad tuya.

28 Moisés permaneció allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches; no tomó alimento alguno ni bebió. Y escribió sobre las tablas las diez cláusulas de la alianza.

 

**• Los dos breves textos de los que se compone la lectura de hoy se remontan a los tiempos del reino de Judá: el primero pertenece al documento elohísta y el segundo al yahvista. Tratan de la alianza renovada por parte del Señor a través de un acto de renovación permanente del culto. A pesar del pecado del pueblo, el Señor, siempre misericordioso y lleno de amor, permanece cerca de su gente, a la que eligió a través de Moisés. Éste, en efecto, toma la «tienda del encuentro», o sea, el lugar del culto, y la coloca fuera del campamento, para indicar que Dios no puede vivir en plena armonía con los hombres pecadores, aunque siempre está listo y disponible para los que se dirigen a él con ánimo renovado y penitente. Todos los judíos que reconocían su culpa podían entrar en amistad con Dios, ir a la tienda y hablar con Dios, como hacía el intercesor Moisés, que hablaba con el Señor cara a cara, como un amigo habla con su amigo, y como su ayudante Josué, que «no se movía de la tienda» (v. 11).

En síntesis, Dios, que se revela a Moisés como el Dios de la misericordia, quiere enseñar de este modo a su pueblo que el verdadero ámbito de la alianza no es el Sinaí ni ningún lugar material; el verdadero ámbito del culto se sitúa en el hecho de reconocernos pecadores y acoger su misericordia, que se manifiesta en cada situación concreta y a través de hombres y personas santas y amigas de Dios. Sólo estos mediadores pueden pronunciar el nombre del Señor sobre el pueblo y hacerle así presente con sus atributos de benevolencia, compasión y misericordia.

El Señor ha elegido, a buen seguro, para siempre a su pueblo, pero sigue siendo también aquel que perdona y exige justicia, es decir, que se manifiesta en el castigo y en la gracia y nos llama a volver a la alianza renovada.

 

Evangelio: Mateo 13,36-43

En aquel tiempo,

36 Jesús dejó a la gente y se fue a la casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: -Explícanos la parábola de la cizaña del campo.

37 Jesús les dijo: -El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino, y la cizaña, los hijos del maligno;

39 el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores, los ángeles.

40 Así como se recoge la cizaña y se hace una hoguera con ella, así también sucederá en el fin del mundo.

41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino a todos los que fueron causa de tropiezo y a los malvados

42 y los echarán al horno de fuego. Allí llorarán y les rechinarán los dientes.

43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga.

 

*•*• La parábola evangélica de la buena semilla y de la cizaña encuentra su explicación en la contraposición entre dos bandos capitaneados por el divino sembrador y por el sembrador malvado. El punto central del mensaje de Jesús, por consiguiente, no es sólo la necesaria convivencia entre el trigo y la cizaña hasta el tiempo de la siega, sino la diferente suerte que corren los buenos, los hijos del Reino de Dios, y los malos, los hijos del maligno.

La pregunta de fondo a la que pretende responder la parábola es la de siempre, tanto la expresada por las primeras comunidades cristianas, como la que vuelven a expresar constantemente nuestras comunidades: ¿porqué hay malos cristianos en la comunidad creyente? Lo responde dando dos razones; la primera es que la siembra ha sido hecha al mismo tiempo tanto por Dios como por el maligno; la segunda es que el tiempo de la separación está reservado sólo para Dios. La vida del hombre es el tiempo en el que todo creyente debe realizar su opción. La convivencia con los malos no debe ser causa de pesimismo para los buenos; Dios la tolera e impide a aquellos que son demasiado exigentes «eliminar» a los malos con la excusa de acabar con el mal; al contrario, los buenos deben compartir a los pecadores y vencer así al mal con el bien. Sólo al final de la vida vendrá la siega (v. 39), esto es, el juicio de Dios. En ese momento aparecerá clara la suerte diferente reservada a «todos los que fueron causa de tropiezo» (v. 41) y a los «justos» (v. 43), cuando el Cristo glorioso se levante como juez supremo con sus ángeles y purifique a su Iglesia del mal. Esta perspectiva final es de aliento para los creyentes, que deben hacer frente en la vida de cada día a dificultades y pruebas de todo tipo.

 

MEDITATIO

En el texto del Éxodo que hemos leído hoy produce una gran impresión la intimidad que vive Moisés con el Dios, tres veces Santo, revelado en el Antiguo Testamento.

En efecto, Dios hablaba con él «cara a cara, como un hombre habla con su amigo» (Ex 33,11). Se explica así tanto la admiración que este comportamiento suyo suscitaba en el pueblo, más sensible a la distancia de Dios que a su proximidad, como la audacia con la que intercedía en su favor, a fin de que pudiera continuar siendo la heredad de Dios, a pesar de su «dura cerviz». Naturalmente, Moisés no llegó a la familiaridad que Jesús vivió con Dios, una familiaridad que inculcó también a sus seguidores. En efecto, Jesús se atrevió a invocar a Dios con el afectuoso nombre de «Abbá» (Me 14,36; Rom 8,15; Gal 4,6); una expresión que se usaba en el seno de la intimidad familiar para dirigirse al propio padre, y que ningún judío de su tiempo se hubiera aventurado a usar en sus relaciones con Dios. Jesús, sin embargo, la utilizó constantemente, sin preocuparse del escándalo que esa innovación podía suscitar en sus adversarios. Quizás también por esto le condenaron como blasfemo (cf. Mt 26,65). Y no sólo la empleó él mismo, expresando de este modo su modo extremadamente íntimo de relacionarse con Dios, sino que animó también a sus oyentes a hacer lo mismo. Jesús quería que todos vivieran en presencia de Dios, como ante aquel «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel» que había pasado ante Moisés revelándole su nombre (Ex 34,6).

En este sentido se puede entender también la «buena semilla» sembrada por el Hijo del hombre de la que nos habla el evangelio de hoy (Mt 13,37). Hemos de preguntarnos si no dejamos que la cizaña ahogue la buena semilla con otros modos de pensar y de vivir la relación con Dios. En efecto, con frecuencia el Dios, tierno y misericordioso, es sustituido en nuestra vida por otros dioses que no tienen nada que ver con Aquel cuyo rostro nos fue revelado por Jesús. Esos dioses engendran en nosotros actitudes que andan lejos de las que Jesús vivió intensamente e inculcó con la misma intensidad en quienes querían seguirle.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu viviste una intimidad intensísima con Dios. Le llamabas «Abbá», con toda la ternura familiar que tal nombre incluye. De este modo, abriste un camino nuevo en la humanidad por lo que respecta a las relaciones con el misterio magno y último de la realidad, con ese misterio que nosotros llamamos Dios.

Muchos de los hombres de tu tiempo no te comprendieron; más aún, fueron muchos los que se escandalizaron y te intimaron y condenaron por esto como blasfemo. Estaban acostumbrados a un modo de tratar con Dios que se inspiraba más en el temor y en la distancia que en el amor y la proximidad. Pero también hay hombres y mujeres en nuestros días que no te comprenden en este punto, y tal vez entre ellos estemos también nosotros mismos. Más de una vez ofrecemos el terreno de nuestros corazones a la cizaña sembrada por el enemigo, y la buena semilla de tu manera de invocar a Dios y de relacionarte con él queda ahogada por nuestra ceguera y por nuestra hipocresía. Queremos decirte, Señor, que creemos en ti y, como el apóstol Felipe en la última cena, te repetimos con fe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8).

 

CONTEMPLATIO

Sabemos que Dios es clemente, y nosotros, que somos pecadores, no nos alegramos de su severidad, sino que leemos: «El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es todo ternura» (Sal 116,5). La justicia de Dios está envuelta de misericordia y por ese camino procede al juicio: usa la moderación cuando se trata de juzgar, y juzga de manera que usa la misericordia, pues «la Misericordia y la Paz se encuentran, la Justicia y la Paz se besan» (Sal 84,11) (Jerónimo, Commento al libro de Giona, Roma 1992, p. 82).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que siembra es Cristo: quien le encuentra tiene la vida eterna» (cf. Mt 13,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si bien no podemos describir al Dios vivo, sí podemos decir al menos cómo y dónde encontrarle. Una noche, habiendo prolongado su oración más de lo acostumbrado, el filósofo B. Pascal tuvo una ardiente experiencia del Dios vivo que intentó fijar, en forma de breves exclamaciones, en una hojita de papel que, a su muerte, encontraron cosida en el interior de su chaqueta, encima del corazón.

Decía: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob: no de los filósofos y de los doctos. Certeza, Sentimiento, Alegría, Paz, Dios de Jesucristo. Tu Dios será el mío. Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios. Se le encuentra sólo por el camino enseñado por el Evangelio. Grandeza del alma humana. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido. Que yo no tenga que ser separado de él para la eternidad. Alegría, alegría, lágrimas de alegría». Vemos aquí, en directo, lo que significa descubrir que Dios existe y tener «la respiración entrecortada» [...].

Ahora bien, el Dios vivo se revela sobre todo en el más misterioso de sus juicios: el que se manifiesta en la cruz de Cristo.  Sin embargo, para comprender la novedad que aporta la cruz a la comprensión del Dios vivo, debemos traer a la mente algunos momentos fuertes de la revelación bíblica sobre Dios. En el libro del Éxodo se presenta Dios mismo a Moisés diciendo. «El Señor, el Señor». Siguen, en este punto, dos series de atributos: «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado, pero [y aquí empieza la segunda serie] que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34,5-7).

Este contraste característico se conserva a lo largo de toda la Biblia. Ésta mantiene siempre ¡untos, en tensión, esos dos rasgos fundamentales de Dios: por una parte, la santidad y el poder; por otra, la bondad inmensa; por una parte, la cólera; por otra, la piedad. Nunca intenta nivelarlos, nunca ve entre ellos contradicción. Coherentemente, dos parecen ser las reacciones, o las actitudes, y, al mismo tiempo, los deberes fundamentales de la criatura frente a este Dios: temor y amor: «Amarás al Señor, tu Dios... Temerás al Señor, tu Dios» (Dt 6,5.13) (R. Cantalamessa, La salita al monte Sinai, Roma 1994, pp. 21 -24 [edición española: La subida al monte Sinaí, Ediciones San Pablo, Madrid 1995]).

 

 

Miércoles de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 34,29-35

En aquel tiempo,

29 Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano. Moisés no sabía, al bajar del monte, que su rostro irradiaba luminosidad por haber hablado con el Señor.

30 Aarón y los israelitas miraban a Moisés; su rostro era luminoso, y temieron acercarse a él.

31 Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad lo rodearon;

32 después se acercaron todos los israelitas. Entonces les comunicó todo cuanto el Señor le había dicho en el monte Sinaí.

33 Cuando Moisés terminó de hablar con ellos, puso sobre su rostro un velo.

34 Cada vez que Moisés entraba en el santuario a hablar con el Señor se quitaba el velo hasta que salía. Y cuando salía para comunicar a los israelitas lo que se le había ordenado,

35 éstos quedaban admirados ante el resplandor que despedía la cara de Moisés. Entonces Moisés volvía a ponerse el velo hasta que volvía a hablar con el Señor.

 

**• El fragmento que acabamos de leer, compuesto durante el período postexílico (siglos VI-V a. de C), pertenece al documento sacerdotal y concluye el tema de la lejanía/proximidad de Dios de Ex 32-34, presentándonos la imagen de Moisés con el rostro radiante y luminoso.

Éste baja del monte Sinaí llevando en las manos las dos tablas de la ley y manifestando en su persona, sin saberlo, el lugar privilegiado de la revelación de Dios. El pueblo, al verlo, no se atreve a acercarse a él, presa de un sagrado temor y respeto (v. 30). Sin embargo, Moisés llama a Aarón y a los representantes del pueblo para comunicarles las órdenes de Dios. Se cubre el rostro con un velo cuando se encuentra entre su gente y, al contrario, se quita el velo cuando entra en la tienda para dialogar con Dios (cf. Eclo 45,2.7ss; 50,5-13).

Moisés, el gran caudillo, es aquí el signo revelador de Dios. Lo revela no sólo con el esplendor que emana de su persona, sino también con las tablas de la ley, que contienen la Palabra de Dios. Así pues, acercarse a Moisés y escuchar sus enseñanzas significa hacer la experiencia de lo divino (w. 31-34) y entrar en el misterio de Dios, que está escondido para el pueblo, aunque él esconde su esplendor con un velo ante los israelitas. Moisés, por consiguiente, como figura carismática, encarna todas las mediaciones de la revelación divina: a él se le atribuye la promulgación de la ley y la autoridad de la Palabra de Dios. No es difícil ver evocada en este fragmento, en el que brilla la luz de Dios en el rostro de Moisés, la figura del Cristo glorioso en la transfiguración, manifestación verdadera del Salvador de los hombres e imagen viva y luminosa del Dios invisible (cf. Me 9,2-8; 2 Cor4,6;Heb 1,3; Col 1,15).

Evangelio: Mateo 13,44-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

44 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo deja oculto y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.

45 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con un mercader que busca ricas perlas y que,

46 al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

 

**• Las dos parábolas gemelas -la del tesoro y la de la perla- ponen de manifiesto el valor absoluto del Reino de Dios anunciado por Jesús, por el que vale la pena vender cualquier otra cosa. En la primera se habla de un campesino que, al encontrar un tesoro y querer hacerlo suyo, compra con alegría el campo, aun a costa de vender todo lo que tiene. Sabe muy bien, en electo, que, según la ley judía, quien compra un terreno se vuelve dueño del suelo y del subsuelo. La segunda parábola tiene como protagonista a un mercader de perlas, que, al encontrar una de gran belleza y rara, vende todo lo que tiene y la compra, porque sabe muy bien que no hay nada de más valor que esa perla.

La enseñanza de Jesús es iluminadora y fundamental: el Reino de Dios y todo lo que éste comporta exige una entrega completa e incondicionada a su causa. Este Reino, en efecto, no es algo, sino alguien; es haber encontrado a la persona de Jesús. Por eso hay que optar por él con la prontitud y la alegría del que ha comprendido el valor del Reino de Dios. Y la alegría es tan profunda y tan sentida que hace posible vender cualquier otro bien, con tal de alcanzar el fin deseado, esto es, la posesión de tal tesoro y de tal perla, frente a los cuales cualquier otra cosa pierde valor y no resulta excesivo ningún esfuerzo.

Más allá de esta finalidad, las parábolas nos presentan la exigencia de radicalismo en la opción por el Reino de Dios. Es preciso eliminar cualquier otro compromiso, si queremos alcanzar el amor como don de un Dios que nos ama en la comunión con él. Al hombre le compete la correspondencia y la disponibilidad frente a la iniciativa de Dios Padre.

 

MEDITATIO

En la parábola del hombre que encuentra el tesoro en el campo, parece que Jesús se describe a sí mismo. Él fue, verdaderamente, el hombre que descubrió algo que le llevó a «vender todo lo que tenía» para adquirirlo.

De la lectura de los evangelios se desprende, en efecto, la figura de un Jesús profundamente recogido y unificado en torno a un centro de atracción, que ha entregado todo lo que es, todas sus energías y capacidades a algo que le ha fascinado. Jesús, para decirlo con una comparación, no aparece como un «hombre-veleta», en constante cambio, sino como un «hombre-roca», anclado tenazmente en un punto estable e inamovible que da sentido a su vida.

Este centro de atracción, este punto firme e inamovible fue lo que él, con el lenguaje propio de su tiempo, llamó «Reino de Dios». Dice, en efecto, el evangelio de Marcos al introducir el comienzo de su actividad: «Después que Juan fue arrestado, marchó Jesús a Galilea, proclamando la Buena Noticia de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio"» (Me 1,14ss).

Jesús vivió con pasión esta «Buena Noticia» y anunció este «tesoro» que encontró en el campo. A ella dedicó, con entusiasmo y generosidad incomparable, todo lo que era y todo lo que tenía, hasta su propia vida, cuando llegó el momento de la entrega de sí mismo. Quería que Dios, ese Dios al que invocaba tiernamente como «Abbá» (Me 14,36), a pesar de todos los usos contrarios de su pueblo, pudiera establecer su soberanía benévola sobre todos y cada uno, pudiera ser verdaderamente rey en este mundo. Así habría desaparecido de él todo lo que no permitía a sus hermanos y hermanas ser verdaderamente felices. Anhelaba, en definitiva, que todos «tuvieran vida, y la tuvieran en abundancia» (Jn 10,10).

El suyo no era un anhelo puramente sentimental e ineficaz, sino que se traducía en una actividad incontenible encaminada a la realización de aquello que anhelaba. Podemos imaginar que, como se dice de Moisés en la primera lectura, también el rostro de Jesús estuviera radiante, precisamente porque en él se transparentaba aquella alegría irrefrenable que le había llevado a «vender todo lo que tenía» para «comprar aquel campo» en el que se encontraba su «tesoro».

 

ORATIO

¡Cómo quisiéramos ser como tú, Jesús! ¡Cómo quisiéramos que toda nuestra vida estuviera recogida y concentrada en torno a ese centro que unificaba toda tu vida! Por desgracia, nosotros nos dejamos seducir por muchas otras cosas que nos atraen. Estamos constantemente sacudidos de aquí para allá como por las olas del mar. Nuestro corazón está con frecuencia en otra parte, no allí donde se encuentra el tesoro que tú habías encontrado. No buscamos siempre el Reino de Dios, no amamos de una manera suficiente la «vida abundante» para todos.

Ayúdanos tú, Señor. Si, como hiciste un día con tus discípulos, nos miras a los ojos y nos dices: «Sígueme», nos quedaremos fascinados por tu voz y por tu propuesta y te seguiremos. Si nos lo dices una vez más, con vigor, seremos capaces de seguirte todavía y siempre. Y también nuestro rostro estará radiante de alegría e iremos detrás de ti con valor, confiando sólo en tu Palabra de vida, y nos dejaremos quemar en nuestro interior por el fuego de tu Espíritu y de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Realmente puedo alegrarme, y nadie podrá arrebatarme este gozo. Tengo ya lo que anhelé tener bajo el cielo: veo cómo tú, sostenida por una admirable prerrogativa de la sabiduría de la boca del mismo Dios, superas triunfalmente, de modo pasmoso e impensable, las astucias del artero enemigo, y la soberbia que arruina la naturaleza humana, y la vanidad que infatúa los corazones de los hombres; y cómo has hallado el tesoro incomparable, escondido en el campo del mundo y de los corazones de los hombres (Mt 13,44), con el cual se compra nada menos que a Aquel por quien fueron hechas todas las cosas de la nada; y cómo lo abrazas con la humildad, con la virtud de la fe, con los brazos de la pobreza. Lo diré con palabras del mismo apóstol: te considero cooperadora del mismo Dios y sostenedora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (1 Cor 3,9; Rom 16,3). Dime: ¿quién no se alegraría de gozos tan envidiables? Pues alégrate también tú siempre en el Señor (Flp 4,1.4), carísima, y no te dejes envolver por ninguna tiniebla ni amargura, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas.

Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria (Heb 1,3), fija tu corazón en la figura de la divina sustancia (2 Cor 3,18), y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad. Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para sus amadores. Deja de lado absolutamente todo lo que en este mundo engañoso e inestable tiene atrapados a sus ciegos amadores, y ama totalmente a quien totalmente se entregó por tu amor (Clara de Asís, «Tercera carta a santa Inés de Praga», VII, 12-14, en Fuentes franciscanas, edición electrónica).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros que habéis dejado todo por el Evangelio, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna» (cf. Mt 19,27.29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que mina y envenena en general nuestra felicidad es sentir tan cerca el fondo y el fin de todo lo que nos atrae: el sufrimiento de las separaciones y del deterioro, la angustia del tiempo que discurre, el terror frente a la fragilidad de los bienes poseídos, la decepción producida por alcanzar tan pronto el final de lo que somos y de lo que amamos...

Para quien ha descubierto, en un Ideal o en una Causa, el secreto de colaborar e identificarse, de cerca o de lejos, con el Universo en progreso, todas las sombras desaparecen. La alegría de adorar, refluyendo, para dilatarlas y consolidarlas, en absoluto para disminuirlas o destruirlas, sobre la alegría de ser y la de amar (Curie, Termier, han sido admirables amigos, padres y esposos), comporta y aporta, en su plenitud, una maravillosa paz. El objeto que la alimenta es inagotable, puesto que se confunde, poco a poco, con la misma consumación del mundo a nuestro alrededor. Por eso escapa a toda amenaza de muerte y de corrupción. Por último, en cierto modo, está continuamente a nuestro alcance, puesto que el mejor modo que tenemos de alcanzarlo es, simplemente, nacer lo mejor posible, cada uno en nuestro sitio, lo que podamos hacer.

La alegría del elemento convertido en consciente de la Totalidad a la que sirve y en la que se realiza, la alegría alcanzada por el átomo reflexivo en el sentimiento de su función y de su consumación en el seno del universo que lo contiene: ésa es, en la teoría y en la práctica, la forma más elevada y más progresiva de felicidad que me es posible proponeros y desearos. A nuestro alrededor, la mística de la búsqueda, las místicas sociales, se precipitan con una fe admirable a la conquista del porvenir. Ahora bien, ningún vértice preciso ni, lo que es aún más grave, ningún objeto amable se presenta a su adoración. Y he aquí la razón de que, en el fondo, la alegría y las entregas que suscitan sean duras, secas, frías, tristes, o sea, preocupantes para quien las observa y, en último extremo, no del todo beatificantes para quienes las siguen.

Sin embargo, junto a y, hasta hoy, en los márgenes de tales místicas humanas, la mística cristiana no cesa nunca, desde hace dos milenios, de impulsar cada vez más lejos (sin que muchos lo sospechen) sus perspectivas de un Dios personal, no sólo creador, sino también animador y totalizador de un Universo que él vuelve a llevar a sí mismo a través del concurso de todas las fuerzas que reagrupamos bajo el nombre de Evolución. Con el esfuerzo persistente del pensamiento cristiano, la enormidad angustiosa del mundo va convergiendo poco a poco hacia lo alto, hasta transfigurarse en un foco de energía amante... (P. Teilhard de Chardin, Sulla felicita, Brescia 1990, pp 37ss y 44ss [edición española: Sobre el amor y la felicidad, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

 

Jueves de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 40,16-21.34-38

En aquellos días:

16 Moisés hizo todo cuanto el Señor le había ordenado.

17 El día primero del primer mes del año segundo fue montada la morada.

18 Moisés levantó la morada, asentó las basas, colocó los tableros y los varales y puso en pie los soportes.

19 Y sobre la morada extendió la cubierta tal como el Señor le había ordenado.

20 Tomó las tablas del testimonio y las colocó dentro del arca, puso los varales al arca y situó la plancha de oro encima del arca;

21 metió el arca en la morada, colgó el velo de separación y con él ocultó el arca del testimonio, como el Señor le había ordenado.

34 Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó la morada.

35 Moisés no podía entrar en la tienda del encuentro, porque la nube estaba encima de ella, y la gloria del Señor llenaba la morada.

36 Durante el tiempo que duró su caminar, los israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba de la morada.

37 Si la nube no se levantaba, no partían hasta el día en que se levantaba,

38 porque la nube del Señor se posaba de día sobre la morada, y de noche brillaba como fuego a la vista de todo Israel, durante todas las etapas de su camino.

 

*+• El texto que hemos leído pertenece a la tradición sacerdotal y, cuando lo examinamos atentamente, hace pensar en el ordenamiento del culto de la comunidad del segundo templo, aunque la matriz sigue siendo la fuente sinaítica. Estamos frente al santuario del desierto, en sintonía con la marcha del pueblo tras la experiencia del Sinaí. Moisés, siguiendo lo que le había mandado, construye la tienda (la Morada) para el Señor (w. 16-21) y Dios se establece en medio de su pueblo elegido (w. 34-38). Tras el Sinaí, ahora será la tienda la que constituya la continuidad de la revelación de Dios a los hombres.

Aquí se fija el lugar ideal en el que cada individuo puede entrar en contacto con el Señor y dialogar con él. Dios, Padre de la tierra y del cielo, decide ubicarse, habitar en la «morada» (cf. v. 35; Ex 25,8; Ez 37,27; Jl 4,17), entre las tiendas de su pueblo, y comunicarse con Moisés, mediador carismático. De este modo, Moisés podía hacer llegar a su pueblo todo lo que Dios le había ordenado.

El signo visible del Dios invisible, aunque presente y operante entre los hombres, era la «nube», que regulaba las etapas del camino del pueblo en el desierto hacia la tierra prometida. La presencia de Dios, que llenaba la tienda del santuario, recibía el nombre de «gloria», esto es, manifestación del amor salvífico de Dios en su poder y santidad, por parte de la tradición sacerdotal. En el judaísmo posterior, la «presencia» de Dios en el templo de Jerusalén recibirá el nombre de Shekhinah, «la Presencia» por excelencia. Pues bien, las tres letras fundamentales de esta palabra hebrea, s-k-n, figuran también en la raíz del verbo griego usado por el cuarto evangelista: eskénosen. En efecto, para Juan, la humanidad de Cristo es la nueva tienda santa, el nuevo templo en el que reside toda la plenitud de la sabiduría, la gracia y la verdad, en donde se manifiesta la presencia perfecta del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y nosotros, nuevo pueblo en camino, ¿estamos dispuesto a seguirle cada vez que el Señor nos invite a ir detrás de él?

 

Evangelio: Mateo 13,47-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces;

48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.

49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos

50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

51 Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Habéis entendido todo esto? Ellos le contestaron: -Sí.

52 Y Jesús les dijo: -Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.

53 Cuando Jesús acabó de contar estas parábolas, se marchó de allí.

 

**• Mateo refiere la parábola de la red echada al mar que recoge todo tipo de peces, buenos y no buenos, como en la parábola de la cizaña y la buena semilla. Ahora bien, la reflexión del evangelista en nuestro texto pone el acento en la situación que se creará al final del mundo. El Reino de Dios será cribado en todos sus componentes, se arrastrará la red a la orilla y se examinará el contenido de la pesca. Entonces la suerte de los malvados recibirá su justo castigo y quedará eliminado el mal; esto equivale a decir que todos los hombres pecadores deben reflexionar, mientras tienen tiempo, sobre esta realidad futura y obrar en consecuencia de cara a una adecuada conversión de vida.

La enseñanza de Jesús es clara: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52); es decir, que el nuevo discípulo del Reino de Dios debe atesorar los bienes recibidos. Y discípulo de Jesús es aquel que ha escuchado la Palabra y comprende los misterios del Reino. Por consiguiente, es como la tierra buena que recibe la semilla y la hace fructificar después de haber acogido el don de la Palabra del Padre. Posee, en efecto, no sólo la revelación de las Escrituras relativas a la primera alianza, sino también el conocimiento del misterio del Reino y la vida misma del Reino, que es la palabra del Evangelio. De todo este inmenso tesoro debe servirse tanto para ser personalmente un testigo creíble de la voluntad salvífica de Dios como para conducir a los otros al conocimiento de la verdad plena y hacerla vivir en la obediencia de la fe.

 

MEDITATIO

«La gloria del Señor llenó la morada», dice la primera lectura, refiriéndose a la presencia de Dios en la tienda que Moisés había preparado. Más tarde, Salomón construyó el templo en Jerusalén, y la gloria de Dios vino a habitar en él y a llenarlo con su presencia {cf. 1 Re 8,11). El pueblo de Israel estaba profundamente convencido de que Dios habitaba en el templo, de que su gloria lo llenaba, y a él acudía para encontrarle y rendirle culto.

Jesús, en su diálogo con la samaritana junto al pozo, innovó profundamente esta perspectiva: «Créeme, mujer, está llegando la hora -mejor dicho, ha llegado ya- en que para dar culto al Padre no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén. [...] Ha llegado la hora en que los que rindan verdadero culto al Padre lo harán en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad (Jn 4,21-24). Como es sabido, los primeros cristianos no tenían templos. Celebraban su culto, especialmente el acto más peculiar de su fe, la eucaristía, en las casas (cf. Hch 2,46). Sólo más tarde empezaron a tener lugares reservados para sus liturgias.

La morada de la gloria de Dios ya no es, por consiguiente, el templo material, sino todo el mundo, abierto a Cristo y al Espíritu. En efecto, para Jesús, como nos hizo comprender por medio de la parábola de Mt 25,31-46, Dios está presente sobre todo en el hermano pequeño y menesteroso. En él es donde lo podemos encontrar y rendirle honores, saliendo al encuentro de esta pequeñez y esta necesidad. Se trata de un culto que tiene su fuente en el Espíritu de amor derramado en los corazones de los creyentes, que les impulsa a glorificar a Dios haciendo vivir a los otros al calor de lo que decía el obispo mártir san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre vivo».

Tal vez los «peces malos» de los que habla la parábola del evangelio de hoy sean también esos cristianos que piensan honrar a Dios realizando actos de culto ritual, pero sin preocuparse de rendirle el culto «en espíritu y en verdad» que él espera. ¿Tenemos esta confiada apertura a la novedad del Espíritu que nos interpela?

 

ORATIO

Oh Padre, nosotros quisiéramos glorificarte como tú deseas y mereces. Por eso, quisiéramos darte culto no tanto a través de la materialidad de los actos rituales como a través de nuestra vida diaria vivida «en espíritu y en verdad» (Jn 4,24).

Sabemos que tú moras particularmente en los hermanos y en las hermanas necesitados, en los que tienen hambre y sed, en quienes están solos y tristes, en quienes están enfermos y privados de lo necesario, y en ellos esperas tu glorificación. Ellos son, de un modo absolutamente particular, la morada que te has elegido para ser honrado y glorificado. Nos lo dijo tu Hijo, Jesús, que fue el primero en darte gloria entregando la vida por todos nosotros, sus hermanos.

Tú sabes lo débiles que somos y cuánto nos cuesta, en ocasiones, darte el culto que tú esperas de nosotros. Nos resulta más fácil repetir ritos, incluso bellamente ejecutados y perfectos, que comprometernos en la vida concreta en favor de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Sálvanos de esta debilidad nuestra. Haz que seamos «peces buenos» cogidos por tu red para tu Reino. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Se da orden a todo el pueblo, a cada uno según sus fuerzas, de construir el tabernáculo, a fin de que, en cierto modo, todos juntos formen un único tabernáculo. Ahora bien, la contribución misma no tiene lugar de una manera forzosa, sino espontánea. [...] El motivo por el que era preciso construir el tabernáculo lo encontramos afirmado antes, cuando el Señor dice a Moisés: «Me construirás un santuario y desde él me mostraré a vosotros» (cf Ex 25,8 LXX).

Dios quiere, por tanto, que le hagamos un santuario y nos promete que, si se lo hacemos, podrá mostrarse a nosotros. De ahí que también el apóstol diga a los judíos: «Buscad la paz y la santificación, sin la cual nadie verá a Dios» (Heb 12,14). [...] Construyamos, pues también nosotros un santuario para el Señor todos juntos y cada uno en particular (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 21991, pp. 173-175 [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Abre, Señor, mi corazón y comprenderé las palabras de tu Hijo» (cf. Hch 16,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Es posible atraer a Dios al mundo? ¿No es éste un modo de ver arrogante y pretencioso? Nosotros creemos que la gracia de Dios consiste precisamente en esta voluntad suya de dejarse conquistar por el hombre, en este, por así decirlo, entregarse a él. Dios quiere entrar en este mundo, que es suyo, pero quiere hacerlo a través del hombre: en eso consiste el misterio de nuestra existencia, en eso consiste la oportunidad sobrehumana del género humano.

Un día en que el rabí Mendel de Kosk recibía a unos huéspedes eruditos, les sorprendió preguntándoles a quemarropa: «¿Dónde habita Dios?». Ellos se rieron de él: «¡Qué cosas se le ocurren! ¿Acaso no está el mundo lleno de su gloria?». Sin embargo, fue el mismo rabí quien dio la respuesta a la pregunta: «Dios habita allí donde le dejamos entrar».

Eso es lo que cuenta en última instancia: dejar entrar a Dios. Pero sólo podemos dejarle entrar allí donde nos encontramos, donde nos encontramos realmente, donde vivimos, y donde vivimos una vida auténtica. Si instauramos una relación santa con el pequeño mundo que nos ha sido confiado, si, en el ámbito de la creación con la que vivimos, ayudamos a la santa esencia espiritual a llegar a su consumación, entonces preparamos a Dios una morada en nuestro lugar, entonces dejamos entrar a Dios (M. Buber, // cammino dell'uomo, Magnano 1990, pp. 63ss).

 

 

Viernes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34b-37

El Señor dijo a Moisés:

4 Éstas son las fiestas del Señor, las asambleas santas que convocaréis en las fechas establecidas.

5 El día catorce del mes primero, al atardecer, es la pascua del Señor.

6 Y el día quince del mismo mes es la fiesta de los panes ácimos en honor del Señor. Durante siete días comeréis pan sin levadura.

7 El primer día tendréis asamblea santa y no haréis ningún trabajo servil.

8 Durante siete días ofreceréis sacrificios en honor del Señor. El día séptimo será día de asamblea santa y no haréis en él ningún trabajo servil.

9 El Señor dijo a Moisés:

10 Di a los israelitas: Cuando hayáis entrado en la tierra que os voy a dar y seguéis la mies, llevaréis al sacerdote una gavilla de espigas como primicia de vuestra cosecha.

11 El sacerdote la ofrecerá delante del Señor con el rito de balanceo para que sea aceptada; hará el balanceo el día siguiente al sábado.

15 A partir del día siguiente al sábado, esto es, del día en que hayáis ofrecido la gavilla del balanceo, contaréis siete semanas completas.

16 Contaréis cincuenta días hasta el día siguiente al séptimo sábado y, entonces, ofreceréis al Señor una ofrenda de granos nuevos.

34  El día diez del mismo mes séptimo es el día de la expiación; tendréis asamblea santa, ayunaréis y ofreceréis sacrificios en honor del Señor. El día quince de este mes séptimo se celebrará durante siete días la fiesta de las tiendas en honor del Señor.

35 El primer día habrá asamblea santa y no haréis en él ningún trabajo servil.

36 Durante siete días ofreceréis sacrificios en honor del Señor; el día octavo tendréis asamblea santa y ofreceréis sacrificios al Señor; es día de asamblea solemne; no haréis en él ningún trabajo servil.

37 Éstas son las fiestas del Señor, en las cuales convocaréis asambleas santas, para ofrecer sacrificios en honor del Señor, holocaustos con ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones: cada una en el día prescrito.

 

*•• El texto considera el ciclo litúrgico de las diferentes fiestas anuales según la redacción sacerdotal, vinculada con los medios de Jerusalén y encuadrada en la «ley de santidad». Consideradas bajo esta luz, las fiestas judías aparecen como asambleas del pueblo en el lugar santo, en presencia del Dios tres veces santo, y recuerdan su sucesión durante el ciclo anual para su digna celebración. Estas fiestas tienen la finalidad de hacer salir al individuo de su autosuficiencia, para insertarlo en una vida de dimensión comunitaria: cada hombre, en efecto, pertenece al pueblo, es una expresión del mismo y, a través de él, pertenece a Dios. Los elementos constitutivos de las fiestas de Israel son, esencialmente, dos: la convocación de la santa asamblea del pueblo y el descanso del trabajo. El primero marca el ritmo de la vida del pueblo y hace revivir, especialmente en la celebración litúrgica, el recuerdo de las maravillas llevadas a cabo por Dios en la historia judía; el segundo aleja al pueblo de las cosas materiales y cotidianas y lo introduce en el tiempo fuerte de Dios, donde toma conciencia del discurrir de la vida y de su significado de salvación.

Las fiestas judías, herencia cananea, siguen el ritmo agrario de las cosechas. La fiesta de la pascua es la fiesta que se celebra en honor de Dios a fin de asegurar la prosperidad de los rebaños, pero celebra todavía más la salvación que el pueblo ha conocido en su historia. El Señor, que cada año concede los frutos de la tierra y del ganado, es el mismo que ha manifestado su poder salvador para liberar a Israel. De este modo, la fiesta pascual se funde con los ácimos a fin de recordar la liberación de la esclavitud y la posesión de la tierra fértil. La fiesta de las semanas o de Pentecostés celebra la cosecha del trigo y también la entrega de la Ley por parte de Dios. La fiesta de las chozas recuerda la vendimia y el paso de Israel a través del desierto. En realidad, todas las fiestas cristianas se inspiran en las fiestas judías, aunque enriquecidas con el nuevo contenido cristiano.

 

Evangelio: Mateo 13,54-58

En aquel tiempo,

54 fue Jesús a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía: -¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?

55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas?

56 ¿No están todas sus hermanas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?

57 Y los tenía escandalizados. Pero Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

58 Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

 

**• Tras el «discurso de las parábolas» {cf. 13,1-52), Mateo nos presenta a Jesús en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret, rechazado por sus paisanos (cf. Me 6,1-6). Éstos, desde la admiración inicial por su sabia enseñanza (v. 54), pasan a preguntarse por la predicación del «hijo del carpintero», por María, su madre, por sus hermanos y hermanas (w. 55ss), e incluso se escandalizan de él. Con las palabras «y los tenía escandalizados» (v. 57), Mateo nos introduce en el misterio de la persona de Jesús. Sus paisanos quieren comprender a Jesús partiendo únicamente del aspecto humano, como habían hecho también, en otras circunstancias, sus mismos parientes (cf. Me 3,21). Su conocimiento humano se vuelve para los naturales de Nazaret un obstáculo para penetrar en la persona de Jesús y acogerle, para creer en él como el mesías esperado: «¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (v. 56b).

Frente a este rechazo explícito, Jesús constata la verdad del proverbio: « Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa» (v. 57b). La suerte que le espera a cada profeta verdadero, como la de Jesús y la de todo verdadero discípulo, es la incomprensión, el desprecio, el escarnio y la persecución, llevada hasta el sacrificio de la muerte a causa de la verdad. Serán precisamente la incomprensión y la falta de fe de sus paisanos las que impedirán a Jesús hacer allí muchos milagros, porque sólo la fe permite la comprensión del misterio de su persona de mesías e hijo de Dios.

 

MEDITATIO

El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la necesidad de captar la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Es probable que los paisanos de Jesús estuvieran acostumbrados a encontrar a Dios en las grandes solemnidades festivas y en medio de las convocaciones de las que habla la primera lectura. En ellas, entre el incienso de las imponentes celebraciones y la sangre de los sacrificios ofrecidos en su honor, captaban la majestuosa presencia del Dios que había liberado a sus antepasados de la esclavitud de Egipto y les había guiado paso a paso, a través del desierto, en la conquista de la tierra prometida.

Por otra parte, también estaban acostumbrados desde hacía años al trato familiar con «el hijo del carpintero», Jesús, a quien habían visto crecer entre ellos como uno de tantos. Conocían a su madre, a sus hermanos y hermanas. Y ahora le veían ante ellos, pronunciando en la sinagoga unos discursos que les dejaban desconcertados. No conseguían conectar la vida cotidiana de un Jesús «ordinario y común» con la manifestación de su Dios. No conseguían ir más allá de lo habitual para captar lo que no era habitual en él. Y así andaban escandalizados por su causa, sin llegar a la fe en él. Con ello perdieron la ocasión de un encuentro de salvación con Dios, un encuentro que habría podido cambiar definitivamente su vida.

Esto mismo supone también un riesgo constante para nosotros: esperar encontrar a Dios sólo en circunstancias extraordinarias, en aquello que, según cierto modo de pensar, nos puede parecer que está más de acuerdo con su modo divino de ser, y no captar su presencia en la vida diaria. Sin embargo, precisamente por medio de Jesús, Dios nos ha hecho saber que manifiesta su presencia en la totalidad de la existencia, que hasta las cosas más pequeñas están penetradas por su presencia, porque él no es un Dios lejano, sino muy próximo. El desafío que brota de aquí es el de conseguir descubrirle y acogerle con gozo. Lo que en apariencia es obvio y se da por descontado, lo que pertenece a la vida de todos los días, lo que ya no llama la atención en las personas y en las cosas a las que estamos acostumbrados, es, para quien cree, como una especie de «sacramento» de la presencia benévola de Dios. La vigilancia a la que tantas veces nos invita Jesús en el Evangelio se refiere también a esto: es preciso que mantengamos los ojos bien abiertos, para no dejar escapar la dimensión divina que tienen todas las cosas. La fe las hace todas transparentes, mientras que su falta las hace todas opacas.

 

ORATIO

Te pedimos, oh Señor, que nos des unos ojos para ver tu presencia y tu acción salvífica dirigida a cada uno de nosotros en las realidades más comunes y ordinarias de la vida. Captar tu presencia en ciertos momentos extraordinarios de la vida no es demasiado difícil; es algo que se impone en cierto modo por sí mismo. Lo difícil es descubrirte en «el hijo del carpintero», en aquel a quien la vida nos ha acostumbrado y ya no nos llama la atención. Es una tarea difícil, pero también muy fecunda y gozosa para quien, en la fe, se confía a tu misterio.

Con tu ayuda, con el «colirio» que puedes aplicar a nuestros ojos (cf. Ap 3,18), «recuperaremos la vista» y podremos descubrirte hasta en las más pequeñas y acostumbradas cosas de la vida. Y entonces celebraremos una fiesta, como hicieron Jesús y nuestros hermanos y hermanas santos. Señor, danos un corazón sencillo y humilde que consiga captar tu paso en la brisa ligera, en el rostro de un pobre y de un niño, igual que en el cielo silencioso de una noche plena de estrellas y de tu presencia inconfundible y llena de paz.

 

CONTEMPLATIO

Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrá de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán.

Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador (Agustín de Hipona, Las confesiones, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 51968, pp. 73-74).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo» (Le 7,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En su ambiente [Jesús] chocaba con muchas almas acostumbradas que creían conocer a Dios porque habían oído hablar mucho de él. La gran paradoja de la historia cristiana consiste en esto: cuando Dios se manifestó al pueblo que se estaba preparando desde hacía dos mil años, casi nadie le reconoció, le recibió y le siguió hasta el final. Creían desde hacía tanto tiempo que ya no creían. El hábito de creer se había ido cambiando, de una manera insensible, en el hábito de no creer. Rezaban desde hacía tanto tiempo que ya no hacían otra cosa más que recitar oraciones. Esperaban desde hacía tanto tiempo que ya estaban seguros de que nada vendría a descomponer esa costumbre de esperar que se había ido convirtiendo, poco a poco, en una costumbre de no esperar nada.

Hay en esto una advertencia terrible para todos aquellos que, como nosotros, se creen familiarizados con las cosas divinas, piensan que están garantizados por su ascendencia o por su educación, se imaginan que la frecuentación de las iglesias o la práctica de los sacramentos constituyen un testimonio seguro de su pertenencia a Dios.

Nadie puede poner su confianza en las estructuras religiosas [...]. Ahora bien, todo el problema consiste en saber si somos nosotros quienes servimos a estas estructuras, las conservamos, las respetamos, o si, en cambio, nos servimos de ellas de una manera activa y personal. Ninguna estructura, por muy santa que sea, puede salvar por sí misma. Las estructuras son indispensables. A buen seguro, repugna una institución sin inspiración, pero toda inspiración engendra una institución. No hay matrimonio sin amor, pero un verdadero amor crea un verdadero matrimonio. No hay Iglesia sin Espíritu vivificador, pero el Espíritu se muestra visible y activo sólo en una comunidad fraterna: «Mirad cómo se aman» (L Evely, Meditazioni sul vangelo, Asís 1975, pp. 224-226).

 

 

Sábado de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 25,1-8-17

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Moisés en el monte Sinaí:

8 Contarás siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años.

9 El día diez del séptimo mes harás sonar la trompeta. El día de la expiación haréis que resuene la trompeta por toda vuestra tierra.

10 Declararéis santo este año cincuenta y proclamaréis la liberación para todos los habitantes del país. Será para vosotros año jubilar y podréis volver cada uno a vuestra propiedad y a vuestra familia.

11 El año cincuenta será para vosotros año jubilar; no sembraréis, no segaréis las mieses crecidas espontáneamente ni vendimiaréis las viñas sin cultivar,

12 pues es año jubilar, y será santo para vosotros; comeréis en él lo que crezca espontáneamente en los campos.

13 En el año jubilar cada uno recobrará sus propiedades.

14 Si vendéis o compráis alguna cosa a vuestro prójimo, no os defraudaréis entre hermanos.

15 Comprarás a tu prójimo en proporción al número de años transcurridos después del año jubilar y, en razón de los años de cosecha que le quedan, él te fijará el precio de venta;

16 cuantos más queden, más le pagarás; cuantos menos queden, menos le pagarás, porque es un determinado número de cosechas lo que te vende.

17 No os defraudéis entre hermanos; temed a vuestro Dios. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

 

** Además de las fiestas judías, la «ley de santidad» enumera también las normas de orden social para los años santos, es decir, tanto para el año sabático de cada siete años (una semana de años) como para el año jubilar de cada cincuenta años (siete semanas de siete años), realzando así el valor del día del sábado y el esquema septenario de la semana. En esta estructura económico-social subyacen, sin embargo, algunos elementos teológicos que ponen de relieve el desarrollo de la revelación divina. Al concepto religioso de Dios, creador y señor de la historia y del mundo, se vinculan los temas del rescate y de la remisión de las deudas.

Sobre el año jubilar, de carácter social aunque con un fundamento religioso, se habla sólo en este texto, en Nm 36,4 y en Ez 46,17. Éste había ido madurando tras la experiencia positiva del año sabático. La ley judía prescribía, en efecto, algunas normas relativas a la liberación de los esclavos, a la condonación de la deuda y a la misma restitución de las tierras a sus respectivos dueños, cosas que permitían vivir como hombres libres.

Estas normas tendían a resolver y a corregir algunos males y disfunciones sociales inherentes a la vida agrícola y urbana. Se deseaba eliminar, por ejemplo, el desequilibrio práctico sobre el problema de la riqueza caída en manos de unos pocos y la pobreza extendida, por el contrario, a la mayoría. Muchos de estos fenómenos, con frecuencia fruto de extorsiones y robos, creaban malestar entre el pueblo y desequilibrios en la sociedad, que se extendían asimismo al campo de la vida religiosa.

El fundamento religioso de estas leyes sociales, que se revelaron sabias, aunque no siempre se llevaron a la práctica de modo pleno, estaba en la concepción judía según la cual los bienes del mundo son iguales para todos: la tierra pertenece a Dios, que liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto; los hombres son hermanos, y la libertad de la persona es un bien inalienable. Estos temas encuentran su verdadera realización en Jesús,  que será quien libere a la humanidad del mal y conceda el perdón de los pecados.

 

Evangelio: Mateo 14,1-12

1 Por entonces, el tetrarca Herodes oyó hablar de Jesús

2 y dijo a sus cortesanos: -Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos; por eso actúan en él los poderes milagrosos.

3 Es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo.

4 Pues Juan le decía: -No te es lícito tenerla por mujer.

5 Y, aunque quería matarlo, tuvo miedo al pueblo, que lo tenía por profeta.

6 Un día que se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público y agradó tanto a Herodes

7 que éste juró darle lo que pidiese.

8 Ella, azuzada por su madre, le dijo: -Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

9 El rey se entristeció, pero, por no romper el juramento que había hecho ante los comensales, mandó que se la dieran,

10 después de enviar emisarios para que cortaran la cabeza a Juan en la cárcel.

11 Trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, la cual a su vez se la llevó a su madre.

12 Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús.

 

**• El relato del martirio de Juan el Bautista se inserta en la historia del tiempo de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande. El precursor del Mesías, profeta de una fuerte personalidad moral, había denunciado, en nombre de Dios, el pecado de Herodes. Herodías, amante de este último, recurriendo a una intriga sutil y perversa, consigue hacer ajusticiar al Bautista, aprovechando un juramente que su hija Salomé, muy grata al rey, había obtenido de Herodes. Mateo lleva buen cuidado en destacar que la figura del profeta, defensor de la Ley de Dios, perseguido y muerto, estará modelada a partir del mismo camino que recorrerá Cristo, cuya muerte anuncia (cf 17,2).

Ambos profetas, en efecto, fueron condenados por haber dado testimonio de la verdad, sin descender ni a compromisos ni a componendas de ningún tipo. La muerte de Juan el Bautista, que los mismos discípulos del Bautista comunicaron a Jesús, es la conclusión lógica de una vida empleada de modo coherente con su propia misión de precursor: «Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús» (v. 12). Y este anuncio constituye para Jesús un indicio cierto de que él realizará su propia misión recorriendo el mismo camino de incomprensión y de muerte, siguiendo la lógica de los profetas rechazados por el pueblo. El hecho de que los discípulos se dirigieran a Jesús significa, por otra parte, para el evangelista Mateo, que Jesús se queda como el verdadero punto de referencia, como el testigo fiel del Padre.

 

MEDITATIO

Una de las cosas que sorprende en la narración evangélica es el poco valor que los poderosos atribuyen a la vida humana: para satisfacer la veleidad de una mujer, a la que estaba unido de manera adúltera, y para salvar la cara ante unos invitados, Herodes no dudó en hacer decapitar a Juan el Bautista. Precisamente, lo contrario que anunciaba ya en el Antiguo Testamento un salmo que esboza la figura ideal del rey de Israel: «Porque él librará al pobre que suplica, al humilde que no tiene defensor; tendrá piedad del pobre desvalido y salvará la vida de los pobres. Los librará de la violencia y la opresión, pues sus vidas valen mucho para él» (Sal 72,12-14).

Jesús, tal como se deduce de los evangelios, se batió hasta el final para defender la vida y la dignidad de todos y cada uno de los hijos de Dios, en particular de cada uno de los que menos tenían en la vida y no gozaban de una dignidad reconocida: los pecadores, que eran excluidos y marginados automáticamente por los llamados justos (cf. Le 18,8; Mt 9,13); los pobres y los sencillos, a quienes los ricos y los poderosos desatendían con indiferencia o incluso explotaban (cf. Le 16,19-21; 20,47); las mujeres, cuya igualdad en dignidad respecto al hombre era ignorada y estaba ofuscada de muchos modos (cf. Mt 19,3; 22,24-26)... Jesús intentó rescatarlos «de la violencia y del abuso», porque verdaderamente «su sangre era preciosa ante sus ojos». Al hacer suya la espiritualidad del jubileo proclamado en la primera lectura de hoy (cf. Le 4,18), llegó hasta el punto de derramar su propia sangre en la cruz por ellos. Su mensaje fue un mensaje de fraternidad universal, que daba la vuelta a toda actitud que estuviera en línea con la de Caín, asesino de su hermano. A la pregunta lanzada de una manera insolente a Dios por este último: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), Jesús respondió con la parábola del buen samaritano: ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? [...] Vete y haz tú lo mismo» (cf. Le 10,36ss).

Hoy hemos crecido, indiscutiblemente, en sensibilidad hacia la vida y la dignidad de todos, y, en particular, de los más débiles y excluidos. El Concilio Vaticano II, en el documento Dignitatis humanae, sancionó con claridad esta nueva sensibilidad también en el interior de la Iglesia. Diferentes tomas de posición del Magisterio eclesial de estos últimos años están claramente impregnadas por esta visión evangélica. Con todo, queda aún mucho por hacer en este campo. Hay todavía millones y millones de personas cuya vida y dignidad «no cuenta», hombres y mujeres que son pisoteados en su dignidad más elemental y cuya sangre no es «preciosa» a los ojos del mundo... ¿Puede quedarse tranquilo ante esta realidad quien se considera discípulo de Jesús?

 

ORATIO

Haz que no nos quedemos tranquilos, oh Padre santo, ante el inmenso campo de trabajo que tenemos frente a nuestros ojos. Haz que, como Jesús, también nosotros asumamos la «espiritualidad del jubileo» y nos comprometamos seriamente, sin abandonos, en la defensa de la vida y la dignidad de todos nuestros hermanos y hermanas, sin excepción. Queremos ser solidarios en particular, oh Señor, con tus pobres, o sea, con aquellos -todavía muchos- cuya sangre no es preciosa a los ojos del mundo, como sí lo es, en cambio, a tus ojos.

Señor, Dios nuestro, tus profetas, como Juan el Bautista y tantos otros, pagaron un precio elevado por la fidelidad a su misión de servicio a los hermanos, y el valor que esa misión les imponía les llevó al sacrificio de su vida. Concédenos el coraje de la verdad, aunque tenga que costamos caro, y, siguiendo el ejemplo de Jesús, nuestro hermano, haz que le imitemos en la franqueza con la verdad y la justicia.

 

CONTEMPLATIO

Consagrémonos a la lectura de la santa Biblia, atraquemos en ella nuestras almas como en un muelle. De hecho, es un puerto al abrigo de la violencia de las olas, un muro que nada puede destruir, una torre que nunca puede caer, una gloria que nadie nos arrebatará, una armadura que resiste todos los golpes, una paz imperturbable, una alegría sin fin.

La Escritura nos preserva del desánimo, mantiene el alma serena, hace al pobre más rico que el rico, da la santidad a los pecadores y ayuda a los santificados. En nuestro caso, la Escritura nos ilumina sobre la riqueza y sobre la pobreza, de suerte que la riqueza no abra en nosotros la herida de la envidia y la pobreza no nos espante. Esto es así porque la Biblia, haciéndonos conocer la auténtica naturaleza de las cosas, nos impulsa a dejar de lado las sombras para abrazar la verdad. La sombra, aunque parece más grande que el cuerpo, sigue, no obstante, siendo sombra. Su misma grandeza no es sino apariencia: depende de los rayos del sol. Es tanto más grande cuanto más lejos están los rayos. A mediodía, cuando el sol brilla justamente sobre nuestras cabezas, la sombra se hace más pequeña, hasta desaparecer.

Lo mismo cabe decir de las cosas de la vida humana. Mientras están lejos de la Escritura, parecen grandes; sin embargo, cuando nos ponemos bajo la luz de la Palabra de Dios, parecen mezquinas y caducas, semejantes al agua del río, que apenas vemos un instante porque se va. Nos lo dice aquí el salmista. Se dirige a los desdichados, a los abatidos, a los pobres, que experimentan estupor ante el fasto y miedo ante los ricos. Para liberarlos de este temor, para inspirarles desprecio hacia esos pretendidos tesoros, escribe estas palabras (Juan Crisóstomo, «La Palabra de Dios es como el sol de mediodía», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, pp. 71-72).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor tenga piedad de nosotros y nos bendiga» (Sal 66,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Ay de mí!, todavía una vez más, todos los días, se derrama sangre inocente a nuestro alrededor. Celebramos la eucaristía cada día, pero todos debemos recuperar el valor de ofrenda de nosotros mismos implícito en estas palabras de Jesús: «Mi cuerpo ofrecido por vosotros; mi sangre derramada por vosotros» [cf. Me 14,22-24). Con demasiada frecuencia, desde hace cuatro años, hemos encontrado, en la comunidad cristiana o en la sociedad argelina, hombres y mujeres que salían por la mañana para ir a su puesto de trabajo o que volvían a sus casas por la noche asumiendo valerosamente un riesgo asimilable al «cuerpo ofrecido y a la sangre derramada».

Y eso porque esas personas se negaban a someterse a una presión contraria a su conciencia y querían asumir sus fidelidades cotidianas, a pesar de los riesgos. Y, lo que es más doloroso aún, ¿qué decir de aquellos que deben aceptar los mismos riesgos no por lo que respecta a ellos mismos, sino por lo que respecta a la vida de alguno de sus vecinos, a la de su marido, de su mujer, de un hermano o una hermana, de un hijo o una hija? La ofrenda de la propia vida hecha por Jesús se convierte entonces para nosotros, los cristianos, en el signo y el tipo de la multitud de «pasiones» infligidas a los inocentes por los conspiradores de la violencia. ¡Qué valor de verdad colectiva asume entonces la eucaristía en los actuales desórdenes del mundo que acontecen en muchos países, sobre todo en el continente africano!

Jesús vio crecer la oposición a su alrededor porque su libertad interior ponía en peligro las tradiciones religiosas de su pueblo. Permaneció fiel a sí mismo. No podía hacer otra cosa, si no quería renegar de sí mismo. Esta religión «en espíritu y en verdad» era, en efecto, su mismo ser. También ella nació del mismo amor por sus hermanos que le llevará a la entrega de sí mismo y que expresa el discurso de después de la cena: «Padre, que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos» (Jn 17,26) Afortunadamente, hay vidas que se ofrecen sin derramamiento de sangre. Sin embargo, entre el sacrificio de Jesús y los ofrecimientos de nuestra vida diaria existe continuidad. La celebración eucarística de la ofrenda de sí mismo aceptada por Jesús nos arrastra en su movimiento interior de «entrega al Padre y a los hermanos». Aquí es donde nace la Iglesia «en espíritu y en verdad», la que manifiesta el mundo nuevo, cuya plena venida anticipamos cuando asumimos su sabor compartiendo el pan del Reino y viviendo la comunión con Cristo y con todos los hermanos. Sin embargo, la nueva creación es un don de Dios para todo el pueblo, porque es una ofrenda a todos los hombres «con los medios que Dios conoce» (H. Teissier, Accanto a un amico, Magnano 1998, pp. 41 y 44ss).